Un Lugar para Refugirarse Mia Nizar
Un Lugar para Refugirarse Mia Nizar
Un Lugar para Refugirarse Mia Nizar
Mía Nizar
Título: Un lugar para refugiarse y La historia de una infidelidad
© 2019 Mía Nizar
Todos los derechos reservados
1ªEdición: Enero 2019
Por fin, a mis veinticinco años, estaba haciendo las maletas para irme del
centro de acogida en el que había estado desde los cincos años cuando me
entregaron.
Me iba a vivir con una familia que habían precisado mis servicios durante un
año, para cuidar a su hijo enfermo de solo seis años, lo bueno de todo es que
me ponían una habitación, las comidas y así, el sueldo lo podría ahorrar para
cuando acabase el contrato, poder independizarme.
Con maleta en mano, me fui a despedirme de todo el personal del centro, en el
fondo habían sido lo más parecido a mi familia, algunos más que otros, pero
ellos habían sido lo que siempre recordaré como parte de la historia de mi
vida.
Una vez que metí las maletas en el coche que me llevaría al que sería mi nuevo
alojamiento, me giré, quería ver por última vez aquel sitio, ese que me hizo
sentir la falta de una familia de verdad, pero que a la vez me había dado el
refugio para sentirme protegida hasta poder cuidarme por mí misma.
Abandonaba Dublín, Glendalough, era el próximo destino, un lugar enclavado
en un valle con dos lagos, donde estaría ese lugar para refugiarme.
Cuando el chofer me señaló a lo lejos cual era la casa, mi piel se erizó, era
una estampa de lugar, con una magia y un encanto espectacular.
Me despedí del chofer y saqué las maletas, cuando de repente salió un chico
impresionantemente guapo, con una de las sonrisas más bellas que jamás había
visto, me quedé sonrojada e impresionada.
― Eres Elena Rose ¿Verdad? – dijo alargando las manos – Buenos días.
― Mi nombre es Alan Smith, pero llámame solo Alan – sonrío a la vez que
cogía mis maletas.
Miraba embobada todo, la casa era preciosa, la habitación que sería la mía
era espaciosa, muy luminosa y unas vistas que eran dignas de fotografía.
― Alan ¿Y el pequeño? – pregunté al no verlo por ningún lado.
― ¿Qué le ocurre? – pregunté pues sabía que estaba enfermo pero nadie me
había contado que le ocurría.
― David tiene una enfermedad que está acabando con él, le dan máximo un
año, a no ser que el nuevo tratamiento de algo de luz, pero aún no se le ve que
esté funcionando.
― Él lucha por ganar, es todo un guerrero, me parte el alma que esta vida no
nos de opciones con las personas que más amamos – decía con el rostro lleno
de dolor mientras servía dos cafés.
― Entiendo que será por la situación tan delicada que estoy pasando, pero lo
veo un lugar muy triste.
Por supuesto que no lo haría, por respeto, pero me dieron unas ganas de darle
un abrazo a Alan…
Llegó un coche, eran Carina y David, ella iba impecable, saludaba sonriente y
amablemente, yo fui a recibirlos, le di la mano a ella, pero me dio un beso en
la mejilla. Abrí la puerta para que saliera David, que lo hacía con una
preciosa sonrisa y para mi asombro me dio la mano.
Alan me dio el contrato para que lo leyera, el entró un momento para ponerse
cómodo.
El contrato tenía las cláusulas del horario laboral siendo de ocho de la mañana
a tres de la tarde, se explicaba en el que al levantar el pequeño había que
ponerle el desayuno en el salón y encenderle los dibujitos, en torno a las dos
había que darle de comer, ya que lo pedía justo a esa hora y cualquier síntoma
había que llamar inmediatamente al doctor al número que había en la libreta al
lado del teléfono fijo, además había que permitirle al niño jugar en todo
momento que le apeteciera, haciendo hincapié de que el trato al menor debía
ser correcto, cariñoso y amable.
En el contrato venía también los horarios de la medicación que debían ser en
las horas exactas, además de todas las cláusulas de remuneración y demás.
Todo era normal, correcto y sencillo en ese contrato, pensé viendo a Alan
regresar, traía una tetera y dos vasos.
El pequeño me sorprendió.
―Eres muy guapa – dijo con esa vocecilla entrecortada.
―Dios David, el único extremadamente guapo ¡eres tú! – dije
acariciando su barriguita.
― Pues yo creo que podríamos hacer una en estos días – dije aniñadamente.
Al abrir la ventana pude sentir eso aire otoñal, era un frescor con carácter
propio, me encantaba sentirlo.
― Mañana trabajamos Carina y yo, tendréis que comer solos – dijo Alan
ayudándome.
― ¿En que trabajáis?
― Es una suerte…
Preparé la cena en un rato llegaría Carina, lo hice pensando lo tonta que era en
dejar apartar de su vida a un hombre con Alan, mientras lo pensaba apareció y
se comió a besos a su hijo, al saludar a Alan, lo hizo con una frialdad
aterradora.
Capítulo 2
Miré qué hora era y apenas las nueve y media, estaba acostumbrada en el
centro de acogida a acostarme temprano, había estado allí por veinte años al
fin y al cabo. Tenía ganas de independizarme y de hacer mi vida, no me
gustaba sentir que vivía de prestada, quería vivir sola y tener mi propio hogar.
Quise leer un rato antes de dormir, cogí mi nuevo libro y me dispuse a leerlo,
necesitaba evadir mi mente metiéndome en alguna historia, era la mejor
terapia.
Me desperté temprano, no eran ni las ocho de la mañana, me puse a preparar
el desayuno y poco después vi a Alan, ya estaba preparado para irse a
trabajar. Dejó su maletín sobre la mesa de la cocina y me dedicó una sonrisa.
― Buenos días, Alan. Sí, lo hice, parece que también tú -dejó todo preparado
para el desayuno.
Les preparé el café cuando me dijeron cómo les gustaba y fui a marcharme,
pero Alan me pidió que desayunara con ellos. Me dio un poco de vergüenza,
le sonreí y me senté a la mesa. Carina miraba su móvil y no le hacía caso y
supuse que a Alan le gustaría tener algún tipo de compañía mientras
desayunaba.
Ambos hablamos sobre los planes del día y después se fueron los dos a
trabajar.
― Ya lo entenderás.
Un poco más adelante, vi una pequeña cueva a lo lejos, estaba como
escondida entre unas montañas. Ese era el lugar, seguro. David la señaló, con
los ojos brillantes por la emoción. El lugar era pequeño y David tenía razón,
aquello transmitía paz. Tenían allí mantas y, cómo no, juegos de mesa. Supuse
que iban con frecuencia y sonreí.
Estuvimos allí como dos horas, reímos y jugamos, David estaba contento y eso
me hacía feliz. Estaba luchando con una enfermedad dura y era muy fuerte por
eso, nunca dejaba de ser cariñoso ni perdía esa sonrisa de la cara. Dejé esos
pensamientos a un lado, no quería entristecerme delante de él.
Al salir de allí, paseamos. Un valle precioso con mesas y bancos donde
sentarse. Y fue ahí donde nos paramos a comer algo y a que David se tomara
la pastilla. Y terminamos llegando a la casa agotados.
― ¿Te duchas tú y yo llamo al señor Peter? Tiene que traernos las cosas para
el pastel.
― ¡Sí! ―gritó.
Se fue corriendo al baño y yo a buscar el teléfono después de ver qué
necesitaba. Hice el pedido de lo que necesitaba para cocinar el almuerzo y la
tarta y me dijo que lo tendría pronto en casa, así que me puse ropa cómoda
para ponerme a cocinar. Era la primera vez que estaba sola en esa casa, quería
hacerlo bien.
David, ya duchado, me ayudó a preparar la comida, le hacía ilusión, cuando el
señor Peter nos trajo las cosas que le había pedido. Con música de fondo,
estábamos disfrutando mientras cocinábamos juntos.
― Ahora hay que echar otra vez chocolate y se termina, con ese caso. No, no,
el negro -casi se equivoca- Así, bien… - lo animé cuando ya lo hizo bien y
quitó ese ceño fruncido de su cara.
Alan llegó a casa y ya estaba todo listo, así que nos pusimos a comer. David
no paraba de hablar, le contó a su padre cada cosa que hicimos. Yo reía y Alan
se disculpaba conmigo con la mirada. No tenía importancia, me gustaba ver a
David feliz, no me molestaba que hablase.
Cuando terminamos de comer y recogí la mesa, saqué la tarta que hicimos.
― Claro que lo estará, papá. Las cosas son buenas cuando se hacen con
cariño.
― Lo sé, por eso te las doy. Lo único que deseo en la vida es ver a David
solo―dijo tristemente.
― No, no tengo y no quiero por ahora, solo me importa David ―le guiñé un
ojo.
Capítulo 3
― Sí y estoy loco por mi cola cao y tostadas ¡Muero de hambre! – soltó una
preciosa risa mientras tocaba su barriga.
― Bueno, tomate esto como unas vacaciones para recuperarte – dije evitando
llorar pues me había partido el alma.
― Aquí lo paso mal, mi mamá odia a mi padre y ama a Mike, se cree que no
lo sé, pero lo sé todo y me hago el tonto para no hacer más daño.
― ¿Mike?
― Ella me quiere mucho yo lo sé, pero es muy mala con papá y él es muy
bueno, no se lo merece, menos mal que has venido, me siento más contento y
tengo con quien desahogarme.
― Acepto, siempre que paguemos a medias – hice un gesto de que tenía que
ser así.
― Bueno, aún tengo la beca que me dieron sin tocar, así que no me arruinaré –
reí.
― Si vives con esta familia es que eres una persona muy buena, así que me
apetece invitar…
― Pues hay que convencer a mis papás – dijo moviendo las manos.
― Luego me paso por tu casa y hablo con ellos.
― Claro, siempre que no tenga visita con el doctor, Alan es como mi hermano.
Soy pediatra, así que encima estará bien cuidado - sonrió
Dos horas de charla ahí en la cafetería, bromeando los tres, el tiempo voló y
luego nos acompañó quedando en volver después de comer, a la hora del café.
Me senté a comer con David, estaba nervioso con que Elliot hablara con su
papá, así que esperamos a que llegaran mientras comíamos las deliciosas
lentejas.
Apareció Alan, y a los dos minutos Elliot, se abrazaron efusivamente, se
notaba que se querían bastante.
Mientras yo preparaba el té Elliot le dijo los planes a Alan y dijo que, por
supuesto que lo dejaba pero que, si había sitio para él, también se venía.
