La Filosofia Existencial de Heidegger
La Filosofia Existencial de Heidegger
La Filosofia Existencial de Heidegger
Heidegger
Edith Stein
Ser y tiempo....................................................................... 27
Kant y el problema de la metafísica.................................... 75
De la esencia del fundamento............................................. 87
¿Qué es metafísica?............................................................ 90
Presentación
De Edith Stein se ha dicho que entendió la filosofía como una «philia, una amistad,
casi una erótica del saber», haciendo de su dedicación a ésta una actividad que marca
desde el comienzo su biografía intelectual; a la filosofía, así entendida, dedicó
ciertamente su vida, caracterizada por «una actitud que se constituye lentamente y se
transforma en un compromiso»1, siempre radical, que, como también se ha señalado,
la conduce a «un umbral último, el de la fe, con pasos existencialmente decisivos, que
asumen la forma de una elección de vida, cada vez más absoluta, hasta su trágica
muerte»2 en Auschwitz. A juicio de Laura Boella, el trayecto biográfico de Edith Stein
habría realizado «un doble movimiento: de espiritualidad que llega hasta el misticismo
y a la vez de custodia e intensificación de la actitud filosófica, de abandono y retiro del
mundo y a la vez de búsqueda de una alianza y de una responsabilidad compartida»3.
De aquí que, en sus escritos, no deje de sorprender el modo, se diría que
«paradójico», en el que se conjugan «los dos polos de su aventura intelectual y
espiritual: la fenomenología, esa religión de la evidencia y del candor filosófico, y la
noche oscura de la mística carmelita», aunque así se suscita, sin embargo, la cuestión
en torno a la «coherencia fundamental de esta aventura», en torno a la posibilidad de
«conciliar, e incluso vincular íntimamente estos dos grandes momentos»4.
1. H.-B. Gerl, Edith Stein. Vita, filosofía, mística, Morcelliana, Brescia, 1998, pp. 14-15 (trad. italiana de G. Sansonetti
de Unerbittliches Licht. Edith Stein. Philosophie, Mystik, Leben, Mathias-Grünewald, Mainz, 1991).
2. L. Boella, Cuori pensanti. Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Tre Lune, Mantua, 1998, p. 49.
3. Ibid., pp. 49-50.
4. R. De Monticelli, -Con occhi spalancati-, en F. De Vecchi (ed.). Filosofía, ritratti, corrispondenze. Hannah Arendt. Simone Weil,
Edith Stein, María Zambrano, Tre Lune, Mantua, 2001, p. 81.
Por otra parte, este doble perfil de su fisonomía personal, que apunta a una singular
revalorización de la experiencia y se proyecta en su obra, da lugar a que esta acoja
también la implicación de su pensamiento en los acontecimientos que jalonan su
existencia, ligados directamente al desarrollo histórico-político del siglo xx en sus
momentos más cruciales, de modo que se convierten en una fuente decisiva de esa
experiencia que constituye el fondo de los problemas teóricos que se plantea, a los
que da forma su pensamiento y en los que se centra su voluntad de entender.
En cierto modo, estas dos notas, que en realidad se implican, podrían presentarse en
aparente contradicción. La búsqueda de una rigurosa precisión conceptual, cultivada
en el seno de una escuela que acuña un vocabulario extremadamente académico y es
característica de sus escritos específicamente filosóficos, no siempre facilita su lectura,
o lo hace sólo en un marco restringido y muy delimitado de discusión. Este empeño,
sin embargo, no puede considerarse ajeno al importante trabajo que, de forma casi
anónima, lleva a cabo con la elaboración de los manuscritos de Husserl o con la
corrección y comentario de los realizados por otros miembros de la escuela
fenomenológica; tampoco se debería disociar del proyecto de traducción, que expresa
su preocupación por encontrar un lenguaje común, un medio de comunicación, en el
que esta escuela pueda entenderse con la philosophia perennis, y muy
particularmente con el tomismo; igualmente, sus últimas investigaciones sobre el
Pseudo-Dionisio y san Juan de la Cruz dejan también constancia de la centralidad de
su interés por el lenguaje, ahora en un contexto nuevo: el de las mediaciones que dan
voz a la experiencia de lo divino y permiten la lectura del mundo como tejido de
símbolos9.
9. Sobre este punto véase de Annarosa Buttarelli el capítulo «La recerca di un linguaggio», en L. Boella y A. Buttarelli,
Per amore di altro. L'empatia a partiré da Edith Stein, Cortina, Milano, 2000, pp. 93 ss.
Lo que la misma Edith Stein dice de Hans Lipps —que el contacto con la filosofía de
Husserl supuso para él «el comienzo de una nueva vida»10— se podría señalar no sólo
como una nota más, propia de la primera etapa de su itinerario filosófico, sino como
descripción del sentido, vital y existencial, que para ella adquiere la dedicación
intelectual. Su inicial interés por la fenomenología parece responder al hecho de que
ahí encuentra un cauce adecuado para sus propios intereses y capacidades, motivo
que sustenta su adhesión a esta escuela, fruto de una decisión que adopta y
mantiene, con una conciencia cada vez más explícita de las posibilidades que le
ofrece, pero también de los problemas y limitaciones a los que ha de hacer frente.
10. E. Stein, Estrellas amarillas, trad. de C. Castro Cubells y E. García Rojo, Espiritualidad, Madrid, 1992, p. 236.
11. E. Stein, Cartas a Román Ingarden, trad. e introd. de J. García Rojo, Espiritualidad, Madrid, 1998, p. 164.
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Entre las notas que marcan el perfil intelectual de Edith Stein como fenomenóloga
conviene subrayar su preocupación ontológica y su orientación a una filosofía de la
persona, como aspectos que, en la medida en que caracterizan el sesgo de sus
investigaciones, se encuentran en el origen de la evolución de su pensamiento y
permiten la comprensión no sólo de sus puntos de vista, sino también de su actual
recepción12. La conjunción de estas dos particularidades genera y evidencia otras dos,
quizá más radicales y sustantivas: la valoración concedida a la «escucha de la propia
individualidad» y la centralidad, no necesariamente explícita como tema, de la atención
como disposición que define la vida de la mente.
12. Por su actualidad y por su relación con el aspecto apuntado a continuación, destacaría, desde un punto de vista
estrictamente fenomenológico, de R. de Monticelli, L'allegria della mente. Dialogando con Agustino, Mondadori, Milano,
2004, y, en otra perspectiva, de L. Boella, Sentire l'altro. Conoscere e praticare l'empatia, Cortina, Milano, 2006.
13. M. Heidegger, «Mi camino en la fenomenología», en Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 1999, p. 102.
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La relación de Edith Stein con Heidegger, a quien conoce en Friburgo el verano de
1916, está marcada por la ambigüedad que, con independencia de las circunstancias
personales que dan lugar a que sus caminos se crucen y se separen, no es ajena a la
temprana percepción de la singularidad del autor —singularidad que cifrará en el
reconocimiento del valor incuestionable de su figura y de su aportación, pero también
en el de su problemático y conflictivo papel en el marco de la escuela. Del Heidegger
«silencioso y concentrado hasta que se habló de filosofía» y que entonces «se llenó de
vida», que tanto «le agradó»14 en el primer encuentro, en 1921 va a afirmar que es un
«punto negro»15 en el trabajo común de los fenomenólogos en Friburgo. En la carta a
Ingarden del 15 de octubre de este mismo año Edith Stein se hace eco de la
preocupación surgida, entre otros en Koyré o los Conrad, por el impacto de la
enseñanza heideggeriana que, valiéndose de la confianza de Husserl, introduce una
nueva dirección progresivamente distanciada de la orientación de éste16, y de cuya
influencia y fuerza hay numerosos testimonios17.
14. Cf. H.-B. Gerl, Edith Stein. Vita, filosofia, mistica, cit., p. 135.
15. «Es maravilloso ver cómo poco a poco y por sí se ha ido restableciendo la relación entre los fenomenólogos, de la
que en vano me había preocupado yo antes. Únicamente Friburgo es un punto negro», escribe el 22 de septiembre de
1921, en Cartas a Roman Ingarden, cit., p. 156.
16. Ibid., pp. 157-158: «Lo que escribí sobre Friburgo lo ha entendido usted mal. No estaba pensando contra Husserl.
Usted sabe de sobra que lo miro con ilimitada veneración y agradecimiento, a pesar de todo [...] Me refería a las
relaciones poco agradables que se han desarrollado en torno a él. Sólo las conozco de oídas, pero, pese a que las
fuentes son muy distintas, coinciden básicamente. Heidegger goza de la absoluta confianza de Husserl y la utiliza para
dirigir el estudiantado, sobre el que tiene más influjo que Husserl mismo, en una dirección que está bastante lejos de
Husserl. Salvo el buen Maestro, esto lo sabe todo el mundo. Nosotros hemos discutido mucho para ver qué se podría
hacer en contra» (14 de octubre de 1921).
17. Gerl, por ejemplo, recoge el de Jaspers, el de Löwith y el de Gadamer, en Edith Stein. Vita, filosofia, mistica, cit.,
pp. 138-1.39.
