Tema 4
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socioeconómica donde se asientan sus pies. Por tanto, su intento es el de transportar la
crítica del plano de la teoría al de la praxis, para convertirla en un instrumento
privilegiado de transformación de toda la realidad social.
1.1. El concepto de alienación
La crítica de Marx tiene por objeto la realidad de la alienación. El tema proviene de
Hegel aunque en Marx no se tratará de superar la alienación sino de suprimirla en el
mundo real e histórico. Marx denuncia los efectos negativos del sistema económico
capitalista sobre la forma de vida de los obreros del siglo XIX y, en ese sentido, siguen
vigentes muchas de las aportaciones marxistas.
En el capitalismo, la actividad productiva y los beneficios económicos se han
convertido en finalidades en sí mismas al servicio de los poseedores de los medios de
producción. El trabajador es una pieza de la maquinaria del sistema económico; aporta
su esfuerzo pero es privado de los frutos que de él se obtienen. Es un ser alienado. La
historia del término alienación (del latín alius, alienus, que significa otro) es compleja.
En Marx designa fundamental aunque no exclusivamente a la situación en que el
resultado o producto de la acción productiva-transformadora del hombre no le pertenece
sino que deviene propiedad de otro, y al sujeto productor le deviene y resulta ajena y
extraña. Describe, por tanto, el fenómeno por el cual el individuo se siente extraño a sí
mismo, alejado de su conciencia y llevando a cabo acciones que no responden a sus
intereses o deseos. Este proceso se inicia con el trabajo ya que el obrero, incluido en la
cadena de montaje, no hace ninguna tarea en la que se realice como persona ni puede
considerar suyo el producto que sale de sus manos. Pero Marx habla también de la
alienación del individuo respecto a la relación que mantiene con la naturaleza y con los
demás seres humanos, a los cuales trata como cosas y no como sujetos. Así, es posible
hablar de alienación política, religiosa, etc., cuando los individuos son privados de su
propia iniciativa y responsabilidad en sus relaciones con la sociedad a la que pertenecen.
1. 2. Crítica de la alienación.
La alienación básica es la económica, la del trabajo alienado. El carácter radical de la
alienación económica promueve otras formas de alienación, como son la alienación
social, la política y la religiosa. La alienación social se levanta sobre la división de la
sociedad en clases y la alienación política mediante la división en sociedad civil y
Estado. Una y otra segregan un conjunto de representaciones ideológicas que tienden a
justificar y obnubilar la situación real. Las formas de alienación señaladas tienen sus
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últimas ramificaciones y completan la situación alienada de la existencia humana en dos
últimas formas: la alienación religiosa y la alienación filosófica.
Así, el pensamiento de Marx se desplegará como una crítica de la alienación. La
alienación socioeconómica (régimen de propiedad privada y consecuente división de la
sociedad en dos clases hostiles) lleva consigo la alienación política (inversión de la
relación natural entre Estado y sociedad civil). La alienación política implica a su vez la
filosófica (justificación teórica del status quo sociopolítico mantenido por el Estado) y
ésta culmina en la religiosa (consagración definitiva de la miseria humana y remisión de
su solución a un más allá ilusorio).
La alienación básica es la económica, la del trabajo alienado y su supresión lleva
consigo la supresión de las restantes alienaciones. Sin embargo, en el despliegue
concreto de su pensamiento Marx no seguirá este orden y el punto de arranque de su
crítica será la política, la religión, la filosofía de su tiempo.
A) La alienación política: crítica del Estado burgués.
El pensamiento crítico de Marx se abre con la obra Crítica de la filosofía del Estado de
Hegel. Según Marx, Hegel ha invertido la relación natural entre lo racional y lo real y ha
otorgado a lo racional, el Estado, un puesto predominante sobre lo real, la sociedad
civil. En el Estado hegeliano el hombre pierde su realidad humana.
Si en la alienación religiosa el hombre se despoja de su esencia para atribuirla a
un Dios imaginario, en ésta se despoja de su realidad social a favor de una entidad ideal,
el Estado. Así, buceando en el mecanismo de la alienación política, Marx encuentra por
primera vez la dimensión original en la que surgirá en adelante su crítica de la religión.
La servidumbre religiosa es una servidumbre de segundo grado: no es la causa sino el
efecto de la servidumbre profana. El hombre está alienado cuando no se posee a sí
mismo, cuando, para realizar su existencia necesita pasar por el rodeo de una instancia
extraña, de un mediador. Así en la religión el ser humano se encuentra a sí mismo a
través de un mediador, Cristo. En la vida política el hombre deviene ciudadano a través
del Estado. Marx apunta ya hacia su idea de una humanidad sin Estado, una forma de
sociedad que sea reflejo de la voluntad del pueblo. Por tanto, es obvia la significación
política de la obra de Marx: una praxis o acción revolucionaria encaminada a la
transformación de la sociedad.
