Giammatteo, Categorías

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LAS CATEGORÍAS LINGÜÍSTICAS:

ENTRE LA DEIXIS Y LA SUBJETIVIDAD

Mabel Giammatteo (coord.)

Autores:

Hilda Albano
Paula Bonorino
Mariana Cuñarro
Emiliano De Bin
Laura Ferrari
Adalberto Ghio
Mabel Giammatteo
Natalia Giollo
Andrés Kaller
Ana Marcovecchio
Carlos Muñoz Pérez
Guillermina Pagani
Augusto Trombetta
Índice

Prólogo

INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. LAS CATEGORÍAS LINGÜÍSTICAS por Mabel Giammatteo

PARTE I. CATEGORÍAS DE LA SITUACIÓN COMUNICATIVA


CAPÍTULO 2. LA DEIXIS por Laura Ferrari y Andrés Kaller
CAPÍTULO 3. LA PERSONA por Mariana Cuñarro
CAPÍTULO 4. EL TIEMPO por Mabel Giammatteo y Augusto Trombetta
CAPÍTULO 5. EL MODO por Hilda Albano y Adalberto Ghio

PARTE II. CATEGORÍAS DEL EVENTO


CAPÍTULO 6. EL GÉNERO por María Paula Bonorino y Mabel Giammatteo
CAPÍTULO 7. EL NÚMERO por Ana María Marcovecchio y Guillermina Pagani
CAPÍTULO 8. EL ASPECTO por Emiliano De Bin y Natalia Giollo

PARTE III. CATEGORÍAS DE LA ESCENA ORACIONAL


CAPÍTULO 9. CASO Y DIÁTESIS por Carlos Muñoz Pérez y Augusto Trombetta
Prólogo

Esta es una obra colectiva, lo que quiere decir que además de que en su escritura han
intervenido muchas manos, hubo también muchas cabezas ocupadas en la elaboración de los
nueve capítulos que la conforman para que no solo cada uno fuera un todo coherente en sí
mismo, sino que el conjunto resultara una totalidad armónica y bien integrada. Los distintos
capítulos que la integran son el resultado de la investigación sobre las categorías lingüísticas
de un equipo de docentes investigadores de la universidad pública, cuyas proyectos han sido
realizados con subsidios de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos
Aires (UBACyT 01/Q411 (20020130100411BA)/2014-2017) y de la Agencia Nacional de
Promoción Científica y Tecnológica (PICT Tipo A 2013-0568/2014-2017).
El interés por las categorías lingüísticas surgió en las primeras reflexiones sobre el lenguaje
de los filósofos griegos y desde entonces ha sido una preocupación constante de la lingüística,
que ha considerado el tema según desde distintos enfoques y marcos teóricos. En este trabajo
hemos decidido encuadrar su tratamiento dentro de las ciencias cognitivas, que plantean que
las categorías son los moldes por los que nuestra mente capta el mundo. Esta perspectiva nos
ha permitido mostrar a cada una y al conjunto, como producto de nuestra actividad de
pensamiento y de su reflejo en el lenguaje. Las categorías gramaticalizan –es decir,
manifiestan mediante los recursos gramaticales de la lengua– aspectos que los hablantes
extraen del entorno extralingüístico. Asimismo, aunque en principio adoptamos un planteo
universalista, también prestamos especial atención a las características y modalidades
mediante las que estas categorías se expresan en español.
Esta obra ofrece una visión novedosa de un tema tradicional de la lingüística, ya que propone
un reordenamiento de las categorías en tres grupos, en función de una gradación que parte de
aquellas fuertemente vinculadas con la situación comunicativa, en la cual se encuentran el
hablante, el oyente y su entorno –deixis, persona, tiempo, modo–; continúa con las categorías
relativas a la clasificación y cuantificación de los eventos y de las entidades que participan en
él –género, número, aspecto–; y culmina con aquellas que, ubicadas en un mayor nivel de
abstracción, se encargan de la representación del evento dentro de la estructura oracional –
caso y voz–.
En cuanto al subtítulo “Entre la deixis y la subjetividad”, se debe a que las categorías
primeramente reflejan el entorno espacio-temporal, las coordenadas yo-aquí-ahora a través de
las cuales el hablante captura el mundo, pero asimismo, estos ejes de referencia se tiñen de
valoraciones subjetivas que los distintos contextos –discursivo, social, histórico-cultural, entre
otros– aportan a la producción de los infinitos mensajes que los hablantes producen. En este
sentido, las categorías no solo nos permiten informar sobre hechos ocurridos o imaginados,
sino que también brindan alternativas entre las que elegir para que así podamos ofrecer
nuestra propia visión de esos sucesos y las circunstancias que los acompañan.
Por último, como autores, pero ante todo como docentes e investigadores, queremos
manifestar que este libro ha sido concebido para llenar un área de vacancia ya que, hasta
donde sabemos, no existe en español una obra de referencia sobre el tema que ofrezca una
visión de conjunto sobre las categorías lingüísticas en general y se ocupe particularmente de
su manifestación en español. Según esperamos, entonces, nuestro objetivo es que este libro
sobre las categorías, por un lado, pueda acercar a estudiantes de grado o posgrado de áreas
vinculadas con el estudio de la lengua, la comunicación o el discurso, conceptos tradicionales
de la gramática desde una perspectiva novedosa y actualizada. Y, por el otro, que también
proporcione a todos los interesados en estos temas, una vía de acceso para comprender mejor
la naturaleza del lenguaje, lo que en última instancia, no es otra cosa que comprender una
parte importantísima de nuestra propia esencia humana.
INTRODUCCIÓN
Giammatteo, M. “Las categorías lingüísticas”. En Giammatteo, M. (Coord). 2018. Las
categorías lingüísticas: Entre la deixis y la subjetividad. Buenos Aires, Waldhuter: 13-41.

CAPÍTULO 1
LAS CATEGORÍAS LINGÜÍSTICAS por Mabel Giammatteo

1. Introducción

Las categorías son los moldes a través de los cuales nuestra mente conceptualiza el mundo. Si
no fuera por ellas, nuestro contacto con la realidad sería caótico y

[...], no podríamos funcionar en absoluto, ni en el mundo físico ni en nuestras vidas sociales e


intelectuales. Entender cómo categorizamos es central para cualquier entendimiento de cómo
pensamos y cómo funcionamos, y por lo tanto central para entender qué nos hace humanos
(Lakoff 1987: 6. Traducción nuestra).
Se considera que la categorización constituye “la manera principal en que entendemos la
experiencia” (l.c.: XII), puesto que se trata de una operación mental por la que organizamos la
información, ya sea a través de la percepción, la acción, el pensamiento o la palabra.
La lingüística actual, especialmente la corriente que se conoce como gramática cognitiva, ha
puesto en el centro de sus intereses el problema de la categorización, vinculado con la
habilidad de “juzgar que una cosa particular es o no es un ejemplar de una categoría
particular” (Jackendoff 1983: 78). En este sentido, dado que el lenguaje es parte esencial de
nuestra organización de la experiencia, posee, como medios especiales de reflejar esa
capacidad, las categorías lingüísticas. Estas son tipos de categorías cognitivas (Lakoff: 1987)
que, establecidas en el sistema de la lengua, se emplean como puntos de referencia para el
pensamiento y tienen un papel en el razonamiento, de modo que los contenidos y contrastes
semánticos que expresan ponen de manifiesto aspectos centrales de la cognición humana.
En la lingüística clásica, el término categoría se utilizó desde un punto de vista conceptual,
considerando que estas eran universales, “en el sentido de que son comunes a todas la
lenguas” (Lyons 1968: 270). Por otra parte, la denominación se aplicó tanto a las partes de la
oración, a las que en adelante nos referiremos como clases de palabras o categorías léxicas,
como también a las categorías gramaticales asociadas con ellas. Si bien los conceptos
relativos a la categorización son comunes a ambos tipos de categorías –léxicas y
gramaticales–, el objetivo de este libro es caracterizar las categorías gramaticales del español
–género, número, caso, persona, tiempo, aspecto y modo–, cuyo denominador común es que
todas tienen, además de otras formas de expresión posibles (v. §2.4), manifestación
morfológica flexional, es decir, incorporada en la estructura interna de la palabra (v.§5). Así,
por ejemplo, en leon-a-s, la desinencia –as puede descomponerse en dos partes estructurales:
-a-, que manifiesta la categoría de género en su variante1 femenina, y -s-, que expresa número
plural; y en chateá-ba-mos2, la desinencia incluye, en primer lugar, el formante -ba, que
manifiesta modo indicativo, tiempo pretérito y aspecto imperfectivo, y en segundo lugar,
-mos, que expresa número plural y tercera persona.
Para la perspectiva clásica, que se basa en las categorías lógicas de Aristóteles, la
categorización se realiza sobre la base de propiedades compartidas por todos los miembros
que, en consecuencia, poseen rasgos idénticos. Para la lingüística cognitiva, en cambio, las
categorías se componen de propiedades interactuantes, que no necesariamente todos sus
miembros comparten (v. §4.2). Lo que en este libro proponemos es que las categorías
lingüísticas se forman mediante asociaciones de rasgos universales, cuyas agrupaciones en las
distintas lenguas no son uniformes, como tampoco son idénticos los medios de expresión por
los que se manifiestan. Por lo tanto, si bien el concepto de categoría gramatical tiene un nivel
de generalidad considerable, partimos del supuesto de que los contrastes específicos que cada
categoría manifiesta, así como el sistema de solidaridades e incompatibilidades que desarrolla,
solo pueden ser estudiados para cada lengua en particular. Consecuentemente, además de las
cuestiones generales propias de cada categoría en el nivel universal, la caracterización de cada
una de ellas que se plantea en los distintos capítulos tiene en cuenta cómo se organizan, qué
significados principales y secundarios transmiten y cómo se correlacionan y manifiestan en
una lengua particular como el español.

