Rapoport - Las Grandes Crisis Del Capitalismo Contemporáneo

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LE MO..

DE
E
diplomatique

Mario Rapoport |Noemí

y Crisis

cas —ECTUAL

mn
Mario Rapoport
Es licenciado en Economía Política
por la Universidad de Buenos Aires y
doctor en Historia por la Universidad
de París |-Sorbona. Investigador
Superior del CONICET y Profesor
Consulto de la UBA, ha publicado
numerosos libros como autor o
coautor. Entre los más recientes se
destacan: Historia económica,
política y social de la Argentina
(Emecé, 2008); Relaciones
tumultuosas. Estados Unidos y el
primer peronismo (Emecé, 2009), y
Las políticas económicas de la
Argentina. Una breve historia
(Booket, 2010). Dirige el Instituto de
Estudios Históricos, Económicos,
Sociales e Internacionales (IDEHESI)
del CONICET-UBA.

Noemí Brenta
Es licenciada en Economía por la
Universidad Argentina de la Empresa
(UADE) y doctora en Economía por la
Universidad de Buenos Alres.
Coordinadora académica e
investigadora del Instituto de Estudios
Históricos, Económicos, Sociales e
Internacionales (IDEHESI) del
CONICET-UBA, y docente en varias
universidades nacionales. Ha
publicado Argentina Atrapada.
Historia de las relaciones con el FMI,
1956-2006 (Ediciones Cooperativas,
2008), tesis doctoral que recibió el
Premio Facultad de Ciencias
Económicas UBA 2007.
boutique del libro
unicenter shopping L. 3169
Martínez - 4717-4873 / 4874
* a,
Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló»
Capital Intelectual
Las grandes crisis del
capitalismo contemporáneo

Mario Rapoport y Noemí Brenta


O de la presente edición, Capital Intelectual S.A., 2010

Capital Intelectual S. A. edita, también, el periódico mensual


Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
Director: Carlos Gabetta

Coordinador de la Colección Le Monde diplomatique: Carlos Alfieri


Edición y corrección: Aurora Chiaramonte
Diseño de tapa e interior: Carlos Torres
Producción: Néstor Mazzei
Foto de tapa: Liborio Justo, Calle de Nueva York (1934).
Gentileza de Mónica Justo

Paraguay 1535 (C1061ABC) Ciudad de Buenos Aires, Argentina


Teléfono: (54-11) 4872-1300
www.editorialcapin.com.ar

Suscripciones: secretariaweldiplo.org
Pedidos en Argentina: pedidos(dcapin.com.ar
Pedidos desde el exterior: exterior(Wcapin.com.ar

Edición: 2.500 ejemplares


ISBN 978-987-614-250-2
Hecho el depósito que ordena la Ley 11.723
Libro de edición argentina
Impreso en Argentina. Printed in Argentina.

Todos los derechos reservados.


Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento sin el permiso escrito de la editorial.

Rapoport, Mario
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo / Mario Rapoport y
Noemí Brenta - la ed. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2010
368 p.; 24x17 cm - (Le Monde / Carlos Gabetta; 51)
ISBN 978-987-614-250-2
1. Economía. |. Brenta, Noemí ll. Título
CDD 330

Fecha de catalogación: 29/07/2010


Índice
A
AN

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Capítulo 1: Las crisis del capitalismo en


una perspectiva teórica € histórica ..oooooooooocoocoooooooonoconononononacaonnc
canoncorno

A) Ciclos económicos y crisis: conceptos y teorías


a do erre aitor teta cedeidcaldo ciooblcr al
ZA IIOS TAEOS Y CADIOS TECNOIOLICOS a aca o a RL
MAIS A O Ra OE
rap aperdenas EHsiS TINEnCiOlas ratones onedino nos con ARa ORTO,

B) Las crisis del capitalismo: evolución y análisis comparado


IA MACIÓ Una crisi ade O
2 Unaprimera comparación entre las Crisis. Mao ra ianiecita dad. di eaccciad
3. La crisis de la década de 1970: una larga etapa COMIenZa ....ccccccnncnnnnnnncnno..
4. La globalización neoliberal, las nuevas tecnologías
Yi OS Procesos idea o A A O e Ion
. Crecimiento, comercio e inversiones: mitos y realidades .........ccooccconcnconccnnns.
"Lareconomía dellatespeculación a. e o A ooo
NX
Ul
O) . ¿Difusión
del progreso económico? La distribución del
MEE CO MO A dio ocaso
8. El neoliberalismo y el Consenso de Washington ....ccooocccconcccnononcncnoncncnonanicnns
9. De crisis en crisis: cuarenta años de inestabilidad .............coocccooccnooccnoncnonncos
ONU nai darsobren acid 2 DO ZOO A o
11. El dólar en cuestión. ¿Zonas monetarias o moneda internacional? ..............
12. Algunas conclusiones del análisis COMPAradO ...ccccccccccccononnnononananananananananns

Notasidel Capítulo Lacan rare to mona caros ela daa de aU Eo Bios Epa aeo

Capítulo 2: El neoliberalismo y SUS CriSIS ..........coococcnoninnnncconanonncccnonennnnenanananns

A) Las crisis que vienen de la periferia ..........oooccccccccncccnnnonnnnnnnnnncncnnnannnnno


AE A OSO Cia
Atatens ide Ud est ASI aaa
A O O OS
MEE eE A A Oo
EAN A A oa
, La crisis argentina ....coceomocnononansannccacanoonennoncccnnacnencnnoncornnnnnnoanannnanaanaananenanas
tastsecuencias de lasicisis ten da Di
0=a0Ne-
NO dei denao eiasas
B) Los países del centro y sus crisis
1. La crisis de las cajas de ahorro y préstamo en Estados UNidOS ....cccccncnnocnon.
2. La crisis japonesa de la década de 1990 .ocnnncccconcccnnnnnnocononononnnnnnnnnncnenannnos
3. La caída de las puntocom. Los fraudes empresarios.
Los gastos militares estadoUnidenSES .....coommmonenccccananaccnnonnannnnonrenncnnnononcinnnas
4. Reformas y dificultades económicas y sociales en la Unión Europea.
Del Tratado de Maastricht a la Unión Monetaria. ......cccccconcncnnoncccnnaneconenannonas
5. Las debilidades del sistema monetario internacional. Los intentos de
dolarización. La competencia de Otras MONEdaS ...ccooccnccccnnoncncncncncnncnannnananns
6. El FMI y su responsabilidad en laS CriSIS-—.....oonccononcccccnononennanononcncnananoraranannns
7. La expansión de China y su rol en los procesos de crisis de
O A UE coo roo ra ias saca
8. La OMC y los desequilibrios del comercio mundial — ...occocnconcnnncnnnconinorocanannos
9. Las burbujas especulativas y la política de la Reserva Federal ......coommmcmmonoo..
AOFENCADA SMOC ans osea cie palsae
11. Un modelo de desigualdades: de la “gran compresión” a la
Sranavergencias en Estados UNOS andas caen decides edo eaa sos da [ES
TIROS PASOS ce oda caota cias aa

Notas: del CapitUlo A ei ÓN

Capítulo 3: La crisis mundial de 2007-2010 — .....occccccoccccnccoccccccononiconononincononos

A) La volatilidad del sistema: mercados financieros y economía real


1. La hipertrofia del sector financiero. Créditos y títulos. Especulación y
especuladores. La crisis bancaria. Endeudamiento público y privado ............
2. La crisis y el rol del Banco Central Europeo. Consecuencias de
la incorporación de nuevos países a la Unión EUrOpEA — ..cccccncccccnnnccnnnnnnnccnnns
3. El ahorro y la inversión a nivel mundial. Países deficitarios y
excedentarios. Los precios de los commodities. Los efectos de la crisis
sobre el medio. ambiente y la DODIACIÓn* ecc omiten lave

B) Las etapas de la crisis: estallido, depresión y salvatajes


1. El estallido de la crisis en 2007. Las subprime y el sistema bancario
2. La profundización de la crisis en 2008. La caída de la
Dancade Inversión aserto anal Ea OOO o
. El año 2009: recesión y deflación
. La crisis europea de 2010
Ls ZOZODras del euro Otto abra poe o A EN
. La intervención de los Estados y los organismos internacionales.
000
LOS:MEcanismos de regulacion crecerON
. El G-20 y las medidas planteadas a nivel mundial ..ccoconnoooooooooncccccccnnnnna
Y . El impacto de la crisis en América Latina: los casos de Argentina,
00
Brasil y México
Capítulo 4: La crisis de las décadas de 1970 y 1980

A) Los factores de su desencadenamiento


1. El agotamiento de la expansión de pOSBUeITa ..oocoocconconicnoccnononononnnoncnncnn
conan
2. La crisis del dólar y el fin del orden monetario internacional
O A A O A O RN
S..El avance delTerceniMUndod.A. MIA TA pte: da za ro rales el
4. Usinas de pensamiento: el Club de Roma y la Comisión Trilateral .................
5. La rivalidad entre las grandes potencias capitalistas. La guerra de Vietnam
6. Las guerras en Medio Oriente y la crisis del petróleo

B) Evolución de la crisis, ideologías y consecuencias


1. Inflación, estancamiento y desempleo en los países desarrollados
2. ElNSegundo:Shoctepetrolero ser. SRIARO ME IE Le E EACOAN
3. Las dictaduras en el Cono Sur: el neoliberalismo en Argentina,
A en e tres e Mo OR LE O IR
4. El reciclaje de los petrodólares y eurodólares. Evolución y crisis
geardeuda extema enana a ez a aio
5. El regreso del pensamiento económico neoclásico: neoliberalismo y
monetarismo. Milton Friedman, Robert Lucas y la Escuela de Chicago.
Los economistas de la oferta. Los premios NOb€l ....cooccconcccnccnnnccnncccnnocinnnons
CIEN Natchcnis MOM RC aa ooa TEN oRia
ALCA DUO O A o oo aaa ais

Notas ec A

Capítulo 5: 1929, la primera gran crisis del capitalismo contemporáneo .......

A) Luces y sombras de los años previos a la crisis


1. Los efectos de la Primera Guerra Mundial y el ascenso de EE.UU. como
potencia económica, política y militar. El taylorismo y el fordismo. ................
2. La Revolución Rusa y la aparición de una alternativa al capitalismo.
El Tratado de Versalles y sus consecuencias sobre Alemania
Y OÍOS Países. eurODeÓsS. ..tearaones na oo oienoncaained Uned leon eede qa ra aca aeo Da Cote
3. La cuestión del orden monetario. Las hiperinflaciones: Alemania
vAustiias La deuda alemana san o aaa AB
4. La competencia entre el dólar y la libra. Gran Bretaña y el retorno al
patrón oro. Los excedentes de la balanza comercial estadounidense,
los movimientos de capitales y la baja de los precios agrícolaS ......ccmmoonem...
5. La relativa prosperidad de la década de 1920 y los comienzos
de la sociedad de consumo en Estados Unidos. Las desigualdades
enlacen ele MEESO. osooroccusso nano antan an caRToA dra nnnonodB noo TO PELOEaTOcouCOUOunOTOS
6. El desarrollo del mercado bursátil en EE.UU. La laxitud de los gobiernos
republicanos. Las sociedades de inversión y el apalancamiento.
Carlo Ponzi, un maestro de la especulación —...ccoocccccncononnooonnnnnnonannancnnnnannnnas
7. El pensamiento económico antes de la crisis: las críticas
de Thorstein Veblen y de John Maynard KeyNesS —coccccccccconnnnnnnannnnnnnennnnnenenonos
B) El crac de 1929
ade El estallido de la crisis. La política de la Reserva Federal.
El sector financiero y la economía real. ¿Crisis de sobreproducción
A A ce AAASARA Ad,
. La extensión de la crisis a Europa. La crisis en Austria y Alemania.
aci Siena Pe tes
acan Diga DEA eaeias2%
. De la crisis bursátil a la depresión en EE.UU. La política de Herbert Hoover.
El derrumbe bancario. Consecuencias sobre la producción, el consumo,
la Inversión y el empleo ito tirao
nai pliz aOOEnDiada

Cc) La Gran Depresión


1 . La Gran Depresión en Estados Unidos. Sus principales características ..........
2. Los comienzos del New Deal. Su primera etapa. Las reformas más
importantes y las resistencias temas eccarcrcancaccenate
eno ooconciencias
3 La segunda etapa del New Deal. Los cambios sociales.
La recesión de 1937. Las políticas keynesianaS ....ccccoonccnccoocnnononennonanicinnono
. La Gran Depresión en Europa. Las políticas económicas: Alemania,
Gran Bretaña, Francia. El retorno al esquema imperial.
El tTIUNO eMac
. La Segunda Guerra Mundial. El esfuerzo productivo y la pérdida
de recursos materiales y humanos. Bretton Woods: la creación de
un sistema monetario internacional. El fin de la depresión.
Elmundo de posguerray: la GUera ae pollas sespiDs
. Pensamiento y políticas económicas sobre la crisis y la depresión en
Estados Unidos: los economistas heterOdox0S ...coccoccoccnccnccnncononccnnnncnncnanunon
. La revolución en el pensamiento económico: John Maynard Keynes
VAMIChalHKaleck19 acom entelortod Ox OO ED

Notas del Capítulo 5

A modo de conclusión
La nueva gran crisis del capitalismo.
¿El eclipse de la hegemonía estadounidense?

Notas de la conclusión

Bibliografía general
Las grandes crisis del
capitalismo contemporáneo

La foto de tapa fue tomada en una calle de Nueva York en


1934, en plena Gran Depresión, por Liborio Justo,
intelectual y militante de izquierda argentino e hijo del
general Agustín Pedro Justo, Presidente de la República
Argentina entre 1932 y 1938 (gentileza de Mónica Justo).
Introducción

La previsión es difícil, sobre todo


cuando se refiere al porvenir.
Mark Twain

Las sucesivas crisis, aun las locales o regionales, que afectaron a la economía
mundial y se repitieron con llamativa periodicidad en las últimas décadas del si-
glo XX y principios del XXI, no fueron hechos aislados. La crisis que estalla en
2007 se parece más bien a un tren que viene de lejos y descarrila por etapas en
el curso de una loca carrera hacia un destino incierto. El problema es que ese tren
tiene innumerables vagones donde está enganchado todo el mundo.
El modelo de la “producción de dinero a partir del dinero” resultó un fraca-
so. En el subsuelo de la crisis yacen, en capas superpuestas, una economía real
desfalleciente; una demanda —luego caída a pique— creada por un sistema crediti-
cio artificial, y un casino global acoplado a ambas llamado globalización finan-
ciera. La crisis arrancó en el sector hipotecario porque era uno de los más expues-
tos, pero se extendió como un reguero de pólvora al conjunto de la economía
norteamericana y de allí al resto del mundo. Como prestamistas de última instan-
cia, y sobre la base de los fondos de los contribuyentes, los Estados debieron co-
rrer presurosos en socorro de los gigantes caídos, socializando así las pérdidas.
Algo que antes, sin políticas redistributivas, no se había hecho con las ganancias.
Si bien ya no cabe duda de que esta crisis es la más profunda del capitalis-
mo desde la década de 1930, muchos analistas no alcanzaron a percibir la com-
plejidad del fenómeno ni su gravedad. Sin embargo, como lo indica su título, este
libro no se detendrá sólo en ella. Creemos que un recorrido histórico por las cri-
sis precedentes, comparadas con la que estalló en 2007, permite distinguir mejor
si los problemas actuales son más o menos graves que los de antes.
Cuando hablamos de crisis no hacemos referencia a todas las turbulencias fi-
nancieras, bancarias o bursátiles; que las hubo y muchas, siempre con secuelas
en la economía real. Tampoco analizaremos las anteriores al siglo XX, si bien re-
conocemos la importancia de algunas, como la Gran Depresión de 1873 a 1896.

13
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
De modo que nos ceñiremos a las que consideramos las grandes crisis del capi-
talismo contemporáneo que afectaron el funcionamiento del sistema, aunque la
extensión en el tiempo y las repercusiones de cada una de ellas son cuestiones
que dilucidaremos en el mismo texto.
En cuanto a la estructura del libro iremos de adelante para atrás, como cuan-
do pelamos una cebolla. Creemos que es la mejor forma de llegar al corazón del
problema, comenzando por explorar las capas más recientes, que son las que vi-
vimos de cerca, para adentrarnos luego en las más antiguas y profundas, que a
simple vista están ocultas pero constituyen la base para entender con mayor cla-
ridad el presente.
El primer capítulo consiste en un estudio de los problemas más generales de
los ciclos y las crisis del capitalismo, e incluye un sintético marco teórico pre-
vio. Se pone luego el acento en la comparación de las distintas crisis y sus con-
secuencias para pasar luego a describir las características específicas de la glo-
balización neoliberal, donde se incuba la crisis iniciada en 2007 y se hace una
primera aproximación a los orígenes de ésta y a su desarrollo.
En el capítulo 2, bajo el título de “El neoliberalismo y sus crisis”, se tratan
las que vienen produciéndose con llamativa frecuencia desde la dédada de 1990
y le sirven a la actual de antecedente, tanto en la periferia como en el centro.
El capítulo 3 estudia las causas y los mecanismos de la crisis de las subpri-
me, sus distintas etapas y su mundialización hasta la crisis europea de 2010. Se
examinan también los efectos de la intervención de los Estados y las soluciones
brindadas por los organismos internacionales para la recuperación de las econo-
mías afectadas.
Las diferentes crisis de las décadas de 1970 y 1980 son tratadas en el capí-
tulo 4, tomando como punto de partida las crisis del dólar y del petróleo, cuyas
consecuencias produjeron cambios estructurales en la economía mundial que se
prolongaron en el tiempo hasta los episodios de crisis más recientes.
En el capítulo 5 se retrocede en la historia para revisar la más importante,
hasta ahora, de todas las crisis del capitalismo: la de 1929. Se comienza desde
sus prolegómenos en la Primera Guerra Mundial y los desquicios de los “años
locos”, para analizar luego específicamente el crac bursátil de aquel año y la te-
rrible depresión de la década de 1930. También se estudia el experimento del
New Deal y la dramática situación europea, hasta Bretton Woods y los planes
económicos de posguerra.
A modo de conclusión se trata de responder al interrogante que se plantea a
menudo, y que ha vuelto a surgir con la crisis actual: hacia dónde va el capita-
lismo y qué papel seguirá jugando en él la superpotencia norteamericana.

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Creemos que un análisis histórico-comparado de este tipo obligará a refle-
xionar más profundamente sobre los fundamentos del sistema económico en el
que vivimos y su posible evolución.
En cualquier caso, se procura reflejar las grandes crisis no sólo desde el pun-
to de vista de la economía sino que se consideran también los aspectos políticos
y sociales más relevantes teniendo en cuenta el contexto internacional y las co-
yunturas internas, y se analizan las principales corrientes del pensamiento eco-
nómico y las políticas económicas predominantes en cada época. No ha sido me-
nor el esfuerzo realizado para tratar de llegar a todos los lectores con un lenguaje
sencillo, sobre todo en la explicación de los aspectos técnicos más intrincados.
Queremos reconocer la colaboración de investigadores y becarios que nos
acompañan en el Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Inter-
nacionales (IDEHESI) del CONICET-UBA: Eduardo Madrid, Andrés Musac-
chio, Ricardo Vicente, Agustín Crivelli, Martín Fiszbein, Ricardo Lazzari, Pablo
López, Florencia Médici, Leandro Morgenfeld, María Cecilia Míguez, Pablo
Nacht y Carolina Pontelli.
Agradecemos, también, a Carlos Alfieri y Carlos Gabetta por haber confia-
do en nosotros y tenernos la paciencia suficiente para no entrar ellos mismos en
A
crisis.

Mario Rapoport y Noemí Brenta

del CONICET (5725), el


* Partes de este libro fueron realizadas en el marco de proyectos de investigación
FONCyT (2107 y 1664) y la UBA (E-027).

15
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
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5
Capítulo 1

Las crisis del capitalismo en una


perspectiva teórica e histórica

A) Ciclos económicos y crisis: conceptos y teorías

1. Los conceptos básicos

El término “crisis” en una economía de mercado hace referencia a la cuestión de


los ciclos o fluctuaciones económicos. En realidad, éstas son muy anteriores al
surgimiento del capitalismo; ya en la Edad Media aparecen fases o períodos de
expansión y contracción económica. La diferencia es que en la economía capita-
lista las crisis no son provocadas principalmente por factores externos al sistema
como, por ejemplo, los fenómenos climáticos o las guerras, sino por elementos
internos o endógenos al mismo. En particular, lo que caracteriza al período de
contracción o recesión, cuya fase inicial o más aguda llamamos crisis, es la dis-
minución general de la actividad económica, reflejada en la baja de la produc-
ción de bienes y servicios y del empleo, y acompañada por una reducción gene-
ral del nivel de beneficios, precios y salarios.
Un ciclo económico consta de cuatro fases sucesivas: prosperidad, recesión,
depresión y recuperación. Por consiguiente, las crisis no son fenómenos aislados,
sino una fase dramática de un movimiento cíclico que representa un continuo
flujo y reflujo de la economía en un país, una región o el conjunto del orbe (1).
Sin embargo, el término “crisis” puede tener dos significados distintos. Se-
gún uno de ellos es el punto de inflexión de un ciclo, el momento en que de la
prosperidad se pasa a la recesión; para el otro, más asociado al sentido común,
se trata de una perturbación dramática de la vida económica de una sociedad. La
idea de crisis —dice, en este último sentido, el filósofo Edgard Morin— “está con-
formada por una constelación de nociones interrelacionadas: la idea de perturba-
ción [...] la de progresión de las incertidumbres; la de parálisis y rigidez de lo

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


que constituía la flexibilidad organizativa del sistema, de los dispositivos de res-
puesta y regulación”. Con la incertidumbre añade Morin— “el hombre actual ha
perdido la promesa de un progreso predicho infaliblemente por las leyes deter-
ministas de la historia o del desarrollo lógico de la ciencia y de la razón”. Y Mo-
rin se pregunta si la crisis no es la forma histórica propia de ser y de estar de las
civilizaciones, e incluso, si no es la forma del desarrollo mismo (2).
A la vez se entiende por recesión la caída de la actividad económica por va-
rios meses seguidos, que puede o no convertirse en una depresión. Esta última
es la prolongación y profundización de esa recesión en el tiempo que afecta pro-
fundamente la economía y las condiciones de vida y de trabajo de la sociedad
de manera sostenida y por un largo período (la de los años 30 duró más de una
década).
Los economistas diferencian diversos tipos de ciclos, como los llamados ci-
clos Kitchin, de treinta y nueve meses, o los ciclos Juglar, que duran aproxima-
damente entre seis y ocho años. Pero junto a éstos, denominados respectivamen-
te ciclos de negocios o comerciales, existen también los llamados ciclos largos,
analizados por el economista ruso Nicolai Kondratieff, que tienen en cuenta la
influencia de los cambios tecnológicos y cuyo modelo fue popularizado por un
gran estudioso de los ciclos, Joseph Schumpeter, y continuado por otros inves-
tigadores como Carlota Pérez (3).

2. Ciclos largos y cambios tecnológicos

La teoría de los ciclos basada en los cambios tecnológicos, explica cómo la apli-
cación de descubrimientos científicos da lugar al surgimiento de nuevos tipos de
tecnologías que estimulan la inversión, la demanda y el empleo iniciando una
fase expansiva. Pero ésta finaliza cuando los mercados se saturan o se detiene el
potencial desarrollo de esas tecnologías. Se produce entonces una reversión del
ciclo con una baja de los precios, una caída de las inversiones, cierre de empre-
sas y desempleo (4).
Siguiendo los esquemas de Kondratieff —que estudió esos ciclos hasta los
años 30—, desde fines del siglo XVIII se pueden identificar cuatro ciclos econó-
micos de aproximadamente 50 años, con una fase ascendente A, de auge, y una
descendente B, depresiva o de disminución del crecimiento, de 25 años o algo
más cada una (las dos grandes depresiones de 1873-1896 y la de la década de
1930 coinciden con esta fase descendente). En la segunda posguerra se iniciaría
una nueva fase A, ascendente, que se cerraría con la crisis de la década de 1970.
Kondratieff analizó diversos indicadores económicos en términos globales, como

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precios, salarios, producción y comercio exterior, aunque el comportamiento de
esos indicadores en cada país no resulta, sin duda, el mismo. Su conclusión es
que en las fases A, de crecimiento, se asiste a intensos procesos de innovación
tecnológica y científica y en las fases B, donde baja la rentabilidad y se buscan
otras oportunidades de inversión en las empresas por la mayor competitividad re-
sultante del proceso recesivo, se reorganiza la producción y se crean las condi-
ciones para la incorporación de nuevas tecnologías (5).
Otros economistas e historiadores prefieren, en vez de expresarse en térmi-
nos de “ciclos largos”, hacer referencia a “ciclos sistémicos”, que se vinculan no
sólo a innovaciones tecnológicas sino también a cambios geopolíticos y, espe-
cialmente, a los ciclos hegemónicos de las grandes potencias. Giovanni Arrighi
señala cuatro “ciclos largos” en la historia del capitalismo, asociados cada uno
de ellos con una potencia hegemónica, siendo los dos últimos el “británico”, de
1776 a 1930, y el “norteamericano” que comenzaría en la década de 1930 y aún
no habría finalizado. Esto agrega al análisis una dimensión geopolítica. De una
forma muy simplificada se podría decir que en la fase A la acumulación inicial
se vuelca a la expansión productiva, material, signada por una competencia que
luego de una serie de complejos procesos termina reduciendo los márgenes de
beneficio y llevando esta fase a su fín. En la fase B, por el contrario, el exceden-
te es volcado al mercado financiero ante la falta de rentabilidad del sector real,
y sólo sobreviven aquellos inversores o empresas que se adaptan a las nuevas
condiciones de predominio financiero o realizan innovaciones tecnológicas que
les permitan luego iniciar otra etapa de expansión material. Estas fases no tienen
una correspondencia tan estricta, en cuanto al número de años, como las de Kon-
dratieff, y permiten explicar la existencia de períodos de transición. Justamente
a partir de la crisis de fines de la década de 1960 y principios de la siguiente se
abre una etapa de transición en la que predomina claramente el fenómeno de la
globalización financiera (6):

3. Marxistas y regulacionistas

Los análisis marxistas, como los de Ernest Mandel, Paul Sweezy, Gérard Dumé-
nil y Dominique Lévy, consideran, a su vez, como factor explicativo del ciclo
económico de larga duración la evolución de la tasa de ganancia, es decir de la
relación entre la tasa de plusvalía (valor del trabajo no remunerado del que se
apropia el capitalista) y la composición orgánica del capital (que expresa a su vez
el vínculo entre la masa de capital invertida en medios de producción y la inver-
tida en fuerza de trabajo). Los ciclos son estudiados a partir de la dinámica con-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


tradictoria entre la competencia, la lucha de clases y el desarrollo tecnológico,
que determinan la tendencia general a la caída de la tasa de ganancia.
Pero en Marx hay distintas explicaciones de las crisis. Por un lado expresan
la lógica compleja del proceso de acumulación y se manifiestan como crisis de
superproducción. En este sentido no serían el resultado sino más bien la causa
de un déficit de demanda efectiva. La dificultad no reside en la escasez de mer-
cados “sino en una distribución insatisfactoria (desde el punto de vista capitalis-
ta) del ingreso entre los que perciben salarios y los que perciben plusvalía(7). ”
Las crisis muestran así la incapacidad de los capitalistas para realizar el valor ín-
tegro de las mercancías que producen. La forma concreta que provoca su esta-
llido es la desproporción periódica entre el sector de bienes de producción y el
de bienes de consumo, vinculada a la diferencia de las tasas de ganancias entre
las dos esferas (8).
Otra explicación es que las crisis pueden provenir también del subconsumo
de las masas, o sea de la insuficiencia de su poder de compra para adquirir to-
dos los bienes durante un período determinado; el desequilibrio se origina entre
el nivel de la demanda de artículos de consumo y la capacidad de producción de
esos bienes (9). Se trataría en este caso, según Mandel, de una crisis de realiza-
ción de la plusvalía, aunque para Sweezy ambos tipos de crisis tienen esta deno-
minación.
En cuanto al ciclo largo, se asocia históricamente su fase expansiva a una he-
gemonía consolidada a nivel mundial, como la británica primero y la estadouni-
dense después, entre los años 1940 y 1970. En esta última etapa el sistema
capitalista se vio confrontado en su mismo seno por movimientos sociales y sin-
dicales, e impulsado a otorgar los beneficios del Estado de Bienestar frente a la
competencia de un modelo económico, social y político rival. Entonces la tasa
de ganancia decreció llevando a un período extenso de estancamiento productivo
o de estanflación. Se inició así una larga fase depresiva marcada por el restable-
cimiento en el poder de los sectores más conservadores de las clases propietarias
de los medios de producción. Aquí jugó un rol importante la expansión de la es-
fera financiera a fin de compensar los bajos niveles de rentabilidad de las activi-
dades productivas.
Como se observa en el Gráfico 1, la tasa de ganancia en EE.UU., después
del pico obtenido gracias al esfuerzo productivo de los años de la Segunda Gue-
rra Mundial, comienza a caer (por un crecimiento económico con mejor distri-
bución de los ingresos) durante la década de 1960. Vuelve luego a remontar por
poco tiempo, para declinar de manera persistente con la crisis de la década si-
guiente. Las políticas conservadoras y neoliberales consiguen revertir ese curso

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Gráfico 1
Evolución de la tasa de ganancia en EE.UU. (1928-2006)
Cálculos de Duménil-Lévy y Sergio Cámara

URRACA
UA
MaS
2h

lll as
0.3

A
Porcentajes

ARA + ROS0OSONI
NO+ ++ FI
Om + hON0yoNnImn
oaooa md
ym” + mom
DODIDIDIDIDIAOOOIOIAIAAAAIASS
SS

== Duménil-Lévy === Sergio Cámara

Fuente: J. González Martínez (2008), basado en Duménil-Lévy (1993) y Cámara (2008).

en los años 80. Pero en el largo plazo se advierte su tendencia declinante (10).
Los economistas de la teoría de la regulación —Michel Aglietta, Robert Bo-
yer, Alain Lipietz, Enrique Palazuelos, Gérard Destanne de Bernis— parten de un
análisis estructural que —según Boyer— define a “las grandes crisis como todo
episodio en el cual la dinámica económica y social entra en contradicción con el
modo de desarrollo que la impulsa”, poniendo en juego, a largo plazo, la repro-
ducción del sistema (11). Más concretamente, y de una manera muy simplifica-
da, su explicación de la crisis de las décadas de 1970 y 1980 se basa en dos ra-
zones principales vinculadas al fordismo, sistema de producción en masa que se

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 21


inicia en los años 20 pero se afirma en la posguerra. Por un lado, no pudo adap-
tarse a las exigencias de una competencia agudizada y diversificada; por otro, no
logró sustentar ritmos crecientes de productividad ni evitar el aumento del costo
relativo del trabajo, y en consecuencia, la caída de la tasa de ganancia. La rela-
ción salarial es para los regulacionistas un elemento esencial que permite com-
prender la lógica de los modos de regulación y sus crisis.
Pero los regulacionistas incluyen como un elemento diferencial para la situa-
ción actual la esfera financiera. Héctor Guillén Romo considera que la crisis de
las subprime pone en cuestión “el conjunto de formas institucionales del capita-
lismo desreglamentado con dominio financiero” (12). Según Michel Aglietta y
Laurent Berrebi, como ahora prácticamente desapareció la negociación colecti-
va de los salarios, que condicionaba la distribución entre los ingresos de los tra-
bajadores y los beneficios en el régimen de crecimiento fordista, la influencia de
los accionistas se volvió preponderante a tal punto que fue institucionalizada en
un principio dominante: la creación de valor para el accionista (13).

4. El papel de las crisis financieras

Merece un tratamiento particular el análisis de las fluctuaciones de los mercados


financieros, que juegan un rol propio y a menudo fundamental (como en la cri-
sis de 2007-2010 y en la de 1929) en los períodos de expansión (burbuja espe-
culativa) y contracción posterior. La crisis financiera puede anticipar a una crisis
de la economía real, acompañarla o ser un resultado de ella, pero no constituye
una manifestación aislada. La separación que se produce entre las finanzas y la
economía real y el desarrollo creciente de las primeras han puesto el foco teóri-
co en el comportamiento de los mercados financieros.
Ya Karl Marx y John Maynard Keynes señalaron, desde sus distintas visio-
nes, la posibilidad de una separación entre los sectores productivos y los merca-
dos financieros, capaz de producir situaciones que desestabilicen el sistema.
Para Marx, “las crisis son siempre soluciones violentas puramente momen-
táneas de las contradicciones existentes [...]”. Una de las cuales “[...] consiste
en que, de una parte, el régimen capitalista de producción tiende al desarrollo
absoluto de las fuerzas productivas con prescindencia del valor y del plusvalor
encerrado en él [...]; mientras que, por otra parte, tiene como finalidad la con-
servación del valor del capital existente y su valorización hasta el máximo Pes]
Los métodos por medio de los cuales logra esto, incluyen la disminución de la
cuota de ganancia [...]”(14). Con lo cual, nos hallamos en el corazón de la in-
terpretación marxista de la crisis, la caída de la tasa de ganancia, entre cuyos

22 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


factores se destaca la valorización excesiva del capital. Uno de los discípulos de
Marx, Rudolf Hilferding, se dedicará de manera exhaustiva, dentro de ese mar-
co teórico, a estudiar el rol del capital financiero y bancario en el desarrollo ca-
pitalista (15).
Para Keynes, por su parte, los valores financieros constituyen un intento de
los productores para reducir los riesgos asociados con la inversión en la produc-
ción, y son, también, más fácilmente transferibles. El capitalismo cobra entonces
un doble aspecto, con dos estructuras de precios diferentes, el precio de la pro-
ducción física y el precio de los activos financieros, que operan separadamente.
De modo que, si los activos de largo plazo de las corporaciones se convierten en
títulos de corto plazo para los inversores, la economía será cada vez más prisio-
nera de la especulación sobre esos valores generando una alta volatilidad e ines-
tabilidad (16).
También Juan Bautista Alberdi analizó en Argentina, en términos financie-
ros, los motivos de la crisis mundial que estalló en 1873. ¿Qué causa, qué cir-
cunstancia permite a la especulación disponer de los capitales que pierde por sus
malos cálculos? —se preguntaba—. Y a continuación se respondía: “la facilidad de
disponer de capitales ajenos a crédito o préstamo” (17).
Siguiendo este tipo de razonamientos, la más completa explicación de las
crisis en los mercados financieros se debe a Hyman Minsky, cuya reputación,
como señala Charles Kindleberger “es la de ser especialmente pesimista, inclu-
so lúgubre, por su énfasis en la fragilidad del sistema financiero y su propensión
al desastre” (18). Una fragilidad que Minsky considera inevitable allí donde rei-
na la libertad de mercado, razón por la cual el sistema debería ser objeto de re-
gulación por los bancos centrales o los gobiernos.
Minsky otorga especial importancia a las estructuras de las deudas como
causantes de las crisis de este tipo y, en particular, a las deudas contraídas para
adquirir activos financieros a fin de revenderlos. Describe primero el proceso de
auge o burbujas especulativas, que se nutre del crédito bancario y se retroalimen-
ta en sí mismo con apalancamientos u otras modalidades. Luego analiza cómo
esa falsa prosperidad termina desembocando en una crisis cuya señal inicial la
da generalmente la quiebra de un banco o de una compañía, la revelación de una
estafa o un descenso de los precios del objeto de la especulación. Puede haber
algún shock externo que sacuda al sistema macroeconómico y modifique los be-
neficios desplazándolos de un sector a otro, cerrando posibilidades de inversión,
produciendo caída de valores y quiebras por doquier y afectando el sector real de
la economía.
Pero su hipótesis central es que la inestabilidad de los mercados financieros

203
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
es endógena; en otros términos, una “inestabilidad inherente” al comportamien-
to de los actores financieros y de las empresas. En sus propias palabras: “la ines-
tabilidad es determinada por mecanismos dentro del sistema y no fuera de él;
nuestra economía no es inestable porque está impactada por petróleo, guerras o
sorpresas monetarias, sino por su [misma] naturaleza”(19). A los dos grandes
problemas del capitalismo, el desempleo y la desigualdad en la distribución de
los ingresos, Minsky les agrega un tercero: la persistente inestabilidad del capi-
talismo moderno dominado por las finanzas. La contradicción entre la presunta
racionalidad de los individuos y la irracionalidad de los mercados es un elemen-
to importante que integra este esquema explicativo.
En su análisis, Minsky distingue tres tipos de resultados en cuanto al finan-
ciamiento de las inversiones: el financiamiento cubierto, en el cual el pago de in-
tereses y de las amortizaciones se solventa por la rentabilidad esperada; el finan-
ciamiento especulativo, en el cual el rendimiento anticipado de la inversión no
cubre más que el pago de los intereses y la deuda es constantemente renovada, y,
por último, el financiamiento más riesgoso (con características delictivas), cuan-
do la supervivencia del proyecto, que ni siquiera puede responder por los intere-
ses, depende de la posibilidad de endeudarse de nuevo o vender los activos. Key-
nes —que jugaba a la Bolsa y sabía bastante del negocio financiero— decía que
cuando este tipo de mercados se desarrolla, “las actividades especulativas supe-
ran la actividad empresarial”. No cabe duda de que Minsky se respaldó en Key-
nes, pero sobre todo, en un conocimiento profundo de la crisis de 1929 y de las
políticas del New Deal, puestas en marcha antes que la Teoría General de Key-
nes tuviera alguna influencia (20).
Una variante explicativa que complementa la de Minsky es la de Harry Mag-
doff y Paul Sweezy, que señalan que el estancamiento de la inversión está estre-
chamente interrelacionado con la financiarización de la economía. Según ellos,
lo que falta en la teoría de Minsky es el reconocimiento explícito de ese hecho.
De modo que las finanzas especulativas constituyen una usina secundaria de cre-
cimiento dada la debilidad de la inversión productiva; el resultado es la acelera-
ción del proceso de endeudamiento. La búsqueda del capital monopolista para ha-
cer rentables sus plusvalores, a pesar del estancamiento de las oportunidades de
inversión en la.economía real, crea cada vez más burbujas especulativas; “la eco-
nomía no puede vivir sin financiarización [...] y no puede al final vivir con
ella” (21). De ese modo, la financiarización constituye una fuerza que contraba-
lancea el estancamiento hasta que se convierte en un boomerang desencadenan-
do la crisis.

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5. La crítica de los “mercados eficientes”

Un economista francés, André Orleán, amplía el análisis de la conducta de los


mercados financieros señalando que la competencia en ellos no produce su pro-
pia autorregulación. “Mientras que en los mercados de bienes un aumento o dis-
minución de los precios conlleva a una baja o un alza de la demanda que tiende
a estabilizar la evolución de los precios, tal cosa no ocurre en los mercados fi-
nancieros. En éstos, una suba o una caída de los precios, puede provocar un alza
o una disminución de la demanda, generando una dinámica acumulativa de los
precios al alza o a la baja y fuertes turbulencias en las relaciones financieras.”
Se originan así crisis permanentes. Esos mercados son estructuralmente inesta-
bles “por su ineptitud para mantener los precios financieros dentro de límites
aceptables” (22).
Las ideas de Orléan van al encuentro de la llamada hipótesis de los mercados
eficientes, que afirma que los precios de mercado llegan a ser, sobre la base de la
información disponible, las mejores estimaciones de sus valores reales. Este su-
puesto jugó, según Paul Krugman, un papel fundamental en la crisis económica
mundial de 2007-2010 (23). Lanzado en 1952 por un graduado de Chicago, Harry
Markowitz, el modelo que lleva su nombre buscó orientar la conducta de los in-
versionistas. Según Markowitz, para calcular el riesgo de un crédito financiero
bastaba con observar la amplitud de su rendimiento en función de la cotización
del título y los ingresos que aportaba. Diversificar las inversiones permitiría re-
ducir el riesgo y determinar un portafolio de títulos adecuado, es decir, que pue-
da ofrecer el rendimiento más elevado posible para un nivel de riesgo dado. Los
mercados financieros dan así a cada ahorrista la posibilidad de elegir “científica-
mente” sus inversiones. Hay que optar entre un determinado rendimiento y la au-
sencia de riesgo, pero el mercado es siempre eficiente (24). Después, otros econo-
mistas comenzaron a analizar los mercados financieros suponiendo que los
inversores se comportaban tal como lo había predicho Markowitz (luego premio
en Economía del Banco de Suecia en honor a Nobel). Una verdadera tautología.
Esta línea de pensamiento, pero con el objetivo puesto en obtener rentabili-
dades más altas y seguras, llevó a un desastre mayor con otros dos “nobeliza-
dos”, Robert Merton y Myron Scholes, quienes crearon una fórmula matemáti-
ca “imbatible”, que resolvía el misterio de cómo valuar las opciones (contratos
que confieren a los inversores el derecho a comprar o vender activos a precios
predeterminados). Esta fórmula se halla en el origen del desarrollo de uno de los
mercados más especulativos, el de productos derivados, y es utilizada desde la
década de 1970 por los operadores que buscaban cubrirse en los mercados finan-

25
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
cieros contra las fluctuaciones en las cotizaciones de títulos y productos, sobre
todo después del primer shock petrolero (25).
Sobre esa base se creó un fondo especulativo en el que intervinieron ambos
economistas, el Long Term Capital Management (LTCM), que produjo una de
las bancarrotas financieras más espectaculares en la historia de Estados Unidos.
Con 4 mil millones de dólares de fondos propios, gracias al dinero que tomaron
prestado, el LTCM disponía de 200 mil millones de dólares de títulos. La crema
de los establecimientos financieros y las grandes empresas, incluidos los bancos
centrales de China y de Italia, tenían inversiones allí. Gracias a la presión de la
Reserva Federal, un consorcio de dieciséis establecimientos financieros pudo reu-
nir en menos de 48 horas el dinero necesario para evitar la quiebra.
El aforismo de Mark Twain que encabeza la Introducción del presente libro
—TLa previsión es difícil, sobre todo cuando se refiere al porvenir”— se aplica
plenamente tanto a la fórmula de Markowitz como a la de Merton y Scholes, que
revelaron en la práctica los defectos de los mercados financieros.
En cuanto a la interpretación keynesiana de las crisis —así como las de otros
economistas importantes que escribieron sobre ellas, como Michal Kalecki o
John Kenneth Galbraith— se analizará en los apartados referidos al pensamiento
económico de otros capítulos de este libro. En conclusión, y sin agotar el tema,
para poder comprender mejor las distintas crisis que atravesó el capitalismo con-
temporáneo, incluyendo la que padece actualmente, es necesario tener en cuen-
ta las características complejas de los procesos cíclicos. Estos incluyen, además
de los aspectos puramente económicos, de corto y largo plazo, el rol cada vez
más crucial de los mercados financieros, los cambios tecnológicos y las varia-
bles estratégicas e ideológicas.

B) Las crisis del capitalismo: evolución y análisis comparado

1. Aproximación a una crisis, la de 1929

La crisis de 1929, que provocó la depresión más profunda y prolongada del capi-
talismo, tuvo diferentes orígenes. Por un lado, Europa se hallaba seriamente con-
vulsionada; en Gran Bretaña, las condiciones sobre las cuales se sustentaba el
proceso de acumulación se habían agotado coincidiendo con la declinación de su
poder financiero y comercial, mientras que el resto del continente experimenta-
ba profundos cambios con la Revolución Rusa y el surgimiento del fascismo y
del nazismo. Este último debió en parte su éxito al desafortunado Tratado de Ver-
salles, que impuso a Alemania reparaciones de guerra imposibles de pagar, lo

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que se tradujo en una debilitada República de Weimar, que debió soportar, entre
otras cosas, el peor proceso hiperinflacionario de la historia. A su vez, en Esta-
dos Unidos —la potencia emergente, y después de la Primera Guerra Mundial el
principal acreedor internacional- se asistía a transformaciones que revoluciona-
ron los procesos productivos y la organización del trabajo. La aparición y gene-
ralización de la cadena de montaje, emblema del llamado “fordismo”, permitió
expandir la producción, creando la necesidad de mercados más amplios para co-
locar esos bienes masivos, tanto a nivel nacional como internacional.
Sin embargo, en la potencia del Norte jugaban varios factores que impidie-
ron una demanda sostenida en el tiempo. En el orden externo, las políticas pro-
teccionistas; en el interno, la desigual distribución de los ingresos y el bajo nivel
de los salarios en relación con su productividad. Entre 1920 y 1929, la participa-
ción de los beneficios de las empresas en el ingreso nacional aumentó un 45%,
mientras los salarios lo hicieron sólo un 13%. El consumo en masa encontró
pronto sus límites. La oferta no creaba su propia demanda como lo suponían los
señores Jean-Baptiste Say y Henry Ford (26). Pero esto no aparecía en la super-
ficie mientras funcionaba la rueda de la fortuna: la Bolsa de Valores y un siste-
ma bancario y financiero que la estimulaba.
En el ámbito bursátil y de los negocios pocos previeron la crisis que se ve-
nía. En septiembre, un mes antes del crac, The Wall Street Journal decía: “Wall
Street entró en la estación financiera de otoño con un estado de ánimo franca-
mente optimista [...] se consideran extraordinariamente prometedoras las pers-
pectivas de beneficios de las principales corporaciones” (27). Otro optimista era
Richard Whitney, vicepresidente del Stock Exchange de Nueva York (Bolsa de
Valores), quien por ese entonces afirmaba que se vivía en una época de prospe-
ridad y que los ciclos económicos se habían terminado. En algo tenía razón, su
ciclo propio de negocios finalizó pocos años más tarde cuando fue acusado de
malversación de fondos por sus actividades especulativas y enviado a la cárcel
de Sing Sing (28).
En los medios académicos, el caso de optimismo más célebre en los días pre-
vios al crac del 29 fue el de Irving Fisher, principal exponente de la teoría cuan-
titativa del dinero, quien también poco antes del derrumbe bursátil sostuvo que
la Bolsa había alcanzado su cénit, del que nunca volvería a bajar. A su vez, la
Harvard Economic Society, una prestigiosa entidad privada de economistas, se-
ñalaba —con un poco más de prudencia, es cierto— que “era absolutamente im-
probable que sobreviniese una depresión tan severa como la de 1920-1921”(29).
Pero también existían entre los académicos norteamericanos anteriores a la
década de 1930 algunos con ideas heterodoxas que avizoraban el futuro desas-

O
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
tre, en especial los de la Escuela Institucionalista, que tuvo gran influencia lue-
go en el gobierno de Franklin Delano Roosevelt. Estos economistas —como es el
caso de Thorstein Veblen— criticaban duramente la plutocracia de multimillona-
rios como los Rockefeller, los Morgan y los Vanderbilt. Planteaban que la desi-
gualdad en el reparto de las riquezas constituía el principal problema de la so-
ciedad estadounidense, en la llamada “larga edad de oro” (entre 1870 y 1929),
cuya persistencia podía producir una profunda crisis. En uno de sus últimos li-
bros, Paul Krugman recuerda irónicamente el título, casi catastrófico, de un ar-
tículo de The New York Times del 7 de enero de 1923 que ejemplificaba la men-
talidad de los ciudadanos más influyentes: “El crecimiento de los impuestos
amenaza el bienestar nacional” (30).
Una cuestión teórica relevante ya en esa época vuelve a actualizarse en nues-
tros días; la crítica al pensamiento económico clásico, comenzando por sus fun-
dadores. La idea de la existencia de un “orden natural” desempeñó un papel fun-
damental en el nacimiento de la economía política. Gracias a ella tomó cuerpo
la convicción de que las relaciones económicas entre los individuos están regu-
ladas por leyes objetivas, con respecto a las cuales las leyes del derecho positi-
vo, elaboradas por los propios hombres, no podían entrar en contradicción. Así,
Adam Smith vio a la sociedad como un todo orgánico, compuesto por átomos
que se articulan, interactúan y tienden a un equilibrio. El hombre, al perseguir su
propio interés individual buscando maximizar sus beneficios, es llevado —según
Smith— por “una mano invisible [...] a promover un fin que no estaba en sus in-
tenciones”: lograr “que el ingreso anual de una sociedad sea el mayor posi-
ble” (31). Con esta idea se articula la llamada Ley de Say, cuya premisa principal
es el reconocimiento de una fuerza natural propia del mercado, que asegura que
toda oferta crea su propia demanda para cualquier nivel de producción y de em-
pleo, dando por sentado la inexistencia de desequilibrios económicos permanen-
tes en el sistema.
Hasta la década de 1920, estas ideas eran los pilares de la economía de la épo-
ca. Sin embargo, con la crisis y la posterior depresión de los años 30, los argu-
mentos empíricos y teóricos contrapuestos al concepto de un orden establecido
basado en el libre funcionamiento de los mercados tomaron fuerza. Los empíri-
cos penetraron naturalmente en el conjunto de la sociedad a través del desempleo,
el derrumbe de muchas fortunas y la caída en la miseria de vastos sectores de la
población.
A su vez, desde el punto de vista teórico se comenzó a reconocer el hecho
de que la oferta no crea por sí misma su demanda y que la producción se puede
acumular como inventarios no vendidos ante la falta de compradores. Las crisis

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son, entonces, una consecuencia del funcionamiento del sistema de mercado,
algo no tenido en cuenta por los economistas neoclásicos. En cambio, en las in-
terpretaciones marxista y keynesiana la desigualdad de ingresos y la insuficien-
cia de la demanda constituían elementos centrales en la explicación de esos fe-
nómenos.
En 1926 Keynes criticaba el laissez faire señalando que el mundo no estaba
gobernado por la Providencia “de forma de hacer coincidir siempre el interés par-
ticular con el general”. Más tarde, en 1936 ponía en evidencia en su Teoría Gene-
ral que “los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos
son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual dis-
tribución de la riqueza y de los ingresos”. Diagnóstico al cual agregaba luego su
propuesta principal: que el causante mayor de la crisis —la insuficiencia de la de-
manda efectiva— sólo podía remediarse con una decisiva intervención del Estado
en la economía.
En los hechos, desde 1929 a 1933, el Producto Interno Bruto (PIB) de EE.UU.
cayó casi a la mitad; el consumo de bienes durables, en un 70%; la inversión se re-
dujo a su quinta parte, y los precios al consumidor disminuyeron un 24%. A su
vez, lo que es más grave desde el punto de vista social, el número de desocupados
pasó del 3,2 al 24,8% de la población activa.
De manera dramática, la revista Fortune, representativa del establishment
norteamericano, se dirigía paternalmente en un editorial a los mismos desocupa-
dos: “Usted que antes fue un carpintero —decía—, no tiene ahora más trabajo ni
dinero. Le han cortado el gas y también la electricidad, vuestra mujer languide-
ce, vuestros hijos tiemblan”. Y daba una serie de consejos para que esas perso-
nas pudieran comer y vestirse recurriendo a cantinas municipales o al Ejército de
Salvación. El artículo terminaba con otro consejo a una franja distinta de traba-
jadores: “Y si usted es un intelectual que tiene mujer y niños, ¿qué hace?... debe
hacer como el carpintero” (32).
En un discurso pronunciado en 1937, el presidente Franklin Delano Roose-
velt sintetizaba retrospectivamente y de esta manera el colapso de 1929 y la de-
presión que lo siguió: “La sobreespeculación y sobreproducción de prácticamen-
te todos los artículos o instrumentos usados por el hombre [...] [generó] la
existencia de millones de desocupados, porque lo producido [anteriormente] por
sus manos excedió el poder de compra de sus bolsillos [...] Bajo la inexorable ley
de la oferta y la demanda, los bienes ofrecidos llegaron a sobrepasar de tal ma-
nera la demanda que podía pagarlos, que la producción debió frenarse brusca-
mente. Como resultado de ello: desempleo y fábricas cerradas. Esos fueron los
trágicos años de 1929 a 1933” (33).

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 29


2. Una primera comparación entre las crisis

La crisis reciente no escapa mucho de estas consideraciones, y una forma de en-


tenderla mejor es hacerlo a través de un análisis histórico-comparativo. Es decir,
comparando las tendencias cíclicas del capitalismo en el pasado y la forma en
que históricamente se produjeron las distintas crisis. La historia ofrece elemen-
tos de reflexión y de análisis que nos permiten comprender mejor los problemas
del presente.
Antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial se crearon organismos finan-
cieros supranacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), para que
obrara, entre otras cosas, como prestamista de última instancia y pudiera ayudar
a evitar otra crisis como la de la década de 1930. Pero el FMI no cumplió esa fun-
ción. También, la Reserva Federal (Fed) de EE.UU. (su banco central) volvió a
equivocarse en sus políticas que precedieron al 2007 como en los años previos al
crac de 1929.
Puede aducirse que las tecnologías, sobre todo las de las comunicaciones y
de la información, han avanzado muchísimo desde aquella experiencia crítica y
existe un mundo de diferencias con respecto a la época actual. Sin embargo, las
estructuras básicas del capitalismo permanecen y funcionan de manera parecida.
Por ejemplo, aun cuando las operaciones especulativas son hoy mucho más so-
fisticadas, en el fondo adoptan los mismos esquemas del pasado.
De modo que resulta útil comparar la crisis de 2007-2010, —que examinare-
mos en detalle más adelante— con la de 1929, aun para aquellos que piensan que
los aspectos que aproximan a ambas son menores que los que las diferencian. En
un primer análisis surgen ya varias semejanzas.

1. Las dos comienzan en Estados Unidos, el corazón del sistema capita-


lista, y rápidamente se mundializan. Pero desde un principio están ya vincu-
ladas con procesos que se desarrollan en otros centros de la economía mun-
dial. En su origen y repercusiones revelan coincidencias.
2. Tanto en la economía mundial de los años 20 como en las últimas dé-
cadas del siglo XX hay un predominio del pensamiento económico ortodo-
xo (ahora neoliberal).
3. Así como hoy hablamos de un régimen de acumulación basado en el
capital financiero o de una financiarización de la economía mundial, los
mercados financieros tuvieron también un alto grado de incidencia en el
crac del 29. En los años 20, previos al estallido, se asistió (como antes de la
crisis reciente) a una sobrevaluación de títulos y acciones de empresas me-

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diante artificios especulativos. También, como ocurrió en los últimos años,
los movimientos internacionales de capital, totalmente liberalizados y atraí-
dos por las altas e irreales tasas de ganancias, contribuyeron a incrementar la
inestabilidad del sistema.
4. Teniendo en cuenta las diferencias tecnológicas y de sofisticación de
los mecanismos e instrumentos financieros, algunas de las principales mo-
dalidades y activos de especulación actuales ya estaban presentes en 1929,
como las sociedades de inversión —que tienen cierto paralelismo con los fon-
dos especulativos actuales—; el apalancamiento; el esquema Ponzi (al que
luego nos referiremos), empleado por Bernard Madoff en sus actividades es-
peculativas, y otros. En ambas crisis estuvo presente —aunque especialmente
en 2007-2010 con las subprime—, el negocio inmobiliario; en la década de
1920, éste fue muy fuerte en el estado de Florida.
5. Tanto en un caso como en el otro las burbujas especulativas se originan
por los disfuncionamientos de la economía real. En el 29 hay una evidente
crisis de sobreproducción (o una insuficiencia de la demanda efectiva si lo
vemos desde un punto de vista keynesiano). La economía del siglo XXI pa-
dece un problema similar, que permanece semioculto hasta el estallido del
2007, por un endeudamiento ficticio de gobiernos e individuos. A su vez, en
los dos casos, las crisis monetarias repercuten sobre la economía real provo-
cando fuertes recesiones (en la década de 1930 la recesión se transformó en
una profunda depresión).
6. La crisis de 2007-2010 se relaciona con fenómenos que actúan en el
largo plazo, y en ese sentido existe también una analogía con la crisis ante-
rior. Su origen debe rastrearse a fines de la década de 1960 y comienzos de
la siguiente. La desestructuración y reestructuración de la economía mundial
en torno a la crisis de los años 30 fue también un proceso muy extenso que
se inicia alrededor del estallido de la Primera Guerra Mundial y se cierra
después de la Segunda, o sea que abarca más de tres décadas. En los dos ca-
sos se advierte una tendencia secular a la caída de las tasas de ganancia.
7. Los directores de la Reserva Federal de 1929 fueron criticados por
economistas como Milton Friedman, que los consideraba responsables di-
rectos del crac bursátil y de sus consecuencias por su pasividad ante el he-
cho y sus reacciones tardías (34). Al igual que ellos, en 2007 los dirigentes
de las principales instituciones financieras estadounidenses no previeron la
crisis, empezando por Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal
durante casi veinte años (hasta 2006), quien creía que los mecanismos de
libre competencia eran los más eficaces, y que con el solo manejo de las ta-

31
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Gráfico 2 ,
EE.UU. Participación de los más ricos en el total de ingresos (%)

10 % más ricos

1 % más ricos

1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000 2006

Fuente: T. Piketty y E. Saez, Quarterly Journal of Economics 118, N* 1 (febrero de 2003).


Actualizado por E. Saez al 2006.

sas de interés podía mantenerse controlado el sistema financiero (35). M.


Wayne Angell, ex gobernador de la Reserva Federal y un economista respe-
tado del establishment norteamericano, a fines del siglo XX decía franca-
mente que, frente a la burbuja especulativa de Internet, el mercado era nece-
sariamente racional y que la responsabilidad de las burbujas no era de los
“inversores, sino de las políticas gubernamentales” (36).
8. En Estados Unidos, la desigualdad de los ingresos de los años previos
al crac de 1929 era semejante a la que existe actualmente como resultado de
políticas en muchos aspectos similares. En 1920 el 10% de la población —la
de mayores ingresos— percibía el 43,6% de la renta nacional; en el 2005, ese
10% detentaba casi exactamente lo mismo, el 44,3% de la renta; en cuanto
al 1% de los más ricos para ambos períodos su participación sería del 17,3%
y del 17,4%, respectivamente (Gráfico 2).
9. Las coyunturas específicas fueron más disímiles. Los precios de las
materias primas estaban cayendo ya desde mediados de la década de 1920
(en el presente subieron precediendo a la crisis para luego disminuir); las po-

32 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


líticas de altos aranceles empujaban a represalias de otros países (en la actua-
lidad el proteccionismo tiene la forma de subsidios y existen la Organización
Mundial del Comercio “OMC- y los bloques comerciales); no había organis-
mos financieros internacionales, como hay en la actualidad, que pudieran ac-
tuar como prestamistas de última instancia (aunque no lo hagan y deba recu-
rrirse a los gobiernos), ni existían en la magnitud actual (porque también los
había) los paraísos fiscales. Por supuesto, la base tecnológica y productiva,
así como el grado de mundialización de la economía son muy diferentes.
10. Una posible semejanza a nivel geopolítico es que en el período de en-
treguerras se produjo una crisis de hegemonía: Gran Bretaña estaba en deca-
dencia pero seguía siendo un centro financiero importante, Estados Unidos
no quería o no podía asumir todavía un rol de liderazgo. Ahora Washington
tiene ese rol que es contestado, por la debilidad de su propia economía, tan-
to por Europa como por los países emergentes. ¿Se abre una situación pare-
cida, al menos en el plano económico? La crisis actual demuestra, de todos
modos, que la existencia de una potencia hegemónica tampoco garantiza la
estabilidad del sistema (37).
11. En cuanto a sus consecuencias, Barry Eichengreen y Kevin O”Rour-
ke, un economista estadounidense y otro irlandés, han realizado una compa-
ración gráfica estadística de los indicadores de la economía mundial que
muestra que en muchos aspectos la situación presente no es mejor que la de
1929. Los autores parten de una comparación diferente de la que hizo Paul
Krugman para Estados Unidos entre ambas crisis, en la que demostró, esta-

Gráfico 3 Gráfico 4
Producto industrial mundial Mercado mundial de valores

110

100

ES Meses desde el pico Meses desde el pico


IFAI AR 60 AO AR AO
Es 10 15 20 25 do. 35 40 45 50 5 10 15 20 25 30 35 40 45 50

2 Abril 2008=100 == Junio 1929=100 —8= Abril 2008 =100
== Junio 1929=100

Fuente: Eichengreen y O'Rourke (2009).

33
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
dísticamente, que la actual es de menor intensidad (38). Ellos argumentan que
si bien esos resultados son válidos, lo que en realidad debe compararse son
las dos crisis a nivel mundial. Con este propósito proponen un índice de 100
para junio de 1929 y abril de 2008 (considerados puntos pico) y muestran
que la declinación del producto industrial, del mercado mundial de valores,
del volumen del comercio exterior y de otros indicadores más desagregados,
como la caída de las industrias europeas y no europeas, es semejante o ma-
yor (para los nueve meses siguientes a las fechas indicadas) en 2008 que en
1929 (39) (Gráficos 3 y 4).
Eichengreen y O“Rourke también agregan que las medidas adoptadas por
los gobiernos a fin de contrarrestar la crisis reciente fueron más rápidas que
en los años 30, pues en EE.UU. las principales políticas que hicieron frente
a las consecuencias del crac del 29 comenzaron a tomarse varios años más
tarde, en 1933. Es útil, sin embargo, como hacen los autores, realizar esta-
dística y gráficamente este tipo de análisis comparados.

3. La crisis de la década de 1970: una larga etapa comienza

A menudo se vuelve a hablar de realizar un nuevo Bretton Woods. Fue en 1944,


hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la victoria de los aliados a la
vista, que se hizo la Conferencia Económica de Bretton Woods, estableciéndose
por primera vez reglas para la economía global. En sus resoluciones ya se avizo-
raba un mundo de posguerra dividido en cuanto a sus recursos: un país, Estados
Unidos, disponía de excedentes de bienes y capitales, mientras el resto necesita-
ba la ayuda que aquél les podía proporcionar.
En el curso de los años siguientes, mientras se profundizaba la llamada Gue-
rra Fría y la confrontación de EE.UU. con el bloque soviético, la propia dinámi-
ca de ese tipo de relaciones se expresó a través del Plan Marshall, de ayuda a Eu-
ropa, y de un flujo de inversiones norteamericanas hacia ese continente y Asia
por razones económicas y geopolíticas. Esto posibilitó la recuperación de las
economías europeas y de otros países y obró, a la vez, paradójicamente para Es-
tados Unidos, como una forma de “contención del comunismo” y de creación de
nuevos competidores.
Las ideas keynesianas dieron, por su parte, sustentabilidad al sistema de Bret-
ton Woods con la conformación de los Estados de Bienestar, cuyas prestaciones
en materia de seguridad social, salud, educación, etcétera, cubrían con sus bene-
ficios a la mayoría de la población limitando los conflictos sociales en las reglo-

34 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


nes avanzadas del capitalismo. Esto iba acompañado por un proceso de interven-
ción de los Estados en las economías y de nacionalización de servicios públicos
y de algunos sectores productivos.
Se verificó, asimismo, un incremento de movimientos sociales y culturales y
del poder de los sectores sindicales, que empujaron a un alza en los salarios rea-
les y a una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores, especialmente
en los países desarrollados, pero que fueron incubando, al mismo tiempo, ideo-
logías contestatarias al sistema.
La expansión económica de posguerra implicó una nueva etapa de auge del
capitalismo en las economías avanzadas (incluyendo ahora a Japón), con altas ta-
sas promedio de crecimiento (cerca del 5% anual para los países de la OCDE,
con picos del 10% anual para Japón), plena ocupación, moderados índices de in-
flación y ninguna crisis a nivel mundial, aunque hubo períodos de recesión en
distintos países y en las naciones en desarrollo frecuentes crisis de balanzas de
pagos. Esos años, entre el fin de la guerra y la primera mitad de la década de
1970 (las fechas varían según los autores), fueron denominados los “treinta glo-
riosos”. Surgieron entonces bloques regionales, como la Comunidad Económica
Europea (CEE), que pronto iban a jugar un papel preponderante en la economía
mundial.
Mientras tanto, América Latina quedaba al margen de esos desarrollos y ex-
perimentaba la presión de EE.UU., que la consideraba un aliado natural pero no
le brindaba una ayuda económica como la otorgada a Europa y a otras regiones.
En el continente latinoamericano Washington procuró más bien fortalecer la se-
guridad continental ante el presunto peligro comunista o el más real de los na-
cionalismos regionales.
Esa época fue también rica en innovaciones tecnológicas y en una mayor in-
terrelación de las esferas comerciales, productivas y financieras. Un proceso ba-
sado en su conjunto en la hegemonía económica, política y estratégica de Esta-
dos Unidos en el mundo capitalista.
Pero esta situación llegó a su fin con el inicio de la crisis de los años 70, aun-
que en el fondo ya acechaban, desde un tiempo antes, problemas tales como pre-
siones inflacionarias y desinversión, acompañados por una creciente crítica a la
intervención del Estado y a los sistemas de protección social implementados en
la posguerra.
Aquí no intervino principalmente la Bolsa de Valores sino otros dos hechos
decisivos: la caída de las tasas de ganancia y el colapso del orden monetario in-
ternacional.
La caída de las tasas de ganancia se verificó en los países capitalistas desa-

35
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Gráfico 5 E
La crisis internacional de los años 70

Estancamiento ——>> Producción

Por mayores salarios

ES Por incremento de la relación capital-producto


4 An” y
“Estanflación” Incremento de ganancias no logra
aumentar la demanda efectiva

Inflación

Capital (K)
Aumenta la liquidez mundial
Crisis del sistema Bretton Woods
Por emisión
Expansión monetaria USD e > .
Por creación de dinero bancario
Incremento de los precios del
petróleo y materiales estratégicos

rrollados como consecuencia de varios factores: la creciente competencia en el


terreno económico entre Estados Unidos, Europa Occidental y Japón; los enor-
mes costos y el desgaste político y militar de la intervención del gobierno de
Washington en Vietnam, y de la carrera armamentista y espacial; la caída del rit-
mo en el aumento de la productividad en las economías más avanzadas; y el auge
del poder sindical y de los movimientos sociales en el Primer y Tercer Mundo cri-
ticando las sociedades de consumo, denunciando la falta de márgenes de autono-
mía de las políticas nacionales y reclamando más equidad en la distribución de
los ingresos.
El Gráfico 5 muestra la dinámica de este proceso. La crisis puso un freno al
crecimiento económico del período de posguerra produciendo la llamada “estan-
flación” (estancamiento con inflación). En los países industrializados la secuen-
cia comenzó con la caída de la rentabilidad y se agravó con el alza de los precios

36 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


del petróleo, que empujó al incremento de los precios de otros productos y pro-
dujo crecientes dificultades en las balanzas de pagos.
Para contrarrestar estos fenómenos, las políticas fiscales y monetarias pro-
curaron disminuir o cortar —en mayor o menor medida según los países: más ra-
dicalmente en EE.UU. y Gran Bretaña, menos en otros países de la CEE- los be-
neficios del llamado Estado de Bienestar, basado en la protección social y en
crecientes o aceptables niveles de vida de las poblaciones. Sin embargo, en mu-
chos casos, los salarios reales se mantuvieron por la presión de los sindicatos y
la inflación siguió creciendo.
Al mismo tiempo, aumentaron las dificultades para exportar por la recesión
económica mundial y por la escasa capacidad de absorción de los países expor-
tadores de petróleo, que inundaron los centros financieros con los petrodólares.
Cayeron entonces las inversiones y el nivel de empleo. Se instaló el triángulo re-
cesión, inflación, desocupación, y disminuyó el consumo. Como consecuencia
de esto último, y de la crisis monetaria, el sector financiero amplió su presencia
y empezó a predominar sobre el sector real, donde la acumulación de capital re-
sultó afectada.
Siguió existiendo una contradicción profunda entre la mundialización de la
economía a nivel planetario y el espacio de la regulación política y de la redistri-
bución, que se mantuvo en gran medida a nivel de las naciones. Pero esto no impi-
dió que las nuevas tecnologías y las políticas de flexibilización laboral se difundie-
ran y muchas empresas transnacionales cerraran establecimientos en sus países de
origen y los implantaran en otras partes del mundo buscando abaratar sus costos.
Mientras tanto, la pobreza, el éxodo rural y el crecimiento de la población
urbana en las regiones del Sur creaban un formidable “ejército de reserva” de
mano de obra potencial que comenzó a emigrar en busca de mejores posibilida-
des de vida. Ambas —las deslocalizaciones de empresas y las migraciones de tra-
bajadores— presionaron a la baja de los salarios en los países ricos sin incremen-
tar los ingresos de la población de los más pobres, lo que llevó a frecuentes crisis
de superproducción a nivel nacional, regional o internacional.
En cuanto al sistema monetario internacional (véase Gráfico 5) la firmeza
del dólar había hecho posible la estabilidad del sistema financiero impuesto en
Bretton Woods. Sin embargo, a lo largo de la década de 1960, y por diferentes
vías, Estados Unidos vio disminuir su supremacía monetaria y comercial frente
a la acometida europea y japonesa que se reflejó en ataques a su moneda.
Desde el punto de vista de la inserción de la potencia del Norte en la econo-
mía mundial, las consecuencias fueron trascendentes y se reflejaron en el debi-
litamiento del dólar; la desconfianza del resto de las naciones, especialmente de

37
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
las industrializadas, en la divisa estadounidense como medio de reserva y de
pago internacional, y el desarrollo de un mercado de eurodólares. Esto fue una
consecuencia del éxito norteamericano en su propósito de reconstituir la econo-
mía europea a través de la ayuda del Plan Marshall y de las inversiones de fir-
mas estadounidenses, que facilitaron un rápido proceso de recuperación del
Viejo Continente, incluyendo la creación de la Comunidad Económica Europea.
Factores que se volvieron en contra de Estados Unidos por la abundancia de dó-
lares y la valorización de las monedas locales, producto de la mayor competiti-
vidad de sus respectivas economías.
De modo tal que en el mes de agosto de 1971, frente al deterioro de la ba-
lanza de pagos y la fuga de capitales, el presidente Richard Nixon decidió sus-
pender la convertibilidad del dólar con respecto al oro. Así, por una decisión
unilateral, el gobierno de Washington dejaba de lado uno de los soportes funda-
mentales del sistema monetario de la posguerra: el patrón cambio dólar-oro, que
fue reemplazado por el patrón dólar. La sustitución del sistema de tasas de cam-
bio fijas —el otro gran eje del arreglo monetario de 1944—, por el de tasas de cam-
bio flexibles, no tardó mucho en seguir el mismo camino. Paradójicamente, Es-
tados Unidos disponía ahora de un patrón monetario propio, utilizando su poder
emisor y los ahorros del mundo denominados en dólares para financiar sus ne-
cesidades internas y externas.
A su vez, con el aumento de los precios del petróleo, en 1973, aparecieron los
petrodólares, agregándose a los eurodólares que inundaban ya Europa y creando
una gran liquidez internacional. Con el apoyo del FMI, esos dólares baratos co-
menzaron a reciclarse en los países periféricos a través de un nuevo ciclo de en-
deudamiento externo. Se procuró trasladar a la periferia la crisis del centro por
medio de un flujo de capitales en gran parte especulativos que, por la apertura in-
discriminada de mercados y políticas locales que los favorecían, obtenían altas
rentabilidades. Se generó así lo que algunos autores denominaron una “economía
internacional del endeudamiento” (40).
Esto permitió no sólo colocar excedentes financieros sino también comercia-
les, y favoreció, en América Latina, a dictaduras como las de los generales Au-
gusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, que obtuvieron generosos financiamien-
tos. Pero a fines de 1979, en medio de una segunda crisis del petróleo por un
nuevo aumento de los precios del crudo, y para paliar la recesión que se venía en
EE.UU., la Reserva Federal elevó fuertemente sus tasas de interés. Volvió así a
atraer los capitales hacia el Norte y dejó en el Sur una crisis aparentemente in-
contenible y una abultada deuda externa. Ya estaba en marcha con Margaret That-
cher la llamada “revolución conservadora”, que al iniciarse la década de 1980 se

38 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


iba a consolidar con la llegada de Ronald Reagan al gobierno de Estados Unidos.
Razones políticas e ideológicas explican el cambio que se verificó entonces en el
pensamiento económico. Así como antes de 1929 se generaba un consenso de ideas
heterodoxas, que tuvo la oportunidad de implementarse para combatir la depresión en
el escenario de la administración Roosevelt, lo mismo ocurrió en un sentido inverso
en las décadas de posguerra. El auge trajo consigo mayores demandas salariales, pro-
cesos inflacionarios y caídas de rentabilidad en las empresas. En universidades, enti-
dades académicas y empresariales fue creciendo una fuerte corriente de economistas
ortodoxos y de intelectuales de derecha, que aprovecharon la crisis de los años 70 para
volver a influir decisivamente sobre el poder político dando fundamento a esa “revo-
lución conservadora”, madre del neoliberalismo.
Los ortodoxos, ahora denominados monetaristas, criticaban la llamada cur-
va de Phillips, que procura completar el esquema teórico keynesiano señalando
la existencia de una relación inversa entre inflación y desempleo, y sugiere que
una política dirigida a la estabilidad de precios promueve desocupación. Por tan-
to, cierto nivel de inflación es necesario a fin de mantener el pleno empleo. Se-
gún Milton Friedman, Edmund Phelps y sus colegas monetaristas, la relación de
Phillips no funciona, por lo que una política fiscal de aumento de la demanda
efectiva no constituye un remedio eficaz para solucionar el problema del empleo.
Para ellos, ninguna intervención del Estado, en el sentido keynesiano, sería prac-
ticable debido a la existencia de una tasa natural de desocupación con un cierto
nivel de inflación. Resulta entonces prioritario atacar la inflación, abandonando
la idea del pleno empleo, con el propósito de reestablecer los niveles de rentabi-
lidad e impulsar nuevamente la economía (41).
Alan Budd, un alto funcionario del Tesoro británico y ferviente partidario del
monetarismo, confesaba más crudamente los propósitos de las políticas imple-
mentadas a fin de contrarrestar la crisis durante el gobierno de Thatcher. Ese go-
bierno —decía— “[...] no creyó en ningún momento que el [monetarismo] era la
política correcta para bajar la inflación. Ellos, sin embargo, veían que [su aplica-
ción] sería una muy buena manera de incrementar el desempleo” y *[...] una vía
extremadamente deseable para reducir la fuerza de las clases trabajadoras [...]
Lo que se planeaba —en términos marxistas— era una crisis del capitalismo que
recreara el ejército industrial de reserva y permitiera a los capitalistas tener más
beneficios que los obtenidos hasta entonces” (42).
Si la crisis de la década de 1970 fue provocada, estimulada o preanunciada
de modo tal que se transformó en una profecía autorrealizada, es difícil demos-
trarlo. Quizás sería más razonable preguntarse si en este caso —a diferencia de
1929- fue una crisis que necesitaba de una fuerza política y de una ideología para

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 39


garantizar al poder económico dominante —puesto en cuestión— la perdurabilidad
de los cambios efectuados. Iba a constituir así un punto de inflexión en las polí-
ticas económicas cuyos alcances llegan a la crisis desatada en 2007.
De todos modos, con las nuevas recetas, la situación económica mundial no
se recompuso: “La inestabilidad es la característica principal de la evolución de
la economía mundial desde 1974”, señalaba un número especial de Le Monde pu-
blicado en 1996 (43). Es verdad que las tendencias no fueron lineales ni iguales
para todos los países y que hubo períodos de crecimiento para algunos de ellos,
aunque también de un largo estancamiento para otros, como le ocurrió a Japón.
En su conjunto, las tasas de crecimiento anual de los países más desarrollados
—en promedio según cifras de la OCDE- sufrieron un fuerte descenso: del 5,4%
entre 1962 y 1966, al 4,3% (1967-1971); 3,4% (1971-1976); 2,9% (1977-1981);
2,7% (1982-1986); 2,9% (1987-1991) y 2,0% (1992-1996).
Se experimentó, en cambio, un aumento notable del desempleo en la mayo-
ría de esos países luego de la situación de casi pleno empleo de los años de pos-
guerra. En algunos se llegó a duplicar o triplicar los niveles de 1974 hasta alcan-
zar los dos dígitos, como en el caso de Francia, 10,2% en 1985 y 11,6% en 1993;
o el Reino Unido, 10,3% en 1986. Estados Unidos alcanzó un 9,7% en 1982 y
un 9,6% en 1983. Japón, con tasas de crecimiento altas, mantuvo niveles de de-
sempleo razonables hasta que le llegó también la crisis en la década de 1990. El
conjunto de países de la OCDE tuvo sus puntos máximo y mínimo en 1983 con
el 8,9% y en 1974 con el 3,9%.
Los momentos de cierto auge resultaron por lo general cortos y terminaron
en recesiones o crisis cada vez más frecuentes. Bajo el denominado proceso de
globalización —cuyo concepto se acuña en la década de 1960 y se despliega ple-
namente en la de 1990 coincidiendo con la crisis tendencial de largo plazo ini-
ciada por los cambios en el valor del dólar y el alza de los precios del petróleo—
se dejaban traslucir los principales rasgos de un nuevo modelo económico, mar-
cado por el fin del Estado benefactor y del pleno empleo y el predominio ideo-
lógico del neoliberalismo.

4. La globalización neoliberal, las nuevas tecnologías


y los procesos de trabajo

Las últimas tres décadas del siglo XX y los primeros años del XXI, hasta la pro-
funda crisis que se desata en 2007, forman parte de una fase del capitalismo de-
finida como de la globalización neoliberal, caracterizada por la aplicación a ni-
vel mundial de políticas orientadas al predominio de la economía de mercado; la

40 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


desregulación de la actividad económica y de los flujos internacionales de capi-
tal productivo, comercial y financiero; el disciplinamiento de la fuerza laboral;
el desmantelamiento del Estado de Bienestar y el sobredimensionamiento de la
esfera financiera; en este último caso, en gran parte de carácter especulativo.
Estas políticas comenzaron a ser aplicadas como respuesta a los fenómenos
señalados (estanflación, disminución de las tasas de crecimiento, caída de las ta-
sas de rentabilidad, etc.) en las economías de los países centrales desde la déca-
da de 1970 y se profundizaron en las de 1980 y 1990.
Ahora bien, su implementación se sostuvo principalmente por el predominio
de corrientes ideológicas y comunicacionales que exaltaron la novedad y el ca-
rácter de ruptura de las transformaciones “estructurales” en curso en esos años.
¿Pero cuáles son los verdaderos significados, ideologías y contenidos de la glo-
balización? ¿A quiénes benefician y a quiénes perjudican? ¿Fue ese proceso el
que condujo a la crisis más reciente del capitalismo? (44) La síntesis que sigue
nos da las pistas.

Características de la globalización neoliberal


de fines del siglo XX y comienzos del XXI

En el escenario internacional
* Se produjo una transformación significativa del sistema internacional, sobre
todo a partir de la caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque sovié-
tico, que puso fin al orden bipolar y unificó los mercados mundiales.
+ Desde el punto de vista económico y tecnológico el mundo se hizo cada vez
más multipolar, aunque prevaleció la hegemonía de Estados Unidos, en espe-
cial en lo estratégico y lo político.

En la economía mundial
+ Se acentuó la transnacionalización de las economías, el explosivo flujo de las
inversiones directas y el predominio mundial de grandes corporaciones multi-
nacionales, caracterizado por procesos de deslocalización productiva.
» Se asistió a la financiarización de la economía mundial a través de la libera-
lización de los movimientos de capitales, el auge de los mercados bursátiles y
monetarios, una preeminencia del sector financiero sobre la economía real y
fuertes actividades especulativas.
>>

1
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
<<

* Se produjeron cambios en el sistema monetario internacional con la aparición


del euro y el fortalecimiento de otras monedas con relación al dólar. El siste-
ma se caracterizó por la inestabilidad y el desorden.
* Se incrementó el rol de los organismos financieros internacionales en la
orientación de la política económica mundial y de políticas nacionales.
« La brecha Norte-Sur se amplió y hubo una explosión de la deuda externa de
los países de América Latina y otras naciones en desarrollo, con una declina-
ción o estancamiento del crecimiento en las últimas décadas del siglo XX.

En las economías nacionales


+ En las economías avanzadas se recortaron o a políticas de bienes-
tar, mientras que en las naciones en desarrollo predominaron medidas de ajus-
te y liberalización. En ambos casos se realizaron numerosas privatizaciones, se
limitó el accionar y el alcance de las políticas económicas nacionales y se re-
dujo el rol de los Estados. M

Un nuevo paradigma tecnológico, el informático, fue fundamental para el fun-


cionamiento de la economía global a través de la robotización de los procesos
productivos y del desarrollo de actividades en tiempo real y a escala planetaria,
especialmente de la instantaneidad de los flujos financieros. Se revolucionaron
las telecomunicaciones y se proporcionó a la sociedad moderna una creciente e
inagotable base de datos, se generaron procesos de automatización y control que
se aplican a todos los campos de la actividad económica, y se facilitó el acceso
a la información, canales de comunicación y posibilidades de expresión y opi-
nión a millones de personas. Pero también se potenció la especulación financie-
ra y se acentuó la desinformación y el predominio de sectores mediáticos sobre
la sociedad civil.
En cuanto a la producción y la mano de obra esta revolución tecnológica
tuvo, según Eric Hobsbawm, tres impactos principales. Ante todo, la producción
“dejó de ser de mano de obra intensiva para volverse de capital intensivo y, pro-
gresivamente, de información intensiva”. La población agrícola en el mundo se
redujo apreciablemente, pero esta reducción no significó que fuera absorbida
como en el pasado por el sector industrial, ya que hubo también un acelerado
proceso de desindustrialización en algunos países y de robotización en otros. Por
ejemplo, desde 1980 los sindicatos de la industria automotriz en Estados Unidos

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


perdieron la mitad de sus miembros, y Brasil, en 1995, tenía un tercio menos de
trabajadores que a principios de la década de 1980, a pesar de producir el doble
de automotores.
Otra consecuencia fue que la mayor parte de la mano de obra redundante la
absorbe la economía informal. Según estimaciones de la Organización Interna-
cional del Trabajo (OIT), esta última comprende el 47% del empleo no agrícola
en el Medio Oriente y Norte de África; el 51% en América Latina; el 71% en
Asia y el 72% en el África Subsahariana.
Por último, para Hobsbawm “el enorme incremento en la capacidad humana
para producir depende mayormente de los conocimientos y la información”, o
sea de un gran número de gente con altos estudios y no sólo en el campo profe-
sional de la investigación y el desarrollo. “Aquí —afirma el historiador británi-
co—, la riqueza acumulada y el capital intelectual de la era de la industrialización
occidental continúa dándoles a los países del Norte enormes ventajas sobre los
países en desarrollo” (45).

5. Crecimiento, comercio e inversiones: mitos y realidades

Hacia la década de 1990 la tasa de crecimiento anual no respondía a la visión


optimista de las usinas de pensamiento neoliberal, dado el débil comporta-
miento de la mayor parte de las economías desarrolladas y los poco consisten-
tes resultados macroeconómicos de gran parte de las naciones en desarrollo
=salvo China, India y la región del Sudeste Asiático—. Según la Conferencia de
las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), a pesar de que
muchos países lograron superar desequilibrios estructurales y reducir la infla-
ción, las tasas de crecimiento se habían “vuelto más erráticas, dentro de nive-
les que no son suficientes para permitir una plena utilización del trabajo y del
capital” (46).
De acuerdo a cifras del FMI el promedio anual de crecimiento del PIB mun-
dial cayó un 0,1% en el período 1983-2007 con relación al período de 1974-
1982, que a su vez había registrado una disminución de 2,2 puntos porcentuales
con respecto a la tasa del período anterior, 1951-1973. También como producto
de la exaltación del “nuevo orden global” se proclamó el triunfo definitivo del li-
bre comercio basado en el avance del multilateralismo. Se pronosticaba, desde
esta visión, un crecimiento del comercio mundial como resultado del incremen-
to de la liquidez internacional, de la apertura de las economías de los países pe-
riféricos y, finalmente, de la unificación del mercado mundial con la caída de la
Unión Soviética y la disolución del bloque del Este. El aumento del volumen real

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 43


de las exportaciones de bienes fue de 5,8%, en promedio anual, entre 1983 y
2007, superior al 2,5% entre 1974-1982. Pero aunque el crecimiento de ese co-
mercio fue más estable y dio, de hecho, continuidad a una tendencia expansiva
ya presente en el período de 1950-1973 e interrumpida por la crisis estructural
de la década de 1970, su intensidad resultó mucho menor que en aquella época
“dorada” de la inmediata posguerra cuando el volumen de exportaciones llegó al
8,2% anual (47).
De ese total de exportaciones, a los países ricos les correspondió, en prome-
dio en los últimos cincuenta años del siglo XX, un 70%, mientras que a los paí-
ses en desarrollo un 30%. En 2007 según cifras de la UNCTAD, los primeros se-
guían teniendo una considerable ventaja, un 63,7% del total, mientras que los
segundos, más los países en transición (ex economías del Este), llegaban al
36,3%, producto sobre todo de la expansión del comercio de exportación de Chi-
na y de otras economías emergentes. Aun así las diferencias entre unos y otros
siguen siendo grandes.
No puede negarse, sin embargo, el crecimiento del comercio mundial, que en
la década de 1970 representaba sólo el 20% del PIB del conjunto de las nacio-
nes, mientras que en 2007 esa cifra llegó a duplicarse. Pero hay que destacar que
gran parte de los flujos comerciales se dirigieron a fortalecer el intercambio en
el interior de bloques económicos (en Europa, Asia, América del Norte y del
Sur). Esto coincidió con la tendencia de las empresas multinacionales a invertir
preferentemente en espacios regionales, y también con que el comercio de ma-
nufacturas se concentró en los países desarrollados, y que cerca de un 40% del
mismo no puede calificarse de plenamente “libre”, como es el caso del flujo de
bienes entre filiales de las grandes corporaciones internacionales (48). Para estas
últimas “la apertura del comercio es sinónimo de integración de actividades y de
mercados” (49).
Un aspecto importante del desarrollo del capitalismo en este período es el de
la mayor transnacionalización de las economías, impulsada por empresas multi-
nacionales que se basan en tecnologías y formas de organización más flexibles y
se localizan en función de las condiciones de competitividad de los diversos es-
pacios económicos. En el 2009 existían unas 82.000 sociedades transnacionales,
con 810.000 filiales extranjeras, y una posición dominante en la economía mun-
dial. Una muestra de ello es que el valor de venta de las filiales extranjeras de
esas sociedades constituye la tercera parte del valor total de las exportaciones
mundiales (50).
Esa concentración, acentuada por fusiones y adquisiciones de empresas,
constituye algo más que un “imperio global” en sí mismo; en la década de 1990

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


la gran mayoría de las transnacionales más importantes tenía su sede y activos
principales en cinco países: Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y Gran
Bretaña (51).
Todavía en 2008, de las cien corporaciones clasificadas en primer lugar por
el valor de sus activos, el 70% de ellas —un porcentaje similar al de 1990- tenía
su sede central en esos mismos países. El incremento de las transnacionales se
vincula así con la diversificación del poder económico mundial, poniendo de re-
lieve su entidad primigenia y el papel de los Estados nacionales que les dieron
origen o les sirven de base como sus agentes y promotores, con lo que esto im-
plica desde un punto de vista competitivo. Por otra parte, aunque la crisis de
2007-2010 recortó sus beneficios, el valor agregado para el conjunto de esas cien
principales empresas representa en promedio, ya desde el año 2000, cerca del 4%
de PIB mundial (52).
En los últimos veinticinco años el crecimiento del total de las transnaciona-
les fue notable, a pesar de las tendencias declinantes de la tasa de aumento del
PIB de muchos de los países en el que tienen su casa matriz. Las ventas de sus
filiales pasaron, en miles de millones de dólares, de 2.530 en 1982 a 31.764 en
2007. En el mismo lapso, su producto bruto se incrementó 10 veces, el total de
sus activos 34,5 veces y sus empleados aumentaron de 20 a 80 millones (el do-
ble de la mano de obra ocupada en Alemania). Otra cuestión a destacar es el ma-
yor crecimiento que experimentaron en los últimos años las transnacionales de
servicios y financieras (53).
Los flujos de inversión extranjera directa (IED) acompañaron esta expan-
sión; en 1982 eran de 58.000 millones de dólares, creciendo exponencialmente a
1,97 miles de millones en 2007. Este crecimiento de la IED estuvo regido por los
objetivos de rentabilidad de las grandes corporaciones: en el período 1995-2007
el 80% de la inversión directa salió de las economías desarrolladas, pero un 65%
entró en ellas, lo que reprodujo las asimetrías existentes entre los países del cen-
tro y de la periferia en cuanto a la distribución del capital productivo.
Los países en desarrollo con políticas predominantemente neoliberales, en-
deudados y sujetos por lo general a las condicionalidades de los organismos in-
ternacionales de crédito, a un alto grado de transnacionalización de sus econo-
mías y a la libre movilidad de capitales —en buena medida especulativos tuvieron
una experiencia poco alentadora. El ciclo de reproducción de esos capitales que-
dó en gran parte fuera de su control, no se reinvirtieron adecuadamente los bene-
ficios obtenidos y no se contribuyó a estimular un crecimiento económico soste-
nido y en función de objetivos nacionales.

45
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
6. La economía de la especulación

La crisis del sistema monetario internacional, la caída de las tasas de rentabili-


dad, la inflación y la enorme oferta de fondos prestables fueron impulsando uno
de los aspectos fundamentales de la nueva etapa de internacionalización del ca-
pital: el llamado proceso de globalización financiera. Como señalan John Eat-
well y Lance Taylor: “La escala y los flujos financieros en el nuevo orden finan-
ciero internacional [...] destruyeron las fronteras existentes entre los mercados
de capital nacionales y el mercado financiero internacional” (54). Este proceso se
vio facilitado por la aplicación generalizada de la informática y el salto en la tec-
nología de las comunicaciones.
El predominio del sector financiero sobre la economía real se puso de mani-
fiesto en las políticas económicas de los países desarrollados con el retorno a ta-
sas de interés fuertemente positivas para reducir la inflación y atraer capitales.
Pero la globalización financiera implicó, sobre todo, un cambio significativo en
las reglas del juego permitiendo a los agentes económicos tomar o colocar su di-

Cuadro 1
Evolución del sector financiero en la economía mundial

Crecimiento del stock de activos 1980-2007 9 veces


financieros globales (en dólares)

Crecimiento del stock de activos 1980-2007


financieros globales/producción
mundial (en dólares 2007)

Crecimiento de los beneficios de 1980-2007 10% al 40%


la industria financiera en EE.UU./
total de beneficios corporativos

Crecimiento del valor bruto del 1997-2007


mercado financiero/producción
mundial (en dólares 2007)

Crecimiento del número de hedge 1990-2007 610 a 10 mil


funds (fondos especulativos)

Fuente: Elaboración propia en base a J. G. Palma (2009); The Economist, 24-1-09.

46 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


nero sin límites, gracias al conjunto de instrumentos que les ofreció el mercado,
y facilitando las prácticas especulativas. En poco más de treinta años el sector fi-
nanciero creció en todos sus indicadores varias veces más que las actividades
productivas (55) (Cuadro 1).
Ese proceso tuvo en su origen cuatro características que sucedieron en forma
casi simultánea: la desregulación del movimiento de capitales, la apertura irres-
tricta de los mercados, la desintermediación y la creación de nuevos productos fi-
nancieros. Históricamente, la existencia de un mercado financiero único a nivel
planetario se remonta a la década de 1950 a través del negocio de los incipientes
eurodólares, pero avanzó en forma decisiva como consecuencia de la crisis del
dólar a fines de la década de 1960 y de la expansión de las operaciones en los
mercados de divisas luego de la caída del sistema de Bretton Woods y el aban-
dono de los tipos de cambio fijos. Tuvieron mucho que ver con ello los bancos
transnacionales, que crearon un espacio particular de circulación monetaria y ase-
guraron el financiamiento del comercio y el de la producción deslocalizada de
empresas O corporaciones. Al mismo tiempo, las actividades en el conjunto de
mercados monetarios y financieros de corto y largo plazo, y en los mercados de
bonos y títulos, se ampliaron rápidamente.
La desregulación provino de la decisión de las autoridades monetarias de los
principales países industrializados que, a partir de 1973-74, y de forma paulati-
na, liberaron los movimientos de capitales, aboliendo todo tipo de reglamentacio-
nes al respecto. Pero la apertura de los mercados se produjo no sólo traspasando
las fronteras nacionales sino haciendo posible también la completa movilidad de
los activos monetarios o títulos entre las diferentes clases de negocios y merca-
dos financieros,
La desintermediación implica, a su vez, permitir la participación directa en
los mercados de operadores internacionales, como los inversores institucionales
(fondos de pensión, hedge funds fondos de cobertura de carácter especulativo—,
etc.), sin la intervención de los bancos. De ese modo las empresas pueden finan-
ciarse por una emisión de títulos antes de recurrir a créditos bancarios con ma-
yores exigencias. Los bancos mismos propulsaron gran parte de estas activida-
des creando fondos de ese tipo, incorporando en sus negocios riesgosos activos
financieros y organizando numerosas operaciones internacionales de fusiones o
adquisiciones.
En cuanto a los nuevos instrumentos financieros, éstos tuvieron por objeto,
en un principio, proteger a los inversores contra el riesgo de la inestabilidad li-
gado a las tasas de interés o de cambio, aunque en verdad potenciaron el accio-
nar de los especuladores, desde los Madoff a la gran banca internacional, y au-

47
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
mentaron la volatilidad de los mercados. Es el caso de los productos derivados,
que dan la posibilidad de comprar o vender un activo determinado (acción, di-
visa, materias primas, etc.) en una fecha futura aunque a un precio actual. Así
puede evitarse un alza brusca del precio del activo, aunque la operación resul-
ta perjudicial si ese precio baja.
Sin embargo, si un inversor quiere tener menos riesgos hay otro que los asu-
me procurando disponer del activo comprado en la fecha indicada (si se diera el
primer caso) a un precio de venta menor para beneficiarse con la diferencia. Las
posibilidades son infinitas, cualquier maniobra de este tipo introduce fuertes ele-
mentos especulativos e influye sobre los mercados. Pero, además, se agregan una
serie de riesgos: desde el riesgo del crédito, si la contraparte no está dispuesta o
en condiciones de satisfacer las cláusulas del contrato; el riesgo de liquidez, si
una transacción no puede hacerse al precio de mercado, y varios otros, incluido
también un riesgo sistémico: cuando la magnitud de las operaciones es grande y
sus propósitos fracasan pueden poner en peligro de colapso al conjunto del sis-
tema financiero (56).
Todos los grandes actores de las finanzas, desde los mismos bancos comer-
ciales y los bancos de inversión hasta los fondos propiamente especulativos (li-
gados en muchos casos a esas instituciones o a corporaciones empresarias), ope-
raron desde la década de 1980 en los mercados de derivados. Otros instrumentos,
como la transformación de los créditos bancarios o hipotecarios, a través de la
emisión de títulos (acciones, obligaciones), fueron decisivos para el estallido de
la crisis en 2007.
Al mismo tiempo, la inversión financiera basada en las políticas de desregu-
lación del sector se expandió mundialmente en las corporaciones internaciona-
les. La caída de la rentabilidad en las actividades productivas hizo que una par-
te significativa de las ganancias empresarias proviniera de sus colocaciones en
los mercados financieros. En Estados Unidos, por ejemplo, la participación de
esas operatorias en los beneficios del conjunto de las empresas, incluidas las
transnacionales, pasó del 10% al 40% entre 1948 y 2007 (57).
A este fenómeno se sumó el hecho de que a partir de mediados de la década
de 1980, los accionistas de las grandes corporaciones impusieran normas de ren-
tabilidad cada vez más elevadas para obtener mayores dividendos, creando con
ese fin, entre otras cosas, los fondos de pensión, lo que les permitió obtener una
gran masa de capitales para especular financieramente en busca de beneficios
más altos. El objetivo de las políticas de desregulación fue el de fortalecer la ren-
tabilidad del capital en general y de los accionistas en particular y no necesaria-
mente el de realizar nuevas inversiones productivas.

48 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


De ese modo se terminó conformando a través de los mercados financieros
una verdadera “economía internacional de especulación”. Los valores negocia-
dos en esos mercados se fueron separando cada vez más del proceso productivo,
generando burbujas especulativas en las que el valor de los títulos o acciones re-
sulta ampliamente superior al valor económico de los activos que le sirven de
base, sean empresas o hipotecas (58). El endeudamiento de los países periféricos,
al que nos referimos en otros apartados, formó una parte esencial de ese negocio
financiero, que aprovechó el libre desplazamiento de los capitales, los diferen-
ciales entre las tasas de interés internas y externas, y los cambios en las tasas de
interés internacionales.
Por su parte, con los capitales circulando libremente, los llamados “paraísos
fiscales”, que gozan de regímenes impositivos muy bajos y el resguardo que
brinda el secreto bancario, permitieron la fuga de capitales de otros países, la

Gráfico 6
Sector financiero como porcentaje del PIB
en los países centrales (años 1970-2006)

Estados Unidos

Francia

.-” > Alemania


a a >
e
Reino Unido

Fuente: Elaboración propia con datos de la OCDE.

49
¡tali o contemporáneo
Las grandes crisis del capitalism Í
evasión impositiva, el lavado de dinero y la actividad de organizaciones crimina-
les (59). Finalmente, como frutilla del postre, se revocó en 1999 la Glass-Steagall
Act, sancionada en 1933, que establecía que las instituciones financieras debían
separase de acuerdo a sus objetivos (de inversión, comercial o de seguros). Este
hecho, sumado a la falta de límites de la misma banca de inversión, facilitó el in-
volucramiento directo o indirecto en esas operatorias de los grandes bancos na-
cionales o transnacionales, que promovieron esa evolución y aumentaron la ines-
tabilidad “inherente” al sistema, según la definición de Minsky.
Como se muestra de manera elocuente en el Gráfico 6, en los países centra-
les la participación del sector financiero en el producto bruto casi se duplicó, en
promedio, entre 1970 y 2006, entrando así plenamente en la era de lo que Key-
nes denominaba una “economía de casino”.

7. ¿Difusión del progreso económico? La distribución


del ingreso en el mundo

Otro tema de discusión en la nueva etapa del capitalismo es el de la distribución


de los ingresos. Según el Banco Mundial la progresión anual del PIB por habi-
tante era del 3,3% en la década de 1960, cayó al 1,9% en la de 1970 y al 1,4%
entre las de 1980 y 1990, para remontar al 1,8% entre 2001 y 2007, hasta la bru-
tal caída con la crisis que comienza ese año. En este marco, se revela con mayor
agudeza la cuestión de las desigualdades. En 1960, el ingreso medio de los ha-
bitantes de las naciones del Primer Mundo, según el Banco Mundial, era de
8.600 dólares, o sea, treinta veces los ingresos de los que vivían en las naciones
atrasadas. En cambio, en 2007, el ingreso medio en el primer grupo de naciones,
llegó a los 28.700 dólares, casi noventa veces más que el de los habitantes del se-
gundo grupo(60) (Gráfico 7).
Esas diferencias no tocan a todos los países en desarrollo, inicialmente po-
bres por igual. Algunos de ellos, mayormente asiáticos, han conseguido gracias
a la industrialización reducir las desigualdades. Es el caso de Corea del Sur,
cuyo ingreso por habitante en 1960 constituía nada más que el 13% del de los
países ricos, mientras que hoy llega al 50%. En China, teniendo en cuenta su in-
mensa población, el ingreso per cápita entre 1960 y la actualidad ha aumentado
notablemente —había partido de una base muy baja— en relación con el de los pa-
Íses ricos.
En ambos casos, como también en el de India, si bien se aprovechó la libe-
ralización del comercio, se protegieron sus mercados aplicando políticas indus-
triales voluntaristas o estatistas, que siguen preceptos mercantilistas. De ese

50 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Gráfico 7
Distribución de los ingresos por tipo de países en el mundo

PIB por habitante __| Países de altos ingresos


En dólares de 2000 [|] Mundo
Países de ingresos medios
Países de ingresos bajos
30.000 Países muy pobres

25.000

20.000

15.000

10.000

5.000

1960 1970 1980 199 2000 2007

Fuente: Banco Mundial, Alternatives Economiques.

modo obraron como los países en desarrollo del siglo XIX, en especial Estados
Unidos y Alemania, que también practicaron políticas proteccionistas contra el
libre comercio dominante implementado en ese entonces por el poder económi-
co e industrial británico.
Por otro lado, en las últimas décadas, a pesar de la liberalización comercial,
los países más desarrollados no abandonaron las formas proteccionistas, ahora
no arancelarias, como las subvenciones y ayudas a sus sectores productivos más
débiles —por ejemplo los agrícolas—, o como también la fijación de barreras sa-
nitarias que dificultan el comercio con los países proveedores de materias primas
y alimentos.
Pero parte de la responsabilidad también les cabe a estos últimos. Según se-
ñala una revista de economía europea, las desigualdades no sólo se deben a las

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 51


reglas impuestas por los países ricos, las firmas multinacionales o los organis-
mos económicos internacionales, sino también a “poderosas disfunciones inter-
nas ligadas especialmente a la negativa de los sectores dominantes a compartir
sus ingresos vía impuestos”, lo que ha impedido a esos países “construir Estados
eficaces, capaces de invertir en salud, educación, etcétera” (61).
Los excedentes obtenidos gracias al crecimiento económico y al comercio
deberían destinarse en estos países sobre todo a la inversión —creando infraes-
tructuras colectivas y un nuevo tipo de industrialización— y a la práctica de po-
líticas de redistribución de ingresos, que al mismo tiempo que fortalezcan los
mercados internos permitan desarrollar productos de exportación de mayor va-
lor agregado y generar nuevos empleos. Para los países en desarrollo salir de la
crisis que también los alcanza, implica tener en cuenta estas tendencias para que
las medidas que se tomen con el objetivo de reducir su impacto contrarresten los
efectos negativos de la globalización en vez de acentuarlos, como ocurrió en el
pasado reciente.
En los últimos años, con el fin del Estado de Bienestar, las políticas de fle-
xibilización laboral y el aumento del desempleo, creció también la pobreza y se
acentuó la concentración regresiva del ingreso en los países desarrollados. Se
abandonaron los objetivos de pleno empleo, se redujeron los recursos financie-
ros destinados a los más pobres y se desmantelaron las redes de protección so-
cial. En Estados Unidos, en las últimas tres décadas del siglo XX, mientras el
crecimiento de la productividad media alcanzó un 30% los salarios disminuye-
ron un 13%, contradiciendo los principios de la economía neoclásica (62).
Esto es lo que ha permitido que en la sociedad norteamericana la tasa de de-
socupación se haya mantenido en proporciones razonables hasta la crisis del 2007,
pero en Europa, en cambio, donde los salarios reales no cayeron en igual medida,
la desocupación constituyó la principal manifestación del malestar social.
En suma, el salto en el proceso de conversión de las economías de los diver-
sos países y regiones en una economía mundial única, no implica un proceso de
apropiación de los “frutos del progreso técnico” para la mayoría de la población
mundial, ni siquiera en los países centrales, y tampoco atenúa las diferencias en-
tre éstos y el mundo periférico.
La dinámica de la globalización contribuye, por el momento, a la margina-
ción de vastos sectores y a aumentar las distancias entre los países más desarro-
llados y los que están en vías de desarrollo, si bien se han creado en las zonas
más pobres, y desvinculados de la población local, polos aislados de modernidad
y riqueza conectados con la economía mundial.

un159) Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


8. El neoliberalismo y el Consenso de Washington

Desde la crisis de los años 70 el escenario internacional estaba preparado para un


cambio en las ideas económicas y políticas. Heredero de tradiciones anteriores,
como el pensamiento económico neoclásico, el liberalismo económico adoptó
puntos de vista políticos que habían sido forjados, en gran parte, por los conser-
vadores del siglo XIX. Cabe diferenciar, sin embargo, tres diferentes acepciones
de neoliberalismo (63):
* Es una corriente ideológica, es decir, un modo de interpretar el mundo y la
sociedad.
* Es un movimiento intelectual organizado, que surgió en determinados cír-
culos científicos, con sus congresos y publicaciones y sus principales repre-
sentantes, o think tanks.
+ Es también un conjunto de políticas adoptadas por los gobiernos neocon-
servadores, fundamentalmente a partir de mediados de la década de 1970.