B) La alienación religiosa: crítica de la religión y ateísmo
La religión está en una estrecha relación con la organización social y política
prestándole una justificación ideológica. Constituye un modo de existencia
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intrínsecamente falseada cuyos caracteres son la resignación, la justificación
trascendente de la injusticia social y la compensación en el cielo. Al igual que
Feuerbach, Marx cree que la religión es una proyección del hombre pero, a diferencia de
Feuerbach, encuentra la raíz de la religión no en un sentimiento humano religioso sino
en la miseria. La transformación de las condiciones materiales de vida habrían de acabar
con la religión . En Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx
hace suya la crítica de Feuerbach según la cual la religión no es más que un espejismo
del hombre. Según Feuerbach, todos los predicados que se afirman de Dios son reales,
tan sólo el sujeto de ellos no es real, no es Dios sino el hombre que ignorando su propia
esencia la proyecta inconscientemente fuera de sí.
Mientras que en Feuerbach la religión constituía la alienación humana originaria
tal que suprimiéndola el hombre volvía a ser dueño de sí mismo, en Marx la religión es,
sin duda, una alienación, pero no es la alienación originaria. La religión no tiene entidad
en sí misma y es sólo el reflejo fantástico de una determinada situación socioeconómica.
Su supresión sólo se logrará transformando las condiciones prácticas de vida. Feuerbach
tenía razón: Dios no es más que una proyección del hombre pero Marx se impuso la
tarea de buscar sus raíces en la realidad socioeconómica. La abolición de la religión
como dicha ilusoria del pueblo es necesaria para su dicha real. La religión es
únicamente el sol ilusorio que gira alrededor del hombre mientras éste no gira alrededor
de sí mismo. Es un narcótico que ofrece al ser humano una felicidad ilusoria al precio
de negarle la real.
C) La alienación socioeconómica: de la crítica del trabajo alienado a la crítica de la
economía política.
La alienación política, religiosa y filosófica tienen su raíz en la alienación
socioeconómica que es la básica y fundamental. En la economía capitalista, el producto
del trabajo se hace extraño al hombre, no le pertenece. Además, el propio hombre se
convierte en una cosa entre cosas y es sometido al mismo trato y uso que las cosas: el
hombre deviene una mercancía. La situación descrita es una situación alienada no
natural sino histórica, resultado de una determinada organización y estructuración de la
vida social y económica. Marx se impone una doble tarea:
1º El estudio y conocimiento de esta determinada estructura social y económica.
2º La transformación práctica de la realidad social. Para Marx, es el régimen de
propiedad privada la causa de los males que aquejan al hombre. En dicho régimen el
hombre no se posee a sí mismo, su vida es propiedad de otro. La supresión de la
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propiedad privada aparece así como uno de los fines al que tiende el pensamiento de
Marx. El proletariado tiene como misión la superación de la sociedad capitalista y el
final de la lucha de clases.
El Capital lleva como subtítulo Crítica de la economía política. Marx enlazó
siempre la instauración del socialismo con la transformación de la realidad
socioeconómica. De ahí que estudiase las principales fuentes de la economía clásica
como Smith y Ricardo. El Capital trata de predecir científicamente la muerte del
sistema capitalista que está condenado a su propia destrucción porque él mismo
engendra en su seno el elemento negativo que lo destruirá: el proletariado. El sistema
capitalista llevado por su mecánica crea cada vez más bolsas de pobreza y los
desposeídos serán los que al unirse lleven a cabo la revolución. Su critica al capitalismo
afirma que el desarrollo de las fuerzas productivas lejos de liberar al hombre, lo somete
cada vez más al yugo de un trabajo inhumano.
La sociedad capitalista es una sociedad fundada en el intercambio de
mercancías. La fuerza de trabajo se convierte en una mercancía más. El intercambio de
mercancías se realiza mediante dinero. Marx considera que la plusvalía no puede
generarse por la simple circulación de mercancías. El capitalista, poseedor del dinero,
compra la fuerza de trabajo del obrero por un valor determinado: el salario. Dado que el
trabajo se comporta como una mercancía más, la cuantía del salario equivaldrá al coste
de su conservación y reproducción. Sucede que a partir de unas ciertas horas de trabajo
(1/2 jornada, según Marx) el obrero produce más valor que el equivalente al salario
percibido: el resto del valor proveniente del trabajo excedente se lo embolsa el
empresario. Así, el proceso de consumo de la fuerza de trabajo es al mismo tiempo el
proceso de producción de la mercancía y de la plusvalía. Lo que el trabajador vendía era
su fuerza de trabajo, de tal forma que de hecho se vendía a sí mismo. Lo importante es
que el precio de la fuerza de trabajo no tenía nada que ver con lo que realmente
producía ese trabajo. Esa separación del precio de la fuerza de trabajo respecto de la
producción de esa fuerza de trabajo es lo que permite la existencia de una plusvalía. El
empresario al comprar la fuerza de trabajo obtiene entonces una plusvalía.
