Lesión Subjetiva
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LESIÓN SUBJETIVA:
Por Julio E. Caro.
Ahora bien, hay situaciones claras o evidentes en las que la voluntad de un sujeto
no es expresión de su libre albedrío, es pura apariencia. Por ejemplo si alguien pone la
firma al pie de un contrato porque le están apuntando con un arma; o realiza un pago
porque secuestraron a su hijo. Estas conductas están provocadas únicamente porque el
sujeto es sometido a una presión irresistible. No se puede hablar aquí de voluntad. Idén-
tica situación se comprueba cuando uno de los contratantes (o todos) se encuentran li-
mitados en su capacidad jurídica por razones de salud, sea que medie una sentencia que
lo declare así o que no haya habido tal pronunciamiento. En todos estos casos con ma-
yor o menor evidencia, el consentimiento de la persona es defectuoso, es producto de un
malentendido, d una distorsión de la realidad, no es en esencia consentimiento.
Se estudia también en parte general otros factores que afectan a la voluntad como
tal como el error. El error de hecho, según su importancia e intensidad puede ser causa
para invalidar un acto. Tal como si yo quisiera comprar un terreno que es el que visité y
en el respectivo boleto de compraventa se consigna la identificación de uno distinto.
Esto que parece tan extraño, es posible en la práctica de los negocios (ya sea por acci-
dente o por mala fe) porque la identificación técnica de los inmuebles es muy compleja.
Un terreno tiene un número de matrícula inmobiliaria y una nomenclatura catastral inte-
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grada por letras, números y siglas que el común de las personas no maneja. Entonces,
firmar y pagar parte de un precio que consiste en una importante suma de dinero no es
imposible. Visitamos el terreno de la esquina, el cual, queremos comprar por motiva-
ciones personales, y cuando vamos a tomar posesión resulta que somos propietarios de
uno que está a cincuenta metros.
Pero al margen de estos supuestos que resultan más o menos sencillos de com-
prender en punto a la supresión del consentimiento tenemos otros supuestos que mere-
cen una explicación detenida en materia contractual, por su trascendencia.
Imaginemos una situación hipotética: Llega acá a nuestro país, un señor proce-
dente de España con una importante capacidad de inversión y dispuesto a adquirir un
terreno en una zona de la costa atlántica para construir una vivienda de veraneo. Visita
la zona; le impacta la gran amplitud de nuestras playas y se dirige a un agente inmobi-
liario del lugar que le ofrece varias opciones. Los terrenos que observan están bien ubi-
cados y son aptos para la construcción que el inversor se propone emprender. Pero el
agente inmobiliario cuenta para sí con una ventaja. Observa que su potencial cliente no
tiene idea de los valores de la tierra y como procede de un medio en el cual la tierra
tiene un valor incalculablemente superior a lo que se registra en nuestra costa atlántica,
resulta que está dispuesto a pagar varias veces el precio real. Poco a poco las tratativas
comienzan a manejar precios en Euros y finalmente el extranjero paga una enormidad.
Ocurre que luego de un tiempo esta persona entra en contacto con el ambiente so-
cial de la zona, comienza a comprar materiales de construcción para levantar la casa
planeada, se familiariza con la economía de nuestro país y advierte la incongruencia del
negocio concertado. ¿Tiene la posibilidad de defenderse? ¿Tiene algún recurso legal
para desandar el camino que lo llevó a perder tanto dinero? En otras palabras ¿Puede
pedir la rescisión o resolución del contrato?
ralizara nadie acudiría a nuestro país a realizar inversiones. Además la ley no está para
ir en ayuda de quien es imprudente con sus negocios. Pretender rescindir este contrato
por las razones expuestas (seguiría diciendo Vélez) es introducir en el derecho el con-
cepto de lesión. “. . .dejaríamos de ser responsables de nuestras acciones, si la ley nos
permitiera enmendar todos nuestros errores, o todas nuestras imprudencias. El consen-
timiento libre, prestado sin dolo, error ni violencia y con las solemnidades requeridas
por las leyes, debe hacer irrevocables los contratos”i
Pero un elemental sentido (y sentimiento) de justicia y equidad nos dice que esta
situación no puede ser silenciada y protegida por el orden jurídico. Aquí hay algo que
funciona mal.
