Schleiermacher Friedrich Sobre La Religion

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 298

1

Título original:
Über die Religión. Reden an die Gebildeten
unter ihren Veráchtern (1799)

Diseño y realización de cubierta:


Rafael Celda y Joaquín Gallego

Impresión de cubierta: Gráficas Molina

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libio


puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico
o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier
almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso
escrito de Editorial Tecnos, S.A.

© Estudio preliminar y notas, ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ


© EDITORIAL TECNOS, S.A., 1990
Josefa Valcárcel, 27 - 28027 Madrid
ISBN: 84-309-1881-7
Depósito Legal: M-30329-1990

Printed in Spain. Impreso en España por Azalso. Tracia, 17. Madrid


ÍNDICE

ESTUDIO PRELIMINAR Pág. IX

1. Schleiermacher y su época. El nacimiento de la filo-


sofía de la religión IX
2. Años de aprendizaje y primeros escritos XVI
3. Schleiermacher y el mundo romántico XXVII
4. Naturaleza y sentido de los Discursos... XXXVI
5. El carácter apologético de los Discursos XLIV
6. Dios y la religión LI
7. El problema de la inmortalidad LXVII
8. Religión y religiones LXXIII
9. Los Discursos de 1799 y la evolución posterior del
o pensamiento schleiermachiano LXXIX
o 10. La recepción de los Discursos LXXXIV
r 11. Schleiermacher y el protestantismo LXXXIX
o 12. Conclusión XCV
13. Nota acerca del texto XCVII
BIBLIOGRAFÍA XCVII

SOBRE LA RELIGIÓN
DISCURSOS A SUS MENOSPRECIADORES
CULTIVADOS

Primer discurso: Apología 3


Segundo discurso: Sobre la esencia de la religión 27

[VII]
VIII ÍNDICE

Tercer discurso: Sobre la formación con vistas a la reli-


87
gión
Cuarto discurso: Sobre la sociabilidad en la religión o sobre
la Iglesia y el sacerdocio 113
Quinto discurso: Sobre las religiones 153
87

113
153

ESTUDIO PRELIMINAR
por Arsenio Ginzo Fernández

1. SCHLEIERMACHER Y SU ÉPOCA.
EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA
DE LA RELIGIÓN

Basta mencionar el año del nacimiento de Schleier-


macher (1768) y el de su muerte (1834) para caer en la
cuenta de que su vida ha venido a coincidir con uno de los
momentos más brillantes y decisivos del pensamiento y
de la literatura occidentales. Cuando nace Schleier-
macher, Kant pronto comenzará a perfilar aquellas obras
que van a incidir de una forma decisiva en todo el pensa-
miento posterior. El resto de los grandes idealistas nace a
escasos años de diferencia de Schleiermacher: Fichte en
1762, Hegel en 1770 y Schelling en 1775. Por estas fechas
nacen asimismo algunas de las figuras prominentes de la
literatura alemana: Hólderlin en 1770, Fr. Schlegel en
1771, Novalis en 1772. Parece suficiente recordar estos
simples datos para tomar conciencia del momento privi-
legiado que le ha correspondido vivir. El mencionar esta
circunstancia no parece superfluo refiriéndonos a una fi-
gura tan abierta y receptiva a los múltiples acicates que le
ofrecía su época, una figura de la que Dilthey, tan pro-
fundo conocedor de su obra, no dudó en afirmar que

[IX]
X ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

supo abarcar «lo más grande» de lo que agitaba a su


tiempo.
Por otra parte su muerte viene a coincidir con la con-
clusión de este período único de la cultura alemana que
deja paso a una nueva sensibilidad, tanto literaria como
filosófica. Este cambio puede quedar simbolizado por la
desaparición de Hegel en 1830, la de Goethe en 1832 y,
finalmente, la del propio Schleiermacher en 1834. «Les
dieux s'en vont», escribió gráficamente H. Heine.
La apertura a los grandes problemas de su tiempo, hoy
cada vez más reconocida, abarca campos tales como la
teología, la hermenéutica, la ética, la pedagogía, la dia-
léctica, etc. Por supuesto, asimismo, afecta al ámbito de
la filosofía de la religión, que nos interesa aquí de un
modo especial. También desde este último punto de vista
la época en que vive Schleiermacher reviste una impor-
tancia peculiar. Nos encontramos no sólo en un momen-
to especialmente brillante de la filosofía de la religión,
sino en su período fundacional propiamente dicho.
A este respecto cabría comenzar señalando algunos
datos fundamentales que nos muestran la complejidad y
riqueza de la época a que nos estamos refiriendo. Cuan-
do Schleiermacher publica en 1799 sus famosos Discur-
sos, se hallan en el horizonte los debates acerca de la reli-
gión natural y de la crítica bíblica, los debates en torno a
la filosofía de Spinoza iniciados en 1783 por Jacobi, los
nuevos planteamientos kantianos de la metafísica —así
como su concepción del problema religioso, tal como es
expuesto en su obra La religión dentro de los límites de la
mera razón (1793)—, la disputa del ateísmo suscitada, de
una forma casi simultánea a la aparición de los Discur-
sos, en torno a la filosofía de Fichte, quien ya previamen-
te había publicado su Ensayo de una crítica de toda reve-
lación (1792); asimismo por dichas fechas, Herder, un
autor que se aproxima considerablemente al punto de
vista de Schleiermacher en su distanciamiento frente a la
Ilustración, publica su De la religión, opiniones y usos
(1798). Inmediatamente después de la aparición de los
ESTUDIO PRELIMINAR XI

su Discursos, Novalis va a publicar su famoso ensayo La


Cristiandad o Europa (1799). Por lo que se refiere a los
n- años sucesivos de este período fundacional, basta con
ue mencionar aquí Filosofía y religión (1804) de Schelling y
mo el intento más audaz y de mayor relevancia teórica de
la fundamentar la nueva disciplina, a saber, las lecciones
y, sobre la filosofía de la religión* que Hegel va a impartir
Les repetidas veces en la Universidad de Berlín, coincidien-
do precisamente su comienzo con la publicación de una
oy obra fundamental de Schleiermacher, esto es, La fe cris-
la tiana expuesta en conexión con los principios de la Iglesia
ia- evangélica (1821-1822). Estas meras referencias ponen
de de manifiesto que la obra schleiermachiana y, de una
un forma especial sus Discursos, se sitúa en un marco ideo-
sta lógico especialmente estimulante, con el que está rela-
or- cionada de múltiples maneras.
en- ¿Qué es lo que conduce a la aparición de la filosofía de
ón, la religión en el momento histórico al que nos estamos re-
firiendo? Sobre este hecho gravitan varias circunstan-
nos cias, pero parece preciso aludir ante todo a los avatares
dy de la tradición ontoteológica de la metafísica occidental.
an- Aun cuando el surgimiento de la filosofía de la religión,
ur- propiamente tal, es tardío, el problema de Dios, como es
li- bien sabido, fue abordado por la tradición filosófica,
oa desde los mismos presocráticos. A pesar de toda una
los serie de aporías y vacilaciones, la metafísica ha intentado
así clarificar a la vez la pregunta por el ens qua ens y por el
es ens supremum, según cabe advertir ya en la obra aristoté-
de la lica. Tal como señala el libro E de la Metafísica, la Física
de sería la ciencia primera si no hubiera otras esencias que
ur- las constituidas por la naturaleza; pero, si existe una
en- esencia inmóvil, ésta será anterior, por lo que habrá una
eve- filosofía primera. Tal sería el caso según Aristóteles. Por
un ello, entre las denominaciones aristotélicas del saber me-
de tafísico figuran las de ciencia divina y ciencia teológica.
a la Como cabe suponer, el pensamiento medieval no hizo
os más que reforzar esa dimensión ontoteológica debido al
los carácter excéntrico del universo cristiano. Por eso a la
T
XII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

hora de precisar el saber metafísico, Santo Tomás, a las


expresiones prima philosophia y metaphysica no puede
menos de añadir las de theologia y scientia divina, por
más que las cosas divinas no constituyan el objeto propio
de la metafísica, sino únicamente la causa de su objeto.
Tampoco la metafísica moderna va a dejar a un lado la
problemática teológica, a pesar de los nuevos enfoques
antropocéntrieos y secularizadores. No sin razón va a
poder afirmar Hegel, en el contexto de la filosofía racio-
nalista, que Dios desempeña ahora un papel más rele-
vante que en la filosofía más antigua, si bien es cierto que
ello ocurre por motivos metodológicos y que a la larga va
a conducir a la grave crisis de la tradición ontoteológica
como cabe advertir con toda nitidez en el período post-
hegeliano 1. Pero a la vez que se concedía esta peculiar
relevancia al tema de Dios en la metafísica moderna, me-
diada por la centralidad que ahora adquiere el argumen-
to ontológico, van asomando otros fenómenos disgrega-
dores de la tradición metafísica. Mientras que para Santo
Tomás debía hablarse de la unidad de la metafísica, a
pesar de su diferente temática, la neoescolástica va a co-
menzar a disgregar una parte de la misma, a saber, la re-
ferente al tratamiento de Dios, como una ciencia autóno-
ma que recibirá el nombre de theologia naturalis. Con
ello, a la vez que se empieza a separar esta ciencia del
marco global de la metafísica, también se comienzan a
echar las bases de la futura filosofía de la religión 2. Una
vez que Raimundo de Sabunde dio origen a este proceso
en pleno siglo XV, la theologia naturalis, en cuanto cono-
cimiento filosófico de Dios, va a procurar afirmarse con

1
Entre la abundante bibliografía existente sobre este punto, puede
consultarse el importante artículo de P. Cerezo, «La reducción antro-
pológica de la teología (Historia del problema y reflexiones críticas)»,
en AA. W . , Convicción de fe y crítica racional, Salamanca, 1973,
pp. 135 ss.
• 2 Cfr. K. Freiereis, Die Umpragung der natürlichen Theologie im Re-
ligionsphilosophie, Leizpig, 1965, p. 7.
ESTUDIO PRELIMINAR XIII

as unas pretensiones teóricas desconocidas anteriormente.


de Tal como afirma el mencionado Sabunde en el prólogo
por de su Theologia naturalis: «ista scientia docet omnem ho-
io minem cognoscere realiter sine difficultate et labore
o. omnem veritatem homini necessariam tam de homine
la quam de deo». Mediante este optimismo cognoscitivo va
es a resultar relativamente fácil tender un puente hacia las
a posiciones mantenidas por la escolástica del racionalis-
o- mo en plena Ilustración. En efecto, en el siglo XVIII no
e- sólo se prolongan los planteamientos de Sabunde y otros
ue neoescolásticos, sino también el enfoque de Nicolás de
va Cusa acerca de la unidad de las diferentes religiones 3.
ca Por obra sobre todo de Christian Wolff se lleva a cabo
st- una nueva división de las disciplinas filosóficas, y en este
ar contexto se amplió asimismo el campo de competencia
me- de la theologia naturalis en connivencia con el fenómeno
n- ilustrado de la religión natural. Esta theologia naturalis,
ga- en la diafanidad del racionalismo ilustrado, viene a cons-
nto tituir la culminación de las pretensiones teóricas de la fi-
a losofía.
co- No obstante, la crítica kantiana de la metafísica tradi-
re- cional, y en concreto de las pretensiones de la theologia
o- naturalis, va a explicar en buena medida el auge de la fi-
on losofía de la religión en el ámbito cultural alemán, en el
del último tercio del siglo xvm, al poner en tela de juicio los
a vínculos con esa theologia naturalis.
na W. Jaeschke ha sabido describir de una forma precisa
so la nueva situación creada en lo concerniente a este tránsi-
ono- to que ahora tiene lugar, desde una theologia naturalis a
on una filosofía de la religión. Mientras no se cuestionaba la
legitimidad del saber filosófico acerca de Dios, facilitado
precisamente por esa theologia naturalis, lafilosofíade la
ede religión sólo tenía una relevancia secundaria, centrada
tro- fundamentalmente en su dimensión práctica en cuanto
s)», dilucidación de los «deberes para con Dios». En conso-
973,
m Re- 3
K. Freieres, o. c, pp. 242 ss.
XIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

nancia con ello, hasta el siglo XVIII no existía siquiera la


expresión «filosofía de la religión». Es precisamente en
ese momento histórico cuando la filosofía de la religión
va a alcanzar su nuevo rango filosófico y, a la vez, tam-
bién su nombre. Esta nueva acepción de la filosofía de la
religión no es algo independiente del cuestionamiento
kantiano de las pretensiones teóricas de la teología fi-
losófica. Con ello, señala Jaeschke, concluye la fase
ingenua de esta disciplina en la que podía presuponer
despreocupadamente la existencia de Dios como garanti-
zada por otra ciencia filosófica, de rango superior. La fi-
losofía de la religión «debió, por tanto, su florecimiento
precisamente al hundimiento de aquella disciplina, de la
que necesitaba para hacer justicia a la pretensión a la que
tenía que someterse: hacer afirmaciones acerca del con-
junto de la religión, sin excluir tampoco la pregunta más
importante de la religión, la pregunta por la naturaleza y
la realidad de lo divino» 4 .
De esta forma, la filosofía de la religión nacería con
unos nuevos métodos y unos nuevos contenidos frente a
la antigua theologia naturalis, en la conciencia de cuyo
fracaso surge. Durante un tiempo, la transición entre
ambas disciplinas se vio facilitada por la pretensión bien
conocida de salvaguardar y legitimar la existencia de
Dios a través de la razón práctica, pero tal pretensión
también terminará finalmente por ser custionada. Entre
otros, según veremos, por el mismo Schleiermacher.
Así, la naciente filosofía de la religión se va a ver situa-
da frente al siguiente dilema: o bien es capaz de apoyarse
en una teología filosófica desplegada en el seno de esa fi-
losofía de la religión o la recibe de otra disciplina y en ese
caso podrá desarrollar una teoría de la religión conforme
al concepto de Dios alcanzado, o bien constata que no
puede disponer de un tal fundamento. Pero en este caso

4
W. Jaeschke, Die Vernunft in der Religión. Studien zur Grundle-
gung der Religionsphilophie Hegels, Stuttgart/Bad Cannstatt, 1986,
p. 12.
ESTUDIO PRELIMINAR XV
la deberá limitarse a presentar la religión como un mero
en trasunto antropológico 5 .
ón Puede considerarse a Hegel como el representante
m- más señalado de la primera opción. El autor de la más
la ambiciosa filosofía de la religión se refiere, como es sabi-
to do, con toda nitidez a los profundos cambios operados en
fi- la situación ideológica:
se
er ¿Dónde se pueden escuchar todavía los ecos de la antigua
ti- ontología, de la psicología racional, 6de la cosmología o in-
fi- cluso de la antigua teología natural? .
to
la Frente a una theologia naturalis que aparecía como in-
ue suficiente, frente a las estrecheces de una Verstandesme-
n- taphysik, frente al refugio romántico en el sentimiento,
ás Hegel concibe una filosofía de la religión en la que pro-
y pone a la religión una especie de «huida a la filosofía» (in
die Philosophie sich flüchten) 7 . Desde la concepción he-
on geliana de lo Absoluto se asume y se supera a la vez el
a ámbito de la theologia naturalis. Si en el universo religio-
yo so cabe distinguir dos momentos: 1) su objeto, a saber,
re Dios y sus propiedades, y 2) la conciencia del hombre
en respecto a ese objeto, Hegel observa que la theologia na-
de turalis no se ocupaba sino del primer punto, mientras que
ón la filosofía de la religión abarca también el segundo, el de
re la relación del hombre con Dios. Tal paso no sería en
modo alguno arbitrario para Hegel, dado que su concep-
a- to de Dios, en cuanto a lo Absoluto, ya conduce él
se mismo a la religión. En este sentido puede afirmar que la
fi- Totalidad, lo Absoluto, es «la religión».
se Como representante de la segunda alternativa puede
me
no
so 5
W. Jaeschke, o. c , pp. 13-14.
6
Wissenschaft der Logik, I, F. Meiner, Hamburg, 1971, p. 3.
7
Con razón pueden escribir Fr. W. Graf y F. Wagner que la obser-
dle- vación hegeliana acerca de que la religión debe buscar refugio en el
986, concepto filosófico pertenece al «centro de su filosofía de la religión»
(cfr. id., Die Flucht in den Begriff, Stuttgart, 1982, Vorwort).
XVI ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

indicarse sin duda a Feuerbach con su tesis de que la


esencia de la teología es la antropología. Hay que tener
presente, no obstante, que la obra feuerbachiana ya no
se sitúa en ese momento fundacional de la filosofía de la
religión, sino que ya testifica la crisis, al menos parcial,
de la misma. Por lo que se refiere a los Discursos de
Schleiermacher, pensamos que en cierta medida también
cabría situarlos en esta segunda acepción. No obstante, a
este respecto son precisas muchas matizaciones, de las
que trataremos de hacernos eco, en sus líneas generales,
a lo largo del presente estudio preliminar.
Desde su propio horizonte, Hegel va a plantear la al-
ternativa de la religión en su tiempo, de la siguiente ma-
nera: o bien debe buscar refugio en el concepto, en la
perspectiva especulativa, o bien en la sensación, en el
sentimiento, en el subjetivismo, en el romanticismo. En
última instancia, esto equivalía a decir que su enfoque y
el de Schleiermacher constituían los dos polos en torno a
los que va a girar la filosofía de la religión de la época.

2. AÑOS DE APRENDIZAJE
Y PRIMEROS ESCRITOS
Teniendo en cuenta que los Discursos son una obra ju-
venil, parece necesario hacer alguna alusión a los años de
aprendizaje y a los primeros escritos de su autor, pues no
cabe duda de que nos ayudan a comprender un poco
mejor la obra posterior. Como sabemos, este período
formativo no es un período cualquiera, sino una época
muy estimulante, a la que tampoco se va a sustraer
Schleiermacher, a pesar de las dificultades con que
pueda haber tropezado en su camino.
No sin razón, un profundo conocedor de este momen-
to histórico, como es H. Timm, podía señalar, todavía
en fecha reciente, que el nivel de las investigaciones en
torno al joven Schleiermacher no podía equipararse con
el alcanzado respecto a Novalis, Fr. Schlegel, Hólderlin
ESTUDIO PRELIMINAR XVII

la o Hegel 8 . En tal estado de cosas han influido tanto pre-


er juicios acerca de la verdadera naturaleza de la obra del
no joven Schleiermacher, que actualmente están dejando
la paso a una visión más objetiva e imparcial, como la
al, forma insatisfactoria en que era posible acceder a los tex-
de tos schleiermachianos de esta época. En este sentido, la
én edición crítica, actualmente en curso, facilita notable-
,a mente un conocimiento más riguroso de esta etapa 9 .
as De hecho, después del trabajo de H. Timm, al que
es, hemos hecho alusión, ha ido apareciendo una serie de es-
tudios que enriquecen de una forma importante nuestro
al- conocimiento de ese período juvenil. Cabría mencionar
a- en este sentido el estudio de A. Blackwell 10, que, aun
la cuando se propone en primer lugar subsanar determina-
el das lagunas acerca del conocimiento de Schleiermacher
En en el mundo anglosajón, arroja nueva luz en la compren-
y sión de algunos conceptos clave en un período decisivo
oa en la formación de este autor: desde 1789, en que conclu-
a. ye sus estudios universitarios, hasta 1804, en que inicia su
actividad docente en Halle.
Muy sugestivo es el estudio más reciente de K. No-
wak , en el que utiliza un enfoque interdisciplinar que
implica áreas como la literatura, la filosofía, la teología,
la historia política, y que resulta de gran interés para un
ju- mejor conocimiento del mundo ideológico que está gra-
de vitando sobre los Discursos.
no Por último, es preciso mencionar el trabajo de G. Mec-
co
do
ca 8
er Cfr. H. Timm, Die heilige Revolution. Schleiermacher-Novalis-
Fr. Schlegel, Frank'furt a. M., 1978, p. 25, nota.
ue 9
Fr. Schleiermacher, Kritische Gesamtausgabe, W. de Gruyter,
Berlin/New York, 1980 ss. (en adelante KGA).
n- 10
A. Blackwell, Schleiermacher's Early Philosophy of Life. Deter-
vía minism, Freedom and Phantasy, Harvard, 1982.
11
en K. Nowak, Schleiermacher und die Frühromantik. Eine literaturges-
chichtliche Studie zum romantischen Religionsverstándnis und Mens-
on chenbild am Ende des 18. Jahrhundersts in Deutschland, Weimar/
in Góttingen, 1986.
XVIII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

kenstock 12, que, apoyándose en la nueva edición crítica,


se centra en el análisis de aquellos autores que influyeron
de un modo especial en la evolución del joven Schleier-
macher: Kant y Spinoza.
Para nuestro propósito es suficiente con aludir a aque-
llos aspectos que nos pueden ayudar a una mejor com-
prensión de los Discursos, reservando un tratamiento
aparte a la relación de Schleiermacher con el mundo ro-
mántico.
Schleiermacher fue educado en el seno de una corrien-
te pietista, la Brüdergemeinde, que disponía de sus pro-
pios centros docentes y que va a dejar una profunda hue-
lla en su espíritu, aunque llegue un momento en que no
soporte las estrecheces y limitaciones que dicha corriente
le imponía. El carácter intimista, vivencial, de la reli-
gión, que relativizaba el valor de los dogmas, era algo en
lo que se insistía en el seno de la Brüdergemeinde y que
va a influir en la evolución del pensamiento schleierma-
chiano. Ya con anterioridad a la publicación de los Dis-
cursos va a escribir que los dogmas, incluso los origina-
rios, sólo surgen con motivo de la liberación del sentido
religioso y que, una vez que ha ocurrido esa liberación,
sólo suele permanecer el caput mortuum del mismo 13.
Por ello la religión, más que algo que cabría «enseñar»,
sería algo que habría que «suscitar». Tal va a ser también
un punto de vista recurrente en los Discursos. Asimismo,
la relevancia del individuo en conexión con sus vivencias
era algo que iba a dejar su impronta en la sensibilidad de
Schleiermacher. Una vivencia individual de la religión
que encontraría su contrapeso natural en la importancia
concedida a la vida comunitaria 14.

12
G. Meckenstock, Deterministische Ethik und kritische Theologie.
Die Auseinandersetzung des frühen Schleiermacher mit Kant und Spi-
noza 1789-1794, Berlin/New York, 1988.
13
KGA, Schriften und Entwürfe, Bd. 2, p. 25.
14
Cfr. W. Dilthey, Gesammelte Schriften, XIII-1, pp. 35-36.
ESTUDIO PRELIMINAR XIX

ca, Pero esto no quiere decir, como hemos sugerido, que


on la estancia de Schleiermacher en los centros docentes de
er- la Brüdergemeinde haya transcurrido sin crisis ni conflic-
tos. Éstos van a arreciar en la última etapa, la correspon-
ue- diente a su estudio en Barby, la sede de la escuela teoló-
m- gica superior en la que se formaban los teólogos y
nto docentes de esa corriente pietista. La enseñanza de la
ro- teología debía procurar, en primer lugar, una profundi-
zación en el espíritu de piedad y, sólo en segundo lugar,
en- habría de servir como introducción a la ciencia 15. De
ro- hecho, el joven Schleiermacher va a mantener una acti-
ue- tud negativa ante la teología como tal 16. Pero no sólo la
no estricta disciplina que era preciso observar en el centro,
nte - sino de una forma especial, la cerrazón ideológica a la
li- que se veían sometidos los alumnos van a propiciar que
en Schleiermacher, junto con otros condiscípulos, rompa
que con las directrices de la Brüdergemeinde y termine aban-
ma- donándola. En efecto, los alumnos se veían precisados a
is- seguir de forma clandestina los avatares de las nuevas
na- tendencias culturales, tanto literarias como filosóficas.
do Publicaciones como el Periódico literario de Jena les po-
ón, nían al corriente de una serie de movimientos y noveda-
13
. des que la enseñanza oficial trataba por todos los medios
r», de ignorar. No sin ironía, Schleiermacher le escribe al
én padre que una actitud tan cautelosa y suspicaz por parte
mo, del centro hacía sospechar que muchos planteamientos
ias de los autores recientes debían ser sin duda «muy acepta-
de bles y difíciles de refutar dado el temor a que nos sean ex-
ón plicados» 17. El talante pietista, con sus insuficiencias, se
cia va a ver desbordado por los nuevos enfoques tanto de la
Ilustración tardía como del incipiente idealismo, y tam-
bién Schleiermacher se ve precisado a abandonar la Brü-

ologie. 15
d Spi- M. Redeker, Fr. Schleiermacher, Berlín, 1968, pp. 20-21.
16
Cfr. G. Meckenstock, o. c.
17
Cfr. Fr. W. Kantzenbach, Schleiermacher, Reinbek bei Hamburg,
1985, p. 21.
n
XX ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

dergemeinde, sumido en una dolorosa crisis ideológica en


la que se cuestionaban varias enseñanzas recibidas.
Pero en todo caso, tal como hemos señalado, esta
etapa de su vida va a dejar una huella importante en su
evolución posterior, en concreto en los Discursos. Tal
como escribe en una conocida carta de 1802, fue en el
seno de la Brüdergemeinde donde tomó por primera vez
conciencia «de la relación del hombre con un mundo su-
perior», y fue también en el seno de dicha corriente
donde se desarrolló, asimismo por primera vez, «la incli-
nación mística, que me resulta tan esencial y que me ha
salvado y mantenido a flote en medio de todas las con-
mociones del escepticismo» 18. Schleiermacher señala
entonces que con el tiempo se había vuelto a hacer un
pietista, pero de un «nivel superior».
Al abandonar la Brüdergemeinde, Schleiermacher
pasa a estudiar durante dos años en la Universidad de
Halle (1787/1789) y, a pesar de la crisis en que se halla su-
mido, opta por matricularse en la facultad de Teología,
dado que ésta constituye aquello para lo que se encuen-
tra más preparado y para lo que, a pesar de todo, se sigue
sintiendo inclinado . Sin embargo, tal como reconoce
Dilthey, pocos estímulos le iba a poder ofrecer aquella
facultad de Teología debido a la mediocridad de su pro-
fesorado. La excepción era de J. S. Semler, pero ya era
de edad avanzada cuando Schleiermacher estudia allí.
De todos modos, la estancia en Halle le iba a deparar
otros alicientes. Es aquí donde de una forma clara se va a
ver sumido en la revolución filosófica iniciada por
Kant 20. En efecto, nos encontramos en una década deci-
siva en la producción intelectual de Kant, y Schleier-
macher también va a tener esta situación como uno de
sus puntos de referencia fundamentales. Bastaría recor-

18
Aus Schleiermachers Leben. In Briefen (Hg. von L. Joñas und
W. Dilthey), Bd. 1, Berlín, 1860, pp. 294-295.
19
Fr. W. Kantzenbach, o. c, 23.
20
W. Dilthey, o. c, pp. 40-41.
ESTUDIO PRELIMINAR XXI

ca en dar unas cuantas fechas para que resulte obvia esta situa-
ción peculiar: en 1781 aparece la Crítica de la razón pura,
esta en 1783 los Prolegómenos, en 1785 la Fundamentación de
n su la metafísica de las costumbres, y en 1788 la Crítica de la
Tal razón práctica. Y aun cuando la personalidad filosófica
n el más destacada de Halle, J. A. Eberhard, era un conocido
a vez wolffiano, adversario de la filosofía kantiana, la ampli-
o su- tud de sus enfoques y perspectivas no dejó de influir posi-
ente tivamente en Schleiermacher, quien, por otra parte, go-
ncli- zaba de la suficiente autonomía intelectual como para
e ha enfrentarse personalmente a la obra kantiana, prosi-
con- guiendo así una tarea iniciada ya en el seno de la Brüder-
ñala gemeinde. Aunque con diferencias de matiz, los intérpre-
r un tes de Schleiermacher coinciden en considerar la obra
kantiana como uno de sus puntos de referencia funda-
cher mentales 21.
d de Esta incidencia del pensamiento kantiano puede ad-
a su- vertirse en la forma de abordar la temática ética y religio-
ogía, sa en sus primeros escritos. Cabría destacar en este senti-
uen- do el ensayo Acerca del Bien supremo redactado
sigue tempranamente en 1789, cuando Schleiermacher conclu-
noce ye sus estudios universitarios. Pensamos que este ensayo
uella resulta muy revelador no sólo por lo que se refiere a la
pro- clarificación de la evolución ideológica de Schleiermcher
a era y de su acercamiento al mundo de los Discursos, sino
llí. también como expresión de los derroteros que está em-
arar prendiendo la época en general.
va a Aun cuando el ensayo aborda ante todo una temática
por de carácter ético —tal como suele ser el caso en los pri-
eci- meros escritos scheleiermachianos—, también resulta
eier- muy revelador en lo relativo a la problemática religiosa y
o de teológica. En su confrontación con la ética kantiana,
cor- Schleiermacher se va a referir ante todo a la doctrina de

as und
21
Véanse, por ejemplo, las matizaciones hechas a este respecto por
E. Herms en id,, Herkunft, Entfaltung und erste Gestalt des Systems der
Wissenschaften bei Schleiermacher, Gütersloh, 1974, pp. 265 ss.
n
XXII A RSENIO (UNZO FERNÁNDEZ

los postulados, tratando de cuestionar tanto su utilidad


como su necesidad. De este modo rechaza que mediante
dicha doctrina se aumente de algún modo nuestro cono-
cimiento, de forma que a través de la vía moral no se sub-
sana, en definitiva, la situación precaria en que había
quedado la teología filosófica mediante la crítica de la
razón pura. Por ello, a juicio de Schleiermacher, la razón
práctica viene a mostrar la misma incapacidad para legi-
timar las ideas de Dios y de la inmortalidad que la razón
teórica 22.
A este respecto, G. Meckenstock puede escribir con
razón que mediante el cuestionamiento de los postulados
kantianos, Schleiermacher está destruyendo el último
apoyo de una teología filosófica en el sentido de la meta-
física tradicional:
Mediante su aprobación de la crítica kantiana de la razón
teórica ha cortado el vínculo entre la teología y la metafísi-
ca, entre la religión y el pensamiento intencional en un sen-
tido constitutivo; mediante su radicalización de la crítica
kantiana de la razón práctica también ha suprimido la rela-
ción, de carácter
23
universal y necesario, entre la religión y la
moralidad .

De esta forma, a diferencia del camino que va a em-


prender Hegel, Schleiermacher ya tempranamente se va
22
Aunque ya en el contexto de la recepción de la filosofía de Spino-
za, cabría recordar aquí el conocido pasaje de la carta de Schelling a
Hegel del 4 de febrero de 1795: «Todavía una respuesta a tu pregunta
de si no creo que mediante la prueba moral alcanzamos un Ser perso-
nal. Lo confieso; la pregunta me ha sorprendido; no la hubiera espera-
do de alguien familiarizado con Lessing; no obstante, tú sólo la has
planteado ciertamente para averiguar si yo la tenía totalmente decidi-
da; por lo que a ti se refiere seguramente ya está decidida desde hace
tiempo. Tampoco para nosotros siguen teniendo valor los conceptos
ortodoxos. Mi respuesta es que vamos más allá todavía del Ser perso-
nal. Yo me hice espinosista» (cfr. Briefe von und an Hegel, I, Hg. von
J. Hoffmeister, Hamburg, 1952, pp. 21-22). Pronto veremos también a
Schleiermacher sumido en la tradición espinosista.
23
G. Meckenstock, o. c, p. 154. j
ESTUDIO PRELIMINAR XXIII

dad a ver inducido a disociar la religión del reino del saber y a


nte cuestionar a los enunciados religiosos una validez univer-
no- sal propiamente dicha. Tal actitud va a quedar corrobo-
ub- rada en otros escritos posteriores, como son Saber, creer
bía y opinar (1793), Acerca de la libertad (1790-1792) y Acer-
e la ca del valor de la vida (1792-1793), en los que cabe adver-
zón tir una clara tendencia a individualizar la religión y a con-
egi- finarla en la autoconciencia inmediata. La religión tiende
zón así a convertirse en fe subjetiva 24. Más que a una actitud
atea, Schleiermacher tiende a la inmediatez, a la subjeti-
con vización y a la particularización del conteñido teológico
dos tradicional.
mo Pero, si la década de los ochenta es de una importancia
eta- particular en lo referente a la revolución iniciada por la
obra kantiana, no lo va a ser menos por lo que se refiere
al redescubrimiento de la filosofía de Spinoza, que de
zón una forma sorprendente se va a convertir en el otro
físi- punto de referencia fundamental en el pensamiento ale-
sen-
tica mán de las últimas décadas del siglo Xi/m y de las prime-
ela- ras del xix. Incluso después de la muerte de Hegel,
y la Goethe y Schleiermacher, dicha referencia seguirá te-
niendo una importancia considerable, como cabe adver-
em- tir en las discusiones llevadas a cabo en el seno de la es-
va cuela hegeliana.
Cuando en 1780 Kant está a punto de publicar la Críti-
ca de la razón pura, tiene lugar aquel acontecimiento que
ino- va a desencadenar este repentino redescubrimiento y
ng a exaltación de la filosofía de Spinoza. Se trata del famoso
unta
rso- diálogo entre Jacobi y Lessing, en el que este último le
era- confiesa a su interlocutor:
has
cidi- Los conceptos ortodoxos sobre la Divinidad ya no me apro-
hace vechan; no puedo saborearlos. 'Ev xai Jiav! No sé otra
ptos 25
rso- cosa .
von
én a 24
Ibtd., p. 158.
25
G. E. Lessing, Escritos filosóficos y teológicos, ed. preparada por
j A. Andreu Rodrigo, Madrid, 1982, p. 362.
XXIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

En consonancia con ello, Lessing matiza un poco más


adelante: «No hay más filosofía» que la de Spinoza.
Unos años más tarde, tal confesión espinosista va a saltar
a la luz pública dando lugar a uno de los debates más apa-
sionados del siglo, el debate de Spinoza o del panteísmo,
centrándose primordialmente en la confrontación entre
Jacobi y Mendelssohn, pero convirtiéndose prontamente
en tema de referencia privilegiado del clasicismo, del ro-
manticismo y del idealismo . Esta irrupción de Spinoza
en el mundo apacible de la Aufklarung resulta más com-
prensible si tenemos en cuenta tanto el fondo religioso y
metafísico del pensamiento alemán, que a través de un
protagonista tan cualificado como Lessing encuentra in-
satisfactorio el deísmo imperante, como la aptitud de la
filosofía de Spinoza, en cuanto filosofía de la Totalidad,
para satisfacer a la vez las exigencias de la racionalidad y
de una religiosidad sin misterio. Tal como escribe
M. Gueroult:
Paradójicamente, la racionalidad, que arruina lo sobrenatu-
ral en provecho de un naturalismo integral, colma aquí la
religiosidad [...] mediante una mística sin misterio, fundada
sobre la doble transparencia del hombre para sí mismo y de
Dios para el hombre 27.
Se produce así un viraje profundo según el que Spino-
za deja de ser el autor maldito y denostado, propalador
del ateísmo para convertirse más bien en «teísimo y cris-
tianísimo». De este modo, junto con el idealismo tras-
cendental de Kant nos topamos con la filosofía de Spino-
za, como autor salido repentinamente de su tumba 28.
26
He aquí los documentos principales: Mendelssohn, Morgenstun-
den oder Vorlesungen über das Dasein Gottes, Berlín, 1785; Jacobi,
Über die Lehre des Spinoza in Briefen an Herrn Moses Mendelssohn,
Breslau, 1785; Mendelssohn, An die Freunde Lessings. Ein Anhang zu
Herrn Jacobis Briefwechsel über die Lehre des Spinoza, Berlin, 1786;
Jacobi, Wider Mendelssohns Beschuldigung betreffend die Briefe über
die Lehre des Spinoza, Leipzig, 1786.
27
M. Gueroult, Spinoza, París, 1968, p. 9.
28
Cfr. Dilthey, o. c, p. 174.
ESTUDIO PRELIMINAR XXV

más La expresión «Uno y Todo», como señala H. Timm,


oza. se convirtió en el lema de la libertad religiosa de una
ltar época y fue asumida por autores como Wizenmann y
pa- Lichtenberg, Hamann, Herder y Goethe, Hegel, Sche-
mo, lling y Hólderlin, Steffens, Novalis y Schleiermacher. En
ntre definitiva, concebir a Dios no ya según la analogía con el
ente espíritu humano, sino más bien como «meta-principio de
ro- la unidad y de la Totalidad», constituía un programa por
oza el que se va a sentir fascinada toda una época 29. De
om- acuerdo con ello, lo religioso se proyecta en el aquí y el
oy ahora de la realidad única, que aparece provista de una
un religiosidad inmanente que se sitúa por encima de las di-
in- cotomías tradicionales del más acá y el más allá, de lo
e la mundano y lo ultramundano, pues nada es tan insignifi-
ad, cante como para que Dios no se pueda manifestar en
dy él 30. En una época tan significativa para la crisis de la
ibe tradición religiosa y teológica como el siglo XVIII, si el
deísmo representa una de las formas que reviste esa cri-
sis, los enfoques panteizantes, con su desplazamiento
atu- desde la causalidad transeúnte a la inmanente, van a
uí la constituir la otra forma peculiar.
dada Schleiermacher, como queda insinuado, se sitúa tam-
y de
bién en el seno de esta recepción de la filosofía de Spino-
za, que es objeto de su interés tanto histórico como siste-
no- mático. Los Discursos contienen un homenaje inusual al
dor filósofo racionalista, pero detrás de tal homenaje está
cris- todo un proceso de apropiación y asimilación, que lo
ras- hizo posible.
no-
8
. Schleiermacher parece iniciar su conocimiento de la fi-
losofía de Spinoza durante sus estudios universitarios en
Halle, cuando tan reciente se encontraba la polémica
stun-
cobi,
sohn, 29
Cfr. H. Timm, Gott und die Freiheit. Studien zur Religionsphilo-
ang zu sophie der Goethezeit. Bd. 1, Die Spinozarenaissance, Frankfurta. M.,
1786; 1974, p. 8. Cabría recordar a este respecto la conocida dedicatoria de
fe über Hólderlin a Hegel: «S(ymbolum) 'Ev xai Jiav», como muestra de su
familiaridad en la Fundación de Tubinga.
30
Ibíd., p. 10.
XXVI ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

entre Jacobi y Mendelssohn, ampliando después dicho


conocimiento a lo largo de los años noventa. Se trataba,
no obstante, de un conocimiento mediado por las Cartas
de Jacobi sobre la doctrina de Spinoza, de forma que
Schleiermacher se enfrenta a la vez a la filosofía de Jaco-
bi y a la de Spinoza 31. Como resultado de esta confronta-
ción con el pensamiento de ambos, conservamos tres es-
critos de comienzos de los años noventa, bastante
anteriores a la publicación de los Discursos. A saber,
Breve exposición del sistema espinosista (1793-1794); Es-
pinosismo (1793-1794) y Acerca de aquello que en las
Cartas y en el realismo de Jacobi no concierne a Spinoza,
y especialmente acerca de su propia filosofía (1793-
1794) 32. Aun cuando en estos textos se entremezclan re-
súmenes de la obra de Jacobi o de Spinoza con las obser-
vaciones originales de Schleiermacher, ellos son objeto
actualmente de un mayor interés y atención con vistas a
la dilucidación de una importante faceta del pensamiento
schleiermachiano. Si bien es preciso esperar a los Discur-
sos para que Schleiermacher saque una serie de conclu-
siones de su confrontación con Spinoza, ya ahora trata de
precisar conceptos clave como el de persona, el de indivi-
duo, el de las relaciones entre lo Infinito y lo finito.
De este modo, la recepción de la filosofía de Spinoza
debía servir de contrapeso a la tendencia al subjetivismo,
de correctivo a la metafísica moderna de la subjetivi-
dad 33. Es una situación que Schleiermacher va a com-
partir con otros muchos autores de su tiempo y, de una

31
A pesar de las diferencias existentes, Schleiermacher suele ser
asociado con razón a la figura de Jacobi, a quien tendrá previsto, años
más tarde, dedicarle su Dogmática para «levantar un pequeño monu-
mento a nuestra relación y, a la vez, para clarificar, según mis posibi-
lidades, la auténtica relación de Jacobi con el cristianismo» [cfr.
Schleiermacher ais Mensch. Sein Wirken. Familien- und Freundesbriefe
1804 bis 1834 (Hg. von H. Meisner), Stuttgart/Gotha, 1923, p. 297].
32
Cfr. KGA, I, 1.
33
Cfr. K. Nowak, o. c, pp. 86-87.
ESTUDIO PRELIMINAR XXVII

cho forma especial, con Hegel, quien con su postulación de


ba, una subjetividad mediada trata de hacer frente, en una
rtas síntesis superadora, a las tendencias objetivistas y subje-
que tivistas de la época. El problema es hasta qué punto
co- Schleiermacher va a saber encontrar una mediación sa-
nta- tisfactoria entre ambos puntos, pues su pensamiento va a
es- ser criticado tanto por espinosista como subjetivista.
nte
ber,
); Es- 3. SCHLEIERMACHER
las Y EL MUNDO ROMÁNTICO
noza,
93- El año 1796 suele ser considerado por los intérpretes
re- como un punto de referencia importante. En esa fecha,
ser- después de unos años de incertidumbre profesional,
eto Schleiermacher es nombrado predicador del hospital de
as a la Caridad de Berlín, cargo que desempeñará hasta 1802.
nto Es durante este período cuando comienza su actividad
cur- creadora como teólogo, filósofo y predicador 34. Es tam-
clu- bién el período en que Schleiermacher entra en contacto
de con los representantes y los planteamientos del primer
ivi- romanticismo. Tal va a ser el contexto inmediato en el
que surgen sus Discursos.
oza Entre otros muchos, el mundo romántico es el mundo
mo, de Byron, de Shelley y Keats, de Chateaubriand y Leo-
ivi- pardi, de Novalis y Fr. Schlegel, de Schleiermacher y
m- Schelling. El romanticismo ha sido considerado a veces
una como una interrupción «episódica» del proceso de racio-
nalización emprendido por la cultura moderna. Sin em-
bargo, desde nuestra perspectiva actual quizá cabría in-
ser dicar que se trata propiamente de un «diagnóstico
años violento sobre la modernidad» (R. Argullol). Mucho
onu- antes de los recientes debates en torno a la modernidad y
sibi- a la postmodernidad, y también de los profundos cues-
[cfr.
esbriefe tionamientos de la cultura occidental llevados a cabo por
97].
34
M. Redeker, o. c , p. 37.
X X V111 A RSENIO GINZO FERNÁNDEZ

Nictzsche y Heidegger, cabe considerar el movimiento


romántico como el primer cuestionamiento radical del
rumbo emprendido por la cultura moderna, un movi-
miento cuyas virtualidades, como ya sospechara Heideg-
ger por los años treinta, no parecen haber sido agotadas
todavía. En cierto sentido podría hablarse de la Ilustra-
ción y del romanticismo como de dos grandes paradig-
mas, que en su complementación y rectificación recípro-
cos nos desvelan las posibilidades y límites de una época.
Resulta bastante tópico establecer una confrontación
acusada entre ambas corrientes. Así, por ejemplo,
N. Hartmann no duda en señalar que:

El romanticismo en su ser más profundo es afín a la mística


y adversario natural de la Ilustración 35.

