Topofilia - Yi Fu Tuan - Cap 5

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CAPÍTULO CINCO

Mundos p ersonales: p referencias


y diferencias individuales

Los seres humanos, en cuanto especie, son extraordinariamente po­


limorfos. Si las variaciones físicas externas entre diferentes individuos
resultan sorprendentes, las diferencias internas lo son mucho más.
Lejos de ser «hermanos bajo la piel», si consideramos ciertos paráme­
tros orgánicos, casi pertenecemos a diferentes especies. Debo decir
enseguida que los contrastes significativos se dan entre individuos y
que las diferencias interraciales son relativamente poco importantes.
Las actitudes ante la vida y el entorno reflejan necesariamente
variaciones individuales, bioquímicas y fisiológicas. El mundo del
daltónico tiene que ser menos policromo que el de quien goza de vi­
sión normal. También reconocemos diferencias de temperamento
entre las personas. La actitud ante la vida que tiene una persona me­
lancólica u otra plácida es muy diferente de la de un individuo op­
timista o a la de alguien nervioso. Una causa de estas variaciones en
personalidad y temperamento se encuentra en las glándulas endo­
crinas: incluso las llamadas personas normales muestran diferencias
importantes entre sí. Estas glándulas liberan hormonas en el torrente
sanguíneo, que producen un marcado efecto en las emociones y en
la sensación de bienestar que experimenta el individuo. Para poder
comprender cabalmente cómo pueden diferir las actitudes indi­
viduales hacia el entorno, debemos saber algo de la fisiología y del
temperamento humanos en toda su diversidad. Que la individuali-
TOPOFILIA

dad puede sobrepasar las fuerzas culturales que actúan en pro del
consenso, puede ilustrarse con un simple ejemplo. Consideremos el
caso de una familia que sale a una excursión de fin de semana.
Esta actividad no siempre es tan feliz y simple como lo proclama
la publicidad de las cocinillas de camping. Durante la etapa de plani­
ficación, puede que los miembros de la familia se acaloren decidien­
do dónde ir, y que una vez llegados al destino, surjan desacuerdos so­
bre dónde acampar, cuándo detenerse para cenar, qué atracciones
turísticas visitar, y así sucesivamente. Factores como edad, sexo, fi­
siología innata y diferencias de temperamento dent�o de una misma
familia se imponen con facilidad sobre cualquier exigencia social que
empuje hacia la armonía y la unión.

Individualidadfisiológica

El capítulo 2 trata brevemente de los sentidos del ser humano, con


énfasis en lo que los humanos tienen en común como especie bioló­
gica. Consideremos ahora unas cuantas diferencias. Respecto de la
visión, sabemos bien que algunas personas son ciegas, otras sufren de
daltonismo, algunas tienen lo que se considera una visión normal y
muchas deben usar gafas para corregir defectos visuales. Una capaci­
dad visual menos conocida es la visión periférica que se refiere a la
percepción del margen más externo del campo visual, una función
que varía enormemente entre las personas sin defectos visuales. Los
individuos especialmente dotados de visión periférica viven, poten­
cialmente, en un mundo más panorámico que aquellos que no pose­
en esa facultad. En cuanto a la capacidad para la visión individual de
los colores, el defecto de percepción de los colores rojo y verde es bien
conocido: quienes lo padecen en su forma más extrema ven el mun­
do en amarillos, azules y grises. Existen también otras variedades y
grados de sensibilidad al color y cada una de ellas posee fortalezas y
debilidades en cuanto a la discriminación fina entre tonalidades cro­
máticas. También la percepción auditiva muestra marcadas diferen­
cias individuales. Las personas desprovistas de oído musical no pue­
den reconocer ni siquiera las melodías más populares y son incapaces

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MUNDOS PERSONALES

de afinar instrumentos musicales o tocar instrumentos de cuerda o de


viento.' La receptividad al tono puede medirse y esas mediciones han
mostrado diferencias notables entre personas que no padecen defec­
tos auditivos reconocidos. También la sensibilidad al ruido (y, en es­
pecial, a ciertos tipos de ruido) difiere notablemente de una persona a
otra. Asimismo, la sensibilidad táctil varía de forma considerable. Al­
gunos individuos excepcionales parecen carecer de receptores del do­
lor. Cortes, magulladuras y hasta fracturas óseas apenas les incomo­
dan. El dolor no es deseable, pero constituye un modo de conocer el
mundo. Una excesiva insensibilidad al dolor resulta peligrosa, ya que
éste nos �visa de la posibilidad de lesiones corporales que requieren
atención.l«Caliente» y «frío» son sensaciones subjetivas que varían no­
tablemente entre individuos. Todos hemos observado, por ejemplo,
a una persona que se dispone a abrir una ventana mientras, al mismo
tiempo, otra decide ponerse una prenda de abrigo; o a alguien con
prisas por coger el avión que, aun así, debe tomarse el café a pequefios
sorbos, mientras otro se lo bebe de un solo trago. Pero las diferencias
en relación con el cerebro son quizá las más sorprendentes. El cerebro
varía de un individuo a otro en cada uno de los atributos que haya
podido ser observado y medido. Nos conforta comprobar que las
personas poseen mentes verdaderamente individuales.'