En el contrato hipotético que relatamos tenemos por una parte un sujeto solvente y
dispuesto a realizar una inversión pero que no conoce adecuadamente el mercado en el
cual se propone realizar su negocio. Le falta experiencia y le sobran deseos de contar
con un lugar para veranear. De la otra parte, un avezado hombre de negocios que lo deja
hacer, que observa la imprudencia del extranjero y saca ventaja.
Planteadas así las cosas, lo que podemos decir que desde la redacción del Código
Civil en la segunda mitad del Siglo XIX se ha producido una notable evolución en el
pensamiento jurídico y un extraordinario cambio en el mundo. Se fue gestando una mi-
rada que puso más el acento en la solidaridad y necesidad de protección del más débil.
El individualismo exacerbado que había derivado del postulado de libertad de la Revo-
lución Francesa, tuvo que ceder terreno a esa otra proclama también revolucionaria: la
fraternidad.
El concepto de lesión como daño patrimonial fue aplicado por distintas legislacio-
nes especialmente en el ámbito de la compraventa en el derecho Romano; en la edad
Media se consideró sospechosa la operación en la que se pagaba menos de la mitad de
lo que valía la cosa vendida; con Santo Tomás, la lesión tomó un nuevo impulso ya que
la Iglesia condenó la usura. Vélez Sarsfield prefirió adoptar una postura contraria al re-
conocimiento de este instituto. Pero como ya se dijo la jurisprudencia de nuestro país
fue abriéndose paso poco a poco y llegó a elaborar una doctrina muy completa.
Por supuesto, este como otros cambios también tuvo detractores. Quienes se opo-
nían a admitir el instituto de la lesión, temían que se produjera una inseguridad genera-
lizada en la celebración de contratos. Sobre todo porque (decían) dejar al arbitrio judi-
cial la posibilidad de aniquilar los efectos de un contrato era algo muy riesgoso. Ya no
se iba a poder contratar, todo sería un tembladeral.
Pese a esos malos augurios la reforma del Código Civil llevada a cabo en el año
1968 consagra legislativamente a la lesión subjetiva y el CCCN la mantiene casi intacta
en su artículo 332 referido en general a todos los actos jurídicos. El instituto funcionó
pacíficamente y los jueces han hecho un uso racional de esta facultad de revisión.
Es útil, a esta altura, admitir algo que al lector atento no se le escapará. Cualquier
situación en la que tenga lugar este comportamiento lesionante, tiene ciertos matices
que lo aproximan a lo delictivo. Es que uno de los remotos antecedentes de esta institu-
ción es precisamente el reproche que merecía la usura. Nos relata Luis Moisset de Es-
panes iii al comentar el art. 138 del Código Civil Alemán de 1896 “La fórmula conte-
nida en el mencionado artículo no es nueva, sino que ha venido del Derecho Penal,
donde nació como norma destinada a combatir la usura. Esto no debe asombrarnos,
porque -ya hemos dicho- la usura es precisamente un caso especial de lesión por ello
resulta lógico que la fórmula penal de la usura se trasplante luego al Derecho civil”.
Pero, lo que nos interesa en nuestra materia son los aspectos puramente civiles, de
derecho privado, porque no todo conducta abusiva o lesionante encuadrará en un tipo
penal. Por ello también es necesaria la sanción civil.
Aquí encontramos los dos elementos que distingue la doctrina. Objetivo uno, sub-
jetivo el otro.
El elemento objetivo.
Tiene que haber una ventaja patrimonial desproporcionada. Pero la ley no nos ha-
bla de cualquier ventaja patrimonial como cuando nosotros adquirimos un bien a un
precio muy ventajoso. La ventaja tiene que ser evidentemente desproporcionada. Como
el caso que compremos un automotor a mitad de su valor. Dice Llambías iv que con lo
de evidente desproporción “se quiere significar que ella debe ser manifiesta, perceptible
en forma inmediata sin que nadie pueda ponerla en duda”.
El elemento subjetivo
Aquí nos dice la norma que debe existir por una parte un aprovechamiento sobre la
otra. Y tal aprovechamiento se da porque la parte más débil, la parte vulnerable exhibe
las siguientes características o aspectos:
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Y agregamos nosotros que tal necesidad tiene una intensidad que anula o por lo
menos disminuye la voluntad del sujeto. No puede pensar con claridad. Por eso un buen
criterio que deben incorporar los futuros profesionales del derecho es asesorar a quienes
los consulten en el sentido de actuar con calma. Por más que la persona piense que es la
última oportunidad que tiene para resolver un problema debe evaluar antes si lo que está
decidiendo lo hace en un estado de reposo o apresuradamente. Las decisiones tomadas
sin reflexión, por lo general, tienen malos resultados.