Ciertamente no se trata de cuestionar que este aserto


en buena medida es justo. Sin embargo, son necesarias
algunas precisiones. Así, parece incuestionable que, si la
Ilustración ha simplificado en exceso los problemas filo-
sóficos, también lo es que gran parte de las exposiciones
al uso simplifica, a su vez, abusivamente el pensamiento
ilustrado. Se presta demasiada poca atención al hecho de
que la Ilustración está traspasada por un movimiento
dialéctico que le es peculiar, y que en ella, junto con los
nuevos dogmatismos, también cabe advertir toda una co-
rriente de duda y escepticismo, de forma que algún estu-
dioso ha podido hablar de la «debilidad de la razón» en
este período. Asimismo cabe advertir la presencia de una
sensibilidad prerromántica a lo largo del siglo de la Ilus-
tración, que G. Gusdorf no duda en considerar como
expresión de una revolución no galileana en contraposi-
ción a la desencadenada por la ciencia moderna 36. Así,

35
N. Hartmann, Filosofía del idealismo alemán, I, Buenos Aires,
1960, p. 249.
36
Véanse sus prolijos estudios: Naissance de la conscience romanti-
ESTUDIO PRELIMINAR XXIX

nto por ejemplo, en el mismo año en que, en plena Ilustra-


del ción, aparece el primer volumen de la Enciclopedia, tam-
vi- bién escribe Rousseau su Discurso sobre las ciencias y las
eg- artes, y al año siguiente de la publicación del Cándido de
das Voltaire (1759) aparece la Nueva Eloísa de Rousseau.
ra- Por último cabría aludir a la circunstancia de que los
ig- autores del primer romanticismo, como Novalis,
ro- Fr. Schlegel y el mismo Schleiermacher, asumen y desa-
ca. rrollan ulteriormente varios puntos de vista heredados
ón de la Ilustración, apareciendo así una innegable continui-
lo, dad entre los dos movimientos 37.
Pero, una vez dicho esto, es preciso reconocer al movi-
miento romántico como ese violento diagnóstico de la
ica cultura moderna, a que nos hemos referido anterior-
mente.
rto La Ilustración se había propuesto llevar a cabo un pro-
ias ceso radical de «desencadenamiento del mundo» en su
i la lucha contra los «prejuicios» y las «supersticiones»! En
lo- este horizonte el «mito» aparecía claramente en su ten-
nes sión polar con el logos, como su contraconcepto natural.
nto Se opondrían algo así como el reino de la luz y el reino de
de la oscuridad, de lo caótico; en definitiva, de lo falso. Ca-
nto bría de esta forma afirmar que el presupuesto fundamen-
los tal de la interpretación ilustrada de los mitos es que éstos
co- contienen ante todo «errores» 38. En este sentido, ya
tu- para Fontenelle los mitos serían en buena medida «false-
en dades manifiestas y ridiculas». Y aun cuando, según
na hemos indicado, es preciso hacerse de la Ilustración un
us- concepto más diferenciado de lo que ocurre habitúal-
mo
si-
sí, que au siécle des Lumiéres, París, 1976, y Fondements du savoir roman-
tique, París, 1982.
37
Cfr. W. Rasch, «Zum Verháltnis der Romantik zur Aufklarung»,
en E. Ribbat (Hg.), Romantik. Ein Literaturwissenchaftliches Studien-
buch, Kónigstein/Ts., 1979, pp. 7 ss.
ires, 38
Cfr. H. Poser, «Mythos und Vernunft. Zum Mythenverstándnis
der Aufklarung», en Philosophie una Mythos. Ein Kolloquium (Hg.
manti- von Poser), Berlin, New York, 1979, p. 134.
XXX ARSENIO G1NZO FERNÁNDEZ

mente, hay que reconocer que con frecuencia olvidó


aquello de que «la falsa claridad no es más que otra mani-
festación del mito» -w, convirtiéndose inconscientemente
a sí misma en mito.
Frente a este proceso disolvente, el romanticismo se
va a caracterizar por la reivindicación de la imaginación,
de la fantasía, del misterio, del lado oscuro y enigmático
de la existencia, asistiendo así a una especie de «retorno
de lo reprimido». Valga como testimonio este texto de
A. W. Schlegel:
Lo que ya se enseñaba en las antiguas cosmogonías, a saber,
que la noche es la madre de todas las cosas, es algo que se
renueva en la vida de cada hombre: a partir del caos origina-
rio el mundo se configura en él a través del odio y el amor, a
través de la simpatía y la antipatía. Precisamente sobre la
oscuridad, donde se pierden las raíces de nuestra existencia,
sobre el misterio indescifrable descansa el encanto de la
vida; ésta es el alma de toda poesía. Pero la Ilustración, que
no siente veneración alguna por la oscuridad, es, por consi-
guiente, la enemiga más decidida de aquélla y le causa todo
tipo de perjuicios 40.

Nos situamos así en un horizonte propicio para el «re-


torno de los dioses» y para la formulación de una «nueva
mitología». En definitiva, para el retorno de la religión, a
pesar de las libertades románticas frente a ortodoxia im-
perante. Como dirá el mismo A. W. Schlegel, al esta-
blecer un contraste entre el arte clásico y el romántico,
este último se encontraría más próximo al «misterio del
universo». De hecho, en este cuestionamiento de la ra-
cionalidad ilustrada, el romanticismo ha supuesto una
rehabilitación del mito, sabiendo descubrir en él unas
virtualidades y unas capacidades expresivas ignoradas
por la Ilustración. Desde el ensayo de Herder Acerca del

39
M. Horkheimer y Th. Adorno, Dialektik der Aufkldrung, Frank-
furta. M.,1973, p. 4.
40
A. W. Schlegel, Über Literatur, Kunst und Geist des Zeitalters
(Hg. von F. Finke), Sttugart, 1974, p. 65.
ESTUDIO PRELIMINAR XXXI

vidó reciente uso de la mitología hasta la Filosofía de la mitolo-


ani- gía de Schelling, cabe perseguir toda una apasionada in-
ente dagación de las posibilidades expresivas del mito 41.
También el autor que introduce a Schleiermacher en el
o se munto romántico, Fr. Schlegel, se sitúa claramente en
ión, ese movimiento de rehabilitación de la mitología. En su
tico Discurso sobre la mitología se lamenta de que la poesía
rno moderna carezca de un punto central como era la mitolo-
de gía para los antiguos. «Nosotros no tenemos ninguna mi-
tología», constata, pero añade a continuación: «nos falta
poco para conseguir una» 42. Sería preciso, por tanto, re-
aber, mi tologizar la Edad Moderna, en clara contraposición al
ue se desencantamiento del mundo desencadenado por la Ilus-
gina- tración. Pero, aun cuando el movimiento romántico po-
or, a
re la tenciaba un clima propicio para la religión, va a ser, no
ncia, obstante, Schleiermacher quien exponga de una forma
de la más representativa la visión romántica del hecho religioso.
que Maticemos, no obstante, que, más allá de la confron-
onsi-
todo tación con la Ilustración, se trata, en definitiva, de cues-
tionar el rumbo emprendido por el hombre moderno
después de la revolución renacentista. En la experiencia
«re- renacentista, lo mismo que en la presocrática, todavía se
eva daba la integración del hombre en la naturaleza mater-
n, a nal, siendo posible conciliar a la vez ciencia y magia, pos-
im- tulando en definitiva la unidad del hombre que, según
sta- palabras de Hólderlin, «es un dios cuando sueña y un
ico, mendigo cuando reflexiona». Pero el curso posterior de
del la cultura moderna ha roto con esa relación arcaica con la
ra- madre naturaleza, produciendo un abismo creciente
una entre los dos. La ciencia matematizante de Galileo y
nas Newton y el imperativo de realizar en la historia el desi-
das derátum del Imperium hominis baconiano han termina-
del do por convertir esa tierra maternal en un objeto mani-

rank- 41
Cfr. M. Frank, Der kommende Gott. Vorlesungen über die Neue
alters Mythologie, Frankfurt, a. M., 1982.
42
Fr. Schlegel, Kritische Ausgabe, Bd. 2, p. 312.
n
XXXII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

pulable de acuerdo con las leyes mecánicas. Desde esta


perspectiva, algún autor ha descrito ese proceso de la
ciencia y la técnica modernas como una especie de
«muerte de la naturaleza» 43.
Frente al culto de Newton y a la razón instrumental,
tan peculiares de la Ilustración, ahora vamos a asistir a
una rebelión contra el positivismo imperante y en con-
creto contra el «hombre newtoniano»: «¡Malditas sean
las Matemáticas!», llegan a gritar John Keats y Charles
Lamb en su famoso brindis contra Newton . Cierta-
mente esa relación mágica, filial, con la naturaleza nunca
había desaparecido del todo, sino que llevaba una exis- d
tencia larvada refugiándose en corrientes marginales
como la teosofía, la alquimia y las ciencias secretas, pero
la revolución romántica le va a dar la posibilidad de vol-
ver al primer plano, tratando desesperadamente de recti- s
ficar el rumbo emprendido por la cultura moderna 45. La i
Naturphilosophie romántica, con toda su endeblez y ta- c
lante fantasioso, quiere protestar contra la unilateralidad p
del pensamiento moderno. El arte ayudaría a formarnos p
una visión más integral de esa naturaleza que se quiere re- s
cuperar. El romántico tiende a ver la naturaleza como una E
obra de arte, de forma que, cuando W. H. Wackenroder —
escribe que Dios considera la naturaleza entera de una d
forma semejante a como nosotros consideramos una s
obra de arte, tal afirmación puede considerarse como D
uno de los lemas del romanticismo 46. d
Pero la naturaleza no es concebida por los románticos f
en su pura concreción física, inmediata y finita, sino que a
toda realidad finita aparece soportada y transida por otra d
realidad de carácter superior, a saber, por la presencia de

43 n
Cfr. C. Merchant, The Death ofNature, San Francisco, 1980.
44
R. Argullol, El Héroe y el Único, Madrid, 1984, p. 18.
45
Cfr. Harmut und Gernot Bóhme, Das Andere der Vernunft,
Frankfurta. M.,1985, p. 21.
46
R. Immerwahr, Romantisch. Genese und Tradition einer Denk-
form, Frankfurt a. M., 1972, pp. 198-199.
ESTUDIO PRELIMINAR XXXIII

a la infinitud que transfigura y redime la precariedad de lo


a finito. Los Discursos son uno de los documentos más re-
e levadores a este respecto. Lo Infinito es uno de los con-
ceptos clave del movimiento romántico, pero será un In-
, finito que no es concebido 47al margen de lo finito sino
a transiéndolo y unificándolo . Lo Infinito, lo Eterno, el
- Universo, el Uno y Todo, lo Absoluto... son otros tantos
n términos que románticos e idealistas alemanes, habitual-
s mente bajo el influjo de Spinoza, utilizan para dar expre-
- sión a la Totalidad de lo real. Todo era producto de un
a nuevo horizonte religioso, tal como veremos con mayor
- detalle más aderante.
s Este sentimiento de integración y de arropamiento en
o el seno del Universo infinito va acompañado en el movi-
- miento romántico por una singular potenciación de la
- subjetividad, del genio creador que actúa en virtud de la
a inspiración, de la interioridad, para la que la realidad cir-
- cundante no es a menudo más que un pretexto para la
d proyección de la sensibilidad romántica. Novalis ha ex-
s presado esta tendencia romántica con toda la nitidez po-
- sible: «El camino misterioso conduce hacia el interior.
a En nosotros se halla la eternidad». Entre estos dos polos
r —la presencia de la Infinito en lo finito que da a la reali-
a dad ordinaria un sentido superior, y la exaltación de la
a subjetividad creadora— gira el movimiento romántico.
o De todo ello se va a derivar, en última instancia, la gran-
deza y precariedad de dicho movimiento: alentado por la
s fecundidad de la imaginación alcanza cimas poéticas muy
e altas, pero no puede esquivar su fragilidad ante la reali-
a dad existente, .
e
47
Tal como señala poéticamente William Blake, se trataría, en defi-
nitiva, de:
To see a world in a grain ofSand,
ft, And a Heaven in a Wild Flower,
Hold Infinity in the palm ofyour hand,
nk- And Etemity in an hour.
48
R. Argullol, o. c, p. 249.
XXXIV A RSENIO GINZO FERNÁNDEZ

En el período en que acomete la redacción de los Dis-


cursos, Schleiermacher está en la órbita del movi-
miento romántico, recibiendo sobre todo el influjo de
Fr. Schlegel, quien, entre otras cosas, le incitó constan-
temente a la actividad literaria. Pero, tal como hace la
mayoría de los intérpretes, es preciso señalar tanto la co-
nexión de Schleiermacher con el mundo romántico y su
lenguaje, como su innegable independencia. Al igual
que todo genio, señala Dilthey, se encontraba solitario
en medio de los románticos y a la vez necesitaba de ellos.
Schleiermacher, por otra parte, no descollaba como
poeta o artista, aunque en compensación tenía una for-
mación filosófica superior a la de la mayoría de sus cole-
gas románticos. A su vez, su condición de pastor protes-
tante va a propiciar que esté en condiciones de ofrecer
una visión del problema religioso más lograda que otros
románticos. Por último, cabría indicar que hay conceptos
clave en el pensamiento schleiermachiano que el roman-
ticismo ha contribuido a corroborar y a consolidar, pero
que ya se encontraban previamente en Schleiermacher,
tal como ocurre, por ejemplo, con el concepto de indivi-
dualidad 49.
Aludamos finalmente al hecho de que durante este pe-
ríodo, e incluso coincidiendo con la redacción de los Dis-
cursos, tiene lugar un segundo debate que también va a
conmocionar a la opinión alemana. Se trata del llamado
debate del ateísmo (1798-1799), desencadenado esta vez
por el pensamiento de Fichte, mediante su escrito Acerca
del fundamento de nuestra fe en un gobierno divino del
mundo (1798), en el que, desde unos principios de orien-
tación kantiana, Dios vendría a coincidir con el orden
moral:
Ese orden moral, vivo y efectivo, es Dios mismo; no necesi-
tamos ningún otro Dios, ni podemos concebirlo 50.
49
Cfr. H. Dierkes, «Die problematische Poesie. Schleiermachers
Beitrag zur Frühromantik», en Internationaler Schleiermacher Kon-
gress, Berlin, 1985.
50
Fichtes Werke, Bd. 5, Walter de Gruyter, Berlin, 1971, p. 186.
ESTUDIO PRELIMINAR XXXV

Dis- De esta forma se radicaliza la concepción kantiana


movi- acerca de Dios «soberano moral del mundo», al que se
o de refería su escrito sobre la religión. A la vez parecía entrar
stan- en una crisis inmanente la tentativa de salvaguardar la
ce la existencia de Dios mediante los postulados del orden
a co- moral.
y su No existe acuerdo entre los intérpretes a la hora de
igual valorar la relación de los románticos, y en especial de
tario Schleiermacher, con el debate fichteano Fichte es con-
ellos. siderado desde luego como el gran representante filo-
omo sófico del momento. Baste recordar el fragmento de
for- Fr. Schlegel que dice que la Revolución francesa, la
cole- Doctrina de la ciencia de Fichte y el Wilhelm Meister de
otes- Goethe constituyen las tendencias principales de la
recer época. Por otra parte, la lucha de Fichte por la libertad
otros de pensamiento contra las autoridades gubernamentales
eptos era considerada como algo que redundaba en beneficio
man- del movimiento romántico . Sin embargo, las concep-
pero ciones referentes a la filosofía de la religión parecen di-
cher, ferir mucho. Por lo que a esta problemática se refiere,
divi- parece bastante acertado el punto de vista de H. Timm
cuando señala que la concepción de Fichte en torno a la
e pe- filosofía de la religión resultaba, desde hacía tiempo,
Dis- algo obsoleta para los románticos. Sus conflictos con el
va a gobierno y, finalmente, su marcha de Jena serían lamen-
mado tados personalmente, pero el contenido de la52 disputa
a vez sería más bien considerado algo «anacrónico» . Como
cerca tendremos ocasión de ver, tal diagnóstico parece funda-
no del mentalmente válido por lo que se refiere a la actitud
rien- mantenida por Schleiermacher en sus Discursos. La
rden explicación del hecho religioso necesitaría ir más allá de
Fichte.
necesi-
51
Así, por ejemplo, A. W. Schlegel escribe a Novalis el 19 de enero
achers de 1799: «El valiente Fichte lucha propiamente por todos nosotros»
er Kon- |cfr. Fr. Bóckelmann (Hg.), Die Schriften zu J. G. Fichtes Atheismus-
Slreit, München, 1969, p. 245].
52
186. H. Timm, Die heilige Revolution, pp. 27-28.
XXXVI AKSKNIO (UNZO FERNÁNDEZ

4. NATURALEZA Y SENTIDO
DE LOS DISCURSOS SOBRE LA RELIGIÓN
En el ámbito de este contexto histórico, que no hemos
hecho más que esbozar, redacta Schleiermacher su obra
más famosa y representativa, sus Discursos de 1799. Si-
guiendo la temática predominante en sus primeros escri-
tos, Schleiermacher tenía el proyecto de replantear el
enfoque del problema moral, pero la comprensión defec-
tuosa de la religión, imperante en su medio ambiente,
aplazó un tiempo dicha tarea, para dedicarse a escribir
unos Discursos que expresaran una interpretación de la
religión en consonancia con la nueva época.
Iniciado en las peculiaridades de la escritura romántica
mediante sus colaboraciones en la revista Athenaum, los
Discursos pueden considerarse, en primer lugar, como
una de las expresiones más representativas del primer ro-
manticismo, tanto por su contenido como por su estilo.
Por encima de todo ello, y a pesar de las insuficiencias de
que adolecen, los Discursos van a constituir a la vez una
de las manifestaciones paradigmáticas de la historia de la
filosofía de la religión. Aun cuando no era la única res-
puesta posible a toda aquella apretada serie de circuns-
tancias que acompañan el nacimiento y esplendor de la
filosofía de la religión, no cabe duda de que los Discursos
son, a su manera, un resultado obvio de toda esa situa-
ción.
Los Discursos constituyen un notable esfuerzo por in-
vestigar la especificidad del fenómeno religioso, con una
intensidad pocas veces alcanzada. Como escribe G. Vat-
timo, la originalidad de Schleiermacher en cuanto filóso-
fo de la religión consiste «en el hecho de que él es quizá el
primero que adopta una actitud auténticamente fenome-
nológica en lo referente al hecho religioso» 53. Por muy
insuficiente que encontrara Husserl tal proyecto feno-
53
G. Vattimo, Schleiermacher, filosofo dell'interpretazione, Milano,
1968, p. 39.
ESTUDIO PRELIMINAR XXXVII

menológico, la afirmación de Vattimo parece aceptable


teniendo en cuenta el esfuerzo realizado por Schleier-
macher a la hora de delimitar la especificidad de dicho
os hecho religioso frente a otras instancias con las que
bra pudiera confundirse. También S. Sorrentivo viene a
Si- expresar un punto de vista convergente al considerar a
ri- Schleiermacher como a aquel autor «que ha liberado el
el espacio auténtico de una filosofía de la religión en cuanto
ec- ha sido el primero en investigar, con una reflexión filosó-
te, fica orientada en un sentido crítico y trascendental, la re-
bir ligión existente» 54. Haciéndolo así, Schleiermacher apa-
e la rece como el genio religioso propiamente dicho de su
generación, pues, aunque la temática religiosa estaba en el
ica ambiente, nadie como él se enfrentó a dicho problema.
los Pero, si los Discursos constituyen la obra más repre-
mo sentativa de Schleiermacher, también son su obra más
ro- discutida. Desde su aparición hasta hoy han sido objeto
lo. de las interpretaciones más dispares, y sólo parece impe-
de rar unanimidad a la hora de considerarla como una obra
una importante, significativa, en la historia de la interpreta-
la ción del hecho religioso 55. En efecto, los intérpretes,
es- casi sin excepción, hacen referencia a la especial dificul-
ns- tad que encuentran a la hora de ofrecer una valoración
la de esta obra. En vez de la disciplina del concepto, a
sos la que se refería un famoso contemporáneo de Schleier-
ua- macher, nos topamos con una retórica exuberante, pro-
pia de la sensibilidad romántica, que tiene como conse-
in- cuencia un lenguaje impreciso, no exento de confu-
una sión 56. Schleiermacher desorienta a sus intérpretes al
at-
so- 54
á el S. Sorrentino, Schleiermacher e la filosofía della religione, Bres-
cia, 1978, p. 39.
me- 55
Cfr. G. Scholtz, Die Philosophie Schleiermachers, Darmstadt,
uy 1984, pp. 82 ss.
no- 56
En el léxico de los románticos abundan términos tales como «in-
tuir, sentir, presentir, contemplar, donarse, misterio, añoranza, an-
helo, infinito, universo» (cfr. José M. G. Gómez-Heras, Religión y
Milano, Modernidad. La crisis del individualismo religioso de Latero a Nietzs-
che, Córdoba, 1986, p. 168.
XXXVIII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

utilizar un lenguaje que difería del tradicional o que al


menos asumía un nuevo sentido. Tal circunstancia fue
objeto de una de las primeras críticas que se dirigieron a
los Discursos. Su amigo y censor F. S. G. Sack le va a re-
prochar prontamente el «nuevo lenguaje revoluciona-
rio» que, oponiéndose a la primera regla de todo hablar
racional, vendría a pagar con falsa moneda buscando re-
fugio en una especie de oscuridad enigmática 57. En este
sentido se echan de menos en los Discursos el tecnicismo
y el rigor que poseen las lecciones hegelianas sobre la fi-
losofía de la religión.
A este respecto se ha de tener presente que Schleier-
macher dirige sus Discursos a un público culto, pero en
buena medida ajeno a los tecnicismos del lenguaje reli-
gioso y teológico. Schleiermacher quiere mostrar la plau-
sibilidad de la religión ante ese público, cuyo lenguaje
asume para hacerle más accesible la temática en cues-
tión. Pero entonces surge el problema, también tempra-
namente planteado: ¿hasta qué punto no cabría hablar
de dos perspectivas en Schleiermacher, la de ese público
culto que él adoptaría por finalidades apologéticas y la
suya propia, peculiar de un pastor protestante? ¿Se
puede hablar de una reservatio mentalis en esta obra de
Schleiermacher? ¿Tienen razón aquellos intérpretes
como P. Seifert que hablan de un exoterismo en los Dis-
cursos que se yuxtapondría al auténtico pensamiento
schleiermachiano? No cabe duda de que esta peculiari-
dad de la obra de Schleiermacher puede ser una fuente
de dificultades a la hora de interpretar su verdadero al-
cance, pero no hasta el punto que suponen algunos intér-
pretes.
Por otra parte, habría que hacer referencia al lenguaje
críptico, meramente alusivo, como algo característico de
los Discursos. Son muy pocos los autores que Schleier-
macher cita explícitamente. Spinoza y Platón son obje-

57
Cfr. M. Redeker, o. c, p. 88. ufo
ESTUDIO PRELIMINAR XXXIX

e al to de esta deferencia, pero no así otros pensadores, por


fue importantes que sean, como es el caso de Kant y Fichte.
na A lo largo de la obra hay múltiples alusiones a pasajes bí-
a re- blicos, a autores y corrientes de pensamiento que es pre-
na- ciso esforzarse por identificar dado que el texto schleier-
blar machiano nos deja con cierta frecuencia en la duda y la
re- perplejidad. Resulta obvio, entonces, que la lectura de la
este presente obra exige un buen conocimiento de las coorde-
smo nadas culturales en cuyo seno ha surgido.
a fi- Señalemos asimismo que la mencionada retórica ro-
mántica, difícil de digerir por la sensibilidad actual,
ier- unida a frecuentes rodeos, a la existencia de largos párra-
o en fos sin las debidas interpuntuaciones, tampoco nos facili-
reli- ta precisamente su lectura. Técnicas expresivas utiliza-
lau- das por Schleiermacher para hacerse más accesible a sus
uaje contemporáneos más bien dificultan su comprensión por
ues- el lector actual. De este modo, parte de las dificultades
pra- con que tropezamos son de carácter intrínseco, propias
blar de una obra innovadora que, a la vez, está en conexión
lico con una compleja situación histórica, y parte de las mis-
y la mas son atribuibles a ciertas peculiaridades estilísticas de
¿Se la obra.
a de Como hemos dicho, ningún otro escrito schleier-
etes machiano presenta dificultades similares. El mismo
Dis- Schleiermacher fue consciente de esta situación peculiar.
ento Así, con motivo de la segunda edición de los Discursos,
iari- en 1806, no puede menos de lamentar que en la obra se
ente encuentran no sólo «bastantes dificultades innecesarias»,
o al- sino también el fundamento de no pocos «malentendi-
ntér- dos» . 58

Observemos, por último, que, aunque no estuvieran


uaje destinados a ser pronunciados oralmente, la obra se con-
o de cibe como una serie de «discursos». Tal circunstancia no
eier- es un dato puramente externo, sino que condiciona su es-
bje- tilo, en parte agilizándolo y dándole mayor viveza, y en

ufo Schleiermacher ais Mensch, p. 61.


XL ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

parte dificultando su comprensión sintética, algo que


facilitaría, por el contrario, una exposición más sistemá-
tica. Estamos en todo caso ante una forma expresiva pro-
pia de un profundo conocedor y admirador de Platón.
Forma expresiva, por otra parte, que se prestaba para
que Schleiermacher recurriera con cierta frecuencia a
confesiones de carácter autobiográfico, circunstancia
que ha dado pie para que algún intérprete haya compara-
do los Discursos con las Confesiones de san Agustín o
con los Pensamientos de Pascal 59. Resulta en todo caso
innegable el carácter existencial de la obra que no se limi-
ta a la exposición de un pensamiento abstracto, sino que
implica a la vez las vivencias y los avatares del protago-
nista de los Discursos, que interpela al público culto que
menosprecia la religión. Además, se ha de tener presen-
te que Schleiermacher era ante todo un hombre de la
«palabra hablada», que tanto en su actividad de predica-
dor como de profesor se dejaba llevar por su inspiración
basándose en unas escuetas notas previas. El escribir
solía ser algo posterior a la exposición oral 60.
La obra consta de cinco discursos de importancia y ex-
tensión desiguales. El primero, aun siendo el más breve,
es importante para conocer el talante y la finalidad de la
obra; lleva por título Apología, revelando así una de las
peculiaridades que distinguen al escrito schleiermachia-
no: su carácter apologético y polémico para reivindicar la
especificidad y la autonomía de la religión. El segundo,
titulado Sobre la esencia de la religión, es el que responde
de una forma más directa al título de la obra y es también

59
Cfr. Fr. Hertel, Das theologische Denken Schleiermachers unter-
sucht an den ersten Auflage seiner Reden «Über die Religión», Zürich,
1965, p. 29.
60
Cfr. KGA, I , 1 , Teilband 1, pp. XVII-XVIII. Resulta ilustradora
a este respecto la gráfica descripción que D. Fr". Strauss ofrece de su
experiencia como oyente de Schleiermacher, tanto en su calidad de
profesor como de predicador (cfr. D. Fr. Strauss, Gesammelte Schrif-
ten, Bd. 5, Bonn, 1877, pp. 7-9).
ESTUDIO PRELIMINAR XLI

ue aquel discurso en el que el autor expone sus puntos de


á- vista fundamentales acerca del hecho religioso. También
o- es el más extenso de todos. El tercero, Sobre la for-
n. mación con vistas a la religión, está en función de lo ex-
ra puesto en el segundo discurso. La forma de concebir la
a esencia de la religión condiciona necesariamente su
ia transmisión y aprendizaje. La infravaloración de los dog-
a- mas y de los contenidos religiosos en general no podrá
o menos de tener consecuencias a la hora de abordar la en-
so señanza de la religión. El cuarto, Sobre la sociabilidad en
mi- la religión o sobre la Iglesia y el sacerdocio, quizá sea el
ue que conserva menos vigencia para el lector actual. Tiene,
o- sin embargo, un innegable valor histórico en lo referente
ue al planteamiento de este problema y especialmente en lo
n- concerniente al modo de concebir las relaciones entre la
la Iglesia y el Estado. Finalmente, el quinto, Sobre las reli-
a- giones, aborda el problema de las religiones positivas y,
ón de modo especial, el cristianismo, y viene a constituir
bir una especie de coronación de todo lo expuesto anterior-
mente.
ex- Cabría decir que el segundo y el quinto discursos cons-
e, tituyen los goznes sobre los que gira toda la obra. Exis-
la ten, sin embargo, divergencias entre los intérpretes a la
as hora de considerar uno u otro discurso como el funda-
ia- mental dentro de toda la obra. Mientras algunos conside-
la ran que se ha de interpretar toda ella en función del quin-
do, to discurso, en cuanto meta de todos los demás, al hacer
onde una apología del cristianismo 61, otros, por el contrario,
én ponen el acento principal en el segundo, en el que se
aborda la esencia de la religión, de forma que los discur-
sos posteriores tendrían como cometido la explicitación
de las ideas básicas expuestas en dicho discurso 62.
unter-
ürich,
61
Así, entre otros, P. Seifert, Die Theologie desjungen Schleierma-
ora cher, Gütersloh, 1960, pp. 169 ss. Esta tendencia ya había sido defendi-
e su da en el siglo xix por A. Ritschl, Schleiermacher Stellung zum Christen-
de tum in seinen Reden über die Religión, Gotha, 1888.
chrif- 62
Cfr. Fr. Hertel, o. c, p. 28.
XLII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

A nuestro entender, aun cuando el segundo discurso


contenga las ideas básicas de la obra, ésta gira, no obs-
tante, tal como hemos indicado, sobre dos goznes. En
este sentido, el quinto discurso aparece como el comple-
mento imprescindible del segundo. Tal es el punto de
vista expresado ya hace tiempo por un autor tan afín a
Schleiermacher como R. Otto: mientras que en el segun-
do discurso se aborda el problema de la esencia y del
valor de la religión en general, en el quinto se trata de al-
canzar una nueva comprensión de la esencia y el valor de
las distintas formas religiosas concretas, y en especial del
cristianismo, partiendo de la nueva comprensión general
del hecho religioso 63. En un cierto sentido, también
Schleiermacher propugna la conexión interna entre
esencia y fenómeno, de tanta relevancia en otros autores
contemporáneos. De hecho, Schleiermacher, en su Dia-
léctica, relaciona constantemente esencia y fenómeno,
defendiendo en la cuestión de los universales el punto de
vista de los universalia in rebus M. De este modo, aun
cuando insista en la contingencia e individualidad de lo
fenoménico, no lo disocia de su marco de referencia
esencial. Cabría así considerar los Discursos como giran-
do sobre los dos polos a que nos hemos referido.
La cuestión anterior nos conduce a otra, asimismo
muy discutida en la tradición schleiermachiana. Se trata-
ría de decidir si el enfoque de los Discursos es de carácter
teológico o filosófico . De hecho, la mayoría de los tra-
bajos sobre el joven Schleiermacher proviene del campo
de la teología protestante, tendiendo por lo general a in-
fravalorar su dimensión filosófica. Basta con recordar
dos importantes trabajos ya citados: el de P. Seifert y el
de Fr. Hertel. Desde este horizonte se interpretan los

63
Cfr. Fr. Schleiermacher, Über die Religión. Reden an die Gebilde-
ten unter ihren Veráchtern (Hg. von R. Otto), Góttingen, 1967, p. 17.
64
Fr. Beisser, Schleiermachers Lehre von Gott, Góttingen, 1970,
p. 13.
65
Véase, por ejemplo, Fr. Hertel, o. c, pp. 145 ss.
ESTUDIO PRELIMINAR XLIII

so Discursos como un documento perteneciente ante todo a


bs- la historia de la teología, si bien no se discute que en la
En obra esté presente una filosofía determinada 66. Un capí-
le- tulo aparte lo representa la teología dialéctica, la cual, en
de su intento de descalificar la teología schleiermachiana,
a no duda en señalar que los Discursos constituyen más
un- bien un ejemplo de filosofía romántica que de teología
del cristiana propiamente dicha.
al- La verdad es que, a pesar de las frecuentes referencias
de a pasajes bíblicos y, sobre todo, de la apología del cristia-
del nismo presente en el último discurso, no resulta nada
ral fácil considerar esta obra como de índole primordial-
én mente teológica. La lectura detenida de los primeros dis-
tre cursos sugiere más bien que R. Otto está acertado al se-
res ñalar que el interés fundamental de la obra se centra en
a- el ámbito de la filosofía de la religión. Los Discursos no
no, parecen girar en torno al binomio filosofía-teología, sino
de en torno al intento de clarificar de nuevo la esencia de la
aun religión, como sugiere ya la primera parte del título de la
lo obra: Sobre la religión. Es cierto que Schleiermacher es-
cia tablece una separación tajante entre la religión y la meta-
an- física y la moral, pero tal separación no es equivalente a
sus ojos a la existente entre la teología y la filosofía, pues
mo Schleiermacher también propugna la diferenciación de la
ta- religión respecto a los sistemas teológicos. A los cuestio-
ter namientos filosóficos de la religión existentes en su tiem-
ra- po Schleiermacher sólo podría responder de una forma
po coherente desde una perspectiva filosófica 67.
in- Nos sumamos, por tanto, a los que consideran los Dis-
dar cursos como uña obra fundamentalmente de filosofía de
el la religión. Schleiermacher es un autor que no sólo ha
os
66
Así lo reconoce P. Seifert: «El hecho de que en los Discursos
bilde- sobre la religión está presente unafilosofíatotalmente determinada es
. 17. algo que no necesita demostración alguna» (id., o. c, p. 53).
1970, 67
Cfr. M. Eckert, «Das Verhálnis von Unendlichem und Endlichem
in Fr. Schleiermachers Reden Über die Religión», en Archiv für Reli-
gionspsychologie, 16 (1983), pp. 22-23.
XLIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

pronunciado y redactado toda una serie de sermones,


que ha impartido clases de teología y escrito obras de ca-
rácter teológico, sino que es asimismo autor de una im-
portante obra filosófica, crecientemente reivindicada
con el paso del tiempo. Tal sería también el caso de su fi-
losofía de la religión plasmada primordialmente en los
Discursos, por más insuficiencias que pueda presentar
dicho proyecto. En todo caso, tiene razón K. Nowak al
insistir en que los Discursos son algo más que la comuni-
cación de las vivencias de su autor. Por debajo de sus for-
mas retóricas se encuentra una obra filosóficamente cua-
lificada, que supone la asunción y elaboración de toda
una serie de elementos dispersos de la filosofía moder-
na 68.
En el horizonte fundamental de esta aproximación a la
esencia de la religión no podía faltar un concepto clave
para el mundo romántico: el de lo Infinito. Tal como ya
señaló Dilthey en su tiempo, el contrafondo metafísico
de los Discursos es la «inmanencia o presencia de lo Infi-
nito, de lo Eterno en lo finito» 69. Es un tema recurrente
con el que tropezamos una y otra vez a lo largo de la
obra.

5. EL CARÁCTER APOLOGÉTICO
DE LOS DISCURSOS
Como ya hemos indicado, el primer discurso lleva el tí-
tulo de «Apología». Si el escrito schleiermachiano ha po-
dido ser concebido como una «confesión» en la que da
expresión a su visión del hecho religioso, también ha sido
considerado a la vez como libro de combate, como obra
polémica. En efecto, todo él está traspasado por la vo-
luntad de reivindicar la legitimidad y autonomía de la re-

K. Nowak, o. c, p. 162.
W. Dilthey, o. c, p. 322.
ESTUDIO PRELIMINAR XLV

s, ligión. Schleiermacher va a intentar desarrollar su tarea


a- ante un público determinado: el público culto que me-
- nosprecia la religión como algo obsoleto y trasnochado,
a que quizá sólo resulte idóneo para el estrato inferior del
i- pueblo, donde se habría refugiado el sentimiento de lo
s divino. Frente a esta concepción, Schleiermacher quiere
r hacer ver que ser protagonista del movimiento cultural y
al a la vez hombre religioso son realidades compatibles.
i- Aun cuando, de por sí, esa minoría cultural debiera ser, a
r- juicio de Schleiermacher, la que estuviera en mejores
a- condiciones para comprender la relevancia y legitimidad
a de la religión, se encuentra, sin embargo, particularmen-
r- te afectada por el repliegue de la religión en el ámbito de
la cultura moderna.
a Los protagonistas culturales, dicho con tintes románti-
e cos, no sólo no visitarían los «templos abandonados» de
a la Divinidad, sino que tampoco la venerarían en el «sa-
o grado recogimiento», pues su lugar lo ocupan ahora las
i- «sentencias de los sabios» y los «cánticos de los poetas»;
e la humanidad y la patria, el arte y la ciencia se han adue-
a ñado hasta tal punto de su espíritu que ya no les queda
espacio alguno para el «Ser eterno» . De un modo simi-
lar a Hegel, también para Schleiermacher el mundo mo-
derno habría asistido a un enorme ensanchamiento del
conocimiento y del dominio de lo finito, mientras que, en
contrapartida, el conocimiento de Dios se habría ido es-
trechando cada vez más. Como consecuencia del Impe-
í- rium hominis, la vida terrena habría sido tan rica y multi-
o- formemente configurada que los protagonistas culturales
a de la época ya no necesitarían más de lo «Eterno». El
o mundo de la finitud, en sus diversas perspectivas, absor-
a be de tal forma al espíritu humano que queda bloqueada
o- su apoyatura en lo Infinito, y de este modo queda inhibi-
e- do también el espíritu religioso. Tal es un tema recurren-

70
Reden, p. 2 (salvo indicación en contrario, citamos esta obra
según el texto y la paginación de la 1.a edición).
XLV I ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

te en los Discursos. La época se muestra ambivalente. Es


cierto que asoma una serie de circunstancias favorables
al renacimiento religioso, pero son muchas las trabas que
se presentan en el camino.
Los protagonistas culturales no son concebidos cierta-
mente como enemigos del cristianismo y de la religión,
sino más bien como menospreciadores de los mismos.
Schleiermacher es consciente del distinto grado de radi-
calidad de los ilustrados franceses y alemanes. Pero estos
últimos serían en todo caso menospreciadores de la reli-
gión en la medida en que, de una u otra forma, la diluían
en la moral, en la estética, en la razón o, en general, en la
nueva filosofía de la cultura y de la educación. En este
horizonte de apogeo cultural, Schleiermacher ve la reli-
gión acosada e inhibida, a la deriva en fin 71. Como
hemos indicado, el movimiento romántico suponía un
horizonte propicio para el retorno de la religión, pero en
el momento de redactar los Discursos todavía no se había
publicado ninguna obra satisfactoria sobre el tema, aun
cuando el camino había sido allanado, ciertamente, por
autores como Hamann, Herder, Jacobi... Sin embargo,
el mismo Fr. Schlegel escribía en 1798 en el Athenaum;
«cuanta más formación [Bildung], tanta menos reli-
gión» 72.
Schleiermacher sabe que su tarea no es fácil después
del cansancio y agotamiento producidos por todo un
siglo de debates. Los protagonistas culturales, admite,
están de acuerdo en que no puede decirse nada «nuevo»

71
Cfr. R. Vierhaus, «Schleiermachers Stellung in der deutschen Bil-
dungsgeschichte», en Internationaler Schleiermacher Kongress, Berlín,
1985, pp. 3 ss.
72
Fr. Schlegel, Bd. 2, p. 241. Schleiermacher, a pesar de todo, lo
mismo que sus colegas idealistas, se va a dirigir a la élite cultural alema-
na, pues, frente al pragmatismo o a la frivolidad que cree descubrir en
otras culturas coetáneas, consideraba al mundo alemán más propicio
no sólo para la recuperación del espíritu de profundidad, sino también
para la recuperación de la religión.
ESTUDIO PRELIMINAR XLVII