Temperamento, talento y actitudes

La asociación entre las características físicas, por un lado, y el tempera­


mento y el carácter, por el otro, es un lugar común en la literatura. No
se puede pensar en esas criaturas inmortales de la imaginación como
Falstaff, el sefior Micawber, Sherlock Holmes o el sefior Murdstone,
sin que nos vengan a la mente sus atributos físicos. Cuerpo y persona­
lidad parecen constituir un todo; es tan difícil imaginarse un Micaw­
ber delgado como un Holmes regordete. En la vida real es frecuente
que la gente deduzca el carácter o el talento de los demás a partir de la
apariencia física, algo que nos parece tan natural que no somos cons­
cientes de ello. Sin embargo, los científicos han vacilado a la hora de
aceptar esa asociación o incluso considerarla seriamente, a pesar de la

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evidente importancia que comporta para la comprensión de la con­


ducta. En las décadas de 1930 y 1940, William Sheldon hizo una va­
liente tentativa de relacionar el tipo corporal (somatotipo) con el tem­
peramento. Aunque su trabajo fue muy criticado por su ingenuidad
taxonómica, estudios recientes tienden a apoyar algunas de sus con­
clusiones.3 Sheldon clasificó a las personas en tres escalas que represen­
tan el desarrollo visceral (endomorfismo), el del aparato muscular y
esquelético (mesomorfismo) y el de la piel y los nervios (ectomorfis­
mo) , proponiendo el siguiente esquema:

Ectomorfia (alto, delgado, frágil)

Mesomorfia (huesudo, Endomorfia (blando, redondo, gordo)


muscular, atlético)
H: Sherlock Holmes
M: Micawber
B: Tom Brown

Cada tipo corporal está asociado con un conjunto de rasgos tem­


peramentales, que podrían ejercer un impacto en las actitudes hacia
el entorno.

Tipo corporal Rasgos temperamentales y actitudes hacia la naturaleza


Ectomorfo Distante, reflexivo, tímido, introspectivo, serio
(contempla la naturaleza y el medioambiente;
interpreta la naturaleza como reflejo de sus propios
estados de ánimo).
Mesomorfo Dominante, alegre, atrevido, optimista, discutidor
(disfruta dominando la naturaleza, por ejemplo:
cazadores, ingenieros civiles).
Endomorfo Tranquilo, cooperador, afectuoso, sociable (disfruta
sensualmente la naturaleza, la disfruta con otros).

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MUNDOS PERSONALES

Una debilidad en la clasificación de Sheldon es que características


individuales como el sistema óseo, el tejido adiposo y el músculo
pueden variar de forma independiente. Físico y temperamento están
relacionados, pero no se ha encontrado todavía un método de medi­
ción que sea completamente satisfactorio. Suponiendo que los rasgos
de personalidad y temperamento tengan un origen biológico (aun­
que éste puede ser genético y no susceptible de correlacionarse con
un biotipo corporal sheldoniano), surge la cuestión de cómo dichos
rasgos interactúan con ciertas habilidades especializadas que son im­
portantes para nuestra capacidad de dar estructura al mundo. Consi­
deremos la visualización espacial, una capacidad que varía de forma
apreciable entre las personas. El genetista J. M. Thoday ha comuni­
cado que en su carrera docente se ha encontrado habitualmente con
una pequeña proporción de estudiantes que parecen completamente
incapaces de imaginar la forma tridimensional de una célula a partir
de la observación de secciones bidimensionales de tejido. Esas perso­
nas tienen un serio impedimento en ocupaciones que requieren de
tal destreza. 4 La habilidad de visualizar de forma tridimensional así
como la de orientarse en el espacio también parecen asociadas con la
aptitud matemática y con una dificultad para la expresión verbal. A
partir del análisis estadístico de una pequeña muestra de población,
Macfarlane Smith propone las siguientes correlaciones tentativas en­
tre rasgos de personalidad y habilidades espacio-verbales:

1. La inestabilidad emocional parece estar principalmente asociada con


bajas puntuaciones en pruebas espaciales y verbales.
2. Características de personalidad tales como confianza en sí mismo,
perseverancia y vigor se relacionan con puntuaciones altas en prue­
bas espaciales, comparadas con pruebas verbales.
3 . Las personas con mayor destreza espacial y mecánica tienden a actitudes
e intereses masculinos y a ser introvertidos y poco sociables. Por el con­
trario, las personas que muestran una habilidad verbal relativamente alta
son extravertidas y tienden a mostrar actitudes e intereses femeninos.
4. Una persona con gran habilidad espacial captará mentalmente una ci­
fra en unidades relativamente grandes y tenderá a verla como un todo
en lugar de permitir que su atención se desvíe de un elemento a otro.
Tenderá a clasificar objetos por su forma más que por su color. 5

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TOPOFILIA

Un discurso convincente y riguroso referente a actitudes hacia


el entorno requiere una apropiada expresión verbal. La literatu­
ra, más que las investigaciones procedentes de las ciencias sociales,
nos proporciona una información a la vez detallada y matizada so­
bre cómo los individuos perciben sus mundos. La novela realista
no sólo retrata fielmente una cultura (algo que las ciencias socia­
les también procuran hacer) , sino que destaca la individualidad de
las personas dentro de ella. Allí, una voz personal y única se escapa
de los moldes de las explicaciones sociológicas. Para interpretarla,
el novelista insinúa factores que en sí mismos son poco conoci­
dos: atributos congénitos (temperamento) o imprevistos de la vida
(azar). Los escritores crean personalidades ficticias; voces que se ele­
van por encima del discurso estándar de su grupo social. La gente
tiene actitudes características frente a la vida: el discurso es prosai­
co y lo aceptamos sin problemas. Pero los escritores consiguen ex­
presar opiniones del mundo que son sutilmente diferentes. A par­
tir de sus obras podemos reconocer la singularidad de las personas.
Ilustraré este punto recurriendo a las perspectivas particulares de es­
critores bien conocidos. Enseguida me referiré a ciertas actitudes
peculiares con relación al medio ambiente que requieren, para ser
cabalmente comprendidas, la hipotética existencia de un tempera­
mento ascético.

TOLSTOI Y DOSTOYEVSKI

Los novelistas rusos Tolstoi (1828-1910) y Dostoyevski (1821-1881)


son dos titanes de la literatura moderna. Cada uno de ellos vio la
obra del otro con una mezcla de admiración e inquietud. Dotados
de gigantesca vitalidad, escribieron obras colosales que descollaron
en sus retratos de los tortuosos dédalos del alma humana y de la so­
ciedad rusa en el siglo diecinueve. Sin embargo, los mundos que
percibieron tienen muy poco en común.
El de Tolstoi es un mundo homérico. Su perspectiva de la vida y
de la naturaleza coincide mucho más con la visión del mundo del
desconocido bardo de la Grecia antigua que con la de su contempo-

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MUNDOS PERSONALES

ráneo Dostoyevski. Según George Steiner, las obras de Tolstoi pare­


cen epopeyas homéricas en «la ambientación arcaica y pastoril ... la
poesía de la guerra y la agricultura; la primacía de los sentidos y del
gesto físico; el ciclo de los años como un luminoso telón de fondo
que todo lo concilia ... la aceptación de una continuidad del ser que
se extiende desde la materia bruta hasta las estrellas ... y en lo más
profundo, lo esencial, una determinación de avanzar por el "camino
real de la vida" (Coleridge) en vez de recorrer sinuosidades oscu­
ras». 6 En el primer epílogo de Guerra y paz, Tolstoi equipara la vida
rural con la buena vida. El eje de Ana Karenina es la antítesis entre la
ciudad y el campo: a su alrededor se resuelve la estructura moral y
técnica de la novela. Por el contrario, Dostoyevski está totalmente
inmerso en la ciudad. La ciudad puede ser el infierno, pero la salva­
ción no está en el campo: sólo puede encontrarse en el Reino de
Dios. En la obra de Dostoyevski hay pocos paisajes. Aún al evocar la
belleza natural, el ambiente es urbano: «Adoro el sol de marzo en
San Petersburgo ... De pronto toda la calle resplandece, bañada en una
luz brillante. Es como si, en un instante, todas las casas volvieran a la
vida. Y los matices sucios de los grises, los amarillos y los verdes pier­
den, por un instante, toda su melancolía»/ La ciudad puede estar
maldita, pero Dostoyevski no puede concebir ningún otro escenario
en donde puedan ocurrir acciones humanas significativas. Su hogar
es la ciudad, aun cuando sea húmeda e incómoda. Por su parte,
Tolstoi parece sentirse a gusto en un ambiente urbano sólo cuando
está siendo destruido: su poder narrativo alcanza su punto culmi­
nante con el incendio de Moscú.

