Socrates y Los Sofistas

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA BLOQUE I: Filosofía antigua

TEMA 3. Los sofistas y Sócrates: características generales.


3.1. Teorías filosóficas comunes: escepticismo, relativismo y convencionalismo.
3.2. El método socrático y crítica a los sofistas: el universalismo socrático.
3.3. El intelectualismo moral.

3. Sofistas y Sócrates: “giro antropológico”

Desde aproximadamente el año 450 a. de C., Atenas se convirtió en el centro cultural del mundo griego. Y
también la filosofía tomó un nuevo rumbo. Los filósofos de la naturaleza fueron ante todo investigadores de la
naturaleza. Por ello ocupan también un importante lugar en la historia de la ciencia. En Atenas, el interés comenzó a
centrarse en el ser humano y en el lugar de este en la sociedad, posiblemente por dos razones: 1) Existía la
sensación de que el programa presocrático había tocado techo, ya no era fácil decir algo distinto o mejor que ellos
sobre la naturaleza, y no había forma de determinar con certeza quiénes tenían razón y en qué. Sócrates decía que
una piedra o un árbol no podían enseñarle nada, mientras que cualquier ser humano sí. Otros filósofos de la época,
denominados sofistas, rechazaban en general esas teorías presocráticas como vanas o inútiles. 2) En Atenas se iba
desarrollando una democracia con asamblea popular y tribunales de justicia. Una condición previa de la democracia
era que el pueblo recibiera la enseñanza necesaria para poder participar en el proceso de democratización, y todo el
mundo empezaba a reconocer esa importancia.

3.1. Teorías filosóficas comunes [a los Sofistas]: escepticismo, relativismo y


convencionalismo.

Desde las colonias griegas, pronto acudió a Atenas un gran grupo de maestros y filósofos errantes, sin los claros
sentimientos nacionalistas propios de la mayoría de los griegos. Estos se llamaban a sí mismos sofistas. La palabra
sofista significa persona sabia o hábil, aunque luego el término ganó un significado peyorativo. En Atenas, los sofistas
vivían de enseñar a los ciudadanos, a veces a cambio de grandes salarios. No constituían una escuela o movimiento
organizado, aunque pueden señalarse varios elementos comunes:

• Escepticismo: doctrina o teoría que declara imposible o muy difícil y problemático el conocimiento de la
verdad. El máximo exponente, pero no único, es el sofista Gorgias de Leontinos, conocido por su triple
afirmación “No existe nada; aunque existiera, no podríamos conocerlo, y aun cuando pudiésemos conocerlo,
no podríamos comunicarlo con palabras1”
• Relativismo: tesis epistemológica, moral y política que sostiene que las verdades, valores y leyes dependen
de las condiciones, momentos y circunstancias en que son formuladas. Es decir, que niega la existencia de
verdades absolutas, universalmente válidas e independientes. Protágoras de Abdera es conocido por
defender la teoría que luego se denominó homo mensura: “el hombre es la medida de todas las cosas; de las
que son, en cuanto son, y de las que no son, en cuanto no son”.
• Agnosticismo (postura filosófica que considera imposible el conocimiento de lo divino, aunque no niega ni
afirma su existencia) y a menudo el ateísmo (negación de la existencia de lo divino) .
• Convencionalismo. Las leyes que regulan la convivencia o la moral no proceden de los supuestos dioses, eso
ya lo dejaron sentado los presocráticos, pero tampoco de la propia naturaleza, sino que son el resultado de
meras convenciones humanas y, por lo tanto, pueden cambiar. Es habitual entre los sofistas la distinción

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Gorgias proporciona una argumentación, algo difícil de seguir. Se ofrecerá una recompensa a quien la analice y refute.
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physis (lo que es por naturaleza) / nomos (lo que es por acuerdo). Algunos sofistas no concederán valor
alguno a la ley, mientras que otros la defenderán por su utilidad.
• La retórica, que es el arte de utilizar el lenguaje con fines estéticos y persuasivos, además de comunicativos.
Incluso la erística, que es una especie de lógica del engaño y la falacia para el mismo propósito.

La sofística supuso un fuerte impacto en la mentalidad más bien conservadora de la época y lugar, y cosechó
simultáneamente un rotundo éxito entre muchos jóvenes atenienses y una fuerte oposición por parte de
autoridades y sociedad en general2. En parte, esta ambivalencia se debió a que la filosofía sofista se manifestó en
tres grupos desiguales. Por un lado estaba la primera generación de sofistas (especialmente Protágoras y Gorgias),
que, aun dentro de la polémica, evidenciaban una clara independencia de criterios y solidez moral, parcialmente
respetados incluso por su feroz crítico Platón; Luego estaban los eristas, sofistas de medio pelo especializados en
juegos de palabras y palabrería más bien vana y que se quedaron con lo más superficial del movimiento sofista3. Y
finalmente tenemos a los políticos educados en la sofística, ciertamente nocivos para un sistema democrático
porque buscaban su propio beneficio y arrastraron objetivamente a Atenas a más de una desgraciada aventura4.