Según expone Althusser en su obra Para leer El Capital, el análisis de Marx no
es un puro análisis científico. Es un análisis llevado a cabo en función de un proyecto
revolucionario que, en el fondo, sigue siendo humanista: la instauración de una sociedad
en la que el hombre y no la mercancía sea el valor supremo. En este sentido, la obra de
Marx es humanista por cuanto lucha contra la alienación del hombre. Sin embargo,
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algunos autores han advertido que la historia del del marxismo se parece extrañamente a
la de las religiones con su cortejo de cismas y herejías, sus inquisidores, santos y
mártires.
2. NIETZSCHE Y LA CRISIS DE LA CULTURA OCCIDENTAL
“Sin música la vida sería un error”. Tienen razón los que sostienen que en el principio
de todo lo que tenga que ver con Nietzsche está la música. «Que nadie entre aquí si no
es geómetra»: tal era, si creemos la tradición, la divisa de Platón destinada a seleccionar
a sus alumnos a la entrada de la Academia. Muy distinta, pero también muy rigurosa,
podría ser la divisa de Nietzsche: que nadie se ocupe de mí si no es músico.
La experiencia musical coincide siempre, en Nietzsche, con una experiencia de
la beatitud. Si el tema central de su filosofía, tal como escribe Rosset en La fuerza
mayor, es la beatitud, la alegría de vivir, lo esencial del efecto musical es que ilustra la
capacidad de “decir sí al mundo”. La beatitud, el alborozo, la aprobación jubilosa de la
existencia es el pensamiento fundamental en torno al cual se organizan y se jerarquizan
el resto de los pensamientos. No ha habido ningún pensador que haya rendido homenaje
a la existencia tanto como Nietzsche. Su filosofía trágica se ocupa de aprobar
incondicionalmente lo real a pesar del dolor inherente a la vida de los hombres.
Renunciando a todo consuelo metafísico y moral, Nietzsche enarbola la alegría de vivir
frente al resentimiento, la celebración del mundo frente a cuantos reniegan de él
buscando estrategias para mejorarlo.
Nietzsche y Hegel son, juntos, la conciencia histórica que reflexiona sobre todo
el pasado occidental. Si Hegel creyó que podía dar una respuesta positiva a la historia
occidental, Nietzsche (que afirmó que sus libros eran tentativas de asesinato y
dinamita), por el contrario, representa la negación despiadada y es el que levanta la
sospecha total sobre la cultura moderna, enfatizando lo que de repudiable e intolerable
hay en la modernidad. Nuestra cultura constituye la historia de un camino errado que ha
hecho del hombre europeo un aborto sublime. Nietzsche es la sospecha de que el
hombre se ha extraviado, de que es necesario dar marcha atrás, renunciar a todo lo que
hasta ahora se ha considerado como santo, bueno y verdadero. Toda la historia de la
filosofía constituye, en lo esencial, huida a un mundo verdadero situado más allá del
mundo real. Nietzsche es el primer pensador que piensa la modernidad a partir de la
despedida de los grandes ideales.
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2.1. La decadencia de la cultura occidental
Toda la filosofía occidental le parece a Nietzsche el enmascaramiento de una voluntad
de dominio. Así, pretende demoler todo el mecanismo de la filosofía occidental que
mortifica la vida. Nietzsche critica el platonismo y el cristianismo que considera que es
un platonismo para el pueblo. Piensa que el cristianismo constituye la peor inversión de
todos los valores nobles de Grecia y Roma. Su crítica a la tradición platónico-cristiana
comienza en realidad con Sócrates, autor que prefigura y anuncia a Jesús de Nazaret.
Con Sócrates comienza la decadencia de la cultura occidental. Sócrates rompe el poder
de la música en la tragedia: en el escenario ya no se canta, se discute. Pasiones y música
son dionisíacas, lenguaje y dialéctica son apolíneos. Con él comienza un racionalismo
que ya nada quiere saber de las profundidades del ser. Con él comienza la ilusión de que
el conocimiento puede curar la herida eterna de la existencia. Comienza la victoria
socrática del conocimiento sobre el sentimiento trágico de la vida. El nihilismo es la
forma con la que designa a esa decadencia que comenzó con Sócrates y Platón.
2.2. La moral como contranaturaleza
Nietzsche critica a la moral cristiana por ser una moral hostil a la vida. La base
filosófica de esta moral como contranaturaleza es el platonismo que ha dado origen a
una moral que condena los instintos vitales. Es una moral propia de seres enfermos y
débiles. El concepto de Dios encabeza ese orden moral del mundo contra el que
Nietzsche se rebela. Dicha moral no es sino un síntoma de decadencia, del nihilismo.
Frente a esta moral de esclavos, Nietzsche exalta la vida y propone romper la tabla de
valores que rige la cultura occidental
2.3. La metafísica como recelo contra la vida
Para justificar una serie de valoraciones y categorías, se ha inventado un mundo distinto
de éste, un mundo al que llaman verdadero y que se construye en oposición al mundo
aparente, de los sentidos, siempre cambiante. En realidad, no existe un mundo
verdadero y otro aparente. Inventar otro mundo distinto a éste implica tener recelo
contra la vida, se duda del valor de la vida y se inventa otro mundo como finalidad.
