Tema - Hannah Arendt
Tema - Hannah Arendt
Tema - Hannah Arendt
1. Apuntes biográficos
2. Pensamiento. Los peligros del totalitarismo
1. Apuntes biográficos
“Dos guerras mundiales en una sola generación, separadas por una ininterrumpida serie de guerras locales y de
revoluciones, y la carencia de un Tratado de paz para los vencidos y de un respiro para el vencedor, han
desembocado en la anticipación de una tercera guerra mundial entre las dos potencias mundiales que todavía
existen. Este instante de anticipación es como la calma que sobreviene tras la extinción de todas las esperanzas.
Ya no esperamos una eventual restauración del antiguo orden del mundo, con todas sus tradiciones, ni la
reintegración de las masas de los cinco continentes, arrojadas a un caos producido por la violencia de las guerras
y de las revoluciones y por la creciente decadencia de
todo lo que queda. Bajo las más diversas condiciones
y en las más diferentes circunstancias,
contemplamos el desarrollo del mismo fenómeno:
expatriación en una escala sin precedentes y
desraizamiento en una profundidad asimismo sin
precedentes. Jamás ha sido tan imprevisible nuestro
futuro, jamás hemos dependido tanto de las fuerzas
políticas, fuerzas que parecen pura insania y en las
que no puede confiarse si se atiene uno al sentido
común y al propio interés. Es como si la Humanidad
se hubiera dividido a sí misma entre quienes creen en
la omnipotencia humana (los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar las masas para lograr ese
fin).”
“En la interpretación del totalitarismo, todas las leyes se convierten en leyes de movimiento.(…) Cuando los nazis
hablaban sobre la ley de la Naturaleza o cuando los bolcheviques hablan sobre la ley de la Historia, ni la
Naturaleza ni la Historia son ya la fuente estabilizadora de la autoridad para las acciones de los hombres
mortales; son movimientos en sí mismas.(…) Subyacente a la creencia de los nazis en las leyes raciales como
expresión de la ley de la Naturaleza en el hombre, se halla la idea darwiniana del hombre como producto de una
evolución natural que no se detiene necesariamente en la especie actual de seres humanos, /de la misma
manera que la creencia de los bolcheviques en la lucha de clases como expresión de la ley de la Historia se basa
en la noción marxista de la sociedad como producto de un gigantesco movimiento histórico que corre según su
propia ley de desplazamiento hasta el fin de los tiempos históricos, cuando llegará a abolirse por sí mismo.”(…)
“Los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de
inmediato en una condición de su existencia. El mundo en el que la vida activa se consume está formado de
cosas producidas por las actividades humanas; pero las cosas que deben su existencia exclusivamente a los
“La Historia nos enseña que la subida al poder y la responsabilidad afectan profundamente a la naturaleza de los
partidos revolucionarios. La experiencia y el sentido común estaban perfectamente justificados al esperar que el
totalitarismo en el poder perdería gradualmente su empuje revolucionario y su carácter utópico, que la actividad
cotidiana del Gobierno y la posesión del poder real moderarían las afirmaciones de los movimientos formuladas
antes de la conquista del poder y destruirían paulatinamente el mundo ficticio de sus organizaciones. Al fin y al
cabo, parece corresponder a la verdadera naturaleza de las cosas personales o públicas el que las exigencias y
los objetivos extremados sean frenados por condiciones objetivas, y que la realidad, tomada en conjunto, esté
sólo en muy pequeño grado determinada por la inclinación a la ficción de una sociedad de masas de individuos
atomizados. Muchos de los errores del mundo no totalitario en sus relaciones diplomáticas con los Gobiernos
totalitarios (los más conspicuos fueron la confianza en el pacto de Munich, con Hitler, y la puesta en los acuerdos
de Yalta, con Stalin) pueden fácilmente atribuirse al hecho de una experiencia y de un sentido común que,
repentinamente, demostraron haber perdido su contacto con la realidad. Contra todo lo que cabía esperar, las
concesiones importantes y un prestigio internacional considerablemente realzado no ayudan a reintegrar a los
países totalitarios a la comunidad de naciones ni a inducirles a abandonar su falsa queja de que todo el mundo
se halla sólidamente alineado contra ellos. Lejos de impedir esto, las victorias diplomáticas precipitaron
claramente su inclinación a los instrumentos de violencia y determinaron en todos los casos un aumento de la
hostilidad contra las potencias que se habían mostrado dispuestas al compromiso. Estas decepciones sufridas
por políticos y diplomáticos hallan su paralelo en las primeras desilusiones de los observadores benévolos y de
los simpatizantes respecto de los nuevos Gobiernos revolucionarios. Lo que ellos esperaban era el
establecimiento de nuevas instituciones y la creación de un nuevo código legal que, por revolucionario que fuese
en su contenido, conduciría a una estabilización de condiciones y frenaría así el impulso de los movimientos
totalitarios al menos en los países donde se habían apoderado del poder. Lo que en vez de eso sucedió fue que el
terror aumentó, tanto en la Rusia soviética como en la Alemania nazi, en proporción inversa a la existencia de
una oposición política interna, de forma tal que pareció como si la oposición política hubiese sido no el pretexto
del terror (como estaban dispuestos a afirmar los acusadores liberales del régimen), sino el último obstáculo a su
completa furia. Aún más inquietante fue el trato que los regímenes totalitarios dispensaron a la cuestión
constitucional. En los primeros años de su poder, los nazis desencadenaron un alud de leyes y decretos, pero
nunca se molestaron en abolir oficialmente la Constitución de Weimar; incluso dejaron más o menos intacta la
Administración civil, hecho que indujo a muchos observadores nativos y extranjeros a esperar que operara como
un freno del partido y a que se produjera una rápida normalización del nuevo régimen. Pero cuando llegó a su
final esta evolución, con la promulgación de las leyes de Nuremberg, resultó que los mismos nazis no mostraban
preocupación alguna por su propia legislación. Más bien existía «solamente el constante progreso hacia campos
siempre nuevos», de forma tal que, finalmente, «el objetivo y alcance de la Policía Secreta del Estado», tanto
como los de otras instituciones del Estado o del partido creadas por los nazis, no pudieron en manera alguna
«hallarse cubiertos por las leyes y reglamentos por ellos promulgados».“