La Delincuencia en Los Adolescentes

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La Delincuencia en los adolescentes

Los seres humanos nos encontramos inmersos dentro de un proceso


globalizador de las economías en el ámbito mundial, en el cual predominan
bloques económicos como Europa, los países asiáticos y Estados Unidos, los
cuales tienen gran injerencia en el resto del planeta. Esto, debido a que sus
intenciones latentes concuerdan en que lo fundamental es subordinar a
todos los hombres de las regiones o zonas para hacerlos fieles consumidores
y abastecedores de materias primas.
La sociedad ha fomentado un excesivo individualismo y una consideración
del individuo como mera unidad de consumo, pero escasamente ha brindado
al individuo un tipo de vida en comunidad o ha ofrecido una escasa influencia
en las decisiones de un entorno social.
En este fenómeno, los medios tienen un papel muy relevante, porque son los
encargados de llevar los mensajes a todo el mundo, a todo ser humano. Ellos
son en parte los responsables de unificar a la Tierra bajo los mismos
parámetros ideológicos. Son los instrumentos socializantes más fuertes en la
actualidad, pues han sustituido en gran medida la importancia que tenían los
antiguos, tales como la escuela, la familia o la Iglesia.
Buscan crear al hombre de un mismo pensamiento, voluntad, y acción. Con
esto, cabe decir que tal vez uno de los objetivos de los medios de
comunicación (industria cultural) y de las industrias (empresas
transnacionales) es hacer que cada individuo se vea envuelto en la necesidad
ideológica de participar en el consumo de productos, práctica que los
ideólogos denominan civilización y modernización a la que los pueblos deben
sumarse para dejar de pertenecer al grupo de los marginados y pasar así a
formar parte de los consumidores.
"El consumo genera identidades; intercambiamos productos para satisfacer
necesidades que nos hemos fijado culturalmente, para integrarnos con otros
y para distinguirnos de ellos" (Brito et al., 1985: 53).
Ante esta situación, la violencia aparece como una forma de respuesta ante
una frustración social. Este tipo de violencia puede ser también una
consecuencia del profundo deterioro al que se ha llegado en un tipo de
sociedad que ha puesto sus esperanzas en un mero crecimiento cuantitativo
del consumo de bienes materiales y que apenas ha tenido en cuenta al
individuo en su dimensión como persona socialmente integrada en una
comunidad.
Esta problemática obliga a reflexionar sobre el fenómeno de la violencia y su
relación con la juventud. Esta última se resiste a las transformaciones sociales
de hoy, pues a lo movedizo que tiene de por sí la personalidad del
adolescente en devenir, hay que añadir la incoherencia del mundo actual con
sus propagandas, disensiones políticas y religiosas, y las contradicciones de
los intereses económicos. Todo esto crea confusión y desorientación
desbordante y trágica en la juventud. En tales circunstancias no todos los
jóvenes son aptos para ver el mundo tal como es y aceptarlo insertándose en
él, íntegra y generosamente.
Por lo anterior, algunos adolescentes y jóvenes aquejados de inmadurez
persistente podrían convertirse en antisociales e incluso en delincuentes, si
llegan a una particular situación de inadaptación. El adolescente realiza sus
primeras tomas de conciencia personales y profundiza en sus sentimientos,
ideas y creencias. Su postura ante el mundo adulto es de oposición y de
desafío, y esta es una reacción necesaria de defensa de un ser que va
tomando las riendas de su existencia.
Además, la actual sociedad industrializada, urbana y consumista —con todo
lo que ello comporta: ideología del bienestar, carrera del lucro, primacía del
tener sobre el ser, crisis de la familia, soledad, anonimato— es la que segrega
la violencia. Ya que, como sociedad de consumo, alimenta deseos o
aspiraciones y despierta esperanzas que no puede satisfacer; mientras
margina del proceso de producción y de consumo, excluye y discrimina a
gran número de personas, clasificando y haciendo de ellas unos inadaptados
y rebeldes; pero sobre todo, tiende a destruir los valores morales.
En realidad, cuando la sociedad actual exalta como valores supremos de la
vida al placer y al dinero, cuando aplaude el éxito y la riqueza, obtenidos por
los medios que fueren, cuando desprecia al hombre honesto como a un ser
débil que no es capaz de hacerse valer mientras exalta al fuerte que
prevalece sobre los demás con astucia y con violencia, no habría por qué
maravillarse de que algunos jóvenes sientan la tentación de recurrir a la
violencia para ganar con facilidad y rapidez mucho dinero.
La vida actual origina violencia y agresividad, más aun cuando en un espacio
invariable aumenta mucho la población, pues esto genera aglomeraciones y
desorden en las grandes urbes, con el cortejo de desagradables
complicaciones que llevan consigo: prisa, falta de tiempo, tensión, vida
compleja, falta de comunicación afectiva, etc. Si añadimos a esto la anomia,
la hipocresía social, la creación consumista de necesidades artificiales, la
doble moralidad, etc., comprenderemos que en unas circunstancias de vida
tan frustradoras tenga que surgir la violencia y la agresividad como medio
para sobrevivir.
La violencia casi siempre lleva consigo la opresión y la injusticia.

¿Qué es entonces la violencia?

El uso injusto de la fuerza —física, psicológica y moral— con miras a privar a


una persona de un bien al que tiene derecho (en primer lugar el bien de la
vida y la salud, el bien de la libertad) o con miras también a impedir una
acción libre a la que el hombre tiene derecho u obligarle a hacer lo contrario
a su libre voluntad, a sus ideales, a sus intereses. Por lo tanto, no puede
llamarse violencia a cualquier uso de la fuerza, sino sólo a un uso injusto que
lesione un derecho (Izquierdo, 1999: 19).

Así pues, para que haya violencia, se requieren dos factores: uso de la fuerza
y violación de un derecho.

La violencia es un fenómeno totalizador e indisolublemente relacionado con


la historia de la existencia humana, que consiste en "el uso de una fuerza
abierta u oculta, con el fin de obtener de un individuo, o de un grupo, algo
que no quiere consentir libremente" (Domenach, 1981: 36).
La violencia semeja la acción estratégica que orienta la fuerza física con la
intención de someter o delimitar la elección de las posibilidades de actividad
de los dominados.

Etimológicamente, la palabra violencia deriva del latín violentia, vis maior,


fuerza mayor, ímpetu. Según el diccionario, es la fuerza o energía desplegada
impetuosamente. En el origen, pues, el concepto de violencia denota una
realidad moralmente neutra; la calificación que uno puede hacer de ella
dependerá del uso o abuso de esta fuerza.

El violento puede serlo con los que conviven bajo su mismo techo. La
violencia está presente en las calles, estalla entre los conductores y los
transeúntes, entre los viajeros que usan un mismo transporte público, entre
los vecinos de la misma escalera. La violencia verbal o gestual brota a
menudo en la tienda, en el taller, en la oficina, en el despacho o en la
escuela. Y en la mayoría de los casos, los motivos que desatan estos
comportamientos violentos, si se miran desapasionadamente, son mínimos,
insignificantes, ridículos. Lo que pasa es que son como chispas que encienden
el ambiente tenso y crispado a que nos aboca el ritmo trepidante y
angustioso de nuestro tiempo.

Sin embargo, la violencia es un fenómeno que no está vinculado


exclusivamente a la obtención de bienes o a la satisfacción de necesidades,
más bien involucra al propio ser del hombre y no significa necesariamente
terror, destrucción o aniquilación física del otro, sino el despliegue de
estrategias de coerción para conseguir lo deseado.

Entre centenares de definiciones posibles, la violencia se perfila como la


actuación contra una persona o un colectivo empleando la fuerza o la
intimidación. De cualquier manera, las descripciones no son neutras, pues
llevan consigo un componente subjetivo que depende de los criterios
utilizados, tanto jurídicos como institucionales o personales. Por eso se
puede afirmar que no hay un criterio universal de la violencia; cada sociedad
tiene los suyos propios. Una visión histórica sobre la violencia demuestra que
ésta no se circunscribe únicamente a las grandes expresiones como la de la
guerra. La violencia ha sido un elemento sustancial de toda la humanidad, ya
en sus relaciones políticas, ya en las sociales y personales. Algunos han creído
ver en ello la declaración de la agresividad presente en la naturaleza humana
como una característica más relacionada con los instintos. Otros, en cambio,
opinan que la violencia tiene marcados componentes sociales e incluso
culturales.

Ahora bien, que la violencia sea o no innata es de poca importancia. Pero sí


importa que la sociedad haga algo por orientarla en su verdadero sentido,
por canalizarla como energía de algún modo útil, por prevenirla cuando sea
nociva, en todo caso, por contenerla dentro de unos límites tolerables.
Sufrimos la violencia inmisericorde de las gentes que no dejan vivir en paz a
los demás. La gran mayoría de los seres humanos controla su agresividad,
pero unos pocos inadaptados se están haciendo los dueños de las calles y de
la noche, de los parques y hasta de las casas ajenas. Pequeños grupos,
bandas, forajidos y delincuentes, amedrentan y asustan a los ciudadanos.

Debido a la generalización del fenómeno de la violencia no existen grupos


sociales protegidos, es decir, la violencia no es específicamente un problema
de pobres o clases sociales marginadas, ni de confrontaciones raciales,
económicas o geográficas, sino que la violencia puede acentuarse por
género, edad, etnia y clase social, independientemente de si se es víctima o
victimario; es decir, la violencia responde a realidades específicas.

Hay que destacar que la violencia, aunque en muchos casos este asociada a
la pobreza, no es su consecuencia directa, pero sí es resultado de la forma en
que las desigualdades sociales —la negación del derecho a tener acceso de
bienes y equipos de entretenimiento, deporte, cultura—, operan en las
especificidad de cada grupo social, desencadenando comportamientos
violentos. Así pues, la dependencia, la pobreza y marginación no
necesariamente generan delincuentes, pues influye también el desarrollo
material, individual y social, aspectos que derivan en la vida de los individuos
que, al no contar con opciones o alternativas para obtener los ingresos
necesarios para mejorar su calidad de vida, están dispuestos a cometer
delitos.

Relación jóvenes y sociedad

La juventud es en parte definida a partir de un periodo en la vida biológica de


los individuos. Esto conduce la mayor parte de las veces a asociar a la
juventud con una etapa cronológica en la que hombres y mujeres
transforman sus características biológicas, abandonando así su etapa infantil.
Se trata de una situación transitoria, en la que el individuo deja de ser
considerado como niño, sin que alcance el estatus o desempeñe papeles y
funciones de adulto. La juventud, entonces, es una etapa donde los
individuos comienzan a entrenarse ejerciendo ciertos derechos y cumpliendo
obligaciones que un adulto no podría soslayar en su interacción con los
demás.

Si se considera a la juventud como una etapa del desarrollo individual que


mira hacia delante, etapa en la cual los individuos construyen una identidad
personal, se sabrá que esa actividad generará a su alrededor elementos
simbólicos que permiten el reconocimiento de su individualidad, pero
también su pertenencia a un género. En ese sentido, Giddens se refiere a la
juventud como una etapa de los individuos en la que tratan de copiar las
formas de los adultos, pero son tratados por la ley como niños. Puede que
estén obligados a trabajar o quieran trabajar, pero deben ir al colegio. Sin
embargo, no se trata solamente de un periodo en la socialización del
individuo donde el que fue niño copie las conductas de los adultos, sino
además, que represente la capacidad para distinguir expresiones concretas
de la etapa adulta.

