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NUEVOS-DATOS-SOBRE-LA-FASCINANTE-HISTORIA-DEL-ADN-20234300527

UNA DE HÉROES Y VILLANOS

Revelan nuevos datos sobre la fascinante


historia del ADN
Dos historiadores de la ciencia encontraron
testimonios que replantean el papel de los
protagonistas: Watson, Crick y Rosalind Franklin; los
publicaron en Nature
30 DE ABRIL, 2023 | 00.05

Por NORA BÄR

Watson y Crick, frente a su modelo de la estructura del ADN

El 25 de abril de 1953, hace 70 años, se publicó en Nature el trabajo en el que


James Watson y Francis Crick, un par de investigadores de la Universidad de
Cambridge, Reino Unido, presentaron por primera vez un modelo detallado de
la estructura del ADN. En el mismo número de la revista se publicaba otro con
contribuciones de la cristalógrafa Rosalind Franklin, y su estudiante, Ryan
Gosling, y otro de Maurice Wilkins, que trabajó con ella en el King’s College
London.
El hallazgo fue la culminación de la trama de intriga, disputa de egos y
discriminación de género con los que se escribió uno de los capítulos más
atrapantes de la historia de la ciencia.

El 28 de febrero de ese año, Crick (físico, que en ese momento tenía 35 años),
había salido corriendo de su laboratorio en el Instituto Cavendish, de la
encantadora ciudad campestre que alberga a una de las universidades más
antiguas y destacadas del mundo, para anunciarles a los parroquianos que
tomaban algunas pintas de cerveza en el hoy legendario pub (The Eagle,
fundado en 1667) que junto con su colega (Watson, un ornitólogo de 23) habían
descubierto "el secreto de la vida”. Se referían a la estructura de doble hélice del
ácido desoxirribonucleico o ADN, el código genético que contiene las

instrucciones para formar cualquier organismo.

The Eagle, el pub en el que Watson y Crick anunciaron que habían develado "el
secreto de la vida"
Watson, Crick y Wilkins recibieron el Nobel por sus hallazgos en 1962. Franklin,
la única mujer del grupo y una figura protagónica cuyo rol fue subvalorado en el
relato oficial, había muerto en 1958 (a los 37 años) de cáncer de ovario con
metástasis generalizadas, probablemente por sus largas jornadas de exposición
a los rayos X, y no fue incluida ni siquiera en los agradecimientos.

Durante décadas se la consideró víctima de intrigas y trampas, y su contribución


pareció haber sido meramente instrumental: la obtención de una imagen
sorprendentemente nítida que le habría dado la clave al dúo de Cavendish, que
la habría sustraído de su escritorio sin permiso. Pero nuevas evidencias
descubiertas por los historiadores de la ciencia Matthew Cobb y Nathaniel
Comfort, que las dan a conocer en Nature (doi: https://doi.org/10.1038/d41586-
023-01313-5 ), refutan esta interpretación, y sugieren que Franklin
no consideraba que sus hallazgos fueran confidenciales y que intuyó
perfectamente la trascendencia de sus datos, por lo que su contribución debe
considerarse en pie de igualdad con la de Watson y Crick.

Rosalind Franklin

A lo largo de todos estos años, la biógrafa Brenda Maddox (en The dark lady of
DNA o La dama oscura del ADN, Harper Collins, 2002) y, entre otros, dos libros
maravillosos (Sabias. La cara oculta de la ciencia, de Adela Muñoz Páez, y El gen,
de Siddhartha Mukherjee, ambos editados por Debate) la habían considerado
engañada por sus colegas e incapaz de interpretar sus propios resultados. Cobb
y Comfort, que están escribiendo las biografías de Crick y Watson,
respectivamente, visitaron el año pasado el archivo que guarda las pertenencias
de Franklin en Cambridge, y encontraron una carta y un artículo periodístico que
cuentan otra historia.

Franklin, "una científica independiente en un mundo dominado por hombres",


como la describe Muñoz Páez, era una cristalógrafa de primer orden y a lo largo
de dos años había tomado las imágenes más nítidas de la estructura del ADN.
Más tarde, el célebre fundador de la sociología de la ciencia, John Bernal
(también cristalógrafo), las consideró como "las fotografías de rayos X más
hermosas jamás obtenidas de cualquier sustancia".

La controversia surgió particularmente en torno de una de ellas, la conocida


como “Foto 51”. De acuerdo con la versión de Mukherjee, a fines de febrero, en
una visita a Londres Watson había aprovechado para pasar por el departamento
de Franklin, que no era precisamente una persona amistosa con sus colegas. Al
salir, se juntó con Wilkins y ambos se quejaron de las formas de la investigadora.
Éste le comentó a aquél sobre unas nuevas fotografías de Franklin y Gosling, tan
asombrosamente claras que "el esqueleto mismo de la estructura casi saltaba a
la vista”. Y a continuación, se dirigió a la habitación contigua, sacó la foto de un
cajón y se la mostró. "La imagen lo golpeó con la fuerza de una revelación",
cuenta Maddox. Algo similar había confesado el propio Watson en su libro La
doble hélice. Un relato autobiográfico sobre el descubrimiento del ADN (Alianza
Editorial).

James Watson y Francis Crick

Para colmo, ya había habido otras “filtraciones” no autorizadas. Unos meses


antes, se había constituido un comité revisor del Medical Research Council
(MRC) ante el cual Wilkins y Franklin habían presentado informes detallados de
sus mediciones, y una copia le había llegado a Watson y Crick sin que Rosalind
se enterara.
A medida que investigadores comenzaron a hurgar en la historia, Franklin se
convirtió en uno de los íconos de la postergación de la mujer en la ciencia. Por
otro lado, la memoria colectiva redujo su contribución a un puñado de trazos
gruesos. La interpretación de Cobb y Comfort es diferente: ellos sostienen, como
lo describía en su artículo para TIME que nunca llegó a publicarse una periodista
de la época llamada Joan Bruce, que Watson y Crick hicieron el trabajo teórico, y
Wilkins y Franklin, el experimental, pero que fue el intercambio entre ambos
equipos el que finalmente llevó a resolver el misterio.