En cuanto a su formulación ideológica, los economistas Ludwig van Mises y su


discípulo Friedrich von Hayek deben ser considerados sus principales precurso-
res. Ya en su libro Precio y producción (1931), en plena Gran Depresión, Hayek
criticó las ideas expuestas por Keynes en su Tratado sobre la moneda de 1930.
A diferencia de Keynes, Hayek era un liberal convencido, que no consideraba
que las causas de la crisis se debieran a fallas en el funcionamiento de las leyes
del mercado; creía, por el contrario, que el advenimiento del fascismo, del nazis-
mo y de los socialismos autoritarios tenía su origen en la intervención del Esta-
do. En 1944, en su obra más importante, Camino de servidumbre, expondría las
tesis principales del liberalismo moderno (64). Hayek, que estaba organizando ya
reuniones de colegas afines en Europa (la Sociedad del Monte Pellegrino) emi-
gró en la década de 1950 a EE.UU. para trabajar en la Universidad de Chicago
donde ya estaban Milton Friedman y otros monetaristas y ortodoxos.
Defensor acérrimo de los mercados, a los que veía como la única forma de
organización compatible con la libertad, Hayek acusaba a los sindicatos de per-
turbar la asignación Óptima de recursos al pretender que los gobiernos tomaran
medidas de protección a los trabajadores y establecieran salarios mínimos que,
según él, sólo producían inflación. Para el economista austríaco el socialismo y
la libertad son incompatibles y el papel del Estado en un sistema capitalista debe
permanecer limitado. Para mantener una sociedad libre, únicamente la parte del
derecho que consiste en reglas de “justa conducta” (es decir esencialmente el
derecho privado y el penal) debería ser obligatoria para los ciudadanos e im-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 53


puesta a todos. Es la tesis ultraliberal, basada en la descentralización y la desre-
gulación total de la actividad económica, que entiende, incluso, que la libertad
individual no depende de la democracia política, y que ser libre es, por el con-
trario, no estar sujeto, salvo en el caso de los derechos señalados, a la injeren-
cia del Estado. Este pensamiento, que en la inmediata posguerra había sido re-
legado, consiguió en la década de 1970, por las razones que ya señalamos, un
lugar predominante en la opinión pública que le permitió afirmarse entre eco-
nomistas y políticos.
Paradójicamente no fue un economista, ni un especialista en las ciencias so-
ciales, sino la novelista emigrada de origen ruso Ayn Rand, quien ejerció una in-
fluencia decisiva en los círculos de la derecha norteamericana de esa época con-
tribuyendo a consolidar las corrientes económicas neoliberales. Como lo reconoce
el mismo Alan Greenspan —uno de sus discípulos— Rand escribió sus novelas
“[...] para ilustrar una filosofía [...] que recalcaba la razón, el individualismo y
el egoísmo ilustrado [...] [y] propugnaba el capitalismo del laissez faire como
forma ideal de organización social” (65).
El neoliberalismo, ampliamente difundido por una constelación de actores
nacionales e internacionales, entre los que se destacaron instituciones y redes
de líderes de opinión vinculados al capital mundial (FMI, Banco Mundial, ban-
cos de inversión, empresas multinacionales, universidades y cátedras de econo-
mía), se sintetizó en el llamado Consenso de Washington, que tenía por ejes de
la política económica el control del gasto público y la disciplina fiscal, la libera-
lización del comercio y del sistema financiero, el fomento de la inversión extran-
jera, la privatización de las empresas públicas, y la desregulación y reforma del
Estado.
Esas políticas fueron aplicadas por distintos gobiernos a través de las llama-
das reformas estructurales, que incluían una transferencia de competencia en
áreas como la educación, la provisión de servicios, la salud, la asistencia social
y el régimen de pensiones y jubilaciones desde los Estados nacionales hacia es-
pacios locales o sectores privados. En el caso de los países periféricos, las de-
cisiones sobre política económica, monetaria, cambiaria y tributaria podían ser
transferidas a administraciones supranacionales dominadas por los intereses de
los gobiernos y grandes grupos económicos de los países capitalistas centrales
en combinación con núcleos de poder locales. El Estado nacional, de ese modo
debilitado, dejaba de ser fuente única de derecho y de las reglamentaciones con-
siguientes. La crisis de 2007-2010 representa el fracaso de este esquema de pen-
samiento cuyas consecuencias negativas se están padeciendo con intensidad en
todo el mundo.

54 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


9. De crisis en crisis: cuarenta años de inestabilidad

Desde mediados de la década de 1970 el mundo ha sido escenario de profundas


crisis que, al igual que los huracanes o ciclones, fueron rotando y afectando a
distintas naciones y regiones, alternadas con etapas más cortas o largas de creci-
miento. Es preciso señalar que los períodos de crecimiento de la economía esta-
dounidense coinciden por lo general con crisis profundas en la periferia, lo que
no resulta casual porque ambos procesos estuvieron de alguna forma ligados.
Raúl Prebisch, en un artículo publicado en 1921, en el que analiza las crisis
argentinas de fines del siglo XIX, explica la existencia de la llamada “coyuntu-
ra inversa”. Los ciclos económicos internos de Argentina se vinculaban a los de
Gran Bretaña de una manera particular: cuando se acumulaba liquidez en la me-
trópoli porque caían las tasas de rentabilidad, los capitales se dirigían al país del
Cono Sur, que iniciaba una fase ascendente de su ciclo económico. Esa fase du-
raba hasta que en el centro se manifestaban tendencias recesivas —provocando,
por ejemplo, una suba de las tasas de interés—, y los capitales retornaban dejan-
do en Argentina altos niveles de endeudamiento y una crisis económica. Si bien
la dinámica centro-periferia estadounidense resultó diferente de la británica,
como señala el mismo Prebisch, el comportamiento de los movimientos de capi-
tales siguió en muchos casos la misma lógica (66).
Un ejemplo fue la crisis de la deuda de la década de 1980 que involucró, so-
bre todo, a América Latina. Mientras esa crisis se profundizaba, la economía es-
tadounidense empezaba a recuperarse, luego de sufrir una fuerte recesión,
gracias en parte al retorno acrecentado —vía el alza de las tasas de interés— de ca-
pitales colocados anteriormente en los países deudores (junto a capitales atraídos
de otras plazas financieras). En esa recuperación tuvieron también que ver, sin
duda, los altos gastos militares dirigidos a superar definitivamente en términos
estratégicos a la ya debilitada Unión Soviética. Pero no se pudo evitar, sin em-
bargo, que en 1987 se produjera una baja brutal en la Bolsa de Wall Street, con
pérdidas tan o más importantes que las del crac del 29.
La caída de la superpotencia rival y el fin de la Guerra Fría significaron para
los sectores de poder de EE.UU. la posibilidad de iniciar un largo ciclo de pros-
peridad marcado internacionalmente por los principios del Consenso de Was-
hington. Sin embargo, esto no ocurrió de inmediato, porque la crisis de las cajas
de ahorro, hacia 1989, afectó seriamente a la potencia del Norte.
A partir de 1992, con la “nueva economía” del conocimiento, recién se lo-
eró retomar otra vez la senda de crecimiento impulsada por otra burbuja espe-
culativa. Como señala Paul Krugman: “La burbuja de las acciones de los años

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo SS)


noventa probablemente reflejaba [sobre todo] dos cosas. Una de ellas, el opti-
mismo extremo acerca de las ganancias potenciales de la tecnología de la infor-
mación, ha recibido mucha atención. La otra, el creciente sentimiento de segu-
ridad acerca de la economía, la creencia de que los días de las recesiones severas
habían quedado atrás, no ha recibido tanta publicidad. Pero actuaron juntas para
empujar los precios de las acciones a niveles sorprendentes” (67). La recesión de
2000 puso fin a esa burbuja con las quiebras de numerosas puntocom y empre-
sas de servicios en las cuales se sustentaba el boom anterior, acompañadas por
escándalos de corrupción y fraude, como los de la compañía Enron.
En la década de 1990 una corriente importante de capitales fluyó de nuevo
hacia los países periféricos, entre ellos los latinoamericanos, impulsada por po-
líticas que permitían la libre movilidad de los mismos y las privatizaciones de ac-
tivos públicos, mientras se regularizaban las deudas soberanas a través del Plan
Brady. Pero este ciclo de endeudamiento fue muy inestable y entró pronto en pro-
blemas, aun más rápidamente que el de los años 70.
Entre mediados de la década de 1990 y principios del siglo XXI padecieron
sucesivas crisis México, Turquía, Rusia, Brasil y, finalmente, Argentina. Tam-
bién los exitosos “tigres asiáticos”, que habían experimentado un formidable
avance tecnológico e industrial siguiendo un camino distinto, con fuerte presen-
cia del Estado, sufrieron un derrumbe económico entre cuyas causas tuvieron re-
levancia las políticas de financiarización de sus economías impulsadas por el
FMI. En especial, la crisis asiática de 1997 fue la contracara del crecimiento de
EE.UU., que eliminó por un tiempo la competencia que aquellos países estaban
representando.
Como vemos, en este período las crisis no fueron globales sino geográficas o
sectoriales; afectaron a algunas ramas de la producción más que a otras mientras
se expandían la informática, el sector financiero y las comunicaciones. También
en algunos países, como los de la Unión Europea, se observó una baja sensible
de las tasas de crecimiento, mientras otros, como China, tuvieron un vigoroso
crecimiento que se intensificó en el nuevo siglo, y Japón experimentó un largo
estancamiento.
En cuanto a la recuperación de la economía norteamericana en 2002-2006
-sustentada en la burbuja de las viviendas, la baja de las tasas de interés, el en-
deudamiento público y privado y los gastos militares— se detuvo abruptamente
con la crisis de las subprime en 2007.
Europa, donde también impacta de pleno esta crisis, agudizó sus problemas
en 2010 con varios países al borde del default y con la unión monetaria, basada
en el euro, en peligro de fragmentarse.

56 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Gráfico 8
Burbujas especulativas y crisis en el mundo (años 1970-2006)

Crisis rusa (agosto 1998)


LTCM (septiembre 1998) Burbuja
Crisis brasileña (enero 1999) Internet
(sept. 2000)
T Crisis turca
Crisis asiática A (enero 2001)
(julio 1997) If 11 de sept.
2001

A
Crisis de las cajas Crisis mexicana
de ahorro (febrero 1989) _(diciembre 1994) Crisis argentina,
Y quiebra Enron
Crac de la Bolsa yy (diciembre 2001)
18r shock petrolero (octubre 1987) N Y AN
(octubre 1973) |. ; Al ha Quiebra Worldcom
140
Crisis de la (julio 2002) 5
Quiebra banco Franklin deuda externa de Crisis de las 200)
120 National (mayo 1974) América Latina WN tasas de cambio
(agosto 1982) europeas
100 die
rl Burbuja de la plata
80» ( 1980) Burbujas inmobiliarias (1990-1991)
Crac japonés (enero 1990)
60 ' fal
2do shock petrolero (enero 1979)
40
1970 1972 1974 1976 1978 1980 1982 1984 1986 1988 1990 1992 1994 1996 1998 2000 2002 2004 2006

Fuente: Índice bursátil, MSCI The World Index.

El Gráfico 8 nos permite observar, según indicadores bursátiles, las oscila-


ciones financieras cíclicas más importantes a nivel mundial. Están marcados
tanto los momentos de auge de las burbujas especulativas como las crisis subsi-
guientes desde la década de 1970 hasta el año 2006. Si bien no representa direc-
tamente la marcha de la economía real es una buena muestra de la traumática
evolución económica del mundo en esos años. Se destacan claramente las diecio-
cho burbujas y crisis más importantes de ese período. El índice incluye los valo-
res bursátiles de veintitrés países desarrollados.
El FMI calculó, a su vez —tomando como referencia cuatro períodos críticos
de la economía estadounidense—, la pérdida del producto real en relación con el
producto potencial para comparar la situación actual con la de los otros momen-
tos críticos de las economías avanzadas y en desarrollo (Gráfico 9). Como ve-
mos, la coyuntura más reciente se parece bastante a la de 1980-1983 y en menor
medida a la crisis de 1974-1975, que fue la que menos afectó a las economías
emergentes. El mundo experimenta con respecto a su potencial productivo su
peor debacle económica desde la década de 1980.

57
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Gráfico 9 AN
Pérdida acumulativa del producto en relación con el producto
potencial durante las desaceleraciones mundiales (en %)

E PA PET El
1974-75 1980-83 1990-93 2001-03 2008-10

MH Mundo
HE Economías avanzadas
MI Economías emergentes y en desarrollo

Fuente: FMI.

10. Una mirada sobre la crisis de 2007-2010

Después de ese lapso de prosperidad de la segunda mitad de los años 90, desde
los comienzos del presente siglo Estados Unidos volvió a tener problemas eco-
nómicos serios. Aun antes del atentado a las Torres Gemelas comenzaron a que-
brar varios fondos de inversión y empresas puntocom y de servicios con accio-
nes sobrevaloradas en la Bolsa o directamente vaciadas por sus dueños, como
Enron o Worldcom, en un clima especulativo que permitía todo tipo de fraudes,
comprometiendo a bancos e instituciones financieras de peso como el Citigroup.
Con la amenaza del nuevo terrorismo internacional el gobierno de George W.
Bush (h) optó por una fuga hacia adelante a través de la intervención militar en
Irak (desde marzo de 2003), acompañada por políticas internas que combinaron
rebajas de impuestos para los más pudientes con un notorio incremento de los
gastos gubernamentales en los rubros de seguridad y defensa; por ejemplo, los
gastos militares llegaron a representar el 40% de los recursos fiscales.

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Mientras tanto, la dicotomía entre la economía financiera y la economía real
se profundizaba. Esta última estaba determinada por una oferta oligopólica de
grandes empresas multinacionales que encontraba sus límites en una demanda
declinante, pero los mercados de valores bursátiles parecían no tener techo. La
espiral de burbujas especulativas generadas con productos financieros cada vez
más sofisticados y riesgosos, capturaba enormes masas de capitales buscando
maximizar la rentabilidad. Sin embargo, los excedentes financieros provenían de
una distribución del ingreso cada vez más regresiva a nivel mundial. Por un lado,
por la modificación del gobierno empresarial, que fue dando más preponderan-
cia al accionista y otorgando salarios altísimos (incluyendo beneficios) a sus
principales ejecutivos, lo que redundó en que las empresas trataran de trabajar
con el menor capital posible para aumentar el valor de sus acciones. Para hacer
una comparación con épocas anteriores, en 1969 el principal ejecutivo de Gene-
ral Motors ganaba en un año el equivalente a 4,3 millones de dólares actuales,
mientras que un obrero de la empresa percibía una cifra actualizada de 40.000
dólares. En 2005, el ejecutivo máximo de Wal-Mart ganaba 25 millones de dó-
lares y un empleado común de la firma 18.000 (68).
Por otro lado, la quiebra del compromiso establecido en los años de la pos-
guerra entre asalariados y capitalistas originó una fuerte presión a la baja de los
salarios reales, que crecieron sustancialmente menos que la productividad favo-
recida por las nuevas tecnologías. La evolución del ingreso medio anual de las fa-
milias estadounidenses (con un jefe de familia menor de 65 años) descendió, en
dólares constantes del 2000, de 58.555 ese mismo año a 55.533 en el 2005, más
de 3.000 dólares, que iban a ser compensados con un mayor endeudamiento (69).
Fenómenos de este tipo se combinaron con la apertura de nuevos mercados
y la deslocalización de las empresas creando desempleo y un exceso global de
mano de obra. Así se fue desencadenando una nueva crisis de superproducción.
Con el propósito de paliarla y mantener la demanda, EE.UU. y otras economías
avanzadas debieron estimular en forma desmesurada la oferta de crédito, lle-
vando la especulación a niveles insostenibles con los llamados productos finan-
cieros “tóxicos”, que incorporaban esos créditos y se colocaban en los mercados.
La crisis de las subprime, que estalló en el primer semestre de 2007, resultó
así la gota que rebalsó el vaso, porque no constituía una simple crisis financiera
más, ni se trataba de acciones de empresas o de bonos gubernamentales; eran hi-
potecas inmobiliarias de alto riesgo basadas en préstamos a individuos que por
su insolvencia no calificaban para recibirlos, aun a tasas de interés inicialmen-
te muy bajas.
Esas hipotecas se incorporaron luego a sofisticados productos financieros

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


unNo]
que se colocaban en los mercados ocultando su vinculación a propietarios de in-
muebles que no podían afrontar sus compromisos económicos. Con la crisis, el
valor de los títulos se derrumbó, los bancos afectados quisieron recuperar sus
acreencias y aquellos deudores se quedaron sin techo. La economía real fue in-
mediatamente afectada porque los inmuebles se desvalorizaron hundiendo al
mercado inmobiliario, a la industria de la construcción y a sus cadenas produc-
tivas. El sobreendeudamiento crediticio acompañó la sobreproducción de vivien-
das, pero también afectó a todo tipo de artículos de consumo. Algo parecido su-
cedió en Europa. El Gráfico 10 muestra los altos niveles de endeudamiento con
relación a sus ingresos en los países anglosajones y la zona del euro.
Como resultado de la crisis se produjo, entonces, una fuerte caída de la de-
manda que impactó sobre la economía productiva, algo que pronto se reflejó en
diversos sectores, como en la industria automovilística, donde ya se advertían

Gráfico 10
Endeudamiento de las familias en Gran Bretaña, Estados Unidos
y la Zona Euro (en % del ingreso disponible bruto)

Estados Unidos
KK

Fo Zona Euro

A ETA la EA 1
1996 1998 2000 2002 2004 2006 2008 2009

Fuente: Natixis, Alternatives Economiques.

60 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


desde años anteriores achicamientos y despidos. Su caso más emblemático fue,
por su envergadura, el de la General Motors (GM), ahora nacionalizada por el
gobierno estadounidense con participación sindical. Su situación crítica no era
un simple producto de la coyuntura mundial sino también una de sus causas. En
verdad, la crisis financiera revelaba en el fondo, en muchos sectores, una crisis
de sobreproducción. GM en sí misma venía perdiendo dinamismo, achicando sus
ventas y protagonizando despidos masivos de sus empleados y obreros desde ha-
cía varios años.
En 1955 la participación de GM en el mercado estadounidense era del 50%
de los vehículos vendidos; en 2008 sólo del 22%. La empresa no tenía ganancias
en el sector automotor desde 2001 y sus pérdidas operacionales en ese rubro, sólo
en EE.UU., llegaron en ese último año a los 13 mil millones de dólares. Sin em-
bargo, no estaba sola en su caída. Las tres grandes compañías automovilísticas
norteamericanas GM, Chrysler y Ford padecían los mismos problemas. La venta
de automóviles en ese país cayó de 17 millones en 2006 a 13,5 millones en el
2008, alcanzando un año después su nivel más bajo desde la década de 1980 con
10,4 millones. Lo que está en juego con la crisis del sector automotor y el sobre-
endeudamiento de las familias parece ser más bien una filosofía de vida, el ame-
rican way of life (70).
La crisis generó, ante todo, el derrumbe de los principales bancos de inver-
sión así como de numerosas entidades financieras en EE.UU. y en Europa, don-
de hubo booms inmobiliarios similares y el sistema bancario estaba también pro-
fundamente involucrado en ese mercado y en operaciones dudosas. La masividad
de los activos financieros y la rápida expansión y contracción de los mismos en
los mercados de todo el mundo contribuyeron a difundirla y profundizarla (71).
Como señala José Gabriel Palma, “uno de los principales problemas de la pre-
sente crisis es que la remarcable globalización de los mercados financieros, el
gran volumen de las finanzas y las formas intrincadas de la ingeniería financie-
ra llevaron a un gran incremento en la volatilidad y en la correlación de los re-
tornos de los activos financieros”. Esto permitió transmitir y amplificar de tal
manera los efectos de la crisis que un problema financiero de 400 mil millones
de dólares, como fue el de las subprime en el mercado de viviendas estadouni-
dense, se transformó en una cuestión de 40 trillones de dólares en los activos de
los mercados globales (72).
Frente a la gravedad de la situación el gobierno de Estados Unidos y los de
los países de la Unión Europea decidieron intervenir directamente para salvar las
principales empresas, compañías y bancos en quiebra. Así, la Reserva Federal
(popularmente conocida como la Fed) salió al rescate de las dos entidades hipo-

61
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
tecarias de mayor envergadura de EE.UU., Fannie Mae y Freddie Mac, aunque
dejó caer a Lehman Brothers —cuyo valor ascendía a más de 600 mil millones de
dólares, la suma del PIB de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay, Perú
y Ecuador—, produciendo otro fuerte sacudón en Wall Street. La Fed también in-
tentó reanimar la demanda con continuas bajas en la tasa de interés. Pero todo
resultó inútil. Finalmente, en octubre de 2008 el Congreso estadounidense apro-
bó el monto de 700 mil millones de dólares propuesto por el presidente Bush
para el rescate de los bancos en quiebra, lo que fue reafirmado por el nuevo go-
bierno de Barack Obama que terminó apostando a más: 838 mil millones de dó-
lares para estimular la economía y ayudar a los bancos.
La crisis bancaria resultó particularmente dura. Desde su estallido, varios
centenares de bancos se declararon en quiebra en todo el país y sólo algunos
contaron con la ayuda del Estado. En 2009 quebraron 133 bancos, y la Corpo-
ración Federal de Seguros de Depósitos (FDIC), que protege a los depositantes
—aunque hasta cierto monto, sin tener en cuenta otras acreencias y sólo para los
depósitos de los bancos asegurados en ella—, señalaba hacia el fin de ese año,
que había cerca de 550 entidades en riesgo y que esta institución ya registraba
un déficit en su balance de 8.200 millones de dólares, el primero que sufría des-
de 1992. El economista Joseph Stiglitz sostuvo, a su vez, que no bastaba con la
ayuda, que lo que se necesitaba urgentemente era crear mayores regulaciones
“para restablecer la confianza en el sistema financiero” y evitar que “estalle una
nueva crisis en pocos años” (73).
Junto a la caída de bancos e instituciones financieras, comprometidos en in-
versiones O préstamos riesgosos, también tienen su parte de responsabilidad en
la crisis otros factores. Sobre todo la falta de reglas claras para la banca de inver-
sión y el aprovechamiento de paraísos fiscales y mecanismos financieros que
permiten realizar maniobras especulativas o fraudulentas, vinculadas muchas ve-
ces al accionar de mafias criminales.
Antes de salvar indiscriminadamente a los bancos quebrados, habría que re-
estructurar la arquitectura financiera internacional, ayudar a las verdaderas vícti-
mas —ahorristas, desocupados, asalariados que vieron disminuir sus ingresos,
propietarios de inmuebles, pequeñas y medianas empresas—, y sostener políticas
productivas y creadoras de empleo. El mundo globalizado se ha convertido en un
gran “corralito” del que va a ser imposible escapar con las recetas del pasado.

62 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Diez razones para explicar la crisis

1. Las burbujas especulativas, la fragilidad del sistema financiero y bancario


internacional y el predominio de una “economía casino” son razones
determinantes de la crisis. Es necesario reformular el sistema financiero
desde su misma base y dar un mayor lugar a las instituciones estatales para
su intervención y control.

2. Desde la década de 1970 el mundo ha vivido de crisis en crisis, con


origen en el centro o en la periferia y con distintas dimensiones y
repercusiones. Constituye un mecanismo de olas sucesivas del cual la crisis
de 2007-2010 resulta la culminación.

3. Está en discusión cuál es el huevo y cuál la gallina. ¿El predominio del


sector financiero sobre el real, las burbujas especulativas y, finalmente, el
crac bursátil, son las causas principales de la crisis? ¿O debemos dar vuelta
los términos de la ecuación? ¿No fue la reducción de la rentabilidad de los
sectores productivos, sobre todo en Estados Unidos y Europa, lo que llevó a
un proceso de especulación financiera para compensar la caída en la
economía real? Las respuestas pueden ser diferentes teniendo en cuenta el
corto y el largo plazo.

4. Los incrementos de la productividad, gracias a las nuevas tecnologías, y


el notable ensanchamiento de las desigualdades de ingresos a nivel mundial
han producido una indudable crisis de sobreproducción, la que se pretendió
resolver, en especial en Washington, con el creciente endeudamiento del
Estado en los sectores externo y fiscal (en su mayor parte por gastos
militares) y el sobreendeudamiento de las familias estadounidenses,
financiados con el poder del dólar y los excedentes de ahorro de otros países,
sobre todo China y Japón.

5. Bretton Woods fue un intento frustrado de establecer un esquema


monetario y financiero internacional para regular el sistema. Los organismos
creados por este acuerdo (FMI, Banco Mundial) se dedicaron a predicar la
desregulación financiera, la libertad absoluta de los movimientos de capital
y una mínima intervención de los Estados. A partir de esta experiencia
quedó muy en claro que los movimientos de capitales deben controlarse, por
su carácter desestabilizador. o

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


<<

6. Una de las debilidades mayores del actual sistema monetario es la


existencia de una divisa clave como el dólar, cuya emisión y fluctuaciones
sólo atienden los intereses de Estados Unidos, que tiene una situación
económica muy frágil para adjudicarse tal ventaja. Existen, por otra parte,
monedas competitivas como el euro, el yen y el yuan y la posibilidad de
crear nuevas zonas monetarias.

7. El temor del fantasma inflacionario decrece ante una nueva realidad: el


retroceso de las actividades productivas y la desocupación como elernentos
significativos de la crisis.

8. La crisis alimentaria, el aumento del precio de los commodities, (aunque


ahora hayan descendido) y el deterioro del medio ambiente constituyen
elementos que confluyen con la crisis financiera y la agravan.

9. Las asimetrías del comercio internacional, las políticas proteccionistas de


los países más ricos, la transnacionalización de las economías, la pérdida de
porciones de las soberanías nacionales sin ventajas evidentes, las inmensas
desigualdades entre países ricos y pobres, y en el interior de cada uno de
ellos, la escasa o nula democratización del sistema político internacional, las
guerras imperiales, jugaron un rol mayor o menor, según los casos, en el
desencadenamiento y difusión de la crisis.

10. Salvando las distancias tecnológicas, los mecanismos que desataron la


crisis, aunque más sofisticados, no son muy novedosos respecto de los que
funcionaron en la crisis de 1929. Sí lo es, en cambio, el efecto de las nuevas
tecnologías —la informática y las comunicaciones en la rapidez de su
propagación y difusión, favorecidas por la interconexión generalizada de los
mercados producto de la desregulación financiera. Mi

64 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


11. El dólar en cuestión. ¿Zonas monetarias
o moneda internacional?

El sistema monetario mundial también hace agua al tener como base una divisa
cuyo único respaldo es la débil salud de la economía estadounidense. Esto ha lle-
vado a una depreciación constante del dólar en relación con sus valores históri-
cos y con respecto a otras monedas. En verdad, su primacía depende, más que de
la fuerza de la propia economía, del financiamiento de los inversores extranjeros
y, en especial, del exceso de ahorro de los países emergentes, como China, que
confiaron hasta ahora en los bonos del Tesoro de Estados Unidos o en la utiliza-
ción del dólar como moneda de reserva.
Este endeudamiento le permitió al país norteamericano mantener niveles de
consumo por encima de sus posibilidades, aunque ahora se critique ese exceso
de ahorro más aun que el exceso de endeudamiento (o el desequilibrio entre am-
bos), como una de las causas principales de la crisis.
Con los déficits comercial y fiscal más altos de su historia, el monto total de
la deuda externa estadounidense pasó de 800 mil millones de dólares en 2003 a
13.767 miles de millones a fines de diciembre de 2009, que se acerca al del PIB,
y representa más del 22% de la deuda mundial, lo que resulta, a su vez, la más
grande explosión de endeudamiento de la historia del capitalismo (74).
EE.UU. es una nación endeudada que está viviendo en buena medida con re-
cursos ajenos. La diferencia con otros países es que puede hacerlo en su propia
moneda. La emisión monetaria, la manipulación de las tasas de interés o la ven-
ta de bonos del Tesoro le permitieron, hasta el estallido de la actual crisis, lograr
sus fines. Pero los tenedores extranjeros de dólares vieron declinar su valor en
un 32% desde 2001 y comenzaron a diversificar su cartera de divisas. El dólar
comenzó a perder la confianza internacional. Los bancos centrales de los más
importantes países asiáticos iniciaron un proceso de diversificación de su carte-
ra de divisas. Rusia disminuyó su tenencia de dólares del 70% al 40%, Italia la
redujo en un 21% y Suecia la llevó del 37% al 20%. En esta dirección, el movi-
miento del dólar al euro como moneda de referencia fue una realidad: las reser-
vas de los bancos centrales extranjeros contaban en 2008 con nueve puntos por-
centuales menos en dólares con respecto al 2001 (75). La posterior caída del euro
en 2010 afectó, sin duda, esta tendencia.
El caso de China es emblemático. Por un lado, tiene una importante reserva
de dólares que representa más de dos tercios de un año de la producción de ese
país. A esta situación se suma su excesiva tenencia de bonos del Tesoro nortea-
mericano. Desde septiembre de 2008 superó a Japón como el principal tenedor

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


65
de esos bonos en el mundo. Pasó en un mes —de agosto a septiembre— de 573 mil
millones a 618 (mientras Japón reducía sus tenencias de 630 a 617). En ese mo-
mento China apenas sobrepasaba a su vecino asiático en mil millones pero en
agosto de 2009 llegaba a los 936 mil millones; 209 mil millones más que Japón.
En mayo de 2010 las tenencias de China descendieron pero aún encabezaban el
ranking con 895 mil millones contra 785 de Japón (76).
Los chinos colocan sus mercancías en EE.UU., en una gran variedad de pro-
ductos que van desde textiles hasta electrónicos, por los cuales reciben dólares
con los que a su vez compran bonos del Tesoro. Esta práctica es lo que tiene por
el momento atrapado al gigante asiático, entre la gran debilidad de aquella eco-
nomía y sus propias necesidades, y por eso piden insistentemente abandonar el
patrón dólar (o semi-patrón dólar, como lo denomina Aglietta por la constante
degradación del valor del dólar) y pasar a un patrón monetario universal. En esta
dirección ya se hicieron convenios monetarios con varios países para aminorar el
uso del dólar en sus intercambios.
Surge entonces otra cuestión: ¿existe la posibilidad de una moneda alterna-
tiva que, como sucedió con el dólar con respecto a la libra, pueda reemplazar a
la actual moneda clave? La respuesta no es fácil. Las estadísticas actuales juegan
a favor del dólar, que continúa siendo la divisa principal de referencia para el co-
mercio mundial, utilizada en el 80% de las transacciones internacionales. Estados
Unidos es el único país del mundo cuyo comercio exterior puede ser considerado
casi como una prolongación de su comercio interno; además, como lo demues-
tra su crisis de 2010, el euro no ofrece las garantías suficientes. Las diversas re-
alidades del Viejo Continente determinaron que la moneda única no lograra
igualar poderes adquisitivos diferentes, a pesar de la existencia de un Banco Cen-
tral Europeo. Por otra parte, la falta de políticas macroeconómicas homogéneas
le impidieron al euro cumplir un papel más significativo.
Algunos apuestan a la continuidad del dominio del dólar con el argumento
de que “la casi totalidad de los pasivos externos norteamericanos está denomi-
nada en dólares y prácticamente todas las importaciones de bienes y servicios
de Estados Unidos son pagadas exclusivamente en dólares. Una situación úni-
ca, que genera una enorme asimetría entre el ajuste externo de Estados Unidos
y el de los demás países [...] De aquí, también, que la remuneración en dólares
de los pasivos externos financieros norteamericanos, todos denominados en dó-
lares, siga de cerca la trayectoria de las tasas de interés de su propia deuda ex-
terna” (77).
Otros, como en el caso de China, plantearon utilizar los Derechos Especia-
les de Giro (Deg) del FMI como unidad monetaria. Lo que recuerda al Bancor,

66 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


moneda propuesta por Keynes en Bretton Woods, sobre la base de la existencia
de una unión de compensaciones internacional.
Pero lo más probable sería que en un futuro no muy lejano coexistan divisas
de diversas procedencias; no sólo el euro, sino también el yen y el yuan y quizás
alguna de otro país emergente, o se formen zonas monetarias en función de los
procesos de integración regional (78). En todo caso, Brasil y Argentina ya toma-
ron recaudos: pactaron basar su intercambio recíproco en sus propias monedas y
no en el uso del dólar. El billete verde comenzó a desteñirse y la principal poten-
cia internacional puede quedarse sin una de sus armas más poderosas para finan-
ciarse a sí misma.
Quizás lo que Estados Unidos necesite, para evitar una imaginada moneda
internacional que reemplace al dólar, sea un golpe de suerte. Keynes decía —con
cierto humor— que la riqueza de Inglaterra se debía al robo de gran parte del te-
soro español por el pirata Francis Drake en 1580, que permitió pagar la deuda de
la corona y colocar su saldo a una tasa de interés compuesto del 3,25%, lo que
en 1930 llegó a representar el equivalente al monto de las inversiones británicas
en el mundo (79). ¿Quedará algún tesoro disponible en alguna parte del globo del
que Estados Unidos pueda aún apropiarse?

12. Algunas conclusiones del análisis comparado

Volviendo al análisis comparado, si se miran más de cerca las tres crisis —la de
1929, la de 1970 y la actual- puede apreciarse que a largo plazo forman parte de
un mismo proceso pero que cada una de ellas marca una nueva era del capitalis-
mo moderno. En todas hay cambios tecnológicos, especulación, flujos irrestric-
tos de capitales y caída de las tasas de ganancia en la economía real. Pero se di-
ferencian en sus características. En 1929, el origen de la crisis estuvo en el auge
absurdo de la Bolsa de Valores, en la sobreproducción y las desigualdades de in-
gresos de la economía real, y la recesión subsiguiente fue acompañada de una se-
vera deflación. Los niveles de desempleo fueron los más altos que se registran
hasta ahora en el capitalismo a nivel mundial y hubo una fuerte caída del PIB,
sobre todo en Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial contribuyó a supe-
rar finalmente sus efectos, pero con un gran costo humano y material.
En la década de 1970 la causa radicó en la debilidad de la moneda clave y en
la baja de la tasa de rentabilidad y del ritmo de crecimiento de la productividad,
además de otros desequilibrios en las economías centrales. Su manera de mani-
festarse resultó la estanflación, mientras que su forma de resolución fue el des-
mantelamiento del Estado de Bienestar —construido en la posguerra— ejecutado

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo 67


por los gobiernos neoconservadores y las políticas neoliberales de las décadas de
1980 y 1990. Sus consecuencias se prolongaron en el tiempo hasta nuestros días,
con la caída de las tasas promedio de crecimiento y sucesivas crisis en diferentes
partes del mundo. La financiarización de la economía mundial tiene su fuente en
mecanismos creados en esos años, así como también su creciente inestabilidad.
La crisis de 2007-2010 no resulta, en este sentido, una sorpresa; es el resul-
tado de un largo proceso. En su origen y evolución juegan la hipertrofia y la fal-
ta de regulación de los mercados financieros, reflejado en las quiebras inmobi-
liaria y bancaria; el sobreendeudamiento y la sobreproducción de bienes; las
crecientes desigualdades de ingresos y la fragilidad del sistema monetario inter-
nacional. A ello se agrega también un modelo de desarrollo productivo en el que
el balance ecológico del planeta está en peligro.
¿Llevará a una larga depresión como en la década de 1930? ¿Se prolongará
a través de un encadenamiento de burbujas especulativas y crisis como ocurre
desde los años 70? ¿Será el principio del fin del presente capitalismo o, al me-
nos, de la hegemonía norteamericana?
No cabe duda de que la economía mundial entró en una profunda recesión
con cifras bien contundentes. Según el FMI, el crecimiento de la economía mun-
dial, que en 2007 fue del 5,2% y en 2008 del 3%, cayó en 2009 un -0,6%. Para
las economías avanzadas la situación fue peor: pasaron de un crecimiento del
0,5% en 2008 a una caída del -3,2% en 2009, en tanto las economías en desa-
rrollo desaceleraron su crecimiento del 8,3% en 2007 y 6,1% en 2008 al 2,4%
en 2009. En particular, EE.UU. decreció un -2,4% en 2009, la zona del euro un
-4,1% y Japón un -5,2%. Las mayores tasas de crecimiento en 2009 fueron las
de India y China, aunque más bajas que en los años anteriores. Entre 2007 y
2009 China pasó del 13% al 8,7% e India del 9,4% al 5,7% (80).
El comercio mundial se desaceleró, a su vez, del 7,2% en 2007 al 2,8% en
2008, pero su caída en 2009 fue traumática: -10,7%. Se advirtió también un fuer-
te aumento del desempleo, una tendencia deflacionista en los precios y una re-
ducción de las tasas de interés. La economía mundial cayó en su crisis más pro-
funda y extendida desde los comienzos de la segunda posguerra.
Sin embargo, mientras que en la depresión de los años 30 las ideologías re-
accionarias y las políticas económicas defensivas contribuyeron a desencadenar
un terrible conflicto bélico, ahora se tendió a la concertación entre los países más
importantes para tratar de salir de la crisis lo más pronto posible, como lo expre-
saron las reuniones del G-20, pero sin demasiados resultados en cuanto a la
adopción de medidas conjuntas. Pero las instituciones financieras internaciona-
les creadas en Bretton Woods, en parte para obrar en este tipo de instancias, no

68 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


jugaron rol alguno, salvo seguir la evolución de los hechos y realizar sus habi-
tuales pronósticos.
En lo inmediato, como ocurrió en las crisis más importantes del pasado, la
actitud de los principales responsables de la política y la economía mundiales fue
la de acudir rápidamente a la intervención de los Estados nacionales con cuan-
tiosos planes de salvataje provenientes de los ingresos fiscales o del endeuda-
miento público. En el 2010, en los países más afectados, sobre todo europeos, se
ejecutaron también drásticos planes de ajuste.

NOTAS DEL CAPÍTULO 1

1. Cf. J. A. Estey, Tratado sobre los ciclos económicos, FCE, México, 1953.
2. Citado en Beatriz Figallo y Josefa García de Ceretto, “Historia y complejidad.
La historia del tiempo presente”, en Res Gesta, 2003, N* 41, p. 23; Edgard Morin,
Pour sortir du vingtiéme siécle, Nathan, París, 1981.
3. Ver Joseph Schumpeter, Ciclos económicos. Análisis teórico, histórico y esta-
dístico del proceso capitalista, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2002.
4. Cf. Carlota Pérez, Revoluciones tecnológicas y capital financiero. La dinámi-
ca de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza, Siglo XXI, Méxi-
co, 1999:
5. Cf. Nikolai Kondratieff, “Los grandes ciclos de la vida económica” (1935), en
Gottfried Haberler (compilador), Ensayos sobre el ciclo económico, Fondo de Cultu-
ra Económica, México, 1956.
6. Ver Giovanni Arrighi, The Long Twentieth Century, Verso, Londres, 1994.
7. Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, FCE, México, 1964, p. 173.
8. Ernest Mandel, Historia Económica, Tomo Il, Universidad Júarez, de Duran-
go, México, 2007, pp. 185-186 (es una traducción al castellano de su conocido 7rai-
té d'économie marxiste).
9. P. Sweezy (1964), pp. 197-199, 204.

69
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
10. Jaime González Martínez, “Tasa de ganancia, transformaciones y fase actual
del capitalismo”, en Trayectorias, N* 27, julio-diciembre de 2008, pp. 29-30.
11. Cf. Robert Boyer, La teoría de la regulación: un análisis crítico, Humanitas,
Buenos Aires, 1989, p. 78.
12. Cf. Héctor Guillén Romo, “La crisis financiera de los créditos Ninja”, en Ci-
clos en la historia, la economía y la sociedad, N* 35-36, 2009.
13. Cf. Michel Aglietta y Laurent Berrebi, Désordres dans le capitalisme mon-
dial, París, Odile Jacob, 2007.
14. Carlos Marx, El Capital, Crítica de la Economía Política, Tomo MI, Fondo de
Cultura Económica, México, 1968, p. 247 (pub. orig. 1897).
15. Cf. Rudolf Hilferding, El capital financiero, Tecnos, Madrid, 1963.
16. John Bellamy Foster y Fred Magdoff, The Great Financial Crisis, Monthly
Review Press, Nueva York, 2009, p. 16.
17. Ver Juan Bautista Alberdi, Estudios Económicos, Fundación Prudencio Váz-
quez y Vega, Montevideo, 1989. Otro relevante analista argentino de los ciclos eco-
nómicos y las crisis financieras fue José A. Terry, La crisis 1585-1892, Sistema ban-
cario, El Ateneo, Buenos Aires, 1893.
18. Charles P. Kindleberger, Manías, pánicos y cracs. Historia de las crisis finan-
cieras, Ariel, Barcelona, 1991, pp. 34-52.
19. Hyman Minsky, Stabilizing an Unstable Economy, McGraw-Hill, Nueva York,
2008, p. 192.
20. Cf. H. Minsky (2008), pp. 230-232 y p. 135. Ver también el análisis de Barry
Eichengreen y Richard Portes, The Anatomy of Financial Crises, NBER Working Pa-
per N* 2126, enero de 1987.
21. J. Bellamy Foster y F. Magdoff (2009), pp. 18-19, quienes toman la tesis de
un trabajo de Magdoff y Sweezy, Stagnation and Financial Explosion. Sobre la his-
toria de las crisis financieras y la financiarización de la economía capitalista desde
fines del siglo XIX un aporte reciente es el de Carlos Marichal, Nueva historia de las
grandes crisis financieras. Una perspectiva global, 1873-2008, Debate, Buenos Ai-
res, 2010.
22. Entrevista a André Orléan en L'Economie Politique, N* 43, julio-agosto de
2009, p. 37.
23. Ver el análisis de Paul Krugman en Clarín, IECO, 22/8/09. Para una crítica
exhaustiva y, al mismo tiempo, irónica de los “mercados eficientes”, ver José Gabriel
Palma, “The Revenge of the Market on the Rentiers”, Cambridge Journal of Econo-
mics, 33(4), julio de 2009 (reproducido en www.econ.cam.ac.uk).
24. Las tesis principales de Markowitz se hallan en su libro Portfolio Selection.
Efficient Diversification of Investments, Wiley and Sons, Nueva York, 1959.
25. Cf. La Documentation Francaise, Problemes économiques, N* 2637, 27-10-
99, p. 34.
26. Jean-Baptiste Say (1767-1832) es un economista francés de la Escuela Clási-

70 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ca. Henry Ford (1863-1947) es un gran empresario de la industria automotriz nortea-
mericana. Ford aumentaba los salarios de sus trabajadores aprovechando los menores
costos que lograba con la implementación de la cadena de montaje. Procuraba así, o
al menos lo pregonaba, que cada uno de ellos pudiera comprar su Ford T. Pero si bien
tuvo éxito en la venta de esos autos, la demanda agregada no dependía de su iniciati-
va individual sino del nivel de ingresos del conjunto de la población.
27. Gordon Thomas y Max Morgan-Witt, El día en que se hundió la Bolsa, Or-
bis, Barcelona, 1983, p. 178.
28. Idem, ver también John K. Galbraith, El crac del 29, Ariel, Barcelona, 1976.
29. John K. Galbraith (1976), pp. 114-115 y 131.
30. Paul Krugman, The Conscience of a Liberal, WW Norton 8: Company, Nue-
va York, 2007, p. 31.
31. Adam Smith, 7he Wealth of Nations, The Modern Library, New York, 1994, p.
485 (pub. orig. 1776).
32. Citado en F. Gigon, Jeudi noir, Laffont, París, 1976, pp. 241-242.
33. Franklin D. Roosevelt, “Plans for recovery”, en R. F: Himmelberg (ed.), The
Great Depression and American Capitalism, D. C: Heath and Company, Boston,
1968, p. 23.
34. Cf. Milton Friedman y Anna Schwartz, 4 Monetary History of the United Sta-
tes, 1867-1960, Princeton University Press, 1963.
35. Cf. Alan Greenspan, La era de las turbulencias, Ediciones B, Buenos Aires,
2008.
36. The Wall Street Journal, 3-2-99.
37. Charles P. Kindleberger, La crisis económica, 1929-1939, Crítica, Barcelona,
1985, pp. 340-341, 348-349.
38. Paul Krugman, “The Great Recession vs. The Great Depression”, The New
York Times, 20-3-09.
39. Barry Eichengreen y Kevin H. O"Rourke, 4 Tale of Two Depressions, 6 de
abril de 2009, VoxEu.org. El 4 de junio los autores realizan una actualización que no
cambia mucho la tendencia inicial.
40. Henri Bourguinat, La tirannie des marches, Economica, París, 1995, p. 10.
41. Ver Milton Friedman, “The Role of Monetary Policy”, American Economic
Review, marzo de 1968.
42. Citado en J. G. Palma (2009), p. 18.
43. Le Monde, Croissance et crises, 1944-1996. Cinquante ans d'histoire écono-
mique, Numéro Special des Dossiers et Documents, París, octubre de 1996, p. 72.
44. Mario Rapoport, “La globalización económica: ideologías, realidad, histo-
ria”, en Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, N* 12, primer semestre de
1997, pp. 39-41. de
45. Cf. Eric Hobsbawm, “Después del siglo XX: un mundo en transición”, en Le-
tras Libres, julio de 2009.

Al
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
46. United Nations Conference on Trade and Development, Trade and Develop-
ment Report, 1996, Nueva York, 1996, pág. 9.
47. Abelardo Mariña Flores, “Límites y perspectivas de la globalización neolibe-
ral”, en Revista Trayectorias, N* 27, julio-diciembre de 2008, p. 9.
48. Cf. M. Rapoport (1997), p. 14; La Documentation Francaise, Le commerce
mondial, Cahiers francais N? 299, noviembre-diciembre de 2000. Ver también traba-
jos recientes de la OMC y la UNCTAD.
49. Christian Deblock, “OMC: le declin irréversible de la réciprocité et du mul-
tilatéralisme”, en L'Economie Politique, N* 45, enero de 2010, p. 39.
50. UNCTAD, Informe sobre inversiones en el mundo. 2009. Empresas transna-
cionales, producción agrícola y desarrollo, Nueva York, 2009, pp. 11-12.
51. Frédéric F. Clairmont y John Cavanagh, “Sous les ailes du capitalisme plané-
taire”, en Maniere de Voir, N* 28, noviembre de 1995, pp. 34-35.
52. Cf. “Les chiffres de l'économie 2010”, Alternatives Economiques, Hors-Sé-
rie, N* 82, 2009. La distribución por países cambió en los últimos años, hubo una dis-
minución de las empresas estadounidenses entre las cien líderes y un aumento de las
alemanas y las británicas.
53. Cf. UNCTAD (2009).
54. John Eatwell y Lance Taylor, Finanzas globales en riesgo. Un análisis a fa-
vor de la regulación internacional, Cefidar-Siglo XXI, Buenos Aires, 2005, p. 20.
55. Cf. M. Aglietta, A. Brender y V. Coudert, Globalisation Financiere: L'Aven-
ture Obligée, Economica, París, 1990; G. J. Palma (2009).
56. H. Bourguinat (1995), pp. 32-34.
57. Según el United States Bureau of Economic Analysis (2008).
58. Dominique Plihon, £l nuevo capitalismo, Siglo XXI, México, 2003. “El pre-
cio de una acción —señala Plihon— se define como el valor actualizado de los dividen-
dos futuros de una empresa. La burbuja especulativa traduce la conexión (diferencia)
existente entre el valor bursátil y el valor económico de la empresa”, p. 57.
59. Ver sobre estos temas Julio Sevares, El imperio de las altas finanzas, Norma,
Buenos Aires, 2005.
60. Alternatives Economiques, N* 281, junio de 2009, pp. 50-51.
61. Ibidem, p. 52.
62. Cf. Michael Lind, “To have or have not. Notes on the progress of the Ameri-
can class war”, Harper's Magazine, Nueva York, junio de 1995.
63. Cf. Reginaldo Moraes, Neoliberalismo, Editora Senac, San Pablo, 2001, p. 10.
64. Cf. la versión original en inglés, Friedrich von Hayek, The Road to Serfdom,
University of Chicago Press, Chicago, 1944.
65. A. Greenspan (2008), p. 55.
66. Raúl Prebisch, Obras, 1919-1948, Tomo I, Fundación Prebisch, Bs. As., 1991,
p. 126, nota al pie 66; R. Prebisch, Apuntes de Economía Política (Dinámica Econó-
mica), Facultad de Ciencias Económicas, UBA, 1948, pp. 96 y 97.

72 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


67. Paul Krugman, De la vuelta a la economía de la Gran Depresión y la crisis
del 2008, Norma, Buenos Aires, 2009, p. 151.
68. P. Krugman (2007), p. 138.
69. Según el USA Census Bureau.
70. Cf. Mario Rapoport, “El derrumbe de un símbolo. La nacionalización de Ge-
neral Motors cuestiona un estilo de vida”, en Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, N? 122, agosto de 2009, p. 31.
71. Barry Eichengreen, “Dix questions á propos de la crise des préts subprime”
en Révue de la stabilité financiere N* 11, febrero de 2008, p 20.
72. J. G. Palma (2009), p. 6. Un trillón de dólares en EE.UU. es el equivalente en
los países hispanoamericanos a un millón de millones (o un billón).
73. Clarín, Buenos Aires, 13-12-09.
74. Cf. CIA World Factbook.
75. Cf. Martine Bulard, “El poder mundial se desplaza”, Le Monde diplomatique,
N? 19, noviembre de 2008, edición peruana; Eric de Carbonnel, “Las mayores diez
amenazas para el dólar en 2009”, MarketSkeptics.Com, 2/1/09.
76. Department of the Treasury/Federal Reserve Board, mayo de 2010.
77. Franklin Serrano, “A economía Americana, o padráo “dólar-flexível” e a ex-
pansáo mundial nos anos 2000”, en J. L. Fiori, C. Medeiros y F. Serrano, O mito do
colapso americano, Ed. Récord, Río de Janeiro, 2008, p. 83.
78. Cf. Michel Aglietta, “Le dollar, le yuan et le systéme monétaire internatio-
nal”, en L'economie politique, N* 45, enero de 2010.
79. John M. Keynes, Essais sur la monnaie et l'economie, Payot, París, 1971, p.
131 (orig. 1931).
80. Cf. FMI, Perspectivas de la economía mundial, Washington DC, abril de
2010.

8
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
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Capítulo 2

El neoliberalismo y sus crisis

A) Las crisis que vienen de la periferia

Durante la década de 1990 y principios del nuevo siglo el mundo asistió, como
hemos visto, a un conjunto de crisis en una serie de oleadas sucesivas, que ya an-
ticipaban los problemas de sustentabilidad del sistema, pero esta vez, en lugar de
afectar a las potencias, perjudicaron sobre todo a la periferia y a países como Ru-
sia, que si bien no son periféricos, tampoco son clave en las finanzas mundiales.
Entre 1989 y 1997 los Estados endeudados en la década de 1970 y principios
de la de 1980 reestructuraron sus deudas externas financieras, contraídas con ban-
cos comerciales y en situación irregular, convirtiéndolas en bonos que se coloca-
ron en los mercados de capitales internacionales. Este mecanismo fue conocido
como Plan Brady, en alusión a Nicholas Brady, secretario del Tesoro estadouni-
dense, que fue quien lanzó este plan canje. De esta manera los bancos limpiaron
sus balances de deudas incobrables y nació un mercado de bonos soberanos de re-
tornos elevados, cuyo riesgo se distribuyó entre una multitud de inversores. Los
Estados emisores de estos papeles también los tomaron como parte de pago en las
privatizaciones de empresas públicas.
Los bonos Brady de México, Argentina, Brasil, Costa Rica, Perú, Uruguay,
Venezuela, Bulgaria, República Dominicana, Ecuador, Costa de Marfil, Jorda-
nia, Nigeria, Panamá, Filipinas, Polonia, Rusia, Vietnam y otros países sumaron
174 mil millones de dólares, conformando un mercado de gran liquidez, sustan-
cialmente mayor que el de la mayoría de las plazas financieras. Los países que
entraron al Plan Brady firmaron acuerdos contingentes con el FMI, encargado de
gestionar su instrumentación y de supervisar su cumplimiento a través de pro-
gramas de reforma pro mercado, que habitualmente incluyeron privatizaciones,
desregulaciones, apertura comercial y financiera y, en términos generales, impli-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 75


Cuadro 1
Países que emitieron bonos en canje de deuda
con bancos comerciales - (Plan Brady)

Valor nominal bonos Porcentaje


miles de millones del total
de dólares E

Brasil
México
Argentina
Venezuela
Ecuador
Perú
Panamá
Uruguay
Costa Rica
Rep. Dominicana
Latinoamérica
Polonia
Rusia
Bulgaria
Filipinas
Marruecos
Nigeria
Costa de Marfil
Croacia
Jordania
Vietnam
Eslovenia

Fuente: Elaborado en base a datos de Global Development Finance.

caron reducir el tamaño del sector público y de sus funciones, según las reco-
mendaciones del Consenso de Washington (Cuadro 1).
Luego del Brady, la venta de bonos en los mercados voluntarios se convirtió
en la fuente de financiamiento principal de los países periféricos, que pasaron a

76 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


llamarse “mercados emergentes”. Como resultado de este proceso, sus econo-
mías quedaron sometidas a los movimientos especulativos de los mercados fi-
nancieros internacionales.
Las crisis monetarias, financieras y cambiarias de México (1994-1995), del
Sudeste Asiático (1997-1998), Rusia (1998), Brasil (1998-1999), Turquía (2000-
2001) y Argentina (2001-2002) tienen importantes rasgos en común, aunque és-
tas no fueron las únicas crisis sino las más importantes.
En estos países se llevaron adelante una serie de reformas que incluyeron la
liberalización de la cuenta de capitales y la desregulación financiera. En todos
los casos a una etapa inicial de euforia siguió la fuga de capitales, la caída de la
producción y el empleo y la concentración de los ingresos. La norma común fue,
en una primera etapa, la apreciación cambiaria; luego la generación de déficits
comerciales y de servicios, la pérdida de competitividad de la producción do-
méstica, el endeudamiento público y privado en moneda extranjera y, finalmen-
te, la abrupta fuga de divisas y la devaluación, con su tendal de quiebras, desem-
pleo y recesión.

1. La crisis mexicana

A fines de 1994, un año después de suscribir el Tratado de Libre Comercio


(TLC) con Estados Unidos, México sufrió una de las crisis económicas más pro-
fundas de su historia contemporánea. Hasta ese momento la economía mexica-
na era considerada como un modelo a seguir, situándose, junto a Argentina, en
el escalafón de los “buenos alumnos” del ajuste estructural. México, el primer
firmante del Plan Brady en 1989-90, había ganado la reputación, entre amplios
círculos de inversores, de mercado emergente de altos rendimientos.
Pero también contrajo una pesada deuda externa durante la plétora de capita-
les de la década de 1970, aunque a finales de la misma devino un gran exporta-
dor de petróleo. Condicionado por la renegociación de la deuda, este país —como
la mayoría de los de la región— implementó en la década siguiente un programa
económico de fundamentos ortodoxos, orientado a obtener los superávits fisca-
les y de divisas que exigían sus compromisos externos. El elemento heterodoxo
fue principalmente un acuerdo entre los distintos sectores para fijar pautas sobre
los precios más importantes, con revisiones periódicas; mecanismo que también
se aplicó a los salarios, en sustitución del ajuste por inflación.
Las reformas estructurales consistieron en profundizar la apertura comercial,
privatizar las empresas públicas, desregular las actividades económicas, eliminar
paulatinamente los controles de precios, comprimir la demanda interna y reducir

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


a,
el papel y el tamaño del Estado; todo esto en el marco de sucesivos acuerdos con
el FMI y organismos multilaterales, con los bancos acreedores y con el Club de
París. La caída de los precios del petróleo en 1986 —el principal ingreso expor-
tador de México y el 26% de los ingresos del sector público— endureció la estra-
tegia económica para 1988, que acentuó los elementos ortodoxos del plan luego
de triplicar el tipo de cambio, con sus consabidos efectos sobre la inflación y me-
jora de los precios relativos de los bienes transables respecto de los puramente
domésticos.
En 1989 el gobierno mexicano transformó en bonos la deuda atrasada que
mantenía con los bancos comerciales transnacionales, en los términos del Plan
Brady. Simultáneamente, y según las condiciones pactadas para ingresar al Brady,
profundizó la apertura financiera, liberó las tasas de interés, eliminó las restric-
ciones a los movimientos de los capitales, y comenzó a financiar sus déficits fis-
cales a través de bonos colocados en los mercados financieros, con devaluacio-
nes pautadas del tipo de cambio inferiores a las tasas de interés (1). A partir del
11 de noviembre de 1991, el Banco de México derogó el control de cambios y
estableció un régimen de bandas cambiarias con desliz controlado: el piso de la
banda se fijó en 3,051 pesos por dólar, mientras que el techo —el máximo que po-
día alcanzar la paridad peso/dólar— se ajustaba 20 centavos diarios si la paridad
alcanzaba los 3,086 (el 21 de octubre de 1992 incrementó el desliz del techo a
40 centavos diarios).
El crecimiento económico mexicano se reanudó, pero sus bases, arraigadas
en el Consenso de Washington, eran inconsistentes. Los desequilibrios acumula-
dos estallaron en 1994. En este lapso, el ingreso de capitales especulativos y de
inversión directa apreciaron el peso mexicano, las importaciones crecieron mu-
cho más que las exportaciones; a los déficits comerciales se sumó la salida de di-
visas por la remuneración al capital externo (intereses de los bonos de deuda y
utilidades de las empresas extranjeras), todo esto deterioró la cuenta corriente del
balance de pagos y erosionó la capacidad del Banco de México de sostener el
tipo de cambio.
Las autoridades habían previsto un déficit de la cuenta corriente del balance
de pagos, pero asumían que los ingresos de capitales subsanarían esta brecha o,
en todo caso, la demanda interna podría contraerse lo suficiente como para re-
ducir las importaciones manteniendo, al mismo tiempo, la política de apertura
comercial (2). Pero esto no fue así. En los países periféricos la cuenta capital del
balance de pagos depende en buena medida de la situación de la cuenta corrien-
te, ya que los capitales emprenderán la fuga cuando sospechen que los déficits
corrientes alcanzan tal magnitud que tarde o temprano sobrevendrá la devalua-

78 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ción cambiaria. Por otra parte, ni siquiera la dolarización —es decir, un riesgo de-
valuatorio nulo— puede impedir la crisis a la que lleva una moneda apreciada;
simplemente ésta estallará por otro lado, el fiscal, a través del default de la deu-
da soberana, como ocurrió en Argentina.
Las autoridades mexicanas atribuyeron el desencadenamiento de la “crisis
del tequila” a muchos factores, pero no mencionaron el atraso cambiario, porque
esto hubiera significado asumir la responsabilidad de los desequilibrios acumu-
lados. Entre las causas externas, a comienzos de 1994 la Reserva Federal de Es-
tados Unidos comenzó a elevar los tipos de interés, proceso que se trasladó a to-
das las plazas. En el plano sociopolítico, el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) intensificó su accionar en la región de Chiapas, y en marzo fue
asesinado Luis Dolado Colosio, candidato del Partido Revolucionario Institucio-
nal (PRI) a las elecciones presidenciales, en un episodio que nunca se aclaró.
Los problemas políticos tuvieron su correlato en el plano financiero. Por te-
mor a la devaluación, la estructura de la deuda mexicana se dolarizó, a partir del
masivo pasaje de las tenencias de los no residentes, de pagarés del tesoro (Cetes)
nominados en pesos, a los Tesobonos nominados en dólares (3). Como resultado
de este proceso entre el 23 de marzo y el 21 de abril de 1994 el Banco Central de
México perdió 11.000 millones de dólares, un tercio de sus reservas de divisas.
Ante esta realidad, los vencimientos previstos para los primeros meses de 1995
colocaron al gobierno en una difícil posición y comenzaron a aparecer los fan-
tasmas del default de 1982.
El atraso cambiario indujo crecientes déficits de la cuenta corriente del ba-
lance de pagos: en 1994 el saldo de la balanza comercial fue de -18,5 mil millo-
nes de dólares, y los pagos al exterior por intereses y utilidades ascendieron a 15
mil millones de la misma moneda. Como es usual en este tipo de ciclos, los in-
gresos de capital externo habían solventado los déficits corrientes, pero este pro-
ceso no podía prolongarse al infinito, su límite era la capacidad del gobierno me-
xicano de atender su creciente deuda o de renovar vencimientos y pagos de
intereses. El 17 de diciembre de 1994 el nuevo gobierno del presidente Ernesto
Zedillo anunció el aumento del techo de la banda de flotación del peso mexica-
no, fijándolo en 4 pesos por dólar, que en la práctica era una devaluación del
15%. En los dos días siguientes las reservas cayeron en 5.000 millones de dóla-
res. Finalmente, el 22 de diciembre las autoridades monetarias decidieron dejar
flotar totalmente el peso mexicano. Las ventas masivas de acciones y bonos de-
nominados en pesos, y la compra de dólares, aumentaron la sangría de las reser-
vas y la presión devaluatoria. Entre diciembre de 1994 y febrero de 1995 el peso
mexicano se devaluó un 40% con respecto al dólar y las tasas de interés domés-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 79


ticas a corto plazo superaron el 80%. La combinación de la desmonetización con
el aumento de las tasas de interés deprimió la actividad económica y agudizó el
desempleo y la pobreza. En 1995 el PIB mexicano cayó 6,2%, en un contexto de
rebrote inflacionario y una aguda crisis bancaria. El gobierno inició una costosa
operación de rescate y apoyo al sistema bancario, bajo la cobertura operativa del
Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA), un organismo creado en
1990 y administrado por el Banco Central de México. Entre 1995 y 1997 fueron
intervenidos doce bancos que representaban el 17% de los activos totales del sis-
tema bancario. La tasa de desempleo creció del 3,7% en 1994 al 6,2 en 1995.
Por diversos factores el gobierno de Estados Unidos consideraba muy grave
la crisis mexicana. Entre ellos, la proximidad geográfica y el temor a un aumento
de la presión sobre la frontera; la fuerte presencia de inversores institucionales
estadounidenses en los mercados financieros mexicanos; el posible deterioro o
fracaso del Tratado de Libre Comercio; y el temor a la reedición de la crisis de
la deuda de los primeros años 80, esta vez en una economía que EE.UU. consi-
deraba como ejemplar desde el punto de vista de las políticas implementadas.
En este contexto, el 2 de enero de 1995, el gobierno de Estados Unidos anun-
ció un paquete de ayuda de 18.000 millones de dólares para hacer frente a la si-
tuación. El Departamento del Tesoro apoyó esta financiación, en el marco de un
acuerdo preexistente; también intervinieron el Banco de la Reserva Federal de
Nueva York y diversos gobiernos europeos a través del Banco de Pagos Interna-
cionales, sito en Basilea (Cuadro 2).
El anuncio fue insuficiente y el peso continuó depreciándose al tiempo que
la Bolsa de Valores sufría grandes pérdidas. Las magras reservas del Banco Cen-
tral mexicano (3.500 millones de dólares en febrero de 1995) y los más de 26.000
millones de dólares de los Tesobonos que vencían a fines de 1995 constituían el
meollo del problema de la escasez de divisas para pagos internacionales. Final-
mente, el 31 de enero el presidente William J. “Bill” Clinton anunció que utiliza-
ría sus atribuciones especiales para proporcionar 20.000 millones de dólares a
México y negoció con el FMI para que este organismo ofreciera 17.800 millo-
nes de dólares, sumado a fondos de otros países.
El rescate financiero totalizó casi 50 mil millones de dólares: 17,8 mil millo-
nes del FMI; 10 mil millones de Europa, Canadá y Japón (a pesar de la resisten-
cia de Alemania y el Reino Unido que dudaban de la conveniencia de este
esfuerzo), y 20 mil millones de Estados Unidos. Respaldado con este paquete, el
gobierno mexicano evitó declarar la moratoria de los pagos de la deuda externa.
Sin embargo, en la práctica, la crisis del sistema bancario mexicano duró hasta el
año 2000, y aumentó la participación de bancos internacionales (BBVA, HSBC,

80 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 2
México. Indicadores económicos (1991-2002)

Miles de millones de dólares


Saldo Reservas Índice de tipo
PIB Inflación cuenta internacionales de cambio real
Año Var. % Var. % IPC corriente netas 1990=100

199L 4,2 22 -14,9 A 81,6


1992 3/0 dls) -24,4 18,9 OE
1993 270 9,8 -23,4 29, L 63
1994 4,4 7,0 29M 6,3 1037
1995 2 35,0 15,8 16,8 112,6
1996 DR 34,4 29,3 19,4 LLO
1997 6,8 20,6 ad 28,8 63,9
1998 4,9 159 -16,0 30,1 68,0
1999 SE) 16,6 -14,0 SOT 54,2
2000 6,6 97) -18,6 39,0 49,6
2001 0,0 6,4 Li 40,9 44,1
2002 0,8 4,5 SO 48,0 48,0

Fuente: Elaborado en base a datos de CEPAL y FMI.

Montreal, Citibank y Nova Scotia) en el sistema bancario mexicano.


La economía mexicana comenzó a recuperarse de la crisis en 1996, pero el
crecimiento fue lento y muy dependiente de la evolución de Estados Unidos, has-
ta el estallido de 2008. Por esta razón, la recesión estadounidense en 2009 impli-
có una contracción del producto bruto mexicano del 6,7%, la caída mayor en La-
tinoamérica durante esta crisis global. México fue uno de los tres países unto
a Colombia y Polonia— que recibieron un préstamo flexible del FMI, por un mon-
to equivalente a mil veces la cuota del país en el organismo. Esta línea de prés-
tamos sólo exigiría condiciones ex ante, pero el ajuste fiscal para liberar recur-
sos públicos aplicables a los intereses y amortizaciones que debe afrontar el
Estado mexicano nubla la recuperación de su economía, ya que limita la adop-
ción de políticas activas de expansión de la producción y el empleo.

2. La crisis del Sudeste Asiático

El 2 de julio de 1997, un día después de que se hiciera efectivo el traspaso de


Hong Kong a China, estalló la crisis del Sudeste Asiático —Corea del Sur, Indo-
nesia, Tailandia, Filipinas, Hong Kong, Singapur, Taiwán y Malasia—, cuando el

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 81


gobierno de Tailandia dejó flotar su moneda, el bath, en medio de un creciente
deterioro económico y financiero.
Los países de esta región crecieron tan aceleradamente en las décadas de
1970 y 1980, que este “milagro” era el ejemplo más citado de una asignación
de recursos orientada al crecimiento. Según Joseph Stiglitz —en ese momento
vicepresidente del Banco Mundial, que tuvo a su cargo la investigación de este
fenómeno—, durante muchos años los organismos financieros internacionales
esquivaron estudiar el “milagro asiático”, porque el éxito de estos países, más
allá de sus claroscuros, fue impulsado por políticas gubernamentales enfocadas
en la inversión, la educación pública y el desarrollo industrial, es decir por Es-
tados mucho más activos que los mínimos “tan caros al Consenso de Washing-
ton” (4).
Aunque la elevada tasa de ahorro de los países del Sudeste Asiático los libe-
raba de la necesidad de fondos adicionales, entre fines de la década de 1980 y
comienzos de la de 1990 sus economías liberalizaron igualmente los movimien-
tos internacionales de capitales, presionadas por el Tesoro de Estados Unidos y
el FMI, con el argumento de que la apertura financiera los llevaría a la estabili-
dad, justamente lo opuesto a lo que efectivamente ocurrió (5).
El patrón de las crisis de esta región es bien conocido, aunque en cada uno
de los países afectados se manifestó de acuerdo a sus especificidades. En lo
esencial, las tasas de interés elevadas atrajeron capitales, las monedas domésti-
cas se apreciaron, la apertura comercial basada en el aumento de las importacio-
nes, entonces abaratadas, y en la remuneración de los capitales generaron défi-
cits de cuenta corriente y un incremento del endeudamiento externo de empresas
y gobiernos. Por su parte, los fondos excedentes crearon burbujas especulativas
en el sector inmobiliario, especialmente en Tailandia. Cuando los déficits exter-
nos se acumularon y la capacidad de sostener el tipo de cambio y de repagar las
deudas se dificultó, los bancos centrales aumentaron aun más las tasas de inte-
rés para evitar la salida de capitales y retrasar la inevitable devaluación, lo que
incrementó la caída de la demanda doméstica, la restricción del crédito y el ries-
go de default masivo.
Las devaluaciones del bath y de las otras monedas terminaron de encender
la crisis, debido al descalce de los pasivos y activos denominados en dólares, a
la inflación cambiaria, las salidas masivas de capitales y las quiebras de empre-
sas, bancos y particulares. Los deudores vieron cómo sus obligaciones denomi-
nadas en moneda extranjera aumentaban al tiempo que el valor de sus activos
caía, los bancos cortaron el crédito a sus clientes y debieron reintegrar depósitos
en divisas inexistentes, generadas durante el proceso de creación secundaria de

82 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


dinero en el interior del sistema financiero, que funciona en base a la confianza,
que en este caso había desaparecido. Los consejos recesivos del FMI, de aumen-
tar las tasas de interés y liquidar los bancos y empresas con problemas, demos-
traron muy poca responsabilidad y ninguna consideración hacia la estabilidad de
los países miembros asesorados y sirvieron para agudizar los conflictos sociales
y políticos.
Para el FMI, la crisis del Sudeste Asiático fue totalmente inesperada. Sus es-
tudios sobre los fundamentos económicos de estos países antes de la crisis los
calificaban como buenos, todos ellos estaban creciendo (excepto Tailandia), la
inflación era relativamente baja y existía un buen nivel de inversión y de flujos
de capitales, pero los modelos de análisis del FMI no estaban preparados para
dar el alerta. Si bien en 1996 observaba un aumento del déficit del saldo de cuen-
ta corriente de algunos países, no preveía una crisis sino un pequeño descenso en
el ritmo de crecimiento y una posible ligera devaluación en el caso de Tailandia.
Los informes de este organismo —y la mayoría de los analistas— sostenían que la
solidez de estas economías y su fuerte ritmo de crecimiento tornaban imposible
una crisis como la del peso mexicano.
Tal era el optimismo que en junio de 1997, a las puertas de la debacle, la
media de proyecciones sobre el crecimiento económico de la región se situaba
en torno a un 7%. Sin embargo un mes más tarde estos pronósticos se modifi-
caron de un 8% al -15% para Indonesia, del 6% al -7% para Malasia, del 8% al
-3% para Corea del Sur, del 6% al -4% para Filipinas y del 6% al 2% para Tai-
landia (6).
Luego de la devaluación en Tailandia comenzaron los problemas en Malasia,
Indonesia y Filipinas. Posteriormente la onda llegó a Corea del Sur. Finalmente
Taiwán, Singapur y Hong Kong, aunque en un menor nivel, también fueron víc-
timas de ataques especulativos y caídas bursátiles.
Bangkok funcionaba desde 1993 como un centro financiero internacional
offshore, pero su sistema bancario carecía de regulaciones prudenciales. En ju-
nio de 1997, en un contexto de creciente deterioro de las carteras de los bancos,
el Banco de Tailandia suspendió por treinta días las operaciones de 16 compañías
financieras, basándose en su falta de capital y en sus enormes necesidades de li-
quidez. Días después, el 2 de julio, el gobierno anunció que el baht abandonaba
su vinculación con el dólar y flotaría libremente. La devaluación agravó aun más
la situación de las entidades financieras debido a su posición de endeudamiento
neto en dólares y otras divisas fuertes.
La delegación del FMI, que a mediados de julio de 1997 visitó Tailandia, es-
timó que prácticamente las 91 compañías financieras existentes eran insolventes,

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


83
mientras que en el caso de los bancos, a los de mayor tamaño les faltaba capital
aunque podrían salir adelante, pero el resto, los más pequeños, estaban en quie-
bra técnica. La acción combinada de los anuncios públicos de la situación y la
crisis cambiaria despertó una fuerte desconfianza de los depositantes y un retiro
masivo de depósitos. Los prestamistas externos cerraron las líneas y no las reno-
varon en muchos casos, así las necesidades de liquidez aumentaron y el Banco
Central debió enfrentar una grave crisis bancaria.
La devaluación del baht abrió una dinámica de ventas masivas y operacio-
nes especulativas en los diferentes mercados financieros de la región. La crisis
tailandesa en menos de dos meses se convirtió en crisis del Sudeste Asiático.
Los ataques especulativos sistemáticos contra las monedas obligaron a los ban-
cos centrales a retirar, más temprano o más tarde, la defensa de los tipos de
cambio mantenidos antes de la crisis. En el estéril intento de resistirse a la flo-
tación, elevaron las tasas de interés, con lo que se agravaron los problemas de
los frágiles sistemas bancarios que consumieron enormes volúmenes de sus re-
servas sin poder evitar las devaluaciones. El período de fuerte inestabilidad se
prolongó hasta el otoño de 1998, cuando los tipos de cambio se estabilizaron e
incluso recuperaron algo de valor, pero en ningún caso volvieron a los niveles
anteriores.
La única moneda que resistió los ataques fue el dólar de Hong Kong, que
aguantó las fuertes presiones mediante enérgicas medidas de control del mer-
cado y fuertes subidas de los tipos de interés, además de disponer de un excep-
cional volumen de reservas, dada su condición de segundo mercado asiático de
capitales, luego de Tokio, y principal centro financiero de China. El rango de la
depreciación del resto de las divisas respecto del dólar estadounidense se situó
entre el 15% del dólar de Singapur hasta el 83% de la rupia indonesia. Los va-
lores bursátiles también registraron fuertes caídas; la Bolsa de Taiwán fue la que
mejor resistió, con una pérdida anual del 16%. En el otro extremo, las Bolsas
de Indonesia, Corea del Sur y Tailandia registraron pérdidas superiores al 50%
(Cuadro 3).
Las economías de estos países sufrieron un fuerte deterioro, con reducción
del crecimiento, aumento del desempleo, cierres de empresas, quiebras de ban-
cos y, en algunos casos, como el de Indonesia, la crisis estuvo acompañada de
protestas sociales y caída del gobierno. El PIB de Corea del Sur menguó el
5,8% en 1998, cuando había sostenido aumentos del 5% al 10% en un largo pe-
ríodo previo, y la tasa de desempleo pasó de un 2% a un 8,1% en marzo de
1999. En Tailandia el PIB se redujo un 10% en 1998 y en Indonesia, un 13,7%.
Las repercusiones de estos sucesos económicos y financieros afectaron al con-

84 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 3
Fluctuación de las monedas del Sudeste Asiático respecto al
dólar y caídas bursátiles entre el 01/07/97 y el 30/06/98 (en %)

Singapur
Fuente: Elaboración propia en base a Vilariño Sanz (2000).

junto de la economía mundial, especialmente a Japón.


En Malasia y China, que se negaron a adoptar programas del FMI para en-
frentar la crisis, la recesión fue menos profunda, la recuperación más rápida y el
aumento de la deuda pública muy inferior al de los demás países. En Malasia las
regulaciones limitaban el endeudamiento externo de empresas y bancos e impe-
dían el desfase de activos y pasivos (por ejemplo, tomar depósitos en moneda ex-
tranjera y prestar en moneda doméstica o viceversa). Asimismo, Malasia impuso
controles sobre los movimientos de capitales y bajó las tasas de interés. A pesar
del coro agorero de críticos que aseguraban que estas medidas ahuyentarían la in-
versión extranjera del país asiático, su estabilidad atrajo nuevos capitales produc-
tivos (Gráfico 1).
China, que siempre mantuvo el control de capitales, ante la recesión genera-
lizada, aumentó la inversión pública como medida anticíclica, con lo que no sólo
creció casi al 8% —mientras que los demás vecinos se empequeñecían— sino que
aceleró su tasa de expansión de largo plazo.
La apertura financiera de Corea del Sur fue uno de los resultados de las pre-
siones de Estados Unidos para reducir sus déficits comerciales con ese país, pro-
ductor de automóviles, aparatos electrónicos de consumo, microchips y compu-

85
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Gráfico 1 sE a
PIB de Corea del Sur, Malasia y Tailandia (1990-2009, variación %)

1997
Crisis del
Sudeste
Asiático

e
=n
En
=

Malasia
sama Tailandia
Corea

Fuente: Elaboración propia en base a datos del FMI.

tadoras. Según Stiglitz, el gobierno surcoreano estaba aterrorizado porque tenía


conciencia de la inestabilidad que acarreaba tal medida, pero abrió las puertas a
los capitales especulativos por temor a las represalias económicas de los nortea-
mericanos. Rápidamente se formó una burbuja inmobiliaria y se generó una gran
deuda externa.
La crisis se desató cuando los bancos extranjeros se negaron a renovar sus
préstamos de corto plazo, porque dudaban de la capacidad de repago de las em-
presas surcoreanas. Pero el gobierno desoyó los consejos del FMI y en lugar de
cerrar los bancos, recapitalizó sus dos mayores entidades; además, cumplió un
papel activo en la reestructuración empresarial que siguió a la crisis. También
evitó la apreciación del won, para mantener la competitividad de sus exportacio-
nes y para limitar las importaciones. Aunque el FMI recomendó eliminar lo que
estimaba era un exceso de capacidad en la industria de microprocesadores, Co-
rea del Sur no cerró sus industrias sino que esperó la recuperación de la deman-
da mundial, que no tardó en producirse, y de este modo reanudó su crecimiento.

86 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


3. La crisis rusa

La crisis rusa, que culminó con la devaluación del rublo en 1998, se desenvolvió
en tres etapas. Durante la primera (1989-1992), Rusia llevó a cabo reformas eco-
nómicas de libre mercado bajo el asesoramiento del Fondo Monetario Interna-
cional, adoptadas debido a la gran influencia que ejercieron los países desarro-
llados y los organismos financieros internacionales. Estas reformas se pusieron
en marcha el 1 de enero de 1992.
En la segunda etapa (1992-1995) el objetivo fue lograr la estabilidad finan-
ciera a fin de acceder a créditos internacionales y ayuda externa. De acuerdo a
los criterios del FMI, entre 1995 y 1997 Rusia logró este objetivo. Sin embargo,
los modelos ortodoxos aplicados junto con la liberalización de precios, privati-
zaciones y apertura comercial súbita terminaron destruyendo el sector real de la
economía. En contrapartida, el sector financiero resultó fortalecido.
Durante estos años surgieron en Rusia cerca de 2.400 bancos comerciales
que rápidamente recibieron cuantiosos créditos externos, los que invirtieron en
comprar obligaciones gubernamentales. La viabilidad de este esquema requería
un tipo de cambio estable. Así, en julio de 1995 se inició la tercera etapa, pro-
longada hasta agosto de 1998, con la introducción de una estrecha banda de flo-
tación cambiaria —=un mecanismo similar al aplicado en México antes de la “cri-
sis del tequila”—. Desde ese momento la combinación de una serie de factores
convertiría a Rusia en un mercado altamente atractivo para las inversiones ex-
tranjeras en portafolio: tipo de cambio cuasi fijo, alto rendimiento de los instru-
mentos financieros, reducción significativa de la inflación, política monetaria y
crediticia dura. Todos los elementos necesarios para una crisis asegurada.
A partir de 1995 el flujo de inversiones extranjeras hacia Rusia se incre-
mentó notablemente. Mientras que entre 1993 y 1994 ingresaron 3.600 millo-
nes de dólares anuales, en 1995-1998 esta cifra se ubicó en 20.000 millones (5,5
veces más). En total, durante la vigencia de la banda de flotación, la inversión
extranjera en Rusia ascendió a 70.000 millones de dólares (51.400 millones de
deuda pública, 16.900 millones al sector bancario y 1.700 millones al mercado
de valores).
El impresionante incremento de las inversiones financieras se evidencia en
el aumento de las operaciones en el mercado de valores. Mientras que en 1995
éstas equivalían al 18,9% del PIB, en 1997 esta cifra se elevó a 55,5%. Pero el
96% de estas operaciones se llevaban a cabo en el mercado de las obligaciones
del gobierno. Este sostenido aumento de los préstamos externos incrementaba
aceleradamente la diferencia entre los activos y pasivos en divisas del Banco

87
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
Central, al tiempo que la fuga de capitales disminuía las reservas internaciona-
les (Cuadro 4).
El 17 de agosto de 1998 se dio a conocer el plan de acción del gobierno y
del Banco Central: ampliación de la brecha de la banda de flotación, rechazo
unilateral al pago de las obligaciones gubernamentales de corto plazo y anun-
cio de una moratoria de noventa días al pago de deudas con el exterior por par-
te de las empresas y bancos rusos. El rublo se devaluó 26,7% durante el mes de
agosto, mientras que el índice bursátil cayó un 55% y prácticamente todos los
grandes bancos comerciales entraron en crisis de liquidez. El resultado fue una
parálisis del sistema de pagos, una caída acelerada del sector real de la econo-
mía, un aumento del desempleo y una fuerte reducción en los niveles de vida de
la población.

Cuadro 4
Rusia. Indicadores económicos (1994-2002)

Deuda
externa Superávit
Tipo total comercial Déficit
Variación Inflación de [(qQX_
== 0 Mscal
Años
PIB minorista cambio Miles de millones % del
% Var. % U$S PIB

1994 -12,7 127 17,3 10,0

1995 -4,1 133 20,3 6,0


1996 -3,4 153 22,5 8,9
1997 0,9 183 14,9 8,0
1998 -4,9 188 16,4 7,8
1999 5,4 178 36,1 3,2
2000 + ...9,0 160 60,1 2d
2001 5,0 146 47,8 3,0
2002 4,3 152 45,4 0,6
Fuente: Banco Central de la Federación Rusa y FMI, Russian Federation.
Statistical Appendix, 2003.

88 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


4. La crisis brasileña

A principios de los años 90, Brasil llevaba casi una década de escaso o nulo cre-
cimiento económico, estaba inmerso en un proceso hiperinflacionario, enfrenta-
ba grandes dificultades para atender su deuda externa (U$S 122 mil millones a
fines de 1990, un monto equivalente a cuatro veces sus exportaciones) y la deu-
da interna oficial crecía explosivamente.
En junio de 1993 el presidente Itamar Franco sucesor de Collor de Mello,
que había dimitido por denuncias de corrupción— lanzó un programa de estabili-
zación acompañado de algunas reformas estructurales: el Plan Real, a implemen-
tar en tres etapas: el ajuste fiscal, la creación de una nueva unidad monetaria
(Unidad Real de Valor) y la emisión del real.
En sus primeros tramos el Plan Real apuntó a reducir el gasto público y re-
cuperar los ingresos tributarios federales. El plan de austeridad fiscal incluía
consolidar la deuda de los estados y municipios con la Unión; controlar y sanear
la banca pública estatal y federal y perfeccionar el programa de privatizaciones.
El ajuste fiscal se viabilizó a través de la creación de un fondo social de emer-
gencia, financiado con un impuesto sobre las transacciones financieras como
mecanismo transitorio, aprobado por el Congreso en diciembre de 1993, lo que
permitió obtener superávit primario en 1994 y alcanzar el equilibrio presupues-
tario en 1995. En esta etapa también se introdujo una clara separación entre las
cuentas del Tesoro y las del Banco Central, que conduciría más tarde a la inde-
pendencia de esta última institución.
El segundo tramo del plan, lanzado el 7 de diciembre de 1993, y perfeccio-
nado a través de la ley 8.880 del 27 de mayo de 1994, creó la Unidad Real de Va-
lor (URV), y previó su posterior transformación en el real, el nuevo signo mone-
tario brasileño. La URV se integró al sistema monetario nacional como patrón de
valor. El Banco Central de Brasil fijaba diariamente su cotización, con base en
la pérdida de poder adquisitivo del cruzeiro. La URV se tomó como unidad de
cuenta para denominar contratos y demás obligaciones, incluyendo las financie-
ras, y para referenciar precios, salarios y tarifas públicas. El gobierno instó a re-
negociar los contratos privados en términos de URV y eliminó los impuestos so-
bre la corrección monetaria. La URV se utilizó cada vez más como referencia de
precios y contratos, contribuyendo así a borrar la memoria inflacionaria de los
operadores. El Consejo Monetario Nacional dictó resoluciones para que las ins-
tituciones financieras efectuasen operaciones activas, pasivas y de futuro en
URY, y se estipuló una tasa referencial de actualización para la conversión de
operaciones nominadas en cruzeiros a reales.

89
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
El 30 de junio de 1994 el Congreso aprobó la ley que puso en circulación el
real a partir del 1 de julio de 1995, estableciendo las condiciones de emisión y
respaldo de la nueva moneda, de forma de garantizar su estabilidad. Para mante-
ner el ancla cambiaria, el Banco Central de Brasil fijó la paridad máxima en 1 real
igual a 1 dólar —con respaldo de 40 mil millones de dólares de reservás— pero la
oferta creciente de divisas redujo la paridad de mercado a 0,83 reales por dólar,
en octubre de 1994. Se elaboró una programación trimestral de evolución de la
base monetaria, estimando la variación de los agregados monetarios compatible
con objetivos de inflación, aunque su cumplimiento fue bastante elástico en los
primeros tiempos del real, cuando el Banco Central auxilió a entidades financie-
ras en proceso de ajuste.
Simultáneamente, en 1994 Brasil renegoció a través del Plan Brady su deu-
da externa soberana con bancos y emitió bonos por 51 mil millones de dólares,
el monto más elevado de todos los países que entraron a este plan. Así Brasil al-
canzó el estatus de mercado emergente; los capitales no tardaron en fluir como
inversión extranjera directa, deuda de los bancos, más deuda soberana en bonos
y flujos de corto plazo, que financiaron el creciente desequilibrio en cuenta co-
rriente, al tiempo que las reservas monetarias aumentaban y la moneda brasile-
ña se apreciaba.
Entre 1991 y 1995 se privatizaron las empresas controladas por la Unión en
el sector industrial, pero los programas de privatización y desregulación en otros
sectores de la economía, particularmente en la infraestructura y especialmente en
los estados, así como la reforma del sistema de seguridad social, fueron aproba-
dos en la segunda mitad de la década de 1990.
El Plan Real eliminó el financiamiento del gasto público vía expansión mo-
netaria; se decretó la independencia del Banco Central y se le prohibió expresa-
mente auxiliar al Tesoro. Se fijó como objetivo el equilibrio fiscal —y mejor to-
davía, el superávit—, se realizaron fuertes ajustes del gasto público, y en 1999 la
ley de responsabilidad fiscal formalizó ese compromiso. Los déficits públicos
debían financiarse a través de la emisión de bonos, en el mercado interno e in-
ternacional.
La apertura comercial se profundizó, a través de la eliminación progresiva de
tarifas para la mayoría de los productos intra Mercosur; la reducción para los de
origen extra Mercosur y la sujeción a las normas de la Organización Mundial del
Comercio (OMC), aunque Brasil no aceptó modificar su legislación de propie-
dad industrial, a fin de proteger el desarrollo del sector informático y de evitar
incrementos en el precio de los productos farmacéuticos.
Frente a la astringencia de capitales como consecuencia de la “crisis del te-

90 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


quila”, el Banco Central de Brasil instauró un sistema de bandas cambiarias, que
permitía a la moneda fluctuar entre límites estrechos, sujetos a modificaciones
periódicas. También incrementó fuertemente la tasa nominal de interés, que en-
tre diciembre de 1994 y marzo de 1995 pasó del 56,4% anual al 65%. Así logró
recuperar las reservas perdidas, pero a costa del crecimiento económico.
La inflación cedió notablemente desde 1995, pero el PIB de Brasil comenzó
a languidecer: entre 1996 y 2000 su variación promedió el 2,3%, menos aun que
la media de 2,9% de los años 80, la llamada “década perdida”. Las tasas de in-
terés astronómicas no sólo redujeron la formación de capital, sino que acrecen-
taron el componente financiero del gasto público, y por lo tanto, la deuda, pese
a los recortes de las erogaciones corrientes y de capital. En el sector privado, la
fragilidad financiera de las empresas brasileñas, a consecuencia de las altas ta-
sas de interés real, contribuyó a debilitar el dinamismo de la economía.
La conjunción de elevadas tasas de interés, la abundancia de capitales, la es-
tabilización de la moneda local, y el incremento de la deuda pública, conforma-
ron un efectivo mecanismo para controlar la inflación. Pero también acentuaron
la vulnerabilidad y la dependencia de la economía brasileña, y agravaron los de-
sequilibrios externos. El déficit de la cuenta corriente se elevó al 4,5% de PIB
(33.500 millones de dólares), mientras que la balanza comercial pasó de un su-
perávit de 11.900 millones de dólares en 1992 a un déficit de 16.700 millones de
dólares en 1998.
En el tercer trimestre de 1998 los ataques especulativos contra el real se in-
tensificaron, y las reservas internacionales disminuyeron 38% entre septiembre
y diciembre. Pese a las presiones para devaluar, el gobierno volvió a adoptar me-
didas ortodoxas: una vez más recortó el gasto público y el Banco Central incre-
mentó la tasa de interés, del 29,7% en junio al 42,2% en diciembre.
La Bolsa de Valores de San Pablo cerró en 1998 con una caída del 40%, los
títulos públicos brasileños transados en el exterior cayeron un 20%. La estructu-
ra de la deuda pública interna cambió drásticamente. De emitir en agosto de
1997 el 61% de sus títulos federales a una tasa fija, el 19% a tasas flotantes y el
9% asociados al tipo de cambio, se pasó en diciembre de 1998 a una composi-
ción donde el 3,5% era a tasas fijas, el 70% a tasas flotantes y un 21% se corre-
gía según el tipo de cambio.
El gobierno brasileño firmó entonces un acuerdo con el FMI; así accedió a
41,5 mil millones de dólares, bajo el compromiso de adoptar políticas fiscales y
monetarias de austeridad, y de liberalizar aun más el mercado financiero y las
importaciones. La actividad económica, ya afectada en los años anteriores por
las altas tasas de interés, se desplomó y el desempleo en los estados industriales,

91
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
como San Pablo, orilló el 15%. El modelo basado en tipo de cambio cuasi fijo y
libre movilidad de capitales mostraba nuevamente su carácter cortoplacista y su
inviabilidad para sostener el crecimiento económico, y mucho menos, el desarro-
llo de un país periférico.
Pese al paquete de asistencia financiera, los ataques contra el real continua-
ron. A partir de la segunda semana de enero de 1999, la declaración de una mo-
ratoria por parte del estado de Minas Gerais (segunda economía industrial del
país) generó una ola de pánico entre los inversores internacionales y derivó en
un brusco descenso de las reservas internacionales. El Banco Central devaluó el
real en un 8,9%, alterando las bandas que regían la política cambiaria hasta en-
tonces, pero esta medida fue insuficiente. La Bolsa de San Pablo, el principal
mercado bursátil de América Latina, se desplomó y arrastró consigo a todas las
demás Bolsas del mundo. Como reacción a esa coyuntura y con la pérdida, en
una sola semana, de más de 4.000 millones de dólares, el Banco Central brasile-
ño decidió abandonar la defensa del real, inaugurando el sistema de libre flota-
ción. Al principio el tipo de cambio saltó abruptamente —de 1,2 reales por dólar

Cuadro 5
Brasil. Indicadores económicos (1991-2001)

4 Deuda Saldos
An PIB_ Inflación Cuenta externa Reservas
Variación minorista
balanza
corriente total internacionales Import. Export. comercial
% % % del PIB
Miles de millones de U$S
92,9*
110,8*
VAS7
148,2
159,2

179,9
191,6
2
225,6
216,9
2001 15 7,6 -4,2 209,9 32,9 OO 58,2 ZN

* Pública más privada, tomada de Ceres Aires Cerqueira, Dívida Externa Brasileira,
Banco Central do Brasil, 1997. Las otras cifras de deuda externa son tomadas
de los boletines anuales del BC do Brasil. Elaboración propia.
Fuentes: IBGE, Banco Central do Brasil y Fundación Getúlio Vargas.

92 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


pasó a 2,1-, y la inflación se disparó, pero posteriormente se estabilizó echando
por tierra los temores al retorno de la hiperinflación (Cuadro 5).
La crisis brasileña cerró un nuevo ciclo de auge y depresión desencadenado
a partir de la apertura financiera y del atraso cambiario. Los otros países que aún
seguían el mismo modelo económico procíclico no tardaron también en sufrir
sus consecuencias devastadoras.

5. La crisis turca

Tradicionalmente adherida a un enfoque cuasi estatal de la economía, en la dé-


cada de 1980 Turquía emprendió una serie de reformas dirigidas a implantar un
esquema más apoyado en el sector privado. Estas reformas impulsaron un fuer-
te crecimiento de la economía de ese país hasta la grave crisis de 1994. En ese
entonces Turquía adoptó programas de estabilización del FMI por dos años y lue-
go continuó sin ayuda externa por dos años más. En 1998, el FMI asumió la su-
pervisión de la economía turca y en diciembre de 1999, luego del grave terremo-
to que sufrió el país, y en un contexto de 100% de inflación anual, el gobierno
recibió un préstamo de 4.000 millones de dólares e inició un programa de esta-
bilización basado en el tipo de cambio para bajar la inflación y renegociar la deu-
da pública. El esquema pautado permitía a la lira turca depreciarse lentamente
frente a una canasta de euro-dólares. El Banco Central turco debía controlar el
nivel de sus activos domésticos netos de manera que la base monetaria sólo po-
día modificarse a través de las transacciones de activos externos. En los hechos
se trataba de una caja de conversión.
El programa logró controlar la inflación, con lo que tuvo un amplio apoyo
público y recibió numerosos elogios del FMI; además, el índice del mercado de
valores de Estambul subió un 650% ante las expectativas del ingreso de Turquía
en la Unión Europea. Pero el optimismo fue efímero y algunos meses después
quedó claro que el programa no era viable. Se sucedieron protestas de los traba-
jadores, huelgas y movimientos sociales que tomaron las calles pidiendo la re-
nuncia del gobierno.
Los bancos invertían sus ganancias en bonos del gobierno, en vez de conce-
der préstamos a inversionistas locales. Y se endeudaban en el exterior a intereses
mucho más bajos, para invertir en deuda pública. De esta manera se fue creando
una economía artificial cuyo crecimiento no dependía de la producción real sino
de la especulación financiera y del aprovechamiento del arbitraje cambiario.
En un solo día, el 19 de febrero de 2001, el Banco Central perdió 5.000 mi-
llones de dólares de reservas, dejando un saldo de 20.000 millones. Ante los em-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


bates masivos a la moneda nacional y la acelerada salida de capitales, el 22 de
febrero el gobierno decidió abandonar el sistema de convertibilidad monetaria y
sustituirlo por un régimen de libre flotación.
El país entró en una vorágine hiperinflacionaria, con tasas de interés que en
tres días pasaron del 45-55% al 4.500-5.000% y la economía se contrajo a un rit-
mo sin precedentes. Después de otro paquete de rescate del FMI, los mercados
financieros y monetarios se estabilizaron hacia fines de 2001, pero el daño en el
empleo y la actividad económica ya estaba hecho (Cuadro 6).

Cuadro 6
Turquía. Indicadores económicos (1998-2002)

Deuda
Gob.
PIB Export. Import. Cent.
Variac. Inflación — mil. mill. mil. mill. mil. mill.
% % U$S U$S U$S

Fuentes: Turkish Statistics Institute y Subsecretaría del Tesoro de Turquía.

6. La crisis argentina

La crisis argentina fue la última de la periferia, y también el mayor default de


deuda soberana de la historia.
Bajo la presidencia de Carlos Menem y siendo ministro de Economía Do-
mingo Cavallo, se implementó por ley, en abril de 1991, el llamado régimen de
convertibilidad, que venía acompañado de reformas estructurales enraizadas en
la ortodoxia neoliberal del Consenso de Washington y del FMI. Su objetivo apa-
rente era evitar nuevas hiperinflaciones, como las de 1989 y 1990, con la consi-

94 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


guiente depreciación del peso, en el marco de una situación de fuertes compro-
misos externos provenientes del ciclo de endeudamiento inaugurado por la últi-
ma dictadura militar (1976-1983).
A partir de entonces, el Banco Central debía realizar todas las operaciones de
cambio que le fueran solicitadas a la paridad fija de un peso por dólar (a partir
del 1 de enero de 1992 se estableció el peso como moneda de curso legal, equi-
valente a 10.000 australes, la moneda anterior). El esquema se completaba con la
apertura comercial y la liberalización de los flujos de capital. El tipo de cambio
se convertía así en el ancla del sistema de precios. La creación y la absorción de
dinero quedaron limitadas al ingreso o egreso de divisas, lo que transformó a la
oferta monetaria en una variable exógena, fuera del control de la política econó-
mica. Así, el déficit público debía financiarse forzosamente en los mercados de
capitales, y ya no en el Banco Central (7).
La decisión de privatizar empresas públicas para cancelar parte de la deuda
externa hizo que muchas de ellas se malvendieran y dio lugar a actos de corrup-
ción, restando activos valiosos a la economía nacional, sin aliviar el problema del
endeudamiento; además, la reestructuración de estas empresas privatizadas ge-
neró un creciente desempleo. Por otra parte, se transfirieron ingresos del sector
público al privado con la privatización de los aportes de la seguridad social a tra-
vés de las AFJP (Administradora de Fondos de Jubilaciones y Pensiones), acre-
centando el déficit fiscal. Para compensar esta situación el sector público nacio-
nal debió hacer un ajuste mayor y disminuir todos los rubros de gastos, excepto
el pago de intereses de la deuda.
La conjunción de medidas como la apertura comercial, la eliminación del
control sobre los movimientos de capitales, la desregulación de la economía na-
cional y un tipo de cambio fijo y crecientemente sobrevaluado en la década de
1990, provocó importantes transformaciones en la estructura productiva argenti-
na. La profundización del proceso de desindustrialización (la participación de la
industria en el PIB cayó del 27% en 1990 al 15% en 2002), la acentuación del
predominio del capital financiero y la creciente extranjerización de la produc-
ción interna se tradujeron en una mayor dependencia de los flujos externos.
Pero la inversión extranjera directa se destinó en gran parte a la adquisición
de firmas locales ya existentes, y el endeudamiento con el exterior sirvió para fi-
nanciar los abultados déficits de la cuenta corriente, motorizados por el sesgo
importador, el pago de dividendos e intereses vinculados a esos mismos flujos y
la fuga de capitales. De modo que ese financiamiento cumplió el papel de pro-
veer las divisas necesarias para sostener la convertibilidad y el esquema de pre-
cios relativos que se derivaba de ella, y no el capital productivo.

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo 95


Por otra parte, el efecto de los shocks externos fue decisivo para desnudar la
fragilidad del sistema. El impacto de la crisis mexicana de 1995 pudo superarse
a costa de una caída del PIB, aunque a partir de 1997 el estallido de nuevas cri-
sis financieras en los países emergentes afectó la economía argentina con conse-
cuencias más graves. Por eso cuando a partir de 1998 esta situación revirtió el in-
flujo de fondos la recesión se tornó inevitable e inició el camino que llevaría a la
crisis de 2001. En 1999 la economía local sufrió, además, otra serie de shocks
que repercutieron en su frente externo. La devaluación del real (en enero) y la
apreciación del dólar (y del peso) frente al resto de las principales monedas mun-
diales agravaron el retraso cambiario y el déficit en el comercio exterior. Para-
dójicamente ese mismo año, en la asamblea del FMI, Argentina fue elogiada por
las autoridades del organismo como un ejemplo a seguir por su comportamiento
económico, que aplicaba fielmente las recomendaciones del Fondo.
Sin embargo, la realidad mostraba la otra cara del modelo. Después de casi
una década de políticas neoliberales, la demanda agregada estaba deprimida, la
sobrevaluación cambiaria inhibía el crecimiento de las exportaciones y de la pro-
ducción doméstica, y el desempleo elevado limitaba el consumo, mientras que la
crisis del endeudamiento amenazaba al régimen de convertibilidad y subordina-
ba a la política económica.
El desequilibrio externo emergía como una característica estructural que
acompañaba al modelo desde sus inicios. El incremento sostenido del nivel de
reservas era fundamental para el crecimiento de la economía, pues de él depen-
día el comportamiento de la oferta monetaria y del crédito. Pero el paulatino dre-
naje de las mismas, en el marco del régimen de convertibilidad, contraía la base
monetaria. En consecuencia, evitar una agudización de la iliquidez dependía de
que el gobierno proporcionara más divisas endeudándose. Esa lógica se reprodu-
cía y agravaba porque los ingresos externos gestionados por el Estado, incluyen-
do los del FMI, daban lugar a maniobras especulativas o eran rápidamente saca-
dos del país por el sector privado, que reducía sus pasivos y aumentaba sus
activos en el exterior a costa del incremento de la deuda externa pública (8).
Día a día se confirmaba la inviabilidad del régimen de convertibilidad sos-
tenido por el nuevo Presidente, Fernando de la Rúa. Profundizar el ajuste se tor-
nó la única alternativa para tratar de mantener el control de la economía a través
de medidas como un aumento de impuestos a los sectores medios, la rebaja de
salarios y jubilaciones o la ley de flexibilización laboral, pero esto redujo la de-
manda interna y agravó la situación. La destrucción del aparato productivo y su
correlato en el aumento de la desocupación y la pobreza implicaron un deterio-
ro del nivel de vida a niveles antes nunca vistos. En octubre de 2001 la desocu-

9% Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


pación estaba cerca del 20%, la pobreza impactaba sobre el 36% de la población
y la indigencia llegaba al 12%.
Cavallo, que había vuelto como titular del Ministerio de Economía, procla-
mó el déficit cero, que contrajo aun más el nivel de actividad económica y los
ingresos fiscales, y realizó un ruinoso megacanje de títulos soberanos incremen-
tando los niveles de endeudamiento.
Al deterioro progresivo de las finanzas del sector público nacional se le agre-
gó otra problemática: las disputas con las provincias, que encontraron crecientes
dificultades para financiarse mientras que el gobierno central les reclamaba
compromisos a fin de eliminar sus déficits. El conflicto se alivió parcialmente a
través de la emisión de bonos cuasi monedas, que permitieron incrementar la li-
quidez pese a la escasez de dólares, base de emisión de dinero primario (9). Esta
situación era contraria a los intentos de dolarización propuestos por sectores del
establishment argentino y norteamericano, pero la existencia de esas cuasi mo-
nedas implicaba el deceso de hecho del régimen de convertibilidad.
Por otro lado, ya había comenzado un fuerte drenaje de depósitos bancarios
simultáneo al agravamiento de la recesión y a las crecientes expectativas de de-
valuación. Los depósitos eran convertidos en dólares y atesorados o enviados al
exterior, provocando una mayor caída de las reservas del BCRA, que aseguraba
su provisión conforme al régimen de convertibilidad. Este drenaje puso al siste-
ma al borde del colapso y obligó al gobierno a sancionar primero una “ley de in-
tangibilidad de los depósitos” y a instaurar poco después el “corralito”. El 1 de
diciembre de 2001 el gobierno impuso restricciones al retiro de fondos de los
bancos, un máximo de $150 semanales, y a las transferencias al exterior, un tope
de 1.000 dólares, y ofreció al mismo tiempo la opción de dolarizar los depósitos
en pesos. Era el reconocimiento de que la riqueza financiera creada por la espe-
culación no tenía contrapartida real en bienes y servicios.
La crisis económica, la más dramática de la historia argentina, fue acompa-
ñada por una crisis política y un estallido social de enorme envergadura (19 y 20
de diciembre de 2001), que obligó al presidente Fernando de la Rúa a presentar
su renuncia. A este episodio le siguió la declaración del default de la deuda ex-
terna y, finalmente, en enero de 2002, la devaluación del peso y el retorno a un
tipo de cambio flexible (10). Pero la crisis era mucho más profunda que el mero
quiebre del régimen monetario y dejaba secuelas de más largo plazo: el deterio-
ro del capital físico y la desindustrialización; altos niveles de pobreza y desem-
pleo; un endeudamiento externo asfixiante, que de 65 mil millones de dólares en
1983 pasó veinte años más tarde a 173 mil millones; y el derrumbe del sistema
político (Cuadro 7).

