Gamaliel Churata - Interludio Bruníldico (1931)

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INTERLUDIO BRUNÍLDICO

(Gamaliel Churata)

El Comercio – Cusco

1931
PRESENTACIÓN

Creo que al hablar de arte americano decir que no somos originales


equivale a decir que no hemos encontrado el lenguaje que traduzca en fórmulas
estéticas el contenido espiritual de América; esa fuerte emoción panteísta que,
avasalladora y dominante, se impone desde el paisaje andino.
Creo, incluso, que hablar de paisaje andino es un error léxico, y estric-
tamente, no es lícito. No podemos hablar de paisaje, con referencia al mundo
americano, ni en sentido pictórico ni como interpretación del medio ambiente, ya
que el paisaje surge como una forma característica de lo objetivo correlati-
vamente a una determinada posición del intérprete. El paisaje es, pues, actitud
vital, valorable sólo por quienes pueden proyectarse. Es situación en la que
inciden los haces luminosos que hacen posible la comprensión total de lo
interpretado, vale decir la VIVENCIA, acudiendo al léxico filosófico de la
estética alemana.
Lo inicial para vivir lo objetivo como paisaje es, pues, estar situado, y esto
es lo que falta en América. Esta actitud vital no se ha precisado para el hombre
andino. No hemos conseguido adoptar la posición conveniente para la vivencia
de nuestro mundo particular. En otros términos, no estamos situados frente a lo
cósmico. Esta carencia de actitud, dice tanto como desequilibrio entre psiquis y
naturaleza; falta de correspondencia entre léxico y paisaje: en definitiva, total
ausencia de espíritu.
Acaso no sea posible para el hombre americano (refiérome al colla y
quechua mestizos encasillados en la cultura de occidente) situar lo vital dentro de
lo cósmico en la misma manera que lo han hecho los hombres de otras razas y de
otras culturas, pero, faltamente, lo vital y lo cósmico americano deben mantener
relaciones; deben existir entre ellos especiales nexos de correspondencia que no
podemos aun precisarlos, siendo lo único efectivo por ahora, que nosotros
IGNOREMOS DÓNDE COMIENZA EL HOMBRE Y DÓNDE CONCLU-
YE EL PAISAJE.
Ésta, de momento, aventurada afirmación pretende llevar implícita la
solución de muchos problemas culturales, psicológicos y políticos, atribuyendo
nuestra falta de contextura espiritual a un dislocamiento entre el cosmos y la vida.
Aquello de que vemos el paisaje deformado por lentes ajenos llegados de
ultramar viene a ser un postulado axiomático para la solución del problema de
nuestra cultura, acaso sea preciso volver a asegurar que cada paisaje tiene sus
líneas de enfocamiento que le corresponden sustantivamente.
Dicho esto no parecerá extraño interpretar los poemas de Churata como
paisajes verbales, donde el cosmos balbucea y la tierra dice su palabra
ordenadora. Ha desaparecido el poeta en sentido clásico. Ha desparecido como
intérprete transmutador de valores y sólo vive como energía cósmica. La frase
por él dicha es la que llega desde la soledad de la puna, por boca del viento,
arrugada en el entrecejo del picacho, estrangulada por la garganta del abismo. Es
la frase pura, lavada por el arroyo, dada a secar al sol y que surge limpia,
mañanera, depurada, nuevamente vivida.
Así por el despojo, por un renunciamiento heroico a todo lo cultural extra-
ño, como hace Gamaliel Churata, se puede llegar a lo propio, a lo sustantiva-
mente americano.
¿Barbarie y primitivismo? No. Simplemente poemas que parecen dichos en
el primer día del génesis de la palabra; cuando los vocablos claman por la
realización de la forma e intactos de virginidad traducen un estupor mañanero de
ojos deslumbrados. Poemas que son como un desgarramiento viril de la entraña
cósmica; como el grito anunciador de una desfloración propicia al germen de las
nuevas formas en el dominio del espíritu.

A. D. D.
I

Se elogia el nombre de la Amada

Tu nombre fue un tibio cristal de madrugadas.


