Tema 3 Medieval I
Tema 3 Medieval I
Tema 3 Medieval I
Los vándalos cruzaron el estrecho de Gibraltar y llegaron al norte de África en el año 429. Desde
allí, ocuparon las islas del Mediterráneo occidental, interrumpieron el tráfico marítimo y el
abastecimiento de Roma, llegando a saquearla en el 455. Las acciones de los vándalos fueron
producto de un deliberado germanismo (estaban en contra de la romanidad y del catolicismo) que
terminó por provocar la desarticulación total de las estructuras económicas y políticas de la antigua
provincia norteafricana. Su reino perduró hasta el 534, año en que las tropas bizantinas enviadas por
el emperador Justiniano acabaron con éste.
La marcha de los vándalos al norte de África permitió a los suevos, dominar prácticamente toda la
península Ibérica. Éstos se convirtieron al catolicismo poco después, por lo que fueron el primer
pueblo bárbaro en convertirse a ésta religión. Sin embargo, en el año 456, los visigodos los
derrotaron, los arrinconaron en la Gallaecia (entre el Atlántico y Astorga) y los obligaron a
convertirse al arrianismo. A partir de éste punto, la historia de los suevos es prácticamente
desconocida durante un siglo, hasta que, entre el 560 y el 580, Martín de Braga o Dumio, originario
de Panonia, volvió a convertirlos al catolicismo, lo que generó otro enfrentamiento entre los suevos
y los visigodos. En el año 585, con la excusa de que los suevos habían colaborado en la sublevación
de Hermenegildo contra Leovigildo, monarca visigodo, éste venció y anexionó el reino suevo,
haciéndolo así desaparecer.
Los francos entraron al Imperio a comienzos del siglo V, instalándose en tierras de la actual Bélgica
y del norte de Francia. La instalación franca se había efectuado en asentamientos cuyas unidades
fueron el “mallus” y la “centena”, que acabaron dando nacimiento a ducados como los de
Champagne o Toulouse y a los reinos de: Austrasia (que incluía el antiguo reino de Reims y las
fronteras del Rin), Neustria (que comprendía los anteriores de Soissons y París) y Borgoña.
Los francos concebían a sus reyes como taumaturgos (santos con la capacidad de hacer magia) y se
consideraba que su capacidad especial residía en su pelo (rex crinitus), por lo que, si eran rapados
perdían su poder. Cada monarquía podía decidir si sería hereditaria o no, lo que causó muchos
problemas. Además, el rey poseía una cohorte que actuaba como Consejo. En términos económicos,
no existían los impuestos, el rey obtenía el dinero de las multas, las rentas de tierra, el botín de
guerra…
Los francos salios, tras enterrar a su rey Childerico en el 481, eligieron como nuevo rey a su hijo
Clodoveo, a quien se le considera el verdadero instaurador de la Dinastía Merovingia. Su primer
objetivo fue acabar con la presencia de las tropas romanas en la Galia, al frente de las cuales se
hallaba Siagrio (uno de los últimos Magister Millitum del Imperio romano de Occidente en la
Galia), al que derrotó en el 486, tomando Soissons. Posteriormente, fue a por los alamanes que,
situados entre Basilea y Besanzón, iban extendiéndose hacia el norte a costa de los francos
riptuarios. Éstos alamanes fueron derrotados en Tolbiac en el 496, quedando unidas desde entonces
las dos ramas de francos (salios y riptuarios).