2.4. La muerte de Dios
El hombre necesita dar un sentido a la vida y para ello crea el valor. Nietzsche piensa
que el hombre ha entendido la vida a la luz de un sentido trascendente. Dios era el
trasunto del sentido y de la finalidad de modo que, si desaparece, palidecen también el
sentido y el fin en la naturaleza y la historia. Nietzsche entiende la muerte de Dios como
un acontecimiento histórico. Al ser Dios la piedra sillar, su muerte supone que el mundo
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metafísico se ha desmoronado. El fundamento suprasensible, en cuanto realidad de todo
lo real, se ha vuelto irreal. Soltar esta tierra de su sol, vaciar el mar y borrar el horizonte,
son tres modos de expresar el hundimiento del mundo suprasensible. Dios ha muerto
significa que hemos perdido el norte, el sentido de nuestras vidas. Con su muerte, se
hunde todo el sistema de valores e ideales de la cultura occidental que recibía de él su
fundamentación.
2.5.El nihilismo
Si Dios ha muerto, el hecho de existir no tiene sentido. La grandeza de Nietzsche
consiste en que camina hacia lo intransitado, en que se sale de una senda que durante
siglos guió el pensamiento de Occidente. ¿Qué significa el nihilismo? Que los valores
más elevados se devalúan. El nihilismo es esa enfermedad que padece la cultura
occidental desde sus comienzos, pero que sólo al final desvela su desnudez al mismo
tiempo atroz y banal; forma con la que designa a esa decadencia que empezó con
Sócrates y Platón y que se revela como la historia de un tedium vital cada vez más
pronunciado. La moral cristiana y la metafísica occidental son movimientos nihilistas
que quieren la nada, aunque durante mucho tiempo han enmarcado la nada como sumum
ens, como Dios. El nihilismo significa que los valores supremos pierden su validez, que
nuestra vida queda ya desprovista de todo sentido y de toda finalidad. Dios ha muerto y
con él todo el reino de los valores suprasensibles, de las normas y fines que hasta
entonces habían regido la existencia.
2.6. La transmutación de todos los valores.
Nietzsche concibe la filosofía como una disciplina afín a la medicina y a la psicología.
Su reflexión tiene por objeto la salud y la enfermedad es la decadencia de la cultura
occidental cuyos tres hitos fundamentales son:
1º afirmación de un trasmundo: platonismo.
2º instalación en él de un solo Dios: cristianismo.
3º el desastre final que surge tras la muerte de Dios: nihilismo.
La terapia radica en la afirmación trágica de este mundo tal y como es. Esta actitud, tal
y como señala C. P. Janz, autor de una excelente biografía sobre Nietzsche, es el punto
de partida de la transvaloración de todos los valores cuyo objetivo primordial es romper
con dos ideas: la culpabilidad de la existencia y la linealidad del tiempo.
La obra de Nietzsche fue un esfuerzo para invertir la corriente: romper las tablas de
valores, mostrando su verdadera fuente, el cansancio de vivir, y conseguir la
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transmutación de los valores, poniendo en primer término la voluntad de poder, todo lo
que afirma la vida en su expansión y plenitud
Son necesarios nuevos valores que superen el nihilismo y que reafirmen el
triunfo de la vida, de esta vida terrenal . Esta transmutación de todos los valores sólo es
posible tras haber superado el nihilismo.
3. EL PSICOANÁLISIS COMO CRÍTICA DE LA CULTURA
Ni Livingstone, ni Admunsen, ni Phileas Fogg. No es a ninguno de estos héroes reales o
ficticios a quienes debemos atribuir el relato de aventuras más apasionante de la época:
el descubrimiento de un nuevo continente, la Atlántida de la mente humana. Freud
dirige una menguada expedición a las secretas fuentes del sufrimiento humano. Dentro
de uno mismo se alza un reino de sombras y se vislumbran los contornos de un
continente desconocido: el inconsciente. Desde que Freud descubre el inconsciente, ese
‘país extranjero interior’, quedará manifiesto que el yo no posee en absoluto la pureza
cristalina del cogito que, de Descartes a Husserl, se le atribuye. Aquello que la tradición
clásica ha entendido como sujeto es para el psicoanálisis un lugar escindido, surcado
por varias fuerzas que mantienen relaciones de equilibrio y desequilibrio, y, además,
incapaz de un total autoconocimiento. Freud nos muestra un sujeto que se encuentra
habitado por deseos que desconoce y que es hablado por otro discurso, fracturando su
intención consciente, de la que creía ser dueño. Nuestro yo, en palabras de Freud, “no
es el amo de su propia casa”. Freud describe al yo como un pobre diablo amenazado por
tres diversos peligros, emanados, respectivamente, del mundo exterior, de la libido del
ello y del rigor del superyó. Es esa triple exigencia, ante la que el yo se ve obligado a
mediar, la que le hace débil, presto a resquebrajarse. Ningún ser humano constituye una
unidad, las disarmonías internas son inevitables. Freud nos enseñó que la normalidad es
una conquista continua, un estado nada seguro porque lo patológico habita dentro de
nosotros.