Las coordenadas en las que este comentario se modula como desafío al modo
heideggeriano de enfocar el problema del sentido del ser vienen dadas, por tanto y
además de por la atención a este mismo problema, por el ejercicio del método
husserliano y por la reivindicación de una philosophia perennis cuyos interlocutores
más claros son santo Tomás y, de manera cada vez más explícita, san Agustín, en
virtud de su filosofía de la persona. Desde el prefacio la autora remite a una tradición
que se remonta al mundo griego y adquiere en el medieval el carácter de «ontología
teológica» asumiendo la herencia cristiana, hebrea e islámica, para experimentar un
momento decisivo de ruptura con el giro gnoseológico de la modernidad. La
contemporaneidad parece ofrecer, para ella, un «nuevo inicio epocal»19 que abre
posibilidades en la estela ofrecida por la fenomenología. Su empeño por encontrar un
«medio de traducibilidad» en el que estas orientaciones «puedan entenderse» y
confluir en la revitalización del pensar atento a lo que es, la lleva a considerar
recientes aportaciones, como la filosofía de la existencia de Heidegger o la doctrina del
ser de Hedwig Conrad-Martius, que valora como el «polo contrapuesto» al que
Heidegger representa20. La discusión de los textos heideggerianos, precedida de una
síntesis conceptual considerablemente precisa, se despliega en torno a algunos
núcleos teóricos que encuentran en estas coordenadas sus principales puntos de
referencia; entre estos nudos problemáticos destacan sus objeciones al tratamiento
del sujeto humano y de la temporalidad. Respecto al primer tema, la autora no sólo
discute la relación establecida entre esencia y existencia, sino que acusa, sobre todo,
la elusión de la consideración del cuerpo y del psiquismo, la insuficiencia del análisis
de la Geworfenheit como determinación fundamental del Dasein o la imposibilidad de
valorar positivamente la dimensión social a partir del tratamiento de la cotidianidad y
de la autenticidad, por otra parte magistralmente elaborados a su juicio. En el discurso
heideggeriano sobre el tiempo señala la ambigüedad que implica la interpretación de
la «anticipación de la muerte» en la medida en que parece diluir el presente en el
futuro y cuestiona la ausencia de tematización de la relación entre el tiempo y la
intemporalidad21. Estas objeciones adquieren su sentido en el amplio contexto de la
elaboración que en esta obra la autora lleva a cabo de lo que será una filosofía del ser
humano que, desde la atención fenomenológica a su corporeidad y devenir temporal,
subraya un elemento «enigmático» en su origen y en su fin, en cuanto ser que «no
subsiste por sí mismo, no es dueño de sí, ni inteligible a sí mismo [...] no se posee
nunca, es siempre un ser recibido», y en eso consiste «el carácter trágico del hombre,
que quisiera ser deudor sólo de sí mismo»22. En estas consideraciones parece arraigar
el paso de una doctrina del ser a una doctrina de la persona que, bajo la explícita
influencia agustiniana, sería su decidida culminación.
19. En expresión de GerI, Edith Stein. Vita, filosofia, mistica, cit., p. 159.
20. Ibid. Para un acercamiento a la obra de Hedwig Conrad-Martius puede verse el capítulo correspondiente de A. Ales
Bello, L'universo nella coscienza, ETS, Pisa, 2003, pp. 183-238.
21. Para una consideración más detallada de estos puntos, H.-B. Gerl, Edith Stein. Vita, filosofia, mistica, cit., pp. 144-
148.
22. Ibid.,p. 170.
23. El original «Martin Heideggers Existentialphilosophie» que aquí se traduce se encuentra ahora como apéndice en el
volumen 11/12 de la «Edith Stein Gesamtausgabe» titulado Endliches und ewiges Sein, introd. y ed. de A. U. Müller,
Herder, Freiburg i. B., 2006, pp. 445-499.
24. R. de Monticelli se refiere a esta orientación hacia una filosofía del «ser personal» característica de autores como
Alexander Pfänder, Max Scheler, Hedwig Conrad-Martius, Moritz Geiger, Dietrich von Hildebrand o la propia Edith Stein
al hablar de los «fenomenólogos del continente sumergido» en el capítulo XXIV de La persona. Apparenza e realtà,
Cortina, Milano, 2000, o en L'allegria della mente, Mondadori, Milano, 2004, pp. 56-57.
La dificultad de estas páginas —que encuentra su raíz en la densidad del tema tratado
con extrema concisión y profundidad, así como en los problemas de traducción que
Heidegger plantea, y a los que ella misma alude desde el principio— acentúa su
interés y, lejos de desanimar, incentiva su lectura.
NOTA BIOGRÁFICA
Edith Stein, la undécima e hija menor de una familia judía, nace el 12 de octubre, día
de la reconciliación, de 1891 en Breslau, ciudad donde estudiará germanística y
psicología. En 1913 acude a Göttingen, donde entra en contacto con el círculo de
Husserl, autor del que conoce ya las Investigaciones lógicas y de cuyo planteamiento
valora especialmente el «trabajo de clarificación» que la filosofía fenomenológica
intenta llevar a cabo con la decisión de partir en su proceder sin presupuestos pero de
modo rigurosamente controlado; en este marco desarrollará rasgos que sus biógrafos
destacan como características permanentes de su personalidad intelectual: la claridad
de objetivos y la determinación que se plasman en su capacidad de captar cuanto
pueda proporcionarle una fuente de energía y de reelaboración creativa. Aceptada en
el seminario de Husserl, entre 1913 y 1914 establece una relación, que en algunos
casos será de profunda amistad, con figuras como Adolf y Anna Reinach, Román
Ingarden, Alexandre Koyré y Hans Lipps, por ejemplo; allí conoce también a Max
Scheler a través del que se acercará por primera vez al catolicismo, un mundo que,
según su testimonio, representa para ella algo «completamente desconocido» pero
«no ilógico», algo que hará caer «los prejuicios racionalistas en los que había crecido»
y le hará sentir los límites de lo racional y la necesidad que la razón tiene de romper su
«monólogo» abriéndose a la experiencia.
Una de las experiencias decisivas será la que le proporciona la guerra, durante la que,
en 1915, interrumpe la investigación de doctorado ya iniciada para colaborar como
enfermera en Moravia. A su vuelta finaliza el trabajo sobre El problema de la empatia,
que defenderá como tesis doctoral y, a partir de 1916, comienza a trabajar como
ayudante de Husserl en Friburgo, dedicándose fundamentalmente a la ordenación y
redacción de los innumerables manuscritos y notas del maestro; a ella se debe, con
toda probabilidad, la preparación de los libros II y III de las Ideas para una
Fenomenología y Filosofía fenomenológica, así como la de las Lecciones sobre la
experiencia interna del tiempo y la Constitución sistemática del espacio. Durante estos
años Edith Stein profundiza en el perfil sistemático del saber filosófico y comienza a
redactar, entre 1917 y 1918, su Introducción a la Filosofía, en la que trabajará al
menos hasta 1933, aunque el texto no se publicará hasta 199125.
25. A esta obra se refiere básicamente el ensayo de Roberta de Monticelli «Con occhi spalancati», considerándola una
«especie de diario filosófico que Edith Stein llevó consigo durante una buena parte de su vida»: «Este texto que tiene
un planteamiento sistemático en el que confluyen estratos de meditación que se suceden en el tiempo, podríamos
definirlo como la casa de Edith en el mundo, la casa que se llevó consigo también cuando salió del mundo, la casa de
su mente, y digo la casa porque en el fondo es el terreno mismo de crecimiento, de florecimiento de sus otras obras
filosóficas. Una ventana abierta a la naturaleza, y una ventana abierta a la persona. Las dos principales ontologías
regionales de Husserl, y no hay duda de que es a la segunda, a la ontología de la persona, es decir, a la teoría
filosófica del aspecto personal del mundo a la que Edith Stein ha aportado las más notables y originales
contribuciones» (en F. De Vecchi [ed.]. Filosofia, ritratti, corrispondenze..., cit., p. 84).
En parte por la excesiva dedicación que el trabajo con Husserl le exige, y la exigua
colaboración de éste, en parte por las escasas, o nulas, expectativas de promoción y
desarrollo en el ámbito académico, y quizá también por motivos personales, en 1918
abandona su incipiente carrera universitaria, que, a pesar del intento posterior de
reanudarla mediante su habilitación, no volverá a retomar. A esta época ella misma se
refiere como de «silencio mortal». El período entre 1917 y 1921 es el que Hanna-
Barbara Gerl califica, sin embargo, como «de silencio mortal y de la verdad», tiempo
de desánimo, de particular sufrimiento por diversos motivos, «una experiencia —dirá—
que superaba mis fuerzas, que erosionó completamente mi fuerza vital y me arrancó
de cualquier actividad», pero también marco de su conversión al cristianismo, en 1918,
que vivirá como «un renacimiento desde la destrucción». Su acercamiento al
cristianismo se inicia con la lectura del Nuevo Testamento, de los Padres de la Iglesia,
especialmente con el estudio profundo de san Agustín, y culmina con la lectura, a
través de la mediación de su amiga Hedwig Conrad-Martius, de santa Teresa. Tras
esta experiencia, que describe como «corriente tonificadora», como «influjo de una
actividad y de una fuerza que no eran las mías, que actuaban en mí sin exigir nada»,
como «renacimiento espiritual» cuyo único presupuesto parecía ser «una cierta
capacidad de acoger, fundada en la estructura de la persona que se sustrae al
mecanismo psíquico», su actividad filosófica, marcada por el interés en el tema de la
empatia, seguirá desarrollándose y dará lugar a escritos como Contribuciones a la
fundamentarían filosófica de la psicología y de las ciencias del espíritu (1922) o Una
investigación sobre el Estado (1925).
