Antologías
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DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN
Adolfo Vasco Cruz
DISTRIBUCIÓN GRATUITA
PROHIBIDA SU VENTA
En esta pandemia, niños, niñas y jóvenes han
desafiado los límites del pensamiento, de las
ideas y la creatividad a través de su escritura,
llevándonos hasta territorios desconocidos e
inexplorados, comprobando una vez que, en
cualquier circunstancia, las posibilidades de la
realidad son siempre ilimitadas y sorprendentes.
Contenido
1. Introducción..................................................................................... 6
Daniela Orellana................................................................................... 17
Ana Paula Cevallos Castillo.................................................................... 18
Katherine Vallejo.................................................................................. 23
Introducción
Para enfrentar y entender cualquier realidad, más aún una realidad de crisis, es ne-
cesario contar con palabras y conceptos adecuados que ayuden a nombrar y ordenar
nuestra experiencia, nuestro contexto y nuestras formas de pensar y sentir. Esa es
la razón de ser de la lectura y la escritura creativa: entregarnos las herramientas
para que el lenguaje se transforme en una manera de darle coherencia, profundidad,
riqueza, variedad al mundo confuso y caótico en el que habitamos.
Cuatro categorías fueron propuestas para la escritura de los relatos, una por cada
Nivel, desde básica elemental hasta bachillerato. Estudiantes, docentes, biblioteca-
rios/as, familias y personal administrativo tuvieron la posibilidad de participar. En
cada categoría se tomó la idea de la ventana como una representación de distintos
aspectos de la relación entre el individuo y su entorno, utilizándose de diferentes
maneras como punto de partida para el proceso de escritura.
Más de doscientas personas enviaron sus textos, narraciones que abarcan temáticas,
percepciones, sensaciones e imaginaciones muy diversas. Esta antología es una bre-
ve demostración de la sensibilidad, la inteligencia y la potencia narrativa presentes
en toda la comunidad, sin importar edades o regiones.
Concurso de ilustración “La vida en las ventanas”
Considerando la acogida que tuvo “La vida en las ventanas”, concurso vinculado a las
experiencias de los estudiantes de la región Costa durante la pandemia, se invitó a
estudiantes de régimen Sierra y Amazonía a participar en la ilustración de los relatos
que componen esta publicación digital. El objetivo fue que los estudiantes al leer
los textos de personas de su edad puedan interpretar creativamente estas historias a
través de un dibujo. Este ejercicio pretendió evidenciar los vínculos de la lectura con
a otras expresiones creativas, como el dibujo.
Ventanas indiscretas
y otras ventanas
Adán Alexander Arroyo Rugel
No me sorprendía que nadie quisiera entrar en esa casa. La esposa del señor Anchundia acababa
de morir. Poco antes estaba rozagante y llena de salud. Una mañana, de golpe, se vio entrar a 9
miembros de la salud pública. Ella había enfermado y muerto a los tres días. Sentí escalofríos ante
el cadáver yerto. Vi claramente cómo lo embalaban con plástico y lo colocaban en el ataúd.
Su esposo la veló dos amaneceres, dos atardeceres y dos noches, sentado en la entrada de la
puerta, que permanecía abierta. Tuve miedo. Todos los vecinos tuvieron miedo, tal vez del virus,
tal vez de la soledad que ahora infectaba al viejo.
Cuando se llevaron el féretro dejé de asomarme a la ventana por las noches. A veces, el señor
Anchundia conversa con la gente desde lejos. En ocasiones alguien lo escucha.
10 Jamás entiendo a esas extrañas criaturas de carne y hueso, que nos usan todo el tiempo para justificar sus vidas
sedentarias y temerosas. Casi nunca salen de casa. Están afanados por saber lo que pasa en las redes, en el
mundo de afuera, ¿o de adentro? En realidad, no sé si ese mundo ocurre realmente fuera de nosotros. A veces
pienso que la única razón por la que no nos sueltan es porque no tenemos vida. La vida es casi siempre un
problema, algo atemorizante, como el aire o el sol. A veces me dan lástima, a veces risa. Algunos intentan fingir
y salen a caminar, comparten momentos “amenos” con las personas que los rodean. Hay otros que todavía pien-
san que nos utilizan y no dependen de nosotros. En esas ocasiones, en cambio, únicamente me da risa. En estos
últimos meses, me han usado desesperadamente para buscar información sobre una pandemia. A mí no me
afecta y no me queda claro el terror, pero los veo temer y siento lástima de nuevo (un poco). Parecen tomarse
todo demasiado en serio, o como si fuera una broma. No termino de comprenderlos… ¿Seres de carne y hueso?