De tal manera que la juventud representa un periodo en el que la


construcción de la personalidad del individuo se somete a una doble presión
social en la medida que la cultura proyecta dos modelos de ser: uno apunta a
la comprensión de las conductas adultas, y otro a los patrones genéricos,
masculino o femenino.

Conforme se advierte que la conducta de los jóvenes es normada por los


patrones sociales establecidos para una edad determinada, se confirma que
los individuos ya introyectaron los valores, principios y conductas esperadas
socialmente para interrelacionarse con los otros. De esa manera, la sociedad
comienza a conferirles el estatus de jóvenes que han madurado, y estatus de
joven adulto, es decir, un individuo que va aprendiendo a ser responsable.

Por otra parte, la juventud, como diferencia arbitraria entre la infancia y la


edad adulta, refleja los niveles de conflictividad social que encierran las
relaciones generacionales. Para Bourdieu,

se trata de un proceso social mediante el cual las generaciones más


avanzadas construyen a través de la cultura unos patrones de conducta y un
papel, que impide a aquéllos que han sobrepasado la etapa infantil (jóvenes),
que prometan hacerse de las habilidades y recursos para ser autónomos, y
así accedan al poder (Bourdieu, 1990: 163).

Visto de esta manera, la juventud aparece como el límite que impide a los
jóvenes incorporarse, en igualdad de circunstancias, a las estructuras de
poder o de manera más real, al mercado de trabajo. De esta forma se
entiende mejor por qué en la juventud recae un estigma, pues es indudable
que esa etapa del desarrollo individual parezca como una permisible
irresponsabilidad provisional.

Por otra parte, resulta muy importante advertir que el choque generacional
no sólo se refleja en el monopolio sobre los elementos materiales del poder,
como es el dominio que tienen los adultos en las actividades que permiten el
acceso a la toma de decisiones y al dinero. Son precisamente los adultos
quienes aparecen como sinodales en el proceso de socialización de los
jóvenes, pues señalan los estereotipos ideales que la sociedad espera de sus
hombres y mujeres.

Toda sociedad necesita construir y construye un determinado tipo de sujeto


social, el adecuado para el mantenimiento y reproducción del sistema
estructural que lo forma, utilizando para ello las diferentes instituciones que
confluyen hacia el objetivo buscado (escuelas, iglesias, medios, etc.), cada
una de las cuales adquiere carácter hegemónico en distintos momentos del
proceso histórico (Guinsberg, 1999: 14).

De tal manera que los adultos se constituyen en emisarios de la cultura


tradicional que se resiste a la transformación de los papeles sociales.

Ahora bien, las condiciones que dieron origen a la juventud como categoría
social, ligadas al desarrollo de las condiciones de producción, dieron lugar a
un paradigma de juventud que la visualizaba como una etapa de formación
para su futura inserción en las estructuras formales de la sociedad, sobre
todo a la esfera productiva. Esta concepción reduce el significado de la
juventud exclusivamente a su carácter de relevo generacional de la fuerza de
trabajo, de allí que:
Ahora el concepto de juventud ya no puede utilizarse con referencia a un
solo tipo de joven, pues las representaciones juveniles se han multiplicado de
tal manera que el concepto ya no se circunscribe exclusivamente a los
estudiantes varones de clase media de los sectores urbanos; ahora
representaciones juveniles abarcan en buena medida a los sectores
populares, a los marginales, a las mujeres e incluso a los campesinos, donde
se consideraban prácticamente inexistentes.

El paradigma de la juventud, como un proceso del apresto de los jóvenes


para lograr su plena y funcional inserción en las estructuras formales de la
sociedad, no responde de manera adecuada a nuestra realidad. Este
paradigma es excluyente, ya que deja de lado a una gran cantidad de
representantes juveniles. La cotidianeidad nos muestra que la sociedad no
está creando los espacios suficientes para los jóvenes; no cuenta con la
capacidad suficiente para albergarlos y se está convirtiendo en su enemiga.

La juventud es un algo que actualmente toma muchas formas, adquiere


distintos sentidos y significados, y obliga a pensar no en una sino en varias y
diferentes realidades juveniles que están conectadas entre sí, generando
identidades únicas, formas de comportamiento, lenguajes y pensamientos
adecuados a los contextos en donde se desarrollan los jóvenes. Es el periodo
de la vida en que se pasa de una existencia receptiva a una existencia
autónoma y personalizada. Se trata de un tránsito difícil y de graves
consecuencias para el futuro. Aquí, en esta encrucijada, se fraguan o se
malogran muchas metas y éxitos del futuro.

La situación de extrema pobreza en que viven grandes núcleos de población


en los países de América Latina, incluyendo México, nos muestra una
imposibilidad estructural de inserción de muchos jóvenes en las estructuras
formales de la sociedad.
De ahí que los jóvenes y su identidad se construyan mayoritariamente por
fuera de la formalidad social, de esta manera, la identificación con los
objetivos y valores culturales dominantes resulta compleja, ya que la
identidad social de una gran mayoría de jóvenes de los sectores populares no
se constituye como clase trabajadora, ni como estudiantes, ni mucho menos
como ciudadanos de grandes metrópolis.

Tal parece que la excepción se está convirtiendo en la regla, por lo tanto,


ahora será más preciso hablar de un proceso de deserción social que de
inserción social, pues los jóvenes están desertando de la escuela, de la
familia, del trabajo formal, etc. En una palabra, de las instituciones. En este
sentido podríamos decir que las identidades juveniles se constituyen
básicamente por fuera de la formalidad social, porque no se identifican con
sus objetivos y los valores dominantes. No obstante, existe un proceso
contrario que contribuye a la formación de identidades en convergencia con
los objetivos y valores dominantes. Este proceso se da por medio del
consumo y la industria cultural. De ahí que la situación actual obligue a
hablar de identidades juveniles, que se conforman por distintos factores.

Según Carlos Monsiváis:

La variedad de comportamientos (juveniles) se relaciona con tradiciones


históricas y culturales, con desesperaciones y angustias diferentes, con
formaciones diametralmente opuestas, con ideas de la nación escasamente
relacionadas entre sí, con diferentes oportunidades de inserción en la
sociedad (Brito, 1985: 106).

La sociedad contemporánea experimenta cambios significativos. Ahora el


consumo rige a la producción, adquiere gran peso en la sociedad y se
constituye en el origen y el fin de la misma; adquiere carta de "racionalidad
económica". La sociedad del capitalismo salvaje encuentra su racionalidad en
el consumo más que en la producción. Para las nuevas generaciones, el
trabajo ya no constituye un posicionador de estatus, es, a lo más, un medio
para tener una capacidad adquisitiva que les permita insertarse en la órbita
del consumo, de la ética calvinista hemos pasado a la ética consumista.

La comercialización a gran escala ha generado una industria cultural, en


donde muchos jóvenes de clase media y de los países industrializados han
consolidado su identidad como generación. Ciertamente, el consumo
constituye uno de los principales factores que generan identidades juveniles.
Sin embargo, los consumidores no son seres pasivos que asumen dócilmente
los modelos de consumo postulados por los medios, entre ellos existen
mediaciones. Los procesos culturales son también proceso de digestión, en el
que los nuevos productos se cotidianizan, se resignifican y se incorporan al
universo simbólico con el que se vive.

La incorporación de los jóvenes a la cultura se da de manera diferenciada, las


identidades juveniles no las determinan únicamente el consumo y la industria
cultural, sino que existe un proceso de reapropiación y de resignificación en
donde los jóvenes definen sus identidades por sus propias experiencias
cotidianas, por sus acciones grupales y las distancias existentes entre su
realidad cotidiana y los satisfactores posibles.

Para Navarro Kuri, la condición juvenil exige un reconocimiento, tanto en su


especificidad social como en sus producciones; como jóvenes, exigen ser
reconocidos como sujetos activos de sus destinos sociales... "lo joven de
calificativo genérico pasa al estatuto de sujeto que, como tal, demanda
legitimidad y participación en la decisiones sociales, políticas, culturales y
morales".

Como puede verse, la historia del concepto y la categoría social de 'juventud'


depende mucho del contexto social. Ahora bien, si se quiere ver en términos
de rango, por ejemplo, en el caso de México, la ley publicada en el Diario
Oficial de la Federación el 6 de enero de 1999 define y aplica una política
nacional de juventud para los habitantes de entre 12 y 29 años de edad,
marcando de esta forma un rango para considerar la edad que permite
considerar a un joven como tal.

La relación entre juventud y sociedad ha sido a lo largo de la historia una


relación ambigua y contradictoria desde siempre; en todas las épocas,
aunque con distintas intensidades y acentos, ha habido un enfrentamiento,
tácito o manifiesto entre juventud y sociedad. Es una larga historia de
rebelión y de sometimiento, de subversión y de conformismos, de
absentismo y de adulación, de silencio y de protesta, de violencia y
pasotismo (Izquierdo, 1999: 20).

Es obvio que la juventud ha sido descuidada en la formación de su


personalidad con valores culturales, sociales y éticos que en tiempos todavía
recientes se consideraban imprescindibles. Y aunque el joven lucha por la
conquista de su libertad, pronto cae en la cuenta de que se encuentra
sumergido en el tedio consumista de una sociedad materializada e injusta
desde sus planteamientos, centrada en la preocupación desmesurada por la
obtención de bienes materiales sin temor a que la persona sea atropellada o
excluida.

La sociedad actual es la sociedad de la tentación, que potencia la


manipulación publicitaria y la escalada del erotismo, con esto el joven, en vez
de conquistar su libertad, ha perdido el sentido real de la vida.

Ya desde hace años, todo un montaje publicitario y comercial se viene


encargando de vender lo joven como artículo muy rentable. Por ejemplo, en
los últimos tiempos, la publicidad ha penetrado más en la masa juvenil. Las
modas, las actitudes, las formas de comunicación, las costumbres, la religión,
los cambios en los valores, los derechos, la estructura económica, se están
homogenizando para el beneficio, preservación y progreso del sistema
capitalista actual. Y quien no entre dentro de los parámetros que dicta tendrá
que ser excluido.

La juventud ha sido amamantada en el escándalo de las malas costumbres,


en el miedo al sacrificio, en la búsqueda de lo material sin esfuerzo, en la
renuncia a la austeridad y en la incapacidad para la renuncia. Es inicuamente
explotada por empresas comerciales que lanzan atuendos y vestimentas
rápidamente envejecidas, formas de vida desordenadas, literatura barata y
embriagadora que asegura el dominio de los intereses sobre el de los ideales,
el de los instintos sobre la reflexión.

Muchos jóvenes inician su primera andadura repleta de optimismo, llenos de


ilusiones, dispuestos a sembrar de amor el mundo entero; después caen
fácilmente en la trampa que les tiende la misma sociedad: dinero, poder y
sexo.

Ante este panorama, los jóvenes se sienten en la sociedad extraños, solitarios


y carentes de futuro, cansados de palabras vacías que suenan a rutina,
desorientados por unas transformaciones socio-políticas llenas de
desesperanza, que han puesto en evidencia la flaqueza en la fe de muchos y
descendientes de una generación marcada por un ritualismo inoperante,
pero al mismo tiempo sedientos de trascendencia, hambrientos de
espiritualidad y abiertos al misterio, la juventud corre el riesgo de inventarse
sus propios ídolos.

La iniquidad tiene sus raíces en los patrones de exclusión, en la


discriminación social basada en rasgos poblacionales y en los sistemas de
privilegios. A pesar de que la Constitución Política mexicana consagra el
ejercicio de los derechos en igualdad de condiciones para todos los
ciudadanos mexicanos, la brecha entre diferentes grupos de población en el
acceso a todo tipo de recursos y en el control sobre éstos es muy profunda.