2. De la concepción clásica a un enfoque cognitivo de las categorías

2.1. Lo esencial y lo accidental

El término categoría proviene de una palabra griega que significa ‘predicación’, en el sentido
filosófico de atribuir propiedades a las cosas. En el siglo IV a. C., desde la lógica, Aristóteles

1
Llamaremos variantes a los subtipos de las categorías, por ejemplo, femenino/masculino son las variantes del
género en español, y singular/plural son las que corresponden en esta lengua para la categoría de número.
2
En chateábamos, la raíz, que es un préstamo del inglés chat, va seguida de la denominada vocal temática que
marca la clase del verbo, en este caso –a porque se trata de un verbo de primera conjugación (v. nota 16.).
distinguió entre la sustancia o categoría primera, que representaba al individuo o a la clase, y
las restantes categorías que se le adjudicaban, denominadas predicamentos –cualidad,
cantidad, relación, lugar, tiempo, acción, pasión3, posición y posesión–. En la concepción
aristotélica y para sus continuadores escolásticos4, se asumía que las predicaciones realizadas
mediante las categorías manifestaban distinciones en el mundo real. Y, dado que se
consideraba también que la estructura del lenguaje reflejaba fielmente la del pensamiento, se
derivaba para los humanos la posibilidad de un conocimiento acabado de la realidad
circundante.

Las categorías de “ser”, “significar” y “comprender” eran congruentes entre sí; y esta
correspondencia de los tres conjuntos fue arbitrada para justificar la asociación íntima e
indisoluble de la filosofía, la gramática y la lógica. (Lyons 1968: 284).
Desde el punto de vista del lenguaje, cada una de las partes de la oración establecidas por la
gramática tradicional5 –sustantivo, verbo, adjetivo, etc.– representaba a las cosas de un ‘modo
esencial’, o sea mediante sus propiedades inherentes, y de un ‘modo accidental’, es decir,
según sus propiedades relacionales; estas últimas eran dadas a entender por sus diferentes
“accidentes morfológicos” –género, número, tiempo, etc.–, expresados por las desinencias
flexionales de las palabras.

2.2. Categorías y clases de palabras

En la tradición occidental, la clasificación de las palabras partió del reconocimiento de dos de


ellas: los nombres y los verbos. Su identificación se adjudica al sofista Protágoras de Abdera
quien, en el siglo V a. C., se valió de las categorías gramaticales para distinguir estas dos
clases de palabras: el nombre era la palabra con género, y el verbo, la que expresaba tiempo.
Poco después Platón (s. V) diferenció ambas clases por su función en el juicio lógico: el
nombre se refería a la sustancia, categoría primera y fundamental, y el verbo era el encargado
de la predicación. Aristóteles (s. IV) mantuvo esa distinción y añadió una tercera clase, que
englobaba a todas las partículas de enlace –o “palabras engranaje”, como las denominará

3
‘Acción’ y ‘pasión’ hacen referencia a las dos subcategorías de ‘activo’ y ‘pasivo’, relacionadas con la
categoría de voz, que se trata, junto con el caso, en el cap. 9 de este libro.
4
La escolástica fue la corriente filosófica dominante en la Edad Media. Se basó en los postulados de la filosofía
clásica para explicar los conceptos del cristianismo.
5
Con la denominación de gramática tradicional hacemos referencia a las teorías sobre el lenguaje basadas en los
estudios de los gramáticos griegos y latinos. Estos planteos se mantuvieron vigentes hasta la primera mitad del
siglo XX, en que surge la gramática estructural.
siglos más tarde Bosque (1990)–, tales como preposiciones y conjunciones.
Con ligeras variantes, las clasificaciones posteriores proceden de la de Aristarco, hecha en el
siglo II a. C. y transmitida por los gramáticos alejandrinos6 (ss. III a. C.-II d. C.), y oscilan
entre ocho y diez clases de palabras. Así, por ejemplo, en la famosa gramática de Dionisio el
Tracio (s. II a. C.), figura una lista con ocho clases: nombre, verbo, participio, preposición,
conjunción, artículo, adverbio y pronombre.
En opinión de Bosque (1990), en todas estas gramáticas las definiciones de las clases de
palabras7 estaban basadas “en una extraña mezcla de criterios” (op. cit: 23) amalgamados de
una manera imprecisa y poco consistente. De este modo, según la preminencia de uno u otro
factor, las clasificaciones resultantes podían variar considerablemente. Aristóteles, por
ejemplo, había colocado el adjetivo junto con los verbos por la función común de predicación;
pero gramáticos posteriores lo incluyeron con el nombre porque, al igual que este último, el
adjetivo manifiesta género, número y caso.
Por otra parte, dado que consideraban que las clases de palabras eran universales, los
gramáticos latinos adaptaron las clasificaciones de los alejandrinos a su lengua; sin embargo,
al advertir que, a diferencia del griego, el latín no posee artículo, decidieron incorporar la
interjección a la lista para mantener la misma cantidad de clases de palabras.

2.3. La cuestión de la universalidad

Al dar validez universal tanto a la existencia de las categorías como a su manifestación por
medios formales determinados, por lo general flexionales, la gramática tradicional no solo
reconoció un cierto número de clases de palabras para todas las lenguas, sino que también
supuso la misma relación entre las distintas clases y las categorías que manifestaban. De este
modo, por un lado, género, número y caso se identificaban con el sustantivo y el adjetivo, y
tiempo y modo, con el verbo. Esta correlación entre clases de palabras y categorías se
encuentra también en los principales gramáticos alejandrinos –Aristarco (s. III a. C.), Dionisio
de Tracia (s. II a. C.) y Apolonio Díscolo (s. II d. C.)–, de quienes la tomaron los romanos
6
Según Kristeva (1999:121),
En Alejandría, centro de libros y de desciframiento de viejos textos, fue donde se desarrolló una
verdadera gramática en tanto que estudio especializado, directamente orientado al lenguaje en cuanto que
objeto organizado en sí, cortando los vínculos que la ligaban a la filosofía y a la lógica.
7
La historia de la clasificación de las palabras en un nivel introductorio se puede consultar en Bosque 1990: §§
2.1 y 2.2; presentaciones más detalladas son Robins (1967 [2000]) o Lyons (1968). También la Gramática de
Alcina Franch y Blecua (1975) trae una “Introducción histórica y teórica” en la que trata el tema y Auroux
(1998) lo incluye en un apéndice denominado “Cronología de la reflexión lingüística”.
Donato (s. IV) y Prisciano (s. V), hasta que, al ser finalmente transmitida a las gramáticas
romances, quedó ya instalada en la tradición occidental.
No obstante, aunque al principio se aceptaba que las clases identificadas para las lenguas
clásicas eran universales, con el correr del tiempo y con el conocimiento de lenguas de muy
diversos orígenes, se fue admitiendo que no en todas existen las mismas clases. Asimismo,
tampoco las categorías morfológicas que se usaban para distinguir cada clase parecen
manifestarse universalmente de la misma manera. Así, por citar algunos ejemplos, mientras en
las lenguas romances los nombres sólo pueden expresar género –niñ-o / niñ-a– y número –pez
/ pec-es–, en algunas otras, como griego, latín, alemán o ruso, los nombres también expresan
caso, que es la categoría encargada de manifestar la función sintáctica de la palabra8 –lat. ros-
a (caso nominativo para la función de sujeto) / rosa-m (caso acusativo para la función de
objeto)–. Otras lenguas, en cambio, tienen menos variación: el inglés no tiene género
morfológico para los nombres –teacher (maestro-a)–, que solo flexionan en número
–teacher-s (maestro-s-a-s)– y en japonés, los nombres no manifiestan ni género ni número
–sensei (maestro-a-os-as)–. En esta última lengua una de las categorías morfológicas más
tradicionalmente unida al verbo, el tiempo, puede también manifestarse en algunas clases de
adjetivos –kirei (lindo) / kirei-deshita (era lindo)–; en ruso, por su parte, el verbo, además de
sus categorías propias, también concuerda en género con el sujeto –dal / dal-a / dal-o (dio
(él)/dio (ella)/dio (ello)).
En la actualidad se reconoce que no existen asociaciones constantes entre clases de palabras y
categorías morfológicas, de modo que estas correlaciones deben ser planteadas
individualmente para cada lengua. Asimismo, tampoco las clases de palabras son universales,
aunque posiblemente en todas las lenguas existan al menos dos categorías básicas sobre las
que se articula la oración, más o menos semejantes a nombre y verbo.
Por otra parte, según veremos, no solo no existe una asociación constante y universal entre
clases de palabras y categorías, sino que además de la tradicional manifestación flexional, las
categorías se valen de otros recursos para su expresión en las lenguas.