Ser y Tiempo
1. M. Beck (Philosophische Hefte [Berlin] 1 [1928], p. 2, cuaderno especial sobre Ser y tiempo de Heidegger) dice que
«todos los problemas vivos de la filosofía acrual están pensados hasta sus últimas consecuencias» en el libro.
2. Georg Feuerer (Ordnung zum Ewigen, Regensburg, 1935) está totalmente impregnado del pensamiento de
Heidegger (cuyo nombre nunca menciona), pero el sentido que da a las expresiones del mismo las hace parecer
directamente armónicas con las verdades fundamentales del cristianismo.
Aquí sólo podemos intentar trazar las lineas fundamentales de la obra para después,
en la medida de lo posible, tomar posición al respecto.
..
La meta de la obra es «plantear de nuevo la pregunta por el sentido del ser»3, objetivo
que se justifica, de un lado, por la primacía objetivo-científica de la pregunta por el ser:
«Toda ontología (...) es en el fondo ciega y contraria a su finalidad más propia si no ha
aclarado primero suficientemente el sentido del ser y no ha comprendido esta
aclaración como su tarea fundamental» (32); y, de otro, por la afirmación de que dicha
pregunta no sólo no ha encontrado una solución satisfactoria hasta ahora sino que ni
siquiera se ha planteado adecuadamente. Según Heidegger, los intentos más
importantes de abordar la cuestión (por parte de Platón y Aristóteles), no pudieron
alcanzar su objetivo porque, para la ontología antigua, el ser era el estar-ahí, que no
es sino una determinada manera de ser. A resultas de ello, siempre se ha presupuesto
que el ser es lo más general y evidente, lo que ya no admite ni necesita definición. Y, a
partir de entonces, la ontología antigua ha continuado vigente no sólo durante toda la
Edad Media sino también en los pensadores más influyentes de la modernidad:
Descartes y Kant.
3. M. Heiddeger, Ser y tiempo, trad., prólogo y notas de J. E. Rivera C, Trotta, Madrid, 2009, p. 21. [Todas las citas
están extraídas de esta edición, así como la terminología heideggeriana relevante a que se refiere y que maneja Edith
Stein. La referencia a página se da entre paréntesis a continuación de las citas. (N. de la T.)]
Para obtener una respuesta a la pregunta por el sentido del ser, dice Heidegger, hay
que preguntar al ente y no a uno cualquiera sino al ente a cuyo ser pertenece la
pregunta por el sentido del ser y una cierta comprensión provisional (pre-ontológica)
del ser. A este ente que «somos en cada caso nosotros mismos» se le llama Dasein
(36) porque «la determinación esencial de este ente no puede realizarse mediante la
indicación de un contenido quiditativo, sino que su esencia consiste más bien en que
este ente tiene que ser en cada caso su ser como suyo» (33). Puesto que su
comprensión del ser no sólo se extiende a su propio ser, llamado existencia, sino
también al que no es conforme a tal, «la ontología fundamental, que está a la base de
todas las otras ontologías, debe ser buscada en la analítica existencial del Dasein»
(34). De ahí que la primera parte de la obra se dedique a la interpretación del Dasein:
la primera sección contiene un análisis preparatorio del mismo; la segunda quiere
señalar «la temporeidad como el sentido del ser de ese ente que llamamos Dasein»
(38). Y puesto que al ser de este ente pertenece la comprensión del ser, el tiempo
«deberá ser sacado a la luz y deberá ser concebido genuinamente [...] como horizonte
de la comprensión del ser, a partir de la temporeidad en cuanto ser del Dasein
comprensor del ser» (38-39). En una tercera sección debía tratarse de «tiempo y ser»
en el sentido de que no sólo el Dasein sino el ser como tal «debe concebirse a partir
del tiempo» (39). Al parecer esta sección se elaboró a la par que las dos precedentes
(en las que se citan párrafos de la tercera), pero no se ha publicado. Igualmente, la
segunda parte (con la referencia a la historicidad del Dasein y su comprensión del ser
como necesaria «destrucción de la historia de la ontología» (Kant-Descartes-
Aristóteles) sólo se anuncia (40 ss.)4.
4. Una obra posterior de Heidegger, Kant y el problema de la metafísica (Bonn, 1929), nació, como él dice, «en el
contexto de una primera elaboración de la segunda parte de Ser y tiempo». Puesto que allí se renunció a «proseguir
con la interpretación de la Crítica de la razón pura», el libro sobre Kant debía «ser un complemento preparatorio»
(Prólogo de la 1.a ed.). [Hay trad. española: M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, FCE, México, 1981.]
Cada útil tiene su lugar propio en el todo de útiles y una zona (Gegend) a la que
pertenece: o «está en su lugar propio» o «está por ahí en alguna parte». Esta es la
espacialidad perteneciente a las cosas en cuanto útiles, espacialidad que no hay que
entender en el sentido de que las cosas estuvieran puestas en un espacio con sitios
indistintos que previamente estuviese-ahí. Gracias a la unidad del todo respeccional
todos los lugares se fusionan en una unidad. También el Dasein es espacial, pero su
espacialidad no significa que tenga una posición en el espacio objetivo ni un lugar
como lo a la mano. La espacialidad del Dasein está determinada por la des-aleja-ción
y la direccionalidad. Desalejación (esto es, la eliminación de la lejanía) significa que el
Dasein se trae lo a la mano a la cercanía pertinente. Direccionalidad quiere decir que
toma direcciones en el mundo circundante (derecha, izquierda, arriba, abajo, etc.) y
todo lo espacial comparece. Pero, por de pronto, el espacio aún no se significa. Ni el
espacio está en el sujeto ni el mundo está en el espacio como si éste estuviera-ahí de
antes. El espacio pertenece al mundo como algo co-constitutivo. Sólo puede
diferenciarse y ser visto como espacio puro homogéneo en una disposición del Dasein
en la que éste, habiendo abandonado la actitud originaria del ocuparse, contempla.
El quién del Dasein no es una sustancia presente sino una forma de existencia. «... la
'sustancia' del hombre no es el espíritu, como síntesis de alma y cuerpo, sino la
existencia» (137). Al Dasein pertenece un co-estar con otros entes que también tienen
la forma del Dasein. No se trata de un hallar a otros sujetos que están-ahí, sino de un
estar con ellos que ya se presupone en todo trabar conocimiento y comprender (al
hacer las presentaciones). A la comprensión del ser del Dasein pertenece el
comprender a otros. «Esta comprensión, como, en general, todo comprender, no es un
dato del conocimiento, sino un modo de ser originario y existencial, sin el cual ningún
dato ni conocimiento es posible» (143). Así el Dasein es de antemano co-existir-en-el-
mundo. Su sujeto —y el sujeto del Dasein cotidiano en general— no es su sí-mismo
sino un Uno: no es la suma de sujetos ni tampoco un género o especie, sino —al igual
que el sí-mismo auténtico que el uno encubre— un existencial esencial.
»Por consiguiente, el estado de caída del Dasein no debe ser comprendido como una
'caída' desde un 'estado original' más puro y más alto» (194).
Hasta ahora, la investigación ha mencionado la existencialidad y la facticidad como
constitutivas del ser del Dasein. La primera designa la peculiaridad del Dasein de
comportarse respecto a sí mismo, de ser «llevado ante sí mismo y abierto para sí en
su condición de arrojado». La segunda designa el estar-arrojado como «el modo de
ser de un ente que siempre es él mismo, sus posibilidades, de tal suerte que se
comprende en y desde ellas (se proyecta en ellas)». «Pero el sí-mismo es inmediata y
regularmente el sí-mismo impropio, el uno-mismo [...] La cotidianidad media del
Dasein puede ser definida, por consiguiente, como el estar-en-el-mundo cadentemente
abierto, arrojado-proyectante, al que en su estar en medio del 'mundo' y co-estar con
otros le va su poder-ser más propio» (200). Ahora hay que intentar manejarse con la
integridad de la concepción del ser expuesta hasta aquí y mostrar la intrínseca
dependencia mutua de estos dos constituyentes llamados existencialidad y facticidad.
A tal efecto, se busca la disposición afectiva fundamental del Dasein, que podría
ayudarnos a precisar esta interdependencia. Tendría que ser «una disposición afectiva
comprensora», «que lo dejara abierto para sí mismo en forma eminente» (200). Y al
respecto se señala que la angustia satisface estas condiciones. Mientras que el miedo
siempre lo es de algo que amenaza en el mundo, la angustia no lo es de algo
intramundano sino del mismo estar-en-el-mundo. Es más, es ella la que hace visible el
mundo como tal. Es la angustia ante el estar-solo-en-el-mundo (como solus ipse), esto
es, la angustia ante el ser propio, del que el Dasein, en su caída en el mundo y en el
uno, huye. Es precisamente desde este haberse dado la espalda desde el que puede
vislumbrarse, mirando hacia atrás, la angustia. Aquello por lo que el Dasein se
angustia es su poder-ser en el mundo. La caída es un desviarse de sus libres
posibilidades de ser para caer en el estar-en-medio-del-mundo y en el uno-mismo. En
sus posibilidades el Dasein ya siempre se ha «anticipado a sí mismo» (esto forma
parte del estar-arrojado). Su anticiparse recibe el nombre de cuidado, que es el
fundamento de toda ocupación y solicitud, de todo deseo y voluntad, de toda
inclinación y todo impulso.