Las personas con problemas psíquicos o con cierto tipo de capacidad disminuida,
presentan serios problemas a la hora de juzgar la validez de los actos jurídicos que cele-
bran. Dichos problemas no existen cuando el sujeto exhibe un grado de discapacidad
notorio e incluso cuando ha sido declarado así judicialmente, pero la realidad es muy
variada. Hay innumerables situaciones de zonas fronterizas. El nuevo código se ha es-
merado en cuidar especialmente que las personas con capacidad reducida sean asistidas
de manera casi personal. La debilidad psíquica, cualquiera sea su procedencia, tiene que
provocar una situación de inferioridad captada y aprovechada por la parte que lesiona en
perjuicio de la otra. Obviamente, no cualquier situación de debilidad en esa órbita será
relevante. Es preciso que genere un estado de inferioridad que incida directamente sobre
la voluntad del sujeto.vi
No será tarea sencilla para los magistrados apreciar cuándo se da este supuesto. En
algunas situaciones se mezcla la inferioridad psíquica con un nivel de educación muy
elemental o nulo como el caso de una persona analfabeta que es totalmente vulnerable y
permeable a presiones de todo tipo para firmar un documento. vii En estos supuestos es
donde la inmediación en el proceso, el conocimiento o contacto directo que pueda tener
el juez con el damnificado tendrá un valor estratégico para arribar a una solución justa.
Siendo taxativa, el uso de la conjunción “o” indica que bastará que en el caso con-
creto se encuentre presente uno de los supuestos para hacer viable la acción de nulidad.
El lector atento estará pensando a esta altura que demostrar la intención que tuvo
el contratante en aprovecharse es una tarea harto difícil pero el proceso judicial ofrece
variados recursos para posibilitar la demostración de todo tipo de circunstancias y he-
chos.
Presunción:
Con aguda mirada Mosset de Espanés (en el trabajo ya citado) plantea el interro-
gante de si el legislador ha utilizado la palabra de “evidente” desproporción (evidente-
mente desproporcionada) como sinónimo de la que utiliza en el supuesto de “notable”.
Nosotros apegándonos el tenaz estilo de interpretación de la ley que ponía en práctica
López de Zavalía decimos que si el legislador utiliza términos diferentes, no es por ca-
sualidad.
Podríamos decir que lo notable es evidente pero no todo lo que es evidente es no-
table. Nos parece que cuando el legislador ha dicho “evidentemente desproporcionada”
se refiere a un desequilibrio que está a la vista. Si pagué un precio muy inferior, o di en
locación un departamento de muy poca superficie a cambio de un alquiler al que pode-
mos calificar de caro por un simple cotejo con algún inmueble parecido, estamos en
presencia de la ventaja evidentemente desproporcionada porque es muy fácil apreciarla.
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Pero cuando esa disparidad es muy grande; cuando se ha pagado o recibido un precio
que nadie aceptaría; cuando la pérdida patrimonial visible va más allá de un simple lla-
mado de atención entonces podemos afirmar que la desproporción, además de evidente
es notable. Creemos que lo notable apunta a una apreciación cuantitativa, como si pagá-
ramos por algo cuatro veces más de su valor.
De todos modos, tal como sugiere Mosset de Espanés, en la práctica, cada vez que
los jueces encuentren una diferencia de prestaciones visible, una desproporción patente,
aplicarán sin más la presunción.
Efectos:
Hasta aquí, hemos descrito cómo a veces un contrato presenta una deficiencia, un
factor adverso que estuvo presente en el momento mismo de la formación del consenti-
miento. Una suerte de quiste congénito que puede ser desencadenante de conflictos y
contiene en sí mismo la promoción de daño patrimonial para una de las partes. Debemos
a partir de este lugar analizar adecuadamente los efectos de esta acción por lesión sub-
jetiva. Dicho con otras palabras, ¿qué le espera a un presunto damnificado por esta le-
sión si acciona pidiendo la nulidad del acto? ¿Se repara el perjuicio?