2.4. La manifestación de las categorías

En las diferentes lenguas, las categorías –es decir los significados que cada una de ellas
transmite– pueden manifestarse por otros medios no morfológicos, como los sintácticos y los

8
Este tema se amplía y debate en el capítulo 9, dedicado al caso.
léxicos. Al respecto, en español durante mucho tiempo se discutió acerca de la existencia de
una voz pasiva porque, a diferencia de lo que sucedía en las lenguas clásicas, como por
ejemplo el latín, que opone una expresión morfológica de voz activa –amo (yo amo)– a otra
de pasiva –amor (soy amado)–, el español carece de pasiva morfológica. Sin embargo, la voz
pasiva tiene en nuestra lengua una manifestación sintáctica que se expresa a través de una
forma perifrástica formada por el verbo ser y un participio concordado con el sujeto –soy
amado/a–9.
También puede suceder que una categoría no tenga expresión en una lengua, como ocurre,
también en español, con el caso, que no tiene en la actualidad manifestación morfológica en
los nombres y su expresión ha quedado restringida al área de los pronombres personales –por
ejemplo Yo (nominativo) / me (acusativo/ dativo) / mí (oblicuo)10–. Cuando una categoría no
tiene manifestación en una lengua determinada se dice que está encubierta o implícita (ingl.
covert), por oposición a las que son manifiestas o explícitas (ingl. overt).
Así como una categoría puede no tener manifestación en una lengua, o bien tener una
expresión reducida, como ocurre con el caso en español, también puede suceder que una
misma categoría adopte más de un recurso para su expresión, incluso en una misma lengua.
Así, por ejemplo, sucede con el género en español, que puede expresarse tanto
morfológicamente, o sea dentro de la estructura de la palabra, como en niñ-o / niñ-a; como
sintácticamente, a través de un contraste como el que se da entre el dentista / la dentista–; o
incluso puede hacerlo léxicamente, por un cambio de palabra, como en toro / vaca. Y lo
mismo sucede con el aspecto11, que puede manifestar su oposición básica,
perfectivo/imperfectivo, morfológicamente –cantó (aspecto perfectivo, que presenta al evento
sin mostrar su desarrollo interno) / cantaba (aspecto imperfectivo, que tiene en cuenta el
transcurso o desarrollo del evento)–. Pero el aspecto también puede expresarse mediante
recursos sintácticos como las perífrasis, que indican distintas fases del desarrollo del evento
–empezó a cantar (aspecto inceptivo) / terminó de cantar (aspecto culminativo) / está
cantando (aspecto progresivo)/ etc.–; o bien léxicamente, mediante los significados que
transmiten los verbos a través de su raíz: así, mientras entrar, abrir o descubrir indican
acciones puntuales; dormir, estudiar o jugar refieren eventos durativos.

9
El latín también utilizaba una construcción perifrástica para los tiempos de perfectum –amatus sum (he sido
amado)–.
10
El nominativo es el caso que corresponde a la función sujeto –Yo canto muy bien–; el acusativo, a la de objeto
directo –Me vio en la fiesta–; el dativo, a la de objeto indirecto –Me regalaron un piano–; y el oblicuo, también
llamado terminal o prepositivo, es el que se emplea después de preposiciones –Lo trajo para mí–.
11
La categoría de aspecto y sus variantes se tratan en el capítulo 8.
3. El enfoque cognitivo

Mientras en la concepción tradicional aristotélica cada categoría era considerada una especie
de recipiente que se llenaba con un conjunto de propiedades “necesarias y suficientes”, que
servían para caracterizarla e identificar sus miembros; en años más recientes, algunos estudios
empíricos hechos desde la psicología cognitiva, entre los que destacan los de Rosch (1973 y
1978), han alertado acerca de algunas falacias de esta interpretación. Estos experimentos han
puesto de manifiesto que los miembros de las categorías no tienen todos el mismo estatuto, es
decir, que existen mejores y peores ejemplos de cada una y que, a diferencia de lo que
sostenía la tradición aristotélica, las categorías no son absolutamente independientes ni del
sujeto que efectúa la categorización, ni de determinados factores socio-culturales, ni tampoco
de la manera particular en que la mente realiza la categorización, es decir, de los esquemas
mentales mediante los que se organiza la experiencia. En este sentido, Jackendoff (1983: 24)
sostiene que

[…] quizás el resultado general más significativo de la escuela de psicología de Gestalt (ver
Wertheimer (1923), Kohler (1929), Kofka (1935)) fue su demostración de la extensión hasta la
cual la percepción es el resultado de la interacción entre el input del medio ambiente y
principios activos en la mente que imponen estructura sobre ese input. (Traducción nuestra).
En esta nueva perspectiva ya no se sostiene que percibamos el mundo tal cual es (v. §2.2),
sino que lo que concebimos es una construcción de él, moldeada por nuestras capacidades
cognitivas, a la que Jackendoff (1983) denomina el “mundo proyectado”. En cuanto a la
categorización, para este autor, en primer lugar, los juicios que formulamos, si bien se
producen por mecanismos automáticos de los que no somos conscientes, no son
absolutamente mecánicos, sino que se hacen creativamente, en el sentido de que responden a
reglas que vamos aplicando según los casos. En segundo lugar, y en contra del principio
lógico de bivalencia12, Jackendoff sostiene que nuestros juicios de categorización responden
al esquema sí / no / no seguro, lo cual muestra que la estructura interna de las categorías y
conceptos lexicales por los que estas se expresan no puede responder exclusivamente a un
conjunto de condiciones “necesarias y suficientes”. En tercer lugar, no son raras las instancias
en que no podemos hablar de verdad o falsedad absoluta, dado que se reconocen múltiples
casos dominados por características graduales, que han conducido a los estudiosos a adoptar
un concepto como el de “límite difuso”, que proviene de la teoría matemática de los conjuntos

12
Según el principio de bivalencia de la lógica clásica, una proposición solo puede ser verdadera o falsa, no
existen valores intermedios de verdad.
difusos (fuzzy sets), desarrollada por el matemático Zadeh (1965) y popularizada en
lingüística por Lakoff (1972).
Junto con estos planteos, también debe considerarse el hecho de que ciertos atributos pueden
estar ausentes en algunos miembros de una categoría, lo que generalmente interpretamos
como excepciones. Este tema ya había sido considerado por Wittgenstein (1953) quien, al
estudiar el significado de la palabra inglesa game (juego), reconoció que no se encuentra una
característica común a todos los miembros de la clase, que van desde juegos de salón, que
involucran habilidad, como el ajedrez, hasta competencias deportivas como el fútbol,
incluyendo otros casos donde no existe competencia, como la ronda infantil. Para explicar
esta amplitud en el interior de una misma categoría, Wittgenstein recurre al concepto de
“parecido de familia”, según el cual los distintos miembros de una clase, de modo semejante a
como los miembros de una familia comparten características - color de ojos, estatura, tono de
voz, etc.–, también poseen propiedades comunes, aunque no necesariamente todos tengan las
mismas.
Frente a este panorama, en apariencia caótico, la respuesta de Jackendoff es que la
propiedades que deben ser consideradas son de tres tipos: 1) necesarias, como por ejemplo, el
concepto de “color”, que es indispensable para describir un término como rojo; 2) graduales,
que “especifican un valor focal o central” y permiten, por ejemplo, definir las tonalidades de
un color; y 3) típicas, que son todas aquellas que, como las rayas en los tigres o el color rojo
en las manzanas, son características, pero pueden faltar, lo cual posibilita dar cuenta de los
casos marginales y de las excepciones.
¿Cómo se conjugan los distintos tipos de propiedades? En la línea de las reglas de buena
formación propuestas por el psicólogo gestáltico Wertheimer (1923), Jackendoff propone
reconocer sistemas de reglas de preferencia, que seleccionan entre las opciones posibles
estableciendo una estructura por defecto, que responde a la jerarquía de saliencia o
prominencia entre las propiedades. Cuando todas las posibilidades favoritas se conjugan,
estamos frente a un estereotipo de la categoría –una manzana roja, por ejemplo. Al reunir la
mayor cantidad de opciones preferidas, estos casos son los que mejor se comprenden y
recuerdan. En esta concepción, los estereotipos surgen “como un fenómeno emergente del
máximo refuerzo entre las reglas de preferencia” (Jackendoff 1983:136). Si se inscriben en un
marco/ guión (frame/script) de referencia, las reglas de preferencia permiten reponer valores
por defecto a partir de lo que resulta más esperable para un determinado caso. Así, al hablar
de un tigre, por defecto vamos a pensar en un animal “[…] de pelaje amarillento y con listas
oscuras en el lomo y la cola […]” y, al igual que el DRAE en la definición que acabamos de
transcribir, no vamos a tener en cuenta que, aunque sean minoritarios, también existen tigres
blancos.
Las características expuestas hacen que los hablantes intuitivamente puedan reconocer la
pertenencia de los elementos a una clase y distinguir, en consecuencia, entre miembros
centrales y periféricos. Por tanto, una conceptualización amplia como la que estamos
presentando permite considerar que las categorías no son cerradas, sino que exhiben una
estructura con límites borrosos, donde es posible ubicar los casos marginales o dudosos.