Además, como certeramente observa Remo Bodei en Las lógicas del delirio,
más acá de los conflictos sociales y de clase (analizados por Marx), Freud descubrió
otro hormiguero de conflictividad: la casa, con su mezcla de afectos y jerarquías, de
violencia y protección, de sexualidad y competencia, de pasiones e intereses. Intentó
devanar la intrincada madeja de las relaciones familiares, ya analizada sin piedad por
contemporáneos como Ibsen, Strindberg o Pirandello, y halló la casa literalmente
habitada, no sólo por el amor, sino por los espectros de temores y tensiones mortíferas.
Subrayó la importancia de las relaciones infantiles con los padres y cómo la
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perturbación de dichas relaciones origina después los más graves resultados para la vida
sexual adulta. Los conflictos, las heridas y el sufrimiento interior de los niños indican
que esa fase de la vida no representa en absoluto el paraíso perdido y la presunta y tan
ensalzada edad de la inocencia.
3.1. El psicoanálisis
Freud elaboró el psicoanálisis con una finalidad no cognitiva sino terapéutica aunque
posteriormente amplió el psicoanálisis a la explicación de los fenómenos culturales. En
rigor, el psicoanálisis puede ser considerado desde una triple perspectiva: como un
método terapéutico, como una teoría de la vida psíquica y como un método de estudio
de aplicación general. Por tanto, Freud intentó explicar y comprender no sólo el
psiquismo humano, sino también el sentido último de la civilización y la cultura. Así, el
legado de Freud no se reduce a unos métodos terapéuticos y de investigación
psicológica sino que aborda problemáticas propias de la tradición filosófica a la que
engrandece con su aguda crítica de la cultura occidental
Su contribución básica a la Psicología fue el descubrimiento de los procesos
inconscientes de la conducta. En efecto, tanto en los sanos como en los enfermos surgen
con frecuencia actos psíquicos cuya explicación presupone otros de los que la
conciencia no nos ofrece testimonio alguno. Admitir la existencia de procesos mentales
inconscientes representa, según Freud, un paso decisivo hacia una nueva orientación en
el mundo y la ciencia.
3.2. ¿En qué consiste la técnica psicoanalítica?
Freud obtuvo una beca y se marchó a París a estudiar. Allí trabajó con Charcot y
aprendió el uso de la hipnosis como terapia. Pese a la valiosa ayuda que la hipnosis y la
sugestión prestaron a Freud en el descubrimiento del inconsciente, Freud rechazó
pronto el valor de la hipnosis para la cura: ”El reemplazo de la hipnosis por la llamada
asociación libre ha sido el verdadero nacimiento del psicoanálisis. Junto con la
interpretación de los sueños, la asociación libre es la segunda vía regia para adentrarse
en el inconsciente.” La asociación libre es la regla fundamental del tratamiento
psicoanalítico, de un tratamiento que la propia paciente Anna O. definió como cura por
la palabra. Según ésta, el paciente ha de expresar todo lo que se le ocurra, sin censurar
ningún aspecto, por disparatado, inconveniente o nimio que le parezca.
3.3 Los pilares del edificio psicoanalítico
La hipótesis de la existencia de procesos psíquicos inconscientes, el reconocimiento de
la teoría de la resistencia y de la represión, la valoración de la sexualidad y del complejo
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de Edipo son los contenidos capitales del psicoanálisis. La teoría psicoanalítica se alza
sobre los pilares constituidos por La interpretación de los sueños (1900) y Tres ensayos
para una teoría sexual (1905).
Frente a la concepción científica, para la que el sueño era un producto
secundario y absurdo, Freud enlaza con el sentido popular, para el que el sueño tiene
una significación oculta. Fueron sus pacientes los que vinieron a destacar el relieve de
los sueños en la vida psíquica al relatárselos en el curso de la asociación libre. El
análisis de los sueños, paradigma de las formaciones del inconsciente, no sólo ayudó a
Freud a comprender los vericuetos de sus pacientes sino que alcanzó un valor teórico
extraordinario pues se convertirá en el modelo de una serie de fenómenos (recuerdos
encubridores, actos fallidos, chistes y síntomas) a los que se ha aplicado el nombre de
formaciones del inconsciente.