Venías, hornalla, sonando, desde la garganta del arroyo.
Te vertiste como la leche dulce
–sonrisas solares– hasta atenuar mi gesto,
¡copo de nieve!, ¡pluma suave!, ¡trino auroral!
Ya confundo mi grito, atestado de voces,
en tu rosa mejilla, adormida en amor,
dulcemente engreída en mis fogatas…
muñeca de ojo asiático, trigueña de Inti;
te besamos, tierna mama, caricia de tu pulpa
reclinada en mi músculo…

¡Brunilda: sorbo tu nombre desnudo,


bañado en rocíos, empapado en canciones!
II

Holocausto de todo el amor para Él

Yo perdí mi wawa una mañana,


cuando mejor danzaban los tuqus
enternecidos en mi canto!
Le he gritado fuerte desde entonces,
y desde entonces mis orejas
están llenas de agua, están llenas de viento…
¿Para qué le lloras?, me dicen las imillas,
dándome sus senos,
y al gozar del ñuñu
me he sentido como la leche, nuevo!
Mas otra vez yo lo reclamo,
hozando sangre entre las nubes,
al filo de la madrugada,
en el vientre del agua;
porque esta wawa que se me fue un ratito nomás del pensamiento,
era un alegre tiro de mi honda,
la piedra de mi chujlla,
el dominador justiciero que floreaba!
Ya no quiero el seno de la imilla,
ni su pezón pintado de mieles,
no quiero para mí su pierna ni su brazo:
¡Serán para mi wawa que ya viene!
III

Se busca a la amada en el amor inmenso

La superficie del cielo arborecida;


la estrella del alba violenta;
y como si te bebieras agua de manantial,
un canto de ranas para tu soledad...!
¡Tal te anuncias, animal del cerro empinado,
hijo de madre nevera!
Viajo en la tempestad… tu grito parpadea
virginal en la tierra, pulpa del mundo,
temblando en el susurro,
simple de cánticos, rezumador de mieles primerizas.
¡Nadie te comprende este vuelo cenital,
cóndor y puma, estilo de hondura!
Sólo tú sabes que la axila se gloria de éter,
y que la garra es un camino entre dos distancias
infinitas…
por la escalerita de la tierra abonada,
y con todo su jugo,
nos hundiremos hasta encontrar el secreto orgánico,
en el pedazo de cielo que nos chupamos de la mama...
IV

Los kirkis la extasían

Para que perdiera la esperanza,


tiraste tus ojos, viborilla…

Corro en el viento,
por las vecindades de la cuesta,
y allí tampoco están
tus ojos, viborilla.

¡Tus ojos se perdieron


en los diamantes de los ríos!
V

Invitación a la soledad múltiple

Tiene este grano de tiempos comestibles


un sereno de cielo y una canción de tempestad.
Así me voy, como arrastrado, a la nube
con la barbilla rala de una tristeza de agua llovida
y una suerte alegre de matinales pinquillos.

¿No habrá nada ahora tan triste que esté dentro?

¡Tanto masticamos la hierba pura y pura lágrima,


desde que el cielo abrió los brazos,
sobre esta soledad tinta de una tintura amarga!

Ponte mejor de modo transparente,


para que mejor te lleguen el sol y una canción de germen.
Yo –ya lo ves– quedo en transparencia,
y que todos vean mis canciones trenzadas en la sangre.
¡Qué laya de música va siendo esta tonada!
¿Dónde estás? Yo estoy, estando, quedo, y lejos…
y por más que encarno, ni la carne se come…
¡Crucificado!...Pero, siempre me alcanzó…
¡Y me doy en cada atracón de kañiwaqu,
una pura gana de atorarme para toser la pena!
VI

Liturgia de su carne virgen

Tímida insolación de gaviotas en el lago.


Adentro, el orto del sol
y el respiro inhollado del agua.

Estoy jadeante en el dintel de tus ovarios,


y me atacan las espadas del frío.
¿Quién está, pues, más intenso?
Luego se agarran a mi piel lobos de fuego…
¡Oh, bestia en mí, y yo bestia en ti, soledad!

¡Temerario y fragante, cimbro el sexo


con esta sed de carne virgen!
VII

Exaltemos su cadáver desnudo

Trilla el sol en los campos.


Las mañanas se alegran de niñez.
La tierra es virgen;
en las parvas hay cantos
y en las aleluyas de la fuente…

Brinca la imilla kalatita:


¡Se desnudó la muerte en sus caderas!

Y una noche duerme cien años,


pero está preñado de cielo
su vientre redondo de esperanza…

Canto de albas, de trinos,


la imillita revestida de campos.
Las flautas en el aire tienen tonadas de virgen.
¡Oh, tu dulce, tu hedionda desnudez!
VIII

Se adora el fruto de su vientre

El llokallo de cobres en la tarde ilumina


la soberbia curva de la teta,
alta, nutricia, magnífica, fecunda,
toda repleta de jugos frutales!
Por sus ojitos
amanece el pene acobardado en lo divino.
¡Nadie sabe la ricura de sus labios
–su palabra solar la entiende el alma –
y pronto su vagido se va sobre llamos de viento!
Arrullo de tu primera noche,
canción de tu primera mañana…
¿Quién te formó esquemático?,
¿te hicieron para fórmulas?
¡Todo te diste luego, como leche de vaca!
Exactamente un gruñido de bestia hubo en tu risa
y un atuendo de tórtolas…

¡He aquí el mozo erecto, arrecho, dominador del flanco!