Pero, más allá de la dramática desigualdad en la distribución de ingresos, que


deja en condiciones de miseria a gran parte de la población, existe una
exclusión social manifiesta a través de disparidades agudas en los niveles de
poder y reconocimiento social, de participación política, de libertad
individual, de educación, de salubridad y expectativa de vida, de seguridad
personal, de organización colectiva y de acceso a servicios básicos, entre
muchas otras desigualdades que afectan de manera importante a la
población joven. Los patrones de distribución de todos estos recursos
sociales son determinados fundamentalmente de acuerdo con un criterio
poblacional. En otras palabras, la posición relativa de ventaja o desventaja
social depende, sobre todo, de atributos de tipo poblacional como el género,
la edad, la etnia y la cultura, en relación dinámica con su ubicación territorial.

Los jóvenes, principalmente, son un sector de la población que es


discriminado y excluido tanto por otros jóvenes con características
diferentes, como por la población en general. El pertenecer a cierto grupo en
el que se comparten ideas, formas de vestir, música, lugares que frecuentar,
tipo de escuela hace que exista una diversidad de expresiones y grupos
juveniles que no sólo indican una forma de vestir sino también de ser. Esta
diversidad hace que muchas veces los jóvenes sean discriminados y hasta
violentados debido a su apariencia, ya que es vista en ocasiones como
sinónimo de violencia y delincuencia.

Mediante estas operaciones ser joven equivale a ser peligroso, drogadicto o


mariguano, violento; se recurre también a la descripción de ciertos rasgos
faciales o de apariencia; por ejemplo, se dice: "dos peligrosos sujetos jóvenes
de aspecto cholo", "el asaltante de cabello largo y rasgos indígenas".
Entonces, ser un joven de los barrios periféricos o de los sectores marginales
se traduce en ser violento, vago, ladrón, drogadicto, malviviente y asesino
real o en potencia (Reguillo, 1999).

Por ejemplo, la irrupción de las expresiones juveniles se ha presentado en un


clima social definido por el incremento mundial de la violencia, lo cual ha
llevado a estigmatizaciones recurrentes sobre los movimientos juveniles,
principalmente contra aquéllos protagonizados por los jóvenes de las clases
populares.

Exclusión y discriminación social, una causa de violencia juvenil

Los jóvenes son discriminados en diferentes ámbitos, por ejemplo, en el


ámbito laboral, la mayoría de los empleos indican como requisitos que no se
tengan perforaciones, tatuajes, cabello largo en los hombres, que no
provengan de escuelas públicas (esto tuvo un mayor auge antes y durante la
huelga de la UNAM, en 1999, periodo durante el cual se señalaba que no se
admitían egresados de dicha institución), etcétera.

También varios centros nocturnos o llamados antros restringen la entrada a


ciertos jóvenes, por ejemplo, si son morenos, por el tipo de ropa, si no llevan
moto o automóvil, si no cumplen con las características impuestas o que van
en contra de las políticas del lugar.

De la misma forma, en algunos centros comerciales, como Perisur y Santa Fe,


se ha observado que existe una gran discriminación hacia los jóvenes que van
en grupo, sobre todo si pueden ser identificados como punks o cholos, o que
pertenecen a alguna clase social baja; de inmediato son detenidos y
expulsados del centro debido a que se les considera proclives a cometer
algún robo en las tiendas o daños dentro del inmueble.

La no aceptación y poca tolerancia hacia los grupos restringidos, como los


punks de la ciudad de México, marcan un intento de segregar y eliminar
cierto tipo de prácticas culturales propias de micro universos sociales.

Las formas del habla relacionadas con la acentuación, la velocidad y la rítmica


marcan un sentido de identidad y de procedencia, ya que la propia geografía
del país ha permitido diferenciar a sus habitantes en centro, norte y sur.
Baste con escuchar alguno para notar las diferencias culturales que no sólo
pondrán en evidencia las formas que adoptará el segregacionismo que se
practica en México, sino que marcarán fronteras, a manera de límites entre
diversos rasgos identitarios característicos de una u otra región del país. Los
jóvenes no sólo son discriminados por el resto de la sociedad, sino también
por otros jóvenes que no comparten ciertas características o rasgos físicos,
culturales, sociales o religiosos.

En nuestro país, los jóvenes han sido un sector de la población marginado en


todos los aspectos. El hecho de que su comportamiento, sus expresiones o su
rebeldía no sean tolerados por la sociedad los ha llevado a expresarse de
diferentes maneras, principalmente por medio de manifestaciones artísticas,
por ejemplo el graffiti, la pintura y la música. Pero no solamente al hablar de
jóvenes se alude a aquéllos que pertenecen a alguna expresión juvenil como
los punk, cholos, etc; es decir, no se trata de generalizar, sino también se
habla de todos aquéllos que son excluidos y discriminados solamente por su
condición de joven, por su condición social, el sexo, el color de la piel, la
religión, el estado civil, las orientaciones sexuales, el nivel educativo y el tipo
de escuela (si es privada o pública), la ocupación, los gustos musicales, los
gustos en el vestir, etcétera.
Sin duda alguna, el deterioro de las instituciones que ofrecen educación
pública y trabajo, la crisis de las instituciones políticas y de las propias
instituciones sociales comunitarias son el contexto de realidad para los
jóvenes de hoy. La sociedad formal ya no les ofrece opciones.

Debido a que el problema de época no es el proceso de cambio social, sino el


de exclusión y la discriminación con que dichas transformaciones operan a
nivel de las nuevas generaciones, las aspiraciones de ascenso en la escala
social se ven socavadas por la crisis y la reconversión de los mercados y el
progresivo deterioro de la calidad y el prestigio social que brinda la educación
formal. Ser joven y tener un título ya no son condiciones que garanticen un
camino de progreso.

Los nuevos usos tecnológicos y las restricciones de calificación que presenta


el mercado de trabajo afectan de manera especial a los jóvenes. Lejos está el
sistema educativo de poder brindar salidas profesionales de acceso universal
en favor de las nuevas generaciones.

El empleo, aunque informal o precario, es en general escaso y de acceso


privilegiado; pero mucho más improbables y restrictivos son todavía los
ámbitos ocupacionales capaces de brindar un ingreso digno, estabilidad
laboral, formación profesional y desarrollo personal para los jóvenes.

Para muchos adolescentes y jóvenes, la mendicidad, las actividades ilegales y


el desaliento social constituyen verdaderas estrategias de vida y únicas
opciones de realización personal y colectiva en un contexto económico y
cultural cada vez más hostil para determinados perfiles sociales.

En cualquier caso, resulta evidente que existen cada vez mayores dificultades
inerciales para que los jóvenes accedan a una educación de calidad y a la
altura de las exigencias formativas que impone la tecnificación y la
modernización alcanzada por la estructura productiva actual.

Para la mayoría de los jóvenes expulsados del sistema educativo, su principal


expectativa es acceder a un empleo precario; y la mejor, el poder mantenerlo
el mayor tiempo posible bajo cualquier condición.

Estos y otros elementos hacen que al referirnos a los jóvenes se haga especial
mención a la exclusión social, vista como una manifestación de la violencia.
Ser joven ya no forma parte de un imaginario de prosperidad social o
progreso personal, sino que constituye una condición que muy
probablemente deriva en una nueva forma de marginalidad e injusticia, ya
que viola el derecho a una vida digna.

Estos jóvenes deben afrontar el desaliento o la imposibilidad de estudiar; a la


vez que deben responder a la presión de proveer ingresos familiares o asumir
responsabilidades domésticas.

Siguiendo esta trayectoria, son muchos y variados los testimonios que


muestran cómo los jóvenes de los sectores populares hacen trabajos de
cualquier tipo con el único objetivo de apoyar la mera supervivencia, sin otra
perspectiva ni oportunidad. Cuando pueden, recurren al grupo familiar con la
esperanza de seguir estudiando; la mayoría de las veces no tienen alternativa
y están obligados a dejar los estudios para aceptar cualquier trabajo; muy
temprano enfrentan el desempleo y luego el desaliento, y más tarde o más
temprano se encuentran ante las actividades ilegales que ofrece la
marginalidad urbana como única posibilidad de movilidad social.

Las mujeres, tempranamente embarazadas, sin dejar de atender la


reproducción del hogar, se enfrentan a la obligación de tener que aportar
ingresos, trabajar, mendigar o generar alguna actividad informal bajo
condiciones de alta autoexplotación; sin ninguna expectativa de desarrollo
personal. En el mejor de los casos, estos jóvenes suman mano de obra barata
y flexible al mercado. La mayoría de los hogares de estos jóvenes no pueden
escapar de la pobreza, y sólo pueden sobrevivirla en el marco del
asistencialismo público, de la informalidad social y económica o a través de
actividades no legales.

De esta manera, sin trabajo, sin redes de contención, sin las habilitaciones
educativas y sociales exigidas por el mercado ni oportunidades para
obtenerlas, estos jóvenes quedan fuera de la sociedad formal y se refugian
en las estructuras invisibles de la pobreza y la marginalidad. Finalmente,
tanto el mercado como el orden social oficial sospecha de ellos, los persigue
y los juzga, ejerciendo violencia contra su persona y su identidad,
etiquetándolos en el mayor de los casos como posibles delincuentes o
delincuentes.

Las inhabilitaciones que imponen la desigualdad social y la crisis de


oportunidades afectan especialmente a aquellos hogares de escasos recursos
materiales, afectados por la desocupación y la descalificación social, y en
donde las redes familiares, comunitarias e institucionales de integración
están seriamente debilitadas o son inexistentes.

Es en tales hogares donde se sufre más directamente la desvalorización del


capital material, social y cultural acumulado por anteriores generaciones, y
en donde, finalmente, la posibilidad de delegar dicho capital a las nuevas
generaciones dejóvenes se torna en un hecho prácticamente imposible. El
hecho genera así un efecto multiplicador: la reproducción intergeneracional
de la exclusión como un fenómeno cada vez más generalizado.
Al respecto, parece pertinente destacar que tanto las aspiraciones como las
posibilidades de integración de los jóvenes de hoy —igual que para otros
sectores— se ven socavadas por un proceso más general de exclusión y
desigualdad cuyos componentes fundamentales merecen ser precisados:

1. Escasez de las oportunidades de empleo, los cambios que experimentan


las relaciones laborales y de mercado, y su impacto sobre los ingresos, las
condiciones de trabajo y la seguridad social.

2. La fragilidad de las redes sociales de contención, reciprocidad y protección,


con referencia específica al cambio de rol de las instituciones del Estado
responsables de la provisión de servicios sociales, los cambios en la
configuración familiar, los procesos de desintegración de las redes barriales.

3. El creciente predominio de símbolos y reglas de discriminación,


segregación e inhabilitación que definen en forma desigual la estructura de
oportunidades, éxitos y fracasos sociales.

Pero estos argumentos no sólo permiten caracterizar más concretamente la


actual problemática juvenil, sino que también deben servirnos para
reflexionar sobre cuál va a ser el futuro próximo de estas generaciones y de
sus descendientes, igual o mayormente enfrentados a ambientes
institucionales, familiares y comunitarios de exclusión.