Es acerca del tema que no haya sido dicho ya por unos o por
les otros 73. En efecto, si resulta innegable que la Ilustración
que ha desencadenado un poderoso movimiento de desen-
cantamiento del mundo y, en consecuencia, de cuestio-
ta- namiento de la tradición religiosa y teológica, también lo
ón, es que desde finales del siglo XVII y durante el XVIII asis-
os. timos a una especie de apogeo de la literatura apologéti-
di- ca que recuerda de alguna manera la desplegada por el
tos cristianismo en los primeros siglos de su historia . Sea
eli- cual fuere la altura teórica de este tipo de literatura, lo
ían cierto es que tanto en Francia como en Inglaterra y Ale-
n la mania constituye un fenómeno representativo del pano-
ste rama ideológico de esta época.
eli- A. Monod, en un estudio clásico sobre el tema, conta-
mo bilizó, sólo en lengua francesa, unas 950 obras de carác-
un ter apologético en el período que va desde 1670 a 1802 75.
en Esta última fecha coincide con la publicación de El genio
bía del cristianismo, de Chateaubriand, que, después del
un radicalismo de las Luces, supone la reivindicación ro-
por mántica de lo religioso, aunque sin alcanzar la relevancia
go, teórica de Schleiermacher en sus Discursos. También
m; Alemania se sumó, aunque con cierto retraso, a este apo-
eli- geo de la literatura apologética. Si en la primera parte del
siglo se recurría sobre todo a la traducción de obras ex-
ués tranjeras, desde mediados del mismo aparece una pro-
un ducción propia, aun cuando nunca llegó a convencer a
te, los espíritus más críticos. De esta forma, Schleiermacher
o» estaba condenado a la innovación si pretendía alcanzar la
suficiente credibilidad ante el público al que se dirigía 76.
A pesar de las dificultades, Schleiermacher se apresta
Bil- a acometer esa tarea con una actitud confiada, pues se
Berlín,
73
o, lo Reden, pp. 2-3.
ma- Cfr. G. Pons, «Lessing Auseinandersetzung mit der Apolo-
r en getik», en Zeitschrift für Theologie und Kirche, 77 (1980), p. 381.
75
icio A. Monod, De Pascalá Chateaubriand, New York, 1971 (reimp.),
bién p.8.
76
Cfr. K. Nowak, o. c, p. 150.
XLVIII ARSENIO G1NZO FERNÁNDEZ

siente impelido a ello por una especie de «vocación divi-


na», por una necesidad interna, irresistible, de su natura-
leza. La existencia concreta de Schleiermacher no parece
justificar elpathos con que comienza el primer discurso,
pero encaja, desde luego, en el talante del movimiento
romántico. Por otra parte, aun cuando termina confesan-
do su condición clerical, no duda en comenzar distan-
ciándose del universo mental de la ortodoxia vigente.
Prosigue con ello toda una línea en la que se insertan auto-
res como Lessing, Herder y Kant, entre otros. En opo-
sición al fenómeno típicamente protestante de la biblio-
cracia, del culto a la letra de la Escritura, Schleiermacher
confiesa que «poco» de lo que él dice y siente se encuen-
tra en los libros sagrados, y que toda «Escritura muerta»
no es más que un mausoleo de la religión.
Por ello, prefiere buscar un terreno común con los pro-
tagonistas de la cultura. En vez de hablarles como cléri-
go, señala por el contrario: «Como hombre os hablo de
los sagrados misterios de la humanidad» 77, decidiéndose
a utilizar el «lenguaje» de sus interlocutores. En tal cir-
cunstancia se apoyan, según hemos indicado, algunos in-
térpretes para defender la presencia de unos contenidos
«exotéricos» en esta obra schleiermachiana. Es innega-
ble, desde luego, ese esfuerzo por sintonizar con los pro-
tagonistas culturales utilizando su lenguaje, pero no
parece legítimo exagerar esta circunstancia. Por insufi-
cientemente que Schleiermacher logre expresar a veces
su pensamiento, es preciso concluir que lo que él dice, lo
piensa también 78. Schleiermacher comparte no sólo lo
que dice como pastor protestante, sino asimismo lo que
expresa como «hombre». Es en este último sentido en el
que cabe considerar los Discursos primordialmente
como un esbozo de filosofía de la religión.
Schleiermacher quiere rechazar de una forma tajante

Reden, o. c, p. 5.
Cfr. Fr. Beisser, o. c, p. 12, nota 6.
ESTUDIO PRELIMINAR XLIX

ivi- la instrumentalización de la religión en función de otras


ra- instancias. Ya con anterioridad a los Discursos había es-
ece crito:
so,
nto Lo que ha de defenderse, es preciso defenderlo totalmente
an- a partir de sí; así79se ha de defender también la religión, no
an- como un medio .
nte.
uto- En consonancia con ello, el planteamiento schleier-
po- machiano se va a diferenciar de la apologética anterior.
lio- Si en esta última se pretendía hacer plausible la religión a
her partir de la autoridad bíblica o bien desde argumentos fi-
en- losóficos, históricos o científico-naturales, Schleierma-
ta» cher aspira, por el contrario, a considerar la religión
como un fenómeno que reposa sobre sí 80. Los Discursos
pretenden mostrar la religión en su pureza originaria,
ro- para hacerla de nuevo aceptable a una época que ha per-
éri- dido el sentido de la misma y que, por otra parte, difícil-
de mente podría reconocerla en las configuraciones distor-
ose sionadas bajo las que ella se presentaba. Ante esta
cir- situación, Schleiermacher se siente, como decíamos, im-
in- pulsado por una especie de vocación divina; se siente
dos como un artista de la religión, como un mediador envia-
ga- do por la Divinidad, para volver a unir entre sí aquellos
ro- ¡ispectos fundamentales de la existencia humana que se
no habían disociado. Al fin y al cabo, Schleiermacher era re-
ufi- presentante de la renovación cultural y de la religiosa a la
ces vez. Fr. Schlegel parece haber descrito certeramente la
, lo situación al escribir: _
o lo
que Él [Schleiermacher] habla para dar testimonio (como uao-
n el xvo) a favor de la religión confrontándose a la época .
nte
Cabría decir que también para Schleiermacher el ca-
nte mino misterioso conduce hacia el interior; en definitiva,

KGA, I, 2, p. 25.
Cfr. K. Nowak, o. c, p. 153.
Fr. Schlegel, o. c, p. 280.
L ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

hacia el sujeto de la religión. Es ahí hacia donde quiere


conducir a los protagonistas culturales. Los quiere con-
ducir, señala, hacia «las profundidades más íntimas»
desde las que la religión interpela primeramente el
ánimo; quiere mostrarles desde «qué disposiciones de la
humanidad» surge la actitud religiosa y cómo ella, en
contraposición a lo que opinan esos protagonistas, perte-
nece en última instancia a lo que ellos consideran como
más elevado y apreciado 82. En ese repliegue sobre el su-
jeto de la religión, sobre la interioridad, es donde cabría
descubrir el lugar originario de la religión, no como una
instancia mediatizada por otras, sino como algo a lo que
compete «una provincia propia en el ánimo», en la que
reinaría de una forma ilimitada mostrándose digna de ser
conocida según su esencia por los espíritus más nobles y
excelentes .
Por ello no tiene inconveniente en sumarse a los prota-
gonistas culturales a la hora de someter a crítica las dis-
tintas interpretaciones históricas del hecho religioso.
Aun cuando los sistemas y teorías religiosos se deriven
de la religión, no se han de confundir entre sí. A diferen-
cia de lo que opinaban tantos ilustrados, Schleiermacher
no advierte un progreso en el planteamiento del proble-
ma religioso en el proceso que va desde las «fábulas más
absurdas» de naciones salvajes hasta el fenómeno ilustra-
do del «cristianismo racional» que estaría compuesto de
fragmentos de metafísica y moral mal cohesionados
entre sí. Sin duda, entre uno y otro extremo ha habido un
perfeccionamiento y un refinamiento intelectuales cre-
cientes, pero ello no constituye un progreso análogo a la
hora de interpretar más adecuadamente el hecho religioso.
Ya desde el comienzo de los Discursos se puede adver-
tir una actitud antimetafísica y antisistemática, aun cuan-
do ello, como suele ocurrir, implique después más apo-

82
Reden.o. c.,pp. 19-20.
83
Reden, o. c, p. 37.
ESTUDIO PRELIMINAR LI
iere
con- rías de las previstas inicialmente. En todo caso,
mas» Schleiermacher considera que la religión ha de liberarse
de la esclavitud a que la había sometido el espíritu esco-
e el lástico y metafísico. También ha de liberarse de los siste-
de la mas teológicos con sus teorías acerca del origen y el fin
, en del mundo y acerca de la naturaleza de un Ser incom-
erte- prensible. Frente a la vivencia religiosa, todo ello no
omo sería más que una argumentación fría que no va más allá
l su- de una disputa escolar ordinaria. Los protagonistas cul-
bría turales no han encontrado ni podido encontrar la religión
una en esos sistemas, debido a la sencilla razón de que ella
que 84
«no se encuentra ahí» . Schleiermacher se apresta en-
que tonces a explorar la «propia provincia» que le compete a
e ser la religión como tal.
es y

ota- 6. DIOS Y LA RELIGIÓN


dis-
oso. Al hilo de esta cuestión llegamos al núcleo de los Dis-
iven cursos. Se menciona aquí a Dios y a la religión como
ren- polos correlativos, pero ya sabemos que lo peculiar de
cher Schleiermacher consiste en su insistencia y potenciación
ble- de la religión como tal, revelando así de una forma para-
más digmática las perplejidades de una época.
stra- Ya en el comienzo mismo del segundo discurso se nos
o de advierte que la pregunta por la religión es mucho85 más
ados amplia y abarcadora que la pregunta por los dioses La
o un respuesta a la pregunta por la esencia de la religión apa-
cre- rece condicionada por toda la evolución intelectual pre-
a la via, de Schleiermacher. No es extraño, por tanto, que en
oso. los Discursos conecte explícitamente con esas experien-
dver- cias antenores, a la hora de referirse al papel desempe-
uan- ñado por la religión:
apo- La religión fue el cuerpo maternal en cuya sagrada oscuri-
dad se alimentó mi vida juvenil y se preparó para el mundo,

Reden, o. c, p. 26.
Reden, o. c, p. 39.
H
LII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

que todavía constituía para ella una realidad no descifrada;


en la religión respiró mi espíritu antes de que él hubiera ha-
llado sus objetos externos, la experiencia y la ciencia; ella
me ayudó cuando comencé a examinar la fe paterna y a pu-
rificar el corazón de los desechos del pasado; ella permane-
ció en pie para mí cuando Dios y la inmortalidad se esfuma-
ron ante los ojos vacilantes 86.

En este homenaje al papel desempeñado por la reli-


gión en su vida, parece particularmente reveladora la úl-
tima frase: la religión se mantuvo en pie aun en el mo-
mento en que aquellos dos polos privilegiados se le
volvieron problemáticos. ¿Qué entiende Schleiermacher
por religión? Ya sabemos que aspira a una concepción de
la misma como una realidad autónoma, que se autofun-
damenta 87. Hay que excluir por ello aquellas instan-
cias que, en definitiva, no harían más mediatizarla. Tales
serían la metafísica y la moral. Aun cuando sea condu-
ciendo el problema hasta planteamientos difícilmente
asumibles, Schleiermacher se rebela contra toda instru-
mentalización de la religión. Es cierto que la metafísica
—Schleiermacher reconoce que la formulación más mo-
derna de ésta es la Filosofía trascendental— y la moral
poseen el mismo objeto que la religión, a saber, el Uni-
verso y la relación del hombre con él. Esta igualdad de
objeto estaría en el origen de muchos malentendidos,
pues ello supuso una invasión del campo de la religión
por la metafísica y la moral, desfigurando el verdadero
rostro de la religión. Pero, aun cuando haya identidad de
objeto, la forma de relacionarse con él no es la misma.
La metafísica tiene por cometido clasificar el Universo,
dividiéndolo en tales y cuales seres, indagando el funda-
mento de todo lo existente, buscando las últimas causas y
las verdades eternas. Todo ello, matiza Schleiermacher,

86
Reden, o. c, pp. 14-15.
87
Cfr. G. Ebeling, «Zum Religionsbegriff Schleiermachers», en Re-
formation und praktische Theologie. Festschrift für W. Jetter zum 70.
Geburstag, Góttingen, 1983, pp. 61 ss.
ESTUDIO PRELIMINAR Lili

rada;
a ha- parece inevitable para la metafísica, pero tal indagación
ella es ajena al espíritu de la religión. Por su parte, la moral
a pu- deduce, a partir de la naturaleza humana y de su relación
ane- con el Universo, todo un sistema de deberes, prescri-
uma-
biendo y prohibiendo acciones. Tampoco éste es el co-
metido de la religión. Su forma de relacionarse con el
reli- Universo es de talante distinto.
a úl- Estaríamos, por tanto, ante tres actividades claramen-
mo- te diferenciadas del espíritu humano, y cabría preguntar-
e le se cómo se alcanza la unidad de ese espíritu: ¿cuál de
cher esas tres instancias realiza la función unificadora del con-
n de junto de la actividad espiritual? Por distintos motivos no
fun- acepta ni el primado de la razón teórica ni el de la razón
tan- práctica. Por el contrario, el carácter «sutil» de la instan-
ales cia religiosa la convierte en apropiada para desempeñar
ndu- esa función. Con ello se trata de ganar dialécticamente
ente terreno ante los interlocutores de sus discursos: ya no se
stru- trata de reconocer el derecho a la existencia de la reli-
ísica gión, en el seno de su propia provincia, junto a otras ins-
mo- tancias, sino más bien de afirmar su primacía 88. Frente
oral al particularismo de toda actividad terrena, sólo la reli-
Uni- gión es capaz de ofrecer una auténtica universalidad al
d de espíritu, alcanzando así su verdadero equilibrio.
dos, La esencia de la religión no consiste para Schleier-
gión macher ni en pensar ni en obrar, sino en la intuición y en
dero el sentimiento. Intuición y sentimiento ¿de qué?: del
d de Universo, de lo Infinito, del Uno y Todo... En expresión
sma. típicamente romántica, la religión viene definida como
erso, asentido y gusto por lo Infinito» 89. Es una actitud que se
nda- caracteriza por su pasividad «infantil» ante el misterio
sas y inefable del Universo, tal como señala el siguiente texto:
cher,
Ella [la religión] quiere intuir el Universo, quiere espiarlo
piadosamente en sus manifestaciones y acciones, quiere ser

en Re-
zum 70. Reden, o. c, pp. 45 ss.
Reden, o. c, p. 53.
LIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

impresionada y plenificada en pasividad infantil por sus in-


flujos inmediatos 90.

La religión implica una actitud de modestia y de miste-


rio ante las cosas que nos recuerda la serenidad
(Gelassenheit) heideggeriana. Esta actitud supone la ple-
nitud, la perfección del comportamiento humano al rec-
tificar el carácter unilateral de una especulación y de una
praxis carentes de esa complementación que sólo la reli-
gión podría dar. De ahí la condena schleiermachiana de
Prometeo, de su rebelión contra los dioses, que distor-
siona la conciencia de limitación y de contingencia del ser
humano 91. Aunque el poema Prometeo de Goethe esté
en el origen del debate sobre la filosofía de Spinoza, y
aun cuando dicha figura ocupe un lugar central entre las
deidades románticas, Schleiermacher en su concepción
religiosa adopta una actitud claramente antiprometei-
ca. Prometeo podrá ser considerado como el santo más
destacado del «calendario filosófico», pero no así en el
religioso, dado que simboliza la tendencia hacia la abso-
lutización de la finitud, pero ésta sólo encuentra su «re-
dención» en el seno de la Infinito.
Esta inserción de lo finito en lo Infinito es aquello que
permitiría, a juicio de Schleiermacher, aspirar a un «rea-
lismo superior» en la visión del mundo. Este realismo
sería algo que se le escapa al «triunfo de la especulación»
que supone el idealismo consumado de Fichte. Dicho
idealismo, desprovisto del contrapeso de la religión, ter-
minaría por degradar y destruir el Universo, convirtién-
dolo en una sombra de nuestra limitación y finitud.

90
Reden, o. c, p. 50.
91
A este respecto, Schleiermacher podría suscribir las siguientes
consideraciones de L. Kolakowski: «[...] en este sentido general, cual-
quier religión, la religión como tal, es "antihumanista", antiprometei-
ca. El fenómeno mismo de lo Sagrado y el acto mismo del culto expre-
san la conciencia del hombre de su carencia de autosuficiencia, de una
debilidad ontológica y moral que él no tiene la fuerza necesaria para
vencer solo» (cfr. id., Si Dios no existe... Madrid, 1985, p. 201).
ESTUDIO PRELIMINAR LV

s in- Es en este contexto donde Schleiermacher cree encon-


trar en Spinoza un aliado a favor de ese realismo supe-
ste- rior. De ahí el homenaje inusual, tan llamativo en el
dad marco de los Discursos, al filósofo holandés. Es uno de
ple- los textos más conocidos y citados de los Discursos y uno
rec- de los que también ha dado lugar a mayor número de dis-
una cusiones entre los intérpretes de Schleiermacher:
eli-
a de ¡Sacrificad conmigo respetuosamente un rizo a los manes de
Spinoza, el santo reprobado! Estaba penetrado por el supe-
tor- rior espíritu del mundo, lo Infinito era su comienzo y su fin,
l ser el Universo su único y eterno amor [...] estaba lleno de reli-
esté gión y de espíritu santo y por eso también se encuentra allí,
sólo e inalcanzado, maestro en su arte, pero situado por en-
a, y cima del gremio91de los profanos, sin discípulos y sin derecho
las de ciudadanía .
ción
tei- La crítica velada a Fichte encuentra así su contraparti-
más da en tal homenaje a Spinoza. Éste daría expresión a un
n el realismo superior en la medida en que su obra haría justi-
bso- cia a la vez a la especulación y a la religión, a la ciencia y
«re- al sentido de lo Infinito 93. A pesar de las diferencias que
puedan existir entre ambos pensadores, Schleiermacher
que se siente identificado con Spinoza en la exigencia de bus-
rea- car un soporte a la finitud, a la que tan apegada veía a su
smo época.
ón» No parece posible, por tanto, defender el grado de
cho identificación, entre el pensamiento de Fichte y el refle-
ter- jado en los Discursos, que han sostenido algunos intér-
ién- pretes, entre los que cabría destacar a E. Hirsch, quien in-
terpreta ese escrito schleiermachiano fundamentalmente
desde la filosofía de Fichte, de forma que Schleiermacher
aparecería aquí como su discípulo, viniendo a ser los Dis-
entes
cursos un escrito en torno a la disputa del ateísmo 94.
cual-
metei-
92
xpre- Reden, o. c, pp. 54-55.
e una 93
Cfr. G. Meckenstock, o. c, p. 1.
para 94
Cfr. E. Hirsch, Geschichte der neuern evangelischen Theologie,
IV, pp. 500 ss.
LVI ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

Frente a este enfoque, parecen ciertamente más satisfac- p


torias las interpretaciones de P. Seifert, Fr. Hertel y t
H. Timm, entre otros, que cuestionan esa visión de los b
Discursos, aun cuando acepten que un importante influ- c
jo de Fichte resulte incuestionable en otras obras, tal c
como ocurre en los Monólogos. Si, según Fichte, el d
orden moral vivo y efectivo de las cosas venía él mismo a p
ser Dios, según Schleiermacher el mundo moral no es p
para la religión el Universo, es decir, lo Absoluto o el m
orden divino 95. El planteamiento de Schleiermacher no d
deja lugar a dudas en cuanto a su oposición al punto de q
vista de Fichte. e
Por tanto, la religión sería, para Schleiermacher, i
aquella instancia que es capaz de dar verdadera universa- a
lidad al espíritu humano, facilitándole una visión integral c
de la realidad frente a la unilateralidad de las actitudes s
intelectualistas y moralizantes. Todo ello iría unido a la e
postulación de la autonomía de la religión, intentando g
llevar a su consumación el proceso kantiano de disocia- t
ción entre la ciencia y la religión, al concebirla como d
emancipada no sólo respecto a la razón teórica, sino tam- t
bién a la práctica 96.
Sería precisamente esa cultura imperante, intelectua-
lista y moralizante, la que constituiría el principal obstá-
culo para el florecimiento de la religión. Aun cuando
todo el mundo nace con la disposición para la religión,
esa disposición es inhibida y bloqueada por la cultura im-
perante que imposibilita su desarrollo armonioso. La f
educación que reciben los jóvenes, en cuanto reflejo de m
esas coordenadas generales, contribuye a que el espíritu c
humano sea absorbido por los intereses de la finitud, de m
forma que lo Infinito quede alejado lo más posible de su h
horizonte ideológico. Con ello la religión se ve condena-
da a desempeñar un papel demasiado insignificante y

Reden, o. c, p. 107. n
W. Dilthey, o. c, pp. 427 ss.
ESTUDIO PRELIMINAR LVII

c- precario 7. Schleiermacher, en sintonía con su tiempo,


y tuvo una profunda sensibilidad pedagógica, siendo tam-
s bién capaz de hacer aportaciones originales en este
u- campo , pero su concepción de la religión le conduce a
al criticar los supuestos de la educación imperante, incluso
el de aquella que se consideraba más actualizada y vigente,
a por no dejar el debido espacio para la libertad. Por otra
s parte, por lo que atañe a la enseñanza religiosa propia-
el mente tal, la postura de Schleiermacher no puede menos
o de mostrarse feudataria de una concepción de la religión
e que se disocia de los enfoques teóricos y morales. Por
ello la instrucción religiosa no podrá revestir para él la
r, importancia que tiene para Hegel. Se pueden transmitir
a- a los demás nuestras opiniones y principios, pero, en
al cuanto a su punto de partida religioso, las intuiciones y
s sentimientos, se trataría más bien de suscitarlos que de
a enseñarlos, debido a su carácter originario e inefable. Si-
o guiendo el enfoque que ya apuntaba en sus planteamien-
a- tos anteriores, tampoco en los Discursos se concede a los
o dogmas y a las proposiciones doctrinales ninguna impor-
m- tancia primordial:
a- Algunos no son más que expresiones abstractas de intuicio-
á- nes religiosas, otros son reflexiones libres acerca de la acti-
o vidad originaria del sentido religioso, resultado de una com-
paración de la visión religiosa con la común " .
n,
m- En contraposición con esa demarcación de la religión
La frente a la metafísica y la moral, se produce en Schleier-
de macher una aproximación entre la religión y el arte, aun
u cuando ello no quiera decir que se puedan aceptar sin
de más los reproches de esteticismo que más de una vez se
u han hecho a su concepción de la religión. Dichos repro-
a-
y
97
Reden, o. c, pp. 144-145.
98
Cfr. Fr. Schleiermacher, Padagogische Schriften (Hg. von E. We-
niger), 2 Bde, Düsseldorf/München, 1957.
99
Reden, o. c , p. 116.
LVIII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

ches tendrían mayor validez dirigidos a otros contem-


poráneos suyos. En todo caso, resultaba inevitable, tam-
bién en la obra schleiermachiana, una innegable aproxi-
mación entre el mundo religioso y el artístico. Tomando
como pretexto al admirado Platón, Schleiermacher no
tiene reparo en admitir que «la religión y el arte se en-
cuentran uno junto al otro como dos almas amigas» 10 °.
Es sobre todo a la música a lo que se refiere Schleier-
macher en este contexto. Al acentuar el carácter pasivo
de los sentimientos religiosos, en contraposición a la me-
tafísica y a la moral, Schleiermacher no quiere indicar
que los sentimientos religiosos estén desprovistos de
toda eficacia existencial. Ciertamente, las limitaciones
del concepto schleiermachiano de religión no le permiten
diseñar la sugerente dialéctica de lo religioso en cuanto
«resistencia y sumisión», tal como hará D. Bonhoeffer.
Pero, aun cuando no todo haya de ser realizado a partir
de (aus) la religión, sí todo debe ser realizado con (mit)
religión. A este respecto, los sentimientos religiosos han
de ser concebidos como una especie de música sagrada
que ha de acompañar a toda actividad humana. De esta
forma, la aversión a la bibliocracia, a las proposiciones
doctrinales en el ámbito religioso, deja lugar a la sutileza
y a la espiritualidad de la música. Tal sería también el cri-
terio que ha de seguir el virtuoso que comunica a los
demás su religión. Por otra parte, el Universo mismo ha
de ser concebido como el gran artista que forma de un
modo inmediato su mayor obra de arte con la materia
que le ofrece la humanidad 101.
Siendo ello así, es lógico que uno de los reproches fun-
damentales —el más conocido— que se le han dirigido a
la concepción schleiermachiana de religión sea el subjeti-
vismo, el cual vendría a representar un momento pecu-
liar en el desenvolvimiento del principio moderno de la
subjetividad. Ya D. Fr. Strauss refiere que para los «teó-
100
Reden, p. 169.
101
Reden, o. c, p. 173.
ESTUDIO PRELIMINAR LIX

em- ogos especulativos» Schleiermacher venía a ser una es-


am- pecie de sofista y que «miraban con desprecio desde la al-
oxi- gura de su concepto absoluto el punto de vista subjetivo»
ndo schleiermachiano 102. De hecho, la recepción de
no Schleiermacher va íntimamente unida a la de Hegel, y
en- desde luego los hegelianos, empezando por el propio
10
°. maestro, han sido particularmente sensibles al subjetivis-
eier- mo schleiermachiano. Aun cuando Hegel no pensara ex-
sivo clusivamente en Schleiermacher al describir el subjetivis-
me- mo religioso de su tiempo, sí se refería a él de un modo
icar especial. Este subjetivismo se preocupa de la «religión»,
de de la «religiosidad», de la «piedad», pero no del «ob-
ones jeto»:
iten Se exige tan sólo que el hombre debe tener religión. Esto es
anto lo fundamental, y se considera incluso como indiferente si
fer. se sabe algo de Dios o no, o se sostiene que esto es algo to-
artir talmente subjetivo, no se sabe con certidumbre qué cosa sea
Dios 103.
mit)
han Por su parte, su discípulo Strauss, refiriéndose expre-
ada samente a los Discursos, no duda en señalar que la libe-
esta ración y espiritualización de la religión tiene lugar me-
ones diante el repliegue casi completo de la religión en el
leza sujeto, retrayéndola 104
de la objetividad: «Lo que yo siento
cri- es lo fundamental» . Por último, hagamos alusión a
los L. Feuerbach, quien remite a Schleiermacher —al que
o ha considera como el último teólogo del cristianismo-
un como aval de su programa de antropologización de la
eria teología. Sólo sería necesario superar una serie de pre-
venciones que Schleiermacher, por 10
prejuicios teológicos,
fun- no habría sido capaz de superar .
do a
eti-
ecu- D. Fr. Strauss, Charakteristiken und Kritiken, Leipzig, 1844,
p. 10.
e la 103
G. W. Fr. Hegel, Vorlesungen über die Philosophie der Religión,
eó- I, i, F. Meiner, Hamburg, 1966, p. 157.
104
D. Fr. Strauss, Charakteristiken und Kritiken, p. 22.
105
L. Feuerbach, Werke, Bd. 3, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1975,
p. 211.
LX ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

Ciertamente, Hegel y sus discípulos no son los únicos


en reprochar a Schleiermacher un enfoque subjetivista
de la religión, pero nos hemos referido a ellos por haber
desempeñado un papel peculiar en la historia de este
problema. Dicho reproche está desde luego fundamenta- es
do, pero es preciso hacer una serie de matizaciones para pu
no simplificar excesivamente la concepción schleierma- ga
chiana. Al fin y al cabo, sin ir más lejos, el mismo Strauss qu
le hizo también a Schleiermacher el reproche opuesto, el pu
de espinosismo: según Strauss, todas las proposiciones ha
fundamentales de la primera parte de La fe cristiana sólo m
resultarían debidamente comprensibles si se las traduce a es
fórmulas de Spinoza 106. Tal situación no deja de ser re- pa
veladora del coeficiente de ambigüedad que la obra de ve
Schleiermacher presenta a sus intérpretes. Los Discursos tiz
mismos han sido objeto de ese doble reproche: subjeti- la
vismo y espinosismo. Por lo que atañe en primer lugar al «i
problema del subjetivismo religioso, H. Timm ha podi- se
do escribir gráficamente: «Dios ha muerto, viva la reli- m
gión» 107. Sin embargo, tal como hemos indicado, son ka
necesarias ciertas matizaciones a este respecto. co
Por si no estuviera suficientemente claro, Schleier- D
macher se reafirma en su voluntad de deslindar la reli- cu
gión frente a la metafísica, en la importante carta aclara- gi
toria que le escribe a Sack en junio de 1801. Se trataría de re
alcanzar la «independencia» de la religión frente al tor-
bellino de las corrientes filosóficas imperantes:
Mi fin último ha sido, en el actual torbellino de opiniones

106
D. Fr. Strauss, Charakteristiken und Kritiken, p. 167.
107
H. Timm, Die heilige Revolution, p. 28. Tres años más tarde de la
aparición de los Discursos, Hegel va a hablar en Fe y saber (1802) de
que la frase «Dios ha muerto» expresa el sentimiento sobre el que repo-
sa la religión de los tiempos modernos (cfr. id., Glauben und Wissen,
F. Meiner, Hamburg, 1962, pp. 123-124). Sin embargo, se trata más
bien de una transformación del concepto de Dios que de la muerte, de
que va a hablar más tarde Nietzsche.
ESTUDIO PRELIMINAR LXI

filosóficas, exponer y fundamentar adecuadamente la inde-


pendencia de la religión frente a toda metafísica 108.

Pero ello no quiere decir que Schleiermacher pueda


esquivar sin más una «lógica de la religión» (Bochenski),
pues la religión debe ser «algo propio, que ha podido lle-
gar hasta el corazón de los hombres, algo pensable, de lo
que se puede establecer un concepto, acerca de lo que se
puede hablar y discutir» 109. Por eso, en otro lugar acepta
hablar, a pesar de todas las reservas, de los «primeros y
o más esenciales» conceptos de la religión 110. El problema
está en el insuficiente desarrollo de esta temática por
parte de quien, como «hombre», se había propuesto in-
vestigar de nuevo la «esencia» de la religión. Para garan-
s tizar la autonomía de la religión frente a la metafísica y a
la moral, Schleiermacher se cree abocado a propugnar la
«inmediatez» de las convicciones religiosas. Ya hemos
señalado, al glosar la evolución intelectual de Schleier-
macher, que, a raíz de la discusión de los planteamientos
kantianos, desplazaba la religión a la inmediatez de la
conciencia. Tal punto de vista es asumido ahora en los
Discursos: quien no es consciente de sus sentimientos en
cuanto «efectos inmediatos» del Universo, no posee reli-
gión alguna m . Y es que, como decíamos, lo propio de la
e religión es la inmediatez de sus convicciones.

[La religión] se detiene en las experiencias inmediatas de la


existencia y de la actividad del Universo, en las intuiciones y
sentimientos particulares; cada uno de ellos es una obra que
subsiste de por sí sin conexión con los otros o dependencia
de ellos; ella no sabe nada de derivaciones y de establecer
conexiones [...] todo es en ella inmediato y verdadero para
sí 112.
la
de
108
- KGA, I, 2, p. LXIV.
n, 109
Reden, o. c, p. 47.
s 110
Reden, o. c, pp. 119-120.
e 111
Reden, o. c, p. 120.
112
Reden, o. c, p. 58.
I
LX11 A RSEMO GINZO FERNÁNDEZ

Pero ¿cómo estamos seguros de que en esa inmediatez


religiosa todo sea «verdadero para sí» ¿Cómo podremos
cerciorarnos de que las convicciones religiosas hayan de
ser tomadas como algo «verdadero» o únicamente como
«interpretaciones subjetivas»? ¿Hasta qué punto la psi-
cología no suplanta a la lógica del conocimiento huma-
no?... Tal situación sorprende más si tenemos presente
que Schleiermacher, quien posee tantas afinidades con
Jacobi, no duda en distanciarse de este último en lo refe-
rente a las relaciones entre el entendimiento y la fe reli-
giosa. Si Jacobi es con el entendimiento un «pagano» y
con el sentimiento un «cristiano», Schleiermacher repli-
ca que él se siente con el entendimiento un «filósofo» y
con el sentimiento un hombre religioso, de forma que:
Mi filosofía, por tanto, y mi Dogmática están muy decididas
a no contradecirse 113.

Parecía, por consiguiente, que cabría esperar un


mayor grado de colaboración en el proyecto de autofún-
damentación de la religión. Por eso nos parece justo el
reproche que le dirige W. Weischedel, a saber, que la
concepción schleiermachiana peca de «una confianza in-
genua en la experiencia inmediata en el ámbito religio-
so», y que las intuiciones y sentimientos pueden ser vícti-
mas de «falsificaciones» y «engaños», que sería preciso
someter a un examen racional, crítico . Si el proyecto

113
Cfr. Schleiermacher ais Mensch, pp. 273-274. Asimismo, hacia
finales de su vida, hace una conocida confesión acerca de la convergen-
cia peculiar entre el pensamiento especulativo y los sentimientos reli-
giosos: «Yo debo pensar los pensamientos especulativos más profun-
dos, y éstos son para mí completamente idénticos con los sentimientos
religiosos más íntimos» (cfr. «Aus Schleiermachers Leben», en Brie-
fen, Bd. 2, p. 511).
114
Cfr. W. Weischedel, Der GottderPhilosophen, Bd. l,München,
1979, p. 220. Cabría referir aquí las consideraciones de A. N. Whi-
tehead en sintonía con los reproches que Hegel dirigió a Schleierma-
cher: «La religión necesita un fundamento metafísico porque su autori-
ESTUDIO PRELIMINAR LXIII

atez hegeliano de una filosofía de la religión terminó fraca-


mos sando por su desmesurada ambición teórica, en el caso
n de de Schleiermacher la razón de ello parece encontrarse
omo en el punto de vista opuesto. Por otra parte, ese concep-
psi- to tan «incontaminado» de religión va a conducir a
ma- Schleiermacher a manifiestas violencias históricas, tal
ente como ocurre, por ejemplo, cuando trata de explicar las
con (|uerellas religiosas surgidas a lo largo de los tiempos: la
refe- responsabilidad es de los moralistas y, sobre todo, de los
reli- inetafísicos, que invaden indebidamente el campo reli-
o» y gioso. No se mencionan para nada las trabas que las dis-
epli- l ¡ntas tradiciones religiosas han puesto a la emancipación
o» y filosófica y moral. O bien, cuando aborda las relaciones
ue: entre la Iglesia y el Estado —defendiendo con valentía la
separación entre ambas instancias—, inculpa unilateral-
ididas inente al Estado de haber utilizado a la Iglesia, pasando
por alto los «servicios mutuos» prestados.
un Pero la «inmediatez» de la experiencia religiosa no
fún- (|uiere decir que no se dé una relación con el objeto de la
to el religión. Sin duda, tal relación aparece insuficientemen-
ue la te mediada, cabiendo afirmar que dicho objeto adolece
a in- de «un grado notable de indeterminación» . Tal obje-
igio- to, en un sentido ascendente, es la naturaleza tomada en
vícti- su inmediatez física —constituyendo este nivel un mero
eciso preámbulo de la religión—, es la humanidad, en la que
ecto Schleiermacher, siguiendo a otros autores de la época,
ya encuentra materia propia para la religión. No obstan-
teja humanidad no constituiría más que un lugar de re-
, hacia poso en el camino hacia lo Infinito: toda religión aspira a
ergen- ilgo que está fuera y por encima de la humanidad . De
s reli-
ofun-
entos • l.iti peligra debido a la intensidad de las emociones que produce. Esas
Brie- <'inociones prueban la existencia de una viva experiencia, pero consti-
myen una garantía muy pobre de la corrección de su interpretación»
chen, tí ir. id., El devenir de la religión, Buenos Aires, 1961, p. 67).
Whi- " , Cfr. T. Manderdini, 11 problema della religione, Bologna, 1984,
erma- l'l>. 26-27.
utori- "* Reden, o. c, p. 105.
LXIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

tal condición es el Universo, lo Infinito, lo Eterno, el


Uno y Todo..., siendo esta última expresión el compen-
dio de todas las demás. Ya hemos visto, por otra parte,
que la raíz de los equívocos acerca de la especificidad de
la religión residía en la igualdad de objeto con la metafí-
sica y la moral.
La religión, señala Schleiermacher, vive en la natura-
leza infinita del Uno y Todo. La religión brota de la rela-
ción de lo finito con lo Infinito, pues implica reconocer a
todo lo particular como una parte del Todo, a todo lo li-
mitado como una expresión de lo Infinito .El hombre
moderno debe buscar a través de la religión este comple-
mento que le falta a su cultura. En el seno de la Infinito
todo puede coexistir y afirmar su derecho a la existencia.
Como dijimos, la famosa expresión «Uno y Todo» sinte-
tiza el objeto de la religión romántica y, más específica-
mente, de la de Schleiermacher. Se trata de la Totalidad
de lo existente en su unidad y diversidad a la vez. La reli-
gión abre al hombre a esta realidad envolvente en cuyo
seno trata de redimir su finitud, insertándose en esa ar-
monía universal118. Ciertamente, tampoco en este caso
topamos con la suficiente disciplina conceptual en la
mostración de esa infinitud envolvente. Más bien, como
observa R. Otto, cabría señalar una cierta proximidad
de Schleiermacher a la mística.
En cualquier caso, lo finito y lo Infinito no se confun-

117
Reden, o. c, p. 56.
118
Todavía en 1821, Goethe reiteraría una vez más esta temática
que sirvió de lema a toda una época. En su poema Uno y Todo (Eins
und Alies) el individuo encuentra su goce perdiéndose en el seno de lo
Ilimitado:
Im Grenzenlosen sich zu finden,
Wird gern der Einzelne verschwinden,
Da lóst sich aller Überdruss;
Statt heissem Wünschen, wilden Wollen,
Statt last'gem Fordern, strengen Sollen,
Sich aufzugeben ist Genuss.
ESTUDIO PRELIMINAR LXV

, el den, pero tampoco han de ser concebidos como realida-


en- des separadas. Schleiermacher considera un «engaño»
rte, buscar lo Infinito fuera de lo finito, lo opuesto fuera de
de aquello a lo cual se opone 119. Desde un horizonte si-
afí- milar, Hegel va a escribir que lo Infinito ha pasado eter-
namente a la finitud 120. El principio «Uno y Todo» no
ura- suponía, desde luego, la confusión de la finitud y la infi-
ela- nitud, pero sí su inseparación de forma que quedaba
er a cuestionado el horismós platónico, que postulaba una
o li- trascendencia independiente de la finitud. La afinidad
bre que muestran los Discursos con la filosofía de Spinoza se
ple- basa en algo más que en las dos referencias explícitas de
nito que es objeto por parte de Schleiermacher. Esta afinidad
cia. se basa más bien en la reivindicación del lema «Uno y
nte- Todo» que recorre los Discursos, en la postulación de lo
ica- Infinito inseparado de lo finito, del Universo-Dios.
dad ¿Es esto —de una forma sintética— todo lo que
reli- Schleiermacher tiene que decir acerca de lo divino, acer-
uyo ca del objeto de la religión? En principio parece que sí,
ar- debido a la capacidad significativa de la Totalidad de lo
aso existente que revisten los términos frecuentemente utili-
n la zados: Universo, Infinito, Uno y Todo... No obstante, al
mo final del segundo discurso se añade una especie de epílo-
dad go acerca de «Dios» y la «inmortalidad». Schleiermacher
reconoce que la Divinidad, en su acepción habitual, no
un- ha dicho «prácticamente nada». Lo que ahora va a añadir
no supone ninguna respuesta unívoca a este problema.
Teniendo como marco de referencia los debates sur-
ática gidos desde la irrupción de la filosofía de Spinoza,
Eins Schleiermacher, por una parte, reconoce que acerca de
de lo esta cuestión reinan las «mayores divergencias» m y, por
otra, trata de relativizar la relevancia del problema de

119
Reden, o. c, pp. 145-146.
120
Wissenschaft der Logik, I, p. 144.
Reden, o. c, p. 125. También a este respecto Schleiermacher di-
fería del punto de vista de Jacobi.
LXVI ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

Dios en la religión. A este respecto no valdría aquello de


que «sin Dios no habría religión alguna». Y, aun cuando
la idea de Dios es compatible con los diferentes niveles
en que se nos revela el Universo, «una religión sin Dios
puede ser mejor que otra con Dios» 122. En una línea as-
cendente, el Universo se nos puede presentar: 1) como
caos; 2) como una pluralidad sin unidad; 3) de una forma
más perfecta, como unidad en la pluralidad, como Uno y
Todo. Con todas estas visiones del Universo puede con-
cillarse la correspondiente idea de Dios. Pero Schleier-
macher relativiza y funcionaliza esta posibilidad: el si se
tiene la intuición de Dios o no se tiene depende de la di-
rección que tome la «fantasía». No se nos da una respues- e
ta unívoca a la cuestión de la existencia o no de Dios. En d
consonancia con ello, Schleiermacher concluye, tratanto c
de responder a los debates de su época, que la idea de t
Dios no se encuentra tan alta como se cree y que entre los t
hombres verdaderamente religiosos siempre hubo algo p
que consideraron más irreligioso que el ateísmo 123. En
definitiva, incluso en el nivel supremo de la religión sería
posible, junto con la idea de Dios, una «piedad atea» 124.
Pensamos que esta situación de indefinición acerca del 7
problema de Dios en los Discursos se debe a diversos fac-
tores, de mayor o menor relevancia. En primer lugar, ca-
bría referirse a lo problemática que se había vuelto la c
imagen tradicional de Dios, situación a la que de una u D
otra forma alude el mismo Schleiermacher y que hacía d
difícil tomar una actitud definida acerca de esta cuestión. d
En segundo lugar, la inhibición metafísica del autor, l
con su actitud psicologista que no permitía discernir con b
d
U
122
Reden, o. c, p. 126. Acerca del problema de Dios, véanse los c
estudios ya mencionados de P. Seifert, Fr. Beisser, H. Timm y M. Ec-
kert. Asimismo, F. Christ, Menschlich von Gott reden. Das Problem S
des Anthropomorphismus bei Schleiermacher, Zürich/Kóln/Gütersloh, ti
1982. p
123
Reden, o. c, p. 130.
124
Cfr. Fr. Beisser, o. c, pp. 34 ss. cu
ESTUDIO PRELIMINAR LXVII

de claridad entre convicciones subjetivas y afirmaciones de


do valor objetivo, hacía más difícil el planteamiento del pro-
es blema de Dios, en su acepción habitual, que el del Uni-
os verso o del Uno y Todo envolvente. En tercer lugar,
s- desde las premisas del Uno y Todo o del Infinito, que ya
mo comprende él mismo la finitud, no parecía coherente
ma dejar un espacio para un Dios como ser aparte y perso-
oy nal. En los Discursos se insiste primordialmente, como
on- queda dicho, en los conceptos de Universo, Infinito y
er- Uno y Todo, entre otros semejantes. Pero el talante pe-
se culiar de la obra, tanto en el plano teórico como en el es-
di- tilístico, permite a Schleiermacher una «libertad» opera-
es- tiva, que en otro caso no parecería posible. Quizá este
En estado de indefinición del problema de Dios en el marco
del Uno y Todo nos permita comprender que la concep-
nto ción schleiermachiana de la religión haya podido ser cri-
de ticada a la vez de subjetivismo y de espinosismo. En efec-
los to, entre estos dos polos, insuficientemente mediados,
go parecen oscilar los Discursos.
En
ría
24
.
del 7. EL PROBLEMA DE LA INMORTALIDAD
ac-
ca- Según hemos indicado, el «epílogo» del segundo dis-
la curso hace una referencia explícita tanto al problema de
au Dios como al de la inmortalidad. Si, hasta ese momento,
cía de la «Divinidad» no había hablado prácticamente nada,
ón. de la «inmortalidad» no había hablado nada en absoluto,
or, lin realidad existe una comunidad de destino entre am-
on bos polos. Así también la concepción schleiermachiana
de Dios en su conexión con lo Infinito, el Universo, el
Uno y Todo, condiciona su enfoque del problema tradi-
los cional de la inmortalidad.
Ec- A través del planteamiento de este problema,
blem Schleiermacher se sitúa asimismo en el centro de otro
rsloh, tic los debates que apasionaron a su época. Si la última
parte del siglo xvm se había caracterizado por haber
cuestionado los «conceptos ortodoxos sobre la Divini-
1
LXVIII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

dad», según palabras de Lessing, también el concepto de


inmortalidad personal va a experimentar una crisis para-
lela, tal como cabe esperar de un problema subsidiario
del primero. Se trata de una crisis que comienza en la
Ilustración y que llega hasta el «debate de la inmortali-
dad» surgido en el seno de la escuela de Hegel. Schleier-
macher se encuentra de una forma inevitable sumido en
este proceso.
Dios y la inmortalidad constituían los dos polos que el
proceso secularizador de la Ilustración parecía dejar a
salvo, dando paso así al fenómeno de la religión natural.
Pero o bien se llegaba a cuestionar esa religión natural y, l
con ella, la inmortalidad como tal, o bien se hacía despla- p
zar a ésta hacia el ámbito de la razón práctica, tal como s
ocurre en Kant, en cuanto expresión de la necesaria ade- d
cuación del individuo con la ley moral, o bien se tendía,
como hace Lessing en La educación del género humano, l
hacia la aceptación de sucesivas existencias individuales s
para posibilitar que el individuo se adecué a la perfección K
de la especie. Si se afirma que la misma ruta por la que s
accede a su perfección la humanidad ha de recorrerla t
cada individuo, antes o después, resulta comprensible la y
sorprendente afirmación de Lessing: «¿por qué no ha de t
presentarse en este mundo cada individuo más de una s
vez?» 125. c
Por supuesto que la irrupción de la filosofía de Spinoza
en la escena filosófica alemana iba a condicionar el senti- S
do de la escatología con su insistencia en la presencia de o
la infinitud en la finitud, desplazando la idea de futuro e
hacia el presente como momento que responde mejor a ta
la experiencia del Uno y del Todo. Es en este horizonte ñ
donde los románticos van a dar expresión a su mística de ta
la muerte como forma de fusión con el Todo. Para Nova- d
125
Escritos filosóficos y teológicos, p. 594. Sigue siendo instructivo a
este respecto el estudio de R. Unger, «Zur Geschichte des Palingene- w
siegedankens im 18. Jahrhunderts», en Deutsche Vierteljahresschriftfür If
Literaturwissenschaft und Geistesgeschichte, 2, (1924).
ESTUDIO PRELIMINAR LXIX

e lis, es en la muerte donde se revela la vida eterna, y para


- Hólderlin se trata de «ser uno con todo lo que vive,126 de
o retornar en un autoolvido al Todo de la Naturaleza» .
a Más que de una supervivencia personal, se trata, por
- tanto, de la fusión con la Totalidad envolvente, con el
- Uno y Todo que redime la finitud del individuo.
n Schleiermacher se sitúa en el seno de esta crisis de la
idea tradicional de la inmortalidad personal. Ya hemos
el hecho alusión a la confesión autobiográfica, contenida
a en los Discursos, en la que se refiere a la crisis en la que
l. Dios y la inmortalidad se esfumaron ante su mirada vaci-
y, lante. En consonancia con ello, Schleiermacher creía
- poder concluir el tratamiento de la esencia de la religión
o sin apenas haber abordado explícitamente el problema
- de Dios y de la inmortalidad.
a, Lo mismo que ocurría con el tema de Dios, también en
o, la presente cuestión su pensamiento se ha ido perfilando
s sobre todo a través de su recepción de las filosofías de
n Kant y de Spinoza. En el escrito de 1789 Acerca del Bien
e supremo, Schleiermacher cuestiona especialmente la
a teoría de los postulados de la crítica de la razón práctica
a y, por tanto, también el intento kantiano de fundamen-
e tar la inmortalidad. De esta forma, tanto la teología filo-
a sófica como el problema de la inmortalidad se veían abo-
cados a buscar nuevas salidas.
a Pero tampoco a causa de este cuestionamiento
i- Schleiermacher va a abandonar el problema que aquí nos
e ocupa. Precisamente, en el mismo año 1789 se pregunta
o en una carta a su amigo Brinkmann si la esperanza de
a tantos miles ha de ser considerada como un mero sue-
e ño. Por lo que a él atañe, Schleiermacher admite que
e también comparte esa idea, aunque con mucha sobrie-
a- dad y precaución 127. De hecho, la concepción schleier-
126
vo a Cfr. R. Unger, Herder, Novalis und Kleist. Studien über die Ent-
e- wicklung des Todesproblems im Denken und Dichten vom Sturm und
tfür Ifrang
127
zur Romantik, Frankfurt a. M., 1922.
Cfr. K. Nowak, o. c, pp. 174-175.
LXX ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

machiana de la inmortalidad, lo mismo que la de Dios, va


a estar profundamente condicionada por la experiencia
envolvente del Uno y Todo.
A este respecto, las breves consideraciones que dedi-
can al problema los Discursos vienen a constituir una es-
pecie de complemento a lo dicho anteriormente acerca
de Dios y de la esencia de la religión. De nuevo nos en-
contramos con los conceptos clave: Universo, Infinito,
Uno y Todo..., frente a los que el individuo trata de clari-
ficar el sentido de su existencia. La inmortalidad debe ser
algo más que un mero «deseo» de supervivencia: ha de
ser concebida más bien como una «tarea», como un «co-
metido» que realizar por el individuo trascendiéndose
a sí mismo. Cuando al final del cuarto discurso aborda
Schleiermacher el problema de la comunicación religio-
sa, señala que en ese horizonte:

Nadie posee una conciencia para sí, cada uno posee a la vez
la del otro, ya no son sólo hombres, sino también humani-
dad, y saliendo de sí mismos, triunfando sobre sí mismos,
están en el camino hacia la inmortalidad y la eternidad ver-
daderas 128.