LOS POETAS MODERNOS Y LA CIUDAD

Tres distinguidos poetas estadounidenses, T.S. Eliot, Carl Sand­


burg y E. E. Cummings, ofrecen imágenes mutuamente incompati­
bles de la ciudad. Las de Eliot son constantemente deprimentes y a
veces sórdidas. En la ciudad de Eliot, un humo amarillo se desliza
por las calles y restriega su espalda en los cristales; hombres solitarios
en mangas de camisa se asoman por las ventanas; en terrenos bal-

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díos, ráfagas de lluvia agitan hojas marchitas y restos sucios de perió­


dicos. Cuando llega la mañana, el poeta nos invita a pensar en todas
las manos que en ese momento proyectan sombras lúgubres en mil
cuchitriles, y en seres desesperados que se sientan al borde de la
cama, sus manos mugrientas aferradas a las amarillentas plantas de
sus pies. 8 En cambio, el Chicago de Sandburg está lleno de asevera­
ciones rotundas. La ciudad es ruidosa, perversa y brutal; llena de
mujeres y niños hambrientos. Pero el poeta dice: «mostradme otra
ciudad que cante con la cabeza alta, tan orgullosa de estar viva, de
ser robusta, fuerte y astuta». Sandburg describe su metrópolis con
estruendosos epítetos. Por su parte Cummings, como Eliot, se con­
centra en el detalle revelador, pero sus imágenes urbanas son más
benévolas. Un poema celebra la primavera en la ciudad. La estación
provoca regocijo. Engatusa por igual al imprudente escarabajo san­
juanero y a la frívola lombriz en las esquinas, convence al musical
gato en celo para que entone serenatas a su enamorada y atiborra los
parques de grandullones caballeros granujientos y de chicas que
mascan chicle entre risitas.9

EL MUNDO EVANESCENTE DE VIRGINIA WOOLF

Un aspecto importante de la sensibilidad de Virginia Woolf es la


presencia de un trémulo mundo que está a punto de disolverse con
cualquier cambio de luz. Veamos este pasaje de su novela Al Faro.

Y luego, como si el limpiar y el frotar y el guadañar y el segar la hubiese


ahogado, surgió de nuevo la melodía escuchada a medias, la música inter­
mitente que el oído advierte pero no retiene; un ladrido, un balido, irregu­
lares, espaciados, pero relacionados de algún modo; el zumbido de un in­
secto, el temblor de la hierba cortada, separada de la tierra pero todavía
suya; el choque de un escarabajo pelotero, el chirrido de una rueda, sonidos
graves y agudos, pero misteriosamente relacionados; sonidos que el oído se
esfuerza por reunir y que está siempre a punto de armonizar, pero que nun­
ca llegan a escucharse del todo, ni se armonizan por completo, hasta que,
finalmente, al caer la tarde, se esfuman uno tras otro, la armonía se quiebra
y cae el silencio. Con el crepúsculo desaparece la nitidez y, como una niebla
que se levanta, el silencio se alza y se extiende y se calma el viento; el mun-
MUNDOS PERSONALES

do se relaja preparándose para el sueño, cas i a oscuras allí, por la ausencia


de una luz para iluminarlo, si se exceptúa el verdor difundido a través de las
hoj as o la palidez de las flores blancas junto a la ventana.'º

En esta descripción de lugar, el efecto de evanescencia y fragilidad


se consigue entreteniéndose en los sonidos. Comparado con la visión,
el oído es desenfocado y pasivo. Los sonidos se oyen fuera de contex­
to: «sonidos que el oído se esfuerza en reunir, siempre a punto de con­
seguir que armonicen, pero que nunca se oyen bien del todo, nunca
armonizan plenamente... » En cambio, lo que vemos está estructurado
y armonizado: primer plano, fondo y perspectiva. El sonido represen­
ta el cambio continuo; la imagen visual, la permanencia. El mundo
parece estático para el sordo y contingente para el ciego.

EL TEMPERAMENTO ASCÉTICO

Una predilección por ambientes austeros y desnudos como el de­


sierto o la celda de un monje, parece contradecir el normal deseo
humano de comodidad y abundancia. Sin embargo hay quienes, de
forma repetida, han buscado la naturaleza inhóspita no sólo para es­
capar de la corrupción sino también del voluptuoso lujo de la vida
urbana. El anhelo de simplicidad, cuando trasciende las normas so­
ciales y requiere el sacrificio de los bienes mundanos, es síntoma de
un sesgo profundo; la conducta que esta aspiración origina no pue­
de explicarse solamente por los valores culturales en boga. ¿Cuál
puede ser el atractivo positivo del ascetismo? El ascetismo es una re­
nuncia, pero una renuncia que no es sólo un medio para conseguir
un fin, sino que puede ser en sí misma una afirmación. La práctica
ascética puede entenderse como libre ejercicio de la voluntad: el se­
ñorío del espíritu sobre la materia y el desierto como austera etapa
en el camino a la epifanía.
La Biblia es una copiosa fuente de actitudes contradictorias ha­
cia el entorno. Los israelitas, por ejemplo, muestran el rechazo hu­
mano normal hacia el desierto. Como hogar, buscan la tierra de leche
y miel. Pero el ascetismo, que identifica las tierras baldías tanto con