Según Heidegger, es una inversión del orden del ser querer concebir el ser del Dasein
desde la realidad y la sustancialidad. A su parecer, la tradición no entiende por
realidad sino «el ser del ente intramundano que está-ahí (res)...» (226). Pero también
puede interpretarse de manera que englobe los diferentes modos de ser de lo ente
intramundano. Y puesto que la comprensión del ser es algo perteneciente al Dasein,
hay comprensión del ser sólo si hay Dasein. De aquí se sigue que el ser mismo (si
bien no lo ente) depende del Dasein. Ahora bien, como sustancia del hombre se apela
a su existencia (entendida como cuidado).
Si verdad y ser dependen tan estrechamente el uno del otro como la tradición siempre
ha supuesto desde Parménides, hay que llegar al sentido originario de verdad a partir
del análisis del Dasein. La definición habitual de verdad como adaequatio rei et
intellectus no deja ver ninguna igualdad o similitud entre sujeto y objeto, o entre
contenido ideal de un juicio y cosa, que justifique hablar de adecuación. El enunciado
muestra algo del objeto: el objeto que se percibe (o en el que algo se percibe) y del
que se enuncia algo es el mismo objeto. Verdad es sinónimo de ser-verdadero y esto
significa ser-descubridor (alétheia = desocultación). Por lo tanto corresponde
originariamente al Dasein. No es sino derivadamente como puede calificarse de
verdad el descubrimiento de entes intramundanos. La causa de ello es la aperturidad
del Dasein, que es en la verdad y al mismo tiempo, en su caída, en la no-verdad, es
decir, es encubierto por la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad.
2. Dasein y temporeidad
La peculiaridad del cuidado como ser del Dasein, que siempre se anticipa a sí mismo y
a cuyo ser siempre le falta todavía algo, parece que impide totalizar el Dasein en su
integridad, de modo que hay que mostrar que la muerte, y por tanto el Dasein entero,
son concebibles.
El estar pendiente, que pertenece al ser del Dasein y queda cancelado con la muerte,
no es ese no estar todavía disponible de lo a la mano, que sin embargo llegará a
estarlo según corresponde a los entes de su clase (como está pendiente una deuda).
No es la inmadurez del fruto que se consuma al madurar, ni el camino que aún queda
por hacer mientras no se llegue a su fin. El terminar que se da en el morir tampoco es
un desaparecer (como cuando cesa la lluvia). No puede entenderse si no es desde el
ser del Dasein mismo, esto es, desde el cuidado. El morir no es equiparable al sólo
fenecer del viviente ni al dejar de vivir en tanto tránsito de estar vivo a estar muerto,
sino que es «la manera de ser en la que el Dasein está vuelto hacia su muerte» (264).
«La interpretación existencial de la muerte precede a toda biología y ontología de la
vida. Pero ella sirve también de fundamento a toda investigación histórico-biográfica y
psicológico-etnológica de la muerte [...] Por otra parte, el análisis ontológico del estar
vuelto hacia el fin no implica ninguna toma de posición existentiva respecto de la
muerte. Cuando se determina la muerte como 'fin' del Dasein, es decir, del estar-en-el-
mundo, no se toma con ello ninguna decisión óntica acerca de si 'después de la
muerte' sea posible aún otro ser, superior o inferior, si el Dasein 'siga viviendo' o si al
'sobrevivirse' sea 'inmortal'. Sobre el 'más allá' y su posibilidad, lo mismo que sobre el
'más acá', nada se zanja ónticamente [...] El análisis de la muerte se mantiene, sin
embargo, puramente 'en el más acá', en la medida en que su interpretación del
fenómeno sólo mira al modo como la muerte, en cuanto posibilidad de ser de cada
Dasein, se hace presente dentro de éste. No podrá justificadamente y con sentido ni
siquiera preguntarse en forma metodológicamente segura qué hay después de la
muerte sino una vez que ésta haya sido comprendida en la plenitud de su esencia
ontológica» (264).
* «das eigene Selbst». Como dice el traductor de la edición de Ser y tiempo que manejamos: «En alemán 'propio' se
puede decir eigenes o bien eigentliches. En el primer caso significa lo que es propio y exclusivo de cada Dasein, lo
absolutamente suyo, lo intransferible (jemeinig). En el segundo caso signfica 'propio' a diferencia de 'impropio'
(uneigentliches)». Para respetar la connotación que este último adjetivo tiene en el texto de Heidegger, cuando 'propio'
antecede al sustantivo traduce eigen y cuando lo sigue traduce eigentlich. (N. de la T.)
.
Con el nombre cuidado se designa el todo estructural del Dasein (facticidad como
estar-arrojado, existencia como anticiparse-a-sí incluido el estar vuelto hacia el fin,
caída). La unidad de este todo se expresa en el sí-mismo o yo, que "no hay que
interpretar como res (tampoco res cogitans) y que no habla del yo sino que se expresa
silenciosamente en el cuidado y, si es propio, es autónomo. Al sentido del cuidado,
esto es, al sentido del ser «de un ente al que le va este ser», pertenece que este ente
se comprenda a sí mismo siendo. «El sentido del ser del Dasein no es algo 'otro' y
flotante, algo 'ajeno' al Dasein mismo, sino que es el mismo Dasein que se
autocomprende» (340). El comprenderse es comprender el propio poder-ser y esto es
posible porque el Dasein en su ser viene hacia sí mismo. Es lo que ha sido y al mismo
tiempo en medio de algo hecho presente: futuro, haber-sido (pasado) y presente son
sus fuera-de-sí o los éxtasis de su temporeidad. El futuro es lo primario. En este
sentido Dasein, futuro, temporeidad resultan finitos. Qué signifique frente a este
tiempo originario el tiempo infinito aún hay que verlo.
A la temporeidad pertenecen siempre los tres éxtasis, que no hay que interpretar como
yuxtapuestos.
«El ente que lleva el nombre de Dasein está iluminado» (365), y no sólo por una
«fuerza presente que estuviera implantada», sino que «la temporeidad extática ilumina
originariamente el Ahí» (ibid.). Por ella es posible la unidad de todas las estructuras
existenciales y a partir de ella hay que comprender el estar-en-el-mundo, el sentido del
ser del mundo y de trascender el mundo.
.
Puesto que es necesaria una comprensión del ser para abrir el sentido del ser y
puesto que la comprensión del ser es algo perteneciente a la constitución del ser del
Dasein, el análisis de éste se presentaba como preparación de la investigación del
sentido del ser. Hasta ahora el análisis ha definido el ser del Dasein como cuidado, o
sea, como estar vuelto hacia la muerte. Sin embargo, para llegar a la integridad hay
que incluir además el nacimiento y la trama entre nacimiento y muerte. Esta trama no
debe entenderse en clave de sucesión de ahoras en el tiempo como únicos momentos
reales. La temporeidad del Dasein con los tres éxtasis igualmente reales muestra que
el Dasein no se sitúa primariamente en el tiempo: su ser es un extenderse, el
acontecer, al que nacimiento y muerte siempre pertenecen. Este acontecer que se
sigue de la temporeidad del Dasein es precondición del saber histórico (esto es,
ciencia de la historia). Historicidad y estar-en-el-tiempo se siguen ambos de la
temporeidad originaria; por eso también la historia es en el tiempo secundariamente.
El Dasein existe en posibilidades transmitidas, en las que está arrojado pero que en la
resolución asume libremente como su destino. Con 'destino' «designamos el
acontecer originario del Dasein que tiene lugar en la resolución propia, acontecer en el
que el Dasein, libre para la muerte, hace entrega de sí mismo a sí mismo en una
posibilidad que ha heredado pero que también ha elegido» (397). «El destino en
cuanto impotente superioridad de poder, abierta a las contrariedades del silencioso
proyectarse en disposición de angustia hacia el propio ser culpable, exige, como
condición ontológica de su posibilidad, la constitución de ser del cuidado, es decir, la
temporeidad» (398).
«Sólo un ente que es esencialmente venidero en su ser de tal manera que, siendo
libre para su muerte y estrellándose contra ella, pueda dejarse arrojar hacia atrás,
hacia su 'Ahí' fáctico, es decir, sólo un ente que como venidero sea co-originariamente
un que está siendo, puede, entregándose a sí mismo la posibilidad heredada, asumir
la propia condición de arrojado y ser instantáneo para su tiempo. Tan sólo la
temporeidad propia, que es, a la vez finita, hace posible algo así como un destino, es
decir, una historicidad propia» (ibid.).
5. A continuación del análisis de la historicidad se indica la relación de la misma con la obra de Dilthey y las ideas del
conde York [sie].
.
El último capítulo se dedica al significado que tienen temporeidad e intratemporeidad
en el origen del concepto vulgar del tiempo. Antes de cualquier medición del tiempo, el
Dasein cuenta con tiempo (el que tiene, no tiene, pierde, etc.). Encuentra el tiempo
primeramente en lo a la mano y en lo que está-ahí en cuanto entes que comparecen
dentro del mundo y concibe el tiempo mismo como algo que está-ahí. La génesis del
concepto vulgar del tiempo se deriva de la temporeidad del Dasein.
El Dasein irresoluto pierde tiempo constantemente y por eso nunca lo tiene. El Dasein
resuelto nunca pierde tiempo y siempre lo tiene. «Porque la temporeidad de la
resolución tiene el carácter del instante [...] La existencia que es tempórea de esta
manera tiene 'en forma estable' su tiempo para lo que la situación exige de ella» (423).
Porque el Dasein existe con otros que comprenden su ahora, luego, etc., aunque los
daten de forma distinta, el tiempo no se comprende como propio de cada Dasein sino
como público.