97
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Cuadro 7
Argentina. Indicadores económicos (1991-2002)

Inflación | Balanza | Deuda | Variación: "Capitales |Resultado |Desempleo|Deuda |


minorista
|comercial |externa | de argentinos | fiscal | %dela | externa
iS -| reservas enel | Pp PIB
a Jr
Miles de millones de dólares

Fuente: Elaborado con datos del Ministerio de Economía de la Nación, Dirección Nacional de
Estadísticas y Censos, FIDE.

7. Las secuencias de las crisis en la periferia

Las crisis en los países de la periferia presentan una misma secuencia recurren-
te a lo largo de tres etapas (11).
En la primera etapa aparecen los factores que desatan una dinámica de en-
deudamiento externo de los agentes económicos nacionales. El gobierno incre-
menta la emisión de títulos de deuda en moneda nacional y en divisas (en parte
para pagar deudas anteriores), mientras que los bancos y las empresas reciben
préstamos extranjeros. Para facilitar el acceso a los recursos externos las autori-
dades liberalizan los movimientos de capitales y paralelamente, bajo los auspi-
cios del Fondo Monetario Internacional, se implementan programas basados en
una política monetaria que restringe la emisión de dinero y obliga a financiar el
déficit fiscal en el mercado de capitales, y en un régimen cambiario (con tipos
nominales fijos o bandas flotantes) que da lugar a la apreciación real de la mo-
neda nacional.
En una segunda etapa se acentúa el sobreendeudamiento externo por diver-

98 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


sos factores, entre ellos, la aceleración de las importaciones por encima de las
ventas externas, la remuneración de los capitales ingresados y las obligaciones
de pago derivadas del aumento de las deudas en divisas contraídas en la fase an-
terior. El gobierno sigue emitiendo deuda pública y recurre a mayores présta-
mos externos —al igual que los bancos— promoviendo la entrada creciente de ca-
pital a corto plazo. El fuerte incremento de capital externo presiona sobre la tasa
de cambio, obligando al Banco Central a defender la estabilidad nominal de la
moneda.
Finalmente, en una tercera etapa, sobreviene la crisis financiera. Los capita-
les empiezan a salir por temor a la devaluación y a la insolvencia, mientras que
el Banco Central encuentra más dificultades para mantener la paridad, o la depre-
ciación suave de la moneda. Las reservas de divisas se reducen considerablemen-
te. En un momento dado, esa desconfianza da lugar a una masiva salida de capi-
tales extranjeros, seguida de la de un gran número de inversores nacionales que
liquidan sus posiciones en los mercados financieros del país (deuda pública, prés-
tamos, Bolsa), provocando un ataque especulativo contra la moneda nacional.
El Banco Central eleva la tasa de interés para tratar de frenar la salida de los
capitales; la actividad económica y el desempleo empeoran, la recaudación fis-
cal y las ganancias de las empresas caen, y por ende se deteriora la solvencia pú-
blica y privada para atender sus deudas. La devaluación se traslada a los precios
de los bienes y servicios, acelerando la inflación, y también encarece la deuda
externa. En esta situación las autoridades nacionales, que solicitan nuevos prés-
tamos al FMI y/o a los países centrales, deben implementar otros programas de
estabilización y liberalización para corregir los desequilibrios monetarios de la
economía y recuperar la confianza en el país de los mercados financieros inter-
nacionales, similares a los que los llevaron al desastre.

B) Los países del centro y sus crisis

1. La crisis de las cajas de ahorro y préstamo


en Estados Unidos

En 1989 estalló en Estados Unidos la crisis de las entidades de ahorro y présta-


mo, creadas tras la Segunda Guerra Mundial para financiar la construcción de
viviendas. El mecanismo de funcionamiento de estas entidades era muy sencillo:
el público depositaba fondos en cuentas de caja de ahorro que brindaban un 3%
de interés y gozaban de garantía federal; las instituciones otorgaban préstamos
hipotecarios a treinta años al 6% de interés. La seguridad de estas inversiones

99
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
impulsó el crecimiento del sector, que en 1987 tenía activos por 1,5 billones de
dólares y sumaba 3.600 entidades.
Hasta comienzos de la década de 1980, las cajas de ahorro y préstamo esta-
ban sometidas al control de organismos comunales con reglas muy estrictas, pero
las tasas de interés fijas, inferiores a la inflación de aquellos años, se tornaron
negativas; los depósitos migraron en busca de mejores alternativas y las cajas se
encontraron en serios problemas. En 1980 y 1982 dos leyes (la de control mone-
tario y desregulación de las instituciones depositarias y la Garn-Saint Germain)
ampliaron la gama de operaciones activas y pasivas que podían realizar estas en-
tidades, y relajaron las normas contables, los requerimientos de capital, la super-
visión y las restricciones de funcionamiento a las que se encontraban sujetas. Por
primera vez, el gobierno explícitamente procuró aumentar las ganancias de estas
instituciones.
La desregulación de la era Reagan liberó las tasas de interés y disparó la es-
peculación. Entre 1982 y 1987 las cajas de ahorro y préstamo hicieron inversio-
nes riesgosas en rascacielos, centros turísticos y otros proyectos de dudosa ren-
tabilidad, que terminaron llevando a la quiebra a la mayoría de ellas. Sin contar
los casos de fraude, como el de Charles Keating, quien terminó con traje a rayas
tras engañar a los ahorristas a través de inversiones inmobiliarias falsas y venta
de bonos sin valor (12). Greenspan mismo, que comenta el caso en sus memorias,
se encontraba involucrado porque unos años antes había escrito una carta a los
reguladores federales declarando que bajo el liderazgo de Keating, su empresa
Lincoln se había convertido en una fuerte institución financiera que no presen-
taba riesgos previsibles. Algo por lo que luego tuvo que disculparse (13).
William Seideman, el hombre que presidía el organismo gubernamental que
controlaba los activos de las entidades en quiebra, dijo en cambio, en forma la-
pidaria: “Los sinvergiienzas y ambiciosos encontraron en ellas [en las entidades
en quiebra] el vehículo perfecto para enriquecerse. Nosotros les dimos unos in-
centivos tan perversos que si me pidieran que defendiera a esos bandidos del
“ahorro y crédito” [...] usaría como argumento la propia ley que les incitó a de-
linquir” (14).
La reforma tributaria de 1986 redujo las deducciones por inversiones en pro-
piedades, cuyos precios comenzaron a desinflarse, y acabó con el boom inmobi-
liario. Éste es uno de los factores que desencadenaron la crisis de las cajas de
ahorro y préstamo; otro —aparte de la caída de los precios del petróleo— es la de-
bilidad en que había caído el sistema concebido en sus orígenes como un medio
de acceso a la vivienda para la clase media, al abrigo de los vaivenes de la espe-
culación. Las pérdidas sobre préstamos e inversiones de estas entidades fueron

100 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


de tal magnitud que a fines de 1986 se agotaron los fondos del organismo fede-
ral que daba garantías a los depositantes. En ese momento, 441 entidades con ac-
tivos por 113 mil millones de dólares eran insolventes, y el capital tangible de
otras 533 cajas, con activos por 453 mil millones, no superaba el 2% del total.
Cerca de la mitad de las instituciones de ahorro y préstamo fueron cerradas
o adquiridas por bancos. Entre 1986 y 1989 el gobierno estadounidense pagó
125 mil millones de dólares a los depositantes y liquidó 296 instituciones. En-
tre 1989 y mediados de 1995, cuando se reformó la normativa que las regía, li-
quidó otras 747 (Cuadro 8).
Para terminar con el problema, el gobierno de Estados Unidos creó un orga-
nismo que absorbió y liquidó en bloque las carteras en situación irregular.

Cuadro 8
Estados Unidos. Quiebras de cajas de ahorro y préstamo (1986-1995)

Entidades Activos
quebradas Millones de dólares

16.264
LAO
96.760
135.245
129.662
78.899
44,197
6.148
137
435

519.017
Fuente: Timothy Curry y Lynn Shibut, “The Cost of the Savings and Loan Crisis: Truth and
Consequences”, Federal Deposit Insurance Corporation, FDIC Banking Review, Washington, 2000.

Ésta fue la quiebra más grande del sector financiero estadounidense desde la
Gran Depresión de la década de 1930. Entre 1986 y 1991 el número de vivien-
das nuevas construidas anualmente alcanzó su nivel más bajo desde la Segunda
Guerra Mundial, y la participación de las sociedades de ahorro y préstamo en las
hipotecas unifamiliares cayó fuertemente. Esta crisis, considerada una de las cau-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


101
sas del bajo crecimiento económico norteamericano de 1990 y 1991, encendió la
primera gran luz amarilla en un país central sobre los riesgos del reinado de las
finanzas por encima de la economía real.

2. La crisis japonesa de la década de 1990

Si hay un hecho que algunos consideran parecido a la actual crisis internacional


es la debacle japonesa de la década de 1990. Ben Bernanke, que sucedió a Alan
Greenspan en la presidencia de la Reserva Federal (Fed), ya señalaba la grave-
dad de la situación denunciando la extrema mediocridad de la gestión monetaria
nipona de la década de 1980, en un artículo escrito en septiembre de 2000. Al-
gunas similitudes existen. En los dos casos la crisis se desata por el estallido de
una doble burbuja especulativa bursátil e inmobiliaria, y en ambos países esas
burbujas se alimentan de una política de bajas tasas de interés, aunque es la ple-
na adopción de esquemas neoliberales (y otras circunstancias) lo que permite
comprender con mayor profundidad la declinación japonesa.
Pero vayamos hacia atrás para explicar primero el llamado “milagro japo-
nés” de posguerra. A comienzos de la década de 1960 la expansión económica
de Japón comenzó a acelerarse. Las actividades de investigación y desarrollo, la
importación de tecnología de punta, junto a la adquisición del know how se in-
crementaron fuertemente. Este proceso requirió inversiones importantes, pero a
diferencia de otros países Japón las orientó desde el gobierno facilitando crédi-
tos y evitando la formación de enclaves extranjeros. La elevada tasa de ahorro
doméstico (40% del Producto Bruto Nacional, contra un 20% del PBN prome-
dio de la mayoría de los países) aportó la inyección de capitales para financiar el
crecimiento. Cierto es que Japón también recibió un fuerte apoyo de Estados
Unidos como principal comprador de los productos nipones, y se transformó en
la nación-égida contra el comunismo en la región asiática.
La viabilidad y competitividad de las firmas japonesas no sólo radicaba en
su propia organización interna sino en la conexión con proveedores, bancos, sub-
contratistas y distribuidores. Por un lado participaron los grandes conglomerados
de la industria pesada con importantes inversiones en alta tecnología y, por el
otro, una vasta red de pequeñas empresas familiares con métodos de producción
más tradicionales pero eficientes y, en general, proveedoras de los primeros. Se
desarrolló el concepto de producción “toyotista” basado en un método de control
de la producción con los conceptos just in time (JIT).
En 1960 el PIB japonés era de 44.000 millones de dólares; el 8,7% del de
Estados Unidos; pero en 1981 ya representaba el 39% del PIB estadounidense, y

102 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


en 1991 el 60%. Este cambio se debió a una altísima tasa de crecimiento del
10,4% anual en los decenios de 1950 y 1960 y una menor, de 5% en la década
de 1970 y 4,2% en la del 80. Allí se detiene el milagro japonés.
La espectacular expansión de Japón estuvo sustentada en un círculo virtuo-
so: la relación productividad-consumo derivaba en una alta tasa de ahorro que
iba a parar al sistema bancario. Pero este mecanismo no funcionó bien cuando
fue desregulado.
A comienzos de la década de 1990 Japón, la segunda economía del mundo,
comenzó a languidecer. La producción creció poco más del 1% anual a lo largo
de todo el decenio, y cayó hacia el fin de siglo. Se instaló entonces una pertinaz
deflación con desempleo, por primera vez en muchos años, que sólo cedió a fi-
nes de 2003.
La presión de Estados Unidos para reducir su déficit comercial con Japón,
los programas de reformas neoliberales implementados desde mediados de la dé-
cada de 1980, la competencia con otras naciones orientales por los mercados ex-
ternos y la crisis de los países del Sudeste Asiático, se cuentan entre los elemen-
tos que dispararon y profundizaron la crisis nipona.
En septiembre de 1985 el gobierno japonés suscribió el Acuerdo Plaza, con
Estados Unidos y las tres potencias europeas del G5 —Alemania Occidental,
Francia y Gran Bretaña—, con el propósito de balancear sus relaciones comercia-
les, superavitarias para Alemania Occidental y Japón, y deficitarias para los otros
tres países. Japón se comprometió a encarecer el yen, aumentar el consumo do-
méstico, desregular el mercado financiero y de capitales, levantar las barreras a
las importaciones y privatizar las empresas estatales. Asimismo, en virtud de las
responsabilidades que le cabían, acordes con el tamaño que su economía había
alcanzado, el Acuerdo Plaza instaba a ampliar el uso del yen como moneda in-
ternacional, para reserva de los bancos centrales, para emisiones de bonos y para
las transacciones financieras y comerciales entre países. Esto implicaba suprimir
el vínculo excluyente del mercado del yen con el comercio exterior, y abrir la
puerta a la especulación cambiaria y a la consiguiente inestabilidad (Gráfico 2).
El Acuerdo Plaza y su complementario —el del Louvre de 1987— no lograron
mejorar el déficit norteamericano de cuenta corriente con Japón, de naturaleza
estructural más que cambiaria. Pero el yen apreciado obligó a este país a trasla-
dar los sectores industriales menos competitivos a otros países asiáticos en pro-
cura de menores costos. Las empresas japonesas pasaron tiempos difíciles,
aunque se concentraron en el desarrollo y producción de bienes de mayor densi-
dad tecnológica, de modo que continuaron aumentando sus exportaciones, pese
a la apreciación del yen, pero a un ritmo mucho más lento. La participación ja-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


103
Gráfico 2
Japón. Tipo de cambio (años 1960-2007)

dólar
Yenes
por

Fuente: Elaborado con datos de la OCDE.

ponesa en las exportaciones mundiales cayó del 10% en 1986, al 8% en 1990, y


así se mantuvo durante los años posteriores. Pero desde 1996 las exportaciones
comenzaron a comportarse en forma aleatoria, con años de crecimiento y otros
de caída. En definitiva, en el año 2002 las ventas externas japonesas eran infe-
riores a las de 1995, y durante todo ese lapso primaron tendencias recesivas y
deflacionistas.
Las privatizaciones abrieron el ingreso a Japón de compañías extranjeras,
por ejemplo, en los sectores de telecomunicaciones, ferrocarriles, hidrocarburos,
electricidad y tabaco, y también en las finanzas. Éste fue uno de los requerimien-
tos del Acuerdo Plaza, basado en la reciprocidad en el acceso a los negocios. Par-
ticularmente resistida fue la privatización de la poderosa compañía de correos,
que concentraba un cuarto de los ahorros de los hogares japoneses —unos 3 tri-
llones entre ahorros y seguros—, que recién logró concretarse en 2007.
Las reformas planeaban aumentar el consumo doméstico a través de la polí-
tica financiera, esto es, del endeudamiento de los hogares y del incremento de
las inversiones públicas. Pero el aumento del desempleo y la creciente inequidad
distributiva dificultaron este cometido. Para agravar las cosas, la reforma tribu-
taria de 1989 creó un impuesto al valor agregado, que gravaba el consumo mer-
mando el ingreso disponible, y al mismo tiempo redujo paulatinamente el im-
puesto sobre las ganancias de las empresas. El Coeficiente de Gini, indicador de

104 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


la desigualdad en la distribución del ingreso (0 equivale a total igualdad; 1 a to-
tal desigualdad), se incrementó del 0,288 en 1987 al 0,316 en 1990 y 0,32 en
1999 y 2002. Esto no significa que la sociedad japonesa se asemeje a sus pares
latinoamericanas, de alta inequidad, pero sí muestra el deterioro de los paráme-
tros distributivos, como ocurrió en casi todo el mundo a partir de la restauración
neoconservadora que, sumada al desempleo y a la extinción del trabajo vitalicio,
poco incentivaron el consumo en una sociedad habituada a la frugalidad.
Por todo esto es indudable que la década perdida de Japón reconoce causales
más profundas que las, usualmente mentadas, financieras y monetarias; visión
ésta derivada de una jerarquización desmesurada de lo nominal, en desmedro de
la economía real, de la producción, el empleo y los ingresos. Paul Krugman es
uno de los exponentes de esta nueva interpretación de la crisis nipona de los años
90, compartida cada vez más por las revisiones de la literatura especializada.
Es cierto que la combinación de tasas de interés bajas, asociada a la desre-
gulación financiera y de capitales y el exceso de crédito, alimentó una burbuja
especulativa bursátil, inmobiliaria y de todo tipo de activos de inversión. Por
ejemplo, el precio de la superficie del Palacio Imperial equivalía al valor de todo
el estado de California (Estados Unidos); o la cotización de los campos de golf
de Japón en 1990 duplicaba el valor de capitalización de la Bolsa australiana.
Cuando el Banco de Japón subió el tipo de interés en mayo de 1989, para evitar
que la inflación superara el 1% —objetivo difícil en medio de la euforia de los va-
lores—, el sistema comenzó a tambalear; los préstamos para inversión inmobilia-
ria y especulación financiera se encarecieron precipitando la caída de los precios
de los inmuebles. En 1990 el índice Nikkei se derrumbó a la mitad en sólo nue-
ve meses; al año siguiente los precios del suelo comenzaron a caer, reduciéndo-
se a la mitad en los años posteriores, hasta llegar en 2003 a los niveles de 1980.
Dado que el sistema bancario tenía gran parte de su capital en acciones e in-
muebles, junto a préstamos garantizados con esos activos, los bancos redujeron
drásticamente el crédito para mantener el coeficiente de capital y afrontar la mo-
rosidad e incobrabilidad de sus clientes, dada la gran depreciación de los activos
que habían tomado como garantía. Varios de ellos quebraron, acentuando el cli-
ma recesivo general (Cuadro 9).
En 1994, siete organismos de créditos inmobiliarios Jusen quebraron amena-
zando con arrastrar a la bancarrota a sus casas matrices, que eran los principales
bancos del país. Hacia 1997 las quiebras se aceleraron, con la caída de tres im-
portantes bancos de inversión. Al año siguiente, el gobierno nacionalizó los ban-
cos de inversión en quiebra, entre ellos el Long Term Credit Bank, uno de los
principales del mundo. La inyección de capitales públicos en el sector bancario

105
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Cuadro 9
Japón. Indicadores económicos (1990-2003)

| Variación % respecto año previo Quiebras empresarias


O Indice
Pasivos (100 | Bolsa
Producción | Inflación millones [| Nikkei |
industrial | minorista | | de yenes) (promedio)

19998
81.847
76.014
68.476
56.294
92.411
81.228
140.446
137.483
136.214
238.850
165.196
137.824
115.818

Fuente: Elaboración propia con datos del BOJ (Banco de Japón).

bordeó los 500 mil millones de dólares, el 12% del producto bruto interno.
La crisis de los países del Sudeste Asiático asestó otro duro golpe a la eco-
nomía nipona, vía caída de la demanda de exportaciones, pérdida de valor de las
inversiones japonesas en esos destinos y desplome de las ganancias de las em-
presas niponas.
No obstante, a lo largo de la década de 1990 las reformas neoliberales se fue-
ron intensificando y se reforzaron en 1997, con el argumento de que el aisla-
miento relativo de Japón y la excesiva intervención estatal asfixiaban el desplie-
gue de su potencial económico. El gobierno sostenía que se trataba de sacrificios
necesarios que brindarían dulces frutos en el futuro.
El aumento del gasto público, aunque insuficiente para reactivar la demanda
de consumo y la caída de la recaudación causada por la recesión y la reducción
de impuestos —excepto sobre el valor agregado, que fue aumentado en 1997

106 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


profundizaron el déficit fiscal. Para financiarlo, la emisión de bonos soberanos
alcanzó niveles sin precedentes después de la crisis financiera asiática y el co-
lapso de las instituciones financieras nacionales. El dinero se utilizó para obras
públicas, en proyectos de infraestructura social y para el salvataje del sistema
bancario. Pero desde fines de 1999 la inversión pública disminuyó de manera
sostenida debido a la continuación de las reformas estructurales y a las dificul-
tades financieras.
Al mismo tiempo la deflación se instaló en la economía, lo que dejó a la po-
lítica monetaria impotente: las tasas de interés disminuyeron al 0,5% en 1995 y
llegaron al 0% en 1999. En abril de 2003, el Nikkei tocó su punto más bajo,
7.830 puntos, muy lejano de los 39.000 puntos de diciembre de 1989. Para ha-
cer frente a esta situación el Banco de Japón había decidido ya en 2001, inundar
el mercado financiero de títulos en dólares; más tarde, el gobierno compró en
masa el conjunto de créditos dudosos de los bancos.
A comienzos de 2002 el producto bruto comenzó a aumentar, impulsado por
el incremento de las exportaciones, principalmente de automóviles a Estados
Unidos, de maquinaria a otros países asiáticos, y de equipos digitales para el ho-
gar al mercado mundial. El crecimiento constante de las ventas externas fue el
factor más importante en la reactivación de la demanda agregada de la economía
japonesa, seguido pronto por el retorno de la inversión en plantas industriales y
equipos, y por el comienzo del cese de la deflación. Pero la recuperación se ad-
virtió recién en 2004, cuando la economía logró salir de la deflación. Sin embar-
go, en 2007 el crecimiento todavía seguía siendo lento, de 2,3%, para caer en una
nueva recesión en 2008 con -1,2%, que se profundizó con una caída mucho ma-
yor en 2009, del -5,2. Todo un espejo a nivel de país de la crisis mundial.
En síntesis, la recesión y las dificultades que Japón experimentó en su recu-
peración económica no fueron ajenas a las políticas adoptadas por el Estado ja-
ponés en el período comentado. La política fiscal, que podría haber impulsado
el consumo y la inversión, no fue suficientemente expansiva y la naturaleza del
gasto público no se orientó a inducir un efecto multiplicador elevado en la eco-
nomía. En los últimos años de la recesión, las políticas de gasto público e im-
puestos fueron claramente contractivas. Las medidas monetarias anticíclicas fra-
casaron, debido a la situación de trampa de liquidez en que cayó la economía y
a que se fijaron objetivos de inflación demasiado modestos (1% anual) para su-
perar la deflación reinante.
La nueva arquitectura del sistema financiero restringió las respuestas de po-
lítica macroeconómica a esta coyuntura y jugó un papel sustantivo en la desace-
leración de la economía japonesa y en la prolongación de la recesión. La burbu-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 107


el
ja de los precios de los activos en la segunda mitad de la década de 1980 fue
resultado de los préstamos especulativos de las instituciones financieras frente a
la posibilidad de estructurar libremente sus portafolios de inversión, que ahora
incluían el mercado de valores y otros activos. La política macroeconómica ja-
ponesa podría haber moderado el estallido de la burbuja de activos, la deflación
de la deuda y la desaceleración de la actividad económica durante la década de
1990, con un gasto fiscal más activo y una política crediticia más relajada. Pero
las nuevas normas de rentabilidad y de seguridad impuestas a los bancos japone-
ses, los obligó a ser más prudentes. Por último, una porción sustancial del gasto
público se destinó a recapitalizar esos bancos, que como no incrementaron los
préstamos tampoco ayudaron a la recuperación económica.

3. La caída de las puntocom. Los fraudes empresarios. Los gastos


militares estadounidenses

La economía estadounidense conoció un largo período de crecimiento desde


1992 hasta 1999, en el que tuvo mucho que ver la burbuja de la “nueva econo-
mía”, basada en las innovaciones en las tecnologías informáticas y las comuni-
caciones.
Como señala Ignacio Ramonet, “buscando imitar el éxito ultrarrápido de fir-
mas como Apple, Microsoft, Yahoo o Google, las nuevas empresas se multipli-
caron y encontraron sin mucho esfuerzo medios financieros considerables” (15).
La burbuja de las puntocom se caracterizó por el nacimiento, expansión veloz y
quiebra, en muy corto lapso, de compañías basadas en tecnologías informáticas
y de comunicaciones, tales como tendido de fibra óptica, software, portales, e-
commerce y todo tipo de aplicativos de estas innovaciones. La enorme disponi-
bilidad de capital de riesgo, el éxito multimillonario de algunas empresas y la
especulación se combinaron para inflar desproporcionadamente el valor de sus
acciones.
La burbuja se expandió a todo el mundo. En Europa, entre 1994 y 1999, el
valor de mercado de las acciones en Francia, Alemania, Italia, España y el Rei-
no Unido casi se duplicó, lo mismo que en Canadá. Y en 1999, las Bolsas de Asia
(Hong Kong, Indonesia, Japón, Malasia, Singapur y Corea del Sur) y América
Latina (Brasil, Chile y México) tuvieron alzas importantes. Pero ningún otro país
registró un aumento tan grande desde 1994 como Estados Unidos.
Sin embargo, en junio de 1999, dos autores calcularon, a partir de los valo-
res de mercado de 133 acciones de Internet —cada una con una capitalización de
más de 100 millones de dólares—, que era imposible que estas empresas crecie-

108 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ran lo suficiente en los siguientes cinco años como para justificar su valor de ese
momento: las ventas conjuntas de las mismas sumaban 15,2 millones de dólares
anuales (la mayor parte concentrada en sólo dos firmas, American on Line y
Qwest), y casi todas tenían pérdidas enormes, sólo 22 mostraban beneficios. En
ese trabajo se concluía con una carta abierta a los inversores, titulada “Venda
ahora”, en la que se decía que las acciones de Internet estaban sobrevaloradas y
debían venderse con urgencia (16).
En el Nasdaq, mercado electrónico con gran participación de las empresas
tecnológicas, la burbuja fue espectacular. El índice compuesto superó los 1.000
puntos en 1995 y más de 5.000 puntos a principios del año 2000. El aumento pa-
recía imparable, estaba impulsado por las expectativas muy optimistas sobre las
ganancias en el sector puntocom, la desregulación y la apertura de los mercados
de telecomunicaciones, la abundancia de liquidez global y la inacción de la Re-
serva Federal. Pero de marzo a diciembre de 2000 el Nasdaq disminuyó a la mi-
tad, y a finales de 2002 había regresado prácticamente a su nivel de 1995. Esta
crisis golpeó al núcleo de la tan pregonada “nueva economía”, las compañías in-
formáticas con centro en Silicon Valley. El colapso de las puntocom derrumba-
ba así el mito de la productividad indefinidamente ascendente gracias a la “nue-
va economía” y las ilusiones de un capitalismo sin crisis.
Asomó entonces la recesión, instalada ya plenamente en Estados Unidos en
el tercer trimestre de 2000. El estancamiento y luego la caída de la producción,
de los beneficios de las corporaciones y de la inversión productiva, y el aumen-
to de la desocupación, mostraban que la crisis apareció mucho antes de los aten-
tados del 11-S. Ya en el primer trimestre de 2001 el producto bruto norteameri-
cano había disminuido un 1,3%. No es casual que a principios de ese año el
informe anual del FMI alertara sobre un enfriamiento de la economía mundial,
iniciado en el último trimestre del año anterior, debido al aumento de los precios
del petróleo y al desplome de las acciones de las empresas informáticas.
En este clima recesivo los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono
asestaron sin duda un golpe a la economía mundial, agravando la situación. Pero
el impacto económico de esos atentados no fue “un rayo en un día de sol”; más
bien acentuó tendencias preexistentes, ratificando la presencia de fuertes ele-
mentos de continuidad con el escenario previo al 11 de septiembre.
El estallido del globo bursátil puso además al descubierto, en Estados Uni-
dos y Europa, maniobras fraudulentas de una serie de empresas, para inflar sus
ganancias y esconder sus pérdidas. Esta revelación llevó a una seguidilla de quie-
bras y escándalos que oscurecieron aun más el horizonte económico. Así, se fue-
ron conociendo fraudes corporativos y otras maniobras ilícitas, que comprome-

109
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
tieron a grupos como el Citigroup, Duke Energy, Enron, Global Crossing, Halli-
burton, JP Morgan Chase, Laboratorios Merck, Merrill Lynch y WorldCom, y
dieron la pauta de que no se trataba de males circunstanciales sino estructurales.
El escándalo alcanzó también a empresas europeas, como la cadena de super-
mercados holandesa Ahold y el grupo agroalimentario italiano Parmalat.

Auge y caída de Enron y Parmalat


Enron representa el paradigma de la desregulación de todo tipo (del mercado
del gas y la electricidad, de los bancos, de las normas contables, etcétera), y
también del estrepitoso fracaso de esta política económica.
Nacida en Texas en 1985, Enron se dedicaba al transporte de gas. La firma
se extendió rápidamente a California, Florida, el Reino Unido, Sudamérica e
India. También organizó el negocio de compra y venta a futuro de gas y
electricidad por internet, al que se lanzó activamente en 1994, transformándose
en una puntocom, una empresa para comercializar energía y servicios básicos
en línea.
La compañía hizo un activo lobby en favor de la desregulación de los
mercados en la era de George W. Bush, que llevó a la crisis energética de
California luego de dos años de desregulación. Gracias a sus aceitados
contactos con las autoridades de la Commodity Futures Trading Commission,
la firma evitó someterse a restricciones específicas de las instituciones
financieras. Con 21 mil empleados como máximo, Enron era mediana para los
patrones multinacionales, pero llegó a convertirse en la “séptima empresa
estadounidense”, con ingresos anuales de cien mil millones de dólares gracias
a la contabilidad creativa inventada por su director financiero, Andrew Fastow,
y dibujada por sus contadores, Andersen Consulting, uno de los cinco estudios
más grandes del mundo, que cayó junto con Enron.
El 20 de agosto de 2001 su director general, Kenneth Lay, quien fue el
principal asesor en temas de energía de George W. Bush (17), declaraba a
Business Week: “La empresa está mejor que nunca”. Pero a los seis meses
vendió todas sus acciones de Enron, embolsando una centena de millones de
dólares. Otros altos ejecutivos lo imitaron —un total de 1.100 millones de
dólares—, mientras instaban a los empleados a mantener sus acciones en sus
fondos de pensión, que se esfumaron tras la quiebra de la compañía.
Los dirigentes de Enron habían mentido y robado “de buena fe”, esperando
que la empresa se recompusiera, y que esos robos pasaran desapercibidos. Los
expertos de Arthur Andersen terminaron destruyendo documentación de
Enron, ya que ni siquiera pudieron disimular sus entuertos.

110 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


<<
El banco JP Morgan (pero también Merrill Lynch, Citibank, Crédit Suisse y
el Deutsche Bank) prestaba a Enron, pagaba a los analistas financieros
encargados de validar su salud, buscaba “socios” circunstanciales para hacer
desaparecer su deuda del balance y aconsejaba, además, comprar acciones de
Enron.
Los trucos contables fueron simples: esconder deudas y exagerar ingresos,
valiéndose de empresas fantasma; y vender acciones infladas por la mentira y
la exuberancia irracional especulativa. Además de la manipulación de las
condiciones del mercado, como provocar escasez de gas para aumentar los
precios. :
Pero según los analistas financieros, las cuentas eran tan complicadas que
resultaba imposible comprenderlas, señal de que gente muy inteligente
manejaba la compañía. Cuando la crisis de energía de California y el estallido
de la burbuja de las puntocom empezaron a reducir los beneficios, el engaño
quedó al descubierto.
El caso Parmalat es una extensión a Europa del escándalo de Enron. De una
pequeña firma familiar de distribución de leche cerca de Parma, se transformó
en el séptimo grupo privado de Italia, y una gran empresa multinacional, con
sucursales en 30 países y casi 40 mil empleados. Frente al problema de la
devolución de una serie de deudas, a fines de 2003 Parmalat apeló a la
existencia de un fondo de inversión que las cubría fácilmente en la sucursal del
Bank of America de las Islas Caimán. Pero este banco desmintió enseguida la
veracidad de la información: ese documento era falso, y las acciones de
Parmalat se derrumbaron rápidamente. La empresa utilizó este mismo
mecanismo fraudulento para el conjunto de sus actividades comerciales y
financieras (tanto a través de balances trucados como de otro tipo de argucias
ilegales), de forma muy parecida a lo que ocurrió con Enron (18). M

Por otra parte, los trágicos hechos del 11-S dieron también impulso al rum-
bo militarista de la política exterior norteamericana; que en verdad ya se había
reforzado con la llegada a la Casa Blanca del equipo de Bush-Cheney-Rumsfeld-
Rice, que encarnaba los intereses del “complejo petrolero-militar”. En nombre
de la “lucha contra el terrorismo”, el gobierno norteamericano se arrogó el dere-
cho a efectuar ataques “preventivos”, enarboló razones indemostrables y puso
proa a una campaña dirigida a adecuar el mapa político de la región del Golfo
Pérsico a sus propios fines mediante la invasión de Irak y la continuación de la
guerra en Afganistán.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 111


La escalada militarista también se extendió hacia América Latina. Invocan-
do la “lucha contra el narcotráfico” y el “terrorismo”, asesores y tropas nortea-
mericanas tomaron parte en el Plan Colombia —reconvertido en “Iniciativa Re-
gional Andina”—, consistente en una red de “defensa” regional en cuyo marco
Washington logró la posesión de bases militares en Colombia (siete) y en todo el
subcontinente; las tuvo en Manta (Ecuador) hasta 2009, Santa María (Perú) y Al-
cántara (Brasil), y fue pública su exigencia de algún tipo de posibilidad de inter-
vención en la “triple frontera” (Argentina-Brasil-Paraguay).
Como lo ha hecho recurrentemente desde las crisis de fines de la década de
1960 y principios de la de 1970, Washington buscó superar el trance económico

Cuadro 10
Gasto militar en 2008: quince principales países y mundo

Gasto militar

Miles de millones - Variación 1999-2008


de dólares

Estados Unidos
China
Francia
Reino Unido
Rusia
Alemania
Japón
Italia
Arabia Saudita
India
Corea del Sur
Brasil
Canadá
España
Australia
Sub total top 15
Mundo

Fuente: Elaborado con datos del Stockholm International Peace


Research Institute.

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectua


l
conquistando posiciones geopolíticas de largo plazo en base a su indiscutible su-
perioridad militar: reactivando su economía con inmensas inversiones en el com-
plejo militar-industrial.
El gasto militar estadounidense representaba en 2008 cerca de la mitad de
los gastos militares del mundo (Cuadro 10). Pero los objetivos de Washington
chocaron con realidades más duras que las previstas. Las resistencias naciona-
les en Irak y Afganistán resultaron escollos difíciles de superar, y en buena par-
te de los países en desarrollo creció la resistencia a los planes económicos y po-
líticos de EE.UU. Esto se puso en evidencia con el rechazo al ALCA (Área de
Libre Comercio de las Américas) en América Latina, y a través de diversas ma-
nifestaciones antinorteamericanas que se agudizaron con la crisis económica y
expresaron la existencia de fuertes corrientes en la opinión pública internacio-
nal a favor de un mundo más multipolar y de modos de vida distintos al ameri-
can way of life.
Por otro lado, los gastos militares si bien pudieron ayudar a reactivar la eco-
nomía norteamericana, lo hicieron aumentando el ya importante déficit fiscal del
país, pero no creando nueva riqueza sino destruyéndola, tanto en las personas
como en los recursos naturales.

4. Reformas y dificultades económicas y sociales en la Unión


Europea. Del Tratado de Maastricht a la Unión Monetaria

La crisis de la década de 1970 tuvo un fuerte impacto de largo plazo sobre los
países europeos. En primer lugar, los años dorados del crecimiento de posguerra
parecían cosa del recuerdo; además, no afectaba a todos los países de la misma
manera ni con la misma intensidad, por este motivo las trayectorias nacionales
mostraron una divergencia creciente. Lograda ya la unión aduanera, el menor
crecimiento y la disparidad entre países se conjugaron para frenar primero y po-
ner en cuestión después al proceso de integración económica. A esto se añadió,
con el correr del tiempo, un creciente retraso de la Unión Europea (UE) con res-
pecto a Estados Unidos y Japón en materia de competitividad, crecimiento de la
productividad, capacidad de innovación y de atractivo como emplazamiento para
la producción.
Presionados por los grandes grupos económicos regionales y atizados por la
creciente liberalización iniciada en varios países de la región —cuyo caso más ex-
tremo fue la Gran Bretaña de Margaret Thatcher (que trataremos en el capítulo
4) los países europeos comenzaron a plantear una reestructuración del proceso
de integración como camino para sacudir la postración del continente. Así, se

113
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
iniciaron las discusiones que culminarían en la firma del Acta Única Europea
(1986) y del Tratado de Maastricht (1992). El Acta Única suponía un quiebre en
la dirección de la integración, pues avanzaba en la liberalización de los flujos de
capitales y personas, procurando construir un mercado común. El camino se re-
forzó luego en Maastricht, donde además de consolidar algunos cambios institu-
cionales y el rumbo general, se establecieron los pasos a seguir para lograr una
unión monetaria.
El relanzamiento de la integración que se procuraba con el Acta Única y con
Maastricht estaba asociado a la idea de que era necesario recuperar la competiti-
vidad perdida, retomando y ampliando de alguna manera aquella idea de Jean Jac-
ques Servan-Schreiber del “desafío americano”, que ahora también era el desafío
japonés. Para ello era preciso ampliar el tamaño de las empresas, movilizar la in-
novación tecnológica, reestructurar los procesos de trabajo y sostener la capaci-
dad empresarial para generar ganancias. En ese marco, se fue imponiendo paula-
tinamente un rumbo de cuño neoliberal, que supuso el retiro paulatino del Estado
—especialmente del Estado benefactor—, una redistribución regresiva del ingreso,
una menor presión tributaria directa, una carga impositiva mayor a los consumi-
dores y, en muchos casos, la privatización de empresas de servicios públicos.
Sobre la base de una perspectiva neoliberal, el derrotero de la integración se
trazó a partir de dos ejes, que podríamos denominar profundización y expansión.
Esta última terminó de incorporar en la década de 1990 a buena parte de la Eu-
ropa Occidental, con el ingreso, en 1995, de Austria, Finlandia y Suecia. Se tra-
taba de países con un alto grado de desarrollo relativo, con vínculos económicos
estrechos con la Unión —especialmente en el caso de Austria— y que no suponían
una alteración drástica del funcionamiento de la región. Sin embargo, el proceso
transcurrió no sin tensiones, pues una parte importante de la población de los
nuevos miembros mostraba un gran escepticismo. De hecho, Noruega también se
había candidateado, pero en el referéndum de ratificación triunfó la posición
opuesta. Junto con Suiza es uno de los dos países de Europa Occidental que no
forman parte de la Unión.
La profundización, por su parte, incluyó diferentes etapas, pero sus puntos
nodales se centraron en la creación del mercado común, la introducción de algu-
nos mecanismos de compensación regionales, el incremento de las funciones de
las instituciones europeas y la puesta en marcha del cronograma que conduciría
a la unión monetaria.
El primer paso fue la concreción del mercado común, con la liberalización
de los flujos de capitales y el libre movimiento de personas. Enmarcado en la eli-
minación de los controles de capital adoptada en numerosos países, esta medida

114 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


fue de particular importancia; la apertura involucraba no sólo a los capitales pro-
ductivos sino también a los financieros. La ola iniciada en los Estados Unidos y
Suiza en 1974, continuó con Gran Bretaña (1979), Japón (1980), Alemania
(1981), Holanda (1986), Dinamarca (1988), Francia (1989), Italia, Bélgica y Lu-
xemburgo (1990), España y Portugal (1992) y Grecia (1994) (19). Con la idea de
reducir los costos de circulación del capital, se estimulaba la conformación de
conglomerados regionales que brindarían masa crítica y competitividad a las em-
presas “europeas”. También se mejoraban la articulación entre empresas y la efi-
ciencia en el uso de los recursos para fomentar la innovación.
Así se quebró la lógica de funcionamiento de la economía de posguerra.
Hasta entonces, el ámbito de referencia principal de las empresas eran los espa-
cios nacionales, lugar donde se celebraban los acuerdos entre capital y trabajo y
sobre el que el Estado proyectaba su poder de intervención y regulación. Con las
nuevas condiciones, los empresarios ganaron muchos grados de libertad para
elegir sus emplazamientos, forzando a una creciente competencia entre los Esta-
dos para retenerlos por medio de concesiones especiales, dirigidas a fortalecer
las ganancias empresarias. Como por ejemplo, las reducciones impositivas, una
mayor liberalización de los mercados, programas de apoyo y subsidios, legisla-
ciones más flexibles, etc. Ahora bien, esa competencia generó un costo fiscal im-
portante, que obligaba a reducir otros gastos, especialmente en materia de segu-
ridad social. De manera indirecta, entonces, los costos de esa competencia recaían
sobre la población y el trabajo.
Para los trabajadores —especialmente los de los países más desarrollados—
resultaba difícil mantener sus privilegios en las nuevas condiciones. La presión
que ejercían las empresas con la amenaza de migrar, por un lado, y la mayor mo-
vilidad de la mano de obra, por el otro, obligó a muchos sindicatos a aceptar una
creciente flexibilización de las condiciones de trabajo y a moderar sus pretensio-
nes salariales. En consecuencia, comenzaron a perder peso en la distribución del
ingreso.
La mayor flexibilidad permitía reestructurar los procesos de trabajo en bus-
ca de la productividad perdida. Así, $e fue imponiendo una mayor intensidad de
trabajo para los empleados. Dado que el producto crecía mucho más lentamente
de lo previsto, esa mayor intensidad de explotación se combinaba con un creci-
miento del desempleo, que se manifestó con crudeza en la década de 1990, y de-
vino uno de los temas esenciales de discusión. El desempleo estructural crónico
y acentuado se convirtió también en uno de los nuevos fenómenos, ausentes en
las etapas previas de la integración y de las economías nacionales europeas.
La desocupación y los cambios en el mercado laboral tendieron a hacerse

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


más complejos aun con el derrumbe de los regímenes socialistas en los países de
Europa Central, que no sólo fue un fenómeno político sino que se conjugó con
un colapso económico. No obstante, la amenaza de una migración masiva desde
dichas naciones hacia las de Europa Occidental, se mantuvo bajo control. Sin
embargo, la nueva situación de Europa Centro-Oriental tuvo importantes conse-
cuencias sobre la región occidental. La posibilidad de inmigración de trabajado-
res o de emigración de capitales se convirtió en un factor de disciplinamiento
para el trabajo, que contribuyó a la imposición de los ajustes regresivos. Además,
creaba un contexto nuevo y muy nocivo para la supervivencia del Estado bene-
factor de la posguerra. Es que éste se construyó, al menos en parte, para conte-
ner la amenaza comunista y mostrar que el capitalismo también podía engendrar
formas sociales con gran calidad de vida. La desaparición del mundo socialista
arrastraba consigo tales percepciones y también golpeaba al Estado de Bienestar
desde lo estratégico.
La desocupación y la redistribución regresiva del ingreso fueron debilitando
la demanda interna y explican, en buena medida, el crecimiento mucho más len-
to que en los años dorados de la posguerra. Por otro lado, el factor monetario
también contribuyó a generar campos de tensión notables. A principios de la dé-
cada de 1990 se encontraba en vigencia el Sistema Monetario Europeo, en el que
sus miembros utilizaban como patrón de referencia para fijar sus paridades cam-
biarias recíprocas al ECU (European Currency Unit). Cada moneda establecía su
paridad en términos de ECUs y su capacidad para devaluar o revaluar sin con-
sultas se acotaba —con algunas excepciones— en +/- 2,25%. El sistema se encon-
traba sometido a periódicas tensiones por la evolución divergente de algunos in-
dicadores, tales como la inflación, la productividad o las tasas de interés internas.
Con el Tratado de Maastricht se inició el camino hacia una unión monetaria,
cuyo objetivo explícitamente antiinflacionario estableció duras condiciones para
quienes se incorporasen.
Pero lo cierto es que hacia mediados de 1992 se habían acumulado graves
tensiones en el sistema vigente. A las trayectorias nacionales dispares se sumó
un golpe de timón en la política monetaria alemana. Inmediatamente después de
la reunificación, en 1990, Alemania había transferido recursos a los nuevos es-
tados, y el Bundesbank consideraba que la situación amenazaba la estabilidad de
precios. Por ese motivo, incrementó drásticamente las tasas de interés, obligan-
do virtualmente a los socios europeos a seguir el mismo curso para evitar una
fuga de capitales.
Simultáneamente, comenzó a ponerse en tela de juicio la viabilidad de la
unión monetaria en ciernes, así como su aceptación por parte de la población. A

116 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


pesar de la intensa campaña a favor, en un referéndum en Dinamarca el 2 de ju-
nio de 1992 la población no aprobó la propuesta, dejando al país fuera del pro-
ceso y poniendo en duda su prosecución en el resto del subcontinente. Las con-
diciones para una corrida especulativa estaban maduras, y comenzó un ataque
por parte de algunos operadores financieros sobre varias monedas, como la libra
esterlina y la lira italiana, que debieron abandonar el sistema monetario europeo.
Otras monedas lograron permanecer, como las escandinavas, la peseta, el escu-
do, la libra irlandesa, e incluso el franco francés, pero con periódicas devaluacio-
nes. Las autoridades monetarias declararon que no podían coordinar una políti-
ca común y el sistema monetario europeo fue arrastrado al cadalso en medio de
una crisis de gran magnitud. La debacle se extendió entre el segundo semestre
de 1992 y el primero de 1993 y dejo importantes secuelas.
Luego de esta experiencia, algunos países —Suecia, Gran Bretaña y Dinamar-
ca— decidieron excluirse de la unión monetaria, mientras que para los otros co-
menzó una dura etapa de ajuste, pues la “calificación” para ingresar como miem-
bros los obligaba a alinear tasas de inflación e interés, lograr un déficit fiscal no
mayor al 3% del PIB, siempre y cuando la deuda pública no excediera el 60% del
PIB. De esa forma, la combinación de políticas monetarias y fiscales duras se
sumó a los factores ya analizados para generar un clima de bajo crecimiento, a
pesar de cierta recomposición de las tasas de ganancia y de las mejoras en la pro-
ductividad. Por eso es que muchos países de la región, especialmente los más
grandes, procuraron mejorar su posición en los mercados internacionales, a fin
de compensar con exportaciones crecientes las constreñidas demandas internas.
Para Europa, la llamada globalización no era otra cosa que una alternativa al cli-
ma de depresión interna provocado por las políticas neoliberales.
El curso de la integración y los condicionamientos para las políticas econó-
micas y sociales de los miembros de la Unión Europea se reforzaron y apresta-
ron a saltar a una nueva etapa entre 1997 y 1999, con la firma y puesta en vigor
del Tratado de Amsterdam que, en resumidas cuentas, profundizaba los ejes de
Maastricht, fijaba el avance de la integración monetaria, reforzaba el poder de
la Comisión Europea y abría la puerta a la negociación con los países del Este
para una paulatina incorporación. Se cerraba así la década de 1990, sin que la
Unión pudiera superar su estancamiento, con una desocupación incrementada y
en medio de una crisis financiera internacional que le sumaba turbulencias adi-
cionales.
En Europa, la recesión mundial de comienzos del tercer milenio se tradujo
en una caída generalizada de los índices de crecimiento. En 2003 el producto
bruto de la Unión Europea aumentó apenas un 0,7%, aun menos que el magro

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


ala
1% registrado en 2002. Francia y Alemania, que arriman la mitad del producto
del área del euro, emprendieron intensas reformas económicas dirigidas a rever-
tir la declinación de los beneficios de sus poderosas corporaciones y restablecer
su “competitividad” en los mercados, recurriendo a recortar el sistema de pen-
siones y a la gradual flexibilización del mercado laboral. “Parece que la larga
siesta de Europa ha llegado finalmente al límite, víctima del crónico estanca-
miento económico, del deterioro de las finanzas públicas y de la competencia de
mano de obra barata en los nuevos países de la UE y en Asia”, resumió con dura
ironía y escaso sentido autocrítico un periodista estadounidense (20).
Responsabilizando a la fuerza laboral, tanto activa como pasiva, de haberse
vuelto un “insumo caro”, poderosos oligopolios, como los alemanes del automó-
vil (Volkswagen, Daimler-Chrysler) y de la energía (Siemens) anunciaron planes
de deslocalización, aumento de la jornada laboral con igual salario y despidos
masivos (21). Como consecuencia, la tasa de desempleo en la Unión Europea al-
canzó en ese año el 9,1% de la población activa (19,4 millones de personas), con
valores extremos en Polonia (18,9%) y Eslovaquia (16,2%), de un lado, y Lu-
xemburgo y Austria del otro (4,2%) (22).
En Francia, pese a la vigencia formal de la semana laboral de 35 horas, los
grandes conglomerados industriales implementaron vías “laterales” para exten-
der la jornada, invocando las reformas en curso en la vecina Alemania (23). Por
su parte, el presidente de la Confederación de Cámaras de Industria y Comercio
de Alemania (DIHK), Ludwig Georg Braun, llamó abiertamente a aprovechar la
ampliación de la Unión Europea para trasladar parte de la industria alemana al
extranjero, donde la mano de obra es mucho más barata. En realidad la industria
alemana comenzó a “deslocalizar” su producción mucho tiempo antes. Sus gran-
des consorcios de la industria automotriz, por mencionar un sector, desde déca-
das atrás venían desplazando sus plantas industriales a países asiáticos y, luego,
a las ex repúblicas del Este.
Resurgieron así las movilizaciones multitudinarias en rechazo de esos planes
y en defensa de las conquistas sociales obreras en Alemania, Francia e Italia, casi
siempre por fuera y por encima de las conducciones sindicales comprometidas
con las patronales reformadoras y el Estado (24). El programa “Hartz IV” —mú-
cleo de la llamada “Agenda 2010” impulsada por el gobierno socialdemócrata
alemán- tendió a ahondar la brecha entre los trabajadores ocupados y desocupa-
dos, aumentando la presión a la baja salarial generalizada, eliminando derechos
sindicales, implementando horarios flexibles, extensión de la semana laboral y
establecimiento de “zonas económicas especiales” en el este de Alemania y en la
cuenca del Ruhr (25).

118 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


La preocupación por el estancamiento dio alas a proyectos keynesianos: en
octubre de 2003 una cumbre de “Los Quince” debatió un vasto programa de gran-
des obras de infraestructura, concernientes al transporte ferroviario y marítimo,
por un monto de 220 mil millones de euros hasta el 2020. Pero en la práctica, Ber-
lín y París superaron el supuestamente inviolable techo establecido por la Unión
Europea para los déficits presupuestarios del 3% del PIB, de modo que sus már-
genes para estímulos fiscales se tornaron muy estrechos.

5. Las debilidades del sistema monetario internacional. Los intentos


de dolarización. La competencia de otras monedas

Desde la década de 1970 la inflación estadounidense, la integración europea y el


fortalecimiento de otras economías comenzaron a cuestionar la hegemonía mo-
netaria de Estados Unidos. La participación del dólar como moneda de reserva
en los bancos centrales cayó en la década de 1980, desplazado por el marco ale-
mán y, en menor medida, por el ECU la unidad monetaria de la Unión Euro-
pea— y el yen (26). El porcentaje de bonos internacionales denominados en dóla-
res también cayó, de dos tercios del total, a un tercio. La ampliación del curso
forzoso del dólar estadounidense a los países en transición y los periféricos de
Latinoamérica, Europa del Este y Asía intentó contribuir a contrarrestar esta ten-
dencia, a través de la sustitución de las monedas nacionales por el dólar estadou-
nidense, que sí bien se implementó en unos pocos países fue impulsado con fuer-
za en la década de 1990 (27).
La introducción del euro —unión monetaria de doce países de la Unión Euro-
pea— y el avance en las negociaciones del ALCA proveyeron nuevos argumentos
a favor de la dolarización plena, o al menos de la adopción de tipos de cambio to-
talmente fijos, que es la antesala de la dolarización completa, a pesar de que la
experiencia internacional en países medianos sólo incluía a Liberia y Panamá, ya
que las pocas naciones que utilizaban la moneda de otros eran muy pequeñas (28).
Finalizada la Guerra Fría con la desintegración del bloque soviético, los pa-
íses de Europa del Este, “en transición” hacia economías de mercado: Bulgaria,
Bosnía, Lituania, Estonia, Albania, Serbia, Croacia, Hungría, Montenegro, tam-
bién Rusia y la Alemania Oriental previa a la reunificación, recibieron un fuerte
embate para sustituir sus monedas nacionales por el dólar. Si bien ninguno de
ellos se dolarizó plenamente, Bulgaria, Estonia, Lituania y Bosnia adoptaron un
régimen de convertibilidad, a imitación de la aparentemente exitosa experiencia
argentina, y pronto tal objetivo fue recomendado a todas las economías en desa-
rrollo: asiáticas, africanas, y también latinoamericanas.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 119


Pero el default argentino de 2001 obligó a dar marcha atrás con la dolariza-
ción, por varias razones. La primera es casi elemental: si un país distribuye sus
reservas de moneda internacional entre su población, el sector público carece de
activos externos para atender a sus acreedores. La segunda tiene que ver con el
hecho de que más de la mitad de la actividad económica de casi todos los países
se basa en servicios, la mayoría de ellos no transables, incapaces de generar di-
visas. La tercera consiste en que si bien la dolarización elimina el riesgo deva-
luatorio, no impide el default de las deudas públicas ni privadas. Pero desapare-
ce un prestamista de última instancia capaz de proveer liquidez ante las crisis
bancarias, absorberias y socializar sus costos, y todo el ajuste recae sobre el sec-
tor real: la producción y el empleo.
Las tensiones económicas de comienzos del milenio erosionaron la confian-
za en el valor del dólar y alteraron la composición de las reservas internaciona-
les. A mediados de 2009 el euro representaba más de la cuarta parte de los acti-
vos externos del mundo, mientras que la proporción de dólares disminuyó para
ese mismo período del 72% al 63%. Hay que considerar que las reservas mun-
diales en divisas se triplicaron en ese lapso, alcanzando los 6,8 billones (trillo-
nes según la nomenclatura estadounidense) de dólares. En este escenario los ban-
cos centrales de las diferentes naciones diversificaron su cartera de monedas y
metales (Cuadro 11).
Como reflejo del lento pero constante debilitamiento del dólar, diferentes
países tomaron medidas para resguardar el valor de sus activos externos. Irak

Cuadro 11
Reservas internacionales. Composición
a fin de cada período, en millones de dólares

2009
Concepto 2001 % ll trimestre

Reservas internacionales
de 33 países 1.569.488 100% 4.269.552
* En dólares AOS L 12% 2.680.505
* En euros 301.026 19% 1.172:759
* En otras monedas 146.031 9% 416.288
Total reservas
internacionales 2.049.878 6.801.103
Fuente: Elaborado con datos del FMI.

120 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


empezó a vender su combustible en euros a fines de 2000. Pero la invasión de
Estados Unidos anuló esta medida, así como los canjes de alimentos por petró-
leo, de la ONU. También Jordania había creado un sistema de comercio bilate-
ral con Irak en euros y Corea del Norte adoptó la divisa europea para su comer-
cio desde diciembre de 2002. Hacia fines del año 2007, Irán —cuarto productor
mundial de petróleo— comenzó a vender el crudo en euros. Ya desde 2002 la Or-
ganización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) alertaba sobre la debili-
dad del dólar, que corroía el poder adquisitivo de los países exportadores. Tam-
bién el gobierno ruso estudiaba la alternativa de pasar la comercialización del
petróleo a la moneda de la eurozona, dado que buena parte de sus exportaciones
de crudo se destina a la Unión Europea.
Paradójicamente, desde el estallido de la crisis en 2008, con epicentro en Es-
tados Unidos, el dólar continuó funcionando como una moneda de refugio, a me-
dida que las alternativas financieras se derrumbaban como castillos de naipes.
Esto revela que la economía del país del Norte y el poderío de su moneda aun
gozan de confianza, al menos frente al euro u otras monedas. En este sentido, la
Unión Europea ha despertado dudas respecto a una voluntad política unificada.
La heterogeneidad de las economías y la escasa coordinación entre los países lí-
deres dentro de la UE hacen palmarias estas tensiones frente a la crisis que co-
menzó en 2007, mientras que la ambivalencia del Reino Unido, en cuanto a sus
posiciones pro UE o filoestadounidenses, genera poca confianza. Por último, la
crisis de los cuatro países más débiles de la región —Grecia, Portugal, España e
Irlanda— en 2010 terminó por erosionar el valor del euro y poner en duda la vi-
gencia de la unidad monetaria.
Tal como ocurría con el imperio británico, los países ricos importan por ma-
yor valor que sus exportaciones, y exportan capital. El resto del mundo acepta la
moneda con la que esos países pagan sus importaciones y sus inversiones de ca-
pital y financieras, porque ésta se puede utilizar para los intercambios con cual-
quier otro país. Pero ese idilio no puede ser eterno.
La pregunta del millón es qué ocurrirá cuando el mercado se calme y todas
las plazas bursátiles y los Bancos Centrales queden inundados de dólares. Ese será
el momento más desafiante para el valor del dólar y de sus rivales monetarios.

6. El FMI y su responsabilidad en las crisis

Cuando en 1944 se reunieron en Bretton Woods (EE.UU.) los representantes de


45 países a fin de aprobar la creación del FMI y el Banco Mundial, se plantea-
ban, entre sus objetivos iniciales, fomentar la cooperación internacional, posibi-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


litar el crecimiento equilibrado del comercio internacional, impulsar la estabili-
dad cambiaria, otorgar créditos para solucionar los desequilibrios externos de sus
miembros, facilitar la expansión de sus economías y el restablecimiento de un
sistema multilateral de pagos. Uno de los propósitos era evitar definitivamente la
recurrencia de una depresión profunda como la de la década de 1930, cuyas ca-
racterísticas principales fueron, en la mayoría de los países capitalistas, la caída
de la producción, la deflación y la desocupación. Pero los naipes estaban marca-
dos. Por una parte, tanto el FMI como el Banco Mundial estuvieron desde un
principio controlados en su administración por los gobiernos de los países pode-
rosos, que aportaron más dinero: EE.UU. y las potencias de Europa Occidental,
que se repartieron la presidencia de los dos organismos y condicionaron sus po-
líticas. Por otra, los propósitos iniciales se alteraron, ya que ambos organismos
se transformaron en verdaderos “guardianes del dinero” de la comunidad finan-
ciera internacional. El dólar adquirió un rol hegemónico a nivel mundial ante el
establecimiento de un sistema de cambios fijos entre oro-dólar. Esto implicaba
que todos los países debían tener sus reservas monetarias en dólares, lo que ase-
guraba el predominio financiero de los EE.UU.
En una primera época, la forma usual para obtener el financiamiento del
FMI por encima de ciertos límites, fueron los acuerdos contingentes o stand by,
a través de los cuales el país solicitante se comprometía a la aplicación de pro-
gramas de ajuste fiscal y monetario. Estas condicionalidades pueden rastrearse
formalmente desde 1952, y se aplicaban casi exclusivamente sobre los países en
desarrollo.
Durante los años siguientes, las “recomendaciones” impuestas por ese orga-
nismo para proveer fondos a sus miembros tuvieron como principal objetivo re-
cuperar el equilibrio de los sectores externos de los países que recurrían a él. Es-
tas medidas se basaban en un conocido diagnóstico: la inflación y el déficit de
las cuentas externas eran el producto de una demanda excesiva atribuida a una
fuerte expansión monetaria. De ahí que las soluciones se encontraban en la apli-
cación de políticas monetarias y fiscales restrictivas, y en la necesidad de poner
freno a los aumentos salariales. No importaban las dificultades propias de la in-
dustrialización ni las asimetrías notorias en la economía internacional en perjui-
cio de los países periféricos.
Pero, como hemos ya señalado, a fines de la década de 1960 el dólar comen-
zó a debilitarse y el sistema monetario presentó sus primeros signos de agota-
miento aumentando los movimientos especulativos a nivel mundial. A raíz de
esta situación se llegó a un nuevo acuerdo monetario internacional y se sustitu-
yó, en 1971, el patrón oro-dólar por el patrón dólar. El aumento de la cantidad

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


de dólares en circulación y el estancamiento de los países centrales impulsaron
el incremento de la oferta internacional de créditos hacia los países subdesarro-
llados. Las políticas del FMI mutaron también al compás del predominio global
del capital financiero.
El Fondo se despreocupó, en cambio, del destino de esos créditos y de la ca-
pacidad de repago de los países receptores; la deuda externa de estos últimos au-
mentó en forma exponencial, como la crisis de deuda de los países latinoameri-
canos puso de manifiesto en 1982. En esta instancia, el FMI fue el principal
encargado de presionar a los países deudores para que cumplieran con los pagos
de la deuda mediante el gran sacrificio que implicaban los planes de ajuste.
En la década de 1990, en un momento de alta liquidez, el Fondo pasó a ava-
lar nuevamente la liberación de los movimientos de capital impulsando, a través
de gobiernos neoliberales, las llamadas “reformas estructurales”. Esas reformas
fueron el centro de los programas del organismo en ese decenio, como las priva-
tizaciones de empresas públicas, la autonomía de los bancos centrales, las aper-
turas comercial y financiera, la flexibilización laboral, la desregulación de los
mercados, la reforma de la seguridad social, la reforma tributaria y la descentra-
lización de funciones de los Estados nacionales.
Como consecuencia de la política económica de esos años se desencadena-
ron distintas crisis en los países emergentes, a las que ya nos hemos referido.
Como señaló Stiglitz, “el fundamentalismo de mercado, el “burocratismo” y la
falta de transparencia en las conducciones del FMI y del Banco Mundial impu-
sieron [en esos países] grados de austeridad que originaron recesión y ritmos de
privatización que generaron desempleo”. El economista norteamericano denun-
ciaba, sobre todo, “la grave responsabilidad de las líneas predominantes en esas
instituciones durante las dos últimas décadas, en los “males menores” causados
por el proceso de globalización y particularmente en las crisis del Sudeste Asiá-
tico y de Rusia”, aunque “la Argentina de la crisis 2001-2002 es un ejemplo de-
mostrativo de la naturaleza destructiva de tales políticas” (29). Para él, las deci-
siones del FMI no suelen encuadrarse sólo en modelos económicos sino, sobre
todo, en las líneas principales de la política mundial, fundamentalmente ligadas
a los intereses de las potencias centrales. Las condiciones económicas y a menu-
do políticas que acompañan siempre la concesión de préstamos por parte del
FMI, “convierten el préstamo en una herramienta de política” (30).
Esas políticas se caracterizan por un notable doble estándar: sus gestores en
nombre de la libertad de mercado se oponen a establecer controles para los ca-
pitales especulativos, dan lugar a la existencia de paraísos fiscales y permiten o
promueven el endeudamiento externo de los países pobres. Además, exigen a las

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


naciones deudoras rigurosas políticas de ajuste, que restringen el consumo y au-
mentan la desocupación y la pobreza (31).
En síntesis, el FMI olvidó muy pronto su misión original de velar por la es-
tabilidad del sistema monetario internacional, y a partir de la década de 1970 su
accionar se concentró casi exclusivamente en los países periféricos, para pasar,
en la década siguiente, a convertirse en el intermediario entre los bancos priva-
dos acreedores y los países deudores, función totalmente ajena a sus competen-
cias. En los años 90 cumplió un doble rol: por un lado, guiaba a los países en
transición al redil del capitalismo, brindándoles financiamiento y asesoramiento
en el diseño de sus instituciones fiscales y monetarias, y por el otro, custodiaba
los intereses de la comunidad financiera internacional, sin ser capaz de prevenir,
y mucho menos de aliviar, con su intervención las sucesivas crisis. Por ello fue
acusado no sólo de provocarlas sino también de echar leña al fuego una vez que
ellas estallaron, y su credibilidad se debilitó.
Cuestionado por izquierda y por derecha por su pobre desempeño en estos in-
cendiarios episodios —en Corea del Sur, Rusia, Tailandia, Indonesia, y otros paí-
ses— el default argentino supuso la gota que colmó el vaso del descrédito del FMI
como consejero de políticas y prestamista a cuentagotas (32).
La crisis de 2007-2010 puso nuevamente en escena al FMI cuando parecía
que ya no tenía rescate. Para salvar a los sistemas financieros de los países en
transición, las economías más ricas, pero también China y Brasil, lo dotaron de
préstamos adicionales, que triplicaron su reducido capital. Asimismo, se flexibi-
lizaron las condicionalidades de sus préstamos y se aumentaron los límites de los
retiros por parte de los países miembros. Por último, se cambió levemente la pro-
porción de cuotas y votos en el organismo, aunque sin alterar demasiado el pre-
dominio de Estados Unidos. Pero, excepto para unos pocos países amigos, las
condiciones de austeridad fiscal y monetaria siguen siendo las mismas de siem-
pre, y no parece que estos cambios marquen otra cosa que la adaptación tempo-
raria a una coyuntura de crisis, en la que los países que tienen mayor influencia
sobre las políticas del Fondo Monetario se encuentran seriamente comprometi-
dos. Así se demostró una vez más con la intervención de este organismo en la
crisis griega de 2010.

7. La expansión de China y su rol en los procesos de crisis


de los países centrales

Un viejo poema chino escrito por el emperador Li Yu, el más grande de los poe-
tas imperiales, decía: “El pasado: ¿Cómo olvidarlo?/ El presente: ¿Cómo evadir-

124 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


lo?”, Quizás sea esa la trampa en la que cayeron muchas veces los chinos y de la
que lograron salir a fuerza del propio peso de su población, de su territorio, de su
cultura milenaria y de su incontenible despliegue productivo. El pasado no había
comenzado tan mal, porque algunos eminentes historiadores económicos han es-
timado que hacia 1750 el ingreso medio por habitante de países como China e In-
dia, hoy en desarrollo, era igual o mayor que el de los futuros países desarrolla-
dos (33). Es cierto, sin embargo, que China se encerró en sí misma, con imperios
despóticos, murallas interminables e inútiles, invasiones permanentes, luchas in-
testinas, desigualdades extremas y filosofías de alto vuelo unas veces y congela-
das en el tiempo otras. Un país que no tuvo ministro de Relaciones Exteriores por
un largo período porque creía que el mundo se acababa en sus fronteras.
Pero el insaciable Occidente y un ambicioso vecino en vías de expansión,
forzaron la apertura de esas fronteras. Como consecuencia de ello, el territorio
chino fue arrastrado a las llamadas “guerras del opio”, la primera en 1840 con-
tra los ingleses, que iniciaron la destrucción del viejo imperio. En este caso no
era ninguna republiqueta subdesarrollada sino la nueva “civilización” la que con-
trolaba el comercio de la droga, mientras las autoridades chinas decretaban, por
el contrario, la interdicción de su tráfico y consumo. Los chinos lograron apode-
rarse de las reservas inglesas de opio de Cantón pero las naves británicas rodea-
ron la ciudad y vencieron a las debilitadas fuerzas militares locales. Por el trata-
do de Nanking de 1842, una joya más entraría a la corona del imperio occidental:
la ciudad y el puerto de Hong Kong, mientras otros cinco puertos, entre ellos
Shanghai, abrían sus puertas al comercio británico. El control del tráfico de dro-
gas estaba asegurado.
La segunda “guerra del opio”, en 1858, terminó también con una derrota chi-
na, pero involucró a Francia, que treinta años más tarde invadió Vietnam (penín-
sula de Indochina), otras provincias del sudoeste de China y Taiwán. El escena-
rio geopolítico y bélico del siglo XX ya estaba en marcha, y en los primeros años
de la nueva centuria cada vez más países —como Estados Unidos con su política
de “puertas abiertas”— intervinieron y obtuvieron bases militares y concesiones.
Los extranjeros disponían, en las principales ciudades, de sus propios barrios ce-
rrados, donde vivían combinando el lujo asiático con el occidental en medio de
una nación en llamas.
La industrialización de Occidente y de Japón se basó, entre otras cosas, en
el dominio de China. La naciente industria china fue ahogada por la importación
de productos y el pago de elevadas indemnizaciones como “castigo” por las gue-
rras en las que los chinos se vieron forzados a participar. La base económica del
desarrollo chino fue así afectada en su mismo origen. Pero en 1912, bajo la di-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


125
rección de Sun Yat Sen, sectores chinos más democráticos derribaron el imperio
y establecieron la República, al tiempo que se creaba un partido político nacio-
nalista, el Kuomintang y, poco después, el Partido Comunista.
Hasta 1949 China sufriría varias invasiones japonesas y la guerra civil entre
nacionalistas y comunistas. Pero ese año, el país donde ahora vive alrededor de
un 20% de la población mundial, vivió la llegada al poder del Partido Comunista
chino, liderado por Mao Tse-tung —luego de vencer a las fuerzas de Chiang Kai-
shek, a quien apoyaban los estadounidenses, quien daría a la nueva República
Popular una notoria presencia en el mundo. Los cambios económicos y sociales
llevados a cabo por el nuevo gobierno iniciaron un acelerado proceso de indus-
trialización y colectivización del agro, pero la llamada “Revolución Cultural”,
promovida por Mao para evitar la “burocratización” y una posible “restauración
capitalista” desde las cúpulas del poder, produjo fuertes conflictos internos y la
paralización de la economía. Al mismo tiempo, por razones políticas e ideológi-
cas, China se apartó de la Unión Soviética con la que entró en duras polémicas.
La muerte de Mao, en 1976, se tradujo en drásticos cambios en el PC Chi-
no. Especialmente a partir de 1978 bajo la dirección de Deng Xiaoping, China
comenzó un proceso de reforma económica que produjo un mayor grado de aper-
tura al exterior, que Mao ya había comenzado en 1972 con las relaciones con Es-
tados Unidos, y una transición hacia formas capitalistas de producción y de con-
sumo sin modificar mayormente el sistema político, siguiendo una trayectoria
inversa a la de la ex URSS.
Deng Xiaoping empezó por privatizar parcialmente la agricultura, permitien-
do a los productores guardar parte de sus cosechas para consumir o vender. A
principios de la década de 1980, el uso de fertilizantes y pesticidas, más la infra-
estructura heredada de la era colectiva, incrementaron significativamente la ofer-
ta de alimentos, los ingresos de los campesinos y también las condiciones de
vida de los sectores urbanos. El éxito de estas reformas llevaron a desregular aun
más, y a desarrollar los mercados agrícolas.
Todo esto consolidó el poder de los reformadores, quienes a mediados de esa
década comenzaron a innovar en las empresas de propiedad estatal. La ley de so-
ciedades de 1988 confirió a los ejecutivos la autoridad para determinar todas las
condiciones, incluyendo el poder de contratar y despedir trabajadores, de otorgar
incentivos para aumentar la productividad del trabajo y mejorar los salarios de la
población urbana (34).
Pero las empresas trasladaron los aumentos salariales a los precios al consu-
midor, llevando la inflación a dos dígitos, lo que atizó las protestas por la cares-
tía de la vida y el desmantelamiento de la protección social. El descontento se

126 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


manifestó masivamente hacia 1989, y fue reprimido con brutalidad. Tras la ma-
sacre de Tiananmen, las reformas de mercado se hicieron más lentas, hasta 1992,
cuando el 41” Congreso del Partido Comunista confirmó el programa de “eco-
nomía socialista de mercado”, y se comprometió por primera vez a reformar el
derecho de propiedad, legitimando la privatización de las empresas públicas y
colectivas, que se concretó en los años siguientes. Allí comenzó también una ma-
yor apertura al exterior.
Como política industrial, China había implementado un proceso de sustitu-
ción de importaciones, similar al de Latinoamérica previo a la ola neoliberal, a
fin de producir bienes durables y de capital, pero aun así, a fines de la década de
1980 sufría grandes déficits comerciales. La balanza se enderezó con la creación
de zonas francas en áreas costeras, con regímenes de privilegio para las compa-
ñías foráneas orientadas a la exportación, que proliferaron gracias a los bajísi-
mos costos laborales y a la subvaluación del yen. De allí el salto en la inversión
extranjera directa, que creció a un fuerte ritmo: en 1990 apenas superaba los
3.400 millones de dólares, mientras en 2002 los nuevos aportes llegaban a los
52.700 millones, en 2005 a los 60 mil millones y en 2008 a 92 mil millones.
Por su parte, el capital financiero chino consolidó su fuerza tras la recupera-
ción de la soberanía sobre la ex colonia británica de Hong Kong y sus enormes
reservas financieras. Las compañías chinas se asociaron o se repartieron merca-
dos dentro y fuera de la República Popular con empresas de otras grandes poten-
cias, especialmente de la Unión Europea, Rusia y Japón. Así comenzó el boom
capitalista: para comienzos del 2000, China ya era un exportador de manufactu-
ras de talla mundial (35).
Estos cambios se plasmaron en un acelerado crecimiento, con una tasa me-
dia anual de incremento del producto de cerca del 10% en la última década,
mientras el país expandía su participación en el comercio internacional y aumen-
taba el consumo interno y la formación de capital productivo: la inversión hoy
bordea el 40% del producto bruto. También, la alta participación (90%) de las
manufacturas en las exportaciones de bienes y el elevado superávit comercial,
que en 2008 fue de 300 mil millones de dólares, contribuyeron a elevar el volu-
men de reservas en dólares.
El despegue chino tiene, sin embargo, sus lados oscuros. Si bien la apertura
permitió a las regiones ribereñas (los deltas de los ríos Yangtzé y Perla y el cin-
turón económico del mar Bohai) un ascenso económico vertiginoso, las zonas in-
teriores se rezagaron en relación a la pujanza costera, abriendo una brecha entre
ambas geografías (36).
Por otra parte, aunque en sus comienzos las reformas beneficiaron a casi to-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 127


dos los niveles sociales, con el tiempo la sociedad se tornó mucho más desigual.
Partiendo de una distribución muy equitativa a comienzos de los años 80, cuan-
do todo el mundo era pobre, el ingreso se concentró en unos pocos grupos de al-
tísimos ingresos y riqueza, mientras que la vida de las poblaciones rurales se de-
terioró y la desregulación laboral alimentó el surgimiento de mano de obra muy
barata, compuesta por masas urbanas sin ningún tipo de beneficio ni estabilidad,
sin acceso a servicios de salud, educación ni vivienda. El desarrollo de relacio-
nes de mercado también proveyó oportunidades para la corrupción y la especu-
lación, y la emergencia de un capitalismo venal. Los conflictos sociales y políti-
cos han ido en ascenso; se calcula que éstos han aumentado al número de 74.000
en el año 2008, pero es difícil tener una apreciación cabal de la realidad, ya que
el gobierno chino ejerce una fuerte censura sobre la información en los medios
de prensa. En el plano internacional la relación entre China y las ex potencias co-
loniales atravesó circunstancias complejas. Por un lado, Hong Kong, que hasta el
1 de julio de 1997 fue colonia del Reino Unido volvió a depender del gobierno
de Beijing transformándose junto con Macao en una de las dos “regiones admi-
nistrativas especiales” de la República Popular China. Por otro lado, los chinos
siguen reivindicando la pertenencia de la isla de Taiwán, gobernada por los su-
cesores de Chiang Kai-shek, quien se refugió allí con la ayuda de los norteame-
ricanos después de perder la guerra civil frente a Mao.
Sin embargo, desde febrero de 1972, después del encuentro entre el presi-
dente estadounidense Richard Nixon y Mao Tse-tung en Beijing, las tensas rela-
ciones con Estados Unidos habían mejorado, con la reanudación de los vínculos
comerciales entre los dos países; las relaciones diplomáticas se establecieron a
partir del 1 de enero de 1979. El Chase Manhattan Bank fue uno de los prime-
ros que se beneficiaron con esta situación: el Banco de China abrió una cuenta
sustancial en dólares en su sede de Nueva York, se instaló una agencia de repre-
sentación del Chase en Beijing y se acordó un préstamo al Ministerio de Minas
y Metalurgia chino (37). A partir de allí se aceleraron los cambios en China, y no
puede omitirse entre los factores explicativos de estas transformaciones el trato
de nación más favorecida que Estados Unidos le dispensa y que permite ingre-
sar las manufacturas chinas al territorio norteamericano en condiciones suma-
mente favorables. La incorporación de China a la OMC en el 2001, significó otro
estímulo a su comercio exterior (38).
Paradójicamente, existe una dependencia mutua entre las economías china y
estadounidense, como ya lo hemos señalado: un 35% de las reservas internacio-
nales de China se hallan colocadas en bonos del Tesoro de EE.UU. De ese modo,
el gigante asiático financia en forma significativa el déficit estadounidense. Sin

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


embargo, se plantea la duda sobre si los chinos continuarán manteniendo su alto
nivel de compra de esos bonos denominados en dólares, cuya fragilidad ya pro-
vocó una seria crisis bursátil en Shanghai. Mucho dependerá de los flujos de in-
versión directa, otro aspecto de la vinculación existente, además de los saldos del
intercambio comercial, ya referidos.
Hay que tener en cuenta que, si bien China financia el déficit de Estados
Unidos vía bonos, este país también invierte capital en empresas que forman par-
te de su propio sistema productivo y tienen una alta rentabilidad. Por eso, sería
difícil que una revaluación más significativa del yuan reduzca las importaciones
de la superpotencia americana, pues en una apreciable proporción provienen de
compañías estadounidenses asentadas en China, que representan alrededor de la
mitad de la inversión externa directa en este país. No obstante, serviría para fa-
cilitar a las corporaciones de origen chino la compra de activos en el extranjero.
Según fuentes reconocidas, las inversiones chinas directas en el exterior podrían
llegar a superar en 2010 los 60 mil millones de dólares (Cuadro 12).

Cuadro 12
China, inversión externa directa * recibida, por país de origen

Monto, en miles de millones de dólares

Hong Kong
Islas Vírgenes (Gran Bretaña)
Corea del Sur
Japón
Singapur
Estados Unidos
Islas Caimán
Samoa Occidental
Taiwán
Mauricio
Otros

Total

x No incluye al sector financiero.


Fuente: Ministerio de Comercio de la República Popular China.

129
jtalí o contemporaneo
si del capitalism
Las grandes crisis á
A partir del año 2005 las autoridades chinas revaluaron levemente el yuan
(llamado también “renminbi”), cuyo valor se había mantenido fijo desde 1994,
y en 2010 nuevamente el Banco Central de China accedió a apreciar su moneda.
Con esta medida cedía a las presiones de Estados Unidos y de otros socios co-
merciales, como la Unión Europea y Japón, que consideraban que el tipo de cam-
bio chino estaba artificialmente subvaluado, lo que le otorgaba una gran ventaja
a' las exportaciones locales. Esas revaluaciones tendían, sobre todo, a reequilibrar
el comercio con Estados Unidos, algo que no ha ocurrido, al menos hasta el pre-
sente [agosto de 2010].
La influencia de China sobre el crecimiento económico mundial ha ido en
aumento, hasta representar aproximadamente la tercera parte de esa expansión
desde la década de 1990. En cambio, la contribución de Estados Unidos al cre-
cimiento del producto bruto mundial descendió de alrededor del 25% en 1990,
al 15% desde el año 2000. Pero esta influencia va de la mano con una mayor res-
ponsabilidad en el escenario internacional y, según autores como Mingi Li, la ex-
pansión de esta gran economía podría cambiar irreversiblemente las condiciones
de la producción, distribución y consumo mundiales (39) (Cuadro 13).
Hasta ahora, la incorporación de China en la economía global sumó efectos
diversos. Por un lado, permitió aumentar la rentabilidad de las empresas occiden-
tales relocalizando todo o parte de la producción en territorio chino, y creó la
amenaza de desempleo: si los trabajadores de otros países se rehúsan a aceptar
bajos salarios, el capital podría desplazar sus plantas u oficinas a otros sitios más
baratos, como China. Por otra parte, el bajo costo de las manufacturas chinas re-
duce los precios de los bienes industriales y esto representa una mejora del bie-
nestar de los consumidores.
El problema es que el crecimiento económico de China y su transición hacia
el capitalismo ponen de manifiesto los límites y las contradicciones del modelo
neoliberal globalizador, caracterizado por la inestabilidad financiera en todas
partes, y una relación necesaria, pero de patas cortas, entre los países ricos y los
emergentes.
En los países centrales el neoliberalismo se caracteriza por una demanda de
consumidores de ingresos declinantes, que se sostiene mientras éstos puedan se-
guir endeudándose; y una demanda de inversión de las empresas, que a su vez
dependen de las compras de los consumidores y de los beneficios financieros.
Por su parte, en los países que no son centrales, como China o los del Sudeste
Asiático, la demanda de exportaciones impulsa el crecimiento, mientras que la
demanda doméstica masiva permanece debilitada, como modo de mantener los
salarios bajísimos, condición necesaria para que los productos lleguen baratos a

130 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 13
China. Indicadores económicos (1983-2009)

Import. Export. Cte.


Inflación
PIB minorista Desempleo Miles de millones
Var. % % % de dólares

Fuente: Elaboración propia, con datos de la OCDE, el Banco Popular de China y la OIT.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


los países centrales y su intermediación genere ganancias para los importadores,
nto
distribuidores, aseguradoras, transportistas, etc. En esto consiste el crecimie
orientado a las exportaciones.
La situación del país asiático ha experimentado así un cambio radical respec-
to a épocas pasadas, y no se sabe exactamente a dónde conduce, en un mundo
ciertamente inestable. Las “puertas abiertas” son hoy puertas vaivén, como la de
los saloons del Far West americano, que pueden empujarse para entrar y salir de
un lado y del otro. Por ahora China no quiere evadirse del presente en que vive
(aunque su situación política y social está lejos de recoger los frutos de su creci-
miento y es todavía una potencia intermedia), pero tampoco, sin duda, olvidar su
pasado. En cualquier caso, la titánica modernización china ha generado fuertes
polémicas en torno a la naturaleza del régimen que la sustenta (40).

8. La OMC y los desequilibrios del comercio mundial

La Organización Mundial del Comercio (OMC) entró en funciones el 1 de ene-


ro de 1995, luego de cincuenta años de oposición de Estados Unidos a la exis-
tencia de un organismo formal de reglamentación del comercio internacional que
pudiera cuestionar o limitar sus políticas de protección a determinados sectores.
Pero terminada la Guerra Fría las cosas habían cambiado, la supremacía estadou-
nidense era indiscutida, y la OMC funcionaría como una agencia más del gobier-
no global, en tándem con el FMI y el Banco Mundial, donde la potencia del Nor-
te mantiene su mayoría y poder de veto.
Las competencias de esta organización no sólo abarcan el comercio interna-
cional de bienes, sino también el de servicios y el de derechos de propiedad indus-
trial e intelectual, como patentes farmacéuticas, software, innovaciones genéticas
e invenciones. Los productos agropecuarios y los textiles, tradicionalmente mar-
ginados de las negociaciones generales, también fueron incluidos en la OMC.
Las funciones del organismo consisten en proveer un foro para las negocia-
ciones comerciales globales, administrar los acuerdos en la materia y tratar de re-
solver los diferendos entre los países miembros. También supervisa las políticas
nacionales de comercio y brinda asistencia técnica y capacitación a los funcio-
narios de los países en desarrollo, asegurando la homogeneidad conceptual e ide-
ológica en torno a los temas del comercio internacional.
En principio, las metas de la OMC iban mucho más allá de la política comer-
cial, ya que pretendía establecer las reglas del juego no sólo de cuestiones trans-
fronterizas, como los aranceles, sino también internas a los países, como la aper-
tura de nuevas áreas a las inversiones externas, las condiciones para la radicación

132 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


de actividades que pudieran afectar a la salud pública, las normas ambientales,
las políticas educativas, los requisitos para la movilidad de los trabajadores, los
derechos laborales, etc, Pero la creciente conflictividad internacional fue recor-
tando sus alcances.
Por un lado, porque las sucesivas crisis económicas y financieras pusieron
cada vez más al desnudo las dificultades del nuevo orden internacional al que
este organismo respondía. Y, por otro, porque los propios países centrales y sus
empresas transnacionales encontraron que a menudo les resultaba más conve-
niente establecer arreglos entre pocas partes, como los bilaterales o los regiona-
les, en los que podían definir y validar mejor sus intereses y proteger sus merca-
dos, que negociar en un foro global. En éste, además, todos los miembros tienen
el mismo poder de participación (1 país =1 voto), aunque no posean la misma ca-
pacidad para financiar lobby, prensa, oficinas, viajes y equipos técnicos. Hoy
existen unos cuatrocientos acuerdos regionales y bilaterales de comercio, que
crean una compleja red de normas y multiplican los lugares de solución de con-
troversias por afuera de la OMC.
Los países que adhieren a esta organización se comprometen a cumplir sus
principios básicos, como la obligación de negociar, de respetar los acuerdos so-
bre el comercio de bienes y servicios decididos en su seno, garantizar la recipro-
cidad, y mantener un régimen de competencia leal con respecto a los otros paí-
ses miembros. En este sentido, la OMC prohíbe subsidiar las exportaciones en el
sector industrial, aunque no en el agropecuario, y esto es una fuente permanen-
te de conflictos.
Los países industriales del Hemisferio Occidental dominaron el comercio
mundial de la segunda posguerra hasta la década de 1970, con una creciente par-
ticipación de Japón. La situación comenzó a cambiar con la llegada de los “ti-
gres asiáticos” (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán), y desde entonces
el conjunto de los países en desarrollo ha seguido creciendo en importancia, con
China a la cabeza. Ésta fue desde 2007 el segundo mayor exportador de bienes
(8,8% del total mundial), detrás de Alemania (9,5%) y antes que Estados Unidos
(8,4%). Por otra parte, su abultada deuda externa obligaba a los países en desa-
rrollo a conseguir excedentes de divisas a través del comercio, mientras el Con-
senso de Washington argumentaba que las exportaciones traccionan la moderni-
zación y el crecimiento. Todo esto empujó a los Estados periféricos a reclamar
normas más favorables en el comercio internacional, aunque el Norte industria-
lizado se mostró reacio a hacer concesiones.
La primera Conferencia de la OMC celebrada en Seattle en 1999 estuvo mar-
cada en sus negociaciones por un fuerte rechazo del mundo en desarrollo, y fue-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


133
ra de ellas, por manifestaciones en su contra que representaban a un amplio aba-
nico de fuerzas sociales e instituciones, desde la principal organización sindical
estadounidense, la AFL-CIO, hasta campesinos de diversas partes del mundo,
movimientos ecuménicos, la más variada gama de defensores del medio ambien-
te y de los derechos humanos y críticos acérrimos del proceso de globalización
tal como se venía produciendo.
En noviembre de 2001 se lanzó un proceso de nuevas negociaciones —la lla-
mada Ronda Doha-, pero se lograron escasos avances en torno a la cuestión de
la liberalización agrícola y a otros temas. No obstante, en 2003, en la Conferen-
cia de Cancún, un grupo de países integrado por Brasil, Argentina y otras econo-
mías en desarrollo, constituyó un bloque opositor, frente a Estados Unidos y a la
Unión Europea, denominado G-21, y negoció condicionar la reducción de aran-
celes sobre productos industriales a la eliminación de los subsidios a las expor-
taciones agrícolas (éstas tienen por objetivo excluir a los países en desarrollo de
los mercados mundiales más ricos y de las licitaciones de ayuda alimentaria).
También, se logró frenar las exigencias de garantizar la libre competencia en los
mercados internos y el libre acceso de las inversiones extranjeras a todos los sec-
tores de la actividad económica, medidas que hubieran lesionado gravemente las
economías en desarrollo.
Luego del fiasco de Cancún, Pascal Lamy, entonces negociador para la Unión
Europea y más tarde la máxima autoridad de la OMC, propuso otorgar dere-
cho de veto a ciertos países o establecer una votación por mayoría calificada,
con votos proporcionales al peso de la participación en el comercio interna-
cional. Pero eliminar la regla del consenso cuestionaría aun más la legitimidad
del organismo, además de que sería difícil conseguir unanimidad para supri-
mir la necesidad de unanimidad. Si bien los textos de la OMC prevén recurrir
al voto de la mayoría si las conversaciones fracasan, esta posibilidad nunca se
utilizó.
En diciembre de 2005 se realizó una nueva reunión en Hong Kong, también
con resultados muy poco satisfactorios para el mundo menos desarrollado. De-
trás del objetivo declarado de hacer de Doha una “ronda de desarrollo”, cada uno
de los principales países se dedicó a promover sus intereses específicos; Estados
Unidos y la Unión Europea intentaron abrir los mercados de servicios (bancos,
seguros, producción audiovisual) y los nuevos sectores de alto crecimiento, sin
dejar de proteger a sus agricultores; Brasil, India, China y la mayor parte de las
economías emergentes insistían en exportar sus productos y servicios sin abrir
demasiado rápido su economía a la competencia externa. Los estudios disponi-
bles mostraban que el aumento de los ingresos generados por una mayor libera-

134 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


lización del comercio mundial sería escaso teniendo por base las posiciones de
negociación existentes. Si todo el mundo tiene que conceder mucho para ganar
poco, es imposible realmente llegar a un acuerdo (41).
En este sentido, un nuevo estudio del Banco Mundial muestra cómo se com-
primió el cálculo de los beneficios de la liberalización comercial (42). En 2001,
en el lanzamiento de la Ronda de Doha, la agencia predecía que, según el proba-
ble resultado de las negociaciones, la economía mundial se beneficiaría con la
creación de riqueza adicional por 520 mil millones de dólares. Unos años más
tarde, la estimación se revisó a la baja en 96 mil millones de dólares, y actual-
mente los cálculos giran alrededor de un beneficio conjunto de 150 a 200 mil mi-
llones de dólares. El Banco Mundial también señala que en el mejor de los casos,
la liberalización seguirá siendo modesta y que la Ronda de Doha debe concluir
principalmente para enviar una clara señal de rechazo del proteccionismo, que
hoy proviene más bien del Hemisferio Norte, como el compre nacional en Esta-
dos Unidos y las barreras paraarancelarias que se imponen al ingreso de bienes
que puedan competir internamente con sus productores.
El problema es que el régimen de regulación para el que se pensó la OMC
empezó a resquebrajarse justo cuando este organismo abrió sus puertas y apare-
cieron las sucesivas crisis en la periferia (mexicana, brasileña, rusa, del Sudeste
Asiático, etc.). Pero también las crisis en el centro, como la deflación japonesa,
el estallido de las puntocom y los escándalos empresariales. Nadie estaba ansio-
so por hacer concesiones que podrían desviar negocios a otros lugares, mucho
menos si los beneficios eran vidriosos.
Las posiciones de la OMC tradicionalmente pregonan que una mejor regula-
ción del comercio siempre pasa por una mayor liberalización. Sin embargo, di-
cen los expertos —Blinder, Krugman, Rodrik, Samuelson, Stiglitz- la creencia en
las virtudes de la apertura a toda costa ha disminuido mucho en los últimos años.
El desempleo a causa del desplazamiento de la producción nacional por las im-
portaciones, la presión a la baja de los salarios, la desnacionalización de los cen-
tros de decisión de asignación de recursos, el debilitamiento de la capacidad para
orientar el desarrollo productivo, son costos que es necesario considerar frente a
las virtudes teóricas de la liberalización.

9. Las burbujas especulativas y la política de la Reserva Federal

La convalidación por parte del banco central de Estados Unidos de fenómenos


desestabilizantes como las burbujas de las puntocom y de las viviendas y los rel-
terados paquetes de rescate a los bancos se contabilizan entre los factores que lle-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


varon a la gran crisis de 2007-2010. A pesar de su responsabilidad en la vigilan-
cia del sistema financiero, la Reserva Federal no tomó medida alguna para pre-
venir prácticas de préstamos irresponsables ni para desalentar el excesivo apa-
lancamiento. Por el contrario, permanentemente Alan Greenspan, su presidente
entre 1987 y 2006, negó la existencia de burbujas, sosteniendo que es imposible
reconocer si éstas existen o no hasta que estallan, y que cuando ello ocurre, una
inyección de liquidez soluciona el problema y normaliza la situación. Así, por un
lado, su ideología ultraliberal justificaba la pasividad de la Reserva Federal
mientras los bolsillos de los especuladores engordaban, y por el otro, éstos sabí-
an que contaban con su auxilio, en cientos de miles de millones de dólares cada
vez, para rescatarlos.
“Exuberancia irracional” fue la expresión que Alan Greenspan concibió en
“su bañera” (sic), tal como lo relata en sus memorias, y utilizó en un discurso
pronunciado en diciembre de 1996, para aludir a la posible sobrevaloración de
los mercados bursátiles en pleno auge de las puntocom (43). Este émulo de Ar-
químedes cuenta que desconfiaba del boom accionario, pero sospechaba que las
estadísticas oficiales eran incapaces de reflejar los grandes aumentos de produc-
tividad aparejados por las tecnologías informáticas, que podrían justificar “esta
vez” el auge de las Bolsas de Valores. Como no aparecían presiones inflaciona-
rias, y tampoco es materia de la Reserva Federal controlar esos mercados, este
organismo subió apenas 0,25 puntos porcentuales la tasa de interés a corto pla-
zO por única vez en marzo de 1997, y no volvió a tocarla por tres años, a pesar
de que la “euforia irracional” se aceleró.
Luego del estallido de la crisis de las puntocom, el entonces jefe de la Fed
explicaba el 30 de agosto de 2002 en un discurso, que ese organismo carecía de
experiencia para enfrentar una burbuja de tal magnitud, sin precedentes en Esta-
dos Unidos en las últimas décadas. “No hay datos —decía—, no hay un análisis
preciso que muestre que el mercado ha entrado en una burbuja. Por último, aun
cuando una burbuja pudiera reconocerse, lo único que la política monetaria se-
ría capaz de hacer consistiría en aumentar extremadamente las tasas, lo que cau-
saría una recesión, pero eso es precisamente lo que se trata de evitar cuando in-
terviene el banco central” (44). No hay política monetaria que limite el tamaño de
una burbuja, subrayaba Greenspan. Cabe reflexionar que justamente por esta ra-
zón deben existir normas regulatorias sobre el sector financiero que desincenti-
ven y sancionen con fuerza los comportamientos irresponsables. Pero en ese mo-
mento el economista neoyorquino estaba lejos de admitir que la desregulación de
los bancos, de la cual fue uno de sus principales propulsores, alimentaba las bur-
bujas y la inestabilidad. Sólo ante la evidencia del desastre, y muy a regañadien-

136 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


tes, en octubre de 2008 reconoció que su “ideología de autorregulación de los
mercados” había fracasado (45).
Como ya dijimos, antes del 11-S del 2001 los motores del crecimiento de la
economía norteamericana funcionaban a media marcha. La Reserva Federal trató
de reactivarla bajando las tasas de interés, pero el sector productivo no reaccionó,
sino que nació una nueva burbuja, esta vez en el ámbito inmobiliario. Greenspan
decía en abril de 2004 que “a pesar de que la demanda de préstamos para las em-
presas y para la suscripción de capital accionario fue débil en los últimos años, los
bancos continuaron beneficiándose de la fuerte demanda de créditos destinados al
consumo y a la vivienda, mientras las tasas de interés declinaban sustancialmen-
te” (46). En la misma alocución, el economista señalaba que las ganancias de los
bancos se originaban más bien en incrementos del valor de sus inversiones que en
la intermediación entre ahorristas e inversores. Pero tampoco hizo nada para cam-
biar esta situación (47). Mientras los bancos ganaran, todo estaba bien.
Pero la imposibilidad de reconocer y pinchar las burbujas a tiempo era sólo
una excusa para hacer la vista gorda mientras el sector de las finanzas crecía muy
por encima de la economía real, señal infalible de próximas crisis. En el Gráfi-
co 3 puede verse el tamaño de las dos burbujas de la era Greenspan y cuándo
ocurrieron. Una línea mide el precio promedio de las acciones de las 500 empre-

Gráfico 3
Burbujas especulativas en Estados Unidos (1985-2009)

45 Precio de las acciones con


relación a las ganancias
| de las empresas

Y
pel
[a]
E
G=
he
[h)
nos

2
al Índice de precio
2 de viviendas

(Case-Shiller) Viviendas
7Precio
Índice

Fuente: Elaborado en base a datos de Robert Shiller, de la Universidad de Yale.

137
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
sas líderes norteamericanas (índice Standard $ Poors) con relación a sus ganan-
cias promedio, un indicador usual del mercado bursátil. Por ejemplo, si el precio
de una acción de una empresa es un peso, y ésta tiene un peso de ganancia, este
ratio será 1; pero si las acciones suben a dos pesos, y la empresa sigue teniendo
un peso de ganancia, el ratio precio sobre ganancia tendrá un valor de 2; y si el
precio sigue subiendo más que las ganancias, esto sugiere una anomalía que tar-
de o temprano deberá corregirse a la baja. La otra línea del gráfico es el índice
que los economistas Case-Shiller diseñaron para medir las fluctuaciones del pre-
cio de una vivienda comparable en Estados Unidos. La figura muestra cómo una
burbuja sucedió a la otra. Si tomáramos estos mismos indicadores para todo el
siglo XX se registraría un alza similar de la Bolsa, aunque de menor cuantía, sólo
en la década de 1920, y nunca en los precios de las viviendas, excepto en ciertas
zonas como Florida y California.
En 2005 ya Krugman y el Banco de Pagos Internacionales (BPI) advertían
de la existencia de la burbuja inmobiliaria y de la necesidad de contrarrestarla.
También Malcolm D. Knight, ex director del BPI, afirmó que en el caso de las
hipotecas “los signos de una subestimación del riesgo no eran difíciles de detec-
tar”, en un artículo donde presenta los aspectos previsibles e imprevistos del co-
lapso (48). Las publicaciones del BPI desde 2005 alertaron sobre los excesos de
liquidez que ponían en peligro el sistema. Si los riesgos eran tan claros, ¿cómo
es que la Reserva Federal no hizo nada?
El economista británico Willem H. Buiter ensaya una explicación en la que
critica explícitamente a la Reserva Federal por estar bajo la influencia de los
grandes banqueros privados, no necesariamente porque las autoridades financie-
ras y monetarias fueran corruptas. Pero los banqueros centrales y los bancos man-
tienen relaciones demasiado estrechas, y los primeros interiorizan, como por ós-
mosis, los objetivos, los intereses especiales y la percepción de la realidad de las
entidades a las que se supone tienen que supervisar y regular. Las autoridades
monetarias refuerzan la idea de los bancos privados de que ellos pueden asumir
todo el riesgo posible, en la seguridad de que serán socorridos por el Estado (49).
La ausencia de intervención del banco central de EE.UU. es claramente una
falla de regulación. Un regulador independiente de esos intereses, tanto en éste
como en cualquier país, es esencial para prevenir crisis futuras.

10. El capitalismo accionarial

El financiamiento directo de las empresas, a través de la venta de participacio-


nes en su capital accionario, sustituyó en buena medida al crédito bancario, con

138 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


mayor intensidad en las plazas más desarrolladas. Por un lado, el riesgo se tras-
ladó desde el banco hacia los “accionistas”, que pueden ver reducido su capital
en caso de pérdida de valor de las empresas. Pero los ahorristas no participan di-
rectamente de las decisiones de asignación del capital, sino que los fondos de in-
versión, en sus varias modalidades, lo hacen por él, lógicamente, a cambio de
una comisión.
Las empresas, que compiten por el volátil capital de cualquier lugar del mun-
do, se ven así obligadas a generar constantemente rendimientos para el accionis-
ta, so pena de que el capital migre a otras firmas que le paguen más. Esta presión
desplaza, dentro de la empresa y del sistema económico, la lógica del beneficio
empresario por la lógica de la especulación, que tiene motivaciones y tiempos
completamente distintos, y lleva a decisiones que terminan enflaqueciendo a la
gallina de los huevos de oro, cuando las ganancias de un trimestre se obtienen a
costa de comprometer el crecimiento futuro y hasta la propia supervivencia de la
firma.
De esta manera, el objetivo principal de la empresa pasó a ser la creación de
valor para el accionista; es decir, el precio de mercado cada vez mayor de la em-
presa, y no el crecimiento de los negocios y del empleo. Los administradores de-
ben satisfacer los intereses de esos accionistas, incluso si éstos constituyen una mi-
noría, como es el caso de los inversores institucionales. Los principios que guían
la conducta empresaria pasaron a girar en torno a tres conceptos fundamentales.
El primero, reforzar los poderes de auditoría y de información para los accio-
nistas, incluyendo el requisito de publicar resultados trimestrales y anticipación
de las ganancias que acentúan el enfoque a corto plazo de la gestión de las em-
presas. En segundo término, la ausencia de medidas contra la OPA (oferta públi-
ca de compra) para mantener la amenaza de un cambio de dirección si la empre-
sa no se maneja de acuerdo a los intereses de los accionistas. Y, finalmente, el
ajuste de las remuneraciones de los ejecutivos en relación al valor de mercado de
la empresa (stock-options), a fin de incentivar la maximización del valor para el
accionista.
Los escándalos de la Bolsa de la década de 2000 muestran los límites de este
enfoque. Además de las quiebras de numerosas empresas, avanzaron otras for-
mas de fraude, tales como el uso de información privilegiada para sacar ventaja
en operaciones millonarias. Todos estos ejemplos ilustran la incapacidad de los
mercados de generar estabilidad económica, previniendo las alzas y bajas pro-
nunciadas, características del funcionamiento macroeconómico previo a la Se-
gunda Guerra Mundial.
Finalmente, el régimen remuneratorio destinado a estimular a los adminis-

139
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
tradores a favor de los intereses de los accionistas, ha llevado a aquéllos a asu-
mir riesgos mayores para inflar los precios de las acciones de su compañía. Por
otro lado, los supuestamente encargados de vigilar a las sociedades comerciales,
no desempeñan en realidad su papel de contra-poder sino que se vuelven cóm-
plices de los administradores, activa o pasivamente. Como el caso de las agen-
cias de calificación, que son pagadas por las mismas empresas a las que tienen
que evaluar. Esto genera fuertes conflictos de intereses y explica por qué las cali-
ficadoras usualmente no son capaces de anticipar los escándalos o las crisis finan-
cieras. Lo mismo cabe a las firmas de auditoría, como Arthur Andersen, que ase-
soró a Enron en sus operaciones fraudulentas, lo que provocó su quiebra, como se
relató páginas atrás.
El capitalismo financiero puede ser descrito como hipercapitalismo porque
brinda un poder desproporcionado a los propietarios del capital. Asimismo, agu-
diza el punto más alto de los dos males tradicionales del capitalismo: la inesta-
bilidad y la desigualdad. La inestabilidad tanto en los negocios como a nivel ma-
cro, se ilustra por la aceleración de las crisis financieras internacionales desde la
década de 1990, cuyo último episodio hasta ahora es la crisis iniciada en 2007,
aún en curso.
En cuanto a la distribución de la riqueza y de los ingresos padece una cre-
ciente desigualdad, siendo una de sus principales fuentes la movilidad interna-
cional del capital vinculada a las políticas de liberalización financiera. Gracias a
su capacidad de desplazamiento, el capital financiero somete a la competencia a
escala mundial, no sólo a las empresas sino también a los países (y sus sistemas
fiscales y sociales), y a los trabajadores, aunque la movilidad de este último fac-
tor de producción es muy baja, a diferencia de la del capital. Se genera así una
redistribución cada vez más regresiva de las rentas del capital y el trabajo en fa-
vor del primero, que debilita a los mercados de consumo y es fuente de conflic-
tos sociales y laborales.

