Campanas de Fuego - Anna Gils

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Anna Gils

C a m p a n a s d e f u e g o
Título original:
Campanas de fuego

Autora:
Anna Gils @mi.te.con.libros @anna.gils.writer

Corrección por: Eva Álmez @ea.servicios.editoriales


Maquetación y portada: Anna Gils @ea.servicios.editoriales

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito de


la autora cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra, que será
sometida a las sanciones establecidas por la ley.
Pueden dirigirse a miteconlibros@gmail.com para cualquier
necesidad.
Todos los derechos reservados.
A ti,
por querer seguirme en mis andaduras escritoriles.
Nunca imaginé que la apertura de una nueva
cafetería en mi barrio fuese todo un evento. Hace
dos meses, la tienda de debajo de mi casa cerró y
el vecindario estaba expectante porque nunca se
vio un cartel de “se alquila", "se vende" o "se
traspasa”. Simplemente un día dejó de subir la
persiana y, al otro, se llenó de obreros entrando y
saliendo.
Por suerte, mi balcón da a la calle y en mis tardes
de teletrabajo podía hacer el receso y cotillear qué
estaba pasando. Entre las vecinas (está bieeen. Soy
la más joven de todo el vecindario, pero a cotilla
no me gana nadie) especulábamos qué era lo que
pondrían. Hace una semana llenaron todo de
electrodomésticos y dedujimos que era un
restaurante, cosa que vitoreamos, ya que apenas
tenemos. Pero, hace dos días, me dejaron en el
buzón una carta misteriosa. Me quedé flipando al
ver que era para la inauguración del nuevo local.
Pregunté al resto de vecinas, pero a ninguna le
había llegado.
Así que hoy es el día del famoso evento y la calle
está a petar de gente haciendo cola para entrar.
Todos llevan el papel en la mano, algunos se
hacen selfies, otros solo hablan entre ellos… En lo
que sí que me fijo es en que todos van
acompañados salvo yo.
Sin saber qué hacer, me pongo la última (casi en
la esquina con la otra calle) y husmeo el teléfono a
ver si tienen Instagram o algo que me delate
cualquier información.
Por mucho que busco, todo es un misterio.
En cuanto el carillón de la iglesia da las cinco de
la tarde, un repique metálico suena fuera del local.
Al igual que todos los presentes, me giro para ver
qué pasa. Una campana de cobre ha empezado a
moverse sin que nadie la toque.
Un fogonazo provoca que el cartel empieza a
arder. Cientos de móviles, incluso desde el otro
lado de la calle, graban el momento. Yo en eso soy
muy tradicional y me gusta verlo en vivo.
Poco a poco las llamas se van consumiendo y
aparece el nombre de la cafetería: Campanas de
fuego.
¿De qué me sonará eso?
Sin prisa, la gente empieza a andar mientras yo le
voy dando vueltas a eso. Aunque no caigo y, desde
mi posición, apenas puedo ver los escaparates.
Impaciente, vamos adelantando la fila. Cuando
llego al primer ventanal, casi me empotro contra
él para ver el interior. Todo de mesas dispuestas
de manera aleatoria. Madera y metal. Antorchas
en las paredes para iluminar el interior y una
maravillosa barra al fondo con camareros
preparando pedidos.
Me siento igual que Sherlock Holmes, aunque
debo decir que hay algo de familiar en todo esto.
Pocos minutos después, me toca entrar.
—Buenos días, señorita. ¿La invitación? —me dice
un joven vestido con pantalones beige y camisa
blanca.
—Por supuesto —le digo entregándole la carta
que recibí—, aunque creo que hay un error. Yo
no…
El muchacho al ver mi nombre me hace una señal
para que no siga hablando y llama a alguien de
dentro.
¿Ves? Ya decía yo que había un error.
—Un momento, señorita.
Nerviosa, espero a que la persona a quien han
avisado regrese. En lugar de eso, una cara muy
familiar me sorprende.
—¿Marcos? —pregunto llevándome las manos a la
boca.
Mi mejor amigo de la infancia, que se había ido de
Erasmus a Colombia a estudiar el arte del café, ha
vuelto más guapo que nunca. Pero lo que más me
fastidia es qué en la llamada de la semana pasada
me dijo que todavía tardaría unas semanas en
regresar.
—¿¡Pero qué ven mis ojos!? —grita con los brazos
abiertos—. La chica más guapa del instituto ha
venido.
Sin esperar más, corro hacia él y nos fundimos en
un cálido y necesitado abrazo.
—Pero ¿qué haces aquí?
—Te prometí hace muchos años que abriría la
cafetería de tus sueños —me susurra antes de
dejarme en el suelo.
—¿¡Nooooo!? ¿Estás de coña?
—No, no. Ven.
Poco a poco, y con los nervios a flor de piel, me
cojo de su brazo y entramos. Por dentro todo es
precioso. De estilo industrial, con un hilo musical
que me encanta y una preciosa sensación de estar
en casa.
—Esta es tu mesa —me dice al llegar a un rincón
inolvidable con una estantería detrás, la chimenea
a un lado y al otro la ventana.
—Cuando vengas, está será siempre para ti.
Siendo todo un caballero, me coge la mano y se
suelta del agarre del brazo para llevarme hasta el
butacón, donde me indica que me siente.
—Esto es un sueño hecho realidad. —Me río como
una niña.
—Ya sabes que siempre cumplo mis promesas.
Cierto. De pequeños me prometió que un día
iríamos juntos a Disneyland y convenció a sus
padres y a los míos para ir cuando hicimos la
comunión. Y ahora esto.
—¿Y ese nombre? —pregunto señalando el
enorme cartel que hay tras la barra.
—¿No lo recuerdas?
Niego con la cabeza intentando hacer memoria.
—El último verano que vivimos juntos, en el que
te prometí abrir esto, tú te obsesionaste con una
novela donde todos los protagonistas se reunían
en un bar.
Hostiaaaaaa, ahora caigo.
—El nombre del bar.
—Exacto. ¿Y recuerdas qué más te prometí justo
antes de coger el vuelo?
Por supuesto que lo recordaba, pero en ese tiempo
no le creí. Éramos dos chavales de dieciocho años,
los mejores amigos que se pudiesen haber visto
jamás.
—No, no me acuerdo —le chincho tapándome la
sonrisa de emoción que se me escapa.
Él, con lentitud, se acerca y se arrodilla frente a
mí, poniéndome las manos sobre las rodillas y
haciendo que un escalofrío nervioso me recorra
todo el cuerpo.
—Te prometí que el día que lograse conseguir este
sueño —señala con los ojos la cafetería—, ese día,
te pediría ser mi novia.
—Ajá…
—Así que, Andrea, ¿te gustaría salir conmigo?
De esta manera, entendí el porqué de la
invitación, del lugar, del nombre y el cómo en
todo este tiempo nunca me había enamorado de
los chicos que habían formado parte de mi vida.
Porque en mi corazón solo había espacio para él.
Así que sin decir nada, recorto el espacio que nos
separa, pongo las manos sobre su rostro y le beso.
Definitivamente, esta es la mejor cafetería de mi
vida.

Fin
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