4. Las categorías lingüísticas en un enfoque cognitivo

Ahora bien, ¿qué nos dice la perspectiva cognitiva esbozada respecto de las categorías
lingüísticas? En principio, las categorías lingüísticas responden a las características generales
de la categorización que acabamos de presentar. Desde este enfoque, oposiciones del tipo de
‘objeto’ frente a ‘evento’ / ‘estado’ / ’actividad’, ‘masculino’ versus ‘femenino’ o ‘ahora’ /
’antes’ / ‘después’, constituyen puntos de referencia cognitivos mediante los cuales
conceptualizamos algún aspecto de la realidad o del mundo y lo manifestamos
lingüísticamente.
Las categorías lingüísticas, tanto las mayores, como las clases de palabras, o las menores,
como sus “accidentes” o categorías gramaticales, también se interpretan mejor desde una
concepción que no reclame uniformidad absoluta entre sus miembros y permita distinguir
entre casos centrales y periféricos. Para la categoría “nombre”, por ejemplo, sustantivos como
mesa, libro o zapato serán mejores representantes que felicidad o producción, que aunque
tienen algunas de las características morfosintácticas de la clase, no se corresponden con su
significado prototípico relacionado con “nombrar personas, animales u objetos”. Desde el
punto de vista cognitivo, esto implica que los primeros –mesa, libro, etc.–, en tanto responden
mejor al sistema de preferencias elaborado por la lengua para la clase, serán más fácilmente
percibidos como miembros por los hablantes, mientras que los segundos –felicidad,
producción–, que son de tipo abstracto, seguramente presentarán más dificultad para su
reconocimiento e inclusión. Al mismo tiempo, palabras que pueden considerarse a caballo
entre dos clases, como terminal –la terminal de ómnibus (sustantivo) / una enfermedad
terminal (adjetivo) o cantar –A mí me gusta cantar (verbo) / El cantar de los cantares
(sustantivo)–, también resultan más problemáticas para clasificar.
Así concebidas, internamente las categorías lingüísticas no solo se forman con miembros
centrales o focales, sino que también muestran efectos de gradación, asimetrías y marcación:
un miembro es tomado como neutro o no marcado –por ejemplo, el masculino en el género,
que se considera que puede tener un uso genérico, como cuando decimos Los leones (tanto
machos como hembras) viven en la sabana africana; mientras que el otro miembro, por
defecto, se emplea solo cuando es necesario ser más específico: Las leonas (solo las hembras)
están preñadas13.

4.1. Principios generales para la identificación de las categorías

Hasta ahora hemos asumido la existencia de las categorías presentadas en la introducción (v.
§1). No obstante, creemos, ha llegado el punto en que resulta necesario justificar la lista
presentada. ¿Son solo esas las categorías pertinentes o existen más y las hemos dejado de lado
solo porque no tienen manifestación morfológica en español?
Para identificar las categorías más extendidas, Bybee (1985) se vale de una muestra de
cincuenta lenguas representativas de los idiomas del mundo, que había sido recogida por
motivos independientes por Perkins (1980) y reunía lenguas no emparentadas genéticamente
ni pertenecientes a la misma área geográfica o cultural. Una vez examinados los datos, la
autora sostiene (1985: 13):

Cuando uno pasa incidentalmente revista a las lenguas del mundo, queda impresionado por el
hecho de que las mismas categorías flexionales u otras muy similares aparecen en una lengua
tras otra. Los sistemas verbales muy comúnmente flexionan en aspecto y/o tiempo, modo, y
persona y concordancia en número con el sujeto. Algo menos frecuentemente, parece, se
encuentra flexión para causativos, negación, voz y concordancia de objeto. Para los nombres,
número, género, y otros tipos de clasificadores, caso y a veces deixis se expresan flexivamente.
Estas listas no son exhaustivas, por supuesto, pero el hecho de que es posible armar una lista
relativamente corta de elementos semánticos a menudo expresados flexionalmente indica que
debe haber algunos principios generales que gobiernan la expresión flexional (Traducción
nuestra).
Según la mencionada autora, los principios que rigen la existencia de las categorías flexivas
son dos: relevancia y generalidad. Para ser relevante, un contenido semántico debe afectar
directamente o modificar a otro contenido. Para Bybee, además, la relevancia depende de la
prominencia cognitiva o cultural. Así, por ejemplo el aspecto, que “representa las diferentes
maneras de considerar la constitución temporal interna de una acción o estado”, según la
clásica definición de Comrie (1976: 3), es más relevante para el verbo que el número, que

13
Para los cuestionamientos a este valor genérico del masculino, v. capítulo 6 dedicado a la categoría de género,
especialmente §5.2.11 y §5.2.1.2.
solo indica la cantidad de personas que realizan la acción o estado. Para la autora, este
diferente grado de relevancia entre el aspecto y el número también se refleja en el orden de
estos elementos en la estructura de la palabra. Por eso, según hemos visto en chateábamos (v.
§1), la desinencia –ba que marca aspecto (además de tiempo y modo) está más cerca de la raíz
chat-; es más interna que la desinencia de número (y persona) –mos. El número, en cambio, es
relevante para los nombres, ya que las entidades que estos describen (al menos en la categoría
focal, de los sustantivos comunes y concretos) son esencialmente discretas y contables.
En cuanto al principio de generalidad, Bybee plantea que “una categoría flexional debe ser
aplicable a todas las raíces de la categoría semántica y sintáctica apropiada y debe ocurrir en
el contexto sintáctico apropiado” (op. cit: 17). Para ser suficientemente general y aplicable a
todas las raíces de una clase de palabra dada, el contenido de la categoría debe ser mínimo, así
por ejemplo, el número solo indica cantidad de entidades afectadas: uno (singular), más de
uno (plural), dos (dual), etc.; el tiempo, por su parte, solo señala si un evento sucedió antes,
durante o después del momento de habla o acto del coloquio. Si el contenido de una categoría
fuera muy específico no se podría atribuir a todos los miembros. Así, la persona es una
categoría que se aplica a todos los verbos y aquellos que no admiten ser conjugados en todas
las personas, como los verbos impersonales –llover, granizar, acontecer–, se consideran
defectivos, es decir que constituyen casos periféricos o marginales, las “excepciones” de la
teoría clásica; y del mismo modo se consideran defectivos aquellos sustantivos que no varían
en número y están fijados ya sea en singular, como cenit, o en plural, como víveres o nupcias.
Según plantea Bybee, esta generalidad de los contenidos transmitidos por las categorías es la
que lleva diacrónicamente a estos elementos a reducirse tanto fonológica como
semánticamente hasta convertirse en elementos desinenciales. Por otra parte, para que este
proceso ocurra, el significado que la categoría transmite debe ser “suficientemente útil
comunicativamente para asegurar una gran frecuencia de ocurrencia” (l. c.). Al tener un valor
muy general y no idiosincrásico, el significado que manifiesta la categoría es fácilmente
comprendido por los hablantes, que no vacilan en aplicar productivamente el proceso. De
modo que cada nuevo verbo creado en español será conjugado en todos los tiempos y a cada
nuevo sustantivo, se le asignará la flexión en número, excepto que pertenezcan a algún
subgrupo marginal, al que no corresponda aplicar dichas categorías. De estas características se
deriva que las categorías flexionales son obligatorias y que su significado debe ser predecible.
4.2. El significado de las categorías