11. Un modelo de desigualdades: de la “gran compresión” a la “gran


divergencia” en Estados Unidos

Si la producción de bienes y servicios —incluyendo los financieros- aumenta


diez veces y el consumo sólo dos, necesariamente se produce un atascamiento.
En el origen del mismo está la cuestión de las desigualdades, que nunca fueron
tan profundas en Estados Unidos como en la actualidad. Según Paul Krugman,
las diferentes formas de desigualdad y distribución de las riquezas constituyen el
principal problema de la sociedad norteamericana, ya que carcomen sus propios

140 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


fundamentos (50). Por ejemplo, recién a fines de 2009 se pudo plasmar, con mu-
chas limitaciones, un seguro de salud obligatorio. Una iniciativa que el presi-
dente Obama ganó a medias y a la que se oponían numerosos sectores, tanto
públicos como privados: desde políticos republicanos y demócratas hasta asocia-
ciones médicas, la industria farmacéutica y la Secta Moon, entre otros. La fa-
mosa “opción pública”, un sistema de seguro de salud administrado por el
Estado, fue la gran derrotada en este proceso. Al menos entre treinta y cuarenta
millones de ciudadanos no se beneficiaban de ningún seguro de salud en EE.UU.
y otros 25 millones tenían una cobertura inadecuada. En cambio, se estima en 58
millones de afortunados los que gozan de una carísima protección privada, aun-
que las primas son pagadas, en una gran proporción, por los empleadores, cir-
cunstancia que con la crisis fue disminuyendo. Y muchas veces, como se ha
denunciado ante la justicia, esos seguros privados no cumplen con sus obligacio-
nes o cubren parcialmente las prestaciones. No por casualidad, según la Organi-
zación Mundial de la Salud, Estados Unidos ocupa el 24” lugar en expectativas
de vida saludables. Existen allí los medios, los conocimientos y los recursos tec-
nológicos, pero para una parte minoritaria de la población.
Krugman trata de analizar el presente de su país en esta cuestión a partir del
examen de casi ciento cincuenta años de desarrollo del capitalismo norteameri-
cano, centrado en el tema de las desigualdades. Divide ese desarrollo en etapas
netamente definidas: la larga “edad de oro”, entre 1870 y 1932; la “gran com-
presión” (1933-1947); el boom de la posguerra (1947-1973); el tiempo de los
problemas (1973-1980), y una era de menor crecimiento y acentuación de las de-
sigualdades sociales (de 1980 a la actualidad). El principal cambio, obligado por
la Depresión de los años 30, fue el New Deal, que inicia lo que Krugman deno-
mina el período de la “gran compresión”, caracterizado por la reducción de las
desigualdades entre los más ricos y las clases trabajadoras, y entre las diferentes
clases de salarios. Con él se impusieron por primera vez de una manera amplia
políticas sociales, que se mantuvieron desde la posguerra hasta principios de la
década de 1980 debido a la acción de sucesivas administraciones, tanto demó-
cratas como republicanas. La tasa superior de impuesto a las ganancias sobre los
más ricos oscilaba en ese período entre el 80% y el 90% (51). Pero esto se termi-
nó con la administración Reagan, dando lugar a otra larga era caracterizada por
lo que Krugman denomina, a su vez, la “gran divergencia” (52).
Durante las presidencias de George Bush (h), en particular, se impulsaron po-
líticas tributarias y de ingresos en favor de determinados sectores minoritarios de
la sociedad, a través de sucesivas desgravaciones de impuestos (que sumadas a
otras anteriores hicieron descender fuertemente los tributos sobre las ganancias

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 141


de empresas y corporaciones con respecto a la era Roosevelt), y se suprimieron
leyes sociales de protección y equidad remanentes de otras épocas. Esto, junto a
la escalada bélica, generó gigantescos déficits fiscales, escándalos financieros y
casos de corrupción. También se aplicaron medidas migratorias restrictivas, trans-
grediendo principios mismos de la Constitución estadounidense.
Los indicadores de distribución de ingresos son concluyentes. El Coeficien-
te de Gini es el indicador más utilizado para medir la distribución personal del
ingreso según percentiles (o porcentajes de los miembros de un grupo de pobla-
ción determinado). El resultado es un número entre 0 y 1, que indica una peor
distribución cuanto más alto es el valor en cuestión. Como se muestra en el Grá-
fico 4, desde la década de 1970 este coeficiente creció en forma sostenida en Es-
tados Unidos, revelando un notable aumento de la desigualdad en la percepción
de ingresos.
Otros indicadores son también elocuentes. El 1% de la población, la más adi-
nerada, recibía en 1928 el 19% de los ingresos, tasa que en 1969 cayó al 7% y
remontó en 2004 al 17%. De modo que EE.UU. volvió a la “edad de oro” de las
desigualdades: la participación del 10% de más altos ingresos en la década de
1920 era casi igual que en la actualidad para el mismo segmento de la población.
Visto de otra manera, mientras que en la época de la “gran compresión” (de 1933

Gráfico 4
Evolución del Coeficiente de Gini en Estados Unidos (1968-2008)

Fuente: Elaboración propia en base a US Census Bureau.

4 oy :
142 Ediciones Le Monde diplomati que «el Dipló» / Capital Intelectual
a 1947) el ingreso medio de las familias aumentaba un 116% para el 20% de los
menos ricos, y un 84% para igual fracción de los de mayor fortuna, entre 1974 y
2004, la proporción se invertía: los primeros progresaron un 2,8% mientras los
segundos un 64% (53).
Todo esto tiene poco que ver, a su vez, con los postulados teóricos de la doc-
trina neoclásica, porque la productividad del trabajo y el salario horario de 1930
a 1980 se incrementaron al mismo ritmo, mientras que entre 1980 y 2008 la pro-
ductividad superó netamente al salario. Por otro lado, la distribución funcional
de los ingresos que mide la participación de los sueldos y salarios en el PIB
(como contrapartida a la de los beneficios, rentas e intereses) cayó bruscamente
desde 1970, salvo un breve período, y también es reveladora de este proceso. Del
66% en 1960 pasó a menos del 54% en 2008 (Gráfico 5).
La polarización en el reparto de la riqueza se convirtió así, por distintas vías,
en uno de los mayores contribuyentes a la liquidez de los mercados financie-
ros (54).
La gran paradoja fue que, en los últimos tiempos, la creciente desigualdad
de ingresos, con caída en la participación de los asalariados en el ingreso total y
una disminución de los salarios reales, estuvo acompañada por el crecimiento del
consumo de esos mismos sectores (55).

Gráfico 5
Estados Unidos. Participación de sueldos y salarios en el PIB
(1960-2008, en %)

0.70
0.68
0.66 A
0.64 pS =

AN
A NAS
A ERA > A ae
0.54 =

0.52
0.50
EE TR A 0 LN MA e LA ey (150 009

8388283888%S8
-
323232328
3
Ss8¿38

Fuente: Elaborado con datos de NBER.

7 14
Sas o 3
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
Pero si los individuos con mayor propensión a consumir recibieron cada vez
menos ingresos... ¿cómo se explica el aumento de su consumo? La respuesta
está, como ya lo señalamos, en el creciente endeudamiento de los hogares, que
alimentó los mercados financieros y las inversiones especulativas. O como afir-
man irónicamente Riccardo Bellofiori y Joseph Halevi, se creó una suerte de
“paradojal keynesianismo financiero”, en el que la demanda resulta estimulada
primariamente por los activos de una burbuja especulativa (56).
Krugman propone, para volver a condiciones más igualitarias, la actualiza-
ción de los postulados del New Deal. Más intervención del Estado a fin de ga-
rantizar un salario mínimo para todos financiado por un aumento de los impues-
tos sobre los altos ingresos.

12. Los paraísos fiscales

El problema de los paraísos fiscales, utilizados para eludir impuestos y para res-
guardar operaciones turbias, apareció como tal junto con la necesidad de regular
los movimientos internacionales de capitales.
Ya en 2007, en los albores de la crisis, tres senadores demócratas —entre ellos
el futuro presidente Barak Obama-— presentaron en el Congreso estadounidense
un proyecto de ley para controlar los comportamientos fiscales dudosos, inclui-
dos los off shore. En marzo de 2009, otra presentación parlamentaria en ambos
recintos legislativos propuso sancionar a los contribuyentes vinculados con esa
clase de “paraísos”, y a los intermediarios privados, en especial a banqueros y
estudios contables y jurídicos asesores y partícipes de esas maniobras. Además
del tema de la evasión, la norma apuntaba contra las prácticas fraudulentas de
precios de transferencia de las empresas multinacionales para operaciones intra-
firma; y estableció una lista negra de 34 países que, a juicio de los legisladores,
promovían la evasión y el fraude fiscal. En este sentido, existe un consenso en
Washington entre el Congreso y el Poder Ejecutivo para punir o al menos limi-
tar estas fuentes de ilícitos financieros —incluso de redes criminales organizadas—
basados en la droga, el contrabando, el tráfico de armas o personas, etc., cuya
importancia en términos económicos se puede apreciar en el Cuadro 14.
Por su parte, en Europa, sobre todo en Francia y en Alemania, también se im-
pulsaron normas contra los bancos que funcionan en combinación con paraísos
fiscales, imponiendo requerimientos de capital más elevados para enfrentar la
inestabilidad financiera generada por esa clase de vínculos. En ocasión de un
viaje a Estados Unidos, el primer ministro británico Gordon Brown señalaba que
si bien ambos países se hallaban involucrados en la reestructuración de los ban-

144 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 14
Flujo internacional de “dinero sucio” (en miles de millones de dólares)

1. Corrupción
2. Crímenes
* drogas
* contrabando
e tráfico de personas
* venta ¡legal de armas
* tráfico ¡legal
3. Comercial
* subfacturación
* precios de transferencia abusivos
* transacciones falsas

Fuente: Raymond Baker, Capitalism's Achiller Heel, 2005, p. 72.

cos, el ahorro de todos estaría mucho más seguro si el mundo entero acordara
prohibir los sistemas bancarios paralelos y los paraísos fiscales.
En la reunión del G-20, de abril de 2009, se discutió la confección de esa lis-
ta negra de paraísos y el establecimiento de mecanismos de control sobre ellos,
aunque la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)
que reúne a las principales potencias económicas del mundo no se animaba al
tratamiento de este tipo de cuestiones por la presión de algunos de sus miembros
directamente involucrados. De todos modos, la problemática resurgió y por eso
es útil dar ejemplos de la operatoria de esos lugares, de su vinculación con la cri-
sis actual y de algunos escándalos que han provocado.
Los paraísos fiscales brindan a sus clientes un inviolable secreto comercial
y bancario, un régimen impositivo anormalmente bajo respecto al promedio de
otros países, impunidad judicial por la vía de legislaciones protectoras que per-
miten escapar a las del país de origen de los fondos, y acepta la presencia de
cualquier tipo de capitales, no siempre lícitos.
Pero ¿cómo surgieron y cuál fue su importancia en el desarrollo del capita-
lismo moderno? Nacidos primitivamente como puertos de recepción de barcos

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 145


de los grandes imperios coloniales, sobre todo en las islas del Caribe, se expan-
dieron en las décadas de 1920 y 1930 a minúsculos territorios europeos gracias
a lo cual pudieron mantener su independencia política y obtener cuantiosos re-
cursos. La aparición de los mercados de eurodólares y petrodólares, en las déca-
das de 1960 y 1970, triplicó su número y el monto de sus operaciones.
Existen tres hipótesis diferentes en cuanto a su origen moderno: una conside-
ra que en su nacimiento y expansión puede verificarse la estrategia racional de
bancos, empresas multinacionales o grandes fortunas que buscan disminuir sus
costos creando filiales en esos paraísos (es el caso de la mayor parte de los gran-
des bancos internacionales). Otra plantea que muchos de ellos surgieron en for-
ma aleatoria en función de las necesidades de ciertas naciones, Estados o territo-
rios a fin de obtener determinadas ventajas, económicas o políticas, aprovechadas
por intereses o corporaciones externas. Una tercera hipótesis pone el énfasis en
sus vínculos con un “capitalismo criminal”. Todos estos razonamientos tienen
algo de verdad aunque históricamente los casos son muy distintos.
El desarrollo de estos enclaves se vio favorecido en el último tercio del siglo
XX por los paradigmas predominantes en el mundo capitalista. Entre ellos pue-
den mencionarse la libre circulación de capitales, la invención y operatoria de
nuevos productos financieros sin ningún tipo de regulación, la actividad de mul-
tinacionales y bancos a fin de facilitar las operaciones entre filiales y la evasión
fiscal, la fuga de capitales de naciones en crisis y también una criminalidad in-
ternacional basada en tráficos ilegales de todo tipo y en prácticas ilícitas. Por su-
puesto, la cuestión fiscal y el lavado de dinero fueron siempre dos de sus princi-
pales razones de ser (57).
Uno de los más conocidos “paraísos” es Mónaco, donde los ingresos del ca-
sino y del turismo permitieron establecer un bajo nivel de impuestos a sus resi-
dentes. Otro ejemplo lo constituyen pequeños estados dentro de la gran potencia
del Norte, como New Jersey, Rhode Island o Delaware, que liberalizaron el ac-
cionar de aquellas sociedades radicadas legalmente bajo su protección. Lo mismo
sucedió en colonias lejanas, cuyas metrópolis encontraron una forma ventajosa
de aprovecharlas, como las islas Caimán o Bermudas. Con formas y propósitos
distintos, entre las décadas de 1960 y 1970 centros off shore fueron diseminán-
dose por el mundo.
Sin embargo, el punto de inflexión en el desarrollo de estos paraísos se pro-
dujo por el establecimiento del secreto bancario en Suiza a partir de la década de
1920. Con la crisis de 1929, las autoridades suizas buscaron adoptar principios
más estrictos en el sistema bancario para evitar las quiebras que estaban ocu-
rriendo en ese momento en Austria y Alemania. La presión de los banqueros, que

146 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


jugaron también con la atracción de capitales en fuga de los países vecinos, lo-
gró en cambio el dictado, en 1934, de una ley federal de bancos que ampliaba la
protección oficial del secreto bancario al derecho penal. La divulgación de la
identidad de un cliente se transformaba así en delito y el mismo principio se apli-
caba a los residentes extranjeros. A partir de ese momento, Suiza constituyó un
ejemplo para otros lugares, dedicados a captar depósitos y corrientes de capita-
les que buscaban escapar al control fiscal en sus propios países, incluyendo ma-
fias o redes criminales. Uno de los flujos iniciales fue durante la década de 1930;
y en la Segunda Guerra Mundial la vinculación con capitales nazis y el oculta-
miento del “oro nazi”, producto de la apropiación de bienes judíos y del saqueo
de los países invadidos y ocupados por la Alemania hitleriana (58).
El efecto más evidente de tal estrategia fue el de convertir estos sitios en
“ficciones”: domicilios jurídicos (pero no de hecho) de sociedades o individuos
que no cambian verdaderamente de residencia y ni siquiera depositan allí real-
mente su dinero. Todo esto generó problemas de distinto tipo en el derecho in-
ternacional, pero el principal conflicto se manifestó entre la soberanía absoluta
y el principio de fiscalidad: por un lado, dada la dificultad para identificar la re-
sidencia real de empresas o bancos y, por otro, debido al debilitamiento de las
soberanías de los Estados. Una cuestión clave es que se reconoce la división ju-
rídica del sujeto fiscal mientras que el sujeto real permanece intacto. Fueron los
Estados nacionales los que se adaptaron a la mundialización financiera facilitan-
do la existencia de los paraísos fiscales.
Otro caso ejemplar en Europa es el de Liechtenstein, pequeño principado de
160 km2, rodeado de Suiza y Austria y con uno de los mayores PIB per capita
del mundo. Allí el secreto bancario y el más absoluto anonimato en los negocios
es aún más fiable que en Suiza. El principado ofrece en especial una gran diver-
sidad de regímenes jurídicos a las sociedades que establecen su sede en él, aun-
que no ejerzan ninguna actividad económica o comercial. Existen de ese modo
fundaciones, bancos, sociedades financieras, compañías de seguros e incluso en-
tidades con un estatuto especial que les da una suerte de personería moral. Sus
fundadores designan para dirigirla a uno o varios administradores y a un conse-
jo directivo que comparte el poder de decisión. Pero sus nombres quedan en la
sombra, no son conocidos públicamente: es la perfecta sociedad legal de testafe-
rros. Para completar el negocio las sociedades no tienen la obligación de publi-
car sus cuentas ni de tener una asamblea anual. Eso explica que existan cerca de
80 mil sociedades holding con sede nominal en el principado. Muchas más que
sus 35 mil habitantes —en un tercio extranjeros—, que pudieron asistir en la últi-
ma década al estallido de dos grandes escándalos.

147
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
En febrero de 2000, los ministros de Finanzas europeos decidieron, a pedido
de Alemania, dar un mandato a la Comisión Europea para que investigue en
Liechtenstein el blanqueo de capitales y la evasión fiscal. En el mismo mes un
informe de los servicios de inteligencia alemanes, dado a publicidad, denun-
ciaba la colusión entre carteles de la droga y abogados y gerentes de sociedades
locales en el lavado de dinero. En cuanto a la evasión fiscal, por esa época se
descubrían también fondos ilegales de un partido político alemán. En 2008, un
escándalo mayor iba a estallar involucrando al banco LGT, propiedad de la fa-
milia principesca, y a más de mil ricos ciudadanos alemanes —entre ellos miem-
bros destacados del empresariado alemán y personalidades políticas, artísticas y
deportivas— sospechosos de haber disimulado al fisco cerca de 4 mil millones
de euros.
Vinculado a la crisis de las subprime, en el 2007 la primera banca que cayó
por la crisis, la británica Northern Rock, que había especulado con el endeuda-
miento a corto plazo, tenía la masa de su financiamiento disimulada en su filial
Granite, situada en la isla de Jersey, un paraíso fiscal, y registrada como socie-
dad filantrópica. A su vez, la primera banca de inversión estadounidense en de-
saparecer, Bear Stearns, cayó por los riesgos tomados por fondos especulativos
invertidos en parte en Irlanda y en parte en las Islas Caimanes. Este último pa-
raíso fiscal jugó asimismo un rol importante en la crisis porque, según la GAO
(Oficina General de Cuentas) de Estados Unidos, una gran parte del sistema ban-
cario en las sombras de ese país (los SIV), estaba ligada a las Caimanes.
Al igual que los agujeros negros en el espacio, los paraísos fiscales sólo sir-
ven para ocultar y succionar riquezas legales o ilegales, ayudando a la creación
de turbulencias financieras incontrolables. Son lugares donde no se controla
nada en momentos en que el control de los capitales y productos financieros se
torna fundamental para salir de la crisis.
El presidente Barack Obama reconoce que las leyes de su país están llenas
de escapatorias que permiten a un pequeño número de individuos y empresas
abusar de la utilización de los paraísos fiscales para no pagar ningún impuesto,
y ha comenzado a tomar medidas más drásticas.
Este tipo de piratería financiera está basada en la pseudo soberanía de algunos
minúsculos o ignotos países, o en los privilegios autonómicos de Estados o terri-
torios dentro de otros. En ambos casos son simples oficinas legales para facilitar
la operatoria de los centros financieros internacionales. En su conjunto, a princi-
pios del nuevo siglo disponían de cerca de la mitad del stock mundial de dinero y
del 20% de los fondos externos de los bancos, mientras que un tercio de la rique-
za de los individuos más pudientes del mundo se movía en cuentas off shore.

148 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


La razón del éxito de estos “paraísos” es la existencia de una armadura legal
que asegura el anonimato de las firmas o de los individuos, poniéndolos a cu-
bierto de sus propias legislaciones nacionales y facilitando así la evasión fiscal
y el blanqueo de dinero. El principal activo de esos lugares, dice irónicamente
The Economist, es el derecho de dictar la ley.

NOTAS DEL CAPÍTULO 2

1. Guillermo Ortiz, “México, más allá de la crisis de la deuda: hacia el crecimien-


to sostenible con estabilidad de precios”, en BID, Lecciones de la estabilización eco-
nómica y sus consecuencias, Washington, 1992.
2. Idem, p. 340.
3. En diciembre de 1993 un 70% de la deuda estaba colocada en Cetes y un 6%
en Tesobonos, mientras que en diciembre de 1994 los Tesobonos representaban el
87% y los Cetes un 10%.
4. Joseph Stiglitz, El malestar en la globalización, Taurus, Buenos Aires, 2002,
POS
5. Idem, pp. 145-146.
6. Cf. Ángel Vilariño Sanz, Turbulencias financieras y riesgos de mercado, Pren-
tice-Hall, Madrid, 2000.
7. Ver Mario Rapoport, “El Plan de Convertibilidad y la economía argentina
(1991-1999)”, en Economia e Sociedade, Revista do Instituto de Economía da Uni-
camp, Campinas, N* 15, febrero de 2001, pp. 15-47.
8. Mario Damill, “El balance de pagos y la deuda externa pública bajo la conver-
tibilidad”, en el Boletín Informativo Techint, N* 303, 2000.
9. Cf. Jorge Schvarzer y Hernán Finkelstein, “Bonos cuasi monedas y política
económica”, Notas de Coyuntura N? 9, CESPA, enero de 2003.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 149


10. Para un panorama más completo de la crisis, que abarca su desarrollo paso a
paso y sus aspectos políticos y sociales ver Mario Rapoport, Historia económica, po-
lítica y social de la Argentina, 1850-2003, Emecé, Buenos Aires, 2008, cap. 9.
11. Enrique Palazuelos Manso y María Jesús Vara Miranda “La economía rusa
después de la crisis financiera de 1998”, en el Boletín económico ICE, Información
Comercial Española N* 2740, Madrid, septiembre de 2002.
12. A. Greenspan (2008), p. 133.
13. Bob Woodward, Greenspan, Península, Barcelona, 2001, p. 89.
14. Idem, p. 88.
15. Cf. Ignacio Ramonet, La catástrofe perfecta. Crisis del siglo y refundación
del porvenir, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009, p. 57.
16. Cf. Edward M. Miller y M. Imtiaz Mazumder, “The Internet Bubble Upda-
tes”, en The Journal of Social, Political, and Economic Studies, Volume: 26, Issue:
4, 2001, p. 683.
17. Joseph Stiglitz, Los felices '90. La semilla de la destrucción, Taurus, Buenos
Aires, 2003, p. 289.
18. I. Ramonet (2009), pp. 63-64.
19. Huffschmid, Joerg, Politische Oekonomie der Finanzmaerkte, VSA, Hambur-
go, 2002, p. 129.
20. Mark Lander, “Adiós a la siesta de los europeos: se extiende la jornada labo-
ral”, The New York Times, 8/7/04.
21. “Nubarrones sobre Wolfsburgo: Volkswagen extraña los viejos tiempos...”,
Deutsche Welle, 9/3/04.
22. Datos de la oficina de estadísticas Eurostat, Argenpress, 3/8/04.
23. Le Courrier International, 30/7/04.
24. “Toma fuerza ola de paros en Alemania”, Deutsche Welle, 29/1/04.
25. En Internet: www.mlpd.de
26. James M. Boughton, Silent Revolution. The International Monetary Fund
1979-1989, EMI, 2001, p. 35.
27. Noemí Brenta, “Las propuestas de dolarización en América Latina: rol del
FMI, EE.UU. y los think tanks en los años “90”, Ciclos en la economía, la política y
la sociedad, N* 27, 2002, pp. 17-48.
28. Dolarizados oficialmente: Marshall Islands, Micronesia, Palau, Panamá, Ti-
mor Oriental, Turks y Caicos Islands, y British Virgin Islands, Ecuador y El Salvador;
la moneda de San Marino y Ciudad del Vaticano era la lira italiana; y la de Mónaco,
el franco francés, antes de la creación del euro.
29. Cf. J. Stiglitz (2002). Ver también Robert Gilpin, Global Political Economy,
Princeton University Press, 2001, caps. 9 y 10.
30. J. Stiglitz (2002), p. 77.
31. Mario Rapoport, “Los rebeldes de la globalización”, Clarín, Buenos Aires,
23 de abril de 2000.

150 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


32. Cf. Noemí Brenta, Argentina Atrapada. Historia de las relaciones con el FMI
1956-2006, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2008, pp. 559-561.
33. Paul Bairoch, Mythes y paradoxes de l'histoire économique, La Découverte,
París, 1995, p. 148.
34. Mingi Li, The Rise of China and the Demise of the Capitalism, World Eco-
nomy Monthly Review Press, 2009.
35. Mario Rapoport, “China, Corea, Argentina: el jardín de los senderos que se
bifurcan”, Revista Lezama, enero-febrero de 2005, Año IL, N? 10, pp. 4-7.
36. Cf. A. Greenspan (2008).
37. David Rockefeller, Mémoires, Editions de Fallois, París, 2003, pp. 302-303.
38. Cf. Eduardo D. Oviedo, China en expansión, EDUUC, Córdoba, 2005.
39. Cf. Mingi Li (2009).
40. Para Giovanni Arrighi, las nociones de capitalismo y socialismo, tal como las
conocemos, no alcanzan a explicar la naturaleza de ese régimen. Ver su libro 4dam
Smith in Beijing, Verso, Nueva York, 2007, p. 24. Para otros autores, como Maurice
Meisner, La China de Mao y después, Comunicarte, Córdoba, 2007, las reformas ha-
brían transformado a China no en una democracia socialista sino en una autocracia
capitalista.
41. M. Rapoport y R. Presser, “Hong Kong, no demos mucho a cambio de poco”,
en Clarín, Buenos Aires, 14-12-05, donde se hace un análisis sintético de la proble-
mática de las diferentes negociaciones en la OMC hasta ese momento.
42. Bernard Hoekman y otros, Conclude Doha. It Matters!, Banco Mundial, Po-
licy Research Working Paper 5135, noviembre de 2009, pp. 13 y 14.
43. Discurso ante el Instituto Estadounidense de la Empresa, el 5 de diciembre de
1996, como relata en A. Greenspan (2008), p. 199.
44. Discurso de Alan Greenspan en un simposio del Banco de la Reserva Fede-
ral de Kansas, 30 de agosto de 2002. En www.federalreserve.gov/boarddocs/spee-
ches/2002/20020830/default.htm
45. Audiencia del 23 de octubre de 2008, en la Cámara de Representantes del
Congreso estadounidense. y
46. Exposición de Alan Greenspan ante el Comité de Bancos, Vivienda y Urba-
nismo, Senado de Estados Unidos, 20 de abril de 2004.
47. Krugman (2009), p. 148.
48. Now you See it, now you Don't; the Nature of Risk and the Current Financial
Turmoil, BPI, 26 de febrero de 2008.
49. “Central Banks and Financial Crises”, www.kansascityfed.org/publicat/sym-
pos/2008/Buiter.09.06.08.pdf
50. Cf. P. Krugman (2007), pp. 7-12.
51. Sin embargo, aunque se produjo una mayor igualdad para los sectores medios
blancos las minorías seguían discriminadas, sobre todo los negros.

151
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
52. Idem, pp. 38-39. El término la “gran compresión” es tomado por Krugman de
los historiadores económicos Claudia Goldin y Robert Margo. La “gran divergencia”
constituye la contrapartida de aquel concepto.
53. Idem ¡bidem.
54. Cf. G. Palma (2009).
55. J. Bellamy Foster y F. Magdoff (2009), pp. 129-131.
56. Idem (2009), p. 129, donde está citado el texto.
57. Cf. ATTAC, Les paradis fiscaux ou la finance sans lois, Mille et une nuits,
París, 2000.
58. Ver, entre otros, Álvaro Baeza, El oro del Tercer Reich, ABL, Burgos, 1997.

152 Edicione
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3 «el Dipló» / Capital Intelectual
Capítulo 3

La crisis mundial de 2007-2010

A) La volatilidad del sistema: los mercados financieros


y la economía real

1. La hipertrofia del sector financiero. Créditos y títulos.


Especulación y especuladores. La crisis bancaria.
Endeudamiento público y privado

Promediando la década de 1990, como la economía basada en la producción se-


guía sin brindar las ganancias que requería el capital, éste se volcó aun más a la
especulación, cuyas primeras operatorias e instrumentos ya hemos mencionado.
Los flujos de capitales crecieron espectacularmente, desde el 3% del producto
mundial en 1995 pasaron a representar (según estadísticas del FMI) el 15% en
2005, con mecanismos financieros cada vez más sofisticados.
En Estados Unidos el peso de la valorización financiera alcanzó proporcio-
nes siderales: alrededor de 1980, los activos financieros equivalían a 1,1 veces
el producto bruto del país, pero poco antes del estallido de la crisis de 2007 este
número se había quintuplicado; esos activos ascendían a cinco veces el PIB es-
tadounidense.
Ya hemos definido los llamados productos derivados en el capítulo 1. Su
origen se debe, en gran medida, a la privatización de operaciones que antes es-
taban a cargo de los Estados nacionales, como los riesgos de cambio o los con-
tratos a futuro de determinados commodities. Pero el avance de la especulación
no se redujo a ellos. Luego se agregaron otro tipo de productos financieros de
segunda generación, en los cuales el activo subyacente no era el bien en sí mis-
mo. La “apuesta” se realizaba sobre el precio del contrato a futuro o sobre su
opción de compra o venta. Así, se trataba del derivado de un derivado, teniendo

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 153


los de segunda generación un plazo más corto que los de primera. Esto, a su vez,
dio lugar a productos de tercera generación, lo que potenció enormemente la es-
peculación.
Estas operatorias se produjeron en el marco de una creciente liberación de
los mercados ante la creencia en su supuesta autorregulación y eficiencia. Se tra-
ta de un largo proceso iniciado en la década de 1970 que implicó la paulatina su-
presión de las intervenciones regulatorias de las autoridades.
Junto a los derivados se crearon otros productos de ingeniería financiera, el
más importante de los cuales resultó ser la titularización. Este mecanismo con-
siste en transformar instrumentos ilíquidos en valores negociables mediante la
agrupación de un conjunto de activos crediticios que sirven de respaldo a la emi-
sión de títulos en los mercados financieros.
Desde las décadas de 1970 y 1980, la técnica de la titularización se fue ex-
pandiendo a una vasta gama de créditos: los préstamos a las empresas, los hipo-
tecarios, los préstamos para financiar fusiones y adquisiciones, los préstamos al
consumo, los descubiertos de las tarjetas de crédito. Este tipo de títulos se deno-
minó Asset Backed Securities (ABS), es decir, títulos representativos de un por-
tafolio de activos financieros.
Las obligaciones de deuda colateralizada (CDO) son, a su vez, una clase de
ABS. Consisten en títulos que conforman un portafolio de activos de naturaleza
diversa. Divididos en tramos con diferentes grados de riesgo, pueden ser toma-
dos separadamente por los inversores. Los fondos especulativos (como los hed-
ge funds) preferían quedarse por lo general con los tramos más riesgosos, que
podían ser muy rentables pero estaban expuestos también a mayores pérdidas.
Con estos tipos de titularización se creaban canastas que mezclaban activos de
muy diferente calidad, de manera que el riesgo total del nuevo instrumento pare-
cía quedar acotado. De la titularización surgió el negocio de las hipotecas sub-
prime, origen del estallido de la crisis financiera en 2007.
Una maniobra utilizada para lograr rápidas y riesgosas ganancias es el apa-
lancamiento, que funcionó en diversas burbujas especulativas. Este mecanismo
permite a un operador (empresa, institución financiera o unidad familiar) obte-
ner rentabilidades elevadas a partir de un capital inicial limitado, movilizando no
sólo su propio dinero sino sumas prestadas, para lanzar operaciones de alto ries-
go con un beneficio muy superior a la tasa de interés exigida por los prestamis-
tas. De ese modo se amplían las ganancias potenciales de una inversión, pero
también se incrementan sus pérdidas si el apalancamiento fracasa. Los deriva-
dos, los fondos de cobertura, las obligaciones de deuda colateralizada, los pro-
ductos estructurados, las innovaciones financieras en general, conocidas por sus

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


acrónimos, fueron utilizados como instrumentos para maniobras de apalanca-
miento, que de la nada, o de muy poco, multiplicaban los panes como Jesús.

Especulación y especuladores

El apalancamiento
Veamos un ejemplo de apalancamiento: el de un inversor que dispone de un ca-
pital de 2 millones de dólares. Toma prestados 8 millones a una tasa del 5%. Re-
úne así 10 millones que lanza en una operación riesgosa que le permite obtener
un 10% de rentabilidad, o sea 1 millón. Una vez pagados los intereses de 0,4 mi-
llones, le quedan 0,6 millones, que se suman a su capital inicial de 2 millones y
hacen que la rentabilidad por capital propio sea del 30%. Sin duda si la operación
fracasa, no hay rentabilidad y el préstamo no puede devolverse.

El caso Madoff
Seguramente pocos conocen el nombre del más célebre especulador de los años
20, Charles (Carlo) Ponzi, un bostoniano de origen italiano. Bernie Madoff ba-
saba sus estafas en la llamada “pirámide de Ponzi”, que remuneraba a los prime-
ros inversores con el dinero obtenido por los nuevos reclutas, sin ninguna estra-
tegia de inversión. Madoff creaba sociedades fantasma, fondos de inversión
situados en paraísos fiscales como las Islas Caimán, las Bermudas, Singapur,
pero en sus negocios también intervenían bancos prestigiosos. Es el caso del
Crédit Suisse, el Banco Santander, el UBS, que proponían los productos Madoff
a sus clientes más ricos; mientras que otros, como el HSBC o el Royal Bank of
Scotland, prestaban sumas importantes de dinero para esos fondos, siempre, por
supuesto, en condiciones ventajosas. Madoff no prometía al principio grandes
beneficios, y se hacía confiar poco a poco los capitales de inversores que esta-
ban contentos con los originalmente obtenidos. Su red se extendía por Estados
Unidos, Europa, Medio Oriente, Asia y hasta China. Y quizás sus negocios po-
drían haber proseguido si no húbiese estallado la actual crisis financiera después
de la caída de la banca Lehman Brothers. El total de su estafa llegó a los cincuen-
ta mil millones de dólares y abarcó a instituciones y figuras del espectáculo, del
deporte, de las finanzas, millonarios y hasta universidades de las más diversas
nacionalidades.
El diario The New York Times comparó a Madoff con un psicópata, con las
mismas características de un asesino serial, calificación que lo hace curiosamen-
te una especie de Monsieur Verdoux. Muchos recordarán la genial película de
Charles Chaplin en la que interpretaba aquel inolvidable personaje, un verdade-
ro asesino serial de viudas adineradas que cometía sus crímenes con una >>

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


<< justificación moral: al fin de cuenta sus pequeños asesinatos no eran nada
al lado de las guerras que asolaban al mundo. ¿No estaría Madoff pensando algo
parecido al cometer “pequeños” crímenes financieros cuando millones de per-
sonas resultaban afectadas por la actividad especulativa de poderosos. bancos,
compañías de inversión y agentes bursátiles e inmobiliarios?
Esos pequeños crímenes parecían muy poco frente a la profunda crisis pro-
ducida por una especulación desenfrenada que seguía el sistema Madoff-Ponzi,
pero a niveles infinitamente superiores. Quizás Madoff sea en verdad un psicó-
pata al estilo Verdoux: probablemente quería aprovechar un mundo en el que se
roba impunemente a la mayoría de la gente alegrando fugazmente a inversores
confiados. Del mismo modo en que Verdoux hacía feliz por un momento a viu-
das sedientas de cariño antes de robarles y asesinarlas (una versión idílica del
caso Landrú).
Sin caer en los Ponzi y en los Madoff, que eran en verdad estafadores, una
buena definición del origen y las actividades de especulación la brindó, en un
libro escrito en 1914, un futuro líder revolucionario ruso, Nicolás Bujarin, dan-
do a esos agentes económicos la denominación más general de rentistas: “La
evolución capitalista de las últimas decenas de años —decía— ha conocido una
acumulación rápida de “valores de capital”. [...] la plusvalía acumulada recae
sobre individuos que no tienen ninguna relación con la producción. El nombre
de esos individuos se extiende cada vez más y forma toda una clase social, la de
los rentistas”. Y luego continúa: “La extensión de sociedades por acciones y de
bancos, el nacimiento de un gigantesco comercio bursátil, engendra este grupo
social al mismo tiempo que lo refuerza. Su actividad económica se ejerce esen-
cialmente sobre el plano de la circulación, en especial la de títulos y valores, so-
bre las transacciones bursátiles” (1). Keynes, un extremista en este sentido —aun-
que él mismo jugaba en la Bolsa con cierta fortuna y vivía en parte de rentas-,
pedía la “eutanasia del rentista”. ¿Es este tipo de rentista el origen de la cadena
que conduce a especuladores a lo Madoff, agregándole en su caso un costado
criminal? M

El proceso de expansión de innovaciones financieras que potenciaron enor-


memente las operaciones especulativas debe entenderse como parte del avance
del sistema bancario y financiero hacia rubros que escapaban a las regulaciones
y normativas que regían sus actividades, al tiempo que éstas se relajaban. Un
ejemplo fue el desarrollo del mercado de títulos a tasa de subasta. Como expli-
ca Krugman, este mecanismo comenzó a desarrollarse en la década de 1980 y

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permitió a muchas instituciones financiarse a largo plazo y a tasas razonables, y
a los inversores realizar colocaciones aparentemente muy líquidas a tasas más al-
tas que las otorgadas por otros activos con liquidez similar.
En términos sencillos, el funcionamiento de estos instrumentos implicaba
que los individuos prestaban dinero a instituciones (sobre todo gobiernos locales
o agencias cuasi-gubernamentales), que tomaban esos fondos, generalmente a
largo plazo, escapando a las regulaciones a las que debían someterse los bancos.
Periódicamente (cada semana por ejemplo), se realizaban subastas en las cuales
nuevos inversores entraban para reemplazar a aquellos que, habiendo invertido,
querían retirarse. Mientras el número de los que deseaban entrar fuese mayor que
el de los dispuestos a salir la tasa de interés se mantenía baja.
El problema aparecía si escaseaban los capitales y la tasa de interés empeza-
ba a subir. Este sistema de subastas colapsó en 2008 cuando los inversores en-
contraron que su dinero estaba atado a préstamos a muy largo plazo sin poder re-
tirarlo (2).
Un hecho importante, que se produjo como parte de la adopción de políticas
monetarias y financieras liberales y alimentó enormemente el descalabro y la
fragilidad del sistema financiero y bancario, tuvo lugar en 1999, cuando se revo-
có la Glass-Steagall Act. Como ya lo mencionamos, esta reglamentación se ha-
bía sancionado en 1933 y establecía que las instituciones financieras debían op-
tar por realizar tareas de banca de inversión, de banca comercial o de compañía
de seguros, tratando así de resguardar al sistema financiero, controlar las accio-
nes de las instituciones y evitar la especulación. Su revocamiento resultó decisi-
vo para el desarrollo de la crisis de 2007. Las disposiciones existentes establecí-
an que los créditos otorgados por un banco eran activos ilíquidos que una vez
originados no podían ser revendidos. En cambio, a partir de la reforma de la le-
gislación, los bancos comerciales estuvieron facultados para crear fondos finan-
cieros propios, los llamados vehículos estructurados de inversión (SIV, por la si-
gla en inglés de Structured Investment Vehicles), a los que traspasaban sus activos
crediticios, que se ofrecían, a su vez, a los inversores como nuevos productos. De
ese modo, las instituciones bancarias podían crear fondos separados de su balan-
ce para colocar en el mercado.
Se iniciaba así una “banca en las sombras” o banca paralela; al decir de
Krugman: “Los bancos convencionales que reciben depósitos y son parte del sis-
tema de la Reserva Federal, operan más o menos a la luz del día, con sus libros
abiertos y los reguladores vigilándolos por encima de los hombros”. Las opera-
ciones de las instituciones sin depósitos, “que son bancos de facto”, resultan mu-
cho más oscuras (3).

157
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
La conversión de los bancos en agentes del mercado financiero creó así un
sistema bancario fantasma de hedge funds, otros fondos especulativos, organis-
mos de créditos hipotecarios, etc. Mediante estos mecanismos e instituciones no
se colectaban depósitos, sino que se tomaban créditos para prestarlos a terceros.
Por ello, no tenían la protección ofrecida por un prestamista de última instancia,
ni dispositivos de seguros de depósitos. Se podían asumir más riesgos para obte-
ner mayores rentabilidades. Pero de esta forma crecía la vulnerabilidad del siste-
ma, ya que no existían resguardos para enfrentar un retiro masivo de fondos o la
no renovación de las líneas de créditos que los financiaban. Y eso fue lo que pasó
cuando se produjo un efecto contagio entre los distintos mercados financieros.
La cuestión es que los mismos bancos comerciales crearon esas instituciones
paralelas. En 2007 este sistema financiero de “bancos no bancos” llegó a dupli-
car con sus activos los activos totales de los cinco conglomerados bancarios más
grandes de Estados Unidos. Lo que explica por qué la crisis que comenzó ese
año puede entenderse como una crisis bancaria.
En la mayoría de los casos de los títulos hipotecarios intervenían dos agen-
cias, Fannie Mae y Freddie Mac. En un principio se titularizaban créditos suscrip-
tos por prestatarios de buen nivel económico, a los que se les otorgaba una tasa
fija por treinta años. Pero luego, el atractivo de tener mayores rentabilidades lle-
vó a los emisores a titularizar créditos más riesgosos otorgados a familias que, por
sus escasos ingresos, no podían recurrir a los establecimientos bancarios clásicos.
Estas formas operativas fueron las que dieron lugar a las llamadas hipotecas
de baja calidad o subprime. Como explica Héctor Guillén Romo, los deudores
hipotecarios eran contactados por corredores sin licencia, que no estaban some-
tidos a ningún tipo de regulación, y que luego revendían el contrato a un banco
bien establecido. “En muchos casos, [se trataba] de préstamos denominados nin-
Jas, otorgados a individuos que no disponen de ingresos (no income), ni de tra-
bajo (no job) y ni de activos (no assets)” (4).
El banco que las originaba traspasaba luego estas hipotecas a algún fondo de
inversión afiliado, limpiando esos activos riesgosos de sus balances. El fondo de
inversión se encargaba de tomarlos, empaquetarlos y dividirlos para venderlos
luego a nuevos inversores como activos respaldados por créditos hipotecarios. A
fin de hacer atractivos estos productos, el mismo fondo se comprometía a su re-
compra al precio de venta en caso de que cayera su valor de mercado. Así, a par-
tir del préstamo hipotecario de baja calidad, que era el activo original, se creaban
otros que aparecían como seguros para el inversor.
Muchos bancos adquirieron bonos colateralizados con hipotecas subprime,
que rendían una tasa más elevada que las de aquellos deudores en buena situa-

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ción crediticia. La complejidad de los productos financieros dificultaba estimar
su riesgo, incluso a los mismos operadores habituales. El concepto subyacente
de estos nuevos productos consistía en deshacerse del riesgo rápidamente, di-
versificándolo entre una multitud de tenedores que no podían evaluarlo adecua-
damente.
Pero los prestatarios de escasa solvencia dejaron de pagar sus hipotecas, con
tasas de interés altas y variables que comenzaron a subir en 2005, mientras las
hipotecas comunes tenían tasas fijas y relativamente bajas. Entonces, los fondos
de inversión y los bancos, que creían haber traspasado el activo riesgoso a terce-
ros, se encontraron en la obligación de recomprar los activos, en la medida que
éstos bajaban de precio. Como resultado, el patrimonio neto de esas institucio-
nes se redujo, a medida que iban acumulando títulos para los cuales ya no había
mercado. De esta manera, estos conglomerados, conformados por bancos y fon-
dos de inversión, se vieron seriamente comprometidos y muchas entidades fi-
nancieras comenzaron a quebrar.
Éstas y otras operaciones afectaron al conjunto del sistema bancario. Es ilus-
trativo que hacia finales de 2008 la mayor parte de los bancos más importantes
de Estados Unidos eran insolventes, dando lugar a un repentino y apresurado
proceso de liquidaciones y fusiones, en muchos casos con ayuda gubernamental.
En ese año, JP Morgan compró Washington Mutual y Bear Stearns; Bank of
America adquirió Countrywide y Merrill Lynch; Wells Fargo, por su parte, ab-
sorbió Wachovia. Como resultado de la crisis, el sistema bancario ganó en con-
centración (5).
A nivel mundial la declinación de la capitalización bursátil de los principa-
les bancos del mundo, nos brinda un panorama de la profundidad de la crisis
bancaria (Cuadro 1).
A partir de la visión dominante de la autorregulación de los mercados se pro-
dujo el desmantelamiento de las políticas de supervisión por parte de la autori-
dad pública, mientras aumentaba la confianza en el propio control de la gestión
de los riesgos por parte de los establecimientos financieros.
Además, como únicos agentes para la vigilancia externa funcionaban las ca-
lificadoras de riesgo, entidades privadas creadas a fin de evaluar los instrumen-
tos financieros. Pero las sucesivas crisis evidenciaron su inadecuación para eludir
el peligro de un default generalizado. Por ejemplo, en el caso de las obligaciones
de deuda colateralizada o CDO esas entidades no controlaban la calidad de sus
componentes, lo que permitía que circularan activos cuyo altísimo riesgo no se
advertía. Así, resultaron incapaces de detectar la crisis asiática de 1997 hasta su
mismo estallido.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


Cuadro 1
Clasificación de los 10 mayores bancos mundiales q
según la evolución de su tasa de capitalización bursátil en 2008

Capitalización bursátil
En miles de Evolución
Bancos millones de € en un año

Eb ICBC (China)
China Construction Bank (China)
HSBC (Reino Unido)
Bank of China (China)
JP Morgan Chase (EE.UU.)
Wells Fargo (EE.UU.)
Bank of America (EE.UU.)
Mitsubishi UFJ (Japón)
0=0N
YO
00 Santander (España)
E ¡[o) BNP Paribas (Francia)

Fuente: Bloomberg.

Una de las falencias principales de las calificadoras en su función de vigi-


lancia la constituía el conjunto de actividades que desarrollaban, porque también
actuaban como consultoras de entidades financieras. En muchos casos se plan-
teaba incluso una incompatibilidad flagrante, ya que la evaluación de los riesgos
no se condecía con su participación como consejeras técnicas de los bancos y
otras instituciones de carácter parecido. Se convertían así en juez y parte, afec-
tando una función el correcto desempeño de la otra.
En síntesis, el aumento de la riqueza a través de la valorización financiera
tuvo mucho de ficticio y generó en paralelo un aumento del endeudamiento y de
la carga por pago de intereses y gastos relacionados con el financiamiento del
consumo y de la vivienda, al tiempo que los salarios individuales e ingresos fa-
miliares caían en picada. Este esquema era sin duda insostenible.
La explosión financiera de las últimas décadas, expresada en la proliferación
de productos de distinto tipo y en el crecimiento del endeudamiento generaliza-
do, se encuentra en las bases de la crisis actual. En este sentido, la caída en el va-
lor de las propiedades inmobiliarias, sumada al aumento de las tasas de interés
por parte de la Fed, que pasaron del 1% al 5,5% de mediados de 2004 a media-

160 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


dos de 2006, produjeron el estallido de la burbuja especulativa en ese mercado.
Esto implicó la imposibilidad de muchos deudores hipotecarios de bajos ingre-
sos (subprime) de hacer frente a sus pagos mensuales, con las subsiguientes eje-
cuciones hipotecarias, lo que significó, sin duda, el último escalón en el camino
hacia el descalabro generalizado. La situación se vio agravada por la creciente
desregulación que habían sufrido los mercados financieros.
Sin embargo, las raíces profundas de la crisis hay que buscarlas en el debili-
tamiento del sector productivo desde la década de 1970. La financiarización se
produjo de la mano del menor crecimiento económico de Estados Unidos, que
dio lugar a una expansión sin igual del endeudamiento público y privado y a la
búsqueda de beneficios especulativos por parte de inversores particulares e ins-
titucionales.
Como se ve en el Cuadro 2, el endeudamiento total de la economía nortea-
mericana fue siempre creciente desde 1970, cuando representaba el 150% del
PIB del país. Ya en 2007 la deuda era equivalente a más del 300% de ese produc-
to. Mientras tanto, el endeudamiento de las empresas, que en 1970 llegaba al
60% del PIB, en 1990 ya superaba el 100% y en 2007 casi lo duplicaba.
El incremento acelerado del endeudamiento del sector privado se hizo más
intenso hacia mediados de la década de 1990 e implicó un gran estímulo para la
economía —en especial para el sector financiero, generando la tendencia a un
cambio en el epicentro del sistema, desde la producción hacia las finanzas. A fi-
nes de esa década, el alza de la tasa de ganancia en el sector financiero se había

Cuadro 2
Estados Unidos. Evolución del endeudamiento
público y privado, interno y externo

PIB Deuda total Deuda empresaria

Mill. de U$S | Mill. de U$S % del PIB | Mill. de U$S % del PIB
1.000.000 | 1.500.000 150% 600.000 60%
2.700.000 4.500.000 167% 2.100.000 18%

5.800.000 | 13.500.000 233% 6.300.000 109%


9.800.000 | 26.300.000 268% | 14.700.000 150%
13.800.000 | 47.700.000 346% | 26.600.000 193%
Fuente: Elaboración propia con datos de NBER y la Fed.

161
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
despegado considerablemente de la del sector productivo, no sólo en Estados
Unidos, sino también en varios países de Europa y Asia.
Mientras, la economía mundial no pudo retomar el sendero expansivo de la
posguerra. Luego de la crisis de los años 70, la creencia en un crecimiento simi-
lar al de las décadas previas, pero basado en la financiarización de la economía,
no llegó a concretarse. Más bien, la explosión del endeudamiento y los gastos
militares de los países centrales (sobre todo por parte del gobierno de Washing-
ton) apenas produjeron un crecimiento moderado, en un período en el que el sis-
tema se vio conmovido por reiteradas crisis financieras.
Como ya dijimos, esta dinámica tuvo como trasfondo en la superpotencia del
Norte una creciente desigualdad en la distribución de los ingresos. Entre 1990 y
2002, por cada dólar adicional ganado por el 90% de la población con más bajos
ingresos, el 0,01% de la franja de mayores ingresos obtuvo 18 mil. Entre 1950 y
1970, esa relación había sido de 162 a 1 (6).
También señalamos que ese incremento de la desigualdad no produjo para-
dójicamente una contracción en el consumo. Éste, en cambio, se elevó en base
al mayor endeudamiento de las familias. Así, la dinámica de crecimiento se sos-
tuvo en el gasto público, el sector financiero y el consumo de los hogares gra-
cias al sistema crediticio. Mientras tanto, los mercados financieros multiplicaban
sus ganancias dejando atrás las que surgían de las actividades productivas en
donde las inversiones no crecieron, como era de esperarse, al ritmo de las finan-
cieras. Pero hacia 2007 los hogares norteamericanos vieron cómo su situación
económica se deterioraba rápidamente, después de décadas de estancamiento del
salario real y del incremento explosivo de su endeudamiento.
Durante los últimos treinta años los excedentes económicos controlados por
corporaciones, muchos de ellos en poder de inversores institucionales, generaron
un flujo creciente de fondos dirigidos a los distintos instrumentos financieros.
Como contrapartida, sólo una pequeña parte de estos recursos se orientaron a la
economía real, en un contexto en el que las empresas tenían dificultades crecien-
tes para colocar su producción. Así, la debilidad de la inversión en activos reales
y las dificultades para vender sus productos, no hacían más que expresar las con-
diciones de sobreproducción en el centro de la economía mundial. En Estados
Unidos este fenómeno se expresó como una fuerte caída en el porcentaje de uti-
lización de la capacidad productiva industrial entre 1970 y 2007, que pasó del
85% al 78%, con una etapa intermedia de cierto repunte en la década de 1990
(82% en su momento pico).
El Gráfico 1 expresa lo que venimos señalando: el desacople creciente en-
tre los beneficios, sobre todo financieros, de las empresas, y las inversiones en

162 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


la producción como porcentajes del PIB en EE.UU. El crecimiento de los mer-
cados financieros se produjo en detrimento de la economía real, que sólo pudo
sostenerse por una demanda de consumo resultante del enorme endeudamiento
de las familias y un gasto público con un fuerte componente militar, mientras la
inversión declinaba netamente.

Gráfico 1
EE.UU. Beneficios e inversión neta no residencial como % del PIB
(años 1985-2005)

1985 1990 1995 2000 2003 2005


ma Beneficios . |nversión neta no residencial
(% PIB) (% PIB)

Fuente: John Bellamy Foster y Fred Magdoff (2009).

Se reemplazaba un sistema de acumulación de capital, en el cual las mercan-


cías eran el eje central en la producción de plusvalor, por un circuito en el que la
moneda produce más moneda con ninguna o escasa relación con la producción.
La financiarización representa una respuesta del capital ante el estancamiento de
la economía real. :
De esta manera esa endeble dinámica de crecimiento tenía incorporado el
germen de su propio agotamiento. Ante la proliferación de formas más liberales
de crédito, las deudas tomadas por sectores con bajos ingresos y salarios prácti-
camente estancados tuvieron como consecuencia inevitable la incapacidad de
muchos de ellos para hacer frente a sus compromisos. El estallido de la burbuja
inmobiliaria, dada la creciente morosidad, produjo la caída en el precio de las
propiedades, lo que impidió que se reprodujera el esquema de endeudamiento. En

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 163


una economía altamente endeudada, la restricción en el crédito no tardó en reper-
cutir negativamente, a su vez, como un bumerán, en la economía real. Una situa-
ción que, como veremos, se reiteró en otros países, sobre todo europeos.

2. La crisis y el rol del Banco Central Europeo. Consecuencias de la


incorporación de nuevos países a la Unión Europea (UE)

El cambio de milenio encontró a Europa en una compleja transición. Al giro neo-


liberal en la orientación de la integración consumado entre 1987 y 1992 se le
sumaban ahora dos nuevos componentes: el tránsito final hacia la unión mone-
taria y la expansión hacia el Este con la incorporación de varios países de Eu-
ropa Oriental.
El largo proceso de integración monetaria se había iniciado con el Tratado
de Maastricht en 1992 y los recesivos criterios de convergencia allí establecidos.
Al aproximarse la fecha de entrada en vigencia de la unión monetaria, se preci-
saron los objetivos y las modalidades predominantes, que quedaron fijados en el
Pacto de Estabilidad y Crecimiento de 1997 sin introducir modificaciones sus-
tanciales al estado preexistente.
El Banco Central Europeo (BCE) sería una entidad independiente, cuyo ob-
jetivo primordial debía ser velar por la estabilidad de precios. La cota máxima de
inflación tolerada era del 2% anual y el principal mecanismo de control previs-
to consistía en una política monetaria restrictiva. Los objetivos de crecimiento y
empleo quedaban subordinados a esas pautas, pues se consideraba que el mejor
estímulo para ambos era una economía regional estable.
En este sentido, se destaca que hasta el estallido de la crisis en 2007-2008,
el Banco Central Europeo tuvo una política extremadamente celosa, que fue, a la
postre, rígida y restrictiva en demasía. Por lo tanto, actuó como un freno al cre-
cimiento, que se situó muy por debajo del 5% esperado.
La política cambiaria quedaba ahora también en manos del BCE, aunque el
tipo de cambio resultaba, en rigor de verdad, libre y flexible. Las altas tasas de
interés establecidas por el Banco para contener los precios, superiores a las vi-
gentes en otros países como Estados Unidos o Japón, provocaron un permanente
flujo de capitales externos desde 2000, que generaron una paulatina revaluación
del euro, haciendo perder competitividad a la producción de bienes europeos y
forzando a duros ajustes microeconómicos para compensarla.
Finalmente, las normas relativas a cotas de déficit fiscal y endeudamiento
impedían la aplicación de políticas fiscales expansivas, obligando en muchos ca-
sos a ajustes presupuestarios importantes. Varios países, especialmente los más

164 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


grandes como Francia, Alemania, Bélgica, Italia o Austria, estaban excedidos en
su cuota de endeudamiento, y el débil crecimiento obligaba a presupuestos equi-
librados que, finalmente, agravaban el problema.
La integración monetaria introdujo entonces en la región un componente re-
cesivo, así como una creciente inflexibilidad para establecer ajustes y correccio-
nes por parte de las autoridades nacionales ante una evolución divergente de las
trayectorias macroeconómicas.
Paralelamente al avance hacia la unión monetaria, se autorizó la incorpora-
ción de varios países del Este en la Unión Europea. El proceso fue realizándose
por etapas. En una primera instancia se incorporaron Estonia, Letonia, Lituania,
Polonia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia y Hungría, junto con Malta y
Chipre. Luego se permitió el ingreso de Bulgaria y Rumania. En 2004, la UE al-
canzaba los 25 países miembros y 450 millones de habitantes. No cabe duda de
que a través de la aceleración de este proceso de integración, las grandes poten-
cias europeas aspiraban a recuperar el papel preeminente que tuvieron histórica-
mente en la política y la economía internacionales.
Las condiciones para el ingreso incluían un período de siete años en el que
no habría libertad absoluta en el movimiento de personas, sino cuotas anuales,
para evitar una posible avalancha migratoria. De la misma forma, se establecía
que la incorporación a la zona euro debería producirse cuando se cumplieran los
criterios de admisión.
La entrada de nuevos miembros a la Unión suponía problemas y desafíos de
difícil resolución, más complicados de cubrir por mecanismos de compensación,
como en el pasado. En particular, el ingreso de países con una base agraria im-
portante obligaba a flexibilizar la Política Agrícola Común restrictiva que había
practicado Europa Occidental desde 1958. Por otra parte, las diferencias salaria-
les, las estructuras tributarias diversas y la menor incidencia de la seguridad so-
cial en Europa del Este agregaban tensiones en el Oeste. Muchas empresas co-
menzaron a migrar o a presionar buscando en su lugar original condiciones
similares para quedarse. Generalmente, se tendió a enfatizar las diferencias sala-
riales, algo que sólo es parcialmente cierto, pues aunque los salarios son efecti-
vamente más bajos, la productividad suele ser aun menor, por lo que los costos
salariales unitarios no siempre son más bajos en el Este. En cambio, las diferen-
cias en la matriz de impuestos directos constituyen un factor influyente.
Bajo esas condiciones, a los países occidentales se les sumaron nuevas res-
tricciones de política económica a las ya impulsadas por la unión monetaria. Los
ajustes fiscales, por ejemplo, no podían realizarse a partir de alzas en los impues-
tos directos, pues esto derivaba en la migración de empresas hacia emplazamien-

165
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
tos con menores gravámenes; razón por la cual, adquirieron más y más la forma
de recortes en los gastos, especialmente en los programas de seguridad social,
desarticulando el Estado de Bienestar.
Por otra parte, el único mercado con flexibilidad suficiente para los ajustes
resultó ser el laboral. Por lo tanto se asistió a una creciente flexibilización en el
régimen de empleo de los trabajadores —en Francia se intentó imponer un siste-
ma que en los dos primeros años derogaba las reglas de ruptura, que exigen es-
pecialmente una carta de despido, la enunciación de los motivos y una entrevis-
ta previa—, hubo extensiones en la jornada de trabajo y una paulatina reducción
relativa de los salarios reales horarios.
Tanto los ajustes en la seguridad social y en el mercado de trabajo, como los
recortes del gasto público condujeron en muchos países a una combinación de
caída de la demanda efectiva con una redistribución regresiva del ingreso. En la
eurozona, la participación de los salarios en el ingreso se redujo del 76,3% del
PIB en 1975 al 66,2% en 2006 (7). Los avances tecnológicos y la reorganización
de los procesos de trabajo permitieron compensar la competitividad perdida por
la revaluación del euro, pero con mercados internos en contracción, las nuevas
condiciones no impulsaron un crecimiento acorde. Por eso, el desempleo se man-
tuvo en niveles altos y presionó aun más en el sentido de un ajuste regresivo.
El panorama depresivo que describimos no acompañó, sin embargo, a toda
la vieja Unión. El crecimiento de algunos países —como muestra el Cuadro 3-—
fue más dinámico, aunque no menos complejo y problemático a largo plazo, y
estuvo vinculado, por un lado, a cuantiosos subsidios de compensación como
“países de la cohesión”, para cerrar la brecha con los más adelantados (8), y por
el otro, a tasas de inflación más altas en las últimas dos décadas.
Por consiguiente, los países que crecieron a tasas más altas lo hicieron a cos-
ta de profundizar desequilibrios más importantes que un déficit fiscal del 3,5%.
Especialmente notorio fue el déficit en la cuenta corriente, que constituía un ver-
dadero desafío a la sustentabilidad económica. En 2005, por ejemplo, el déficit
en cuenta corriente de España era del 7,4% del PIB, el de Portugal del 9,8%, el
de Grecia del 7,9% y el de Irlanda del 2,6%. A excepción de Irlanda, los demás
daban cuenta de una situación potencialmente explosiva, que no podía resolver-
se de la manera tradicional, es decir, por medio de una devaluación. De modo tal
que, tarde o temprano, los países en cuestión deberían enfrentarse a un ajuste re-
cesivo y a una caída del salario real.
Sobre la base de los problemas estructurales analizados se superpuso, desde
2008, un quiebre en la coyuntura financiera internacional, al que Europa resultó
especialmente permeable. En el plano financiero, la evolución de la economía de

166 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 3
Indicadores macroeconómicos en los países
de la Unión Monetaria Europea previos a la crisis

País Crecimiento Desocupación Saldo Deuda Tasade Cuenta


del PIB 2006 fiscal pública inflación corriente
2005 (0bdel (del 2006 (%del
| PIB) PIB) PIB)
2005 "2005 0" 2005

Bélgica lo y 8,3 ES 93,2 LO ZE


Alemania 0,9 8,4 SL 67,9 1,8 4,0
Finlandia 2,9 ETA 2 41,3 ES 4,9
Francia 102 9,0 2,9 66,6 1,9 -1,4
Grecia Sl 9,8 EZ TOTES 3,3 -7,9
Irlanda DO 4,4 TT ZA 27 -2,6
Italia O dedo 4,11 106,6 2Z -1,6
Luxemburgo 4,0 4,8 44:18) 6,0 40) des
Holanda eS 3,9 eS ll aL. ol
Austria 20 4,8 de 63,4 Sl 171
Portugal 0,5 LcYá 6,0 64,0 0 -9,8
Eslovenia 4,0 6,0 1,4 28,0 203) -2,0
España 3913 8,6 leal 43,1 3,6 -7,4
Eurozona

Fuentes: Deutsche Bundesbank; cuenta corriente: datos de UNECE


Statistical Division Database.

la eurozona había generado las bases para una acumulación de colocaciones de


dinero a tasas mucho más altas que la rentabilidad de la producción de bienes y
servicios. A las ganancias crecientes provocadas por la distribución regresiva del
ingreso y las desgravaciones impositivas se añadían las bajas tasas de inversión
productiva, los recortes presupuestarios de los Estados y la proliferación de re-
cursos de los fondos de pensión. Esto generaba una alta liquidez que se invertía
en el mercado financiero, al calor de las tasas comparativamente altas que fija-
ba el BCE, y también en EE.UU.
En esas condiciones, una depresión de la confianza podía provocar una cri-
sis mayúscula, algo que comenzó a ocurrir en 2008 con la caída notoria de las
tasas de crecimiento. A pesar de que Europa —tal vez con la excepción de Gran

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 167


Bretaña— conservaba algunos controles para desalentar la especulación, la crisis
fue inevitable, aunque algo menos profunda que en Estados Unidos.

3. El ahorro y la inversión a nivel mundial. Países deficitarios y


excedentarios. Los precios de los commodities. Los efectos de la
crisis sobre el medio ambiente y la población

La característica de la economía de Estados Unidos sobre la que más se ha lla-


mado la atención en los últimos años es el crecimiento de sus déficits fiscal y
comercial. En 2008 el primero fue del 3,1% del PIB, sin incluir el paquete de res-
cate de 700 mil millones de dólares y las continuas inyecciones de liquidez,
mientras que para el 2009 trepó a 1,5 billones de dólares, es decir la friolera del
11% del PIB estadounidense. A su vez, su balanza de pagos registró un máximo
histórico en su déficit por cuenta corriente, del cual el saldo comercial constitu-
ye su principal componente negativo, en el año 2005. El mismo ascendió al 6,4%
del PIB, marca superada en el 2006 con el 6,5%, y que mantuvo parámetros si-
milares en 2007 con el 6,1%.
Salvo algunos pocos años esta tendencia de constante aumento de los saldos
negativos en la cuenta corriente de la balanza de pagos viene verificándose des-
de la década de 1970, pero se agudiza a fines de la de 1980 y en todo el trans-
curso de la de 1990 (Gráfico 2).

Gráfico 2
Estados Unidos. Balanza por cuenta corriente (en porcentaje del PIB)

Fuente: US Bureau of Economic Analysis.

168 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


El saldo en rojo para el 2008 fue de 707 mil millones de dólares, que se dis-
crimina como muestra el Cuadro 4.

Cuadro 4
Estados Unidos. PIB, deuda externa (2009) y componentes
de la cuenta corriente del balance de pagos (2008)

Concepto Millones de Dólares |


PIB, 2009 14.441.400
Deuda externa total, 31/12/09 13.767.000
Deuda externa/PIB, 2009 95%
Exportaciones de bienes (1) 1.266.900
Importaciones de bienes (2) 2.126.400
Balanza comercial (3) = (1) - (2) -859.500

Exportaciones de servicios reales (1) 564.200


Importaciones de servicios reales (2) 412,400
Balanza de servicios reales (4) = (1) - (2) 151.800

Intereses, dividendos y utilidades recibidos (1) 809.200


Intereses, dividendos y utilidades pagados (2) 667.300
Balanza de semicios financieros (5) = (1) - (2) 141.900

Balanza de transferencias e impuestos


(recibidos y pagados) (6) - 141.400

Saldo de Cuenta Corriente (3) + (4) + (5) + (6) -107.200

Fuente: Elaborado con datos del Bureau of Economic Analysis de lEstados Unidos.

Como resultado de todo esto, la economía que representa casi una cuarta par-
te de la producción mundial ha acumulado una deuda externa que a fines de 2009
ascendía a cerca de 14 billones de dólares (trillones, según la nomenclatura nor-
teamericana), convirtiéndose en el mayor deudor planetario. Este monto equiva-
le a casi todo el producto bruto estadounidense, a siete años de exportación de
bienes y servicios de este origen, y a algo más de la quinta parte del producto
bruto mundial.
¿Cómo pudo Estados Unidos sostener ese nivel de endeudamiento? La res-
puesta es simple: a partir del ahorro acumulado en gran parte del planeta, prin-

169
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
cipalmente en los países en desarrollo. Como señala Michel Hudson, desde que
el gobierno estadounidense abandonó la relación del dólar con el oro, el nuevo
patrón dólar le permitió obtener un doble estándar: drenar recursos de otros paí-
ses sin reciprocidad, gobernando financieramente al mundo a través de su posi-
ción de deudor y no de acreedor “[...] las deudas en dólares han reemplazado al
oro como respaldo de las reservas de los bancos centrales y, hasta aquí, para la
oferta de crédito mundial [...]. Ninguna nación antes ha sido capaz de invertir
las reglas clásicas de las finanzas internacionales [...]”. EE.UU. ha llevado al
resto del mundo “a reorientar sus economías para facilitar la evolución estadou-
nidense de acreedora en deudora” (9). De ese modo, como emisor de la divisa uti-
lizada en las transacciones internacionales, puede incurrir de manera persistente
en déficits externos sin necesidad de endeudarse en otra moneda —como deben
hacerlo las demás economías del mundo— más que la propia. Así, el 80% de la
deuda externa norteamericana —unos 10,4 billones (trillones estadounidenses)—
se encuentra denominado en dólares; sólo la décima parte en moneda de otros
países. Pero continuar gozando de este privilegio, requiere que las otras econo-

Cuadro 5
OCDE. Países miembros, candidatos y vinculados.
Principales déficits y superávits en cuenta corriente (año 2008)

Miles de Miles de
millones millones
Países deficitarios de dólares Países superavitarios de dólares

Estados Unidos -706.068 China 426.107


España -152.655 Alemania 241.793
Italia -78.361 Japón 158.424
Francia -64.350 Rusia 102.401
Grecia -50.914 Noruega 87.886
Australia -45.624 Países Bajos 41.702
Reino Unido -43.260 Suecia 29.846
Turquía -41.937 Austria 13.385
India ES Suiza 11.994
Déficit total -1.416.394 Superávit total 1.140.152
éá—
===
Fuente: Elaboración propia con datos de la OCDE.

170 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


mías poderosas acepten este señoreaje, que ya China comenzó a cuestionar al
proponer la emisión de una moneda mundial independiente de las decisiones de
política monetaria de cualquier país en particular.
A nivel internacional, el déficit estadounidense tiene su contraparte en el
ahorro externo, que es la suma de los superávits obtenidos por los países en sus
intercambios con el resto del mundo. En el Cuadro 5 se aprecian los principales
países deficitarios y superavitarios.
Los recursos absorbidos por la economía norteamericana llegaron a represen-
tar en 2007 casi la mitad (el 49,2%) del ahorro mundial. Hasta ahora el resto del
mundo necesita que Estados Unidos incurra en este desbalance a fin de proveer
la liquidez necesaria para las transacciones económicas internacionales, realiza-
das mayoritariamente en dólares. Pero la continua y creciente emisión de esta mo-
neda puede provocar tarde o temprano una abrupta pérdida de confianza de su va-
lor que licue los activos denominados en ella. De hecho, la declinación del dólar
frente a las monedas de los principales países de la OCDE fue constante desde
mediados de los años 60, y se acentuó desde el 2002 (Gráfico 3).

Gráfico 3
Estructura del ahorro mundial (año 2007, en porcentajes *)

EXPORTADORES DE CAPITAL (AHORRO) IMPORTADORES DE CAPITAL (DESAHORRO)

China
21,3% Estados
Unidos
49,2%

Italia
3,5%

Australia
Singapur dy , 3,8%
AA ON
, Emiratos Y Alemania A a
Arabes Unidos 2,2% ; y a 14,5% 0%

Kuwait 2,8% E y A
rabia h
Saudita 5,5%
Federación
de Rusia 4,4%

(*) Medidos según el saldo en cuenta corriente de la balanza de pagos de los países.
Fuente: Fondo Monetario Internacional (FMI), World Economic Outlook Database,
octubre de 2008.

171
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
La cuestión es corregir estos desequilibrios, o al menos llevarlos a una di-
mensión más manejable. Lo que ocurre es que la economía estadounidense pesa
tanto en el producto mundial, que todo ajuste fiscal y/o externo del elefante re-
percute fuertemente en el resto. Hasta ahora, la propuesta norteamericana con-
siste en sostener el déficit público, hasta tanto la economía muestre signos fir-
mes de recuperación, y en pedir a los países superavitarios, especialmente China,
que revalúen sus monedas y aumenten sus importaciones. Pero es claro que se
requiere algún tipo de consenso político, social e internacional para que el ajus-
te norteamericano se produzca, y sobre todo es necesario velar para que no se ex-
porte a la periferia.
Como el déficit estadounidense tiene su contraparte en las naciones que no
gastan internamente todos sus ahorros y éstos son absorbidos por la economía
norteamericana, se ha llegado a afirmar que ese exceso de ahorro de los países
emergentes, y de algunos otros países avanzados, ha sido uno de los factores que
están detrás de la crisis actual. Sobre todo, porque sirvió para alimentar el exce-
so de endeudamiento de aquella economía.
Muchos analistas, principalmente norteamericanos, entre ellos el actual pre-
sidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, marcaron el inicio de la crisis en
esa liquidez excesiva proveniente en gran parte de los países asiáticos. Los capi-
tales sobrantes se invertían sobre todo en Estados Unidos, cuya economía apare-
cía como sumamente atractiva (10).
Sin embargo, debemos tener en cuenta, en primer lugar, que ese dinero fue
absorbido a través de colocaciones en su mayoría poco riesgosas (como los bo-
nos del Tesoro), mucho menores en rendimiento que las distintas clases de acti-
vos de los mercados financieros; aunque hubo también inversiones en esos mer-
cados y en el sector productivo. Pero son los gobiernos de los países centrales y
sus políticas de desregulación financiera a quienes les cabe la mayor responsa-
bilidad en la generación de las burbujas que llevaron a la crisis.
En segundo lugar, dichos ahorros son pequeños en términos relativos si se
los compara con otras variables financieras relevantes. Según J. C. Palma, aun-
que contribuyeron al financiamiento de la economía estadounidense en el 2007,
el total de los ahorros asiáticos no llegaba al 1% del stock de activos financieros
mundiales, por lo que no podían tener un efecto multiplicador tal que se convir-
tieran por sí mismos en responsables de la crisis (11).
En cambio, uno de los mayores responsables del incremento de la liquidez
en los mercados financieros estadounidenses fue la gran polarización de ingre-
sos. Entre 1980 y 2006 el monto sujeto a impuestos del 1% de los mayores in-
gresos (beneficiados a su vez por grandes rebajas tributarias) fue de cerca de 2

172 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


trillones de dólares y de 3,5 trillones para el percentil del 10%. En 2007, tres
millones de familias en Estados Unidos declararon a la agencia impositiva nor-
teamericana que tenían activos de inversión líquidos por más de 1 millón de dó-
lares (12).
Es bueno recordar que un circuito similar, con las burbujas especulativas
consiguientes, se había producido debido a los excesos de eurodólares y petro-
dólares en los años 70. Esa liquidez circuló hacia América Latina con el apoyo
de los gobiernos de los países centrales, que se libraron de la misma y de su in-
herente inestabilidad, lo que provocó luego, con el incremento de las tasas de in-
terés en EE.UU., el estallido de la crisis de la deuda externa latinoamericana.
No obstante, Estados Unidos no es el único país cuyo endeudamiento creció
en los últimos años. También es el caso de varios países europeos, como España
o Gran Bretaña, con déficits abismales. En cambio, del otro lado de la ventani-
lla y sosteniendo el esquema, países avanzados como Japón y Alemania, y gran
parte del mundo en vías de desarrollo, presentan excedentes. El papel de Asia,
región que creció vertiginosamente a partir de sus exportaciones industriales y
beneficiándose al mismo tiempo del crecimiento en los precios de las materias
primas, ha sido fundamental en la absorción de títulos de la deuda pública nor-
teamericana. La República Popular de China y Japón se posicionan como los dos
mayores acreedores a nivel mundial de la potencia occidental.
En este contexto, en el año 2007 las economías asiáticas tenían en su poder
el 53% de los bonos del Tesoro estadounidense y representaban el 60% del total
de las reservas mundiales. En tanto los países BRIC (Brasil, Rusia, India y Chi-
na) sumaban el 38% de las reservas mundiales liderados por China con el 21,3%.
También, como consecuencia del rápido desarrollo de los países emergentes
en los últimos quince años han surgido en ellos —-sobre todo en India y China—
grupos industriales capaces de integrarse como socios de pleno derecho en los
conglomerados oligopólicos mundiales.
En el plano financiero, como respuesta a la gran cantidad de reservas líqui-
das que acumularon varias economías (y que excedían los requerimientos de co-
bertura para defender sus monedas) surgieron los que se conocen como fondos
soberanos; se trata de fondos administrados por los gobiernos que los emiten; el
principal objeto de inversión lo constituyen activos de los países desarrollados
75% de las inversiones en los últimos veinte años—, buscando ganancias a lar-
go plazo y rendimientos más altos que los que ofrecen las reservas oficiales tra-
dicionales (13).
Expresión de políticas rentísticas, los fondos soberanos se han convertido en
importantes puntos de centralización del capital bajo la forma de dinero. Los

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


173
Estados propietarios de estos fondos no son meros satélites de Estados Unidos,
tienen estrategias y dinámicas propias y modifican de muchas maneras las rela-
ciones geopolíticas. El primer fondo soberano fue creado en 1953 en Kuwait,
siendo su principal objetivo gestionar el excedente de los ingresos generados
por el petróleo. Dado que buena parte de los fondos se constituye a partir.de los
ingresos por exportación de materias primas es una manera de diversificar el
riesgo ante posibles bajas de los precios de los commodities, y de esta manera
buscar la continuidad de los ingresos. La cantidad de fondos soberanos y su pa-
trimonio ha crecido fabulosamente en estos últimos años. Para 2006 se estimaba
un volumen de 2,1 billones de dólares, que a finales de 2007 ya había aumen-
tado a 3 billones y en 2009 a 5 billones. Muchos de esos fondos se invirtieron
en sectores íconos del capitalismo occidental golpeados por la crisis económica
mundial (14).
Por otra parte, detrás de la acumulación de reservas y el aumento del ahorro
de los países emergentes se encuentra el incremento en los precios de los com-
modities. Este incremento, que se viene produciendo desde el año 2002, permi-
tió a los países exportadores de ese tipo de bienes lograr importantes excedentes
comerciales que se reflejaron en sus niveles de reservas internacionales. Ese he-
cho fue sin dudas beneficioso para estos países, ya que además de obtener recur-
sos que se tradujeron en una creciente actividad económica, les permitió estar
mejor preparados para enfrentar cimbronazos externos.
Esto se vio claramente desde mediados de 2008 cuando, como producto del
estallido de la crisis, se acrecentaron las presiones sobre las monedas de las eco-
nomías emergentes. En épocas pasadas, este tipo de acontecimientos generaba
fuertes devaluaciones con consecuencias económicas muy negativas. Sin embar-
go, en el contexto actual, las devaluaciones fueron acotadas, así como también
sus efectos sobre la actividad productiva de aquellos países.
Según cifras del FMI, hacia agosto del 2008, entre los seis países con mayo-
res reservas internacionales, Japón, el de mayor acumulación, era el único desa-
rrollado. A él le seguían Rusia, India, Brasil, Singapur y China. Aun así, es ne-
cesario mencionar que el crecimiento en el precio de los commodities generó para
los países exportadores importantes desafíos, que en muchos casos se reflejaron
en agudas tensiones, conflictos sociales y políticos. Es que el auge exportador
trajo pujas de intereses por el control de los frutos de la bonanza, así como el alza
en el precio de los alimentos y la energía incrementó la inflación y los niveles de
desigualdad interna.
En América Latina, este fenómeno se vio claramente en países como Argen-
tina y Bolivia. En el primero, tercer exportador mundial de soja, el alza en su pre-

174 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


cio condujo al gobierno argentino a impulsar un esquema de retenciones móvi-
les con el objetivo de despegar los precios internos de los alimentos de los pre-
cios internacionales. Sin embargo, los productores primarios respondieron con
prolongados paros de actividad y acciones que produjeron desabastecimiento y
dividieron a la población. Como resultado, la reforma en el esquema de retencio-
nes no pudo ser aplicada.
En Bolivia, se intensificó el conflicto entre el gobierno y las regiones ricas
en gas natural, las llamadas tierras bajas. La intención del presidente Evo Mora-
les de centralizar las regalías de gas natural en La Paz y obtener la autoridad para
redistribuir tierras hacia los sectores indígenas llevó a que, en 2008, varios De-
partamentos intentaran declarar su autonomía, amenazando con desatar un con-
flicto social de grandes dimensiones. Esta creciente inestabilidad, a su vez, com-
plicó el suministro de gas en la región.
Otro ejemplo de las tensiones que provocó el aumento del precio de los com-
modities es el caso de Brasil, segundo exportador de soja del mundo y primero
en mineral de hierro, azúcar, café, carne de res y pollo. El crecimiento en el va-
lor de estos productos, si bien se tradujo en un beneficioso auge exportador, ge-
neró presiones inflacionarias, a las que el gobierno de “Lula” da Silva respondió
subiendo las tasas de interés y dejando apreciar la moneda local. Este proceso,
que se prolongó entre 2004 y 2008, afectó la competitividad de los sectores ma-
nufactureros y ocasionó un crecimiento modesto de la economía. Un problema,
quizás más grave que el anterior, es la creciente deforestación de la Amazonia en
los últimos años, en muchos casos ilegal, para aumentar la cantidad de tierras
para la cría de ganado y el cultivo de soja.
En otras regiones del mundo este tipo de tensiones se expresaron de distinta
manera. El aumento en los precios de los alimentos y de la energía afectó prin-
cipalmente a los sectores más pobres. En este contexto, el fenómeno del aumen-
to de los precios de los alimentos básicos producido en los últimos años acuñó
un nuevo término: “agroinflación”, o agflation en inglés. Ésta consiste en el alza
de esos precios provocada por el incremento de la demanda para consumo huma-
no, especialmente en China e India; por la utilización de los granos como alter-
nativa energética al petróleo, sobre todo en Estados Unidos, y por la sobreespe-
culación en los mercados internacionales de granos y de otras materias primas,
ahora desregulados.
Desde 2007, la crisis de las hipotecas en Estados Unidos reorientó unos
300.000 millones de dólares a la especulación con las materias primas. Como re-
sultado de ello, entre 2007 y 2008 el precio de los alimentos y del petróleo si-
guió subiendo, tal como puede verse en el Cuadro 6.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 175


Cuadro 6
Índice de precios de los commodities 2000-2008 (2005=100)

Alimentos Materias primas Metales Petróleo


| agrícolas |
2000 81,5 98,6 62,7 DL
2001 80,5 952 563 45,6
2002 83,2 9510 54,3 46,8
2003 88,6 95010 60,7 54,2
2004 100,9 99/59 SI 70,8
2005 100 100 100 100
2006 AOrS 108,8 150,2 120,5
2007 AZ 114,2 183,3 USES,
2008 157,0 SES 168,7 1SL 3

Fuente: Fondo Monetario Internacional, IMF Primary Commodity Prices.

La sumatoria de estos factores generó el mayor incremento del precio de los


alimentos desde principios de la década de 1990. En el 2005 el trigo, el maíz, el
arroz, el grano de soja y el aceite de soja aumentaron entre un 120% y un 170%.
De ese modo, los que no podían pagar sufrieron hambrunas y debieron recurrir a
la ayuda externa, que siempre llega condicionada, como en Haití, donde hubo sa-
queos de comercios al dispararse el precio del arroz, o como se reflejó en nume-
rosos disturbios frente a mercados y almacenes en países africanos y asiáticos.
Cuando en los países medios y pobres, reducidos sectores se benefician de
los frutos del auge exportador, el descontento aumenta entre los marginados de
la bonanza. En los Emiratos Árabes Unidos, importante exportador de petróleo,
se produjeron intensos disturbios por pujas salariales en 2007 y 2008. En Sudá-
frica, que obtuvo grandes ganancias a partir de las exportaciones de minerales,
se registraron repetidas matanzas de inmigrantes en las provincias más pobres.
Aun en los países desarrollados, los precios récord alcanzados por los co-
mestibles en los mercados internacionales crearon múltiples problemas por los
efectos inflacionarios. En España, por ejemplo, el precio de la leche aumentó un
17% en 2008 y el del pan creció más del 12% en el mismo período, mientras en
Italia hubo protestas por el aumento del 20% en el valor de las pastas. Incluso, en
la economía estadounidense los alimentos registraron un incremento y en Fran-
cia, un país con abundantes recursos agrícolas, pasó algo parecido.

176 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Esta situación colocó a la mayoría de los gobiernos ante el dilema de impo-
ner límites a las exportaciones y resistir la presión de los sectores propietarios y
exportadores, por un lado, o liberar el sector externo y enfrentar la protesta de
los sectores populares afectados por el encarecimiento de los alimentos, por otro.
La alternativa más utilizada por los países productores de alimentos ante el
nuevo escenario mundial fue incrementar los impuestos a las exportaciones. A
pesar de las presiones de los productores rurales, como en el caso argentino ya
mencionado, los impuestos a las ventas al exterior se convirtieron en la herra-
mienta más eficaz adoptada por diferentes gobiernos. A tal punto que muchos de
los países integrantes de la Organización Mundial del Comercio (OMC) aplica-
ron ese tipo de medidas. Desde febrero de 2008 Rusia estableció retenciones fi-
jas del 30% a las exportaciones de cebada y del 40% a las de trigo. También fue-
ron adoptadas por Ucrania, Kazajstán, China y Pakistán entre otros, y su objetivo
apuntó a estabilizar y controlar los precios internos; es decir, desacoplar el pre-
cio interno de los valores internacionales cotizados en divisas, habida cuenta de
que la población asalariada no vio crecer su poder adquisitivo a un ritmo compa-
rable con las subas de los alimentos.
Su implementación varió de un país a otro y dependió de los factores de po-
der locales. En Estados Unidos, por ejemplo, las empresas panificadoras solici-
taron retenciones a las exportaciones de trigo, que no pudieron prosperar por la
fuerte oposición de los productores de ese cereal. En otros países se prohibieron
directamente las exportaciones de alimentos, como ocurrió en Camboya, Viet-
nam y Egipto con el arroz, mientras que Bolivia suspendió las ventas al exterior
de prácticamente toda su producción alimentaria. En Ucrania, otro granero del
mundo —donde además de las retenciones se aplican cuotas para la exportación-,
sus productores debieron arrojar al mar Negro granos equivalentes a más de cien
millones dólares debido a que ya habían cubierto sus cupos de ventas externas.
En Gran Bretaña, se sacrificaron cerdos antes de su desarrollo normal porque el
costo de su alimentación excedía económicamente a los granjeros.
Dado que los precios de los granos fluctuaban fuertemente, para que esto no
se convirtiera en un factor desestabilizante, los principales productores mundia-
les crearon diversos mecanismos de intervención a fin de asegurar no sólo la
competitividad de sus productos sino también la provisión de alimentos a su po-
blación. Mientras en Canadá existen juntas de granos y otros organismos agro-
pecuarios de regulación estatal, en Australia esas juntas —boards— son de carác-
ter privado bajo control de los productores. Pero en los dos países sus funciones
son parecidas: centralizan el acopio y las exportaciones, procurando evitar el oli-
gopolio de las grandes firmas transnacionales. Su accionar es acompañado por

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 177


el de cooperativas de exportación, que al centralizar la compra de materias pri-
mas debilitan la participación en el mercado doméstico de aquellas firmas. En
Estados Unidos existe la Commodity Credit Corporation y numerosas leyes que
otorgan al Estado la disposición de los stocks excedentes, que son utilizados po-
líticamente en forma de ayuda alimentaria. Argentina es actualmente el único en-
tre los grandes exportadores granarios que no dispone de mecanismos para regu-
lar el comercio de materias primas, ya que en la década de 1990 disolvió las
juntas reguladoras de granos, carnes y otros productos.

Los efectos del modo de producción


y de consumo sobre el medio ambiente,
la población y los recursos naturales

En la reunión cumbre que se celebró en noviembre de 2009, en Copenhague, so-


bre el calentamiento global, el G-77 —agrupamiento de los países subdesarrolla-
dos— planteó la defensa y prolongación del Protocolo de Kyoto (o en su defecto
un tratado nuevo) para encuadrar los derechos y obligaciones del conjunto del
globo sobre el cuidado del medio ambiente, al que las naciones ricas se resisten.
Debemos tener en cuenta que la actual crisis económica y financiera fue
acompañada por una crisis del sistema “productivista”, resultado de un régimen
de acumulación y de consumo prevaleciente en la posguerra, basado en la utili-
zación poco racional de los recursos naturales en los procesos productivos, con
importantes impactos ambientales.
Un sistema poco equitativo, porque sólo el 20% de la población mundial,
ubicada en el norte del planeta, consume el 80% de esos recursos. Para muchos
especialistas, estos métodos productivos y ese estilo de vida inequitativo y ple-
no de derroche no es sustentable y lleva a un pronto agotamiento de materias pri-
mas y productos no renovables y al deterioro del medio ambiente. En lo inme-
diato supone la carencia de esos recursos para la gran mayoría de los habitantes
del planeta, que padecen hambre y se hallan en una situación de extrema pobre-
za. A más largo plazo, tiene también como resultante el cambio climático, debi-
do a la aceleración en las emisiones de CO,, por el uso sin control de vehículos,
maquinarias y productos energéticos diversos. El incremento en esas emisiones
se produce ya en los años 70, pero se acentúa en las últimas décadas. Es por esa
razón que desde el trabajo del Club de Roma sobre “Los límites del crecimien-
” de 1970; pasando por el Informe Brundtland de 1987, donde se emplea por
dE vez el concepto de “desarrollo sustentable”; hasta la primera Cumbre de
la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, la toma de conciencia sobre la >>

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


<< habitabilidad del planeta fue creciendo. Otro hito fue la publicación del pri-
mer informe del Grupo Gubernamental de Expertos del Cambio Climático
(GIEC), donde se pusieron en evidencia los mecanismos dirigidos a mantener el
proceso de acumulación existente que explican ahora la profundidad de la crisis.
El derretimiento de los glaciares, así como de grandes porciones del Ártico
y del Antártico, son los fenómenos más visibles del deterioro ambiental, como
consecuencia de este sistema productivo. Sin embargo, no se aplicaron medidas
concretas. El crecimiento del consumo energético es la principal causa, pero los
sectores industriales y de servicios —sus mayores responsables— no están dis-
puestos a actuar para revertirlo ya que eso afectaría sus intereses.
Entre los síntomas más importantes de la crisis ecológica se encuentran la
aceleración de los procesos de utilización de recursos no renovables, el desgas-
te de la capacidad productiva de los suelos y las emisiones de gases con efecto
invernadero. Estos procesos son resultados directos o indirectos de la necesidad
del pago de la deuda de muchos países, de la liberalización del comercio y de la
acentuada penetración en el sector agrícola-ganadero del capital concentrado y
de los fondos financieros.

Gráfico 4
Reservas de petróleo y concentración de CO,

Al A
1900 1925 1950 1975 2000
=()== Reservas de petróleo disponibles (%)
—F= Concentración de CO2 en la atmósfera = partes por millón (PPM)

2009.
Fuente: Rubén Vega Cantor, “Crisis Civilizatoria”, Revista Herramienta NO 41, julio de
>>

contemporaneo
/ 179
tali
Las grandes crisis del capitalismo
<< El Gráfico 4 muestra cómo las condiciones ambientales resultan afecta-
das por emisiones de carbono (C02), mientras disminuyen las reservas mundia-
les del principal producto energético.
En palabras de Michael Lówy, un filósofo brasileño que enseña en Francia,
la actual crisis económica y ecológica forma parte de una coyuntura histórica
más general: “estamos enfrentados con una crisis del presente modelo de civili-
zación. [De] la civilización occidental moderna, capitalista/industrial, basada en
la ilimitada expansión y acumulación de capital, en la mercantilización [...], en
la despiadada explotación del trabajo y la naturaleza, en el individualismo y la
competencia [...] y en la destrucción masiva del medio ambiente” (15). En este
sentido, la ruptura del equilibrio ecológico presenta un panorama amenazador
que pone en peligro la supervivencia misma de la especie humana. Un desequi-
librio que sumado a la desigualdad de ingresos, afecta a gran parte de los habi-
tantes del planeta a través del problema de la alimentación en su doble aspecto:
producción y precios. Cerca de 900 millones de personas sufren hoy de subali-
mentación crónica, de las cuales más del 90% viven en los países más atrasados.
Y si bien la producción de alimentos ha aumentado un 2% anual en los últimos
veinte años el crecimiento de la población, sobre todo en las regiones periféri-
cas, no le va a la zaga.
Por el lado de la oferta, la urbanización creciente, la degradación de los mo-
dos de producción agrícolas, los pobres rendimientos por hectárea en muchos
países, explican esta falencia. La producción de cereales, en particular, se ha
mantenido prácticamente constante desde 2004. En el caso de los granos debe
incluirse una reducción adicional por la cantidad de cultivos orientados a la pro-
ducción de biocombustibles, que restan superficie a la actividad alimentaria, y
por los efectos de la especulación financiera sobre los commodities.
Por el lado de la demanda no sólo están los pobres que no pueden alimen-
tarse: en muchos lugares el consumo se ha incrementado en forma considera-
ble. El mayor ejemplo es el de China e India, debido a la incorporación de nue-
vos asalariados urbanos que consumen cada vez más alimentos, desde soja y
trigo hasta lácteos y carnes de distinto tipo —que, a su vez, hacen necesaria una
extensión del cultivo de cereales—. La sumatoria de estos factores ha generado
el mayor incremento del valor de los alimentos desde principios de la década de
1990.
Sin dispositivos de corrección, la presión sobre los recursos naturales y del
medio ambiente pesará sobre el crecimiento futuro y frenará la productividad de
sectores como el agrícola, generando costos de reparación, y sobre la salud hu-
mana. El Informe Stern, presentado en Gran Bretaña, evalúa la amplitud de los
daños en un orden del 10% al 20% del PIB mundial en la segunda mitad del >>

180 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


<< siglo, pero ya se prevén pérdidas del orden del 5% anual a partir de ahora si
no se toman medidas inmediatas (16).
Esta amenaza, que influirá sobre el suministro de agua, la producción de ali-
mentos, la salud y el clima del planeta, hace necesario tener en cuenta a corto
plazo, la existencia de costos directos (como impuestos y tasas), así como de
costos indirectos (normas y reglamentaciones), para proteger el medio ambien-
te aun a costa del crecimiento. Con todo, el mayor coste resultante de la adop-
ción de esas medidas —la reducción de las emisiones de gases invernadero para
evitar las peores consecuencias del cambio climático— sería apenas del 1% del
PIB global cada año.
La inestabilidad de los precios y la incorporación de estos costes conducen
a una revisión a la baja del valor de los activos productivos y del crecimiento.
De todos modos, la necesidad de políticas al respecto se presenta como impres-
cindible, pero choca contra los intereses de los principales beneficiarios de este
modo de organización de la producción, que se reproduce con un enorme derro-
che de energía y materiales no renovables: grandes empresas y gobiernos de los
países a los que esas empresas pertenecen.
Por último, lo que demuestra la actual crisis económica a nivel mundial es
que no sólo las irregularidades climáticas influyen sobre el precio de los alimen-
tos. La especulación financiera se reveló como un inconveniente adicional. Si en
Viñas de ira, el celebrado libro de John Steinbeck, la fuerza de la naturaleza, con
sus vientos arrasadores y su sequía dejaba a los campesinos sin techo ni comida
agravando los efectos de la Depresión, esta vez fueron los vientos especulativos
de los mercados financieros e inmobiliarios los que soplaron sin piedad sobre
millones de individuos colocándolos en una situación similar. Mi

B) Las etapas de la crisis: estallido, depresión y salvatajes

1. El estallido de la crisis en 2007. Las subprime


y el sistema bancario

Como se señaló, el consumo de los hogares en Estados Unidos se incrementó en


las últimas décadas a pesar del retroceso en la distribución del ingreso y gracias
al creciente endeudamiento contraído. Esta situación fue posible gracias a las ba-
jas tasas de interés que permitieron la continuidad en el pago de las obligaciones
de esas deudas. |
Este proceso se fue intensificando desde la década de 1970 y en los últimos

181
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
años tomó características especialmente preocupantes. Según cifras de la Reser-
va Federal, la deuda de los consumidores aumentó más rápidamente que el in-
greso disponible. Era un 60% del mismo en los años 70, y en 2005 constituía el
127% de ese ingreso.
A su vez, la mayor parte de esta deuda fue contraída con garantías de activos
reales, principalmente residenciales. Esto fue posible gracias al aumento conti-
nuo en los precios de las viviendas, que posibilitó la emergencia de formas más
riesgosas de créditos hipotecarios. La economía de Estados Unidos venía inflan-
do una burbuja inmobiliaria desde 2002, cuando la Reserva Federal, con el pro-
pósito de estimular el mercado bursátil (que necesitaba salir de la explosión de
la burbuja de las puntocom), redujo las tasas de interés generando liquidez.
De esta forma, el crecimiento de los precios en el mercado inmobiliario en
los primeros años del siglo XXI implicó el acceso al crédito hipotecario con con-
diciones cada vez más laxas y menores desembolsos iniciales. Inclusive, en cier-
tas ocasiones se podía comprar una vivienda sin ningún pago inicial. En el año
2006, el 25% de los créditos acordados no comprendían devoluciones de capital
los primeros años y más de la mitad de esos créditos se otorgaron en función de
ingresos declarados por las familias, sin que tuvieran necesidad de probarlos.
Fue esta burbuja inmobiliaria la que implicó el aumento continuo de los precios
de las viviendas, el incremento del endeudamiento y su continuo refinancia-
miento (17).
Este proceso adquiría características que le imprimían un nivel de riesgo que
presagiaba un desenlace crítico. Por ejemplo, la mayoría de los préstamos hipo-
tecarios otorgados antes de 2005, cuando las tasas de interés se ubicaban en ni-
veles particularmente bajos, tenían incorporadas tasas variables, ya que de esa
forma el pago inicial era menor que con una tasa fija. Sin embargo, este tipo de
contratos implicaba un riesgo mayor, ya que cualquier aumento del interés podía
traducirse en la imposibilidad de pago por parte del deudor.
Así, este contexto propio de los años previos a la crisis, implicó que las fami-
lias de bajos ingresos se convirtieran cada vez más en sujetos de crédito, como en
los casos de los préstamos en efectivo o los créditos para la compra de automóvi-
les asegurados por el título del mismo activo (car title loans). De esta manera, este
segmento de la población, tradicionalmente sin acceso a los mercados financie-
ros, comenzó a formar parte de ellos a partir del surgimiento de nuevos activos
que canalizaron gran cantidad de recursos. Como parte de este proceso es que se
desarrollaron los créditos hipotecarios de baja calidad (subprime), que permitían
comprar el 85% del valor del inmueble, pagando una cuota superior al 55% de los
ingresos del deudor y a una bajísima tasa de interés, al menos inicialmente.

182 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


El circuito posterior ya fue explicado: los bancos traspasaban estos créditos
a fondos de inversión asociados (sacándolos de su propio balance), y los colo-
caban luego en el mercado a partir de paquetes de activos que incluían hipotecas
de riesgo bajo, medio y alto. Estos activos, a su vez, eran bien considerados por
parte de las instituciones calificadoras (con un investment grade, una condición
favorable para invertir) ya que supuestamente se había eliminado el riesgo al dis-
persarlo entre diversos activos. De esta forma, las hipotecas de baja calidad que-
daban fuera del balance de las entidades bancarias y pasaban a otras entidades
dentro de un conjunto supuestamente poco riesgoso. Sin embargo, como se com-
probó después, el riesgo no se había eliminado ni reducido y los bancos no esta-
ban a resguardo de ese tipo de créditos ya otorgados.
Todo este proceso se producía, reproducía y amplificaba ante la ausencia de
reglas protectoras para los prestatarios y una extrema sofisticación del instru-
mento financiero para los prestamistas. Los primeros, muchas veces inconscien-
tes de las condiciones reales de devolución, encontraban así una forma de acce-
der a la propiedad. Los intermediarios cobraban sus comisiones, mientras que los
bancos no tenían necesidad de tener en cuenta la capacidad de devolución de los
prestatarios gracias a la titularización.
Lo cierto es que antes del estallido de la crisis, y mientras continuaba inflán-
dose la burbuja inmobiliaria, ninguna entidad, ni estadounidense, ni del resto del
mundo, quería perderse el negocio. Así, un importante conjunto de instituciones
financieras europeas y otros países de la OCDE comenzaron a participar del pro-
ceso invirtiendo en busca de ese tipo de ganancias.
En definitiva, la continuidad de este esquema de hipotecas llamadas “tóxi-
cas” (de alto riesgo) dependía de los precios inmobiliarios. Sin embargo, en el
año 2006 estos precios comenzaron a bajar mientras aumentaban las tasas de in-
terés, haciendo que las cargas de devolución de los créditos subprime aumenta-
ran también, de manera tal que un gran número de familias no pudieron seguir
haciendo frente a sus obligaciones (Cuadro 7).
Al mismo tiempo, la caída en el precio de las propiedades no permitía ven-
derlas a fin de devolver el activó para pagar la deuda, provocando una creciente
confiscación de viviendas. Pero también se producían las primeras quiebras de
establecimientos financieros estadounidenses cargados de estas hipotecas, una
veintena de entidades, presagiando algo aun peor.
A principios de 2007 la situación se agravó considerablemente, con un au-
mento masivo de los defaults, y obligó a las agencias calificadoras a bajar las no-
tas otorgadas a diferentes activos, perjudicando a los inversores que tenían por-
tafolios con una alta proporción de ese tipo de instrumentos financieros.

183
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Cuadro 7 e
Estados Unidos. Evolución del precio de la vivienda (2000-2009)

Índice Case-Shiller de
precios de la vivienda

Fuente: http://www.standardandpoors.com/indices/main/en/us

El primer episodio determinante de la crisis, que conmocionó al mercado,


se produjo en julio de 2007, cuando dos fondos especulativos (hedge funds) de
la gran banca de inversiones Bear Stearns, con gran cantidad de títulos hipote-
carios en su activo, se fueron a pique. Esos títulos perdieron el 90% de su valor,
y quedó en evidencia que aquellos fondos estaban imposibilitados para seguir
operando.
Ante esta situación, numerosos bancos de Europa, Asia y Estados Unidos
fueron obligados a reconocer su alto grado de posesión de activos con hipotecas
subprime, lo que implicó la pérdida de fuentes de financiamiento por parte de
fondos de inversión asociados a esos bancos.
La primera entidad en sufrir los efectos de la crisis al otro lado del Atlánti-
co, en el mismo mes de julio, fue el banco alemán IKB, que tenía muchas hipo-
tecas subprime en Estados Unidos y debió ser salvado por un consorcio banca-
rio de su país. Algo similar ocurrió en Francia con varias administradoras de ese
tipo de fondos ligadas al BNP Paribas, el segundo banco europeo. Ya en agosto
comenzó a advertirse una crisis de liquidez que afectaba severamente a los nue-
vos productos expandidos en los años previos. Los inversores se apartaban de
esas tenencias, por lo que resultaba imposible adjudicarles un precio ante la au-
sencia de compradores.
Frente a la extrema gravedad de la coyuntura los préstamos entre bancos co-
menzaron a contraerse acentuándose el problema de liquidez. En situaciones nor-
males los bancos se prestan dinero permanentemente sobre el mercado moneta-

184 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


rio a una tasa ligeramente superior al de la banca central. Sin embargo, la cre-
ciente desconfianza por la incapacidad de las propias instituciones para determi-
nar el grado de exposición a los activos tóxicos empezó a bloquear las transac-
ciones interbancarias.
A esta situación excepcional, el Banco Central Europeo respondió abriendo
el crédito día a día a una tasa más razonable. Como resultado de ello, los bancos
absorbieron prontamente esa liquidez (65 mil millones de euros) y luego este tipo
de financiamiento continuó. La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco
Internacional de Japón también intervinieron en el mismo sentido.
El panorama se presentaba en extremo complejo si se tienen en cuenta algu-
nas cuestiones. Ante todo, como ya había quedado en evidencia, los riesgos no
se circunscribían a la economía estadounidense sino que el proceso cobró rápi-
damente una dimensión planetaria. En segundo término, la situación continuó
agravándose en la medida que, por ejemplo, la puesta en venta masiva de casas
y apartamentos y la baja de precios deprimían el mercado inmobiliario nortea-
mericano donde el stock de alojamientos disponibles ya era de 4 millones en
2007, el doble que en 2004.
En ese contexto, el encadenamiento bancario empezó a hacerse sentir sobre
finales del 2007, con el anuncio del Countrywide Financial Securities (el princi-
pal organismo norteamericano de crédito hipotecario) acerca de sus pérdidas mi-
llonarias y riesgo de quiebra, aunque la entidad fue absorbida por el Bank of
America.
A partir de entonces y en efecto dominó, bancos de primera línea de Estados
Unidos, Europa, Japón y Canadá comenzaron a sufrir problemas de liquidez pri-
mero y de solvencia después, ya que la caída de los precios de los activos físicos
(inmuebles) no permitía alcanzar siquiera con su venta el valor de los créditos
otorgados. De esta manera, en el año 2007 comenzaban a expresarse los prime-
ros síntomas de una crisis, cuyos efectos negativos irían sintiéndose cada vez
más al año siguiente.

2. La profundización de la crisis en 2008.


La caída de la banca de inversión

Ante la gravedad de la situación en enero de 2008, la Reserva Federal respondía


con una fuerte inyección de liquidez en el sistema y una drástica reducción de la
tasa de interés, ubicándola en 3 puntos (mientras que en septiembre de 2007 era
de 4,75 puntos). A su vez, el gobierno lanzaba un paquete de estímulo de 150 mil
millones de dólares. Sin embargo, la coyuntura no mejoró. Un hecho decisivo fue

185
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
la caída y su consecuente nacionalización, en febrero, del banco hipotecario in-
glés Northern Rock, que en septiembre del año anterior había debido enfrentar
una severa corrida. En marzo de 2008, la quiebra de la quinta banca de inversión
norteamericana Bear Stearns fue evitada por su compra por parte de JP Dota
impulsada por el Tesoro estadounidense.
En el Gráfico 5 se pueden ver los principales bancos afectados por las hipo-
tecas de baja calidad hasta abril de 2008.

Gráfico 5 A
Mayores bancos perdedores a partir de las hipotecas subprime
entre principios de 2007 y abril de 2008
(en miles de millones de dólares)

Société Générale
Mizuho Financial
Canadian Group
Crédit Agricole
Crédit Suisse
Wachovia
IKB
Deutsche
Washington
JP Morgan
HSBC
Morgan Stanley
Bank of America
Merrill Lynch
UBS
Citigroup

Fuente: The New York Times en base a Bloomberg.