Como puede observarse, existe una situación de vulnerabilidad sobre los


jóvenes, aunado a ello se encuentran turbulentas condiciones
socioeconómicas en varios países, lo que ocasiona una gran tensión entre los
jóvenes, agravando directamente los procesos de integración social, y en
algunas situaciones fomentando el aumento de la violencia y la criminalidad.
La situación en México

Desde una perspectiva estructural, el problema se expresa en mayores


dificultades para continuar en forma exitosa el sistema educativo y, por
consiguiente, en los crecientes obstáculos para acceder al mercado de
trabajo moderno, lo que entre otros efectos termina complicando la
formación de núcleos familiares propios y las probabilidades de movilidad
social futura.

De esta manera, la heterogeneidad de la demanda conlleva a una oferta de


calificaciones y oportunidades segmentadas. Por lo mismo, la trayectoria
educativa y la experiencia del primer empleo han dejado de ser el camino
compartido que permitía formar una identidad profesional y la garantía de
una movilidad social ascendente en la vida de los jóvenes; es decir, tales
instituciones parecen haber perdido su centralidad como ámbitos de
integración simbólica y real de los nuevos jóvenes a la sociedad. Todo lo cual
ha ayudado a generar una heterogénea estructura de opciones, intereses y
estrategias alternativas, a la vez que variadas y complejas cosmovisiones por
parte de los jóvenes.

El campo educacional ha perdido su función tradicional como ruta común


hacia la identidad social en la vida de los jóvenes; es decir, ha desaparecido
su centralidad como ámbito de interpretación e integración simbólica, de
estructuración de proyectos y expectativas de vida.

Al respecto, estudios realizados muestran la validez empírica de los


siguientes argumentos:
1. No sólo hay actualmente más jóvenes en general, así como más jóvenes
pobres en particular, sino también es mayor la probabilidad de que tales
grupos poblacionales pertenezcan a hogares que presentan escasas
oportunidades de integración familiar y social. Esto último cabe vincularlo al
hecho de que es mayor la probabilidad de que hogares particulares registren
alto riesgo ocupacional, económico y demográfico.

2. El mayor déficit educacional y ocupacional ha multiplicado las


probabilidades de que los jóvenes de sectores de bajos recursos enfrenten
situaciones de exclusión social en términos de no poder continuar estudios ni
tampoco obtener un empleo. Losjóvenes socialmente excluidos han
aumentado cada vez son más pobres y generalmente provienen de familias
donde se produce violencia familiar.

3. La frágil o deficitaria integración social que padecen actualmente los


jóvenes no puede ser de ninguna manera atribuida a cuestiones culturales o
de anomia social. Ha sido particularmente significativo el esfuerzo laboral
puesto por los jóvenes de los sectores de más bajos ingresos en dirección a
superar las condiciones familiares y personales de desempleo y pobreza. Sin
embargo, tal esfuerzo no tiene resultados compensatorios; ni las
probabilidades de éxito tienden a distribuirse en forma equitativa al interior
de la estructura social (Salvia, 1997).

En nuestro país sobran ejemplos de la exclusión social de los jóvenes, un


primer ejemplo lo constituye el ámbito educativo.

En lo que se refiere a la deserción escolar, se destaca que del porcentaje de


jóvenes que en el año no asistían a la escuela, 97 por ciento (Narro, 2002)
abandonó los estudios en algún momento de su trayectoria escolar (excepto
aquellos que concluyeron una carrera del nivel medio superior),
convirtiéndose en desertores del sistema educativo, de los cuales, quizá una
alta proporción se encuentre en rezago educativo, esto es, no cuenta aún con
la secundaria terminada.

De los jóvenes que desertaron del sistema educativo, 35.2 por ciento lo
hicieron por causas económicas (falta de dinero o porque tenía que trabajar).
La falta de dinero o la necesidad de trabajar son causas de deserción escolar
en una proporción importante dejóvenes; esto aparece íntimamente ligado a
la condición social y económica de las familias, aunque también es
importante la función misma de la escuela y del sistema educativo, que
puede contribuir a reducir este problema otorgando becas escolares o
instaurando programas flexibles para alumnos que trabajen y estudien, entre
otras acciones que puedan realizarse.

La Encuesta Nacional de la Juventud 20001 (ENJ) señala que entre los 12 y los
14 años de edad no acuden a la escuela 11.6 por ciento de adolescentes; de
los 15 a los 19 años de edad no acuden 41.3 por ciento, y que al llegar a los
19 años de edad más de 75 por ciento de jóvenes ha abandonado la escuela
por motivos económicos y falta de acceso en su localidad, principalmente. El
problema de la asistencia a la escuela es la necesidad de preparación más
especializada en los centros de trabajo. En México, cuando los adolescentes
cumplen 19 años de edad, han abandonado la escuela cerca de 89 por ciento
de ellos.

Un segundo ejemplo es la falta de puestos de trabajo o las malas condiciones


laborales cuando los jóvenes logran un empleo, ya que en la actualidad los
adolescentes forman una parte importante de la población económicamente
activa. Cada año se agregan al mercado de trabajo personas menores de 20
años de edad y para el año 2000 los hombres menores de 19 años que
participaban en el campo laboral eran cerca de 44 por ciento del total de
ellos; en tanto que sólo 24 por ciento de las mujeres trabajaban; incluyendo
jóvenes sin distinción de género, 35.8 por ciento del total trabajaban
entonces. La tasa de participación en el campo laboral varía de acuerdo con
la edad, sin embargo, es de notar que ocho por ciento de adolescentes de 12
a 14 años de edad ya se encuentran en el mercado de trabajo siendo esto
más notorio en los hombres. En adolescentes de 15 a 19 años de edad, la
tasa de participación promedio es de 35 por ciento.

El que los adolescentes participen en los procesos productivos tiene


implicaciones diversas en cuanto a la calidad del trabajo que asumen, y este
es el problema en realidad, ya que la calidad del trabajo desde nuestra
perspectiva de salud debe contar con los siguientes atributos: tener jornadas
de trabajo acordes con la edad del sujeto, contar con un salario equitativo,
tener derecho a la seguridad social, tener normas básicas de seguridad e
higiene acordes con la ley y contar con prestaciones adicionales. Muchas de
las cuales no se cumplen en su mayoría.

Los adolescentes que se agregan a la planta laboral en nuestro país lo hacen


por problemas económicos de la familia y la sociedad, lo que es seguido del
abandono escolar, además de la forma en la que ellos se desempeñan
cuando son económicamente inactivos.

Otro de los problemas que se relacionan con lo anterior —y que aún tiene
que ver con los aspectos de exclusión— es la falta de salud y orientación para
los adolescentes. El acceso a los servicios de salud en la población es medido
a través de la derechohabiencia (DH) a la seguridad social. Entre la población
general, la DH es de 40 por ciento para todo el país, aunque para
adolescentes de 10 a 19 años de edad es tan sólo de 35.6 por ciento. De
todos los adolescentes, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS)
asegura solamente a 28.4 por ciento y el Instituto de Seguridad y Servicios
Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE) a 5.6 por ciento,
porcentajes inferiores a aquéllos de la población general. No existe ninguna
estadística confiable que nos permita conocer la intensidad de uso de los
servicios de salud en sus diferentes modalidades por parte de adolescentes;
solamente el Sistema de Información en Salud para Población Abierta 2000
nos permite apreciar que siete por ciento de toda la consulta externa de
primer nivel de atención nacional es ofrecida para la población de entre 10 y
19 años de edad.

Una de las causas de que la mayor parte de la población juvenil no tenga


acceso real a los servicios de salud es que no está asegurada por carecer
trabajo o porque no se encuentra estudiando.

Ahora bien, estos problemas estructurales de la sociedad mexicana tienen


bastante relación con el aumento de la delincuencia juvenil y con la
percepción social de la problemática. Por ejemplo, la Encuesta de
Victimización y Percepción de la Seguridad Pública Nacional Urbana
(EVPSPNU),2 elaborada por la Unidad de Análisis sobre Violencia Social del
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y México Unido contra la
Delincuencia, mostró una serie de resultados acerca de la percepción de la
inseguridad y delincuencia en México. De esta manera se observó que
aunque mucha gente tiende a atribuir la delincuencia a la falta de
oportunidades de desarrollo, existen, diferencias en cuanto al lugar que
ocupa esta concepción, pues se da una variación dependiendo la edad, la
escolaridad y el estrato socioeconómico al que pertenecen los entrevistados.

Al diferenciar las respuestas por grupos de edad, encontramos que la


mayoría de la población considera como la principal causa generadora de
delincuencia la desintegración familiar, quienes más piensan así están
ubicados en el grupo de edad de 46 a 60 años.

El único grupo de edad que consideró la crisis económica y la pobreza como


desencadenadoras de la conducta delictiva fue el de los adultos mayores de
60 años.
Los jóvenes y adultos de menos de 60 años consideraron como segundas
causantes de la delincuencia a la crisis económica y la pobreza, seguidas por
el alcohol y las drogas; pero para las personas mayores de 60 años el segundo
lugar lo ocupan las drogas y el alcohol, seguidos de la desintegración familiar.
Este comportamiento de los datos se puede explicar en parte porque los
menores de 60 años conforman principalmente la fuerza productiva y al
mismo tiempo los desempleados.

Entre los resultados más sobresalientes se puede observar que las personas
con nivel socioeconómico alto ven como principal causa de la delincuencia las
drogas y el alcohol; las personas de estrato socioeconómico bajo se inclinan
más a pensar que la desintegración familiar produce delincuencia, lo mismo
ocurre para el estrato medio.

Para las personas entrevistadas que no tienen estudios escolares o primaria,


la principal causa de la delincuencia se debe al consumo de drogas y alcohol.
Para quienes estudiaron la secundaria y el bachillerato, la principal causa es
la desintegración familiar. Y para quienes tienen estudios superiores, la crisis
económica es el principal factor, además de que para este grupo la
corrupción e ineficiencia de las autoridades judiciales tienen gran peso en la
propagación de la delincuencia, y por eso se ubica como tercera causa para
ellos.
Aunque se aprecian algunas diferencias entre la percepción de los
entrevistados, se observa la existencia de una firme creencia entre la
población de que la carencia de esparcimiento, trabajo, salud y bienestar es
una causa muy fuerte para desencadenar la delincuencia; sin embargo, no
habría que desechar otras posibles causas, ya que sólo el estudio de la
relación de todas las variables puede conducir a un análisis más objetivo del
fenómeno de la delincuencia, lo cual ayudaría en la planeación de proyectos
y de medidas para contrarrestar los efectos y causas de la delincuencia.

Ahora bien, más allá de las causas atribuibles a los fenómenos de violencia,
es necesario considerar las perspectivas teóricas sobre la delincuencia y su
relación con los jóvenes, así como la manera en que ocurre este fenómeno
en México. Estas y otras preguntas intentarán analizarse líneas abajo.

La delincuencia: una estrategia de sobrevivencia juvenil

Delincuencia

La delincuencia es un fenómeno mundial, pues se extiende desde los


rincones más alejados de la ciudad industrializada hasta los suburbios de las
grandes ciudades, desde las familias ricas o acomodadas hasta las más
pobres. Es un problema que se da en todas las capas sociales y en cualquier
rincón de nuestra civilización. Es como una plaga que se ha extendido por
todas partes, robos, tráfico de drogas, actos de terrorismo, violaciones,
asesinatos, violencia callejera, amedrentamiento ciudadano, etcétera.

La delincuencia es una forma de inadaptación social y al producirse esa


anomalía se da un desafío a la misma sociedad y a su normativa de
convivencia. Pero los caminos que conducen a la delincuencia son múltiples y
muy diferentes unos de otros, de ahí que podamos afirmar que la
delincuencia es poliforme. Aquí tratamos más bien de la delincuencia
agresiva.

