SEMIOTICA UBP Módulo 1, Peirce Barthes Bajtín
SEMIOTICA UBP Módulo 1, Peirce Barthes Bajtín
SEMIOTICA UBP Módulo 1, Peirce Barthes Bajtín
Su problematización,
su crítica y sus reformulaciones han dado lugar a nuevos enfoques para el análisis de los procesos de
significación. Ligado a este proceso, se comenzará por plantear el objeto de estudio de esta disciplina desde
las dos líneas que han estructurado su desarrollo, líneas que incluso han denominado de manera diferente
los estudios sobre el signo: semiótica y semiología.
Luego de repasar brevemente la historia de su constitución, se trabajará con mayor detenimiento las
propuestas teóricas, sus aportes y límites, y sus consecuencias e influencias en los estudios de la
significación. Se retomará, de estas propuestas, nociones útiles (relación entre los mensajes lingüísticos y
los icónicos, el papel de los códigos, los tipos de signo y su funcionamiento en actos comunicativos concretos
–íconos, símbolos e índices-) para pensar los procesos de comunicación ligados al quehacer del
comunicador, llevándolos a la práctica concreta de análisis de procesos comunicativos.
Finalmente, se retomarán también los aportes de otros autores que han reflexionado en torno a los
problemas del lenguaje, tomando en consideración la situación concreta en la que se producen los
enunciados y el peso de las determinaciones sociales en la producción e interpretación de los textos. En
este sentido, los aportes de Bajtín y las apropiaciones de sus planteos por parte de otros teóricos son
esenciales para comprender la dimensión social inherente a todo proceso de comunicación. El análisis de
las distintas formas de intertextualidad, sus efectos, el manejo de los géneros discursivos y,
fundamentalmente, la concepción de que todo enunciado siempre se dirige a otro (situación que determina
en buena medida sus características constitutivas) resultan centrales para comprender la importancia que
reviste para un comunicador el manejo de las formas del discurso.
Desarrollo de los contenidos
INTRODUCCIÓN A LOS CONCEPTOS SEMIÓTICOS FUNDAMENTALES
1. ¿Qué es la Semiótica?
¿Cómo se les comunica a otros las ideas, emociones o sentimientos? ¿Cómo se da cuenta de que el hombre
con el que conversa en una reunión social es un militar de rango? ¿A través de qué indicios percibe que esa
institución funciona eficientemente?
Siempre a través de signos.
El signo es algo que está para alguien en lugar de algo. El signo está en lugar de otra cosa, a la que
representa de algún modo, según determinado aspecto o carácter. Por ejemplo, un retrato pictórico de una
mujer es un signo que está para quien lo contempla en lugar de otra cosa: aquello que es representado por
el signo, la modelo, en este caso.
El estudio de los signos (en un sentido amplio) será el objeto de reflexión de la disciplina semiótica.
La representación y conocimiento del mundo, de los otros y de nosotros mismos, y todos los procesos de
comunicación que realizan los seres humanos se llevan a cabo mediante signos.
¿Qué conocemos y cómo lo hacemos? ¿Qué relaciones hay entre los objetos y fenómenos y nuestras
concepciones acerca de ellos? ¿Qué vinculación existe entre la realidad y nuestras representaciones? Todas
estas cuestiones atañen a la problemática de los signos y del lenguaje. Ellas han sido objeto de preocupación
de la historia de la filosofía y de las ciencias, y serán recogidas como objeto de estudio propio por la
semiótica. Sin embargo, esta preocupación no nace con la constitución de esta disciplina en el siglo XX, sino
que ya aparece en los filósofos de la Antigüedad.
El campo “presemiótico” podría comenzar a
reseñarse a partir de la reflexión sobre el
signo que realizaron los filósofos griegos:
los sofistas, Platón, Aristóteles y los
estoicos. Esta atención en el signo se
continúa en la obra de muchos filósofos
medievales y modernos. Entre los
pensadores del siglo XVII cabe destacar la
obra de los gramáticos de Port Royal y los
planteos de John Locke, quien justamente
utiliza el término “semiótica” para referirse a
la doctrina de los signos.
John Locke
Como resultado de este largo proceso de reflexión en torno a la problemática del signo, a fines del siglo XIX
y principios del siglo XX, con los trabajos de Peirce y Saussure, se va a constituir la semiótica como ciencia
autónoma que tendrá por objeto el estudio de los signos.
Dice Saussure: “La lengua es un sistema de signos que expresan ideas y, por eso, es comparable a la
escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales
militares, etc. Sólo que es el más importante de todos estos sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal
ciencia sería parte de la psicología social y, por consiguiente, de la psicología general. Nosotros la
llamaremos semiología (del griego, semeion: “signo”). Ella nos enseñará en qué consisten los signos y
cuáles son las leyes que los gobiernan (...) La lingüística no es más que una parte de esta ciencia general.
Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la lingüística, y así es como la lingüística se
encontrará ligada a un dominio bien definido en el conjunto de los hechos humanos” (Saussure, 1965).
Como se observa en las definiciones anteriores, uno usa el término “semiótica”, otro utiliza “semiología”.
Esta distinción terminológica, iniciada por estos precursores del campo semiótico/semiológico y sostenida
por aquellos otros que han trabajado en él, nos remite a los dos paradigmas que a lo largo del siglo XX han
marcado el desarrollo de esta disciplina. Por un lado, la tradición anglosajona que retoma los trabajos del
filósofo y lógico norteamericano Charles S. Peirce. Por otro lado, la tradición que se inicia con los planteos
de Ferdinand de Saussure en Europa, quien establece los lineamientos generales de este nuevo campo del
saber: la semiología, en el marco de su preocupación por definir el objeto y el método de otra nueva disciplina
científica: la lingüística. Estos dos paradigmas involucran perspectivas y conceptualizaciones teóricas y
metodológicas diferentes, así como distintas concepciones acerca del objeto de estudio de esta ciencia.
En 1969, en la carta constitutiva de la Asociación Internacional de Semiótica, se homologó institucionalmente
la denominación de este campo bajo el término “semiótica”.
Historia
Como se señaló anteriormente, la semiótica se constituye como campo disciplinar autónomo, a partir de los
trabajos fundadores de Peirce (1839-1914), cuyos escritos fueron reunidos y ordenados en los Collected
Papers entre 1931 y 1935; y Saussure (1857-1913), cuya obra –Curso de Lingüística General– también fue
publicada en forma póstuma por sus discípulos en 1916.