El mes de septiembre de 2008 marca el momento en el que la crisis ingre-


só en una nueva fase. Luego del estallido de la burbuja inmobiliaria que comen-
zó a afectar a diversas entidades bancarias, le siguió el derrumbe de los princi-
pales bancos de inversión, la parálisis en los mercados financieros y las caídas
generalizadas en las Bolsas de Valores. El día 7 de septiembre, la Reserva Fede-
ral salió al rescate de las dos entidades hipotecarias más grandes de EE.UU., Fan-
nie Mae y Freddie Mac, inyectando 200.000 millones de dólares. Una semana
después se produjo la quiebra de Lehman Brothers —que sacudió los mercados-,
y la compra de Merrill Lynch —cuyo valor había descendido en un 62% en el úl-
timo año— por parte del Bank of America. Henry Paulson, el secretario del Teso-
ro, y Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, decidieron dejar que se

186 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


hundiera Lehman Brothers con el objeto de disciplinar el mercado, pero la juga-
da no salió como se esperaba y la crisis se profundizó.
El 16 de septiembre cayeron un 70% las acciones de AIG, una de las mayo-
res aseguradoras de Estados Unidos y un día después la Reserva Federal salvó a
esta empresa inyectándole 85.000 millones de dólares. El 19, finalmente, el pre-
sidente George W. Bush anunció un plan de rescate para los bancos por la suma
de 700.000 millones de dólares. Pero la iniciativa tuvo varias idas y vueltas: un
rechazo inicial por parte de la Cámara de Representantes el lunes 28 de septiem-
bre, y una aprobación final el viernes 3 de octubre.
Mientras tanto, en esos días siguieron las quiebras y los rescates. La quiebra
más importante fue la de Washington Mutual, fundado en 1889 y con activos por
307 mil millones de dólares, una parte del cual fue comprado por JP Morgan. A
su vez, Goldman Sachs y Morgan Stanley, los dos últimos grandes bancos de in-
versión, debieron transformarse en bancos comerciales y quedaron sujetos a la
supervisión de la Reserva Federal. Desaparecieron así, en pocos días, los bancos
de inversión, cuya regulación escapaba antes a la Fed —que por lo tanto no podía
prestarles fondos para enfrentar sus pérdidas— y estaba en manos de la Comisión
del Mercado de Valores.
El panorama se volvía cada vez más complejo, amenazando con conducir a
la quiebra a los bancos comerciales y poniendo en evidencia que el riesgo recaía
sobre todo el sistema de distribución de crédito estadounidense e incluso mun-
dial. Al mismo tiempo, en el mercado interbancario, la tasa de interés pasó del
3,1% al 6,4% del 14 al 15 de septiembre, expresando el temor existente entre los
mismos bancos.
En este contexto, el sistema bancario se enfrentaba, por un lado, con una crl-
sis de liquidez, ya que no encontraba financiamiento a corto y medio plazo ni in-
versores prestos a otorgarles confianza. Al mismo tiempo la depreciación del va-
lor de sus activos conducía a pérdidas con la consecuente desvalorización del
capital, acentuado por la caída de las cotizaciones bursátiles.
El 8 de octubre, los bancos de EE.UU., Canadá, Central Europeo, Suecia y
Suiza bajaron sus tasas de interés medio punto, mostrando que lo que más les
preocupaba era la amplitud de la recesión, y que además podían actuar de ma-
nera coordinada. El 9 de octubre, Gordon Brown, primer ministro británico,
expuso un plan de intervención con tres facetas. Primero, con el objetivo de
desbloquear el mercado interbancario, y dado que los bancos no querían pres-
tarse dinero a corto plazo, los bancos centrales tendrían que proveer liquidez
de manera ilimitada, y cada gobierno debía procurar que sus bancos cambia-
ran sus activos ilíquidos por bonos del Tesoro. Segundo, se debía desbloquear

187
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
el financiamiento bancario a mediano término. Tercero, los Estados debían ga-
rantizar las emisiones de las obligaciones en un horizonte de unos meses a tres
años. Si los bancos no lo podían hacer el Estado lo haría.
El 11 de octubre empezó a tomar forma la idea de un plan de acción coordi-
nado, cuando se iniciaron las habituales reuniones de otoño del FMI y el Banco
Mundial. El 12 de octubre los dirigentes europeos se comprometieron a una ac-
ción coordinada inspirada en el plan de Gordon Brown. Paulson, resistente a ello,
cedió y anunció, el día 13, el desbloqueo de 250 mil millones de euros.

3. El año 2009: recesión y deflación

En este contexto, y ante las turbulencias financieras que se multiplicaban, hacia


finales de 2008 era evidente que las repercusiones habían alcanzado a la econo-
mía real. El 1 de diciembre el Buró Nacional de Investigaciones Económicas de
Estados Unidos anunció oficialmente que la economía estaba en recesión. El 16
de ese mes, la Reserva Federal redujo la tasa de interés de 1% a 0,25%, el nivel
más bajo en su historia. El día 19, el todavía presidente, George W. Bush, anun-

Gráfico 6
Evolución de la industria en países seleccionados (año 2008)

Producción industrial (*)


variación porcentual respecto de igual período del año anterior

* * *
* *
* o *<
*
ha] 3 O2
E 5 5
Mr Brasil**
E o España** o
Dd (=
S Argentina** México***
< D X Sudáfrica***
a

(*) Último dato disponible al 20 de marzo de 2009; (**) datos de enero de 2009;
(**x*) datos de diciembre de 2008.

Fuente: CEl en base a datos de The Economist.

188 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ció la utilización de 17.400 millones de dólares de los 700 mil millones del pa-
quete financiero destinado a los bancos, para ayudar a las tres grandes empresas
automotrices estadounidenses: General Motors, Ford y Chrysler. El Gráfico 6
muestra la caída de la producción industrial sufrida por distintos países del mun-
do a lo largo de 2008.
Más allá de la crisis financiera, numerosos indicadores señalaban problemas
de fondo de la economía estadounidense. En primer lugar, el país de América del
Norte seguía acumulando elevados y crecientes déficits comerciales y fiscales.
Para 2009, el déficit fiscal ascendió a un 12,5% del Producto Bruto, récord his-
tórico sólo superado durante la Segunda Guerra Mundial. La caída de la recau-
dación y el aumento del gasto público explican este quebranto, que duplicó el
del 2008.
En segundo lugar, y como contrapartida del crecimiento del déficit fiscal, el
incremento de la deuda pública se tornó inevitable. En 2008 se ubicó en un 47%
del PIB y en el 2009 en más de un 58% (Cuadro 8).
Esta evolución fiscal está directamente vinculada con la crisis que se inició
en 2007 y se intensificó en 2008. Por una parte, el aumento del gasto público
tuvo que ver con las medidas concernientes a los salvatajes en los mercados fi-
nancieros. Por ejemplo, la nacionalización de Fannie Mae y Freddie Mac, más
los costos del programa TARP (Troubled Asset Relief Program), representaron un
desembolso de 424 mil millones de dólares.
A esto se sumaron las consecuencias del deterioro de la economía real sobre
el presupuesto público. El principal síntoma fue el descenso en la recaudación,

Cuadro 8
Déficit fiscal y deuda pública de Estados Unidos
(en miles de millones de dólares)

2008 2009* 2010*


Ingresos 2.524 2.100 2.254

Gastos 2.983 3.688 3.644


Déficit fiscal -459 -1.588 -1.390
Deuda pública 5.803 LOL 8.868

(*) Valores proyectados por el Congressional Budget Office (CBO) del Gobierno de EE.UU.
Fuente: CBO (2009), The Budget and Economic Outlook: An Update, The Congress
of the United States, Washington DC.

189
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
que en el año fiscal 2009 cayó casi un 20%. A su vez, el gasto federal sumó 130
mil millones de dólares destinados al programa de estímulo ARRA (4merican Re-
covery and Reinvestmen t Mientras, los beneficios para desempleo crecieron
Act).
en 73 mil millones de dólares a medida que aumentaban las filas de desocupados.
También se advertía preocupación por el derrumbe de numerosos fondos de pen-
siones. En este contexto, las cifras de la economía real no eran alentadoras. Des-
de mediados de 2007 hasta septiembre de 2009 la tasa de desempleo de Estados
Unidos se duplicó y, en octubre de 2009, se ubicaba por encima del 10%.
A su vez, el producto bruto cayó cuatro trimestres consecutivos, entre el ter-
cero de 2008 y el segundo de 2009. También el consumo sufrió caídas importan-
tes, sobre todo en la segunda mitad del año 2008 (Gráfico 7).

Gráfico 7
Estados Unidos. Tasas de variación del PIB real
y del consumo privado

[2 PIB real Ml Consumo privado

TrIIl- TrIV- ri- Tr il-


07 07 08 08

Fuente: BEA (2009), Gross Domestic Product, Octubre 2009,


y Bureau of Economic Analysis, US Department of Commerce.

Siguiendo el mismo rumbo, la inversión sufrió un fuerte impacto negativo.


Luego de caer sostenidamente a lo largo del año 2008, llegó a desplomarse en
más de un 50% en el primer trimestre de 2009 (Gráfico 8).
El comercio exterior también padeció las consecuencias de la crisis. Las ex-
portaciones norteamericanas de bienes cayeron en un 25,5% en el último trime-

190 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Gráfico 8
Estados Unidos. Tasas de variación de la inversión privada

Tr ill Tr IV- Tr 1-08 Tr il Tr ill Tr IV-


07 07
Tri-
08 08 08 09

Fuente: BEA (2009), Gross Domestic Product, Octubre 2009, y Bureau of Economic Analysis,
US Department of Commerce.

tre de 2008 y en un 36,9% en el primer trimestre de 2009 (18). En este contexto,


como ya señalamos, la contracción del consumo y de las exportaciones de la in-
dustria automotriz llevó al borde de la quiebra a los tres gigantes —General Mo-
tors, Chrysler y Ford— que sufrían problemas estructurales y pérdida de partici-
pación en el mercado frente a sus competidores orientales.
En 2009 la crisis económica mundial no había tocado fondo. Los principales
indicadores macroeconómicos estaban todavía en rojo. Habría que remontarse al
primer shock petrolero de 1973 para observar una degradación así. En EE.UU. la
caída de la producción manufacturera era la más importante desde diciembre de
1974. La declinación del consumo familiar y la crisis inmobiliaria continuaban,
mientras las inversiones en la construcción estaban en su nivel más bajo desde
1959. Una situación que se reproducía en el resto del mundo desarrollado. Pero
la prioridad principal la constituían los altos niveles de desempleo, sin preceden-
tes también desde la década de 1970.
Los sectores de la economía que dependían principalmente del endeuda-
miento de los consumidores fueron los que sufrieron las consecuencias más se-
veras. De ahí la gran dificultad del sector automotor y de sus principales empre-
sas. A su vez, el derrumbe del mercado inmobiliario fue el más grave desde la
posguerra, con una baja del 20%, promedio anual, de los precios. De esta mane-
ra, el llamado “efecto riqueza”, que supone para las familias el alza continua de

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 191


inmuebles, acciones, títulos diversos e incluso futuras pensiones (porque la rela-
ción deuda-patrimonio parecía favorable) constituyó, al invertirse el proceso, un
canal de transmisión de la crisis financiera hacia la economía real.
Por la pérdida patrimonial todo instaba a las familias a reducir el consumo,
actitud a la que contribuía también la restricción del crédito, la pérdida de pen-
siones y la incertidumbre del empleo. La costumbre del ciudadano medio de Es-
tados Unidos de gastar más de lo que ganaba gracias a las prolongaciones de cré-
dito tomadas en vistas del posible aumento del valor de sus viviendas u otros
activos, dejaba de ser factible. De esta forma, las turbulencias financieras se ex-
presaron en la economía real y la recesión se hizo presente. Hasta los créditos
más sólidos se volvieron dudosos por las dificultades de un número creciente de
familias y empresas, y los bancos comenzaron una segunda ola de depreciación
de activos y pérdidas, que al principio del 2009 ya eran de 2.200 miles de millo-
nes de dólares. Mientras, las quiebras de empresas crecieron un 45% en 2008 y
se aceleraron en 2009.

4. La crisis europea de 2010

La primera manifestación del carácter general de la crisis fue el contagio en el


plano de las finanzas: enseguida cayeron los mercados bursátiles en todo el mun-
do. En Europa, el promedio de la baja de las acciones de las principales empre-
sas que operan en Bolsa superó el 35% en 2009.
Sin embargo, este rápido contagio se explica no sólo por las fuertes interco-
nexiones del sistema financiero, sino también porque la economía de Estados
Unidos, a pesar de manifestar desde hace tiempo crecientes dificultades, sigue
siendo la “locomotora” del sistema capitalista. Este país da cuenta de un cuarto
del consumo mundial de bienes y servicios, y sostiene en gran medida las inver-
siones globales. Además, la mayor parte del intercambio comercial mundial y las
reservas de los bancos centrales continúan expresándose en dólares, aunque apa-
rezcan signos que cuestionan ese predominio.
Hacia octubre de 2008 la Unión Europea trató infructuosamente de coordi-
nar algún plan de “salvataje” similar al aprobado por EE.UU., pero finalmente
cada país intervino por su cuenta. Alemania, por ejemplo, anunció el 4 de octu-
bre que inyectaría 50.000 millones de dólares para rescatar al cuarto banco de ese
país. Situaciones similares se dieron también en otros países europeos. Los mi-
nistros de Economía de la Unión Europea anunciaron el 6 de octubre, en medio
del derrumbe bursátil, que garantizarían los depósitos bancarios por 50.000 eu-
ros, e incluso algunos gobiernos, como el de España, ampliaron esos avales. Ha-

192 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ciendo frente a la desconfianza general, se procuró evitar corridas bancarias que
agravaran aun más la crisis.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), por su parte, adoptó una decisión
sorprendente. Pidió aumentar los déficits presupuestarios de los países centrales
para salir de la crisis. Según este organismo, en el 2008 las pérdidas alcanzarían
un total de 1,4 billones de dólares; el equivalente aproximado a todo lo que pro-
duce el Mercosur durante un año. Mientras tanto. la Reserva Federal de Estados
Unidos, el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Inglaterra, el Banco Na-
cional Suizo y el Banco de Canadá inyectaron cerca de 100 mil millones de dó-
lares hacia fines de 2007, y durante todo el 2003 y el 2009 los bancos centrales
continuaron volcando dinero en los mercados, pero sin lograr una mayor estabi-
lización. Cuando se hizo evidente que la crisis 1.0 era meramente de liquidez sino
de solvencia, estos salvatajes se extendieron.
Una de las medidas tomadas por los bancos nacionales, sin precedente en
cuanto a su magnitud, fue la coordinación de las autoridades monetarias de Ca-
nadá, la Unión Europea, Estados Unidos. China, Suiza y Japón con el fin de ba-
jar las tasas de interés básicas, para frenar el pánico y estimular el crédito. El des-
cuento promedio fue de 0,5%.
En la zona del euro, la crisis comenzó por una suerte de contagio directo del
“virus norteamericano”. Inicialmente, el impacto se produjo sobre los mercados
financiero e inmobiliario, y afectó con mayor virulencia a España, Gran Bretaña,
Irlanda, Holanda y Dinamarca. La crisis se manifestó como un derrumbe de las
operaciones en esos mercados, generando un alto grado de desconfianza sobre la
solidez de los bancos, que paralizó las operaciones entre las entidades financieras.
Inmediatamente se dispararon tendencias recesivas que afectaron al comercio
exterior, frente a lo cual algunos países adoptaron una estrategia de tipo neomer-
cantilista, como Alemania y Francia. Por otra parte, la reducción de la demanda
europea, norteamericana y japonesa indujo a una caída acelerada de las exporta-
ciones del conjunto del Viejo Continente. Europa Oriental fue especialmente sa-
cudida, por cuanto muchos de los países de la región habían adoptado un modelo
exportador dependiente. Es el caso de la República Checa, Eslovaquia, y parcial-
mente Polonia y Hungría, que siguieron políticas parecidas a las de América La-
tina en los años 90, con un eje muy marcado de valorización financiera, tipos de
cambio retrasados como ancla de los precios y un devastador endeudamiento. En
esta situación se encontraban también los países bálticos. La tasa de desempleo
se incrementó fuertemente en los distintos miembros de la Unión Europea entre
2008 y 2009. Especialmente intensa fue la recesión en España, donde la desocu-
pación trepó a niveles alarmantes (Cuadro 9).

193
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Cuadro 9
Zona euro (16 países)
Indicadores macroeconómicos de producción,
desempleo e inflación (años 2008-2009)

Países Desempleo

Eurozona
Alemania
Austria
Bélgica
Chipre
Eslovaquia
Eslovenia
España
Finlandia
Francia
Grecia
Holanda
Irlanda 3d
Italia Sa 0,8
Luxemburgo 4,1 0,0
Malta 4,7 1

Poruga
Fuente: Elaborado con datos de Eurostat.
21

La reacción de las autoridades de la Unión y de los gobiernos nacionales


frente a la crisis fue muy lenta, mientras tanto la recesión se generalizaba y se in-
sinuaba un proceso deflacionario entre el tercer trimestre de 2008 y el primero
de 2009. Un impacto especial sufrieron algunos países como Irlanda, que hasta
ese momento eran considerados ejemplares por sus políticas abiertas y flexibles,
que habían generado tasas de crecimiento altas y buena evolución del empleo.
Frente al agravamiento de la crisis, la respuesta de la mayoría de los gobier-
nos europeos consistió en un paquete de asistencia al sector bancario, concreta-
do sin demasiada coordinación entre los diferentes países. Como esta ayuda mu-
chas veces fue tardía e insuficiente, algunos bancos debieron ser absorbidos por

194 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


los Estados para evitar quiebras que pudiesen desmoronar incluso más el siste-
ma, mientras otras instituciones financieras eran compradas por sus competido-
res, alentando la concentración.
También el Banco Central Europeo tomó nota de la situación y flexibilizó su
política monetaria reduciendo en varias oportunidades los tipos de interés. Esta
política sirvió de poco, porque como señalara oportunamente Keynes, en recesio-
nes generalizadas con deflación, la política monetaria suele ser ineficaz. Por eso,
algunos países comenzaron a introducir estímulos fiscales y paliativos como pro-
gramas de canjes de automotores, facilidades y créditos al consumo, extensión
de los subsidios al desempleo o esquemas de trabajos temporarios flexibles. Aun-
que sus resultados no fueron inmediatos ni ciertos, hacia finales del segundo se-
mestre de 2009 Francia y Alemania lograron frenar su caída y obtener un primer
resultado positivo. El resto, siguió mostrando numeros en rojo (Cuadro 9).
A diferencia de los miembros de la eurozona, otros países europeos pudie-
ron seguir un camino de devaluaciones como canal de ajuste y de reacción. Así,
Polonia desvalorizó rápidamente su moneda en casi un 20%; Hungría, 25%; Ru-
mania, 15%; Suecia y Gran Bretaña, un 10% (Cuadro 9).
Europa del Este recibió un paquete de ayuda, coordinado por el FMI. Sin
embargo, nuevamente las condicionalidades quedaron en la picota y las discusio-
nes sobre su esterilidad para solucionar la crisis fueron bastante ásperas. Hun-
gría, los países bálticos y Ucrania obtuvieron asistencias importantes, pero a
cambio debieron adoptar políticas monetarias y fiscales restrictivas, congelar sa-
larios, recortar los sueldos públicos y liberar el mercado de capitales en el caso
ucraniano. A este último país, dada la magnitud del deterioro social, se le conce-
dió un permiso especial para aumentar en un 0,8% del PIB el gasto orientado a
mitigar la pobreza extrema. Nada nuevo bajo el sol.
En un comienzo se pensaba que ciertos países estaban menos expuestos a la
crisis porque no habían entrado al negocio de las subprime, y el comercio inter-
nacional disminuía pero no se hundía. Y aunque bajara, la demanda interna pare-
cía poder compensar el problema. Además, algunos de ellos tenían una gran
solidez financiera por sus excedentes públicos y la magnitud de sus reservas in-
ternacionales. Pero la crisis terminó por propagarse por diferentes canales, el pri-
mero de los cuales fue el de las exportaciones. La desaceleración del comercio
mundial resultó más acentuada que lo anticipado, con una contracción del -10,7%
en 2009, según el FML A esto se agregó la volatilidad de los precios de los pro-
ductos básicos, que fragilizaba las exportaciones de materias primas.
La situación se agudizó, especialmente, en cuatro naciones de la zona del
euro: España, Grecia, Irlanda y Portugal, todos ellas ligadas al estallido de bur-

195
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
bujas especulativas gigantescas. Países que hacía pocos años eran paradigmas de
los beneficios de la mundialización, de lo que había que hacer para superar de-
finitivamente el subdesarrollo, ahora se presentaban como los pigs, que debían
poner a dieta sus excesos del pasado reciente.
A este respecto, es necesario considerar que uno de los elementos que los
alentaron a entrar en la eurozona era, además de obtener subsidios de compen-
sación, acceder a tasas de interés más bajas que las que podían conseguir con sus
respectivas monedas nacionales. Las tasas reales de interés resultaban incluso
menores para esas naciones que para las de mayor desarrollo, como Alemania o
Francia, por cuanto tenían niveles de inflación más elevados.
Por otro lado, mientras que las tasas de interés del Banco Europeo conver-
gían a la baja con las alemanas, la paridad del poder adquisitivo del euro se di-
ferenciaba cada vez más entre los distintos países, de acuerdo con sus respectivas
tasas de inflación. Entre 1997 y 2009 el nivel general de precios en Grecia au-
mentó 46,4%; en Irlanda el 39,9%; y en España el 39,2%. En tanto, en Alema-
nia la inflación alcanzaba sólo un 19,2% y en Francia un 22%, como se observa
en el Gráfico 9.

Gráfico 9
Inflación acumulada en países de la eurozona (años 1997-2009)
(precios al consumidor, 1997= 100)

Grecia Irlanda España Portugal Italia Z.Euro Francia Alemania

Fuente: Comisión Europea.

196 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Los países más beneficiados por esas circunstancias —valor del euro (19) y ta-
sas de interés reales más bajas— fueron así endeudándose mucho más. En Grecia
fue sobre todo el Estado quien contrajo gravosas obligaciones; en España y Por-
tugal, los agentes privados; pero en ambos casos con el mismo resultado: todos
ellos se sobreendeudaron. A esta problemática se agregaron déficits de la cuen-
ta corriente del balance de pagos abismales con relación al PIB de cada país: en
2008, 12% en Grecia; 10% en Portugal; 9% en España. Al mismo tiempo, la pro-
ducción doméstica perdía competitividad por el diferencial de inflación, las im-
portaciones se abarataban y los déficits externos aumentaban.
Por cierto que la crisis presenta en cada una de estas naciones un sesgo espe-
cífico, pero en todas ellas subyace el mismo feo. Grecia, Irlanda y Portugal lle-
garon al borde del default. En España, el descmoleo afecta a más de un quinto de
la población. En todos estos países, el boom inmobiliario impulsor del creci-
miento acelerado se frenó súbitamente. Los continuos desalojos y la expansión
desordenada de una construcción que se quedé sin compradores dejaron edificios
semivacíos, o vacíos, testimoniando crudamente una asignación de recursos ba-
sada en la especulación y desentendida de la realidad habitacional o productiva.
El rescate de los bancos que financiaron esta expansión desfondó a los tesoros
nacionales. Privados de devaluar, por su pertenencia al área del euro, el ajuste re-
cayó sobre la producción y el empleo. En los cuatro países, ambos indicadores
se derrumbaron sin avistarse en lo inmediato una reversión de estas tendencias.
Para peor, la acción gubernamental contra el paro estaba limitada por las cuen-
tas fiscales, que la crisis empeoró. Así, esos países recortaron el gasto público y
acrecentaron el endeudamiento soberano. El caso de Grecia es el más grave y dio
lugar a un plan de rescate por parte de la Unión Europea y el FMI. Las duras me-
didas de ajuste enunciadas provocaron fuertes reacciones populares y víctimas
fatales.

Plan de rescate y ajuste de la economía griega según el FMI.


Country Report N* 10/110, mayo de 2010

El programa del FMI, la UE y el BCE que adoptó Grecia es deflacionario.


Como el país no tiene una moneda propia debe mejorar su tipo de cambio real
reduciendo los precios y los salarios.
Esta clase de ajustes resulta similar a los que se practicaban durante la épo-
ca del patrón oro; los mismos técnicos del FMI admiten que por su magnitud
y tipo carece de precedentes, y que el esfuerzo exigido a Grecia es enorme. >>

197
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
<< Las principales características del programa son las siguientes:
1. Acuerdo stand-by con el FMI, con una duración de tres años, bajo con-
diciones excepcionales de acceso y financiamiento de emergencia por € 30
mil millones y un desembolso inicial de €5,5 mil millones. Los países so-
cios de la zona euro aportarían 80 mil millones con un primer desembolso
de € 14,5 miles de millones.
2. Reducción del déficit fiscal al 74% del PIB en 2010, al 4% en 2011 y
al 2% en 2012 y 2013.
3. Recorte de salarios nominales, eliminación de aguinaldos, aumento de la
edad de jubilación, incremento del IVA al 23%, suba de tarifas públicas.
4. Constitución de un Fondo de Estabilidad para capitalizar el sistema ban-
cario (salvataje bancario). Mi

5. Las zozobras del euro

Cuando se registran estas circunstancias, la moneda única se transforma en una


trampa. Para cualquier país que intente salir de la zona monetaria la situación en
lo inmediato empeoraría, ya que debería financiarse a tasas de interés superiores,
sin posibilidad de evitar el ajuste y sin recibir apoyo de los socios mayores de la
UE. Pero también, para los más afectados por la crisis que quieren permanecer en
ella, la “ayuda” conlleva planes de ajuste drásticos capaces de deprimir su econo-
mía por largos años y generar, como efectivamente sucedió, reacciones populares
de consecuencias insospechadas.
Además, en el caso griego los principales beneficiarios del proceso de en-
deudamiento fueron bancos como Goldman Sachs, el Crédit Suisse y el Deuts-
che Bank, que colocaron bonos del Tesoro helénico a futuro, a determinados pre-
cios, pero pudieron comprarlos, en el momento de librarlos a sus clientes, a un
valor menor, porque habían jugado a la baja de esos bonos, con lo cual embolsa-
ron una jugosa diferencia. Simultáneamente, esta baja obligaba al gobierno grie-
go a aumentar las tasas de interés para atraer a los inversores, lo que disminuía
aun más el precio de los bonos y aumentaba la carga sobre la hacienda pública.
Los títulos griegos llegaron a pagar así tasas de interés que triplicaban las de los
bonos franceses.
Paradójicamente, como se evidencia en muchos de estos ejemplos es intere-

198 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


sante notar un fenómeno que algunos economistas europeos denominan la “re-
vancha de los mercados”. Los Estados, que frente a la crisis del 2008 trataron de
salvar al sistema financiero y a los bancos socializando las pérdidas, se encon-
traron acusados de mala gestión por las mismas agencias de calificación antes
desacreditadas debido a sus pronósticos errados. En un primer momento se de-
cía que los títulos públicos, desprovistos de riesgo, contrariamente a los títulos
privados, no serían sospechosos de insolvencia. Tampoco se ponía en tela de jui-
cio el gasto público cuando lo esencial del endeudamiento estatal tenía por cau-
sa el intento de frenar la depresión ayudando a los agentes financieros que la en-
gendraron. Ahora los Estados volvían a ser el problema principal.
Sucedió así algo parecido a la fábula del escorpión y la rana. El escorpión,
teniendo que cruzar un curso de agua, le pide a la rana que lo lleve. Pero, sin po-
der ir contra su naturaleza, el escorpión pica mortalmente a la rana y se hunden
los dos en medio de la travesía. La principal incógnita es saber si los mercados
apuestan a doblegar a los Estados que contribuyeron a sostenerlos, tratando de
achicar su presencia y de restaurar los supuestos neoliberales. Pero con Estados
mínimos, una nueva crisis financiera se parecería al final de la fábula.
Esta crisis puso en evidencia, de todos modos, la fragilidad de una unión mo-
netaria atada con alfileres. Los indicadores económicos venían presentando an-
tes de su estallido grandes diferencias entre los países de la unión monetaria: des-
de aquellos altamente deficitarios en el terreno fiscal y en el sector externo (caso
Grecia, para poner el más notorio); con altos niveles de desocupación de más del
20% (como España); con el mayor déficit fiscal (Irlanda, 14,7%), o con un fuer-
te superávit en su comercio exterior y un déficit fiscal del 5% del PIB, que sien-
do el más bajo de Europa superaba las pautas de Maastricht (caso Alemania). Los
niveles de endeudamiento también variaban, desde los mayores o iguales al PIB,
como en los casos de Italia y Bélgica, hasta el de Alemania, menor a su PIB pero
superior al 60% establecido en el tratado monetario. Esto refleja enormes dispa-
ridades entre los miembros de la eurozona y el hecho de que ninguno de ellos
cumple en todo o en parte las pautas de Maastricht (Cuadro 10).
Sin duda que el euro no desaparecerá. El problema es saber cuántos países
permanecerán en esa zona monetaria. El esfuerzo para mantenerla no es sólo eco-
nómico, sino también estratégico y político; responde al fundamento mismo de
la UE, un poder que ha querido al menos equipararse al estadounidense.
En caso de que la eurozona se reduzca, también lo harán las fronteras mone-
tarias y comerciales de Europa, y los países que salgan de ella tendrán una me-
nor relación con los que se queden, pues estarán sujetos a la competencia inter-
nacional. Paradójicamente, un euro de menos países aunque más fuertes— puede

199
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
Cuadro 10
Deuda pública y déficit fiscal en países de la eurozona
(2010, porcentaje del PIB)

Países Deuda pública Déficit fiscal


Italia 116,5 5/9
Bélgica 99,7 6
Grecia 99,6 Lal7
Portugal 83,7 8,3
Francia 79,6 TOFL
Alemania 79,6 5,0
Austria DA O
España 62 12D,
Irlanda lea 14,7
Fuente: Comisión Europea, The Economist.

aumentar su valor y su estabilidad, pero a costa de la pérdida de mercados y de


influencia económica. Se dice que “un fantasma recorre Europa”... el de una nue-
va fragmentación.
El presidente del BCE, Jean Claude Trichet, reconocía que los mercados fi-
nancieros europeos atravesaban “la peor situación desde la Segunda Guerra
Mundial, tal vez incluso desde la Primera”. Señalaba, también, el peligro de un
“contagio” entre los países del euro; exigía “un salto cualitativo de la supervi-
sión mutua de las políticas económicas en Europa”, y descartaba la salida de
Grecia de la unión monetaria. “Ésa no es una opción posible —afirmaba—. Cuan-
do un país entra en la unión monetaria, comparte con el resto de los países un
destino común” (20).
Puede compararse esta crisis con la de Argentina del 2001, y también la si-
tuación del euro con la que existía durante la vigencia de la ley de convertibili-
dad. La diferencia es que el peso se podía devaluar sin ataduras internacionales,
aunque a altos costos, pero a los países europeos en dificultades, como Grecia o
España, una acción parecida les puede resultar más difícil, porque los obligaría a
salir de una zona protegida (21).
A este respecto algunos economistas del Viejo Continente se preguntaban, a
propósito del euro —uno de los pilares de la construcción de un Estado suprana-
cional europeo—, si su cualidad de unidad de cuenta no tenía dificultades en dis-
tintas esferas de transacción (alimentación, automóviles e inmobiliario) como

200 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


para suplantar en las prácticas cotidianas las anteriores monedas nacionales. No
bastaba con suprimir la circulación de estas últimas, era necesario que los usua-
rios de la nueva moneda adhirieran a ella.
El euro no es neutro socialmente ni tampoco es capaz de estabilizar el siste-
ma de precios entre los países; depende del poder y de las políticas económicas
de cada uno de ellos y de la relación entre los Estados, los agentes y grupos so-
ciales internos. Por eso, volver a contar con una moneda propia permitiría ajus-
tar mejor las variables internas y la relación de éstas con las internacionales. El
ejemplo de las monedas paralelas argentinas antes de la ruptura de la convertibi-
lidad, que reflejaban una realidad económica más allá del dogma monetario im-
puesto, sirve como argumento a favor del retorno para usos domésticos de las
monedas nacionales. Ésta sería una solución a fin de salir del “corsé” del euro,
que seguiría funcionando como moneda internacional al igual que el dólar (22).

6. La intervención de los Estados y los organismos internacionales.


Los mecanismos de regulación

Las acciones de política económica se demoraron, en la medida en que a la mayo-


ría de los gobiernos les llevó un tiempo darse cuenta de la magnitud de la crisis
económica y financiera. Los primeros signos claros de la misma se manifestaron
hacia mediados de 2007, pero fue recién en la segunda mitad del año siguiente
cuando las acciones para contrarrestar los efectos de la crisis se generalizaron.
Las autoridades de Estados Unidos fueron las primeras en actuar, como era
de esperarse, ya que los descalabros, tanto financieros como reales, se iniciaron
en ese país. En agosto de 2007 se observaron los primeros signos de una políti-
ca monetaria más laxa, cuando la Reserva Federal recortó las tasas de interés. El
Banco de Inglaterra, a su vez, aflojó su política monetaria hacia diciembre de ese
año. En la primera parte de 2008, las acciones adoptadas fueron sucesivas inyec-
ciones de liquidez con el objetivo de rescatar a los bancos ante los efectos devas-
tadores de la crisis. Otros países se sumaron luego a esas políticas de rescate,
aunque como una reacción a la presión de la situación, antes que con objetivos
preventivos. Incluso algunos países practicaron inicialmente políticas procícli-
cas, repitiendo errores del pasado.
La respuesta de la Unión Europea fue más lenta y tardía que en Estados Uni-
dos. Incluso, la reacción inicial del Banco Central Europeo fue la de aumentar las
tasas de interés en julio de 2008, para hacer frente al riesgo de inflación, que has-
ta mediados de ese año seguía siendo su principal preocupación.
A medida que se descubría la complejidad y profundidad de la situación, dis-

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


tintos gobiernos ampliaron las operaciones de rescate de diferentes empresas, so-
bre todo instituciones bancarias y financieras, pero no exclusivamente. En este
contexto, las inyecciones de capital y la ayuda provista a los bancos para limpiar
sus balances fueron amplias, pero no siempre con buenos resultados y definiti-
vamente insuficientes como para reactivar la demanda agregada y atacar los efec-
tos de la crisis sobre la economía real.
La provisión de liquidez por parte del gobierno estadounidense para auxiliar
a entidades como Fannie Mae, Freddie Mac y Bear Stearns durante la primera
parte de 2008, fueron un indicador de la profundidad de la crisis. A principios de
septiembre se produjo la nacionalización de facto de las dos primeras cuando el
gobierno inyectó 100 mil millones de dólares en cada institución, tomó su con-
trol y abrió una línea irrestricta de créditos para mantenerlas a flote. Además, el
gobierno proveyó garantías para la compra de Bear Stearns por parte de JP Mor-
gan Chase.
Sin embargo, fue con la caída de Lehman Brothers, en septiembre de ese año,
cuando se advirtió el riesgo de una bancarrota financiera generalizada y, a partir
de entonces, los Estados comenzaron a desplegar políticas económicas más sis-
temáticas para enfrentar la crisis. A finales de ese mes, los problemas de AIG,
una de las aseguradoras más importantes de EE.UU., llevaron a la Reserva Fede-
ral a rescatar a la compañía otorgándole facilidades de crédito por más de 180
mil millones, quedándose con el 80% del capital, en lo que implicó otra naciona-
lización de hecho.
En octubre de 2008, y ante la gravedad de los acontecimientos de septiem-
bre, los bancos centrales de los países más avanzados se comprometieron a la
aplicación coordinada de políticas monetarias expansivas. En este contexto, el
Congreso de EE.UU. aprobó el programa para el auxilio de activos problemáti-
cos, TARP (Troubled Assets Relief Program), que le permitía al Tesoro comprar
activos “tóxicos” de diferentes instituciones hasta un monto de 700 mil millones
de dólares.
El gobierno de Gran Bretaña llevó adelante medidas similares para rescatar
al sistema bancario, inyectando hasta 50 mil millones de libras esterlinas en los
grandes bancos a cambio de acciones preferidas. Así, dos importantes entidades
hipotecarias fueron nacionalizadas. Además, el Banco de Inglaterra amplió las
líneas de crédito para las instituciones bancarias y el Banco Central Europeo co-
menzó a intervenir en la misma dirección. Otro caso importante fue la inyección
de gran cantidad de recursos por parte del gobierno de Suiza para rescatar al
banco UBS.
No obstante, estas medidas monetarias y financieras se revelaron insuficien-

202 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


tes para atacar los efectos que la crisis comenzaba a provocar en el sector real.
Así, algunos gobiernos de los países desarrollados comenzaron a echar mano de
herramientas fiscales, con la intención de estimular la demanda agregada y, a tra-
vés de ella, el producto y el empleo. Los incrementos del gasto público financia-
dos con deuda y los recortes impositivos se sucedieron desde mediados de 2008
y, con más fuerza, desde el cuarto trimestre de ese año, cuando la economía de
Estados Unidos ya había entrado en recesión.
A su vez, ante el avance de los efectos de la crisis sobre la economía real, la
nueva administración de Obama impulsó en febrero de 2009 un paquete de estí-
mulo fiscal (American Recovery and Reinvestment Act) por un monto de 787 mil
millones de dólares a utilizarse durante 2009 y 2010. Las medidas incluían trans-
ferencias a los trabajadores con bajos ingresos y a desocupados; mayores gastos
en salud y educación, e inversiones en infraestructura. Canadá también impulsó
medidas fiscales semejantes, combinando recortes impositivos, inversiones y
transferencias hacia los sectores vulnerables.
En noviembre de 2008, la Comisión Europea, el organismo ejecutivo de la
Unión, puso en marcha el Plan Económico de Recuperación Europea (European
Economic Recovery Plan) que llamaba a un esfuerzo coordinado por parte de los
países miembros para incrementar la demanda. Se sugería que las naciones intro-
dujeran estímulos fiscales por montos equivalentes al 1,5% del PIB, además de
los recursos involucrados en las medidas monetarias y financieras.
Así, en varios países europeos comenzaron a tomarse medidas de este tipo.
En Gran Bretaña dicho impulso se acordó en 2009 con la reducción temporal del
impuesto al valor agregado. En Francia, donde en 2007 ya se habían introducido
reducciones impositivas, se aplicaron estímulos a partir de aumentos de gastos de
inversión en infraestructura, en ayudas para industrias con problemas y para ho-
gares de bajos ingresos. En Alemania se llevaron adelante recortes impositivos,
inversiones en infraestructura y subsidios para compra de vehículos, entre otras
medidas. En España los estímulos fiscales tomaron la forma de mayores gastos
en obras públicas y transferencias a hogares y empresas.
Japón, por su parte, llevó adelante también un programa de estímulos fisca-
les por más de un 4% del PIB entre 2008 y 2010. En definitiva, los diferentes pa-
quetes fiscales impulsados por los países avanzados supusieron el aporte de una
masa importante de recursos (algo menos de 4 puntos del PIB en promedio). Sin
embargo, los impactos fueron dispares ya que, además de la cantidad de recursos
involucrados, es importante el canal por el cual se realiza el estímulo; el impac-
to sobre la demanda agregada es menor cuando se efectúa un recorte impositivo
a los sectores de altos ingresos, que cuando se aplican medidas tendientes a au-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


203
mentar el ingreso disponible de los sectores más carenciados o cuando se aumen-
ta la inversión pública.
Las políticas aplicadas en los países en desarrollo fueron más variadas de-
pendiendo en gran medida de la situación inicial y del régimen cambiario impe-
rante. En algunos de ellos, la aplicación de políticas monetarias expansivas se
produjo promediando el año 2008 (como en China, India o Corea), mientras que
en otros, al sufrir intensas presiones sobre el tipo de cambio en la segunda parte
de ese año, se debieron aplicar políticas monetarias contractivas y recién en 2009
se pudo empezar con la expansión monetaria y fiscal contracíclica. En general,
los países que más sufrieron la fuga de capitales y las presiones cambiarias recu-
rrieron al FMI para estabilizar sus monedas, lo que implicó importantes restric-
ciones en la utilización de instrumentos contracíclicos para enfrentar la crisis.
En conjunto, los recursos involucrados en estímulos fiscales fueron mayores
en los países en desarrollo que en los desarrollados, en algunos casos superando
el 5% del PIB. Particularmente amplio fue el plan de estímulo fiscal impulsado por
China, que involucró recursos por más de un 13% de su producto desde noviem-
bre de 2008. En el mismo sentido actuaron otras naciones de Asia y de América
Latina. En Brasil, se asignaron recursos por más del 5% de su producto bruto para
estímulos fiscales; mientras que en Chile el estímulo fue de aproximadamente el
3% de su PIB proveniente del fondo de estabilización. En Argentina, resultó fun-
damental la movilización de recursos obtenidos de la renacionalización del siste-
ma previsional.

Cronología de las políticas de intervención ante la crisis

Fecha Acciones de política económica

Agosto 2007 La Reserva Federal baja la tasa de interés.


Diciembre 2007 En el mismo sentido que la Fed, el Banco de Inglaterra
comienza a practicar una política monetaria más laxa.
Marzo 2008 El gobierno de EE.UU. provee garantías para la compra
de Bear Stearns por parte de JP Morgan Chase.
Julio 2008 ' El Banco Central Europeo aumenta las tasas de interés.
Septiembre 2008 Nacionalización de facto de Fannie Mae y Freddie Mac.
El gobierno de EE.UU. deja caer a Lehman Brothers.
Octubre 2008 Los bancos centrales de los países avanzados, incluyendo
el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y la >>

204 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Fed, aplican coordinadamente medidas monetarias
expansivas. Los bancos centrales de economías en
desarrollo comienzan a actuar también en el mismo
sentido. El Congreso de EE.UU. aprueba el programa
TARP, para la compra de activos problemáticos de
diferentes instituciones.
Noviembre 2008 Se impulsa el Plan Económico de Recuperación Europea
para la aplicación de medidas fiscales expansivas de
forma coordinada entre los países de la Unión. En este
contexto, paquetes fiscales con variados instrumentos se
aplican en los meses siguientes en los distintos países de
la Unión. China anuncia un paquete de estímulo fiscal
por 586 mil millones de dólares.
Diciembre 2008 La Fed reduce la tasa de referencia de fondos federales al
mínimo histórico de 0,25.
Febrero 2009 El nuevo gobierno de EE.UU. impulsa un paquete de
estímulo fiscal 2009-2010 (American Recovery and
Reinvestment Act) por 787 mil millones de dólares.
Marzo 2009 La tasa de interés de referencia del Banco Central
Europeo llega al 1%.
Julio 2009 El gobierno alemán introduce un esquema para la
transferencia de activos tóxicos, con el objetivo de
limpiar los balances de instituciones financieras en
problemas.
Mayo 2010 Plan de salvataje de Grecia. Ajustes en España, Portugal
e Irlanda. M

7. El G-20 y las medidas planteadas a nivel mundial

En cuanto a las medidas globales, desde noviembre del año 2008, el G-20 pare-
ció convertirse en el lugar para la coordinación de las acciones tendientes a en-
frentar la crisis. Los puntos de referencia para medir su actuación son las
diferentes reuniones que llevó a cabo en noviembre de 2008, en Washington, y
en abril y septiembre de 2009 en Londres y Pittsburgh respectivamente. Partici-
pan del G-20 los países ricos del G-8, más once naciones emergentes —entre ellas
Argentina y Brasil- y una representación de la Unión Europea. En esas reunio-

E 205
re eo
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
nes se dio la posibilidad de una discusión más amplia que la que se llevó a cabo,
por ejemplo, en Bretton Woods, donde a pesar de que asistieron 45 países sólo
EE.UU. y Gran Bretaña definieron las reglas de juego (23).
¿Pero existió en los encuentros del G-20 la intención de diseñar una nueva
arquitectura financiera internacional? La cuestión se presta a debate. Por un lado,
el salvataje del sistema bancario y el impulso al crecimiento para salir de la cri-
sis tuvieron como base el reconocimiento del apoyo fiscal de los Estados, ya en
marcha. Por otro, la supervisión y regulación financiera, así como el intento de
supresión de los paraísos fiscales, quedaron en manos de las instituciones exis-
tentes, remodeladas o reforzadas.
Las primeras decisiones pusieron sobre el tapete temas que parecían intoca-
bles antes de la crisis: el rol de los Estados, los límites de la liberalización finan-
ciera, el saneamiento de los bancos, la recuperación de los niveles de empleo y
el deseo de retornar a una economía productiva, pero no implicaron todavía una
modificación sustancial. El orden monetario permanece intocable, con el mante-
nimiento del dólar como divisa clave, pese al cada vez más declinante rol de
EE.UU. A su vez, las instituciones financieras internacionales, como el FMI, re-
forzaron su presencia sin ninguna mención a sus dudosos comportamientos en el
pasado reciente (en especial la imposición de condicionalidades y políticas de
ajuste, y su injerencia en temas que escapan completamente de su competencia),
aunque se prometió una revisión de la participación de algunos países miembros
en su gobierno. Tampoco se planteó un redimensionamiento de los mercados fi-
nancieros ni la restricción de sus rentabilidades. Menos aun una modificación
del reparto del valor agregado de las empresas entre beneficios y salarios.
La reunión del G-20 realizada en Pittsburgh tuvo, en particular, varias lectu-
ras, según la colina desde donde se mire el paisaje (24). Una surge del preámbu-
lo de su misma declaración, en el que se considera que se está pasando por una
transición crítica: de una era de irresponsabilidad a la adopción de un conjunto
de políticas, regulaciones y reformas de acuerdo a las necesidades de la econo-
mía del siglo XXI. La autocrítica es fuerte pero, en primer lugar, el G-20 no es
el G-8; la irresponsabilidad de la que se habla no alude a todos los países inte-
grantes del nuevo grupo sino a aquellos que dominaban la economía mundial
hasta la crisis, así como a los organismos económicos internacionales que los
acompañaban. Ellos impulsaron o aceptaron políticas de desregulación financie-
ra, de plena libertad de los movimientos de capital y de ausencia de reglas para
la banca de inversión, y permitieron la existencia de sitios privilegiados de colo-
cación de fondos. Los países emergentes, en cambio, fueron los que sostuvieron
en el período previo a la crisis el crecimiento económico y el comercio mundial,

206 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


y algunos de ellos los que proveyeron (en distinta medida) los fondos necesarios
para financiar los déficits descomunales de los países centrales.
En ese contexto la designación del G-20 como Primer Foro de la Coopera-
ción Económica Internacional obliga a una segunda lectura, o más bien a un se-
gundo interrogante. ¿Se trata de un nuevo tipo de gobierno mundial o más bien
de un maquillaje del viejo orden acomodado a las circunstancias actuales? Insti-
tucionalmente los cambios son en verdad pequeños. El FMI y el Banco Mundial,
que nacieron en 1944 en Bretton Woods, siguen encabezando el orden moneta-
rio y financiero, aunque ahora se redistribuye un pequeño porcentaje de las cuo-
tas de cada uno de ellos entre algunos de los países emergentes, pero el poder
principal continúa en manos de los mismos responsables de la crisis.
La tercera lectura es que, paradojalmente, estos últimos países son los más
endeudados entre los integrantes del G-20: Japón, Italia, Francia, Alemania, Ca-
nadá, el Reino Unido, Estados Unidos y España (que representa a la Unión Eu-
ropea), tienen una deuda pública per cápita que supera casi diez veces la del res-
to de los miembros del grupo. Si bien la deuda pública per cápita de Argentina
es relativamente alta, está muy lejos de hallarse en la zona negra. Según el reloj
estadístico de The Economist, la deuda argentina es de 3.528,70 U$S, un rango
que comparten aproximadamente Brasil y Arabia Saudita, por encima de los
656,10 USS de China o de los 622,20 de India (aunque la cantidad de habitantes
influye en esos índices), pero muy inferiores de los que tienen un rango entre
20.000 y 30.000 U$S, como EE.UU., el Reino Unido, Alemania, Canadá y Fran-
cia, o lo superan ampliamente como Italia y Japón.
El FMI calculó que una relación razonable entre la deuda pública y el PIB
no debía ser mayor del 60%, mientras que las diez naciones más ricas del plane-
ta llegaban al 80% en el 2007, y se estima que en el 2014 alcanzarían el 114%,
o sea 50.000 dólares per cápita. ¿Adoptarán esos países las recomendaciones del
FMI para las economías en desarrollo? En cuanto a la deuda total mundial, que
crece día a día, alcanza cifras asombrosas: el 29 de septiembre de 2009 era de
35.117.897 mil millones de dólares.
La cuarta lectura tiene que ver con las necesidades de los países con mayo-
res problemas y sus posibilidades de establecer un nuevo tipo de relaciones. ¿Es-
tados Unidos puede vivir sin el ahorro chino colocado en sus bonos del Tesoro y
los chinos vender sus productos sin recurrir tanto al cliente norteamericano?
¿Algo similar puede suceder con Europa, o se van a mantener los viejos “equili-
brios” (que expresaban en verdad desequilibrios potenciales que se hicieron pa-
tentes en 2010)? La situación es más delicada que en el pasado. La caída de los
mercados internos en los países más ricos les obliga a estimular su crecimiento

207
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
a través del aumento de sus exportaciones hacia los emergentes. Pero esto supo-
ne la posibilidad de que se produzcan devaluaciones competitivas. Con China, y
un yuan también subvaluado, implicaría crear más liquidez, lo que podría contri-
buir a estimular los mercados financieros, aunque ahora estén regulados. En la
cumbre, EE.UU. y Gran Bretaña incitaron a los países con grandes excedentes
comerciales a exportar menos y consumir más. Pero éstos les respondieron que
los que deben hacer los deberes y endeudarse menos son ellos.
Una quinta lectura es que las tasas actuales de interés son muy bajas, y cual-
quier movimiento en sentido contrario en el futuro -si los bancos centrales o la
Fed adoptan políticas más rigurosas y elevan esas tasas, como ocurrió a fines de
los años 70— provocaría una crisis de la deuda mucho más formidable que la que
América Latina sufrió en 1982.
Una sexta lectura es que muchos piensan que el combate contra la pobreza en
el mundo no ha ido a la par con el salvataje de los bancos o la preocupación por
las remuneraciones de los dirigentes de empresas. Todavía no se han invertido los
33 mil millones de dólares prometidos a los países pobres hasta el 2010.
Por último, se habla de nuevo de la posibilidad de implementar la ya famo-
sa tasa Tobin, un impuesto a escala regional para controlar los movimientos de
capitales. La tasa fue propuesta en 1978 por el norteamericano James Tobin, pre-
mio en Economía del Banco de Suecia en honor a Nobel. Su objetivo principal
era tratar de detener la especulación a nivel internacional que estaba atacando en
ese momento la economía estadounidense. No hay que olvidar que se habían pro-
ducido la crisis del dólar en 1971 y la del petróleo en 1973. Tobin actuaba como
un nacionalista estadounidense; defendía los intereses de su país. Al producirse
la crisis del Sudeste Asiático en 1997 el periódico francés Le Monde diplomati-
que planteó la recuperación de la tasa Tobin para frenar el proceso de globaliza-
ción financiera, gravando y controlando la entrada y la salida de capitales. El
propósito era reunir fondos con la recaudación obtenida por la tasa para ayudar
a los países más pobres, punto que no estaba en la propuesta original. La tasa os-
cilaría, en promedio, entre el 0,5% y el 1% de las transacciones, y su primer efec-
to positivo sería el de controlar el capitalismo salvaje. Si ninguna traba está pre-
vista —decía Keynes— los capitales se desplazan “a la velocidad de una alfombra
voladora”, y esos fondos flotantes pueden así circular por el mundo y desorgani-
zar todo esquema estable: por esa razón los movimientos de capitales deben ser
regulados.
Otras cuestiones centrales del crecimiento económico, dominado hasta aho-
ra por firmas multinacionales y por las estrategias nacionales de ciertas poten-
cias, y basado en grandes desigualdades entre los países y dentro de ellos, no

208 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


fueron tratadas formalmente en las reuniones del G-20. En este punto radica la
debilidad principal de los modelos de acumulación que llevaron a la crisis, la
peor del capitalismo desde los años 30.
Pero aún no se advierte claramente un cambio de paradigma. En la cumbre
de Toronto de junio de 2010, frente a los planes de ajuste planteados por varios
países europeos, en plena crisis, y las políticas de expansión llevadas a cabo por
países emergentes, que siguieron creciendo o tuvieron efectos mitigados de la
crisis y se recuperaron, el G-20 no se expidió de manera tajante, dejando libra-
do al criterio de cada uno la aplicación de sus políticas de preferencia. Sin em-
bargo, los planes de ajuste habían fracasado rotundamente años atrás en muchos
“emergentes”, que por propia experiencia eligieron un camino distinto con bue-
nos resultados. Lo razonable hubiera sido adoptar un criterio común basado en
el balance de experiencias pasadas.
De todos modos, la consolidación de nuevos bloques regionales, el crecien-
te papel de las economías en desarrollo y el abandono en muchas de ellas de los
presupuestos del neoliberalismo constituyen tendencias que abren un panorama
más esperanzador sobre la evolución futura de la economía mundial. Lo que pa-
rece cierto es que no hay posibilidades de volver atrás, hacia las leyes de auto-
rregulación de los mercados que rigieron en los últimos cuarenta años.

8. El impacto de la crisis en América Latina: los casos de Argentina,


Brasil y México

La CEPAL y el FMI han reconocido que el impacto de la crisis en América La-


tina no tuvo la misma profundidad que en otras circunstancias parecidas del pa-
sado. Ambos lo atribuyen tanto al menor involucramiento de la región con el
sistema financiero internacional en los últimos años, como a la política de acu-
mulación de reservas aprovechando los mejores precios de las materias primas y
los alimentos y a la adopción de sistemas cambiarios flexibles. Pero estas razo-
nes fueron el resultado de cambios políticos y económicos que se produjeron en
la mayoría de los países latinoamericanos como consecuencia del fracaso de las
experiencias neoliberales.
No obstante, los efectos negativos de la crisis, como no podía ser de otro
modo en una economía mundial fuertemente globalizada, igualmente se propa-
garon (25). Ya desde fines de 2007 el producto bruto latinoamericano desaceleró
su crecimiento y desde mediados de 2008 comenzó a caer, con el correlativo au-
mento del desempleo. Para 2009 la CEPAL calculó una contracción productiva
de la región de un -1,8%, muy diferente de la buena performance de 2005 en ade-

209
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
lante, cuando Latinoamérica se expandía a tasas del 5% anual y más, pero esti-
mó una recuperación importante en 2010, con un incremento del 4,1% de PIB.
Esto abre un panorama optimista que contrasta con la difícil situación de EE.UU.
y Europa.
La crisis impactó inicialmente por varías vías, todas ellas vinculadas al sec-
tor externo: el debilitamiento de la demanda de exportaciones, especialmente de
manufacturas; los menores precios de los productos exportables (que habían su-
bido notablemente en el período anterior); la caída del turismo extranjero, y la
disminución de la inversión extranjera directa (26). Golpeó también a todos los
países, aunque con matices distintos en cada uno de ellos. Aquí haremos una re-
ferencia especial a Argentina, Brasil y México por la importancia de sus econo-
mías dentro del conjunto.
Como lo muestra el Cuadro 11, si comparamos esos tres países vemos que,
mientras que en 2008 el crecimiento de Argentina y Brasil fue algo más lento
pero fuertemente positivo -6,8% y 5,1% respectivamente—, la economía mexica-
na sólo se incrementó un 1,3%, cifra que implica un virtual estancamiento. En
cambio, en 2009 la producción de los tres evolucionó débil o negativamente: la
de Argentina en 0,9, la de Brasil en -0,2% y la de México en -6,5%.

Cuadro 11
América Latina y el Caribe. Argentina, Brasil y México.
Variaciones del Producto Interno Bruto (en porcentaje)

Promedio
Región / Países | 1995-2004 | 2005 | 2006 | 2007

América Latina 30 3/0 5,8 Dz


Argentina eS 9,2 8,5 8,7
Brasil ES) EZ 4
México 2 o 5, áL SS

Fuente: Elaborado con datos de la CEPAL y el FMI.

Este impasse productivo incrementó el desempleo urbano desde 2007 (véase


Cuadro 12). Especialmente en México la situación continuó agravándose y en
septiembre de 2009 llegó a un máximo del 6,4%, después de haber estado por mu-
cho tiempo entre un 3% y 4%. En Argentina y Brasil el desempleo aumentó más
acusadamente en los primeros trimestres de 2007, pero en septiembre de 2009 ha-
bía disminuido y se ubicaba en el 8,8% en Argentina y en el 7,7% en Brasil.

210 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 12
Desempleo urbano

Argentina | Brasil*

1-2007 9,8 O
!l 8,5 9,7
1 8,1 9
IV 7,5 ved
1-2008 8,4 8,5
1 8 7,8
111 7,8 7,6
IV TS 6,8
1-2009 8,4 8,9
Il 8,8 SM
Septiembre 8,8 Tot

* Los datos corresponden a los meses de marzo, junio, septiembre y diciembre.


Fuente: Elaborado con datos de la OIT.

Se advierte que la crisis castigó con más rigor a México por su mayor inte-
gración con la economía estadounidense a través de las corrientes migratorias y
de su participación en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TL-
CAN), así como de sus inversiones y vínculos financieros. La economía de Mé-
xico acusó muy directamente el impacto del derrumbe de la demanda estadou-
nidense de exportación y los menores ingresos por el turismo y las remesas de
los emigrados. También fue afectada por la salida de capitales y la contracción
del crédito.
“La caída de la economía mexicana siguió rápidamente a la de Estados Uni-
dos —dice un artículo publicado en una prestigiosa revista económica de la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México— y hasta ahora ha sido la más profunda.
El TLCAN ha tenido como resultado indeseable un incremento de la subordina-
ción económica frente a ese país. El boom de los productos primarios permitió
crecer a América Latina, pero México fue el país que menos se benefició de este
auge”, por haber desaprovechado “los ingresos extraordinarios del petróleo para
realizar importantes inversiones en infraestructura, pero también en la ausencia
de políticas activas de fomento económico y distribución del ingreso” (27).
En este sentido, la mayor diversificación comercial de las economías brasile-
ña y argentina, su participación en un proceso de integración regional sin una
economía dominante y central, los intentos de ambos países —pese a sus diferen-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 2


cias— por alejarse de las recetas del neoliberalismo rindieron sus frutos y les per-
mitieron realizar políticas contracíclicas más efectivas.
La producción industrial, y las exportaciones de ese sector, fueron especial-
mente afectadas en los tres países; en Brasil la industria se contrajo 12,7% entre
octubre de 2007 y septiembre de 2009, y la de bienes de capital cayó aun más.
También la producción manufacturera argentina se desplomó un 11% entre sep-
tiembre de 2008 y junio de 2009, aunque posteriormente experimentó una tími-
da recuperación. Las ramas más castigadas fueron en ambos países la industria
automotriz y la de autopartes, la siderurgia y la metalmecánica. Pero en el caso
de la industria automotriz, como en el de algunos otros sectores, ya se advertían
signos de recuperación hacia fines de 2009. Por su parte, el volumen de produc-
ción de la industria mexicana disminuyó un 15% entre el inicio de la crisis, entre
agosto de 2007 y septiembre de 2009, siendo el sector de la maquila uno de los
que más se contrajo.
Como se observa en el Gráfico 10, al igual de lo que sucedió en los años 30,
el impacto mayor de la crisis en las economías de la región, y particularmente en
las de los tres países que analizamos, se produjo en las exportaciones, que se re-
dujeron rápidamente.

Gráfico 10
Exportaciones de Argentina, Brasil y México (en millones de dólares)

— Argentina —AFBrasil —“-México

A O O EE ES 00 JO LIT E E O O a e ro E
DO DSASO
SS SA
OSI SOS%» AES SS
Fuente: Elaborado en base a datos de la CEPAL.

159)=—ho Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Sin embargo, la debilidad de la demanda externa y doméstica relajó las pre-
siones inflacionarias presentes en América Latina entre 2005 y 2008, alimentadas
en buena medida por la explosión de los precios internacionales de los alimentos,
la energía y otras materias primas, y vinculadas, a su vez, con el auge de la espe-
culación en esos mercados. Cuando la crisis arreció, el conjunto de países de la
región pasó súbitamente de una inflación promedio del 7,9% en 2007 y 8,9% en
2008, a un nivel del 6% en 2009. Las tres economías de mayor peso —Argentina,
Brasil y México— mostraron un comportamiento semejante (Cuadro 13).

Cuadro 13
América Latina y el Caribe. Argentina, Brasil y México.
Inflación promedio anual (en porcentaje)

Promedio
Región / Países 1995-2004 | 2005 | 2006 | 2007 | 2008 | 2009

América Latina y el Caribe 9,1 3891.55 7,9 8,9 | 6,0


Argentina 4,9 ASADO 8,5 120 MOSS
Brasil 9,1 dl 45 5,9 4,9
México US 33 4,0 SÍ 6,5 ES

Fuente: Elaborado con datos del FMI.

El lado positivo del aumento de los precios de las materias primas fue la me-
jora que experimentaron en los últimos años los términos del intercambio comer-
cial. Gracias a ello la mayoría de las naciones latinoamericanas acumularon un
colchón de reservas internacionales que les facilitó enfrentar la caída de la de-
manda de exportaciones con menor dramatismo que en crisis previas.
De todos modos, la crisis afectó los balances de pagos de las economías de
la región. Los saldos positivos en cuenta corriente, como en el caso de Argenti-
na, se estrecharon en 2008 aunque repuntaron en 2009; en el caso de Brasil se tor-
naron negativos y se mantuvieron los saldos ya deficitarios de México. Además,
la remisión de divisas principalmente hacia las casas matrices de las empresas
multinacionales, para absorber las pérdidas operativas y financieras de la crisis,
indujo a cierta inestabilidad cambiaria, que agregó un elemento de incertidumbre
al vidrioso escenario internacional y reforzó las presiones recesivas. Las salidas
de capitales, por su parte, empeoraron la situación financiera de estos países, aun-
que a fines de 2009 la situación comenzó a revertirse (Cuadro 14).

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 213


Cuadro 14 dol
América Latina y el Caribe. Argentina, Brasil y México.
Cuenta corriente del balance de pagos (en porcentaje del PIB)

Promedio
Región / Países 1995-2004 | 2005 | 2006 | 2007

América Latina y el Caribe -6,6 1,4 Io 0,4


Argentina -3,8 2,6 32 2
Brasil -2,4 1,6 al 0,1
México -1,8 -0,5 -0,5 -0,8

Fuente: Elaborado con datos del FMI.

Las cuentas fiscales de América Latina también acusaron la crisis y mostra-


ron en un principio un deterioro importante, incluidos los tres países que anali-
zamos: Argentina, Brasil y México. Por un lado, la caída de la actividad econó-
mica redujo la recaudación de impuestos y de contribuciones a la seguridad
social, fuentes principales de las finanzas públicas. Por el otro, la mayoría de
los gobiernos tuvieron que ampliar las transferencias por desocupación y los
planes sociales para mitigar la declinación de los ingresos de los sectores más
vulnerables.
México fue nuevamente, en este rubro, el país más perjudicado, sus ingresos
tributarios ascendieron en 2008 al 9,5% del PIB mientras que la media de Amé-
rica Latina era del 15%. “La fragilidad fiscal revela un problema político —dice
el artículo antes mencionado— que cuestiona la legitimidad del Estado mexicano
para hacer cumplir a sus ciudadanos, sobre todo a los de mayores ingresos, con
sus responsabilidades cívicas básicas, como la tributación”. El problema mexi-
cano —se concluye allí— “no es si incurre o no en déficit fiscal” (que constituye
la preocupación del gobierno) sino la existencia de “una estructura fiscal que le
impide gastar e invertir en las magnitudes” que reclama la realidad económica
mexicana (28). Una conclusión que puede ser compartida también por Argentina
pese a su mejor comportamiento fiscal (29).
Las medidas monetarias consistieron en reducir las tasas de interés aunque
en Brasil siguen siendo elevadas—, recortar los encajes bancarios, lanzar líneas
de crédito de fomento para adquirir bienes durables y financiar proyectos de in-
versión. Por el lado fiscal, la construcción de obra pública de infraestructura y
viviendas y aumentos salariales al personal estatal (Cuadro 15).

214 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 15
América Latina y el Caribe. Argentina, Brasil y México.
Resultado fiscal e intereses de deuda pública (en porcentaje del PIB)

Resultado fiscal, % del PIB (1)


2005 2006 2007 2008 2009
América Latina y el Caribe 1,5 -0,6 -0,5 1,1 -4,1
Argentina -2,2 4,5 Lira 2,8 -1,4
Brasil -3,4 -3,5 -2,8 a
México -1,3 -0,6 -1,4 -18 -4,9

Resultado fiscal primario, % del PIB (antes de pago de intereses) (2)


20057 2006 y. 2007: 2008 2009
América Latina y el Caribe 2 2,6 2,4 de: -1,3
Argentina 4,4 4 21D 2,9 0,5
Brasil 39 309 3/6 4,1 0,4
México 1,6 22 12 0,8 -2,2

Diferencia entre Resultado fiscal primario y Resultado fiscal total:


Intereses pagados por deuda pública como % del PIB (2) - (1)
2005-2006: 2007. 2008
América Latina 30 3,2 2,9 25
Argentina 6,6 -0,5 0,7 0,1
Brasil 3 6,8 6,4 5,6
México 2,9 2,8 2,6 2,6

Fuente: Elaborado con datos del FMI, Perspectivas Económicas, octubre de 2009.

Las perspectivas de la región, pero en particular las de estos tres países, de-
penden en buena medida de cómo se desenvuelve la crisis en las economías más
desarrolladas, de cómo se comportan internamente las economías locales, de
cuáles son sus vinculaciones con el sistema financiero internacional y de cuál es
el grado de diversificación de su comercio exterior. Por un lado, la demanda ex-
terna tardará en recuperarse: el desempleo en los países del centro llegó en mu-
chos casos a los dos dígitos, existen tendencias proteccionistas en Estados Uni-
dos y Europa y la deuda pública de los países centrales ha alcanzado umbrales
amenazantes.
Por otro lado, los mercados internos latinoamericanos se han robustecido, en
ciertos casos de forma apreciable, aunque estén marcados todavía por la desi-
gualdad y la concentración de los ingresos; el comercio exterior entre ellos y con

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


otras naciones emergentes se ha mantenido o aumentado, y algunos iniciaron un
importante proceso de desendeudamiento. El efecto reparador de las políticas de
incremento de la inversión y del gasto público posibilitó un retorno al crecimien-
to, mostrando un camino diferente al estadounidense o al europeo.
El aprendizaje que representaron la “crisis del tequila” mexicana de-1994, la
crisis brasileña de 1998-99 y la crisis argentina de 2001-2002 permite abrigar la
esperanza de que no se produzca nuevamente una vuelta de campana ante los
cantos de sirena del endeudamiento fácil, tal como ocurrió en la década de 1990.
Un ejemplo permitirá aclarar mejor, al menos para los países sudamericanos,
las ventajas del rumbo actual. En el primer capítulo hemos mencionado el con-
cepto de “coyuntura inversa”, que explica la relación entre los ciclos económicos
de Gran Bretaña, primero, y de Estados Unidos, después, con los ciclos de los
países periféricos. La crisis de la deuda latinoamericana de los años 80 respon-
dió a este esquema. En épocas de exceso de liquidez y búsqueda de mayores ren-
tabilidades, los capitales iban hacia América Latina y las economías de la región
crecían sobre la base del endeudamiento. Pero cuando ese flujo de capitales re-
tornaba a las metrópolis, que tenían procesos recesivos, éstas recuperaban su cre-
cimiento mientras que los países que aquellos capitales abandonaban entraban en
crisis. Realizamos este tipo de análisis en el largo plazo, como se observa en el
Gráfico 11, comparando la evolución de las economías estadounidense y suda-
mericana (Brasil, Uruguay, Argentina, Colombia, Chile y Bolivia), entre 1974 y
2008.

Gráfico 11
Comparación entre los ciclos de EE.UU. y América del Sur (1974-2008)

TASAS MEDIAS MOVILES DE VARIACIÓN DEL PIB


7,0 1 4 — 1 1
1 1 1 1 1 Sudamérica:
lAumentol 1 12% ciclo del EE.UU.: burbujas recuperación y
6,0 A
T de las Y T EE.UU.: crisis bursátil, Yendeuda- Y especulativas, desendeudamientó
¡tasas dey y
Crisis de cajas de ahorro miento pi - crecimiento y crisis
5,0
1 jnierés 1 Crisis de la 1 Él de
4,0
--p
ho
3,0

20 1% ciclo de, Ñ ff” Sudamérica: Sudamérica:


% endeudamiento, y £ hiperinflación, crisis del e
10 flujo de capitales, % Y neoliberalismo neoliberalismo AN E.UU.: hacia la gran
financiarización
crisis, 2007-2008
0,0
o” + mm.+
Do Do

-1,0
DD
a ==|====|=3
1992
D.0
LM |

Año
Sudamérica

Fuente: Elaboración propia con datos del Banco Mundial y la CEPAL.

216 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


En este gráfico (11), basado en promedios móviles de cinco años, podemos
comprobar cómo se cumple esa “coyuntura inversa” en base a ciclos de endeu-
damiento —incluyendo picos de crisis en el centro y la periferia, y también recu-
peraciones—, pero con una excepción: a partir de 2002-2003 se observa un pun-
to de inflexión que marca una nueva etapa de crecimiento sudamericano, esta vez
financiada sobre todo con recursos propios. Al mismo tiempo, puede apreciarse
una leve expansión de la economía estadounidense, por efecto del endeudamien-
to y de la burbuja de las subprime y otros productos especulativos, y luego, los
comienzos de su caída con el estallido de la crisis de 2007 (30).

NOTAS DEL CAPÍTULO 3

1. Nicolás Bujarin, L'Economie Politique du Rentier, Critique de l'Economie Mar-


ginaliste, EDI, París, 1967, p. 29. Bujarin, uno de los principales dirigentes de la Re-
volución Rusa, se destacó además por sus aportes teóricos reflejados en diversas pu-
blicaciones. Fue ejecutado en 1938, víctima de los procesos de Moscú organizados
por Joseph Stalin para librarse de sus adversarios políticos internos.
2. P. Krugman (2009), pp. 163-165.
3. Idem, p. 165.
4. H. Guillén Romo (2009), p. 64.
5. J. Bellamy Foster y F. Magdoff (2009), p. 114.
6. J. Bellamy Foster y F. Magdoff (2009), p. 130.
7. Jórg Huffschmid, “Europáische Perspektiven im Kampf gegen die Wirtschafts
und Finanzkrise”, en Altvater y otros, Krisen Analysen, Hamburgo, 2009, pág. 107.
8. Cf. Víctor Sukup, “La Unión Europea frente a sus cinco crisis”, enero de 2010,
inédito.
9. Ver al respecto Michel Hudson, Superimperialism, The Economic Strategy of
American Empire, Pluto Press, Londres, 2003, p. 324.
10. Cf. Ben S. Bernanke, “The Global Saving Glut and the US Current Account
Deficit”, The Homer Jones Lecture, St. Louis, Missouri, 14-4-05.
11. Cf. J. G. Palma (2009), p. $.
12. /dem, pp. 26-27.
13. Ver Informe UNCTAD, 2008.

e -
2. qn DT
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
14. Ver las publicaciones del Sovereign Wealth Fund Institute.
15. Lówy, Michael, “Ecosocialismo: hacia una nueva civilización”, Revista He-
rramienta, N* 42, octubre de 2009.
16. Stern Review: The Economics of Climate Change, The National Archives, UK
Treasury, Gran Bretaña, 2006.
17. Para conocer los distintos aspectos del proceso que llevó a la crisis, véase Ju-
lio Sevares, El estallido de la superburbuja 1 y 11, 2 volúmenes, Capital Intelectual,
Buenos Aires, 2009.
18. Cf. BEA (2009).
19. Según el FMI, la sobrevaluación del tipo de cambio efectivo en Grecia era del
20-30%.
20. Der Spiegel, 16-5-10.
21. El caso griego es muy parecido al argentino. También se llevaron a cabo pro-
gramas neoliberales, realizando “reformas estructurales”, liberando los movimientos
de capitales, desregulando los mercados financieros y privatizando activos públicos.
22. Ver los trabajos del Proyecto Franco-Argentino ECOS A03H02 “La fragmen-
tación monetaria argentina”, dirigido por Jean-Michel Servet y Mario Rapoport.
23. Para un análisis más amplio de esta cuestión ver “Le G20 va-t-1l vraiment ré-
guler la finance?”, Alternatives Economiques, N* 285, noviembre de 2009, pp. 58-66.
24. “Declaración Final de la Cumbre del G-20 en Pittsburgh”, 26-9-09, www.g
20.0rg
25. Cf. Pierre Salama, “Argentina, Brasil y México frente a la crisis mundial”,
Revista Herramienta, N* 41, julio de 2009, donde se desarrolla el tema. Ver también
FMI, Informe Económico para las Américas, Washington DC, octubre de 2009 y los
Estudios de la CEPAL.
26. Cf. CEI, “Evolución de la economía mundial”, Panorama económico interna-
cional, N? 36, noviembre de 2009.
27. R. Cordera Campos, C. Heredia Zubieta y J. E. Navarrete López, “México
frente a la crisis: hacia un nuevo curso de desarrollo”, en Economía UNAM, N* 18,
septiembre-diciembre de 2009, pp. 15-16.
28. Idem, pp. 17-18.
29. Ver Jorge Gaggero y Federico Grasso, “La reforma tributaria necesaria en Ar-
gentina: problemas estructurales, desafíos y propuestas” en R. Boyer y J. C. Neffa
(coord.), Salida de crisis y estrategias alternativas de desarrollo. La experiencia ar-
gentina, Miño y Dávila, Buenos Aires, 2007.
30. Las tasas medias móviles se confeccionaron a partir del promedio aritmético
de las tasas de crecimiento del año en curso y los cuatro anteriores, lo que permite
incorporar al análisis las tendencias históricas. Es sugestivo que aun así, las curvas
se cruzan en 1982, 1989 y 1999, reflejando de un modo bastante fiel los puntos de
inflexión reales.

218 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Capítulo 4

La crisis de las décadas de 1970 y 1980

A) Los factores de su desencadenamiento

1. El agotamiento de la expansión de posguerra

A fines de la década de 1960 y principios de la de 1970 la economía del mundo


capitalista comenzó a experimentar diversas transformaciones que presagiaban
el fin de una época. El crecimiento se desaceleró, el orden internacional de pos-
guerra y sus instituciones, sustentadas en el Estado de Bienestar (Welfare State),
en la guerra (Warfare State) y en las políticas keynesianas, comenzaron a ser cues-
tionados por prácticamente todos los actores sociales: empresarios, intelectuales,
trabajadores, estudiantes, políticos, por derecha y por izquierda.
Por un lado, los círculos del poder político y empresarial en las potencias ca-
pitalistas exigían limitar la intervención de los Estados en las economías y pro-
curaban reducir el rol de los sindicatos para negociar mejoras salariales y labo-
rales, acusando a ambos del estancamiento de la producción y de la inflación en
ascenso. Por el otro, estudiantes, mujeres, trabajadores, minorías, descontentos
con sus modos de vida, hacían sentir también sus reclamos en procura de mayor
igualdad, participación y respeto en las sociedades a las que pertenecían o direc-
tamente buscaban cambios radicales en ellas; esto sucedía tanto en Europa Oc-
cidental, Estados Unidos, Japón como en el Tercer Mundo.
Muchos de ellos tenían también por objetivo la obtención de la paz y la auto-
determinación de los pueblos amenazados por intervenciones y guerras, sobre
todo en la potencia del Norte, donde los jóvenes se veían involucrados por la par-
ticipación de su país en la guerra de Vietnam. Pero lo mismo ocurrió en el bloque
soviético, sacudido por la rebelión conocida como la “Primavera de Praga”, pron-
tamente reprimida, que expresaba un creciente malestar político y económico en

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 219


los países del Este. El Mayo Francés de 1968 fue un paradigma de este proceso
al que le siguieron protestas y rebeliones en otros lugares del globo —incluida
Argentina con su Cordobazo—; algunas sufrieron represiones sangrientas, como
sucedió en México. En América Latina se sumó la influencia de la Revolución
Cubana.
Pero pronto, los nubarrones de la crisis apagaron en parte el fuego que nu-
tría estas ideas, sin evitar que muchas de ellas lograran enraizarse; aunque en lo
político y lo económico las ideologías conservadoras terminarían finalmente por
imponerse.
Entre 1968 y 1973 la crisis comenzó a insinuarse: la inflación y el desem-
pleo trepaban año tras año, las tecnologías que impulsaron el rápido crecimien-
to de los “Treinta Gloriosos” alcanzaban su madurez, las nuevas inversiones no
inducían incrementos significativos de la producción, la eficacia del capital y la
productividad del trabajo comenzaban a achatarse. El mayor peso de los salarios
y de las tasas de interés afectaba negativamente la rentabilidad de las empresas.
El círculo virtuoso de incrementos de la productividad, de la inversión y del sa-
lario, característico de las décadas anteriores, se desarticulaba; la tensión entre
los factores productivos se transformó así en conflictividad social y pérdidas de
producción.
Por su parte, el sistema monetario de Bretton Woods, resquebrajado desde
la devaluación de la libra esterlina en 1967, se vino abajo en agosto de 1971. Fue
cuando Estados Unidos suspendió su compromiso de cambiar por oro las tenen-
cias extranjeras oficiales de dólares. Mientras, el sector financiero influía cada
vez más en la generación y propagación de desequilibrios en las principales po-
tencias y en las relaciones económicas internacionales. Todo esto clausuró la lla-
mada “edad de oro” del capitalismo de posguerra y abrió paso a la crisis de los
años 70 (Cuadro 1).
La acción combinada de aumentos de salarios y del gasto público de los Es-
tados nacionales y el crédito barato permitió sostener la demanda hasta 1973-74.
Pero como las empresas pugnaban por mantener sus tasas de ganancia transfi-
riendo a los precios las subas de los costos salarial y financiero, los mecanismos
que evitaban la recesión impulsaban a la vez procesos inflacionarios. La nueva
expresión de la crisis fue la “estanflación”, el estancamiento de la producción
con aumentos de precios. En realidad, no se trataba de un estancamiento absolu-
to sino de la disminución del ritmo de crecimiento, dado que éste no se interrum-
pió nunca por completo, salvo en 1975, cuando el producto bruto de Estados
Unidos, Francia, Alemania, Italia, Suiza, el Reino Unido y varios otros países se
contrajo efectivamente. Desde fines de la década de 1960, las causas de la crisis

22 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


residían más en el agotamiento del impulso del cambio tecnológico sobre la pro-
ducción y los problemas monetarios y geopolíticos internacionales —que ocasio-
naban desequilibrios fiscales y de pagos externos—, que en la insuficiencia de la
demanda. De modo tal que las medidas de regulación keynesiana sobre los mer-
cados no lograban impedir plenamente esos desequilibrios aunque sí atenuar su
manifestación y distribuir su costo social.
El momento de eclosión de la crisis y su intensidad variaron en los distintos
países y se combinaron con problemas internos e internacionales de orden polí-
tico y estratégico. Por ejemplo, Estados Unidos afrontó serias dificultades como
consecuencia de su política armamentista y belicista, cuya expresión más dramá-
tica fue la guerra de Vietnam, que implicó un elevado gasto público, financiado
con emisión monetaria. También la competencia con la Unión Soviética por la su-
premacía armamentística y tecnológica —como la carrera espacial— alimentó el
déficit fiscal estadounidense y atizó la crisis del dólar y la inflación.
Ya en el año 1970 el producto bruto norteamericano cayó 0,5%, el desem-
pleo subió al 6% y la inflación alcanzó el 5,7%; niveles elevados para la época.
El “índice de descontento”, creación del economista Arthur Okun, que sumaba

Cuadro 1
Variación del costo salarial real y rentabilidad del capital
en algunos países industrializados

Variación del
costo salarial real
País 1960-73 1973-80 Variación de la rentabilidad del capital
1966-74 1974-77 1977-80
Estados Unidos -6,4 +6,4 9,3
1964-68 1968-73 1973-78
Alemania POD -6,2 -0,7
1963-70 1970-75 1975-80
+0,8 -8,8 -2,8
Francia
1963-70 1970-75 1975-78

Reino Unido -3,6 ll -6,8


1965-70 1970-75 1975-80
Japón +4,3 -15 ALL
Fuente: C.E.PI.I., Economie mondíiale, la montée des tensions, Economica, París, 1983,
cuadro 3.6, p. 170 y gráfico 3.1, pp. 174-75, cit. en Byé (1987), p. 1058.

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


las tasas de desempleo y de inflación, venía subiendo en ese país desde 1965.
Enérgicas políticas fiscales y controles de precios procuraron —sin éxito— conte-
ner las tendencias inflacionistas. Además, las protestas contra la guerra de Viet-
nam coincidieron con la intensificación del conflicto social —la cuestión de la ne-
gritud y la desigualdad— que también demandaron voluminosos fondos públicos
(Cuadro 1).
Por otra parte, la estructura bipolar del poder mundial comenzaba a crujir.
Los países europeos y Japón, luego de su reconstrucción en la posguerra, se con-
virtieron en serios competidores económicos de Estados Unidos, mientras que la
Unión Soviética empezaba a mostrar sus primeros síntomas de agotamiento,
como resultado de la excesiva rigidez de sus estructuras productivas y de consu-
mo. Pero, a diferencia de la década de 1930, la crisis en ciernes no produjo una
ruptura brusca con respecto a los patrones precedentes, ya que la reducción de
los flujos internacionales de mercancías y capitales fue relativamente leve. Entre
1961 y 1973 la mundialización de las economías se intensificó con la finaliza-
ción de la Ronda Kennedy, la consolidación de la Comunidad Económica Euro-

Gráfico 1
Cambios económicos, demográficos, políticos y culturales
en los umbrales de la década de 1970

Fuerte crecimiento del Sudeste Asiático


Producción <= Descentralización de la producción
Toyotismo; “just in time”
Económicos Eon E :
;Aumento del flujo internacional de capitales
Capitales Crece la deuda del Tercer Mundo
Primeros ataques especulativos

A Fuerte crecimiento poblacional en la década anterior


Demográficos e ; AAIóS
Crece la matrícula universitaria

Debilidad de EE.UU., ¿fortaleza de URSS?, Vietnam


Ascenso de Alemania y Japón Apertura de EE.UU. a China
Políticos
Movimientos de descolonización “Cooperación entre
Crisis del concepto de Estado-Nación superpotencias”
Primavera de Praga

Postestructuralismo
Culturales E Da ab
Movimientos estudiantiles: Mayo de 1968, Revolución Cultural, etc.

229) Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


pea, la creación de zonas de libre comercio en Europa y América Latina, y el de-
sembarco por todas partes de multinacionales norteamericanas.
La crisis impulsó los primeros intentos de reestructuración productiva. Así,
luego de 1973, el quiebre del paradigma fordista de la producción dio paso a nue-
vas formas de organización del proceso productivo, como el toyotismo en Japón,
que también representó un avance hacia nuevas modalidades de comercio y de
trabajo, más flexibles pero mucho más inestables. Al mismo tiempo, la estrategia
del gran capital se orientó hacia una nueva etapa de expansión multinacional, seg-
mentando su producción en procura de generar una nueva división internacional
del trabajo para maximizar sus beneficios y limitar la caída de su rentabilidad.
En el Gráfico 1 (página anterior) podemos visualizar en forma sintética los
principales cambios que se produjeron en el mundo hacia el fin de la época de
expansión de posguerra.

2. La crisis del dólar y el fin del orden monetario internacional


de Bretton Woods

En la década de 1960 el orden monetario internacional establecido en Bretton


Woods se tornó inviable. En este sistema, los países definían sus paridades cam-
biarias respecto del dólar estadounidense, y éste, a su vez, mantenía un valor fijo
respecto del oro, sostenido por las inmensas reservas metálicas en manos del Te-
soro estadounidense. Pero en los años 60 la emisión de dólares creció más rápi-
do que las reservas auríferas, y el mundo comenzó a desconfiar de la real capa-
cidad estadounidense de sostener el valor de su moneda -35 dólares la onza
troy—, invariable desde 1933. Esta debilidad del dólar obedecía a los déficits de
la balanza de pagos de Estados Unidos, cubiertos con deuda en dólares, más la
emisión de dólares para financiar la guerra de Vietnam y los programas sociales
en un contexto conflictivo.
Entre los años 1960 y 1970 la creciente oferta de dólares, cada vez menos
convertibles a oro, se acumuló como reserva en los bancos centrales de los paí-
ses con superávits externos. Como emisor de la moneda respecto de la cual las
demás fijaban su paridad, Estados Unidos no podía modificar su tipo de cambio
frente a las otras monedas del mundo sino que debía devaluar el dólar en refe-
rencia al oro, medida a la que se resistía por razones económicas y políticas.
El rol del dólar como divisa clave le generó un beneficio adicional a Estados
Unidos: endeudarse en su propia moneda para atender sus déficits de pagos ex-
ternos, ya que su moneda era demandada como reservas en los bancos centrales.
Por eso podía presionar al resto del mundo para que absorbiera los desequilibrios

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


en sus transacciones internacionales. Aun aquellos países que como Francia en
1967 redimieron en oro casi todas sus reservas en dólares, con graves repercu-
siones en el mercado mundial del metal, no pudieron evitar su propio colapso
cambiario, como la devaluación del franco en 1969, a causa de sus déficits de
balance de pagos (Cuadro 2).
Alemania revaluó el marco un par de meses después, para disminuir sus su-
perávits y las consiguientes presiones inflacionarias. Japón resistió las presiones
especulativas para la apreciación del yen frente al dólar y así defender la compe-
titividad de sus exportaciones. Como principal emisor de moneda internacional,
Estados Unidos gozó de una gran libertad en su política económica doméstica,
para concentrarse en sus propios objetivos internos y estratégicos y mantener una
posición privilegiada en el flanco internacional. A fines de la década de 1960, el
dólar comenzó a dominar en las reservas internacionales, que crecieron vertigi-
nosamente. Entre 1968 y 1974 las reservas internacionales del mundo casi se tri-
plicaron, pero dentro de ellas, la participación de las divisas se quintuplicó, lle-
gando al 70% del total, cuando en 1968 arañaban el 42%.
En la primavera boreal de 1971 una enorme cantidad de capital huyó del dó-
lar al marco alemán. Para evitar la inflación a causa de la expansión monetaria
por el ingreso de capitales, Alemania permitió que el marco fluctuara en alza; los
Países Bajos y otros la imitaron. En agosto la prensa informó que Francia y Gran

Cuadro 2
Estados Unidos. Balanza de pagos global
(en millones de dólares, años 1968-1974)

Saldos y montos

Inversión | Capitala | Liquidez


Gobierno | Comercial | directa largo plazo bruta Básica
-4.420 | -2.711 2.992 3.1750 ZOO 2 Ol,
-4,456 | -2.487 3.476 ZAS LS -3.949
-4,.992 907 2.947 1.816 -4.466 -3.760
9.881] =5:590 2.258 530 ,|-23.179 | -10.637
= (1.050 | .-9.381 4.539 3,082 ..1=15:/86. 11118
-6.538 | -2.416 1.878 2.489 -9.602 A
-1.088 | -9.422 | 14.469 3393 4] 25.156 10.921
Fuente: F. Block (1989), p. 239.

224 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Bretaña planeaban convertir dólares en oro. Para forzar al resto del mundo a re-
valuar sus monedas, y así reducir el déficit externo, la administración Nixon
anunció el fin de la convertibilidad oro-dólar (aunque ya desde 1968 el merca-
do del oro se había dividido y esa convertibilidad dejaba de ser consistente), y
estableció un recargo del 10% sobre las importaciones. Comenzaba así a regir
en el sistema monetario internacional un patrón dólar. Luego de estas medidas
los países desarrollados negociaron un acuerdo que devaluó el dólar un 8% res-
pecto del oro y amplió las bandas de fluctuación permitidas entre las respectivas
monedas.
En el otoño boreal de 1971 Nixon intensificó, exitosamente, la restricción a
las importaciones y les pidió a Japón, Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong que
redujeran el ritmo de sus exportaciones textiles a Estados Unidos. También re-
quirió, en términos muy claros, a Japón y al Mercado Común Europeo que per-
mitieran a las mercancías estadounidenses ingresar a precios más competitivos
en sus respectivos mercados. En la primavera boreal de 1972, Japón y otras na-
ciones asiáticas acordaron frenar el crecimiento de sus ventas de fibras sintéticas
a Estados Unidos; a su vez, Japón y la Comunidad Económica Europea relajaron
sus barreras comerciales a productos norteamericanos.
Para frenar la inflación, Nixon impuso controles de precios y salarios; cuan-
do los eliminó a principios de 1973, la inflación se aceleró nuevamente. En 1972
Gran Bretaña permitió que la libra se escapara de las bandas acordadas; a prin-
cipios de 1973 Suiza y otros países dejaron fluctuar sus monedas. En marzo de
ese año los principales bancos centrales europeos y el Banco de Japón cerraron
sus mercados oficiales de divisas, porque no deseaban seguir acumulando dóla-
res que pronto perderían valor. Se negoció otra devaluación del dólar del 10%
frente a las monedas europeas y algo más frente al yen, pero no alcanzó para fre-
nar la huida del dólar. Alemania tuvo que comprar grandes cantidades de dóla-
res para no revaluar nuevamente el marco. Finalmente, acordó con los otros paí-
ses de la Comunidad Económica Europea que mantendrían tasas fijas entre sus
monedas, las que flotarían con relación al dólar, mecanismo conocido como la
serpiente monetaria. Entre mayo y junio de 1973 las monedas europeas se apre-
ciaron entre un 9 y 18% frente al dólar. De esta manera concluyó la época de ti-
pos de cambio fijos establecida en Bretton Woods.
Los países grandes con economías más diversificadas y menos dependientes
del comercio exterior se inclinaron por dejar flotar sus monedas, en cambio los
demás adoptaron preferentemente tipos de cambio fijos. Entre 1973 y 1975 sólo
11 de las 122 monedas que integraban el FMI, y representaban el 46,6% del co-
mercio de los países miembros, fluctuaban de manera independiente, aunque con

225
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
cierta intervención oficial (1). El FMI estableció normas sobre estas fluctuacio-
nes para evitar las devaluaciones competitivas, como las de la década de 1930.
Pero, según los acuerdos de Bretton Woods, los países miembros del FMI debí-
an mantener tipos de cambio fijos, aunque ajustables dentro de ciertos límites
(10%). El Acuerdo de Jamaica de 1976 suprimió esta obligación y reconoció ofi-
cialmente la libertad de todos los países para elegir el régimen cambiario que
consideraran más adecuado. A pesar de su oposición inicial a los tipos fluctuan-
tes, el FMI terminó por aceptar que la flexibilidad cambiaria permitió a la eco-
nomía mundial superar una sucesión de acontecimientos problemáticos. No obs-
tante, los países en vías de desarrollo experimentaron nuevos problemas cuando
absorbieron los excedentes de liquidez internacional en forma de una gigantesca
deuda externa.

3. El avance del Tercer Mundo

En la posguerra se aceleraron los procesos de emancipación política y económi-


ca en el Cercano Oriente, África y Asia. Las presiones anticolonialistas se poten-
ciaron ante la debilidad de las potencias europeas quebrantadas por la guerra. Por
su parte, Estados Unidos necesitaba ampliar sus mercados de exportación e in-
versiones y asegurar su acceso a las materias primas de la periferia. Por eso, no
sólo no se opuso a la descolonización sino que procuró acelerar el fin de las pre-
ferencias imperiales europeas, negociando la ayuda a los países aliados a cambio
de la apertura de sus mercados. En la Carta del Atlántico, que suscribió Estados
Unidos con Gran Bretaña en 1941, y ratificaron luego otros Estados, entre ellos
Holanda y Francia -ésta desde su gobierno en el exilio—, aseguraba que al final
de la guerra todos los países gozarían de libertad de comercio y de acceso a los
mercados productores de materias primas.
El colonialismo dio paso a nuevos gobiernos nacionales que aspiraban a un
mayor desarrollo económico con el fin de insertarse más ventajosamente en la
economía mundial. Pronto se vieron presionados a alinearse con alguno de los
bloques de poder gestados en el transcurso de la Guerra Fría. En ese contexto,
India independizada en 1947 del Reino Unido— firmó un acuerdo con China en
1954, enunciando una plataforma común para la solución de eventuales contro-
versias entre ambos Estados, articulada en cinco puntos, que comprendían el mu-
tuo respeto a la integridad territorial y soberanía de los firmantes; la abstención
de interferir en los asuntos internos de las otras naciones; la igualdad; ventajas
recíprocas, y la coexistencia pacífica.
Estos puntos se convirtieron en la base de la cohesión entre los países del

226 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Tercer Mundo —nombre que surgió en alusión al esquema bipolar de la Guerra
Fría—, que se reunieron en Bandung (Indonesia) en abril de 1955, con el objeti-
vo de consolidar y ampliar el movimiento neutralista en el conflicto capitalis-
mo-socialismo. Se presentó allí una alternativa pacífica contra el colonialismo y
el subdesarrollo. En 1961 se sumaron los delegados de los países latinoamerica-
nos a la conferencia de Países No Alineados. Sin embargo, esta tercera alterna-
tiva se fue debilitando al enfrentarse con la férrea posición estadounidense y SO-
viética para mantener el control del escenario internacional.
La descolonización se extendió, y no sólo generó nuevos Estados sino tam-
bién guerras y conflictos, la mayoría de las veces atizados por las grandes poten-
cias colonialistas, como las que se libraron en el Congo Belga o en Argelia. Sin
embargo, muchas ex colonias conservaron relaciones especiales con las antiguas
metrópolis, en una suerte de neocolonialismo caracterizado por la dependencia
económica y financiera de las nuevas naciones respecto a sus ex dominadores.
Los países en desarrollo exportadores de alimentos dependían de la colocación
de productos cuya demanda crecía a escala mundial mucho menos rápidamente
que la de bienes industriales. Otros exportaban materias primas que iban siendo
sustituidas por fibras sintéticas o materiales plásticos. Los precios de las expor-
taciones de los países periféricos fluctuaban según la abundancia o escasez de
oferta y demanda, y los ciclos de auge y depresión.
En cambio, los artículos de consumo duradero y bienes de capital fabricados
en los países industrializados gozaban de una demanda mucho más dinámica y
de precios más estables. Estos patrones de comercio diferentes provocaron una
evolución dispar de los flujos comerciales en términos físicos y monetarios, y en
los de intercambio de materias primas por bienes industriales, que tendieron a
deteriorarse, como documentaba en la época la CEPAL.
Muchos países subdesarrollados, entre ellos Argentina, se vieron afectados
también por medidas restrictivas como la Política Agrícola Común, que reducía
de manera notoria su capacidad exportadora en mercados de gran importancia en
el pasado. Las Naciones Unidas fueron el marco adecuado para propulsar, sin
éxito, una reforma del sistema económico mundial, dado que la descolonización
multiplicó el número de los países en desarrollo representados en la ONU, refor-
zando su poder en su Asamblea General.
Hacia fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 parecía que al-
gunos países periféricos se inclinaban por políticas que priorizaban los intereses
nacionales. La creciente tendencia de estos gobiernos a estatizar sus recursos
naturales —antes en manos de empresas multinacionales— y a adquirir una nueva
capacidad de negociar precios y cantidades de oferta, constituía una fuente de

2)
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
preocupación para las grandes potencias, porque ponía en cuestión el modo de
desarrollo basado en la disponibilidad de materias primas baratas y abundantes.
Se generalizaron entonces, en la periferia, los movimientos de independen-
cia política y económica respecto de los países centrales, que tenían como obje-
tivo producir cambios sociales y una vía de desarrollo superadora de la pobreza.
En África y Asia, el anticolonialismo planteaba una política exterior indepen-
diente, bajo la inspiración de líderes como Léopold Senghor en Senegal y Patri-
ce Lumumba —ejecutado en 1961— en la República Democrática del Congo. El
concepto de “nación” era útil para superar las diferencias tribales y aunar fuer-
zas para luchar por la independencia respecto de las metrópolis.
En la etapa de incubación de la crisis de la década de 1970 predominaban en
Latinoamérica regímenes de facto alineados con los intereses económicos, polí-
ticos y militares norteamericanos, que favorecían a las multinacionales y perse-
guían al comunismo. Sin embargo, algunos países de la región, por impulso de
la Revolución Cubana, experimentaban procesos políticos en favor de una mayor
autodeterminación y de un cambio del orden social, que se condecía con la efer-
vescencia de aquellos años. Por ejemplo, el gobierno de Juan José Torres, en Bo-
livia, que nacionalizó La Matilde, uno de los yacimientos de zinc más grandes
del mundo en poder de un consorcio internacional, y fue derrocado en 1971 por
un golpe militar apoyado por las élites y las clases medias. O el caso de Juan Ve-
lasco Alvarado, en Perú, quien proclamando una doctrina con tintes similares a
la Tercera Posición, nacionalizó la rica actividad minera de su país y lanzó un
programa de reforma agraria, pero resultó también depuesto en 1975 por una
asonada militar. En otros países la izquierda no accedió al poder, aunque confor-
mó fuerzas políticas y, en algunos casos, emprendió la vía armada, que conside-
raba justificada por la virulencia del imperialismo. En su mayoría fueron aniqui-
lados por la represión estatal y también por grupos paramilitares.
En 1970 el líder socialista Salvador Allende triunfó en los comicios presiden-
ciales en Chile, pero fue derrocado en 1973 por las Fuerzas Armadas con el apo-
yo del gobierno estadounidense. Uno de los instrumentos del golpe fue un boicot
económico que incluyó la disminución de los precios internacionales del cobre
que venían subiendo—, un metal de importancia estratégica del cual Chile es el
primer productor y exportador mundial. En Argentina los militares debieron ne-
gociar el retorno de Perón luego de diecisiete años de proscripción. Así, el pero-
nismo ganó las elecciones en 1973 e implementó un proyecto político nacional,
en medio de agudos conflictos internos en sus mismas filas. Pero tras la muerte
de Perón, el 1 de julio de 1974, el gobierno quedó debilitado y su sucesora, Isa-
bel Martínez de Perón, fue destituida por un golpe militar el 24 de marzo de 1976.

228 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


4. Usinas de pensamiento: el Club de Roma y la Comisión Trilateral

En 1972 el Club de Roma —organización internacional no gubernamental inte-


grada por políticos, empresarios, consultores y científicos, bajo una ideología
ecologista-globalista y de derecha— publicó su informe Los límites del creci-
miento, donde sostenía que la explotación de recursos del planeta se hallaba cer-
ca de sus límites y proponía iniciar, a partir de 1975, una reducción del creci-
miento de la población y de la producción industrial, para soslayar la amenaza
del colapso que sobrevendría en unas pocas décadas, de continuar el mundo en
la misma trayectoria.
Los países periféricos, a quienes el crecimiento cero los empantanaba en una
posición absolutamente desventajosa, terciaron en la discusión sobre los límites
del desarrollo y lograron que se aceptara una propuesta en la que sostenían que
la conflictividad mundial cedería si se lograba reducir la brecha existente entre
los países industrializados y el resto de los países: la confluencia podría ocurrir
si los periféricos crecían al 5% anual y los industrializados reducían a cero su ex-
pansión. Pero, en definitiva, el Club de Roma y su corolario de crecimiento cero
quedó en la historia como un enfoque globalista útil para propiciar políticas re-
Ccesivas.
La Fundación Bariloche, de Argentina, le respondió a este informe con un
trabajo titulado Catástrofe o nueva sociedad, que cuestionaba la visión conser-
vadora del Club de Roma respecto del Tercer Mundo y de los populismos. Allí,
Amílcar Herrera y los otros autores argumentaban que los obstáculos al creci-
miento eran sociopolíticos, y su superación podía ser posible a través de una re-
forma de las relaciones de poder internacional. Si bien el trabajo contó con el
apoyo del Club de Roma, éste no autorizó su publicación (en 2004 fue actualiza-
do y publicado con el auspicio de una institución canadiense).
En los años 2008-2009, tiempo de los grandes aumentos de precios de los
alimentos, el petróleo y los metales, materias primas básicas, y de la gran rece-
sión internacional, el Club de Roma renació, con filiales en numerosos países
—entre ellos Argentina— y un discurso similar al de comienzos de la década de
1970. Esta institución, así como muchas otras, que van desde el Papado hasta el
BID, proponen establecer un gobierno global, una tecnocracia que supuestamen-
te gobernaría por encima de las identidades nacionales, para garantizar la viabi-
lidad planetaria. Sin embargo, la historia de los organismos internacionales de-
muestra que el ejercicio de la hegemonía es siempre interesado, y que quienes se
erigen en representantes del interés común sin garantizar mecanismos de parti-
cipación efectiva de todos los afectados, sólo defienden sus propios intereses.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 229


En la misma línea de pensamiento, promotora de un gobierno supraestatal
por encima de las soberanías de las naciones, nació la Comisión Trilateral en ju-
lio de 1973. Impulsada por David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan
Bank, con el soporte ideológico de Zbigniew Brzezinski, primer director de la
Comisión y funcionario de los gobiernos de James Carter y Gerald Ford, esta or-
ganización convocó a personas destacadas de las clases dirigentes de América
del Norte, Europa Occidental y Japón. El propósito era “desarrollar hábitos y
prácticas de trabajo conjunto” entre las potencias capitalistas dada su creciente
interdependencia; “promover una competencia saludable” entre ellas; forjar un
frente común para cooptar al Tercer Mundo, la Unión Soviética y China (en pa-
labras de Brzezinski); renovar la economía política internacional en el interés de
los negocios y las finanzas mundiales, y hacer más “gobernables” las democra-
cias, afectadas —según el politólogo norteamericano Samuel P. Huntington— por
excesos de participación e igualitarismo.
El nudo de la cuestión era retomar un frente común de las potencias capita-
listas y fortalecer la hegemonía norteamericana. Confesaba en este sentido su
fundador, David Rockefeller, que la idea de crear tal institución con la presencia
de los “tres centros del capitalismo democrático” le vino después de tomar con-
ciencia de que a comienzos de la década de 1970 las relaciones de poder en el
mundo habían cambiado totalmente. Estados Unidos había perdido parte de su
importancia económica por la competencia de Europa Occidental y Japón que
se recuperaron y expandieron en la posguerra. “En consecuencia la cortesía que
caracterizaba las relaciones entre esos países [...] se había degradado peligrosa-
mente”, sostenía Rockefeller (2).
La Trilateral, integrada, según la época, por un número de entre 200 y 300
miembros de las élites estadounidense, europea y japonesa, proveyó a las multi-
nacionales una estrategia frente al avance de las ideologías y políticas naciona-
listas y socialistas en el Tercer Mundo, y ante la resistencia social al orden impe-
rante en los países occidentales, problemas comunes a los tres lados de la
Comisión. Para el trilateralismo, el lucro era el valor axial del orden mundial, y
su logro requería desmovilización política; mercados abiertos sin condiciones a
las empresas, bancos y tecnologías extranjeras; acceso franco a los recursos na-
turales y materias primas, y el gobierno de una élite de técnicos y financistas, ali-
neados con las reglas del capitalismo.
Entre 1973 y 1979, la Comisión Trilateral proveyó numerosos funcionarios
empapados de su ideología en lugares clave de las administraciones estadouni-
dense, europea y japonesa. En Estados Unidos, los nombres más conocidos fue-
ron los de los presidentes James Carter y George Bush (p); el vicepresidente

230 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Walter Mondale; el secretario de Estado Cyrus Vance; el presidente de la Reser-
va Federal Paul Volcker; Henry Kissinger, más tarde secretario de Estado; Ri-
chard N. Cooper, subsecretario de Asuntos Económicos y Samuel P. Huntington,
coordinador del Consejo Nacional de Seguridad.
De otros países se destacaban las personalidades de Raymond Barre, primer
ministro y ministro de Finanzas de Francia; Saburo Okita, ministro de Asuntos
Exteriores de Japón; y otros altos funcionarios de Alemania, Bélgica, Canadá,
Dinamarca y Noruega. También, entre muchos otros personajes de las élites oc-

Cuadro 3
Comisión Trilateral. Financiamiento por aportes y donantes
(años 1974-1979)

Desde el 30 de junio de 1974 al 30 de junio de 1976 Dólares

Fundación Ford 500.000


Fundación Lilly 300.000
Fondo Rockefeller Brothers 150.000
David Rockefeller 109.328
Fundación Thyssen 94.978
David Packard (presidente de Hewlett Packard) 88.438
George Franklin 41.920
Fundación Kettering 40.000
General Motors, Sears Roebuck, Caterpillar Tractor,
Deere y Exxon 30.000 cada una
Texas Instruments 20.000
Coca Cola, Time, CBS y the Wells Fargo Bank Entre 3.500 y 7.500
cada una

Desde el 30 de junio de 1976 al 30 de junio de 1979

Total ENEE
Fundaciones 631295
Empresas 93.500
Individuos 125.500
Ingresos por inversiones ZOOS
Canadá 28.440
Europeos y japoneses (ASÍS
Nuevos donantes en 1976-79: Honeywell, Cargill,
Cummings Engine, Kaiser Resources, Bechtel y Weyerhauser

Fuente: Estados Financieros de la Comisión Trilateral, cit. por Sklar (1980), p. 2.