Aunque en fechas recientes se han señalado las virtudes de este movimiento hasta el extremo de denominar al
siglo V, a semejanza del s. XVIII, Ilustración griega (humanismo, pedagogía, laicismo, libertad), durante mucho
tiempo el juicio mayoritario fue negativo, en la tradición de los tres grandes filósofos clásicos (Sócrates, Platón y
Aristóteles)

3.2. El método socrático y crítica a los sofistas: el universalismo socrático

El personaje Sócrates, a pesar de compartir época e intereses filosóficos con los sofistas, y de ser en su momento
injustamente confundido con ellos, representa un contrapunto casi total a la figura del sofista clásico: frente a los
itinerantes, casi apátridas, maestros profesionales que fueron los sofistas, Sócrates nunca se alejó demasiado de
Atenas, y siempre por exigencias de guerra en la que mostró una resistencia y coraje legendarios5. Descuidando los
intereses propios6 y renunciando a participar activamente en política, salvo cuando lo exigía la ley, pasaba su tiempo
deambulando por la ciudad y conversando con cualquiera sobre los mismos temas que habían popularizado los
sofistas, aunque de una forma peculiar que veremos luego. En lugar de plegarse formalmente a las leyes de su país,
o esquivarlas, las defendió aun en contra de los gobernantes, tanto democráticos como dictatoriales7, e incluso
contra su propia vida8 y, en fin, nunca reclamó para sí el título de sabio, sino, a lo sumo, el de filósofo, deseoso de la
sabiduría.

El filósofo Sócrates también se aleja claramente del estereotipo sofista. Quizá recuerden ustedes la famosa frase
socrática “sólo sé que no sé nada”, tontería esta más profunda de lo que parece. En su discurso de defensa, más bien
fallido, durante el juicio que había de costarle la vida9, él mismo relata la historia y sus consecuencias. Un amigo suyo
consultó a la Pitia (sacerdotisa encargada) del Oráculo de Delfos quién era el hombre más sabio de Grecia. El dios

2
Un famoso cómico de la época, Aristófanes, escribió una obra, Las nubes, en la que se muestran estas cosas, con cierta mala baba.
Léela, verás qué risa. O que te la cuente tu profesor
3
Como aquel pasaje graciosillo en el que dos sofistillas, Eutidemo y Dionisodoro, marean y apabullan a un joven que entonces
tendría tu misma edad. Nos lo cuenta Platón en un libro que sabe tu profesor.
4
Como cierta aventura militar en medio de la guerra del Peloponeso que… Pero no, esto que lo cuente otro.
5
Estuvo en tres batallas, nunca huyó ni acusó la dureza de la guerra. Incluso salvó la vida del que sería un famoso general,
Alcibíades, quien, según propia confesión, se enamoró de Sócrates. Que no sé yo si sería para tanto
6
Escultor de profesión, no se sabe que haya hecho gran carrera. Su mujer, Jantipa, se quejaba porque la tenía a ella y a sus tres
hijos más bien desatendidos, todo el día de cháchara con los amigotes.
7
Dos delicados momentos podría contarte tu profesor.
8
Los amigos intentaron ayudarle a escapar de la condena. Inútil. Dijo que… exacto, tu profesor lo sabe.
9 Uno de los juicios más famosos –y trágicos– de la historia. Una canallada. Los detalles, en la obra Apología, de Platón, o en la no
bien pagada memoria de tu profesor.
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dijo su nombre, y eso le dejó estupefacto. Dispuesto a comprobarlo, decidió interrogar a todos cuantos se mostrasen
expertos en algo. Pero descubrió que quienes creían saber, en realidad nada sabían ¡ni siquiera sabían que
ignoraban!, mientras que él, al menos, reconocía su ignorancia. Así que el oráculo tenía razón, porque quien se
reconoce ignorante acaba de poner las bases para superar sus carencias, pero quien se cree sabio sin serlo, nunca
saldrá de su ignorancia.

Mayéutica

Sócrates rechaza el escepticismo y el relativismo sofistas: la verdad objetiva existe y está al alcance de
cualquiera, porque no proviene del exterior, sino del interior. Todo hombre tiene en su alma la verdad, aunque de
una forma latente que puede manifestarse si es adecuadamente conducido. El papel del maestro no consiste en dar
discursos y persuadir al auditorio, que nada podría realmente entender si no procede de su propio esfuerzo, sino en
dirigir el diálogo, las preguntas y respuestas que permiten al oyente alumbrar por sí mismo la verdad (¿o no te has
fijado en lo que cuesta aprender cosas hasta que uno las comprende? Esta comprensión es como una chispa que se
enciende dentro, no el fogonazo de una linterna desde fuera). Este método se denomina mayéutica, de la palabra
griega que significa “obstetricia”, la rama de la medicina encargada de asistir los nacimientos. Como está basado en
el diálogo, a veces se le llama dialéctica, aunque debemos distinguirlo del estilo de pensamiento de Heráclito o Marx
y también, ya más relacionado, con el uso más específico que de esta palabra hará su discípulo Platón.