La cuestión sobre el concepto de delincuencia juvenil nos obliga, ante todo, a


esclarecer dos términos: delincuencia y juvenil, además de ver en su justa
dimensión qué es lo que lleva a un individuo a ser calificado y caracterizado
como delincuente.

La delincuencia es una situación asocial de la conducta humana y en el fondo


una ruptura de la posibilidad normal de la relación interpersonal. El
delincuente no nace, como pretendía Lombroso según sus teorías
antropométricas o algunos criminólogos constitucionalistas germanos; el
delincuente es un producto del genotipo humano que se ha maleado por una
ambientosis familiar y social. Puede considerarse al delincuente más bien que
un psicópata un sociópata. Para llegar a esta sociopatía se parte de una
inadaptación familiar, escolar o social (Izquierdo, 1999: 45).

De tal forma que los delincuentes tienen un denominador común:


incapacidad de adaptación al medio social: unos dañan duramente la
convivencia social con su comportamiento debido a su íntima estructura,
otros no respetan las normas establecidas por no haberse identificado y
socializado; otros se enfrentan violentamente contra las normas llegando a
un cierto vandalismo intolerable en una sociedad democrática y en un
mundo civilizado; otros carecen del espíritu de trabajo y esfuerzo para
realizarse como personas. Han surgido siguiendo los derroteros de la
ociosidad, el juego, el abandono de la escuela o el trabajo, han consagrado su
vida a la diversión desordenada, sin jerarquía alguna de valores y sus
acciones llegan al límite de la violencia y a la delincuencia.
Ante todo, siempre se ha considerado que la delincuencia es un fenómeno
específico y agudo de desviación e inadaptación. En este sentido, se ha dicho
que la delincuencia es la conducta resultante del fracaso del individuo en
adaptarse a las demandas de la sociedad en que vive. De tal manera que el
núcleo de la delincuencia reside en una profunda incapacidad de adaptación
sobre todo con respecto a la integración social.

Sin embargo, la delincuencia es un típico fenómeno de la psicología social. En


el problema de la delincuencia debe centrarse en dos estructuras típicas: la
estructura individual de la personalidad y la estructura ambiental en la que se
ha movido el delincuente.

La estructura individual de la personalidad

Si el delincuente procede de un ambiente civilmente evolucionado, las causas


de la violencia hay que buscarlas más bien en un desequilibrio emotivo, de
los sujetos, en su propia neurosis, con fuerte represión de la agresividad, en
casos de personalidades psicopáticas, con taras constitucionales, en débiles
mentales con fuertes conflictos familiares. A veces inciden varias de estas
causas. El delincuente se muestra siempre afectivamente inmaduro, con
poco equilibrio de impulsos, controles y objetivos con muy poca aceptación
de las realidades de la vida y con abandono fácil a fantasías infantiles, cambio
frecuente en el tipo y evolución de los intereses emocionales, disminución
progresiva en la capacidad para aceptar las causas de frustración y poca
maleabilidad en la adaptación a las circunstancias normales de la vida
(Izquierdo, 1999: 45).

Se dice que el delincuente muestra una actitud inmadura que se extiende


hacia distintas formas de actividad. Para este tipo de individuos el día no es
un tiempo que pueden dedicar a su promoción profesional, sino una sarta de
ocasiones en búsqueda de una oportunidad de fuga del orden, de la
disciplina, de la autoridad. No toleran ninguna forma de humillación ni
cualquier amenaza, por pequeña que sea, que suponga un riesgo de su
imaginaria superioridad.

Su mismo cuerpo y atuendos ordinarios son todo un signo exterior de la


misma inmadurez. Se miran a sí mismos con un fuerte nivel emotivo. En sus
vestidos, adornos, tatuajes, dan con frecuencia elementos sádicos o de fuerte
intención exhibicionista. Afectivamente pobres, sufren psíquicamente
frecuentes estados de ansiedad, sentimientos de culpabilidad y viven en
formas de coloración más bien depresiva ((Izquierdo, 1999: 48).

En estas condiciones su vida social está enmarcada en grupos cerrados,


donde pueden ser comprendidos y donde de forma directa o indirecta se
están viviendo los mismos sentimientos: antiorden, antiautoridad,
antidisciplina y antisociedad organizada. En este grupo —banda—
encuentran fácil catalización de sus intereses emocionales y de su instinto
comunitario, encuentran vivenciados los valores que la otra sociedad
conculca y persigue.

Quizá sea esta misma sociedad que llamamos normal —la otra para ellos— la
que mantiene estas formas de reacción agresiva e impide la recuperación de
un sujeto cuando ha llegado a la delincuencia.

En la sociedad existen unos padres que con mucha frecuencia son


incompetentes para su misión de educar, una escuela con gran afán de
culturizar a partir de aumentar la capacidad informativa, pero no ocupada o
preocupada de la problemática psicoafectiva de los sujetos que se educan,
una sociedad con unas circunstancias económicas laborales, de convivencia,
que están apuntando hacia el desajuste, el libertinaje, la indisciplina,
etcétera.
El agresivo delincuente no es un ser extrasocial, ya que pertenece de hecho y
de derecho al patrimonio de la sociedad donde se da. De ninguna manera
puede considerarse como un ser extrajurídico y cada vez que estudiamos
este problema debemos catalogar el delito como un hecho social que acusa
en forma violenta a la sociedad donde se da y sólo por el hecho de
producirse, y esto, tanto más fuertemente cuanto más le rechazan.

La estructura ambiental

Ha sido frecuente considerar el fenómeno de la delincuencia como una


realidad exclusivamente individual; sin embargo, la delincuencia es un
fenómeno estrechamente vinculado a cada tipo de sociedad y es un reflejo
de las principales características de la misma, por lo que, si se quiere
comprender el fenómeno de la delincuencia, resulta imprescindible conocer
los fundamentos básicos de cada clase de sociedad, con sus funciones y
disfunciones.

Por ejemplo, si mejora la situación económica del país, disminuye el índice de


desempleo; al disminuir el índice de desempleo, disminuye la delincuencia;
además, la mejora de la situación económica a la larga incide positivamente
en el índice de escolaridad, y esto trae como consecuencia una disminución
en la delincuencia juvenil. Y viceversa, al aumentar la población aumenta la
delincuencia juvenil y aumentan los centros de rehabilitación. Al aumentar el
índice de drogadicción, aumenta la delincuencia juvenil.

Esto puede verse si se quiere de manera muy determinante, y lo es, en cierta


medida, pero lo importante aquí es señalar que los factores sociales
determinan en cierta medida la producción de delincuentes y violencia en las
sociedades.
En la lista siguiente se puede observar algunas de toda una serie de variables
ambientales que se relacionan y afectan el fenómeno de la delincuencia.

1. El índice de desempleo.

2. La población.

3. La falta de impulso al deporte.

4. Índice de integración familiar.

5. Índice de drogadicción.

6. Índice de escolaridad.

7. Ineficiencia de las autoridades.

A grandes rasgos, puede señalarse que existen cuatro grandes teorías sobre
las variables asociadas con la delincuencia. La primera enfatiza los factores
relacionados con la posición y situación familiar y social de las personas
(sexo, edad, educación, socialización en la violencia, consumo de drogas y
alcohol); la segunda se interesa en los factores sociales, económicos y
culturales (desempleo, pobreza, hacinamiento, desigualdad social, violencia
en los medios de comunicación, cultura de la violencia); la tercera estudia los
factores relacionados con el contexto en el que ocurre el crimen (guerra,
tráfico de drogas, corrupción, disponibilidad de armas de fuego, festividades)
y una cuarta, de corte sobretodo psicológico, que enfatiza los factores de
personalidad del delincuente.

Para la población mexicana no están nada alejadas de la realidad las teorías e


hipótesis que se mencionaron anteriormente, ya que podemos observar en la
gráfica 5 cómo entre la percepción de la población se encuentran diversas
causas generadoras de actos delictivos, y entre ellas hay varias que se
mencionaron.

En general, la principal causa generadora de la delincuencia, para los


habitantes de las zonas urbanas del país, es la desintegración familiar, en
segundo lugar, la crisis económica y la pobreza, seguida por el consumo de
drogas y alcohol. Estos resultados están íntimamente relacionados con las
creencias de que la familia es la principal institución formadora de valores y
en ella recae la responsabilidad de los actos de sus miembros. Por otro lado,
existe la idea de que la actual situación que enfrenta el país en materia
económica, política y social ha llevado a un número cada vez más alto de
personas a delinquir.

De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad Autónoma


Metropolitana, la representación que tienen los sujetos de la violencia
delictiva está estructurada en el estereotipo y creencias que se tienen del
delincuente. A partir de esta representación se va estructurando la
explicación otorgada a la delincuencia y de sus efectos sobre la población. En
este mismo estudio se encontraron relaciones entre las causas de la
delincuencia y las medidas para combatirla.
Por un lado, se encontró a la familia como causa inmediata de la conducta
del delincuente. Un delincuente se comporta así porque vive en un ambiente
de agresividad: familia, colonia, amigos.

Entre las causas internas se enfatizó la personalidad del delincuente. Aquí los
delincuentes tienen mayor responsabilidad de lo que hacen porque este
comportamiento es voluntario, de esta manera existe un juicio más
desfavorable en cuanto a la posibilidad de combatir el delito, ya que los
sujetos tienen la decisión de ser como son y nadie los obliga.

Se encontró también que la droga está asociada a la personalidad del


delincuente, sólo que de manera distinta entre las personas que han sido
victimizadas y las que no. Los victimizados piensan que los delincuentes usan
el dinero para comprar droga. No existe una excusa razonable para delinquir.
Por otro lado, los delincuentes actúan bajo la influencia del alcohol y por lo
tanto no son conscientes de lo que hacen. Además de que la droga les da
fuerza para delinquir y para actuar sobre otra persona.

Otra causa externa y no atribuible al delincuente es la corrupción en las


autoridades encargadas de la impartición de justicia. Esta corrupción provoca
injusticia e impunidad porque la mayoría de los delitos no son resueltos y los
delincuentes salen libres con una "mordida".

Otra de las explicaciones brindadas fue que la situación que impera en el país
(pobreza, el desempleo, etc) obliga a delinquir. Aquí, si se quiere terminar
con la delincuencia, es necesario que primero se resuelva la situación actual
del país. La responsabilidad se deslinda de la persona que delinque, el
problema no sólo está en ellos, sino en la sociedad en que vivimos. Por ello la
delincuencia puede ser reducida creando las condiciones óptimas para que la
gente no delinca.
Por lo anterior, la sociedad debe tomar conciencia de que ella misma es, en
gran medida, con sus estructuras injustas, responsable de la delincuencia y
de la obligación que ella tiene de colaborar intensa y eficazmente en la
resolución de la problemática de la violencia y agresividad juvenil. La
sociedad debe afrontar el problema de la violencia callejera y la situación
actual del encarcelamiento de los delincuentes jóvenes, no tanto desde
aspectos jurídicos y penales y de tranquilidad social, sino desde las causas
que la generan.

La prisión en la actualidad es un sinsentido; se trata del último reducto al que


debieran acudir los jóvenes delincuentes. La prisión agrava la situación,
destruye los valores de la persona y se convierte en enclave de la alienación,
cuando no de violencia, soledad, vagancia, incomprensión y amoralidad e
inmoralidad. La cárcel es generadora de nuevas y más graves delincuencias.
Los estigmas de la prisión son desgarradores y crueles, perduran durante
gran parte de la vida y por lo regular el interno queda traumatizado para
siempre.