No me sorprende que nadie quiera entrar en esa casa. No hace falta acercarse para notar el sufrimiento. A veces 11
miro por mi ventana y los observo. Mi vecino no habla ni actúa como antes. Lleva meses postrado en la cama
y sumergido en un mundo aparte, donde no cabe este presente confuso. Su esposa llora en silencio. Su hija
es doctora y dejó la ciudad por el trabajo. Ella vive con el temor latente de llevar la muerte a casa. Han sido
momentos difíciles, siempre lo son. Como siempre, el virus más letal es la incertidumbre.
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Jamás entiendo a esas criaturas de carne y hueso que están allá afuera. En cuanto amanece y abro mi pequeño
ojo, ahí están, ansiosos, esperando que siga sus instrucciones. Me utiliza el más pequeño, con sus juegos y
vídeos. Se repite a cada momento. Mis teclas están cansadas. Cuando el niño me deja, viene el hombre de la
casa. Sin poder descansar, recibo sus instrucciones. Pide que busque las últimas noticias del momento, como
quién ganó la copa americana o las películas de estreno.
Tampoco descanso en el almuerzo. Me tienen en sus manos y hay un silencio muy peculiar alrededor mío.
En la noche, ni hablar. Pienso, por fin a descansar, pero no. Me conectan. No importa que ya no aguante más.
Ahora es el turno de la mujer. También ella quiere que busque.
Mi cabeza es mi casa
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Me asomo a la ventana para ver, de nuevo, todo aquello que pierdo por no hablarle…
No me sorprende que nadie quiera entrar en esa casa. Por las mañanas, una joven se acerca a la ventana, por
donde yo la contemplo. Al alba, observa lentamente el mundo empañado por el frío y el alto muro, mientras los
destellos del sol naciente producen la refracción de la luz entre el cristal y su rostro. Luces y sombras. Aunque se
encuentra rodeada por una luminosidad que todos imaginamos como la última pieza de nuestro rompecabezas,
al final de este túnel oscuro y solitario (la vida), en las pupilas afligidas de sus jocundos ojos se percibe una
trampa. La alegría es simplemente un acicate de la pena. Ahora entiendo por qué ningún mortal se atrevería a
entrar en esa casa. Después de la llama inicial, su mirada es un recordatorio del dolor que cada uno esconde y
padece, de nuestra pobre capacidad para soportarlo.
La tristeza no es eterna
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No me sorprendía que nadie quisiera entrar en esa casa llena de odio, pues en su interior vivía un anciano
muy solitario, que siempre estaba muy molesto por todo. Cada vez que lo miraba desde mi ventana, me sentía
muy mal y pensaba en cómo podría ayudarlo. Mi familia no estaba de acuerdo y me prohibían que me acercara
a su casa. Los gritos y llantos del anciano eran desesperantes, mientras golpeaba las paredes de su casa con
sus manos temblorosas. Un día cuando regresaba de la escuela, me acerqué a la ventana y me sorprendió no
escuchar nada. El silencio era total. Ese silencio que me inquietaba y despertaba mi deseo de acercarme a la
casa. Silenciosamente, me asomé y pude ver con gran asombro al anciano misterioso junto a una mujer de
blanca cabellera, quizá muy común. Sin embargo, su presencia provocaba algo especial en ese viejo del que
sólo conocíamos la amargura del largo encierro. Hoy, era diferente y en su rostro se dibujaba una sonrisa. Su
mayor miedo siempre fue la soledad.
Ansiedad crónica
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Ella simplemente miraba por la ventana, pero al ver sus ojos me di cuenta de algo asombroso. Sus ojos eran
estrellados. Su mirada cautivaba a la distancia. Su sonrisa deslumbraba y, aunque parecía que ella podía amar-
me y aceptarme su lado, alguien hacía imposible ese sueño. Yo lo tenía todo en contra, pero no podía evitar
deleitarme con sus encantos. Tal vez fue su delgada y espectral silueta, su rostro tan certero o sus labios tan
carnosos. Los pensamientos simplemente me recorrían, me enloquecían. Me aterraba y me exaltaba imaginar
que podía dejar su vida para estar conmigo. Pero la verdad es una bala firme siempre. Ella era feliz en su mundo
y ni siquiera me identificaba. Yo sólo era alguien que la vio asomada por la ventana e imaginó futuros absurdos.
No pensé que la ilusión podía destrozarme ni que las ganas podían enceguecerme. Los años pasan y la miro.
Nunca estará conmigo, me digo y me resigno un poco mientras ella besa al hombre que también está en la
ventana. Sigue siendo una ilusión pendiente.