Así, le diremos: mire usted está en condiciones de pedir la resolución por nulidad
del contrato. Solicitar que se le reintegre el precio íntegro que abonó y devolver el te-
rreno. Salvo, que si el vendedor le ofrece reajustar el precio en términos razonables us-
ted deberá aceptar la propuesta y quedarse con el lote. Como el hombre, en realidad,
sigue con su proyecto y el terreno le gusta, nos dice. Mire, a mí me gustaría que me de-
volvieran lo que yo pagué de más y seguir con mi proyecto de edificar mi casa de vera-
neo.
los límites que el legislador se había propuesto en defensa del desprotegido. Notemos
que si el lesionante, responde al reclamo con un reajuste equitativo (cuya equidad de-
berá evaluar el juez) este debe ser aceptado por el damnificado. En este caso, dice la
norma, la primera de estas acciones se debe transformar reajuste. No hay opción. La
palabra debe obliga al demandante.
El artículo prescribe: “Los cálculos deben hacerse según valores al tiempo del
acto y la desproporción debe subsistir en el momento de la demanda”.
En primer término, el CCCN dice que deben hacerse cálculos. Es claro (pero no
por ello innecesario explicar) que el artículo requiere además de la simple observación
de la desproporción y de la lesión invocados, llevar adelante un cuidadoso cálculo de los
valores del contrato. Y si decimos valores, debemos desprendernos de los números que
indican el precio pagado en dinero porque no es lo mismo una obligación de valor que
una obligación dineraria.
La segunda variación a la que tendremos que enfrentarnos el real valor del terreno
en el momento de la demanda o cómo se pudo haber valorizado esa tierra aún fuera de
los fenómenos inflacionarios y de lo que las partes pueden prever. Esto porque el CCCN
exige que esa desproporción se mantenga al tiempo en que el lesionado reclama.
Ocurre con frecuencia que el mercado inmobiliario nos da sorpresas y lo que hoy
tiene un precio casi nulo, en pocos días debido a obras que realiza el gobierno, o porque
una zona se pone de moda en un sector de poder adquisitivo, aumenta la demanda en
forma exponencial, comienzan a escasear la oferta de terrenos y estos llegan a valores
incalculables. Si fuera el caso, podríamos llegar a la conclusión que nuestro personaje
imaginario lejos de perjudicarse, se habría beneficiado. Pero aún en este caso, habrá que
deducir en su favor el cómputo del tiempo, porque él efectivamente en el momento que
compró pago de más. En este caso el dinero entregado reconoce un valor financiero que
habrá de recuperar, luego de que los peritos hagan sus también complejos cálculos.
Intransmisibilidad:
Solo los herederos pueden ser ejercer la acción por ser continuadores de la persona
de su causante.
Prescripción:
Referencias:
i
Nota de Vélez Sarsfield al art. 943
ii
Ver en http://www.acaderc.org.ar/doctrina/la-lesion-y-el-articulo-332-del-nuevo-codigo-civil-y-comercial. Luis
Moisset de Espanés, académico
iii
Ibídem.
iv
LLambías Jorge Joaquin, “Código Civil Anotado - Doctrina y jurisprudencia. T° II-B. Pag. 107. Abeledo Perrot.
Buenos Aires 1979
v
Ibíd. Pág. 109
vi
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Código Civil y Comercial de la Nación comentado.
Marisa Herrera; Gustavo Caramelo; Sebastián Picasso. Directores. 1ra. edición - Junio 2015
Editado por la Dirección Nacional del Sistema Argentino de Información Jurídica.
Editorial Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, Sarmiento 329, C.P. 1041AFF, C.A.B.A.
Directora Nacional: María Paula Pontoriero. Disponible en http://www.saij.gob.ar/
vii
“CAINO, JORGE OMAR C/ BARABAN, S.A. S/ INCIDENTE DE NULIDAD” en autos “Caino, Jorge c/ Cormillot, Felix
y ot. s/ Daños y perjuicios”. Disponible en JUBA (Base de jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la
Provincia de Buenos Aires).
viii
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Cód. citado.
ix
Fallo citado en vii.
x
Carga de la prueba: Explicamos aquí un concepto propio del derecho procesal que conviene a esta altura de la
carrera que los alumnos vayan acostumbrándose a manejar. Cuando en el marco de un litigio invocamos un
hecho, tenemos la carga o tarea de demostrarlo, sea por testigos, por pericias, por documentos, por el medio de
prueba del cual dispongamos. En el caso de que invoquemos la lesión y siempre que la desproporción de las
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prestaciones encuadre en el concepto de “notable” se dará por probado que existió el aprovechamiento y que el
acto es anulable. La carga de demostrar la ausencia de esos extremos correrá por cuenta del beneficiado.