Más allá de los dos principios generales anteriormente presentados, que rigen la existencia de
las categorías en las lenguas, ¿cómo podemos acercarnos a lo que cada una de ellas
particularmente transmite? ¿Es posible identificar algún significado que englobe todos los
sentidos en que es usada una categoría determinada en las distintas lenguas, de modo tal que
permita definirla en un sentido universal? Al respecto, Smith (1991: 22) sostiene que “los
sistemas aspectuales de las diferentes lenguas son asombrosamente similares –aunque, ...,
también varían en formas sutiles y no sutiles”, lo cual, creemos, puede hacerse extensivo y
aplicarse al resto de las categorías. Por eso, no obstante las semejanzas, siempre ha sido
sumamente difícil para los especialistas ponerse de acuerdo en cuanto al significado básico o
central de cada categoría, no solo en diferentes lenguas, sino incluso dentro de la misma.
Con mayor o menor grado de complejidad, casi todas las categorías lingüísticas poseen más
de un significado, entre los cuales no siempre es sencillo establecer conexiones. Sin embargo,
si aplicamos una perspectiva cognitiva, muchas de estas cuestiones se vuelven más
comprensibles. Desde este enfoque, no es necesario que las categorías posean un solo
significado compartido por todos sus miembros. Por el contrario, se acepta que todas ellas
están constituidas por conglomerados de significados y que lo que determina que una
manifestación corresponda a una categoría dada es que exprese ciertos significados centrales
que se consideran típicos de la categoría, aunque no necesariamente todos los esperados.
Las categorías se organizan en sistemas con subcategorías contrastantes: femenino /
masculino, singular / plural, anterior /simultáneo / posterior, etc. Además, como ya hemos
visto, las lenguas no solo recurren a distintos medios para expresar las categorías, sino que
también, en cada una de ellas, el conjunto de significados y oposiciones presentes se combina
según reglas de preferencia distintas, de modo que, aunque todos pueden ser encuadrados
dentro de las posibilidades que ofrece el repertorio universal, los sistemas resultan específicos
de cada lengua. En cuanto a las oposiciones, tampoco todas las lenguas manifiestan las
mismas, así mientras en español las dos variantes del género son femenino y masculino, las
lenguas clásicas y también otras, como el ruso o el alemán, cuentan también con un género
neutro; y ciertas lenguas africanas, americanas y australianas poseen complejos sistemas de
género que contemplan varias subcategorías, en parte vinculadas con la oposición semántica
‘animado’/ ‘-animado’14 y, en parte relacionadas con “propiedades salientes de la entidad
denotada como su forma y tamaño” (Katamba 1993: 235).
Aun cuando dos lenguas puedan expresar los mismos significados respecto de una categoría,
es posible que los articulen en forma diferente, ya que cada manifestación puede llegar a
sumar significados “aditivos”, cuya combinación con los significados principales varía de
lengua a lengua. Así, por ejemplo, mientras en español es posible hacer una aseveración
neutra en indicativo –El agua hierve a los 100°C–, en otras lenguas no existe tal posibilidad,
ya que el modo de la aseveración siempre suma alguna otra calificación, que lo convierte en
no objetivo (Lyons 1977).
Incluso dentro de una misma lengua, no todas las formas manifiestan o reúnen los valores de
la misma manera. Así, en español, mientras las formas simples pueden ser, según el caso,
imperfectivas o perfectivas y las compuestas manifiestan aspecto perfecto (el evento se
muestra concluido y en sus resultados); las correspondientes formas progresivas –formadas
por el auxiliar estar y el verbo principal en gerundio– suman a los valores aspectuales de las
formas simples y de las compuestas, el significado adicional de ‘actualidad’ o ‘acción
efectivamente realizada’15–estoy / estaba / estuve / estaré / he estado/ etc. cantando-. Otro
ejemplo de significado “aditivo” puede ser el del pretérito anterior del español –hube
cantado– que, al significado temporal de ‘anterioridad’, propio de las formas compuestas,
añade el valor de ‘inmediato o cercano’, referido al pasado16.
Todas estas cuestiones hacen que la caracterización y también la diferenciación entre
categorías sea una tarea sumamente compleja. Por tanto, aunque el concepto de cada
categoría, definido sobre la base no de uno, sino de un conjunto de significados, básicos y
derivados o principales y secundarios, sea universal, los sistemas que estas categorías
conforman deben ser especificados para cada lengua, es decir, constituyen un verdadero
“parámetro de variación”17.

14
Los rasgos semánticos que componen las palabras se colocan convencionalmente entre comillas simples. El
guión delante de un rasgo semántico indica un valor negativo, así ‘-animado’ se lee ‘no animado’.
15
El rasgo de ‘actualidad’ se opone al de ‘virtualidad’ propio de los tiempos simples, que pueden incluso referir
a un evento no efectivamente realizado: Voy al cine los jueves, pero este jueves me quedé en casa (cf.Estuve
cantando, pero no canté).
16
Para mayores detalles respecto de este tiempo prácticamente en desuso en la actualidad, cf. Cap. 4: §4.3.
17 En la teoría de Principios y parámetros (Chomsky: 1981) se distingue entre los principios, que tienen validez
universal y dan cuenta de la facultad humana del lenguaje; y los parámetros, que representan las variables de
realización de los principios en las distintas lenguas y son los responsables de las diferencias entre ellas.
5. La manifestación flexional de las categorías

Dada la preminencia que le damos en nuestra selección de categorías a aquellas que tienen
manifestación flexional, en este apartado vamos a introducir algunos conceptos básicos que
nos permitirán comprender mejor este aspecto de las categorías.

5.1. La morfología flexiva

La morfología es la parte de la gramática que estudia la estructura interna de las palabras, es


decir, cómo están conformadas y cómo se generan. Dentro de la morfología se reconocen dos
áreas: la morfología léxica y la morfología flexional. La primera tiene que ver con el
incremento de vocabulario, con la creación de nuevas palabras –porque las palabras derivadas
constituyen otra palabra diferente de aquella de la que provienen– e incluso se relaciona con el
cambio de una clase de palabra en otra18, como cuando del nombre flor derivamos un verbo
como flor-ecer. Pero si en vez de florecer formamos flor-es no se trata de una palabra
diferente: flor y flor-es son formas de la misma palabra, sólo que en flores la palabra ha sido
flexionada para manifestar número plural. Entonces, la diferencia entre la morfología
flexional y la derivativa es que la primera no sólo nunca cambia la clase de palabra –flor es
sustantivo y flores también–, sino que tampoco cambia la palabra: es la misma palabra, que
presenta, en este caso, dos variantes: la de singular –flor– y la de plural –flores–. Si tomamos
el ejemplo del caso en las lenguas que tienen esta categoría como flexional en el nombre,
como en latín, griego o ruso, las distintas variantes no son palabras diferentes, sino solo
formas que varían para indicar la función sintáctica (sujeto, objeto directo, etc.).
(1) Rosa est pulchra.  Rosa está en caso nominativo porque funciona como sujeto.
La rosa es bella.
(2) Video rosam.  Rosam está en caso acusativo porque funciona como objeto directo.
Veo una rosa.
Los sufijos flexionales no cambian la palabra y, además, como sostiene Bybee (v. §4.1), sus
significados tienen un grado de generalidad muy amplio. Frente a significados más
específicos, como el que pueden agregar los sufijos de derivación, como -ista en flor-ista
(‘persona que vende flores’), -ería en flor-ería (‘lugar donde se venden flores’), o -ero en flor-
18
Se denomina derivación heterogénea a la que cambia la clase de la palabra: pestaña (N)  pestañear (N), ágil
(A)  ágilmente (Adv), recuperar (V)  recuperable (A); en cambio, la derivación homogénea no cambia la
clase, si bien añade información semántica: flor (N)  florero (N), cantar (V)  canturrear (V).
ero (‘recipiente donde se colocan las flores’), la flexión, en cambio, aporta significados
mucho más generales, como ‘más de uno’ (‘plural’) o ‘anterior al presente’ (‘pasado’). Estos
significados, justamente por ser tan universales, tienen muy pocas incompatibilidades y por
eso se pueden unir a todas las palabras de la clase que corresponda, casi sin restricciones. Eso
sucede con el ‘plural’, que prácticamente se puede adjuntar a todos los sustantivos de la
lengua. Hasta cuando incorporamos nuevos sustantivos, como el caso de chat, podemos
aplicarle el plural y formar chat-s. A diferencia de los sufijos de derivación, que podríamos
decir que son potenciales y aleatorios –que formemos florería a partir de flor no implica
necesariamente que vayamos a derivar de idea  ide-ería o de pared  pared-ería–; los sufijos
flexionales, en cambio, son obligatorios, excepto para casos de defectividad. Por ejemplo,
todos los verbos se conjugan en tiempo, persona, número, etc.; pero algunos, como llover, en
su significado meteorológico, solo se emplean en tercera persona –no decimos yo lluevo, sino,
simplemente, llueve (§4.1)-.
En síntesis, los sufijos de flexión añaden significados generales, abarcativos, y se agregan a la
clase que corresponda, es decir, el tiempo no se adjunta a los sustantivos, sino a los verbos,
pero no a algunos, sino a todos, y los que no lo aceptan se consideran defectivos. Por otra
parte, también señalemos que aunque no sea necesariamente así en todas las lenguas, en
español la flexión se manifiesta solamente por sufijos, al contrario de la derivación, que se
expresa tanto mediante sufijos como por prefijos.

5.2. Las funciones de la flexión

Veamos ahora qué funciones cumplen los sufijos de flexión. Ya vimos que no cambian la
palabra sino que simplemente ofrecen otra forma de ella, que se considera “una variante”.
Dentro de las clases de palabras, algunas, como los sustantivos, los verbos y los adjetivos, son
variables, mientras que otras, como las preposiciones y las conjunciones, son invariables. ¿Por
qué, entonces, algunas palabras varían? Podemos partir de un ejemplo como (3):
(3) El pasajero llegó a la estación.
Cuando queremos hacer referencia a varios pasajeros, no podemos decir:

(4) *El pasajeros llegó a la estación,


sino

(5) Los pasajeros llegaron a la estación.