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TOPOFILIA

el mérito humano como con la gracia de Dios, permanece como un


poderoso ideal compensatorio. Los encuentros con Dios, sean di­
rectos o indirectos (a través de los profetas), se llevan a cabo en es­
pacios desolados, alejados del sonido de ríos que distrae y de los
hombres turbulentos. El paisaje desnudo refleja la pureza de la fe.
En los primeros siglos del cristianismo, los ermitafios buscaban in­
cansablemente a Dios en el silencio y en la desolación del desierto.
Sus actitudes hacia la naturaleza podían ser muy excéntricas. San An­
tonio, el ermitafio egipcio, se pronunció con vehemencia contra la
salida del Sol, porque perturbaba sus plegarias. El patriarca Abra­
ham elogiaba las tierras yermas porque no distraían a los hombres
con la idea de cultivarlas. San Jerónimo escribió: «La ciudad es una
prisión; la soledad del desierto, el paraíso. » 11
En la era moderna, Dios se ha retirado del mundo, pero el de­
sierto conserva su atractivo ambivalente para ciertos individuos de
temperamento ascético. Es difícil pensar en Charles Doughty o
T.E. Lawrence sin visualizar el desierto como el escenario natural
para el despliegue de sus formidables personalidades. Hay quienes
rechazan los ambientes placenteros y anhelan el desierto o algún
otro ámbito inclemente en donde puedan conocer la dureza despia­
dada de la realidad y su desnudo esplendor. Un indicio del obstina­
do atractivo del desierto aparece en el primer párrafo de Los siete pi­
lares de la sabiduría, ese verdadero testamento de T.E. Lawrence:
«En cualquier caso, durante afios vivimos todos juntos en el desier­
to desnudo y bajo un cielo indiferente. De día, un sol de justicia nos
inflamaba y el viento cortante nos aturdía. Por la noche, el relente
nos impregnaba y el silencio de las estrellas incontables nos humi­
llaba en nuestra pequefiez. » 1 1
La aridez puede encontrarse tanto en el desierto como en una es­
tación ferroviaria rural. Las personalidades heroicas se sienten atra­
ídas por ella por razones que el común de los mortales encuentra di­
fíciles de entender. Simone Weil decía que su verdadero nicho en el
mundo estaba en la desnuda sala de espera de una estación de tre­
nes. George Orwell se retiró a las inhóspitas islas Hébridas para pa­
sar los últimos afios de su vida. Ludwig Wittgenstein pudo haber
disfrutado de la cómoda y refinada vida académica de la Universi-
MUNDOS PERSONALES

dad de Cambridge. Pero él desdeñaba las comodidades materiales;


a excepción de un catre de tijera, sus habitaciones en el Trinity Co­
llege estaban desnudas. Albert Camus, en el cenit de su fama, refle­
xionaba: «Para mí, el mayor lujo se ha correspondido siempre con
una cierta sencillez. Me gusta el sobrio interior de las casas de Espa­
ña o del norte de África. Mi lugar preferido para vivir y trabajar (y
aún más extraño, donde no me importaría morir) es una habitación
de hotel». 1 3

Sexo

La relación entre capacidad innata y desarrollo de actitudes especia­


les frente al mundo se comprende a duras penas. En nuestros con­
tactos cotidianos, damos por sentado que existen actitudes excéntri­
cas y que no se explican por completo invocando factores culturales
tales como los antecedentes de familia, crianza o educación. Los
ejemplos citados invitan a considerar la existencia de actitudes que
por su extravagancia nos llevan a especular sobre influencias congé­
nitas; es decir, a atribuir ciertas inclinaciones a esa incierta mezcla de
humores llamada temperamento. Pero hay pocas pruebas conclu­
yentes para ello. No obstante, cuando relacionamos el rango de ac­
titudes humanas con las categorías de sexo y edad, nos encontramos
en un terreno más seguro.
Masculino y femenino no son diferenciaciones arbitrarias. Las di­
ferencias fisiológicas entre hombres y mujeres son claramente defi­
nibles y se puede anticipar que afectan al modo en que responden
al mundo. 14 El hombre promedio es más pesado y musculoso que la
mujer promedio, una diferencia debida al sexo que se advierte en
casi todos los mamíferos. El hombre, que tiene menos grasa en sus
tejidos, es más susceptible al frío que la mujer. La piel femenina es
más delicada, suave y probablemente más sensible que la masculina;
la mujer discrimina mejor las sensaciones táctiles. La sensibilidad ol­
fativa es más aguda en las niñas que en los niños, especialmente des­
pués de la pubertad. Sería fácil mencionar otras diferencias que in­
fluyen en la percepción y la conducta de hombres y mujeres, pero