Delincuencia juvenil

Un análisis profundo de la etiología de la delincuencia juvenil nos indica que


este fenómeno es con frecuencia una respuesta personal a una agresión
social. La sociedad ha negado al joven algo que le era necesario. La culpa del
delito debe ser repartida entre la sociedad y el delincuente. La violencia viene
a ser una respuesta a ese vacío existencial que experimenta la juventud, es el
efecto personal y colectivo de una reproducción social más profunda y más
grave.

En algunos jóvenes, la delincuencia es algo transitorio, utilizado para llamar la


atención a falta de autodominio, mientras que para otros se convierte en
norma de vida. Cuanto más joven sea el delincuente, más probabilidades,
habrá de que reincida, y los reincidentes, a su vez, son quienes tienen más
probabilidades de convertirse en delincuentes adultos.

Un estudio realizado por Philip Feldman reseña un análisis sobre relación


entre la delincuencia juvenil y la clase baja. Feldman concluye que la clase
baja tiene más probabilidad de ser investigada, arrestada por sospechosa,
permanecer en prisión, ser llevada a juicio, ser hallada culpable y recibir
castigo severo, que cualquiera de las otras clases sociales. Pero aunque la
delincuencia continúa ligada a la miseria, su práctica se ha extendido
últimamente a los grupos socioeconómicos medios y altos.

La delincuencia juvenil alcanza, de ordinario, su punto máximo entre los 13 y


15 años de edad; pues, es un periodo en el cual el menor tiende
particularmente a relacionarse con los otros chicos de su edad. Las
actividades ilegales que desarrollan jóvenes se manifiestan más agudamente
en la adolescencia, cuando el joven está más capacitado para realizar
acciones por cuenta propia.

La influencia del medio en el desarrollo de la delincuencia juvenil es también


muy importante, los niños colocados en un medio muy pobre o que viven en
condiciones difíciles están fuertemente tentados de descifrar su existencia
por el robo o por la búsqueda de consolaciones dudosas. Estas son una de las
razones del enorme número de condenas por delincuencia juvenil durante la
guerra, las privaciones, los cambios del medio social, la inquietud y el medio
han ejercido una influencia disolvente y han dado un golpe a la vida moral,
de la cual todavía no se ha repuesto en los ambientes donde hay malas
viviendas, donde reina la promiscuidad y la miseria, es donde se encuentran
la mayor proporción de delincuentes juveniles.
Lo que podemos establecer es que la violencia actual se nutre de factores
históricos, demográficos, psicológicos, económicos y sociales, entre otros,
por ello es fundamental definir el concepto de violencia como toda aquella
acción u omisión que mediante el empleo deliberado de la fuerza, ya sea
física o emocional, logre o tenga el propósito de someter, causar daño u
obligar a un sujeto a efectuar algo en contra de su voluntad.

La violencia, teniendo a los jóvenes como víctimas o victimarios, está


íntimamente vinculada a la condición de vulnerabilidad social de estos
individuos. La vulnerabilidad social es tratada aquí como el resultado
negativo de la relación entre la disponibilidad de los recursos materiales o
simbólicos de los actores, sean individuos o grupos, y el acceso a la
estructura de oportunidades sociales, económicas, culturales que provienen
del Estado, del mercado y de la sociedad.

Este resultado se traduce en debilidades o desventajas para el desempeño y


movilidad social de losjóvenes. El no acceso a determinados insumos
(educación, trabajo, salud, ocio y cultura) disminuyen las posibilidades de
adquisición y perfeccionamiento de esos recursos que son fundamentales
para que los jóvenes aprovechen las oportunidades ofrecidas por el Estado,
el mercado y la sociedad para ascender socialmente. Además, diversas
modalidades de separación de los espacios públicos de sociabilidad y la
segmentación de servicios básicos (en especial la educación) concurren para
ampliar la situación de desigualdades sociales y la segregación de muchos
jóvenes. Por otro lado, influyen también los impactos desintegradores de un
modelo de crecimiento económico a nivel global y nacional, que ha reforzado
la polarización del ingreso y la riqueza entre países y personas, generando
pobreza, exclusión y menor bienestar, particularmente para las jóvenes
generaciones.

Especialistas en atención a los jóvenes coinciden en que la principal causa


que explica ese inquietante fenómeno social tiene que ver con el descenso
de la calidad de vida de la juventud mexicana. En México existe una enorme
cantidad de jóvenes que son víctimas de un modelo social que conduce a la
violencia social, a las drogas y al alcohol, a la deserción escolar y la
delincuencia. Muchos de ellos son niños y adolescentes.

En la revista Proceso del 9 de mayo del 2002, Elena Azaola, consejera de la


Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, menciona "¿qué se
puede esperar de un país donde sólo 17 por ciento de los jóvenes pueden
acceder a la universidad, de una ciudad en la que 24 por ciento de la
población joven no estudia ni trabaja?" Sostiene que desde 1995, la juventud
mexicana no tiene más referentes que la crisis económica, la corrupción, la
violencia, los crímenes, y si a eso se agrega el desgaste del tejido social o la
patología de los vínculos sociales, la situación resulta peor.

El análisis de la criminalidad en México revela un incremento en relación


directa con la cantidad de la población total, en razón de 3.2 por ciento
anual, comparado con 2.5 por ciento para el resto de los países del mundo,
de acuerdo con cifras de la ONU.

En los últimos seis años, el porcentaje de delitos cometidos por menores de 8


a 17 años y jóvenes de 18 a 29 años, que representan una parte importante
de la fuerza productiva del país, registra un insólito crecimiento,
particularmente en el Distrito Federal. De acuerdo con datos estadísticos de
la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), las mujeres
ocupan en la Ciudad de México un porcentaje mínimo en la comisión de los
delitos o al ser víctimas. Las involucradas en hechos delictivos apenas
representan cerca de cinco por ciento de la población y en algunos delitos
como el homicidio sólo uno (Zamora, 2003). Pero a pesar de todo no
podemos negar que la violencia social nos ha conducido a una
transformación en los roles tradicionales, antes la mujer era vista como un
ser débil e incapaz de ejercer violencia; pero aunque todavía aun no se llega
a cifras alarmantes en donde la mujer esté por encima del hombre en cuanto
generadora de violencia, ya está empezando a hacerse presente en el campo
de esta preocupante realidad social (cuadro 1).

Hoy en día, la delincuencia juvenil es mayor a la de otros años, pero con la


característica de que se emplea violencia, porque ya no solamente se
restringe al delito patrimonial y el uso de la violencia verbal, sino que el
menor infractor es más propenso ahora a lastimar físicamente y a humillar a
la víctima, siendo ésta la forma de recriminar a la sociedad que le negó la
posibilidad de ser un individuo productivo. A continuación se presenta la
gráfica 6 en la que se puede observar el tipo de robo según la edad.

El aumento en los índices de delincuencia ha provocado que jóvenes de 21 a


30 años de edad conformen el grueso de la población cautiva en las cárceles
capitalinas, según se desprende del Diagnóstico Interinstitucional del Sistema
Penitenciario presentado en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito
Federal.

En los últimos siete años el número de reclusos en el Distrito Federal ha


pasado de 7 500 a casi 23 000, lo que ha provocado mayor hacinamiento y
más corrupción. Es tal la problemática que envuelve a este sector que 15
079jóvenes de entre 18 y 30 años de edad forman parte de la población
penitenciaria del Distrito Federal. Cerca de 65 por ciento de la población de
los reclusorios del Distrito Federal tienen menos de 25 años, lo que refleja
que no cuentan con alternativas reales de desarrollo (Gascón, 2002). Estos
datos pueden observarse detalladamente en el cuadro 2.
Al tratar a la delincuencia como uno de los puntos más importantes
relacionados con la violencia juvenil, nos damos cuenta del rumbo que puede
tomar esta problemática y así crear conciencia de la necesidad urgente de
proponer y tomar medidas de solución, una de ellas y quizás la más
importante consiste en darle prioridad a la participación de los jóvenes como
protagonistas de su proceso de desarrollo, ya que esto resulta una
alternativa eficiente para superar la fragilidad de esos actores, sacándolos del
ambiente de incertidumbre e inseguridad, pues si bien es cierto que los
jóvenes son los que tienen la energía, la decisión, la valentía para violentar,
también son los más vulnerables y deseosos de experimentar nuevas formas
de existir y ser reconocidos por otros individuos.

La Encuesta Nacional de Inseguridad realizada por el Instituto Ciudadano de


Estudios Sobre la Inseguridad mostró que 54.3 por ciento de los delincuentes
tienen entre 16 y 25 años de edad, es decir, que más de la mitad de los
delincuentes son jóvenes. Solamente tres por ciento son niños menores de
15 años.

Estos datos demuestran que los jóvenes recurren a la delincuencia, siendo el


robo o salto a persona el delito en que más incurren, con 58.2 por ciento de
los casos, utilizando para la perpetración del hecho delictivo navaja o cuchillo
en la mayoría de los casos.

Entre otros datos podemos ver que la delincuencia juvenil está aumentando
cada vez más, por ejemplo, de acuerdo con las estadísticas de la Procuraduría
General de Justicia del Distrito Federal, tan solo en el primer trimestre de
2002 se ha duplicado la cantidad de menores delincuentes con respecto al
mismo periodo de 2001.
Las edades de estos menores oscilan entre los 12 y 17 años, y los delitos en
los que más participan van desde asalto a automovilistas y taxistas, hasta
robo de vehículos y secuestro.

Más alarmante resulta aún que de las 88 bandas reportadas y desmanteladas


por la PGJDF, 9.9 por ciento son encabezadas y operadas por menores en su
totalidad, y en 33 de ellas participaban jóvenes de 12 a 17 años. De los 578
menores detenidos en ese primer trimestre, 80 por ciento tenían entre 15 y
17 años de edad.

Hasta el momento se ha considerado a los jóvenes como generadores de


violencia, sin embargo, debemos reconocer que este grupo también ha sido
víctima de esta problemática. De esta manera los jóvenes no sólo deben ser
vistos como victimarios sino también como victimas.

Como se ha mencionado anteriormente, existen factores que dejan a los


jóvenes excluidos de las estructuras formales (empleo, educación, servicios
de salud, familia, etc), lo que trae consigo otros problemas para la sociedad y
para los jóvenes mismos. Tal es el caso de aquellos jóvenes que son orillados
a recurrir a prácticas ilegales para resolver sus problemas económicos (robos,
secuestros, narcotráfico, prostitución, etcétera.)

Sin embargo, existen otra serie de factores que se relacionan con la


delincuencia juvenil y que son vistos de cierta manera también como factores
de riesgo, algunos de los cuales ya se mencionaron líneas arriba, pero que
valdría la pena ver con mayor profundidad.
Entendido el factor de riesgo como una característica o circunstancia cuya
presencia aumenta la posibilidad de que se produzca un daño o resultados no
deseados, las y los jóvenes, por diversas circunstancias ambientales,
familiares e individuales, frecuentemente desarrollan conductas que son
vistas como factores de riesgo.

Las conductas de riesgo, que a su vez pueden constituir daños más comunes
son: adicciones, (tabaquismo, alcoholismo y drogadicción), exposición a
ambientes peligrosos y violentos, que asociados potencializan la probabilidad
de que las y los adolescentes sufran accidentes, suicidios y homicidios, entre
otros. Otras conductas de riesgo importantes son las relaciones sexuales sin
protección, que pueden llevar a infecciones de transmisión sexual como el
VIH/ sida, y también a embarazos no planeados. También la mala
alimentación, que predispone la desnutrición u obesidad.