En lo que respecta al sueño, Freud distingue entre el contenido manifiesto y el
contenido latente del sueño. La deformación impuesta a las ideas latentes es debida a la
censura que tiende a impedir a los deseos inconscientes al acceso a la conciencia. La
censura es una función permanente, una barrera selectiva que impide la emergencia de
los deseos inconscientes y sólo la tolera (aún obligándolos a deformarse) al relajarse
parcialmente durante el sueño. Freud consideró la teoría de la represión como la piedra
angular del edificio del psicoanálisis. Principal de los mecanismos de defensa y
prototipo de ellos, se encuentra en otros procesos defensivos como un momento de los
mismos. La esencia de la represión consiste en rechazar y mantener alejados de lo
consciente a determinados elementos. Todas las represiones decisivas tienen lugar en la
más temprana infancia. Sobre el modelo del sueño, Freud analizó otras formaciones
transaccionales entre las fuerzas en lucha de los diversos sistemas psíquicos: los
recuerdos encubridores, los actos fallidos, los chistes. Como en el sueño, como en el
síntoma, el proceso sería siempre el mismo: conflicto, represión y sustitución
transaccional.
Si La interpretación de los sueños fue acogida como una obra un tanto
extravagante, los Tres ensayos para una teoría sexual provocó un enorme escándalo ya
que atacaba el puritanismo de la moral burguesa. Si el deseo es el concepto en torno al
cual gira su obra dedicada a los sueños, en esta obra sobre la sexualidad el concepto
central es el de pulsión. En efecto, el tema central de la obra podríamos resumirlo
diciendo que, para Freud, la sexualidad no es un instinto. El hambre puede considerarse
como un instinto pero para la sexualidad Freud reserva el término no de instinto sino de
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pulsión. La sexualidad humana carece de objeto y finalidad precisos, y, por tanto,
escapa a un orden prefijado por la naturaleza, por lo que la perversión no es la
excepción sino la norma, o, al menos, es la norma en el amplio campo de la sexualidad
infantil, el otro concepto que acabaría por provocar el escandalizado rechazo del mundo
académico oficial que prefería atenerse a la imagen convencional de la inocencia sexual
de los niños. El mundo, tal como era entonces, no pudo aceptar la afirmación de que el
amor del niño por cada uno de sus padres se asemeja en muchos aspectos al amor del
adulto por su partenaire sexual. El llamado complejo de Edipo (el amor por la madre y
los celos y hostilidad al padre, en el caso del varón) representaba para los psiquiatras
alemanes el envenenamiento de una de las escasas relaciones humanas que el mundo
todavía consideraba sagrada.
Freud califica a la sexualidad infantil como perverso-polimorfa. Es sólo tras la
metamorfosis de la pubertad cuando las normas culturales y morales tratan de imponer
un dique a tales perversiones (prohibición del incesto, primacía de la genitalidad
heterosexual, contribución a la procreación). La dificultad de hacer compatibles las
tendencias perversas sexuales infantiles y las exigencias sociales y morales hará a
muchos caer en la neurosis. La sexualidad normal (ideal) supondrá, para Freud, la
superación del complejo de Edipo y la aceptación de la prohibición del incesto.
Frente a la concepción de su época, para la que la sexualidad surgía con la
pubertad, Freud sostuvo la importancia de la sexualidad infantil, siempre que sexualidad
se entienda en sentido muy amplio, sin equipararla a genitalidad. Así, entiende por
sexualidad toda una serie de excitaciones y actividades, que producen un placer y que
no siempre se halla en dependencia del aparato genital.
Si a la sensación subjetiva que acompaña a la necesidad de nutrición se la
denomina hambre, Freud propone denominar a lo que corresponde al hambre en el
dominio sexual, líbido (del latín libidum, deseo). La meta o el fin de la pulsión es
siempre la satisfacción. Cuando las aspiraciones pulsionales no encuentran satisfacción
surgen estados intolerables. Las pulsiones sexuales acompañan a la vida desde el
nacimiento mismo y las represiones son el arma defensiva empleada por el yo contra
tales pulsiones.
Esta obra supuso una auténtica revolución a partir de la cual la sexualidad deja
de ser un aspecto del ser humano para convertirse en una dimensión totalizante del
psiquismo. Con Freud, la sexualidad se separa de su conexión inmediata con lo genital y
se considera una función corporal más amplia, cuya meta es el placer, y que sólo
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secundariamente se aviene a servir a los fines de la reproducción. Los impulsos sexuales
incluyen todos aquellos impulsos meramente afectivos y cariñosos a los que se les
aplica el término excesivamente ambiguo de amor. La concepción de la sexualidad que
la identifica con la genitalidad y la restringía a la época adulta se derrumba porque:
1º No hay etapa alguna de la vida humana que desconozca el placer erótico.
2º No existe región alguna del cuerpo ajena a la pulsión sexual.
3.4 La reformulación de la teoría de las pulsiones: la segunda tópica.
A partir de Más allá del principio del placer (1920), Freud defiende un nuevo dualismo
pulsional, el de pulsiones de vida (Eros, la manifestación energética del Eros se llama
en psicoanálisis libido) y pulsiones de muerte (Thánatos). A partir de 1923 ofrece un
nuevo enfoque del conflicto psíquico, que no por ello anula la vigencia del
primero(consciente, preconsciente e inconsciente). Freud diferencia ahora entre ello, yo
y superyó, señalando que a la peculiar condición de lo psíquico no corresponden
contornos lineales sino esfumaciones. El escenario freudiano tripartito de la psique
constituye un hermoso símil de la casa burguesa con su sótano, las habitaciones
destinadas a viviendas y el desván cargado de recuerdos.