En la medición del tiempo, éste se hace público de tal manera que en cada caso y en
todo momento y para cada cual comparece como un «ahora y ahora». Se data en
relaciones métricas espaciales pero no por eso se convierte en espacio. Sólo mediante
la medición del tiempo llegamos nosotros al tiempo y cada cosa a su tiempo. Este no
es subjetivo ni objetivo porque hace posible el mundo y el ser del sí-mismo. Tempóreo
lo es sólo el Dasein; lo que está a la mano y lo que está-ahí, por el contrario, son
intratempóreos.
Lo dicho es fundamento suficiente para mostrar la génesis del concepto vulgar del
tiempo: con la aperturidad del mundo el tiempo es hecho público y objeto de
ocupación. Contando consigo mismo, el Dasein cuenta con tiempo. Uno se rige por el
tiempo mediante el uso del reloj, por los números de las posiciones de las manillas.
Ahí reside un presentante retener del entonces y una presentación del después. El
tiempo que se muestra ahí «es lo numerado que se muestra en el seguimiento
presentante y numerante del puntero en movimiento» (433). Este tiempo corresponde
a la definición aristotélica del tiempo como cifra del movimiento: se mantiene dentro de
la comprensión natural del ser sin problematizarla. Cuanto más se pierde el ocuparse
en el útil que lo ocupa, más naturalmente cuenta con tiempo sin prestarle atención y
tomándolo «como una serie de ahoras constantemente 'presentes' a la vez que
transcurrentes y advenientes», «como una secuencia, como el 'fluir' de los ahoras»
(434). A este tiempo del mundo, esto es, al tiempo del ahora le falta la databilidad
(esto es, la significatividad) de la temporeidad: ésta es el tiempo originario. Porque el
tiempo se concibe como secuencia-de-los-ahoras que están-ahí se le llama imagen de
la eternidad (Platón). La tensidad del tiempo del mundo, que se sigue de la extensión
de la temporeidad, permanece encubierta. Si todo ahora se concibe a la vez como un
denantes y en seguida, la concepción del tiempo es infinita. El fundamento de ello es
el cuidado, que huye ante la muerte y aparta la vista del fin. Se habla del pasar del
tiempo y no de su surgir porque uno no puede ocultarse el carácter fugitivo del mismo:
el Dasein lo conoce «desde el 'fugitivo' saber de su muerte» (438).
También en la irreversibilidad del tiempo se evidencia su origen en la temporeidad,
que es primariamente venidera.
.
El análisis del Dasein era el camino preparatorio de la pregunta por el sentido del ser.
Hasta ahora no se había echado luz sobre la diferencia entre ser conforme al Dasein y
ser no conforme al Dasein, como tampoco sobre el hecho de que la exégesis
ontológica se hubiera orientado desde la Antigüedad al ser cósico y por eso siempre
errado. Puesto que todo el análisis se cifraba en probar la constitución fundamental del
Dasein como temporeidad, la investigación finaliza con la pregunta: «¿Hay algún
camino que lleve desde el tiempo originario hacía el sentido del ser? ¿Se revela el
tiempo mismo como el horizonte del ser?» (449).
--
B. TOMA DE POSICIÓN
El objetivo de toda la obra no era otro que el de plantear correctamente la pregunta por
el sentido del ser. Ahora bien, ¿es la pregunta con la que acaba la obra precisamente
la que se preveía o bien expresa la duda de si el camino seguido ha sido el acertado?
En cualquier caso exhorta a rehacerlo y revisarlo de nuevo retrospectivamente.
Ahora bien, no será posible tratar todas las dificultades que el breve resumen ya ha
hecho notar6; para ello se necesitaría un libro entero. De manera que nos atendremos
a las líneas fundamentales del texto y buscaremos respuesta a las preguntas
siguientes:
1. ¿Qué es el Dasein?
2. ¿Es fidedigno el análisis del Dasein.
3. ¿Es suficiente como fundamento para plantear adecuadamente la pregunta por el
sentido del ser?
6. El resumen se ha atenido estrictamente a la exposición del propio Heidegger y en la mayoría de los casos al
lenguaje acuñado por él (con todas las oscuridades inherentes al mismo). Para la explicación, sin embargo, hay que
abandonar esta vía ya que, si no, resultaría imposible alcanzar la claridad. Contra tal proceder, sin embargo, existe la
reserva de que «el sentido de todo lo que Heidegger enseña resulta otro si se lo discute en un lenguaje distinto al
concebido propiamente para tal fin» (M. Beck, art. cit., p. 6). No obstante, detenerse ante esta dificultad sería renunciar
a dilucidar el sentido del libro y tomar postura al respecto.
Un ejemplo de cuan difícil es interpretar exactamente dicho sentido es el libro de Alfred Deps Tragische Existenz
(Herder, 1935), que en algunos puntos esenciales de la exposición yerra completamente. Así, se afirma (p. 53) que
Dasein = res, mientras que Heidegger acentúa con ahínco que no hay que interpretar el Dasein como res. En la p. 54
se afirma que el ser de las cosas exteriores se limita enteramente al ser del útil, con lo que parece pasarse por alto que
Heidegger distingue, aunque no lo aclare del todo, entre estar-ahí de las cosas y estar a la mano del útil.
1. ¿Qué es el Dasein?
No puede haber ninguna duda respecto a que, con el título Dasein, Heidegger quiere
aprehender el ser del hombre. Podríamos decir también: al hombre, puesto que al
Dasein se le llama muchas veces ente y nada autoriza a contraponer el ente, en tanto
«algo que es», al ser. Ya se ha dicho que la esencia del hombre es la existencia; lo
que no quiere decir sino que se reivindica para el hombre algo que según la
philosophia perennis está reservado únicamente a Dios: la coincidencia de esencia y
ser. Con todo, el texto no sitúa al hombre sin más ni más en el lugar de Dios; por
Dasein no se entiende sencillamente el ser sino una manera de ser especial frente a
otras (el estar-ahí, el estar a la mano y otras que se insinúan ocasional y fugazmente
sin mayores detalles). Sin embargo, el hombre es concebido como un pequeño Dios
en la medida en que el autor se refiere al ser del hombre como un ser privilegiado
frente a todos los demás y el único del que hay que esperar explicaciones sobre el
sentido del ser. De Dios se habla sólo ocasionalmente en observaciones marginales y
de modo excluyente: se descarta completamente que el ser de Dios pudiera tener
relevancia alguna en la aclaración del sentido del ser.
La elección del nombre Dasein para el hombre se funda positivamente en que el «ahí»
pertenece al ser del hombre, es decir, estar abierto para sí mismo y en un mundo
donde siempre está direccionado a un «allí». El fundamento negativo es que la
definición tradicional de la esencia del hombre «que consta de dos sustancias, la del
alma y la del cuerpo»* —definición establecida dogmáticamente que siempre se
sobreentiende en el nombre 'hombre'—, debería rechazarse de entrada. Que el
hombre tenga un cuerpo no se discute pero no se dice nada más al respecto. En
cambio, vista la manera en que se habla de ella, al alma apenas se le concede más
relieve que el de ser una palabra sin un sentido claro. No se malinterprete, sin
embargo, que esto represente una posición materialista. Al contrario: al espíritu
(palabra que tampoco debería utilizarse, por supuesto) se le reconoce explícitamente
una primacía7. Es evidente que, según el autor, el análisis del Dasein debe aportarnos
la claridad que hasta ahora ninguna doctrina del alma ha podido alcanzar.
¿Qué queda del hombre si se prescinde de cuerpo y alma? Que aún pueda escribirse
un libro entero sobre él quizá sea la mejor prueba de la separación entre esencia y
Dasein* en el hombre. Que Heidegger no consigue deshacerse de ella por mucho que
la niegue, lo muestra el hecho de que habla constantemente del ser del Dasein, lo que
no tendría ningún sentido si Dasein no mentara sino el ser del hombre. Asimismo,
alude varias veces a algo que pertenece esencialmente al Dasein y, cuando al
referirse al estar-en-el-mundo (perteneciente también al Dasein), separa el quién no
solamente del mundo sino también del estar-en, pone de manifiesto que el nombre
Dasein tiene diversos usos que, a pesar de estar íntimamente trabados y depender los
unos de los otros, no son lo mismo. Así, podemos decir que, en el texto, Dasein
designa ya al hombre (muchas veces sustituido por quién o sí-mismo), ya al ser del
hombre (en cuyo caso se impone mayoritariamente la expresión ser del Dasein). A
este ser, que es diferente de otras maneras de ser, se le llama existencia. Si
pensamos en la constitución formal del ente tal como ha expuesto nuestro examen
—«algo que es»—, entonces al algo le corresponde el quién o sí-mismo, el que es
despachado junto con el cuerpo y el alma, el ser se acredita en la existencia. El
análisis se ocupa a ratos del sí-mismo pero preferentemente se dedica al ser8.
7. Cf. lo que se ha dicho sobre la espacialidad del Dasein en Heidegger, Ser y tiempo, cit., pp. 382 ss. (supra, p. 43).
* Conviene no perder de vista lo que el traductor de la edición que manejamos observa en sus notas, a saber, que el
sentido tradicional de la palabra Dasein es 'existencia'. (N. de la T.)