Ahora bien, por el fenómeno que estamos analizando, la delincuencia juvenil,


sólo nos referiremos a algunos de los factores de riesgo que tienen mayor
relación —según los teóricos del fenómeno delictivo.

Adicciones

Son muchas las vidas que se pierden en nuestro país todos los días motivadas
por efecto del consumo de productos adictivos y por las enfermedades y la
violencia que se genera en torno a ello. Accidentes, padecimientos crónicos,
incapacidad física y mental, desintegración familiar, delitos sexuales,
corrupción, todo repercute directamente en la salud integral de la sociedad.

La adicción es la actividad compulsiva y la implicación excesiva en una


actividad específica. La actividad puede ser el juego o puede referirse al uso
de casi cualquier sustancia como una droga. Las adicciones pueden causar
dependencia psicológica, o bien, dependencia psicológica y física.

El desarrollo de la adicción se facilita por factores sociales que modifican su


aparición. También existen aspectos sociales en los grupos de uso y adicción
específicos.

La adicción impacta de tal manera la vida del adicto que sus sistemas de
valores cambian para convertirse en toda una cultura diferente, con sus
propias creencias y rituales. Para los adictos, la actividad relacionada con las
drogas llega a ser una parte tan grande de la vida diaria que la adicción
interfiere generalmente con la capacidad de trabajar, estudiar o de
relacionarse normalmente con la familia y amigos. En la dependencia grave,
los pensamientos y las actividades del adicto están dirigidas
predominantemente a obtener y tomar la droga, llegando a un punto tal que
el adicto puede manipular, mentir y robar para satisfacer su adicción.

Los adolescentes pueden estar involucrados de varias formas con el alcohol y


las drogas legales o ilegales. Es común experimentar con el alcohol y las
drogas durante la adolescencia, desgraciadamente, con frecuencia los
adolescentes no ven la relación entre sus acciones en el presente y las
consecuencias del mañana. Los jóvenes tienen la tendencia a sentirse
indestructibles e inmunes hacia los problemas que otros experimentan. El
uso del alcohol o del tabaco a una temprana edad aumenta el riesgo del uso
de otras drogas posteriormente. Algunos adolescentes experimentan un
poco y dejan de usarlas, o continúan usándolas ocasionalmente sin tener
problemas significativos.

Otros desarrollarán una dependencia, usarán drogas más peligrosas y


causarán daños significativos a ellos mismos y posiblemente a otros.
En México, por ejemplo, hay 3 millones 241 mil consumidoras de alcohol,
cigarro y drogas ilícitas. En promedio, la mujer inicia su consumo a los 15
años, lo que nos muestra nuevamente que estamos siendo testigos de una
etapa en la que los roles tradicionales están cambiando de manera negativa
en lugar de positiva, la mujer anteriormente presentaba índices bajos de
adicción a drogas, alcohol o cigarros; ahora compite activamente con el
hombre. De acuerdo con diversos estudios, esto se vincula a la búsqueda por
disminuir los efectos de una relación social que frustra o violenta su posición
en ella. Es por ello que ahora el consumo de narcóticos no sólo es un
problema de salud pública, sino también de seguridad pública (Ruiz, 2003).

Estas adicciones han generado un incremento de los problemas de salud


mental en los jóvenes. Los datos disponibles indican que los problemas
mentales están entre los que contribuyen a la carga global de enfermedades
y discapacidades. Los niños y adolescentes constituyen un grupo que vive en
condiciones o circunstancias difíciles que los ponen en riesgo de ser
afectados por algún trastorno mental. Se reporta que la depresión, los
intentos suicidas y la ansiedad se encuentran entre los trastornos más
frecuentes, aunque la causa más importante de mortalidad entre
adolescentes de 15 a 19 años de edad es por accidentes y violencia.

Las causas accidentales y violentas más frecuentes son los accidentes de


tránsito y el suicidio. Estas causas cuentan con pocos recursos asignados para
su tratamiento y, sin embargo, constituyen más de 80 por ciento de los casos
de muerte que son prevenibles.

Entre los adolescentes, estas estadísticas de mortalidad evidencian tres


fenómenos importantes para la transición epidemiológica, es decir, para su
crecimiento y propagación. El primero de ellos tiene relación con la aparición
de violencia, accidentes, homicidios y suicidios, efectos en la salud derivados
del medio ambiente social, tránsito, urbanismo y conductas de riesgo y estilo
de vida de los adolescentes, lo cual corresponde necesariamente a aspectos
sociales y económicos englobados en la pobreza y la marginación.

El suicidio en adolescentes adquiere cada vez mayor interés para los


profesionales de la salud, y el reconocimiento de los factores de riesgo
asociados, de las opciones de tratamiento y de las estrategias de prevención
se revelan como aspectos esenciales en el manejo global. Son más los
adolescentes que las adolescentes que logran morir, pero son más las
adolescentes que lo intentan. Se ha identificado que tras cada suicidio
conocido hay 50 intentos que no se logran detectar y, por supuesto, no se
toma ninguna medida de apoyo para los que lo realizan. En 1989, Stillion, Mc
Dowell y May propusieron un modelo de la trayectoria del suicidio, que
comprende cuatro categorías de factores de riesgo que contribuyen al
pensamiento suicida: los aspectos biológicos, los psicológicos, los cognitivos y
los ambientales.

El suicidio es la acción de quitarse la vida de forma voluntaria y premeditada.


Durkheim da una definición objetiva del suicidio, eliminando las posibles
alteraciones que las palabras sufren al incluirse en el vocabulario cotidiano.
Así, define el suicidio como toda muerte que resulta mediata o
inmediatamente de un acto positivo o negativo realizado por la misma
víctima. Tras dar esta definición observa en su argumentación que pueden
quedar incluidos los hechos accidentales, así establece la siguiente
matización: "Hay suicidio cuando la víctima, en el momento en que realiza la
acción, sabe con toda certeza lo que va a resultar de él."

El comportamiento de la actividad suicida comprende la autodestrucción


total (muerte), la autodestrucción (no muerte), la mutilación y otras acciones
dolorosas y no dolorosas, las amenazas, indicaciones verbales de las
intenciones de destruirse, depresión e infidelidad y pensamientos de
separación, partida, ausencia, consuelo y alivio.

El suicidio en la juventud ha aumentado y algunos se lo atribuyen al abuso de


las drogas y el alcohol, es más acertado afirmar que los mismos factores que
llevan a las personas al alcohol o a las drogas las lleven a intentos de cometer
actos suicidas. Los factores de aislamiento social o psicológico y los estados
depresivos tienen una mayor importancia en momentos de cometer el
suicidio.

El aislamiento psicológico producido a veces por la ruptura de los lazos


afectivos, por las carencias de afecto o por la frustración de determinadas
expectativas.

Desde el punto de vista ético, la causa más inmediata suele ser la


desesperación, situación extrema a la que se llega por diversas influencias.
Dejando de lado los casos patológicos (trastornos mentales habituales o
esporádicos de difícil valoración moral) y el reconocimiento de la frialdad y
cálculo, muy pocas veces coexisten con un gesto contrario al instinto de
conservación del hombre.

El suicidio entre los adolescentes ha tenido un aumento dramático, ya que


aunque en el grupo de edad de 15 a 24 años el suicidio en términos absolutos
es raro, desde mediados del siglo tiene una tendencia a aumentar paulatina y
progresivamente, pasando a constituir un problema de salud pública.
Recientemente, estudios señalan que el suicidio es la tercera causa de
muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad.
Los adolescentes experimentan fuertes sentimientos de estrés, confusión,
dudas sobre sí mismos, presión para lograr éxito, incertidumbre financiera y
otros miedos mientras van creciendo. Durante el periodo de 1970 a 1994, la
tasa de suicidios en ambos sexos pasó de 1.13 por 100 000 habitantes en
1970 a 2.89 por 100 000; en 1994 aumentó 156 por ciento, con mayor fuerza
para la población masculina. En términos de la mortalidad proporcional, el
suicidio pasó de 0.11 a 0.62 por ciento de todas las defunciones.

Éstos son sólo algunos de los factores de riesgo que se encuentran de


manera más íntimamente relacionada con la delincuencia juvenil y que sin
lugar a dudas muestran cierto aumento en la población joven de nuestro
país.

Existe un consenso claro entre autoridades federales, locales y especialistas


en el tema, en que la delincuencia juvenil es consecuencia del grave
deterioro de la calidad de vida que resiente de manera especial el sector
joven de la población. Explican que en lugar de tener a la mano alternativas
que garanticen su desarrollo, adolescentes y jóvenes de entre 15 y 24 años
están condenados, de antemano, a subsistir en medio del desempleo, la
violencia intrafamiliar, el consumo de drogas y alcohol, y la deserción escolar,
en suma, de la pobreza.

En ese sentido, la delincuencia juvenil tiene que ver con la baja en la calidad
de vida de los mexicanos, particularmente de la juventud. Por ejemplo, un
dato importante es que en México entre 35 y 40 por ciento de los
adolescentes viven en hogares de extrema pobreza. La gran mayoría viven en
familias con madre y padre, pero 26.6 por ciento han salido del hogar
paterno.

La Encuesta Nacional sobre Inseguridad3 mostró que 4.3 por ciento de los
delincuentes tienen entre 16 y 25 años de edad, es decir, que más de la
mitad de los delincuentes son jóvenes, mientras que tres por ciento son
niños menores de 15 años. Los principales actos delictivos en los que han
participado menores de edad son los siguientes: delitos contra la salud,
violación, robo a casa habitación, robo a vehículo, robo a negocio, lesiones
por golpes y otros delitos.

Este fenómeno continuará y seguirá incrementándose mientras el beneficio


privado, el afán de lucro, el despilfarro y el sistema capitalista deifique la
posesión del dinero al mismo tiempo que ponga barreras infranqueables a
masas de población que subsisten, en la miseria y en la marginación.

Por lo anterior, nos damos cuenta de que es urgente dar prioridad a la


participación de los jóvenes como protagonistas de su proceso de desarrollo,
ya que esto resulta una alternativa eficiente para superar la vulnerabilidad de
esos actores, sacándolos del ambiente de incertidumbre e inseguridad, pues
si bien es cierto que los jóvenes son los que tienen la energía, la decisión, la
valentía para violentar, también son los más vulnerables y deseosos de
experimentar nuevas formas de existir y ser reconocidos por otros individuos.

La delincuencia juvenil no se arreglará con abrir más cárceles y retirar a los


jóvenes de la vida social llevándolos a la cloaca de la sociedad, ni con la
brutalidad policiaca o el sobre endurecimiento de las penas aplicables a los
delincuentes jóvenes.

Medidas para reducir la delincuencia

Abolir la delincuencia juvenil implica la implantación de un sistema jurídico y


penal para ese sector de la población, así como de voluntad política e
imaginación de las autoridades. Es necesario considerar el tratamiento de
menores de edad, con base en los diferentes instrumentos internacionales en
la materia, que antes de criminalizar a los infractores tengan en cuenta las
causas que propician que los jóvenes incurran en conductas antisociales.