Con estos autores se inician dos tradiciones: una, la de Peirce, que es continuada por autores tales como
Morris y Ogden-Richards. La otra tradición, inspirada en Saussure –pero que también retomará los trabajos
de los formalistas rusos– se consolidará a partir del desarrollo de los métodos y modelos de la lingüística
(Círculo Lingüístico de Praga, Círculo Lingüístico de Copenhague). Roland Barthes (especialmente sus
textos “Elementos de semiología” y “El sistema de la moda”) será uno de sus exponentes más típicos.
La obra de Peirce se editó varias décadas después que el Curso de Lingüística General. Además, su
carácter fragmentario, de “trabajo en proceso”, ha dificultado la difusión e interpretación de sus planteos.
Esta situación, más la amplia circulación de la obra de Saussure en Europa, contribuyó a la notable
expansión de la lingüística, ubicándola como la ciencia que ha regido no sólo el desarrollo de la semiótica,
sino también de todas las ciencias humanas.
El “descubrimiento” francés de los trabajos de Peirce y Bajtín en los sesenta, sumado a la crisis de las
nociones estructuralistas, y al interés por pensar la articulación entre lo textual y lo social para dar cuenta de
las determinaciones que operan en la producción y la interpretación de los textos, hicieron que desde los
setenta el panorama semiótico se redefiniera. Uno de los exponentes de esta nueva etapa de la semiótica
es el argentino Eliseo Verón. Para este autor, el objeto de la semiótica ya no será el signo, sino el discurso.
Este cambio de objeto va más allá de un cambio terminológico: con la aparición de esta noción se redefinen
completamente las coordenadas del trabajo semiótico, que ahora se preocupará por el funcionamiento social
de los procesos de producción e interpretación de los discursos.
Dos tradiciones del campo semiótico
Saussure
Ferdinand de Saussure es el creador de la lingüística moderna y sentó las bases para el desarrollo de la
semiología. Según lo establecido por este autor, la lingüística tendría por objeto de estudio sólo los signos
lingüísticos, mientras que a la semiología le correspondería estudiar todos los signos y establecer las leyes
generales que los gobiernan (incluso a los signos lingüísticos). Por esta razón, la lingüística sería una parte
de la semiología, aunque por el tipo de objeto que aquélla estudia sería una parte privilegiada de la
semiología porque los signos lingüísticos son, para Saussure, los más importantes de todos.
Saussure no avanzará mucho más en el terreno de la semiología, sólo consignará la necesidad de su
existencia. Su trabajo se va a concentrar en definir el objeto, los principios teóricos y el método de la
lingüística, ciencia que, como ya se señaló, terminó orientando el desarrollo posterior de los estudios
semiológicos. En este sentido, la evolución de ambas disciplinas hizo que se invirtieran los postulados
saussureanos: los modelos, categorías y leyes de la lingüística fueron tomados y aplicados por la semiología,
que creció conflictivamente a partir de los desarrollos lingüísticos. Los conceptos fundamentales
desarrollados por Saussure han sido estudiados por usted en la materia Lingüística, lo remitimos a revisar
esos contenidos en el CD correspondiente. Simplemente se señala que esos principios que estructuran el
estudio del sistema lingüístico fueron luego aplicados por la semiología a diferentes sistemas de significación
y de comunicación. Por esto, se retoman a continuación sólo algunos aspectos de los planteos
saussureanos.
En el marco de la concepción positivista en la que se inscribe Saussure, para que la lingüística como
disciplina pueda tener un lugar entre las ciencias era necesario definir claramente su objeto de estudio, de
modo tal que pudiera ser abordado teniendo en cuenta los cánones científicos de la época. De allí la
preocupación del autor por construir un objeto homogéneo. Su búsqueda está dirigida a descubrir el principio
de unidad que estructura al lenguaje. La reducción del lenguaje a la lengua permite plantearla como principio
de unidad que domina la multiplicidad de aspectos que presenta el lenguaje.
Al respecto, Saussure sostiene que el objeto de la lingüística no es ni el lenguaje –debido a su falta de unidad
interior– ni el habla (acto individual de utilización de la lengua), sino la lengua, la parte esencial del lenguaje.
La lengua es tanto el producto social de la facultad del lenguaje como el conjunto de convenciones
adoptadas por la sociedad para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos. Al separar la lengua
del habla se separa lo que es social de lo individual y lo esencial de lo más o menos accesorio o accidental.
La lengua es un principio clasificador, una totalidad en sí, es un producto social que el individuo registra
pasivamente. En cambio, el habla es un acto individual constituido tanto por las combinaciones a través de
las cuales el sujeto hablante utiliza la lengua con miras a expresar su pensamiento, como por el mecanismo
psicofísico que le permite exteriorizar esas combinaciones. Por sus características, entonces, el habla será
excluida de la lingüística saussureana y con ella, se excluirá también el estudio de las consideraciones
subjetivas en el análisis de la significación.
La lengua es, así concebida, una unidad homogénea. Está constituida por un sistema de signos. Cada signo
es resultado de la unión del significado (concepto) y el significante (imagen acústica). Ambas partes están
indisolublemente ligadas y son de naturaleza psíquica (y es por esa naturaleza psíquica que la lingüística,
además de estar incluida en el dominio de la semiología que establecerá las leyes que rigen todos los
sistemas de signos, estará incluida junto con la semiología en otra ciencia más general que es la psicología).
A su vez, la conexión entre el significante y el significado es completamente arbitraria[1]. No hay ningún lazo
natural que los una, ni –a otro nivel– tampoco hay ningún lazo natural que vincule a este signo lingüístico
con los objetos a los que refiere. Por esto, se dice que todo signo lingüístico es arbitrario (inmotivado) y
convencional (surge de un acuerdo entre los hombres que establecen un código para producirlo e
interpretarlo). Para Saussure, los signos más perfectos son justamente los más arbitrarios, por esta razón,
como los signos lingüísticos son los que mejor cumplen este requisito, ellos deben servir de modelo para el
estudio de todos los signos semiológicos.
La semiología, así, deberá estudiar sistemas de signos de carácter inmotivado o motivado. Un signo
motivado es, por ejemplo, una señal caminera como la que previene acerca de la existencia de animales
sueltos en la ruta. Al tener una imagen de una vaca no sería un signo completamente arbitrario. ¿Por qué?
Porque, si bien hay una convención (código) operando para que se interprete como un aviso de atención
sobre una situación de peligro, la unión entre el significante (imagen de la vaca) con el significado “animales
sueltos” que se le adjudica es relativamente motivada (la vaca empleada en la imagen es un animal que
suele estar suelto en las inmediaciones de la carretera y por esta razón se lo ha utilizado para identificar la
señal). Saussure llamará símbolos a aquellos signos que no son completamente arbitrarios, esto es, en los
que la unión significante y significado es relativamente motivada.