En (5) se puede observar una variación en número en el determinante –los en vez de el– y en
el verbo –llegaron en lugar de llegó–. ¿A qué obedecen esas variaciones? ¿Aparecen en las
palabras aisladas o cuando las relacionamos sintagmáticamente? Cuando vinculamos las
palabras tenemos que hacer “ajustes” para que armonicen o concuerden entre sí. Dado que
pasajeros en (5) es plural, el determinante singular el no puede mantenerse y debe cambiar a
los y también el verbo pasa a la forma de tercera persona plural llegaron. Podríamos,
entonces, decir que los sufijos de flexión son morfosintácticos. Son morfológicos porque se
manifiestan dentro de la palabra y sintácticos porque establecen relaciones sintagmáticas entre
las palabras de manera tal que si no se respetan la oración resulta agramatical, como se mostró
en (4). Estas correlaciones entre constituyentes son necesarias para la buena formación de
sintagmas y oraciones, y por eso los sufijos de flexión son obligatorios.
Si comparamos flor-ero y su plural flor-ero-s podemos observar que primero se añade el
sufijo de derivación -ero y luego, el de flexión plural -s. Esto es una constante en las lenguas:
los sufijos léxicos o de derivación, dado que inciden sobre el significado que manifiesta la
raíz, son más internos dentro de la palabra; mientras que los sufijos flexionales, que
establecen relaciones sintagmáticas, son siempre más externos porque van conectando unas
palabras con otras (v.§4.1)

6. Una nueva propuesta para la clasificación de las categorías

De las categorías flexionales reconocidas por Bybee en su estudio, las presentes en español
son las siguientes: el género, que se manifiesta en el nombre y en el adjetivo; el número, que
se da en el nombre y en el verbo; el caso, con manifestación solo en el pronombre; la persona,
también en el pronombre y en el verbo; y el tiempo, el aspecto y el modo, solo en el verbo.
Asimismo, en este libro también trataremos la deixis como significado que remite a la
situación comunicativa y está presente en las categorías de tiempo y persona; así como
también, junto con el caso nos ocuparemos de la voz, ya que ambas son categorías
íntimamente relacionadas en español.

6.1. La clasificación tradicional de las categorías


Dada la estrecha vinculación que siempre se consideró entre categorías y clases de palabras,
tradicionalmente se ha clasificado a las categorías teniendo en cuenta la clase de palabra en la
que se manifiestan. Esto ha llevado a una sistematización en dos grupos: categorías
nominales y categorías verbales, tal como se muestra en la Tabla 1.

CATEGORÍAS NOMINALES CATEGORÍAS VERBALES

Género Tiempo

Caso Modo

Aspecto

Persona Persona

Número Número

Tabla 1

La clasificación tradicional descansa excesivamente en la vinculación entre categorías y,


fundamentalmente, dos clases de palabras, lo cual, según ya vimos, no es universalmente
válido. Para dar algún ejemplo, recordemos que, como ya plantemos (v. § 2.3), el tiempo, que
suele adjudicarse solo al verbo, en japonés también se expresa en algunos adjetivos, e incluso
en lenguas aborígenes americanas puede ser común en los nombres que el tiempo se
manifieste flexionalmente para señalar pasado o futuro. Así, en la lengua yup’ik encontramos
nuliaqa (mi esposa) / nulialqa (la que fue mi esposa, mi ex o anterior esposa) / nuliarkaqa (la
que será mi esposa, mi novia o futura esposa). En el español, como se muestra en la Tabla 1,
la distinción entre categorías nominales y verbales pasa por alto que hay algunas, como la
persona y el número, que pertenecen tanto a la esfera nominal como a la verbal –si bien no
exactamente con el mismo valor–.
Considerando estas objeciones, ciertas clasificaciones buscan subsanar la distorsión anterior,
complementando la diferenciación entre categorías nominales y verbales con una distinción
entre categorías inherentes, de concordancia y configuracionales (Katamba 1993).
Adaptando estos planteos al español, tendríamos el esquema que se muestra en la Tabla 2.
CATEGORÍAS NOMINALES CATEGORÍAS VERBALES

Inherentes De Configura- Inherentes De Configura-


Concordancia Cionales Concordancia cionales
Género Género Caso Tiempo Número Tiempo
Número Número Modo Persona Modo
Aspecto (Género)
Clase
conjugacional19

Tabla 2
Sin embargo, esta clasificación tampoco evita las superposiciones. Así, aunque en la esfera
nominal tanto el género como el número son categorías inherentes o propias del nombre,
ambas se incluyen con las de concordancia cuando marcan la vinculación entre el nombre y el
adjetivo o algún determinativo (6)-(7):

(6) L-o-s atrevid-o-s expedicionari-o-s.


Det. masc.pl. A masc.pl. N masc. pl.
(7) L-o-s expedicionar-o-s son atrevid-o-s.
Det. masc.pl. N masc.pl. A masc. pl.
La persona, que no se manifiesta en español en el nombre sino en el pronombre, se considera
categoría inherente. Sin embargo, tanto la persona como el número, cuando aparecen en el
verbo, señalando su relación con el sujeto, son clasificadas entre las categorías de
concordancia20 (8)-(9):
(8) Yo llegu-é temprano.
Pron. 1ra. pers.sg. Des. verbal de 1ra. pers.sg.
(9) Ellos ni siquiera vini-eron.
Pron. 3ra. pers.pl. Des. verbal de 3ra. pers.pl.
Dentro de la esfera verbal, tiempo, modo y aspecto son categorías inherentes o propias del
verbo; sin embargo, el tiempo y el modo también establecen vinculaciones oracionales que los
convierten, en esos usos, en categorías de concordancia. En el caso del tiempo, su función de
concordancia se explica porque su manifestación en el verbo finito o conjugado legitima o
habilita la presencia de un sujeto léxico (Bosque y Gutiérrez-Rexach: 2009) (10), a diferencia
19
Se refiere a las desinencias que toma el verbo en relación con la conjugación a la que pertenece. Para el
español existen tres clases conjugacionales señaladas, respectivamente, por las vocales temáticas: -a- para la
primera conjugación –amar–, -e- para la segunda –temer–,- -i- para la tercera –partir–. Esta clasificación implica
diferencias en la conjugación entre las clases, por ejemplo, que los verbos en -a- formen el imperfecto en -ba-
– amaba– y los en -e y en -i, en cambio, lo formen en -ía- –temía, partía–.
20
Siguiendo estos planteos, en una lengua como el ruso, en la que el verbo también concuerda en género con el
sujeto, se consideraría a esta categoría, en esta función, como de concordancia.
de lo que sucede con las formas no finitas del verbo que, al no estar temporalizadas, rechazan
la posibilidad de un sujeto explícito (11).
(10) Los manifestantes corren por las calles.
(11) Llegaron para *ellos manifestar /manifestar su protesta.
En cuanto al modo, su consideración como categoría de concordancia se vincula con las
correlaciones que se establecen entre la oración principal y la subordinada, lo cual puede
depender del valor modal del verbo matriz o principal. En (12), como la oración es una
declarativa independiente, el verbo está en indicativo; en (13), dado que el verbo matriz
–dijo– es declarativo, se mantiene el indicativo en la subordinada; en (14), en cambio, como
el verbo matriz –pide– tiene valor exhortativo, exige subjuntivo en el de la subordinada.
(12) El trabajo está listo.
(13) Juan dijo que el trabajo está listo.
(14) El jefe pide que el trabajo esté listo temprano.
Por último, en cuanto al caso, solo se la considera una categoría configuracional en tanto sirve
para marcar a la palabra en relación con la función sintáctica que cumple en la oración en la
que está incluida.
Si bien estos aportes y distinciones resultan, sin duda, pertinentes y serán tenidos en cuenta en
el desarrollo de los distintos capítulos de este libro, como planteo básico para la presentación
de las categorías vamos a ofrecer una perspectiva un tanto diferente.

6.2. Un planteo lingüístico-discursivo para las categorías

El enfoque que se propone en este libro busca vincular el sentido y funcionamiento lingüístico
de las categorías con sus orígenes discursivos. Así es posible, creemos, hacer extensiva a
todas las categorías, la afirmación de Hopper (1982: 4) respecto del aspecto:
En cuanto a sus funciones, se derivan de su uso discursivo, que aporta una función central en
cierto sentido universal y un conjunto de funciones aditivas que no son universales, aunque
algunas pueden ser comunes y… representan extensiones semánticas gramaticalizadas de la
función discursiva.
En relación con estos planteos, consideramos que estas categorías gramaticalizan –es decir,
manifiestan mediante los recursos gramaticales de la lengua– aspectos que los hablantes
extraen de la situación extralingüística. La clasificación que aquí se propone tiene en cuenta la
vinculación estrecha de las categorías con la situación comunicativa, la cual está en el origen
de la conceptualización que hace el hablante de la realidad y que luego transmite
lingüísticamente.
La Tabla 3 muestra el reordenamiento de las categorías que proponemos en función de una
gradación que parte de aquellas fuertemente vinculadas con la situación comunicativa, en la
cual se encuentran el hablante, el oyente y su entorno; pasa por las categorías relativas a la
determinación –clasificación y cuantificación– de las entidades y eventos sobre los que gira la
comunicación; y culmina en aquellas que, ubicadas en un mayor nivel de abstracción, se
encargan de la representación del evento en la estructura oracional.