El Estado debe de tener como objetivo la rehabilitación social del joven


infractor y no restringir la política de readaptación social al encarcelamiento.
En ese sentido, son fundamentales los procedimientos alternativos: casas
hogar, escuelas de artes y oficios y talleres. Para ello se debe partir de la
premisa de que los adolescentes tienen mayor posibilidad de cambiar su
conducta en virtud de que su personalidad está en proceso de formación.

Hay que buscar nuevas formas para prevenir el delito mediante la recreación
y apertura de espacios destinados a los jóvenes, para que tengan en qué
ocupar su tiempo libre, ya que no existen espacios culturales o deportivos
que los guíen hacia formas de vida en favor de una sociedad comunitaria,
que viva en armonía y paz.

Reflexiones finales

En la actualidad, la globalización genera una paradoja, toda vez que establece


una identidad mundial por el reconocimiento de valores universales, pero
también crea antivalores comerciales consumistas, basados en gran medida
en la violencia y el sexo, con lo cual permea las formas de vida de las
diferentes sociedades.

A nadie se le oculta que en los últimos años se han ido abandonando las
tareas de formación de la juventud. Lo lamentable es que el esfuerzo que se
precisa limita a los educandos y por eso padres y educadores se acomodan a
un antiguo patrimonio intelectual y ético, normalmente recibido,
reelaborado y ampliado. Desde este nivel ínfimo desarrollan su labor
educativa y la poca formación que el joven recibe en este terreno está viciada
y arrastra una carga negativa de errores y simplezas de la sociedad actual.

De esta manera, la sociedad actual se convierte en la sociedad de la


tentación para los jóvenes, potencia una sutil ideologización hábilmente
dirigida desde el poder, con lo que los jóvenes han perdido el sentido real de
la vida y se han precipitado en un ambiente donde se palpa el desencanto, la
decepción, la desorientación y el absurdo. Por ende, parte de la juventud ha
perdido la confianza en el futuro, en el Estado y en la sociedad. Y una
juventud sin futuro es una generación que nace muerta, sin porvenir, sin
esperanza. La droga, el alcohol, la delincuencia y el vandalismo callejero son
síntomas muy expresivos.

Hoy, el fenómeno juvenil sigue inquietando, al mismo tiempo que la


incomprensión de los adultos alcanza grados mayores. Aunque la juventud es
más crítica y menos ilusionada; pareciera no tener proyectos ni alternativas
claras. Desea cambios, pero no ve caminos, debido a que están vedados por
el sistema económico, político y social en el que se encuentran inmersos.

Se ha llegado a despreciar a los jóvenes hasta el extremo de quererlos


eliminar y excluir de los marcos de influencia y de las decisiones importantes
de su entorno. Sin embargo, los jóvenes reclaman su derecho a la diferencia,
a la discordancia y a la discrepancia; es decir, con su praxis, los jóvenes
reclaman el reconocimiento de su existencia autónoma, el respeto a sus
formas y estilos de vida; así como el derecho a la interlocución, a ser
tomados en cuenta y a la participación. En pocas palabras, los jóvenes, con su
praxis, demandan una sociedad más tolerante, más diversa, más incluyente,
más justa y más democrática.
Existe una violencia patente y oculta que se esconde en nuestra sociedad, no
sólo la que se refiere a las personas, sino también a las estructuras; se trata
de una violencia que tiende a hacerse cada vez más anónima y, por lo tanto,
más difícil de combatir.

No basta únicamente con clasificar y etiquetar a los jóvenes y sus acciones,


como lo hacen las instituciones gubernamentales, ya que para la mayoría de
ellas existen cuatro tipos de juventud que viven consciente y
sistemáticamente en ruptura con la sociedad, mostrándose incapaces de
entrar ordenadamente en la marcha de la comunidad y en desempeñar su
papel en la vida; esos cuatro tipos son: inadaptados sociales, asociales,
posibles delincuentes y delincuentes.

Para las autoridades, todos ellos tienen un denominador común: incapacidad


de adaptación al medio social, unos dañan durante la convivencia social con
su comportamiento debido a su íntima estructura, otros no respetan las
normas establecidas por no haberse identificado y socializado, otros se
enfrentan violentamente contra las normas llegando a un cierto vandalismo
intolerable en una sociedad democrática y en un mundo civilizado, otros
carecen del espíritu de trabajo y esfuerzo para realizarse como personas. Han
seguido los derroteros de la ociosidad, el juego, el abandono de la escuela o
el trabajo. Han consagrado su vida a la diversión desordenada, sin jerarquía
alguna de valores y sus acciones llegan al límite de la violencia y a la
delincuencia.

Sin embargo, la delincuencia no debe confundirse nunca con la rebeldía. Una


hábil maniobra ha tratado de empequeñecer la sana y justificada rebeldía de
la juventud en el mundo, en el seno de una sociedad sin ideas, materialista,
brutal, colgando a los jóvenes el sanbenito de delincuente.
Sin una juventud rebelde y preocupada, que quiera dar siempre su propio
nervio a la sociedad en que viva, pocos pasos adelante se pueden dar. La
juventud conformista va a remolque del pensamiento de su generación y
pocos valores aporta a la sociedad.

Es un hecho que cuando aumenta la rigidez de la sociedad y las autoridades


pregonan que todo está bien y cuando el desfase entre el discurso y la
realidad es tan abismal, consciente o intuitivamente mucha gente joven
desconfía de las supuestas bondades del mundo que ha heredado. Estos
jóvenes se esfuerzan cada día por distanciarse culturalmente de los demás y
se rebelan contra la discriminación.

Como podemos ver, la violencia y con ello la delincuencia juvenil, no es


producida aleatoriamente, sino que está compuesta por una serie de factores
que propician que cada vez más jóvenes adopten la violencia como una
forma de vida.

Ahora bien, la delincuencia juvenil en México es básicamente un problema


social que no se resuelve con mayor represión ni mucho menos
disminuyendo la edad penal. El crecimiento de la delincuencia en un país
depende de su desarrollo económico, del nivel de vida de la sociedad y de la
interrelación de estos factores con sus condiciones culturales y educativas. El
carácter de esta interrelación puede provocar anomia y, por ende, la ruptura
de la cohesión social y familiar, lo cual aumenta la incidencia del delito en los
sectores juveniles.

Si aceptamos la hipótesis de que a mayor bienestar social crece la solidaridad


entre generaciones y con ello disminuye la delincuencia entre los jóvenes, el
posible tratamiento del problema tiene dos vertientes, y ambas son
responsabilidad principalmente del Estado. Una es competencia de los
poderes Ejecutivo y Legislativo, y tiene que ver con construir una nación que
posibilite una vida digna a todos sus habitantes: sin pobreza, marginación,
discriminación ni racismo, con fuentes de trabajo y salarios decorosos, con
escuelas y universidades gratuitas, un proyecto nacional con estos propósitos
sería seguramente generador de una juventud comprometida, responsable y
confiada en el futuro, y en esas condiciones la delincuencia general y la
juvenil en particular tendrían niveles bajos. La otra vertiente corresponde a la
administración de justicia y es responsabilidad del Poder Judicial.

Sin embargo, ¿cuál debe ser la política estatal hacia los jóvenes que
delinquen? ¿Atacar la raíz del fenómeno o reprimir?

1. ¿Cuáles son las características de la delincuencia juvenil?


Entre las principales características del delincuente joven, se mencionan:
Impulsivos, con afán de protagonismo, baja autoestima, agresivos, dificultad
a nivel de habilidades sociales, escaso equilibrio emocional, familia
desmembrada, faltos de afectividad, consumidores de drogas, frustrados y
con fracasos escolares.
Los delincuentes juveniles se caracterizan por los siguientes rasgos:

Son jóvenes de clases sociales bajas, aunque progresivamente se va


aumentando la cifra de jóvenes delincuentes de clases medias y altas.
Tienen un nivel cultural bajo, en lo que se refiere a conocimientos y
capacidad de aprendizaje.
Reaccionan de manera impulsiva sin dejar lugar a la reflexión.
Su insuficiente percepción de la realidad les lleva a adoptar comportamientos
asociales.
Tienen escasa habilidad para las relaciones sociales, siendo muy pobres.
Son incapaces de hacer frente a las exigencias vitales debido a su
personalidad débil e inmadura.
Frente a sensaciones depresivas reaccionan con impulsos agresivos y
destructores.
En ocasiones carecen de todo sentimiento de empatía y por tanto de
culpabilidad.
Pueden presentar trastornos narcisistas surgidos de la necesidad de sentirse
admirado por los demás.
2. ¿Por qué los jóvenes delinquen?
Entre las causas que originan la participación de menores en actos delictivos
podemos mencionar las siguientes:
° La violencia intrafamiliar, física o psicológica que sufren los niños por parte
de los padres o de algún miembro de la familia en la que los menores
incorporan la violencia como un medio de solucionar conflictos.
° La pertenencia del menor o adolescente a una familia desestructurada o
desintegrada, que muchas veces, trae como consecuencia la falta de
atención, falta de límites y de control de los padres con respecto a los hijos,
conduciéndolos a suplir esta carencia con el ingreso a bandas o pandillas
violentas y delictivas que usualmente a través de símbolos, señalan el área de
operación de un grupo.
° La desigualdad económica entre las clases sociales, principalmente la clase
en donde existe pobreza siendo la más vulnerable, es la mas propensa a
delinquir, pues para conseguir alimentos y otros elementos primordiales para
subsistir; los menores buscan una forma de sobrevivir y su batalla es la
economía inclinándose a delinquir robos, secuestros, extorsión, venta de
drogas, entre otros, sólo por falta de recursos.
° Una de las consecuencias más notorias de la pobreza es el desempleo, que
trae consigo situaciones de frustración, desesperación y desesperanza y que
conducen a los menores a cometer actos delictivos.
° La pérdida de valores por la que actualmente atraviesa nuestra sociedad, de
forma que los adolescentes carecen de ellos y se va perdiendo cada mas el
respeto hacia los demás, la generosidad, la tolerancia, la responsabilidad, la
solidaridad, la lealtad la honradez, la justicia, el patriotismo, etc. En este
sentido, las directrices de la ONU para la prevención de la delincuencia
juvenil (resolución 45/112 del 14 de diciembre de 1990) señala en el Capítulo
IV, inciso B punto 21 inciso a) que los sistemas de educación deberán dedicar
especial atención a: “Enseñar los valores fundamentales y fomentar el
respeto de la identidad propia y de las características culturales del niño, de
los valores sociales del país en que vive el niño, de las civilizaciones
diferentes de la suya y de los derechos humanos y libertades
fundamentales”, es decir, inculcar valores en la familia, escuela, trabajo y en
la sociedad en general, para disminuir el índice delictivo juvenil. (3)
3. ¿Como afecta la delincuencia juvenil en los jóvenes?
Consecuencias de la delincuencia juvenil
Las consecuencias de la delincuencia juvenil engloban tanto cuestiones
administrativas, como psicológicas y sociales.

Consecuencias jurídicas
Internamiento terapéutico
Asistencia a centro de día
Permanencia centro fin de semana
Tratamiento ambulatorio
Prestaciones en beneficio de la comunidad
Realización de tareas socio-educativas
Convivencia con otra persona, familiar o grupo educativo
Privación de permisos de conducir o del derecho a tenerlo
Inhabilitación absoluta
Amonestaciones
Consecuencias para el individuo y para la sociedad
Las consecuencias más comunes que se pueden encontrar son:

Desequilibrio mental
Desintegración familiar o deterioro del núcleo familiar
Promiscuidad sexual y falta de valores morales
Comunes enfermedades sexuales
Muertes prematuras por broncas callejeras
Pérdida de valores

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