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TOPOFILIA

aquí nos limitamos sólo al hombre y la mujer promedio. Estas reglas


generales tienen muchas excepciones y hay bastante incertidumbre
sobre las relaciones entre fisiología y actitud mental. Y uno se pre­
gunta: ¿Tiene el sexo femenino un modo característico de darle una
estructura al mundo que difiere del modo masculino de hacerlo? El
poderoso impacto de la cultura sobre actitudes y comportamiento
tiende a confundir aún más el problema. En cada una de las culturas
conocidas, el hombre y la mujer tienen asignados papeles distintos
y, desde la niñez, se les enseña a comportarse de maneras diferentes.
A pesar de ello, el hecho mismo de que no existan excepciones en
este aspecto avala las causas enraizadas en la biología. 1 5
La psicología conductista tiende a minimizar la importancia del
sexo, mientras que el psicoanálisis de raíz freudiana tiende a enfati­
zarla. Erik Erikson cree que el sexo desempeña un papel importan­
te en el modo en que los niños estructuran el espacio. En su libro
Childhood and Society hay una sección cuyo título podría traducir­
se como «Tipos genitales y modalidades espaciales». Para el pensar
psicoanalítico, y para Erikson en particular, «alto» y «bajo» son va­
riables masculinas; «abierto» y «cerrado» son modalidades femeni­
nas. Experimentos basados en el juego libre muestran que cuando
una niña diseña un ambiente, generalmente se trata del interior de
una casa, representado como una disposición de muebles sin mu�
rallas, o por un simple recinto construido con bloques. En la escena
de la niña, la gente y los animales están en su mayor parte dentro de
ese espacio interior o recinto cerrado y en su mayor parte se trata
de personas o animales en posiciones estdticas. Las escenas de los ni­
ños son casas con murallas elaboradas o fachadas con salientes que
representan ornamentos o cañones. Hay torres altas. En las cons­
trucciones de los niños más personas y animales están foera de los
recintos o edificios y hay más objetos que se mueven por calles y cru­
ces. Al mismo tiempo que juegan con estructuras altas, los niños
juegan con la idea de derrumbe; las ruinas son construcciones ex­
clusivamente masculinas. 16

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MUNDOS PERSONALES

Edad

Shakespeare habla de las siete edades del hombre y caracteriza cada


una de ellas con tanta elocuencia y penetración que cada una pare­
ce corresponder a siete personas diferentes. Si quedase alguna duda
sobre la relación entre tipos corporales, sexo y otros rasgos innatos
por un lado, y la percepción y conducta respecto al medio ambien­
te por el otro, no la hay en lo que concierne al papel del ciclo vital
en la extensión del abanico de respuestas humanas hacia el mundo.
En el lenguaje de las ciencias sociales, «hombre» es normalmente
una persona adulta activa, con lo que se pasa por alto el hecho de
que la adultez sea simplemente una etapa en la vida de una persona,
como lo son infancia, niñez y adolescencia, antes de ella, y senectud
después. Cada edad tiene su propia fisonomía y perspectiva: en el
curso de una larga vida nos movemos inevitablemente desde una in­
fancia de «lloriqueos y vómitos en brazos de la nodriza» hacia una
segunda infancia «sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada».

EL BEBÉ

El bebé carece de un mundo, hasta el punto de no es capaz de dis­


tinguir entre el Yo y el entorno. Percibe y responde a estímulos del
entorno y puede tal vez discriminar mejor las cualidades del sonido
que las de las imágenes visuales. Pero por encima de todo, posee una
gran sensibilidad táctil. Como todas las madres saben, el bebé es
asombrosamente consciente del estado de ánimo de su madre por el
modo en que ésta lo sostiene. O más exactamente, es consciente de
los pequeños cambios de presión y temperatura a su alrededor,
puesto que no es capaz de reconocer a la madre como un individuo
separado. Hacia la quinta semana, los ojos del bebé son capaces de
fijarse en los objetos. La primera configuración que reconoce es la
cara humana; incluso la abstracción de una cara: el dibujo de dos
puntos y una línea en un papel. Sin embargo, no reconoce objetos
de marcados ángulos geométricos como cuadrados y triángulos. La
forma rectilínea no tiene valor para su supervivencia, pero la cara