Influencia de Saussure en el desarrollo de la semiología
Según Saussure no existe pensamiento antes de la intervención del lenguaje: es la lengua la que recorta
sus unidades de la masa amorfa de ideas y sonidos y constituye así los signos con los cuales es posible el
pensamiento. Las ideas, entonces, no preceden al recorte operado por la lengua, sino que son creadas por
ese recorte, dándole al pensamiento una organización particular. La forma del pensamiento, por tanto,
depende de la estructura de la lengua. Esta concepción del papel de la lengua en la estructuración del
pensamiento ha llevado a plantear a muchos semiólogos que las lenguas naturales humanas modelan
nuestra percepción de los fenómenos y, por tanto, nuestra visión del mundo.
Este papel central que se le adjudica a la lengua llevó
a Roland Barthes a plantear que todo sistema
semiológico se apoya en el sistema lingüístico,
invirtiendo de este modo los postulados saussureanos
respecto a la relación entre semiología y lingüística.
Para Barthes la lingüística no está incluida en la
semiología, sino al revés: la semiología es parte de la
lingüística: “En suma, es necesario admitir desde ahora
la posibilidad de invertir algún día la proposición de
Saussure: la lingüística no es parte, ni siquiera
privilegiada, de la ciencia general de los signos; es la
semiología la que constituye una parte de la lingüística:
precisamente esa parte que se haría cargo de las
grandes unidades significantes del discurso” (Barthes,
1972). Roland Barthes
Para este autor, tanto las imágenes, como los objetos o los comportamientos pueden significar, pero sólo es
posible comprender su significación si se apela a la lengua. Estos sistemas semiológicos, por tanto, no son
autónomos, sino que requieren de la participación del sistema lingüístico para “anclar” su sentido.
Básicamente, lo que distintos autores ubicados en este paradigma plantean es que el lenguaje (la lengua)
siempre está presente en los otros sistemas de signos. La lengua funciona así como un interpretante de los
otros sistemas semiológicos.
Saussure y el estructuralismo
El trabajo de Saussure dio lugar varias décadas más tarde a lo que se llamó “estructuralismo”, de gran auge
en los años cincuenta y sesenta en las ciencias sociales y humanas.
Saussure parte de lo observable, individual, accidental y contingente para abstraer una organización general
determinante de las ilimitadas manifestaciones particulares; esta organización general resultante es la
lengua, la cual se define como un sistema formal de relaciones, cuyas unidades presentan un valor que no
es intrínseco ni depende de una sustancia, sino que está dado por la sola diferencia, por la oposición con
los restantes elementos presentes en el sistema: cada unidad adquiere valor en relación al sistema y el
sistema es una trama de relaciones entre valores: «la lengua es un sistema de puros valores», dice
Saussure. Esta operación es la que dará origen luego a los enfoques estructuralistas. Saussure nunca utilizó
el concepto de estructura para referirse a la lengua, sino el de sistema (concepto que corresponde a lo que
luego fue llamado estructura). La originalidad de Saussure consistió en el uso que dio al concepto
de sistema al aplicarlo a la lengua. El concepto de sistema remite a la idea de totalidad estructurada en la
que el todo prima sobre los elementos que lo componen; además permite abordar el estudio de los elementos
no en forma aislada, sino en términos de las relaciones que los vinculan y definen, especificando esas
relaciones. Las unidades lingüísticas se definen sólo en el sistema por las relaciones que mantienen entre
sí, por las diferencias que presentan con las restantes unidades.
Esta perspectiva será
retomada por diversos
autores en el campo de
las ciencias
humanas/sociales. La
obra de Levi-Strauss en
antropología representa
la primera aplicación
del modelo estructural
fuera de la lingüística.
Así como lo hace
Saussure con el
lenguaje, Levi-Strauss
trata de descubrir un
sistema de relaciones
latente bajo la
diversidad de las
manifestaciones de
todas las sociedades
humanas.
Levi-Strauss
Esto no supone descuidar lo manifiesto o accidental, sino alcanzar otro nivel de explicación, justamente para
poder explicarlo. La observación de los hechos sociales deberá ser seguida por un criterio que los ordene a
través de la construcción de modelos. Toda investigación presentará entonces dos etapas: primero, la
observación y el registro minucioso de los hechos; y luego el establecimiento de las relaciones entre estos
para abstraer la estructura que los define. Ejemplo de ello es el sistema de parentesco, y la ley que lo regula
es la prohibición del incesto.
Estos principios generales fueron aplicados también en el terreno de la semiología. La posibilidad de que la
semiología se constituya en una ciencia surge bajo la influencia del estructuralismo.
Para el estructuralismo, la realidad social está estructurada como un lenguaje, como signos, y hay que tratar
de describirla y explicarla reduciendo la heterogeneidad a las estructuras subyacentes de las
manifestaciones concretas y diversas.
Los fundamentos de la semiología estructuralista son planteados por Barthes en “Elementos de Semiología”:
aparece allí nuevamente la oposición lengua y habla, la primacía del modelo de la lengua, el concepto binario
de signo de Saussure vía su reformulación por Hjelmslev, entre otras categorías. Aplica las categorías
inspiradas en la lingüística estructural a diversos sistemas de significación, como el vestido, la alimentación,
el mobiliario... sobre todo la distinción entre lengua o código, y habla o mensaje, al que incorpora la
consideración de la materia o soporte significante. Cualquier sistema de significación (intencional o no)
puede ser objeto de estudio de esta disciplina y lo que define la pertinencia semiológica es abordar el objeto
desde el punto de vista del análisis de la significación.[2]
¿Qué es el estructuralismo para Barthes? Aquí su caracterización alegórica en este fragmento de Barthes
por Barthes:
Imagen frecuente: la de la nave Argos (luminosa y blanca): los argonautas iban cambiando poco a poco
todas sus piezas, de suerte que al fin tuvieron una nave enteramente nueva, sin tener que cambiarle ni el
nombre ni la forma. Esa nave Argos es muy útil: proporciona a la alegoría un objeto eminentemente
estructural, creado, no por el genio, la inspiración, la determinación, la evolución, sino por dos actos
modestos (que no pueden captarse en ninguna mística de la creación): la sustitución (una pieza desplaza a
otra, como en un paradigma) y la nominación (el nombre no está vinculado para nada a la estabilidad de las
piezas): a fuerza de hacer combinaciones dentro de un mismo nombre, no queda ya nada del origen: Argos
es un objeto que no tiene otra causa que su nombre, u otra identidad que su forma.