¿En qué consiste la inmortalidad «verdadera», térmi-


no éste tan parsimoniosamente utilizado por Schleier-
macher? El que el individuo se trascienda a sí mismo y se
convierta en «humanidad» no constituye más que una
etapa, tal como ocurría con el objeto de la religión en ge-
neral. La meta es la mayor fusión y compenetración posi-
bles con lo Infinito, con el Universo, con el Uno y Todo.
Con razón se ha podido escribir que la escatología de
Schleiermacher es una escatología «inmanente», presen-
te, pues nos movemos en un horizonte en el que lo Infini-
to está presente en lo finito y lo Eterno en lo temporal.
La experiencia del Uno y del Todo es una experiencia de
la «presencia» de lo Absoluto, y de ahí resulta que, si se

128
Reden, o. c , p. 234.
ESTUDIO PRELIMINAR LXX1
va
ia ha de hablar de la inmortalidad, no se la ha de concebir
como un «deseo» que realizar más allá, sino como el
i- abrirse y plenificarse en esta infinitud «presente», que
es- proporciona su verdadera Gelassenheit al espíritu.
ca Schleiermacher no podía expresarlo de forma más ro-
tunda:
n-
o,
ri- En medio de la finitud hacerse uno con lo Infinito y ser 129
eter-
no en un instante, tal es la inmortalidad de la religión .
er
de Schleiermacher, como filósofo de la individualidad,
o- remite a la vez a la trascendencia de esa existencia indivi-
se dual, a ser «más» que esa existencia restringida insertán-
da dola en el horizonte del Uno y del Todo. A este respecto,
o- no duda en apoyarse en las palabras de Cristo:

El que quiera salvar su vida, la perderá, mientras que quien


vez pierda su vida por mi causa, la salvará.
ni-
os, Pero, dato revelador del carácter peculiar de los Dis-
er-
cursos, Schleiermacher pone dicha frase en boca del
«Universo». Cabría pensar tanto en el amor dei intellec-
mi- tualis a que se refiere Spinoza, como en el Evangelio del
er- amor, en el Evangelio de san Juan. Toda la época estuvo
se dominada por esta simbiosis. Al fin y al cabo ya Lessing
na creía adoptar el punto de vista de causalidad inmanente
ge- de Dios en cuanto «sincero luterano» 130.
si- Esta inmortalidad inmanente constituye, pues, una
do. tarea que realizar durante la presente vida. Sin embargo,
de Schleiermacher no omite hacer una referencia especial a
en- la muerte: aquellos que tienen una concepción inadecua-
ni- da de la inmortalidad y se angustian por su individuali-
al. dad a la que no quieren perder en la infinitud no saben
de
se
129
Reden, o. c, p. 133. Cfr. M. Trowitzsch, «Einkehr ins Unendli-
che. Individualitát und Unsterblichkeit», en Zeitschrift für Theologie
und Kirche, 77 (1980), pp. 412 ss.
130
Cfr. H. Timm, Gott und die Frieheit, p. 8.
LXXII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

aprovechar la oportunidad que les brinda la muerte para


ir más allá de la humanidad y elevarse al objeto supremo
de la religión. La muerte pierde así su dimensión terrorí-
fica, convirtiéndose más bien en vía de acceso a lo Abso-
luto.
Pasados varios años, D. Fr. Strauss va a continuar con-
siderando la concepción schleiermachiana de la inmorta-
lidad como lo único que la ciencia moderna es capaz de
decir al respecto:
La frase de Schleiermacher: «en medio de la finitud hacerse
uno con lo Infinito, y ser eterno en cada instante» es todo lo
que la ciencia moderna es capaz de decir sobre la inmortali-
dad 131.

No iba a ser Hegel desde luego quien disintiera básica-


mente de esta afirmación, al insistir a lo largo de su obra
en la «presencia» de lo Absoluto y por ello también en
que la inmortalidad ha de ser concebida como una «cuali-
dad actual» del espíritu 132. Sin embargo, convendría re-
cordar que, si en lo referente al objeto de la religión el
mismo Schleiermacher dejaba abierta la posibilidad de
una religiosidad atea, desde el punto de vista de la inmor-
talidad va a ser L. Feuerbach quien, con sus Pensamien-
tos sobre la muerte y la inmortalidad (1830), cuestione
esa sublimación de la existencia individual en el Uno y
Todo y ese hacerse uno con lo Infinito en medio de la
finitud. Estaba asomando en la conciencia europea una
visión más radical de la finitud, precursora del lema
nietzscheano «Hermanos, permaneced fieles a la tie-
rra» 133. Las concepciones panteizantes con su «plenitud
de sentido» hacen crisis y dejan al individuo mucho más
desamparado de lo que llegaron a sospechar los adeptos

131
D. Fr. Strauss, Die christliche Glaubenslehre in ihrer geschichtli-
chen Entwicklung mil der modemen Wissenschaft, II, 1841, pp. 738 ss.
132
Vorlesungen über die Philosophie der Religión, II, ii, p. 110.
133
Cfr. L. Feuerbach, Samtliche Werke, Bd. 11, p. 90.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXIII

a del Uno y Todo. Este último parece haber constituido a


mo este respecto algo así como un estado de transición en el
í- que cabría decir, utilizando las palabras de Goethe, que,
o- si bien se daba la ausencia de «Dios», tenía lugar, no obs-
tante, la presencia de lo «divino».
n-
a-
de 8. RELIGIÓN Y RELIGIONES
Este punto también reviste una importancia funda-
se mental en la concepción schleiermachiana, y a su trata-
lo miento está dedicado el último de los discursos. Ya
li- hemos hecho referencia a que, según nuestra opinión, el
segundo y el quinto discursos sontos dos goznes sobre los
a- que gira toda la obra. No sin fundamento puede escribir
ra R. Otto que el segundo discurso constituye algo «provi-
en sional», impreciso, que recibe su necesaria complemen-
li- tación mediante la temática que aborda el último discur-
e- so. Éste se presentaría como desempeñando un papel
el fundamental en la articulación de toda la obra 134. Cabría
de decir que el quinto discurso corresponde, aun cuando sea
or- de una forma sintética y rudimentaria, a la temática que
en- por extenso va a exponer Hegel en la segunda y en la ter-
ne cera parte de su filosofía de la religión: la religión deter-
y minada y la religión absoluta.
la También Schleiermacher va abordar en la parte final
na de su obra el problema de las religiones positivas y, más
ma en concreto, el significado del cristianismo, como coro-
e- nando toda la obra. Sólo brevemente nos vamos a referir
ud a ambos problemas. Si Schleiermacher difería de la men-
ás talidad imperante en la Ilustración en lo referente a la
os consideración de la relevancia del problema de Dios y la
inmortalidad en la religión, también va diferir ahora en
lo concerniente a la valoración de las religiones positivas
y de la llamada religión natural.
hichtli-
38 ss. 134
10. Cfr. R. Otto, «Rükblick», en Fr. Schleiermacher, Reden Über die
Kctigion (Hg. von R. Otto), Góttingen, 1967, pp. 220-221.
LXXIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

La Ilustración había tratado de localizar un fundamen-


to racional subyacente en las distintas expresiones reli-
giosas, a modo de núcleo válido para todos los hombres.
Sólo así una religión sin dogmas ni Iglesias sería capaz de
hacer frente a la intolerancia, a la superstición y al fana-
tismo, que venían a constituir una especie de mal absolu-
to para el pensamiento ilustrado. A pesar de la diferencia
de matices existente, tal sería la religión, entre otros, de
Tindal, Toland, Bolingbroke y Pope, pero también de
Voltaire y Rousseau, si bien en este caso las diferencias
son más notables. Asimismo, el mundo alemán se va a
mostrar propicio para esta búsqueda de un fondo religio-
so común a todos los hombres, más allá de las religiones
históricas y positivas. Precisamente unafilosofíacomo la
de Wolff creaba el clima adecuado para la misma. Cabría
destacar en este sentido la obra de H. S. Reimarus.
Tanto su radicalidad como su influjo en los medios cultu-
rales hacen que la obra de este autor sea un punto de re-
ferencia ineludible en la Ilustración alemana.
La religión natural es algo que, para Reimarus, debe
hacerse accesible y comunicable a todos, dado que ella se
transmite sobre la base de la filosofía, «una verdad que
debe ser para todos». Frente a la impresión de caos y de
incongruencia que produce la observación de las religio-
nes positivas, la religión natural no recurre sino «al len-
guaje de la naturaleza, que habla en todas las criaturas de
Dios, junto con la razón y la conciencia» 135. No obstan-
te, es Lessing, editor de parte de la obra postuma de Rei-
marus, quien va a expresar de la forma más rotunda las
dificultades que el racionalismo ilustrado experimentaba
a la hora de aceptar una religión positiva, histórica, reve-
lada: el cristianismo, en última instancia. En su escrito
Sobre la demostración en espíritu y fuerza aparece la co-
nocida expresión:

135
Cfr. K. Freiereis, Die Umprágung der natürlichen Theologie in
Religionsphilosophie, p. 83.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXV
en- Las verdades históricas, como contingentes que son, no
eli- pueden servir de prueba de las verdades de razón como ne-
es. cesarias que son .
de
na- Lessing cree hallarse ante una especie de metábasis
lu- entre dos tipos heterogéneos de verdades, ante un foso
cia que no es capaz de saltar: «ése es el repugnante gran foso
de con el que no puedo por más que lo intenté bien en serio
de saltármelo» . Por ello resulta comprensible que en
ias Natán el Sabio se relativicen las tres grandes religiones
aa positivas: el judaismo, el cristianismo y el mahometismo,
io- a la vez que se predica la tolerancia y se desplaza el cen-
nes tro de gravedad hacia la conducta de cada individuo.
o la La religión dentro de los límites de la mera razón, de
bría Kant, con todas las matizaciones del caso, pertenece asi-
us. mismo a este contexto. Sólo una fe religiosa pura, en
ltu- cuanto mera fe racional, es capaz de fundar una iglesia
re- universal, mientras que, por el contrario, una fe histórica
que está basada sólo en hechos, está limitada por unas
ebe circunstancias temporales y espaciales especiales 138. Por
a se ello Kant no duda en postular el tránsito paulatino desde
que la «fe eclesial» hasta el ámbito de la «fe religiosa pura»,
y de dado que «sólo la fe religiosa pura, que se funda entera-
gio- mente en la Razón, puede ser reconocida como necesa-
en- ria, por lo tanto como la única que distingue a la iglesia
s de verdadera» 139.
an- Sin embargo, ya en el seno mismo de la Ilustración se
Rei- va a cuestionar la presunta invulnerabilidad de la religión
las natural. Hume, especialmente, va a observar que las
aba cuestiones referentes a ella siempre han estado someti-
eve- das a las discusiones de los hombres, y que sobre esas
rito cuestiones «la razón humana no ha logrado ninguna pro-
a co-
136
G. E. Lessing, o. c, p. 447.
117
Ibtd., p. 449.
138
I. Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alian-
logie in za, Madrid, 1986, pp. 103-104.
139
Ibtd., p. 117.
LXXVI ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

posición segura» 140. Por otra parte, Lessing iba a iniciar


en La educación del género humano un nuevo enfoque
de las religiones positivas que iba a tener una importante
incidencia en el futuro. Schleiermacher se sitúa decidida-
mente en el seno de ese proceso reivindicativo. Después
de haber hablado de la «esencia» de la religión, señala
que es preciso descubrir la religión en las «religiones».
Por precaria que sea la forma de estas últimas, por
mucho que en ellas la religión se haya despojado de su
infinitud, es en ellas donde hay que buscar la «belleza ce-
lestial» de la religión. La pluralidad de la religión se im-
pone desde la simple constatación de que nadie puede
agotar las virtualidades de la misma, pues «el hombre es
finito y la religión es infinita» 141. Cada religión positiva
vendrá a constituir una de las configuraciones particula-
res que debió asumir «la religión infinita y eterna» en
medio de los seres finitos y limitados 142. Frente a ellas, y
a pesar de su precariedad, Schleiermacher no duda en
«protestar» de la forma más enérgica contra la preferen-
cia que la época mostraba por la llamada religión natu-
ral. Esta última sería «el digno producto de una época
cuya obsesión fue una miserable generalidad y una vacía
sobriedad» 143. La religión natural vendría a ser paradó-
jicamente un producto artificial y sofisticado, desprovis-
to de los rasgos acusados y de la determinación vital pro-
pios de las religiones positivas. Sólo éstas mostrarían la
religión en su «realidad» y en su configuración fenoméni-
ca, más allá de su concepto general. Por ello, también
sólo esas religiones poseen en sí un principio de indivi-
dualización de su intuición de la Infinito en lo finito. De
lo contrario, no podrían existir ni ser percibidas. La sen-
sibilidad de Schleiermacher respecto al problema de la

140
D. Hume, Diálogos sobre la religión natural, Sigúeme, Salaman-
ca, 1974, p. 100.
141
Reden, o. c, p. 240.
142
Reden, o. c , p. 247.
143
Reden, o. c, p. 277.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXVII

ar individualidad encontraría, como dice Vattimo, un


ue campo de acción privilegiado en la reflexión sobre la ex-
nte periencia religiosa en cuanto «fenómeno individual por
da- excelencia» .
és Por otra parte, el tratamiento de las religiones positi-
ala vas constituye el horizonte adecuado para aludir, de una
s». forma más precisa, a la relevancia de lo histórico en la re-
or ligión, pues, a diferencia de la llamada religión natural,
su las religiones determinadas deben comenzar por un
ce- «hecho», y de ahí se deriva su historicidad. Sin embargo,
m- Schleiermacher pone interés en matizar este punto. Ha-
de bría un problema de fondo consistente en conciliar el ca-
es rácter histórico de las religiones y la propia disposición
va anímica para la religión. Por eso, si acepta que concebir a
la- los hombres religiosos como de índole totalmente histó-
en rica no constituye ciertamente su menor elogio, añade a
,y continuación que ello es también la fuente de grandes
en malentendidos 145. Schleiermacher, que ya había mostra-
en- do su aversión hacia la «letra» en la religión, teme tam-
tu- bién la excesiva idealización de determinados aconteci-
oca mientos históricos y, especialmente, del momento en
cía que una intuición religiosa determinada apareció por pri-
dó- mera vez en la historia de forma que se confunda ese
is- «hecho» con la intuición fundamental de la religión como
ro- tal 146. Es esta última la que constituye el centro de
la gravedad. Por ello la misión de los fundadores de religio-
ni- nes consiste ante todo en suscitar, en desvelar, nuestra
ién propia disposición religiosa. Por ello también Schleier-
vi- macher evita considerar el judaismo como precursor del
De cristianismo:
en-
la Odio en la religión este tipo de relaciones históricas; su ne-
cesidad es mucho más elevada y eterna, y todo comienzo en
ella posee un carácter originario» 147.
laman-
G. Vattimo, o. c, p. 41.
Reden, o. c, p. 282.
Reden, o. c, pp. 282 ss.
Reden, o. c, p. 287.
LXXVIII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

De esta forma la concepción schleiermachiana parece


hacer más justicia al carácter individual de la religión que
a su condición histórica propiamente dicha.
Por lo que se refiere a la mención de religiones concre-
tas, Schleiermacher se limita prácticamente a la conside-
ración del cristianismo. Previamente alude de una forma
muy genérica al conjunto de las religiones positivas y se
detiene un poco más detalladamente en el judaismo. No
obstante, éste sería desde hace tiempo una «religión
muerta». El islam ni siquiera es mencionado. Es propia-
mente el cristianismo lo que le interesa. En una de sus
cartas a H. Herz describe el quinto discurso como una
especie de «ditirambo a Cristo» 148. Si la religión sólo
puede ser comprendida «mediante sí misma», Schleier-
macher tiene al alcance de la mano el pretexto para cen-
trarse en el cristianismo, en cuanto religión que él conoce
y vive. El cristianismo se le presenta como la consuma-
ción de la religión. En ninguna parte se ha idealizado
tanto la religión como en el cristianismo 149. También
Schleiermacher nos ofrece, por su parte, una visión idea-
lizada y libre del mismo, en sintonía con la visión johán-
nica que tantos adeptos tuvo en la época. Sin embargo,
tampoco las sagradas Escrituras cristianas han de ser
consideradas como un «códice cerrado de la religión».
En esta especie de «libertad ilimitada» romántica, la Bi-
blia no sería algo clausurado, sino que podría convertirse
en «Biblia» cualquier otro libro que haya sido escrito con
la misma fuerza y vigor. De esta forma se podrá ir enri-
queciendo a lo largo del tiempo, a pesar de la precarie-
dad que envuelve a todo lo terreno. Por otra parte, el
propio cristianismo reconoce su carácter caduco: vendrá
un tiempo en el que ya no se hablará más de un media-
dor, sino que el Padre será todo en todo 150. No obstan-

148
Cfr. KGA, I, 2, p. LVIII, nota 86.
149
Reden, o. c, p. 295.
150
Reden, o. c, p. 308.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXIX

te, Schleiermacher se muestra cauto acerca de ese mo-


ece mento de consumación: quizá se encuentra «fuera de
que i todo tiempo».
De todas formas, al escribir los Discursos, Schleier-
re- i macher no puede sustraerse a la especial conciencia esca-
de- i tológica, de transición hacia una nueva época que inva-
ma día aquel momento histórico. Las conmociones políticas
y se e ideológicas que se estaban produciendo propiciaban
No esa visión de las cosas. Al final del quinto discurso señala
ión •• Schleiermacher que su tiempo se encuentra, de una
pia- forma evidente, en la frontera entre dos órdenes diferen-
sus tes de las cosas. En este contexto cabe esperar también
una nuevas configuraciones de la religión, pues de la nada
ólo surgen siempre nuevas creaciones, y como nula se le figu-
ier- raba a Schleiermacher la situación en que se encontraba
en- la religión. Por eso, si a lo largo de la obra ya había aludi-
oce do a la palingenesia de la religión, ahora evoca una palin-
ma- genesia del cristianismo, que conduciría a éste a una figu-
ado ra nueva y más bella. De una forma más concreta, esta
ién obra schleiermachiana está condicionada por la grandeza
ea- y la miseria del movimiento romántico. Por otra parte,
án- Schleiermacher vivirá lo suficiente como para poder ir
go, matizando el sentido y el alcance originarios de la obra.
ser
n».
Bi-
irse 9. LOS DISCURSOS DE 1799
con Y LA EVOLUCIÓN POSTERIOR
nri- DEL PENSAMIENTO SCHLEIERMACHIANO
rie-
, el En esta aproximación al universo mental de los Dis-
drá cursos, nos atenemos a la primera edición de éstos, la de
dia- 1799. Sin embargo, el hecho de que en sucesivas edicio-
an- nes Schleiermacher haya ido introduciendo una serie de
modificaciones plantea el problema de hasta qué punto
sigue compartiendo el pensamiento original o más bien
8e produce una evolución y un cambio ideológicos. Asi-
mismo, la aparición en 1821-1822 de una obra fundamen-
tal como es La fe cristiana plantea la cuestión de cómo
n
LXXX ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

se relaciona ésta con los Discursos. Aun cuando tal pro-


blema, como ocurre con frecuencia tratándose de la con-
cepción schleiermachiana de la religión, es objeto de
interpretaciones divergentes, quisiéramos abordarlo es-
cuetamente.
Quizá cabría comenzar aludiendo a la forma en que
Schleiermacher concibe su propia evolución intelectual a
este respecto. Pensamos que se podría resumir diciendo
que Schleiermacher fue consciente del carácter peculiar
de su escrito de 1799, pero, a pesar de las dificultades que
este hecho le ocasionó y de las modificaciones que consi-
deró oportuno introducir, siempre creyó poder compar-
tir las concepciones básicas de la primera edición de los
Discursos.
Especifiquemos un poco más esta apreciación sintéti-
ca. Cabría decir que, a medida que Schleiermacher se fue
distanciando de las coordenadas del primer romanticis-
mo, también se va a producir un determinado distancia-
miento respecto a los Discursos. En su correspondencia
con su amigo Brinckmann no duda en atribuir a los Dis-
cursos y a los Monólogos un carácter provisional respec-
to a otras obras de mayor envergadura que tenía proyec-
tadas 151. Por ello, cuando en 1806 prepara la segunda
edición, no puede menos de experimentar una especie de
extrañamiento frente a los Discursos y al contexto histó-
rico en que han surgido, a la vez que reconoce, como
queda dicho, «dificultades inútiles» y «motivos de malen-
tendidos», situación que le conduce casi a desear que la
obra no se volviera a editar 152. Sin embargo, la obra se
edita, aunque con bastantes modificaciones. Pero, a la
vez que reconoce estas dificultades e introduce modifica-
ciones, Schleiermacher termina aceptando que en el
fondo él sigue permaneciendo el mismo. Así, por ejem-
plo, en la carta del 31 de diciembre de 1818 a Brinck-

151
Cfr. KGA, I, 2, p. LXVII.
152
Schleiermacherr ais Mensch, p. 61.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXXI

o- mann le confiesa que desde los Discursos ha permaneci-


n- do «completamente el mismo» 153.
de Una situación similar vuelve a producirse en 1821 con
s- motivo de la tercera edición. Por una parte, asoma el ex-
trañamiento frente a una obra cuyo contexto parece ha-
ue berse transformado, pero, por otra, reconoce que en una
a serie de puntos fundamentales su concepción ha perma-
do necido la misma desde entonces 154. Por ello termina por
ar editar de nuevo la obra, aunque introduciendo nuevas
ue matizaciones y, sobre todo, añadiendo a cada discurso
i- una serie de «Aclaraciones» que tendrían por cometido
r- disipar ciertos malentendidos surgidos en torno a los mis-
os mos y de reinterpretar la obra original a la luz de la evo-
lución posterior del autor. Por otra parte, esta tercera
i- edición de los Discursos venía a coincidir con la publica-
ue ción de La fe cristiana, y, aunque parten de puntos de
s- vista claramente divergentes, se «complementan mutua-
a- mente» 155. También desde este horizonte habría para
cia Schleiermacher una continuidad fundamental en su
is- obra. Finalmente, en 1831 tiene lugar una cuarta edi-
c- ción, que se limita a reproducir el texto de la tercera, si
c- bien introduciendo alguna matización de escasa relevan-
da cia. Esta cuarta edición es la que va a ser tomada como
de base en la edición de las Sámtliche Werke (1836-1864).
ó- Es posible, sin embargo, tal como opinan algunos in-
mo térpretes, que Schleiermacher haya infravalorado la re-
n- levancia de las innovaciones y modificaciones que fue in-
la troduciendo en las sucesivas ediciones, y que asimismo
se sea discutible su concepción de las relaciones entre los
la Discursos y La fe cristiana. Al insistir sobre todo, a la
a- hora de referirse a esas modificaciones, en los aspectos
el estilísticos y en los cambios operados en las circunstan-
m-
k-
1,3
Ibíd., p. 290.
154
Cfr. Fr. Schleiermacher s Reden über die Religión (Hg. von
H. Pünjer), Braunschweig, 1879, pp. XIII-XIV.
155
Ibíd., p. 136, nota 5; KGA, I, 7, p. XXXII, 4.
LXXXII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

cias externas en que surgió la obra, parece, en efecto,


verse inducido a relativizar la importancia intrínseca de
las modificaciones llevadas a cabo. Es significativo que,
en la revisión de la obra realizada en 1806 con vistas a la
segunda edición, el discurso que fue revisado más a
fondo haya sido precisamente el segundo, el que aborda
la esencia de la religión. Tanto es así que de las noventa y
cinco páginas de que constaba en la primera edición, más
de cincuenta fueron escritas de nuevo 156. En la tercera
edición, por el contrario, el peso se centra en las «Aclara-
ciones» que acompañan al texto de los Discursos.
Al margen de toda una serie de precisiones estilísticas,
los intérpretes han llamado la atención sobre algunos as-
pectos de mayor relieve, observables en la nueva presen-
tación de los Discursos. Éstos podrían ser una mayor
proximidad al cristianismo, un concepto más preciso de
Dios en su contraste con el mundo... Tal como cabía es-
perar, una de las primeras críticas a los Discursos por
parte de los círculos ortodoxos fue la de espinosismo, lo
cual incita a Schleiermacher a matizar su punto de vista.
No obstante, el cambio que ha suscitado mayor atención
por parte de los intérpretes fue el referente a la intuición
y al sentimiento como asiento de la religión. En la prime-
ra edición, intuición y sentimiento aparecen como indi-
solublemente unidos. Toda intuición va unida con un
sentimiento, de forma que cabría afirmar que, si la intui-
ción sin sentimiento no es nada, otro tanto cabría decir
del sentimiento sin intuición: ambos son originariamente
una misma cosa, algo inseparado 157. Sólo la acción pos-
terior de la reflexión llevaría a cabo la separación entre
ambos. Por el contrario, en la segunda y tercera edicio-
nes cabe observar un neto predominio del término senti-

156
Cfr. Fr. W. Graf, «Ursprüngliches Gefühl unmittelbarer Koinzi-
denz des Differenten», en Zeitschrift für Theologie und Kirche, 75
(1978), p. 160.
157
Reden, o. c , p. 73.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXXIII
to,
de miento. Junto con esta afirmación del sentimiento como
ue, sede de la religión, cabe observar asimismo que el térmi-
la no «religión» es sustituido con cierta frecuencia por el de
sa «piedad» o «recogimiento» (Frómmigkeit) o por el de
da «religiosidad», que, en efecto,
158
parecen más acordes con
ay la índole del sentimiento . Ello va a preparar el cambio
más operado en La fe cristiana: la centralidad de la religión en
los Discursos cede el puesto a la piedad, y, si a la hora de
era precisar la esencia de la religión escribía en 1799 que la
ra- intuición del Universo constituía la fórmula suprema y
159
más general de la religión , ahora la esencia de la pie-
cas, dad es definida como «el sentimiento de dependencia ab-
as- soluta».
en-
yor ¿Por qué Schleiermacher operó este desplazamiento
de en su forma de concebir la religión? Aun cuando este
es- punto ha sido abordado a menudo, no se puede decir que
por todos los interrogantes hayan sido aclarados. Hay todo
, lo un grupo de intérpretes que atribuye el cambio operado
sta. a la presencia de algún motivo externo, en concreto al in-
ión flujo de aquellas corrientes filosóficas contemporáneas
ión frente a las que Schleiermacher trataba de afirmar la auto-
me- nomía de la religión. Baste con referirse aquí a la obra
ndi- de H. Süskind, que, basándose en contribuciones ante-
un riores, trata de explicar el desplazamiento hacia el senti-
tui- miento en la interpretación de la religión mediante el in-
ecir flujo de Schelling 16 °. La conclusión a que llega este
nte autor es que los derroteros seguidos por la filosofía de
os- Schelling hicieron imposible la pretensión schleier-
ntre machiana de asegurar la autonomía de la religión descri-
cio- biéndola como «intuición» del Universo. Al concebir
nti- Schelling, a partir de 1801, la intuición del Universo
como el objeto de su filosofía, Schleiermacher se vio
obligado a asentar la religión primordialmente en la esfe-
inzi- 158
e, 75 Fr. W. Graf, o. c, 182, nota 109.
159
Reden, o. c.,p. 55.
160
H. Süskind, Der Einfluss Schellings auf die Entwicklung von
Schleiermachers System, Tübingen, 1909.
n
LXXXIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

ra del sentimiento, considerando por el contrario la in-


tuición como órgano del conocimiento científico 161.
Fr. W. Graf, por el contrario, ha dado un nuevo enfo-
que a este problema al tratar de demostrar que las inno-
vaciones introducidas en el texto original se deben más
bien a motivos de carácter inmanente y objetivo 162, opo-
niéndose así no sólo al carácter determinante de algún in-
flujo externo, sino también a la interpretación que de
estas modificaciones habría ofrecido el propio Schleier-
macher, al tratar de minimizar la relevancia de éstas.
Aunque parte de las consideraciones de Graf pueden
ser discutibles, en este tema todavía no suficientemente
estudiado 163, es innegable que su nuevo enfoque resulta
enriquecedor al dirigir la atención a los motivos internos
como explicadores de las modificaciones que se han ido
produciendo en el texto de los Discursos. Las aporías e
imprecisiones de que adolecía la concepción schleier-
machiana explicarían este desplazamiento más acusado
hacia la esfera del sentimiento. No obstante, en cual-
quiera de los casos, la visión schleiermachiana de la reli-
gión parecía destinada a anclarse más decididamente en
la esfera del sentimiento, como una de las opciones pro-
totípicas que presentaba aquel momento singular de la fi-
losofía de la religión.

10. LA RECEPCIÓN DE LOS DISCURSOS


Aun cuando la relevancia atribuida a los Discursos fue
creciendo con el paso del tiempo, a lo largo de los siglos
XIX y xx, esta obra de Schleiermacher fue objeto de cu-
riosidad para determinados círculos ya en el momento de
su aparición. Por supuesto, para el círculo de sus conoci-

161
Ibíd., p. 172.
152
Fr. W. Graf, o. c, p. 150.
163
También a este respecto, la nueva edición crítica podrá facilitar
un estudio más riguroso de la obra schleiermachiana.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXXV

in- dos y amigos, pero también, en general, para el círculo


de aquellos que se hallaban próximos al movimiento del
fo- primer romanticismo. Con distintos matices, la obra fue
no- considerada como la expresión prototípica de la concep-
más ción romántica de la religión .
po- Merecen destacarse a este respecto tanto Novalis
in- como Fr. Schlegel, sus colegas de la «sagrada revolu-
de ción». El que más parece identificarse con el escrito sc-
ier- hleiermachiano es Novalis, quien, según el testimonio de
Fr. Schlegel, se sintió prontamente entusiasmado por los
den Discursos y prometió escribir algo sobre éstos. Ya nos
nte hemos referido al ensayo de Novalis La Cristiandad o
lta Europa, redactado unos meses más tarde que los Discur-
nos sos. Dicho ensayo fue escrito bajo el influjo inmediato de
ido los Discursos 16S y constituye, junto con éstos, uno de los
se manifiestos más significativos de la nueva situación espi-
ier- ritual. Novalis considera a Schleiermacher como a un
ado «hermano» hacia el que quiere conducir a sus interlocu-
ual- tores, pues este hermano viene a constituir la «pulsación
eli- de la nueva época» 166, el cual —haciendo juego con su
en nombre— habría elaborado un nuevo velo (Schleier)
ro- para lo sagrado. Por lo demás, también Novalis se rebela
a fi- contra el culto a la letra y, en sintonía con el momento
histórico, se abre más bien a la idea de una regeneración
del cristianismo, tendiendo hacia una época en la que la
nueva Jerusalén sea la «capital del mundo». Aun cuando
ambos autores no llegaron a encontrarse personalmente,
los Discursos, como señala Dilthey, crearon entre ellos
fue una especie de «lazo íntimo». Por ello, muerto tempra-
glos namente Novalis, Schleiermacher no duda, en la segun-
cu- da edición de los Discursos, en rendirle homenaje junto
de a Spinoza:
oci- Si los filósofos se vuelven religiosos y buscan a Dios como
Spinoza, y los artistas, piadosos y aman a Cristo como No-

Cfr. KGA, I, 2, pp. LX-LXI.


litar Cfr. Novalis Werke, C. H. Beck, München, 1969, pp. 799 ss.
Ibíd., p. 514.
LXXXVI ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

valis, entonces cabrá celebrar la gran restauración de arabos


mundos 167.

Por su parte, la identificación de Fr. Schlegel con los


Discursos no es tan unívoca. Parece no estar exenta de
una cierta ambigüedad, tal como cabe advertir en la Nota
que les dedicó en el Athenaum 168, en la cual examina el
escrito schleiermachiano desde una doble perspectiva
complementaria: exotérica y esotérica, actitud que per-
mite ciertas reservas por parte de Schlegel. Dicho enfo-
que, sin embargo, no le impide un elogio manifiesto a los
Discursos: desde hace tiempo no se habría escrito nada
tan importante y grandioso acerca del problema religio-
so. Sólo una alusión, no comprendida, de Lessing a este
tema constituiría el único precedente más o menos inme-
diato de la concepción schleiermachiana de la religión.
Schlegel se está refiriendo a las afirmaciones de Lessing
en La educación del género humano en torno a la tercera
Edad en la evolución religiosa de la humanidad y, de una
forma especial, en el párrafo 86:

Llegará ese tiempo de cierto, el tiempo de un nuevo Evan- a


gelio eterno, que se nos promete a169nosotros en los libros ele-
mentales del Nuevo Testamento .
o
Precisamente estas ideas de Lessing también estaban c
gravitando sobre La Cristiandad o Europa, sobre todo al s
final del ensayo, cuando se habla de la regeneración del s
cristianismo. La referencia histórica de Schlegel aparece r
ciertamente apropiada, teniendo en cuenta todo el influ- b
jo que Lessing va a ejercer en la época posterior y, de s
una forma especial, en aquella aspiración hacia una ple- a
nitud escatológica que la ha caracterizado. c
Tampoco es difícil pensar que los Discursos encontra- c
ran una buena acogida en un autor de curiosidad tan ili-

167
Cfr. W. Dilthey, o. c, p. 451.
168
Cfr. Kritische Ausgabe, Bd. 2, pp. 275-281. s
169
Ibíd., p. 275.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXXVII

bos mitada como es Schelling, quien, por otra parte, se de-


senvuelve en un horizonte bastante afín al de
Schleiermacher. Sin embargo, su primer encuentro con
los los Discursos no fue demasiado feliz. Aun cuando co-
de menzó a leerlos de inmediato, los encontró difícilmente
ota legibles y comprensibles. También difiere de ellos en
el cuanto al contenido, y algo similar le ocurre en lo refe-
va rente a La Cristiandad o Europa 170. No obstante, su
er- apreciación pronto se va a hacer más favorable. Cuando
fo- en 1801 elabora su filosofía de la identidad, descubre con
los sorpresa su afinidad con el horizonte de los Discursos:
da
io- Rindo tributo ahora al autor como a un espíritu al que sólo
ste cabe considerar exactamente en el mismo nivel que los pri-
me- meros filósofos originales [...]. Me parece que la obra ha
ón. surgido meramente desde sí misma y que de este modo no
sólo constituyela más bella exposición, sino a la vez, inclu-
ing so, una imagen* del Universo .
cera
una Por lo que se refiere a Hegel, ya hemos recordado re-
petidas veces que representa una opción contrapuesta a
la de Schleiermacher. Pero esta contraposición se va a ir
an- agudizando con el paso del tiempo y no va a tener los
ele- Discursos como punto de referencia exclusivo. Hay, no
obstante, dos escritos del joven Hegel que aluden explí-
ban citamente a ellos. En el prólogo a La diferencia entre el
o al sistema de Fichte y el de Schelling (1801) los Discursos
del son citados como una expresión sintomática de las aspi-
ece raciones y anhelos de una época 172. Al año siguiente pu-
flu- blica Fe y saber, en el que examina críticamente las filo-
de sofías de Kant, Jacobi y Fichte. Los Discursos son
ple- abordados a modo de epílogo del capítulo dedicado a Ja-
cobi, cuyo subjetivismo reflejarían, aun cuando se les re-
tra- conozca su carácter específico frente a la filosofía jaco-
ili-
170
H. Süskind, o. c, pp. 60 ss.
171
Ibíd., p. 62.
172
Differenz des Fichte'schen und Schelling'schen Systems der Philo-
sophie, F. Meiner, Hamburg, 1962, p. 6.
*

LXXXVIII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

biana 173. De todas formas, ya se perfila la crítica


constante de Hegel a Schleiermacher, la de subjetivismo
religioso 174.
Por otra parte, Schleiermacher era, como sabemos,
pastor protestante, y esta circunstancia debía tener como
consecuencia inevitable que su obra fuera examinada
con particular sensibilidad por parte de los representan-
tes de la ortodoxia. Tal es el caso del ya mencionado cen-
sor F. S. G. Sack, quien en la misiva a Schleiermacher
de junio de 1801 no duda en calificar los Discursos como
«ingeniosa apología del panteísmo» y de «exposición re-
tórica del sistema espinosista» 175. Espinosismo y cristia-
nismo serían dos magnitudes irreconciliables, de forma
que no comprende cómo alguien como Schleiermacher,
que por oficio tiene por cometido transmitir las enseñan-
zas del cristianismo, pueda honestamente conciliar
ambos puntos de referencia. En definitiva, a Schleierma-
cher habría que reprocharle un coeficiente innegable de
ambigüedad al querer hacerse eco de inspiraciones hete-
rogéneas. Como señala Dilthey, se necesitó un tiempo
para que Schleiermacher resultara aceptado en el seno
de la teología protestante. Por ambas partes se contribu-
yó a esta aproximación. De hecho, una nueva generación
iba a acercarse con menos prevenciones al contenido re-
ligioso, filosófico y teológico de los Discursos 176. Por
otra parte, el que la obra alcanzara cuatro ediciones du-
rante la vida del autor ya indica que conoció una divulga-
ción notable entre el público contemporáneo.
Es curioso constatar que, cuando A. Ritschl en 1874,
cincuenta años después de la muerte de Schleiermacher,
hace alusión a los múltiples influjos que sigue ejerciendo

173
Glauben und Wissen, p. 89.
174
Cfr. D. Lange, «Die Kontroverse Hegels und Schleiermacher um
das Verstándnis der Religión», en Hegel-Studien (1983), pp. 201 ss.
175
Cfr. «Aus Schleiermacher Leben», en Briefen, Bd. III,
pp. 276-278.
176
W. Dilthey, o. c, p. 458.
ESTUDIO PRELIMINAR LXXXIX

ca éste en la Iglesia evangélica alemana, destaque de una


mo forma especial los Discursos. Estos últimos constituirían
el escrito más característico de Schleiermacher porque
os, abarcan todo el problema de la religión tanto en su ver-
mo tiente teórica como práctica y porque surgen, como una
da especie de revelación, del espíritu del autor, cuando
an- éste, a comienzos de su edad adulta, entra en contacto
en- con el mundo romántico 177. Esta circunstancia sirve al
her menos para recordarnos que los Discursos fueron duran-
omo te mucho tiempo estudiados de forma primordial por los
re- teólogos protestantes. Por ello, y aunque, a nuestro en-
ia- tender, se trate ante todo de una obra de filosofía de la
ma religión, quizá sea oportuno, antes de concluir, hacer
er, unas pocas observaciones generales acerca del puesto de
an- Schleiermacher en la historia del protestantismo.
iar
ma-
de 11. SCHLEIERMACHER
te-
po Y EL PROTESTANTISMO
eno Aunque discutido, Schleiermacher ocupa un lugar re-
bu- levante en la historia del protestantismo. Su actividad
ón como predicador, su magisterio en la Universidad de
re- Berlín, sus publicaciones —especialmente La fe cristia-
Por na— hacen que Schleiermacher, en su polivalente activi-
du- dad, se sienta especialmente «teólogo protestante» 178, al
ga- margen de la seducción que experimentan algunos cole-
gas románticos por el catolicismo.
74, Cabría decir que la cultura alemana llevaba en sí la im-
er, pronta protestante, siendo bien conocida a este respecto
ndo la expresión de Nietzsche según la cual el párroco protes-
tante habría sido el abuelo de la filosofía alemana. No

um
177
ss. Cfr. A. Ritschl, Schleiermachers Reden Über die Religión und
III, ihre Nachwirkungen aufdie evangelische Kirche Deutschlands, Bonn,
1874, p. 2.
178
Schleiermacher ais Mensch, p. 274.
XC ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

obstante, también es cierto que el protestantismo se en-


contraba entonces sumido en un proceso de seculariza-
ción inmanente y de volatilización de sus contenidos. Un
autor tan clarividente como Hegel no deja de observar
que en su momento histórico se está llevando a cabo un
proceso de reducción y simplificación de los contenidos
religiosos equivalente al operado en otro tiempo por la
Reforma. Tal como escribe en su filosofía de la religión:
Es la característica fundamental de los nuevos tiempos el
que las doctrinas de la Iglesia protestante hayan sido reduci-
das al mínimo 179.