Clodoveo, quien gobernó el reino unificado, fue el primer rey bárbaro que abrazó el catolicismo,
siendo bautizado por San Remigio entre el año 498/499. Se considera que ésto pudo haber sido una
estrategia para obtener el apoyo de los obispos católicos y los galorromanos contra los visigodos,
pues, asimismo, con el apoyo de los aristócratas galorromanos, derrotó a los visigodos en la batalla
de Vouillé en el 507 y, los expulsó de la Galia, convirtiendo poco después a París en la capital
franca y estableciendo un protectorado sobre el reino de los burgundios. Tras haber unificado
prácticamente toda la Galia, al morir en 511, Clodoveo dejó sus estados repartidos entre sus cuatro
hijos: Teodorico I, Childeberto I, Clodomiro I y Clotario I. Los herederos sometieron a los
burgundios (523), turingios (531), alamanes (536), y bávaros (555). Y, tras diversos acontecimientos
que acabarían con la vida de los hermanos, Clotario I fue nombrado rey único de los francos,
reunificando de nuevo el reino en el 558. Gracias a ello, éste se convertiría en el monarca bárbaro
más poderoso, extendiendo sus dominios por la Galia (excepto en Septimania y Germania), desde el
Mar del Norte hasta el Mediterráneo, y desde el Atlántico hasta el Rin. Tras su muerte, Clotario I
otorgó un reino del Imperio a cada uno de sus hijos, separando de nuevo la unidad política del reino
franco. Sigeberto heredó Austrasia, Cariberlo I heredó Borgoña y, Chilperico I heredó Neustria.
Chilperico comenzaría, posiblemente en intentos de reunificar el poder en su persona, un
enfrentamiento entre Neustria y Austrasia, el cual le llevó a su muerte en el 584. Ese mismo año, su
hijo Clotario II heredó el reino de Neustria, aunque no pudo gobernar hasta el 597,contando ya con
13 años, pues antes de eso, había tenido lugar la regencia de su madre, Fredegunda. Mientras tanto
Childeberto II, hijo de Sigeberto I, heredaría Austrasia y Gontrán I, hijo de Clotario I, Borgoña. La
muerte de Gontrán le cedió Borgoña a Childeberto II y, tras una conspiración, Clotario II fue
reconocido monarca de los tres reinos, por lo que volvió a reunificar el Imperio. En el año 614 dictó
el “Concilio de París”, por el cual favorecía a la nobleza y el clero, autolimitando sus propias
atribuciones, lo que generó grandes dificultades. Clotario II falleció en el año 629 y, Dagoberto I
heredó el cargo de monarca. Durante su reinado, el poder de los mayordomos de palacio fue
incrementándose paulatinamente. A la muerte de Dagoberto I en el 639, el poder de la aristocracia
con sus respectivos ducados era tal, que consiguieron hacerse con el control de los tres reinos
(Austrasia, Neustria y Borgoña). Tras esto, los mayordomos de palacio comenzaron a designar a los
ocupantes de las sedes episcopales a la vez que establecían las bases de las dinastías. Esta situación
sería la que finalmente acabaría con la Dinastía Merovingia.
Los visigodos, quienes habían ingresado al Imperio en el año 376, fueron derrotados en el 507 por
los francos de Clodoveo en Vouillé, por lo que tuvieron que renunciar a sus establecimientos del sur
de la Galia, y se instalaron en Hispania. Una vez asentados, comenzaron a integrarse con la
población peninsular. Los síntomas de la fusión de ambas sociedades fueron: los matrimonios entre
visigodos e hispanorromanos, los progresos en el establecimiento de un único sistema
administrativo y judicial y la defensa del territorio frente a los francos (que atacaban por los
Pirineos) y frente a las tropas bizantinas de Justiniano, que en el 554 consiguieron instalarse en las
actuales regiones de Murcia y Andalucía oriental. Los visigodos establecieron a Toledo como la
capital de su reino. Entre los años 568 y 569, el rey visigodo Leovigildo impulsó una dinámica de
integración social y territorial (Para ello, buscó una unificación ideológica en el arrianismo, aunque
no fue muy eficaz), y combatió a los francos y a los bizantinos, eliminó el reino de los suevos y
mantuvo controlados a los vascones. Leovigildo fue, quien por primera vez, adoptó vestidos,
símbolos y atributos de los emperadores romanos dentro del ámbito monárquico. Además, creó un
aparato político y administrativo llamado “officium palatinum”, que pasaría a ser el núcleo
formativo del Aula regia (órgano asesor del monarca). Al morir Leovigildo en el 586, le sucedió su
hijo Recaredo (586-601), quien renunció al arrianismo y buscó la unificación ideológica de sus
súbditos en el catolicismo, al que se convirtieron mediante el Concilio III de Toledo del año 589. La
decisión de éste nuevo monarca sentó las bases para el engrandecimiento de la Iglesia católica
dentro del reino, siendo que ésta, en poco tiempo, conseguiría la inmunidad fiscal, el
reconocimiento de la inmovilidad de sus propiedades y la fuerza legal en la toma de decisiones
mediante los concilios. Además, la Iglesia se convirtió en portavoz de las exigencias aristócratas.