Uno de los problemas que se plantean algunos semiólogos de esa época es el problema de la aplicación de
estos principios inspirados en la lingüística estructural para dar cuenta del funcionamiento de sistemas de
significación no lingüísticos. ¿Cómo trabajar con la imagen, por ejemplo? Dos artículos en los que aparece
claramente el planteo de este problema son “Retórica de la imagen”, de Barthes, y “Semiología de los
mensajes visuales”, de Eco.
Por ejemplo, Roland Barthes se propone analizar el funcionamiento de la imagen publicitaria, desde un punto
de vista semiológico, tratando de dilucidar algunos de los problemas que se plantean al momento de estudiar
sistemas de significación no verbales. Uno de estos problemas gira en torno a la cuestión del carácter
analógico de la imagen y cómo abordarla a partir de los modelos con base lingüística. Su estudio se define
como un análisis estructural, esto es, busca describir la estructura de la imagen en su conjunto, a partir de
las relaciones que establecen sus partes constituyentes. En este y en otros trabajos de esa época, Barthes
pone en juego las nociones heredadas de la tradición saussureana para aplicarlas al análisis de distintos
sistemas de significación. Aparece aquí, al igual que en otros trabajos estructuralistas, una clara
preocupación por el establecimiento de las unidades (signos) y los códigos que intervienen en la generación
de la significación de la imagen (esta noción de código se introduce por influencia de la teoría de la
información y designa al sistema de signos que se utiliza para elaborar los distintos tipos de mensajes). El
análisis establece niveles para el abordaje, describe las características de los tipos de mensajes (lingüístico
e icónico) que contiene la imagen, y las relaciones que se establecen entre ellos; pero a diferencia de otros
autores (como Umberto Eco en el texto mencionado anteriormente) plantea un nivel icónico de la fotografía
que se caracteriza por ser no codificado: este nivel corresponde a la imagen denotada.
Análisis de la publicidad desde un punto de vista estructural
Barthes se pregunta: ¿la representación analógica produce verdaderos sistemas de signos y no sólo simples
aglutinaciones de símbolos (signos de carácter motivado)? Los sistemas analógicos se caracterizan por la
semejanza entre el representante y lo representado, por su naturaleza continua, es decir, por la imposibilidad
de distinguir unidades discretas; en eso se distinguen de los sistemas digitales como el sistema lingüístico,
pues en éstos es posible distinguir unidades discretas o discontinuas que se combinan a través de un código.
Las imágenes se consideran analógicas porque no es posible encontrar en ellas unidades discretas, y por
tanto, no operarían a partir de códigos, no serían “verdaderos sistemas de signos”. La analogía opera por el
principio de semejanza, es decir, son signos motivados o símbolos. A diferencia de la lengua, que es un
código formado por unidades discretas, o sea, signos o monemas que a su vez se conforman a partir de la
articulación de fonemas (unidades mínimas). Si no hay doble articulación, no hay unidades discretas, ¿se
puede hablar de signos que se relacionan a través de un código en la imagen? ¿De qué modo la imagen
adquiere sentido?
Este autor analiza la imagen publicitaria de productos Panzani porque su significación es intencional: hay
significados que deben ser transmitidos con claridad. Propone una descripción estructural: quiere captar la
relación de estos elementos en virtud del principio de solidaridad de los términos de una estructura. El
objetivo es tratar de comprender la estructura de la imagen en su conjunto, es decir, la relación de los
mensajes que la integran entre sí. Plantea la existencia de tres mensajes: el lingüístico, el mensaje icónico
codificado y el mensaje icónico no codificado. Y utiliza para su análisis la distinción entre el mensaje literal
(sistema de denotación, soporte del mensaje simbólico) y el mensaje simbólico (sistema de connotación, se
hace cargo de los signos de otros sistemas para convertirlos en sus significantes).
1- Mensaje lingüístico:
En el caso del aviso analizado por el autor,
la imagen ofrece un primer mensaje cuya
sustancia es lingüística. Este mensaje
lingüístico emplea el código de la lengua
francesa, por tanto para ser descifrado
requiere del conocimiento de la escritura y
del francés. Este mensaje puede a su vez
descomponerse: Panzani no transmite sólo
el nombre de la firma (denotación), sino
también, por asonancia, un significado
suplementario: la italianidad (connotación).
Toda imagen es polisémica, implica siempre una cadena flotante de significados entre los cuales el lector
puede elegir; por lo tanto, en toda sociedad se desarrollan técnicas diversas destinadas a fijar la cadena
flotante de los significados. El mensaje lingüístico es una de esas técnicas.
A nivel del mensaje literal, la palabra ayuda a identificar los elementos de la escena y la escena misma: se
trata de una descripción denotada de la imagen. Corresponde a un anclaje de todos los sentidos posibles
del objeto mediante el empleo del código lingüístico. Por ejemplo, ante un plato se puede vacilar en identificar
las formas y los volúmenes, pero una leyenda como: "Fideos a la crema", ayuda a elegir el nivel de
percepción adecuado y su identificación.
A nivel del mensaje simbólico, el mensaje lingüístico guía la interpretación, impidiendo que los sentidos
connotados proliferen hacia regiones demasiado individuales o bien hacia valores disfóricos (negativos). Por
ejemplo, una publicidad de latas de conservas presenta una fotografía de duraznos cayendo de una canasta
y diseminados en una gran mesa con la leyenda: “Recién cosechados”. Este texto aleja posibles significados
desagradables (como por ejemplo, desorden) y orienta la lectura hacia un significado halagüeño (carácter
natural de la fruta), combatiendo al mismo tiempo el mito de lo artificial relacionado con las conservas.
• Función de relevo:
1. Cualidad material: lo que el signo es en sí mismo. El signo debe tener cualidades que le permitan
distinguirlo de otros. Por ejemplo, una palabra debe tener sonidos particulares distintos a los de otra.
2. Pura aplicación de señalamiento: debe establecerse una conexión real entre el signo y los hechos o
existentes (objeto). Todo signo debe tener un objeto, aunque la relación entre ambos tampoco es suficiente
para hacer de uno el signo de otro.
Estas dos propiedades pertenecen al signo independientemente de su orientación hacia un pensamiento:
son condiciones necesarias, pero no suficientes, para que algo funcione como signo.