Por ello no es de sorprender que el tema de una segun-


da Reforma empiece a planear sobre el ambiente.
En este horizonte, Schleiermacher va a ser considera-
do, entre otras cosas, como «el Kant de la teología pro-
testante» 180. Así como Kant había roto con el edificio de
la antigua metafísica y había tratado de esquivar tanto el
dogmatismo como el escepticismo, así Schleiermacher
habría hecho algo similar con la escolástica teológica,
tratando de situarse más allá del racionalismo y del su-
pranaturalismo. Con ello comenzaría la llamada «era Sc-
hleiermacher», caracterizada por su liberalismo protes-
tante en alianza con la cultura decimonónica. Se insiste en
la primacía de la experiencia religiosa, se infravaloran los
dogmas y, si, por un lado, se critican las estrecheces del
racionalismo ilustrado, por otro también se van a mitigar
los elementos sobrenaturales del cristianismo, de modo
que, a pesar de todos los esfuerzos, se estaría provocan-
do una naturalización de la tradición protestante. De
esta forma, a lo largo del siglo xix la tradición religiosa
protestante se iba adaptando a los imperativos de la cul-
tura secular dando lugar al llamado Kulturprotestan-

179
Vorlesungen über die Philosophie der Religión, I, i, p. 36.
180
Cfr. D. Fr. Strauss, Charakteristiken und Kritiken, p. 205. Más
tarde otros, como Dilthey, van a reiterar este juicio.
ESTUDIO PRELIMINAR XCI

en- tismus. En este horizonte, aquellos autores como Kier-


za- kegaard que se esforzaron por ser más fieles al espíritu
Un originario de la Reforma permanecieron en una situa-
var ción marginal durante todo este capítulo de la historia
un del protestantismo 181.
dos Pero los valores tanto religiosos como seculares deci-
r la monónicos entran en crisis a partir de la conmoción que
ón: supuso la Primera Guerra Mundial, crisis que es reforza-
da por toda una serie de acontecimientos posteriores, en
s el los años treinta y cuarenta, que sacudieron los funda-
uci- mentos de la identidad europea. Asistimos entonces al
despegue de la llamada teología dialéctica. Su surgimien-
to vendría a constituir un síntoma peculiar del «final de la
un- Edad Moderna» 182. El comentario de K. Barth a la
Epístola a los Romanos constituye el manifiesto de un
era- nuevo período de la teología protestante, que supone a la
ro- vez la «inversión de Schleiermacher» y de toda una
de época que, siguiendo más o menos felizmente la inspira-
o el ción schleiermachiana, estuvo estructurada por figuras
her como Ritschl, Harnack y Troeltsch. Kierkegaard va a ser
ica, redescubierto ahora tanto en la filosofía como en la teo-
su- logía. El primado de Dios, de la palabra revelada, de la
Sc- trascendencia divina, de la fe..., a la vez que supone una
tes- conexión abierta con los grandes reformadores del siglo
en XVI, implica una especie de revolución respecto a la «era
los Schleiermacher».
del El ataque más virulento a dicha era partió del escrito
gar ele E. Brunner La mística y la palabra . Según Brun-
odo ncr, no habría más que dos tipos de relación con Dios: la
an- mística y la fe. Pero la mística viene a constituir la forma
De
osa
cul- IK1
Cfr. P. Berger, El dosel sagrado. Elementos para una sociología
an- •/r la religión, Buenos Aires, 1971, pp. 191-192.
IH2
Ch. Gestrich, Neuzeitliches Denken und die Spaltung der Dialek-
iischen Theologie, Tübingen, 1977, pp. 1 ss.
",'1 H. Zahmt, Die Sache mit Gott. Die protestantische Theologie
. Más un 20. Jahrhunders, München, 1972, pp. 38-40.
184
E. Brunner, Die Mystik und das Wort, Tübingen, 1924.
XCII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

más refinada de la divinización de la naturaleza, del pa-


ganismo y de la cosificación del espíritu. La mística vive
de lo semioscuro, de lo indeterminado; la luz lo disuelve.
Por el contrario, la fe vive de la palabra, que es para ella
como la claridad del día. Por ello Brunner cree poder
concluir: «O bien la mística, o bien la palabra» . En
esta alternativa, Schleiermacher ocupa un puesto defini-
do: es el autor más representativo entre aquellos que han
intentado transformar el contenido de la fe cristiana en
mística. Los Discursos siguen desempeñando una fun-
ción destacada en la confrontación con Schleiermacher,
aunque ahora la valoración es muy distinta de la que
ofrecía Ritschl. Servirían más bien como confirmación
de la naturalización y de la psicologización de la religión
operadas por Schleiermacher.
K. Barth, aun cuando matiza las afirmaciones conteni-
das en el libro de Brunner, no por ello deja de postular la
inversión de Schleiermacher a que nos hemos referido.
Schleiermacher no habría intentado tanto la identifica-
ción del cristianismo con la mística como con el movi-
miento cultural decimonónico. En este sentido cabría de-
finir la teología schleiermachiana como Kulturtheologie:
la obra más propia del cristianismo sería la cultura en
cuanto triunfo del espíritu sobre la naturaleza, de la
misma manera que el Reino de Dios, según Schleierma-
cher, vendría a identificarse con el progreso cultural 186.
En este sentido, Barth advierte un notable desplazamiento
del centro de gravedad con respecto a la Reforma:
Exactamente en el lugar en el que la teología reformada
había dicho «Evangelio» o «palabra de Dios» o «Cristo», se
dice ahora, tres siglos después de la Reforma, «religión» o
«piedad» 187.

185
Ibíd., p. 5.
186
Cfr. Die protestantische Theologie im 19. Jahrhundert, Bd. 2,
Hamburg, 1975, p. 368.
187
Ibíd., p. 388.
ESTUDIO PRELIMINAR XCIII

pa- Con ello se habría invertido propiamente el orden es-


ive tablecido por los reformadores. En definitiva, la obra de
ve. Schleiermacher cobra sentido en el horizonte del princi-
ella pio moderno de la subjetividad, del hombre como sub-
der jektum por antonomasia. No es que Barth estime impo-
En sible sin más hacer teología desde el horizonte an-
ini- tropocéntrico peculiar de la Modernidad, aun cuando
han no deja de preguntarse si precisamente en este horizonte
en no sería una prueba de mayor fuerza de carácter, y al
un- mismo tiempo de clarividencia, explotar las virtualidades
her, de la teología reformada de la palabra. Pero, en cual-
que quier caso, tampoco Schleiermacher parece haber utili-
ión zado satisfactoriamente las posibilidades que le brindaba
ión la nueva época, sino que, al margen de su voluntad, puso
en cuestión los presupuestos de la teología cristiana de
eni- una forma en que probablemente esto no había ocurrido
r la desde los tiempos de la antigua gnosis 188. Aun cuando el
do. mismo Barth siguió mostrando su interés por la obra de
ca- Schleiermacher, hasta el final de su vida , es obvio que
ovi- el imperio de la teología dialéctica no podía menos de im-
de- plicar una marginación de dicha obra.
gie: Sin embargo, desde finales de los años cincuenta y co-
en mienzos de los sesenta asistimos a un interés renovado
e la por Schleiermacher, dando lugar a un fenómeno que al-
ma- gunos intérpretes no dudarán en considerar como una
186
. Schleiermacher-Renaissance, que trataría de superar el
ento carácter unilateral de la visión ofrecida por la teología
dialéctica, procurando comprender la obra schleierma-
chiana más bien «a partir de sus propias instancias» 190.
mada Más allá de planteamientos descalificatorios o apologéti-
», se
n» o cos, se intenta un diálogo directo con el texto schleierma-
chiano, que ahora es analizado con mayor rigor y preci-
sión. Toda una floración de estudios va a surgir en el
188
Ibíd., p. 400.
189
d. 2, Cfr. Schleiermacher-Auswahl (Hg. von H. Bolli), Hamburg,
l%8, Nachwort.
190
Cfr. S. Sorrentino, o. c, pp. 64 ss.
XCIV ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

marco de esta Schleiermacher-Renaissance entre los que j


baste recordar aquí la importante aportación de j
P. Seifert La teología del joven Schleiermacher (1960),
que, una vez más, también se va a centrar en el análisis
de los Discursos. En este contexto se va a reexaminar a la
vez la relación de Schleiermacher con los Reformadores
cuestionando, aunque posiblemente de una forma exce-
siva, las conclusiones a que habían llegado los represen- j
tantes de la teología dialéctica 191. Al mismo tiempo se ]
reeditan múltiples escritos schleiermachianos, entre ellos
La fe cristiana y los Discursos, facilitando el contacto di-
recto con el texto original, hasta que finalmente se em-
prende la primera edición crítica de la obra del autor 192.
Pero la Schleiermacher-Renaissance no es un fenóme-
no que se agote en los avatares de la teología protestante,
sino que se extiende asimismo al ámbito filosófico, sien-
do ahora precisamente cuando se empieza a reconocer la
importancia de Schleiermacher en este campo. Áreas
como la hermenéutica, la ética, la pedagogía, han presta-
do últimamente una atención creciente al legado de Sc-
hleiermacher. También la filosofía de la religión que
trata de valorar la relevancia que para esta disciplina re-
viste un escrito como los Discursos. A pesar del tiempo
transcurrido desde que R. Otto reivindicara los Discur-
sos como una obra fundamentalmente de filosofía de la
religión, éstos continuaron, como queda dicho, siendo
estudiados primordialmente por los teólogos protestan-
tes. Y, aun cuando la obra de Schleiermacher se preste
particularmente para un estudio interdisciplinario, consi-
deramos convincente el punto de vista expresado por

191
Véanse, por ejemplo, P. Seifert, «Schleiermacher und Luther»,
en Luther, 40 (1969), pp. 51 ss.; G. Ebeling, «Luther und Schleier-
macher», en Internationaler Schleiermacher Kongress, Berlín, 1985,
pp. 21 ss.
192
Cfr. K. Nowak, «Die neue Schleiermacher-Ausgabe», en Theo-
logische Literaturzeitung, Berlín, 109 (1984), pp. 917 ss.
ESTUDIO PRELIMINAR XCV
que j
de j R. Otto. Cada vez es mayor el número de los intérpretes
0), sensibles a este planteamiento 193.
sis
a la
res 12. CONCLUSIÓN
ce-
en- j En definitiva, la concepción schleiermachiana de la re-
se ] ligión se encuentra en sintonía con un amplio sector del
los pensamiento contemporáneo. La crisis de la tradición
o di- ontoteológica de la metafísica va a tener, entre otras con-
m- secuencias, el centrarse en la indagación del fenómeno
92
. religioso, frente a la elaboración de un posible sermo de
me- Deo, como última instancia fundamentadora. Baste pen-
te, sar en la relevancia de Feuerbach para la filosofía de la
en- religión, a pesar de la crisis de la problemática teológica y
r la metafísica de que es expresión su pensamiento.
eas Aflora entonces el problema de la llamada trascenden-
ta- cia vacía, de la que de una u otra forma se van a hacer eco
Sc- no sólo pensadores como Feuerbach, Nietzsche, Hork-
que heimer, Bloch..., sino también autores representativos
re- de la literatura contemporánea como Baudelaire y Rim-
po baud, con su mística de la trascendencia vacía, o Mallar-
ur- mé, con su mística de la nada 194. En esta línea se va a re-
la ferir más tarde R. Musil a El hombre sin atributos como a
do un libro religioso en el estado de increencia 195. Schleier-
an- macher, al aceptar la posibilidad de una religión sin
ste Dios, viene a sintonizar, de una forma explícita o tácita,
si- con esta situación del hombre contemporáneo. En todo
por caso, sea cual fuere la opción que se defienda en el plura-

193
Aparte de los diferentes autores que hemos ido mencionando a
r», lo largo de este estudio preliminar, cabe recordar también la obra de
ier- M. Simón, La philosophie de la religión dans l'oeuvre de Schleier-
1985, macher, París, 1974.
194
Cfr. Hugo Friedrich, Estructura de la lírica moderna, Barcelo-
eo- na, 1974.
195
Cfr. Mystik ohne Gott? Tendenzen des 20. Jahrhunderts (Hg. von
W. Bóhme), Karlsruhe, 1982, p. 13.
XCVI ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

lismo imperante en la filosofía de la religión, no parece


posible ignorar el influjo ajercido por un clásico como
Schleiermacher.
Por otra parte, también es preciso hacer una somera
alusión a determinadas afinidades entre la época en que
surgieron los Discursos y nuestro presente momento his-
tórico. A pesar de su fragilidad, el movimiento románti-
co poseyó una grandeza innegable. Fue la primera gran
rebelión contra las insuficiencias y unilateralidades del
pensamiento moderno. Un renovado interés por la reli-
gión y la búsqueda de una «nueva mitología» son algunos
de los rasgos definitorios de ese movimiento frente al
proceso de desencantamiento del mundo desatado por el
pensamiento ilustrado. Nuestra época no parece poseer
la grandiosidad de la rebelión romántica, pero los insis-
tentes interrogantes acerca de la naturaleza y vigencia de
los ideales de la Modernidad, los múltiples cuestiona-
mientos de la racionalidad clásica y un nuevo interés y
sensibilidad por el mito 196, el retorno de la religión e in-
cluso de los fundamentalismos son, entre otros, rasgos
que vinculan nuestro presente histórico con el universo
ideológico en que surgieron los Discursos. A pesar de la
confusión y el diletantismo imperantes en nuestro tiem-
po, parece poder advertirse en él aquello que Heidegger
calificó, en una conocida carta a W. Biemel, como la
preparación de la «posibilidad de una metamorfosis de la
estancia del hombre en el mundo» 197. En este horizonte
parece resultar provechosa una nueva lectura de Sc-
hleiermacher, y en concreto de sus Discursos, escritos en
otro final de siglo, ciertamente más optimista y pujante
que el nuestro, pero que también andaba a la búsqueda
de una nueva Gelassenheit ante las cosas. En ambos
casos se aspira a un «realismo superior» al que la razón
instrumental puede proporcionar.

196
Cfr., por ejemplo, C. Fr. Geyer, «Rationalitátskritik und "neue
Mythologien"», en Philosophische Rundschau, 33 (1986), pp. 210 ss.
197
Cfr. L'Herne, Martin Heidegger, 1983, p. 137.
ESTUDIO PRELIMINAR XCVII

rece 13. NOTA ACERCA DEL TEXTO


omo
Señalemos tan sólo que el texto escogido para esta tra-
mera ducción es el correspondiente a la primera edición, tal
que como suele hacerse habitualmente desde que R. Otto lo
o his- «rescatara» en su edición conmemorativa del primer cen-
ánti- tenario de la aparición de los Discursos. Por importantes
gran que puedan ser las innovaciones introducidas en las edi-
del ciones posteriores para clarificar parcialmente los pasa-
reli- jes a menudo confusos, e incluso caóticos, del texto origi-
unos nal, la edición de 1799, con sus logros y también con sus
e al limitaciones, puede ser considerada como un exponente
or el más fiel del peculiar momento histórico en cuyo contexto
seer surgió. La presente versión, a la vez que trata de obviar
nsis- determinadas dificultades de comprensión, producto del
ia de estilo de la obra, se esfuerza también por reflejar con fi-
ona- delidad las peculiaridades del texto originario.
és y
e in-
sgos
erso
de la BIBLIOGRAFÍA
iem-
gger
mo la I. OBRAS DE SCHLEIERMACHER
de la A EDICIONES GENERALES
onte
Sc- Sümtliche Werke (Hg. von L. Joñas, A. Schweizer, Fr. Lücke u.a )
os en Berlín, 1836-1864.
ante Werke, in vier Banden (Hg. von O. Braun und J. Bauer), Leipzie
ueda 1910-1913. v 6
'
mbos Kritische Gesamtausgabe (Hg. von H. J. Birkner, G. Ebeline u a )
azón Berlin/New York, 1980 ss.

M. ALGUNAS EDICIONES DE LOS DISCURSOS

neue líber die Religión. Reden an die Gebildeten unter ihren Veráchtern
0 ss. Berlín, 1799.
' >her die Religión. Kritische Ausgabe. Mit Zugrundelegung des Textes
XCVIII ARSENIO GINZO FERNÁNDEZ

der ersten Auflage (Hg. von G. Ch. B. Pünjer), Braunschweig,


1879.
Über die Religión. In der ursprünglichen Gestalt hg. von R. Otto, Gót-
tingen, 1899.
Über die Religión. Reden an die Gebildeten unter ihren Veráchtern (Hg.
von H. J. Rothert), Hamburg, 1958.

C) CORRESPONDENCIA

Aus Schleiermachers Leben. In Briefen (Hg. von W. Dilthey und


L. Joñas), 4 Bánde, Berlín, 1860-1863.

II. OBRAS SOBRE SCHLEIERMACHER

AA. W . : Internationaler Schleiermacher Kongress, 2 Bánde, Berlin,


1985.
BARTH, K.:Dieprotestantiche Theologie im 19. Jahrhundert, 2 Bánde,
Hamburg, 1975.
BLACKWELL, A.: Schleiermacher'S Early Philosophy of Life. Determi-
nism, Freedom and Phantasy, Harvard, 1982.
BRUNNER, E.: Die Mystik und das Wort, Tübingen, 1924.
CHRIST, F. Menschlich von Gott reden. Das Problem des Anthropo-
morphismus bei Schleiermacher, Zürich/Koln/Gütersloh, 1982.
DILTHEY, W.: Leben Schleiermachers, Berlin, 1870.
FRANK, M.: Das individuelle Allgemeine. Textstrukturierung und Inter-
pretation nach Schleiermacher, Frankfurt a. M., 1977.
HERMS, E.: Herkunft, Entfaltung und erste Gestalt des Systems der Wis-
senschaften bes Schleiermacher, Gütersloh, 1974.
HERTEL, Fr.: Das theologische Denken Schleiermachers untersucht an
der ersten Auflage seiner Reden «Über die Religión», Zürich, 1965.
KANTZENBACH, Fr.: Schleiermacher, Reinbek be Hamburg, 1985.
MECKENSTOCK, G.: Deterministische Ethik und kritische Theologie.
Die Auseinandersetzung des frühen Schleiermacher mit Kant und
Spinoza 1789-1794, Berlin/New York, 1988.
NOWAK, K.: Schleiermacher und die Frühromantik. Eine literaturges-
chichtliche Studie zum romantischen Religionsverstandnis und Mens-
chenbild am Ende des 18. Jahrhunderts in Deutschland, Weimar/
Góttingen, 1986.
REDEKER, M.: Fr. Schleiermacher, Berlin, 1968.
RITSCHL, A.: Schleiermachers Reden über die Religión und ihre Nach-
wirkungen aufdie evangelische Kirche Deutschlands, Bonn, 1874.
ESTUDIO PRELIMINAR XCIX

weig, RITSCHL, O.: Schleiermachers Stellung zum Christentum in seinen


Reden über die Religión, Gotha, 1888.
Gót- SCHOLZ, G.: Die Philosophie Schleiermachers, Darmstadt, 1984.
SEIFERT, P.: Die Theologie des ¡ungen Schleiermachers, Gütersloh,
rn (Hg. 1960.
SIMÓN, M.: La philosophie de la religión dans l'oeuvre de Schleierma-
cher, París, 1974.
SORRENTINO, S.: Schleiermacher e la filosofía della religione, Brescia
1978.
und SÚSKIND, H.: Der Einfluss Schellings aufdie Entwicklung von Schleier-
machers System, Tübingen, 1909.
TIMM, H.: Die heilige Revolution. Schleiermacher-Novalis-Fr. Schlegel
Frankfurt a. M., 1978.
VATTIMO, G.: Schleiermacher, filosofo delt'interpretazione, Milano
1968.
Berlin,

ánde,

ermi-

opo-
.

Inter-

r Wis-

ucht an
1965.
5.
ologie.
t und

aturges-
d Mens-
imar/

Nach-
1874.
DI
SOBRE LA RELIGIÓN

DISCURSOS A SUS MENOSPRECIADORES


CULTIVADOS
PRIMER DISCURSO

APOLOGÍA

Puede constituir una tentativa inesperada, y vosotros


os podéis admirar de ello con razón, que alguien pertene-
ciente precisamente a aquéllos que se han elevado por
encima de lo común y se encuentran transidos por la sabi-
duría del siglo, pueda solicitar que se preste atención a
un objeto tan por completo descuidado por ellos. Con-
fieso que no sé indicar nada que me presagie un resultado
feliz, ni siquiera el de lograr vuestro aplauso para mis es-
fuerzos, mucho menos el de comunicaros mi forma de
sentir y mi entusiasmo. Desde antiguo la fe no ha sido
asunto de todo el mundo; de la religión siempre han en-
tendido algo sólo unos pocos, mientras que millones se
han dejado seducir, de múltiples maneras, por las envol-
turas con las que ella, por condescendencia, se dejaba re-
cubrir de buen grado. Especialmente en nuestro tiempo,
la vida de los hombres cultivados se encuentra lejos de
todo lo que presenta cualquier semejanza con ella por in-
significante que sea. Sé que vosotros veneráis tan poco a
la Divinidad en el sagrado recogimiento como visitáis los
templos abandonados; sé que en vuestras refinadas mo-
radas no hay otros dioses domésticos que las sentencias
de los sabios y los cánticos de los poetas, y que la humani-

[3]
4 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

dad y la patria, el arte y la ciencia —pues vosotros creéis c


poder abarcar plenamente todo esto— se han adueñado v
tan por completo de vuestro ánimo que, para el Ser eter- y
no y sagrado que reside según vosotros más allá del a
mundo, no queda margen alguno y que no sentís nada c
respecto a él ni con él. Habéis conseguido hacer tan rica y u
polifacética la vida terrena que ya no necesitáis de la d
eternidad, y, después de que vosotros os habéis creado d
un universo, os sentís dispensados de pensar en el que os s
ha creado. Vosotros convenís, lo sé, en que no puede de- o
cirse nada nuevo ni nada que sea aún pertinente sobre la
este asunto que no haya sido tratado hasta la saciedad n
desde todos los puntos de vista por filósofos y profetas y, la
desearía no tener que añadir, por burlones y sacerdotes. t
Menos que de ningún otro —no se le puede escapar a v
nadie— os sentís inclinados a escuchar algo acerca de y
este tema de parte de los mencionados en último lugar, q
los cuales, ya hace tiempo, se han vuelto indignos de ¿
vuestra confianza, en cuanto estamento que sólo prefiere o
habitar en las ruinas devastadas del santuario, e incluso h
allí no puede vivir sin deteriorarlo y degradarlo todavía m
más. Sé todo esto y, sin embargo, me veo impulsado por to
una necesidad interna e irresistible, que ejerce sobre mí s
un dominio divino, de hablar, y no puedo retirar mi invi- d
tación a que precisamente vosotros me prestéis atención. lo
Por lo que se refiere a esto último, yo podría bien ha- e
ceros la pregunta de cómo es que ocurre que vosotros, d
acerca de cualquier tema, sea importante o no, queréis c
ser informados preferentemente por aquellos que le han e
dedicado su vida y las fuerzas de su espíritu, y vuestra e
ansia de saber no rehuye las cabanas de los campesinos ni p
los talleres de los más modestos artesanos, y ¡sólo en los d
asuntos religiosos consideráis todo tanto más sospechoso te
cuando proviene de aquellos que afirman ser los virtuo- a
sos de los mismos y son considerados como tales por el ir
Estado y el pueblo! Vosotros no podréis demostrar cier- v
tamente que ellos no lo son y que lo que postulan y predi- so
can es cualquier cosa menos religión. Por tanto, despre- d
SOBRE LA RELIGIÓN 5

ciando con razón un tal juicio injustificado, confieso ante


vosotros que yo también soy un miembro de esta Orden,
y lo hago exponiéndome al peligro, si no me escucháis
atentamente, de ser arrojado, bajo la misma denomina-
ción, al gran montón de los mismos. Se trata al menos de
una confesión voluntaria, pues mi lenguaje no me habría
delatado y los elogios de mis colegas tampoco; lo que yo
deseo se encuentra por completo fuera de su horizonte y
se asemeja poco a lo que ellos desean gustosamente ver y
oír. No estoy de acuerdo con las llamadas de socorro de
la mayoría, relativas a la decadencia de la religión, pues
no sé que ninguna otra época la haya acogido mejor que
la actual, y no tengo nada que ver con las lamentaciones
trasnochadas y bárbaras, mediante las que desearían le-
vantar de nuevo los muros derrumbados de su Sión judía
y sus pilares góticos. Soy consciente de que en todo lo
que tengo que deciros no delato en absoluto mi estado;
¿por qué, pues, no habría de confesarlo como cualquier
otra contingencia? Los prejuicios que ellos comparten no
han de constituir un obstáculo para nosotros, y sus deli-
mitaciones, tenidas como sagradas, en lo concerniente a
todo lo que cabe preguntar y comunicar, no deben po-
seer valor alguno entre nosotros. Como hombre os hablo
- de los sagrados misterios de la humanidad, tal como yo
los concibo; de lo que ocurría en mí cuando todavía en la
exaltación juvenil buscaba lo desconocido; de lo que,
desde que pienso y vivo, constituye el más íntimo hilo
conductor de mi existencia y que permanecerá para mí
eternamente como lo supremo, sea cual fuere la forma
en que me puedan afectar todavía los vaivenes del tiem-
po y de la humanidad. El hecho de que yo hable no se
debe a una decisión racional, ni a la esperanza o al
temor, tampoco obedece a un fin último o a algún motivo
arbitrario o contingente: se trata de la necesidad interna,
irresistible, de mi naturaleza, se trata de una vocación di-
vina, se trata de lo que determina mi puesto en el Univer-
- so y me constituye en el ser que soy. Por tanto, aun cuan-
do no sea ni pertinente ni aconsejable hablar de religión,
6 ERIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

lo que a mí me impulsa inhibe con su poder divino estas


consideraciones de cortas miras. Vosotros sabéis que la
Divinidad se ha impuesto a sí misma mediante una ley in-
mutable escindir hasta lo infinito su gran obra, conjuntar
cada existencia determinada tan sólo a partir de dos fuer-
zas opuestas, realizar cada uno de sus pensamientos eter-
nos a través de dos configuraciones gemelas, enemigas
entre sí y, sin embargo, inseparables y consistentes entre
sí. Todo este mundo material, respecto al que la máxima
meta de vuestra investigación consiste en penetrar en su
interior, se les presenta a los más instruidos y reflexivos
de vosotros sólo como un juego, proseguido eternamen-
te, de fuerzas opuestas 1. Toda forma de vida no es más
que el resultado de una apropiación y rechazo constan-
tes; toda cosa sólo posee su existencia determinada me-
diante el hecho de unir y mantener de un modo peculiar
las dos fuerzas primarias de la naturaleza, la ávida atrac-
ción hacia sí y la activa y viva autoexpansión. Tengo la
impresión de que acaso también los espíritus, tan pronto
como han sido transplantados a este mundo, han de se-
guir una ley semejante. Toda alma humana —tanto sus
acciones pasajeras como las peculiaridades internas de su
existencia nos conducen a esta constatación— no es más
que un producto de dos impulsos opuestos. Uno de estos
impulsos consiste en la tendencia a atraer hacia sí todo lo
que le rodea, a implicarlo en su propia vida, y, donde ello
sea posible, a absorberlo completamente en su ser más
íntimo. El otro consiste en el anhelo de ensanchar cada
vez más, desde dentro hacia fuera, su propio sí mismo in-
terno, de penetrarlo todo con ello, de comunicar a todos
de ello, sin agotarse nunca a sí mismo. Aquel primer im-
pulso va dirigido hacia el goce, tiende a las cosas particu-
lares, que se le someten, sé muestra satisfecho tan pronto

1
Schleiermacher recurre aquí a los rudimentos de unafilosofíade la
polaridad, compartida asimismo por varios de sus contemporáneos.
Junto con ellos, Schleiermacher propugna una concepción dinámica de
la realidad, en la que subyace el juego de fuerzas opuestas.
SOBRE LA RELIGIÓN 7

s como se ha apoderado de una de ellas y no actúa nunca


sino mecánicamente sobre la próxima. El segundo des-
- precia el goce y aspira sólo a una actividad siempre cre-
r ciente y más elevada; hace caso omiso de las cosas y de
- los fenómenos particulares, precisamente porque él los
- penetra y sólo encuentra por doquier las fuerzas y esen-
s cialidades ante las que se quebranta su fuerza; él quiere
e penetrarlo todo, plenificarlo todo mediante la razón y la
a libertad, y así procede precisamente hasta lo infinito y
u busca y genera por doquier libertad y cohesión, poder y
s ley, derecho y conveniencia. Pero, así como en el caso de
- las cosas corporales no hay ninguna que esté constituida
únicamente por una de las dos fuerzas de la naturaleza
- material, así también cada alma participa en las dos fun-
- ciones originarias de la naturaleza espiritual, y la per-
r fección del mundo intelectual consiste en que todas las
- posibles conexiones de estas dos fuerzas entre los dos ex-
a tremos opuestos, dado que aquí una de ellas, allá la otra,
o son casi exclusivamente todo y a la antagonista sólo le
- deja una parte infinitamente pequeña, no sólo estén real-
s mente presentes en la humanidad, sino que también un
u vínculo general de la conciencia las abarque a todas, de
s forma que cada individuo, aun cuando no pueda ser otra
s cosa que lo que él debe ser, conozca sin embargo a cada
o uno de los otros tan claramente como a sí mismo, y com-
o prenda perfectamente todas las manifestaciones particu-
s lares de la humanidad. Aquellos que se encuentran en
a los límites extremos de esta gran serie son naturalezas
- violentas, totalmente replegadas sobre sí mismas y aisla-
s das. Unos están dominados por la sensualidad insacia-
- ble, que les incita a congregar en torno a sí una masa,
- cada vez mayor, de cosas terrenas, que ella desvincula
o gustosamente de la conexión del todo, para apropiársela
de una forma plena y exclusiva; en la eterna alternancia
entre el deseo y el goce, ellos no llegan más allá de las
a percepciones de lo particular y, ocupados siempre con
. relaciones egoístas, les permanece desconocida la esen-
e cia del resto de la humanidad. Los otros son impulsados
8 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

sin descanso de aquí para allá en el seno del Universo por bas
un entusiasmo inculto, que sobrevuela su meta; sin llegar ma
a configurar y a formar mejor algún ámbito de lo real, di- alg
vagan en torno a ideales vacíos y, debilitando y consu- mu
miendo su fuerza inútilmente, retornan de nuevo, inacti- eje
vos y agotados, a su primer punto de partida. ¿Cómo han má
de ser aproximadas estas distancias extremas para con- hér
vertir la larga serie en aquel anillo cerrado, que'es el sím- tur
bolo de la eternidad y de la perfección? Existe, desde llad
luego, un cierto punto en el que un equilibrio casi perfec- acr
to une a ambas, y a este equilibrio acostumbráis mucho de
más a menudo a sobrevalorarlo que a infravalorarlo, hum
dado que comúnmente se trata tan sólo de un producto pec
fantástico de la naturaleza que juega con los ideales del mie
hombre, y sólo raras veces constituye el resultado de una va
autoformación que ha sido proseguida y llevada a buen des
término. Pero si todos los que ya no habitan en los límites deb
extremos, se encontraran en este punto, no sería posible Dio
ninguna conexión de aquellos límites con este medio, y el mis
fin último de la naturaleza se malograría por completo. ys
Sólo el experto reflexivo está en condiciones de penetrar me
en los misterios de una tal mezcla en reposo; para toda za f
mirada común los elementos particulares se encuentran en
ahí totalmente ocultos, sin reconocer lo que le es propio obr
ni lo que se le opone. Por ello envía la Divinidad, en pla
todas las épocas, aquí y allá, a algunos en los que ambos lím
aspectos están unidos de un modo fecundo, los pertrecha gui
con dones admirables, allana su camino mediante una bié
palabra omnipotente y los constituye en intérpretes de su trac
voluntad y de sus obras, y en mediadores de aquello que, asp
de lo contrario, hubiera permanecido eternamente sepa- tern
rado. Dirigid vuestra mirada hacia quienes expresan en esp
su ser un alto grado de aquella fuerza de atracción, que éste
se apodera activamente de las cosas circundantes, pero me
que a la vez poseen en tan amplia medida el impulso espi- tran
ritual de penetración, que tiende a lo Infinito y proyecta él d
en todo espíritu y vida, que lo exteriorizan en las accio- dec
nes hacia las que les incita aquel impulso; a éstos no les do
SOBRE LA RELIGIÓN 9

basta con ingerir, como si se tratara de destruirla, una


masa bruta de cosas terrenas, sino que deben colocar
algo ante sí, ordenarlo y configurarlo a modo de pequeño
mundo que lleve la impronta de su espíritu, y así ellos
ejercen su dominio de una forma más racional, su goce es
más duradero y humano, y de este modo se convierten en
héroes, legisladores, inventores, domeñadores de la na-
turaleza, demonios benévolos, que crean y difunden ca-
lladamente una felicidad más noble. Tales individuos se
acreditan, mediante su mera existencia, como enviados
de Dios y como mediadores entre el hombre limitado y la
humanidad infinita. Al idealista inactivo, meramente es-
peculativo, que disgrega su ser en una serie de pensa-
mientos aislados y vacíos, le muestran de una forma acti-
va lo que en él era mero ensueño, y en lo que hasta ahora
despreciaba le presentan la materia que él propiamente
debe elaborar; ellos le interpretan la voz desconocida de
Dios, lo reconcilian con la tierra y con su puesto en la
misma. Pero los individuos de talante puramente terreno
y sensual necesitan, todavía en mayor medida, de tales
mediadores, que les enseñen a comprender aquella fuer-
za fundamental, superior, de la humanidad, en la medida
en que esos mediadores, sin recurrir a un impulso y a un
obrar como el suyo, abarcan todo de una forma contem-
plativa e iluminadora y no quieren reconocer ningún otro
límite que el Universo, que ellos han descubierto. Si a al-
guien que se mueva en esta senda Dios le concede tam-
bién, junto con su impulso de expansión y de compene-
tración, aquella sensibilidad mística y creadora, que
aspira a dar a todo lo interior también una existencia ex-
terna, entonces ese tal, después de cada incursión de su
espíritu en lo Infinito, debe exteriorizar la impresión que
éste haya producido en él, como un objeto comunicable
mediante imágenes o palabras, para gozar de nuevo de él
transformado en otra figura y en una magnitud finita, y
él debe, por tanto, incluso involuntariamente y, por así
decirlo, lleno de entusiasmo —pues haría eso aun cuan-
do nadie se encontrara presente—, exponer a los demás
10 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

lo que le ha acontecido a él, como poeta o vidente como se


orador o artista. Un tal individuo es un verdadero sacer- ju
dote del Altísimo, en cuanto lo vuelve más próximo a d
quienes sólo están acostumbrados a percibir lo finito y lo d
irrelevante; él les presenta lo Celestial y lo Eterno como p
un objeto de goce y de unión, como la única fuente ina- m
gotable de aquello hacia lo que se dirigen todos sus anhe- li
los. De este modo, él se esfuerza por despertar el núcleo ri
dormido de la humanidad mejor, por infundir el amor só
hacia el Altísimo, por transformar la vida ordinaria en m
otra superior, por reconciliar a los hijos de la tierra con el p
cielo, que les pertenece, y por contrarrestar el pertinaz q
apego de la época a la realidad material más grosera. fi
Este es el sacerdocio superior, que anuncia la vida íntima tu
de todos los misterios espirituales y cuya voz desciende ta
desde el Reino de Dios; ésta es la fuente de todas las vi- d
siones y profecías, de todas las obras de arte sagradas y es
de los discursos inspirados, que serán difundidos al azar, cu
por si un ánimo receptivo los acoge y les permite fructifi- la
car en él. só
No obstante, ¡ojalá ocurriera que esta función media- ti
dora cesara y que al sacerdocio de la humanidad se le en- p
comendara un destino más bello!; ¡ojalá llegara el tiem- S
po que una antigua profecía describe como aquel en que lo
no sería preciso que nadie fuera instruido, porque todos aq
son enseñados por Dios! 2. Si el fuego sagrado ardiera m
por doquier, no se necesitarían las fervorosas oraciones q
para implorarlo del cielo, sino que la apacible quietud de es
las vírgenes sagradas sería suficiente para mantenerlo b
vivo, de forma que no sería preciso que irrumpiera en lla- tr
mas temibles, sino que su único cometido consistiría en de
mantener en equilibrio, en todos, el rescoldo interior y m
oculto. gr
Cada uno se iluminaría entonces, calladamente, a sí pa
mismo y a los otros, y la comunicación de pensamientos y da
an
ex
2
Cfr. Hebreos 8,11; Juan 6, 45; Jeremías 31, 34. ex
SOBRE LA RELIGIÓN 11

sentimientos sagrados consistiría tan sólo en el fácil


juego, bien de conjuntar los distintos rayos de esta luz,
de refractarla después de nuevo, bien de dispersarla y
después, aquí y allá, concentrarla de nuevo sobre objetos
particulares. La palabra más suave sería comprendida,
mientras que ahora las expresiones más nítidas no están
libres de malentendidos. Se podría penetrar comunita-
riamente en el interior del santuario, mientras que ahora
sólo cabe ocuparse, en los vestíbulos, de las nociones ele-
mentales. ¡Cuánto más gratificante es intercambiar ideas
plenas de contenido con amigos e iniciados, que tener
que irrumpir en el espacio vacío con esbozos apenas per-
filados! Pero qué distanciados se encuentran entre sí ac-
tualmente aquellos entre los que podría tener lugar una
tal comunicación, con qué sabia economía están reparti-
dos en la humanidad, de una forma análoga a como en el
espacio cósmico lo están los puntos ocultos a partir de los
cuales la materia elástica originaria se expande en todas
las direcciones, a saber, de forma que, precisamente,
sólo se aproximan los límites extremos de su esfera de ac-
tividad —para que nada se halle totalmente vacío—,
pero por cierto sin que el uno encuentre nunca al otro.
Sabia economía sin duda: pues cuanto más todo el anhe-
lo de comunicación y sociabilidad se dirige únicamente a
aquéllos que más, las necesitan, tanto más incontenible-
mente procura granjearse a los correligionarios mismos
que le faltan. Me encuentro sometido precisamente a
este poder, precisamente esta naturaleza constituye tam-
bién mi vocación. Permitidme hablar de mí mismo: voso-
tros sabéis que hablar de religión no puede ser expresión
de orgullo, pues ella se encuentra siempre llena de hu-
mildad. La religión fue el cuerpo maternal, en cuya sa-
grada oscuridad se alimentó mi vida juvenil y se preparó
para el mundo, que todavía constituía para ella una reali-
dad no descifrada; en la religión ha respirado mi espíritu
antes de que él hubiera hallado sus objetos externos, la
experiencia y la ciencia; ella me ayudó cuando comencé a
examinar la fe paterna y a purificar el corazón de los de-
12 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