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TOPOFILIA

humana sí la tiene. ' 7 A los tres o cuatro meses, el bebé es capaz de


identificar específicamente la cara de la madre, pero la idea de una
persona completa está todavía fuera de su comprensión. Cuando el
bebé mira a alguien, fija los ojos en partes del cuerpo: la boca, las
manos, etc. ; sólo a los seis meses viene a dar prueba de que percibe
a otra persona. La experiencia de espacio del bebé se halla muy cir­
cunscrita. Al empezar su vida, el espacio es primariamente «bucal»
y se limita a lo que reconoce a través de la exploración que realiza
con la boca. La misma respiración puede proporcionar al bebé una
especie de experiencia espacial. La posición horizontal de la cuna y
la vertical contra el cuerpo de la madre, cuando es tomado en bra­
zos para liberarlo de gases, le da una idea de la realidad de las di­
mensiones del espacio. Con respecto al color, ya a los tres meses, los
bebés parecen responder a los colores. Los más pequeños parecen
manifestar una preferencia por los colores cálidos frente a los colo­
res fríos. A medida que crecen, esta preferencia por los colores cáli­
dos -especialmente el amarillo- disminuye, y seguirá disminu­
yendo con la edad. 18

LA PRIMERA INFANCIA

El bebé sonríe ante una cara humana, pero también lo hace ante
una hoja de papel con puntos en él, lo que indica que no distingue
entre objetos animados e inanimados. Sin embargo, de un modo
sensorial y motor, probablemente puede distinguir entre materia
viva y materia inanimada. El niño pequeño es animista: responde a
todos los cuerpos que se mueven como si fuesen autopropulsados y
estuviesen vivos. Incluso un niño de seis años puede pensar que las
nubes, el Sol y la Luna están vivos y son capaces de seguirlo cuando
camina. 1 9 El mundo del niño pequeño está circunscrito a su alrede­
dor inmediato; no es por naturaleza un observador de estrellas. Los
objetos distantes y las vistas panorámicas no le atraen de forma es­
pecial. Para el niño de cinco o seis años, el espacio no está todavía
bien estructurado. Un niño pequeño no concibe el espacio como un
ambiente susceptible de ser analizado en dimensiones separadas. Al
MUNDOS PERSONALES

principio, es consciente del arriba y el abajo, de la izquierda y la de­


recha, de adelante y de atrás, ya que estas dimensiones se derivan di­
rectamente de la estructura del cuerpo humano. Otras dimensiones
como abierto-delineado, denso-difuso, agudo-obtuso, se concep­
tualizarán más adelante.'º «Paisaje» no es una palabra que tenga sen­
tido para el niño pequeño. Antes que nada, para ver el paisaje se ne­
cesita la capacidad de distinguir claramente entre «yo» y «los otros»,
una habilidad todavía poco desarrollada en niños de seis o siete
años. Luego, para ver el paisaje y evaluarlo estéticamente, uno ne­
cesita ser capaz de identificar un segmento desligado de la naturale­
za y ser consciente de la coherencia de sus características espaciales,
en aspectos como: ¿Están los componentes verticales y horizontales
dispuestos en oposición dinámica? ¿Se encuentran los espacios ce­
rrados dispuestos de manera armoniosa dentro del plano abierto?
¿Está la mancha de follaje de la derecha en equilibrio con la hilera
de sauces de la izquierda? Sin embargo, aunque el paisaje se le es­
capa, el niño pequeño es perfectamente consciente de sus compo­
nentes por separado: el tronco de un árbol, una gran roca, el agua
que burbujea en una parte del arroyo. A medida que el niño crece,
su consciencia de las relaciones espaciales crece a expensas de la in­
dividualidad de los objetos que las definen. En cuanto a sus prefe­
rencias de colores, el niño parece indiferente a los colores mixtos
como el malva, el castaño claro o el lavanda, pero se siente fuerte­
mente atraído por los tonos brillantes; tanto es así que tiende a
agrupar los objetos geométricos de acuerdo a sus similitudes de co­
lor y no de forma. Todo lo que brilla es oro. En resumen, el mun­
do del niño pequeño es animado y está formado por objetos vívidos
que están claramente delineados dentro de un espacio débilmente
estructurado.

EL NIÑO Y LA APERTURA AL MUNDO

Excepto en contadas ocasiones, resulta difícil para un adulto recu­


perar lo que tenían de vívido las impresiones sensoriales que ha per­
dido como, por ejemplo, la frescura de un paisaje después de la llu-

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TOPOFILIA

via, el intenso aroma del café antes del desayuno -cuando la con­
centración de azúcar en la sangre es baja- o la intensidad con la
que se nos presenta el mundo tras una larga enfermedad. Desde los
siete u ocho años hasta los catorce o los quince, un niño pasa mu­
cho tiempo en ese mundo vívido. A diferencia del niño pequeño, el
niño mayor no está atado a los objetos o al entorno más próximo;
él es capaz de conceptualizar el espacio en sus diferentes dimensio­
nes; aprecia las sutilezas del color y reconoce la armonía de líneas y
volúmenes. Ya posee gran parte de la habilidad conceptual del adul­
to. Puede ver el paisaje como un segmento de la realidad «allí fue­
ra» artísticamente arreglada; pero también lo concibe como una
presencia envolvente y penetrante: una fuerza. Sin preocuparse de
los problemas del mundo, libre de las restricciones de la educación,
desprovisto de hábitos arraigados, indiferente al tiempo, el niño
está abierto al mundo. Frank Conroy, en su novela autobiográfica
Stop- Time, describe lo que ocurre cuando esta naturalidad infantil
se enfrenta al más banal de los entornos. El autor, a la sazón un chi­
co de trece años, monta en su bicicleta sin dirigirse a ninguna par­
te en particular:

Me detuve en la primera gasolinera para tomar una Coca-Cola y controlé


la presión de los neumáticos. Me gustaban las gasolineras. Uno podía ha­
raganear por ahí el tiempo que quisiera sin que a nadie le importara. Sen­
tado en el suelo, apoyado contra la pared en un rincón sombreado, sorbía
poco a poco mi Coca-Cola para hacerla durar.
¿Es la mínima negligencia de la niñez la que nos descubre el mundo?
Ahora ya no pasa nada en una gasolinera. Estoy ansioso por marcharme,
por llegar a donde voy y la gasolinera, como una enorme figura recortada en
papel o un decorado de Hollywood, no es más que una fachada. Pero a los
trece años, sentado contra la pared, era un lugar fantástico. El delicioso olor
a gasolina, los coches que entraban y salían, la manguera de aire, las medias
voces que zumbaban en el fondo . . . estas cosas pendían musicalmente del
aire y me transmitían una sensación de bienestar. En diez minutos mi alma
se llenaba hasta los topes, como el tanque de un automóvil. 2 1
MUNDOS PERSONALES

VEJEZ

Las personas son vagamente conscientes de que la agudeza de sus


sentidos empieza a disminuir con la edad. Esta declinación y su cau­
sa fisiológica pueden medirse. Las papilas gustativas del niño se dis­
tribuyen extensamente en el paladar duro y blando, las paredes de la
garganta y la parte central superior de la lengua. Dichas papilas de­
saparecen gradualmente a medida que la persona madura, y por
ende, la sensibilidad al sabor disminuye. Los adultos jóvenes pue­
den detectar el sabor dulce en una solución de azúcar que posee ape­
nas un tercio de la concentración requerida para que un adulto ma­
yor perciba ese sabor. La vista se debilita. El anciano presta más
atención a la información que recibe por los receptores periféricos
del ojo, capaces de magnificar el movimiento. Con la edad, el mun­
do se hace un poco más gris: la percepción de los colores del extre­
mo violeta del espectro se deteriora. Las lentes del ojo se ponen más
amarillas, absorbiendo más la luz ultravioleta y una parte de las lon­
gitudes de onda del violeta. La audición disminuye de forma mar­
cada en la gama de las frecuencias altas. Mientras una persona joven
de audición normal es sensible a un sonido de 20.000 c. p. s., en la
edad mediana tardía hay quienes no pueden percibir notas por en­
cima de los 10.000 c. p. s. Con el aumento de la sordera, el mundo
parece estático, carente de las pulsaciones de la vida. El mundo per­
cibido se encoge, puesto que tanto la audición como la vista se de­
bilitan. Una movilidad que declina restringirá aún más el mundo
del viejo, no sólo en el ostensible sentido geográfico, sino también
en la medida en que los encuentros hapticosomáticos con el medio
ambiente (escalar, correr, caminar) se hacen menos frecuentes. Los
jóvenes pueblan el futuro con fantasías, mientras que en el viejo es
el pasado, que se alarga más y más, el que proporciona el material
para la fantasía y la distorsión. Para las personas de edad avanzada,
el mundo se contrae no sólo porque sus sentidos pierden agudeza,
sino también porque su futuro se acorta: a medida que el futuro se
reduce, también disminuye el horizonte espacial. Así, el viejo puede
llegar a estar emocionalmente involucrado con acontecimientos y
objetos inmediatos de una manera que recuerda a la del niño.
TOPOFILIA

Si uno se detiene a considerar las etapas del ciclo de vida, verá


que la gama de respuestas humanas al mundo va más allá del cam­
po que los científicos sociales normalmente se dedican a estudiar.
Además, en cada grupo de edad existen grandes diferencias en cuan­
to a capacidad. También los ritmos de desarrollo y envejecimiento
varían de una persona a otra. A los noventa, Pau Casals seguía tocan­
do el violonchelo y dirigiendo la orquesta con gran distinción. En­
tre los artistas e intelectuales modernos, Tolstoi, Whitehead, Picasso
y Bertrand Russell siguieron disfrutando de vidas vigorosas y creati­
vas aún en la edad avanzada. Septuagenario ya, De Gaulle continuó
siendo una figura política notable.

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