1. Significado
La función representativa de un signo no reside en su cualidad material ni en su pura aplicación de
señalamiento, sino que está relacionada con algo que el signo es en relación con un pensamiento. Toda
cosa puede ser potencialmente un signo, pero sólo se convierte en un signo real cuando adquiere la tercera
propiedad del signo, esto es, cuando adquiere significado, cuando una ley sígnica los pone en correlación
asignándole un sentido. Esta propiedad hace del signo un signo real y concreto, lo hace representativo. El
significado surge cuando la relación entre cualidades y hechos se traduce en una respuesta efectiva, o sea,
en un hábito de respuesta, en un comportamiento que encarna una forma definida de inferencia. El signo
peirceano es un signo pragmático. El sentido se define en relación al hábito o conducta interpretativa que
genera.
Las cualidades y hechos se vuelven tales cuando adquieren forma de significados, sólo entonces pueden
reconocerse y ser designados mediante signos.
En otras palabras, para que un signo funcione como tal la relación semiótica debe ser triádica (debe estar
conformado por un representamen, un objeto y un interpretante). El signo o representamen debe ser
reconocido como el signo de un objeto a través del interpretante. El interpretante es esa función sígnica que
pone en correlación un representamen y un objeto.
En este caso, el interpretante es esa función que permite vincular ese cartel con la prohibición y que se
manifiesta a través de otro signo como su traducción lingüística: “Prohibido estacionar aquí”.
Todo es representamen en potencia, e implica una relación de hecho con el objeto, pero sólo dentro de un
interpretante, el representamen y el objeto se vuelven polos reales de una relación sígnica efectiva.
Interpretante, objeto y representamen deben concebirse en forma conjunta, sólo pueden pensarse uno en
relación con otro.
Umberto Eco, en La estructura ausente, plantea que el interpretante puede asumir diferentes formas:
• Ser un signo equivalente de otro sistema semiótico. Por ejemplo, el interpretante de la palabra “casa”
es una fotografía o un dibujo de una casa.
• El dedo índice que señala un objeto, en este caso el interpretante es el dedo que indica la casa en
cuestión.
• Una definición. Ejemplo: Casa: “edificio para habitar”.
• La traducción del término a otra lengua. “House” como interpretante de casa.
• La utilización de sinónimos: “vivienda” como interpretante de casa.
• Una asociación emotiva con valor fijo. El interpretante de la palabra casa puede ser protección.
Semiosis infinita
Entonces, todo signo es triádico, requiere de la cooperación de tres instancias: signo (lo que representa),
objeto (lo que se representa) e interpretante (lo que produce la relación entre ambos). En el funcionamiento
de la semiosis, esto es, en el proceso de inferencia entre signos, el interpretante se convierte en signo de
un nuevo interpretante en un proceso de interpretación infinito.
El interpretante, en términos de Peirce, es un signo más desarrollado que el representamen, por lo tanto, el
funcionamiento de la semiosis determinará un aumento paulatino de los conocimientos acerca del objeto a
los que estos signos representan.
Por el funcionamiento de la semiosis, un signo no está aislado sino que se integra al proceso semiótico que
funciona como una suerte de cadena, donde cada signo es a la vez interpretante e interpretado por otro. Se
forma así una red de remisiones entre signos.
Ejemplo:
Si en la calle ve estacionado un utilitario
blanco con una cruz roja pintada
(representamen), su conocimiento de
ciertas normas y hábitos culturales de la
sociedad le permiten inferir que está
ante una ambulancia (objeto), a partir
de un proceso semiótico de inferencia
donde el representamen “cruz roja”,
reenvía a otro signo, la palabra
“ambulancia”, que está funcionando
como interpretante del primer signo y
que le permite conectar este
representamen con el objeto.
De este modo, la palabra “ambulancia” es el signo que conecta así una cruz roja con el vehículo en cuestión.
Tipología de signos
Peirce construye una clasificación de los tipos de signos más amplia; para los fines de esta carrera se
estudiará en detalle solamente el más popular de estos tipos de signos: la clasificación en ícono, índice y
símbolo.
Ícono
El ícono “es un signo que se refiere al objeto al que denota en virtud de caracteres que le son propios, y que
posee igualmente exista o no exista el objeto (...) Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad, individuo
existente o ley, es un ícono de alguna otra cosa, en la medida e que es como esa cosa y en que es usada
como signo de ella” (Peirce, 1986). Se refiere al objeto al que denota meramente en virtud de caracteres
que le son propios, y que posee igualmente exista o no exista el objeto (Peirce, 1986). El ícono no tiene
conexión dinámica con el objeto que representa, simplemente acontece con él que sus cualidades se
asemejan a las de ese objeto, excitan sensaciones análogas en la mente. Es un signo que establece con su
objeto una relación de semejanza o analogía. Tiene la misma cualidad o conjunto de cualidades que el objeto
denotado. Por ejemplo, un dibujo o una pintura de una persona, en la medida que se reproduzcan ciertas
cualidades del objeto representado. Una mancha roja y el color rojo (comparten la misma cualidad: la rojez).
En el lenguaje, las onomatopeyas, como “kikiriki”, funcionan como íconos: la palabra en la oralidad reproduce
ciertas cualidades del sonido animal. Los cuadros sinópticos o los mapas también son ejemplos de íconos
(íconos-diagramas) porque la representación de las relaciones entre sus partes es análoga a las relaciones
de las partes del objeto.
En el campo de la comunicación institucional podemos entender al organigrama de una institución como un
tipo de signo icónico. Otro ejemplo de ícono-diagrama es, en una publicación institucional, la mención de las
autoridades según determinado orden. Dicho orden jerárquico es análogo a la estructura de las relaciones
sociales e institucionales.
Índice
El índice entabla con el objeto una relación de naturaleza existencial. Funciona a través del principio de
contigüidad, y no por analogía o semejanza como en los íconos, ni por asociaciones convencionales como
en los símbolos.
Vea algunos ejemplos para entender cómo funciona un índice:
• Una huella de una pisada humana en la arena indica que el lugar está habitado,
• Una reprimenda por su duración y nivel sonoro es un índice de enojo,
• Un vehículo caro y nuevo es un índice de la posición social de su propietario,
• La veleta indica la dirección del viento,
• La fotografía de una persona indica que estuvo ante la cámara (ya que los rayos luminosos que
emanaron de ella impresionaron la película).
• Los síntomas de una enfermedad,
• El dedo que indica algo,
• Los deícticos (yo, tú, aquí, ahora, etc.) son índices.
Símbolo
El símbolo es un signo que se refiere a su objeto por convención, hábito o ley. Por ejemplo, las insignias
militares, los isotipos y los logotipos de la publicidad. Las palabras de una lengua, por ejemplo, son símbolos.
Aunque muchas de ellas son símbolos indiciales, por ejemplo, los deícticos.