Elliot se puso contento le dijo que para él siempre abría sitio, así que
planearon el alojamiento en el centro de Cork, para poder hacer todo
andando…
Capítulo 4
Alan tenía que llevar a consulta a David. Me dijo que los acompañara y yo no
dudé en hacerlo. Nos fuimos los tres, Alan tan encantador como era siempre.
En el camino recordé lo que había pasado antes en la cocina. Con esos dos
hombres. ¿Quién no querría estar en mi lugar y pasar un fin de semana entero
con ellos dos? Me reí por el pensamiento.
Esa vez la consulta también fue bien, igual que la anterior. Yo me ponía a
charlar con cualquiera allí y Alan y David se hartaban de reír, pero el personal
médico era muy amable y era como si nos conociéramos de toda la vida.
Además, yo era un amor, ¿cómo no iban a sentirse a gusto hablando conmigo?
Les decía eso a los dos y se reían. Pero al final decían que así era, que tenía
razón y yo ponía entonces los ojos en blanco y reíamos de nuevo.
David siempre salía de allí cansado y era normal. Nos montamos los tres en el
coche y el pequeño hablaba de las ganas que tenía de acostarse en el sofá a
ver la televisión. No nos paramos por el camino para llegar rápidamente y que
pudiera descansar.
Cuando David se tumbó en el sofá, em fui a preparar la cena. Un poco después
vino Alan protestando.
― ¿Qué te pasa, estás bien? ―se sentó a la mesa con el móvil en la mano.
Ahí no podía decir nada, ni opinar, solo escucharlo. Era algo demasiado
privado como para que yo abriera la boca.
― Me da igual -dijo después y volví a mirarlo, dejando a un lado la cena-. No
me duele por mí, me duele por mi hijo. A él le gusta comer con su madre, que
esté en casa con él. Con nosotros. Que estuviera más tiempo aquí. No sé…- se
notaba más que frustrado, resopló y me miró a los ojos, cambiando el tema-
¿Con ganas de excursión?
― Con muchísimas ganas ―le sonreí. Lo mejor era dejar el otro tema de
lado―. Estoy deseando que llegue el viernes.
― Sabía que Elliot te caería bien, es alguien muy importante para mí, es como
mi hermano. Además es divertido, verás que te lo pasas muy bien, lo haremos
todos.
― Y yo con tanta paz que quiero algún huracán… -me sacó la lengua y se
levantó. Se cercó a mí y me puse nerviosa- ¿Puedo probar eso? -se puso a mi
lado, cogió una cuchara y se dispuso a probar lo que estaba cocinando-.
Hmmm… Está delicioso… Creo que a partir de ahora solo cocinarás tú, eres
una cocinera buenísima.
Nos quedamos mirándonos y menos mal que apareció David, tenía hambre.
Puse la mesa rápidamente y Alan nos sirvió la comida. Comimos entre risas,
contando anécdotas divertidas. Terminamos de comer y recogimos todo. Y aun
fregando los platos, bromeábamos.
Ya con todo recogido, Alan se marchó a acostar a David y yo les di también
las buenas noches a los dos. Tenía ganas de descansar y de leer un poco antes
de dormir.
Escuché cómo se cerraba la puerta de la habitación de Alan y dejé la novela
que ya tenía en mis manos a un lado. Admiraba a ese hombre, esa era la
verdad. Y sabía con certeza, que habría luchado no imposible por mantener su
relación, tal como Elliot me había contado. Pero era normal que se hubiera
cansado de eso. Entonces escuché la puerta de la cabaña, ahí estaba ya Carina.
Pensé también en ella. No podía opinar ni juzgar tampoco, pero todo era muy
triste. Triste que ese matrimonio pareciera estar muerto para siempre.
A la mañana siguiente me desperté temprano, tomé el desayuno mientras
miraba por esa ventana. Esperé a que David se despertara para ponerle el
desayuno, no sabía cuánto hambre tendría, pero solía despertarse con mucho
apetito.
Me dio el abrazo de buenos días al verme y le puse el desayuno delante, se
quedó viendo la televisión y me dispuse a hacer las cosas de la casa y a
dejarlo todo listo.
Alan llegó a la hora de comer, estaba ya todo servido en los platos, ese día
cociné algo un poco más elaborado y me había quedado delicioso. Los tres
estábamos comiendo a gusto y David habló entonces.
― Queda muy poco ya ―le dije muy seria, pero le saqué la lengua.
Recogí la mesa, diciéndole a Alan que ni se levantara a ayudarme.
― Pues hace mucho que no, papá. Como mamá siempre está ocupada, ya
sabes… ―dijo triste.
Me puso triste oírlo decir eso.
― Ya sabes que tiene mucho trabajo ―dijo Alan―, ahora olvidemos mejor
eso. Pensemos en pasar una tarde perfecta, pasearemos, cenaremos rico y todo
en buena compañía ―le guiñó un ojo―, nos dormimos rápido y ya será
mañana.
― Es como dice tu padre, David. Y hay que dormirse pronto para mañana no
estar agotados -seguí yo-, porque si no, no podré ni andar.
Capítulo 5
Viernes, al fin el esperado día para ir a Cork, Alan vino después del trabajo
para llevar al peque a la consulta, yo terminé de preparar el equipaje mío y
del pequeño, además de unos bocatas para cuando volviesen del doctor.
La calle estaba llena de artistas callejeros, bares y terrazas, iglesias, era toda
una ciudad muy viva, muy alegre, muy especial…
Alan y Elliot estaban en todo momento muy atentos conmigo, inclusive sentí
miradas por ambas partes como si me quisieran decir algo, me sentía
pequeñita, como David, pero muy bien cuidada y tratada.
Alan abrió la botella de vino que había comprado para el día siguiente, pero
no pudo esperar y sonriendo la abrió.
― Genial, solo es cansancio, pero feliz de venir aquí con todos ustedes.
― Normal, madrugaste para trabajar y luego el viaje, pero sé que además te
comes mucho el coco amigo – dijo Elliot.
― Ya, pero no tengo capacidad ni fuerzas para pensar en mí, ahora ya sabes
dónde está mi corazón y mi cabeza. Además, de lo otro que es un poco difícil
de digerir y aguantar.
― Es difícil y doloroso todo, aguantar estar en una habitación con Carina, con
su frialdad, ojos llenos de odio y yo aguantando por no dañar a David, eso no
me lo perdonaría, por eso aguanto, por él, para que lo que le quede no sufra al
ver a sus padres separados.
― Te voy a hablar claro, amigo, tu mujer está viviendo su vida ya, dejándote
el marrón de todo a ti, la responsabilidad más gorda, no significa que no
quiera a su hijo, todos sabemos que lo ama y lo quiere a lo grande, pero va a
su bola… Pienso que David se da cuenta de todo, pero se calla para no hace
más daño, pero quizás esto le esté haciendo más que si tu tomas una decisión
ya y pones las cosas en su lugar.
David a las nueve comenzó a tocar las palmas para que nos levantáramos, nos
reímos tela, le volaron almohadas, pero él ya estaba con la alerta de su
desayuno, así que nos fuimos a la calle a que nos lo pusieran por delante.
Nos dimos el desayuno padre, como decía Elliot, que comió todo lo suyo y lo
que iba pillando de nosotros, vaya desayuno se dio el pequeñajo…
Alan y Elliot no dejaban de buscarnos la lengua a David y a mí, que nos
poníamos a contestarles felizmente, me trataban como una pequeñaja, pero yo
les daba de su medicina.
Fuimos a una iglesia que dejaban tocar la campana del campanario dejando
una ofrenda y David lo hizo ilusionado, estaba loco de contento con esa
experiencia.
Cork impresionaba, para mí era la belleza de todo Irlanda, sabía que tendría
que volver más veces, me enamoraba cada paso que andábamos.
Entramos al mercado más bonito, colorido y completo del país. Alan y Elliot
miraron embobados una carne de chuletas brutalmente grandes y frescas, la
compraron para por la noche hacerla en el apartamento.
Comenzó a llover, lo vimos desde dentro del pub, cosa que nos frenaba a
seguir callejeando.
― Una ronda más – gritó Alan al comprobar que la lluvia nos haría quedarnos
un rato más refugiados en aquel pub.
Alan salió de nuevo al mercado a comprar marisco para por la noche, la carne
la haríamos al medio día ya que la lluvia iba a hacernos quedar en el
apartamento el resto del día.
Volvió un rato después al pub con las bolsas.
― Tres cervezas – pidió Elliot al camarero otra ronda – nos la bebemos y nos
vamos para la casa.
Pasamos por una tienda de juguetes antes de entrar a la casa y dije de entrar, le
compré una bolsa de animales de gomas al pequeñajo para que formara un
zoológico en el apartamento y se distrajera.
Alan me miraba, pero era con más tacto, Elliot sin embargo sus miradas eran
más descaradas, me sentía en medio de dos chicos que al parecer me querían
seducir.
Pasamos una comida divertidísima, además de la tarde y la cena, nos pusimos
tibios a comer, a contar anécdotas, historias y mil cosas más.
Capítulo 6
― Eres un amor, tenía que haberte conocido antes… ―se sentó y yo me quedé
sin saber qué decir.
Eso me había dejado fuera de juego, no sabía qué hacer o decir, esperaba no
ponerme roja. Él, al verme roja, se rio.
― Te lo digo en serio, has alegrado esta casa. No sé, es extraño, parece que
has acabado con lo negativo que se sentía aquí. David está feliz y yo no podría
ni haber imaginado hacer una excursión como la que hicimos, así que gracias.
― Para mí es mucho más de lo que piensas, este fin de semana, por fin he
podido dejar de pensar en todo lo malo.
David apareció por la cocina, quería comer, ese chico siempre estaba
hambriento.
― ¿Ves? Hasta más come desde que estás aquí ―dijo Alan y cogió en brazos
a David para darle un beso.
Carina llegó por la tarde y no dejó de darle besos a David. A mí me dio un
saludo tenso, como si no le gustase ni hacer eso. Pero era normal, ella tenía
que haber notado que entre Alan y yo había química y eso parecía molestarle.
Yo intentaba que ella no se sintiera incómoda con mi presencia, era muy
respetuosa y como me trataba no me parecía justo ni normal. Y la verdad es
que me dolía, no merecía eso ni buscaba crear incomodidades en aquella casa.
Un poco más tarde se fue a dormir, decía que estaba muy cansada y no quería
cenar. Abrazó a David, le dio un beso y se fue a dormir. Alan y yo nos
miramos en ese momento, era raro que después de haber pasado un fin de
semana entero sin su hijo, no cenase con él. Pero así era ella… O eso parecía.