sechos del pasado; ella permaneció en pie para mí cuan- a


do Dios y la inmortalidad se esfumaron ante los ojos va- d
cilantes; ella me condujo a la vida activa; ella me ha c
enseñado a mantenerme a mí mismo, como algo sagra- n
do, con mis virtudes y mis defectos, en mi existencia indi- s
visa, y sólo mediante ella he realizado el aprendizaje de g
la amistad y del amor. Cuando se habla de otras cualida- e
des y propiedades humanas, sé bien que ante vuestro tri- s
bunal, vosotros, los sabios y entendidos del pueblo, tiene f
escaso valor probatorio que alguien pueda decir cómo él s
las posee; pues puede conocerlas por las descripciones, y
por las observaciones de otros, o bien como son conoci- q
das todas las virtudes, a partir de la antigua leyenda e
común acerca de su existencia; pero lo relativo a la reli- c
gión es de tal índole y resulta tan raro que quien mani- n
fiesta algo acerca de ella debe necesariamente haberlo a
poseído, pues no lo ha oído en ninguna parte. De todo lo d
que celebro y siento como obra suya, se encuentra cierta- b
mente poco en los libros sagrados, y ¿a quién que no lo e
haya experimentado él mismo no le resultaría un escán- U
dalo o una necedad? l
Si yo, transido así por ella, debo hablar finalmente y v
ofrecer un testimonio acerca de la misma, ¿a quiénes me d
debo dirigir para ello sino a vosotros? ¿En qué otra parte ¿
habría oyentes para mi discurso? No es la ciega predilec- n
ción por el suelo patrio, o por los copartícipes en la r
misma Constitución y en el mismo idioma, lo que me e
hace hablar así, sino la convicción íntima de que vosotros y
sois los únicos que sois capaces, y de que, por tanto, tam- e
bién sois dignos de que se os estimule el sentido para las p
cosas divinas y sagradas. Aquellos orgullosos isleños 3 , a m
quienes muchos de vosotros veneráis de una forma tan p
abusiva, no conocen ninguna otra divisa que la de ganar y n
disfrutar; su celo por las ciencias, por la sabiduría de la
vida y por la sagrada libertad no es más que un combate
s
te
3
Referencia a los ingleses. to
SOBRE LA RELIGIÓN 13

n- aparente, vacío. Así como los defensores más entusiastas


a- de estas últimas realidades, entre ellos, no hacen otra
a cosa que defender apasionadamente la ortodoxia nacio-
a- nal y simular milagros a los ojos del pueblo para que no
i- se llegue a perder la vinculación supersticiosa con anti-
e guas usanzas, así tampoco hacen gala de mayor seriedad
a- en todas las realidades restantes que vayan más allá de lo
i- sensible y de la utilidad más inmediata. De este modo en-
ne focan el problema de los conocimientos, de este modo su
él sabiduría sólo tiene como meta un empirismo miserable,
s, y de esta forma la religión no puede ser para ellos más
i- que letra muerta, un artículo sagrado en la Constitución,
a en la cual no hay nada real. Por otros motivos me distan-
i- cio de los franceses, cuya visión apenas soporta quien ve-
i- nere la religión, dado que ellos pisotean en casi todas sus
o acciones, en casi todas sus palabras sus leyes más sagra-
o das. La frivola indiferencia con la que millones de hom-
a- bres del pueblo, la ligereza ingeniosa con la que ciertos
o espíritus brillantes contemplan el hecho más sublime del
n- Universo 4 que no sólo acontece bajo sus ojos, sino que
los afecta a todos y determina cada movimiento de su
y vida, demuestra suficientemente qué poco capaces son
me de un respeto sagrado y de una verdadera adoración. Y
te ¿qué detesta más la religión que la arrogancia desenfre-
c- nada con la que los mandatarios de los pueblos ofrecen
la resistencia a las leyes eternas del mundo? ¿Qué inculca
me ella con mayor ahínco que una moderación circunspecta
os y humilde, acerca de lo cual parece estar ausente de ellos
m- el más débil de los sentimientos? ¿Qué hay más sagrado
as para ella que la excelsa Némesis, cuyas acciones más te-
a mibles en el torbellino de la obcecación no llegan a com-
an prender? Allí donde los mudables tribunales de lo crimi-
ry nal, que en otro tiempo sólo debieron afectar a familias
la
te 4
Alusión a la Revolución francesa. Dentro de las peculiaridades de
su pensamiento, también Schleiermacher, lo mismo que tantos con-
temporáneos, se sintió fascinado por la magnitud de este acontecimien-
to histórico.
14 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

particulares, para llenar a pueblos enteros de veneración


ante el ser celestial y para dedicar durante siglos las obras
de los poetas al destino eterno, allí donde éstos se renue-
van inútilmente de mil maneras distintas, ¡cómo se extin-
guiría hasta un nivel irrisorio una voz solitaria sin llegar a
ser oída y observada! Aquí en el suelo patrio se da el
clima idóneo, en el que ningún fruto falla por completo;
aquí encontráis difundido todo lo que constituye el orna-
to de la humanidad, y todo lo que es susceptible de desa-
rrollo se reviste en alguna parte, en lo particular al
menos, de su figura más bella; aquí no se echa en falta ni
sabia moderación ni contemplación sosegada. Aquí, por
tanto, debe hallar la religión una especie de refugio ante
la grosera barbarie y el frío sentido terrenal de la época.
Sólo os pido que no me releguéis, sin escucharme,
entre los que consideráis despectivamente como rudos e
incultos, como si el sentido de lo sagrado se hubiera des-
plazado, a modo de ornato trasnochado, al estrato infe-
rior del pueblo, al que sólo convendría todavía ser con-
movido, en una actitud de respeto y fe, por lo Invisible.
Vosotros adoptáis una actitud muy benevolente con
estos hermanos nuestros, y os agradaría que a ellos se les
hablara también de otros objetos más elevados, de la
moralidad y el derecho y la libertad, y que así, en algunos
momentos determinados al menos, su tendencia interna
fuera orientada hacia lo mejor, y que se suscitara en ellos
una impresión de la dignidad de la humanidad. Y que de
este modo también se hablara con ellos de religión y se
removiera a veces todo su ser hasta encontrar el punto en
que yace oculto este instinto sagrado; que se les fascinara
mediante destellos particulares que se producen a partir
de dicho instinto; que se les abriera, a partir de los pun-
tos centrales más íntimos de su estrecha limitación, una
perspectiva hacia lo Infinito, y que se elevara por un mo-
mento su sensibilidad animal hacia la conciencia superior
de una voluntad y una existencia humanas; siempre se
ganará mucho con ello. Pero os pregunto: ¿os dirigís a
ellos cuando queréis descubrir la conexión más íntima y
SOBRE LA RELIGIÓN 15

ón el fundamento supremo de aquellos santuarios de la hu-


as manidad?, ¿cuando el concepto y el sentimiento, la ley y
e- la acción han de ser perseguidas hasta su fuente común, y
n- se ha de presentar lo real como eterno y como fundado
a necesariamente en la esencia de la humanidad?
el ¿No sería suficiente con que vuestros sabios fueran en-
o; tonces comprendidos tan sólo por los mejores de voso-
a- tros? Pero precisamente éste es mi fin último respecto a
a- la religión. No quiero suscitar sensaciones particulares,
al que quizá pertenecen a su ámbito, no quiero justificar o
ni cuestionar representaciones particulares; yo desearía
or conduciros a las profundidades más íntimas, desde las
te que ella interpela primeramente al ánimo; desearía mos-
a. traros de qué disposiciones de la humanidad brota, y
me, cómo ella pertenece a lo que consideráis como más ele-
se vado y precioso; querría conduciros al pináculo del tem-
es- plo 5 , de forma que pudierais obtener una visión de con-
e- junto del santuario y descubrir sus misterios más íntimos.
n- ¿Podéis asegurarme en serio que aquellos que se ator-
le. mentan cotidianamente de la forma más penosa con lo
on terreno, resultan los más idóneos para familiarizarse así
es con lo celestial?, ¿que aquellos que se obsesionan por el
la instante más inmediato y están encadenados a los obje-
nos tos más próximos se pueden elevar a la visión más amplia
na del Universo?, ¿y que quien en la monocorde alternancia
os de una actividad muerta todavía no se ha encontrado a sí
de mismo, descubrirá la Divinidad viviente de la forma más
se nítida? Por tanto, sólo a vosotros os puedo convocar ante
en mí, a vosotros que sois capaces de elevaros por encima
ra del punto de vista común de los hombres, a vosotros que
tir no rehuís el dificultoso camino hacia el interior del ser
n- humano, para hallar el fundamento de su actividad y de
na su pensamiento.
o- Desde que me hice estos planteamientos, me he en-
or contrado largo tiempo en el estado de ánimo vacilante
se
a
y 5
Cfr. Mateo 4, 5.
16 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

propio de aquel que, echando de menos una joya estima- pue


da, no quisiera decidirse a escudriñar el último reducto cism
en el que pudiera estar oculta. Hubo tiempos en los que pun
todavía considerasteis como una prueba de coraje espe- la c
cial desvincularos parcialmente de la religión y leer y es- allá
cuchar gustosamente sobre diferentes temas con tal que de l
se tratara de eliminar un concepto tradicional; en el que side
os complació ver una religión esbelta bajo el adorno de la des
elocuencia, puesto que vosotros queríais de buen grado der
que al menos el sexo amable conservara un cierto sentido siem
de lo sagrado. Todo esto ha cambiado, no se debe hablar Dif
más de ella, y se pretende que también las Gracias mis- der
mas deban, con dureza no femenina, destrozar la flor ces
más tierna de la fantasía humana. Con ninguna otra cosa ae
puedo vincular, por tanto, el interés que solicito de voso- cua
tros, sino con vuestro desprecio mismo; sólo deseo pedi- tual
ros que en este desprecio seáis debidamente cultivados fals
y consumados. No obstante, investiguemos, os lo ruego, hum
cuál ha sido, propiamente, su punto de partida: ¿lo par- tros
ticular o el todo?, ¿las diferentes especies y sectas de no
la religión, tal como han existido en el mundo, o el de l
concepto mismo? Sin duda, algunos se declararán parti- inte
darios de este último punto de vista y esto suelen serlo os
siempre, sin razón, los menospreciadores apasionados deb
que realizan su cometido a partir de sí mismos y no se han que
tomado la molestia de adquirir un conocimiento exacto que
de la cosa, tal como ella es. El temor de un Ser eterno y la razó
referencia a otro mundo constituyen, opináis, los pivotes deja
de toda religión, y esto en general os resulta odioso. De- cua
cidme, por tanto, interlocutores muy queridos, ¿de do,
dónde habéis sacado estos conceptos de la religión, que mie
constituyen el objeto de vuestro desprecio? Toda expre- que
sión, toda obra del espíritu humano puede ser considera- gión
da y conocida desde un doble punto de vista. Si se la con- este
sidera desde su punto central, según su esencia íntima, es a
entonces aparece como un producto de la naturaleza hu- que
mana, fundado en una de sus formas necesarias de acción de f
o en uno de sus impulsos, o como queráis denominarlos, pro
SOBRE LA RELIGIÓN 17

pues yo no quiero emitir ahora un juicio sobre los tecni-


cismos de vuestro lenguaje; si se la considera desde el
punto de vista de sus límites, de acuerdo con la actitud y
la configuración determinadas que ha adoptado aquí y
allá, entonces se presenta como un producto del tiempo y
de la historia. ¿Desde qué perspectiva habéis, pues, con-
siderado este gran fenómeno espiritual para que hayáis
desembocado en aquellos conceptos que vosotros consi-
deráis como el contenido común de todo lo que desde
siempre se ha denominado con el nombre de religión?
Difícilmente podréis decir que esto constituye una consi-
deración del primer tipo; pues, ¡oh bondadosos!, enton-
ces deberíais conceder que al menos algo de lo referente
a estas ideas pertenece a la naturaleza humana y, aun
cuando quisierais afirmar que ellas tal como se hallan ac-
tualmente sólo han surgido de falsas interpretaciones o
falsas conformaciones de una aspiración necesaria de la
humanidad, os convendrá, no obstante, uniros a noso-
tros para poner de relieve lo que hay de verdadero y eter-
no en este asunto y para liberar a la naturaleza humana
de la injusticia, que sufre siempre que en ella algo es mal
interpretado o mal enfocado. En nombre de todo lo que
os es sagrado —y, de acuerdo con esta constatación,
debe haber algo sagrado para vosotros— os conjuro a
que no descuidéis este cometido, para que la humanidad,
que veneráis junto con nosotros, no se enoje, con toda la
razón del mundo, contra vosotros, como quienes la han
dejado abandonada en un asunto importante. Y, aun
cuando constatéis que este cometido ya ha sido realiza-
do, puedo, no obstante, contar con vuestro agradeci-
miento y vuestra aprobación. Pero probablemente diréis
que vuestros conceptos acerca del contenido de la reli-
gión no constituyen sino el segundo punto de vista sobre
este fenómeno espiritual y que precisamente la religión
es algo vacío, y es despreciada por vosotros, porque lo
que constituye su centro le es totalmente heterogéneo,
de forma que no puede ser llamado religión y que ésta no
proviene de allí y no puede ser por doquier sino una apa-
18 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

riencia vacía y falsa que, a modo de una atmósfera turbia vado


y agobiante, se ha concentrado en torno a una parte de la siglo
verdad. Pero si vosotros consideráis aquellos dos puntos fecci
como el contenido de la religión, en todas las formas bajo ción
las que ella ha aparecido en la historia, entonces me está pues
permitido preguntar si vosotros habéis también observa- lo qu
do de una forma precisa todas sus manifestaciones y ha- en se
béis aprehendido correctamente su contenido común. sarro
Vuestra concepción, si ha surgido así, la debéis justificar viado
desde lo particular, y si alguien os dice que es incorrecta dose
y equivocada, y os remite a algo distinto en la religión, escol
que no es algo vacío, sino que posee un centro, lo mismo dond
que cualquier otra realidad, entonces debéis, a pesar de form
todo, primero escuchar y juzgar, antes de seguir ulterior- mezc
mente despreciando. las d
No os mostréis, por tanto, contrariados al escuchar lo asom
que quiero hablar ahora con aquellos que ya desde el co- estos
mienzo, de una forma más correcta pero también más di- gen y
ficultosa, han partido de lo particular. Vosotros estáis fa- ralez
miliarizados, sin duda, con la historia de las necedades todo
humanas, y habéis recorrido las diferentes construccio- ser a
nes religiosas, desde las fábulas absurdas de las naciones mica
salvajes hasta el deísmo más refinado, desde la burda su- béis
perstición de nuestro pueblo hasta los fragmentos mal relig
ensamblados de metafísica y moral, a los que se denomi- trara
na cristianismo racional, y las habéis encontrado a todas ríais
incoherentes y contrarias a la razón. Yo estoy lejos de qué
querer contradeciros en esto; más bien, si con ello opi- ¡Adm
náis sinceramente que los sistemas religiosos más elabo- res b
rados no poseen estas propiedades en menor medida que desc
los más burdos, si veis al menos que lo divino no puede puta
encontrarse en una serie que aboca, en ambos eslabones siste
extremos, en algo ordinario y despreciable, os quiero elem
dispensar gustosamente del esfuerzo de valorar de una de o
forma más precisa todos los eslabones intermedios. algo
Todos ellos aparecen como transiciones y aproximacio- podi
nes a los últimos; cada uno surge algo más pulido de la siem
mano de su época hasta que finalmente el arte se ha ele- y fría
SOBRE LA RELIGIÓN 19

vado hasta aquel artilugio consumado con el que nuestro


siglo se ha entretenido tan ampliamente. Pero este per-
feccionamiento es cualquier cosa menos una aproxima-
ción a la religión. No puedo hablar de ello sin enojo;
pues debe resultar penoso para quien es sensible a todo
lo que brota del interior del ánimo, y para quien se toma
en serio que cada aspecto del hombre sea formado y de-
sarrollado, ver cómo el Superior y Excelente se ha des-
viado de su destino y ha perdido su libertad, mantenién-
dose en una esclavitud despreciable por el espíritu
escolástico y metafísico de tiempos bárbaros y fríos. Allí
donde existe y actúa la religión, ella debe revelarse de
forma que conmueva el ánimo de un modo peculiar,
mezcle todas las actividades del alma humana o más bien
las distancie, y disuelva toda actividad en una intuición
asombrada de lo Infinito. ¿Es esto lo que encontráis en
estos sistemas teológicos, en estas teorías acerca del ori-
gen y el fin del mundo, en estos análisis acerca de la natu-
raleza de un Ser incomprensible?, ¿en un marco donde
todo desemboca en una argumentación fría y sólo puede
ser abordado en el tono de una ordinaria disputa acadé-
mica? En todos estos sistemas, que despreciáis, no ha-
béis encontrado ni habéis podido encontrar, por tanto, la
religión, porque ella no se encuentra ahí y, si se os mos-
trara que ella se halla en otra parte, entonces siempre se-
ríais aún capaces de encontrarla y venerarla. Pero ¿por
qué no habéis descendido más hacia lo particular?
¡Admiro vuestra ignorancia voluntaria, oh investigado-
res bondadosos, y vuestra persistencia demasiado con-
descendiente en lo que precisamente está ahí y os es com-
putado como elogio! Lo que no habéis hallado en estos
sistemas, lo deberíais haber visto precisamente en los
elementos de estos sistemas y, desde luego, no de uno o
de otro, sino, ciertamente, de todos. Todos contienen
algo de esta materia espiritual, pues sin ella no hubieran
podido surgir; pero quien no acierta a liberarla se limita
siempre a mantener en sus manos una mera masa muerta
y fría, por muy finamente que la desmenuce y por muy
20 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

exactamente que escudriñe todo. La indicación de tener ¿A


que buscar lo verdadero, lo recto, que no habéis encon- ces
trado en la gran masa, en los primeros elementos, apa- nu
rentemente toscos, no os puede resultar extraña a ningu- pri
no de vosotros que os preocupáis más o menos por la me
filosofía y estáis familiarizados con sus avatares. Recor- de
dad, pues, cuan pocos de los que siguiendo un camino qu
propio han descendido al interior de la naturaleza huma- (pu
na y del mundo y han contemplado y expuesto su rela- qu
ción recíproca, su armonía interna bajo una luz propia, de
elaboraron un sistema propio de filosofía, y cómo todos qu
han comunicado sus hallazgos de una forma más delicada de
—aun cuando fuera también más frágil—. Pero ¿no hay tod
sistemas en el seno de todas las escuelas? Sí, en el seno cía
precisamente de escuelas, que no son otra cosa que la sól
sede y el semillero de la letra muerta 6 , pues el espíritu ni ab
se deja fijar en Academias ni infundir ordenadamente en dis
mentes receptivas: se volatiliza comúnmente en el cami- an
no desde la primera boca hasta el primer oído. ¿No inter- ha
pelaríais, tratando de ilustrarle, a quien considerara a los pr
confeccionadores de este gran cuerpo de filosofía como a jan
los filósofos mismos y quisiera encontrar en ellos el espí- tó
ritu de la ciencia, diciendo: ¡ello no es así, buen amigo! cu
Quienes se limitan a seguir los pasos de otros y a recopi- tod
lar y permanecer estancados en lo que otro ha transmiti- llo
do, no poseen en ámbito alguno el espíritu de la cosa; de
éste sólo se encuentra en los inventores, y a ellos debes pro
recurrir tú. Pero vosotros habréis de conceder que en el est
caso de la religión esto ocurre todavía en mayor medida, san
puesto que ella, según toda su esencia, se encuentra pre- en
cisamente tan alejada de todo lo sistemático como la do
filosofía se siente inclinada a ello por naturaleza. Consi- ma
derad, pues, de quién proceden estas construcciones arti- pie
ficiales, de cuya mutabilidad os mofáis, cuya falta de un
simetría os ofende, y cuya desproporción respecto a su qu
tendencia de estrechas miras os resulta tan irrisoria.
sue
6
Cfr. 2 Corintios 3, 6. est
SOBRE LA RELIGIÓN 21

¿Acaso de los héroes de la religión? Nombradme enton-


- ces, entre todos aquéllos que nos han aportado alguna
- nueva revelación, uno solo, desde el que concibió por
- primera vez a la Divinidad única y universal —cierta-
a mente el pensamiento más sistemático en todo el ámbito
- de la religión— hasta el místico más reciente, en el que
o quizá brilla todavía un rayo originario de luz interna
- (pues no me censuraréis por no mencionar a los teólogos
- que rinden culto a la letra, que creen hallar la salvación
, del mundo y la luz de la sabiduría en un nuevo ropaje con
s que revisten sus fórmulas o en los nuevos planteamientos
a de sus supuestas demostraciones); nombradme entre
y todos ellos uno solo que hubiera considerado que mere-
o cía la pena ocuparse de este trabajo propio de Sísifo. Tan
sólo algunos pensamientos elevados sacuden su alma
abrasada por un fuego etéreo, y el trueno mágico de un
discurso fascinante acompañó a la sublime aparición y
- anunció al mortal en actitud adorante que la Divinidad
- había hablado. Un átomo fecundado por una fuerza su-
s praterrena cayó sobre su ánimo, lo volvió allí todo seme-
a jante a sí, lo ensanchó paulatinamente y entonces explo-
tó como impulsado por un destino divino en un mundo
! cuya atmósfera le ofrecía demasiado poca resistencia, y
todavía en sus últimos momentos produjo uno de aque-
llos meteoros celestes, de aquellos signos tan expresivos
de la época, cuyo origen nadie desconoce y que llena de
s profundo respeto a todos los terrestres. Debéis buscar
estos destellos celestes, que se producen cuando un alma
santa es impresionada por el Universo; debéis acecharlos
en el instante incomprensible en el que se hayan produci-
do; de lo contrario os ocurre como al que aproxima de-
masiado tarde la materia combustible al fuego, que la
piedra ha arrancado al acero, y entonces sólo encuentra
un corpúsculo frío, insignificante, de metal grosero, en el
que ya no puede encender nada.
Yo os pido, por tanto, que, dejando a un lado lo que se
suele llamar religión, dirijáis vuestra atención tan sólo a
estas insinuaciones y estados de ánimo particulares que
22 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

hallaréis en todas las manifestaciones y acciones nobles o


de los hombres inspirados por Dios. Pero si tampoco en c
este ámbito particular descubrís nada nuevo y apropiado e
—y yo confío, no obstante, en la buena causa a pesar de n
vuestra erudición y de vuestros conocimientos—, si en- to
tonces no se ensancha ni se transforma vuestra concep- y
ción estrecha, que sólo es el producto de una observación m
sumaria, si podéis entonces despreciar todavía esta ten- e
dencia del ánimo hacia lo Eterno, si os puede parecer to- t
davía ridículo ver considerar también desde este punto c
de vista todo lo que es importante para el hombre, en ese p
caso quiero creer que vuestro desprecio de la religión es h
algo acorde con vuestra naturaleza, y no tengo nada más v
que deciros. Tan sólo no temáis que yo, finalmente, r
quiera refugiarme, todavía, en aquellos subterfugios or- e
dinarios consistentes en mostraros qué necesaria es ella p
para el mantenimiento del derecho y del orden en el m
mundo, y para venir en ayuda de la miopía de las concep- p
ciones humanas y de los estrechos límites del poder hu- i
mano, pertrechados con el recurso de una mirada que t
todo lo ve y de un poder infinito; o bien que os exponga h
cómo la religión es una amiga fiel y un apoyo saludable e
de la moralidad, en la medida en que ella, con sus sagra- t
dos sentimientos y sus brillantes perspectivas, ciertamen- v
te facilitaría de una forma poderosa a la debilidad huma- d
na, la lucha consigo misma y la realización del bien. Así e
hablan, por cierto, aquellos que pretenden ser los mejo- m
res amigos y los defensores más celosos de la religión; t
pero yo quiero dejar sin decidir la cuestión relativa a C
quién es objeto de un mayor desprecio en esta asociación d
de ideas, si el derecho y la moralidad, a los que se conci- c
be como necesitados de un apoyo, o la religión que debe u
apoyarlos, o bien vosotros a quienes se está hablando. c
¿Cómo podría yo pretender de vosotros, en el caso de d
que quepa daros este sabio consejo, que realicéis con vo- t
sotros mismos, en vuestro interior, un libre juego y que
os dejéis llevar por algo, que por lo demás no tuvierais c
ningún motivo para estimar y para amar, hacia alguna p
SOBRE LA RELIGIÓN 23

es otra cosa, que vosotros de todos modos ya veneráis y a la


en cual ya prestáis vuestra atención? O si acaso mediante
do estos discursos sólo se os debiera decir al oído lo que te-
de néis que hacer por amor al pueblo, ¿cómo deberíais en-
n- tonces vosotros, que estáis llamados a formar a los demás
p- y a hacerlos semejantes a vosotros, cómo podríais co-
ón menzar engañándoles y ofreciéndoles como sagrado y
n- efectivo algo que a vosotros mismos os resulta sumamen-
o- te indiferente, y que ellos han de rechazar tan pronto
to como se hayan elevado al mismo nivel que vosotros? No
se puedo exhortar a tal modo de proceder, pues supone la
es hipocresía más perniciosa para con el mundo y para con
más vosotros mismos, y quien desee avalar de este modo la
te, religión, no podrá sino aumentar el desprecio de que ya
or- es objeto. Admitiendo que nuestras instituciones civiles
la padecen todavía un alto grado de imperfección y que han
el mostrado todavía poco vigor para prevenir la injusticia o
p- para eliminarla, ¡qué abandono culpable de un asunto
u- importante, qué vacilante incredulidad en lo concernien-
ue te a la aproximación a lo mejor se daría si a causa de ello
ga hubiera que apelar a la religión! ¿Os encontraríais en un
le estado acorde con el derecho por el hecho de que su exis-
a- tencia reposara sobre la piedad? Todo el concepto que
n- vosotros consideráis, no obstante, tan sagrado, ¿no os
a- desaparece de entre las manos tan pronto como partís de
Así este punto de vista? Abordad el asunto de una forma in-
o- mediata, si os parece que se encuentra en una situación
n; tan lamentable; mejorad las leyes, entremezclad las
a Constituciones, conceded al Estado un brazo de hierro,
ón dadle cien ojos, si todavía no los tiene, sólo no adormez-
ci- cáis los que tenga, con una lira engañosa. No intercaléis
be un asunto como éste en otro; de lo contrario no lo podéis
o. controlar y no consideréis, para afrenta de la humani-
de dad, su más sublime obra de arte como una planta parasi-
o- taria, que sólo se puede alimentar de savia extraña.
ue El derecho no necesita siquiera de la moralidad, la
is cual, sin embargo, se encuentra mucho más cerca de él,
na para asegurarse el dominio más ilimitado en su campo; él
24 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

debe reposar totalmente sobre sí. Quien sea su adminis- Per


trador, debe poder hacerlo imperar por doquier, y vir
quienquiera que afirme que esto sólo puede ocurrir in- fin
fundiendo la religión —si es que se puede infundir arbi- res
trariamente aquello que sólo existe en la medida en que culi
brota del ánimo— afirma a la vez que sólo deben ser man
administradores del derecho aquellos que tienen la habi- tam
lidad de insuflar en el alma humana el espíritu de la reli- otra
gión, y ¡a qué sombría barbarie de épocas impías nos re- mos
trotraería todo esto! Pero la moralidad tampoco ha de ner
poseer más aspectos en común con la religión; quien es- lo q
tablece una diferencia entre este y aquel mundo se enga- enti
ña a sí mismo; por lo menos todos los que tienen religión defe
creen en un solo mundo 7 . Si, por tanto, la aspiración al tos
bienestar es algo extraño a la moralidad, lo posterior no par
debe poseer mayor valor que lo anterior, y el temor reve- ace
rencial ante lo Eterno no ha de ser tenido en mayor esti- nor
ma que el experimentado ante un hombre sabio. Si, me- men
diante cada aditamento que se le haga, la moralidad mor
pierde su brillo y su consistencia, cuánto más mediante sotr
un añadido que no puede negar nunca su tonalidad supe- util
rior y extraña. No obstante, esta concepción la habéis es- cesa
cuchado suficientemente de parte de aquellos que de- siem
fienden la independencia y omnipotencia de las leyes y un
morales; pero yo añado que también constituye el mayor extr
desprecio hacia la religión querer trasplantarla a otro lla c
ámbito para que ella preste ahí sus servicios y muestre su yo p
eficacia. Tampoco quiere ella dominar en un reino extra- con
ño: pues no está tan ávida de conquistas como para que- acc
rer ampliar el suyo. El poder que le compete y del que índo
ella se hace acreedora de nuevo, en cada instante, le es si es
suficiente, y para ella que considera todo como sagrado, no q
reviste todavía un carácter sagrado especial lo que ocupa para
junto con ella el mismo rango en la naturaleza humana. sign
cua
ayu
7 Que
Una de las afirmaciones más rotundas del universo ideológico del
joven Schleiermacher. mej

K
SOBRE LA RELIGIÓN 25

Pero, tal como pretenden aquéllos, la religión debe ser-


vir en el sentido riguroso de la palabra, debe poseer un
fin y mostrarse útil. ¡Qué degradación!; ¿y sus defenso-
res deberían mostrarse afanosos en procurarle estas pe-
culiaridades? Ojalá que aquellos que persiguen de tal
manera la utilidad y para los que, en última instancia,
también el derecho y la moral están ahí a causa de alguna
otra ventaja que se derive de ellos, ojalá que ellos mis-
mos se hundan en este círculo eterno de una utilidad ge-
neral, en el que dejan sumirse todo lo bueno, y acerca de
lo que ningún hombre, que desee ser algo para sí mismo,
entiende una palabra saludable, antes de que se erijan en
defensores de la religión, para la gestión de cuyos asun-
tos son precisamente los más ineptos. ¡Una bella gloria
para la Celeste si ella pudiera gestionar así de un modo
aceptable los asuntos terrenos del hombre! ¡Mucho ho-
nor para la Libre y Despreocupada si ella fuera cierta-
mente algo más vigilante e impulsivo que la conciencia
moral! Por algo así, ella no descenderá del cielo hasta vo-
sotros. Lo que sólo es amado y valorado a causa de una
utilidad que se encuentra fuera de él, puede bien ser ne-
cesario, pero no es necesario en sí, puede permanecer
siempre como un deseo piadoso, sin pasar a la existencia,
y un hombre razonable no le concede a ello ningún valor
extraordinario, sino tan sólo el precio apropiado a aque-
lla cosa. Y éste resultaría bastante bajo para la religión;
yo por lo menos haría una oferta modesta, pues, he de
confesarlo, no creo que haya que dar tanto relieve a las
acciones reprobables que ella haya impedido ni a las de
índole moral que ella pueda haber producido. Por tanto,
si esto fuera lo único que pudiera procurarle respeto, yo
no quisiera tener nada que ver con su temática. Incluso
para recomendarla sólo de pasada resulta demasiado in-
significante. Una gloria imaginaria, que se desvanece
cuando se la considera más de cerca, no puede servir de
ayuda a aquella que abriga pretensiones más elevadas.
Que la religión surja de por sí del interior de cada alma
mejor, que a ella le pertenezca una provincia propia en el

K
26 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

ánimo, en la que impera de un modo ilimitado; que ella


sea digna de mover mediante su fuerza interna a los espí-
ritus más nobles y más excelentes y de ser conocida por
ellos según su esencia más íntima: tal es lo que yo afirmo
y lo que gustosamente quisiera asegurarle, y a vosotros
os compete ahora decidir si merecerá la pena escuchar-
me, antes de que os confirméis todavía más en vuestro
desprecio.

Vo
una
ánim
ta: ¿
men
tante
ligió
Na
ros c
man
rigir
cam
quie
aque
te en
nes e
dian
sagr

1
R
De na
SEGUNDO DISCURSO

SOBRE LA ESENCIA DE LA RELIGIÓN

Vosotros sabréis cómo el viejo Simónides, mediante


una dilación siempre reiterada y prolongada, sosegó el
ánimo de aquel que le había importunado con la pregun-
ta: ¿qué son, en definitiva, los dioses? 1 Me agradaría co-
menzar con una dilación semejante ante la pregunta bas-
tante más amplia y comprehensiva: ¿qué es la re-
ligión?
Naturalmente no con el propósito de callar, y de deja-
ros como aquél en la perplejidad, sino para que vosotros,
mantenidos en vilo por una espera impaciente, podáis di-
rigir fijamente vuestras miradas hacia el punto que bus-
camos, apartándoos, por tanto, completamente de cual-
quier otro pensamiento. Pues la primera exigencia de
aquellos que sólo interpelan a espíritus ordinarios consis-
te en que el espectador que quiera ver sus manifestacio-
nes e iniciarse en sus secretos se prepare para ello me-
diante la continencia de cosas terrenas y mediante un
sagrado sosiego, y después, sin distraerse por la visión de

1
Referencia a Hieran, tirano de Siracusa (478-466). Cfr. Cicerón,
De natura deorum, 1, 60.

[27]
28 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

objetos extraños, concentre plenamente su mirada en el alm


lugar en el que debe mostrarse el fenómeno. Con cuánta zas
mayor razón debo exigir una obediencia semejante, yo co
que he de suscitar un espíritu no común, que no se digna en
aparecer bajo cualquier máscara ordinaria, muy vista, y am
al que deberéis por largo tiempo observar con mucha de
atención para reconocerlo y comprender sus característi- mu
cas significativas. Sólo si os enfrentáis a las esferas de lo pu
sagrado, con la sobriedad más imparcial de vuestro senti- esp
do, que percibe clara y correctamente todos los contor- de
nos y ávido de comprender, desde sí mismo, lo que le es
expuesto, no se deja seducir ni por antiguos recuerdos ni fra
sobornar por presentimientos preconcebidos, puedo es- fre
perar que, si no os encariñáis con el objeto de mi exposi- má
ción, al menos estaréis de acuerdo conmigo acerca de su en
figura y lo reconoceréis como un ser celestial. Quisiera de
poder presentároslo bajo cualquier configuración bien pre
conocida, para que os acordarais inmediatamente de sus ció
características, de su desarrollo, de sus maneras, y pudie- gió
rais exclamar que, aquí o allá, lo habríais visto así en la en
vida. Pero yo os induciría a error; pues tan al descubierto S
como se le manifiesta a quien lo evoca, no se lo encuen- ca
tra entre los hombres y, por cierto, desde hace tiempo no ob
se ha dejado contemplar bajo su conformación peculiar. del
Así como la mentalidad particular de los distintos pue- tie
blos civilizados, desde que debido a conexiones de toda me
índole se han multiplicado sus relaciones y han aumenta- rel
do los aspectos comunes entre ellos, ya no se refleja de hay
una forma tan pura y determinada en las acciones parti- sica
culares, sino que sólo la imaginación es capaz de conce- se
bir la idea total de estos caracteres, que tomados indivi- vu
dualmente sólo se presentan bajo una forma dispersa y bié
mezclados con muchos elementos extraños, así ocurre la r
también con las cosas espirituales y, entre ellas, con la re- me
ligión. Vosotros conocéis ciertamente cómo en el mo- su
mento actual todo está penetrado por un desarrollo ar- inm
mónico; éste precisamente ha generado una sociabilidad per
y amistad tan consumadas y difundidas en el seno del nér
SOBRE LA RELIGIÓN 29

l alma humana que ahora, de hecho, ninguna de sus fuer-


a zas actúa entre nosotros aisladamente, por más que nos
o complazcamos en concebirla como algo aislado, sino que
a en cada actuación es desbordada inmediatamente por el
y amor solícito y el apoyo bienhechor de las otras, y se la
a desvía algo de su trayectoria, de modo que en este
- mundo cultivado se busca inútilmente una acción que
o pueda ofrecer una expresión fiel de cualquier capacidad
- espiritual, trátese de la sensibilidad o del entendimiento,
- de la moralidad o de la religión.
s No os incomodéis por ello, y no toméis como una in-
ni fravaloración de la época presente si os retrotraigo con
- frecuencia, por motivos de claridad, a aquellos tiempos
- más infantiles en los que en un estado imperfecto todo se
u encontraba, todavía, más separado y particularizado; y si
a desde el comienzo mismo retorno cuidadosamente siem-
n pre de nuevo, a través de otras vías, a llamaros la aten-
s ción expresamente contra cualquier confusión de la reli-
e- gión con lo que aquí o allá se le asemeja, y con lo que la
a encontraréis siempre mezclada.
o Situaos en el punto de vista más elevado de la metafísi-
- ca y de la moral; constataréis que ambas poseen el mismo
o objeto que la religión, a saber, el Universo y la relación
r. del hombre con él. Esta igualdad ha sido desde hace
- tiempo la causa de múltiples confusiones; de ahí que la
a metafísica y la moral hayan penetrado masivamente en la
- religión y que mucho de lo que pertenece a la religión se
e haya ocultado, bajo una forma inapropiada, en la metafí-
- sica o en la moral. Pero ¿creeréis por ello que la religión
e- se viene a identificar con una de las otras dos? Yo sé que
i- vuestro instinto os dice lo contrario, y ello se deduce tam-
y bién de vuestras opiniones; pues vosotros no admitís que
e la religión proceda con el paso firme de que es capaz la
e- metafísica, y no olvidáis observar diligentemente que en
o- su historia hay una multitud de aberraciones de carácter
r- inmoral y repugnante. Por tanto, si ella ha de ofrecer un
d perfil diferente, debe, a pesar de la misma materia, opo-
el nérseles de alguna manera. Es preciso que ella aborde
30 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

esta materia de una forma completamente diferente, que I m


exprese o elabore otro tipo de relación del hombre con la I ra
misma o que posea otra meta; pues sólo de esta forma ¡ d
puede ser investido de una naturaleza particular y de una d
existencia peculiar aquello que, en lo concerniente a la a
materia, es igual a otra cosa. Yo os pregunto, por tanto: m
¿qué cometido desempeña vuestra metafísica o —si no | m
queréis saber nada del nombre obsoleto, que os resulta | ju
demasiado histórico— vuestra filosofía trascendental? | f
Ella clasifica el Universo y lo divide en tales y cuales : m
seres, investiga las causas de lo que existe y deduce la ne- o
cesidad de lo real, ella extrae de sí misma la realidad del d
mundo y sus leyes 2. La religión no debe, por tanto, d
aventurarse en esta región; ella ha de rechazar la tenden- ll
cia a establecer seres y a determinar naturalezas, a per- q
derse en una infinidad de razones y deducciones, a inves- m
tigar las últimas causas y a formular verdades eternas. ¿Y c
qué cometido desempeña vuestra moral? Ella desarrolla u
a partir de la naturaleza del hombre y de su relación con d
el Universo un sistema de deberes, ella prescribe y prohi- m
be acciones con un poder ilimitado. Por consiguiente, la ta
religión tampoco ha de intentar esto; no debe servirse del en
Universo para deducir deberes, ella no debe contener so
ningún código de leyes. «Y, sin embargo, parece que, lo cr
que se llama religión, sólo consta de fragmentos de estos d
distintos ámbitos.» Ésta es ciertamente la concepción lo
común. Acabo de manifestaros dudas contra ella; ahora so
es el momento de destruirla por completo. Los teóricos ré
en el ámbito de la religión, que se proponen como meta ac
el saber acerca de la naturaleza del Universo y de un Ser da
Supremo, del que es obra, son metafísicos, pero lo sufi- n
cientemente condescendientes como para no desdeñar fu
tampoco algo de moral. Los prácticos, para quienes la gi
voluntad de Dios es lo fundamental, son moralistas, pero m
un poco al estilo de la metafísica. La idea del Bien la to- pu
to
su
2
Se trata primordialmente de la filosofía de Fichte. co
SOBRE LA RELIGIÓN 31

ue I máis y la introducís en la metafísica, a modo de ley natu-


la I ral de un Ser ilimitado y carente de necesidades, y la idea
ma ¡ de un Ser primordial la tomáis de la metafísica y la intro-
na ducís en la moral, para que esta gran obra no permanezca
la anónima, con el fin de que al frente de un código tan
to: magnífico pueda grabarse la imagen del legislador. Pero
no | mezclad y agitad como queráis; esto no permanece con-
lta | juntado, realizáis un juego vacío con materias que no se
al? | fusionan entre sí; os quedáis siempre únicamente con
les : metafísica y moral. ¡Llamáis religión a esta mezcla de
ne- opiniones acerca del Ser Supremo o del mundo y de man-
del datos relativos a una vida humana (o incluso relativos a
o, dos)!, ¡y llamáis religiosidad al instinto que busca aque-
en- llas opiniones, junto con los oscuros presentimientos,
er- que constituyen la última auténtica sanción de estos
es- mandados! Pero ¿cómo llegáis a considerar una mera
¿Y compilación, una crestomanía para principiantes como
lla una obra original, como una realidad individual dotada
on de un origen y una fuerza propios? ¿Cómo llegáis a hacer
hi- mención de esto, aun cuando no sea más que para refu-
la tarlo? ¿Por qué no lo habéis disuelto desde hace tiempo
del en sus partes y puesto al descubierto el plagio vergonzo-
ner so? Me gustaría importunaros con algunas cuestiones so-
lo cráticas y conduciros a confesar que en las cosas más or-
tos dinarias conocéis muy bien los principios de acuerdo con
ón los cuales ha de ordenarse lo semejante, y lo particular
ora someterse a lo universal y que vosotros tan sólo no que-
cos réis aplicarlos aquí para poder chancearos con la gente
eta acerca de un objeto serio. ¿Dónde reside, pues, la uni-
Ser dad en este todo?, ¿dónde se encuentra el principio co-
ufi- nectar de esta materia heterogénea? Si se trata de una
ñar fuerza de atracción peculiar, debéis conceder que la reli-
la gión es lo supremo en la filosofía y que la metafísica y la
ero moral no son más que secciones subordinadas de ella;
to- pues aquello en lo que dos conceptos diferentes, opues-
tos, devienen uno, no puede ser otra cosa que la realidad
superior a la que están referidos ambos. Si este principio
conectar se encuentra en la metafísica, habréis reconocí-
32 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

do, por motivos que le son propios a ésta, un Ser Supre-


mo como legislador moral, destruyendo, no obstante, la
filosofía práctica y confesando que ella y, con ella, la reli-
gión sólo constituyen un pequeño capítulo de la teórica.
Si queréis afirmar el punto de vista opuesto, entonces la
metafísica y la religión deben ser engullidas por la moral,
a la que ciertamente ya nada ha de resultar imposible una
vez que ella ha aprendido a creer y una vez que en la pri-
mera etapa de su existencia ha acertado a preparar en su
santuario más íntimo un pequeño rincón apacible para
los abrazos secretos de dos mundos que se aman. ¿O
queréis acaso afirmar que lo metafísico en la religión no
depende de lo moral, y que éste no depende de aquél?,
¿que hay un paralelismo maravilloso entre lo teórico y lo
práctico y que la religión consiste precisamente en perci-
bir y exponer dicho paralelismo? Ciertamente, en lo re-
ferente a este punto la solución no puede hallarse ni en la
filosofía práctica, pues ésta no se preocupa de él, ni en la
teórica, pues ésta procura con todo el celo perseguirlo y
destruirlo, tanto como fuera posible, tal como, por lo
demás, es propio de su cometido. Pero pienso que, inci-
tados por estas necesidades, vosotros buscáis, ya desde
hace algún tiempo, una filosofía suprema 3 , en la que se
unan estos dos géneros, y estáis siempre al acecho de en-
contrarla, ¡y la religión se hallaría tan próxima a esta filo-
sofía! Y la filosofía ¿debería realmente buscar refugio en
la religión, tal como afirman tan gustosamente los adver-
sarios de la misma? Prestad buena atención a lo que afir-
máis ahí. En lo relativo a todo esto, o bien abocáis en una
religión que se halla muy por encima de la filosofía, si nos
atenemos al estado en que ésta se encuentra actualmen-
te, o bien debéis ser tan honestos como para restituir a
ambas partes de la misma lo que les pertenece y confesar c
que, en lo referente a la religión, todavía no sabéis nada o
e
s
3 n
Referencia clara a los avatares de la filosofía idealista, relativos a c
lasfilosofíasde Kant y Fichte.
SOBRE LA RELIGIÓN 33

re- acerca de ella. No quisiera incitaros hacia el primer plan-


la teamiento, pues no deseo ocupar ninguna posición que
eli- no pudiera mantener, pero no tendréis dificultad en ate-
ca. neros al segundo. Observemos entre nosotros un trato
la sincero. Vosotros sentís aversión hacia la religión, de
ral, este punto de vista acabamos de partir; pero en la medida
una en que le hacéis una guerra honesta que, a pesar de todo,
pri- no está exenta totalmente de esfuerzos, no queréis, sin
su embargo, haber luchado contra una sombra como ésta,
ara contra la que nos hemos batido; ella debe ser, pues, algo
¿O con entidad propia, que ha podido llegar hasta el corazón
no de los hombres, algo pensable, de lo que se puede esta-
l?, blecer un concepto, acerca del que se puede hablar y dis-
y lo cutir, y yo considero muy inadecuado que vosotros mis-
ci- mos, a partir de cosas tan dispares, conjuntéis algo que
re- no se puede mantener, algo que denomináis religión y
n la que con ello deis lugar después a tantas situaciones inúti-
n la les. Vosotros negaréis haber actuado astutamente, me
oy exigiréis desenrollar todos los documentos originarios de
lo la religión —pues los sistemas, comentarios y apologías
nci- ya los he rechazado— desde los bellos poemas de los
sde griegos hasta las Sagradas Escrituras de los cristianos
se para comprobar si encuentro por doquier la naturaleza
en- de los dioses y su voluntad y si en todas partes es ensalza-
ilo- do como santo y dichoso quien reconoce la primera y rea-
en liza la segunda. Pero ocurre precisamente lo que os he
ver- dicho, a saber, que la religión no aparece en estado puro,
fir- que todo ello no son más que partes extrañas que se le
una han adherido, y nuestro cometido debe consistir precisa-
nos mente en liberarla de éstas. Tampoco el mundo corporal
en- os proporciona ninguna sustancia original como un pro-
ra ducto, en estado puro, de la naturaleza —a no ser que
esar consideréis cosas muy toscas como algo simple, tal como
ada os ha ocurrido aquí en el ámbito intelectual—, sino que
es tan sólo la meta infinita del arte analítico poder pre-
sentar una realidad semejante, y en las cosas del espíritu
no podéis alcanzar lo originario a no ser que lo produz-
vos a cáis en vosotros mediante una creación originaria, e in-
34 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

cluso entonces sólo en el momento en que lo producís.