CATEGORÍAS GRAMATICALES

De la situación comunicativa Del evento De la escena oracional


Persona Aspecto Caso/Voz
Tiempo Género
Modo Número

Tabla 3

6.2.1. Primer grupo: Categorías de la situación comunicativa

Si tomamos como punto de partida la situación comunicativa –escenario básico de la


interacción lingüística– sus componentes esenciales son el emisor, el receptor, el mensaje que
intercambian y el referente, que representa aquel estado de situación extralingüístico sobre el
que se habla. Tal como plantean Croft y Cruse (2008: 92): “Desde el punto de vista de la
comunicación, nos situamos como participantes en el acto de habla, el cual define nuestra
localización espacial y temporal y nuestros papeles en dicho acto de habla”.
A partir de este posicionamiento en la situación comunicativa inmediata, ¿qué categorías han
surgido? En primer lugar, la persona, que tiene claro origen deíctico. La deixis, a la que en
este libro se le dedica un capítulo que introduce el estudio particular de las categorías del
primer grupo, “es el fenómeno por el cual se hace uso de elementos propios de la situación del
sujeto (más específicamente el sujeto en tanto que hablante es un hecho de habla) para
designar algo en la escena” (op. cit.: 88). El término deixis proviene del verbo griego δείκνυμι
(‘deiknymi), que significa ‘señalar’, porque con el uso de estas categorías estamos realizando
un señalamiento hacia la situación comunicativa. Las tres personas gramaticales que se
reconocen en la mayoría de las lenguas son fácilmente identificables con las personas del
coloquio: la primera persona con el hablante, la segunda con el receptor y la tercera con el que
no es ni emisor ni receptor, que puede incluso no estar presente y puede no ser una persona,
en el sentido de que la tercera persona también remite a los objetos y demás entidades no
humanas del contexto extralingüístico. Por eso a la tercera persona también se la conoce como
la no persona y se emplea en todos los usos vinculados con la impersonalidad: por ejemplo, si
queremos utilizar un verbo como llover, ya hemos dicho (cf. §5.1) que no decimos lluevo o
llovemos (en primera persona) –salvo que estemos hablando en sentido figurado–, sino llueve
(en tercera persona) y también si queremos hacer referencia a un sujeto indeterminado, como
en Llaman a la puerta, empleamos la tercera, en este caso, plural. Tenemos, entonces, una
primera categoría que emerge muy claramente de la situación comunicativa, que es la
persona.
¿Qué otros elementos lingüísticos se vinculan también con la situación comunicativa? Todos
los que hacen referencia al espacio, como los deícticos –aquí, allí, etc.– y los demostrativos
–este, ese, aquél–, que ponen en relación la noción de ‘distancia’ con la categoría de persona;
por ejemplo, en español el adverbio aquí o el demostrativo este refieren al entorno cercano al
hablante, mientras que ese remite al del oyente, y aquel o allá, se alejan de ambos y se sitúan
en el entorno de la tercera persona.
Pero si en la situación comunicativa reconocemos la persona y el lugar, a través de la noción
de ‘distancia’, no podemos dejar de considerar el tercer elemento de la tríada: yo, aquí, ahora,
o sea el tiempo, que ubica al evento con respecto a una referencia temporal establecida que,
por lo general, es el acto de habla (aunque también puede ser otro). Lo que resulta simultáneo
con este momento axial es el tiempo presente, lo anterior a ese momento se considera pasado,
lo posterior es visto como futuro (al menos en las lenguas que hacen una triple distinción) (v.
cap. 4: §2.1).
Entonces, la persona y el tiempo se vinculan claramente con la situación comunicativa,
por lo que se las considera categorías deícticas. Hay también otra categoría que podemos
relacionar, aunque más indirectamente con la situación comunicativa: el modo, ya que esta
categoría tiene que ver con el hablante –miembro central de la situación comunicativa- y con
la actitud que asume respecto de lo que dice, por un lado y, por el otro, con el grado de verdad
que le adjudica a sus dichos. Si alguien, por ejemplo, sostiene:

(15) Un grupo de científicos argentinos está trabajando en una vacuna contra el mal de
Chagas,
esta oración constituye una afirmación y por lo tanto, se presenta en modo indicativo, con lo
cual el hablante está manifestando algo que corresponde a la realidad. Ahora, si alguien
dijera:
(16) Me gustaría/ Ojalá que la vacuna contra el mal de Chagas estuviera pronto a
disposición de los afectados por la enfermedad,
al emitir un deseo, el hablante, en (16), ya no se ubica en el plano de la realidad fáctica sino
en el de otra realidad virtual o posible, que pertenece, en este caso, al plano de su
intencionalidad. Este desplazamiento mental se logra, lingüísticamente, mediante el uso de
otra forma del modo indicativo, el condicional, o con el agregado de una adverbio modal
como ojalá en la oración principal y con el empleo del subjuntivo en la subordinada. Los
modos verbales y otros recursos de la modalidad permiten la instalación de la situación en una
realidad alternativa a la que efectivamente ocurre en el mundo percibido. Entonces, el modo
tiene que ver con el grado de realidad que le adjudicamos a un evento. No obstante, a pesar de
ubicarla con las categorías de la situación comunicativa, el modo, que tiene una vinculación
menos estrecha con ella, no se considera deíctico. No hace un señalamiento a la situación
comunicativa directo como el que realizan la persona y el tiempo, aunque sí es una categoría
vinculada, a través del hablante y su posicionamiento frente al evento que transmite, a la
situación comunicativa.

6.2.2. Segundo grupo: Categorías del evento

Según venimos planteando, las categorías que hemos denominado de la situación


comunicativa –tiempo, persona y modo– y que serán desarrolladas en los capítulos
correspondientes de este libro, tienen sus raíces en el contexto básico en el que ubicamos al
emisor, el receptor y el entorno espacio-temporal que los rodea. En ese contexto se produce el
intercambio lingüístico. Ahora bien, para acercarnos al segundo grupo de categorías que
hemos planteado, debemos centrarnos en el intercambio y preguntarnos ¿de qué trata la
comunicación? Cuando hablamos, no hacemos referencia a las cosas de modo aislado, sino
que nos referimos a eventos que suceden o que imaginamos, y que pueden responder a
preguntas tales como ¿Qué pasó? o ¿Qué hizo X? Así, todas nuestras emisiones dan cuenta de
una situación que existe o bien de un evento o suceso que ocurre, ha ocurrido u ocurrirá en el
mundo real o en algún otro mundo posible que nuestra imaginación quiera expresar
lingüísticamente. Asimismo, en todas esas situaciones, eventos o sucesos intervienen
diferentes entidades, reales o imaginarias, tales como personas, animales, lugares, objetos.
Veamos dos ejemplos:
(17) Los fanáticos del cantante rompieron la valla.
(18) El paquete está sobre la mesa.
En (17), mediante el verbo romper, se refiere un evento de ‘acción’ en el que participan dos
entidades, una animada –[anim– que cumple el papel de Agente que realiza la acción’ –los
fanáticos– y otra inanimada –[-anim–, cuyo rol es el de Tema afectado por el evento –la
valla–. En (18), en cambio, se da cuenta de un ‘estado’ en el que intervienen dos entidades
[-anim]: la primera –el paquete– es el Tema que se ubica respecto de la segunda –la mesa–
que, introducida por la preposición sobre, funciona como Locativo21.
Ahora bien, en nuestros intercambios, no podemos hacer referencia ni a las entidades ni a los
eventos en que éstas participan sin categorizarlos. Esta categorización implica que mediante el
lenguaje demos cuenta de cómo los percibimos. Con respecto a las entidades, nuestra
percepción de ellas es básicamente espacial y, al menos en sus orígenes, sobre todo en lenguas
indoeuropeas, se relaciona con distinciones que tienen que ver con conceptos tales como
‘±animado’ y, dentro del universo de lo ‘animado’, con la diferenciación vinculada con la
distinción entre machos y hembras. No obstante, en otras familias de lenguas se pueden
advertir otro tipo de clasificaciones que tienen en cuenta, además de las mencionadas, otras
distinciones que consideran cuestiones tales como el tamaño o la forma en relación con los
objetos o bien si se trata de vegetales o de elementos de la naturaleza. Actualmente se ha
perdido la vinculación con la motivación inicial, de modo que se pueden dar situaciones como
la que ocurre en el alemán actual, en el que existen nombres de personas, como das Mädchen
(la muchacha) o das Kind (el niño), que tienen género neutro. No obstante, en todas las
lenguas existen mecanismos que separan los nombres en géneros o clases, determinantes para
su funcionamiento sintáctico. Así, en (17) decimos los fanáticos y no *las fanáticos; y en
(18), usamos el para paquete y la para mesa. En (17) hay referencia a una entidad animada,
por lo que la manifestación de género es morfológica y remite a la oposición entre
‘femenino’/’masculino’; en (18), en cambio, ambas entidades –el paquete y la mesa– son
[-anim] y su género es inherente, por lo que se manifiesta solo por la concordancia con el
determinante (el para libro y la para mesa). Según vemos, entonces, el género es el
clasificador nominal por excelencia, ya que divide a los nombres en clases (femenino,
masculino, neutro, etc., según las lenguas).
Además de la clasificación que impone el género, nuestra conceptualización de las entidades,
tanto [anim] como [-anim], las concibe como discretas y cuantificables. La mayor parte de las
lenguas distingue mediante la categoría de número, entre el singular ‘uno’, en muchas lenguas
no marcado morfológicamente, y el plural o ‘más de uno’. También, como ya hemos dicho,
21
Para los papeles temáticos que cumplen los argumentos del verbo, v. nota 23.
ciertas lenguas presentan distinciones más finas que añaden nociones como dual (para dos),
trial (para tres) o paucal (para pocos), entre otras posibles. Además de ser una categoría
nocional vinculada con la cuantificación, en muchas lenguas, incluido el español, el número
es también una categoría de concordancia tanto al interior del sintagma nominal como en la
relación entre el verbo y su sujeto. En el verbo, persona y número son categorías periféricas
que no cuantifican el evento sino que señalan cuántas y cuáles son las personas que
intervienen en él.
Así como las entidades se conciben espacialmente, los eventos, de naturaleza más abstracta,
se conceptualizan en su transcurrir. Las lenguas, en las que la categoría de aspecto es una de
las más extendidas, necesitan precisar de qué tipo de evento se trata –durativo, puntual,
repetido, etc.–, lo que se conoce como aspecto léxico o de situación; y también cómo lo
enfoca el hablante –en proceso, completado, en alguna de sus fases (inicial, terminal, etc) o en
sus resultados–, lo que constituye el denominado aspecto gramatical o de punto de vista. Toda
esta información que el aspecto proporciona resulta esencial para nuestra comprensión de los
eventos. El aspecto nos dice de qué tipo de evento se trata y en ese sentido cumple la misma
función que el género en el ámbito nominal: es un clasificador del evento. No obstante, el
aspecto también está atravesado por la cuantificación, que tiene en cuenta la pluralización de
los sucesos e informa si el evento es uno o múltiple, si se repite en forma habitual, etc. (De
Miguel 1999, Giammatteo 2004).