23)
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
cidentales, integraba el comité ejecutivo de la Comisión en 1979 el empresario
Giovanni Agnelli, cabeza de la familia propietaria de Fiat. Esto significa que el
trilateralismo influyó efectivamente en el curso que siguió la crisis de los años
70 y en su posterior devenir. l
Según las proyecciones de la Comisión Trilateral sobre lo que sería la eco-
nomía internacional de los siguientes veinte años y su propuesta con referencia
al sistema de división internacional del trabajo, los países se clasificaban en pro-
ductores de materias primas, de manufacturas de escaso valor agregado y de pro-
ductos altamente sofisticados. En este esquema, naciones como Argentina sólo
podían acceder al segundo nivel, lejos de completar el proceso de sustitución de
importaciones y de transformarse en economías industrializadas (Cuadro 3).

5. La rivalidad entre las grandes potencias capitalistas.


La guerra de Vietnam

La política exterior estadounidense de posguerra apoyó activamente la recons-


trucción de Europa y de Japón como futuros socios comerciales y primera línea
de contención contra la propagación del comunismo en Europa y Asia. Para fo-
mentar la reconstrucción de estas zonas, especialmente de Europa, Estados Uni-
dos inyectó miles de millones de dólares en ayuda económica a través del Plan
Marshall. También permitieron y alentaron la formación de organizaciones re-
gionales, como la Unión Europea de Pagos, la Comunidad Europea del Carbón
y del Acero, la Asociación Europea de Libre Comercio y, finalmente, la Comu-
nidad Económica Europea (CEE), el mercado común para la circulación de bie-
nes y Servicios.
Se conformó así un sistema de comercio internacional en el que las empre-
sas de Europa y Japón colocaban sus productos en el mercado estadounidense de
manera relativamente fácil, mientras que para los industriales norteamericanos
les era más difícil exportar a aquellos mercados. El precio para fortalecer al ca-
pitalismo en Europa fue aceptar cierto proteccionismo con respecto a las impor-
taciones de EE.UU., pero prácticamente toda la clase dirigente estadounidense
consideraba que este precio valía la pena para salvar al mundo de la cooptación
comunista. Así, la participación de los bienes norteamericanos en el comercio
del “mundo libre” se redujo del 23,3% en 1948 al 15,3% en 1970; mientras que
las exportaciones de Europa a Estados Unidos crecieron cuatro veces más rápi-
do que la corriente comercial en sentido inverso.
Seis rondas de negociaciones del Acuerdo General de Tarifas y Comercio
(GATT, antecesor de la OMC), de 1947 a 1967, recortaron los aranceles de las

232 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


importaciones estadounidenses al 9,9% en 1970. Pero algunas grandes indus-
trias, como las del acero, la textil y la del calzado continuaban concentradas en
el mercado nacional, ya que por sus mayores costos respecto de sus rivales de
otros países no podían competir mundialmente. En tiempos de dificultades eco-
nómicas y contracción de la demanda interna, los fabricantes norteamericanos
reclamaban un control estricto de las importaciones. Aunque a lo largo de la dé-
cada de 1960 el clima para esas empresas fue mayormente favorable, y las im-
portaciones no constituían amenazas serias, ya comenzaban a despuntar algunos
problemas.
De todos modos, las compañías de carácter transnacional florecieron. Las
importaciones en Europa estaban restringidas, pero la entrada de capital era casi
libre. Las multinacionales estadounidenses desembarcaron en el Viejo Continen-
te para sortear las restricciones tarifarias y aprovechar los salarios europeos in-
feriores a los de su país. Las inversiones privadas con este destino aumentaron
de 1,7 mil millones de dólares en 1950 a 16,2 mil millones en 1966 y 30,7 mil
millones en 1972. Mientras tanto, las inversiones de cartera estadounidenses de
largo plazo (acciones y bonos) en Europa, treparon de 1,3 mil millones a 4,5 mil
millones y a 5,9 mil millones, en los años mencionados. Mientras, la inversión a
corto plazo pasó de 0,4 mil millones a 2,6 mil millones y luego a 5,3 mil millo-
nes de dólares. La importancia de los bancos de EE.UU. en esta internacionali-
zación masiva de capitales fue creciente (Cuadro 4).

Cuadro 4
Actividades internacionales de la banca comercial estadounidense
Fin de año: 1960, 1970 y 1974

Concepto Le

Número de bancos estadounidenses


con sucursales en el exterior
Número de sucursales en el exterior
Activos de las sucursales en el exterior
(en miles de millones de dólares)
Activos de las sucursales en el exterior
como % del total de activos

Fuentes: J. Backman y E. Bloch (eds.), Multinational Corporations, Trade, and the Dollar, Nueva
York, 1974, p. 4; y Robert Z. Aliber, "International Banking: Growth and Regulation", Columbia
Journal of World Business, invierno de 1975, en Sklar (1980), p. 61.

233
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
A su vez, la inversión extranjera directa en Estados Unidos pasó de menos de
8 mil millones de dólares en 1962 a 26,7 mil millones en 1975, y los activos de
bancos extranjeros en la potencia del Norte aumentaron de 5 mil millones de dó-
lares en 1965 a 42 mil millones en 1974.
Un efecto de este movimiento de capitales fue la creación del mercado de eu-
rodólares, que surgió en Londres a fines de la década de 1950. Se denominó así
a los depósitos bancarios en dólares pertenecientes a agentes económicos no re-
sidentes en EE.UU. Colocados también en bancos de otros países se conserva-
ban allí o se invertían en diferentes actividades económicas. Sin control y expan-
diéndose aceleradamente, esos fondos contribuyeron a desequilibrar, junto a los
petrodólares, el sistema financiero internacional.
En tanto, la productividad del trabajo europea y japonesa se incrementó más
que la estadounidense, restando competitividad a sus productos. La balanza co-
mercial negativa y la salida de capitales por inversiones de distinto tipo alimen-
taron el déficit exterior de Estados Unidos, mientras las divisas europeas y el yen
se fortalecían y el sistema monetario internacional entraba en crisis (Cuadro 5).
La devaluación del dólar fortaleció el balance de pagos estadounidense y la
recesión de 1974-75 contrajo las importaciones y mejoró la balanza comercial,
pero esto fue transitorio. Así, la cuenta corriente mostró superávits entre 1973 y
1976, pero a partir de 1977 los déficits comerciales retornaron y desde entonces

Cuadro 5
Productividad del trabajo en la industria manufacturera en los
países más desarrollados (tasa anual promedio de crecimiento
por hora-hombre, índice 1950=100 para Estados Unidos)

Crecimiento anual promedio

País Índice 1950 1960-73 1973-79 1979-86


EESUU! 100 Siz 1,4 | 35
Japón 8 10,3 a) 5,6
Francia 42 6,5 5,0 2,6
Alemania 39 5,8 4,3 2,8
Gran Bretaña 52 4,3 4 L 4,4
Fuentes: UNCTAD, Trade and Development Report, 1981; US Department of Labor, Bureau of
Labor Statistics, Bulletin 2298, 1988.

234 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


los saldos del comercio siempre fueron negativos. Ocurrió lo mismo con la cuen-
ta corriente cuyos resultados se transformaron en negativos, excepto en la rece-
sión de 1980-81. Por el contrario, Japón, luego de sufrir déficits externos en am-
bos shocks petroleros por el alza de los precios de sus importaciones, recuperó
sus superávits de cuenta corriente; lo mismo sucedió con Alemania. En síntesis,
los movimientos de capitales, por inversiones directas y de cartera, se intensifi-
caron y el mundo desarrollado se volvió mucho más interdependiente.
Otro escollo que en esa época padeció Estados Unidos, desde el punto de vis-
ta político y económico, tuvo que ver con su involucramiento bélico en Asia, es-
pecialmente en Vietnam. Este país emergió de la guerra de liberación colonial
contra Francia, después de la derrota francesa en Dien Bien Phu, dividido en dos
Estados: el del Norte, controlado por los comunistas, y el del Sur, apoyado por
Washington. La lucha armada contra el régimen de Saigón, capital de Vietnam
del Sur, se intensificó con la entrada de los marines estadounidenses en el con-
flicto en 1965 (agregándose a los miles de asesores ya enviados) después de un
incidente a todas luces fraguado en la bahía de Tonkin y sin una declaración de
guerra formal.
El intenso compromiso militar de Estados Unidos no logró detener las ac-
ciones del Vietcong o Frente de Liberación Nacional (FLN), que apoyado por
tropas regulares norvietnamitas tenía por objetivo cambiar el régimen de Saigón.
En 1968 el FLN desencadenó una gran ofensiva en el Sur, llevando sus acciones
hasta la misma capital. Como resultado de ello, en 1969 Washington suspendió
los bombardeos sobre el Norte, condición preliminar para negociar una solución
diplomática del conflicto. Richard Nixon comenzó las tratativas de paz pero in-
tensificó el gasto y las acciones de guerra, sin poder evitar la división de la so-
ciedad estadounidense en torno al tema de Vietnam, y la escalada del anti-nor-
teamericanismo. La guerra se prolongó hasta 1975, cuando el Vietcong tomó el
poder en Saigón.
La guerra de Vietnam fue mucho más larga, intensa y costosa que lo planea-
do. El gobierno de Lyndon Johnson ocultó la verdadera dimensión de los gastos
en esta contienda, los que potenciaron el déficit fiscal estadounidense, y minaron
aun más la confianza en el valor del dólar y su convertibilidad en oro, eje de los
acuerdos de Bretton Woods. Una medida del descalabro económico que implicó
el financiamiento de la guerra de Vietnam es que en 1966 su costo, sólo para ese
año, se estimaba en 11.000 millones de dólares, aunque el presupuesto oficial lo
presentaba como la mitad de esa suma, además de anunciar que la guerra conclui-
ría en ese mismo año. El gasto en defensa nacional en el momento más álgido de
la guerra de Vietnam absorbía el 9,5% del producto bruto estadounidense (3).

239
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
6. Las guerras en Medio Oriente y la crisis del petróleo

A fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970, el recrudecimiento del


conflicto árabe-israelí, combinado con el escenario de la Guerra Fría, contribuye-
ron a la inestabilidad económica y monetaria internacional. Por un lado, la pre-
sión sobre el gasto en defensa de Estados Unidos incrementó su déficit fiscal, la
emisión de dólares y la fragilidad de esta moneda. Por el otro, el aumento de los
precios del petróleo relacionado con la debilidad del dólar— y la interrupción de
su suministro terminaron de desencadenar la crisis.
La tensión entre Israel y los países árabes limítrofes desembocó en una serie
de incidentes fronterizos, y esto hizo que Egipto y Jordania formalizaran una
alianza militar anti-israelí a la que adhirieron el Líbano, Siria, Irak, Sudán y Ar-
gelia. Israel, acorralado en un cerco cada vez más peligroso, en junio de 1967 ata-
có a Egipto, y en el primer día de la guerra, destruyó en tierra la mayoría de los
aviones de este país. Por otra parte, los blindados israelíes iniciaron un arrollador
avance en el Sinaí, ocupando las orillas del canal de Suez, Cisjordania y Jerusa-
lén. En seis días, Israel consiguió sus objetivos militares, que apuntaban a la ob-
tención de fronteras seguras, y por ello aceptó el alto el fuego solicitado por la
ONU. De todos modos, la Guerra de los Seis Días dejó sin resolver —es más, agra-
vó- el conflicto con Palestina, motivo de tensiones recurrentes en la región. En-
tre 1968 y 1970 Egipto e Israel libraron la Guerra de Desgaste, por el control del
Sinaí, que terminó con un alto del fuego y el mantenimiento de las mismas fron-
teras que al inicio de este episodio bélico.
El 6 de octubre de 1973 Egipto y Siria —apoyados por la URSS y por varios
Estados árabes— atacaron a Israel. La fecha coincidía con la conmemoración de
la batalla de Badr (Luna Llena) —primera victoria musulmana que Mahoma obtu-
vo contra los infieles de Quraish— y con la celebración judía de Yom Kippur (Día
del Perdón), nombre con el que se conoce esta guerra, que se extendió durante
veinte días, y que trajo graves consecuencias para la economía mundial, por sus
derivaciones sobre los precios del petróleo y el reciclaje de los superávits comer-
ciales de los países exportadores del hidrocarburo.
El 17 de octubre de 1973, pocos días después del comienzo de la guerra de
Yom Kippur, los países árabes de la OPEP (Organización de Países Exportadores
de Petróleo), como Arabia Saudita, Irán, Irak, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y
Qatar, anunciaron que su producción de petróleo se reduciría un 5% cada mes,
hasta que los israelíes se retiraran completamente de los territorios ocupados y
los derechos legales del pueblo palestino fueran restaurados. Además, advirtieron
que no venderían petróleo a Estados Unidos ni a los Países Bajos —con la amena-

236 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / C apital Intelectual


za de extender el embargo sobre Europa Occidental si ellos continuaban apoyan-
do a Israel en el conflicto— hasta tanto se restablecieran las fronteras de 1967, pre-
vias a la Guerra de los Seis Días (la “línea verde”). Esta decisión siguió al fraca-
so de las negociaciones que los países productores de petróleo mantenían con las
Siete Hermanas —empresas petroleras multinacionales— para aumentar el precio
del hidrocarburo de tres a seis dólares, y compensar la pérdida de valor de esta
moneda a causa de la inflación creciente. El recorte de la producción de petróleo
cuadruplicó su precio y puso fin a la era del petróleo barato, que apuntaló el cre-
cimiento de la posguerra.
El conflicto de intereses económicos y geopolíticos en Medio Oriente, simul-
táneo al creciente desbaratamiento del sistema monetario internacional, augura-
ba tiempos difíciles. Por la desvalorización del dólar, algunas naciones producto-
ras de materias primas habían comenzado a acopiar sus reservas en bienes y no
en divisas, de manera que se estaba gestando una acumulación de materiales es-
tratégicos, cuyos precios empezaron a aumentar aun antes de 1971, como el co-
bre, el estaño y el zinc.
Pero el petróleo era un insumo vital y su encarecimiento generó de inmedia-
to una importante recesión en la mayoría de los países, que afectó en gran me-

Gráfico 2
Precios promedio del petróleo (dólares por barril)

s Internacionales.
Fuente: Elaborado en base a datos del FMI, Estadísticas Financiera

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


159)¡93—
dida a los más industrializados contribuyendo al rápido enriquecimiento de las
naciones petroleras, especialmente del mundo árabe. Aunque la crisis del petró-
leo no fue la causa principal del incremento de la liquidez internacional, dado
que ésta ya había aumentado notablemente en los años precedentes, los países
exportadores de petróleo transfirieron los superávits en divisas a las bancas nor-
teamericana y europea, que a su vez los redirigieron hacia las naciones en vías
de desarrollo. Fue allí cuando aparecieron los llamados petrodólares y se elevó
la oferta de fondos prestables en divisas hacia los países de la periferia, que
gestó el considerable incremento de la deuda externa latinoamericana y la cri-
sis financiera de los años 80, denominada “la década perdida” por el crecimien-
to nulo derivado del ajuste de estos países en procura de atender su gran endeu-
damiento.
El shock petrolero de 1973 jugó, sin embargo, un papel inesperadamente fa-
vorable al dólar y al mantenimiento del poder financiero de Estados Unidos. La
crisis del petróleo produjo un impacto en la estructura mundial de pagos e incre-
mentó la demanda internacional de dólares porque ésta era la moneda más usa-
da para las transacciones internacionales; en consecuencia, las presiones en con-
tra de su valor tendieron a desaparecer. Por otra parte, los excedentes de los
países árabes se conservaron mayormente en dólares, ya que estas naciones no
tenían muchas alternativas para colocar el aumento abrupto de sus reservas. Ade-
más de Gran Bretaña, cuya divisa era débil, sólo Estados Unidos podía ofrecer
un mercado de capitales de tamaño adecuado para manejar los formidables mon-
tos de aquellos excedentes. Desde entonces —como ya se explicó— Estados Uni-
dos, liberado del cepo del patrón oro, continuó imponiendo sus reglas de juego
con más facilidad en el campo financiero internacional.
Desde una perspectiva política, puede percibirse en esos años una mayor di-
versidad de intereses en el sistema internacional, en un contexto de distensión en-
tre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. También influyó
la invitación a China para incorporarse a las Naciones Unidas, que el presidente
Nixon realizara en su visita oficial a ese país, en 1972. Es importante señalar, asi-
mismo, el propósito de las naciones del Tercer Mundo de participar con mayor
presencia e intensidad en los foros internacionales. Sin embargo, éste fue un pe-
ríodo de gran intranquilidad para las relaciones internacionales, sobre todo por las
crisis energéticas y financieras mundiales —expresadas en las subas de los precios
del petróleo y en la crisis de convertibilidad del dólar estadounidense—, que pre-
anunciaban el cambio del paradigma tecnológico e industrial del capitalismo que
había regido hasta ese momento.

bauy00 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


B) Evolución de la crisis, ideologías y consecuencias

1. Inflación, estancamiento y desempleo en los países desarrollados

En principio, los aumentos de los precios del petróleo y materias primas atenua-
ron un poco los desequilibrios entre centro y periferia. En 1974-1975 el produc-
to bruto del mundo en desarrollo creció 5,9% y 4,5%, respectivamente; pero en
los países industrializados estas cifras fueron del 0,6% en 1974 y -0,1% en 1975,
la peor depresión desde 1929. Los mayores costos menguaron la rentabilidad em-
presarial y las inversiones, y recrudecieron la caída de la tasa de ganancia, sínto-
ma del fin del modo de crecimiento de los “Treinta Gloriosos”.
La inflación se aceleró aun más y los programas antiinflacionarios para com-
batirla comprimieron la demanda y elevaron el desempleo. A partir del año 1976
el crecimiento se reanudó, pero a tasas inferiores a las previas a la crisis. El se-
gundo shock petrolero, en 1979-1980, incrementó nuevamente la inflación y fre-
nó la producción de los países industrializados —en especial, de Estados Unidos

Cuadro 6
Inflación en países desarrollados (años 1968-1983)

Estados Reino
Año Unidos Alemania Francia Japón Unido

1968 4,2 176 4,6 5,4 4,7


1969 E, 1,9 6 Lidl Sa,
1970 5,9 3,4 5,8 TUNi 6,4
1972 33 55 6,1 4,9 GD
1973 6,2 7,0 7,4 Le ea 9,2
1974 LO TA0 13,6 gp 15,9
1975 9,0 5,9 1 TES 24,2
1976 7 4,3 9,6 9,4 163
1977 6,5 olé 9,5 8,2 15,9
1978 7,6 2 9,3 41 8,2
1979 18 4,1 10,6 3,8 13
1980 135 5/4 135 7,8 18
1981 10,3 6,3 1373 4,9 11,9
072 553 120 Ll 8,6
1982
32 9 9,5 1,9 4,6
1983

Fuente: Elaborado en base a datos del FMI.

, 239
A
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
y el Reino Unido-, pero ya las estructuras productivas se habían reconvertido ha-
cia formas menos demandantes de energía y, por otra parte, los precios más ele-
vados de los hidrocarburos hicieron factible la explotación de nuevos yacimien-
tos (Cuadro 6).
A diferencia de la crisis de la década de 1930, la preservación de la deman-
da global, vía regulación salarial y subsidios al desempleo, amortiguó la caída
productiva, y las políticas expansivas fiscales y monetarias impulsaron el creci-
miento, luego de la caída de 1974-75. Pero la crisis era algo más que una corta
recesión. La caída de la producción industrial se prolongó, derivando en el fin del
pleno empleo. Industrias como la siderurgia, la textil, la automotriz, comenzaron
a trasladarse hacia países asiáticos, en busca de menores costos.
Los tipos de cambio fluctuantes facilitaron el ajuste para enfrentar los défi-
cits de pagos internacionales por las subas de los precios de las materias primas
importadas, y para suavizar el impacto de estos desequilibrios sobre la produc-
ción y el empleo. La depresión de 1974-75 hubiera sido mucho más grave bajo
un sistema de tipos de cambio fijo. El balance de pagos se ajustó a un ritmo re-
lativamente lento, a causa del enorme volumen de recursos financieros disponi-
ble en los mercados privados. Pero, a la vez, los tipos de cambio flexibles desan-
claron la inflación.
Las importaciones de petróleo del área de la OCDE (Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos, que reúne a las naciones económica-
mente avanzadas) aumentaron en 1974 en 70.000 millones de dólares, pero el de-
terioro de la balanza por cuenta corriente fue de poco más de la mitad de esta can-
tidad debido al aumento de las compras de los países petroleros y del déficit del
resto del mundo que no producía petróleo. La recesión de 1975 redujo las impor-
taciones del mundo desarrollado, lo cual, unido al gran incremento de las ventas
de la OPEP, hizo que casi desapareciera el déficit, que retornó con la recupera-
ción de 1976. Entre 1974 y 1976, el endeudamiento externo de los países no pro-
ductores de petróleo (según cálculos de la OCDE) ascendió a más de 175.000 mi-
llones de dólares. Los bancos privados reciclaron cerca de 100.000 millones de
dólares de esos fondos hacia los países deficitarios.
El segundo shock petrolero implicó graves consecuencias sobre el crecimién-
to y la inflación mundiales. Esta última persistió en niveles elevados hasta 1982
en casi todos los países desarrollados y abrió paso a las políticas conservadoras
que se extendieron como una mancha de petróleo en casi todo el planeta. Mien-
tras tanto los países periféricos se endeudaron aceleradamente al absorber los
nuevos excedentes de capital.

240 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


2. El segundo shock petrolero

A fines de 1978 un nuevo conflicto en Medio Oriente llevó de 13 a 39 dólares el


barril de petróleo, cuando la revolución contra el sha Mohammad Reza Pahlevi
interrumpió las exportaciones petroleras de Irán, equivalentes al 10% del crudo
de la OPEP. Los países del cártel se negaron a compensar esta caída de la oferta
y, muy por el contrario, el 17 de diciembre de 1978 decidieron aumentar el pre-
cio del petróleo un 13,8% para 1979, además de continuar retaceando el fluido a
fin de mantener los precios en niveles elevados. Entre 1978 y 1985 la producción
de la OPEP se redujo a la mitad, y su participación en la producción mundial de
petróleo cayó del 50% al 30%. Arabia Saudita, por ejemplo, que posee las mayo-
res reservas mundiales, en 1985 producía sólo un cuarto de su capacidad.
El 22 de septiembre de 1980, Irak —gobernado por Saddam Hussein-, con el
apoyo de multinacionales petroleras, invadió a Irán en numerosos puntos fronte-
rizos, para apoderarse de la región del Shat al-Arab y de la provincia petrolera de
Khuzestán, cuya producción sumada a la de Irak, le daría el control del 20% del
consumo global de petróleo de ese momento y lo convertiría en el líder del mun-
do árabe. La guerra fue larga, sangrienta y pírrica, finalizó con un armisticio en
agosto de 1988; las pérdidas humanas se estiman en medio millón, especialmen-
te del lado iraní. Ambos países quedaron destruidos y endeudados, sin cambios
territoriales importantes ni un claro vencedor.
Arabia Saudita, Kuwait y otros Estados árabes —enfrentados históricamente a
los persas— apoyaron a Irak, así como también Estados Unidos y la Unión Sovié-
tica, ambos enemigos del nuevo régimen teocrático iraní, aunque por diferentes
razones. Los Estados árabes de Siria y Libia, enfrentados a Saddam Hussein, se
inclinaron por Irán.
En 1987, luego de un ataque de misiles iraquíes a la fragata US Stark, donde
murieron 37 marineros, Estados Unidos hizo estallar dos plataformas petroleras
iraníes y el conflicto se internacionalizó. Si bien Irak, aliado de la URSS, era un
país enemigo para la potencia del Norte, Irán lo podía llegar a ser más, porque
ponía en peligro la seguridad del Golfo, de donde provenía el grueso del petróleo
que consumía Estados Unidos. En 1984 Donald Rumsfeld, enviado de Reagan,
viajó por segunda vez a Irak para mejorar las relaciones con Saddam y evitar a
toda costa una victoria de Irán. Pero, secretamente, Estados Unidos también su-
ministraba armas a Irán; de la misma manera financiaba desde Honduras la de-
sestabilización del gobierno sandinista nicaragúense, adverso a los intereses nor-
teamericanos, operación de la CIA conocida como Irán-Contras.

241
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Los exportadores de petróleo acumularon nuevamente cuantiosos superá-
vits en divisas a partir de esta segunda explosión de los precios del fluido, que
se reciclaron nuevamente a los países en desarrollo.
Así fue cómo, en 1979-80, la deuda externa en el Cono Sur creció acelera-
damente. Pero ya no se trataba de dinero barato, porque la Reserva Federal y
otros bancos centrales de países industrializados habían aumentado las tasas de
interés internacionales a dos dígitos.

Cuadro 7
Producción de petróleo en países de la OPEP (años 1979-1991)
(como % de la producción mundial de petróleo)

País 1979 | 1982 |1985 | 1986 | 1987 | 1989 | 1991

Arabia Saudita ONO 6,4 O


Kuwait da) 0,8 a4
Emiratos Árabes
Unidos slo4 Z
Qatar O, 3 0,4

Irak 3,4 0,9 41.4! aL 74%) 2 2,8 0,3

Subtotal SA S16 4,4 5,6


Libia
Argelia
Nigeria
Gabón
Indonesia
Venezuela
Ecuador
Subtotal

Total OPEP

Fuente: Elaborado en base a datos del Anuario Estadístico 2008 de la OPEP

242 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


3. Las dictaduras en el Cono Sur: el neoliberalismo en Argentina,
Chile y Uruguay

En el contexto de la Guerra Fría, Estados Unidos logró imponer en el continen-


te la “Doctrina de la Seguridad Nacional” y las fronteras ideológicas. Las Fuer-
zas Armadas de los países latinoamericanos, según estos lineamientos, debían
cumplir un papel de represión interna cuyo objetivo esencial era impedir la in-
filtración del comunismo en el mundo occidental, capitalista y cristiano. Los te-
mores de Washington provenían de la consolidación de la Revolución Cubana
en los años 60, que había pasado a la órbita del bloque soviético instalando la
Guerra Fría a las puertas de Estados Unidos. Por eso, el país del Norte alentó
gobiernos dictatoriales en América Latina encabezados por fuerzas militares ca-
pacitadas para la contrainsurgencia en instituciones norteamericanas.
Así fue como el presidente Joáo Goulart fue derrocado en 1964 por genera-
les brasileños, y los gobiernos argentinos de Arturo Frondizi, Arturo Illia e Isa-
bel Perón resultaron desplazados por golpes militares en 1962, 1966 y 1976,
respectivamente, aunque en el primer caso a través de una componenda cívico-
militar que preservó cierta fachada constitucional. En el caso de Brasil, la dic-
tadura militar se prolongó durante poco más de dos décadas ininterrumpidas.
En Chile se produjo un sangriento golpe de Estado en 1973, que instauró la
dictadura del general Augusto Pinochet; en Uruguay, ese mismo año se llevó a
cabo un golpe cívico-militar, y en Argentina, tras el trienio del retorno peronis-
ta (mayo de 1973 - marzo de 1976), los militares volvieron al poder, desde mar-
zo de 1976 hasta fines de 1983, consolidando otra brutal dictadura que generó
una gran deuda externa, desindustrialización y crisis económica.
La existencia de dictaduras en el Cono Sur no garantizó ni siquiera un esta-
do de paz entre ellas. En 1978 por cuestiones de delimitación de fronteras casi
estalla un conflicto armado entre Argentina y Chile, que sólo la mediación pa-
pal pudo detener. En cambio, los gobiernos de estos dos países —y de Uruguay
y Brasil- cooperaron en el “plan Cóndor”, tendiente a eliminar a los adversa-
rios políticos internos refugiados en alguno de los Estados vecinos.

a) Argentina

En Argentina el neoliberalismo se implementó desde 1976, basado en el plan


que desde un tiempo antes venían elaborando el futuro ministro de Economía
Martínez de Hoz, junto a un grupo de economistas monetaristas, formados en
su mayoría en la Universidad de Chicago o en otros centros de orientación si-

243
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
milar. La junta militar que asumió todos los poderes públicos a partir del golpe
de Estado del 24 de marzo conformó un nuevo modelo económico caracteriza-
do por la acumulación rentística y financiera, una inserción internacional basa-
da primordialmente en la exportación de materias primas agropecuarias, la de-
sindustrialización, el endeudamiento externo y el disciplinamiento social (4).
La dictadura militar se propuso restablecer la hegemonía del mercado en la
asignación de recursos y abrir súbitamente la competencia de los productos na-
cionales con los extranjeros, aunque ello dañara seriamente a la industria local.
En una primera etapa, de 1976 a 1978, se implementó un plan de ajuste ortodo-
xo, con devaluación, liberación de precios, congelamiento de salarios, facilida-
des para las importaciones, cese de la promoción de exportaciones industriales y
desregulación financiera. El terrorismo de Estado impidió toda resistencia social
a la transformación regresiva de la economía. Las élites agropecuarias, los gran-
des grupos económicos y financieros locales, y los intermediarios de las finan-
zas y el comercio internacionales fueron los beneficiarios inmediatos y a largo
plazo de estas políticas.
En esta cuestión fue de vital importancia la reforma financiera de 1977, que
ubicó al sector en una posición hegemónica en términos de absorción y asigna-
ción de recursos. El nuevo Régimen de Entidades Financieras inició un rumbo
cuyo norte apuntaba a la liberalización del mercado interno y a una mayor vincu-
lación con los mercados internacionales. La reforma se desplegó en dos frentes
complementarios; por una parte liberalizaba de la manera más radical los flujos
de capitales con el exterior, mientras que, por otro, flexibilizaba a ultranza la ope-
ratoria de las entidades privadas —nacionales y extranjeras— en el mercado domés-
tico, y al mismo tiempo establecía una garantía irrestricta sobre los depósitos.
Esto inducía al público a colocar sus ahorros en las entidades que ofrecían mayo-
res tasas de interés, independientemente de su grado de solvencia y liquidez. La
cantidad de bancos creció exageradamente: pasó de 110 entidades en junio de
1977 a 219 a fines de 1979; además, se autorizó la apertura de 1.197 sucursales
financieras, mientras el PIB per cápita estaba virtualmente estancado (5).
Otra etapa comenzó en diciembre de 1978, con la aplicación de la “tablita
cambiaria”, que consistía en devaluaciones programadas inferiores a la inflación,
que apreciaron el peso, agravaron el cierre de las industrias nacionales —imposi-
bilitadas de competir con los productos importados— e impulsaron una gran sa-
lida de divisas, a causa de los déficits comerciales y de servicios, como así tam-
bién por los intereses pagados al capital extranjero y por el turismo al exterior.
Estos déficits se cubrieron con ingresos de capitales, la mayoría en concepto de
préstamos al sector público y, en menor medida, a las empresas privadas.

244 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Desde 1976, con una interrupción parcial durante el gobierno de Raúl Alfon-
sín, se implementó una política monetaria pasiva, en la que la cantidad de dine-
ro se rigió casi exclusivamente por los movimientos de capitales. Cuando éstos
ingresaban, la cantidad de moneda se expandía, estimulando una coyuntura as-
cendente. En la etapa de reflujo, la masa monetaria se contraía —incluso más que
la expansión previa, por cuanto los capitales salientes se habían valorizado y
también retiraban sus ganancias—, acentuando la depresión.
De esta forma, los ciclos internos volvieron a estar determinados como en
la época agroexportadora— por los ciclos de los capitales financieros internacio-
nales. La moneda actúa aquí de manera absolutamente procíclica, exacerbando
auges y depresiones, mientras estimula en todas sus etapas diferentes formas de
endeudamiento público y privado. La economía argentina se volvió proclive a
ingresar en burbujas especulativas, sin una base productiva sólida, que desem-
bocaron en profundas crisis financieras y tuvieron fuertes repercusiones socia-
les y políticas.
El diagnóstico inicial que hicieron las autoridades económicas al asumir el
poder señalaba a la inflación como problema principal. Para fundamentar sus po-
líticas de estabilización recurrieron al “enfoque monetario del balance de pa-
gos”, en el que la inflación se atribuye a la oferta excesiva de dinero en una eco-
nomía cerrada a las importaciones. En el caso de una economía abierta, el exceso
de demanda provocado por la expansión monetaria puede derivarse al comercio
de importación, aflojando la rigidez de la oferta de bienes, sin provocar un pro-
ceso inflacionario. En una economía con tipo de cambio fijo y perfecta flexibi-
lidad de precios, el exceso de dinero estimula la importación, lo que obliga a la
gente a desprenderse de moneda local para comprar divisas; de manera que la
oferta monetaria se contrae y vuelve al nivel de equilibrio. La situación descrip-
ta implica también que transitoriamente el gasto supere al ingreso, pero en esas
condiciones, el aumento de la tasa de interés atrae recursos del exterior para fi-
nanciar ese exceso.
Este esquema, que debía conducir en el mediano plazo a niveles de inflación
y tasas de interés convergentes con las de EE.UU., tuvo en la práctica consecuen-
cias desastrosas, porque generó un profundo retraso cambiario que desalentó la
producción, alimentó el déficit comercial y estimuló la entrada masiva de capl-
tales especulativos. El resultado fue un endeudamiento en moneda extranjera, en
gran parte ilegítimo, que condicionó las políticas económicas durante las déca-
das posteriores (6).
La perdurabilidad de la política económica de José A. Martínez de Hoz, pri-
mer ministro de Economía del Proceso de Reorganización Nacional, se debió al

245
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
fuerte apoyo recibido desde el plano político-castrense y de los principales gru-
pos económicos, así como a un contexto internacional favorable.
Esa suerte de consenso comenzó a desmoronarse en 1980, cuando diversos
acontecimientos trocaron el contexto favorable por otro crecientemente adverso.
En primer lugar, la cuestión de la sucesión presidencial abría las primeras grie-
tas en la conducción militar y permitía el surgimiento de tímidos cuestionamien-
tos hacia la política seguida hasta entonces, en el marco de una creciente lucha
interna por el poder. Pero lo que más afectó al programa fue el súbito viraje del
contexto internacional por los nuevos lineamientos económicos impulsados por
EE.UU., que provocaron una fuerte alza en las tasas de interés, alterando radical-
mente los mercados financieros mundiales; el crédito internacional se tornó, en-
tonces, caro y escaso. La importancia de los flujos financieros era fundamental
para Argentina, debido al incipiente déficit comercial y al saldo negativo de la
cuenta corriente, sobre la que comenzaron a pesar cada vez más los pagos de in-
tereses de la deuda contraída en los últimos años, multiplicados ahora por el alza
de las tasas de interés internacionales y las dificultades para conseguir fondos
frescos.
Simultáneamente, las fuentes genuinas de divisas del país comenzaron a de-
teriorarse, ya que, luego de varios años consecutivos favorables, los términos
del intercambio volvieron a ser desfavorables. El nuevo contexto puso a Argen-
tina en una situación delicada, aproximándola progresivamente a la cesación de
pagos. La hipotética situación de estrangulamiento financiero provocó una “cri-
sis de confianza”, que se agudizó con las dificultades de algunos grupos eco-
nómicos y la disminución de la garantía oficial para los depósitos en diciembre
de 1979;
El detonante para que la compleja situación se transformara en una verdade-
ra crisis se produjo en marzo de 1980, cuando el mayor banco local privado, el
Banco de Intercambio Regional (BIR), cerró en forma repentina sus puertas, se-
guido inmediatamente por otros tres grandes bancos y algunos más de tamaño
pequeño. Su liquidación afectó a más de 350.000 pequeños y medianos ahorris-
tas, cuyos depósitos ascendían al 12,7% del total del sistema bancario y al 21%
del de la banca privada. Ese acontecimiento dio lugar a una fuerte fuga de depó-
sitos convertidos en dólares ante el riesgo de devaluación. El gobierno intentó
restablecer la tranquilidad reinstaurando la garantía plena de los depósitos, me-
dida que desnudaba la debilidad del sistema financiero y no contribuía demasia-
do a devolver la confianza. Las reservas de divisas del gobierno descendieron en
1980 en casi 2.800 millones de dólares, a pesar de que el endeudamiento públi-
co creció en casi 4.500 millones.

246 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Entre otras cosas, el panorama abierto por la crisis bancaria volvió a acentuar
una característica endémica de la economía argentina, la fuga de capitales. Si
bien las estimaciones del monto de capitales fugados del país son notoriamente
divergentes, todas las series dan cuenta de un agravamiento del fenómeno a par-
tir de 1980, que arroja un resultado sorprendente: entre 1980 y 1982, el monto
de la fuga osciló entre los 16.000 y los 22.000 millones de dólares, dependiendo
de la estimación. La cifra equiparaba o superaba la variación del stock de deuda
externa a lo largo del trienio, que ascendió a 16.481 millones de dólares, y supe-
raba el stock de la deuda privada que en 1982 era de 14.836 millones de dólares.
En febrero de 1981 la pauta cambiaria se modificó súbitamente con una de-
valuación del 10% y un esquema de devaluaciones posteriores del 3% mensual
hasta agosto, justificadas por un pedido de las autoridades que iban a reempla-
zar al dictador Jorge R. Videla. El paso desnudaba la intención del equipo entran-
te, pero era simultáneamente insuficiente para compensar el retraso cambiario y
los graves desequilibrios. Por lo tanto, el mercado reaccionó acentuando su fuga
hacia el dólar, disminuyendo drásticamente el nivel de depósitos y las reservas
oficiales, mientras la tasa de interés llegaba a niveles exorbitantes. Dado el régi-
men de garantía de depósitos, el gobierno tuvo que asistir a los bancos que su-
frían la corrida de depósitos, lo cual estimuló la emisión de moneda por un mon-
to de 11,8 billones de pesos, cifra equivalente a la emisión por todos los demás
conceptos en 1980. Con esa actitud, se avivaba aun más la inflación, cuyo com-
bate había sido el objetivo central declarado del gobierno desde su asunción.
En ese complejo contexto se produjo el traspaso del mando presidencial de
Videla al general Roberto Viola, quien nombró ministro de Economía a Lorenzo
Sigaut en marzo de 1981. Días después, luego de que el ministro afirmara que
“e] que apuesta al dólar pierde”, se devaluó la moneda en un 28%, eliminando la
“tablita” cambiaria e implantando un sistema de tipo de cambio fijo a ser esta-
blecido día a día por el BCRA. También se redujeron ligeramente los aranceles
(los cuales volvieron a ser elevados en forma leve en mayo) y se establecieron
retenciones temporarias para las exportaciones agropecuarias. Ya en junio, vol-
vió a devaluarse el peso en un 30%, estableciéndose una pauta futura de devalua-
ción del 6% mensual, que en septiembre se trocó por la apertura de un mercado
de cambios financiero libre y otro comercial con una paridad establecida diaria-
mente por el BCRA.
Las medidas se complementaron con una presión sobre el sector monetario
por medio de altas tasas de interés, que en el primer semestre se elevaron por en-
cima del 300%, para descender de inmediato a algo menos del 200%, nivel que,
de todas formas, resultaba incompatible con cualquier intento de expandir la pro-

247
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
ducción, teniendo en cuenta que la inflación de ese año fue del 100%. Las ele-
vadas tasas de interés, la devaluación del peso y la caída del salario real desplo-
maron el producto bruto un -5,4% en 1981 y -3,2% en 1982, de modo que entre
1976 y 1983 el crecimiento resultó insignificante.
Especial mención merece el papel del Estado en la ayuda a las grandes em-
presas privadas endeudadas en los años previos, muchas de las cuales se veían
agobiadas por los pasivos. En junio, se estableció un sistema de seguros de cam-
bio que cubría el repago de créditos obtenidos en el exterior por el sector priva-
do, siempre que se extendiera el plazo de su vencimiento por más de un año y me-
dio. El sistema consistía en el mantenimiento del tipo de cambio vigente en ese
momento por parte del BCRA, con una prima de garantía, fijada para el primer
semestre en el 40% del tipo de cambio fijado por dicho banco y, posteriormente,
establecida sobre la base de la evolución de los precios mayoristas deducida la in-
flación internacional. Se asistía así a un proceso de estatización de la deuda ex-
terna privada, sin contraprestación alguna por parte de este último sector.
En su esquema comercial, Argentina reeditaba temporalmente una relación
triangular como la observada en las décadas de 1920 y 1930 con EE.UU. y Gran
Bretaña y en las de 1950 y 1960 con EE.UU. y la CEE. Ahora, los vértices del
triángulo involucraban a la URSS y Estados Unidos, los rivales de la Guerra Fría.
Es que la superpotencia de Occidente permanecía como el principal proveedor y
su comercio con Argentina continuaba mostrando un fuerte desbalance. En el
nuevo triángulo comercial, los saldos negativos con EE.UU., que entre 1979 y
1983 fueron de 4.100 millones de dólares, fueron más que compensados con el
saldo de las ventas a la URSS, que resultó cerca del doble a favor, 8.079 millo-
nes de dólares. Este último país absorbió en ese período entre un 20% y un 30%
de las exportaciones argentinas (7).
En 1980 las dos superpotencias se encontraban en un período de confronta-
ción política y económica, uno de cuyos momentos más álgidos tuvo lugar por
el bloqueo comercial decretado por el presidente estadounidense James Carter
para castigar a Moscú por la invasión a Afganistán, al que Argentina no adhirió.
En este caso, la relación triangular condujo a notorias tensiones políticas. La dic-
tadura anticomunista argentina mostró así el rostro pragmático de la élite agro-
exportadora, bien representada por Martínez de Hoz, que velaba por sus propios
intereses vinculados al mercado soviético.
En lo referente al conjunto del comercio exterior, puede constatarse que los
estímulos para exportar, las restricciones al consumo y el ajuste imperante du-
rante los primeros años del régimen militar habían permitido superar el gran dé-
ficit comercial de 1975 y transformarlo en superávit. Sin embargo, esto se revir-

248 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


tió en el segundo semestre de 1979, reflejando el nuevo período de turbulencias
en el que había entrado la economía argentina. A pesar de las mayores exporta-
ciones, el comercio exterior se convirtió entonces en una fuente de drenaje de di-
visas, que sólo pudo sostenerse mientras se mantenía la corriente de créditos ex-
ternos. La contracara del déficit comercial era el incremento de la deuda externa.
Tras la derrota argentina en la guerra de Malvinas de 1982, el fracaso del
plan económico y la toma de conciencia de la población acerca de las graves vio-
laciones a los derechos humanos tuvieron como consecuencia la presión de la so-
ciedad civil para retornar al Estado de Derecho, lo que obligó a los militares a
convocar a elecciones y entregar el poder en diciembre de 1983. En ese momen-
to, la gran deuda externa pública, abultada por la estatización de la deuda priva-
da, era un 365% mayor que la existente en 1976. Pero el daño mayor infligido a
la economía argentina por la dictadura fue dejar como legado una estructura pro-
ductiva concentrada y primarizada; el predominio de las finanzas y los bancos
por sobre la producción, y una distribución del ingreso mucho más regresiva. La
participación del sector asalariado nunca recuperó la retracción sufrida en esta
etapa, mientras que la inflación, cuyo freno había sido un objetivo explícito de la
política económica, no bajó de los tres dígitos en todo el período. El Cuadro 8
brinda un sintético balance de lo ocurrido en la economía en esos años.

Cuadro 8
Argentina. Algunos indicadores económicos (1976-1983)

Deuda
externa Saldo de la
total Tipo de balanza
PIB Inflación miles de Déficit cambio | comercial
variación IPC var. millones fiscal real en millones
Años % % de dólares | % del PIB |1990=100 | de dólares

1976 -0,2 444 9.7 17 TS Za 882


1977 6,6 176 MES de 1061 1490
1978 SS ES SH 6.8 83,9 2565
1979 1 140 19.0 6.3 60,8 1102
1980 2,0 101 2 l 7.6 50,4 -2527
1981 -5,4 105 35.7 156 iZ -287
1982 -3,2 165 43.6 1015 141,9 2289
1983 an 344 45.1 15.8 160,3 3334

663 y 669.
Fuentes: Ministerio de Economía, INDEC y Rapoport (2008), pp. 660,

“ú 249
itali o contemporaneo
Las grandes crisis del capitalism
b) Chile

En Chile se llevó a cabo el primer experimento latinoamericano de la aplicación


del neoliberalismo. La dictadura militar que derrocó a Salvador Allende en sep-
tiembre de 1973 se extendió hasta fines de 1989 y fue pionera en implementar
una liberalización de largo alcance del comercio y los mercados, como así tam-
bién de políticas y leyes de competencia. Desde los inicios de la década de 1980,
el gobierno chileno privatizó el sistema de pensiones, el de salud y el de educa-
ción. Estas reformas pudieron implementarse por la imposición de un régimen
autoritario, y su impacto social fue muy regresivo.
La primera fase del régimen militar, hasta 1977, estuvo caracterizada por la
acción represiva y la constitución de un núcleo dirigente en el Estado, formado
por el liderazgo militar y un equipo de economistas, que brindó a esta dictadura
un contenido político y económico sustentado en las recetas neoliberales. Se de-
nominó a esos economistas los “Chicago boys” porque estudiaron en la Univer-
sidad de Chicago con los profesores Milton Friedman, Friedrich von Hayek y Ar-
nold Harberger. La institución estadounidense había firmado convenios con la
Universidad Católica de Chile (UCACH), que fueron apoyados por las fundacio-
nes Rockefeller y Ford y otorgaban becas a estudiantes chilenos para estudiar
economía en Chicago. Varios de esos economistas regresaron a la UCACH como
profesores difundiendo los principios económicos del libre mercado. Un grupo
de empresarios, consustanciado con esas ideas, colaboró diseñando un programa
económico para Chile adoptado por Pinochet luego de desplazar a sectores na-
cionalistas de derecha que inicialmente colaboraron con él.
En la segunda etapa, 1977-1982, se consolidó un modelo de desarrollo “ha-
cia afuera”, caracterizado por una apertura irrestricta de la economía, la reduc-
ción del papel del Estado, su reemplazo por agentes económicos privados y la
expansión de los mecanismos de mercado. La dinámica de este modelo se basó
en el aflujo de capital extranjero dedicado a la especulación y al consumo sun-
tuario, con escaso aporte a la inversión productiva. El proyecto implicó, junto
con la represión política y social, el fin del rol distributivo del Estado y la exten-
sión de la lógica mercantil a todas las esferas de la sociedad civil. Esta fase, lla-
mada de “modernizaciones”, según términos oficiales, se expresó en las reformas
de la organización territorial, de la salud y la previsión social, de la educación y
de las organizaciones gremiales.
A partir de 1981-1982 el régimen militar entró en crisis a causa, entre otras
razones, del fracaso de las políticas económicas. En 1982 el desempleo llegó al
30%, el salario real se redujo un 22% con respecto a 1981, y el 55% de las fami-

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


lias se encontraba por debajo de la línea de pobreza. La crisis afectó de tal modo
a las clases medias que éstas tomaron distancia de la dictadura, lo que permitió
a los sectores populares y sus expresiones políticas manifestar masivamente su
descontento a mediados de 1983.
Para los analistas chilenos las políticas económicas de la dictadura pinochetis-
ta se dividen en dos grandes etapas. La primera, desde 1973 hasta 1982, consistió
en el llamado “experimento de Chicago”, de corte neoliberal ortodoxo, posibilita-
do por la abundancia de capitales extranjeros. La segunda, a partir de una severa
crisis, incluyó elementos heterodoxos, con mayor intervención del Estado.
Durante los primeros diez años de la dictadura de Augusto Pinochet, la eco-
nomía chilena sufrió un drástico cambio debido a una radical privatización de las
empresas estatales, una rápida apertura comercial y financiera hacia el exterior,
y un proceso de toma de control sobre los recursos, especialmente los financie-
ros, por parte de los grandes sectores empresariales y de los nuevos grupos fi-
nancieros, consolidados a partir del desarrollo del mercado privado de capitales.
Así se constituyeron conglomerados económicos con amplia influencia política,
que pasaron a detentar la propiedad de activos industriales, de bancos y financie-
ras y se convirtieron en agentes dinámicos en el proceso de readecuación indus-
trial y en la búsqueda de nuevas formas de inserción en la economía internacional.
Estos grupos establecieron estrechas relaciones con la banca privada internacio-
nal, controlando el grueso del flujo de los créditos externos. Otra modificación
clave en el funcionamiento de la economía chilena fue su rápida y drástica aper-
tura comercial, que implicó el achicamiento y desaparición de varias ramas in-
dustriales.
La apertura financiera dificultó estabilizar los precios porque era la fuente
más importante de expansión monetaria, y reforzó la tendencia a la concentra-
ción, ya que el crédito externo barato —comparado con el crédito interno— sólo
era accesible a las grandes empresas. El ingreso de capitales permitió mantener
el peso sobrevaluado en tiempos marcadamente deficitarios de los flujos de co-
mercio. En este esquema totalmente abierto los precios internacionales regían
para la mayoría de los bienes, de modo que la competitividad residía en los cos-
tos. Como los precios de las materias primas también son precios predetermina-
dos en los mercados internacionales, lo único que podía variar eran los costos sa-
lariales. Por ello, la disminución del empleo y la mayor productividad fueron las
grandes consignas de los empresarios, generando precarización del empleo y una
elevada desocupación.
En definitiva, en los diecisiete años de dictadura, la economía chilena creció
un 3,5% anual (porcentaje muy magro, sobre todo si se la compara con ANA

231
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
anual de los primeros diez años de democracia), con caídas del -12% en 1975 y
de -14% en 1982. Las reformas libremercadistas llevaron a concentrar radical-
mente la riqueza, disminuir el poder de negociación de los trabajadores al minar
su base en las industrias tradicionales y el Estado, y remover la mayor parte de
las garantías sociales. En 1989, último año de la dictadura, un 44% de las fami-
lias se hallaban por debajo de la línea de pobreza.

Cuadro 9 y
Chile. Algunos indicadores económicos (años 1973-1983)

- Millones de dólares
PIB Inflación —
variación IPC var. Balanza
% Desempleo comercial

Fuente: Vylder, Stefan de, “Chile 1973-1987: Los vaivenes de un modelo”, en Economía y
política durante el gobierno militar en Chile, 1973-1987, Roberto García (comp.), FCE, México,
1989, p. 98.

c) Uruguay

El neoliberalismo en Uruguay comenzó a aplicarse en 1974, por obra de la dicta-


dura cívico-militar que gobernó desde junio de 1973 hasta febrero de 1985. En
este lapso, Uruguay protagonizó un ciclo de apertura comercial y financiera, in-
greso de capitales, sobrevaluación del peso, déficits externos crecientes y sobre-
endeudamiento en divisas, con una redistribución regresiva del ingreso y desem-
pleo en alza. Las reformas neoliberales se implementaron en tres etapas. De 1974
a 1978 el peso uruguayo se devaluó fuertemente y el tipo de cambio real se man-

252 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


tuvo elevado a través de frecuentes devaluaciones. La reforma financiera abrió los
flujos de capital desde y hacia el exterior, desreguló las tasas de interés y se au-
torizaron depósitos en moneda extranjera.
Esta etapa favoreció al sector exportador, que percibió créditos a tasas sub-
sidiadas, franquicias tributarias y otras medidas. Simultáneamente, los controles
de precios se eliminaron y se suspendieron las negociaciones colectivas de sala-
rios, con el consiguiente deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la
población. Entre 1974 y 1978 la participación de los asalariados en el ingreso
cayó un 26%. A pesar del crecimiento del producto bruto entre 1974 y 1976, la
tasa de desempleo en 1976 creció al 12,7% y se mantuvo en dos dígitos hasta
1978. La política explícita de reducción del salario real perseguía disminuir la
absorción interna de bienes para incrementar los saldos exportables, mejorar las
utilidades de las empresas y su competitividad vía reducción del costo laboral.
En la segunda etapa, de octubre de 1978 a 1980, la política monetaria man-
tuvo sobrevaluado el peso uruguayo a través de devaluaciones programadas in-
feriores a la inflación —una “tablita” similar a la de Argentina— y de tasas de in-
terés reales elevadas, que indujeron influjo de capitales y la formación de una
burbuja financiera e inmobiliaria, con un boom de construcciones en Montevi-
deo y Punta del Este. El producto bruto se expandió sobre estas bases frágiles y
por impulso de la demanda del turismo del exterior, especialmente de Argentina,
donde el atraso cambiario era aun mayor. El enfoque monetario del balance de
pagos exigió financiar los déficits públicos en los mercados internacionales, en-
grosando la deuda pública no financiera de Uruguay.
En 1981 la demanda argentina en Uruguay se contrajo drásticamente, a con-
secuencia de la devaluación previsible del peso y la recesión. La apreciación del
peso uruguayo en un 22% por encima de su valor de 1978, deterioró incluso más
las exportaciones e incentivó las compras externas. La tímida mejora salarial fue
insuficiente para dinamizar la economía. Los capitales comenzaron a retirarse, a
pesar de los esfuerzos de las autoridades por fortalecer el sistema bancario, me-
diante la creación de fondos de garantía, topes a los préstamos a las empresas y
el incremento sustancial de la deuda externa pública.
En 1982 la entrada de capitales fue negativa, el déficit de cuenta corriente al-
canzó el 15% de las exportaciones y las reservas internacionales cayeron en pi-
cada, el Banco Central dejó flotar al peso que se devaluó un 50% súbitamente—
y lanzó un salvataje a los bancos privados. La compra de cartera bancaria de di-
fícil cobro explica que la deuda pública pasara entre 1981 y 1982 del 46% al 63%
de la deuda externa, mientras que la deuda del sector privado disminuyó del 54%
al 37%. El gobierno lanzó una política contractiva de ajuste en el marco de un

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


253
Cuadro 10
ALEDO ALEUDOS Indicacores económicos (años E 1983)

S So : Da Parteipación :
PIB Inflación | tasa de |. extema | asalariados
variación minorista | desempleo | en miles de | en Ingreso
% variación % | % | millones U$S | Bruto%

Fuente: En base a datos del FMI y de Joseph Ramos, Política económica neoliberal
en países del Cono Sur de América Latina, 1974-1983, FCE, 1989, pp. 37-38.

acuerdo con el FMI, que disminuyó el producto bruto un 10% en 1982 y 5,3%
en 1983. Si bien el acuerdo se firmó a comienzos de 1983, la aplicación de me-
didas previas al convenio se realizó en el trimestre anterior, como es habitual.
Así, el desempleo alcanzó al 15,5 de la población activa, la participación de los
asalariados en el ingreso descendió un 20% en 1983. A esta altura, la deuda ex-
terna representaba tres veces las exportaciones.

4. El reciclaje de los petrodólares y eurodólares. Evolución y crisis


de la deuda externa en América Latina

El abrupto incremento en el precio del petróleo multiplicó la liquidez del siste-


ma monetario internacional y lanzó a los bancos comerciales receptores de los
depósitos de petrodólares y eurodólares a una desesperada búsqueda para reci-
clarlos lucrativamente. Así, el 20% del superávit financiero que obtuvo la OPEP
en 1974 se invirtió directamente en EE.UU., otro 13% en Gran Bretaña y más de
un 40% en los “euromercados”. Pero la desaceleración económica —articulada
con un proceso inflacionario, en el nuevo fenómeno de la estanflación- trajo apa-

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


rejada la caída de la demanda de crédito en las economías industrializadas y un
menor interés de los inversores en estas plazas. En estas circunstancias, los orga-
nismos financieros internacionales consideraron a los países periféricos con de-
sequilibrios estructurales en el sector externo como los destinatarios naturales
para absorber la incrementada oferta de capital financiero transnacional.
En su informe anual, el FMI afirmaba: “A mediados de 1974, la economía
mundial contendía contra una inflación virulenta y generalizada, una desacelera-
ción del crecimiento económico [...] y un desequilibrio masivo en los pagos in-
ternacionales. Esta situación constituye quizás el conjunto de problemas econó-
micos más complejo y grave que hayan enfrentado los gobiernos y la comunidad
internacional desde que terminó la Segunda Guerra Mundial” (8). A fin de evitar
mayores desequilibrios en las cuentas externas de las economías centrales y la
apreciación de sus monedas, así como fomentar sus exportaciones de mercancí-
as, el FMI promovió dirigir, como ya lo señalamos, los acrecentados flujos de ca-
pital hacia las economías en desarrollo, a través de canales de financiamiento
distintos a los de las euromonedas. Y puso el ejemplo: con carácter temporal, en
1974 estableció un nuevo tipo de préstamos, llamados Servicio de Financiamien-
to del Petróleo, cuyo financiamiento provenía de los países exportadores de pe-
tróleo y de otros que tenían una balanza de pagos firme. Mediante este mecanis-
mo se reciclaron alrededor de 7 mil millones de dólares.
En su discurso, sin embargo, el Fondo insistía en que su objetivo era tratar
de corregir el desequilibrio internacional en cuenta corriente —“de una magnitud
y una naturaleza sin precedentes” al que habían llevado en forma simultánea el
superávit de los países exportadores de petróleo, estimado en unos 65 mil millo-
nes de dólares, y los déficits de las naciones industriales y de las productoras de
materias primas no petroleras, para quienes pronosticaba incrementos en su dé-
ficit total de un 75% y un 25%, respectivamente. De manera adicional, el FMI
insistía que el movimiento de esas corrientes financieras debería realizarse en
forma organizada. En poco tiempo, el flujo de capitales se dirigió al continente
latinoamericano, pero sin ningún control ni regulación por parte de las autorida-
des monetarias. Así se inició el rápido crecimiento del endeudamiento externo de
la región, que en 1982 llevó al estallido de la crisis de la deuda.
Sin embargo, el incremento de la oferta de créditos hacia los países subdesa-
rrollados ya había comenzado desde fines de la década de 1960, a partir del au-
mento de la cantidad de dólares en circulación y del estancamiento de los países
centrales. Un paso importante fue la creciente tendencia de los bancos comercia-
les a relacionar sus créditos a los Estados nacionales con los acuerdos que éstos
suscribían con el FMI, lo cual fue informado con beneplácito por Johannes Wit-

255
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
teveen, director gerente del Fondo, en octubre de 1976 en la reunión anual con-
junta del FMI y el Banco Mundial, celebrada en Filipinas. Con el tiempo, éste
sería el antecedente de una práctica generalizada de la comunidad financiera in-
ternacional: exigir a los países interesados en renegociar o contratar préstamos el
haber establecido en forma previa un acuerdo con el Fondo; es decir, haberse
comprometido a aplicar las políticas económicas recomendadas por la institu-
ción. Cabe mencionar que, en la misma oportunidad, el representante del orga-
nismo internacional se refirió al hecho de que la acumulación de deuda de cor-
to y mediano plazo, resultado del financiamiento reciente, había comenzado ya
a afectar la solvencia crediticia de algunos prestatarios y a crear la posibilidad de
dificultades económicas y financieras (9).
Sin embargo, sus palabras no eran una advertencia a deudores y prestamis-
tas acerca de las funestas consecuencias que su irresponsabilidad podría provo-
car, sino una justificación de la mayor injerencia que el FMI pretendía en la vida
económica de los países miembros, la que fue aceptada en la ciudad de Kings-
ton, Jamaica, a principios de 1976, con motivo de la discusión de un nuevo régi-
men cambiario. Limitada estatutariamente a la orientación, “firme supervisión”
y vigilancia de las políticas cambiarias, la intervención del Fondo terminó por
abarcar prácticamente todas las áreas económicas, y aun las sociales y políticas,
en los países en desarrollo.
Cuando a fines de la década de 1970 y principios de la siguiente, para com-
batir la inflación en Estados Unidos la Reserva Federal elevó sus tasas de inte-
rés, volvió a atraer los capitales hacia el Norte y dejó en el Sur una crisis formi-
dable de endeudamiento externo.
La deuda externa de los países en desarrollo no exportadores de petróleo cre-
ció de 130,1 mil millones de dólares en 1973 a 612,4 mil millones en 1984, pero
América Latina atrajo la mayor parte de los recursos reciclados hacia el Tercer
Mundo. Hacia 1983 la deuda exterior latinoamericana, de 350 mil millones de
dólares, era casi la mitad de la del mundo en desarrollo. Veinte de los treinta y
cuatro países de la región se encontraron en problemas para atender su deuda ex-
terna. En menos de una década la deuda externa se multiplicó en términos abso-
lutos, y también como proporción de la producción y de las exportaciones, fuen-
tes de los recursos reales y de las divisas para transferir a los acreedores.
En este proceso global de endeudamiento cabe a la principal potencia mun-
dial mucha responsabilidad. Al respecto, afirma Kindleberger: “Veamos [...] la
ingente deuda externa de los países en vías de desarrollo, agravada no sólo
desde que tuvo lugar el aumento en el precio del petróleo sino [...] cuando los
bancos multinacionales, henchidos de dólares creados mediante algún grave

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


error en la política monetaria (es decir, dinero barato iniciado en Estados Uni-
dos para ayudar a Nixon en su campaña de reelección a la presidencia [...]) [...]
prácticamente introdujeron dinero por la fuerza en los países menos desarrolla-
dos” (10).
Luego de inducir al endeudamiento de los países subdesarrollados, EE.UU.
cambió su política económica y llevó las tasas de interés a niveles incompatibles
con la carga de la deuda. Angus Maddison afirma: “La administración Reagan
usó una mezcla heterodoxa de política fiscal expansiva y monetaria astringente,
que mantuvo la tasa de interés estadounidense a niveles muy elevados y au-
mentó sustancialmente el valor del dólar. En consecuencia, los países prestata-
rios del Tercer Mundo encontraron que sus deudas de “dinero barato” se tornaron
muy caras, y la carga de los intereses se incrementó fuertemente en términos
reales” (11).

Cuadro 11
Tasas de interés a corto plazo en Estados Unidos Ema 1977-1982)

1977 1978 1979 1980 1981 1982

93 7,4 10,1 11,6 14,0 10,6

Fuente: Maurice Byé, Maurice y Gérard Destanne de Bernis, Relations économiques


internationales, Dalloz, París, 1987, p. 1101.

La interpretación monetarista del balance de pagos preconizada por los neo-


liberales no reflejaba la situación macroeconómica de los países en vías de desa-
rrollo, con déficits crónicos del balance comercial y escasez de capitales. Las
medidas, basadas en una teoría macroeconómica que enfatizaba lo monetario,
consistieron básicamente en el desmantelamiento del Estado de Bienestar, con el
pretexto de reducir los déficits fiscales, y en la apertura al mercado internacio-
nal de bienes y de capitales. A través de estos canales ingresaron los flujos de di-
visas que engrosaron las deudas soberanas del mundo en desarrollo.
A fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, tras quince años de
aplicación de políticas ortodoxas de ajuste, sobrevinieron hiperinflaciones en va-
rios países —Argentina, Brasil, Perú—, efecto exactamente opuesto a las prediccio-
nes del monetarismo. Es decir que la evidencia empírica demuestra que la teoría
del ajuste monetario del balance de pagos no es correcta. Pero proveyó un gran
soporte teórico al negocio financiero internacional (Cuadro 12).

257
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Cuadro 12
Hiperinflaciones en América Latina ]
Índice de precios minoristas, variación interanual, en porcentajes

1983 344 125 300 ha


ada
627 200 11225 110
672 226 11.658 163
90 148 213 78
11 228 15 86
343 629 16 667
3.079 1.431 15 31399
2.314 2.3990 4874 7.482
172 432 22 410
25 9392 12 74
TR 1.928 3 49
4 2.050 8 24
66
Fuente: Elaboración propia, con datos del INDEC, Fundación Getulio Vargas y FMI.

5. El regreso del pensamiento económico neoclásico: neoliberalismo


y monetarismo. Milton Friedman, Robert Lucas y la Escuela de
Chicago. Los economistas de la oferta. Los premios Nobel

En la posguerra, las políticas macroeconómicas tenían como objetivo prevenir


las recesiones y preservar el pleno empleo. Se denominaban “políticas de estabi-
lización”, enfatizando su función anticíclica. La cuestión antiinflacionaria se in-
corporó luego como un objetivo adicional, con la aparición del fenómeno de la
estanflación. A partir de entonces combatir la inflación desplazó la meta del ple-
no empleo a una posición secundaria. Se consolidaron las teorías económicas or-
todoxas basadas en el supuesto de que si no se alcanza el pleno empleo esta cir-
cunstancia se debe solamente a la rigidez de los mercados laborales. Se iba a
imponer en el terreno de las ideas económicas el “neoliberalismo”, que quería
justificar teóricamente el fin del Estado de Bienestar y de las conquistas socia-
les obtenidas por los trabajadores, garantizando la estabilidad de las ganancias.
La concepción prevaleciente en los años de posguerra se vinculaba a una

258 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


idea central de la síntesis neoclásica-keynesiana: la asimetría entre los ajustes de
las variables nominales hacia arriba y hacia abajo. Los precios, y en particular
los salarios nominales, se asumían más rígidos a la baja que a la suba. Por enci-
ma del nivel de producto potencial —el que puede lograr un país si existe pleno
empleo-, la oferta determinaba la actividad económica, mientras que la deman-
da sólo afectaba el nivel de precios, es decir, la inflación. Pero mientras existie-
ra desempleo involuntario, la demanda efectiva fijaba el nivel de producción, y
los ajustes de precios serían despreciables en relación a los ajustes de cantidades.
La aparición de la curva de Phillips remplazó los casos extremos “keynesiano” y
“clásico” (precios y salarios rígidos versus precios y salarios flexibles, respecti-
vamente), por una relación empírica predecible entre la inflación y el desempleo,
que fue interpretada como una posibilidad de sustitución entre esas dos variables:
menor desempleo implicaba mayor inflación, y viceversa, con la salvedad de que
los hacedores de política económica podían decidir en qué punto de la curva si-
tuar a la economía.
Ya nos hemos referido a Friedrich von Hayek como uno de los principales
críticos de estas ideas de Keynes e inspirador de la llamada Escuela de Chicago,
donde se agrupan la mayoría de los economistas de la nueva corriente de pensa-
miento, que comenzará a prevalecer desde los años 30. Sin embargo, el más re-
nombrado y públicamente activo de los economistas de Chicago es Milton Fried-
man, cabeza de la revolución anti-keynesiana y premio Banco de Suecia de
Economía en honor a Alfred Nobel en 1976. En el caso de la curva de Phillips,
Friedman, como ya señalamos, atacó la posición keynesiana argumentando que
la alternativa entre la inflación y el desempleo sólo puede ser temporaria. Existe
mientras la política monetaria es todavía novedosa, pero termina cuando los
agentes privados adaptan sus expectativas y ya no tienen ilusión monetaria; de
modo que los efectos de una expansión monetaria en el mediano plazo son ne-
cesaria y exclusivamente inflacionarios. En otras palabras, toda expansión de la
oferta monetaria superior al aumento de la oferta de bienes redunda con el tiem-
po en un incremento proporcional de los precios, por lo cual el “lado monetario”
de la economía está desvinculado del “lado real”.
El dinero es neutral, y la política monetaria debería liberarse de toda interfe-
rencia de los inconvenientes del proceso público; no podría cumplir ningún pa-
pel en la estimulación el crecimiento económico. Esto excluye la intervención
del Estado en la economía. Sólo hay que prestar atención a la cantidad de dine-
ro en la ecuación de Irving Fischer; en sus propias palabras: “Los cambios en el
comportamiento del stock monetario han estado íntimamente relacionados con
los cambios en la actividad económica, el ingreso de dinero y los precios [pero]

23)
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
con frecuencia los cambios monetarios tuvieron un origen independiente; no han
sido un simple reflejo de cambios en la actividad económica” (12).
De este modo el monetarismo sostiene, apoyándose en los postulados neo-
clásicos, que la estabilidad macroeconómica se logra por mecanismos automáti-
cos, dejando actuar a las fuerzas del mercado, sobre las cuales la política econó-
mica no puede influir ni corregir. Las políticas discrecionales de tipo keynesiano
estarían condenadas al fracaso y sólo aumentarían la inestabilidad del sistema.
El desempleo, por su parte, tendería a su tasa “natural”, concepto que vino a re-
emplazar al pleno empleo. Vinculada a factores institucionales y de estructura,
esta tasa natural (que supone un nivel de desempleo permanente) es postulada
como el equilibrio de largo plazo único y óptimo del sistema.
Avanzando en la misma línea, la “revolución de las expectativas” inspirada
por Robert Lucas estableció que no existe una elección posible entre inflación y
desempleo, ni siquiera temporaria, a través de la hipótesis de las “expectativas
racionales”. El conjunto de los agentes dispone de distintas visiones económicas
del futuro, donde el optimismo de unos será compensado por el pesimismo de
otros, “que no son constantes y dependen a su vez de las funciones de reacción
de las autoridades”. De esa forma no se pueden medir los efectos de los cambios
en las políticas económicas (13). Teniendo en cuenta que esas expectativas incor-
poran cualquier regla de política monetaria que el gobierno decida seguir, la po-
lítica monetaria es “superneutral”
(14).
La tasa natural de desempleo y la racionalidad de los agentes económicos,
quienes todo el tiempo maximizan su utilidad y sus beneficios, implican el equi-
librio de los mercados y la incapacidad de las políticas económicas para afectar
las variables reales incluso en el corto plazo, tal como lo plantean los economis-
tas Thomas Sargent y Neil Wallace. En síntesis, toda política económica (o espe-
cificamente monetaria) tendiente a disminuir los niveles de desempleo está con-
denada al fracaso y sólo produce efectos inflacionarios.
Las medidas orientadas a conseguir el equilibrio externo también se enmar-
can en visiones similares. En este terreno, el desarrollo teórico más saliente fue
el ya mencionado enfoque monetario del balance de pagos, que se desarrolló en
las décadas de 1950 y 1960 en el Departamento de Estudios Económicos del
FMI, encabezado por Jacques Polak, y fue utilizado desde entonces por dicho or-
ganismo (con algunos cambios no sustanciales) para elaborar recomendaciones
de política y establecer condicionalidades en los programas a países que enfren-
tan crisis de balance de pagos. En consonancia con las teorías centradas en la tasa
natural de desempleo, ese enfoque, cuya lógica se describe más arriba para el
caso argentino, supone que existe una tendencia automática al equilibrio externo.

260 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Tendencia que se explicita en forma aun más tajante en la versión elaborada por
la Escuela de Chicago, en especial por Harry Johnson. En ella se subordinan las
variables reales, desde la producción y el empleo, hasta las monetarias, y se sos-
tiene que, como casi todas las transacciones que registra el balance de pagos, re-
presentan un intercambio de bienes o activos por dinero, y su saldo es el resultado
de cambios en el mercado de dinero. Así, la variación de las reservas internacio-
nales sería una consecuencia de variaciones en la demanda de dinero y del cré-
dito interno (los activos monetarios domésticos).
Como la oferta monetaria es endógena y el sistema tiende al equilibrio, sólo
una expansión sostenida de aquélla podría explicar un déficit permanente en las
cuentas externas. Teniendo en cuenta que este último refleja típicamente un exceso
de emisión monetaria, las medidas más apropiadas para resolver el desequilibrio
serían políticas de ajuste o restrictivas. Por ejemplo, absorber liquidez del mercado
a través de la emisión de bonos; o eliminar las fuentes de exceso de creación mo-
netaria, como el déficit fiscal, reduciendo los gastos del Estado; o atar la emisión
de moneda al ingreso de capitales externos. En general, en este enfoque, el obje-
tivo de crecimiento queda subordinado al objetivo de control de la inflación, por
lo que las recomendaciones para resolver los déficits de balance de pagos son
siempre recesivas.
Las políticas del FMI, inspiradas en ese modelo, se han mostrado totalmen-
te inadecuadas a la realidad de los países periféricos. Por un lado, el supuesto de
una tendencia automática al equilibrio externo contrasta con el alto desempleo
estructural que caracteriza a esos países; con los graves desequilibrios de sus
aparatos productivos; con su patrón de comercio exterior, basado en exportar
materias primas cuyos precios se forman en el mercado internacional y fluctúan
ciclicamente; con un crecimiento dependiente de la importación de tecnologías
y bienes de capital; y con la habitual escasez de divisas. Por otra parte, el mode-
lo aconseja la libre movilidad de capitales para aliviar esa restricción externa.
Pero las últimas décadas de globalización financiera no llevaron al desarrollo
económico ni a la estabilidad en esos países, sino que, por el contrario, han oca-
sionado numerosos episodios críticos con graves consecuencias económicas y
sociales.
Otra corriente económica neoliberal es la de los llamados economistas de la
oferta, que tanto influyeron en el gobierno de Reagan. Esta corriente se basa en
cuatro supuestos principales. 1) El redescubrimiento de la ley de Say, reivindi-
cando nuevamente al mercado como el sistema de regulación de la economía
más eficaz. 2) La vuelta al principio neoclásico de que las empresas y los indi-
viduos son siempre racionales en su comportamiento económico. 3) Un fuerte

261
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
énfasis en que los impuestos de los sectores de altos ingresos deben reducirse
para incentivar la inversión mientras que los niveles de gasto del Estado de Bie-
nestar resultan, en cambio, excesivos y hay que acotarlos. 4) La idea de que las
políticas de redistribución de ingresos tienen una eficacia muy limitada y son
contrarias a los intereses de los trabajadores y de los pobres.
Se buscaba así aumentar el ahorro y la inversión a través de una nueva con-
cepción del sistema tributario y del gasto público. Los importantes déficits fis-
cales, el creciente endeudamiento de los Estados, el escaso o nulo crecimiento
económico y el deterioro del nivel de vida de las poblaciones donde esos princi-
pios fueron aplicados demostraron su ineficacia y su carácter regresivo.
La crisis económica que padece hoy el mundo conlleva consigo la responsa-
bilidad intelectual de estas teorías, a las que el Banco de Suecia, con sus premios
en honor a Alfred Nobel (no concebidos por el donante) contribuyó a darles un
espaldarazo: entre 1969 y 2009 más del 75% de los premiados tiene nacionali-
dad estadounidense y en su mayoría expresan esta corriente de pensamiento, que
proviene de la Escuela de Chicago o es cercana a ella. En cambio, Michal Ka-
lecki, Richard Kahn, Nicholas Kaldor, Joan Robinson y Piero Sraffa brillan en-
tre los no premiados —al igual que los casos de Jorge Luis Borges, Franz Kafka
o Marcel Proust en Literatura—, aunque los nombres de Joseph Stigliz, Paul
Krugman, Amartya Sen, y algunos otros, rompieron con su elección la monoto-
nía ortodoxa (15).

6. El Thatcherismo y la Reaganomics

El retorno de las ideas conservadoras en lo político-social y del liberalismo eco-


nómico —desechadas desde la década de 1930 y remozadas por el monetarismo—
ingresaron a los países industrializados a partir del período de Margaret That-
cher, como primer ministro del Reino Unido (1979-1990), y de la Presidencia de
Ronald Reagan, en Estados Unidos (1981-1989). Krugman sostiene que fue en-
tonces cuando se fundaron las bases de la crisis que explotó en 2008 (16).
El thatcherismo y la reaganomics compartían un antiestatismo visceral, la pre-
ferencia por un orden social de jerarquías bien demarcadas y la decisión de redu-
cir el rol del Estado y fomentar el individualismo.
En el Reino Unido, desde 1979, el thatcherismo emprendió un programa am-
plio de privatizaciones, desregulación financiera, reforma de los sindicatos y re-
cortes de impuestos, e introdujo mecanismos de mercado en la salud y la educa-
ción. Su política antiinflacionaria de corte monetarista dio prioridad al control
del crecimiento de la masa monetaria y a la reducción del déficit público, subor-

262 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


dinando el presupuesto a esas variables. La desregulación del mercado de traba-
jo, limitando el poder de los sindicatos, erosionó los fundamentos del Estado de
Bienestar británico, implementado desde la posguerra, y provocó recesión y de-
sempleo. Al igual que lo que luego sucedió con Ronald Reagan, los déficits fis-
cal y el de la cuenta corriente del balance de pagos se incrementaron y aumen-
taron la deuda pública y privada.
La política de ingresos regresiva se complementó con el incremento de las
tasas de interés, encareciendo el crédito y frenando la actividad económica; la re-
ducción de los impuestos directos sobre la renta y el aumento de los indirectos,
como el IVA. Esto contribuyó a disminuir el ingreso disponible de amplios sec-
tores de consumidores, lo que afectó también las ventas y los beneficios de las
empresas, sobre todo de las pequeñas y medianas. En los tres primeros años de
su gobierno la producción industrial británica cayó un 14% y la desocupación se
duplicó en medio de una severa recesión. Luego el producto volvió a crecer, ba-
sado en un incremento de la productividad y un aumento del poder de compra de
ciertos sectores sociales, pero el desempleo llegó a más del 10% de la población
activa en 1986 y 1987, razón por la cual Gran Bretaña se vio muy afectada por
la recesión que se inició en 1990.

Cuadro 13
Reino Unido. Indicadores macroeconómicos (años 1979-1990)

Saldo cuenta corriente

Resultado Miles de
PIB real Inflación Desempleo fiscal millones
Años ' var. % % % S/PEA % del PIB_ | de dólares | % del PIB

1979 2,8 13,4 5,4 -5,2 -0,78 -0,2


1980 -2,2 18,0 00) -5,6 6,86 BO,
1981 -1,3 122 9,4 -4,3 9,83 1,9
1982 2 510 10,6 -2,6 3,91 0,8
1983 3/0 De 11,4 -3,3 1,91 0,4
1984 od 4,4 ES -3,5 AS -0,4
1985 5,0 EZ 11,4 -2,8 -0,74 -0,2
1986 4,0 3/0 LS -2,5 -5,30 -0,9
1987 4,6 4,1 10,6 -1,8 -12,19 Al
1988 9.0 4,6 8,8 0,5 ESO 11 -4,1
1989 273 72 (E 0,8 -41,87 -4,9
1990 0,8 50 7,0 -1,6 -38,48 -3,8

Fuente: Elaborado en base a datos del FMI.

263
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Thatcher implementó una profunda reforma financiera; su programa “big
bang” liberalizó, entre otros, el mercado de valores y reformó completamente la
ley de divisas, devolviendo a Londres su peso como centro de las finanzas inter-
nacionales. Pero esas acciones, a diferencia de los viejos tiempos, no se acompa-
ñaron de un liderazgo en las inversiones y el comercio, sino más bien se mantu-
vieron en la pura crematística de formación de grandes burbujas. Éstas terminaron
estallando y obligaron años más tarde al gobierno británico a absorber los gran-
des bancos quebrados y nacionalizar los costos de las políticas emprendidas por
la “Dama de Hierro”.
La política de Reagan se basó, a su vez, en la reducción de impuestos direc-
tos a las empresas y a las personas, el ofertismo, la desregulación financiera, y
el rearme de Estados Unidos. Durante su mandato, el gasto bélico aumentó un
35%, decretó a la Unión Soviética el “eje del mal”; lanzó la iniciativa de Defen-
sa Estratégica, conocida como “Guerra de las Galaxias”, y dispuso intervencio-
nes militares directas en el Tercer Mundo.
Luego de la recesión de 1982, inducida desde la Reserva Federal mediante
el alza de la tasa de interés desde fines de la década anterior, la producción cre-
ció sostenidamente —todavía se discute si debido a la reducción de impuestos o
al fuerte gasto público—, la inflación se moderó y el desempleo cedió paulatina-
mente. Pero el déficit fiscal trepó a más del 5% del producto, y la cuenta corrien-
te del balance de pagos pasó de un superávit moderado a un rojo importante y
creciente. La deuda pública estadounidense se triplicó y los pasivos externos se
acumularon. Un país no emisor de moneda internacional no tendría más remedio
que ajustar tarde o temprano sus cuentas públicas y sus intercambios con el res-
to del mundo. Pero Estados Unidos puede estirar sus desequilibrios, aunque és-
tos no son neutrales para la economía mundial.
La desregulación del sistema financiero estadounidense es el mayor legado
de Reagan. La ley Garn-St. Germain de Instituciones Depositarias, de 1982, po-
sibilitó agigantar la deuda pública y también un crecimiento desmesurado de la
deuda privada. Esta desregulación financiera terminó con las restricciones que
limitaban la capacidad de las familias de comprar viviendas si no se hacía un
aporte significativo de dinero ahorrado previamente. En 1970 los norteamerica-
nos guardaban alrededor del 10% de su ingreso, pero desde la desregulación re-
aganiana ese ahorro prácticamente se eliminó. La economía se tornó mucho más
vulnerable al estallido de burbujas y al aumento del desempleo; y las deudas im-
pagas amenazaban con derrumbar todo el sistema (Cuadro 14).
La idea implícita era compensar la caída de las tasas de ganancia de las em-
presas debido a la existencia del Estado de Bienestar, forzando una transferencia

264 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 14
Estados Unidos. Indicadores macroeconómicos
de la era Reagan (años 1981-1989)

: | Saldo cuenta corriente


nl dl ted aio de | Resultado
| PiBreal | Inflaciór esempleo | fiscal | mill
vi 1.0 bp | %s/PEA | %del PIB | de dól

Pdo E 5,03
-1,9 -4,8 -5,53
4,5 -5,6 -38,68
EZ -4,8 -94,32
4,1 e
3,5 TA TL
3,4 -4,3 | -160,66
4,L tel ica Dd id
3,5 39 -99,49
Fuente: Elaborado en base a datos del FMI.

regresiva de ingresos. Ésta se concretó cuando las alícuotas más elevadas del im-
puesto a la renta disminuyeron del 70% al 28% en siete años. Al mismo tiempo,
en 1983, para cubrir la brecha de financiamiento de la seguridad social, aumen-
taron los impuestos al trabajo y otros tipos de tasas que recaían sobre los secto-
res medios y los de menores ingresos, y se redujeron o eliminaron deducciones
de impuestos que favorecían especialmente a las clases medias.
La inestabilidad financiera no tardó en llegar. En 1987 la Reserva Federal
aumentó las tasas de interés para frenar la exuberancia de los mercados, y desa-
tó una ola de ventas de papeles y caídas de valores, conocida como “lunes ne-
gro”. A partir de entonces, las burbujas especulativas se sucedieron una tras otra,
cada vez más globales.

7. La crisis bursátil de 1987

El “lunes negro” del 19 de octubre de 1987 la Bolsa de Nueva York experimentó


su mayor caída desde 1929, al disminuir el índice Down Jones un 22,6% en un
solo día, luego de una seguidilla de bajas menores y de un fuerte derrumbe de la
plaza londinense que repercutió en los mercados mundiales. Las causas de esta
caída aún se debaten.

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


265
Según Kindleberger, en 1987 estalló la burbuja iniciada en 1982. Por un lado,
porque gracias al vigoroso crecimiento económico de las economías desarrolla-
das, las principales Bolsas del mundo vivieron cinco años de euforia con un alza
continua del valor de los títulos, lo que debía tener en algún momento un aterri-
zaje esperado. Por otro, porque la afluencia de capitales atraídos por las elevadas
tasas de interés no sólo infló las Bolsas sino que también lanzó un boom en el
mercado de viviendas de lujo y edificios de oficinas, cuyos valores se fueron por
las nubes.
Entre los factores de esta crisis se mencionan, asimismo, la caída de los pre-
cios del petróleo —que pasó de 28 a 10 dólares el barril a principios de 1986, para
luego estabilizarse en 18 dólares—, que precipitó la quiebra de muchos bancos te-
janos; el anuncio de las pérdidas de Citicorp, las mayores de su historia por su
exposición a la deuda latinoamericana en default, y la especulación contra el dó-
lar, debilitado por los déficits gemelos de la era Reagan. Otras razones de esta
caída espectacular serían la excesiva valorización de los activos —la expresión
“bajó porque antes subió” no es elegante pero sí válida en estos mercados volá-
tiles— y el desarrollo de la informática, cambio tecnológico que algunos conside-
ran relevante para explicar este crac.
El llamado “big bang” thatcheriano, que ya hemos mencionado, tendría asi-
mismo su cuota de responsabilidad ya que por alentar la formación de bancos
esta reforma habría contribuido a alimentar el fuego de la crisis: la supresión de
los controles de cambio, la eliminación de las comisiones fijas pagadas en la
compraventa de acciones, la apertura de la Bolsa a compañías extranjeras, la fle-
xibilización de las regulaciones, y la supresión de la estricta separación entre los
distintos roles de los actores del mercado.
Pero los orígenes del crac no fueron sólo financieros. Existieron también
causas reales, vinculadas especialmente a la política económica estadounidense.
El alto nivel de gastos militares implementado por el gobierno de Reagan en su
programa de Guerra de las Galaxias, que tenía por objeto demostrar la inmensa
superioridad norteamericana sobre su rival soviético, derivó en un peligroso de-
clive del dólar llevando a una situación insostenible en 1987. El enorme déficit
presupuestario y de la balanza comercial de EE.UU. no podía ser cubierto sin el
aflujo masivo y regular de dólares provenientes del extranjero.
Los prestamistas internacionales estaban dispuestos a conceder créditos a
EE.UU., en una divisa con tendencia a la baja de su cotización, sólo al precio de
una tasa de interés por lo menos igual que la existente en los mercados de Zurich,
Frankfurt o Tokio, donde oscilaban entre un 4 y un 5%, más la tasa de inflación
en EE.UU., que era en ese momento del 3% anual. Esto quiere decir que una tasa

266 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


nominal a largo plazo, que cayera por debajo del 8 ó 9%, podía parar el aflujo de
capitales extranjeros necesarios para salvar a EE.UU. de la cesación de pagos de
su deuda externa. Para obligarlo a endurecer su política fiscal, se realizaron los
Acuerdos del Louvre de 1987 (del G-5 más Canadá), pero no alcanzó. Los mer-
cados financieros comenzaron a inquietarse cuando se verificó un déficit comer-
cial estadounidense, más grande que el previsto, y cuando el Bundesbank elevó,
a Su vez, sus tasas de interés.
El pánico cundió y el 19 de octubre se produjo el crac. Para tener una idea
de la amplitud de este fenómeno, debemos señalar que en aquel momento la ca-
pitalización bursátil en Estados Unidos alcanzaba los 3.000 miles de millones
de dólares, o sea, más de la mitad del PIB del país en ese momento. El mismo
día, se verificó una baja en todas las Bolsas importantes del mundo que alcan-
zó en su conjunto los 2.000 miles de millones de dólares. En Tokio cayó un 15%,
en París un 7%, en Londres un 10%, en Frankfurt de un 2 a un 8%. Calculando
las pérdidas, teniendo en cuenta no los valores pico de ese mismo año sino los
más normales de fines de 1986, las mismas fueron del 8% para Estados Unidos,
del 15% para la República Federal Alemana y del 12% para Francia y Japón.
El desplome bursátil superó incluso al del 28 de octubre de 1929, cuando el
principal indicador de la Bolsa de Estados Unidos cayó un 12,8%, como prelu-
dio a la debacle económica mundial de la década de 1930, conocida como la
Gran Depresión.
Aquel 19 de octubre, los inversores perdieron más de 500.000 millones de
dólares en un solo día en la Bolsa neoyorquina. De inmediato, las autoridades
monetarias estadounidenses anunciaron su decisión de ofrecer una red de segu-
ridad a los bancos e inyectaron dinero en el mercado, para asegurar la liquidez y
bajar las tasas de interés y la economía se fue normalizando, pero estaban senta-
das las bases de una serie de burbujas y crisis en los años posteriores en distin-
tas partes del mundo, dominado ya por las finanzas desreguladas.
Como escribía el economista francés Henri Bourguinat, al día siguiente del
fenómeno, en Le Monde de París, anticipándose a un futuro que veía venir: “No
es pertinente que las finanzas releguen progresivamente a segundo plano a la in-
dustria, ni que las ganancias abundantes de la negociación de valores enmasca-
ren la precariedad de ciertos resultados. Recordemos [...] el contraste entre las
performances bursátiles y la atmósfera todavía deletérea del mercado de trabajo.
¿Cómo no compartir a veces la idea de que ciertos “golpes” financieros dan de-
masiado la impresión de un enriquecimiento sin causa? ¿Quién podrá sostener
seriamente —continuaba— que el 400% del alza de la Bolsa de los últimos cinco
años corresponde a una anticipación de los beneficios futuros proporcionalmen-

267
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
te tan optimista? [...] Parece, más bien, que existe la formación de una burbuja
[...] especulativa, porque está marcada justamente por una desconexión innega-
ble de los fundamentos de la economía” (17). Una advertencia que fue inútil: si
bien el crac del 87 pasó de largo sin dejar secuelas profundas, la actual crisis fi-
nanciera mundial demuestra que no fue un accidente en la historia traumática del
capitalismo contemporáneo, cuya orientación se vincula desde fines del siglo
XX más a la especulación que a la producción.

NOTAS DEL CAPÍTULO 4

1, FMI (1975), p. 23.


2. D. Rockefeller (2003), pp. 488-489.
3. A. Greenspan (2008), pp. 71 y 274.
4.
Para este punto ver también M. Rapoport (2008), pp. 646-672.
5.
Cf. Carlos Palacio Deheza, El plan Martínez de Hoz y la economía argentina,
Buenos Aires, 1981.
6. Ver Alejandro Olmos, Todo lo que usted quiso saber sobre la deuda externa y
siempre se lo ocultaron, Editorial de los Argentinos, Buenos Aires, 1995. La informa-
ción de este libro y otros peritajes sobre la ilegitimidad de la deuda, por diversos ti-
pos de fraude o malversación de fondos, fueron refrendados judicialmente por un fa-
llo del juez federal Jorge Ballesteros, en julio del 2000.
7. M. Rapoport (2008), p. 658.
8. FML Informe Anual 1974, p. 1.
9. Cf. Noemí Brenta, Elsa Gracida y Mario Rapoport, “Argentina, México y el
FMI en la crisis de los setenta”, en Ciclos en la historia, la economía y la sociedad,
N* 35-36, 2006.
10. Charles P. Kindleberger (1991), p. 42.
11. A. Maddison (1985), p. 47.

268 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


12. M. Friedman y A. Schwartz (1963), p. 676.
13. “1969-1999. L'économie a travers les Prix Nobel”, en Problemes économi-
ques, N* 2637, 27/10/99, p. 32.
14. Con Lucas la política monetaria ni siquiera tiene un efecto a corto plazo, algo
que Friedman no planteaba. Por eso lo de “superneutral”.
15. /dem (1999); Javati Ghosh, The Nobel Prize in Economics, Networkideas.org,
16-10-09.
16. Paul Krugman, 7/he New York Times, Nueva York, 3-5-09.
17. Henri Bourguinat, “La finance contre l'industrie”, en Le Monde, París, 20 de
octubre de 1987.

269
mporáneo
Las grandes crisis del capitalismo conte
Capítulo 5

1929, la primera gran crisis del capitalismo


contemporáneo

A) Luces y sombras de los años previos a la crisis

1. Los efectos de la Primera Guerra Mundial y el ascenso


de Estados Unidos como potencia económica, política y militar.
El taylorismo y el fordismo

La Primera Guerra Mundial marcó el inicio de un período de profundos cambios


para el capitalismo. Algunos de ellos ya se venían insinuando antes del conflicto
bélico y no hicieron más que concretarse, mientras que otros fueron una conse-
cuencia directa de éste. En el plano económico, en particular, afectaron al poste-
rior modo de funcionamiento de las relaciones comerciales y financieras interna-
cionales.
La guerra implicó una merma en los vínculos entre los países y una desarti-
culación en la forma en que esas relaciones se desenvolvían. En el terreno mo-
netario, el patrón oro dejó de regir los cambios entre las monedas nacionales; en
el comercial, junto con el fin del patrón oro el multilateralismo dejó de ser via-
ble y comenzaron a ponerse en evidencia niveles crecientes de proteccionismo;
por último, se advirtió claramente la declinación del poder británico y el inicio del
predominio de Estados Unidos.
Antes de la guerra, Europa era el centro capitalista del mundo, y Gran Breta-
ña el país hegemónico. Su dominio se extendía a la industria, el comercio y las
finanzas. Detrás de la potencia anglosajona, Alemania y Francia gozaban también
de una posición de importancia en el concierto internacional de naciones. Pero
los años de la guerra -1914-1918— marcaron el fin de la supremacía británica.
Esta situación tuvo sus bases concretas en el debilitamiento de su economía,
producto de varios factores, algunos de los cuales se remontan a fines del siglo

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo 271


XIX, cuando Gran Bretaña comenzó a ser superada en su producción y su tecno-
logía por países emergentes como Estados Unidos y Alemania. Con respecto a la
guerra en sí, la fragilidad de Europa continental afectó las relaciones entre el
continente y las islas británicas, y eso perjudicó enormemente a la industria y las
finanzas del Reino Unido. A todo esto se sumó el inmenso desembolso en que
debió incurrir el gobierno de Londres para afrontar el conflicto.
Una clara expresión del fin de la hegemonía británica fue la declinación de
la libra esterlina. Durante el conflicto bélico y en los años posteriores, esta mo-
neda sufrió una fuerte pérdida de valor frente al dólar, que pudo equipararse a la
divisa inglesa como moneda de intercambio internacional. Una vez finalizada la
contienda, Estados Unidos emergió como la mayor potencia del capitalismo,
principal acreedor del Viejo Continente merced al abastecimiento de mercancías
y al otorgamiento de préstamos a los países aliados.
Los beneficios de Washington gracias a la guerra fueron muy amplios y no
sólo se circunscribieron al plano financiero. En materia de comercio internacio-
nal el gigante americano encontró en Europa un mercado casi ilimitado para sus
productos al tiempo que perdían posiciones, por un tiempo prolongado, sus prin-
cipales competidores. Además, la situación europea le permitió a EE.UU. ganar
terreno en las regiones del planeta donde antes dominaban exclusivamente los
europeos —tanto en colonias inglesas como de otras potencias colonialistas—, en
Asia, África y América del Sur.
Este avance se reflejó no sólo en el intenso crecimiento de las exportaciones
estadounidenses entre 1915 y 1920, sino también en el cambio en su composi-
ción. Antes de la guerra esas exportaciones eran principalmente productos agrí-
colas y materias primas (aproximadamente dos tercios del total). Hacia principios
de la década de 1920, el 60% de las mismas estaba constituido por productos ma-
nufacturados.
En este contexto, aumentó la influencia estadounidense en todos los rubros
de la economía mundial: creció su peso en la flota comercial del mundo y su par-
ticipación en la producción mundial de hierro, acero, carbón y otros minerales.
Lo mismo ocurrió con el petróleo y varios productos agrícolas como el trigo y el
maíz. Estados Unidos tenía, también, un liderazgo absoluto en las ramas dinámi-
cas de la producción que serían cruciales en los años siguientes; en 1921, fabri-
caba ya más del 80% de la producción mundial de automóviles. A este predominio
en el terreno productivo se le sumaba su rol en el mercado financiero internacio-
nal. Al finalizar el conflicto bélico, el dólar se convirtió en moneda para las tran-
sacciones internacionales, rompiendo el monopolio de la libra inglesa, que antes
de la guerra era la divisa de referencia en la cual el resto de las monedas debían

22 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


expresar su valor. Esa nueva posición del dólar se sostenía en el poder de su in-
dustria y en el nivel de sus reservas de oro. En 1920, Estados Unidos poseía un
quinto del stock total de oro existente en el mundo (1).
Sin embargo, la situación internacional a principios de la década de 1920 se
presentaba compleja. Sin dudas, haberse convertido en una gran potencia ubica-
ba al país americano en una posición privilegiada, pero el hecho que precipitó su
auge —la Primera Guerra Mundial- había llegado a su fin, y sus posibilidades de
crecimiento, a partir del mercado europeo, encontraban ciertas limitaciones. Por
un lado, Europa había quedado destruida y su capacidad de compra debilitada y,
por otro, se corría el peligro de que la posible recuperación europea implicara una
reducción de su dependencia de la producción norteamericana.
Por otra parte, el sistema comercial que se imponía a nivel internacional en
la posguerra adolecía de serios problemas. La división internacional del trabajo
vigente antes del conflicto se sostenía alimentándose a sí misma, ya que los paí-
ses europeos producían y exportaban productos manufacturados mientras absor-
bían insumos y materias primas del resto del mundo. Estados Unidos, sin embar-
go, seguía siendo un gran productor de alimentos y materias primas, por lo cual,
una vez desarrollada su industria, no requería, mayormente, de la producción del
resto del mundo. Esto generaba una configuración internacional que podría vol-
verse inviable en el mediano plazo, sobre todo para países como Argentina (2).
Como expresión de este desplazamiento en el poder mundial, puede verse en
los Gráficos 1 y 2 cómo cambió la participación en el comercio internacional de
Estados Unidos, Asia y Europa entre 1913 y 1920.
Otros cambios, aunque no necesariamente ligados a la guerra, se produjeron
en las condiciones laborales del período. Una transformación importante en la
forma en que se organizaban los procesos productivos se venía gestando desde
finales del siglo XIX y terminó de consolidarse en la década de 1920, sobre todo
en Estados Unidos.
Frederick Taylor, ingeniero estadounidense, introdujo una nueva visión de la
organización científica o racional del trabajo en sus Principles of Scientific Ma-
nagement publicado en 1912. La idea de separar a los trabajadores que se encar-
gaban de la organización —ingenieros, técnicos, etcétera— de los obreros manuales,
que pasaban a cumplir labores repetitivas, más sencillas, tuvo como consecuencia
quitarle al trabajador de oficio sus saberes específicos. Esta forma de trabajo le
permitía al empresario lograr un dominio absoluto del proceso productivo y de
los tiempos de los trabajadores. Se asentaban así las bases para la producción en
masa. La adopción del sistema taylorista avanzó fuertemente en la mayoría de las
empresas industriales en las primeras décadas del siglo XX.

273
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
Gráfico 1
Distribución del comercio mundial en 1913

Europa y URSS
59% América
22%

Fuente: Elaboración propia en base a cifras de Aldcroft (1985).

Gráfico 2
Distribución del comercio mundial en 1920

Europa y URSS
49%

América
32%

Fuente: Elaboración propia en base a cifras de Aldcroft (1985).

274 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Dando un paso más allá, Henry Ford incorporó en 1918 en sus fábricas la ca-
dena de montaje. Mediante este mecanismo, una pieza fijada a una cinta trans-
portadora pasa de un obrero a otro y cada uno va añadiéndole algo a la pieza ini-
cial. Así se va completando el montaje del producto final en una cadena en donde
una tras otra las piezas van llegando a cada trabajador para que éste realice la mis-
ma tarea una y otra vez.
El fordismo permitió, a partir de la cadena de montaje, no ya la separación
de las tareas de concepción del trabajo respecto de las de su ejecución, sino la
división de las tareas en esta última etapa. Además, posibilitó un mayor control
que el taylorismo de los tiempos de trabajo. La velocidad de la cinta transporta-
dora la fijaba, lógicamente, el empresario. Con estas innovaciones se lograron
incrementos notables en la productividad del trabajo, y su consolidación en los
años 20 resulta un elemento ineludible de la prosperidad norteamericana en esa
década (3).

2. La Revolución Rusa y la aparición de una alternativa al


capitalismo. El Tratado de Versalles y sus consecuencias sobre
Alemania y otros países europeos

El impacto de la Primera Guerra Mundial fue importante también para los paí-
ses periféricos. El retroceso del capital inglés en muchas regiones y el avance del
estadounidense se convertirían en un dato clave de la década siguiente. A su vez,
durante los años de conflicto, ante las necesidades de los países en guerra y la
merma de su producción, se incrementaron las posibilidades para las exportacio-
nes de los países productores de bienes primarios. Esto benefició a los países la-
tinoamericanos, que vieron incrementar sus ingresos en divisas.
Las necesidades de la guerra favorecieron también la colocación de manu-
facturas, por lo que se creó una oportunidad para muchos países. De ese modo,
los años que se extienden entre 1914 y 1918 vieron desarrollarse en muchas re-
giones periféricas ciertos brotes de industrialización. En América Latina, un in-
cipiente proceso de sustitución de importaciones de manufacturas comenzó a
gestarse ante las necesidades de consumo de bienes que antes se importaban.
Sin embargo, la consecuencia más importante de la Primera Guerra Mundial
sobre una región periférica, fue lo ocurrido en Rusia. En 1917 estalló en aquel
país una revolución que iba intentar cambiar la forma de organización, tanto po-
lítica, como social y económica, de la sociedad capitalista existente. Al mismo
tiempo, la Revolución Rusa y la consecuente conformación de la Unión Soviéti-
ca se convertirían en un elemento crucial para un cambio significativo en las re-

275
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
laciones internacionales a lo largo del siglo XX. Hacia comienzos del siglo, Ru-
sia se caracterizaba, sobre todo, por sus rasgos contradictorios. Se trataba de un
país atrasado, pero con pretensiones territoriales imperialistas y amplias masas
de campesinos muy pobres. A estos actores se sumaron los nuevos y crecientes
sectores urbanos —obreros, clases medias— protagonistas de la revolución de
1905 que, si bien fracasó, dio origen a los primeros soviets (asambleas de obre-
ros y campesinos). Advertido el gobierno zarista, en los años siguientes intentó
llevar adelante una modernización de la economía a partir de un régimen suma-
mente represivo liderado por el primer ministro Piotr Stolypin.
Pero ese proceso se vio interrumpido por la entrada de Rusia en la Primera
Guerra Mundial, en la cual sufrió una serie de sucesivas derrotas. En el frente
militar se fue creando así un clima propicio entre obreros y campesinos para lle-
var adelante una revolución mucho más organizada que la de 1905. Ésta tuvo lu-
gar en febrero de 1917 y puso fin al imperio zarista y a la participación de Ru-
sia en el conflicto bélico. Entre febrero y octubre de ese año se sucedieron
huelgas, insurrecciones armadas, confiscaciones de fábricas y tierras; el caos do-
minaba mientras los soviets mantenían un poder paralelo al del gobierno provi-
sional, encabezado por Alexandr Kerensky, que representaba a una coalición
burguesa.
En ese período, los bolcheviques —fracción del Partido Socialdemócrata, li-
derada por Lenin, que se iba a transformar en Partido Comunista— fueron adqui-
riendo un poder creciente entre los trabajadores y campesinos. Finalmente, en
octubre de ese año, el gobierno provisional fue derrocado y el Congreso de los
Soviets nombró a Lenin como jefe de gobierno de Rusia. Las primeras reformas
del nuevo régimen incluyeron la expropiación de tierras a los terratenientes y el
traspaso de las mismas del Estado a los campesinos, formando sobre todo coo-
perativas agrarias llamadas koljós y sovjós (estas últimas dependían directamen-
te del Estado). El programa bolchevique incluía también la nacionalización del
comercio exterior, de la banca, de las grandes empresas, de los comercios mayo-
ristas y del transporte.
Pero ese programa condujo a una guerra civil que se extendió hasta 1921.
Así, entre 1918 y 1921 la economía se organizó a partir de un comunismo de
guerra, en donde la industria se militarizó en medio de fuertes racionamientos
ante la escasez de alimentos y otros productos básicos. En este período, ante la
destrucción que había generado la participación de Rusia en la Primera Guerra
Mundial y el caos de la revolución y la guerra civil, la economía del país se vio
inmersa en un colapso generalizado, debatiéndose entre la vuelta al zarismo o el
triunfo definitivo del gobierno comunista.