En el año 625, los visigodos consiguieron desalojar de Hispania definitivamente a los bizantinos y,
la fusión goda-hispana continuó con el pasar del tiempo, siendo que, en el año 654, el monarca
Recesvinto (653-672) promulgó el “Liber Iudiciorum”, un código de aplicación de leyes dirigido al
conjunto de la población. El contenido de este código reconocía el principio de territorialidad de las
leyes y se inspiraba en el Derecho tardorromano, autorizando los vínculos privados en las relaciones
sociales y políticas, lo que beneficiaba a la aristocracia. El triunfo de éste entre los años 681 y 711
aceleró la fragmentación del espacio, lo que facilitó la entrada y el dominio de los musulmanes en la
Península a partir del año 711.
Los lombardos se instalaron en Italia en la primera mitad del siglo VI aprovechando la guerra que
había dejado a la península sin fuerzas dominantes, ocupando numerosas zonas donde establecieron
una serie de ducados. Cuando los francos ocuparon el territorio de los turingios, los lombardos hasta
Panonia y, en el año 560, Justiniano les propuso otorgarles el reconocimiento de pueblo federado
del Imperio en Panonia a cambio de que defendiesen el territorio frente a los gépidos. Los
lombardos enfrentaron y vencieron a dicho pueblo bárbaro con ayuda de los ávaros, lo que acabó
desencadenando en una disputa por el reparto del territorio y el botín de guerra. En el año 567, los
ávaros irrumpieron en su territorio, por lo que Alboíno, rey de los lombardos, les cedería el
territorio de la Panonia y se marcharía junto a su pueblo a la península italiana. Tras la ocupación de
Friul y Milán, los lombardos se expandieron por toda Italia, formando ducados gobernados por un
jefe/rey. Éste pueblo no poseía influencia romana, siendo que, de hecho, su organización política
siquiera experimentó un proceso de consolidación de la monarquía, propio de los otros germanos,
hasta mucho tiempo después. Su organización se basó en la existencia de bandas dirigidas por
distintos jefes, que se cree que fueron más de treinta. Las condiciones de Italia durante el
asentamiento lombardo eran muy complicadas debido a diferentes factores, que generaron una
aguda fragmentación política en el territorio.
Tras hacerse con el control de Britania, los anglosajones y jutos se distribuyeron en bandas bajo el
caudillaje de jefes guerreros. La autoridad de cada uno de éstos fue reconocida de maneras muy
variadas, en algunos casos en términos de: aldea, pequeño reino y reino. En cuanto a los reinos de
este pueblo bárbaro, se considera que existían siete, por lo que se habla de “heptarquía anglosajona”
cuando se comenta su situación política. Se cree que estos reinos comenzaron a fraguarse entre
mediados del siglo VI y finales del VII, añadiendo además a ésta fórmula una confederación de
reinos que se encontraba dirigida por un bretwalda o “jefe de Bretaña”. Durante éste período
también tuvo lugar una cristianización de la isla, protagonizada por grupos de misioneros de los dos
monacatos.
2.-Estructuras socioeconómicas
2.1.-El poblamiento.
Desde el S. III, el territorio imperial había vivido un descenso demográfico debido a diversas
causas, tales como el hambre, las guerras, las epidemias, etc. Esta crisis perduró en el tiempo debido
a la incapacidad, por parte de Occidente, de recuperarse durante los siglos posteriores. Este hecho,
junto con la aparición de la peste negra (que se expandió no solo por el territorio interior, si no
también, por otros territorios por medio del contacto marítimo) y, el surgimiento de una epidemia de
viruela que, unida a la influencia de un clima poco favorable, dañó gravemente al mundo agrario,
provocaron un descenso de la población a mediados del siglo VI.
Tras establecer una ligera estabilidad, en el siglo VII, tuvo lugar un nuevo descenso demográfico.