A:) El ello
El término ello fue tomado del médico Groddeck quien, según Freud, lo utilizaría
siguiendo a Nietzsche, para referirse a lo que en nuestro ser hay de impersonal, a la
experiencia de que nuestro yo se conduce en la vida pasivamente y que, en vez de vivir,
somos “vividos” por poderes ignotos e invencibles. Definido como un caos pulsional,
frente al modo de organización del yo, el ello retiene la mayor parte de las propiedades
atribuidas al sistema inconsciente en la primera tópica. Es la parte oscura e inaccesible
de nuestra personalidad. Aspira a dar satisfacción a las necesidades pulsionales
conforme al principio del placer. Todos los conceptos freudianos se enlazan en un
sistema cuya piedra angular es la noción de inconsciente, eslabón que liga la infancia
con la vida adulta, trasfondo omnipresente que ejerce continua influencia causal sobre el
pensamiento y la conducta.
B) El yo
Del ello, genéticamente primero, se habría ido desgajando el yo por influencia de la
realidad exterior. Su labor es registrar las condiciones, las demandas y los peligros del
mundo exterior, y tomarlos en consideración. El yo no es otra cosa que una parte
remodelada, separada del ello y adaptada al mundo exterior. Ha destronado el principio
del placer, que rige en el ello, y lo ha sustituido por el principio de realidad, que
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promete mayor seguridad y mejor éxito. El yo representa lo que pudiéramos llamar la
razón, opuestamente al ello que contiene las pasiones. Contiene elementos conscientes,
preconscientes e inconscientes (los mecanismos de defensa).
C) El superyó: Es el sedimento de la prolongada dependencia del niño respecto a los
padres y sus exigencias respecto al control de los impulsos y la socialización. Es por
tanto fruto de la interiorización de las normas sociales ejemplificadas en la conducta
paterna. Incluye un yo ideal y una conciencia moral.
El conflicto interior es la incompatibilidad entre las demandas del ello y las
normas del superyó que exigen la represión de algunas de las pulsiones del ello o su
satisfacción indirecta. En definitiva, la vida psíquica, es decir, la dinámica de la
personalidad, consiste en el intento de encontrar el equilibrio entre las exigencias del
ello y las normas del superyó.
Para concluir, es necesario señalar que Freud nunca pretendió convertir su teoría
en una concepción del mundo pero advirtió el múltiple interés del psicoanálisis para el
estudio de los más diversos fenómenos culturales, dando lugar al psicoanálisis aplicado.
De hecho, el estudio de las instituciones culturales ha estado presente en el psicoanálisis
desde el principio y ha contribuido a la forja de algunos de sus principales hipótesis y
conceptos. Por eso, el análisis de la cultura no es un simple adorno sino algo que induce
a sucesivas reelaboraciones de un modelo que surgió en el campo de la psicopatología:
neurosis obsesiva, neurosis histérica, delirio paranoico, son los grandes referentes
analógicos desde los que Freud quiere comprender algunos de los fenómenos básicos
de la cultura.
El sueño y su interpretación son, para Freud, la vía regia para el conocimiento de
lo inconsciente. Si el sueño es la realización (disfrazada) de un deseo (reprimido),
también las instituciones culturales habrán de ser consideradas como manifestaciones
disfrazadas de deseos que han sido sometidos a los procesos de dramatización,
condensación, desplazamiento, etc. La cultura –y la religión, de forma destacada- como
ilusión, la moral y el progreso aparecen como espejismos sobre cuyo fulgor hemos de
interrogarnos antes de dejarnos seducir por ellos.
Según expone Freud en El malestar en la cultura, cultura equivale a represión.
La obra maestra de la cultura es la implantación de la conciencia. Ahora bien, pese al
tono pesimista que se observa en algunos pasajes de su obra, Freud no se declara
enemigo de la cultura y, como Rousseau, no pretende regresar al estado de naturaleza.
Su crítica también contiene un mensaje esperanzador: cabe esperar que, poco a poco,
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logremos imponer a nuestra cultura modificaciones que satisfagan mejor nuestras
necesidades. El proyecto freudiano, tal como se expresa en El porvenir de una ilusión,
es el de la sustitución de la antigua legitimación religiosa de la moral, por otra basada
en su necesidad social, guiados por la luz de la ciencia: si los hombres retiran sus
esperanzas del más allá y concentran en este mundo todas sus energías, se conseguirá
que la vida se haga más llevadera a todos y que la civilización no abrume ya a ninguno.
Freud constata cómo para el individuo la vida es difícil de soportar. El hombre
demanda consuelo, pide que el mundo y la vida queden libres de espantos. En respuesta
a esas demandas se insertan las funciones de la religión. Su intento es el de proporcionar
un último escudo protector frente al sinsentido y al caos, que haga soportable para el
hombre la crueldad del destino y la muerte.