Es importante tener en cuenta que lo indicial, lo simbólico y lo icónico están siempre presentes en un signo;
lo que es necesario determinar es qué dimensión predomina en un acto semiótico concreto y cuál es el
efecto interpretativo que genera.
Tenga en cuenta que, en su interpretación, los símbolos exigen por parte del receptor un conocimiento del
código con el cual han sido construidos para poder ser interpretados; los íconos en cambio exigen un saber
más general, simplemente reconocer a qué clase de objeto del mundo se refieren. Por su parte, los índices
generan juicios de existencia, hacen creer que efectivamente el objeto al que se refieren existe o existió y
por eso es posible que sea representado.
La concepción peirceana y su tipología de signos es útil para abordar el análisis semiótico del cuerpo y de
las interacciones cara a cara.
Cuestionando una tradición en la cual los fenómenos de sentido de carácter no verbal eran considerados
analógicos –icónicos– frente al carácter digital de los signos arbitrarios –simbólicos–, Eliseo Verón, siguiendo
a Peirce, analiza semióticamente tanto los comportamientos sociales en su dimensión interaccional, como
la estructuración de los espacios sociales, incorporando el orden indicial. Para Verón (1993), el
funcionamiento indicial es “una red compleja de reenvíos sometida a la regla metonímica de la contigüidad:
parte/todo, aproximación/alejamiento, dentro/fuera, delante/atrás, centro/periferia, etc.”, que tiene al cuerpo
como su pivote fundamental. El orden del contacto, propio del cuerpo, está hecho de aproximaciones y
alejamientos, está construido a partir de relaciones metonímicas como la de cercanía/distancia,
constituyéndose en una de las condiciones fundamentales de todo intercambio comunicativo, puesto que a
partir de ese contacto se construye la relación que vincula a los sujetos. Este orden indicial se articula con
los otros dos órdenes de la significación: el icónico y el simbólico. Así, por ejemplo, analizando el dispositivo
de la enunciación de los noticieros modernos, este autor plantea cómo el cuerpo del presentador es el pivote
a partir del cual se articula una serie de operaciones tendientes a generar un vínculo de confianza con el
telespectador. De este modo, su mirada a la cámara interpelando al tú, su gestualidad, el movimiento y
orientación de su cuerpo, entre otros recursos, sirven para establecer ese contacto. Este orden indicial se
articula en el noticiero con el orden icónico (las imágenes) y el orden simbólico (el lenguaje) de una manera
particular, caracterizando la estrategia discursiva característica de este discurso en la actualidad (no siempre
fue así, anteriormente el vínculo reposaba fuertemente en las imágenes –en el orden icónico más que en el
indicial– y el lenguaje servía para anclar y orientar su interpretación).
Influencia de Peirce en la semiótica actual
Los trabajos de Peirce fueron particularmente influyentes en el campo de la semiótica aplicada al estudio de
las imágenes visuales, sobre todo su clasificación de los signos (en especial, la distinción ícono, índice,
símbolo).
Pero, en un sentido más amplio, podríamos decir que su obra dio nuevo impulso a los estudios semióticos
y junto a la recuperación de los planteos bajtinianos, con los que pueden establecerse algunos puntos de
contacto, sentó las bases de lo que se ha dado en llamar “la semiótica de la producción”. Entre los muchos
estudiosos e investigadores de este campo, resultan bien conocidas las propuestas de Umberto Eco y Eliseo
Verón, cuyos trabajos han sido influidos por la semiótica de Peirce. Más adelante volveremos sobre este
tema para abordar específicamente la propuesta de E. Verón en relación a los discursos políticos.
Del signo al enunciado: los aportes de Bajtín
Si bien la producción intelectual de Mijail
Bajtín se inicia allá por los años veinte, su
trabajo recién impactará fuertemente en la
semiótica y las ciencias del lenguaje en los
años sesenta y setenta en Europa –y
posteriormente en Argentina– porque su
enfoque coincide, por un lado, con el
cuestionamiento que en esa época se
llevaba a cabo a la lingüística de la frase, y
por otro lado, con los desarrollos de la
teoría de la enunciación, la pragmática y los
planteos del análisis del discurso. Su
concepción del lenguaje es compatible,
además, con la idea de semiosis de Peirce.
El signo ideológico
Para Mijail Bajtín el signo es un producto ideológico que representa, reproduce o sustituye algo que se
encuentra fuera de él.
El signo es ideológico porque es resultado de la interacción de los hombres socialmente organizados, y por
lo tanto refleja y refracta una realidad histórica y socialmente construida. El signo ideológico no es una
entidad abstracta y psíquica, por el contrario, tiene una realidad material y objetiva.
Los signos surgen en el proceso de interacción entre las conciencias individuales. La conciencia sólo deviene
conciencia al llenarse de un contenido ideológico en el proceso de interacción social. En ese sentido, la
conciencia individual es un hecho ideológico y social: se construye y se realiza mediante el material sígnico,
creado en el proceso de comunicación social.
Para Bajtín, la palabra es el fenómeno ideológico por excelencia, e incluso es el material sígnico de la vida
interior (conciencia). Todos los demás signos no verbales aparecen sumergidos en el elemento verbal, se
apoyan y se acompañan por la palabra. La comprensión de todo fenómeno ideológico no se lleva a cabo sin
la participación de la palabra.
Tomando como base el papel que le asigna a la palabra, Bajtín va a centrar su análisis en los enunciados
verbales, problematizando diversos conceptos y construyendo su perspectiva teórica en relación polémica
con otras formas de concebir el lenguaje (entre ellas, por ejemplo, el modelo saussureano).
Lengua y enunciado
El modelo de intercambio discursivo elaborado por Bajtín implica una delimitación precisa entre los
conceptos de lengua y enunciado.
La comunicación discursiva se realiza en forma de enunciados concretos pertenecientes a los hablantes o
sujetos discursivos, mientras que la lengua es el sistema que provee los medios para la realización y la
comprensión de esos enunciados.
Recuerde que para Saussure la lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo quien por sí
mismo no puede ni crearla ni cambiarla. Es un sistema de signos constituidos por la unión del concepto
(significado) y la imagen acústica (significante), ambas entidades psíquicas.
Para Bajtín, el sistema de la lengua es producto de una reflexión sobre el lenguaje, pero no representa el
modo real de existencia del lenguaje para la conciencia de los individuos que la hablan. La lengua es una
abstracción científica que no se ajusta a la realidad concreta del lenguaje, y esa noción es útil sólo en relación
con ciertos objetivos particulares, teóricos y prácticos.