Ésta vez, debido a la aparición de una nueva epidemia de peste y al auge del cristianismo, cuyas
creencias promovían el celibato, ya que pretendía provocar el Juicio Final por medio de la extinción
de la humanidad.
La baja demografía existente en ésta época provocó escasez en la mano de obra, lo que desembocó
en un proceso de ruralización, multiplicándose así el número de aldeas rurales. Éstas podían estar en
explotaciones rurales o ser independientes. Ante éste proceso, las ciudades fueron abandonándose
paulatinamente, perdurando únicamente las que eran sedes episcopales o del poder político.
Para paliar la situación de decadencia provocada por la baja demografía, los bárbaros instauraron
nuevas administraciones y sistemas de propiedad, cuya finalidad era mejorar la economía para, a su
vez, aumentar la calidad de vida y, mediante esto, acentuar la esperanza de la misma.
2.2.-Economía rural.
Debido a las hambrunas provocadas por la crisis económica durante la instauración de los primeros
reinos germánicos, tuvo lugar una revalorización del campo como escenario de vida y de la tierra
como riqueza. La tendencia a la ruralización se mantuvo clara desde la crisis del siglo III, lo que
permitió que la agricultura se expandiese durante la Edad Media.
Durante los siglos IV y V, se conformaron las “villas” (villae), aglomeraciones rurales donde
vivirían los ciudadanos. Estas propiedades podían consistir en pequeñas haciendas dependientes del
trabajo familiar o por el contrario, en grandes propiedades explotadas mediante el trabajo de
esclavos o colonos. La llegada de los germanos al territorio de Roma Occidental estimuló algunos
repartos de tierra en las zonas en las que se establecieron, sin embargo, las aristocracias procuraron
concentrar la propiedad fundidaria, acaparando así, en ocasiones, grandes latifundios atendidos por
esclavos o numerosas explotaciones divididas en una amplia extensión. A pesar de que los
propietarios pequeños y medianos no desaparecieron, sí fueron reduciendo su número
considerablemente debido al sistema de colonato, ya que muchos de ellos otorgaron sus tierras a un
gran propietario y se convirtieron en colonos.
Las villas fueron evolucionando con el tiempo. A partir del siglo VII se rodearon por murallas de
madera y se les añadió una capilla oratoria. Ante las dificultades posteriores, las “villas”, además, se
fragmentaron en “vicus” (barrios).
Por tanto, la vida rural podía darse en las villas latifundistas de los grandes propietarios (Que eran
trabajadas tanto por esclavos como por colonos, los cuales, con el paso del tiempo se convertirían
en siervos casati, adscritos a la tierra), en las pequeñas y en las medianas propiedades
independientes de campesinos.
En cuanto a los tipos de cultivo, en las grandes propiedades se tendió al policultivo, siendo común
encontrar sembrados de cereales, viña, olivares, hortalizas, etc. Por otra parte, la pequeña propiedad
solía mantener tierras de cereal, con pequeñas huertas y, en ocasiones, alguna viña. La base de la
alimentación humana durante los primeros siglos de los reinos romano-germánicos era el cereal.
Los cereales más consumidos durante todo el año eran, el trigo, la cebada y la escanda y, en
primavera, lo eran la avena y el mijo.
El rendimiento agrícola durante éste período fue escaso y aleatorio, ya que los agricultores
dependían del clima, la mano de obra, la seguridad, las enfermedades, etc. Además, las técnicas
agrícolas que conocían eran demasiado pobres y anticuadas, por lo que el campesino trataba de
cultivar la mayor parte de tierra posible, al ser su rendimiento tan bajo, incluso se llegaron a quemar
montes y zonas marginales para convertirlas en campos de cultivo. Pese a la limitación del
conocimiento técnico, los más ricos podían permitirse mejoras como la carruca, sin embargo, éstas
no estaban muy extendidas debido a su alto coste.
Al no estar extendido el uso del abono, el sistema de trabajo se basaba en la rotación trienal.
Además, cada cierto tiempo el campesino se debía trasladar para poner el cultivo en otra tierra,
(cultivo semi-itinerante).
Por otra parte, la ganadería también poseyó una gran importancia en la economía rural. La cría más
frecuente era el cerdo, el ovino y el caprino.