8. El propio Heidegger no admitirá la diferenciación aquí expresada. En su libro sobre Kant busca mostrar que el yo no
es más que tiempo originario (cf. infra, pp. 78 s.). También lo equipara al yo pienso. Quiere expresar así que no hay
que separar el yo puro de su ser (o vida). Pero con ello, a mi parecer, se desconoce el ser más propio del yo y la
manera de expresarse de Heidegger entra en contradicción con su propia interpretación.
Aunque en ninguna parte se diga explícitamente, puede darse por supuesto que el
análisis efectuado no tiene la pretensión de ser completo. Las determinaciones
fundamentales del ser del hombre —por ejemplo, disposición afectiva, condición de
arrojado y comprender— tienen que mantenerse en una generalidad muy
indeterminada, ya que no contemplan la peculiaridad del ser que es cuerpo y alma. (La
disposición afectiva me parece muy importante para averiguar qué es ser corporal y
qué ser anímico y cómo ambos se relacionan, pero si al desplegarla no se la considera
en cuanto referida a un ser corporal y anímico su sentido no queda del todo explicado.)
Ahora bien, que la dilucidación del ser del hombre no sea completa no niega que sea
verdaderamente ilustrativa. El análisis de la llamada constitución fundamental y su
flexión en las dos distintas maneras de ser, la cotidiana y la propia, puede calificarse
de magistral. A esto principalmente debe el libro la dimensión y durabilidad de su
efecto. No obstante, ¿se aprovecha dicho análisis para una explicación lo más extensa
posible del ser del hombre? ¿No es sorprendente que la investigación retroceda en
algunos lugares frente a ciertas remisiones sentadas categóricamente a lo largo de la
exposición?
Que se califique el ser del hombre de arrojado expresa ante todo que el hombre se
encuentra en el Dasein sin saber cómo ha llegado a él, que no es a partir ni por medio
de sí mismo y que tampoco puede esperar obtener de su propio ser ninguna
información sobre su de-dónde. Esto no quiere decir que la pregunta por el de-dónde
tenga que eliminarse, pues, por muy violentamente que se intente silenciarla o vetarla
por carente de sentido, se alza siempre ineludible debido a la ya mencionada
peculiaridad del ser del hombre, y exige un ser que, fundado en sí mismo, funde el del
hombre (falto en sí de fundamento); reclama pues un Uno que arroje lo arrojado. Así,
pues, la condición de arrojado se revela como condición de creado9.
9. En el libro sobre Kant (op. cit., § 43) Heidegger acentúa que la condición de arrojado no sólo concierne al venir-al-
Dasein (Zum-Dasein-kommen), sino que determina enteramente al Da-sein como tal. En cualquier caso, también
designa al venir-al-Dasein.
La presentación del Dasein cotidiano: del estar-en-el mundo, del trato circunspectivo
con las cosas, del co-estar con los otros, es muy convincente. Puede admitirse sin
reparo que la vida humana «inmediata y regularmente» es con-vivir con los otros y en
formas tradicionalmente transmitidas antes de que el ser propio de cada Dasein se
abra paso (un pensamiento que ya Max Scheler había destacado con insistencia).
¿Pero se explica satisfactoria y fundamentalmente el ser de este hecho separando
uno-mismo y sí-mismo propio y denominándolos a ambos existenciales o formas de
existencia?
¿Pueden ser sí-mismo propio y uno reivindicados ambos como persona en sentido
pleno? Me parece que uno se tomaría demasiado en serio la habladuría si quisiera
hacer este honor al uno. Para ir al fondo del asunto hay que observar más de cerca
qué mienta propiamente el uno.
¿Hay que entender, pues, que el individuo huye de su propio sí-mismo hacia el uno,
descargando en éste su responsabilidad? Atengámonos a ejemplos que da el mismo
Heidegger: el uno prescribe lo que uno debe haber leído. Aquí el término tiene un
doble sentido: aquel que prescribe y aquel al que afecta la prescripción. Los que
deben haber leído este o aquel libro son los miembros de un determinado estrato
social dentro de un cierto ámbito cultural: las tribus salvajes no lo necesitan; nuestros
campesinos, que viven todavía según su estatus y no reivindican una cultura urbana,
tampoco; pero el europeo instruido sí. Además hay gradaciones de todo tipo: haber
leído un determinado libro se le exige a la vez al profesor, al estudiante y a la dama de
sociedad, mientras que en otros casos dicha exigencia se circunscribe a un círculo de
especialistas. ¿Quién decide qué es lo que hay que leer? Miembros de una misma
capa social. Pero no todos los que se sienten obligados por dicha exigencia, sino una
pequeña selección de los mismos: los que dan el tono. Es parecido a lo que ocurre en
un estado: hay una autoridad y hay unos súbditos; sólo que todavía no está
legalmente establecido y en general tampoco exactamente determinado ni delimitado
quién pertenece a la una y quién a los otros. En cualquier caso, en ninguno de los dos
sentidos es el Uno algo existente fuera de y junto a los hombres particulares ni
tampoco un sí-mismo propio. Designa una comunidad (en un sentido amplio de la
palabra, extensivo a cualquier tipo de agrupación que, formada por hombres
particulares, los abarque como un todo10) y a los miembros pertenecientes a ella como
tales. Los que dan el tono pertenecen a la comunidad en sentido amplio pero al mismo
tiempo forman entre ellos una comunidad más restringida.
10. No necesitamos tratar aquí la cuestión de si además hay comunidades infra y sobrehumanas.
¿Qué puede significar según esto la huida hacia el uno? ¿Quién huye? ¿De qué y
adonde? El individuo huye —tal como veíamos— de su ser más suyo y más propio
(aislado y responsable) hacia la comunidad, en sentido restringido o amplio, para
descargar en ella su responsabilidad. Por lo tanto no puede hablarse en rigor de una
huida hasta que el individuo no despierta a su ser propio y a la consciencia de su
responsabilidad.
11. Ciertos pasajes de la obra de Heidegger muestran que éste también reconoce un co-estar auténtico e incluso que
le atribuye un gran peso, pero al segregar «uno mismo» de «sí mismo» no le hace justicia.
Esto pasa inadvertido si no se quiere aceptar el desarrollo como un rasgo esencial del
ser del hombre. Y hay que prescindir del desarrollo si se deniega al hombre una
esencia distinta al Dasein (que es el despliege en el tiempo de su esencia).
12. Cf. E. Stein, «Individuum und Gemeinschaft», en Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische Forschung, vol.
V, pp. 252 ss., y «Eine Untersuchung über den Staat», en ibid., vol. VII, pp. 20 SS.
Volvamos ahora a la cuestión de lo que «se debe haber leído». Seguro que en una
comunidad hay personas más capacitadas que otras para juzgar qué es lo que puede
contribuir a la auténtica formación del espíritu. En este sentido cargan con una
responsabilidad mayor y es de todo punto razonable que los menos capaces de juicio
se dejen guiar por ellos. La invocación al uno expresa un resto de comprensión del
hecho de que toda comunidad tiene que custodiar un tesoro de sabiduría heredada
que el individuo, con su reducido ámbito de experiencia y su modesto horizonte
cognoscitivo, no puede igualar y al que no podría renunciar sin sufrir grandes
perjuicios. La caída, en cambio, es debida a que muchas veces los que dan el tono no
son ni de lejos los expertos más competentes en su materia y a que hacen público su
juicio incompetente de un modo irresponsable. Por otro lado, la masa se somete de un
modo irresponsable al juicio de los incompetentes y se deja llevar con andaderas,
cuando lo exigible sería un comportamiento autónomo y responsable de sí.
Irresponsable no significa aquí que los hombres no tengan ninguna responsabilidad,
sino que cierran los ojos ante ella y buscan eludirla.
He aquí realmente una huida ante el Dasein propio de cada cual, huida que es
posible porque se funda en el ser mismo del hombre —podríamos decir también
tranquilamente: en la esencia del hombre—, cuya vida abarca una abundancia de
posibles comportamientos a los que su libertad le permite sustraerse o entregarse a
elección y situar su emplazamiento aquí o ahí. Pero también se funda en el vínculo
natural de los hombres entre sí, en el impulso a formar parte y hacerse valer: el
impulso de los fuertes a obligar a otros a seguirles, el impulso de los débiles a
adaptarse y asegurarse su lugar complaciendo a los demás. Aquí es donde interviene
el cuidado por el propio poder-ser, en el cual, según la perspectiva heideggeriana,
consiste propiamente la existencia. En qué términos, pronto tendremos que discutirlo
pero primero la cuestión de la caída requiere mayor claridad.
Otra cuestión es cómo hay que concebir la relación de ambos en el tiempo. El asunto
resulta oscuro porque Heidegger no tiene en cuenta la diferencia entre la llegada al ser
propio desde un estado de desarrollo anterior y el retroceso desde un estado de
degeneración. Desde la imperfección de un grado de desarrollo anterior es posible, en
el orden natural, elevarse a un ser más perfecto. Pero de un estado de degeneración
no puede resultar ninguno más perfecto según el orden natural. Todo caer presupone
también en el tiempo una caída: no necesariamente en la existencia del individuo
particular pero sí como acontecimiento histórico bajo cuyos efectos se halla el
individuo. La particular clase de caída que conocemos por la Revelación no puede
derivarse de la que acabamos de ver. En cambio, bien podría decirse que la doctrina
religiosa del pecado original es la solución del enigma que plantea la exposición
heideggeriana del Dasein caído.