En este sentido, la perspectiva lingüística resulta insuficiente para un análisis del discurso porque, según
Bajtín, la realidad concreta del lenguaje en cuanto discurso no es el sistema abstracto de formas lingüísticas,
ni tampoco una enunciación monológica y aislada del acto psicofísico de su realización, sino el
acontecimiento social de la interacción discursiva, llevado a cabo mediante la enunciación y plasmado en
enunciados.
La comunicación discursiva jamás puede ser comprendida y explicada fuera del vínculo con una situación
concreta.
El lenguaje vive y se genera históricamente en la comunicación discursiva y no en un sistema lingüístico
abstracto de formas ni en la psiquis individual de los hablantes.
A diferencia de Saussure, para Bajtín el lenguaje es la realidad concreta del habla, concebida como
intercambio comunicativo, cuyo producto es el enunciado, entendido como una totalidad de sentido creada
tanto por el sujeto hablante como por el destinatario.
El texto es producido por alguien (autor), para alguien (destinatario), en una situación social concreta, y por
lo tanto puede ser analizado como enunciado, como resultado de la interacción discursiva.
Cualquier texto (una obra literaria, una nota periodística, o un discurso político, para citar algunos ejemplos),
en tanto producto del proceso comunicativo, es un enunciado. Los individuos hablan con enunciados que se
construyen con la ayuda de las unidades de la lengua.
Un texto en tanto enunciado está constituido por:
- Un sistema de signos comprensible para todos (lengua), al que le corresponde todo lo repetible y
reproducible/lo repetido y reproducido. Los elementos idénticos y normativos (fonéticos, gramaticales y
léxicos) del enunciado pertenecen al sistema de la lengua y aseguran la comprensión. El sistema de la
lengua es material y medio para la realización del enunciado.
- Y por todos aquellos aspectos que hacen de cada enunciado algo individual, único e irrepetible. Por
ejemplo, aquellos relacionados con la situación de enunciación, con el contexto verbal y extraverbal que
“entra” en el enunciado y contribuye a su significación particular, especialmente eso que Bajtín llama “la
evaluación social o acentuación ideológica”.
Todo enunciado es individual e irrepetible (dada las condiciones únicas de cada proceso de enunciación) y
todo enunciado es un eslabón en la cadena de comunicación discursiva.
El papel activo del hablante y el oyente en la comunicación discursiva
Intertextualidad
La incorporación de otros textos en un texto recibe el nombre de intertextualidad. El reconocimiento de estas
formas intertextuales depende de los conocimientos o competencias del interlocutor. Por ejemplo, el plagio,
la parodia, la sátira, la crítica, etc. son formas intertextuales.
Enunciados referidos
El discurso referido permite la incorporación de un enunciado dentro de otro. Implica también relaciones
intertextuales.
La gramática española reconoce dos modelos morfosintácticos típicos para incluir un discurso: el discurso
directo y el discurso indirecto.
1- Discurso directo
El discurso directo inserta una situación de comunicación en otra, manteniéndole su independencia
semántica y sintáctica. Es un discurso dentro de otro discurso, donde cada uno conserva sus propias
marcas.
La frontera entre el discurso citado y el citante es clara: en los textos orales la distinción se marca por la
entonación, por ejemplo, y en los textos escritos se utilizan los dos puntos, los guiones o las comillas para
establecer esta diferencia entre una voz y otra.
El discurso directo reproduce palabras, las repite con la finalidad de producir un efecto de fidelidad a lo dicho
por otro, generando así un efecto de autenticidad y, en consecuencia, de verdad. Sin embargo, el discurso
directo, en la medida en que representa una selección y recorte de lo dicho por otro y su inclusión en un
nuevo contexto discursivo, también pone de manifiesto el punto de vista y la valoración de la voz citante. En
ese sentido, resulta importante analizar las modalizaciones, así como las fórmulas y verbos introductorios
de las citas textuales.
El periodismo, por ejemplo, emplea habitualmente este tipo de discurso para hacer creer que los dichos de
otros se presentan tal cual como fueron pronunciados por los actores políticos y sociales que se citan.
Además, junto con el empleo de otros recursos como la utilización de la tercera persona (que señala
distancia) y de términos poco valorativos, la prensa escrita tradicional busca dar la impresión de objetividad.
Discurso directo
«Riutort sostuvo: “Hubo fraude en las internas".»
(Voz citante) (Voz citada)
2- Discurso indirecto
En el discurso indirecto hay subordinación de la voz citada a la voz citante a través de un procedimiento de
integración gramatical que confiere al enunciado referido las marcas del discurso que lo cita. Las marcas
afectan los deícticos, los tiempos verbales y las personas. El discurso indirecto, en la medida en que opera
una transformación del discurso original (del que sólo conserva su contenido), implica una interpretación del
discurso del otro. Por ello, en tanto versión, pone en evidencia más claramente las posiciones ideológicas
del sujeto productor del enunciado.
En el siguiente ejemplo en estilo indirecto, observe cómo no es posible establecer fronteras claras entre un
enunciado y otro. El discurso citado perdió su autonomía.
«Olga Riutort denunció fraude en las internas justicialistas.»
En el discurso indirecto hay una sola fuente de enunciación. El discurso citante subordina al discurso citado
con las modificaciones que ello implica: el discurso del otro es asumido por el enunciador, manteniendo
estable sólo el contenido semántico del discurso citado.
La forma a través de la cual el discurso citante incorpora al discurso citado muestra también cómo la cita es
asumida e integrada al discurso. La utilización de comillas y el empleo de los elementos introductorios son
marcas que muestran la distancia y la valoración que el sujeto de la enunciación del discurso citante realiza
del discurso citado. Así, no es lo mismo:
«Kirchner pretende hacer creer que "el país anda bien"»
El sujeto que cita al presidente manifiesta su posición y valoración de lo dicho a partir de la utilización de la
construcción verbal con carga valorativa negativa “pretende hacer creer”.
« Kirchner dijo: "El país anda bien"»
El sujeto que cita establece una distancia objetiva respecto al discurso citado.
En algunas ocasiones, la cita es "especular": el discurso citante aparenta dar la palabra a otros, pero en
realidad lo que hace es poner en funcionamiento sus propias categorías. El discurso polémico, como el
discurso político, es un ejemplo de ello: se cita al adversario para hacer de su discurso lo negativo del propio
discurso. Por ejemplo:
En una entrevista un político de la oposición afirma: "Menem dijo que iba a dar el salariazo, pero después
de diez años, acá lo único que hemos recibido es el tarifazo”.