Alan y yo nos entendíamos con la mirada, no necesitábamos decirnos nada y
con David me pasaba igual. Había química entre nosotros, entre los tres, era
algo increíble.
Alan y yo preparamos unos sándwiches para cenar, comimos para acostarnos
pronto. Alan me miró y negó con la cabeza. Yo entendía lo que me decía, que
no quería dormir con ella. Pero él lo hacía porque quería, nadie lo obligaba.
Lo hacía él por su hijo, para que no sufriera, pero al final el que estaba
sufriendo era él y su hijo se daba cuenta de todo.
El lunes comenzamos con la rutina. Me desperté, desayuné esperando a que
David se levantara. Paseamos por la mañana por el parque. Nos gustaba pasar
tiempo juntos. Y divertimos.
Esa vez paramos en un parque hermoso que tenía un tobogán y algo más para
el disfrute de los niños. David se fue a jugar y yo me senté en un banco a estar
pendiente a él.
No iba perderlo de vista, era un niño muy inteligente y no pasaría nada, pero
me gustaba verlo disfrutar.
― Tengo libres las mañanas y suelo pasear cerca de aquí. Siempre acabo en
este lugar. No esperaba encontrarme aquí contigo, pero con ese chico al que
cuidas… No me extraña en absoluto ―rio y me guiñó el ojo.
― Yo sé que todo se solucionaré. Tienes que tener fe. Mira, es un niño feliz,
saldrá adelante.
Lo miré y sí, era feliz. Nunca perdía la sonrisa. Sonreí a Elliot y solté mi
mano, me ponía nerviosa su contacto.
― Hay que repetirlo. Nos lo pasamos muy bien los tres, tenemos que hacerlo
otra vez.
― Le dije a Elena que tenemos que repetir la excursión, así que hablaré con tu
padre, ¿qué te parece? ―le preguntó a David y se disculpó con la mirada por
la mentira. No era nadie…
Fuimos hasta una cafetería pequeña y nos tomamos unos refrescos y algo de
comer. Bromeamos con lo que habíamos vivido en la excursión, fue divertido
recordar esos momentos y hacíamos apuestas sobre dónde iríamos la próxima
vez.
Estuve pensando mientras los observaba a los dos, se tenían mucho cariño y
ahí pensé en Alan, debería de estar ahí con nosotros y eso me hizo sonreír y
me dejó un poco asustada.
Le tenía cariño a ese hombre, demasiado. Igual que a David y a Elliot, claro,
pero con Alan era muy diferente.
Elliot se marchó y nos despedimos de él. Dijo que llamaría a Alan para hablar
sobre nuestro próximo viaje y David y yo volvimos a casa. Hice el almuerzo y
el niño se quedó descansando hasta que llegó Alan y nos sentamos a comer.
Le dijimos lo que hicimos ese día y David se quedó mirando raro, sabiendo
que Elliot aún no le había dicho nada a su padre sobre el viaje, o al menos
Alan no parecía saber nada. O tal vez no decía nada hasta hablarlo antes con
Carina. También podía ser.
Recogimos la cocina y vimos la televisión un rato antes de llevar a David de
nuevo al médico y tomarnos un café antes de llegar a casa.
Cuando llegamos ya era la hora de cenar y Carina estaba en casa.
El niño dijo que sí y ella se lavó las manos y comenzó a poner la mesa y yo no
sabía si debía ayudarla o irme de ahí o qué hacer. El móvil de Alan sonó y
salió de allí para hablar, dejándome con ella.
Me dio la cesta con el pan y me dijo de muy malas maneras que la pusiera en
la mesa. Lo hice y la ayudé. David llegó y hablé con él hasta que Alan vino y
nos sentamos a comer.
― ¿Qué planes tienes para este fin de semana, Carina? ―le preguntó Alan,
estaba sirviendo agua en los vasos.
― David, ¿terminaste ya? ―el niño dijo que sí un momento después― ¿Te
importaría dejarnos solos, por favor?
David era inteligente y le hizo caso a su padre, nos dejó solos y yo no sabía si
irme o no, lo intenté, pero Alan me dijo con la cabeza que no, así que me
quedé allí, callada.
Ahí estuve a punto de explotar, esa mujer era una víbora, tenía maldad.
Insinuaba que su marido y yo teníamos algo más.
― Yo nunca te he preguntado qué haces con tu vida, con quién pasas el tiempo,
¿me lo vas a preguntar tú a mí a estas alturas?
No, no tienes que hacerlo ―me levanté sonriéndole―. Que descanses, Alan.
Me despedí también de David y me fui a mi habitación. Aún estaba por reírme
por la respuesta de Alan a su mujer. Pero la verdad era que tenía que haber
negado que hubiera nada entre él y yo. Y mi cabeza empezó con sus historias
de nuevo, con esas fantasías por las que tuve que volver a recriminarme.
Los días que siguieron fueron de la misma manera. Tomaba algo con Elliot por
las mañanas al encontrarme con él y nos acompañaba al niño y a mí a pasear.
Sentía que podía confiar en él y era muy cariñoso con David y conmigo, me
sentía a gusto. Pero también me ponía nerviosa al verlo mirarme a veces o al
notar algún roce ocasional entre nosotros. Y lo peor es que ese hombre era
atractivo.
Cenábamos solos, sin Carina en casa, ella llegaba cuando ya todos estábamos
en nuestras habitaciones. Mejor, porque era insoportable.
Era miércoles, de noche y yo estaba en el sofá. Alan entró en el salón, acababa
de acostar a David.
― No me agradezcas eso.
― No pasa nada, Alan. A veces me hace ponerme nerviosa, pero ya está -le
dije.
― Pues no, por dios. Pero a veces creo que… ―cállate, pensé, no digas más.
― Claro, claro que quiero ir ―no entendía por qué preguntaba eso.
― ¿Seguro? Porque Elliot no viene, tiene que trabajar. Todo está preparado,
pero no sé si querrás venir…―carraspeó.
― Yo no tengo ningún problema en que vayamos los tres, Alan.
― Eso es una sorpresa. Mejor nos acostamos que el finde merecerá la pena,
ya lo verás ―me guiñó el ojo y se fue.
Resoplé y fui a acostarme. No sabía por qué estaba tan contenta por pasar el
fin de semana sola con ellos. Y la actitud de Alan me había llamado la
atención porque tampoco la entendía bien. Intenté entenderlo, pero nada. y ya
mi mente se iba por otros derroteros, como siempre. Resoplé de nuevo, si es
que no tenía remedio.
Elliot se disculpó con el niño cuando nos lo encontramos el jueves. También
lo hizo conmigo, pero el trabajo es trabajo. Le dije que no se preocupara, lo
entendía. David estuvo unos segundos tristes hasta que le dije que iríamos de
todas formas y ya se animó. Volvimos a casa y estuvimos todo el camino
hablando sobre lo que haríamos en el viaje y las ganas que teníamos de irnos
ya de excursión.
Yo también tenía muchas ganas de pasar esos días con ellos. Se me iba a pasar
el tiempo que quedaba muy lentamente.
Capítulo 7
La mañana pasó lenta por las ganas que teníamos de que llegara Alan, que ya
quedaba poco y yo tenía la comida preparada para los tres, cosa que tal como
llegó se sentó feliz con nosotros y bromeando sobre la sorpresa que nos
esperaba.
Antes de comenzar paramos en el medico para la visita que le correspondía
ese día al peque.
En menos de una hora estábamos en Bray, una ciudad preciosa en la cosa al
sur de Dublín.
Sorprendida viendo esa playa kilométrica y todo aquel lugar, rezando además
para que ese fin de semana no lloviera.
Alan sonrió y levantó las manos, dispuesto a no protestar con la mirada que yo
le había lanzado.
― No evites la pregunta.
― No la entiendo, de verdad.
― Alan yo…
― No estoy acostumbrada a esto y jamás sentí por nadie las emociones que
has despertado en mí.
― Me encantó…
― Me fio de ti…
― Voy a luchar por ti, para no tenernos que esconder del mundo, quiero estar
contigo y cuidarte para siempre.
Lo abrí con una emoción increíble, era una cadena de plata con un pequeño
reloj de bolsillo grabado con unos dibujos de margaritas con sus colores, pero
lo puse sin dudarlo, me encantaba aquel detalle.
― Lo vi al pasar varias veces, me gustó y pensé que debería de ser para ti.
Era así, todo un señor, una gran persona, atento y un bombón de hombre.
Nos acostamos juntos abrazados, en esos momentos comprendí que habíamos
estado predestinados para encontrarnos.
Capítulo 8
Cuando abrí los ojos, me encontré con David a un lado, abrazándome, Alan al
otro, haciendo lo mismo. Les sonreí porque estaban también despiertos y nos
levantamos a desayunar, estaba muerta de hambre. Como David, siempre tenía
hambre.
Con Alan me sentía nerviosa y me pasaba el tiempo roja como la grana. No me
ponía las cosas fáciles, aunque él lo intentaba. Pero yo no podía controlar lo
que me hacía sentir y esa inseguridad que nacía cuando estaba con él, pero
cuando me miraba con cariño, volvía de nuevo a sentirme segura.
Mientras ellos se duchaban, preparé mi ropa y después me duché yo. El día
estaba perfecto, increíble pero cierto, así que salimos a desayunar a un lugar
cercano y nos pedimos de todo, había hambre.
Alan me miraba sensualmente y su hijo se dio cuenta y me puse roja, pero el
niño sonrió, le advertí a Alan con la mirada, pero le importaba poco, él seguía
con lo suyo, ignorando si su hijo se daba cuenta o no.
Y por eso yo estaba hecha un flan. Nerviosa y no daba pie con bolo.
No podía ni hablar porque ni sabía lo que tenía que decir, no podía pensar, ni
quería meter la pata. Así que los dejé a los dos riendo y yo me quedé en
silencio antes de soltar una de las mías y liarla.
Y mi corazón iba a mil por hora. No podía controlar los nervios.
Estaba por no controlar también mi hormonas, él me provocaba y yo no podía
no desearlo. Lo estaba pasando mal por su culpa, pero él seguía y seguía.
David se abrazó a mí, me dio un beso y yo hice lo mismo. Lo quería mucho,
ese niño era un alma noble, pura dulzura. Sentía algo muy fuerte con él. Muy
intenso. Una conexión especial.
En momentos así, su padre sonreía al vernos, yo sabía que vernos así lo hacía
feliz y parecíamos una familia.
― Eso lo pago yo ―dijo Alan tras mirarme con un vestido que me probé.