6.2.3. Tercer grupo: Categorías de la escena oracional

Buena parte de lo que los hablantes conciben en sus intercambios se plasma lingüísticamente
en la oración. Así, del contexto de situación que enmarca al coloquio pasamos a la
reproducción de la situación o evento dentro de la estructura oracional. Según se advierte,
entonces, en las categorías vamos reconociendo un proceso de abstracción. El primer grupo
está conformado por categorías como persona, tiempo y modo, que tienen su raíz en la
situación comunicativa y cuya vinculación con ella es evidente. Las categorías del evento
–género, número y aspecto– ya presentan un mayor grado de abstracción, en tanto nos hacen
considerar a las entidades y a los eventos, en sí mismos, fuera de la situación, para
clasificarlos o cuantificarlos. En cuanto al caso, tiene un grado de abstracción mayor aún, ya
que está mucho más alejado de la situación comunicativa y claramente vinculado con su
forma de representación en la oración. El caso está relacionado con la manifestación oracional
de los papeles temáticos que cumplen los participantes y enlaza los aspectos semánticos de
nuestra configuración mental del evento con su funcionamiento sintáctico o de un modo más
abstracto aún, da cuenta de la relación que guardan los sintagmas nominales de la oración
entre sí o con el verbo22. Este señalamiento se realiza en el contexto oracional mediante
distintos recursos, que van desde marcas morfológicas, como las desinencias nominales del
latín (19), el uso de preposiciones (20) o el orden de palabras (21), entre otros:
(19) Flavi-a Petr-um amat.
(caso Nom. morfológico. Función Sujeto) (caso Ac. morfológico. Función OD)
(20) Pedro ama a Flavia.
(caso Nom, posicional. Función Sujeto) (caso Acus preposicional. Función OD).
(21) Flavia loves Peter.
(caso Nom. posicional. Función.Sujeto) (caso Ac. posicional. Función OD)
Asimismo, junto con el caso, también incluimos en este grupo a otra categoría que en el
español no tiene manifestación morfológica: la voz / diátesis23. Ambos conceptos están
estrechamente relacionados con la forma en que el evento es representado oracionalmente. La
diátesis se refiere a “los distintos modos de concebir las relaciones entre el predicado y el
conjunto de sus argumentos” (García-Miguel 1995: 107). Por tanto, recibe el nombre de
diátesis cada una de las construcciones gramaticales que permite expresar de manera diversa
los argumentos de un verbo24, por lo que se habla de distintas diátesis o de alternancias de
diátesis (Rodríguez Ramalle 2005). El ejemplo más conocido de alternancia es el que se da
entre la voz activa y la pasiva (22), que en español puede expresarse tanto mediante la
perífrasis formada por el verbo ser más un participio concordado con el sujeto (22b) como
con la llamada pasiva con se (22c). Ambas pasivas se orientan a promover al argumento Tema
/ Paciente a la posición oracional más prominente: la de sujeto, y a demover al Agente a una
posición periférica (22b) o directamente a eliminarlo (22c). Pero también existen otras
“alternancias” o formas de manifestar la relación entre un predicado y sus argumentos, entre
las que podemos mencionar, por ejemplo, la diátesis antipasiva, que demueve el Tema/
Paciente de su función de OD y lo elimina o relega a una función de modificación, que en
español suele expresarse mediante una construcción preposicional (23), o bien la diátesis

22
En el capítulo 9: §2.1, se amplían las perspectivas para la interpretación de esta categoría.
23
Más específicamente el término latino voz (vox) se utiliza para hacer referencia a la manifestación de la
diátesis en la morfología verbal, sin embargo, en este libro se ha optado por utilizar ambos términos, latino –
voz– y griego –diátesis–, indistintamente. (v. Cap. 9).
24
Los argumentos del verbo representan los distintos participantes que intervienen en el desarrollo del evento.
Por ejemplo, un verbo como leer, involucra dos argumentos: alguien (Agente) que lee algo (Tema); hablar, sólo
pide uno: el que habla (Agente); y poner exige tres: alguien (Agente) pone algo (Tema) en algún lugar
(Locativo).
media anticausativa, en la que un verbo transitivo (24 a) pasa a expresar un proceso (24b) al
eliminarse toda referencia a un agente o causa de su realización.
(22) a) El profesor explicó el problema a los estudiantes. Díatesis activa (Ag25, Tema26).
b) El problema fue explicado a los estudiantes (por el profesor)27. Diátesis pasiva
(Tema, Ag).
c) El problema se explicó en clase por el profesor28. Diátesis pasiva con se (Tema,
Ag).
(23) a) Juan encontró a su primo. Diátesis activa (Ag, Pac).
b) Juan se encontró con su primo. Diátesis antipasiva (Ag, Comitativo29).
(24) a) La profesora abrió la puerta. (Ag, Tema)
b) La puerta se abrió. (Tema)
Las alternancias manifiestan diferentes posibilidades –puntos de vista– para dar cuenta en la
estructura oracional de una situación extralingüística determinada y, en ese sentido, permiten
al hablante “construir” distintas representaciones del evento en función de sus intereses
comunicativos. Así, mediante el uso de una u otra estructura –activa, pasiva, media, entre
otras–, el hablante puede tanto focalizar, es decir, destacar algún participante determinado, o
por el contrario, sacarlo de escena, desfocalizarlo, e incluso eliminarlo.
(25) a) El uso excesivo agotó los recursos de la región. (Se destaca la Causa).
b) Los recursos de la región se agotaron por el uso excesivo. (Se destaca el Tema).
c) Los recursos de la región se agotaron (solos). (Se elimina la Causa y se sugiere una
lectura de proceso según la cual el agotamiento de los recursos se produjo “naturalmente”).

7. A modo de conclusión. De la deixis a la subjetividad

Por último, no está de más destacar que detrás de la manifestación lingüística de la situación
comunicativa y de sus participantes, de los eventos que suceden, así como las entidades que

25
El argumento Agente representa al participante que voluntariamente causa y realiza una acción, como Juan en
Juan estudia mucho. El agente es típicamente ‘animado’. Cuando el causante de la acción no tiene el rasgo
‘animado’ se identifica como Causa o Fuerza, como la inundación en La inundación anegó la ciudad; o como
Instrumento –el medio u objeto empleado para realizar la acción–, como Luis cortó el pan con el cuchillo.
Convencionalmente, el papel temático que se enlaza con la función sujeto se subraya.
26
El argumento Tema representa el objeto efectuado, afectado o trasladado, cuya existencia o posición se
predica, como el libro en Esteban lee un libro. Cuando es ‘animado’ algunos autores utilizan la denominación de
Paciente, como Juan en Pedro saludó a Juan.
27
Los argumentos opcionales u omisibles se colocan convencionalmente entre paréntesis.
28
El asterisco señala que en la pasiva con se, en líneas generales, no se admite el argumento Agente.
29
El argumento Comitativo o Sociativo representa al participante que acompaña en la realización de un evento,
como María en Juan baila con María.
intervienen y las maneras en que las lenguas representan los hechos en la que hemos
denominado la escena oracional, siempre está el hablante. La presentación que este hace de
los sucesos está atravesada por diversos contextos –discursivo, social, histórico-cultural, entre
otros– que traspasan su hic et nunc, a partir de los cuales, sirviéndose de las categorías que le
provee la lengua, presenta los sucesos desde una perspectiva determinada, que puede ser más
o menos subjetiva. Así “[t]odas las conceptualizaciones relacionadas con la perspectiva son el
resultado de ‘nuestro estar en el mundo’ en una determinada localización y de una
determinada manera” (Croft y Cruse 2008: 92) tanto como de contemplar la situación
presentada desde un determinado punto de vista. De este modo, en toda comunicación, junto
con unos hechos definidos siempre estamos transmitiendo nuestra propia visión de ellos, y las
categorías colaboran para que podamos hacerlo, ya que brindan alternativas entre las que
podemos elegir para hacer nuestra presentación lingüística de los sucesos ocurridos o
imaginados sobre los que queremos hablar.

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