Otras formas de introducir el discurso del otro en el propio discurso: la autoridad, la ironía, la concesión y
las negaciones y preguntas polifónicas.
La apelación a la autoridad en la exposición de un argumento (por ejemplo, “como dice La Biblia”, en el
discurso cristiano, o “todos saben”, evocando al saber común) permite deducir una conclusión de ese
argumento sin necesidad de demostrar su verdad, porque lo enuncia una autoridad.
Otro recurso es la ironía. Con él un hablante puede hacer dos afirmaciones a la vez, una de ellas literal y la
otra sobreentendida (la efectividad de la ironía implica que el tú pueda reconocerla como tal). En los
discursos argumentativos, para demostrar que una tesis es falsa se recurre a la ironía, atribuyendo a los
defensores de la tesis argumentos absurdos, de modo que el carácter absurdo del discurso termina por
hacer revelar lo absurdo de la tesis.
El enunciado concesivo, introducido por "aunque", o seguido de "pero", es a menudo el de un adversario,
real o ficticio, al que se da la palabra, y al cual incluso se le permite por un momento que argumente en
dirección opuesta de aquella que corresponde a la conclusión que uno quisiera extraer. Ese derecho a la
palabra que se le reconoce al otro es presentado como refuerzo de la conclusión que se le va a oponer a él.
«Aunque se vista de seda, mona queda», «Sí, se viste de seda, pero mona queda».
Las negaciones también implican en muchos casos la inclusión de la palabra de otro en el propio discurso.
Muchos enunciados son refutaciones de los enunciados afirmativos correspondientes, que se atribuyen a
otro enunciador. Ejemplo de esto son las estructuras rectificativas: "no es corrupto" que implica la afirmación
previa: "es corrupto", por parte de un enunciador diferente al autor de la negación.
Las preguntas polifónicas también incluyen los enunciados de otros. A través de ellas, un sujeto hablante
formula preguntas que no están destinadas a obtener directamente una respuesta de su interlocutor, sino
que sirven para enunciar las peguntas que se supone que otros se están planteando. Este tipo de preguntas
son muy utilizadas en los discursos pedagógicos.
Géneros discursivos
La constitución de los enunciados y algunos de sus aspectos formales obedecen a ciertos criterios fijos que
funcionan en el ambiente pluridiscursivo de los lenguajes sociales: estos criterios son, por ejemplo, los
géneros discursivos. Llamamos géneros discursivos a los tipos relativamente estables de enunciados que
elabora cada esfera de uso de la lengua.
La vida social está organizada en áreas de actividad específica. Cada una de estas áreas de actividad del
hombre desarrolla temas, estilos y formas específicas de utilización de la lengua que se llaman géneros
discursivos. Estas formas de empleo de la lengua están, entonces, ligadas íntimamente a algún tipo de
actividad humana. Por ejemplo, en la Justicia o en la ciencia, para citar algunos ejemplos, el empleo de la
lengua tiene características particulares y distintivas que los individuos reconocen y deben saber emplear si
quieren desenvolverse eficazmente en esos campos de la actividad humana. Lo mismo ocurre en el campo
de la actividad periodística. Hay ciertos rasgos que permiten identificar un texto como periodístico y si se
quiere producir uno que sea reconocido como tal se deben poder poner en práctica los rasgos genéricos
que caracterizan a ese tipo de textos. En otras palabras, se debe saber de qué temas se ocupa la actividad
periodística, qué estilos se emplean y qué formas de estructurar la información se utilizan actualmente para
producir un texto que sea reconocido como “periodístico”. Una de las funciones de la prensa ha sido y es la
de informar al ciudadano sobre lo “nuevo” que ocurre en el mundo; en sus orígenes la prensa tenía una
fuerte orientación doctrinaria que se continúa en la actualidad en algunos diarios con la presencia de la
sección opinión. Estas finalidades de informar y formar opinión, pero también la de captar la atención del
lector y asegurar la comprensión de los aspectos más relevantes de los sucesos, han intervenido en la
definición de las características que presentan los distintos formatos o géneros periodísticos en la prensa
escrita. Tenga en cuenta que los géneros en la prensa escrita son resultado de un largo proceso histórico y
sus características han ido cambiando a lo largo del tiempo por la influencia de las transformaciones sociales,
y básicamente, por la influencia de las nuevas tecnologías y las relaciones entre los distintos medios de
comunicación. Por tanto, los géneros periodísticos de hoy no son iguales a los que se empleaban en los
inicios de la prensa allá por el siglo XVIII. Busque un ejemplar actual de un diario y compárelo con otro
ejemplar del diario de varias décadas atrás. ¿Qué diferencias encuentra entre los diarios actuales y los de
otras épocas?
Lo mismo ocurre con otros géneros discursivos. Son históricos y, por lo tanto, se modifican acompañando
las transformaciones en la esfera de la vida a la que están asociados.
Bajtín distingue los géneros primarios o simples de los géneros secundarios o complejos. Los primeros
surgen en condiciones de una comunicación discursiva directa, de un contacto inmediato con la realidad y
se relacionan de una manera directa con los enunciados reales de otros. Estos géneros primarios forman
parte de los géneros secundarios o complejos, que surgen en condiciones de una comunicación cultural
eminentemente escrita, más compleja, organizada y desarrollada. Los géneros secundarios absorben y
reelaboran toda clase de géneros primarios y, en consecuencia, éstos pierden su vínculo directo con la
realidad y con los enunciados reales de otros.
La novela es un ejemplo de género secundario. Una conversación entre dos vecinos sobre el caño roto de
la esquina es un ejemplo de género primario. Tanto las breves réplicas de un diálogo cotidiano como un
relato, tanto una carta como una orden militar, un escrito científico o una novela, son ejemplos bajtinianos
de géneros discursivos diversos elaborados en cada una de las esferas de uso de la lengua.
Los géneros, al igual que la lengua, no son creados por el hablante, le son dados. Un enunciado, con todo
su carácter individual y creativo, no puede ser considerado una combinación absolutamente libre de formas
lingüísticas, sino que su estructuración está regulada por convenciones sociales (los géneros, entonces,
pueden ser considerados como códigos que intervienen en la producción y la interpretación de los
discursos).
La producción de un discurso y su interpretación están marcadas por el conocimiento que los sujetos que
participan de la comunicación tienen de las convenciones de género. Así, para escribir una carta formal
existen reglas que prescriben cómo ésta debe redactarse e interpretarse. Los mensajes destinados a seducir
y persuadir al interlocutor para que éste adquiera un bien o servicio podrían ubicarse dentro de los géneros
publicitarios.