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Ella simplemente miraba por la ventana, pero al ver sus ojos, me di cuenta de algo asombroso. Tiene la mirada
más dulce y más inocente que alguien puede ver, en unos ojos de un curiosísimo café. Una voz adentro mío me
dice que oculta algo, un brillo diferente, un vértigo, como si algo le preocupase. Hay algo agobiado y un poco
distante en ella, tal vez miedo, pero no sabría decirlo. Lo evidente es su mirada cansada y pensativa. Vos la ves
que está, aunque su mente navega en otro sitio. Por momentos, sonríe, como si no le pasara nada, tratando de
ocultarse. Su sonrisa es encantadora, de aquellas que miras y te perforan, contagiosa y divertida. ¿Qué haces
vos entonces? Pues sonríes también. La ves entera y sonriente pero sus ojos delatan un mar que estalla: mareas,
tristeza, ternura y tinieblas. Vos ves cosas en su mirada que ella no verá nunca. Si las viera, quizás, sería todo
muy distinto.
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Ella simplemente miraba por la ventana, pero al ver sus ojos me di cuenta de algo asombroso, un brillo que
hincha el corazón y expande una sensación cálida por el cuerpo. La miré durante segundos que parecieron días,
sin molestarla. La magia se rompió cuando movió sus ojos unos cuantos centímetros. Fue como si un interruptor
apagará todas las luces y todo el fuego del mundo. Por un instante, había mantenido sus ojos en los míos y
me hizo vivir. Sentí la fe más rara y asombrosa: fe en la humanidad, en un futuro largo, posible y en un mundo
limpio. Pero la niña desapareció y las gastadas cortinas se rieron en mi cara, como si nada hubiera ocurrido. No
supe moverme. Había olvidado cómo poner un pie delante de otro y cómo llevar oxígeno a mis pulmones. Pensé
mil cosas sin poder detenerme: una solución para cada problema, evitar la emisión de gases hacia la capa de
ozono, reparar la infertilidad en los suelos, salvar a los niños que mueren de hambre y abandono… Está todo en
lista de espera, o tal vez en los espejismos de un par de ojos de niña.
Él simplemente miraba por la ventana, pero al ver sus ojos me di cuenta de algo asombroso. Transmitía confian-
za y felicidad de una manera inusual, casi perturbadora. No sé cómo describirlo, pero es una persona especial
20 y no sé si en el mejor sentido. A pesar de la primera impresión, algo en su rostro reflejaba desánimo. Yo no
lograba entender de dónde venía el desánimo, pero me obsesionaba encontrar el motivo, ya fuera absurdo o
importante: quizás tenga problemas con su familia, murió un familiar, se cortó el cabello y no le gustó, no lo
dejan hacer lo que le gusta, acababa de terminar una difícil tarea y estaba exhausto. No sé.
Lo raro fue que me saludó, alzando su mano izquierda. Yo, sin razón alguna, hice lo mismo. Después ya no pude
verlo. Un árbol en la entrada de un callejón se atravesó en mi camino. No regresé. Tenía que llegar rápido a mi
casa y terminar de hacer diez mil pendientes. Una tía había llegado a mi casa para saludar y saber cómo estaba
mi mamá. En ese momento, me acordé del chico de la ventana. Desesperación, pensé. Lo que había detrás de
la mirada, del saludo, era desesperación.
Mi tía se fue. Después, mi mamá vino a verme y me preguntó por qué mi cara pensativa. Le conté del niño y le
pregunté si se puede ser feliz y estar desesperado al mismo tiempo. En ese instante se me cruzaron un montón
de ideas. El chico siempre estaba encerrado. Jamás lo había visto por fuera de la ventana. Pero sus padres y él
siempre parecían felices, demasiado felices.
Ella miró por la ventana y observé algo en sus ojos que me asombraba.
Su mirada proyectaba una especie rara de felicidad combinada con tristeza, como si algo que la preocupaba 21
pudiera alegrarla al mismo tiempo.
No podía sacar la idea de mi mente ¿En qué pensaba ella?
¿Qué la entristecía y la animaba? Esa mezcla extraña me intranquilizaba.
Al día siguiente, esperé verlo de nuevo, pero no volvió a pasar. Supuse que debía olvidar esa sensación, pero
no lo conseguía.
Su mirada regresaba y no lo podía entender ¿Por qué no podía sacarla de mi mente? Pasaban las horas y yo no
lograba distraerme.
Entonces, como si hubiese sabido que lo esperaba, como si supiera que lo estaba observando, se acercó.
Ahora lo entendía todo. La alegría, la tristeza y el miedo de su mirada eran míos, reflejos de una vida muy
pequeña. El tiempo aquí es corto.