La cría de ganado mayor requería de mucho espacio, por lo que se llevó a cabo en los territorios
donde había pastizales naturales (pastua) o, en el barbecho en verano y en prados de siega en
invierno.
Otros productos de gran importancia en el comercio rural fueron los minerales, tales como la sal, el
plomo y el hierro.
El sistema de comercio más común en el ámbito rural era el trueque, mediante el cual, los
campesinos intercambiaban el excedente de su trabajo.
2.3.-Economía urbana.
La frágil pervivencia de las ciudades fue, sin duda, uno de los rasgos de los reinos que sucedieron al
Imperio Romano. Muchas de las ciudades de los reinos romano-germánicos acabaron por
convertirse en villas rurales debido a los cambios económicos, sociales y demográficos que estaban
viviéndose en los territorios. Las ciudades que sobrevivieron a estos cambios, fueron fortificadas
(castrum) y convertidas en sedes episcopales o en capitales de nuevos reinos, como fueron Tréveris
y Tolosa, que anunciaban el modelo de la ciudad altomedieval.
El comercio disminuyó y, sobre todo, cambió de carácter. Ya no se trataba, como en la época del
Imperio, de abastecer a la población de las grandes ciudades, si no de proveer de objetos pequeños y
de mucho valor ( joyas, libros, marfiles, sedas, vestimentas litúrgicas,etc.) a una minoría de ricos.
La disminución de la actividad mercantil fue consecuencia de la desaparición de las antiguas
concentraciones urbanas. Las rutas del comercio subsistieron, tanto las terrestres con las calzadas
romanas (En las que no se podían transportar productos pesados, ya que debido a la imposibilidad
de mantenerlas, se habían ido deteriorando), como las marítimas.
Durante un tiempo, Oriente mantuvo el comercio de vino y cereales, sin embargo, en los siglos VII
y VIII este comenzó a decaer.
Los pagos a Oriente y en las ciudades, solían realizarse con monedas, para lo que los reinos
germánicos, emplearon monedas bizantinas y romanas. Sin embargo, en el interior de los reinos, se
solía practicar el trueque. Se cree que esto se debió a dos razones, la primera, por la tendencia a la
autosubsistencia de las villae o grandes explotaciones latifundistas. La segunda, porque muchos de
los intercambios que se realizaban respondían a modelos que tenían más que ver con las estructuras
de poder que con el comercio en sí.
2.4.-La sociedad.
Los pueblos romano-germánicos tenían una sociedad estratificada: en el punto más alto de la
estructura social se encontraban los monarcas de los diferentes reinos, seguidos por la aristocracia
(guerreros, miembros de la Iglesia, cargos administrativos, etc.), quienes eran, principalmente, los
grandes latifundistas. Los aristócratas disponían de competencias fiscales, militares y judiciales
sobre sus dependientes directos e, incluso, sobre otros.
En el otro extremo de la balanza social, se hallaba la mayoría de trabajadores de la tierra. Estos eran
los esclavos, siervos y colonos. Los primeros, simples “instrumentos con voz”, carecían de peculio
propio (conjunto de bienes), se alojaban en cobertizos comunes de cada explotación y realizaban
tareas domésticas en las casas del señor, o labores en los campos bajo el mando de un villico o
administrador.
Los siervos, cuyo número empezó a crecer a costa del de los esclavos, ya no eran instrumentos, sino
que se les reconocía como hombres. Estaban instalados en pequeñas tenencias de carácter familiar
esparcidas por el territorio de la villa, o en reducidas aldeas situadas entre los campos de uno o de
varios propietarios. Tenían obligación de trabajar unos cuantos días en los campos que el señor se
reservaba (la reserva señorial), pero podían atender su propia explotación familiar, el manso. Los
colonos, que ocupaban pequeñas explotaciones alrededor de los latifundios, eran personas
jurídicamente libres. Casi siempre se trataba de antiguos pequeños propietarios que, por temor al
fisco imperial, los bagaudas o los invasores, habían acabado por reclamar la protección de un gran
propietario a cambio de entregarle sus tierras. Su trabajo consistía en cultivar sus mismas
explotaciones y otorgar parte de sus cosechas al señor propietario.