Ahora bien, ¿de dónde proviene el exigido conocimiento de un ser propio? A todos y
cada uno se lo hace saber la voz de su conciencia, que llama al Dasein a volver a su
ser propio desde su pérdida en el co-estar caído. El que llama debe ser también,
según la interpretación heideggeriana, el Dasein. Que la llamada parezca venir de más
allá de mí y no de mí se explica por el hecho de que el ser propio es lo máximamente
extraño a quien está perdido en el uno. Pero, ¿qué testimonio tenemos de que, en
contra de lo que parece, el interpelado sea al mismo tiempo el que llama? Por lo que
yo veo, nada más que la posición fundamental de la que parte la obra y que predomina
en toda ella: que el solus ipse es el ser privilegiado respecto a todos los demás, aquel
del que hay que esperar todas las respuestas sobre el ser, el último hasta el que se
puede retroceder y tras el que ya no hay nada. El examen imparcial de este solus ipse
choca una y otra vez, sin embargo, con las indicaciones que atestiguan que no es el
último: ni el fundamentalmente último ni el explicativamente último.
Hemos llegado, pues, al rasgo esencial del Dasein, aquel en el que es evidente que
Heidegger deposita el peso principal. Que el Dasein siempre se anticipa, que en su
ser le va su poder-ser (es lo que expresa el nombre cuidado), que de los tres éxtasis
de su temporeidad corresponde la primacía al futuro; todo esto son pasos
preparatorios de la concepción fundamental: que el ser del hombre tiene su posibilidad
más extrema en la muerte y que su estar abierto, esto es, su comprensión de su ser
peculiar, incluye de antemano esta posibilidad más extrema. Por eso se concibe la
angustia como la disposición afectiva fundamental. No será posible una respuesta a la
pregunta de la que tratamos, a saber, si es fidedigno el análisis del Dasein, si no
repasamos lo que se dice sobre la muerte.
De hecho, Heidegger pasa muy de prisa por encima de la pregunta sobre qué sea la
muerte y en cambio se dedica minuciosamente a la cuestión sobre qué experiencia se
puede tener de ella16. Afirma que no podemos experimentarla como muerte o morir de
los otros sino sólo como existencial, como perteneciente al propio Dasein. (Puesto que
el morir también es caracterizado como el terminar del Dasein, no parece que haya
que hacer ninguna distinción tajante entre muerte y morir.) Ahora abordaremos estas
tres preguntas:
1. ¿Hay experiencia de la propia muerte? (Heidegger dice: sí).
2. ¿Hay experiencia de la muerte ajena? (Heidegger dice: no).
3. ¿Cuál es la relación entre ambas experiencias?
16. Que se corresponde con la sustitución de la pregunta por el ser por la pregunta por la comprensión del ser.
En la enfermedad grave, que nos muestra el rostro de la muerte, cesa todo ocuparse:
todas las cosas de este mundo de las que uno se ha cuidado resultan fútiles hasta
diluirse totalmente. Esto significa a la vez quedarse incomunicado respecto a todos los
humanos, envueltos todavía en su ocupado quehacer, no vivir ya en su mundo17. En
cambio, puede presentarse, en la medida en que la inevitabilidad de la muerte no es
todavía reconocida o admitida, otro cuidado: el cuidado exclusivo por el propio cuerpo.
Pero cuando éste también cesa (desde luego es posible que alguien permanezca
preso en él e incluso sea sorprendido por la muerte), lo que se mantiene todavía como
último y únicamente importante es la pregunta: ¿ser o no-ser? Pero el ser del que
ahora se trata no es ciertamente el estar-en-el-mundo. Éste ya ha llegado a su fin
cuando se mira a la muerte realmente a los ojos. La muerte es el fin de la vida corporal
y de todo lo que tiene relación con ella. Más allá, sin embargo, la muerte es una gran
puerta oscura que hay que cruzar. Pero, ¿entonces, qué? Este ¿entonces, qué? es
propiamente la pregunta por la muerte que se plantea en el morir. ¿Hay una respuesta
a ella antes de cruzar la puerta?
17. Heidegger incluso menciona en una nota (§ 51, p. 270) la novela de Tolstoi La muerte de Ivan Ilich, donde se narra
magistralmente no sólo el derrumbamiento del «uno se muere» (que es lo que Heidegger señala), sino también el
abismo profundo entre el moribundo y los que le sobreviven. En Guerra y paz ocurre lo mismo, quizás no con tan crudo
realismo pero sí con una mayor agudeza en lo esencial.
Las personas que han mirado a la muerte cara a cara y después han regresado a la
vida son una excepción. Los más, se ven enfrentados al hecho de la muerte a través
del morir de otros. Heidegger afirma que no podemos tener experiencia de la muerte
de otros y ciertamente no la experimentamos como la nuestra. Pero el morir y la
muerte de los demás son fundamentales para nuestro conocimiento de ambos y por lo
tanto también para nuestra comprensión del propio ser y del ser del hombre en
general. No creeríamos en el fin de nuestra vida, no comprenderíamos la angustia, es
más, muchos ni siquiera la percibiríamos en toda su desnudez (esto es, sin el disfraz
del miedo ante esto o aquello), si no experimentáramos constantemente que los
demás mueren.
Esta pregunta sólo está justificada cuando además de haber visto algún muerto se ha
convivido con el morir. Para quien es testigo alguna vez de una penosa agonía el «uno
se muere» pierde para siempre su inocuidad. La agonía es la escisión violenta de una
unidad natural. Y cuando la lucha acaba, el hombre que la ha mantenido y se ha
desgastado en ella ya no está. Lo que de él queda ya no es él mismo. ¿Dónde está él
mismo? ¿Dónde está lo que hacía de él ese hombre con vida? Si no podemos dar
ninguna respuesta a esto, el sentido de la muerte no se nos abre plenamente. La fe
conoce una respuesta. Pero, ¿hay en el ámbito de nuestra experiencia algo que la
confirme? En efecto, lo hay. Heidegger dice con razón que ningún hombre puede
tomarle a otro su muerte. Esta pertenece al Dasein y cada individuo tiene su muerte
como tiene su Dasein. Por eso lo que se presencia junto a diferentes lechos
mortuorios nunca es igual. No estoy pensando en el hecho de que aquí haya habido
una dura lucha y allí un dulce adormecimiento. Estoy pensando en que hay muertos
que tras la lucha perecen vencedores: en una calma majestuosa y una profunda paz.
Tan fuerte es la impresión que causan sobre los que les sobreviven que la grandeza
del acontecimiento mitiga el dolor de la pérdida. ¿Podría producir el mero cese de la
vida, el tránsito del ser al no-ser una impresión tal? ¿Y es concebible que el espíritu,
que ha impreso este sello en el cuerpo, ya no deba ser más?
Hay un morir que sucede de un modo distinto: ya antes de la muerte física desaparece
todo rastro de lucha y sufrimiento, el moribundo —y todos los que le rodean pueden
percibirlo— es enardecido y transfigurado por una nueva vida, sus ojos miran a una luz
inaccesible para nosotros que sigue resplandeciendo sobre su cuerpo exánime. Quien
asiste a algo así, aunque nunca hubiera oído nada de una vida más elevada o hubiera
arrojado de sí la fe en ella, tendría que admitir que la hay y entonces se le abriría el
sentido de la muerte como un tránsito de la vida en este mundo y en este cuerpo a
otra vida, de una manera de ser a otra manera de ser. En consecuencia, tampoco el
Dasein —como estar vuelto hacia la muerte— está vuelto hacia el fin sino hacia
otro nuevo ser (aunque sea a través de la amargura de la muerte, de la destrucción
violenta del Dasein natural).
.
Ahora deberíamos examinar si dentro del Dasein mismo —y no ya en el morir o la
muerte— se encuentran indicios de un ser propio (esto es pleno, no vacío). Heidegger
mismo formula algunos enunciados al respecto, giros de los que se sigue claramente
que por ser propio hay que entender algo más que el adelantarse hasta la muerte. A la
resolución pertenecen tanto comprender el propio poder-ser, que posibilita al hombre
proyectarse, como comprender la correspondiente situación —no calculable por
adelantado— y lo que ésta exige. Vivir propiamente significa realizar las más propias
posibilidades y corresponder a las exigencias del instante, a las condiciones vitales
dadas en cada caso. Pero, ¿cómo debemos entender esto si no es en el sentido de la
realización de una esencia o una particularidad que es dada con el hombre —o sea,
con la que éste es arrojado en el Dasein— y a él confiada pero cuyo despliegue
requiere la libre cooperación de éste? ¿Qué otra cosa puede significar captar el
instante y la situación, sino comprender un orden o un plan que el mismo hombre no
ha proyectado, pero en el que se ve implicado y en que debe aceptar su papel?
Todas estas preguntas ponen de relieve la vinculación del Dasein a un ser que no es
el suyo, sino su fundamento y meta; y a la vez hacen estallar la temporeidad: el
ocupado quehacer que nunca se demora en nada y siempre se apresura hacia el
futuro no hace justicia al instante. Lo que queremos decir es que todo instante ofrece
una plenitud que quiere ser agotada. Pero aquí no hay que entender instante en el
sentido de un mero punto en el tiempo, de un tramo entre la extensión del pasado y la
extensión del futuro, sino en el de contacto de algo tempóreo con algo que en sí
mismo no lo es pero en cuya temporeidad penetra.
La relación entre la temporeidad de nuestro ser y lo atemporal que nuestro ser asume
y realiza según las posibilidades que en él se encierran no está exenta de dificultades.