276 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Con el apoyo de los sectores campesinos, el partido bolchevique logró triun-
far en la guerra civil. Así, se creó, en diciembre de 1922, la Unión de Repúbli-
cas Socialistas Soviéticas o Unión Soviética, que devendría, luego de algunas
mutaciones, en una potencia determinante en la configuración geopolítica inter-
nacional a partir de la Segunda Guerra Mundial. En esta experiencia, el Estado
se convirtió en el eje central del desarrollo económico y social a través de la pro-
piedad estatal de los medios de producción y de distintos mecanismos de plani-
ficación. Se comenzaba a implementar el nuevo régimen socialista, al menos en
el nombre...
Otro episodio importante en esos años de posguerra fue la firma del armis-
ticio, que siguió a la derrota de las fuerzas militares de los Imperios Centrales.
En enero de 1919 se reunieron los jefes de las potencias aliadas en París para
concretar los tratados de paz y el Pacto de la Liga de las Naciones, ideado por el
presidente estadounidense Woodrow Wilson. George Clemenceau, al frente de la
delegación francesa, Lloyd George de la de Gran Bretaña y Vittorio Orlando de
la de Italia, se encargaron, junto con Wilson, de concebir los términos de las
cláusulas del denominado Tratado de Versalles.
Sin embargo, las medidas punitivas en materia de reparaciones de guerra no
tardaron en echar sombras sobre las perspectivas de una paz duradera. El Trata-
do dañaba el comercio exterior alemán de diversas formas. Por un lado, Alema-
nia entregaba el grueso de su marina mercante a los países vencedores. Por otro,
debió transferir sus colonias de ultramar a Gran Bretaña y Francia. Por último,
transfirió también las inversiones privadas de ciudadanos alemanes en aquellos
territorios. Las propiedades privadas alemanas en las provincias de Alsacia y Lo-
rena, cedidas a Francia, podían ser liquidadas a discreción de los vencedores. Fi-
nalmente, el Comité de Reparaciones fue facultado para solicitar el pago de 5.000
millones de dólares antes del 1 de mayo de 1921, independientemente de los acuer-
dos propiamente dichos.
El potencial industrial alemán resultó duramente afectado por dos acuerdos
territoriales referidos a los recursos carboníferos. La cuenca del Sarre fue ce-
dida a Francia y la Alta Silesia a Polonia. Además, los aliados comprometieron
a Alemania a entregar anualmente 25 millones de toneladas de carbón reparti-
das entre Francia, Bélgica, Italia y Luxemburgo. Por otra parte, forzados a
abandonar Lorena, los germanos perdieron la fuente de casi el 75% del mine-
ral de hierro y quedaron obligados a comprarlo en Francia. De hecho, el cum-
plimiento de estas obligaciones significaba la parálisis industrial de la Alema-
nia de Weimar (4).
Si estas exigencias eran, de por sí, suficientemente gravosas, las cargas en

27H
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
materia de reparaciones fijadas por el Comité fueron peores. Se estableció que
Alemania, en diferentes plazos, debía abonar 6.600 millones de libras o 132.000
marcos-oro. Tras una ponderada evaluación de la consistencia del aparato pro-
ductivo alemán después de la guerra, y la pérdida de territorio, Keynes estimó
que, aun bajo la improbable hipótesis de un pago diferido a treinta años, Alema-
nia no estaría en condiciones de abonar más de 2.000 millones de libras esterli-
nas. Las reparaciones impuestas a Alemania, en tanto sustraían capitales a las in-
versiones necesarias para restaurar la base productiva, tornaban ilusoria la
posibilidad de tener una balanza comercial que allegara los recursos para cum-
plimentar los pagos.
En su primer libro, Las consecuencias económicas de la paz, de 1919, Key-
nes se oponía a las medidas impuestas en el Tratado de Versalles señalando: “La
política de degradar a Alemania a la servidumbre de toda una generación, de de-
gradar la vida de millones de seres humanos [era] odiosa y repulsiva, y aun cuan-
do fuese posible, aun cuando nos haga enriquecer [...] nada autoriza a las nacio-
nes a hacer recaer sobre los hijos de sus enemigos las perversidades de sus
padres o gobernantes” (5). La llegada del nazismo al poder, en 1933, fue un re-
sultado, entre otras cosas, de ese error que imponía a Alemania sacrificios impo-
sibles de cumplir.

3. La cuestión del orden monetario. Las hiperinflaciones:


Alemania y Austria. La deuda alemana

Como ya fue señalado, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el siste-


ma monetario internacional basado en el patrón oro entró en crisis. Así, la pri-
mera posguerra fue un período caracterizado por los intentos de restablecer el
sistema monetario anterior. Sin embargo, Europa se encontraba en una posición
sumamente débil para sostener un régimen cambiario basado en el patrón oro.
Para su perduración requería una posición financiera sólida, con abundancia de
reservas de ese metal precioso.
Finalizada la guerra, el Viejo Continente no contaba con tales reservas y,
además, se encontraba fuertemente endeudado con Estados Unidos. En esas con-
diciones resultaba muy difícil restablecer el patrón oro. Sin embargo, los inten-
tos se sucedieron, y uno de los factores que influyeron para que se llevaran ade-
lante fue la posición de Estados Unidos.
Al convertirse en el principal acreedor a nivel mundial, presionó constante-
mente por la vuelta a la estabilidad cambiaria en Europa. Las oscilaciones de los
tipos de cambio en el Viejo Continente daban la posibilidad a varios países eu-

278 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ropeos de exportar barato. En cambio, esa estabilidad implicaba para Estados
Unidos el cobro regular de los intereses de sus préstamos y, en general, la exis-
tencia de un orden financiero internacional.
De esa forma, podía invertir su capital en Europa. Por ello, obligó a Ale-
mania a estabilizar su divisa. También, concedió un préstamo de 300 millones
de dólares a Inglaterra, que permitió al gobierno británico el retorno al patrón
oro. En el mismo sentido presionó a Francia, como condición para otorgarle
préstamos.
La reticencia de los países europeos a estabilizar sus monedas tenía que ver
con las inevitables consecuencias deflacionistas que esa medida traería. En el
contexto de la década de 1920, la estabilidad monetaria significaba para Europa
la reducción de sus exportaciones, la caída de la producción, el aumento del de-
sempleo y rebajas en los salarios. En este sentido, la vuelta al patrón oro llevada
adelante por Inglaterra promediando el decenio fue un claro ejemplo de esta si-
tuación. Así, por un lado la inflación y por el otro la deflación, fueron dos fenó-
menos que acecharon a Europa en los años 20.
En Alemania, la situación en los primeros años de la década era sumamente
delicada y condujo a la ya famosa hiperinflación de 1923. Ese episodio, muy ci-
tado en la historiografía económica, fue consecuencia de muchos factores y, en-
tre ellos, de los legados que dejó el Tratado de Versalles.
Cuando Keynes pronosticó que “en cualquier momento, entre febrero y agos-
to de 1922, Alemania sucumbirá ante la inevitable falta de pago” se anticipó a la
efectiva decisión germana en ese sentido. En diciembre de aquel año Alemania
fue declarada en quiebra (6).
De inmediato, tropas francesas y belgas ocuparon la cuenca del Ruhr, región
altamente industrializada que fue separada del resto de Alemania. La resistencia
pasiva de los germanos se tradujo en la negativa a trabajar en las minas y en los
ferrocarriles, y la actividad industrial de la zona ocupada quedó paralizada. En-
tonces, el gobierno apoyó a la población mediante una considerable emisión de
papel moneda.
El episodio de la ocupación del Ruhr tuvo una doble consecuencia. Por un
lado, alimentó un intenso resentimiento nacionalista entre los germanos; por el
otro, el gobierno alemán, respaldado por los grandes industriales, estimuló un de-
vastador proceso hiperinflacionario. Ante un balance de pagos adverso, desplegó
una política financiera deficitaria en la que la diferencia entre gastos e ingresos
se enjugó mediante un aumento de la deuda flotante debida a préstamos banca-
rios y a la emisión de moneda por parte del banco central alemán, el Reichsbank
(Cuadro 1).

a a A
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo 279
Cuadro 1 :
Precios al por mayor y tipo de cambio en Alemania

Años 1920|1921 |1922 | 1923


Tasa de crecimiento de los
precios al por mayor 14,3 |124,4 |3918 |45.000.000.000
Tasa de crecimiento del tipo 23,4 | 201,9 | 5.100 | 31.800.000.000
de cambio

Fuente: Thomas J. Sargent, “Interpreting economic time series”, en Journal of Political Economy,
Vol. 89, N* 2, 1981, pp. 213-248.

La moneda alemana de la época mantuvo un tipo de cambio relativamente


estable: unos 60 marcos por cada dólar durante la primera mitad de 1921. Sin
embargo, el ultimátum de Londres por las reparaciones de guerra de mayo de
1921 requirió más del 25% del valor de las exportaciones germanas, con sus con-
siguientes repercusiones monetarias. Se produjo entonces una devaluación expo-
nencial del marco, que pasó en noviembre de 1921 a un tipo de cambio de 330
marcos por cada dólar estadounidense. Pero la falta de un acuerdo adecuado con
los acreedores hizo que la inflación se disparara convirtiéndose en hiperinfla-
ción, y la devaluación continuó hasta llegar a los 8.000 marcos por dólar en di-
ciembre de 1922. El costo de vida se multiplicó por dieciséis.
La hiperinflación alcanzó su máximo en noviembre de 1923: el valor del mar-
co había llegado prácticamente a cero y se requería de una cifra varias veces mi-
llonaria para poder comprar un dólar. Recién entonces se estableció una nueva
moneda que devolvió la confianza a la economía. Era evidente que Alemania no
estaba en condiciones de pagar las reparaciones de guerra mientras que, por otro
lado, la hiperinflación favorecía el crecimiento de los grandes trusts y cárteles.
Austria fue otro país que sufrió privaciones e intensos episodios inflaciona-
rios luego de la guerra. El Imperio Austro-Húngaro se disolvió y el territorio aus-
tríaco volvió a su superficie original de 80 mil kilómetros cuadrados. Además,
derrotada en la guerra, Austria quedó endeudada por importantes sumas con el
Comité de Reparaciones. En estas condiciones, una vez finalizada la contienda,
el gobierno austríaco realizó una política de gastos crecientes, mientras sus in-
gresos menguaban. Con un aparato productivo sumamente deteriorado, la emi-
sión excesiva de moneda generó altas tasas de inflación y deterioro del tipo de
cambio con respecto al dólar. En estas condiciones la hiperinflación llegó en
Austria antes que en Alemania. En 1921 ya era del 80%, y el incremento del tipo

280 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


de cambio del orden del 300%. Pero al año siguiente se desató un proceso hipe-
rinflacionario en el que los precios crecieron a una tasa de 150 mil por ciento, y
en una proporción similar lo hizo el tipo de cambio. A partir de mediados de
1922 se llevó adelante un plan de estabilización, y en 1923 la inflación fue me-
nor al 25%.
Ese año el gobierno de Estados Unidos decidió intervenir para sanear el cua-
dro monetario germano. El presidente Calvin Coolidge convocó a un grupo de
expertos para integrar una comisión que estudiara la situación y formulara un es-
quema realista para el pago de las reparaciones de guerra. La comisión, que tra-
bajó bajo la dirección del general Charles Dawes, elaboró un plan, que fue pre-
sentado en abril de 1924. Éste establecía que Alemania debía pagar anualmente
125 millones de libras esterlinas, sin precisar el número de anualidades. El pro-
blema monetario se encaró instituyendo una nueva moneda —con el respaldo de
valores inmobiliarios reales— cuya paridad era equivalente a un billón de marcos
viejos. Tanto el pago de las reparaciones como el saneamiento monetario de Ale-
mania tuvieron como garantía un nuevo préstamo norteamericano. El llamado
Plan Dawes comenzó por emitir bonos por una fracción de la deuda alemana, que
pasó a comercializar simultáneamente en varias plazas (7). La suscripción del
empréstito Dawes en el mercado norteamericano resultó exitosa, y fue seguida
de nuevos préstamos a países europeos y latinoamericanos (8). Así, el mercado
de capitales estadounidense, y en particular el de Nueva York, proveyeron las di-
visas necesarias para el pago de las reparaciones de guerra alemanas.
Alemania constituyó un área privilegiada para la exportación de los exceden-
tes de capital de EE.UU., por entonces principal exportador de capitales del mun-
do. Pero esos flujos, alentados por una alta tasa de interés y no siempre aplica-
dos de forma productiva, alcanzaron un nivel tal que pusieron en cuestión la
capacidad real alemana de pagarlos, debido, sobre todo, al déficit constante de
la balanza comercial, provocado por el proteccionismo estadounidense. El for-
midable crecimiento de la economía alemana, promovido por esas inversiones,
se asentaba sobre bases endebles y su fragilidad se hizo evidente cuando se pro-
dujo el boom de la Bolsa de Nueva York, entre 1928 y 1929, que atrajo capitales
de todo el mundo y frenó, sobre todo, su flujo hacia la economía germana, que
entró en depresión, con deflación y desempleo.
En el ínterin, se produjo la caducidad del Plan Dawes, cuya vigencia era de
cinco años. Intervino entonces una comisión de especialistas, integrada esta vez
por representantes alemanes, y presidida por Owen D. Young, presidente de la
Reserva Federal de Nueva York. Las negociaciones culminaron, en 1929, con el
llamado Plan Young. Las deudas germanas se redujeron a 28.800 millones de dó-

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


lares, pagaderos en sesenta y cuatro años. El Plan Young también comenzó emi-
tiendo un empréstito, aplicado en dos tercios al pago a los acreedores de Alema-
nia, y un tercio para Alemania. Su colocación, en plena crisis, fue mucho más di-
ficultosa que la del empréstito Dawes. Alemania recuperó el control de su política
financiera y la soberanía sobre la cuenca del Ruhr. Pero, en 1931, debido a la crí-
tica situación internacional, no pudo abonar la cuota correspondiente y el plan
quedó en suspenso.

4. La competencia entre el dólar y la libra. Gran Bretaña y el


retorno al patrón oro. Los excedentes de la balanza comercial
estadounidense, los movimientos de capitales y la baja
de los precios agrícolas

En 1922, la Conferencia Internacional de Génova consagró como sistema cam-


biario internacional el Gold Exchange Standard o patrón cambio oro, que ya se
había empezado a utilizar en 1918. En este sistema, la moneda de cada país no
era convertible directamente al oro sino a otra moneda que podía intercambiarse
por el metal. Ese papel de moneda central lo debían jugar, en forma conjunta, el
dólar y la libra esterlina. Así, el oro pasó a representar una reserva para las na-
ciones, mientras que el dólar y la libra se utilizaban para las transacciones inter-
nacionales.
A diferencia de lo que había ocurrido en el sistema de patrón oro, ahora exis-
tían dos monedas clave y, por lo tanto, dos mercados financieros dominantes:
Nueva York y Londres. Esta situación brindaba amplias oportunidades para la ob-
tención de ganancias a partir del cambio entre estas plazas. De todos modos, el
nuevo sistema planteaba grandes interrogantes respecto a su continuidad, ya que
se apoyaba en la moneda de dos países que se encontraban en situaciones muy
distintas: Gran Bretaña estaba debilitada y Estados Unidos en pleno auge. Más
aun, el propio sistema monetario implantado condenaba a Inglaterra, mientras
que beneficiaba ampliamente a su ex colonia.
Para Inglaterra el esquema fue por demás doloroso y suscitó más de una po-
lémica. La propuesta de mejorar la competitividad internacional británica median-
te la devaluación de la libra esterlina tropezó con la oposición del sector financie-
ro. A tono con los intereses de la City, en 1925 el gobierno conservador retornó a
la paridad con el oro previa a la guerra. Dicha paridad implicaba una sobrevalua-
ción de la libra esterlina, que sólo podía lograrse a partir de una política moneta-
ria muy restrictiva. Esta situación encareció la libra en relación al dólar afectando
severamente la balanza comercial británica y el conjunto de la demanda agregada.

282 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Esta política, llevada adelante por el entonces canciller del Tesoro británico,
Winston Churchill, tenía por objeto darle fortaleza a la moneda inglesa para con-
trarrestar el predominio del dólar. Según Churchill, había que evitar que la libra
dejara de ser el patrón que regía las relaciones económicas del mundo. La polí-
tica deflacionista intentaba empujar los salarios hacia abajo, de tal manera que la
competitividad perdida por el encarecimiento de la libra se ganara por la caída
en el costo laboral. Sin embargo, como predijo Keynes, los salarios no mostra-
ban la flexibilidad a la baja esperada.
Así, el fracaso de los sectores exportadores fue inevitable no sólo por la li-
bra esterlina sobrevaluada sino también por la decadencia de la actividad carbo-
nífera y de la industria textil, afectadas por el estancamiento o descenso de su
demanda. Durante los años 20, en un escenario caracterizado por una tasa me-
dia de desocupación superior al 10%, Keynes reclamó un estímulo a la ocupa-
ción y señaló que la vuelta al patrón oro impondría una deflación dolorosa con
pérdida de los mercados externos. La huelga general de 1926, la persistente re-
cesión de las exportaciones británicas y el paro dieron la razón a Keynes. En de-
finitiva, la segunda mitad de la década de 1920 fue para Inglaterra un período
de estancamiento.
El sistema cambiario adoptado a nivel internacional, en un contexto inesta-
ble como lo fue la década de 1920, no hizo más que acentuar los desbalances en-
tre los países. Mientras las monedas nacionales europeas se devaluaban frente al
oro, la libra esterlina se sobrevaluaba. A su vez, los préstamos estadounidenses
de corto plazo eran los que permitían sostener las monedas en el marco del Gold
Exchange Standard y posibilitaban la expansión del comercio.
En este contexto, los capitales se movían de un país a otro haciendo variar las
paridades y las reservas de oro de los países. Así, se alimentaron los flujos espe-
culativos y la fragilidad de un esquema que se montaba en la capacidad de Esta-
dos Unidos para sostenerlo. Cualquier fluctuación brusca y repentina que afectara
a los mercados norteamericanos, iba a generar una suspensión de los empréstitos
externos y el desmoronamiento de toda la compleja estructura en la que se basaba
el restablecimiento del comercio mundial.
Por su parte, los estadounidenses, convertidos en grandes exportadores de
capitales y mercancías, desplegaron una política proteccionista que impedía la
apertura de su mercado a la importación de productos europeos. El alto nivel ta-
rifario de los años 20 se intensificó con la tarifa Smoot-Hawley de 1930. La
afluencia de inversiones de Estados Unidos a Europa contrarrestó la carencia de
capitales y la merma de las exportaciones europeas facilitando la rápida recons-
trucción del Viejo Continente. Pero la fuga de esos capitales desató en Europa, y

283
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
sobre todo en Alemania, un proceso deflacionario que se agravaría con la multi-
plicación de medidas defensivas aplicadas por los diferentes países (9).
Si bien existía el Gold Exchange Standard las inversiones de capitales que
atravesaban las fronteras estatales asumieron un carácter cada vez más especula-
tivo y de corto plazo. Al movilizarse entre las plazas financieras del mundo, en
búsqueda de una mayor rentabilidad, los capitales especulativos ejercieron una
peligrosa presión sobre las reservas de oro y las otras divisas (10). Se convirtie-
ron así en uno de los principales desencadenantes de la crisis de 1929. El sistema
internacional de pagos de posguerra fue generando desequilibrios, sobre todo
porque Estados Unidos era al mismo tiempo el principal exportador de mercan-
cías y de capitales, mientras que poderosos intereses sectoriales del país del norte
no permitían una apertura del mercado a la importación de bienes de otros paí-
ses, como todavía ocurre hoy con los productos agropecuarios (Cuadro 2).

Cuadro 2
Excedentes comerciales de Estados Unidos (años 1921-1928)
(en millones de dólares)

Saldo de la balanza comercial

21122
SO
842
130%
103%
826
Or
LS
Fuente: Historical Statistics of the United States.

Hasta el estallido de la crisis de 1929, con los gobiernos republicanos, Esta-


dos Unidos adoptó una política aislacionista basada en la expansión de sus in-
dustrias en el mercado interno y en préstamos internacionales para fomentar su
comercio e inversiones en el mundo. Pero mantuvo y acrecentó sus políticas pro-
teccionistas, que impedían un comercio más fluido, sin endeudamientos, con el
resto de los países. Gran Bretaña vivía de los remanentes de su poder económi-
co, especialmente a través de la City londinense y del sobredimensionado rol de

284 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


la libra en las actividades financieras. Cierto es que esa moneda todavía podía
cambiarse por dólares y viceversa, lo que favorecía a algunos países como Argen-
tina, que basaba el desarrollo de su sector externo en el comercio triangular con
las potencias anglosajonas. Pero la vuelta de Gran Bretaña al patrón oro había
afectado su economía mientras que, hacia finales de los años 20, se acrecentaba
la especulación desenfrenada en la Bolsa de Nueva York preanunciando la crisis.
En la cercanía de 1929, Europa enfrentaba un escenario problemático en lo
político por el ascenso de tendencias totalitarias, como el fascismo y el nazismo.
A su vez, en lo económico, la recuperación productiva de la agricultura europea
luego de la guerra contribuyó a la superproducción agrícola mundial con la con-
siguiente caída de los precios. Esto, junto a la generalizada tendencia al protec-
cionismo industrial y agrícola de EE.UU., volvió más lenta la recuperación del
comercio internacional. Además, la caída de los precios de las materias primas
recortó el poder adquisitivo de los países productores lo que restringió también
la demanda mundial de manufacturas.

5. La relativa prosperidad de la década de 1920 y los comienzos


de la sociedad de consumo en Estados Unidos. Las desigualdades
en la distribución del ingreso

La década de 1920 fue para una parte de los estadounidenses de gran prosperl-
dad. Mientras Europa luchaba por fortalecerse, Estados Unidos —que había finan-
ciado la guerra— respaldó la reconstrucción y pujó por la vuelta a la estabilidad
monetaria del Viejo Continente. Su producción industrial creció enormemente
y con ella las posibilidades de que los sectores empresariales obtuvieran ga-
nancias.
En estas condiciones, el republicano Calvin Coolidge, trigésimo presidente
de Estados Unidos, describía el clima que acompañaba la creciente prosperidad
de su país en la década de 1920 a partir de la frase “El negocio de América son
los negocios”. Y para mantenerlo propicio, e inspirado en el laissez faire, consi-
deró conveniente seguir protegiendo al quehacer empresario y profundizar el
rumbo instalado por su antecesor y correligionario Warren Harding en favor de
la mínima intervención del Estado en la actividad privada.
Un personaje clave del período fue Andrew Mellon, que se mantuvo al fren-
te de la Secretaría del Tesoro desde 1921 hasta 1932 acompañando las gestiones
de Harding, Coolidge y Herbert Hoover. Hábil financista, Mellon, a partir de su
sólido posicionamiento en la banca y las finanzas había extendido sus intereses
a sectores industriales como la producción de aluminio, petróleo, acero, astille-

285
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
ros, etc. Como funcionario público consideraba que el gobierno era tan solo un
negocio que “puede y debe manejarse bajo los principios de los negocios”.
Por otra parte, Mellon estaba convencido de que los impuestos a las corpo-
raciones, además de desincentivar las inversiones en sectores productivos, eran
moralmente erróneos. Como funcionario dispuso la rebaja de los impuestos fe-
derales en cuatro oportunidades. En una de ellas, en 1925, un opositor observó
que “el mismo señor Mellon obtiene una reducción personal mayor que la de to-
dos los contribuyentes del estado de Nebraska reunidos” (11).
Cuando no podía reducir impuestos, Mellon recurría entre bambalinas a otro
arbitrio: los reembolsos. Recién en 1930, a través de la Cámara de Representan-
tes, el público se anotició de que en sus primeros ocho años al frente de la Teso-
rería, el secretario repartió 3.500 millones de dólares en forma de reembolsos en
efectivo y reducciones. Sólo entre 1927 y 1930 las protestas del Congreso lo obli-
garon a suspender dicha práctica que, entre otras, había favorecido a las propias
empresas de Mellon.
Es obvio que estas bonificaciones a la riqueza merecieron el beneplácito de
los ricos y del sector financiero. Muchas empresas en lugar de destinar los aho-
rros impositivos a la formación de capital los distribuyeron entre los accionistas
en un período en que los dividendos se incrementaron en el 65%. Atraídos por
estos dividendos, numerosos inversores, que colocaban sus dólares en bonos
manteniendo carteras de bajo valor para evitar los impuestos, se pasaron al mer-
cado accionario y contribuyeron a la escalada alcista.
A pesar de este desvío del capital, las empresas industriales se vieron favore-
cidas por una masiva venta de bienes de consumo. Si bien, en términos relativos,
los salarios reales se fueron retrasando, el consumo recibió un doble estímulo: el
crédito y la publicidad. Hacia 1929 se estimaba que más del 85% de los muebles,
el 80% de los fonógrafos, el 75% de los lavarropas y más del 50% de los apara-
tos de radio, máquinas de coser y otros artículos eran de propiedad de los con-
sumidores y de las empresas que financiaban el consumo. La voluminosa masa
crediticia que llevó a un enloquecido ritmo de compras no tardó en constituirse
en un gravamen para el futuro. En lo que respecta a la publicidad, los medios
aguijoneaban a los consumidores para que con las compras elevaran su posición
social. Nuevos métodos con fundamentos en la psicología buscaban persuadir,
exhortar o intimidar al consumidor para vencer su resistencia y crearle la nece-
sidad de consumir.
Hacia 1929 la política de premiar a los ricos había provocado, entre otros
efectos, una mayor concentración de la riqueza. La Comisión Federal de Comer-
cio informaba que 60.000 familias en la cúpula de la pirámide social sumaban

286 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ingresos equivalentes a los de las 25 millones que se encontraban por debajo. Por
otra parte, el 60% de la población ganaba 2.000 dólares anuales, nivel conside-
rado de pobreza.

6. El desarrollo del mercado bursátil en EE.UU. La laxitud de los


gobiernos republicanos. Las sociedades de inversión y el
apalancamiento. Carlo Ponzi, un maestro de la especulación

Promediando la década de 1920, la confianza ilimitada en el futuro del país se


veía respaldada por el notable progreso material. Las recesiones de 1921-22 y
1927 se consideraron episodios pasajeros y un optimismo sin mesura asumía que
las crisis cíclicas eran perturbaciones fácilmente superables.
En estas condiciones, una pregunta se planteaba como inevitable para aque-
llos que habían conseguido importantes ganancias en el mercado real en la déca-
da de 1920: ¿dónde colocar los fondos disponibles? Tenerlos guardados implica-
ba una pérdida económica, ya que todo capital exige intereses. Ante un mercado
interno saturado, una posibilidad era buscar una salida en el exterior. De esta ma-
nera, Estados Unidos prestó importantes sumas a otros países y realizó inversio-
nes industriales en el exterior. Sin embargo, esto no solucionaba completamente
la cuestión de los excedentes. ¿Qué hacer, entonces, con los intereses obtenidos?
O se importaba oro o se importaban mercancías. Sin embargo, la importación de
mercancías implicaba un perjuicio para la producción nacional.
La necesidad urgente que se le planteaba a la potencia del Norte en la déca-
da de 1920 era cómo ampliar constantemente las posibilidades de inversión de
su capital y de los intereses de ese capital, que fluían al país en la forma de oro.
Así, por un lado, comenzaron a llegar enormes sumas de capital hacia activida-
des especulativas y, por el otro, crecieron los recursos estadounidenses que se di-
rigían hacia el resto del mundo, no sólo a Europa, sino también hacia América La-
tina, Australia y Asia.
El aparato productivo norteamericano ofreció importantes oportunidades
para obtener beneficios a lo largo del decenio. El auge de la producción de bie-
nes de consumo durables estuvo acompañado de la expansión del crédito, que le
permitió a gran parte de la población adquirir esos bienes. De esa forma se logró
mantener el nivel de consumo en un contexto de deterioro de la distribución del
ingreso. Sin embargo, esa forma de expansión de la producción y del mercado
interno tenía sus límites.
Resulta ilustrativo que la década de 1920 se inició con el nacimiento de un
mecanismo fraudulento de especulación que se convertiría en paradigmático a lo

287
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
largo del siglo XX. En 1919, Carlo Ponzi creó en Estados Unidos la empresa Se-
curities Exchange Company, que vendía cupones que prometían ganancias del
50% en 45 días y del 100% en 90 días. En los primeros meses el negocio funcio-
nó de manera impresionante, ya que las suculentas rentabilidades prometidas
atraían inversores de todo tipo, lo que permitía pagar las ganancias ofrecidas sin
problemas. Sin embargo, pronto se descubrió que Ponzi no invertía lo recibido
en la empresa, sino que simplemente pagaba sus deudas emitiendo nuevos cupo-
nes, es decir, nueva deuda. A partir de una investigación, esta situación salió a la
luz generándose una crisis de confianza que le impidió seguir colocando cupo-
nes. Ponzi fue acusado de fraude y en noviembre de 1920 condenado a cinco
años de prisión. Desde entonces, el esquema de financiamiento, en el que los flu-
jos de caja no permiten pagar el capital ni los intereses de la deuda y que tienen
como única forma de hacer frente a los compromisos previos contraer nueva deu-
da, recibe el nombre de esquema Ponzi.
A medida que se fueron agotando las posibilidades de aumentar los benefi-
cios en la economía real, una masa cada vez más importante de recursos fluyó
hacia la Bolsa de Nueva York. Mientras avanzaba la década de 1920, el creci-
miento de los precios en el mercado bursátil fue constante y cada vez mayor. En
1922, el índice bursátil Dow Jones no llegaba a los 100 puntos. En 1926 superó
los 150 puntos y en los años que siguieron el incremento fue espectacular. En
septiembre de 1929 tocó el máximo de 285 puntos y no volvió a ese nivel hasta
la década de 1950.
Pero la Bolsa de Valores no fue el único escenario de especulación en la se-
gunda parte de la década; otros ámbitos lo constituyeron el mercado inmobilia-
rio y la industria de la construcción. Varios factores habían contribuido a esti-
mular la edificación residencial: por un lado, la falta de viviendas originada por
la guerra; por otro, el alto valor de los alquileres a lo largo del período; final-
mente, la baratura del costo de los materiales empleados. Esta situación no tar-
dó en ser aprovechada dando lugar a la expansión tanto de la construcción resi-
dencial como de la comercial e industrial. Los años 20 vieron emerger los grandes
rascacielos en Manhattan y Chicago y procesos de urbanización en los estados
de California y Florida.
Fue precisamente Florida el escenario de una fiebre especulativa en bienes
inmuebles que no tenía parangón en Estados Unidos en los anteriores noventa
años. Según John K. Galbraith, muchos norteamericanos “necesitaban creer que
toda la península se vería pronto poblada por los sacerdotes de la fiesta perpe-
tua y los adoradores del sol de una nueva y notable era de molicie”. Dentro de
la clase media se especulaba con que las playas y los pantanos de la región ex-

288 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


perimentarían una creciente revalorización, atizando el afán de quienes querían
enriquecerse sin mayores esfuerzos. Todas las semanas se concretaban nuevas
parcelaciones de terrenos. Se estimaba que en Miami funcionaban 2.000 ofici-
nas de venta de dichos bienes y que 25.000 empleados vendían lotes (12).
Por otra parte, el aparato publicitario promocionaba las urbanizaciones como
destinadas a adinerados deportistas, a los miembros del mundo que dominaban
las finanzas y la industria, a quienes determinaban el rumbo de la moda, o más
simplemente a “la sociedad elegante y del lujo ocioso”.
Este auge acunado por la prosperidad de los tiempos de Coolidge fue faci-
litado, entre otros factores, por la difusión del automóvil particular que, servi-
do por rápidas carreteras, permitía a la población del noroeste un fácil acceso
al benigno clima de la península. El historiador Frederick Lewis Allen descri-
bió, por un lado, cómo autobuses y automóviles particulares atestaban las ca-
lles de la ciudad transportando clientes potenciales para comprar terrenos, cada
vez más caros y, por otro, cómo las dragas y las palas a vapor convertían las
zonas anegadizas de la bahía de Biscayne en “esplendorosas ciudades venecia-
nas para los norteamericanos que querían fundar su hogar y para los buscado-
res de placeres del futuro”. En el interior de Miami terrenos valuados en 8.000
dólares se vendieron en 20.000; los situados frente al mar subieron de 15.000
a 20.000 dólares y los ubicados junto a la playa se elevaron de 20.000 a 75.000
dólares (13).
Un panorama más o menos similar caracterizaba a otras ciudades ubicadas a
lo largo de la zona costera que se extendía desde Palm Beach hacia el sur, e in-
clusive a localidades y pueblos de la costa oeste y a Jacksonville en el límite sep-
tentrional.
En la primavera y verano boreales de 1926 el boom comenzó a desinflarse:
compradores que no pudieron revender los inmuebles, empezaron a tener difi-
cultades para afrontar los respectivos compromisos de pago. El panorama se
complicó a raíz de dos huracanes que azotaron la región de Miami: arrancaron
los tejados de numerosas viviendas y destruyeron muchas otras, además de em-
barcaciones, árboles, cañerías, automóviles pequeños... Hubo centenares de
muertos, miles de heridos y 50.000 personas sin hogar. Esta tragedia terminó
por hundir lo que sobrevivía del auge de Florida. Para 1927, la mayoría de los
locales de venta de bienes raíces ubicados en la principal calle comercial de
Miami estaban cerrados o sin público. Los gobiernos de muchas ciudades de
Florida tenían dificultades para cobrar los impuestos. Entre 1928 y 1929 el mo-
vimiento bancario cayó abruptamente y se multiplicaron las quiebras de ios ban-
cos. Los bonos municipales para financiar mejoras y los bonos de bienes raíces,

E >
. L 289
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
con la garantía de futuras construcciones, quedaron impagos, ya sea por falta de
recursos comunales o por la quiebra de los emprendimientos urbanizadores.
Lo curioso es que el inefable Ponzi reapareció durante la burbuja especula-
tiva en Florida. Allí “descubrió” unos terrenos cerca de Jacksonville y aprove-
chando el boom de precios vendía parcelas en superficies menores a la media
hectárea con un pago inicial del 10% obtenido por los adquirentes con créditos
bancarios. Esas parcelas se colocaban inmediatamente a los valores ascendentes
de mercado y cambiaban de mano con una rapidez increíble. Los compradores
no tenían la menor intención de vivir en ellas. Su propósito era venderlas con el
mayor beneficio posible, mientras que los intereses que se debían a los bancos
para obtener ese 10% inicial se pagaban fácilmente. Por lo menos, hasta que los
terrenos perdían valor y los últimos de la cadena se daban cuenta de que no po-
dían vender a nadie ni tomar más deudas, y debían resignarse a “vivir sobre el
pantano”. Empleaban también, a su modo, el efecto del apalancamiento, típico
de las burbujas especulativas (14).
En definitiva, Carlo Ponzi y sus negocios fraudulentos no son más que la ex-
presión de una época en la cual este tipo de operaciones eran viables. Y si bien
este personaje fue considerado un delincuente y condenado por estos negocios,
su forma de proceder en Florida fue similar a la de muchas empresas inmobilia-
rias. Más aun, las sociedades de inversión y los reputados bancos comerciales no
tuvieron en la segunda mitad de la década de 1920 un comportamiento muy dis-
tinto al de la empresa de Ponzi, la Securities Exchange Company.
El auge especulativo se verificó sobre todo en Wall Street, donde la Bolsa de
Valores —hasta ese entonces instrumento para la expansión de las empresas— se
transformó en un fin en sí misma. Si hasta avanzada la década los valores emiti-
dos y vendidos expresaban el crecimiento económico, a partir de 1928 se funda-
mentaron en la confianza en una prosperidad sin fin, mientras el comportamien-
to de los inversores privilegiaba la valorización financiera en detrimento de la
valorización productiva del capital. De esta manera, la naturaleza del auge había
cambiando.
En forma breve y sostenida la Bolsa se fue escindiendo del sector producti-
vo; era difícil seguir sosteniendo que el crecimiento en el precio de las acciones
era un reflejo del crecimiento de los beneficios en la economía real. Las mismas
corporaciones industriales canalizaron sus recursos dentro de la corriente espe-
culativa en lugar de orientarlos en su propia expansión: en la segunda mitad del
decenio los rendimientos en el mercado de dinero parecían más seguros que la
inversión en nuevas plantas. Así numerosas empresas (Electric Bond and Share,
Bethlehem Steel Corp, Standard Oil of New Jersey, Chrysler Corp, entre otras)

290 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


comenzaron a prestar a los corredores de Bolsa, mientras —en 1927- el Banco de
la Reserva Federal de Nueva York bajó los tipos de interés alentando la toma de
préstamos cuyos montos fueron derivados a la compra de acciones. Ambas ini-
ciativas contribuyeron a inflar al máximo el valor de los títulos y a desestimular
la economía productiva.
A esto se sumó la falta de regulación de la actividad bursátil, lo que multi-
plicó las estafas, la elusión de impuestos y diversas transgresiones a la ley, o per-
mitió el empleo de procedimientos que se ajustaban al esquema legal pero trans-
gredían su espíritu. Por su parte, tanto el presidente republicano Harding como
Coolidge, y sus respectivos Congresos, consideraron ocioso poner un límite a los
abusos, en tanto que Herbert Hoover sólo hizo advertencias.
En 1927, William Z. Ripley —un profesor de Harvard-— fue invitado a la Casa
Blanca para intercambiar ideas con el presidente Coolidge. Su reputación como
economista creció a partir de las denuncias que efectuó sobre los abusos empre-
sariales y sus críticas al proceso de distribución de la riqueza y a la malsana con-
centración del poder económico. A su juicio, el secreto corporativo alentaba “el
engaño, la mendacidad, los embustes y la trapacería”. Coolidge preguntó si po-
día hacer algo al respecto, a lo que el profesor contestó que, bajo la legislación
existente, el presidente estaba maniatado: sólo la acción de los estados podía re-
solver el problema. Coolidge suspiró aliviado.
En este escenario de laxitud en materia de controles, una crecida cantidad de
agentes de Bolsa y de consorcios de inversión mobiliaria contribuyeron a la pro-
moción de la venta de acciones. Diversos tipos de operaciones garantizaban ren-
tabilidades fabulosas. Las compras a plazo con fianza fueron un ejemplo de ello;
este mecanismo permitía endeudarse para adquirir títulos a futuro a un precio de-
terminado, para venderlos una vez realizada la compra a un precio mayor y así
devolver el préstamo y obtener una ganancia. Las sociedades de Bolsa realizaban
esos préstamos y, al estar sus Operaciones garantizadas con los mismos títulos,
obtenían una rentabilidad con muy bajo riesgo. Se adquirían a su vez los dere-
chos sobre los incrementos futuros de precios de las acciones.
Las bajas tasas que imponía la Fed posibilitaban a los bancos tomar créditos
y prestar para este tipo de operaciones a tasas más altas. Mientras los precios su-
bían, y subían mucho, todos podían devolver los préstamos recibidos y aun tener
una rentabilidad. De esta forma, no sólo los ahorros de los norteamericanos co-
menzaron a fluir con más fuerza a Wall Street, sino los de todo el mundo.
Las sociedades de inversión o holdings se limitaban a facilitar al público la
participación en el negocio accionario, y el valor real de sus activos llegó a ser
sensiblemente inferior al volumen de los valores de esas mismas sociedades en

291
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
circulación. En este quehacer especulativo se destacó Goldman, Sachs and Com-
pany, que patrocinó la Trading Corporation, un consorcio cuyas acciones se vendie-
ron al público a 104 dólares el título. Poco después aumentaron a 222,50 dólares y,
según Galbraith, el “valor que representaba esta cifra era de aproximadamente el
doble del de todos los títulos, caja y otros activos en poder de la Trading Corpora-
tion” (15).
Esas sociedades poseían paquetes de acciones de diferentes empresas y emi-
tían títulos propios. Éstos formaban parte de los paquetes de otros holdings que
también cotizaban en la Bolsa. Montados unos sobre otros, constituían una pirá-
mide que se derrumbó estrepitosamente con el estallido de la crisis. A su vez, los
bancos comerciales organizaron filiales que vendían acciones y obligaciones al
público y se dedicaban a especular por cuenta propia.
Las sociedades de inversión empleaban también, a su modo, el principio del
apalancamiento. En su constitución, los holdings emitían obligaciones, acciones
preferentes y acciones ordinarias, las dos primeras con un rendimiento fijo. Si la
sociedad partía de un capital en acciones de 150 millones dividido en tercios por
tipos de acción, y ese capital estaba colocado en la compra de acciones ordina-
rias que daban un rendimiento del 50%, los activos en ese momento valdrían 225
millones, pero los dos tercios de obligaciones y acciones preferentes propias se-
guirían valiendo 100 millones; por lo tanto, los 125 millones restantes equival-
drían al valor de las acciones ordinarias de la sociedad. Éstas habrían aumenta-
do así de 50 a 125 millones, o sea el 150%, no el 50%, si se considerasen todos
los activos de la sociedad (16).
Por otra parte, entre dos y doce sociedades para la negociación de valores
captaban la mayoría de las inversiones importantes. Si antes de la guerra una sus-
cripción de más de un millón de dólares —considerada cuantiosa— podía efectuar-
la una sola sociedad, en la década de 1920 para colocar 20 ó 30 millones se recu-
rría a ellas no sólo para compartir los riesgos sino para reunir el capital necesario.
Hacia 1929, había más de 400.000 personas ocupadas en actividades finan-
cieras. Sus sueldos eran equivalentes al total de salarios abonados por la agricul-
tura y la minería sumadas. Los corredores, mediante compras al margen, obtení-
an préstamos para adquirir nuevas acciones casi al 90% en el momento de la
compra, y con la expectativa del alza incesante en el mercado de valores. Entre
1925 y 1929 el precio de las acciones subió a un ritmo mucho mayor que el co-
rrespondiente al ingreso nacional estadounidense. Mientras permanecieron estas
condiciones, tanto el pago de intereses a los agentes bursátiles como la ganancia
de los inversionistas se mantuvieron preservados.
Cálculos conservadores estimaban en 3.000.000 de personas —el 8% de la

159)No]ho Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


población— las participantes del juego especulativo aunque los compradores di-
rectos de acciones sólo alcanzaban a medio millar. Fueron los sectores de ingre-
sos más elevados y más beneficiados por la prosperidad del período quienes co-
locaron en la Bolsa sumas considerables: en 1928 los millonarios tenían en su
poder menos del 7% de las acciones en circulación, pero el 95% obtenía la ma-
yor parte de sus ingresos del cobro de dividendos.
La falta de regulación dio lugar a una competencia entre los holdings al mar-
gen de toda consideración ética. Para quitarse clientes entre ellos reducían sus
comisiones, y para ganar de mano a los competidores vendían valores con ante-
lación a la fecha anunciada para la oferta. Asimismo, entre 1927 y 1929, cuando
se produjo el alza explosiva de las acciones, los bonos que quedaban sin absor-
ber fueron ofertados al público a sabiendas de su dudoso valor.
Destacados bolsistas obtuvieron ganancias millonarias mediante sus relacio-
nes con periodistas. Un agente compraba determinados valores y un periodista
amigo del New York Daily News escribía un artículo a favor de los mismos, lo que
derivaba en un incremento de sus precios. El agente los vendía y ambos, bolsista
y periodista, compartían las utilidades. Una estratagema similar vinculaba a un
bolsista con el presidente del McMahon Institute of Economic Research, a la vez
comentarista radial de temas bursátiles. Otro especulador compraba determinados
valores y, con posterioridad, hacía circular rumores en Wall Street acerca de fu-
siones, mayores ganancias o cambios en las administraciones lo que provocaba un
alza de los precios y millones de ganancia para el inescrupuloso individuo.
Varias firmas de Wall Street vendían acciones a bajos precios a personajes
importantes antes de ofrecerlas al público. Esta preferencia favoreció a Calvin
Coolidge, Bernard Baruch, John J. Raskob, Richard B. Mellon, Charles F. Adams,
Charles Lindbergh y John W. Davis, personajes políticos o millonarios de quie-
nes se esperaba a cambio favores políticos y económicos. Si bien este comporta-
miento no era ilegal, su moralidad resultaba altamente dudosa.
En este marco, las acciones comenzaron a valorizarse en función de las ex-
pectativas más que de la performance real de las empresas: los precios se eleva-
ron por encima de la producción industrial. En los meses que precedieron al crac,
el valor de los inventarios de los productos manufacturados superaba largamen-
te a la demanda.
Recién a mediados de 1928, la Reserva Federal realizó su primer intento
para frenar la especulación. Por un lado, aumentó las tasas bancarias en línea
con una política de dinero difícil. Luego, subió las tasas de redescuento y, final-
mente, vendió bonos gubernamentales para sustraer fondos de la plaza. Las me-
didas resultaron infructuosas, ya que no pudieron contrarrestar la afluencia de

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


los fondos de las empresas mientras que los agentes de Bolsa no tuvieron incon-
venientes en pagar altos intereses cuando los clientes ofrecían el doble para los
préstamos.

7. El pensamiento económico antes de la crisis: las críticas ;


de Thorstein Veblen y de John Maynard Keynes

Thorstein Veblen (1857-1929), considerado el fundador de la escuela económica


institucionalista norteamericana, fue uno de los intelectuales más destacados du-
rante los años previos a la depresión en Estados Unidos. Según Galbraith, es lo
más parecido que existe en el país del Norte a una leyenda académica; un perso-
naje equivalente, dentro de su ámbito, al novelista Francis Scott Fitzgerald. Na-
cido en una granja de Wisconsin, hijo de humildes inmigrantes noruegos, Veblen
reveló pronto su inteligencia y amplitud de miras. Obtuvo primero un doctorado
de filosofía en Yale y luego un segundo doctorado, esta vez en economía, en la
Universidad de Cornell para recalar luego como profesor en Chicago, donde co-
menzó a desarrollar una accidentada carrera en la enseñanza.
En 1899, Veblen publicó su libro más famoso, La teoría de la clase ociosa,
en el cual hizo una crítica mordaz y descalificadora al estilo de vida y al “con-
sumo conspicuo” de las clases opulentas norteamericanas. Sin mucha reputación
como profesor y rodeado de escándalos en su vida social, transitó por varias uni-
versidades. Sin embargo, ejerció una profunda influencia entre algunos de sus
estudiantes, quienes llegaron a tener una participación destacada durante el go-
bierno de F. D. Roosevelt. Su reconocimiento vino después de su muerte, pues
no logró cargos importantes dentro de las instituciones académicas donde traba-
jÓ y sus numerosos libros tuvieron dificultades para ser publicados.
Además de ser un duro crítico de las clases altas y del establishment de su
país, Veblen reflexionó sobre la irracionalidad de la administración de las empre-
sas y la racionalidad del proceso técnico de producción. Según él, los hombres
de negocios —a diferencia de los técnicos e ingenieros, que actúan con capacidad
y precisión deterioran el funcionamiento eficaz del proceso productivo en su
propósito desesperado y agresivo por acumular riqueza (17).
También dirigió sus críticas a la economía clásica. Las leyes de la ortodoxia
basadas en la filosofía del orden natural descansaban en una abstracta construc-
ción del homo economicus, cuya conducta hedonista era el resultado de un ba-
lance entre el placer y el dolor. Toda actividad humana estaba atravesada por la
búsqueda de una ganancia pecuniaria y esto llevaba a los economistas clásicos a
falsas concepciones del proceso económico.

294 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


El erudito Veblen sumó a su condición de economista la de historiador y an-
tropólogo. Por ello, a pesar de su interés en el trasfondo del comportamiento hu-
mano, fundó la Escuela Institucionalista. Definió las instituciones como hábitos
y formas de conducta convencionales aceptadas acríticamente por los seres huma-
nos y encontró en el desarrollo de la tecnología la causa del cambio de aquéllas.
Pero en este punto se suscitaba un conflicto: el antagonismo que enfrentaba
al “negocio” y a la “industria”. El primero expresaba el pensamiento de la comu-
nidad de negociantes y de propietarios absentistas, distantes de las calidades del
proceso mecánico y para quienes la ganancia pecuniaria era el criterio que guia-
ba su comportamiento. En cambio, la industria se ocupaba del avance material
del proceso productivo y tenía como protagonistas principales a los ingenieros,
los inventores y los obreros calificados.
De la diferenciación entre capital industrial y capital pecuniario Veblen deri-
vó su relación con las crisis. Sobre este particular señalaba la “incapacidad de los
clásicos para distinguir entre el capital como inversión y el capital como instru-
mento industrial”. Sostenía la inexistencia de una relación necesaria entre los
medios físicos de producción aplicados a la industria y el capital pecuniario en
forma de activos intangibles sin aplicación productiva material. Este desfasaje
explicaba uno de los aspectos del conflicto básico de la economía (18).
Un conflicto que se acentuó con el desarrollo del crédito y las finanzas de la
empresa moderna al aumentar excesivamente la capitalización, lo cual incremen-
taba la brecha entre “el capital de negocios” y el “aparato material total de la in-
dustria”. La crisis tenía su origen en la disparidad entre los fondos de capital y
los “bienes físicamente útiles [...], que se encontraban tras esos ahorros acumu-
lados”, y que a raíz del avance tecnológico veían reducidos sus valores. En con-
secuencia, existía la tendencia a que los valores del capital pecuniario aumenta-
ran en mayor proporción que el de los activos físicos, y a que esa diferencia
condujera a las crisis. Dado el progreso constante de la tecnología se iba históri-
camente hacia una depresión perpetua, con recuperaciones cada vez más débiles
y espaciadas.
El economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946) no sólo revolucio-
nó la ciencia económica con su Teoría General, obra publicada en 1936. Tam-
bién jugó un rol crucial en las discusiones de política económica desde los años
posteriores a la Primera Guerra Mundial hasta el fin de la Segunda, como partí-
cipe directo en las negociaciones de Gran Bretaña con otros países en ese perío-
do y como un agudo observador de la realidad internacional.
Lejos de ser un tecnócrata Keynes perteneció a un activo núcleo de escrito-
res y artistas del Londres de la “gloriosa” época imperial, el grupo de Blooms-

295
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
bury, en el cual sobresalían la escritora Virginia Woolf y el mejor analista de la
sociedad victoriana, Litton Strachey.
Keynes, profesor en Cambridge fue, además, un exitoso jugador en la Bolsa
de Valores; de sus escritos periodísticos y ensayos publicados en los años 20 y
30, y recogidos en su mayoría en el libro Essays in Persuasion (Ensayos de per-
suasión), pueden extraerse las principales enseñanzas sobre política económica
vigentes en la época anterior a la crisis y durante los primeros años de ésta (19).
Él hubiese preferido llamar a esos escritos “Ensayos de profecía y persuasión”,
porque tuvieron más éxito como adelanto de lo que sucedió después que como
un medio para influir en la opinión pública.
En ellos, el economista británico advierte, ya desde principios de la década
de 1920, una posible crisis económica de continuar las políticas ortodoxas enton-
ces en curso. A su vez, cuando estalla la crisis trata de desentrañar sus principa-
les mecanismos sin utilizar todavía un marco teórico previo. El libro abarca un
amplio panorama, se tratan allí los temas políticos y económicos más preocupan-
tes de su época: el Tratado de Paz de Versalles (al que dedicó una obra anterior
ya mencionada), las deudas de la guerra, las políticas de deflación, el retorno al
patrón oro y los intentos de tener un presupuesto equilibrado en medio de una re-
cesión económica.
El primer eje de la crítica de Keynes es la libertad de los mercados, en un
momento en que la opinión indiscutida en los ámbitos políticos y académicos en-
tendía que un orden social deseable implicaba dejar a los individuos actuar libre-
mente siguiendo sus propios intereses. Se había llegado a creer, como señala
Keynes en uno de esos ensayos, “The end of laissez faire” (1926), que el interés
general y el particular siempre terminaban coincidiendo.
La doctrina del laissez faire, junto con la concepción del Estado como una
institución corrupta (herencia de los siglos XVIII y XIX), suponía no sólo no in-
tervenir en las decisiones de los individuos sino también evitar cualquier acción
estatal por sobre sus funciones mínimas, lo que podía causar resultados no de-
seados. El dogma predominante entre los economistas consistía en que las fuer-
zas del mercado aseguraban por sí solas el equilibrio y la plena ocupación de los
factores productivos.
Para Keynes esa concepción, basada en el pensamiento neoclásico, no era
correcta, ni en la teoría ni en la realidad. El final del /aissez faire, a través de una
participación activa del Estado, daría la posibilidad de mejorar el modo de vida
de la gente solucionando los problemas generados por el sistema capitalista.
Un segundo eje del análisis estaba centrado en el retorno al patrón oro y la
cuestión del tipo de cambio deseable. En el artículo “The economic consequen-

296 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ces Of Mr. Churchill” (“Las consecuencias económicas de Mr. Churchill”), de
1925, el economista inglés criticó la vuelta de Inglaterra no sólo a aquel patrón
monetario sino también al elevado tipo de cambio existente antes de la guerra.
La política que sostuvo Winston Churchill, entonces ministro del Tesoro de Gran
Bretaña, provocó la sobrevaluación de la libra esterlina, perjudicando los inter-
cambios comerciales al encarecer los productos británicos en el mercado mun-
dial y abaratar las importaciones. El gobierno intentó solucionar ese problema
procurando reducir los precios de los bienes exportables, lo cual implicaba re-
cortar los precios de otros productos. Pero, en realidad, como enfatiza Keynes en
su ensayo, lo que esta política verdaderamente provocaba era una baja de los sa-
larios, impulsada por la creciente desocupación, al impactar negativamente sobre
el aparato productivo. En sus propias palabras: “Queremos alentar a los hombres
de negocios a entrar en nuevos emprendimientos, no como estamos haciendo
ahora, al desanimarlos. Una deflación no reduce los salarios “automáticamente”.
Los reduce causando desempleo” (p. 220).
Un tercer eje de los estudios de Keynes fueron sus consideraciones acerca
del movimiento de los precios y sus efectos sobre la distribución de los ingresos
y la producción. Ya en 1923 consideraba que en una elección entre la deflación
y un proceso inflacionario moderado, era preferible este último porque el prime-
ro traía desempleo, lo que resultaba a la larga mucho peor. Introducía así una
problemática que iba a ser esencial durante la Gran Depresión.
Según Keynes, “una modificación del valor de la moneda, es decir, del nivel
de precios, es importante para la sociedad [pero] sólo cuando su incidencia se
manifiesta de manera desigual” (p. 59). O sea, alterando los precios relativos. En
este sentido, la inflación afecta el reparto de las riquezas, mientras que la defla-
ción frena la producción de bienes. La política económica debe considerar los
efectos sobre la distribución del ingreso de los cambios del valor de la moneda,
determinando en cada caso cuáles son los ganadores y cuáles los perdedores.
Mientras que los rentistas pierden durante un proceso de aumento de precios, los
hombres de negocios ganan, pues sus stocks se valorizan y obtienen beneficios
inesperados. Lo contrario ocurre durante un proceso deflacionario. Los asalaria-
dos, si bien pueden perder por el descenso de su poder de compra en un proceso
inflacionario, resultan víctimas directas de la deflación a través del desempleo,
producido por el temor generalizado de los hombres de negocios ante la expec-
tativa de una caída de los precios y su consecuente perjuicio sobre la producción
y las ganancias.
Keynes sostenía que “la inflación es injusta y la deflación inoportuna. [Pero]
quizás la deflación es la peor de las dos si se hace abstracción de inflaciones ex-

297
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
traordinarias como la de Alemania” (p. 75). En efecto, en un mundo empobreci-
do “es peor provocar desocupación que frustrar al rentista en sus esperanzas”,
aunque ambos “son males a evitar” (p.75).
Testigo privilegiado de la crisis, Keynes considera en su artículo “The great
slump of 1930” (“La gran crisis de 1930”), escrito el mismo año, que una de las
causas principales del colapso es la falta de la inversión en los mercados inter-
nacionales, al haber sido afectadas las ganancias de los empresarios en todos los
países (20).
Uno de los motivos del debilitamiento de la inversión era, para él, el merca-
do de crédito, debido a las altas tasas de interés, la elevada especulación y el mie-
do de los hombres de negocios a endeudarse por las expectativas desfavorables
sobre la evolución del comercio mundial. La recuperación de la actividad econó-
mica debía apoyarse —según Keynes— en la reconstrucción del mercado de crédi-
to internacional de largo plazo, que dependía fundamentalmente de la acción
conjunta de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Esto permitiría incremen-
tar el comercio (afectado por el proteccionismo), mejorar los precios y restaurar
la confianza.
Otro elemento esencial (al que dedica un artículo en 1931) era la necesaria
salida del patrón oro, que se iría produciendo en la mayor parte de los países du-
rante los primeros años de la depresión. Muchas de las ideas y objetivos enun-
ciados, que hacían hincapié en la necesidad de lograr un consenso internacional
para abordar los problemas económicos del mundo, van a estar presentes más
tarde en la gestación de los organismos internacionales de posguerra (Fondo Mo-
netario Internacional y Banco Mundial) durante la Conferencia de Bretton Wo-
ods de 1944, última actividad pública importante del economista británico antes
de su fallecimiento. Allí Keynes, jefe de la delegación de su país, fue uno de los
principales protagonistas al presentar un plan sobre el sistema monetario y finan-
ciero mundial alternativo al propuesto por Estados Unidos.
En Economy (1931) volvió a criticar las políticas gubernamentales británicas
para salir de la crisis, que pretendían reducir los déficits público y del comercio
mediante una baja de salarios. Contrariamente al objetivo buscado, Keynes ad-
vertía que la reducción en los ingresos de los asalariados llevaría a pérdidas y a
una parálisis aun mayor de la economía. El remedio, insistía, no era reducir el
déficit público sino redireccionar los gastos para incentivar la producción. Para
Keynes, la solución —en plena crisis- no debería de ninguna manera afectar los
ingresos de las personas por sobre los principios de la justicia social, como el de
“discriminar contra los trabajadores estatales [por ejemplo profesores y maes-
tros], porque ellos pueden ser alcanzados más fácilmente [...]. Al menos habría

159)Ne)00 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


sido más decente si la frase “igualdad de sacrificio” no se hubiese usado”. Key-
nes suponía que los más ricos podían soportar una merma de sus ingresos, finan-
ciando con recursos provenientes de ese sector a los empleados estatales, sin to-
car salarios o personal.
Procuraba así encontrar soluciones distintas, que reemplazaran las herra-
mientas de políticas ortodoxas aplicadas por los gobiernos para superar una de las
crisis más profundas que había vivido el capitalismo. Ante una de las disyuntivas
centrales que se les presentaba a la mayor parte de los gobiernos durante la crisis
—¿ahorrar o gastar?—, el economista británico planteaba: “La mejor estimación
que yo pueda conjeturar es que todas las veces que se economizan cinco shillings
(antigua moneda inglesa) se priva a un hombre de trabajo durante una jornada
[...]. Por el contrario todas las veces que se compran mercancías se contribuye a
multiplicar los empleos ofrecidos a los trabajadores, con la reserva de que las
mercancías compradas deben ser británicas y fabricadas aquí, si se quiere una
mejora de la situación de empleo en el país. [...] Pues lo que nos falta ahora no
es cerrarnos la cintura [...] es actuar, comprar cosas, crear cosas [...]” (pp. 137-8).
El futuro lord inglés entendía que las anticipaciones pesimistas de los con-
sumidores y de las empresas deprimen la coyuntura por una suerte de autorrea-
lización de temores o excesos de prudencia que refuerzan la recesión. Sólo el
gasto público permitía romper este círculo vicioso. “Tomemos un caso límite
—decía—; supongamos que vamos a economizar la totalidad de nuestros ingresos
y dejemos de gastar del todo. Entonces, todo el mundo estaría desempleado. Y
pronto no tendríamos más ingresos para gastar. [...] El enfermo no tiene necesi-
dad de reposo. Necesita ejercicio. Es imposible hacer retornar a los desocupa-
dos al trabajo negándose a demandar cosas, cultivando la pasividad. Por el con-
trario, la actividad de cualquier naturaleza es el sólo medio de poner de nuevo
en movimiento las ruedas del progreso económico y la creación de riquezas”
(pp. 138-9).
Keynes se estaba refiriendo a lo que se conoce en economía como el “multi-
plicador del gasto”, un concepto que explica cómo un gasto determinado genera,
mediante sucesivas rondas de consumo, un ingreso mayor al que inicialmente se
tenía. Al contrario de lo que sostiene la teoría ortodoxa, que un incremento de la
demanda (menor ahorro) incrementa también la inversión, y por lo tanto la pro-
ducción y el empleo, en lugar de disminuirlos.
Estos conceptos aparecerán luego ampliamente desarrollados en 1936 cuan-
do se publica la Teoría General, que constituyó la culminación de sus estudios
teóricos y empíricos sobre las políticas económicas vigentes en su época, tanto
en el escenario mundial como en su país. Las ideas keynesianas, consideradas en

299
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
esos años “extremistas e imprudentes”, revolucionarían el pensamiento econó-
mico y fundamentarían el Estado de Bienestar, que predominará en la mayoría
de los países industrializados en los treinta años dorados que siguieron a la Se-
gunda Guerra Mundial. Porque lo importante para avanzar en el entendimiento
de épocas cambiantes es, usando palabras del propio Keynes, “parecer heterodo-
xos, molestos, peligrosos y desobedientes [...]. En el campo económico esto sig-
nifica, ante todo, que debemos encontrar nuevas políticas y nuevos instrumentos
para adaptar y controlar el funcionamiento de las fuerzas económicas” (p. 306).

B) El crac de 1929

1. El estallido de la crisis. La política de la Reserva Federal.


El sector financiero y la economía real. ¿Crisis de sobreproducción
o de subconsumo?

En 1929, voces aisladas pronosticaban un desplome del mercado, pero los anun-
cios bajistas no eran bienvenidos y se consideraban parte de una conspiración
para destruir el American way of life. Los expertos financieros y la gente de Wall
Street descartaban la posibilidad de crisis como las de 1873, 1893 o 1907. Se
creía que el liderazgo existente en el sector financiero, las políticas de la Reser-
va Federal, la potencialidad económica del país y el aprendizaje de las lecciones
del pasado resultaban factores suficientes para neutralizar otra crisis. Sin embar-
go, desde junio, la producción de acero venía disminuyendo de la misma mane-
ra que el volumen transportado por ferrocarril, y la industria de la construcción,
en descenso desde hacía varios años, se derrumbaba. En general, los índices de
producción industrial iniciaban una curva descendente.
A principios de septiembre, el alza de los valores accionarios alcanzó su ni-
vel más alto, comenzando a partir de allí una tendencia bajista, aunque con bre-
ves interrupciones. Desde entonces se multiplicaron las ventas, hasta que el jue-
ves 24 de octubre el pánico se hizo presente con la venta de 6.500.000 títulos.
Posteriormente se supo que un poderoso consorcio de banqueros —convocados
por JP Morgan— dispuestos a sostener el mercado había provocado una suba de
precios para luego vender todos sus valores. La ley de la oferta y la demanda que
parecía gobernar los valores en la Bolsa cedió lugar a la mano visible de perso-
nas poderosas dispuestas a salvar la propia ropa.
De todos modos, no se logró evitar el “martes negro” del 29 de octubre. Ese
día se negociaron más de 16 millones de acciones, y el índice bursátil del Times
descendió 43 puntos, pulverizando las ganancias de los doce meses anteriores.

300 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Numerosos títulos se liquidaron a precios irrisorios y muchas órdenes de venta
no encontraron compradores. Las más perjudicadas fueron las sociedades de in-
versión ya que el valor de sus títulos se desplomó hasta la nada. En tanto, para
Andrew Mellon, el inefable secretario del Tesoro, enemigo de toda intervención
estatal, el pánico podía resultar positivo pues -según él- ayudaría a eliminar la
corrupción del sistema. Los valores se ajustarían y los individuos más empren-
dedores desplazarían a los menos competentes.
Pero esta terapéutica tuvo sus costos: muchas compañías resultaron afecta-
das por haber comprometido sus intereses en el mercado de valores mediante
préstamos a corredores e inversiones directas. Bancos y empresas industriales es-
pecularon y perdieron, debiendo suspender la emisión de nuevas obligaciones.
Las ventas de bienes de consumo se detuvieron y las empresas automotrices, de
electrodomésticos y de otros artículos fuertemente demandados durante la déca-
da se vieron obligadas a despedir a miles de trabajadores, dando lugar a niveles
desconocidos de desocupación, miseria y marginación.
En el Gráfico 3 puede verse el pico alcanzado en el mercado de valores, en
1929, a través de índices bursátiles como el Dow Jones. A su vez, la profundidad
posterior de la caída también se observa claramente.
El auge en el mercado bursátil tuvo todas las características de una burbuja
especulativa, aunque las particulares condiciones en los mercados reales son fun-
damentales para comprender el comportamiento financiero. El mercado de valo-
res comenzó nutriéndose de los capitales que no encontraban colocación en el
aparato productivo norteamericano. Luego absorbió grandes sumas de capital
provenientes de Europa. A su vez, este proceso se acentuó a partir del desarrollo
de mecanismos para la compra de valores mediante créditos que favorecieron el
fabuloso crecimiento de los precios, pero que hicieron más profunda la caída.
En definitiva, la prosperidad de los años 20 había despertado en vastos sec-
tores de la sociedad norteamericana la fe en un rápido enriquecimiento sin gran
esfuerzo y a través de la especulación. Cuando el encantamiento cedió su lugar
a la economía real, se necesitarían toda la década siguiente y una guerra mundial
para terminar de pagar los costos de una fiesta que parecía eterna.
Sin duda las causas del crac de la Bolsa de Nueva York hay que buscarlas, en
gran medida, en el desenfreno especulativo que se propagó a lo largo de la déca-
da de 1920. (En el apartado anterior mostramos algunos de los mecanismos uti-
lizados por las sociedades de inversión para obtener ganancias rápidas, facilita-
dos por la política de la Reserva Federal.) Dentro de un contexto de prosperidad
de la economía real, pero que no podía ocultar sus límites, la multiplicación de
las sumas de capital en la búsqueda de ganancias rápidas hizo prosperar los ne-

301
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Gráfico 3
Índice bursátil. 1921-1931 (base 100 en 1935-1936)

Fuente: Board of Governors of the Federal Reserve System.

gocios financieros. En una fase de crecimiento del ciclo económico, los agentes
y las instituciones financieras pasaban de posiciones cubiertas a posiciones cada
vez más frágiles en términos financieros. Todo en el marco de una visión toda-
vía dominada por el laissez faire en materia de intervención en los mercados. Por
lo tanto, la ausencia de regulación y control de las actividades financieras per-
mitía el florecimiento de toda clase de negocios con el objetivo de satisfacer la
sed de los clientes por obtener beneficios fáciles.
Sin embargo, el desenfreno especulativo que llevó al colapso de la Bolsa de
Nueva York, es apenas un elemento que permite comprender la profundidad de
la caída de los precios de los activos financieros. La política de la Reserva Fede-
ral, que no hizo más que alimentar la burbuja con continuas expansiones de la li-
quidez que facilitaban las condiciones en el mercado de créditos, es otro elemento
a tener en cuenta. Esta política permitía a los bancos acceder a dinero barato, con

302 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


el que podían otorgar créditos a las sociedades de inversión a fin de realizar prés-
tamos para operaciones puramente especulativas que resultaban rentables para
todos los participantes, siempre y cuando los precios de los activos siguieran cre-
ciendo.
A la actuación de las sociedades de inversión, de los bancos, de la Reserva
Federal y de inversores (empresas en muchos casos) que buscaban ganancias rá-
pidas, se sumó la ausencia de instituciones de regulación y medidas de vigilan-
cia que controlaran y limitaran las operaciones financieras. Sin embargo, ésta es
apenas una parte de la fotografía. Alcanza para comprender alguna particulari-
dad del colapso bursátil, pero no es suficiente para entender la Gran Depresión
que sobrevino en Estados Unidos en 1930 y que se extendió al resto del mundo
por varios años. Para ello es necesario tener en cuenta el desempeño de la eco-
nomía real y su relación con el sector financiero.
Ya hemos señalado que el auge en el mercado bursátil mostró todas las ca-
racterísticas de una burbuja especulativa, por esa razón las particulares condicio-
nes en los mercados reales son insoslayables para comprender el comportamien-
to financiero. El mercado de valores comenzó nutriéndose de los capitales que
no encontraban colocación en el aparato productivo estadounidense; luego ab-
sorbió también grandes sumas de capital provenientes del Viejo Continente.
La actividad real en la economía norteamericana había mostrado algunos
signos de reversión en su ciclo ascendente a mediados de 1929, antes del colap-
so bursátil. Entre junio y septiembre se observó una caída continua en la produc-
ción de acero y la disminución en el volumen del transporte por ferrocarril,
mientras se profundizaba la crisis en la industria de la construcción de viviendas,
que desde hacía varios años venía retrocediendo. Sin embargo, según Galbraith,
hasta septiembre u octubre la recesión fue muy ligera.
Las repercusiones en la actividad productiva se fueron acentuando hacia fi-
nales de 1929 y principios de la nueva década, dando inicio a la Gran Depresión.
No hay duda de que el colapso bursátil tuvo implicancias sobre el nivel de acti-
vidad. La intensa caída en el precio de los activos afectó negativamente a sus po-
seedores y, por ende, al gasto de los individuos. A su vez, las condiciones en los
mercados crediticios se volvieron sumamente restrictivas, afectando los niveles
de consumo (gran parte del cual se llevaba adelante gracias al crédito) y de in-
versión. Sin embargo, ¿puede considerarse que la causa de la crisis y la Gran De-
presión fue puramente financiera?
Según los economistas neoclásicos, las razones del colapso y de la depresión
subsiguiente hay que buscarlas en shocks exógenos que sacudieron el buen fun-
cionamiento del sistema. Lo más común es cargar las tintas sobre los “errores”

303
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
de la política económica. En este caso, la que llevó adelante la Reserva Federal,
generando primero condiciones de alta liquidez, antes de 1928, y luego medidas
contractivas, de disminución de la oferta monetaria, especialmente entre 1929 y
1930, que habrían sido fundamentales en el desencadenamiento de la recesión.
Tal es la posición de Milton Friedman y Anna Schwartz, quienes sostienen que
la política de la Fed debería haber sido la opuesta (21).
En cambio, para economistas keynesianos, como Peter Temin, el fenómeno
monetario no tuvo la importancia que le concedían aquellos autores, pues las ta-
sas de interés descendieron notablemente tras el crac, mientras que la oferta mo-
netaria aumentó sin que eso influyera para poner fin a la depresión. Temin con-
cluye afirmando que no existía “prueba alguna de que el dinero ocasionara la
depresión” ni de que pudiera ayudar a salir de ella. Fueron los cambios autóno-
mos en el consumo y la inversión los responsables, o sea, razones vinculadas a
la economía real. Charles P. Kindleberger agrega al debate entre monetaristas y
keynesianos “la inestabilidad del crédito y la fragilidad del sistema bancario”,
sobre todo a través de préstamos que resultaron incobrables por los precios en
descenso, poniendo de relieve la teoría de Hyman Minsky, de la que ya hablamos
en el primer capítulo (22).
Otros economistas, críticos de las posturas neoclásicas, también se suman a
la idea de los errores de política económica como el factor explicativo funda-
mental, pero a causa del mantenimiento forzado del equilibrio presupuestario,
sobre todo en el gobierno de Herbert Hoover, y la fe inconmovible de los orto-
doxos en la autorregulación de los mercados (23).
Los autores marxistas ponen el acento en las características de la economía
real e intentan explicaciones de largo plazo. Paul Baran y Paul Sweezy, por ejem-
plo, consideran que la crisis de los años 30 es un resultado normal del capitalis-
mo en su fase monopólica, que conduce a la caída del consumo y a la depresión.
“Lo que fue inevitable bajo las condiciones de la época es que la economía se
hundiera, lenta o rápidamente, en un estado de profundo estancamiento” del cual
pudo salir sólo con el shock producido por la Segunda Guerra Mundial. La cri-
sis no constituyó un desvío o una deformación del modo de producción capita-
lista sino la tendencia propia del sistema, que se manifiesta a través de la sobre-
producción o el subconsumo (24).
Para la escuela regulacionista francesa, las causas también estarían en la eco-
nomía real. En la década de 1920 se habría producido un desfasaje entre la pro-
ducción y el consumo masivo. La estructura productiva encontró nuevas formas
de organizar la producción que le permitió alcanzar niveles en escalas inéditas,
pero no se ampliaron igualmente las posibilidades de consumo. Por lo tanto, a

304 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


medida que éste fue encontrando sus límites se fueron agotando las posibilida-
des de incrementar las ganancias en los mercados de bienes, creándose una gran
masa de recursos en la búsqueda de colocaciones rentables que no se encontra-
ban en la economía real. El desenfreno especulativo habría sido una consecuen-
cia directa de esta situación (25).
Esta visión indicaría que se trató de una crisis similar a la que plantean los
marxistas. Sin embargo, el regulacionismo pone el énfasis en la ausencia de un
mecanismo de regulación que posibilitara los crecientes niveles de consumo y
cierta coordinación entre la oferta y la demanda. El “modo de regulación fordis-
ta” habría sido lo que permitió la superación de este conflicto y el proceso de
fuerte crecimiento en la segunda posguerra.
Esta explicación subconsumista de la crisis, presente en autores marxistas y
regulacionistas, se adecua bastante bien a lo ocurrido en la década de 1920 en
Estados Unidos. Allí, se combinó el crecimiento en la productividad del trabajo
con el estancamiento salarial y el aumento de la tasa de ganancia. En estas con-
diciones, el incremento de la inversión podía generar altas tasas de beneficios
durante un tiempo, pero éstas eran difíciles de sostener debido a los bajos ingre-
sos de los trabajadores. En esas condiciones, el crédito se convirtió en la herra-
mienta fundamental para sostener el consumo como en la crisis reciente, pero, a
su vez, volvió a la fase de crecimiento muy vulnerable a los avatares de los mer-
cados financieros.
Así, la creciente afluencia de capitales hacia los mercados financieros se ha-
llaba tras la fuerte especulación que era alimentada, a su vez, por la política mo-
netaria. Cuando se produjo el colapso bursátil, lo que estaba en cuestión era la
forma en que la economía norteamericana había logrado expandirse durante la
década de 1920.
Una de las más interesantes interpretaciones de la Gran Depresión, que reú-
ne diferentes visiones, la brindó el profesor Robert A. Gordon de la Universidad
de California. Gordon atribuye la crisis a la existencia simultánea de varios fac-
tores: 1) la sobreinversión de la etapa anterior a 1929, que creó un considerable
exceso de capacidad en la industria, el comercio y el sector residencial; en espe-
cial, la sobreoferta en la industria del automóvil tuvo considerable importancia;
2) los excesos financieros de la década de 1920, que montaron una superestruc-
tura de valores de capitales inflados cuyo colapso debilitó fuertemente al siste-
ma bancario; 3) la restrictiva política de créditos de los bancos comerciales des-
pués del estallido de la crisis; 4) las dificultades en el balance internacional de
pagos, en el que se produjeron tres fenómenos negativos: a) una declinación en
los préstamos de EE.UU. hacia el extranjero, b) erráticos movimientos de capi-

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


tales a corto plazo, c) una seria superproducción en los mercados de productos
primarios, incluyendo algunos de los principales bienes de la agricultura nortea-
mericana. Estos motivos llevaron al agotamiento de las oportunidades de inver-
sión y a la crisis, que no sería de subconsumo sino de sobreinversión (26).
Lo cierto es que el crac de la Bolsa de Nueva York fue el puntapié inicial de
la Gran Depresión de la década de 1930 en Estados Unidos y dejó al desnudo la
incapacidad de la economía tradicional para solucionar los problemas económi-
cos y sociales generados por ella.

2. La extensión de la crisis a Europa. La crisis en Austria


y Alemania. La crisis en la periferia

El hundimiento de la actividad económica de Estados Unidos, que siguió al crac


bursátil de octubre de 1929, fue muy agudo y se propagó por todo el mundo. La
dimensión de la depresión en Europa resultó muy severa. Entre 1929 y 1932 la
actividad económica cayó en todos los países europeos, siendo la Unión Sovié-
tica la excepción.
Como se ve en el Cuadro 3, en Alemania y Austria la depresión fue espe-
cialmente severa, con caídas en la producción industrial superiores al 30% en
cuatro años. Gran Bretaña se vio menos afectada, aunque incluso allí la caída del
PIB y de la producción industrial fue bastante acentuada. Otros indicadores evi-
dencian también el mismo fenómeno: los precios de bienes y activos se derrum-
baron y las exportaciones e importaciones se redujeron, mientras que aumenta-
ban las tasas de desempleo. En este punto, nuevamente Alemania fue el país que

Cuadro 3
Los efectos de la crisis en Europa

Variación porcentual entre 1929 y 1932

País Producción industrial PIB


Alemania -40,8 -15,7
Austria -34,3 1220
Francia -22,6 -11,0
Italia -22,7 -6,1
Reino Unido -11,4 -5,8
Fuente: Aldcroft (1997).

306 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


sufrió las consecuencias más severas con más de seis millones de desocupados
en 1932.
Hacia fines de 1929 y en el año siguiente, la recesión fue haciéndose cada
vez más severa, pero sin adquirir aún dimensiones distintas a las de otras fases
descendentes del ciclo económico. Para algunos analistas, incluso, se estaban ob-
servando movimientos que hacían pensar en una pronta recuperación. Sin embar-
go, el panorama para Europa terminó de volverse sombrío cuando en 1931 se pro-
dujo una crisis financiera propia que disipó cualquier perspectiva acerca del final
de la depresión.
La situación ya era complicada en la medida en que Francia y Estados Uni-
dos, los principales acreedores, redujeron sus préstamos externos; una política
que se acentuó con el colapso de la Bolsa de Nueva York. Así, en 1930 varios
países abandonaron el patrón oro. Pero fue un año más tarde cuando el pánico
se extendió por todo el continente.
A principios de 1931 llegó la señal que disparó la crisis: la quiebra del ban-
co más importante de Austria, el Credit-Anstalt. Las corridas se propagaron de un
país a otro, incluso entre los más poderosos. El patrón oro había llegado a su fin
a pesar de que en algunos lados, como en Estados Unidos, perduró hasta 1933.
En Alemania el gobierno logró una moratoria de un año en el pago de las re-
paraciones de guerra y aplicó una política monetaria contractiva que profundizó
la depresión. Las políticas contractivas y deflacionarias, ante el temor de una in-
flación latente, se sucedieron allí a lo largo de 1931; al año siguiente la desocu-
pación superó el 20%. Esta situación provocó intensos conflictos sociales y po-
líticos que permitirían a Adolf Hitler acceder al poder.
En definitiva, en Europa, los países más perjudicados por la crisis fueron
Alemania y Austria, pero también el Reino Unido y Francia sufrieron sus efec-
tos. La repatriación de capitales efectuada por los bancos norteamericanos para
afrontar la crisis de liquidez extendió y agravó la situación del sector industrial
y del comercio europeo.
La Conferencia Económica Mundial de 1933, organizada por una agonizan-
te Sociedad de las Naciones, marcó el final de cualquier intento de una acción
coordinada a nivel internacional para salir de la crisis. Se llevó a cabo en Lon-
dres, en el mes de junio, con la intención de fomentar la cooperación y los acuer-
dos económicos entre las naciones ante la grave depresión económica ya exten-
dida a todo el mundo. Pero los resultados fueron infructuosos. Francia y Gran
Bretaña propusieron fijar un esquema monetario a partir de una relación estable
entre el dólar estadounidense, la libra esterlina y el franco francés; estabilidad
monetaria que se consideraba fundamental para la recuperación del comercio y

307
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
de la economía mundiales, pero la posición de Estados Unidos no permitió que
se llegara a un acuerdo (27).
El presidente Franklin Delano Roosevelt, que comenzaba en esos momen-
tos a aplicar su programa económico —el New Deal- se negó a comprometerse
al mantenimiento de la paridad del dólar. De hecho, tenía ya decidida su inmi-
nente devaluación. Así, cada país aplicó medidas económicas propias en un am-
biente de general desconfianza.
En cuanto a los países de la periferia, se vieron seriamente afectados por la
caída de los precios internacionales de las materias primas y los alimentos y por
la contracción del comercio mundial. A finales de 1932 el valor del comercio in-
ternacional era menos del 35% del correspondiente a 1929. Pero la baja genera-
lizada de precios fue más intensa en los bienes primarios, afectando los términos
de intercambio de los que exportaban ese tipo de productos, perjudicados tam-
bién por las medidas proteccionistas que impusieron al sector agrícola los países
industrializados.
En América Latina, tomando un índice base 100 en 1929, las exportaciones
cayeron a 70,5 en 1932 y los términos del intercambio (relación entre los precios
de los productos de exportación e importación) a 71,4. En Asia pasó algo pare-
cido: de un índice de 100 en 1929, las exportaciones bajaron a 77,2 en 1932 y
los términos del intercambio a 84,2 (28).
Los países abastecedores de productos agrícolas, como Canadá, Argentina y
los de Europa Central, resultaron particularmente afectados por el brusco des-
censo de la demanda de sus bienes exportables. En general, en la periferia se pro-
curó defender los mercados de la competencia extranjera elevando las barreras
arancelarias y desarrollando procesos de industrialización en base a la amplia-
ción de los mercados internos. También se declararon moratorias de las deudas
externas.

3. De la crisis bursátil a la depresión en EE.UU. La política de


Herbert Hoover. El derrumbe bancario. Consecuencias sobre la
producción, el consumo, la inversión y el empleo

Una vez que se produjo el crac de la Bolsa de Nueva York, la primera medida que
tomó el gobierno de Herbert Hoover fue una reducción de impuestos. Los recor-
tes fueron importantes, pero sobre tasas que ya eran significativamente bajas, por
lo que no tuvieron un impacto relevante en la economía real. Por lo demás, las
medidas aplicadas fueron de corte ortodoxo. La intención era mantener la con-
fianza en los negocios mientras todavía se creía en el mecanismo autorregulador

308 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


del mercado como único factor capaz de restablecer un equilibrio en la economía.
Sin embargo, la crisis no hizo más que propagarse a la economía real y se fue pro-
fundizando en los años siguientes.
La tasa de desempleo llegó a un nivel del 25% entre 1932 y 1933, mientras
que la caída en el producto encontró un piso en el mismo período para luego re-
cuperarse y experimentar otro retroceso, al que nos referiremos más adelante.
La política comercial que llevó adelante el gobierno de Hoover fue suma-
mente proteccionista, alcanzando su máxima expresión con la sanción en 1931
de la Smoot-Hawley Tariff Act, una de las tarifas arancelarias más altas de la his-
toria norteamericana: se llegó a un arancel medio ad valorem del 59,1% sólo su-
perado por la tarifa de 1830 del 61,7%.
Las medidas aplicadas por el gobierno republicano resultaron incapaces de
suavizar las consecuencias de la crisis sobre la economía real. En 1933 todos los
componentes de la demanda agregada se encontraban deprimidos al igual que
los niveles de producción. La producción agrícola, por ejemplo, fue en 1933
algo más del 50% de la de 1929. Lo mismo ocurrió con la producción industrial
(Cuadro 4).
Un rasgo característico de la depresión que siguió al colapso bursátil fue la
masiva y continua quiebra de bancos. Este fenómeno tuvo en la conducta de los
individuos un impacto mucho mayor que el mismo crac de la Bolsa, generándo-
se verdaderos pánicos financieros. En la primera mitad de 1929 quebraron 346
bancos, pero era sólo el comienzo de una situación que se agravaría con los años.

Cuadro 4
Índices de producción industrial y agrícola en Estados Unidos
(1929 = 100)
A

Año Producción agrícola Producción industrial

1929 100 100

1930 78 85
1931 59 67

1932 46 58

1933 52 49

1934 62 69

Fuente: Elaboración propia en base a NBER.

309
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
A principios de 1933 muchos estados de la Unión habían cerrado los bancos por
disposiciones legales ante la gravedad de la situación.
Es común que cuando se produce el estallido de una burbuja bursátil el sis-
tema bancario se vea afectado. Sin embargo, según Galbraith, la propia estruc-
tura bancaria de Estados Unidos favoreció el desarrollo del pánico financiero y
la caída de bancos, convirtiéndose en uno de los factores que explican la mag-
nitud de la depresión que siguió al colapso bursátil. Cuando un banco quebraba,
los activos de los demás quedaban inmovilizados, lo que incrementaba el deseo
de los depositantes de retirar el dinero. Una quiebra llevaba entonces a la si-
guiente. En definitiva, la forma en que estaba estructurado el sistema bancario,
no sólo no contribuía al control del pánico sino que lo exacerbaba.
Así, cuando en 1932 el Partido Demócrata ganó las elecciones y Roosevelt
fue elegido presidente para asumir en marzo del año siguiente, la situación se
presentaba en extremo complicada para la economía norteamericana.

C) La Gran Depresión

1. La Gran Depresión en Estados Unidos. Sus principales


características

El momento más grave de la Gran Depresión se produjo entre 1929 y 1933 con
una seria caída del PIB, de la inversión, del consumo de bienes durables, de los
precios y del empleo. La depresión vino acompañada de la deflación de precios.
En los Cuadros 5 y 6 podemos ver el descenso de todos los indicadores econó-
micos en ese período y sus vicisitudes posteriores.
La Gran Depresión se prolongó —con alternativas variables— durante diez
años. En 1933 el PIB se desplomó a un tercio de lo que era en 1929 y el desem-
pleo llegó a casi trece millones de personas, equivalente a uno por cada cuatro
miembros de la población económicamente activa.
La política económica adoptada por el gobierno norteamericano, luego de la
reducción impositiva dispuesta por el presidente Hoover, no hizo otra cosa que
empeorar la situación. La necesidad de preservar el equilibrio presupuestario fue
respaldada no sólo por los republicanos sino por la oposición demócrata. Ese ob-
jetivo significaba que no podían incrementarse los gastos públicos para fortale-
cer el poder de compra de los consumidores y paliar las consecuencias de la
catástrofe social. Asimismo, era obvio que no habría nuevas reducciones de im-
puestos. Por otra parte, el presupuesto equilibrado era una fórmula doctrinaria no
sujeta a reflexión.

310 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Cuadro 5
Estados Unidos. El PIB y sus componentes entre 1929 y 1940
(en miles de millones de dólares corrientes)

Inversión
Consumo Consumo - Inversión bruta
PIB_ debienes debienes Servicios bruta privada en
durables no durables privada % de PNB
103,1 iZ Dll 30,3 14,5 14,0
90,4 7,2 34,0 28,7 10,6 Y
75,8 dE 29,0 26,0 6,8 8,9
58,0 3,6 2 ZE, 222 3,4 5,8
55,6 E) Pa 20,1 3,0 Dl
65,1 4,2 26,7 20,4 4,1 6,2
AZ Dl 295 2175 jas fea)
82,5 6,3 32,9 22,8 2 8,7
90,4 6,9 3972 24,4 9,2 10,1
84,7 57 34,0 24,3 7A 8,7
339) 25,0 ES) 9,8
3/40 26,0 11,0 11,0
Fuente: Historical Statistics of the U.S. Colonial Time to 1970, Bureau of the Census.

Cuadro 6
Estados Unidos. Evolución de los precios y de la desocupación
24 Desocupados
Evolución
de precios En miles En % de la PEA

51,3 1.950
50,0 4.340
45,6 8.020
40,9 12.060
38,8 12.830
40,1 11.340
41,1 10.610
41,5 9.030
43,0 7.700
42,2 10.390
41,6 9.480
42,0 8.120

Fuente: Historical Statistics of the U.S.

311
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
Esto sucedía en medio de una profunda deflación y tras un formidable creci-
miento de las reservas de oro. Una premisa similar frenaba los esfuerzos para re-
ducir las tasas de interés, estimular la expansión del crédito y facilitar la obten-
ción de dinero.
También se desechó la posibilidad de desplegar una política monetaria activa.
Por lo tanto se descartó la idea de devaluar el dólar dado que tal medida constituía
una violación de las reglas del patrón oro. Estas consideraciones formaban parte
del credo común de los partidos políticos y del dogma adverso a toda intervención
estatal. El mismo Roosevelt, futuro presidente, en un discurso pronunciado cuan-
do finalizaba su campaña electoral, en 1932, resaltaba como parte del programa
demócrata su creencia en “una moneda fuerte y resguardada de todo azar”.
Sin embargo, a partir de 1933 la situación comenzó a mejorar por las medi-
das heterodoxas, de fuerte intervencionismo estatal, implementadas por la nueva
administración demócrata a través del New Deal, incluyendo una devaluación del
dólar. La recuperación de los años siguientes fue, sin embargo, inestable. La tasa
de desempleo, luego de descender hasta ubicarse por debajo del 15%, volvió a
subir nuevamente y en 1940 la desocupación era todavía apreciable. El PIB, por
su parte, recién logró recuperar el nivel de 1929 once años después, luego de su-
frir una nueva recesión en 1937-38. La inversión también se recuperó de mane-
ra notable hacia el final de la década con la producción para la guerra.

2. Los comienzos del New Deal. Su primera etapa. Las reformas


más importantes y las resistencias internas

La difícil situación por la que atravesaba Estados Unidos a principios de la déca-


da de 1930 hizo necesaria la adopción de medidas contundentes. Se vivían condi-
ciones inéditas para la historia norteamericana, y las herramientas económicas y
de políticas tradicionales no brindaban respuestas para hacer frente al deterioro de
las condiciones sociales de gran parte de la población como consecuencia de la
desocupación, la deflación y la crisis en los sectores productivos y financieros.
Con la llegada de Franklin Delano Roosevelt a la Presidencia, la forma de
conducir la política económica cambiaría radicalmente en Estados Unidos. El in-
tervencionismo estatal —evidente a partir de la conformación de organismos ten-
dientes a llevar adelante las nuevas medidas— y el consecuente incremento del
déficit presupuestario, fueron la clara prueba de que la teoría económica ortodo-
xa tradicional ya no tenía un peso determinante en las decisiones de política eco-
nómica.
En medio de la depresión económica, y ante el fracaso del gobierno republi-

312 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


cano de Hoover, Roosevelt llegó a la Presidencia encabezando la fórmula del
Partido Demócrata, y se mantuvo en el poder por cuatro períodos consecutivos,
hasta su muerte, en abril de 1945: la más larga presidencia en la historia esta-
dounidense. Como señalan Rapoport y Médici, “el aspecto más importante del
gobierno de Roosevelt es que comienza por cambiar las reglas de juego internas,
políticas y económicas, sacudidas por una profunda crisis, y termina, luego del
conflicto bélico, por convertir a su país en una superpotencia” (29).
En general se reconocen dos etapas del programa conocido como New Deal,
que constituyó el eje de la política económica de la nueva administración. En la
primera, de 1933 a 1935, se tomaron medidas coyunturales para resolver los pro-
blemas más urgentes, e impulsar la reactivación económica. El segundo New Deal
surge en el momento en que el programa entero peligra al declarar el Tribunal
Supremo de Justicia la inconstitucionalidad de algunas de las medidas más em-
blemáticas, como la ley de Recuperación Industrial Nacional y la ley de Ajuste
Agrícola, y se dictan leyes aun más avanzadas. Una tercera etapa del gobierno
de Roosevelt transcurre durante la fase de rápida recuperación de la Segunda
Guerra Mundial y está marcada por las urgencias bélicas e internacionales (30).
El New Deal tomó forma en los primeros meses del gobierno de Roosevelt,
que asumió el 4 de marzo de 1933 en medio de una profunda crisis bancaria. Un
problema que fue resuelto rápidamente mediante la reforma del sistema finan-
ciero, que mantuvo en pie a un 75% de los bancos de todo el país (muchos se fu-
sionaron) luego de un feriado de tres días en sus actividades. El instrumento utili-
zado fue la Emergency Banking Act (ley de Emergencia Bancaria) que determinó
la apertura de los bancos luego de un examen de su solvencia por el Departamen-
to del Tesoro. Una ley bancaria posterior, la Glass-Steagall Act, que ya hemos
mencionado, creó la Federal Deposit Insurance Corporation —FDIC— que garan-
tizaba los depósitos de hasta 5 mil dólares.
Muy poco tiempo después, el 19 de abril, se declaró el fin del régimen de pa-
trón oro, por lo cual se prohibieron las salidas del metálico al extranjero, y se de-
valuó el dólar, dando mayor competitividad a la economía norteamericana y un
manejo más autónomo de la política monetaria. Sobre todo, la pronta resolución
del problema bancario le brindó al gobierno la confianza de la gente común, que
volvió a depositar su dinero en los bancos. Desde el punto de vista político este
fue uno de los elementos que permitió hacer aprobar las medidas legislativas que
conformaron el nuevo programa económico.
De esta manera dio inicio el período que se conoce como de “los cien días”,
y que hace referencia al tiempo en que el Congreso de Estados Unidos trató una
serie de proyectos de política económica presentados por Roosevelt. Si bien no

313
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
fueron medidas estrictamente keynesianas, la primera etapa del New Deal, im-
plicó el fin de la forma de hacer política económica basada en el pensamiento
liberal de no intervención del Estado en la economía.
Una de las leyes centrales del New Deal fue la National Industrial Recovery
Act -NIRA- (ley de Recuperación Industrial Nacional) del 16 de junio de 1933
que, entre otras cosas, otorgaba el derecho a los trabajadores de sindicalizarse y
de negociar convenios colectivos. Por esta ley se creó la National Recovery Ad-
ministration -NRA-— (Administración de Recuperación Nacional), organismo gu-
bernamental de regulación que puso en práctica el control directo de los precios;
además, controlaría la producción de las industrias, y regularía las horas máxi-
mas de trabajo y los salarios mínimos, en acuerdo con patrones y sindicatos. Otra
medida importante que llevó a cabo la NRA fue la aplicación de un conjunto de
códigos para garantizar una competencia leal entre las empresas de los distintos
sectores.
En el marco de la teoría ortodoxa predominante en ese entonces, los precios
no eran controlados; de todos modos, los grandes oligopolios los reducían dismi-
nuyendo los costos, principalmente a través de los salarios, lo que ocasionaba una
nueva reducción de las ventas. Se intentó a través del control de precios y de la
fijación de salarios mínimos evitar esta espiral descendente de precios-salarios.
Procurando dar una respuesta al problema agrario se dictó la ley de Ajuste
Agrícola "AAA— que, junto con la NRA, fueron los pilares del New Deal. La ca-
ída de los precios de los productos agrícolas, y la crítica situación del campo en
general, no empezaron con la Gran Depresión, pero se agudizaron con ella. Esta
situación provocó un aumento de la producción para paliar la merma de los in-
gresos, lo que produjo un efecto contrario al deseado. Junto a las nuevas medi-
das se inició en esos años una política de subsidios agrícolas que aún continúa
en el siglo XXI.
En cuanto al sector industrial, por la ley de Recuperación Industrial Nacio-
nal se creó la Public Works Administration —-PWA-— (Administración de Obras
Públicas). Este programa, que debía controlar la puesta en marcha de la política
de grandes obras públicas, estaba destinado a fomentar el empleo. Esta medida
fue bien recibida tanto por sindicatos de trabajadores como por empresarios.
Se implementaron, a su vez, diversas medidas destinadas a crear empleos
mediante inversiones o ayuda pública. El 18 de mayo de 1933 se aprobó el pro-
yecto de la Autoridad del Valle del Tennessee, con el fin de generar y distribuir
energía hidroeléctrica en una gran región del sur del país y transformar las con-
diciones de su agricultura, lo que requería la realización de grandes obras de in-
fraestructura. Esta iniciativa —la más importante desde el punto de vista de la

314 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


planificación regional— iba a mejorar la situación de los granjeros pobres y a
crear nuevos puestos de trabajo. Permitió, además, ganar la simpatía de los de-
mócratas sureños y los progresistas del norte. Tres días después se aprobó la Fe-
deral Emergency Relief Act (Administración Federal de Asistencia para la
Emergencia). Impulsada por Harry Hopkins (más tarde el principal asesor de
Roosevelt), tenía el objetivo de solucionar el otro gran problema de la depre-
sión: los altos niveles de desocupación y de pobreza a través de ayuda directa a
los estados. También se reemplazó la asistencia a los desocupados por la contra-
tación pública mediante la Administración de Obras Civiles (CWA), el 9 de no-
viembre de 1933.
Estrictamente, no podemos calificar como keynesianas a las políticas lleva-
das a cabo durante los primeros tiempos de la presidencia de Roosevelt, aunque
el líder demócrata estaba influido por economistas heterodoxos y en el ambien-
te académico ya se discutían las formas de resolver el problema de la insuficien-
cia de la demanda efectiva. La influencia de Keynes comenzó a sentirse recién a
partir de 1936, cuando se publicó su Teoría General. Pero Roosevelt reconoció
desde su primer discurso presidencial el fin del modelo de acumulación vigente,
basado en el pensamiento liberal de no intervención en los mercados. El presi-
dente se enfrentaba a un gran desafío: tenía frente a sí un sistema productivo con-
centrado y contradictorio; existían importantes masas de producción que no po-
dían venderse y grandes sectores de la población carentes de poder adquisitivo
para comprarlas.
La ruptura con este sistema no fue lineal ni estuvo libre de controversias. Ini-
cialmente existieron numerosas dudas respecto del aumento del gasto público y
su financiamiento deficitario. En este sentido, no sólo la oposición política era
adversaria de cambios drásticos sino que existían también recelos en el seno del
partido gobernante; una situación que les quitaba eficacia a muchas de las me-
didas adoptadas. Tras la recaída de 1937, provocada por un retorno a políticas or-
todoxas, se volvió a plantear esta cuestión.
Recién a partir de esa recesión la participación del Estado en la economía ya
no fue vista como un mal necesario ni como una actitud pasajera dictada por las
circunstancias. Por el contrario, se comenzó a confiar en la capacidad estatal
para sostener el crecimiento de la economía a través de sus herramientas de po-
lítica económica. Éste sería el antecedente inmediato de las políticas keynesia-
nas que se aplicarían en la segunda posguerra.
En esos años la intervención del Estado en la economía creció en todo el
mundo, incluyendo Argentina y otros países latinoamericanos, a partir de medi-
das que se aplicaron para escapar de la depresión. Sin embargo las políticas an-

315
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
ticíclicas no estaban todavía legitimadas en el plano teórico y fueron pocos los
gobiernos que se decidieron por políticas vigorosas y decididas de gasto público
y déficit presupuestario antes de 1936.
Suecia fue uno de los países que se adelantó al keynesianismo. Ya en 1933
impulsó un amplio programa de obras públicas, generando un gran déficit pre-
supuestario financiado con préstamos amortizables a lo largo de cuatro años. En
cambio, después de 1935, cuando la economía había ingresado en una senda de
recuperación, el gasto en obras públicas se redujo fuertemente y fueron amorti-
zados los préstamos contraídos previamente. De esta manera la política de inter-
vención estatal resultó claramente contracíclica, como recomendaba Keynes en
su obra de 1936.

3. La segunda etapa del New Deal. Los cambios sociales.


La recesión de 1937. Las políticas keynesianas

Puede considerarse a 1935 como el año de inicio de la segunda etapa del New
Deal, más radical y favorable para los trabajadores que la primera. El presiden-
te estaba decepcionado por la declaración de inconstitucionalidad de medidas
centrales de su gobierno, como la NIRA o la AAA, no obstante el hecho de que
la producción industrial había aumentado gracias a ella un 22% entre 1933 y
1935 y que se notaban mejoras en la situación agrícola. Además, habían apare-
cido grupos que expresaban el descontento de parte de la población y demanda-
ban nuevas medidas para alcanzar la anhelada recuperación.
Se iniciaron entonces intensas sesiones legislativas para tratar las iniciativas
más audaces de la administración. Así se creó, durante ese período (1935), uno
de los mayores organismos de la presidencia de Roosevelt: Works Progress Ad-
ministration —WPA— (Administración de Ejecución de Obras), que tenía como
objetivo proporcionar trabajo y renta a los desocupados. En ocho años, el proyec-
to empleó a 8.500.000 personas.
Otras medidas clave de esta segunda etapa fueron la ley Wagner y la ley de
Seguridad Social, ambas de 1935. La primera, de relaciones laborales, otorgaba
derechos de sindicalización a los trabajadores, procedimientos de negociación
colectiva y el derecho de huelga; la segunda establecía pensiones de vejez y viu-
dez, subsidios de desempleo y seguros por incapacidad.
La ley de Seguridad Social tuvo muchos detractores entre los hombres de ne-
gocios estadounidenses. La Asociación Nacional de Fabricantes declaró que esa
ley establecería la “dominación definitiva del socialismo sobre la vida y la in-
dustria”. Una opinión que hubiera hecho revolver en su tumba al canciller con-

316 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


servador alemán Otto von Bismark, que estableció las primeras leyes de este tipo
en su país en la década de 1880, dando un incipiente nacimiento al Estado de
Bienestar en Europa, que terminaría imponiéndose en la segunda posguerra. El
punto extremo de los opositores a la ley de 1935 lo alcanzó un miembro desta-
cado de la Cámara de Comercio de Ohio —que sin duda conocía poco de histo-
ria— quien llegó a afirmar que la caída de Roma tuvo su origen en una medida
de esta índole (31).
Estas leyes facilitaron en ese mismo año la formación de una nueva organi-
zación sindical que apoyaría firmemente al gobierno, el Congress of Industrial
Organizations -CIO— (Congreso de Organizaciones Industriales). El CIO estu-
vo integrado por líderes sindicales combativos provenientes en su mayoría de
sindicatos textiles, del petróleo y de otros sectores industriales. Dentro de él sur-
gió un ala izquierdista que creó el Partido Laborista Americano y apoyó en 1940
la reelección de Roosevelt.
Entre los proyectos más polémicos presentados por el presidente estuvo la
reforma impositiva, gracias a la cual se elevó a un 79% la tasa a las ganancias de
los ingresos superiores, que en los años 20 era de sólo el 35%. También se san-
cionó la ley Bancaria y de Utilidades de Empresas Públicas, para aumentar el
control sobre esas instituciones. Roosevelt, en un discurso del 28 de abril de
1935, en referencia al proyecto sobre empresas públicas, señalaba: “[...] bajo el
dominio de conglomerados económicos, las industrias de los servicios de gas y
electricidad se han mantenido en una guerra sin esperanzas entre ellas y el senti-
miento público. [...] La administración ausente de una empresa innecesariamen-
te controlada por un conglomerado ha perdido el contacto y la solidaridad con las
comunidades a las que pretende servir” (32).
La necesidad de elaborar nuevas leyes disminuyó después de 1936, y la opo-
sición a la prórroga del New Deal aumentó rápidamente, sobre todo en los esta-
dos del sur. Así, cuando los indicadores económicos comenzaron a mostrar una
mejoría que parecía robusta, crecieron las manifestaciones de oposición a los au-
mentos del gasto público entre los sectores empresarios. Estas presiones induje-
ron al gobierno a implementar una política de equilibrio presupuestario, cuya
consecuencia fue una retracción del gasto que afectó severamente a la economía,
la que entró nuevamente en recesión hacia 1937.
El desempleo, que había bajado a menos de un 15%, se elevó nuevamente
hasta alcanzar casi al 20% de la población económicamente activa (PEA). Mien-
tras tanto, el crecimiento de la producción se frenó y en 1938 cayó en más de un
4%. A partir de esta nueva crisis, el Estado aceleró su rol de agente promotor del
crecimiento económico, influido más directamente por el pensamiento keynesia-

217
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
no, que difundían el asesor económico del presidente, Lauchlin Currie, y el pro-
fesor Alvin Hansen, entre muchos otros economistas.
De ese modo en 1938 el gasto público aumentó en un 50%, pero hacia 1939
el tema se discutía menos porque la atención de la opinión pública comenzó a
centrarse principalmente en la política exterior y en la defensa nacional. La ela-
boración de la legislación estrictamente ligada al New Deal había concluido,
aunque su aplicación amplió de modo definitivo el papel del gobierno federal,
especialmente en lo referente a la planeación económica, el empleo y la seguri-
dad social y las inversiones públicas.
Proporcionó, además, al gobierno federal un mayor control sobre la oferta
monetaria y los criterios de la Reserva Federal, además de una nueva perspectiva
sobre las consecuencias económicas de su propio sistema de impuestos, présta-
mos y gastos, lo que permitió plantear políticas anticíclicas y reducir los efectos
negativos de posteriores épocas de recesión. Por otro lado, los sectores favora-
bles a esta legislación, reunidos en torno al Partido Demócrata con el nombre de
Coalición del New Deal, triunfaron en las elecciones de los años siguientes per-
mitiendo renovar su mandato presidencial en 1940 y en 1944 al propio Roose-
velt e, incluso, de alguna manera, la elección de su sucesor desde 1945 (debido
a la muerte del presidente), Harry S. Truman, en 1948. En verdad, el sector más
progresista de la coalición, encabezado por el que había sido vicepresidente en-
tre 1940 y 1944, Henry Wallace, quedó desplazado de la conducción y se enfren-
taría posteriormente a Truman —de posiciones mucho más conservadoras— en
esas mismas elecciones de 1948, liderando un nuevo partido, con el apoyo de los
comunistas, que no obtuvo muchos votos (33).
El balance del New Deal continúa siendo discutido en el mundo académico
estadounidense. Sin embargo, existen pocas dudas de que no consiguió una recu-
peración económica completa de su país —lo que terminaría por lograr el esfuer-
zo productivo de la Segunda Guerra Mundial- y que representó, en cambio, un
punto de inflexión en la historia económica, política y social de Estados Unidos
por su orientación más progresista, diferente de la de los gobiernos que lo prece-
dieron y sucedieron.