― No, esto es mío y lo pago yo ―corrí a la caja para pagarlo.
Él llegó antes que yo y le dio su tarjeta a la cajera. Y tuve que callarme para
no liársela allí mismo.
Iba por la calle feliz de la vida con mi regalo, había sido un bonito detalle por
su parte, aunque me daba vergüenza. Lo usaría esa noche para la cena. Y el
colgante que me había regalado también. Y con las botas altas nuevas que
llevaba, me sentiría pletórica.
Después de almorzar, nos fuimos al hotel porque necesitábamos descansar un
poco antes de volver a pasear y a cenar fuera. Nos levantamos de la siesta y
nos arreglamos para irnos por ahí.
David se notaba feliz, cada vez más, con mejor cara y sabía que yo tenía
mucho que ver en esa mejoría. Lo quería mucho, esa es la verdad. Y a Alan
también, le tenía cariño y me reía mucho con él.
Cenamos en un restaurante hermoso al que nos llevó Alan, pidió la cena y
David y yo alucinamos cuando nos trajeron esa mariscada.
― Y tanto que sí ―cogí algunas gambas para pelarlas y que David se las
comiera.
― Alan…, yo…
― No, no digas nada ―me interrumpió―. Confía en mí, Elena, solo te pido
eso. Conseguiré que estemos juntos y no se te ocurra pedirme que me corte
delante de nadie y no demuestre lo que siento por ti.
― Ni me conoces…
― Sí…
Tuve que reírme y lo besé al final, porque yo tampoco quería dejar de hacer
eso.
La cena fue hablando sobre el viaje que habíamos hecho y cómo de bien lo
habíamos pasado. Alan acostó a su hijo y Carina seguía sin llegar. Nos
sentamos en el sofá. Alan cogió mi mano y la besó suavemente.
― Vaya… El fin de semana fue muy bien por lo que veo… ―dijo ella, yo
creía que iba a pegarme por la cara que puso.
― Quiero dormir contigo, pero mejor me quedo aquí, dormiré en el sofá ―me
guiñó un ojo y me besó de nuevo.
El día era frio, encendí la chimenea y nos quedamos allí toda la mañana.
Alan llegó al medio día y nos fundimos en un abrazo, luego nos fuimos para
comer a la cocina, regalándonos mil preciosas miradas.
David tenía sueño y tras comer se fue a la habitación a dormir un rato.
Alan y yo nos sentamos en el sofá un rato.
― No Alan, no quiero que gastes nada en mí, ya soy feliz sin necesidad de
nada material.
― Te amo.
― Lo sé.
― Se los di de sorpresa.
― Excelente acierto.
Un rato después se fue y me reí con su ocurrencia, poco después llegó Carina y
nos sentamos todos a cenar, ella solo hablaba conmigo y con el pequeño, a
Alan lo ignoraba, así que cuando recogí la mesa me retiré a descansar.
Capítulo 10
― Alan me ha dicho que tenía que quedarse por el tema del pozo. No sé si a ti
te apetece venir.
David insistía en que quería irse a casa, me parecía que no tenía ganas de estar
con Elliot. Salimos de la taberna y él también lo hizo. Nos siguió a comprar el
pan y a la casa, aunque yo no quise, pero insistió. Y nos dijo que pronto
coincidiríamos de nuevo…
La semana pasó rápido, la rutina seguía. Comíamos con Alan todos los días y
en la cena estaba Carina.
Se despidió de su hijo el viernes por la mañana y le dijo que volvería el
domingo por la noche.
Estuvimos esa mañana de compras por el pueblo, carne, pan y lo que se
necesitaba para pasar el fin de semana sin que faltara nada.
Alan llegó contento a almorzar porque iba a pasar el fin de semana con
nosotros y Carina tampoco iba a estar. Comimos comida grasienta, que es lo
que David quiso, descansamos antes de ir a la consulta y después de ver al
doctor, nos paramos a comprar algún vino para el fin de semana.
Llegamos, ordené las cosas y me duché. Me puse el pijama que me compré el
fin de semana y cuando llegué a la cocina, ya Alan estaba cocinando. Y olía
deliciosamente.
― Con ese pijama estás… Te sienta muy bien ― terminó diciendo al fina, me
agarró por la cintura, me acercó a él y me besó. Menos mal que David no
estaba.
Abrió una botella de vino y la sirvió en las copas. David llegó pidiendo un
sándwich y que quería dormirse. Así que se lo preparé rápidamente, se lo
comió y se fue a la cama. Le empecé a contar un cuento y se durmió en
cuestión de pocos minutos. Estaba agotado.
Cuando volví a la cocina ya estaba la cena servida, se me hacía la boca agua.
Alan no dejaba de coquetear conmigo, me tenía más que nerviosa mientras me
miraba de esa forma, para hacer que me derritiera.
Cuando cenamos, nos fuimos al salón y con la chimenea encendida, nos
tomamos el vino. Él no dejada de acariciarme, muy cariñoso conmigo.
Y eso me encantaba de él.
Apoyé la cabeza en el respaldar del sofá, él se inclinó y me besó suavemente.
Dejando, al terminar, su frente unida a la mía.
Nos miramos en esa postura unos segundos, sin apartar la vista el uno del otro,
sonriendo. David podía despertarse, levantarse y vernos, pero ni eso me hizo
moverme y romper la magia de ese momento. Pero a mí iba a darme algo.
― ¿Qué pasa? ―me puse roja y evité su mirada, pero cogió mi cara con sus
manos― Elena, no, mírame. ¿Qué pasa?
No me dejó decir nada, me besó para quitarme todas esas inseguridades que
adivinaría que tenía en ese momento, seguramente las conocía mejor que yo.
Los besos se nos fueron de las manos, cada vez más profundos y nos costaba
respirar cada vez más.
Un poco después se levantó para quitarse su ropa, no pude mirarlo mucho
porque ya desnudo, se tumbó encima de mí de nuevo.
Yo abrí un poco las piernas y lo besé, no quería dejar de hacerlo. Él no dejaba
de besar todo mi cuerpo. Besó y lamió mis pezones y gemí mientras mi cuerpo
se arqueaba pidiendo más de eso, de esa sensación.
― Alan… Alan, por favor… ―no sabía mucho de eso, pero tampoco era
tonta, sabía bien lo que mi cuerpo quería y lo necesitaba a él dentro de mi
cuerpo.
― Es el regalo más bonito que me han hecho en la vida. Y me lo has hecho tú,
sabes lo que siento por ti. Me acabas de hacer el hombre más feliz de este
mundo -estaba emocionado-. Nunca dudes de mí, cariño. Haré lo que sea
necesario para no perderte, porque no dejaré que te vayas, tu vida es conmigo.
Cerré los ojos, dispuesta a descansar. Un poco más tarde, Alan me despertó
para llevarme a mi cama, David podía vernos allí. Me acosté, me besó y se
fue.
Y volví a dormirme, feliz.
Capítulo 11
― Nunca sentí algo así por nadie, Elena. Haces a mi hijo un niño feliz, y a
mí… El hombre más feliz del mundo. Por ti es por lo que quiero seguir
adelante. Eres tú quien me devolvió las ganas de vivir. De luchar. Pero, sobre
todo de amar.
Nos abrazamos con más fuerza y sonreí. Yo lo amaba como a nadie y no podía
pensar tampoco en perder lo que sentíamos el uno por el otro.
El domingo me desperté y él ya no estaba en la cama. Se habría ido y era
normal. Me vestí y salí a verlos.
Estaba deseando de ver a Alan.
Olía a café recién hecho. Cuando lo vi, me acerqué a él y lo abracé por detrás.
― Buenos días, mi amor ―se giró y me besó―. Cada día que me queda de
vida quiero que me des los buenos días así.
Me separé de él al escuchar a David acercarse. Nos vio en la cocina y nos
miró a los dos. Después se acercó a nosotros y nos dio un abrazo a cada uno y
los buenos días.
Entramos a la habitación, al momento entró Carina sin decir nada, con su cara
de mala hostia, ni en ese momento transmitía paz ni empatía.
Se fue hacia el pequeño para hacer su teatro, ese que me di cuenta de que
hacía tan bien.
Sali a tomar un café, no aguantaba ese mal rollo, cada vez me pesaba más
aguantar aquello, un rato después apareció llorando Alan, pero con una sonrisa
de oreja a oreja, no entendía nada.
― Yo también…
― Gracias, soy la mujer más feliz del mundo con lo bueno que ahora le queda
por vivir a mi niño David - dije llorando, no era mi hijo, pero mi niño sí que
lo era.
Lloré más, eso me había tocado el alma del todo, por fin podría hacer mi vida
junto a él.
Volvimos y Carina se levantó para irse, sin hablar, solo le dijo al pequeño que
volvería al día siguiente, frialdad en estado puro.
Por la mañana estaba mucho mejor, aproveché para bajar a por dos cafés y
unos dulces, al regresa antes de entrar escuche la discusión desde la puerta
que no me atrevía a abrir.
― Es lo que hay, no te estoy preguntando, es lo que hay si quieres bien y si no
te jodes también.
Se calló Alan, me di cuenta de que eso no iba a ser fácil y que Alan, por
supuesto y entendiéndolo no iba a renunciar a su hijo.
Me fui sin entrar y volví al pueblo, Alan no dejaba de llamarme pero no podía
cogerlo no paraba de llorar.
Preparé las maletas, llorando, pero mi mundo se había caído, había sido muy
feliz, pero ahora estaba atada a algo que no se iba a romper y yo no quería ser
la otra, ni mucho menos vivir a escondidas.
“Querido Alan;
No es fácil escribir esto, cuanto este lugar y tú me habéis hecho la mujer más
feliz del mundo.
Cuídate. Elena.”
― Gracias.
― ¿Entonces?
― Carina y él discutieron.
― Como siempre…
― Por mí…
― Sí.
― Ya…
― Ya lo hizo…
Capítulo 13
Desperté y me di una ducha, notaba algo raro, un escalofrío recorrió mi
cuerpo. Fui al salón y casi me desmayo, ahí estaba Alan.
La tristeza que vi en su cara hizo que me derrumbara a llorar.
― Shhh… Déjame abrazarte, besarte, calmar el dolor que he pasado sin saber
de ti.
― Yo también. ¿Y mi niño?
― ¿Y?
― Pero Alan…
― Pero es tu niño…
― Sí y tú el amor de mi vida.
― Pero te lo quitará.
― No, ya hemos firmado, la custodia es mía, solo hace falta que mi abogado
lo legalice en el juzgado, ella solo tendrá visitas, el pequeño eligió eso.