Nuestro Dasein terrenal no alcanza a la realización de todas nuestras posibilidades y a
la asunción de todo lo que se nos ofrece. Heidegger denomina ser-culpable a decidirse
por una posibilidad y dejar pasar otras, algo inevitable a lo que todos tenemos que
asentir conscientemente si, resueltos, asumimos nuestro Dasein. Omite diferenciar
este ser-culpable, basado en nuestra finitud, del rechazo de una exigencia, evitable y
por eso mismo pecador. Asimismo, idealiza al resuelto cuando afirma que éste nunca
pierde tiempo y siempre lo tiene para lo que el instante exige de él. Incluso el santo,
que es quien más se aproxima a este ideal, lamentará a veces que le falte el tiempo
necesario para poder corresponder a todo lo que se le exige y, ante distintas
posibilidades a elegir, no será siempre capaz de atinar la mejor18. El santo encontrará
paz en la confianza de que Dios preserva de una fatal equivocación a quien es de
buena voluntad y conduce sus errores involuntarios a buen fin. Pero precisamente por
eso está convencido de su falibilidad y de que únicamente Dios es lo ilimitadamente
abierto.
18. Es conocido cuántos remordimientos de conciencia acarrea la promesa de hacer siempre lo perfecto.
* Cf. F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, cuarta parte, «La canción del noctámbulo», 12, últimos versos, Alianza,
Madrid, 1985. (N. de la T.)
19. Cf. su libro sobre Kant (op. ctt., § 43, sección C, 4.a parte).
Este ser es no sólo un ser que se extiende en el tiempo y se anticipa con ello siempre
a sí mismo; el hombre exige ser constantemente agasajado con el ser para poder
apurar lo que el instante simultáneamente le da y le quita. No quiere abandonar lo que
le da plenitud y desearía ser sin fin y sin límites para poseerlo entero y sin fin. Alegría
sin fin, felicidad sin sombras, amor sin límites, vida de gran intensidad sin
abatimientos, acción vigorosa, sosiego completo y liberación de todas las tensiones;
todo esto es la gloria eterna. Este es el ser al que al hombre le va en su Dasein. El
hombre abraza la fe que le es promisoria porque esa promesa corresponde a su
esencia profunda, porque le abre el sentido de su ser: él será en su pleno sentido
cuando esté en plena posesión de su esencia, a la cual pertenece la aperturidad en un
doble sentido: como realización de todas las posibilidades (la consumación del ser) y
—en sentido heideggeriano— como comprensión ilimitada del propio ser y del ser en
su totalidad y en su dimensión más extrema (que acotamos a través de los límites de
nuestro propio ser finito). En ambos sentidos es indispensable la reunión en la
unidad del extenderse en el tiempo, a la que manifiestamente apuntan Kierkegaard-
Heidegger con el instante: la manera de ser en que la diferencia entre instante y
duración queda suprimida y lo finito alcanza su máxima participación posible en lo
eterno, un intermedio entre tiempo y eternidad que la filosofía cristiana ha denominado
aion (aevum)20.
21. Cf. la diferencia entre eternidad verdadera y aparente en H. Conrad-Martius, «Die Zeit»: Philosophischer Anzeiger
(Bonn) II (1927), p. 147.
Está claro entonces que la teoría del tiempo presentada en Ser y tiempo necesita ser
modificada totalmente22. El sentido de la temporeidad, de sus tres éxtasis y de su
extensión, tiene que explicarse como el modo en que lo finito participa de lo
eterno. La importancia del futuro, tan subrayada por Heidegger, puede entenderse en
un doble sentido: primero, como él hace, como cuidado innato por la conservación del
propio ser, cuya volatilidad y nihilidad ya se ha comprendido; pero, además, como
aspiración a un cumplimiento aún pendiente, a un tránsito de la dispersión del ser
tempóreo al recogimiento del ser propio, simple, colmado de eternidad. Por lo tanto,
está justificado considerar el presente como la manera de ser del cumplimiento, que
nos permite comprender, cual fugaz relampagueo de la luz eterna, la consumación del
ser; y el pasado como la manera de ser que, en medio de la volatilidad de nuestro ser,
nos transmite la sensación de consistencia.
22. Esta exigencia no es satisfecha en su profundización del análisis del tiempo en el libro sobre Kant.
.
Aún habría mucho que decir del análisis del ser de Heidegger, desde luego, pero
hemos ido lo suficientemente lejos para contestar la pregunta de si es o no certero. Lo
es en un aspecto, ya que descubre parte de la constitución fundamental del ser del
hombre y delinea con gran agudeza una determinada manera de ser del mismo. Para
la manera de ser que él llama Dasein, y que corresponde en definitiva al ser del
hombre, no conozco expresión mejor que ser irredento. Irredento es tanto lo que
Heidegger considera ser caído cotidiano como lo que considera ser propio. El primero
es la huida ante el ser propio, la evasiva a la pregunta: ser o no-ser. El otro es la
decisión por el no-ser y contra el ser, el rechazo del ser verdadero, propiamente ser.
Lo que es tanto como decir que el ser del hombre en cuanto tal queda desdibujado, a
pesar de haberlo sondeado a la máxima profundidad. Pero la exposición no sólo es
deficiente e incompleta por querer comprender el ser sin considerar la esencia y por
atenerse a una manera de ser en especial, sino también porque falsea a este último al
arrancarlo del contexto ontológico al que pertenece e impide así descubrir su
verdadero sentido. Por otra parte, el ser cotidiano se explica de manera ambigua o al
menos propicia a malentendidos, ya que mientras la vida colectiva como tal significa
caída y el ser propio es sinónimo de soledad, tanto vida solitaria como vida colectiva
tienen su forma propia y su forma caída. Y por lo que respecta al ser propio, lo que el
texto nos expone es su negación.
..
23. Cf. H. Conrad-Martius, «Heideggers Sein und Zeit»: Philosophischer Anzeiger (1933), p. 185.
Para partir del análisis del Dasein, Heidegger se funda en que sólo se puede preguntar
por el sentido del ser a un ente a cuyo sentido pertenezca una comprensión del ser. Y
porque el Dasein la tiene, no sólo para su propio ser, sino también para el de otra
índole, por eso debe comenzarse con el análisis del Dasein. Ahora bien, ¿no se sigue
de esta proposición inicial directamente la contraria? Porque el hombre tiene
comprensión no sólo para el propio ser sino también para el de otra índole, no es
necesario que sea el propio ser el único camino posible al sentido del ser. Sin duda
hay que preguntar a la propia comprensión del ser y es recomendable partir del propio
ser para así dejar al desnudo las raíces de la comprensión del ser y abortar de
antemano las críticas. Existe, sin embargo, la posibilidad de partir del ser cósico o bien
del primer ser. Tal proceder no nos aportará información suficiente sobre el ser del
hombre, sino únicamente referencias que habrá que perseguir; pero también a la
inversa el ser del hombre sólo nos da referencias sobre el ser de otra índole y es a
éste mismo a quien debemos preguntar si queremos comprenderlo. Está claro que no
contestará como contesta un humano: una cosa no tiene ninguna comprensión del ser
y no puede hablar de su ser. Pero es y tiene un sentido que se expresa en y a través
de su exteriorización. Este manifestarse pertenece al sentido del ser cósico.
Pero Heidegger no puede admitir esto porque no reconoce ningún sentido distinto del
comprender (ni siquiera aunque remita a éste) sino que reduce el sentido a
comprender. (De esto habrá que hablar todavía.) Que desde el ser del hombre no se
alcance la comprensión de otras maneras de ser si no se las contempla sin
presuposiciones, muestra la completa oscuridad en la que permanece en Heidegger el
sentido del estar-ahí y del estar a la mano. Ello es debido a que el ser del hombre
queda desdibujado precisamente porque se le suprime lo que comparte con el ser
cósico: la esencialidad y la sustancialidad.
24. No necesitamos abordar aquí la cuestión de la filosofía cristiana, ya suficientemente discutida en la introducción de
Endliches und ewiges Sein (Edith Stein Gesamtausgabe 11/12), Herder, Freiburg i. B., 2006, § 4, pp. 20 ss.
25. Cf. Endliches und ewiges Sein, cit., p. 6.
26. Cf. M. Beck, art. cit., p. 20.
La mayoría de los críticos de Ser y tiempo han considerado su deber hacer constar
que las raíces filosóficas del texto se hallan en los espíritus conspicuos del siglo
precedente (Kierkegaard, Nietzsche, Karl Marx, Bergson, Dilthey, Simmel, Husserl,
Scheler y otros)28. En cambio, parece habérseles escapado cuan determinantes han
sido la confrontación con Kant (el libro sobre éste lo ha puesto de manifiesto) y el
constante regreso a las preguntas planteadas por los griegos y sus sucesivas
modificaciones en la filosofía posterior. Merecería la pena revisar profundamente en
una investigación específica la relación de Heidegger con Aristóteles y la Escolástica a
partir de la manera en que los cita e interpreta. Pero ésta no puede ser nuestra tarea
aquí.
28. Cf. M. Beck, art. cit.; A. Delp, Tragische Existenz, Freiburg, 1935.
Si lanzamos una mirada panorámica a la obra, nos quedamos con la impresión de que
quería ser el intento de hacer aparecer el ser del hombre como fundamento último al
que remitir todas las demás maneras de ser, pero que este planteamiento inicial
resulta al final dudoso. Será bueno comparar esta impresión con posteriores
manifestaciones de Heidegger sobre la pregunta por el ser para ver si se confirma.