Os ruego que os pongáis de acuerdo vosotros mismos
sobre este punto; se os recordará esto incesantemente. '
Pero, por lo que se refiere a los documentos originales y
a los autógrafos de la religión, esta mezcla de metafísica y
moral no es meramente un destino inevitable, ella es más
bien una disposición artificial y un propósito superior.
Lo que aparece como lo primero y lo último no es siem-
pre lo verdadero y lo supremo. ¡Si sólo supierais leer
entre líneas! Todas las escrituras sagradas son como los
libros modestos que hace algún tiempo se solían utilizar
en nuestra humilde patria y que bajo un título poco signi-
ficativo abordaban cuestiones importantes. Ellos, cierta-
mente, anuncian sólo metafísica y moral y al fin retornan
gustosamente a lo que habían anunciado, pero a vosotros
se os exige que separéis esta corteza. Así también el dia-
mante se encuentra completamente encerrado en una
masa de escasa calidad, pero en verdad no para perma-
necer oculto, sino para ser hallado con tanta mayor segu-
ridad. Hacer prosélitos de los no creyentes es algo que se
encuentra profundamente arraigado en el carácter de la
religión; quien comunica la suya, no puede perseguir
ningún otro fin, y de este modo, más que un engaño pia-
doso, es un método hábil comenzar y parecer preocupa-
do por aquello respecto a lo que ya está dispuesto el sen-
tido, para que de una forma ocasional e imperceptible se
introduzca hábilmente aquello con vistas a lo que ha de
ser estimulado primeramente. Dado que toda comunica-
ción de la religión no puede ser sino de carácter retórico,
constituye una forma hábil de ganarse a los oyentes in-
troducirlos en una tan buena sociedad. Pero este recurso
no sólo ha alcanzado su finalidad, sino que la ha sobrepa-
sado, en la medida en que incluso a vosotros, bajo esta
envoltura, os ha permanecido oculta la auténtica esencia ,
de la religión. Por eso ha llegado el momento de abordar j j
de una vez el tema por el otro extremo y de comenzar con ' I
la oposición tajante en que se encuentra la religión con p
respecto a la moral y la metafísica. Esto era lo que yo e
SOBRE LA RELIGIÓN 35

s. quería. Me habéis perturbado con vuestra concepción


os común; ésta ha sido desechada, espero; ahora no me in-
e. ' terrumpáis más.
y De esta forma, la religión, para tomar posesión de su
y propiedad, renuncia a toda pretensión sobre todo lo que
ás les pertenezca a aquéllas y devuelve todo lo que le ha
r. sido impuesto por la fuerza. Ella no pretende, como la
m- metafísica, explicar y determinar el Universo de acuerdo
er con su naturaleza; ella no pretende perfeccionarlo y con-
os sumarlo, como la moral, a partir de la fuerza de la liber-
ar tad y del arbitrio divino del hombre. Su esencia no es
ni- pensamiento ni acción, sino intuición y sentimiento. Ella
a- quiere intuir el Universo, quiere espiarlo piadosamente
an en sus propias manifestaciones y acciones, quiere ser im-
os presionada y plenificada, en pasividad infantil, por sus
a- influjos inmediatos. De este modo ella se opone a ambas
na en todo lo que constituye su esencia y en todo lo que ca-
a- racteriza sus efectos. La metafísica y la moral no ven en
u- todo el Universo más que al hombre como punto central
se de todas las relaciones, como'condición de todo ser y
la causa de todo devenir; la religión quiere ver en el hom-
uir bre, no menos que en todo otro ser particular y finito, lo
a- Infinito, su impronta, su manifestación. La metafísica
a- parte de la naturaleza finita del hombre y quiere determi-
n- nar conscientemente, a partir de su concepto más simple
se y del conjunto de sus fuerzas y de su receptividad, lo que
de puede ser el Universo para él, y cómo él debe considerar-
ca- lo necesariamente. La religión también desarrolla toda
o, su vida en la naturaleza, pero se trata de la naturaleza in-
n- finita del conjunto, del Uno y Todo; lo que en el seno de
so esta última vale todo ser individual y, por consiguiente,
a- también el hombre, y en cuyo ámbito todo lo existente, y
sta también el hombre, puede desarrollar su actividad y per-
cia , manecer en esta eterna fermentación de formas y seres
ar j j particulares, lo quiere la religión intuir y barruntar de
on ' I forma particularizada con tranquila sumisión. La moral
on parte de la conciencia de la libertad, cuyo reino quiere
yo ensanchar hasta lo infinito, procurando que todo le
%

1
36 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

quede sometido; la religión respira allí donde la libertad


misma ya se ha convertido de nuevo en naturaleza; más
allá del juego de sus fuerzas particulares y de su persona-
lidad, ella concibe al hombre y lo contempla desde el c
punto de vista en cuyo marco debe ser lo que es, quiera o f
no. De este modo, ella sólo consolida su propio ámbito y s
su propio carácter deslindándolos totalmente tanto de * t
los de la especulación como de los de la praxis, y, sólo en l m
la medida en que se sitúa junto a ambas, el campo común I
es ocupado completamente y la naturaleza humana e
queda perfeccionada desde este punto de vista. La reli- |
gión se os revela como el tercer elemento necesario e im- | u
prescindible respecto a aquellas dos, como contrapartida I o
natural, no inferior en dignidad y excelencia a cualquiera u
de las otras sea cual fuere. Abandonarse a la especula- t
ción y la praxis sin tener a la vez religión constituye una c
arrogancia temeraria, una desvergonzada hostilidad para d
con los dioses; tal es el talante impío de Prometeo, que s
robó cobardemente lo que hubiera podido exigir y espe- l
rar con tranquila seguridad. El hombre sólo ha robado el c
sentimiento de su infinitud y de su semejanza con Dios y, e
como bien ilegítimo, no le puede ser de provecho si él no n
toma conciencia a la vez de su limitación, del carácter p
contingente de toda su forma, de la desaparición silen- n
ciosa de toda su existencia en lo inconmensurable. Tam- c
bién los dioses han castigado desde siempre este delito. p
La praxis es arte, la especulación es ciencia, la religión es
sentido y gusto por lo Infinito. Sin ésta, ¿cómo puede c
elevarse la primera por encima del círculo común de las g
formas extravagantes producidas a lo largo del tiempo, b
¿cómo podría ser la otra algo mejor que un esqueleto rí- m
gido y escuálido?, ¿o por qué vuestra praxis, más allá de E
todo actuar hacia fuera y sobre el Universo, en última e
instancia olvida siempre formar al hombre mismo? Ello a
ocurre porque lo oponéis al Universo y no lo tomáis de la c
mano de la religión como una parte del mismo y como m
algo sagrado. ¿Cómo desemboca ella en la miserable t
uniformidad, que sólo reconoce un único ideal y lo pone s
a
ja
e
%

1
SOBRE LA RELIGIÓN 37

ad
ás
a-
el como base por doquier? Porque carecéis del sentimiento
o fundamental de la naturaleza infinita y viviente, cuyo
y símbolo es la multiplicidad e individualidad. Todo lo fini-
de * to sólo se mantiene mediante la determinación de sus lí-
en l mites, que, por así decirlo, han de ser recortados de lo
ún Infinito. Sólo de este modo lo finito puede ser infinito en
na el seno mismo de estos límites y ser formado apropiada-
li- | mente; de lo contrario perdéis todo en la uniformidad de
m- | un concepto universal. ¿Por qué la especulación os ha
da I ofrecido durante tanto tiempo fantasmagorías en vez de
ra una visión sistemática, y palabras en vez de pensamien-
a- tos?, ¿por qué no era ella otra cosa que un juego vacío
na con fórmulas que siempre reaparecían bajo una forma
ra distinta y a las que nunca correspondía nada? Porque no
ue se tenía religión; porque el sentimiento de lo Infinito no
e- la animaba; porque el anhelo de este Infinito y la venera-
el ción del mismo no constreñían sus finos pensamientos
y, etéreos a asumir una consistencia más firme, para mante-
no nerse en pie contra esta presión poderosa. Todo debe
er partir de la intuición, y quien no ansia intuir lo Infinito,
n- no posee ninguna piedra de toque, y ciertamente tampo-
m- co necesita ninguna, para saber si ha pensado algo apro-
o. piado acerca de este punto.
es ¿Y cuál será el desenlace del triunfo de la especula-
de ción, del idealismo consumado y redondeado, si la reli-
las gión no actúa frente a él como contrapeso y no le permite
po, barruntar un realismo superior a aquel que él somete a sí
rí- mismo de una forma tan audaz y con tan pleno derecho?
de En realidad, destruirá el Universo cuando parece que lo
ma está formando, lo degradará a la condición de una mera
llo alegoría, de una silueta vana de nuestra propia limita-
e la ción. ¡Sacrificad conmigo respetuosamente un rizo a los
mo manes de Spinoza, el santo reprobado! Él estaba pene-
ble trado por el superior espíritu del mundo, lo Infinito era
ne su comienzo y su fin; el Universo, su único y eterno
amor; con santa inocencia y profunda humildad se refle-
jaba en el mundo eterno y veía cómo también él era su
espejo más amable; estaba lleno de religión y lleno de es-
38 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

píritu santo y por eso también se encuentra allí, solo e


inalcanzado, maestro en su arte, pero situado por encima
del gremio de los profanos, sin discípulos y sin derecho
de ciudadanía.
La intuición del Universo, os ruego que os familiari-
céis con este concepto, constituye el gozne de todo mi
discurso, constituye la fórmula más universal y elevada
de la religión, a partir de la cual podéis localizar cual-
quier lugar en la misma, a partir de la cual se pueden de-
terminar de la forma más precisa su esencia y sus límites.
Todo intuir parte de un influjo de lo intuido sobre el que
intuye, de una acción originaria e independiente del pri-
mero, que después es asumida, recopilada y comprendi-
da por el segundo de una forma acorde con su naturale-
za. Si las irradiaciones de la luz no alcanzaran vuestro
órgano —lo que ocurre completamente al margen de
vuestra iniciativa—, si las partes mínimas de los cuerpos
no afectaran mecánica o químicamente las yemas de
vuestros dedos, si la presión de la gravedad no os pusiera
de manifiesto una resistencia y un límite de vuestra fuer-
za, no intuiríais ni percibirías nada, y, por lo tanto, lo que
intuís y percibís no es la naturaleza de las cosas, sino su
acción sobre vosotros. Lo que sabéis o creéis sobre aqué-
lla, se encuentra mucho más allá del ámbito de la intui-
ción. Así ocurre con la religión; el Universo se encuentra
en una actividad ininterrumpida y se nos revela a cada
instante. Cada forma que él produce, cada ser al que él
confiere, según la plenitud de la vida, una existencia par-
ticularizada, cada acontecimiento que hace surgir de su
seno rico, siempre fecundo, es una acción del mismo
sobre nosotros; y de este modo la religión consiste en
concebir todo lo particular como una parte del Todo,
todo lo limitado como una manifestación de lo Infinito;
pero querer ir más lejos y penetrar más profundamente
en la naturaleza y en la sustancia del Todo, eso ya no es
religión, y si, a pesar de todo, quiere seguir siendo consi-
derado como tal, recaerá inevitablemente en mitología
vacía. Así, se trataba de religión cuando los antiguos,
SOBRE LA RELIGIÓN 39

oe aniquilando las limitaciones del tiempo y del espacio,


ima consideraron toda forma peculiar de vida a lo largo del
cho mundo entero como la obra y el reino de un ser omnipre-
sente; ellos habían intuido en su unidad una forma pecu-
ari- liar de obrar del Universo y designaban así esta intuición;
mi se trataba de religión cuando ellos, respecto a cualquier
ada acontecimiento favorable en el que se revelaban, de una
ual- forma evidente, las leyes eternas del mundo en el ámbito
de- de lo contingente, le daban al dios, al que se atribuía
tes. dicho acontecimiento, un calificativo peculiar y le dedi-
que caban un templo propio; ellos habían aprehendido un
pri- hecho del Universo y expresaban así su individualidad y
ndi- su carácter. Se trataba de religión, cuando ellos se eleva-
ale- ban por encima de la quebradiza edad de hierro del
stro mundo, lleno de grietas y accidentes, y volvían a buscar
de la edad de oro en el Olimpo en la risueña vida de los dio-
pos ses; de este modo ellos contemplaban la siempre intensa,
de la siempre viva y festiva actividad del mundo y de su espí-
iera ritu, más allá de todo cambio y de todo mal aparente,
uer- que no es más que el resultado del conflicto de formas fi-
que nitas. Pero cuando elaboraban una crónica admirable
o su acerca de los linajes de estos dioses, o bien cuando una fe
qué- más tardía nos presenta una larga serie de emanaciones y
tui- generaciones 4, se trata de mitología vacía. Representar-
ntra se todos los acontecimientos que tienen lugar en el
ada mundo como acciones de un dios, es religión, esto expre-
e él sa su relación con un Todo infinito, pero cavilar acerca
par- del ser de este dios antes del mundo y fuera del mundo,
e su puede resultar bueno y necesario en la metafísica, mas en
smo la religión viene a constituir también mera mitología
en vacía, una ulterior elaboración de aquello que sólo es
odo, medio auxiliar de la exposición, como si fuera él mismo
nito; lo esencial, una completa desviación de la base auténti-
ente ca. La intuición es y permanece siempre algo particular,
o es separado, la percepción inmediata, nada más; unirla y
nsi-
ogía
uos, 4
Recuérdense las construcciones del neoplatonismo.
40 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

conjuntarla en un todo ya no es el cometido del sentido, L


sino del pensamiento abstracto. Así ocurre con la reli- a
gión; ella se detiene en las experiencias inmediatas de la h
existencia y de la actividad del Universo, en las intuicio- n
nes y sentimientos particulares; cada uno de ellos es una d
obra que subsiste de por sí sin conexión con los otros o a
dependencia de ellos; ella no sabe nada acerca de deriva- b
ciones y de establecer conexiones; entre todo lo que le d
puede ocurrir, esto es a lo que más se opone su naturale- q
za. No sólo un hecho o una acción particulares, a los que y
cabría denominar como su hecho o acción originarios y g
primeros, sino que todo es en ella inmediato y verdadero e
para sí. Un sistema de intuiciones, ¿podéis vosotros mis- d
mos imaginaros algo más extraño?, ¿pueden integrarse u
en un sistema visiones y, todavía más, visiones de lo Infi- t
nito?, ¿podéis afirmar que es preciso ver esto así porque r
fue preciso ver aquello de esa manera? Justo detrás de h
vosotros, justo a vuestro lado, puede hallarse alguien g
que puede ver todo de otra manera. ¿O acaso los posi- d
bles puntos de vista, sobre los que puede situarse un espí- p
ritu para considerar el Universo, se disponen de acuerdo s
con distancias mensurables, de forma que los podáis ago- s
tar y enumerar, y determinar exactamente lo característi- r
co de cada uno? ¿No existe una infinidad de ellos, y no es d
cada uno sino una transición permanente entre otros l
dos? Hablo vuestro lenguaje en este asunto; esto consti- t
tuiría una tarea infinita, y no estáis acostumbrados a vin- p
cular el concepto de algo infinito con el término «siste- n
ma», sino más bien el de algo limitado y, en su s
limitación, perfecto. Elevaos una vez —pues para la ma- t
yoría de vosotros se trata de una elevación— hacia aquel t
infinito de la intuición sensible, el admirado y celebrado p
cielo estrellado. Pues ¿querréis acaso denominar sistema n
de intuiciones en cuanto tales a las teorías astronómicas f
que hacen girar a miles de soles con sus sistemas cósmi- le
cos en torno a un sol común y para éste, a su vez, buscan s
un sistema cósmico superior, que podría constituir su in
centro, y así indefinidamente hacia dentro y hacia fuera?
SOBRE LA RELIGIÓN 41

, Lo único a lo que vosotros podríais dar este nombre sería


- al antiquísimo trabajo de aquellos espíritus infantiles que
a han concebido la muchedumbre infinita de estos fenóme-
- nos mediante imágenes determinadas, mas pobres e ina-
a decuadas. Pero vosotros sabéis que no hay allí ninguna
o apariencia de sistema, que siempre se seguirán descu-
- briendo nuevos astros entre estas imágenes, que también
e dentro de sus límites todo es indeterminado e infinito y
- que ellos mismos permanecen algo puramente arbitrario
e y sumamente movedizo. Cuando habéis persuadido a al-
y guien para que trace con vosotros la imagen del Carro en
o el nimbo azul de los mundos, ¿no permanece él, a pesar
- de todo, libre de enmarcar los mundos más próximos en
e unos contornos completamente diferentes de los vues-
i- tros? Este caos infinito, en el que, por cierto, cada punto
e representa un mundo, es justamente, en cuanto tal, de
e hecho, el símbolo más apropiado y elevado de la reli-
n gión; en ella, lo mismo que en él, sólo lo particular es ver-
i- dadero y necesario; nada puede o debe ser demostrado a
í- partir de otra cosa, y todo lo universal bajo el que ha de
o ser concebido lo particular, toda combinación y conexión
o- se encuentran o bien en un ámbito extraño, cuando se los
i- refiere a lo interior y a lo esencial, o bien se trata tan sólo
es de un producto del juego de la fantasía y del arbitrio más
os libre. Si miles de vosotros pudierais tener las mismas in-
i- tuiciones religiosas, cada uno trazaría ciertamente unos
n- perfiles distintos para establecer el modo como las ha te-
e- nido, bien de una forma yuxtapuesta o sucesiva; aquí no
u se trata, pongamos por caso, de su ánimo, sólo de un es-
a- tado contingente, de una pequenez. Cada uno puede
el tener su propia distribución y sus propias rúbricas; lo
o particular no puede ganar ni perder con ello, y quien co-
ma noce de verdad su religión y su esencia subordinará pro-
as fundamente toda conexión aparente a lo particular y no
i- le sacrificará el aspecto más insignificante de éste. Preci-
n samente a causa de esta autonomía de lo particular es tan
su infinito el ámbito de la intuición.
a? Situaos en el punto más alejado del mundo corporal;
42 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

vosotros no sólo veréis desde allí los mismos objetos dis- ch


tribuidos en un orden distinto, de forma que si os queréis qu
atener a vuestras imágenes arbitrarias anteriores, que no de
reencontráis allí, estaréis totalmente desorientados, sino rro
que además descubriréis en nuevas regiones objetos qu
completamente nuevos. Vosotros no podéis afirmar que a
vuestro horizonte, incluso el más amplio, lo abarque qu
todo, y que más allá de él no haya nada más que intuir o gu
bien que a vuestra mirada, incluyendo la más penetran- sic
te, nada se le escape dentro del mismo; no encontráis lí- la
mites por ninguna parte, ni tampoco podéis concebir nin- tu
guno. Respecto a la religión, esto es válido en un sentido co
todavía bastante más elevado; desde un punto de vista a
opuesto, no sólo tendríais nuevas intuiciones en nuevas m
regiones, sino que también en el viejo espacio, bien co- ab
nocido, los primeros elementos se unirían formando el
otras configuraciones, y todo sería distinto. La religión nu
no sólo es infinita debido a que la actividad y la pasividad po
alternen sin fin; incluso entre la misma materia limitada y qu
el ánimo —vosotros sabéis que esto constituye la única rit
infinitud de la especulación— ella no sólo es infinita de- do
bido a que constituye una tendencia ilimitada hacia la in- po
terioridad, como ocurre con la moral; la religión es infi- en
nita según todas las perspectivas, una infinitud de la de
materia y de la forma, del ser, del ver y del saber acerca se
de ello. Este sentimiento debe acompañar a quienquiera yp
que tenga realmente religión. Todos deben ser conscien- fer
tes de que la suya constituye tan sólo una parte del todo, pu
de que, acerca de los mismos objetos que le afectan reli- ex
giosamente, existen puntos de vista que son tan piadosos se
y, sin embargo, son totalmente distintos de los suyos y de un
que a partir de otros elementos de la religión dimanan in- ha
tuiciones y sentimientos respecto a los que ellos quizá ca- im
recen completamente de sensibilidad. Vosotros veis he
cómo esta bella modestia, esta amistosa y acogedora to- en
lerancia surgen de una forma inmediata del concepto de ses
religión, y de qué forma íntima se vinculan con él. Cuan de
injustamente os dirigís, por tanto, a la religión repro- mu
SOBRE LA RELIGIÓN 43

chándole que se muestra ávida de persecución y odiosa,


que disuelve la sociedad y deja correr la sangre como si
de agua se tratara. Acusad de esto a aquellos que co-
rrompen la religión, que la inundan con filosofía y la
quieren someter a las ataduras de un sistema. ¿En torno
a qué se se ha disputado, pues, en la religión, en torno a
qué se han formado partidos y se han desencadenado
guerras? Acerca de la moral a veces y acerca de la metafí-
sica siempre, y ninguna de las dos pertenece al ámbito de
la religión. La filosofía se esfuerza, ciertamente, por si-
tuar bajo un saber común a quienes desean saber, tal
como veis diariamente, pero la religión no intenta situar
a aquellos que creen y sienten bajo una misma fe y un
mismo sentimiento. Ella se esfuerza, ciertamente, por
abrir los ojos a quienes todavía no son capaces de intuir
el Universo, pues todo vidente es un nuevo sacerdote, un
nuevo mediador, un nuevo órgano; pero precisamente
por ello rehuye con repugnancia la banal uniformidad,
que destruiría de nuevo esta divina exuberancia. El espí-
ritu de sistema rechaza ciertamente lo extraño, aun cuan-
do resultara también algo muy pensable y verdadero,
porque podría alterar las series bien redondeadas de su
enfoque peculiar y perturbar el bello conjunto, a la hora
de exigir su puesto; en este espíritu de sistema se halla la
sede de las contradicciones; él se ve precisado a disputar
y perseguir, pues, en la medida en que lo particular es re-
ferido de nuevo a algo particular y finito, uno de ellos
puede ciertamente destruir al otro por el hecho de su
existencia; pero en lo Infinito todas las realidades finitas
se encuentran imperturbadas, unas junto a otras, todo es
uno y todo es verdadero. Asimismo, sólo los sistemáticos
han conducido a toda esta situación. La nueva Roma, la
impía pero consecuente, lanza anatemas y expulsa a los
herejes; la antigua, verdaderamente piadosa y religiosa
en un estilo superior, era hospitalaria con todos los dio-
ses y de este modo estaba llena de ellos. Los partidarios
de la letra muerta, que la religión rechaza, han llenado el
mundo de griterío y alboroto, mientras que los verdade-
44 FR1EDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

ros contempladores de lo Eterno fueron siempre almas ú


pacíficas, bien a solas consigo y con lo Infinito, bien t
cuando miraban en torno a sí, reconociendo gustosamen- d
te a todos su propia peculiaridad, sólo con que compren- n
dieran la gran palabra. Pero la religión también conside- s
ra con esta amplia mirada y con este sentimiento de lo j
Infinito lo que se encuentra fuera de su propio ámbito, y s
se muestra en sí idónea para la universalidad más ilimita- p
da en lo relativo a la forma de juzgar y considerar, apti- E
tud que de hecho no cabría buscar en ninguna otra parte. a
Que cualquier otra cosa —yo no excluyo la moral ni tam- t
poco la filosofía, y me remito más bien, a este respecto, a o
vuestra propia existencia— estimule al hombre; su pen- v
samiento y sus aspiraciones, sea cual fuere la meta hacia p
la que se dirijan, trazan un estrecho círculo en torno a él, s
en cuyo interior está encerrado lo que constituye para él o
su suprema realidad, y fuera del cual todo le parece ordi- r
nario e indigno. Quien sólo quiere pensar sistemática- e
mente y obrar de acuerdo con principios y propósitos y e
realizar esto o aquello en el mundo, inevitablemente se q
pone límites a sí mismo y opone siempre a sí mismo, p
como objeto de aversión, lo que no favorece su forma de q
obrar. Sólo la tendencia a intuir, cuando va dirigida a lo d
Infinito, pone al ánimo en un estado de libertad ilimita- d
da; sólo la religión lo salva de las ataduras más detesta- to
bles de la opinión y del deseo. Todo lo que existe reviste á
para ella un carácter necesario, y todo lo que puede exis- tu
tir constituye para ella una imagen verdadera, imprescin- to
dible, de lo Infinito; sólo es preciso encontrar el punto f
desde el que se puede descubrir su relación con el mismo. s
Por muy rechazable que algo pudiera ser, bien desde la a
relación con otros, bien en sí mismo, a este respecto es m
siempre digno de existir y de ser mantenido y tomado en n
consideración. La religión hace que para un espíritu pia- n
doso todo sea sagrado y valioso, incluso lo profano y lo s
ordinario, todo lo que percibe y no percibe, lo que se d
halla en el sistema de sus propios pensamientos y es acor- p
de o no con su forma peculiar de obrar; la religión es la A
SOBRE LA RELIGIÓN 45

s única enemiga jurada de toda pedantería y de toda unila-


n teralidad. Finalmente, para completar la imagen general
- de la religión, recordad que cada intuición está, según su
- naturaleza, unida con un sentimiento. Vuestros órganos
- sirven de mediadores respecto a la conexión entre el ob-
o jeto y vosotros; el mismo influjo del objeto, que os revela
y su existencia, debe estimularlos de múltiples maneras y
- provocar una mutación en vuestra conciencia interna.
- Este sentimiento, del que, por cierto, vosotros a menudo
. apenas os dais cuenta, puede en otros casos alcanzar una
- tal violencia que, a consecuencia de ello, os olvidéis del
a objeto y de vosotros mismos; todo vuestro sistema ner-
- vioso puede estar tan afectado por dicha situación, que
a por largo tiempo impera en solitario la sensación y per-
l, siste todavía largamente y ofrece resistencia al influjo de
él otras impresiones; pero el hecho de que una acción sea
i- realizada en vosotros, de que la autoactividad de vuestro
a- espíritu sea puesta en movimiento, ¿no lo atribuiréis, sin
y embargo, a los influjos de los objetos externos? Tendréis
e que admitir, no obstante, que esto supera con mucho el
o, poder de los sentimientos, incluso de los más fuertes, y
e que debe tener en vosotros una fuente completamente
o distinta. Así ocurre con la religión; las mismas acciones
a- del Universo, a través de las que él se os revela en lo fini-
a- to, también lo sitúan en una nueva relación con vuestro
e ánimo y con vuestro estado; en el instante en que lo in-
s- tuís, debéis estar impresionados por múltiples sentimien-
n- tos. Sólo que en la religión tiene lugar otra relación, más
o firme, entre la intuición y el sentimiento, y la primera no
o. se muestra tan predominante que el segundo quede casi
a anulado. Por el contrario, ¿se ha de considerar como un
es milagro que el mundo eterno actúe sobre los órganos de
n nuestro espíritu como el sol sobre nuestros ojos?, ¿que
a- nos ofusque de tal manera que no sólo todo lo demás de-
o saparezca al instante, sino que también, mucho tiempo
e después, los objetos, que contemplamos, lleven la im-
r- pronta de su imagen y estén inundados por su esplendor?
a Así como la forma particular según la que el Universo se
46 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

os manifiesta en vuestras intuiciones constituye lo pecu-


liar de vuestra religión individual, así también la fuerza
de estos sentimientos determina el grado de la religiosi-
dad. Cuanto más sano sea el sentido, con tanta mayor
fuerza y determinación percibirá cada impresión; cuanto
más ardiente sea la sed, cuanto más irresistible sea el im-
pulso de aprehender lo Infinito, tanto mayor será la va-
riedad según la que el ánimo mismo será aprehendido,
por doquier y de una forma ininterrumpida, por ése Infi-
nito, tanto más completamente lo penetrarán estas im-
presiones, tanto más fácilmente se despertarán éstas,
siempre de nuevo, y afirmarán su predominio sobre
todas las otras. Hasta aquí se extiende, desde esta pers-
pectiva, el ámbito de la religión; sus sentimientos deben
poseernos, nosotros debemos expresarlos, mantenerlos,
exponerlos; pero si pretendéis llegar más lejos de la
mano de esos sentimientos, si se exige que ellos susciten
acciones propiamente dichas e induzcan a hechos, enton-
ces os encontraréis en una región extraña; y si tomáis
esto, no obstante, como religión, os halláis sumidos en
una impía superstición, por razonable y elogiosa que
pueda parecer vuestra forma de actuar. Todo obrar pro-
piamente dicho debe ser moral y puede serlo también;
pero los sentimientos religiosos deben acompañar, como
una música sagrada, toda acción del hombre; éste debe
hacer todo con religión, no por religión. Si vosotros no
comprendéis que todo obrar debe ser moral, yo añado
que esto también vale para todo lo demás. El hombre
debe obrar sosegadamente, y todo lo que él emprende
debe desarrollarse con circunspección. Interrogad al
hombre moral, interrogad al político, interrogad al artis-
ta, todos dirán que esto constituye su primer precep-
to; pero el sosiego y la circunspección se vienen abajo
si el hombre se deja inducir a la acción mediante los
sentimientos violentos y perturbadores de la religión.
Tampoco es natural que esto ocurra; los sentimien-
tos religiosos, según su naturaleza, paralizan la ener-
gía del hombre y lo invitan a un goce apacible y des-
SOBRE LA RELIGIÓN 47

u- prendido; por consiguiente, también los hombres más re-


za ligiosos, que carecían de otros estímulos para la acción y
si- se limitaban a una existencia religiosa, abandonaron el
or mundo y se entregaron completamente a la contempla-
to ción ociosa. El hombre debe coaccionarse a sí mismo y a
m- sus sentimientos piadosos, antes de que éstos hagan sur-
va- gir de él acciones, y yo sólo necesito remitirme a voso-
o, tros, pues, de acuerdo con una de vuestras quejas, se ha-
fi- brían producido por esta vía tantas acciones absurdas y
m- antinaturales. Veis que no sólo someto a vuestra consi-
as, deración estos actos, sino también los más excelentes y
bre dignos de elogio. El si se observan usos insignificantes o
rs- se ejecutan buenas acciones, el si se sacrifican seres hu-
en manos sobre altares ensangrentados o bien si son agra-
os, ciados con mano benevolente, el si se pasa la vida en una
la inactividad muerta, o en un orden plúmbeo, carente de
en gusto, o bien en la exuberancia ligera del placer sensible,
on- he aquí cosas diametralmente opuestas cuando se trata
áis de la moral o de la vida y de los asuntos mundanos: pero,
en si pertenecen al ámbito de la religión y han surgido de la
ue misma, entonces todas ellas son iguales entre sí, a saber,
ro- sólo superstición esclavizada, tanto las unas como las
én; otras. Vosotros censuráis a quien determina su conducta
mo respecto a un hombre ateniéndose a la impresión que
be éste produce en él: no queréis que incluso el sentimiento
no más justo acerca de la reacción del hombre nos induzca a
do acciones respecto a las que no poseemos ningún motivo
bre mejor; por consiguiente, también se ha de censurar a
de aquel cuyas acciones, que deberían tener siempre como
al meta el Todo, sean determinadas únicamente por los
is- sentimientos que suscita en él precisamente ese Todo; él
ep- será tenido por alguien que renuncia a su dignidad, no
bajo sólo desde el punto de vista moral, porque da cabida a
los motivaciones extrañas, sino también desde el de la reli-
ón. gión misma, porque deja de ser lo único que, a sus ojos,
ien- le concede un valor peculiar, a saber, el ser una parte
ner- libre del Todo, activa mediante su propia fuerza. Este
des- malentendido total, según el que la religión debe obrar,
48 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

no puede menos de ser a la vez un terrible abuso y, sea


cual fuere la dirección que emprenda la actividad, termi-
nar en la desdicha y la disolución. Pero la meta del hom-
bre piadoso consiste en tener el alma llena de religión, en
el marco de un obrar sosegado que debe brotar de su pro-
pia fuente. Sólo malos espíritus, no buenos, se adueñan
del hombre y lo incitan a la acción, y la legión de los án-
geles con que el Padre celestial había equipado a su Hijo
no estaban en Él, sino en torno a Él; tampoco le ayuda-
ban en sus actividades, ni debían hacerlo; pero ellos in-
fundían serenidad y sosiego en el alma fatigada por la ac-
ción y el pensamiento; ciertamente, Él a veces los perdió
de vista, en instantes en los que toda su fuerza estaba en
tensión con vistas al obrar, pero después se cernían de g
nuevo en torno a Él en una cohorte jubilosa y le ser- s
vían 5. Antes de conduciros al detalle de estas intuiciones f
y sentimientos, lo que ha de constituir, en efecto, mi pró- e
ximo cometido respecto a vosotros, permitidme previa- y
mente lamentarme un instante acerca del hecho de que c
no pueda hablar de ambos sino por separado; de este r
modo el espíritu más fino de la religión se pierde por lo d
que a mi discurso se refiere, y yo sólo puedo desvelar su e
misterio más íntimo de una forma vacilante e insegura. c
Pero una reflexión necesaria los separa a ambos, ¿y a
quién puede hablar de cualquier cosa que pertenezca a la c
conciencia sin pasar primeramente a través de este mé- s
dium? No splo cuando comunicamos una acción interna a
del ánimo, también cuando nos limitamos a convertirla y
en materia de consideración y a elevarla al nivel de la i
conciencia clara, se produce inmediatamente esta sepa- f
ración inevitable: el hecho (Faktum) se mezcla con la r
conciencia originaria de nuestra doble actividad, de la n
dominante, y que actúa hacia fuera, y de la meramente a
delineadora e imitadora, y que parece más bien estar al e
servicio de las cosas, e inmediatamente al producirse este d
m
f
5
Cfr. Mateo 4,1-11. a
SOBRE LA RELIGIÓN 49

ea contacto la materia más simple se descompone en dos


mi- elementos opuestos: los unos se conjuntan para formar
m- la imagen de un objeto; los otros se abren paso hasta el
en centro de nuestro ser, entran allí en efervescencia con
o- nuestros impulsos primordiales y dan origen a un senti-
an miento pasajero. Tampoco en el caso de la creación más
n- íntima del sentido religioso podemos sustraernos a este
jo destino; sólo podemos aproximar de nuevo a la superfi-
a- cie y comunicar sus productos bajo esta forma disociada.
n- Mas no penséis —éste es precisamente uno de los errores
ac- más peligrosos— que las intuiciones y los sentimientos
ió religiosos hayan de estar también tan disociados origina-
en riamente en la primera acción del ánimo como por des-
de gracia los debemos considerar aquí. La intuición sin el
er- sentimiento no es nada y no puede tener ni el origen ni la
es fuerza adecuados; el sentimiento sin intuición tampoco
ó- es nada: tanto el uno como el otro sólo son algo cuando,
ia- y debido a que, originariamente ellos son una misma
ue cosa y se dan inseparados. Aquel primer instante miste-
ste rioso que tiene lugar en toda percepción sensible, antes
lo de que la intuición y el sentimiento se separen, el instante
su en el que el sentido y su objeto, por así decirlo, se han
ra. confundido y se han hecho una sola cosa, antes de que
¿y ambos retornen a su lugar originario —yo sé cuan indes-
la criptible es y con qué rapidez pasa, pero quisiera que vo-
mé- sotros pudierais retenerlo y también reconocerlo en la
na actividad superior, divina y religiosa del ánimo—. ¡Ojalá
rla yo pudiera y estuviera en condiciones de expresarlo, de
la insinuarlo al menos, sin profanarlo! Dicho instante es
pa- fugaz y transparente como el primer aroma con el que el
la rocío empaña el despertar de las flores, pudoroso y tier-
la no como un beso virginal, sagrado y fecundo como un
nte abrazo nupcial; ciertamente no se trata de que sea como
al esto, sino que él mismo es todo esto. De una forma rápi-
ste da y fascinante se convierte un fenómeno, un aconteci-
miento, en una imagen del Universo. Mientras que toma
forma la figura amada y siempre buscada, mi alma vuela
a su encuentro, la abraza no como una sombra, sino
50 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

como el Ser divino mismo. Yo descanso en el seno del s


mundo infinito: yo soy en este instante su alma, pues e
siento todas sus fuerzas y su vida infinita como la mía z
propia; ella es en este instante mi cuerpo, pues penetro a
sus músculos y sus miembros como los míos propios, y a
sus nervios más íntimos se mueven de acuerdo con mi r
sentido y con mi presentimiento como si fueran los míos. p
La más pequeña conmoción, y el abrazo sagrado se des- a
hace, y sólo ahora la intuición se encuentra ante mí como a
una figura separada, yo la mido y ella se refleja en el s
alma abierta como la imagen de la amada que se escurre r
ante los ojos entreabiertos del joven, y sólo ahora emer- c
ge el sentimiento desde el interior y se expande como el ¿
sonrojo del pudor y del placer sobre la mejilla. Este mo- t
mento es el de mayor esplendor de la religión. Si pudiera r
hacéroslo experimentar, yo sería un dios —quiera tan c
sólo el sagrado destino perdonarme que yo haya debido I s
desvelar más que misterios eleusinos—. Es la hora del i v
nacimiento de todo lo vivo en la religión. Pero ocurre con f m
esto lo mismo que con la primera conciencia del hombre j* e
que se repliega en la oscuridad de una creación originaria I m
y eterna, y sólo deja tras sí lo que ella ha producido. Sólo I r
puedo hacer presentes a vuestra consideración las intui- « c
ciones y sentimientos que se desarrollan a partir de tales t
momentos. Pero es preciso deciros lo siguiente: aun í d
cuando comprendáis a éstos perfectamente, aun cuando t
creáis tenerlos en vosotros con la conciencia más clara, si p
no sabéis y no podéis mostrar que ellos han surgido en j m
vosotros a partir de tales instantes y que originariamente I u
han sido una sola cosa e inseparados, no intentéis persua- c
diros ulteriormente a vosotros y a mí, pues las cosas no s
son así, vuestra alma no ha concebido: se trata tan sólo g
de presuntos hijos, producto de otras almas, que voso- q
tros habéis adoptado con el secreto sentimiento de vues- d
tra propia debilidad. Yo califico ante vosotros de impíos t
y alejados de toda vida divina a quienes merodean así pa- l
voneándose de religión. Ahí unos tienen intuiciones del q
mundo y fórmulas, que deben expresarlas, y otros tienen c
SOBRE LA RELIGIÓN 51