― Pero ¿Cómo lo conseguiste?
― Le enseñé las pruebas que tenía escondidas y que ella no contaba, le dije
que o firmaba o la entregaba para que perdiese el trabajo y encima la iba a
hundir en los tribunales.
― Entonces…
― Alan…
― ¿Cómo me encontraste?
― Elliot me informó de todo, en el fondo es un gran amigo.
― ¿A casa?
Epílogo
ALAN
Llevamos un año que estamos los tres juntos y recuerdo el día que Elena llegó
a nuestras vidas como si hubiera pasado ayer. Incluso lo que sentí cuando la
vi, eso no lo olvidaré jamás.
Lo que no podía saber es lo que nos deparaba el futuro. La felicidad que nos
regaló.
Estaba divorciado desde hace dos meses y no hablaba mucho con Corina, solo
para algo relacionado con nuestro hijo, pero así no discutíamos.
David era feliz. Más feliz que nunca. Y yo era feliz viéndolo a él así.
Miro a Elena jugando con él y con la pequeña Mirta y sonrío como un bobo.
Mirta es mi hija con Elena. Nuestra hija…
Al poco tiempo de volver a la cabaña supimos que estaba en estado. Saber eso
nos llenó de felicidad a los dos. Mirta había llegado al mundo como fruto de
nuestro amor y tenía a David enamorado. No la dejaba ni a sol ni a sombra.
Reí viéndolos jugar, era feliz así, disfrutando de ellos, de mi familia.
La vida se trata de tomar decisiones y a veces tomamos las equivocadas. O
luchamos por cosas inútiles. Por lo que sí hay que luchar es por el amor, es lo
que le da sentido a la vida.
Fui a unirme a ellos, a las risas de esas personas que me hacían el hombre más
feliz del mundo. Y haría lo que hiciera falta para que esas risas no se apagasen
nunca.
La historia
de
una infidelidad…
Mía Nizar
CAPÍTULO 1
Me llamo Tina, tengo 36 años y soy abogada desde hace seis años, los mismos
que llevo casada con Juan, él tiene 38, trabaja en un banco de director de
oficina.
Éramos un matrimonio feliz hasta que otro puso patas arriba nuestra
relación…
Era temprano, estaba en los tribunales, el día era malo, quería que acabara ya
mi jornada laboral, llegar a casa y relajarme.
Me dolía la cabeza, estaba lleva un expediente que me chupaba todas las
energías, me daba que a mí cliente no lo iba a liberar ni Dios, quería
demostrar su inocencia a pesar de que nada jugaba a nuestro favor.
Los pies me estaban matando esa mañana que las horas se me hacían
interminables y todo me molestaba, llegue al departamento penal donde tenían
que sellarme un registro de entrada.
― ¡Tina! Es toda una sorpresa que nos encontremos por aquí ― dijo el
chico de la casa de al lado.
Era la primera vez que me lo encontraba ahí, era poli y venía a traer a alguno
de los detenidos al juzgado, pero nunca me lo encontré. Casualmente me lo
encontraba en la puerta de casa, encontronazos fortuitos de vecinos, pero
jamás habíamos estado en la casa del otro.
Continué para hacer lo del registro, nunca me había parado a hablar con él, era
guapísimo, me estaba dando cuenta en estos momentos, su cuerpo escultural
era toda una provocación.
Al fin acababa mi jornada laboral y llegué a casa, Bruno, ya tenía la comida
sobre la mesa y todo recogido, ese día lo tenía libre.
― Mareo y todo me entró al pensar en verme con una barriga – puse los
ojos en blanco.
No se me pasaba por la cabeza el ser madre, nunca tuve esa llamada que
dicen, vivía bien y era feliz sin necesidad de traer hijos al mundo.
Por fin ya estaba en el sofá, relajada, la mañana había sido una noria de
ajetreada, no podía con el dolor de cabeza y mucho menos el de pies.
Bruno no tardo en masajeármelos, era un hombre perfecto, detallista y lleno de
buenas energías.
― Esto es un placer…
― Estoy pensando que hace mucho que no salimos a tomar algo por ahí,
podríamos salir este fin de semana ¿Qué te parece?
― Genial – dije recordando que la última vez que salimos con ellos la
cogimos brutal, nos duró unos días el recuperarnos y prometimos que no
beberíamos más así, aunque seguro que el viernes lo volveríamos a hacer,
esas cosas se olvidan y se repiten.
“Genial, me acosté temprano y eso ayudo a que hoy estuviera nueva ¿Qué
tal tu?”
“Perdona, no lo pillo”
“Sin dudas…”
“Desde ayer que te vi, soy el hombre más feliz de la faz de la tierra”
Sin palabras, me había dejado sin palabras, pero quería saber hasta dónde
llegaba.
“No me lo creo…”
Entré al juzgado, a la cita que tenía para la conciliación, pero no sin antes
mirar su última mensaje respondido.
Blanca, sin respiración, sin creerme lo que estaba leyendo y encima, con cara
de gilipollas.
¿Qué estaba pasando por mi mente para sentirme así?
Era feliz con mi marido ¿Qué me estaba pasando? No podía creer que eso me
produjera una felicidad inesperada.
Cuando salí volví a contestar a su mensaje.
“No te creo...”
Contestó rápidamente.
“Todo es posible”
“Mañana es mí día libre, por la mañana iré al bar de la calle de atrás del
juzgado, será toda una casualidad verte por ahí.”
― Me hará gracia volverte a ver con dos copas, me aprovecharé tras eso
de ti – me guiñó el ojo.
― No cambias…
― Me lo pedirás tú…
Nos dio la risa, como siempre, teníamos muy buen rollo y sabíamos buscarnos
la lengua.
Esa noche caí rendida en la cama, pensando en Sergio…
― Ni lo habrá – sonreí.
Me dio miedo solo de pensarlo, pero no me iba a quedar con las ganas y
mucho menos negarme a la propuesta
Una hora estuvimos hablando, riendo y sintiendo una atracción que era
innegable por cualquiera de las dos partes.
Quedamos en volvernos a ver y me dijo que por favor no lo olvidara.
Llegué al despacho flotando en una nube, nerviosa, recapacitando por todo lo
que había sucedido y sobre todo sintiendo que algo nacía en mi interior.
Inesperadamente recibí un mensaje suyo.
Respondió rápidamente.
Me asombró su respuesta.
“Que tengas un perfecto fin de semana. El lunes serás solo para mí.”
“Buenos días, Sergio, que tu fin de semana también sea perfecto. Para la
comida que tenemos el lunes, ya me dices cómo lo hacemos.”
No sabía adónde íbamos a ir, pero con él iría al fin del mundo, no me
importaba.
“Me gusta tener el control de todo lo que me importa. Como de ti, por
ejemplo.”
Quise saltar y gritar allí mismo, en medio de los juzgados. Me había dicho que
le importaba y mi corazón estaba hincho de alegría.
“Vi cuando te montaste en el taxi. Tienes unas piernas preciosas. Con esa falda
y esos zapatos… Sin palabras. Voy al club, piensa en algo, pero haz que nos
encontremos todos allí, como de casualidad. Venga, tú puedes. Usa esa
imaginación e invéntate lo que sea para que nos veamos allí.”
Dios mío… pero ¿cómo iba a hacerlo? No sabía cómo, pero tenía que
conseguir que todos termináramos allí. Mientras ellos hablaban de adónde
íbamos a ir, solté mi idea como si se me acabara de ocurrir.
― Sí, también oí hablar de él, por lo visto tiene una terraza cubierta para
poder estar relajados y tomando el aire ―me ayudó Marcos.
Bien, lo había conseguido. Sonreí. Aunque sabía que no tenía que alegrarme
por lo que hacía, no podía evitarlo. Cenamos y nos fuimos a conocer el pub
Cruzamos el local entero para poder llegar a la terraza. Al fondo lo vi, Sergio
y Alicia estaban en la barra. Él nos miró y yo me hice la tonta, como si no me
hubiera dado cuenta de su presencia.
Seguí caminando y llegué a la barra, donde estaba él. Al acercarnos, su mujer
nos saludó con la mano al vernos, pidiéndonos por gestos que nos
acercáramos a ellos y todos con caras de sorprendidos por encontrarnos.
Disimulé bien, pero estaba como un flan.
Hicimos las presentaciones formales porque Marcos y Noemí, aunque los
habían visto por cruzarse con ellos, no se conocían. Alicia asumió el control
con rapidez, llevando la conversación a su terreno, los demás le pedimos las
bebidas al camarero.
― Podéis dejar las cosas ahí para estar más relajados ―dijo Alicia, eso era
una clara invitación a que nos quedáramos con ellos.
―Mañana no me empiezo mover del sofá. Buscaré alguna casa rural para el
próximo fin de semana. Alcohol, comida.... ¿Os parece? ―preguntó Alicia
antes de proponer un brindis.
― Hace tiempo que somos vecinos y nunca hemos tomado un café juntos.
Somos unos maleducados por no haberos invitado -rio ella.
― No te preocupes, siempre estamos liados, el trabajo, la casa… No tenemos
tiempo para nada, es normal -reí a carcajadas. Con ese comentario y yo
pensando que el lunes iba a comer con él. Era más que un simple café.
― Pues desde hoy quedamos para desayunar. Yo me tengo que ir antes, así que
si alguien tiene el detalle de tenerme el café listo antes de las siete… Me da
igual en qué casa sea -rio Eddy.
― Tú no es que trabajes mucho. Una mañana, una tarde, una noche y después
la semana libre. Eso sin contar que los fines de semana también -se burló
Alicia.
Me duché, me arreglé y me tomé un café. Por fin había llegado el día en que
estaría con él a solas y no tenía ni idea de qué tenía preparado. Fui hacia mi
despacho, sabía que estaba guapísima, yo me sentía preciosa con mis botas
altas de tacón, esa minifalda que dejaba mis piernas a la vista y una camiseta
ceñida que ocultaba la chaqueta. De infarto.
Nada más llegar, me llegó un mensaje de Sergio.
Sonreí cómo tonta, estaría allí antes. Cómo para no, estaba deseando de que
llegara el momento. No sabía qué contestarle, así que lo primero que se me
ocurrió.
― ¿Qué sorpresa?
― Qué miedo…
― Anda ya, sólo disfruta. ¿Nunca has hecho nada sin pensar?
― Si esto no es hacerlo…
― No cuenta, solo es una comida…
― Está mal…
Salí borracha porque bebí demasiado vino, él no, solo se tomó una copa, Era
quien conducía. En el coche fue muy cariñoso, me acariciaba la pierna y la
mano.