La religión no es sólo moral y prohibición, sino también esperanza y consuelo.
No nace ante todo del temor, sino antes que nada del deseo. De ahí el peligro de que no
sea sino una ilusión, la ilusión de que las cosas sean tal y como a nosotros nos gustaría
que fuesen. Las creencias religiosas tratan de proporcionar consuelo ante la dureza del
vivir, lo que se logra por una regresión psicológica del individuo a estadios primitivos
de su desarrollo. Todo lo que la religión nos viene a ofrecer es un producto psicológico
similar al delirio: la religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana Freud
relaciona continuamente los dos motivos, el del desamparo y el de la nostalgia del
padre, pues la motivación psicoanalítica de la génesis de la religión constituye la
aportación infantil a su motivación manifiesta.
No obstante lo expuesto, Freud es consciente de la pluralidad de funciones que
la religión cumple. Freud señala que la religión ha prestado grandes servicios a la
civilización humana y ha contribuido a dominar los instintos asociales. Quizá es por ello
que puntualiza que “si enseñásemos que la existencia de Dios y de una vida futura son
meras ilusiones, los hombres se considerarían desligados de toda obligación de acatar
los principios de la cultura” surgiendo de nuevo el caos. Así, sostiene que aunque
supiésemos que la religión no posee la verdad, deberíamos silenciarlo y conducirnos
como aconseja la filosofía del “como si” pues hay muchos hombres que hallan en las
doctrinas religiosas su único consuelo y sólo con su ayuda pueden soportar la vida.
Para finalizar, subrayar que Freud se ha inscrito como un héroe, como el héroe que ha
descendido al submundo del inconsciente. Como la arqueología, disciplina con la que
tiene en común el ocuparse de las “profundidades del pasado”, el psicoanálisis es, en
sentido literal, Aufklärung (Ilustración): traer a la luz del día objetos sepultados y, con
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ello, iluminar el oscuro desconocimiento que hay en torno al pasado, elevar a la luz de
la conciencia los recuerdos reprimidos, sepultados. Según Freud, solo conocemos si nos
dedicamos a desenterrar, como arqueólogos, desde la zona subterránea colmada de
hallazgos en la que todo está conservado. Esta área la llamó inconsciente.
En efecto, Freud, considerado por Ricoeur uno de los maestros de la sospecha,
transforma el yo al insertar en el psiquismo la idea de una alteridad interna: lo
inconsciente La fuerza del pensamiento freudiano no radica sólo en su concepción del
hombre inhibido, reprimido, esclavo de sus pulsiones inconscientes que acude al diván.
Para explicarla hay que acudir también a la esperanza que la cura psicoanalítica le
ofrece. Freud, como Marx, ofrece medios para superar una alienación radical. Esto
enlaza con el proyecto ilustrado puesto de relieve en el texto kantiana ¿Qué es la
Ilustración?: alcanzar la mayoría de edad y la madurez del propio hombre. Del mismo
modo, Freud en El porvenir de una ilusión sostiene que el hombre no puede permanecer
eternamente niño, que ha de salir algún día a la vida. En última instancia, el fin del
psicoanálisis será la preservación y expansión de la autonomía del paciente: que el yo
gane terreno al superyó y al ello, donde era ello ha de ser yo.
Freud que comparó la injuria que le infligiera al hombre a partir de sus hallazgos
con el molesto efecto producido por el descubrimiento darwiniano de que el hombre
desciende del mono, no menos incómodo que la revolución copernicana de que la tierra
no es el centro del universo, anticipa a buena parte de los desarrollos de pensamiento
filosófico del siglo XX al cuestionar la unidad sustancial del sujeto y otorgar un puesto
central al lenguaje y su dimensión comunicativa. Freud ha ejercido un influjo enorme
sobre toda la cultura del siglo XX. Baste pensar en el surrealismo o en figuras del
séptimo arte como Hitchcock. Pero su influencia va mucho más allá de vanguardismos
estéticos: términos como complejo, inconsciente, etc. se han incorporado al habla
coloquial. Resulta paradójico entonces que, desde diversos frentes, se nos anuncie la
defunción del psicoanálisis. El enigma de la sexualidad, causa de la neurosis, según
Freud, sigue interrogando al hombre. Freud pensó que muchos trastornos nerviosos
encerraban secretos de alcoba: las neurosis actúan como puestas en escena de los
fantasmas del deseo. Pese a lo que se ha acusado y ridiculizado a Freud por su
pansexualismo, algo de razón tendría cuando la palabra más escrita en Google es sexo.
Son muchas las aportaciones que debemos a Freud pero quizá la principal sea que nos
enseña a descubrir el otro que habita en nosotros y a reconocer que somos distintos de
lo que creíamos ser. Freud lleva a cabo la conquista y el saneamiento de ese país
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extranjero interior que es el inconsciente y nos hace ver que comprender la alteridad
significa comprendernos a nosotros mismos. Freud nos alerta permanentemente: la
normalidad es una conquista continua porque lo patológico habita en nuestro interior.
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