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Ella simplemente miraba por la ventana, pero al ver sus ojos me di cuenta de algo asombroso: esa
chica tenía muchos amigos y era muy infeliz. Al terminar el año escolar, empiezan las vacaciones.
La última vez, ella fue a un pueblo muy pequeño. Conoció a dos chicos y una chica y se hicieron
amigos. Al cabo de poco tiempo, eran más como una familia. Las vacaciones de la chica estaban
por terminar. El último fin de semana, sus amigos la invitaron a acampar. Todos estaban nostál-
gicos pero felices de estar juntos. Cayó la noche e hicieron una fogata. A la mañana siguiente, al
despertar, uno de ellos no estaba. Salieron a buscarlo y nunca lo encontraron. Pensaron que tal
vez era una broma. Volvieron al pueblo y a sus casas. Amaneció de nuevo y la policía encontró el
cuerpo del joven en el bosque. El terror se apoderó del día. Con la muerte del chico, los amigos
se separaron y cada cual tomó su camino. Un misterio más sin resolver, en un pueblo pequeño
más. No sé cómo pudo decirme todo eso con los ojos.
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Creo que han pasado varios días desde que la veo. Ella simplemente miraba por la ventana, pero
algo en sus manos me llenaba de terror. La falta de luz no me dejaba verla con mucha claridad,
pero sé que estaba observándome sigilosamente. Dejaba ver su sonrisa siniestra a través de las
sombras.
Me causa escalofríos. No tengo a quien acudir. Estoy aquí, en esta gran y vacía casa, apartada,
desolada. No tengo más que una anciana vecina. No puedo más. Sigue ahí. Me observa. Hoy
hablaré con ella, para que desista.
Llegué a su puerta. Estaba abierta y decidí entrar. Revisé todas las habitaciones. Hubo una en la
que no pude entrar. Sentí miedo. Desprendía un olor terrible. Baje por las escaleras al sótano.
De repente, un frío sepulcral congeló todo mi cuerpo. La vi. Ahí estaba, colgada de una cuerda,
balanceándose de adelante hacia atrás. Cuando pude reaccionar, me di la vuelta. No pude salir
allí, pues estaba ella con su fría mirada, sonrisa tenebrosa. Corrí sin mirar atrás. No he vuelto a
dormir. Ella me vigila.
Él simplemente miraba por la ventana, pero algo en sus manos me llenó de terror. Llevaba un cuchillo lleno de sangre.
Y no solo había sangre en el cuchillo. Sus manos y su ropa estaban bañadas. Eran las doce de la noche. Lo único que
24 nos alumbraba era la luz de mi habitación. Pronto escuché las sirenas de la policía. Rápidamente, el chico saltó. Entró
por mi ventana, cubrió mi boca sus manos llenas de sangre y calló mis gritos.
- ¿Qué hace? ¿Asesinó a alguien? —pensé
Al cesar las sirenas, me liberó. Iba a gritar, pero me volvió a callar.
- Una palabra y estás muerta —dijo sin bromear.
Al poco tiempo, se fue corriendo por donde había entrado; la ventana de mi habitación. Dos días después, mi padre
me contó que estaba en un centro comercial, comprando los alimentos necesarios para el mes. Seis delincuentes en-
traron en el local. Un hombre joven se lanzó a pelear con los seis. Terminó herido, casi muerto, pero salvó a todas las
personas de la tienda tomadas como rehenes, a mi padre. Me contó que aquel hombre logró quitarle un arma blanca
a uno de los ladrones. Le pregunté, sin saber bien por qué, cómo era el cuchillo. Era el mismo
No sé quién seas, qué te creas, ni de dónde vengas. Te debo la vida y te seguiré esperando del otro lado de la ventana.
Él simplemente miraba por la ventana, pero al ver sus ojos me di cuenta de algo asombroso. Es cierto cuando 25
dicen que los ojos son la parte más intensa de cualquier persona, que allí se concentra toda la alegría y el
miedo, la curiosidad de la vida y del espíritu.
Contaban historias de sus noches desveladas, de las fiestas más brutales, que yo recuerdo muy bien, como si no
hubiese preocupaciones en el mundo. Recuerdo también las melodiosas mañanas, divertidas y casi eufóricas, en
las que se creaban recuerdos. Recuerdo amaneceres estudiando para cumplir metas de que no se comprenden
muy bien. Recuerdo las tardes con la mujer más amada. Contaban mil cosas de su alma y mi alma.
¿Qué pasó?, me preguntó mi versión de la ventana, interrumpiendo mis pensamientos.
Aparté renuente la mirada, pero presentía mi reflejo en el cristal: marrones ojos opacos devolviéndome, ausen-
temente, la mirada. Suspiré. Sonreí.
¿Y tú que crees? La vida.