4. La Gran Depresión en Europa. Las políticas económicas:


Alemania, Gran Bretaña, Francia. El retorno al esquema imperial.
El triunfo del nazismo

Para comprender las primeras reacciones frente a la crisis es necesario colocar-


se en el contexto de la época. Para la mayoría de los políticos y economistas li-

318 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


berales las crisis son “purgas” que deben permitir al capitalismo volver a crecer
sin intervención del Estado. A esta cuestión debe agregarse el contexto de la dé-
cada de 1920 marcado, sobre todo en sus inicios, por la inflación y el déficit fis-
cal, que hicieron prevalecer la aplicación de políticas ortodoxas. Éstas iban a ser
aplicadas sobre todo en Europa, donde a pesar de la presencia de sectores de iz-
quierda, influidos por la Revolución Rusa y otras corrientes ideológicas, predo-
minaba un pensamiento conservador o directamente reaccionario, aun más teme-
roso por los procesos revolucionarios vividos en el continente.
La depresión fue intensa allí hasta 1932. La producción industrial se de-
rrumbó mientras que las tasas de desempleo se dispararon. Como puede verse
en el Cuadro 7, entre 1929 y 1932, en Alemania el producto del sector fabril
cayó un 40%, y el producto interno bruto (PIB) en más de un 15%. En Francia,
el primero disminuyó un 25% y el PIB un 11%. El impacto en Gran Bretaña fue
menor, su producción industrial se redujo un 11,4% y su PIB un 5,8%.

Cuadro 7
Variación de la producción industrial y del PIB entre 1929 y 1938

Países 1929 -1932 de 1932/33 a 1937/38


Prod. industrial PIB Prod. industrial PIB
Alemania -40% -15,7% 122,2% 67,5%
Gran Bretaña -11,4% -5,8% 52,9% DSIZO
Francia -25,6% -11% 20% 27,9%
Fuente: Aldcroft (1997).

Cuadro 8
Tasas de desempleo en Gran Bretaña y Alemania (1929-1935, en %)

| Año Gran Bretaña Alemania


1929 72 e)
1930 ¿ióEL 973
1931 14,8 ES
1932 OS eZ
1933 13,9 14,8
1934 aah tó 53
19539 10,8 (E

Fuente: A. Maddison (1991).

319
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
Las tasas de desempleo sufrieron, a su vez, en Gran Bretaña y Alemania un
aumento significativo hasta 1933 para luego ir descendiendo (Cuadro 8).
En varios países la recuperación comenzó en 1932, pero fue en 1933 cuan-
do ese proceso tomó fuerza. Sin embargo se continuaron experimentando retro-
cesos. La recuperación fue continua hasta 1937/38, cuando se interrumpió, al
igual que en Estados Unidos, para retomar luego un curso ascendente con el im-
pulso de la guerra. De todas formas, al final de la década el desempleo era toda-
vía alto, mientras que no se había alcanzando el nivel de actividad de antes de la
depresión.
Veamos la situación particular en los tres países principales: Gran Bretaña,
Alemania y Francia. En septiembre de 1931 Gran Bretaña decidió el abandono
del patrón oro. A partir de esta decisión, la libra esterlina ingresó en un esquema
de flotación, mientras la política británica se caracterizó por el dinero barato y el
proteccionismo. Más allá de estas medidas, la crisis económica no generó nin-
gún tipo particular de políticas expansivas. No se produjo un aumento del gasto
público y los gobiernos no impulsaron ningún plan de obra pública, ni de gene-
ración de empleos; más bien se limitaron a incentivar la actividad privada, por
eso las facilidades para el acceso al crédito y el acento en el proteccionismo.
A pesar de esas políticas poco activas, la recuperación en Gran Bretaña fue
importante y sostenida. Uno de los sectores que más contribuyó a ese comporta-
miento fue el de la construcción, que tuvo un andar dinámico en la década de
1930. Entre 1933 y 1938 el PIB creció en un 25,8%. El desempleo, sin embar-
go, se mantuvo en niveles altos. Hay que tener en cuenta que la economía britá-
nica se encontraba en pleno retroceso desde los años 20, y se enfrentaba a pro-
blemas estructurales que excedían las consecuencias de la Gran Depresión.
La recuperación tuvo dos elementos principales; en primer término, el soste-
nimiento del mercado interno, pese a que las políticas económicas tuvieron un
marcado signo ortodoxo. Frente al informe del Comité May, reunido para exami-
nar la situación de las finanzas públicas, Keynes señalaba irónicamente que “es
el documento más idiota que haya tenido la mala suerte de leer”. En segundo lu-
gar, ayudo también el repliegue del sector externo sobre el Commonwealth aban-
donando el libre comercio y volviendo al sistema de preferencias imperiales en la
Conferenciade Ottawa, en 1932. Se conformó así una zona de la libra esterlina,
después de su devaluación, que permitió superar en parte las limitaciones exter-
nas. Durante un tiempo las entradas de capitales superaron a las salidas y el co-
mercio se restableció por el intercambio preferencial con colonias y ex colonias.
Alemania fue uno de los países europeos que más intensamente sufrió la de-
presión a principios de la década de 1930, pero también el que más v1gorosamen-

320 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» /Capital Intelectual


te se recuperó. Entre marzo de 1930 y mayo de 1932, el canciller alemán Hein-
rich Brúning implementó una política deflacionista. Los salarios de los funcio-
narios disminuyeron un 10%, y en general los gastos públicos, salvo los milita-
res, sufrieron una merma. Se aumentaron las tasas de interés y se logró mantener
una balanza comercial excedentaria, pero estas medidas no pudieron evitar gran-
des salidas de capital, sobre todo norteamericanos. Por otro lado, desde 1931 el
Estado tomó el control del aparato bancario y de parte de la industria sin lograr
frenar la recesión.
En 1932, el ya anciano mariscal Paul von Hindenburg, al frente de las fuer-
zas conservadoras, fue electo presidente, mientras el partido nazi (Partido Nacio-
nal Socialista Obrero Alemán), liderado por Hitler, se constituyó en la primera
fuerza en el Parlamento al obtener el 37% de los votos. En enero de 1933 el pre-
sidente nombró a Hitler canciller de la República de Weimar, y pronto abolió la
república e inició una dictadura.
Así como la crisis en Alemania fue una de las más profundas de Europa, la
recuperación llegó rápido a partir de políticas que eran inaceptables en otros paí-
ses. Con Hitler al frente del gobierno, la política nazi se caracterizó por una fuerte
intervención del Estado en la economía con el apoyo de las más grandes corpo-
raciones alemanas, como Thyssen y Krupp. La actividad comenzó a recuperarse
en 1933 a partir de un fuerte incremento del gasto público, apuntalado y acen-
tuado en una segunda etapa con una política de rearme. El gasto militar que era
de un 3% de la renta nacional en 1933, llegó a más del 20% en 1939. A su vez,
el producto creció cerca del 60%, y la producción industrial se duplicó. Todo ello
en el marco de políticas autoritarias, racistas y, poco después, también de exter-
minio de comunidades enteras, principalmente la judía, y de la eliminación de
cualquier tipo de oposición política (34).
Otros dos episodios importantes, en el marco de la Gran Depresión en Eu-
ropa, fueron el triunfo del Frente Popular (FP) en Francia, en 1936, y la Guerra
Civil Española, que se desarrolló entre ese año y 1939. Llegado al poder luego
de una marea de movimientos populares y un clima social contestatario, el pro-
grama del FP, liderado por el socialista León Blum, era moderado e intentaba re-
emplazar la deflación por una “reflación”, mejorar el poder de compra de los
trabajadores y realizar grandes obras públicas. También procuró poner en prác-
tica ciertas reformas estructurales quitando el control de la Banca de Francia a la
oligarquía financiera de las llamadas “doscientas familias” (núcleo principal del
establishment francés). Mediante los acuerdos de Matignon se lograron alzas de
salarios del 7% al 15%, pero, sobre todo, el reconocimiento patronal a la nego-
ciación colectiva y la aceptación de los sindicatos. También se aprobaron una

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


uy)159)
serie de leyes sociales importantes, como la semana de cuarenta horas y la re-
cuperación de los salarios de los funcionarios públicos, que habían sido reduci-
dos en un 10%.
En cuanto a la Guerra Civil Española fue considerada el preludio de la Se-
gunda Guerra Mundial y una consecuencia indirecta de la depresión. En el mar-
co de la ya proclamada Segunda República, instaurada en 1931, en febrero de
1936 el Frente Popular, conformado por comunistas, socialistas y radicales, ganó
en los comicios realizados ese año. Se trataba de una opción que ponía en peli-
gro los valores predominantes de una España tradicional que no quería ceder sus
privilegios.
En este contexto, en el mes de julio, el general Francisco Franco encabezó
un levantamiento, marchando hacia Madrid con el objetivo de tomar el poder. El
gobierno republicano, elegido democráticamente, decidió organizar la resisten-
cia militar, iniciándose la Guerra Civil. El bando falangista liderado por Franco
contaba con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini. El bando re-
publicano, por su parte, recibió la ayuda de la Unión Soviética. De esta forma, la
Guerra Civil Española sirvió como terreno de ensayo para la guerra mundial que
estallaría poco tiempo más tarde.
El final de la contienda se produjo, con el triunfo franquista, el 1 de abril de
1939, a casi tres años de su inicio y con un número de víctimas civiles que se cal-
cula entre 500 mil y un millón. La dictadura de Franco se extendería hasta su
muerte en 1975. Las consecuencias de la guerra, tanto demográficas como ma-
teriales, culturales y políticas, dejaron en España una profunda huella (35).

5. La Segunda Guerra Mundial. El esfuerzo productivo y la


pérdida de recursos materiales y humanos. Bretton Woods: la
creación de un sistema monetario internacional. El fin de la
depresión. El mundo de posguerra y la Guerra Fría

Los años de la Gran Depresión debilitaron el sistema de relaciones internaciona-


les y fortalecieron los regímenes autoritarios y corporativos. La Alemania de Hi-
tler y la Italia de Mussolini —al igual que Japón—, comenzaron a desplegar una
política expansionista y agresiva hacia otras naciones en nombre de una mayor
disponibilidad de “espacio vital” para su población y para su sector industrial. Se
estaban incubando las bases del conflicto que mayor cantidad de vidas humanas
(62 millones) se ha cobrado hasta nuestros días: la Segunda Guerra Mundial.
La depresión se superó finalmente no por las políticas activas aplicadas en
los países más desarrollados —como el New Deal en Estados Unidos- sino por el

2 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


inmenso proceso de destrucción de recursos y de vidas que significó la guerra
para poder liquidar las excrecencias del fascismo y el nazismo. En el dramático
conflicto bélico se enfrentaron dos grupos de naciones: por un lado, los aliados,
encabezados por Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética, es decir,
los principales países capitalistas del campo democrático y la nación que había
realizado una revolución anticapitalista; y por otro, los integrantes del Eje nazi-
fascista, conformado por Alemania, Japón, Italia y otros regímenes satélites.
Británicos y soviéticos habían sido agredidos por la Alemania nazi, y EE.UU.
por Japón.
Durante el transcurso del conflicto la producción mundial creció a niveles
considerables (casi más de un 20%) como consecuencia del esfuerzo productivo
y a pesar de las destrucciones y pérdidas de recursos, pero existieron diferencias
entre los países. La industria norteamericana alcanzó tasas anuales que supera-
ron el 15%; en 1944 eran dos veces y media superior a su nivel de preguerra,
mientras que en el caso de los bienes durables se había incrementado tres veces
y media. El Producto Nacional Bruto creció de 264 mil millones de dólares, en
1938 a 360 mil millones entre 1941 y 1944, y la ocupación era prácticamente
plena (36). Por su parte, el Reino Unido registró niveles más reducidos de creci-
miento.
En este contexto, las ramas vinculadas al aparato militar fueron, por supues-
to, las que más se destacaron; en cambio, las de bienes de consumo decrecieron
o se mantuvieron estables. La intervención estatal en la economía se profundizó
mediante el racionamiento de productos esenciales, la distribución de materias
primas y la reorientación de la mano de obra hacia actividades relacionadas con
el conflicto bélico.
Ya en vísperas de la finalización de la guerra, los países aliados, práctica-
mente vencedores, fueron preparándose para diseñar la construcción de un nue-
vo orden económico internacional, para lo cual se reunieron en 1944 en la Con-
ferencia Económica Internacional de Bretton Woods, en Estados Unidos. Tenían
como experiencia aleccionadora la crisis de 1929, que trajo como consecuencia
la quiebra del sistema multilateral de comercio y pagos poniendo al desnudo las
insuficiencias del libre comercio y del esquema de patrón oro para controlar las
finanzas internacionales (37).
Durante el año previo a esa reunión se discutieron dos planes de reorganiza-
ción de la economía mundial: el elaborado por Harry Dexter White, subsecreta-
rio del Tesoro estadounidense, y el plan de John M. Keynes, que representaba al
Reino Unido. Después de largas discusiones entre estadounidenses y británicos
se llegó a un acuerdo para crear el Fondo Monetario Internacional (FMI), por un

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


uy159)uy
lado, y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), luego Ban-
co Mundial, por otro.
Originariamente el Plan White aspiraba a crear un organismo que otorgara
financiamiento a los países con problemas en sus balanzas de pagos, evitando los
ajustes tradicionales. A través del establecimiento de medidas regulatorias de los
flujos de capitales internacionales, procuraba que no se efectuaran devaluaciones
competitivas ni que se repitieran los procesos deflacionarios característicos de la
época del patrón oro; inclusive, apuntaba a asegurar el pleno empleo mediante
créditos destinados a mantener políticas expansivas.
Keynes coincidía con White acerca de la necesidad de regular los flujos de
capitales, e iba más lejos en la crítica al laissez faire. Pero no estaba de acuerdo
en que Gran Bretaña renunciara al libre manejo de su política económica inter-
na y, en particular, a la administración del valor de la libra. El orden financiero
a crearse no debía depender de las políticas de Washington, se tendría que esta-
blecer una moneda internacional, y la sufriente economía británica debería ser
apoyada con un importante préstamo por parte de Estados Unidos.
A su vez, el Plan White encontró resistencias entre los banqueros y políticos
conservadores estadounidenses, que lo consideraban un producto del internacio-
nalismo rooseveltiano. En el Congreso no se aceptaba que el Fondo tuviera inci-
dencia en las políticas norteamericanas sobre el comercio exterior, los flujos de
capitales o el tipo de cambio y que, siendo EE.UU. el mayor aportante de fondos
del FMI, tuviera que compartir su manejo con los otros miembros.
Lo que finalmente se aprobó fue la creación de un sistema monetario inter-
nacional que procuraba lograr un cierto equilibrio entre los tipos de cambios.
Mediante este esquema, cada país se veía obligado a establecer una paridad fija
de su moneda en términos de oro o de dólares, aunque la misma podía modifi-
carse. Al mismo tiempo, para afrontar problemas de pagos y de financiamiento
se creaba un fondo de crédito internacional compuesto por las contribuciones de
los países miembros. Se desechó el Plan Keynes de crear una moneda interna-
cional y se aceptó la primacía del dólar como moneda clave en una relación fija
con el oro. Por su contribución y votos, Washington se reservó un poder decisi-
vo en la nueva institución.
De esta manera se diseñó un sistema multilateral de pagos basado en la libre
convertibilidad de las monedas y en la eliminación de los controles de cambio en
las transacciones comerciales, convirtiéndose el dólar en la única divisa de refe-
rencia. Gradualmente, el FMI fue adquiriendo las características que hoy le co-
nocemos, promoviendo la aplicación de ajustes ortodoxos y alejándose de los
propósitos con que pretendían dotarlo sus gestores iniciales. Aunque hubo difi-

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


cultades para implementar los acuerdos de Bretton Woods, éstos terminaron
siendo fundamentales en el crecimiento de la economía capitalista mundial en
las décadas siguientes, y en el afianzamiento del liderazgo económico de Esta-
dos Unidos.
Este país emergió de la Segunda Guerra Mundial como la potencia dominan-
te del escenario internacional. Para sostener esta hegemonía, proyectó un nuevo
orden mundial caracterizado por rasgos eminentemente liberales. Este entrama-
do debía construirse sobre bases económicas y financieras diferentes a las de
épocas anteriores, y para eso se habían establecido las normas del sistema mo-
netario internacional impuestas en Bretton Woods. El gobierno de Washington
aspiraba a alcanzar una economía abierta en el marco de un sistema de comercio
multilateral, con tipos de cambio fijos y convertibilidad de las monedas nacio-
nales. Al mismo tiempo, los países europeos se enfrentaron a los problemas de-
rivados de la reconstrucción de sus economías y a la perspectiva de restaurar un
sistema multilateral de pagos.
Las restricciones impuestas por el FMI a la disponibilidad de reservas inter-
nacionales, tipos de cambio fijos y posibilidades de crédito restringidas, entra-
ban en profunda contradicción con los abultados déficits comerciales que pre-
sentaban la mayor parte de los países europeos al finalizar la contienda. Los
créditos otorgados directamente por el gobierno estadounidense a los países eu-
ropeos, 12.000 millones entre 1945 y 1947, eran insuficientes para impulsar la
reconstrucción de las economías del Viejo Mundo. La distancia insalvable entre
el sistema normativo ideado en Bretton Woods y los grandes desequilibrios que
presentaba la economía mundial en la inmediata posguerra imposibilitaron la im-
plementación de un acuerdo general hasta mediados de la década de 1950. El
FMI y el BIRF quedaron circunscriptos en su accionar. Este último abandonó,
además, el apoyo a la reconstrucción europea para comenzar a dedicarse exclu-
sivamente al financiamiento del desarrollo, razón por la cual cambió su denomi-
nación por la de Banco Mundial (BM).
En el plano político, las naciones aliadas durante la guerra fueron diseñando
la estructura de un ámbito internacional que debía dar cabida a la mayoría de los
países del planeta, generando las condiciones para el surgimiento de la Organi-
zación de las Naciones Unidas (ONU). Sin embargo, y para lograr la participa-
ción de la Unión Soviética en este organismo, el presidente Roosevelt tuvo que
negociar con Joseph Stalin, en la Conferencia de Yalta febrero de 1945- impor-
tantes acuerdos sobre áreas de influencia en Europa y Asia. La derrota alemana
había creado en los países de Europa Central un vacío de poder, al mismo tiem-
po que los soviéticos afianzaban su influencia en Europa Oriental. En forma si-

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


us159)un
milar, la caída del imperio japonés dejó abierta la posibilidad del avance de pro-
cesos nacionalistas o revolucionarios en Asia Oriental.
Esta situación empujó al presidente estadounidense Harry S. Truman, que
sucedió a Roosevelt luego de su muerte en abril de 1945, a oponerse a la expan-
sión de los intereses soviéticos o de sus aliados reales o potenciales, sentando las
bases de la llamada política de “contención” del comunismo.
Junto a las tensiones entre las dos grandes potencias, Washington debió en-
frentar las dificultades que experimentaba la reconstrucción europea. El Viejo
Continente demandaba grandes cantidades de materias primas, maquinarias y
bienes de consumo durables, pero no tenía productos de exportación ni divisas
suficientes para financiar tales importaciones. En cambio, Estados Unidos dis-
ponía de enormes excedentes de producción y temía no poder evitar otra depre-
sión. Estas circunstancias, y el objetivo geopolítico de querer detener el temido
expansionismo soviético, tornaron necesaria la elaboración de un programa de
ayuda unilateral a Europa Occidental. De esta manera, las metas económicas vin-
culadas a la reconstrucción europea podían ensamblarse con los intereses mate-
riales y la estrategia política mundial de Estados Unidos: así surgió, en junio de
1947, el Plan Marshall (38).
Concebido en esos términos, este plan apuntaba en particular a la renovación
de la infraestructura europea, al incremento de la producción agrícola e indus-
trial y al sostenimiento de políticas que propiciasen al mismo tiempo el creci-
miento de esos países y su estabilidad monetaria y financiera. El Plan Marshall
produjo resultados favorables en la primera etapa de su implementación, entre
1948 y 1949. La producción industrial europea creció a un promedio del 30%
anual y hubo un gran avance en la reconstrucción de la infraestructura.
A su vez, desde un punto de vista geopolítico el Plan fue decisivo en la con-
tención de la presunta amenaza comunista a través de la ayuda no sólo a los paí-
ses occidentales vencedores sino, en particular, al gran derrotado, que luego, con
el nombre de Alemania Federal —en una nación dividida—, representaría la última
frontera de Occidente (ocurrirá lo mismo en Asia con la reconstrucción de Ja-
pón). También contribuiría, años más tarde, a la creación de la Comunidad Eco-
nómica Europea (CEE).
Dentro de este marco, las reformas emprendidas en el oeste de Alemania ha-
bían dado pie a que la Unión Soviética bloqueara a Berlín occidental, hecho que
significó, entre otras cosas, los comienzos de la llamada Guerra Fría y precipitó
la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949,
cuya contrapartida militar lo constituyó el Pacto de Varsovia, establecido entre
los países del Este de Europa.

326 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


El mundo se escindía en dos bloques: el capitalista occidental, bajo la hege-
monía de EE.UU., y el oriental, de economías centralmente planificadas, bajo la
influencia de la Unión Soviética.
La Guerra Fría significó la existencia de un orden mundial bipolar y se ca-
racterizó por el clima de tensión predominante entre las dos superpotencias, que
llevó al mundo al borde de la guerra nuclear. Si bien atravesó distintos momen-
tos, sus rasgos principales fueron la carrera armamentista y espacial, la lucha
ideológica y los enfrentamientos armados (aunque nunca en forma directa) en
diversas partes del planeta, ya sea a través de la participación de alguna de esas
superpotencias (como en Vietnam o Afganistán) o por medio de terceros países
(como en Corea). Pero también tuvo etapas de coexistencia pacífica y de disten-
sión, al menos en las expresiones de sus líderes. Los movimientos nacionalistas
y antiimperialistas y el de los países “no alineados”, las revoluciones china y cu-
bana y las transformaciones políticas y sociales en ambos bloques, constituye-
ron también episodios que forman parte indisoluble de la historia de este largo
período del siglo XX.
En realidad, las fuerzas profundas que alimentaron la Guerra Fría por parte de
Estados Unidos conjugaron su gran capacidad industrial y financiera con la vo-
luntad de construir en la mayor parte del globo un sistema económico y político
bajo los valores del capitalismo. El bloque soviético se derrumbó con la caída del
Muro de Berlín en noviembre de 1989, pero la crisis de los años 70 iba a marcar
los límites del modelo opuesto, una de cuyas expresiones más significativas fue
la crisis económica mundial que estalló en el 2007 y que ya analizamos.

6. Pensamiento y políticas económicas sobre la crisis y la


depresión en Estados Unidos: los economistas heterodoxos

La Gran Depresión constituyó un campo propicio para el debate académico y


para el surgimiento de nuevas teorías económicas. Economistas y gobernantes se
enfrentaron con una crisis que había generado un deterioro de la situación social
sin precedentes (39).
La crisis mostró la incapacidad del saber teórico reinante para solucionar —y
entender— los problemas económicos que generaba. Eran necesarias nuevas he-
rramientas de intervención dirigidas a solucionar las graves consecuencias eco-
nómicas y sociales de la depresión: desocupación, deflación y parálisis de los
sectores productivos. Los debates académicos que se suscitaron al respecto son
un elemento importante para comprender las políticas económicas aplicadas en
los sucesivos gobiernos del presidente Roosevelt, conocidas globalmente como

52
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
New Deal. Siguiendo los debates de algunos de los principales hacedores de la
política económica y de intelectuales de la época, se puede advertir la presencia
de distintas corrientes heterodoxas que comenzaron a prevalecer en esos años.
Especialmente se puso en duda la ley de Say, que afirmaba que, a través del
mercado, toda oferta crea su propia demanda cualesquiera fueren los niveles de
producción y empleo. O, en palabras del mismo Say: “Se ve pues, que el solo he-
cho de la producción de un bien crea, en ese instante, un mercado para otros bie-
nes” (40). De allí se desprende un segundo supuesto. Según los economistas neo-
clásicos, la parte del ingreso ahorrado (no gastado en bienes de consumo) se
destina a la inversión, en tanto que la demanda futura se satisface mediante la in-
versión presente. Por consiguiente, no se concibe la posibilidad de depresiones
permanentes: lo que no se destina al consumo actual se invierte para producir bie-
nes que se consumirán en el futuro.
Las críticas provenientes del pensamiento económico heterodoxo partían del
principio de que había, en verdad, una contradicción entre el interés de cada in-
dividuo y el interés de todos; que ambos no coincidían en la práctica (41). Como
señala Marx, criticando la existencia de un presunto “equilibrio” entre compra-
dores y vendedores: “El carácter general de la metamorfosis de las mercancías
—que lleva implícita tanto la disociación de la compra y la venta como su uni-
dad—, lejos de excluir la posibilidad de que el mercado se halle abarrotado de
mercancías en general, conlleva inherente, por el contrario, esa posibilidad” (42).
Años más tarde, Keynes expresaría una idea parecida en su Teoría General
tomando los conceptos de la economía neoclásica: resultaba una falacia suponer
la existencia de “un eslabón que liga las decisiones de abstenerse del consumo
presente con las que proveen al consumo futuro, siendo que los motivos que de-
terminan las segundas no se relacionan en forma simple con los que determinan
las primeras” (43).
En síntesis, el incumplimiento de la ley de Say ya estaba presente en los es-
critos económicos de Marx, no obstante fue necesario que la crítica saliera desde
las propias entrañas de la economía ortodoxa, de la mano de Keynes, para que to-
mara fuerza suficiente como para causar una revolución en el mundo de las ideas.
¿Qué debería entonces hacerse ante una depresión tan profunda? Según los
economistas ortodoxos, la sola existencia de las condiciones de libre mercado lle-
varía al restablecimiento del equilibrio; toda intromisión de la política económi-
ca en una dirección contraria a garantizar el laissez faire perpetuaría la crisis.
En opinión de Alan Sweezy, un economista formado en esa época (y herma-
no del más conocido marxista Paul Sweezy), “el concepto de ciclo de negocios
dominaba el pensamiento de economistas y empresarios. Estrechamente vincu-

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


lado a ello existía la convicción de que las depresiones desempeñaban una fun-
ción terapéutica”; eran fundamentales para compensar los excesos y desajustes
de los períodos de auge (44).
Como una muestra de esta tesis, en una sesión de la reunión anual de la 4me-
rican Economic Association de 1931, dedicada a la problemática de la depresión
económica, Joseph Schumpeter, el principal teórico de los ciclos, atribuía la cri-
sis a factores múltiples (desde tecnológicos a monetarios), y señalaba que era
una crisis mundial y no sólo norteamericana. Pero no consideraba que pudiera
haber sido evitada ni tampoco que existieran políticas capaces de superarla. Para
él, la crisis seguiría su curso hasta que viniera un nuevo ciclo de crecimiento e
invirtiera el proceso. Era un “liquidacionista”, es decir, tenía fe en el propio fun-
cionamiento de la economía capitalista para remediar la situación (45).
En cambio, otras corrientes de economistas veían la necesidad de solucionar
con prontitud los problemas generados por el funcionamiento del capitalismo en
su país, aunque se expresaban con una amplia variedad de enfoques. Una parte
de ellos sostenía que los fenómenos de la crisis y la desocupación involuntaria
constituían males ocasionales y, en consecuencia, una vez atacados los mismos
mediante la intervención del Estado, la iniciativa privada volvería a asegurar la
eficiencia y la igualdad económica.
Desde una óptica diferente, y ubicados en un pensamiento más heterodoxo,
algunos pensaban que las consecuencias negativas de la Gran Depresión no po-
dían resolverse con medidas coyunturales y que se requería algo más que una in-
tervención del Estado. Podían llegar a afirmar, como lo hacían economistas de la
escuela “institucionalista”, que se necesitaba el instrumento permanente de la
planificación económica, o incluso reconocer, como una solución posible, cier-
tos aspectos de la experiencia soviética en ese sentido aunque no fueran marxis-
tas ni estuvieran consustanciados con el ideario socialista.
Así se expresaba un joven Harry Dexter White en una carta al profesor Taus-
sig: “Mi interés se ha despertado por los crecientes reclamos sobre que nuestra
economía doméstica debe de estar aislada contra desequilibrios críticos [...] me
pregunto si no sería posible desarrollar medios que permitirían hacer nuestros
asuntos domésticos menos sensitivos a esos disturbios forzados [...] El camino,
sospecho, puede estar vinculado en dirección de un control centralizado del co-
mercio y el cambio externos [....] Estoy leyendo ruso en la esperanza de que
pueda conseguir una beca que me permita pasar un año en Rusia. Entonces po-
dría estudiar intensivamente la técnica de la planificación en el Instituto de In-
vestigación Económica del Gosplan” (46). Como sabemos, White sería luego
subsecretario del Tesoro.

329
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
Ya fuera que se la considerara como instrumento coyuntural o como de más
largo alcance, la planificación económica fue discutida por una gran cantidad de
académicos, muchos de los cuales participaron en el gobierno de Roosevelt,
quien se rodeó de profesores universitarios (economistas, abogados, politólo-
gos), actitud que constituía una novedad —y un escándalo para muchos— en Was-
hington, dado que la costumbre era que sólo hombres de negocios y políticos
fueran consultados o colaboraran con el gobierno. Algunos de esos académicos,
integrantes del llamado Brain Trust (Trust de cerebros), que asesoraban directa-
mente al presidente, habían tenido una activa participación en los debates teóri-
cos impulsados por la depresión. Coincidían con Roosevelt en la capacidad de la
intervención gubernamental para organizar y regular a los sectores económicos
como un medio para salir de la recesión.
“La brecha en la ortodoxia clásica que representaron estos economistas
—dice Galbraith— fue un factor favorable en la evolución hacia el Estado de Bie-
nestar”, que se manifestaría en esos años con la sanción de las leyes de relacio-
nes de trabajo y de seguridad social. Fueron Veblen, Richard Commons y otros
economistas institucionalistas los que introdujeron en Estados Unidos las ideas
principales sobre políticas de redistribución de ingresos. Y fue, sobre todo, por
el accionar de los más jóvenes economistas que integraban esas nuevas corrien-
tes de pensamiento (no eran keynesianos aunque algunos luego lo devinieron) —y
que entraron en malón desde el ámbito universitario a trabajar en el gobierno de
Roosevelt—, que la palabra “profesor” adquirió para muchos una connotación
oprobiosa, como la de “desviado sexual”, señala Galbraith (47).
El representante más conocido de la corriente institucionalista que llegó a al-
tos cargos en la administración de Roosevelt fue Rexford Tugwell, uno de los tres
miembros primigenios del Brain Trust, nombrado luego subsecretario de Agri-
cultura. Desde este lugar trabajó junto a un ardiente newdealer, Henry A. Walla-
ce, secretario de esa área entonces y más tarde vicepresidente. Tugwell era un se-
vero crítico del laissez faire; en su visión, la libertad de mercado permitía a los
empresarios aumentar sus ganancias no sólo con su actividad productiva sino
también mediante conductas especulativas, provocando incertidumbre. Opinaba
que la industria cumplía ante todo una función social, lo que implicaba “una
fuerte responsabilidad en la provisión de los productos necesarios [para la socie-
dad)” (48).
Tugwell exhortaba a la reorganización y revisión de las instituciones existen-
tes bajo nuevos principios inspirados en la planificación de la economía. El go-
bierno debería ajustar la producción al consumo a través del control de los pre-
cios y de los márgenes de ganancias y, como primer paso, asegurar una adecuada

UI(08)o Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


capacidad de compra. Los grupos de poder podrían representar un obstáculo para
la aplicación de estas políticas en la medida en que la planificación requería con-
trolar los beneficios, más que las cantidades producidas o los precios de venta.
En verdad, Tugwell no abogaba por un cambio radical, pero pensaba en la nece-
sidad de establecer organismos de control, que bajo la inocente apariencia de ins-
tituciones consultivas representasen un avance en la necesidad de dar orden y ra-
zón al sistema económico por sobre la competencia aventurera.
Con relación al tema agrario, Tugwell analizaba los problemas estructurales
del sector, que habían empeorado desde principios de la década de 1920. Para él,
los precios de los bienes agrícolas y de los no-agrícolas tenían comportamientos
diferentes durante el ciclo económico: los primeros subían más en los momen-
tos de auge, pero caían también con mayor intensidad durante la depresión, con
una tendencia descendente en el largo plazo. Una política para ayudar a la agri-
cultura debía tener por objetivo elevar el nivel de vida de los trabajadores agrí-
colas, pero no sólo a través del aumento de la productividad —como preconiza-
ban los economistas ortodoxos— sino mediante el mejoramiento de los sistemas
de salud y educación, del incremento de la fertilidad de las tierras más pobres y,
fundamentalmente, de la articulación del sector con la industria. Este último pro-
pósito permitiría generar nuevos usos de los productos primarios contrarrestan-
do el monocultivo y la inelasticidad de la oferta, que constituían su característl-
ca principal (49).
Estas ideas cambiarían la vida de los agricultores estadounidenses, porque a
partir del gobierno de Roosevelt se abandonaría toda política de proteccionismo
tarifario y se comenzaría a aplicar, como ayuda al sector, las subvenciones agrí-
colas (50).
Adolph Berle Jr., también miembro del Brain Trust, hizo otro aporte a la eco-
nomía de considerable repercusión en su época, aunque era de profesión aboga-
do. Fue el coautor, junto a Gafdiner Means, de un libro sobre las grandes corpo-
raciones, The Modern Corporation and Private Property, en el cual se denuncia
la tendencia a la concentración del poder económico en pocas manos. Por un
lado, los autores estimaban que las doscientas mayores sociedades anónimas no
bancarias de Estados Unidos poseían casi la cuarta parte de la riqueza del país.
Por otro, discutían la importancia creciente de la figura del ejecutivo, cuyo pro-
pósito, a diferencia de empresarios o accionistas dueños del capital— no era el
de maximizar las ganancias de la empresa sino el de obtener ventajas persona-
les. Aparecía así una nueva figura económica: los burócratas de las grandes cor-
poraciones (51).
Berle y Means atacaban de este modo dos ejes centrales de la economía or-

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


todoxa. En primer lugar, mediante un cuestionamiento a los supuestos de la com-
petencia perfecta y del funcionamiento de la libre empresa, sobre los cuales se
había sustentado el sistema económico norteamericano; en segundo término, re-
conociendo que quienes llevaban adelante las decisiones de producción no eran
los mismos empresarios, y poniendo en duda la tesis de que el interés individual
de los capitalistas generaba el crecimiento económico y el bienestar social.
El mismo Roosevelt señalaba en un discurso, en su primera campaña presi-
dencial, que Estados Unidos había alcanzado “la última frontera; no había más
tierras libres, y los trusts industriales se habían vuelto grandes e irresponsables
unidades de poder dentro del Estado” (52).
Por otra parte, si bien el liberalismo estaba arraigado en el pensamiento de
la mayoría de los economistas de la época, las primeras ideas keynesianas aso-
maban ya en muchos de ellos. En esta línea, entre los economistas que tuvieron
un rol destacado durante los gobiernos de Roosevelt, no desde el punto de vista
teórico —como fue el caso de Alvin Hansen, el mayor propulsor de Keynes en Es-
tados Unidos— sino en la elaboración de las políticas económicas, sobresalen
Lauchlin Currie y Harry Dexter White, egresados de Harvard. La primera apari-
ción pública de ambos fue a principios de 1932, cuando junto a P. T. Ellsworth,
autor más tarde de un popular libro sobre economía internacional, redactaron un
memorando dirigido al gobierno de Hoover, en el que se realizaba un análisis de
la crisis y se proponía una serie de medidas para salir de ella a través de políti-
cas activas y de una mayor intervención del gobierno. Entre otras, una nueva po-
lítica bancaria, un aumento de los gastos gubernamentales, planes de obras pú-
blicas, disminución de los aranceles, reducción de la deuda alemana, etc. (53),
muchas de las cuales coincidían con las propuestas económicas que Keynes ve-
nía haciendo en Europa.
Este documento —muy poco conocido, y publicado casi simultáneamente con
el más famoso memorando Harris—, firmado por economistas de renombre, evi-
dencia ya la influencia que Currie y White —que recién habían presentado sus te-
sis doctorales— tendrían posteriormente como portavoces del pensamiento hete-
rodoxo en el gobierno de Roosevelt.
Llamados a Washington, White y Currie se transformaron en funcionarios
clave de la administración Roosevelt, e hicieron una rápida carrera. Currie pasó
a trabajar con el nuevo gobernador de la Reserva Federal, un pintoresco banque-
ro sin antecedentes académicos pero que resultó un pilar del New Deal, Marri-
ner Eccles. Éste, influido por Currie, y en coincidencia con las ideas del Brain
Trust, consideraba esencial para un capitalismo planeado la reforma del Sistema
de la Reserva Federal y la concentración del poder financiero bajo las directivas

Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


de Washington, lejos de los banqueros de Wall Street, a fin de garantizar la recu-
peración económica (54).
Como principal asesor de Eccles, Currie redactó la Banking Act de 1935,
que reorganizó la Reserva Federal y fortaleció su rol apartándola de la influen-
cia de los banqueros, que en algunos casos reaccionaron desfavorablemente Opo-
niéndose a las ideas de Currie (55).
Sin embargo, como ya lo señalamos, en 1937, luego de cuatro años de recu-
peración, la economía norteamericana cayó en una nueva recesión. El PIB bajó
seis puntos mientras que la desocupación aumentó en un año de un 14% a un
19%. Esto dio pie a que los críticos del gobierno acusaran de la situación a los
abultados déficits fiscales. Entonces, Roosevelt, preocupado por la situación,
convocó a una inesperada y larga reunión a tres economistas del gobierno, en-
tre ellos Currie. Allí, éste explicó la situación en forma tan convincente a favor
de volver a políticas expansivas, que llevó al presidente a proponer al Congreso
un aumento apreciable de los gastos gubernamentales en ayuda directa y obras
públicas.
Teniendo en cuenta quizás ese episodio, en julio de 1939 Roosevelt nombró
a Currie —que entonces tenía 36 años— como el primer economista asesor espe-
cial de la Presidencia. Según un autor, el jefe de la Casa Blanca, que en 1934 se
había reunido con Keynes, habría quedado más impresionado por la personali-
dad e ideas de Currie que por las del prestigioso economista británico (56). Cier-
to es que ese mismo año Currie publicó un libro sobre la oferta y el control del
dinero en Estados Unidos cuyas ideas anticipaban a las de Keynes, y que este
mismo reconoció en su visita a Washington: “Aquí y no en Moscú está el labo-
ratorio económico del mundo. Los jóvenes que están manejando esto —decía re-
firiéndose al New Deal- son espléndidos. Estoy asombrado de su competencia,
inteligencia y visión” (57).
Desde ese puesto de asesor, y luego, entre 1943 y 1944, cuando fue nombra-
do director de la Foreign Economic Administration, Currie reclutó a numerosos
economistas y especialistas, algunos después muy conocidos, como John Ken-
neth Galbraith, para trabajar en los equipos del gobierno (58). Finalmente, parti-
cipó en las negociaciones de los préstamos de posguerra a Gran Bretaña y Rusia
y ayudó a su viejo amigo, Harry D. White, en la preparación de la Conferencia
de Bretton Woods.
White, por su parte, tuvo también una brillante carrera dentro de la adminis-
tración Roosevelt, que transcurrió casi en su totalidad en el Departamento del Te-
soro, donde se incorporó como economista de la División de Investigación y Es-
tadísticas en 1935. El mismo año viajó a Europa para estudiar las condiciones

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


¡95uy¡05
monetarias de Bélgica y Holanda, y en una breve estadía en Londres conoció a
Keynes, con quien establecería años más tarde una difícil pero amistosa relación.
Fue promovido en distintas oportunidades; en 1938 fue ascendido a director de
Investigaciones Monetarias y entró así en el círculo íntimo del secretario Mor-
genthau. Mientras tanto, había escrito ya varios memorandos sobre la situación
internacional donde, entre otras cosas, señalaba la amenaza del imperialismo ja-
ponés sobre los intereses económicos norteamericanos y reconocía la legítima
participación de la Unión Soviética en las cuestiones asiáticas (59).
Con el ingreso de Estados Unidos en la guerra, en diciembre de 1941, Whi-
te fue nombrado subsecretario del Tesoro para actuar en vinculación con el De-
partamento de Estado en todo lo concerniente a las relaciones económicas inter-
nacionales y a la creación de un Fondo de Estabilización de Cambios. El llamado
Plan White, de creación de los organismos financieros internacionales (FMI y el
Banco Mundial), comenzaba a nacer desde ese momento, y su protagonista iba
a estar muy pronto en la cima de su carrera como funcionario del gobierno nor-
teamericano y a convertirse en uno de los arquitectos del orden económico inter-
nacional de posguerra.
Pero los destinos de Currie y White no tuvieron luego un final feliz en el cli-
ma de persecución que en los comienzos de la Guerra Fría se abrió contra ex fun-
cionarios de la administración Roosevelt por sus posiciones presuntamente i1z-
quierdistas y antinorteamericanas. White fue uno de los principales protagonistas
del primer proceso celebrado con este fin en 1948 en el Congreso de EE.UU. Se
lo acusaba de tener simpatías con el comunismo soviético e, incluso, de presun-
to espionaje a favor de la URSS durante la guerra.
Entre otras cosas, White redactó en 1944 el llamado Plan Morgenthau, en el
que se planteaba la destrucción total del poder industrial alemán para evitar cual-
quier resurgimiento del fascismo. Un plan que fue rechazado por los aliados oc-
cidentales, quienes prefirieron transformar a la Alemania de la posguerra en un
bastión contra el comunismo, para lo cual ayudaron a su reconstrucción econó-
mica con el ya mencionado Plan Marshall. Este hecho más sus disputas con sec-
tores de derecha en Washington en torno a la formulación de su proyecto para la
creación del FMI y su defensa de la participación en él de los soviéticos, contri-
buyeron a su descrédito posterior (60).
Currie, también acusado por cargos similares, tuvo que resignar la ciudada-
nía estadounidense (había nacido en Canadá) y terminó su carrera como econo-
mista en Colombia, donde alcanzó considerable prestigio.
Desde el punto de vista académico el teórico keynesiano más notable de Es-
tados Unidos fue Alvin Hansen. Éste planteaba un dilema que iba a estar luego

334 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


en el corazón de la crítica de la derecha norteamericana a Keynes. “La continua
desocupación en vasta escala —decía— resulta de una inversión privada inadecua-
da”; superar esta situación podía conducir más tarde o más temprano al estable-
cimiento de una economía regimentada total. Era posible emprender “por una
ruta indirecta y un proceso más lento” un extendido programa de gasto público;
pero se planteaba la cuestión de saber cuán lejos ese programa podía ser llevado
a cabo en una sociedad democrática sin generar una estructura de costos tal que
impidiese alcanzar el pleno empleo. “Una apuesta que se presenta en todos los
países que no están sometidos aún al yugo de una dictadura política” (61).
Para Hansen, mientras los Estados totalitarios tenían la gran ventaja de po-
der controlar rigurosamente el aumento de los costos, incluidos los salarios, los
países democráticos no podían escapar a la influencia ejercida por grupos orga-
nizados sobre el sistema de precios. En estos países —reconocía— el Estado se
debe confrontar con grupos poderosos —empresarios y sindicatos— quienes no
respetan el sistema de precios de carácter impersonal y no político idealizado en
la doctrina del laissez faire (62).
John Kenneth Galbraith, otro de los más importantes economistas heterodo-
xos de Estados Unidos (también de origen canadiense), que trabajó intensamen-
te en la época del New Deal, no tenía los dilemas de Hansen, y llegó a ser uno
de los principales responsables del organismo de Control de Precios durante la
mayor parte de la Segunda Guerra Mundial. El tema del control de precios estu-
vo en boga en los años 30, pues las discusiones en torno a la necesidad de im-
plementar políticas orientadas a incrementar el producto y reducir el desempleo
tuvieron como correlato la necesidad de reexaminar la teoría de precios.
La opinión general de la ciencia económica era que los controles de precios
resultaban erróneos porque en un sistema de competencia perfecta las fuerzas del
mercado actuarían indefectiblemente colocando los precios en los niveles “co-
rrectos”: en el punto de equilibrio de la oferta y la demanda. Opuesto a esta vi-
sión, Galbraith consideraba que los controles debían ser una herramienta central
de la política económica, tanto en épocas de deflación como de inflación. Por eso
escribió un libro con su experiencia concreta en el tema, al que llamó 4 Theory
of Price Control y lo consideraba una de sus obras más importantes (63). Gal-
braith había observado, ya durante la depresión, que la acción de los oligopolios
y no la libre competencia se había convertido en la norma de fijación de precios
en el sector industrial; cada firma influía poderosamente en los mercados reba-
jando sobre todo los salarios, para operar con menos pérdida mediante precios
más bajos. Esto producía una espiral descendente competitiva de salarios y pre-
cios entre empresas oligopólicas (64).

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


En el marco del New Deal se había creado la NRA, organización ya mencio-
nada, que tenía entre sus objetivos disminuir la nocividad de la competencia oli-
gopólica con su secuela deflacionista de reducción de precios, a la que conside-
raba contraria al interés público. Pero la intervención del Estado en el sistema de
precios fue muy criticada y finalmente anulada en 1935 por la Corte Suprema de
Estados Unidos. Posteriormente, la creación de un organismo de control de pre-
cios fue posible durante la guerra en el marco de una situación totalmente dife-
rente: los precios debían controlarse, para evitar un proceso inflacionario empu-
jado por la expansión productiva.
Galbraith consideró al fenómeno inflacionario en forma inversa a la defla-
ción: un aumento inicial de precios provoca una puja por incrementos de salarios
que induce un incremento en los costos y, sucesivamente, a un nuevo aumento de
precios. En consecuencia, toda política keynesiana, con pleno empleo, debía ser
acompañada por controles de precios para ser efectiva y evitar los efectos no de-
seados de la inflación sobre la distribución del ingreso.
En su análisis de las políticas de precios Galbraith reconoció que frente a la
acción de sectores empresarios concentrados u oligopólicos, aparecen grupos
que equilibran las desigualdades de poder (power countervailing o poder com-
pensador) como, por ejemplo, los sindicatos de trabajadores. En sus propias pa-
labras: “[...] la existencia de poder de mercado crea un incentivo a la organización
de otra posición de poder que la neutraliza” (65). Aunque éste es un fenómeno au-
togenerado, también puede gestarse desde la política pública para contener la in-
flación: “Sin que el fenómeno en sí mismo sea totalmente reconocido, la provi-
sión de asistencia estatal para el desarrollo de un poder que contrabalancee se ha
vuelto una función mayor del gobierno” (66). Ideas no muy bien acogidas en su
época.
Luego de dejar sus cargos en el gobierno de Roosevelt, y a diferencia de
White y Currie, Galbraith continuó su carrera de economista en la posguerra y
se convirtió en un observador estudioso y protagonista de los principales acon-
tecimientos de la economía y la política norteamericana y mundial del siglo XX,
codeándose con figuras poderosas, presidentes, reyes, primeros ministros, eco-
nomistas y políticos de moda. Sin embargo, no dejó de ser un crítico sagaz y algo
irónico del sistema en que vivía, lo que le costó el ataque permanente de sus co-
legas ortodoxos.
De su vasta obra, más de una veintena de libros y centenas de artículos aca-
démicos y periodísticos, reverdece un libro clave: El crac del 29. En él se anali-
zan históricamente, y en detalle, las causas y el desarrollo de la crisis bursátil de
ese año en Estados Unidos, poniendo en claro un momento decisivo en la histo-

336 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


ria del capitalismo mundial y brindando muchas pistas sobre la situación actual.
Galbraith cuenta con una ventaja única entre los analistas de aquella crisis: la vi-
vió, participó activamente como funcionario en los gobiernos de Roosevelt y fue
luego uno de los pocos economistas heterodoxos del New Deal que no abando-
nó sus ideas en la posguerra, y quizás el único que retornó a las esferas del po-
der con los presidentes John F. Kennedy y Lyndon Johnson. Un verdadero so-
breviviente, dentro de su línea de pensamiento, entre la marea conservadora que
hasta su muerte —en 2006-— y aún después, predominó abiertamente en la acade-
mia económica norteamericana.
Su explicación de la crisis del 29 sirve para tratar de entender otras crisis más
recientes. Al describir en forma descarnada su contexto psicológico y social se-
ñala que en ese año “los norteamericanos más poderosos se comportaron duran-
te un breve período de tiempo como seres humanos [...] en general se puso al
descubierto la necedad de los que parecían más lúcidos y falló la supuesta om-
nisciencia de los más reputados e ilustres vates. Cosas que en otro tiempo que-
daron ocultas por una fachada de dignidad, se mostraron entonces sin rebozo al-
guno, pues el pánico derribó repentinamente [...] tan púdicos velos” (67). Una
película parecida a la que vemos en estos tiempos con la dramática caída de ban-
queros, financistas y especuladores y con el ansia de poderosos políticos de los
países ricos, antes fervientes partidarios de los mercados autorregulados, para
brindar la ayuda de sus respectivos Estados —y de sus ciudadanos contribuyen-
tes— a fin de salvar el sistema.
El nudo del libro de Galbraith es, sin embargo, el análisis de las causas, el
desarrollo y las consecuencias de la crisis bursátil, que tuvo por eje el auge es-
peculativo. Destaca, sobre todo, la responsabilidad de Wall Street y de sus agen-
tes principales, en especial el hecho de que la actividad financiera estuviera dis-
torsionada por la presencia de sociedades de inversión o holdings, que cayeron
en cascada con el estallido de la crisis, aunque muchos bancos comerciales par-
ticiparon de estas operaciones. En este sentido existía un funcionamiento muy
parecido al de la banca y las compañías financieras actuales, y el ejemplo de una
de ellas, que actuó en ambas crisis, la de 1929 y la de 2007-2010, es el de Gold-
man Sachs, a quien dedica un irónico capítulo de su libro: /n Goldman, Sachs
We Trust (68).
En su libro de memorias, menos conocido que sus trabajos académicos, Gal-
braith agrega al análisis de este período la experiencia del New Deal y de la for-
ma en que a través del mismo se procuró resolver la crisis, transformada ya en
depresión cuando asume Franklin Delano Roosevelt a la Presidencia. Su carac-
terización del primer mandatario es de por sí reveladora. “En marzo de 1933,

337
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
cuando Roosevelt llega al poder dice Galbraith— la situación económica era tan
desesperada que los medios industriales y financieros lo reciben como un ángel
salvador”. Pero cuando comenzó la recuperación, los esfuerzos del presidente a
favor de los desocupados y los granjeros, su tendencia a no adherir a la ortodo-
xia económica, sus denuncias a la hipocresía del gran capital suscitaron “la de-
saprobación y hasta el temor del establishment. Roosevelt se había transformado
en “un traidor a su clase?” (69). El drama de este hombre tullido, comandando un
país en bancarrota y jaqueado por esos factores de poder, que en un principio lo-
graron derogar sus principales leyes de gobierno, y el de las esperanzas y desa-
fios de los jóvenes economistas que lo apoyaban, está admirablemente narrado
en las memorias de Galbraith.

7. La revolución en el pensamiento económico:


John Maynard Keynes y Michal Kalecki. La corriente ortodoxa

Para enmarcar teóricamente a los economistas del New Deal es necesario refe-
rirse a los dos economistas heterodoxos más importantes de su época, el prime-
ro de ellos el más relevante del siglo XX —John Maynard Keynes— y el segundo,
precursor de una corriente de pensamiento avanzado —Michal Kalecki—.
Las bases teóricas de las ideas de Keynes, a quien ya nos referimos para des-
cribir algunos de sus trabajos previos, fueron desarrolladas en su obra maestra
La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936. Sólo
dos años antes de esa publicación, el economista inglés había intentado conven-
cer al presidente de Estados Unidos, aunque sin éxito inmediato, de la efectivi-
dad de un incremento del gasto público para salir de la crisis.
En línea con lo expuesto en sus trabajos de la década de 1920, Keynes argu-
menta en la Zeoría General que no existe un mecanismo automático por el cual
el ingreso nacional genere su propia demanda garantizando el empleo y el uso
total de la capacidad productiva, así como tampoco las fuerzas del mercado pue-
den hacer retornar la economía a una situación de equilibrio con pleno empleo
en el caso de que se haya alejado del mismo. Para Keynes, es la inversión, no el
ahorro, la variable que interesa más en la determinación del ingreso nacional y
su cuantía depende de lo que denomina demanda efectiva.
“El bosquejo de nuestra teoría —dice— puede explicarse así: cuando aumenta
la ocupación aumenta también el ingreso real de la comunidad; la psicología de
ésta es tal que cuando el ingreso real aumenta, el consumo total crece, pero no
tanto como el ingreso” (70). Esto ocurre si la propensión al consumo es menor
que la necesaria para alcanzar la plena ocupación, siendo esta propensión la re-

338 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


lación funcional que existe entre el ingreso del consumidor y la parte que éste
destina a los gastos de consumo. De modo que si una parte del ingreso corrien-
te no se consume de manera suficiente —afirma el economista británico— se pro-
duce una traba porque “[...] para justificar cualquier cantidad dada de ocupación
debe existir cierto volumen de inversión que baste para absorber el excedente
que arroja la producción total sobre lo que la comunidad decide consumir a a
menos que exista este volumen de inversión, los ingresos de los empresarios se-
rán menores que los requeridos para inducirlos a ofrecer la cantidad de ocupa-
ción de que se trate” (71).
La base de la teoría de Keynes descansa así sobre el principio de la deman-
da efectiva, que no se corresponde con la demanda total de los ortodoxos: “Sólo
puede existir —afirma— un [único] nivel de ocupación compatible con el equili-
brio” [...] “La demanda efectiva que trae consigo la plena ocupación es un caso
especial que sólo se realiza cuando la propensión a consumir y el incentivo para
invertir se encuentran en una relación mutua particular”. Hay por lo tanto dife-
rentes niveles de ingreso con subocupación.
El principio de la demanda efectiva desarmó, sobre todo, el postulado clási-
co que afirma que los salarios reales establecen el nivel general de ocupación.
Keynes critica la idea que considera la negativa de los trabajadores de aceptar sa-
larios más bajos como causa principal del desempleo. Según los ortodoxos, una
reducción del salario incrementa el volumen de producción al generar un mayor
ahorro a los empresarios. En cambio, para Keynes, una baja de los ingresos de
los trabajadores trae una elevada pérdida de empleos al afectar negativamente el
poder de compra de la economía: la insuficiencia de la demanda provoca desem-
pleo involuntario.
La crítica resulta demoledora; en palabras de Keynes: “[...] si la teoría clási-
ca es aplicable sólo al caso de la ocupación plena, es una falacia aplicarla a los
problemas de la desocupación involuntaria”. Según Keynes, “los teóricos clási-
cos se asemejan a los geómetras euclidianos en un mundo no euclidiano que, al
descubrir que en realidad las líneas aparentemente paralelas se encuentran con
frecuencia, las critican por no conservarse derechas”. En verdad, no tienen más
remedio que tirar por la borda el axioma de las paralelas “y elaborar una geome-
tría no euclidiana”. “Hoy —señala— la economía exige algo semejante; necesita-
mos desechar el segundo postulado de la economía clásica [sobre la incidencia
de los salarios reales en el nivel de ocupación] y elaborar la teoría del compor-
tamiento de un sistema en el cual sea posible la desocupación involuntaria en su
sentido riguroso” (72).
Keynes también discutió la incidencia de la tasa de interés sobre la inversión.

339
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
Según la teoría vigente en su época, un aumento del ahorro provoca una dismi-
nución de la tasa de interés incentivando la inversión y compensando la reduc-
ción de la demanda inicial. Sin embargo —para el economista inglés—, la tasa de
interés refleja la preferencia por la tenencia de activos menos líquidos y no el
precio por ahorrar. De esta manera, Keynes deshace el vínculo entre la inversión
y el ahorro, pues una disminución del gasto en consumo no incrementa necesa-
riamente la inversión, aun con el estímulo de una baja en las tasas de interés.
Sin la ley de Say, ni la “mano invisible” de Adam Smith, y desacreditada la
reducción de los salarios y de las tasas de interés como instrumentos para salir
de la recesión, los desequilibrios entre la oferta y la demanda deben ser supera-
dos mediante la intervención del Estado a través de la creación de una mayor ca-
pacidad de consumo. Keynes recomendaba a los gobiernos impulsar la demanda
de la economía mediante el gasto público para reducir el desempleo y recuperar
la senda de crecimiento. El mayor gasto no debía financiarse reduciendo el in-
greso de la economía (por ejemplo, con mayores impuestos) sino aumentado el
déficit. De allí que, durante los períodos de recesión económica (cuando el aho-
rro es mayor que la inversión) el gobierno debe realizar inversiones públicas aun
a costa de tener que sostener un déficit fiscal.
Como resultado de la necesidad de políticas gubernamentales para paliar la
recesión, el Estado, más allá de garantizar los servicios públicos mínimos, se
transforma —según las ideas keynesianas— en un actor decisivo del sistema eco-
nómico y social, dado que su intervención pasa a ser crucial en la determinación
del ingreso nacional. En términos económicos, un incremento inicial del gasto
público promueve a la larga la recuperación de la renta nacional, debido a que
ésta se convierte en ingresos de sus perceptores estimulando sucesivos gastos en
nuevos consumos e inversiones; esto crea nuevos ingresos que, a su vez, se vuel-
ven a consumir, repitiendo el proceso inicial.
El profundo cambio que se produce en el pensamiento económico de los
años 30 va a permitir comprender de una manera distinta la problemática de las
crisis del capitalismo y de las políticas económicas necesarias para superarlas,
creando a su vez los fundamentos de la macroeconomía. Por otra parte, tal como
sucede muchas veces en descubrimientos científicos o en inventos que se tradu-
cen en innovaciones tecnológicas significativas, en las ciencias económicas y so-
ciales puede darse también el caso de una paternidad simultánea, o casi simultá-
nea, de ideas que representan un punto de inflexión decisivo en la construcción
teórica existente. Algo que ocurre en este caso. En forma casi paralela al pensa-
miento que Keynes da a conocer y revoluciona la ciencia económica se formula
el de otro economista mucho menos notorio de origen polaco, Michal Kalecki.

340 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Se le reconoce a este último el haber publicado, tres años antes de que viera la
luz la Teoría General, un artículo en donde plantea conceptos y argumentos que
anticipan los contenidos de ese libro. De 1932 a 1935, Kalecki escribió las prin-
cipales ideas de su teoría de los ciclos, en la cual los gastos de los capitalistas
(consumo e inversión) son el motor de la economía, y las variaciones en los ni-
veles de inversión la causa de ese comportamiento cíclico.
Posiblemente el escribir en polaco o el pertenecer a un país marginal en el
escenario europeo contribuyeron a que su pensamiento innovador no fuera sufi-
cientemente apreciado en su época. Nacido en Lodz en junio de 1899, Michal
Kalecki tuvo una formación autodidacta influida por economistas críticos del
sistema. De allí que los problemas de la acumulación capitalista y de los ciclos
económicos, inspirados en los sistemas de reproducción marxistas, y la cuestión
del grado de monopolización de la economía, constituyeran sus principales pre-
ocupaciones, aunque estudió una cuestión no contemplada por Marx: la subuti-
lización de las capacidades de producción.
Kalecki se formó en ingeniería, aunque no pudo concluir sus estudios debido
a que su padre quedó desempleado. No obstante, con una buena base de mate-
máticas comenzó a estudiar economía por sus propios medios siguiendo los tra-
bajos de Rosa Luxemburgo, de Mickhail Tugan-Baranovski y del propio Marx.
En su obra se hallan las bases más difundidas de la teoría keynesiana, pues reco-
noció que el principal problema del sistema capitalista es la insuficiencia de de-
manda, mientras que en las economías socialistas la principal restricción viene
del lado de la oferta de recursos.
En 1936, Kalecki viajó a Inglaterra para contactarse con Keynes, enterado de
la similitud entre los desarrollos teóricos de ambos, y continuó con su actividad
académica en el Instituto de Estadísticas de la Universidad de Oxford. Lejano a
las ideas del mainstream, hizo fuertes críticas a los principales cimientos de la
economía ortodoxa reconociendo que el sistema capitalista no se caracteriza por
poseer fuerzas que garanticen el equilibrio sino, por el contrario, contiene un po-
tencial intrínseco de crecimiento económico que se manifiesta de manera ines-
table e irregular (73).
Al igual que Schumpeter, Kalecki pensaba que el desarrollo del capitalismo
en el largo plazo dependía del dinamismo de las innovaciones. No obstante, a di-
ferencia del economista austríaco, sostenía que cuando ese dinamismo era insu-
ficiente el Estado debía satisfacer las necesidades de la demanda. Por otro lado,
se anticipaba a Keynes señalando que en épocas de crisis los sectores de más al-
tos ingresos, la mayor parte de los cuales no veían afectados sus niveles de vida,
debían gastar inmediatamente en consumo e inversión todos sus beneficios adi-

341
Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo
cionales. Era una manera de retornar al pleno empleo ante la disminución de la
demanda de los trabajadores y del resto de la población afectada por la desocu-
pación. Pero Kalecki reconocía que el consumo de esos sectores cambia muy
poco a lo largo del ciclo económico, y todo depende de la inversión, que los em-
presarios retrasan ante la caída de la rentabilidad y la acumulación dde stocks.
Surge así la demostración de que las crisis son un resultado del funcionamiento
del propio capitalismo. La solución según Kalecki— está en la intervención del
Estado, aunque advierte que esa intervención, incluso para salvar al sistema, no
es necesariamente bien vista por sus presuntos beneficiarios. Esto se verificó en
la práctica en la época del New Deal de Roosevelt, muchas de cuyas medidas de
política económica fueron resistidas y hasta forzadas a ser abandonadas, como
ya lo hemos señalado (74).
Kalecki creía que, incluso en épocas de crisis, los empresarios, y sobre todo
las grandes corporaciones, consideran que el desempleo es parte integrante de un
régimen capitalista normal, y que aunque el gobierno lleve adelante una política
de gastos para recuperar la senda de crecimiento en una depresión, al alcanzar el
auge debía volver a practicar políticas ortodoxas.
En cuanto a sus colegas economistas, Kalecki advierte que si bien la mayo-
ría de ellos “conviene ahora en que el empleo pleno puede lograrse mediante el
gasto gubernamental, no ocurría así ni siquiera en el pasado reciente”. Entre los
oponentes a esta doctrina se encuentran prominentes “expertos económicos” es-
trechamente conectados con la banca y la industria. Esto sugiere que hay un fon-
do político en la oposición a la doctrina del pleno empleo a pesar de que los ar-
gumentos utilizados sean económicos. “Ello no quiere decir que quienes los
utilizan no crean en su economía, por pobres que tales argumentos sean —señala
Kalecki—. Pero la ignorancia obstinada suele ser una manifestación de motivos
políticos subyacentes” (75).
Según Kalecki, el crecimiento económico se manifiesta de manera oscilan-
te: las decisiones de inversión dependen del ahorro interno de las empresas, ne-
cesario para financiar la nueva inversión sin recurrir al crédito; del nivel de in-
greso de la economía, y de la variación de ese nivel. Esto significa que si la
economía está creciendo, los empresarios deciden invertir más porque la deman-
da es mayory, en consecuencia, sus ventas y sus ganancias aumentarán. De ma-
nera similar a Keynes, el economista polaco considera que existe un mecanismo
multiplicador del gasto, dado que la demanda en bienes de inversión pasa a tra-
vés de los sectores de la economía como demanda de insumos e ingreso de los
trabajadores estimulando, asimismo, una nueva ronda de demanda. Como resul-
tado, las empresas venden más de lo previsto, obtienen más ganancias, por lo

342 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


que deciden producir más. Esto último se conoce como efecto acelerador.
Así, el ciclo en Kalecki es el resultado del efecto multiplicador del gasto y
del efecto acelerador de la inversión. No obstante, es la demanda la que pone un
límite tanto a la fase ascendente como a la descendente del ciclo. Los problemas
de demanda aparecen porque la inversión (efecto acelerador) crece más rápida-
mente que el consumo (efecto multiplicador), pues aunque la inversión y el con-
sumo se aceleran con el crecimiento del ingreso hay una parte del consumo que
es fija o varía lentamente (por ejemplo, ciertos consumos mínimos necesarios
para vivir o niveles de gasto mínimo correspondientes a los estilos de vida de las
distintas clases sociales). Cuando la variación del consumo no alcanza para ven-
der lo esperado por los empresarios, aparecen los problemas y el ciclo se revier-
te, dado que disminuyen las ventas y las ganancias y, en consecuencia, las deci-
siones de nueva inversión, iniciando —por los mismos efectos del multiplicador y
el acelerador— la fase descendente del ciclo.
Durante la recesión, sucede un mecanismo simétrico al del crecimiento: el
freno de la demanda de inversión origina una caída en la producción de las in-
dustrias de bienes de inversión que provoca un exceso de capacidad productiva y
desempleo. El mecanismo del acelerador-multiplicador comienza a actuar en
sentido negativo: la desaceleración de la producción de bienes de capital se tras-
lada a las industrias productoras de bienes de consumo y a las proveedoras de in-
sumos, y el desempleo creciente reimpulsa la caída de la demanda. En síntesis,
caen la inversión, las ventas y las ganancias, pero la caída de la inversión es ma-
yor a la del consumo. En algún momento de la depresión económica, cuando mu-
chas empresas han desaparecido, el mercado se concentra en las más poderosas
y surgen ciertos sectores (relacionados a esa parte del consumo que varía lenta-
mente) que se vuelven rentables. Producto de la concentración, hay empresas que
ven la oportunidad de obtener ganancias (además, la presión salarial es baja por
el desempleo y existen equipos de capital en desuso) y deciden invertir reacti-
vando de esta manera la economía.
Sin embargo la llegada al “piso” de la crisis y la reversión del ciclo puede
prolongarse mucho tiempo. En este caso la solución que propuso Kalecki es es-
timular la demanda mediante el gasto público, pues para sentar las bases de la re-
cuperación: “[...] basta sustituir el estímulo de la inversión privada [...] por la ac-
tividad inversora del gobierno” (76). Lo mismo podría hacerse durante el ciclo
ascendente a fin de asegurar el pleno empleo de la mano de obra y la capacidad
productiva.
Sobre la política pública, Kalecki advirtió que, además de un ciclo económi-
co, existe un ciclo político que puede limitar las acciones del Estado. Según él,

343
Las grandes crisis del capitalismo contempordneo
es falso “[...] el supuesto de que un gobierno mantendrá la ocupación plena en
una economía capitalista si supiera cómo hacerlo” (77).
Tres razones fundamentan su explicación. La primera es que, en una econo-
mía de libre mercado, el empleo depende de la inversión privada y, por lo tanto,
del “estado de confianza”, y esto les da a las corporaciones un gran poder para
imponer condiciones al gobierno; en particular, presionando para evitar los défi-
cits presupuestarios, pues cualquier perturbación en ese “estado de confianza”
podría producir un deterioro en la economía. La segunda razón es que los empre-
sarios tienen aversión a que el gobierno interfiera a través de la inversión públi-
ca o de subsidios en ciertos bienes de consumo o servicios públicos (por ejem-
plo, educación, salud, transporte, etc.) dado que compiten con la provisión del
sector privado. O lo que es peor, los hombres de negocios temen que “[...] el go-
bierno pueda sentirse tentado, con el tiempo, a nacionalizar los transportes o em-
presas de servicios públicos para conquistar una nueva esfera donde poder reali-
zar inversiones” (78). La tercera razón, que el pleno empleo volvería inefectivo el
despido como medida para disciplinar a los trabajadores quienes podrían recla-
mar mejoras salariales y sociales. De ese modo, las políticas económicas destina-
das a mantener el pleno empleo provocarían cambios sociales y políticos no de-
seados para ciertos grupos económicos.
En realidad, si bien las políticas gubernamentales de estímulo a la demanda
destinadas a incentivar el empleo y la producción benefician a los empresarios,
éstos “[...] aprecian más la “disciplina de las fábricas” y la “estabilidad política”
que las ganancias mismas. Su instinto de clase les advierte que una ocupación
plena duradera es [...] enfermiza desde su punto de vista, y que el desempleo es
parte integrante del sistema capitalista normal” (79). Por consiguiente, mientras
que el gobierno lleve adelante en una fase depresiva una política de gastos para
recuperar la senda de crecimiento, al alcanzar el auge debería volver a aplicar po-
líticas ortodoxas presionado por los “líderes empresarios”, quienes forman un
“[...] bloque entre los intereses de los grandes negocios y de los rentistas” causan-
do una nueva recesión, con el objetivo de equilibrar el presupuesto público (80).
No debe confundirse a Kalecki con los teóricos que consideran a las ganan-
cias como el principal determinante de la inversión y, por consiguiente, del pro-
ducto y el empleo; pues si bien acepta la idea de que la mayor rentabilidad cons-
tituye un impulso para la inversión, lo importante es que esa producción pueda
venderse. “Es cierto —sostiene— que el incremento de la rentabilidad estimula la
inversión, pero este estímulo no surtirá efectos porque los empresarios retrasarán
la decisión de invertir hasta estar convencidos de que [ese incremento] va a ser
permanente” (81).

344 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Pero no todos los economistas teóricos fueron afectados por la revolución
keynesiana y la Gran Depresión; una gran parte de ellos renovaron su adhesión
a la escuela ortodoxa y debatieron directamente con las ideas keynesianas.
Podría decirse que el principal rival de Keynes, desde los años 20, fue Frie-
drich A. von Hayek, defensor de la idea del mercado como garante de un “orden
espontáneo”, resultado de la interacción descentralizada de los agentes que bus-
can su propio interés. Un orden que no podría, decía Hayek, ser obtenido por la
planificación o las políticas públicas. Refiriéndose a su adversario académico,
afirmaba: “[Keynes] asumió que la escasez de recursos es la raíz de todos nues-
tros problemas económicos. En consecuencia, su original teoría, aunque de du-
dosa aplicación aun en tiempos de depresión, es enteramente inaplicable en tiem-
pos de prosperidad” (82).
En oposición a las ideas keynesianas y kaleckianas que consideraban a la in-
versión como motor del crecimiento y del ciclo económico, Hayek enunció —a fi-
nes de la década de 1920 y principios de la de 1930- la teoría del ciclo moneta-
rio. Según él, la inversión no podía sostenerse a un nivel mayor que el del ahorro,
debido a que un ahorro forzoso ajustaría las decisiones de inversión y de consu-
mo a través de cambios en la intensidad del capital y del nivel de empleo y pro-
ducto. Este ciclo monetario se debe a la existencia de entidades crediticias, que
al actuar con información parcial y no agregada del sistema, transforman la ofer-
ta de crédito en una variable independiente de los cambios en la oferta de aho-
rro. Por consiguiente, la tasa de interés bancaria no refleja debidamente toda la
información económica necesaria para ajustarse a la tasa natural de interés co-
rrespondiente a la teoría del equilibrio económico: “[...] bajo la existente organi-
zación crediticia —dice Hayek— las fluctuaciones monetarias deberán ocurrir ine-
vitablemente y representarán una característica inmanente de nuestro sistema
económico” (83). De igual modo, las “interferencias arbitrarias” del gobierno
destinadas a regular la cantidad de dinero, provocarían el mismo fenómeno.
Más allá de los escritos y debates de Hayek, la oposición al keynesianismo
se desarrolló en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, y su ros-
tro más visible se concentró en Chicago con los seguidores de Frank Knight,
Henry Simon y Lloyd Mints. Fueron conocidos bajo el nombre de “monetaris-
tas” y su principal referente fue Milton Friedman. Entre sus contribuciones
—unas de las más críticas de las ideas keynesianas— deben destacarse aquellas
sobre los efectos de las políticas fiscal y monetaria y sobre la causalidad ingre-
so-dinero.
Friedman afirma que “el dinero importa”, en alusión a los modelos keyne-
sianos que se habían concentrado en los efectos de la política fiscal sobre el pro-

345
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
ducto ignorando o relegando la incidencia de las variables monetarias sobre el
ingreso. Desde su visión, los mecanismos de transmisión monetarios con rela-
ción al producto dominan empíricamente sobre los mecanismos reales. Conse-
cuentemente, deben priorizarse las políticas monetarias de estabilización de pre-
cios en base a reglas estrictas de manejo de la cantidad de moneda para evitar la
discrecionalidad de las autoridades gubernamentales (84).

346 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectua


l
NOTAS DEL CAPÍTULO 5

1. Fred Block, Los orígenes del desorden económico mundial, Fondo de Cultura
Económica, México, 1989, pp. 34-35.
2. Ver The Problem of International Investment, The Royal Institute of Internatio-
nal Affairs, Londres, 1937.
3. Benjamín Coriat, El tallery el cronómetro, Siglo XXI, México, 1994, pp.
43-51.
4. Robert Lekachman, La era de Keynes, Alianza Editorial, Madrid, 1970, p. 40.
5. Cf. John M. Keynes, The Economic Consequences of Peace, Macmillan, Lon-
dres, 1919.
6. R. Lekachman (1970), p. 43.
7. Charles Dawes, autor del plan, fue vicepresidente de Estados Unidos entre
1925y 1929.
8. Charles P. Kindleberger (1985), p. 63.
9. Cf. Alfred Eckes Jr., Opening America's Market, The University of North Ca-
rolina Press, Chapell Hill, 1995.
10. Cf. Barry Eichengreen, Golden Fetters: The Gold Standard and the Great De-
pression, 1919-1939, Oxford University Press, 1992.
11. Arthur M. Schlesinger, Jr., La era de Roosevelt. La crisis del orden antiguo,
1919-1933, UTEHA, México, 1968, p. 58. Mellon llegó a tener una de las coleccio-
nes de arte más importantes de su país, que hoy el público puede ver en la National
Gallery of Art de Washington DC (un impresionante museo pictórico), que Mellon
fundó y al cual donó sus pinturas y otras obras artísticas. En los últimos años de su
vida fue investigado por fraude fiscal y, aunque resultó exonerado en 1935, las reba-
jas de impuestos que promovió durante su cargo de secretario del Tesoro le facilita-
ron sin duda la compra de su colección. Paradójicamente, una importante parte de ella
fue adquirida en una subasta realizada por la “subversiva” Rusia soviética, que pro-
curaba obtener recursos rematando valiosos objetos de la herencia zarista.
12. John K. Galbraith, El crac del 29, Ariel, Barcelona, 1976, pp. 34-35.
13. Frederick Lewis Allen, 4penas ayer, Eudeba, Buenos Aires, 1964, pp. 326-333.
14. Con el 10% del valor de la propiedad obtenido generalmente por un préstamo
bancario con un interés del 5%, se compraba el 100% de una parcela que se vendía
inmediatamente a un valor mayor que el de compra, de forma tal de poder devolver
el préstamo bancario y obtener una rentabilidad.
15. J. K. Galbraith (1976), p. 102.
16. Idem, pp. 97-98.
17. John K. Galbraith, “¿Quién era Thorstein Veblen?”, en Anales de un liberal
impenitente, Gedisa, Barcelona, 1982, pp. 147-171.

347
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
18. Eric Roll, Historia de las doctrinas económicas, Fondo de Cultura Económi-
ca, México, 1967, pp. 402-417.
19. John M. Keynes, The Collected Writings of John Maynard Keynes: Essays In
Persuasion, Vol. YX, Macmillan, Londres, 1972. Todas las citas que figuran en este
texto corresponden a ese libro, salvo en un caso en que hemos usado una traducción
propia publicada recientemente. Desde el punto de vista teórico su primer libro im-
portante es el Treatise on Money (Tratado sobre el dinero), publicado en 1930.
20. Cf. John M. Keynes, “La gran crisis de 1930” en Ciclos en la historia, la eco-
nomía y la sociedad, N* 35-36, 2009 (orig. 1930).
21. Cf. M. Friedman y A. Schwartz (1963).
22. Charles P. Kindleberger (1991), pp. 98-105.
23. Cf. William J. Barber, From New Era to New Deal: Herbert Hoover, The Eco-
nomists and American Economic Policy, 1921-1933, Cambridge University Press, 1935.
24. Cf. Paul Baran y Paul Sweezy, El capital monopolista: un ensayo sobre la
economía estadounidense y el orden social, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1966,
pp. 189-194.
25. Ver los trabajos de Michel Aglietta, Regulación y crisis del capitalismo, Siglo
XXI, México, 1979; J. Mazier, M. Basle y J. F. Vidal, Ouand les crises durent..., Eco-
nomica, París, 1984.
26. Robert A. Gordon, “Exhaustion of investment opportunities”, en R. FE Him-
melberg (1968), pp. 104-110.
27. El economista argentino Raúl Prebisch participó en la Conferencia como ex-
perto y dejó una semblanza crítica de ella. Ver R. Prebisch, “La Conferencia Econó-
mica y la crisis mundial”, en Raúl Prebisch, Obras, 1919-1948, Tomo II (1991-1993).
28. Cf. Angus Maddison, The World Economy in the 20h Century, OCDE, Lon-
dres, 1991.
29. Mario Rapoport y Florencia Médici, “Corazones de izquierda, bolsillos de de-
recha. El New Deal, el origen del FMI y el fin de la Gran Alianza en la posguerra”,
en Desarrollo Económico, N* 184, enero-marzo de 2007, p. 7.
30. Para un panorama general del gobierno de Roosevelt y el New Deal, ver Da-
vid M. Kennedy, Entre el miedo y la libertad. Los EE.UU.: de la Gran Depresión al
fin de la Segunda Guerra Mundial (1929-1945), Edhasa, Madrid, 2005, y Pablo Poz-
zi y Fabrio Nigra (comp.), Huellas imperiales. Historia de los Estados Unidos de
América 1929-2000, Imago Mundi, 2003.
31. John K. Galbraith, Historia de la economía, Ariel, Buenos Aires, 1991, pp.
236-237.
32. Miller Center of Public Affairs, Franklin D. Roosevelt Speeches, en
http://millercenter. virginia.edu/scripps/diglibrary/prezspeeches/roosevelt/fdr_1935_
0428.html
33. Ver Karl M. Schmidt, HenryA. Wallace, Quixotic Crusade 1948, Siracuse
University Press, 1960; John C. Culver y John Hyde, American Dreamer: A Life of

348 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


Henry A. Wallace, W.W. Norton y Company, Nueva York, 2001. El Partido Progresiv
o
de Wallace recibió sólo 1.157.000 votos.
34. No olvidamos que un antecedente del nazismo es el fascismo italiano de Mus-
solini, en el poder desde la década de 1920. Ver Cristian Buchrucker, El fascismo en
el siglo XX. Una historia comparada, Emecé, Buenos Aires, 2008.
35. Ver Pierre Vilar, La guerra civil española, Crítica, Barcelona, 1986.
36. John K. Galbraith, Une vie dans son siécle. Mémoires, La Table Ronde, París,
2006, p. 167.
37. Para un desarrollo más extenso de este tema ver M. Rapoport y E Médici
(2007); Keith J. Horsefield, The International Monetary Fund 1945-1965, FMI,
Washington, 1969; Academia de Ciencias Económicas, Fondo Monetario Interna-
cional y Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Acuerdos de Bretton
Woods), Losada, Buenos Aires, 1945; Noemí Brenta, Argentina Atrapada. Historia de
las relaciones con el FMI 1956-2006, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2008.
38. Sobre el Plan Marshall, ver Michael J. Hogan, The Marshall Plan, America,
Britain, and the Reconstruction of Western Europe, 1947-1952, Cambridge University
Press, 1987; Gérard Bossuat, L'Europe Occidentale a L'Heure Americane, (1945-1952),
Editions Complexe, París, 1992.
39. Cf. M. Rapoport y F Médici (2007). Ver también, con un enfoque distinto,
William J. Barber, Designs within Disorder. Franklin D. Roosevelt, The Economists
and the Shaping of American Economic Policy, 1933-1945, Cambridge University
Press, 1996.
40. Jean-Baptiste Say, Traité d'économie politique (1803), citado en Maurice Bas-
lé y otros, Histoire des pensées économiques. Les fondateurs, Sirey, París, 1993, p. 102.
41. J. M. Keynes (1972), p. 288.
42. Karl Marx, Historia Critica de la Teoría de la Plusvalía, Tomo V, Cartago,
Buenos Aires, 1956, pp. 26 y 41.
43. J. M. Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Fondo de
Cultura Económica, Buenos Aires, 2001, p. 37.
44. Alan Sweezy, “The Keynesians and Government Policy, 1933-1939”, en The
American Economic Review, Vol. 62, N* 1-2, 1972, p. 116.
45. Joseph Schumpeter, “The Present World Depression. A Tentative Diagnosis”,
en The American Economic Review, Vol. 21, N* 1, 1933, pp. 179-192.
46. Citado en R. Bruce Craig, Treasonable Doubt. The Harry Dexter White Spy
Case, University Press of Kansas, Kansas, 2004, p. 11.
47. John K. Galbraith, Historia de la Economía, Ariel, Buenos Aires, 1993, pp.
ZII LIO
48. Rexford G. Tugwell, “The Principle of Planning and the Institution of Lais-
sez-faire”, en The American Economic Review, Vol. 22, N* 1, marzo de 1932, p. 80.
49. Rexford G. Tugwell, “Reflection on Farm Relief”, Political Science Quar-
terly, Vol. 43, N? 4, diciembre de 1928, pp. 481-497.

“á 349
¡tali, smo contemporaneo
Las grandes crisis del capitali
50. J. K. Galbraith (1993), pp. 226-228.
51. Adolf A. Berle Jr. y Gardiner Means, The Modern Corporation and Private
Property, MacMillan, Nueva York, 1932.
52. Extracto de un discurso de Franklin Delano Roosevelt pronunciado en su
campaña presidencial de 1932 y reproducido en R. F. Himmelberg, ed. (1968), p. 41.
53. P T. Ellsworth, H. D. White y L. B. Currie, Memorando, Cambridge, Mass.,
enero de 1932, en Revista de Economía Institucional, Bogotá, Vol. 8, N? 14, Primer
Semestre de 2006, pp. 237-253.
54. Matías Vernengo, “A Hands-off Central Banker? Marriner S. Eccles and the
Federal Reserve Policy, 1934-1951”, Working Paper, N* 2006-04, University of Utah,
Department of Economics, pp. 3-4.
55. R. J. Sandilans, The Life and Political Economy of Lauchlin Currie. New De-
aler, Presidential Adviser and Development Economist, Duke University Press, Dur-
ham, 1990, p. 53.
56. /dem, pp. 95-96.
57. Robert Skidelsky, John Maynard Keynes. The Economist As Savior, 1920-
1937, Penguin Books, Nueva York, 1992. Skidelsky (1992), p. 506. La referencia a
la importancia del libro de Currie está en John K. Galbraith, El dinero, Ed. Orbis,
1988, p. 264.
58. Galbraith viajó a Washington en 1940 para encargarse del control de precios
durante la guerra, “respondiendo al llamado que me había hecho Lauchlin Currie”.
J. K. Galbraith (2006), p. 111.
59. R. B. Craig (2004), pp. 36-40.
60. Ver M. Rapoport y F. Médici (2007).
61. Alvin Hansen, “Secular Stagnation”, en R. F. Himmelberg, ed. (1968), p. 52.
62. Idem ibidem.
63. J. K. Galbraith (2006), pp. 170-171.
64. John K. Galbraith, Historia de la Economía, Ariel, Buenos Aires, 1993, pp,
223-224.
65. John K. Galbraith, American Capitalism, Transaction Publishers, New Bruns-
wick, 1993, p. 112.
66. Idem, p. 128.
67. J. K. Galbraith (1976), p. 27.
68. Idem, pp. 80-107.
69. J. K. Galbraith (2006), p. 45.
70. J. M. Keynes (1943), p. 38.
71. Idem, p. 39.
72. Idem, p. 29.
73. Michal Kalecki, Ensayos escogidos sobre dinámica de la economía capitalis-
ta, FCE, México, 1984, p. 176.

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74. Cf. Mario Rapoport, “La crisis actual en la mirada de Michal Kalecki, un pre-
cursor de Keynes, en Buenos Aires Económico, 24/7/09.
75. Michal Kalecki, “Political aspects of full employment”, Political Quarterly,
Vol. 14, 1943, pp. 322-331.
76. M. Kalecki (1984), p. 43.
77. Idem, p. 159.
78. Idem, p. 161.
79. Idem, p. 162.
80. Idem, p. 165.
81. Idem, p. 38.
82. Friedrich A. von Hayek (1959), “Symposium on Keynes: Why?”, en Caldwell,
B. (ed), Contra Keynes and Cambridge. The Collected Works of E A. Hayek, Vol. 1X,
Routledge, Londres, 1995, p. 238.
83. Friedrich A. von Hayek, Monetary Theory and the Trade Cycle, Sentry Press,
Nueva York, 1933, p. 152.
84. Cf. Milton Friedman, Studies in the Quantity Theory of Money, Univ. of Chi-
cago Press, Chicago, 1956.

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4 tos
A modo de conclusión

La nueva gran crisis del capitalismo.


¿El eclipse de la hegemonía estadounidense?

Tanto la presente crisis, como las dos grandes crisis anteriores del siglo XX —la
de los años 30 y la de los 70— tienen un denominador común. Se trata de episo-
dios que abarcan la fase del capitalismo caracterizada por la hegemonía de Esta-
dos Unidos y que se desencadenaron en ese mismo país. Las tres crisis analiza-
das en este libro se iniciaron allí, expresando desequilibrios fundamentales en la
economía del país del Norte que, por diferentes mecanismos, se transmitieron al
resto del mundo.
La primera de ellas, la crisis que estalló en 1929 y continuó con la Depresión
de los años 30, se produjo cuando Estados Unidos comenzaba a consolidarse
como la potencia más importante del mundo capitalista, y fue la resultante de la
acumulación extrema de riqueza y pobreza, la celebración frenética del fin de la
hoguera bélica, el desarrollo de una sociedad de consumo para unos y de ideas
revolucionarias para otros, y la búsqueda de la ganancia fácil a través de la espe-
culación financiera o del crimen organizado. El actual descalabro, que guarda en
lo económico importantes similitudes con aquél, constituyó la culminación de un
largo período de deterioro en la distribución de los ingresos, de drásticas políti-
cas de desregulación de los mercados, de predominio de la esfera financiera so-
bre la productiva y de un excesivo endeudamiento público y privado; procesos
que surgieron o se extendieron bajo la forma de una aparente resolución de la cri-
sis que se produjo, en distintas instancias, en la década de 1970.
Los fundamentos de la organización de la economía y de la sociedad de los
últimos cuarenta años parecen ahora ponerse en jaque con los presentes aconte-
cimientos, e incluso hay quienes hablan ya de una crisis más profunda aun: una
crisis de civilización.
Sin embargo, con el fin de los paradigmas keynesianos y el auge ideológico
del neoliberalismo, el estudio de las crisis del capitalismo se había dejado de

Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo


95)y ¡95
lado. En especial, la caída del Muro de Berlín y del “socialismo real” hicieron
surgir tesis, como la del “fin de la historia”, en donde se daba por enterrada de-
finitivamente cualquier crisis sistémica. Curiosamente, aquella tesis, basada en
la filosofía de Georg W. F. Hegel, retomaba, dándolo vuelta, el pensamiento de
Marx. Éste consideraba superada, con la necesaria llegada del comunismo, la
historia de la lucha de clases, algo que no ocurrió. Ahora, lo que “clausuraba” la
historia era el triunfo incontestable del capitalismo: sin historia (en verdad, sin
guerras, crisis ni enfrentamientos de clases) la sociedad se transformaba en un
paisaje inmutable e idílico como el de las pinturas japonesas.
Tal como se señalaba en un trabajo publicado años antes del estallido de la
crisis de 2007, los que celebraron esos hechos no advirtieron entonces que con
la caída “de la Rusia otrora soviética, incorporada ahora al mercado mundial ca-
pitalista, las campanas no doblaban ya “por la muerte del comunismo”: más bien
anunciaban los actuales y fuertes remezones económicos y políticos [...] A la
caída del “socialismo real”, se sucede la caída del “capitalismo real”, es decir, de
un capitalismo mitificado por la ideología de la globalización y el “efecto derra-
me” de los mecanismos de mercado” (1).
El economista francés Robert Boyer plantea la cuestión de una manera su-
gestiva: “Vivimos —dice— un período paradojal. El capitalismo triunfa, pero en
una de sus formas menos prometedoras: financiera y excluyente. Esta [última]
tiende a prevalecer sobre las otras ante la ausencia de un sistema internacional
que permita la complementariedad de los procesos de crecimiento nacionales. La
ley de Gresham, que dice que la “mala moneda desplaza a la buena”, se aplica
globalmente: a largo plazo los malos capitalismos, que acentúan la desigualdad
de los ingresos y de las riquezas, poco eficaces pero flexibles, desplazan a los
buenos, más igualitarios, más eficaces, pero demasiado lentos frente a la coyun-
tura”. Boyer apunta así a los procesos de valorización financiera y desregulación
de los mercados que reemplazaron a la acumulación productiva y a las políticas
del Estado de Bienestar (2).
Haciendo eje en la inestabilidad del capitalismo financiero moderno, Hyman
Minsky aporta a su vez la idea de que no todos los capitalismos que han existi-
do fueron igualmente inestables y “nuestra imaginación puede construir un infi-
nito número de posibles economías capitalistas” pero dotadas de una mayor re-
gulación financiera y participación del Estado (3).
Esta última crisis no pone en discusión —por ahora— la cuestión del fin del
capitalismo, aunque muestra el fracaso de las ideas neoliberales que representa-
ron un muro invisible pero eficaz para separar a aquellos que tienen la llave de
la casa del mundo de los que la miran desde afuera (la inmensa mayoría de la po-

354 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Ciapital Intelectual


blación del globo). Como señala Stiglitz: “El Consenso de Washington y la ide-
ología fundamentalista del mercado que lo sustentaba han muerto” (4). De todos
modos, pese a que la sobrevida misma del sistema no está todavía en juego (si
bien se ha derrumbado una de sus formas más perversas), se reaniman viejos de-
bates sobre sus principales protagonistas y, en particular, sobre el presunto eclip-
se de la hegemonía estadounidense en el orden mundial.
En este sentido, la historia indica que los imperios no duran para siempre, y
que en el largo plazo tienen un ciclo casi inexorable que marca etapas de auge y
caída: desde los antiguos de Grecia y Roma hasta aquellos que en épocas más re-
cientes lograron imponer por más de un siglo la Pax Britannica. ¿Estaremos asis-
tiendo a otro tipo de ciclos, que comprenden también las civilizaciones? La
griega, la romana, las orientales, surgieron en forma fulgurante y también se apa-
garon, como los soles viejos, en el silencio respetuoso de museos y bibliotecas.
En todo caso, repitamos las palabras de Fernand Braudel: “más allá de los ciclos
e interciclos, hay lo que los economistas llaman [...] la tendencia secular. Pero
ella no interesa todavía, más que a unos pocos estudiosos. Las consideraciones de
éstos sobre las crisis estructurales, al no haber sufrido la prueba de las verifica-
ciones históricas, se presentan como esbozos o hipótesis [...] Sin embargo, pro-
veen una útil introducción a la historia de la larga duración. Son una primera clave
[para su comprensión)” (5).
¿Le tocará ahora a EE.UU. vivir una lenta decadencia como la que tuvo Gran
Bretaña desde finales del siglo XIX hasta la segunda posguerra? ¿Podrá recupe-
rarse como en el pasado gracias, en buena medida, a circunstancias excepciona-
les, como las guerras; o a la posibilidad de descargar sus crisis sobre otros paí-
ses; o al repentino derrumbe de sus rivales, como pasó con la ex URSS; o debido
a un salto tecnológico basado en innovaciones que aún no se vislumbran?
Hace varios años que se viene discutiendo a este respecto en torno a dos
cuestiones: la menor competitividad de la economía estadounidense (debido a los
déficits gemelos y el creciente endeudamiento), y la probable disminución del
poder estratégico y militar de Washington, como consecuencia de las dificulta-
des experimentadas por las políticas intervencionistas en Irak y Afganistán. El es-
tallido de la crisis puso estos debates en primer plano y recrudeció la polémica.
Si bien la crítica situación económica de la potencia del Norte es ahora visi-
ble para todos, hay un interrogante principal: ¿puede Estados Unidos lograr
transferir una vez más su crisis al resto del globo gracias a su supremacía mili-
tar y geopolítica —que se expresa también en su disposición del dólar como mo-
neda hegemónica=, o esta vez la salida será una pérdida de posiciones? El prin-
cipal argumento que esgrimen quienes sostienen que seguirá siendo la primera

355
Las grandes crisis del capitalismo contemporáneo
potencia, es que ninguno de los otros países (o regiones) que podrían rivalizar
con él -la Unión Europea, Japón, China o Rusia— está en condiciones políticas,
militares y/o económicas de reemplazar en el corto plazo su dominio. A nivel mi-
litar la supremacía estadounidense es evidente: en medio de la crisis, el Congre-
so norteamericano votó un presupuesto en este rubro, para 2009, que ascendía a
más de 600.000 millones de dólares, lo cual equivale al presupuesto militar del
resto de los 190 países que integran la ONU, o —en otros términos igualmente
contundentes— a cerca del 50% del presupuesto militar mundial.
También se afirma que la crisis del dólar de 1971 terminó beneficiando eco-
nómicamente a la superpotencia del Norte, porque la ayudó a recuperar su ini-
ciativa monetaria, mientras que, en 1972, daba también un paso importante des-
de un punto de vista geopolítico y económico al reanudar relaciones comerciales
con la República Popular China. Un viraje que se completó con el retiro de Viet-
nam, en 1975 (obligado en este caso por la derrota militar) y el establecimiento
de lazos diplomáticos con Beijing en 1979.
Estos episodios, interpretados por muchos analistas como el comienzo de la
decadencia norteamericana —crisis financiera y energética mediante— para otros,
no lo fueron. En cambio, comenzó entonces la “gran transformación” geopolíti-
ca del sistema mundial, que aún continúa, asumiendo EE.UU. y China la consti-
tución de un nuevo eje dinámico de la economía internacional. De este modo, el
proyecto imperial norteamericano fue renovado a plena conciencia, o impulsado
por circunstancias críticas —según como se lo interprete— en el mismo momento
en que, para muchos, se iniciaba la declinación de su hegemonía (6).
La segunda opción, la de la declinación de Estados Unidos, tiene también
sus partidarios, sobre todo después de los atentados del 11 de septiembre y de la
invasión a Irak, donde los límites del poder militar estadounidense se hicieron
más transparentes. Si a esto le agregamos la crisis financiera, la idea de un “si-
glo XXI norteamericano global”, que estaba detrás del Consenso de Washington
y de la caída del Muro de Berlín, parece ya desvanecerse. Comenzaron a adver-
tirse más claramente los desajustes de la economía norteamericana, que incluyen
la caída del mismo dólar, y también el fracaso del intervencionismo militar de
carácter presuntamente “preventivo”.
Al mismo tiempo, el sistema económico mundial se sostiene por el desarrollo
chino y de otras naciones emergentes, que resultan indispensables para EE.UU.
como una forma de sostener su endeudamiento externo. Según Giovanni Arrighi,
“la consecuencia indeseada más importante de la aventura iraquí ha sido la conso-
lidación de la tendencia al “recentramiento” de la economía global hacia el Este de
Asia, y dentro de ella, hacia China” (7).

356 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


La declinación se avizora, de todas formas, en el largo plazo, y lo más pro-
bable es que se produzca un nuevo “reparto” imperial, cuyo comienzo puede ya
observarse desde la llegada de Barack Obama al gobierno más débil en sus ini-
cios que su predecesor cuando fue elegido—, y en el cual Washington sigue sien-
do protagonista pero dejando el juego más abierto a otros actores como la Unión
Europea y los gigantes asiáticos. Quienes analizan el alto grado de vinculación
a nivel de las empresas transnacionales y de los gobiernos de los países desarro-
llados en un sistema mundializado son proclives a prever una salida “consensua-
da” de la crisis con predominio de Estados Unidos, pero también con una mayor
participación de otras potencias. Otros anticipan una cruda competencia por los
espacios de poder económico y político, y recuerdan que la crisis de 1930 se sal-
dó con una guerra mundial (8).
En este sentido, la tesis de que sólo la presencia de una potencia hegemóni-
ca puede garantizar el equilibrio del sistema y de que la crisis de los años 30 se
produjo porque Estados Unidos no quiso asumir esa responsabilidad, dejó de sos-
tenerse con el proceso que culminó en el 2007. En la segunda posguerra, Was-
hington y la economía estadounidense jugaron ese rol, pero desde la década de
1970 no pudieron impedir ninguna de las crisis que fueron sucediéndose. Esto no
implica invalidar la idea de que una crisis de hegemonía aumente aun más la ines-
tabilidad del sistema. Sería entonces una cuestión de matices.
La conclusión principal que surge de ese panorama geopolítico y económi-
co, no pareciera ser, sin embargo, la definitiva decadencia del gigante america-
no, aunque empiece a revelar inquietantes debilidades, sino una ampliación del
margen de maniobra y libertad de iniciativa de las otras potencias o bloques de
poder en un mundo más multipolar, aunque lleno de incertidumbres.
La UE podría tener una mayor presencia económica por disponer de la prin-
cipal divisa rival, pero cayó también en recesión; además carece de un gobierno
central y su peso estratégico y militar es escaso. Por otra parte, se debe tener en
cuenta la presencia inquietante de Rusia y la carga que suponen los recientemen-
te incorporados países del Este a la UE. Para empeorar las cosas, en 2010 el euro
comenzó a erosionarse por la situación crítica de cuatro países, revelando la fra-
gilidad de la unión monetaria.
En el continente asiático, la gran incógnita es el futuro de China —tocada en
menor medida por la crisis- que proclama abiertamente su intención de terminar
con el predominio del dólar. Sin embargo, aún sigue financiando la economía
norteamericana y tiene que resolver el problema de la integración de su merca-
do nacional, dividido en un minoritario sector avanzado y uno todavía atrasado
que incluye a la gran mayoría de su población, lo que supone no sólo un desafío

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


195)un—
económico sino también de control político. Japón, Corea del Sur, India, consti-
tuyen otros vértices importantes de la ecuación continental asiática.
En este marco, asoman nuevos bloques políticos y económicos, como el del
Sur del continente latinoamericano, integrado por países que desde comienzos
del siglo XXI, después de padecer el fracaso de los modelos neoliberales, mues-
tran en su mayoría un dinamismo político y económico sorprendente a pesar de
la crisis. Si bien tienen pendientes todavía serios problemas internos que resol-
ver (pobreza, distribución regresiva de los ingresos, industrialización, integra-
ción territorial, etc., según los casos) comienza a manifestarse en el seno de sus
sociedades una visión que recupera el rol de los Estados nacionales por sobre los
mercados autorregulados, aunque también acecha en ellas el fantasma de una
vuelta al pasado. Son todavía sociedades en pugna que no resolvieron el mode-
lo de país que quieren. De todos modos, en la periferia de la economía mundial
surgen adicionales protagonistas que buscan su lugar en el mundo.
Las crisis del capitalismo han significado siempre cambios económicos y po-
líticos traumáticos. Sin duda, ya nada será igual que antes. Pero es necesario
aprender de lo ocurrido. Y, sobre todo, procurar que la explotación inadecuada o
excesiva de las enormes riquezas del planeta no ponga en peligro su futuro, y que
los ingresos disponibles puedan distribuirse de una manera más equitativa entre
todos sus habitantes.

uyu 00 Ediciones Le Monde diplomatique «el Dipló» / Capital Intelectual


NOTAS DE LA CONCLUSIÓN

1. Mario Rapoport y Rubén Laufer, “Hegemonía norteamericana y crisis mun-


dial”, en Encrucijadas, Revista de la Universidad de Buenos Aires, N* 22, abril de
2003, p. 13.
2. “Entrevista a Robert Boyer”, en Croissance et crises, 1944-1996, Número Es-
pecial de Le Monde, París, octubre de 1996, pp. 153.
3. H. Minsky (2008), p. 315.
4. Joseph Stiglitz, Caída libre, Taurus, 2010, p. 342.
5. Fernand Braudel, “La longue durée”, en Les ambitions de l'histoire, Éditions
de Fallois, París, 1997, p. 200 [pub. orig. 1958]. Ver también “Conmemorating the
Longue Durée”, en Review Fernand Braudel Center, N* 2, Binghamton University,
2009.
6. En el origen de la tesis sobre la perduración de la hegemonía norteamericana
se hallan los trabajos de Susan Strange, como “The Persistent Myth of Lost Hege-
mony”, en R. Tooze y C. May, Authority and Markets. Susan Strange's Writings on
International Political Economy, Palgrave-Macmillan, Londres, 2002. Para una de-
fensa actual de la misma, ver José Luis Fiori, Carlos Medeiros y Franklin Serrano, O
Mito do Colapso do Poder Americano, Record, Río de Janeiro, 2008.
7. G. Arrighi (2007), p. 178.
8. Entre los que acuerdan con la tesis de la decadencia del país del Norte, ver Im-
manuel Wallerstein, La decadencia del poder estadounidense, ediciones Le Monde
diplomatique, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2006, y también Ignacio Ramonet
(2009). Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias, Plaza 8 Janés Editores,
Barcelona, 1994, es un libro pionero en este sentido escrito en los años 80.

Las grandes crisis del capitalismo contemporaneo


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olfo Mattarollo

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Conferencias del
El capitalismo contemporáneo ha vivido reiteradas crisis de
distinta envergadura en los últimos cuarenta años. La que estalla
en 2007 es la de mayor gravedad desde la década de 1930. El
mito de los “mercados racionales” y, su corolario, el de la
“producción de dinero por medio del dinero” se derrumbaron de
golpe, poniendo al descubierto las falencias de la economía real y
la fragilidad de un casino global llamado eufemíisticamente
globalización financiera. La crisis arrancó en el sector hipotecario
porque era uno de los más expuestos, pero se extendió como un
reguero de pólvora al conjunto de la economía estadounidense y
de allí al resto del mundo. Como prestamistas de última instancia,
y sobre la base de los fondos de los contribuyentes, los Estados
debieron correr presurosos en socorro de los bancos y empresas
caídos, socializando las pérdidas.
Pero como lo indica su título, este libro no se circunscribe al
cataclismo económico de nuestros días sino que indaga
lúcidamente en otros precedentes fundamentales, como los de los
años treinta y setenta del siglo XX. Las crisis del capitalismo
siempre trajeron consigo cambios sociales y políticos traumáticos.
Así lo explican los autores en esta obra ampliamente
documentada, que tiene la cualidad de estar escrita de una
manera sencilla y apasionante, apta para todo lector interesado
en desentrañar los grandes acontecimientos que dibujan el perfil
de nuestra época y, en buena medida, del futuro.

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