IX

La cólera del Achachila

Me robé tu corazón, mama-kota,


y un día de sol reventó pajchas en mi kepi…
¡Cómo eran claros mi puñal y mi beso!
(Nunca querré callar bien dicho todo)
y se abrió un boquete maligno,
allá, por donde duerme el trasero del cielo!

Desde entonces me baña


la suciedad;
¡se me atraganta la sombra,
y me ahoga!

¡No fue el rayo, no!


¡Fue la línea escalonada de los awichos!

¡Ellos, ellos son: todavía tienen hambre de wawas!


¡Todavía!
¡Todavía!
¡Así aprendí para no llorar, a llorar!
X

Se alaba la fascinación de su voz

Era tan suave el acento de su voz,


que después de haberse evaporado
todavía sonaba…
¡Fuiste la mejor,
y por mejor te dieron tata!
Cada vez que amaneció tu risa,
un canto era descolgado del cielo
Y bien; ya estás de nuevo callando
tu silencio, y de nuevo se te oye perdida
en la estrella y la nube.
¡Ya no llorarás! Eres Clemencia, Qemensa, Teófano,
eres sosiego del viento,
y colirio para la vida ausente.
Todo fue sólo tenerte unos minutos
en el sitio del gozo, junto a la carne…
¡Cómo será ahora!...
ya serán mejores el cómo y el por qué!
Dulce el ventarral, dulce el arrullo,
florecillas, florecillas,
como hierbas y piedras y terrón y turrón…
¿Así voy a estar, entonces…? , ¿quieres?
Pero, ¿es que ya vuelves?, ¿no?, ¡y nosotros tira y tira
de ese suspiro elástico que no se arranca ni sale todamente!
XI

Su unidad en lo múltiple

Tienes la presencia eterna


del arenal.
En algo todo queda prendido,
pero si vienes, vas, y el atropello
del viento te conserva como una flor.
¿Oyes? Desde las cumbres gritan los allkamaris.
Es ya tarde en el cielo.
Las nubes se deshilan para escribir tu voz.
¿Qué esperas?
La noche abre su abdomen;
¡y todos quedamos prendidos
del intestino grueso!
¡Hoy hace un siglo que te espero!
De mi esperanza se hace agua;
del agua nace el berro
y la chijchipa matinal…

¡Pero todo está reseco


de la pura sequedad
del polvo!

¡Las nubes que venían, se van!


¡los sankayos, marchitan!
¿Para qué, me digo, tanta hambrura,
y tanta lengua amarga,
y tanta dulzura borracha?
¡Guay, bonitos están mi lágrima
y este endiablado tiwanaqu!
Pero, ¿es que en todo te pierdes?
Te aproximas, te veo, te palpo… ¡y ya no estás!
¡Hay algo hondo que se está perdiendo cantando!
¡Abrázame! ¡Cada poro del tiempo es tu regazo!
Para eso te aproximas,
y dejándome cielo limpio,
la nube se mete en la chingana.
¡Te estoy besando, mi sankayo,
pero la misma ventolera
se come nuestra flor!
¡Guay, sólo será para cuando amanezca,
y tengamos calorcito rico en la saliva!
XII

Y finalmente, el vacío.

Temblorosos de trinos,
vienen los pichitankas…
Despacito se descuelgan
en el kañiwal lleno de besos…
¡Son los cantores de la solana!
Cuando rompen el aire a trueno,
hay latigazos de luz entre sus alas.
Cada uno viene de muy lejos…
Si pudiésemos apresarlos,
dirían, callarían lo mucho que saben de nosotros.
¡Son un piar continuo,
y un hilito de agua de siempre!
Todos son buenos. El canto los educa;
y si al canto se unen las alas
a eso llaman un pichitanka…

Muy de mañana se acercaron a mi alma!


Mi alma que está oyendo unos pasitos en el patio,
y unos phusiris que rompen a bombo mis montañas,
llegaron en bandada,
y cada cual se trajo un airecito de lejanía,
y cada cual segó la mies de mi distancia.
Están yendo y viniendo.
Salen y entran
de mi alma…
Y cada vez, afanosos, traen una dulce alegría
y se van barriendo una tristeza.

Ahora están en el kañiwal


de hojas pintadas de airampu,
y casi no se les oye
de tanto que cantan para adentro
el grano de kañiwa que es el canto más dulce…
¡Ellos tienen su grano de kañiwa;
y tú y yo no tenemos comida!
Así estará mejor…
Para cuando amanezca será que cantemos
y tengamos en paz la paz que nos falta.
¡Ay, los pichitankas!
¡Cómo salen, cómo entran,
y siempre nosotros, vacíos!

Orko–Pata, 12 /abril / 1931

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