Precisamente de alumbrar se trata. Sócrates dice que aprendió este método del oficio de su anciana madre, que
era comadrona: al igual que ella ayuda a parir a las jóvenes aunque ella misma ya no esté en edad de procrear, él
decía de sí mismo que nada sabía, pero que podía ayudar a los demás a alumbrar la verdad, y este es el motivo de
que anduviese por la ciudad “como un tábano”, para despertar a Atenas con sus aguijonazos como a un caballo
indolente. Muy a menudo este procedimiento era precedido (aunque puede tener lugar sin ella) con una muestra de
la conocida ironía socrática10, un falso reconocimiento de la propia ignorancia frente a la sabiduría del adversario en
el sentido de que realmente es más ignorante quien cree equivocadamente saber (¡recordemos que al menos para
una parte de sus conciudadanos Sócrates era considerado como el hombre más sabio de Grecia!); la ironía abre el
ánimo del oyente y le invita a expresarse sin reservas, lo que da lugar a contradicciones y al descubrimiento de la
ignorancia, paso imprescindible para salir de ella. En otras palabras: yo me hago el tonto y te doro la píldora, tú te
confías y hablas más de la cuenta, hasta que quedas en ridículo. Esta cura de humildad puede enfurecerte (Sócrates
concitó muchas antipatías por este motivo), pero puede también enfrentarte con tus limitaciones y, eso esperaba
Sócrates, obligarte a pensar.

El objetivo de la mayéutica es obtener una definición universal, una respuesta definitiva a “qué es x”, donde x es
la virtud, la justicia, el bien, la belleza… Es decir, precisamente aquello que los sofistas consideraban, por el contrario,
relativo o convencional. Hay ciertos elementos comunes a los miembros de una misma clase; prescindiendo de las
diferencias puede darse con la esencia de un objeto o cosa. Este proceso se denomina inducción, y es la forma
concreta de hallar definiciones, partiendo de casos particulares para obtener la ley general. Por supuesto, durante el
diálogo se examinan y rechazan las definiciones preliminares que revelen sus limitaciones, y aunque muchas
sesiones puedan terminar sin éxito, se entiende que es cuestión de tiempo o esfuerzo dar con la definición
adecuada.

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¿Unos ejemplos, sr, Profesor?
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3.3. El intelectualismo moral.

Sócrates fue un destacado racionalista. Confiaba en el poder del razonamiento hasta el punto de que cualquier
otra consideración era secundaria, incluidos el propio provecho o hasta la propia vida. Esta convicción se manifiesta
también en su teoría ética, denominada intelectualismo moral. Según esta teoría, el bien y el conocimiento
coinciden, de tal forma que conocer el bien implica necesariamente su cumplimiento. Dicho de otra forma, nadie
actúa mal a sabiendas. De otra forma más: no existe el mal, sólo la ignorancia. Y otra: el que actúa mal, es porque no
conoce el bien.

Se trata de un punto de vista más bien chocante. En efecto, cualquiera podría tener la impresión de que algunas
personas no muy cultivadas pueden, sin embargo, actuar correctamente, así como la recíproca: algunas personas
cultas son capaces de cometer injusticias, a veces incluso con una gravedad consecuencia de su inteligencia. Sócrates
considera posible lo primero, al igual que una persona no versada en medicina podría aconsejar, y acertar por
casualidad o por experiencia, un tratamiento contra una dolencia. Pero considera imposible lo segundo, por dos
razones:

1) “Si nadie desea ser miserable, nadie desea el mal; pues, ¿Qué es la miseria, sino el deseo y la posesión del
mal?”. Dicho más actual: Todo el mundo desea ser feliz. Aunque no haya acuerdo en el modo de lograrlo, sí
lo hay en el mejor modo de ser infeliz: actuar contra lo que uno desea y piensa. Por tanto, si conozco el bien,
no puedo actuar en contra de mis convicciones, pues eso me hace infeliz. Y todos deseamos ser felices.

2) Un buen arquitecto es aquel que sabe hacer edificios; por tanto, aquel que, sabiendo hacer bien un edificio,
por alguna razón lo construyera mal intencionadamente, es mejor arquitecto que el que lo hace mal porque
no sabe hacerlo bien (aunque quizá sería peor persona). ¿No hemos de concluir, análogamente, que el que
obra injustamente sabiendo qué es la justicia es más justo que el que lo hace por ignorancia? Ahora bien, el
sentido común se rebela ante esta conclusión. La solución es obvia: este caso no puede darse, nadie obra
mal sabiendo que obra mal y ante el caso hipotético planteado, Sócrates contestaría una y mil veces que tal
sujeto no sabía realmente que obraba mal, por más que pensara que lo sabía, de haberlo sabido de verdad,
no podría haber obrado mal.

Alguna forma de intelectualismo moral, aunque no en este grado tan extremo, es propia de la mentalidad griega
en general, al igual que de la sensibilidad moderna. Protágoras, por ejemplo, entendía que el propósito de las
cárceles es la corrección del error, no la venganza. También lo es de toda forma de ilustración o de los sistemas
jurídicos herederos de la misma: junto con la prevención del delito o la reparación del crimen cometido, las penas de
prisión siempre tienen a la vista la posibilidad de reinserción del reo, y siempre son atenuantes sus circunstancias
socioeconómicas.

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