No sabía a dónde íbamos, pero lo iba a acompañar adonde quisiera. Sus
caricias me ponían cardíaca, me seducía de una manera especial. Mientras
conducía, nuestras manos agarradas, soltando mi mano solo para cambiar las
marchas.
Llegamos a un pequeño hostal a las afueras de la ciudad, lo miré con la boca
abierta, nerviosa. Me dijo que no me preocupase y que tenía que confiar en él.
Llegué nerviosa a la habitación. Ya tenía las llaves de la habitación porque las
había recogido antes de ir a por mí. Mientras entraba en la habitación, creía
que el corazón se me iba a salir del pecho.
Se acercó a mí y me pego mi cuerpo con el suyo casi sin darme tiempo a
pensar estaba muy seguro de lo que hacía. El control era suyo. Me agarró del
trasero con sus manos.
― No, No sé si...
― Sí lo sabes, déjate llevar ―me apretó más aún contra él y noté su erección.
Su mirada cada vez quemaba más, no iba a parar, iría hasta el final. Acarició
mis nalgas hasta llegar a mi sexo.
― No me olvides.
¡Joder, qué bruto! Con la cara ángel que tenía y lo que era en la cama… En
verdad me encantaba que dijese cosas así, me provocaba. Ese hombre está
empezando a adueñarse de mi corazón.
Me sequé y le contesté antes allí mismo.
Esperé su respuesta.
“Te deseo, tengo muchas ganas de volver a follarte.”
No me respondió.
Fui a la cocina, Bruno ya tenía preparada la cena. Mi móvil seguía en silencio
porque, aunque Bruno no solía tocarlo, no me la podía jugar.
CAPÍTULO 3
Llovía, miraba café en mano a través de los cristales de mi despacho, no podía
quitarme la imagen de Sergio de mi cabeza.
Era injusto lo que le estaba haciendo a Bruno, pero no podía luchar contra
esos sentimientos que eran más fuerte de lo que yo esperaba.
Solo de pensar en él me entraba un calentón que no podía controlar, era algo
especial, inesperado y muy difícil de evadir.
Recordaba las palabras de él y eso no me dejaba concentrarme.
Casualmente al mirar el móvil, tenía un mensaje.
Contestó instantáneamente.
― Perfecto.
― ¿Bien?
Mientras ponía la mesa me acordaba de la cita que tenía con Sergio en dos
días, me sentía rabiosa, pero a la vez deseosa, me estaba volviendo loca con
tantas sensaciones inesperadas que estaban abordando mi vida.
Noté a Bruno juguetón, de esos días que quería perderse en mí.
Mientras tomábamos el café tras la comida, el empezó a jugar con sus manos
sobre mi barriga, comenzando a despojarse de mi ropa y denotando un deseo
que no sería fácil de evadir, aunque mi cabeza como siempre estaba en Sergio.
― ¡Rico!
― No lo veo adecuado…
Se acercó a mí, sabia mis miedos y quería calmarlos con su cercanía, como el
solo sabía hacerlo, todo se nos había ido de las manos, habíamos encontrado
un punto que llenaba nuestras vidas y eso a estas alturas, ya era difícil de
frenar.
Me levantó y abrazo, comenzó a besarme efusivamente.
― Es difícil…
― Quiero follarte aquí y ahora…
― Es tarde…
― No queda nada para las vacaciones, este año no te dejaré que las
cambies a última hora como años anteriores – dijo acariciando mi barriga.
― Ni de bromas, este año las cojo a su debido tiempo.
Dentro del baño me vino el recuerdo de Sergio, de la tarde que había pasado
de él, de los momentos tan fuertes e intenso que habíamos vivido, eso me hizo
reaccionar tocándome a mí misma.
Llegó el orgasmo, luego me sentí mal, se me estaba yendo todo de las manos y
estaba sintiendo que mi vida solo giraba en torno a Sergio, ese hombre que
había estado siempre en mis narices y nunca me había llamado la atención,
pero que, desde aquel día, se había vuelto el todo en torno a mi vida.
Me sentía culpable…
Me metí en la cama y Bruno ya estaba en el séptimo sueño, durmiendo como
un bebé, miré el móvil para ver la hora que era y me sorprendí al comprobar
que tenía un mensaje de Sergio.
Respondió.
“¿Ya?”
“Ya…”
No tardó en contestar.
“Necesito follarte”
Iba contenta a trabajar porque íbamos a pasar el fin de semana juntos. Sobre
todo, porque iba a estar con Sergio y aunque iba a ser difícil fingir al estar
cerca de él porque el deseo era difícil de ocultar, estaba contenta.
La mañana pasó rápidamente, cuando me di cuenta ya era la hora de salir. Ese
día Bruno también llegaría pronto a casa.
Cuando entré en casa me sorprendí ya que mi marido me tenía todo listo. Mi
maleta la había dejado lista esa mañana, así que fue llegar y salir. Sergio y su
mujer ya nos esperaban, nos montamos todos en nuestro coche y salimos hacia
donde habíamos quedado con la otra pareja. Ya estaban allí cuando llegamos,
nos siguieron y un rato después paramos a comer en un restaurante que había
por el camino.
Pedimos vino porque Noemí decía que había que empezar ya la fiesta, que ella
no iba a perder el tiempo. Todos nos reímos, ya la conocíamos y sabíamos
cómo era y cómo podía liarla. Los chicos estuvieron hablando toda la comida
y nosotras contando cómo habíamos pasado la semana.
Me callé varias veces, intentando no reír al recordar lo que Sergio y yo
habíamos hecho esa semana. Y si ya me acordaba de cuando en el baño me
pidió que lo tocara, me ponía roja. Estaba como una cabra ese hombre.
Por cómo lo veía, sabía que a él le pasaba lo mismo. Intentaba contenerse
también. Pero los recuerdos…
Comimos y seguimos conduciendo hasta llegar a la finca. Cuando nos bajamos
del coche, Noemí y Alicia saltaron como niñas pequeñas, chillando
emocionadas. Sacamos las cosas del coche y las metimos en la casa. elegimos
habitaciones y colocamos las cosas que llevábamos de comer. Sergio ya
estaba sirviendo el alcohol.
Con nuestras copas, nos sentamos fuera, eso era increíble, la naturaleza pura.
Y aunque hacía algo de frío y tuvimos que abrigarnos, se estaba muy bien.
Marcos vino con una botella de ron y comenzó a servirnos unos chupitos. Nos
reímos, sabíamos que íbamos a emborracharnos pronto.
Un poco más tarde hicimos una fuego para la barbacoa, se encargó Sergio
mientras Bruno se encargaba de tener las copas siempre llenas. Nosotras
hablábamos de compras y ropas y estábamos entretenidas.
Me sentía algo incómoda cuando Bruno me besaba o me abrazaba delante de
Sergio, pero era mi marido y no podía impedírselo. Alicia volvió a servir
unos chupitos y cogió el suyo para brindar de nuevo. Los demás nos quedamos
esperando, a ver qué decía esa vez.
― Mi brindis esta vez es para mi suegro, era un santo aguantando a esa mujer
―nos quedamos todos asombrados de nuevo.
― Menos mal, tengo un hambre que me muero ―dije a ver si así se dejaba el
tema de lado.
Alicia seguía a lo suyo, tan tranquila como si no hubiese hecho nada. Sergio se
notaba avergonzado y con mala cara. Cuando vi que nadie me miraba, le guiñé
un ojo y él me sonrió tranquilizadoramente.
Ya alrededor del fuego, comenzamos a comer. Marcos seguía pendiente a la
barbacoa, Noemí charlaba con mi marido y Bruno y yo nos quedamos en una
esquina junto al fuego.
― Intento ignorarla cuando habla de ello, pero es que se pone pesada. La dejo
hablando sola y me voy, pero…
― ¿Y qué tal con tu hija? ―yo había visto que tampoco la trataba muy bien.
― Tiene que ser difícil vivir así ―no entendía por qué la aguantaba, pero no
era algo mío.
― Ojalá se pareciera a ti. Se nota que eres especial, el respeto con que tratas
a las personas. A tu marido, por ejemplo. Y él que él te tiene ti.
― Por ahora…
Me callé después de eso, pero acabamos los dos riendo. Alicia y Noemí se
acercaron a nosotros.
Marcos volvió a traer carne para cambiar de nuevo el tenso ambiente que se
había creado. Pero Sergio estaba muy triste, se le notaba en la cara que no era
feliz, ¿por qué seguía con ella? Al final pudimos animar la cosa y bromear
hasta casi por la mañana, cuando ya nos fuimos a dormir, borrachos como
cubas.
Nos levantamos bastante tarde, Bruno se quedó más tiempo en la cama, pero
yo no. Me di una ducha y fui a prepararme un café. Me dolía la cabeza mucho,
mierda de resaca. La casa estaba en silencio, supuse que todos aún dormían.
Pero al entrar en la cocina me encontré con Sergio. Estaba sumido en sus
pensamientos, con una taza de café en las manos y mirando por la ventana
hacia afuera.
Como no me escuchó, me quedé un rato mirándolo. Era guapísimo, con su ropa
deportiva que tan bien le sentaba y ahí, como obnubilado.
― Buenos días ―susurré.
Dejó la taza de café y se levantó para venir hacia mí. Me puse nerviosa.
― ¿Resaca? ― me preguntó.
― No. Ya lo hago yo ―no quería tenerlo más cerca de mí, me iba a volver
loca.
― A ver… No es por no andar, pero andar por andar… ― Noemí nos hizo
reír a todos con la forma que tenía de decir las cosas.
― Que podemos intentarlo, pero… -se notaba que a Noemí no le hacía gracia-
¿No podemos hacer otra cosa en la que no haya que andar mucho? No sé,
sentados…
― Sergio…
― Tenía que llamar a “su mamá” ―dijo Alicia con retintín, evitando
insultarla.
Tomé asiento y me quedé allí. No podía ir al baño como Sergio quería, pero
estaba deseando que me tocara. Era muy arriesgado.
Volvió un rato después y por su mirada pude ver que estaba molesto, pero al
final la noche pasó entre risas, ignorando eso entre nosotros. Hasta que Alicia
volvió con sus comentarios y el ambiente se tensó de nuevo. Hasta que
decidimos irnos mejor a dormir. Pero no podía dormir, estaba demasiado
nerviosa, así que me fui al sofá y me puse a mirar el móvil. Y fue cuando me
llegó un mensaje de Sergio.
¿Pero cómo sabía que estaba despierta? Lo peor es que, con la curiosidad, fui
al baño. Antes de entrar, ya había jalado de mí, cerró la puerta y pegó su
cuerpo al mío, pegándome a la pared, con él a mi espalda.