Según estos autores, ella había intuido la estructura helicoidal de la molécula,


aunque luego Watson y Crick se le adelantaron. También subrayan que se hizo
una especie de fetiche de la “Foto 51”, “un emblema de sus logros y del maltrato”
al que fue sometida, pero que era imposible deducir una estructura precisa de
una única imagen. Es más, afirman, “varias líneas de evidencia muestran que
desempeñó un papel pequeño, si es que tuvo alguno, en el avance de Watson y
Crick hacia la estructura correcta. De hecho, fueron otros datos de Franklin y
Wilkins los que resultaron cruciales, y lo que realmente sucedió fue menos
malicioso de lo que se supone (…) Convertir ese momento en el clímax de La
doble hélice fue un truco literario: un momento ‘eureka’ clásico, fácil de entender
para los lectores legos”.

También agregan que una carta que descubrieron de una investigadora del King’s
College, Pauline Cowan, escrita en enero de 1953, invita a Crick a una charla de
Franklin y Gosling y sugiere que la propia Franklin suponía que sus hallazgos
podían ser compartidos con Crick como parte del normal intercambio científico.

“Al final –escriben Cobb y Comfort–, ni la ‘Foto 51’ ni el informe del Medical
Research Council (MRC) le ‘dieron’ a Watson y Crick la clave de la doble hélice
(…) [Durante las últimas seis semanas] los datos de Franklin y las
conversaciones entre Watson, Crick y Wilkins les ofrecieron pequeñas piezas
de información clave (…) Una vez que dieron con el modelo conceptual de su
estructura, el informe del MRC los ayudó a chequearlo”.

En un trabajo posterior que se publicó en 1954, Crick y Watson reconocieron que,


sin los datos de Franklin, “la formulación de su estructura hubiera sido
improbable o directamente imposible”.

“Además de mostrar que el dúo de Cambridge trató de hacer lo correcto, esto


respalda nuestra afirmación de que Franklin fue una protagonista igualitaria del
grupo de cuatro científicos que trabajaron en la estructura del ADN. Sus colegas
la reconocieron como tal, aunque ese reconocimiento fue tardío y modesto”,
agregan.

Ya en 2020, cuando se cumplió el centenario de su nacimiento, Nature le dedicó


un editorial a Rosalind Franklin. La reconoció como una de las científicas más
gravitantes del siglo XX y subrayó que sus contribuciones habían excedido en
mucho su papel catalizador en el descubrimiento de la estructura del ADN.

"Fue una incansable investigadora de los secretos de la naturaleza –afirma allí–


(…) Realizó avances en la ciencia del carbón y se convirtió en experta en el
estudio de virus que causan enfermedades en plantas y seres humanos. En
esencia, es gracias a Franklin, sus colaboradores y sucesores, que los científicos
de hoy pueden utilizar herramientas como la secuenciación de ADN y la
cristalografía de rayos X para estudiar virus tales como el SARS-CoV-2".

Durante su doctorado, en los años cuarenta, Franklin ayudó a determinar la


densidad, estructura y composición del carbón, que en esos tiempos se usaba
para calefaccionar hogares y como combustible en las industrias. Quería
dilucidar su porosidad para entender cómo producir una combustión más
eficiente, e indirectamente ayudó a diseñar las máscaras que en la Segunda
Guerra Mundial contenían filtros de ese material para protegerse del gas tóxico.

Del carbón, pasó al estudio de los virus. Durante la primera mitad de la década
de 1950, aplicó sus habilidades a la determinación de la estructura del material
genético en el virus del mosaico del tabaco. Después pasó a la papa, el tomate,
el nabo y la arveja. En 1957, después de haber recibido un diagnóstico de cáncer
de ovario, empezó a estudiar el virus de la polio. Murió un año más tarde. Sus
colaboradores, Aaron Klug y John Finch publicaron la estructura del virus de la
polio al año siguiente y le dedicaron el trabajo a su memoria. En 1982, Klug
también recibiría el Nobel, esta vez por sus estudios sobre la estructura de los
virus.

Tal como afirma en un comunicado de la Agencia CyTA-Leloir Vanesa Gottifredi,


jefa del Laboratorio Ciclo Celular y Estabilidad Genómica del Instituto Leloir, el
hallazgo de la estructura tridimensional del ácido desoxirribonucleico
(ADN) permitió ver cómo era la molécula. “Si yo le digo a alguien que intente algo
con una ‘zamanna’ y esa persona no comprende de qué se trata, no va a saber
qué hacer. Ahora, si yo vuelvo a mezclar esas letras y le digo que es una
manzana, va a entender que la puede cocinar, comer, pelar… –explica–. Eso fue
recibir la información de la estructura del ADN (…) Entendimos el proceso de
replicación, y a partir de ahí pudimos comprender cómo cortarlo, cómo
remendarlo y descubrir cómo funcionan los genes. Y llegamos a la genética
actual, con la posibilidad de modificar plantas y células, a la medicina forense y
la posibilidad de determinar filiaciones, algo que fue fundamental para la historia
argentina”. Y agrega: “El haber visto el ADN nos llevó a poder entender qué es un
gen, y eso fue un descubrimiento relevante no sólo para la biología y la medicina;
también fue clave para la historia de la humanidad”.

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