No dijimos nada. pero su mano ya había entrado dentro de mi ropa y tocaba mi
entrepierna. Intenté no gritar ni gemir, pero no por falta de ganas. Me tocaba
los pechos por debajo de la camisa y me pellizcaba los pezones y a mí iba a
darme algo allí mismo. Lo que me dio fue un orgasmo increíble. Me temblaba
todo el cuerpo.
Tenía mis serias dudas de que él quisiera algo más, o solo se quedaría en una
aventura, cosa que en el fondo partía mi alma.
“Podríamos hacer que no sucediera más…”
― Está bien.
Quería hablar claro con él, no podíamos seguir así, tampoco conocía sus
pretensiones, era el momento de hablar claro, hoy y no dejar pasar ni un día
más.
Nos sentamos frente a la chimenea del restaurante, pedimos dos copas de vino.
― No puedo más, por un lado, todo el día pensando en ti y por otro Bruno,
no se merece todo lo que estoy haciendo.
― ¿Quieres dejarme?
― Sé que mi corazón late a cada momento por ti, pero no puedo seguir así,
como te digo es injusto para Bruno.
― Te respeto, pero quiero que entiendas que para mí no eres una más, lo
único que ahora no pudo ofrecerte lo que pienso que necesitas.
― Entiendo y lo respetaré…
Me dolía su actitud, ni el más ápice de lucha por mí, ahí comprendí que sus
deseos no pasaban de ser más que una mera aventura donde la atracción era
evidente.
Me acercó a mi coche, deseándome lo mejor, ni siquiera se paró a darme un
abrazo o una muestra de cariño, eso me descolocó mucho y me dio directo al
corazón.
Me monté en mi coche llorando y salí de allí, en el fondo me hubiera gustado
que me hubiera aguantado y dicho que no me iba a dejar ir o que no podría
vivir sin mí, pero no era así y tenía que aceptarlo.
Bruno estaba haciendo una siesta, aproveché para meterme en el baño y darme
una ducha, quería arreglar esa cara de llorona y de persona que le arrancaban
la vida.
Toda la tarde tirada en el sofá esperando a recibir un mensaje por parte de él,
en el fondo era lo que deseaba, pero parecía que no iba a ser así, eso me tiró
un pellizco en el estómago que apenas me dejó dormir por la noche, tuve que
levantar a tomar una tila y me di cuenta de que estaba tocando fondo.
“Te amo mi vida, este fin de semana tengo una gran sorpresa para ti….
¡Te quiero, mi reina!”
No paraba de llorar, estaba todo al revés en mi vida y Bruno no tenía la culpa,
pero mi corazón ya pertenecía a otro ¿Cómo podía volver atrás y llevar mi
vida feliz junto a Bruno?
Al llegar a casa le di las gracias por el precioso detalle, intenté disimular ese
dolor que poseía mi alma, que me hacía parecer una alma en pena y que
arrancaba todo mi ser de un plumazo.
Los demás días iba igual, decaída, sin ganas, con palidez, el humor por los
suelos, Bruno se daba cuenta, pero me apoyaba, pensaba que tenía estrés
laboral y hacia todo lo posible por cuidarme.
Todo el día mirando en el trabajo el reloj para irme, o lo peor aún, el móvil
por si recibía algún mensaje o noticia de Sergio.
Era obvio que yo había acabado con eso ¿Pero tan fácil para él? Me había
sacado de su vida de un plumazo y no entendía porque de su actitud, solo que
me dejaba más claro que había sido unos polvos para él.
Estaba a punto de enfermar, ya tenía que tomar las riendas de mi vida, hacer
algo para cobrar la ilusión y volver a encauzar mi vida, esa que era ahora
mismo un mar de dudas y sentimientos, esa que me ahogaba a cada hora del
día.
Llegó el final de mi jornada laboral, tenía todo listo para irme con Bruno, no
sabía a donde, pero me iba, quizás eso valdría para empezar a ver todo de otra
forma, aunque me tenía de lo más intrigada, además ya llevaba dos días
llorando menos, echaba de menos a Sergio, sí, pero lo llevaba mejor.
Al salir de la oficina ya Bruno me esperaba, fuimos directos al aeropuerto de
Sevilla, mi sorpresa fue grande cuando vi que íbamos para París, ya habíamos
estado allí, pero él sabía que adoraba esa ciudad y que estaba deseando de
volver.
En pleno corazón parisino estaba nuestro hotel, un lujo al alcance de pocos,
pero que él había reservado con todo su cariño.
Nos fuimos a pasear todo el día visitando los mismos lugares que años atrás y
disfrutando de ese precioso lugar tan cosmopolita.
Antes de subir al hotel por la noche cenamos en un restaurante maravilloso,
ese día mi sonrisa era más suelta y él lo notaba.
― Trabajas demasiado.
― Eres fuerte, pero creo que tu último caso está llevándote al límite.
― Nada, tranquilo, podré con él – me sabia mal mentirle, pero no me
quedaba otra.
CAPÍTULO 6
Nada era fácil en ese momento de mi vida, sobre todo después del fin de
semana. Pero había decidido olvidar lo que pasó y seguir con mi matrimonio.
Era feliz en él, siempre me hizo feliz. Llamaron a la puerta y dije que pasara
quien fuera.
Y me quedé completamente en blanco al ver a Sergio ahí, entrando y
poniéndole el pestillo a la puerta.
― Hola ―se acercó a mí.
Puso cara de circunstancia y vino hacia mí. Mi corazón comenzó a latir fuerte
y me sonrió al llegar a mí. Me tocó la mejilla con el dedo.
― Será, ya se me pasará.
― La madre de Alicia está mal y estamos en casa de los padres de ella ―le
pidió una cerveza al camarero.
― La edad. A mi mujer la tuvo bastante mayor. Con 50 años. Así que son los
achaques de la edad...
― Lo siento.
― ¿Estás bien?
― No quiero perderte.
― Eso no es una respuesta… ¿Crees que seré una aventura por el tiempo que
quieras y mientras no te aburras de mí?
― ¿Qué te digo? No puedo decirte que dejaría todo por ti. Eres muy
importante para mí, como lo es mi hija, pero no puedo darte nada.
― Sí, pero siempre nos separamos y soy yo la que se queda bien jodida.
Me quedé allí sin saber qué hacer. Tenía que olvidarlo, no iba a haber nada
serio entre nosotros y yo no iba a perder a mi marido por algo así. Fui en su
búsqueda, le dije que lo esperaba en el bar que había cerca de su trabajo, me
pedí un vino y lo esperé.
A Sergio tenía que olvidarlo sí o sí.
Bruno y yo nos pasamos la tarde por la ciudad, no tenía ganas de ir a casa y
estuvimos caminando y de compras. Cenamos fuera y cuando llegamos a casa
era la hora de irse a dormir.
El sábado acepté la propuesta de Noemí de irnos a su casa de campo. Me
vendría bien cambiar de aires y salir de mi casa. iba a quedarme loca con
tanto pensar. Tardamos como dos horas en llegar y dejamos la cosa en la
habitación. Bruno y Marcos prepararon algo de picar mientras. Después de
almorzar, nos relajamos en el jardín con una copa de vino y los chicos
decidieron dar una vuelta por el pueblo.
Estábamos conversando cundo el nombre de Sergio salió a la luz y me puse
nerviosa. Casi se me cae la copa de vino. Pero menos mal que ella no se dio
cuenta de nada, no lo relacionó.
― Vaya, no sabía que te había contado. Espero que no sea grave y que todo
esté bien pronto. Alicia me cae bien…
― No lo sé, me divierto con ella. Hasta que saca esa forma de ser y la lía. En
la mala del cuento―dijo suspirando.
― Es que aún no sé qué mala del cuento es ―me guiñó el ojo―. Es buena
mujer, divertida, pero no sé, con Sergio… Me da pena.
No quería que se diera cuenta del efecto que su nombre provocaba en mí. Y yo
era bastante expresiva, se notaría. Bebí y miré al frente, a ver si así podía
controlar mis emociones.
― ¿Pero por qué sigue con ella, Tina? No tiene por qué. La querrá
demasiado…
Cuando me dejó sola en la habitación, pensé que tenía que cambiar mi forma
de actuar o mi marido acabaría notando algo. Cogí mi móvil, deseando leer
mensajes antiguos de Sergio, pero me había bloqueado y no podía leer nada.
enfadada, tiré el móvil. No podía con todo aquello. Tenía que olvidarlo de una
vez. Él me había dejado claro lo que era yo para él y estaba jugándome mucho.
Mi marido me amaba. Lo nuestro iba bien. Tenía que ser feliz y olvidar. Pero
no podía evitar sentirme triste.
Me levanté de la cama y me vestí, estaban ya todos desayunando cuando
llegué. Besé a mi marido y sonreí de vuelta cuando me ofreció esa enorme
sonrisa ante mi gesto.
Aunque a momentos tristes, pasé el día bien. Al día siguiente comenzaba de
nuevo la rutina y yo tenía que seguir con mi vida, y siendo feliz con mi marido.
Y a Sergio tenía que olvidarlo. Por más que me doliera, tenía que decirle
adiós.
CAPÍTULO 7
La mañana después de la vuelta del viaje pasó lenta, algo dolorosa pero
diferente, estuve haciendo unas cosas y preparando juicios.
Estaba paranoica, me había dado por pensar que quizás había idealizado
mucho a Sergio y que eso me había llevado a una atracción por algo que
quizás jamás existió.
Sonó el grupo de WhatsApp de las chicas, incluida su mujer.
Alicia
“Hola, guapas. Este fin de semana deberíamos preparar algo ¿No creéis?”
Alicia
“Sé un sitio de quedarnos baratos alojados, por si bebemos y no queremos
volver con una borrachera del copón”
Noemí
“O ir y venir en un taxi de seis plazas.
Alicia
“También, lo que diga Tina.”
Tina
“Perfecto, opto por el viernes…”
Noemí
“¡Esa es mi chica!”
Alicia
“Sergio me dice que le parece genial el viernes, que muy buena idea”
Alicia
“¡Sí! De lujo. “
Tina
“Estoy cocinando, todo perfecto, ya lo vamos hablando para quedar”
Noemí
“¡A brillar! Nos pondremos mega guapas.”
Alicia
“Jajaja. Cualquier trapito nos sentará genial ¡somos preciosas!”
Flipando así estaba, el viernes vería de nuevo a Sergio, sin comerlo ni
beberlo, pero con un distanciamiento evidente y palpable entre nosotros.
“Te amo con toda mi alma, a pesar de no ser capaz de poner las cosas en
su sitio y llevarte conmigo”
No era justo eso, no lo era, debería de parar ya, si no era capaz de coger el
toro por los cuernos, no debería de seguir diciéndome ese tipos de cosas que
me hacían tanto daño.
Pase una semana rara, los tres primeros días intenté convencerme de que debía
coger una rutina, de que debía centrarme en mi casa y en mi matrimonio,
además de mi trabajo, ese que amaba y que había conseguido que me tomaran
en serio.
Todo era difícil, con lo fácil que era antes, pero ahora no, ahora todo estaba
del revés y eso me mataba en vida.
El jueves llegué pronto a casa, quería leer, disfrutar del relax, evadirme de
todo, así que estuve en el sofá hasta que llegó Bruno, no sabía dónde me
llevaría al día siguiente, pero él no pensaba desvelarlo.
Me duche y Bruno ya me esperaba en la cama.
― Cariño, tengo otra sorpresa para mañana, nos vamos al desierto, estaremos
unos tres días y ya volvemos a España-
― No, no. Quiero probar esa experiencia bien. En esas tiendas de campañas
gigantes. Así será más inolvidable.
― Pues perfecto, mañana cogemos las maletas y nos vamos al desierto. Será
inolvidable, ya lo verás.
― ¿Poniéndome nervioso?
― Quizás ―bromeé.
No puso ninguna pega, lo hizo y se quedó como estaba. Me puse encima de él,
sentándome sobre sus caderas. No quería que me tocara, quería el control para
mí. Era lo que necesitaba. Lo besé y lo acaricié. Pero el deseo se apoderó de
mí y follamos como salvajes, con prisas. Necesitaba eso, saber que podía
pelear por mi relación y supongo que él el tenerme cerca o sentirme cercana.
Y tenía que olvidar lo que hice con Sergio.
Bebimos, reímos y tuvimos sexo. Nos dormimos agotados, pero con la
seguridad de que oba a luchar por mi marido y por lo que teníamos.
Al día siguiente, después de desayunar, nos montamos en el 4x4 y atravesamos
las montañas. Nos paramos varia veces a tomar un té y a seguir disfrutando de
ese país.
Tras un largo camino, llegamos al campamento donde nos quedaríamos. Era
increíble, nunca me lo podría haber imaginado.
Tenía un gran salón, el lugar estaba cimentado, con baños, suites, terrazas a pie
de las dunas. Una piscina impresionante, todo lo necesario para disfrutar como
en un cuento.
Me quedé enamorada de ese sitio y eso lo notaba mi marido, estaba más
cariñosa con él. Todo estaba yendo bien y aunque estaba contenta, Sergio
seguía en mis pensamientos.
Acomodamos el lugar donde íbamos a dormir y salimos a cenar al restaurante
donde teníamos preparados unos platos que te hacían la boca agua. Era un
placer degustar esa comida. Comimos mirando cómo la gente hacía lo mismo,
paseaba y se hacía fotos con los camellos. El té nunca faltaba en la mesa y
nosotros parecíamos unos recién casados. Todo era mágico en aquel lugar.
Y mágico fue hacer el amor con él antes de dormir en ese lugar de ensueño.
Y ya no decía nada más, parecía que le diera miedo. Lo animé a hablar, pero
no lo hacía y acabó con mi poca paciencia.
Casi me ahogo en ese momento, creo que hasta lo hice. Ahora entendía por qué
no me decía las cosas claramente. Porque lo que menos esperaba oír esa eso.
Lo abrí casi con miedo por los nervios. Siempre había sido detallista y a mí
me encantaba eso. Eran unos preciosos pendientes de oro con brillantes.
― Sí, creo es el momento ―y eso fue lo que sentí en ese momento, me sentía
feliz con la idea. Si era el momento o no, no lo sabía, pero…
― No me agradezcas eso.
― Sí lo hago. Cuanto más lo pienso, más feliz soy con la idea. Llevo días
dándole vueltas al tema.
― Te he visto triste y rara, pensé que sería un bajón y que tenías que pasarlo,
pero también que esto nos ayudaría a ilusionarnos con nuestra vida de nuevo y
a dejar la tristeza que arrastrabas a un lado. Y aumentaríamos nuestra familia.
― No quiero tener un hijo por eso ―le aclaré.
― Gracias...
Yo seguí todo el día pensando en el tema de tener un hijo. Me hacía ilusión, sí,
pero no sabía si era el momento para ello. De todas formas, dejé los miedos a
un lado, dispuesta a poner todo de mi parte para retomar la relación con
Bruno.
Y en ese momento me imaginé el momento en el que me dijeran que tenía un
bebé dentro de mí y las lágrimas anegaron mis ojos.
Pasamos la tarde en la habitación, cenamos y tras una velada musical
alrededor del fuego, disfrutamos de esa preciosa noche.
Nos despertamos temprano para ver de nuevo ese amanecer que recordaría
toda la vida. Bruno no dejaba de bromear y yo de reír. Estaba feliz con la idea
de ser padre y yo lo era viéndolo a él feliz.
Desayunamos y nos montamos de nuevo en el 4x4 para volver a Marrakech y
pocas horas después ya estábamos volando hacia España. El vuelo fue rápido
y llegamos unas horas después a nuestra ciudad, cargados con las maletas y
todas las ilusiones que habíamos compartido en ese viaje.
Ese viaje hacía que comenzara una nueva etapa en nuestras vidas.
Llegamos a la puerta de casa y nos encontramos a Sergio. Nos saludó
dándonos un abrazo a cada uno y la bienvenida a casa. se me iba a salir el
corazón del pecho, pero tenía que controlarme.
Eso ya se había acabado, no me podía afectar verlo.
CAPÍTULO 9
Era alucinante lo bonito del viaje que habíamos tenido, ahora me costaba
volver a la rutina.
Un mensaje llego al grupo y era de Alicia.
“Ni debería de escribir, pero quiero decirte Tina que yo y mi marido vamos
a empezar de cero, creo que el tuyo después de informarle de todo no te
quiere ni ver, menos mal que puse un detective privado, eres una
asquerosa, putona, mala mujer y la vida te pondrá donde te mereces.
Alicia abandonó el grupo.
― Pasa.
― Está mal…
― Ponte en su lugar.
― Lo hago y tiene razón en haberse ido y sentir el despecho tan grande que
siente. Me dejé arrastrar por Sergio, pero lo….
― Tranquila.
― Vamos a que te del aire y cenar algo, no puedes quedarte en estas cuatro
paredes.
― Otro día, hoy solo quiero descansar y poner mi cabeza en orden, cosa
que dudo.
― Mamá, ya…
―No, Sergio, o la dejas o vas a arruinar tu vida más aún.
Mi cabeza no paraba, no me dejaba dormir, ni descansar la mente, tenía un
flash con todo lo ocurrido tanto bueno, como malo, como horrible.
El abogado de bruno me llamo para pedirme que le enviara redactado el
convenio, yo estaba tomando el primer café de la mañana y no tenía ganas de
nada.
― Sí…
― Gracias…
― ¿Qué tal?
― Seguro…
― Sí.
― Tranquila, lo haré…
Al día siguiente me fui a ver unos chalets, uno de ellos me enamoró nada más
verlo, con un buen terreno, amplio, reformado, una gran chimenea y una cocina
espectacular.
Me lo quedaba sin dudas, les dije que me prepararan el contrato.
Los siguientes días los pasé preparando todo, en la otra casa me iba a hacer un
despacho para quedarme allí los días que no tuviera que ir a juicio.
Compré los muebles, menos la cocina que era espectacular y estaba montada,
me quería ir a vivir allí al siguiente fin de semana.
Nuestra casa se vendió de seguida, en la primera visita y por fin llegó el día
de la mudanza.
El día de la firma de la venta no vino Bruno, su abogado con unos poderes lo
hizo todo, además aprovechamos para firmar el convenio de mutuo acuerdo.
CAPÍTULO 10
― Adelante.
― Sé que te hice daño, pero hay cosas que no son como crees…
― No te entiendo, Sergio…
― Nada, no digas nada. Tenía que decirte lo que sentía. Tenía que decirte
la verdad. No por ello espero nada ahora, pero sí me gustaría que hicieras
algo por mí. Estate el viernes en el Restaurante El Arte que está frente a la
playa. Entenderé que ni eso quieras hacer por mí, pero yo te estaré
esperando de todas formas.
Con los brazos abiertos. Para entregarme a ti, para amarte cada día de mi
vida. Para compensarte por todo lo que te he hecho pasar.
Eso es lo que te pido. Que escuches a tu corazón – y se marchó llorando. Y
yo me quedé completamente sin poder reaccionar.
Esa frase iba por ese día, por lo que podía suceder. Si yo iba o no. Si le
diera la oportunidad o no.
“Nunca he estado tan nervioso como hoy, espero verte o moriré del dolor.”
― No creía que vendrías ―confesó, le temblaban las manos, pero aun así
cogió las mías por encima de la mesa.
― Vine a escuchar lo que tengas que decirme. Según lo que sea, pues… De
eso dependerá mi decisión ―no era así, era mentira, pero necesitaba oír
cosas de su boca.
Me limpié la cara por las lágrimas, me levanté para acercarme a él. Quería
decirle lo que sentía por él, necesitaba besarlo, tocarlo, acariciarlo. Pero
él se me adelantó, se levantó y se acercó a mí. Acarició mi cara.
Solo lo miraba sin poder parar de llorar. En ese momento no podía decir
nada, no me salían los sonidos. Pero salió una frase que sabía que
reconocería.
“Celebramos nuestro aniversario desde la primera vez que te tuve entre mis
brazos. Y hoy hace dos años de eso.
Marcaste un antes y un después en mi vida y cada noche agradezco el tenerte a
mi lado.
Me has dado la felicidad, mi amor. Tú y nuestros hijos me hacéis el hombre
más feliz del mundo, no tengo palabras para agradecerte eso. Para mi hija,
eres una persona importante, te quiere y tú la adoras. Gracias. Y nuestro
pequeñajo, al que los tres amamos y que nos trae de cabeza, nos ha unido más
a todos, si se podía, como familia.
Gracias, gracias y gracias, mi amor, por amarme y por ser para mí mi mundo.
Nunca dejaré de luchar por haceros felices, no quiero que dejéis jamás de
sonreír. Porque eso es lo que me hace feliz a mí.
Te amo, Tina. Y eso no cambiará nunca.
Y, por favor, no te olvides de mí.”
Sergio.