del sentimientos y experiencias íntimos, mediante los que


ues ellos documentan dichos sentimientos. Aquéllos entrela-
mía zan sus fórmulas entre sí, y éstos tejen un orden salvífico
tro a partir de sus experiencias, y ahora surge el conflicto
,y acerca de a cuántos conceptos y explicaciones es preciso
mi recurrir y a cuántas emociones y sensaciones, para com-
os. poner a partir de estos elementos una forma religiosa
es- apropiada, que no fuera ni fría ni exaltada. ¡Oh necios y
mo apáticos!, no sabéis que todo eso no son más que proce-
el sos disolventes del sentido religioso, que habría debido
rre realizar vuestra propia reflexión, y, si ahora no sois cons-
er- cientes de haber tenido algo que ella pudiera disolver,
el ¿de dónde habéis sacado entonces esta temática? Voso-
mo- tros tenéis memoria y capacidad de imitación, pero no
era religión alguna. Vosotros no habéis producido las intui-
an ciones, para las que sabéis las fórmulas, sino que éstas
do I son aprendidas de memoria y conservadas como tales, y
del i vuestros sentimientos han sido reproducidos mimética-
on f mente como fisonomías extrañas y, precisamente por
bre j * ello, vienen a ser caricaturas. ¿Y a partir de estos frag-
ria I mentos muertos y corrompidos queréis componer una
ólo I religión? Se puede disolver ciertamente la savia de un
ui- « cuerpo orgánico en sus partes constitutivas más inmedia-
les tas; pero tomad ahora estos elementos disociados, mez-
un í dadlos según todas las proporciones, tratadlos siguiendo
do todos los procedimientos, ¿podréis generar de nuevo, a
, si partir de todo ello, la sangre del corazón? Lo que está
en j muerto ¿podrá moverse de nuevo en un cuerpo vivo y
nte I unirse con él? El arte humano fracasa en el intento de re-
ua- construir los productos de la naturaleza viva a partir de
no sus partes constitutivas disociadas, y así tampoco lo lo-
ólo graréis en lo relativo a la religión por muy perfectamente
so- que la hayáis formado y configurado desde fuera; ella
es- debe surgir del interior. La vida divina es como una plan-
íos ta delicada, cuyas flores ya se fecundan en el interior de
pa- los capullos, y las sagradas intuiciones y sentimientos,
del que vosotros podéis disecar y conservar, son los bellos
nen cálices y corolas que se abren prontamente después de
52 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

aquella operación oculta, pero que también caen pronto, c


de nuevo. Mas siempre vuelven a surgir nuevos ejempla- fo
res desde la plenitud de la vida interior —pues la planta im
divina forma en torno a sí un clima paradisíaco, al que no c
resulta perjudicial ninguna estación del año— y los anti- á
guos tapizan y adornan, agradecidos, el suelo que cubre c
las raíces por las que fueron alimentados y exhalan toda- e
vía un aroma, en una especie de grato recuerdo, hacia el m
tronco que les sirvió de soporte. Con estos capullos y co- c
rolas y cálices os quiero tejer ahora una corona sagrada. in
A la naturaleza externa, que es considerada por tantos p
como el primer y más destacado templo de la Divinidad, n
como el santuario más íntimo de la religión, yo no os con- e
duzco sino como al vestíbulo más externo de la misma. n
Ni el temor a las fuerzas materiales que veis actuantes fu
sobre esta tierra, ni el placer ante las bellezas de la natu- lo
raleza material, debe o puede proporcionarnos la prime- d
ra intuición del mundo y de su espíritu. Ni en los truenos e
del cielo ni en las temibles olas del mar debéis reconocer h
al Ser omnipotente, ni en el esmalte de las flores ni en el P
resplandor del crepúsculo lo delicioso y amable. Es posi- a
ble que ambos, el temor y el goce placentero, hayan pre- to
parado inicialmente para la religión a los hijos más rudos
de la tierra, pero estas sensaciones no constituyen ellas te
mismas la religión. Todos los presentimientos de lo Invi- m
sible llegados por esta vía hasta el hombre, no eran de ca- a
rácter religioso sino filosófico, no eran intuiciones del e
mundo y de su espíritu —pues no son más que miradas d
sobre lo particular, incomprensible e inconmensura- to
ble—, sino una búsqueda e investigación acerca de la v
causa y de la fuerza primordial. Con estos comienzos d
rudos en el ámbito de la religión ha ocurrido como con e
todo lo relativo a la simplicidad originaria de la naturale- p
za. Sólo mientras ésta todavía existe, posee la fuerza de si
conmover así el ánimo; quizá en la cumbre de la perfec- re
ción, en la que, sin embargo, aún no nos encontramos, so
retorna de nuevo, transformada por el arte y el libre al- p
bedrío en una figura superior; pero mediante el proceso ro
SOBRE LA RELIGIÓN 53

o, cultural todo ello se llega a perder afortunadamente, y de


- forma inevitable, pues esos comienzos no harían más que
a impedir dicho proceso. Tal es el camino en que nos en-
o contramos y, por tanto, mediante estos movimientos del
- ánimo no podemos tener acceso a religión alguna. Por
e cierto, la gran meta de todo el ahínco que desplegamos
- en la transformación de la tierra es que se destruya el do-
el minio de las fuerzas naturales sobre el hombre, y que
o- cese todo temor ante ellas; ¿cómo podemos, por tanto,
. intuir el Universo en lo que tratamos de subyugar y en
s parte ya hemos subyugado? Los rayos de Júpiter ya no
d, nos asustan desde que Vulcano nos ha confeccionado un
n- escudo contra ellos. Vesta protege —algo que se ha inge-
a. niado para obtener de Neptuno— contra los golpes más
es furiosos de su tridente, y los hijos de Marte se unen con
u- los de Esculapio para mantenernos seguros contra los
e- dardos de Apolo de efectos rápidamente mortíferos. De
os este modo, tales dioses, en la medida en que el temor los
er había ideado, se destruyen el uno al otro, y, desde que
el Prometeo nos ha enseñado a sobornar bien a éste bien a
i- aquél, el hombre se eleva, sonriéndose con ademán vic-
e- torioso, por encima de esta guerra general.
os Amar el espíritu del mundo y contemplar gozosamen-
as te su actividad, tal es la meta de nuestra religión, y el
i- miedo no se encuentra en el amor. Lo mismo ocurre con
a- aquellas bellezas del globo terrestre que el hombre en su
el etapa infantil rodea con tan íntimo amor. ¿Qué es aquel
as delicado juego de colores que deleita nuestros ojos en
a- todos los fenómenos del firmamento y que mantiene
la vuestra mirada fija con tanta complacencia en los pro-
os ductos más deliciosos de la naturaleza vegetal? ¿Qué es
n eso no ante vuestros ojos, sino en y para el Universo?,
e- pues debéis haceros tales planteamientos si queréis que
de signifique algo para vuestra religión. Es algo que desapa-
c- rece como una apariencia fortuita, tan pronto como vo-
s, sotros pensáis en la materia dispersa por doquier, cuyos
l- procesos acompaña. Considerad que, en un sótano oscu-
o ro, vosotros podéis despojar a las plantas de todas estas
54 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

bellezas sin destruir su naturaleza; considerad que este


brillo primoroso, en cuyo nimbo convive toda vuestra
alma, no consiste sino en que los mismos torrentes de luz
sólo se refracten de otra manera en un mar mayor de los
vapores terrestres, en que los mismos rayos del mediodía
cuyo deslumbramiento vosotros no soportáis, se presen-
ten ya a los que habitan en Oriente como el crepúsculo
centelleante —y esto lo debéis tomar en consideración si
queréis tener una visión de conjunto de estas cosas—;
constataréis entonces que estos fenómenos, por fuerte-
mente que os conmuevan, no son apropiados, a pesar de
todo, para servir como intuiciones del mundo. Quizá
ocurra algún día que nosotros, en un nivel más elevado,
encontremos difundido y predominante en todo el espa-
cio cósmico aquello que aquí sobre la tierra debemos so-
meter a nuestro arbitrio, y entonces un sagrado estreme-
cimiento nos invadirá ante la unidad y la omnipresencia
que se manifiestan también en la fuerza corpórea; quizá
ocurra que descubramos un día con sorpresa, también en
esta apariencia, el mismo espíritu que anima el Todo;
pero se tratará de algo distinto y más elevado que este
temor y este amor, y ahora los héroes de la razón entre c
vosotros no necesitan burlarse de que se les quiera con-
ducir a la religión mediante el sometimiento a la materia
muerta y mediante una poesía vacía, y las almas sensibles d
no deben creer que sea tan fácil alcanzar esta meta. Cier- l
tamente, en la naturaleza material hay algo que intuir y
más esencial que esto. La infinitud de la misma, las c
masas enormes, esparcidas por aquel espacio inabarca- b
ble con la vista, recorriendo órbitas inconmensurables, t
deja postrado al hombre en un estado de profundo respe- p
to ante el pensamiento y el espectáculo del mundo. Sólo f
procurad, os lo ruego, que lo que vosotros sentís a este b
respecto no me lo reputéis como religión. El espacio y la p
masa no constituyen el mundo y no son la materia de la m
religión; buscar ahí la infinitud constituye una forma de u
pensar infantil. Cuando no se había descubierto aún la p
mitad de aquellos mundos, incluso cuando todavía no se m
SOBRE LA RELIGIÓN 55

este sabía que los puntos luminosos eran cuerpos cósmicos, el


stra Universo, no obstante, no había de ser considerado
luz menos grandioso que ahora, y no había más excusas para
los los que menospreciaban la religión que ahora. ¿No es, a
odía este respecto, el cuerpo más limitado tan infinito como
sen- todos aquellos mundos? La incapacidad de vuestros sen-
culo tidos no puede constituir el orgullo de vuestro espíritu,
n si ¿y qué relevancia atribuye el espíritu a los números y
s—; magnitudes, dado que él puede compendiar toda su infi-
rte- nitud en pequeñas fórmulas y realizar cálculos con ellos
r de como si se tratara de lo más insignificante? Lo que de
uizá hecho suscita el sentido religioso, en el mundo externo,
ado, no son sus masas sino sus leyes. Elevaos hasta la visión de
spa- cómo éstas lo abarcan todo, lo mayor y lo menor, los sis-
so- temas cósmicos y las motas de polvo que divagan, inesta-
me- bles, en el aire, de un lado para otro, y decid entonces si
ncia no intuís la unidad divina y la eterna inmutabilidad del
uizá mundo. Lo primero que el ojo común percibe de estas
n en leyes, el orden con que se repiten todos los movimientos
odo; en el cielo y sobre la tierra, la órbita determinada de los
este astros y el uniforme ir y venir de todas las fuerzas orgáni-
ntre cas, la constancia certera del dinamismo de la naturaleza
con- plástica, es en esta intuición del Universo precisamente
eria lo menos relevante. Si de una gran obra de arte no consi-
bles deráis más que un fragmento particular y si, a su vez, en
Cier- las partes concretas de este fragmento percibís contornos
ntuir y proporciones totalmente bellos de por sí, que están
las contenidos en este fragmento y cuyas reglas cabe descu-
rca- brir enteramente a partir del mismo, ¿no os parecerá en-
bles, tonces el fragmento más bien una obra de por sí que una
spe- parte de una obra?, ¿no consideraréis que al todo, si
Sólo fuera ejecutado completamente según este estilo le ha-
este bría así de faltar empuje y audacia y todo lo que permite
y la presumir un gran espíritu? Allí donde tenéis que presu-
de la mir una unidad superior, un encadenamiento propio de
a de un gran pensamiento, debe haber necesariamente en lo
n la particular, junto a la tendencia general al orden y a la ar-
o se monía, conexiones que no pueden ser comprendidas to-
56 FRIEDR1CH D. E. SCHLE1ERMACHER

talmente a partir de él mismo. También el mundo es una


obra, de la que sólo abarcáis con la vista una parte y si
ésta estuviera completamente ordenada y acabada en sí
misma, no os podríais formar del todo ningún concepto
elevado. Veis que aquello que debería servir a menudo
para rechazar la religión, más bien posee para ella un
mayor valor, en la visión del mundo, que el orden que
descubrimos en primer lugar y que puede ser percibido a
partir de una parte más pequeña. En la religión de los an-
tiguos sólo divinidades menores, vírgenes que ejercían
como sirvientas, realizaban la vigilancia sobre lo que se
repetía uniformemente, cuyo orden ya había sido descu-
bierto; pero las irregularidades, que resultaban incom-
prensibles, la revolución para la que no había ley alguna,
constituían precisamente la obra del padre de los dioses.
Las perturbaciones en el curso de los astros sugieren una
unidad superior, una conexión más atrevida que la que
nosotros ya percibimos a partir de la regularidad de sus
órbitas, y las anomalías, los juegos ociosos de la natura-
leza plástica, nos constriñen a ver que ella trata sus for-
mas más determinadas con una arbitrariedad, por decirlo
así con una fantasía, cuya regulación sólo podríamos des-
cubrir desde un punto de vista superior. ¡Qué alejados
estamos todavía del que sería el punto de vista supremo y
qué imperfecta nos resulta, por tanto, esta intuición del
mundo! Considerad la ley, de acuerdo con la cual por do-
quier en el mundo, en la medida en que lo abarcáis con la
vista, se comporta lo viviente respecto a lo que, en rela-
ción con él, ha de ser tenido como muerto; considerad
cómo todo se alimenta de, e incorpora violentamente en
su vida, la materia muerta, cómo tropezamos por do-
quier con las provisiones almacenadas para todo lo vi-
viente, que no son algo muerto, sino que, siendo ellas
mismas algo viviente, se reproducen de nuevo por do-
quier; considerad cómo a pesar de toda multiplicidad de
las formas de vida y de la masa ingente de materias, que
cada una consume de una forma alternativa, tiene, sin
embargo, lo suficiente para recorrer el círculo de su exis-
SOBRE LA RELIGIÓN 57

una tencia, y sólo está sometida a un destino interno y no a


y si una carencia externa; ¡qué plenitud infinita se revela
en sí ahí!, ¡qué riqueza desbordante! Cómo nos sentiremos
epto conmovidos por la impresión causada por la previsión
nudo maternal y por la confianza infantil de llevar una vida
a un dulce, exenta de cuidados, en el mundo pleno y rico.
que Mirad los lirios del campo: no siembran, no cosechan y,
do a sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta; no os
s an- preocupéis por tanto 6 . Pero esta visión dichosa, esta
cían sensibilidad serena, ligera, constituía también lo supre-
e se mo, incluso lo único, que uno de los mayores héroes de la
scu- religión extrajo, para la suya, de la intuición de la natura-
om- leza; ¡hasta qué punto, por tanto, debe haberla concebi-
una, do tan sólo como el vestíbulo de la religión! Ciertamente,
oses. esta naturaleza nos ofrece un botín más abundante a no-
una sotros, a quienes una época más rica nos ha permitido pe-
que netrar más profundamente en su intimidad; en sus fuer-
sus zas químicas, en las leyes eternas, de acuerdo con las que
ura- los cuerpos mismos serán formados y destruidos, intui-
for- mos de la forma más clara y sagrada el Universo. Ved
cirlo cómo la inclinación y la repulsión lo determinan todo y
des- mantienen por doquier una actividad ininterrumpida;
ados ved cómo toda diferenciación y toda oposición sólo tie-
mo y nen un carácter aparente y relativo, y cómo toda indivi-
del dualidad no es más que un nombre vacío; ved cómo todo
do- lo igual tiende a ocultarse y a disociarse en mil configura-
on la ciones distintas y cómo vosotros no encontráis por ningu-
rela- na parte algo simple, sino que todo está ingeniosamente
erad compuesto y entrelazado; tal es el espíritu del mundo
e en que se revela de una forma tan perfecta y visible tanto en
do- lo menor como en lo mayor; se trata de una intuición del
o vi- Universo, que se desarrolla a partir de todo lo existente y
ellas que impresiona al espíritu, y sólo para aquel que la perci-
do- be de hecho por doquier, para aquel que no sólo en todas
d de las mutaciones, sino en toda existencia misma, no descu-
que
sin
exis- 6
Cfr. Mateo 6, 25-34.
(
58 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER f

bre otra cosa que una obra de este espíritu y una manifes-
tación y realización de estas leyes, sólo para ése todo lo
visible es también realmente mundo, mundo formado, c
penetrado por la Divinidad y uno. Aun cuando carecían m
por completo de todos los conocimientos que enaltecen a #

(
nuestro siglo, ya los más antiguos sabios griegos compar-
tían, no obstante, esta visión de la naturaleza como prue- t
ba clara de cómo todo lo que es religión rehusa cualquier
ayuda externa y prescinde fácilmente de ella; y, si esa vi-
sión hubiera pasado de los sabios al pueblo, ¡quién sabe
qué curso grandioso habría tomado su religión! |
Pero ¿qué es el amor y la resistencia?, ¿qué es la indi- 5
vidualidad y la unidad? Estos conceptos, mediante los
que la naturaleza se os convierte, hablando propiamen- ,
te, en intuición del mundo, ¿los poseéis a partir de la na-
turaleza?, ¿no proceden originariamente del interior del e
ánimo y sólo desde allí se aplican a la naturaleza? Por
ello también es propiamente al ánimo a donde dirige su
mirada la religión y de donde toma las intuiciones del
mundo; el Universo se refleja en la vida interior, y sólo y
mediante lo interior resulta comprensible lo exterior.
Pero también el ánimo debe, si ha de producir la religión
y nutrirla, ser intuido en un mundo. Permitidme descu- t
briros un secreto que yace oculto en uno de los documen-
tos más antiguos de la poesía y de la religión 7 . Mientras
que el primer hombre se encontraba sólo consigo y con la
naturaleza, la Divinidad imperaba ciertamente sobre él,
ella le interpelaba de diferentes maneras, pero el hombre
no la comprendía, pues éste no le contestaba; su paraíso
era hermoso y desde un bello cielo descendía hasta él el
brillo de los astros, mas no llegó a poseer el sentido para
el mundo; tampoco se le desarrolló dicho sentido desde
el interior de su alma; pero su espíritu era espoleado por
la nostalgia de un mundo, y de este modo congregó ante
sí la creación animal, mirando si acaso se podría formar
uno a partir de ella. Entonces reconoció la Divinidad que
7
Cfr. Génesis 2.
(
f SOBRE LA RELIGIÓN 59

es- su mundo no es nada mientras que el hombre estuviera


lo solo, le creó la compañera, y sólo en ese momento se hi-
do, cieron sentir en él acentos vivos e ingeniosos, sólo en ese
an momento se abrió el mundo ante sus ojos. En la carne de
na # su carne y en los huesos de sus huesos descubrió la huma-

(
ar- nidad, y en la humanidad, el mundo; a partir de este ins-
e- tante fue capaz de oír la voz de la Divinidad y de respon-
ier derle, y la transgresión más nefanda de sus leyes ya no lo
vi- excluyó nunca, a partir de ahora, del trato con el Ser
be eterno. La historia de todos nosotros está narrada en esta
| sagrada leyenda. Inútilmente está ahí presente todo eso
di- 5 para aquel que se plantea la vida de una forma solitaria,
os pues, para intuir el mundo y para poseer religión, el
n- , hombre debe haber encontrado primero a la humanidad,
na- y él sólo la encuentra en el amor y a través del amor. Por
del ello están ambos tan íntima e inseparablemente unidos:
or el anhelo de la religión es lo que le ayuda en el goce de la
su religión. Todos abrazan de la forma más apasionada a
del aquel en el que el mundo se refleja de un modo más claro
ólo y puro; todos aman con la mayor ternura a aquel en el
or. que creen hallar compendiado todo lo que les falta a ellos
ón mismos para constituir la humanidad. Pasemos, por
u- tanto, a la consideración de la humanidad, ahí encontra-
n- mos materia para la religión.
as Aquí también os encontráis en vuestra patria más
la auténtica y amada; aquí aflora vuestra idea más íntima,
él, veis ante vosotros la meta de todos vuestros esfuerzos y
re de vuestra actividad y sentís a la vez el impulso interno de
so vuestras fuerzas, que os conduce permanentemente
el hacia esa meta. Para vosotros la humanidad misma es
ra propiamente el Universo, y todo lo demás sólo lo incluís
de en éste en la medida en que se relaciona con aquélla o la
or abarca. Tampoco yo quiero conduciros más allá de este
te punto de vista, pero a menudo me ha dolido íntimamente
ar que vosotros, a pesar de todo vuestro amor hacia la hu-
ue manidad y de todo vuestro celo por ella, os encontréis
siempre, no obstante, en una relación conflictiva y dis-
cordante con la misma. Vosotros os molestáis, cada uno

i
60 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

a su manera, en contribuir a su mejoramiento y a su for-


mación, y finalmente dejáis yacer, desmoralizados, lo
que no conduce a ninguna meta. Puedo afirmar que ello
también es debido a vuestra carencia de religión. Que-
réis actuar sobre la humanidad y consideráis a los hom-
bres individualmente. Éstos os desagradan sobremane-
ra, y, entre las mil causas que ello puede tener, ía más
bella indiscutiblemente, y que es propia de los mejores,
consiste en que sois precisamente demasiado morales,
según vuestro estilo. Vosotros tomáis a los hombres indi-
vidualmente y así tenéis también un ideal del individuo,
al que, sin embargo, no corresponden. Todo esto, junta-
mente, constituye un enfoque equivocado, y con la reli-
gión os encontraréis mucho mejor. ¡Sólo es preciso que
intentéis intercambiar los objetos de vuestra actividad y
de vuestra intuición! Actuad sobre los individuos, pero,
en vuestra contemplación elevaos más alto, sobre las alais
de la religión, hacia la humanidad infinita, indivisa; bus-
cadla en cada individuo, considerad la existencia de cada
uno como una revelación de ella a vosotros, y no podrá
quedar rastro alguno de todo lo que ahora os oprime.
Yo, al menos, me precio también de una convicción
moral, también yo sé valorar la excelencia humana, y lo
ordinario, considerado de por sí, puede casi abrumarme
con el sentimiento desagradable del menosprecio; pero e
de todo ello a mí me ofrece la religión una visión cierta- —
mente elevada y grandiosa. Imaginaos el genio de la hu- p
manidad como el artista más consumado y universal. Él l
no puede hacer nada que no tenga una existencia pecu- t
liar. Incluso allí donde no parece hacer más que probar z
los colores y afinar el pincel, surgen rasgos vivos y signifi- b
cativos. De este modo concibe en sí innumerables figuras c
y les da forma. Millones de ellas llevan la indumentaria n
de la época y son imágenes fieles de sus necesidades y de c
su gusto; en otras se muestran recuerdos de tiempos pre- s
téritos o presentimientos de un futuro lejano; algunas
son la muestra más elevada y lograda de lo más bello y
divino. Otras son productos grotescos del capricho más
SOBRE LA RELIGIÓN 61

for- original y fugaz de un virtuoso. Es una concepción irreli-


, lo giosa pensar que él modela vasijas de honor y vasijas de
ello deshonor 8 ; no consideréis nada separadamente, sino de-
ue- leitaos con cada cosa en el lugar en que se encuentre.
om- Todo lo que puede ser percibido a la vez y se encuentra,
ne- por así decirlo, sobre una sola lámina, pertenece a un
más gran cuadro histórico, que representa un momento del
res, Universo. ¿Queréis despreciar lo que enaltece a los gru-
les, pos principales y da al todo vida y plenitud? ¿No deben
ndi- las figuras celestes individuales ser ensalzadas por el
duo, hecho de que otras mil se dobleguen ante ellas y de que
nta- se vea cómo todo mira hacia ellas y se refiere a ellas? De
eli- hecho hay en esta representación algo más que una metá-
que fora trivial. La humanidad eterna está infatigablemente
ad y ocupada en crearse a sí misma y en expresarse de las for-
ero, mas más variadas en la manifestación efímera de la vida
alais finita. ¿En qué consistiría, por cierto, la repetición uni-
bus- forme de un ideal supremo, donde en realidad los hom-
ada bres, haciendo abstración del tiempo y de las circunstan-
drá cias, son propiamente una misma cosa, la misma
me. fórmula, sólo unida según otros coeficientes, qué sería
ción dicha repetición en lo relativo a esta diversidad infinita
y lo de las manifestaciones humanas? Tomad el elemento de
rme la humanidad que queráis: hallaréis a cada uno de ellos
ero en todos los estados posibles, casi desde su estado puro
rta- —pues la pureza total no se encuentra en ninguna
hu- parte—, en todo tipo de mezcla con cualquier otro, hasta
. Él llegar casi a la saturación más íntima con todos los restan-
ecu- tes —pues también ésta representa un extremo inalcan-
bar zable—, y preparad la mezcla de cualquier modo posi-
nifi- ble, ensayando todas las variedades y cualquier rara
uras combinación. Y, si todavía os podéis imaginar conexio-
aria nes que no veis realizadas, en dicho caso esta laguna
y de constituiría también una revelación negativa del Univer-
pre- so, una indicación de que en la temperatura actual del
nas
lo y
más
Romanos 9, 21; 2 Timoteo 2, 20-21.
*
62 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER -í

mundo esta mezcla no es posible en el grado requerido, y


de que vuestra fantasía sobre este punto constituye una
perspectiva que va más allá de los límites actuales de la
humanidad, una verdadera inspiración divina, una pro-
fecía involuntaria e inconsciente acerca de lo que aconte-
cerá en el futuro. Pero, así como esto, que parece echar-
se en falta en lo relativo a la exigida diversidad infinita,
no ha de considerarse realmente como una. deficiencia,
tampoco se ha de considerar como excesivo lo que así os
parece a vosotros, desde vuestro punto de vista. Aquella
superabundancia, tan a menudo lamentada, de las for-
mas más comunes de la humanidad, que retornan siem-
pre inmutables bajo mil ejemplares, la religión la declara
una apariencia vacía. El entendimiento eterno postula, y
también el finito puede comprender, que aquellas figuras
en las que lo particular resulta más difícil de diferenciar
deben estar ensambladas entre sí de la forma más com-
pacta; pero cada una tiene algo de peculiar: nadie es
igual a otro, y en la vida de cada uno hay algún momento,
como la apariencia plateada de metales menos nobles,
donde él, sea mediante la aproximación íntima de un ser
superior o mediante cualquier descarga eléctrica, es
transportado, por así decirlo, fuera de sí y es conducido a
la cima más elevada de lo que él puede ser. Él fue creado
con vistas a este instante, en éste alcanzó su destino, y
después del mismo decae de nuevo la agotada fuerza vi-
tal. Constituye un goce peculiar ayudar a almas sencillas
a alcanzar este momento o contemplarlas en él; pero
toda su existencia debe sin duda parecerle superflua y
despreciable a quien no ha llegado a realizar esta expe-
riencia. De este modo la existencia de cada uno posee un
doble sentido en relación con el todo. Si inhibo mental-
mente el curso de aquel engranaje incesante, a través del
que todo lo humano se entrelaza mutuamente y se hace
dependiente entre sí, entonces todo individuo es, según
su esencia íntima, una pieza complementaria necesaria
para la intuición plena de la humanidad. El uno me
muestra cómo cada partícula arrancada de la misma, sólo
*
-í SOBRE LA RELIGIÓN 63

do, y con que el impulso formativo interno, que anima el todo,


una pueda seguir actuando ahí tranquilamente, toma figura
de la en formas delicadas y regulares; el otro, cómo por falta
pro- de calor vivificador y unificador no puede ser sometida la
onte- dureza de la materia terrena, o bien cómo, en una atmós-
char- fera agitada demasiado violentamente, el espíritu más
inita, concentrado es perturbado en su actividad y todo se vuel-
ncia, ve insignificante e indiscernible; el uno aparece como la
así os parte ruda y animal de la humanidad, movido solamente,
uella por cierto, por los primeros impulsos torpes de la condi-
for- ción humana; el otro, como el espíritu deflegmatizado
siem- más puro que, separado de todo lo más bajo e indigno,
clara sólo con pie ligero planea sobre la tierra, y todos se en-
ula, y cuentran allí para mostrar mediante su existencia cómo
guras estas diferentes partes de la naturaleza humana actúan
nciar separadas y en detalle. ¿No se ha de considerar suficiente
com- que entre esta masa innumerable haya siempre, no obs-
ie es tante, algunos que en cuanto representantes excelentes y
ento, superiores de la humanidad, el uno haga sonar éste, y el
bles, otro aquel acorde melódico que no necesitan de ningún
n ser acompañamiento extraño y de ninguna disolución poste-
a, es rior, sino que mediante su armonía interna fascinan y
cido a colman el alma entera con el mismo sonido? Si observo,
eado por el contrario, las ruedas eternas de la humanidad en
no, y su movimiento, este engranaje inabarcable en el que
za vi- nada móvil se mueve totalmente por sí mismo y ningún
cillas motor se mueve sólo a sí, debe tranquilizarme poderosa-
pero mente en lo que atañe a vuestra queja de que la razón y el
lua y alma, la sensibilidad y la moralidad, el entendimiento y
expe- la fuerza ciega aparezcan en masas tan separadas. ¿Por
ee un qué consideráis aisladamente todo lo que, no obstante,
ental- no actúa aisladamente y para sí? Pues la razón de los
és del unos y el alma de los otros se interrelacionan de una
hace forma tan íntima, como sólo podría ocurrir en un mismo
según sujeto. La moralidad, que corresponde a aquella sensibili-
esaria dad, está situada fuera de la misma: ¿resulta por ello su
o me dominio más limitado y creéis que ésta estaría mejor en-
, sólo cauzada si aquélla fuera impartida a cada individuo en
64 FR1EDR1CH D. E. SCHLEIERMACHER

pequeñas dosis, apenas perceptibles? La fuerza ciega


que se le ha concedido a la gran masa no ha sido abando-
nada, en sus efectos sobre el todo, a sí misma y a un tosco
azar, sino que a menudo, sin saberlo, la dirige aquel en-
tendimiento que en otros puntos vosotros veis concentra-
do en tan grandes proporciones y ella lo sigue, asimismo
inconscientemente, a través de vínculos invisibles. De
este modo se me desvanecen, desde mi punto de vista,
los contornos de la personalidad que os parecen tan pre-
cisos; el círculo mágico de las opiniones imperantes y de
los sentimientos epidémicos envuelve y juega con todo,
como una atmósfera saturada de fuerzas disolventes y
magnéticas; ella funde y une todo y, mediante la difusión
más viva, pone en una conexión activa incluso lo más ale-
jado y las emanaciones de aquellos en los que la luz y la
verdad habitan de una forma autónoma, las transporta
diligentemente, de forma que ellas penetran en algunos y
a otros les iluminan la superficie de una forma deslum-
brante y llamativa. Ésta es la armonía del Universo, la
admirable y gran unidad en su eterna obra de arte; pero
vosotros ultrajáis esta magnificencia con vuestras exigen-
cias concernientes a una lamentable particularización,
porque, deteniéndoos en el primer vestíbulo de la moral
e, incluso en lo relativo a ésta, centrándoos todavía en las
nociones elementales, desdeñáis la religión superior.
Vuestra indigencia ha quedado bastante patente; ¡sólo
cabe desear que la reconozcáis y le halléis remedio!
Mirad si, entre todos los acontecimientos en los que se
refleja este orden celestial, no se os manifiesta uno como
un signo divino. Mostraos receptivos a un antiguo con-
cepto rechazado y buscad entre todos los hombres san-
tos, en los que la humanidad se revela inmediatamente, a
uno que pudiera ser el mediador entre vuestra estrecha
forma de pensar y los límites eternos del mundo; y cuan-
do lo hayáis encontrado recorred toda la humanidad y
dejad que todo lo que hasta ahora os pareció ser diferen-
te sea iluminado por el reflejo de esta nueva luz. De estas
peregrinaciones a través de todo el dominio de lo huma-
SOBRE LA RELIGIÓN 65

ga no, la religión retorna al propio yo con el sentido más afi-


o- nado y con el juicio más formado, y encuentra finalmen-
co te en sí misma todo lo que fue recopilado a partir de las
n- regiones más alejadas. Si habéis llegado hasta este
ra- punto, halláis en vosotros mismos no sólo los rasgos fun-
mo damentales relativos a lo más bello y a lo más bajo, a lo
De más noble y a lo más despreciable, que vosotros habéis
ta, percibido en otros como aspectos particulares de la hu-
re- manidad. En vosotros no sólo descubrís, en diferentes
de épocas, toda la diversidad de grados de las fuerzas huma-
do, nas, sino todas las innumerables mezclas de las diferen-
sy tes aptitudes que habéis observado en los caracteres de
ón otros individuos, que se os presentan tan sólo como mo-
le- mentos detenidos de vuestra propia vida. Hubo momen-
la tos en los que vosotros pensasteis así, sentisteis así,
rta obrasteis así, en los que vosotros realmente erais este o
sy aquel hombre, a pesar de todas las diferencias de sexo,
m- de cultura y del entorno externo. Vosotros habéis reco-
la rrido realmente todas estas diferentes figuras según vues-
ero tro propio orden; vosotros mismos sois un compendio de
en- la humanidad, vuestra personalidad abarca en un cierto
ón, sentido toda la naturaleza humana, y ésta no es en todas
ral sus manifestaciones otra cosa que vuestro propio yo,
las multiplicado, más claramente ensalzado e inmortalizado
or. en todas sus mutaciones. Aquel en quien la religión se ha
ólo replegado así de nuevo hacia dentro y también ha encon-
io! trado allí lo Infinito, en ese tal la religión ha alcanzado su
se perfección a este respecto, él ya no necesita de ningún
mo mediador para ninguna intuición de la humanidad y
on- puede serlo él mismo para muchos.
an- Pero no sólo debéis contemplar la humanidad en su
e, a ser, sino asimismo en su devenir; también ella posee una
cha trayectoria más amplia que recorre no retornando sino
an- avanzando progresivamente, también ella mediante sus
dy mutaciones internas es formada ulteriormente en lo rela-
en- tivo a lo superior y lo perfecto. Estos progresos la reli-
tas gión no quiere, pongamos por caso, acelerarlos o dirigir-
ma- los; se contenta con que lo finito sólo pueda actuar sobre
66 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

lo finito; sólo pretende observarlos y percibirlos como


una de las mayores acciones del Universo. Conectar
entre sí los diferentes momentos de la humanidad y con-
jeturar, mediante su sucesión, el espíritu al que es condu-
cido el todo: he ahí su contenido supremo. La historia en
el sentido más propio de la palabra constituye el objeto
supremo de la religión, con ella se inicia y con ella con-
cluye —pues la profecía es a sus ojos también historia, y
ambas instancias no se han de diferenciar entre sí—, y
toda verdadera historia ha tenido primeramente, por do-
quier, una finalidad religiosa y ha partido de ideas reli-
giosas. De este modo, también se encuentran en este ám-
bito las supremas y más sublimes intuiciones de la
religión. Aquí veis que la migración de los espíritus y de
las almas, que en otro caso sólo parece una delicada
construcción poética, se presenta en más de un sentido
como una admirable organización del Universo para
comparar los diferentes períodos de la humanidad de
acuerdo con una medida segura. Ora retorna de nuevo
después de un largo intervalo, en el que la naturaleza no
pudo producir nada semejante, algún individuo excelen-
te, exactamente el mismo; pero sólo los videntes lo reco-
nocen y sólo ellos han de juzgar las manifestaciones de
las diferentes épocas, a partir de los efectos que él pro-
duce ahora. Ora retorna un momento particular de la
humanidad completamente tal como un lejano pasado os
ha legado su imagen, y vosotros debéis reconocer a partir
de las diferentes causas, mediante las que ha sido genera-
do ahora, el curso del Universo y la formulación de su
ley. Ora despierta de su sueño el genio de alguna aptitud
humana particular, que ascendiendo y descendiendo
aquí y allá ya había consumado su curso, y aparece en
otro lugar y bajo otras circunstancias viviendo una vida
nueva, y su desarrollo más rápido, su acción más profun-
da, su figura más bella, más vigorosa, debe poner de ma-
nifiesto en qué gran medida ha mejorado el clima de la
humanidad y el suelo se ha vuelto más idóneo para ali-
mentar a plantas nobles. Aquí pueblos y generaciones de
SOBRE LA RELIGIÓN 67

mo los mortales se os presentan de la misma manera que se


tar nos presentaban en nuestro punto de vista anterior los
on- hombres tomados individualmente. Algunos, venerables
du- e ingeniosos, prosiguen tenazmente su acción hasta lo in-
en finito sin tomar en consideración el espacio ni el tiempo.
eto Ordinarios e irrelevantes otros, sólo están destinados
on- propiamente a matizar una forma particular de vida o de
,y unión, viviendo realmente y de una forma memorable
,y sólo un momento, únicamente para exponer un pensa-
do- miento, para formar un concepto, y, después, corriendo
eli- hacia la destrucción para que este resultado de su más
m- bello esplendor pueda ser infundido a otro. Así como la
la naturaleza vegetal, a causa de la desaparición de especies
de enteras y partiendo de las ruinas de generaciones enteras
da de plantas, produce y alimenta otras nuevas, así también
do veis que aquí la naturaleza espiritual produce, a partir de
ara las ruinas de un mundo humano grandioso y bello, otro
de mundo nuevo que succiona su primera fuerza vital de los
vo elementos descompuestos, y admirablemente transfor-
no mados, del primero. Si aquí, en la contemplación de una
en- conexión general, vuestra mirada es conducida tan a me-
co- nudo desde lo menor hasta lo mayor y, de nuevo, desde
de éste hasta aquél y se mueve entre ambos mediante oscila-
ro- ciones vivientes, hasta que, víctima del vértigo, no puede
la distinguir ulteriormente ni lo grande ni lo pequeño, ni la
os causa ni el efecto, ni la conservación ni la destrucción,
rtir entonces se os manifiesta la figura de un destino eterno,
ra- cuyas características llevan toda la impronta de este esta-
su do, una mezcla admirable de rígida obstinación y de pro-
tud funda sabiduría, de violencia ruda, desalmada, y de
ndo amor íntimo, de los que os impresiona, de una forma al-
en ternativa, ora lo uno, ora lo otro, y os invita bien a una
ida obstinación impotente, bien a una entrega infantil. Si
un- comparáis la tensión particular del individuo, surgida de
ma- estos puntos de vista opuestos, con el curso apacible y
e la uniforme del Todo, veréis cómo el excelso espíritu del
ali- mundo planea risueño sobre todo lo existente, que se le
de resiste ruidosamente; veréis cómo, siguiendo sus pasos,
68 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

la augusta Némesis recorre incansablemente la tierra, t


cómo ella reparte castigos y penas a los engreídos, que se c
oponen a los dioses, y cómo ella con mano de hierro de- e
capita también al más valiente y al más excelente, que, c
quizá con firmeza encomiable y digna de admiración, no t
ha querido doblegarse ante el suave aliento del gran espí- m
ritu. Por último, si queréis aprehender el carácter propio s
de todos los cambios y de todos los progresos de la huma- m
nidad, la religión os muestra cómo los dioses vivientes no e
odian nada a no ser la muerte, cómo nada debe ser perse- m
guido y desechado a no ser ella, la primera y la última d
enemiga de la humanidad. Lo rudo, lo bárbaro, lo infor- h
me debe ser devorado y transmutado en una formación h
orgánica. Nada debe ser masa muerta movida solamente r
por el impulso muerto y que sólo ofrece resistencia me- v
diante una fricción inconsciente: todo debe ser vida pro- e
pia, compuesta, entrelazada y enaltecida de múltiples i
maneras. El instinto ciego, la habituación acrítica, la a
obediencia muerta, todo lo negligente y pasivo, todos p
estos tristes síntomas de asfixia de la libertad y de la hu- m
manidad deben ser destruidos. En este sentido se orienta r
el cometido del momento presente y de los siglos, tal es d
la gran obra redentora, siempre proseguida, del eterno s
amor. s
Sólo con ligeros trazos he esbozado algunas de las in- s
tuiciones más relevantes de la religión en el ámbito de la u
naturaleza y de la humanidad; pero aquí os he conducido d
hasta el límite extremo de vuestro campo visual. Aquí r
concluye la religión para quienes la humanidad y el Uni- c
verso son realidades equivalentes: desde aquí yo sólo po- p
dría conduciros a los aspectos particulares y menos rele- c
vantes. Mas no creáis que esto constituye al mismo a
tiempo el límite de la religión. Más bien se ha de decir t
que ella no puede detenerse propiamente aquí y que sólo v
desde el otro lado de este punto se abre verdaderamente q
la perspectiva de lo Infinito. Si la humanidad misma es b
algo móvil y plástico, si ella no sólo se presenta de formas e
diversas en sus configuraciones particulares, sino que p
SOBRE LA RELIGIÓN 69

a, también aquí y allá se vuelve diferente, ¿no caéis en la


se cuenta de que entonces resulta imposible que pueda ser
e- ella misma el Universo? Más bien la humanidad se rela-
e, ciona con él de una forma análoga a como los hombres
o tomados individualmente se relacionan con ella; la hu-
í- manidad no es más que una forma particular del Univer-
o so, manifestación de una única modificación de sus ele-
a- mentos; debe haber otras formas análogas por las que
no ella es delimitada y a las que, por tanto, se opone. La hu-
e- manidad es tan sólo un miembro intermedio entre el in-
ma dividuo y el Uno, un lugar de descanso en el camino
r- hacia lo Infinito, y sería preciso encontrar todavía en el
ón hombre un carácter superior a su humanidad para refe-
te rirlo inmediatamente, a él y a su manifestación, al Uni-
e- verso. Toda religión tiende a este presentimiento de algo
o- existente fuera y por encima de la humanidad para ser
es impresionada por lo que hay de común y superior en
la ambas; pero esto constituye también el punto donde sus
os perfiles se diluyen ante la mirada común, donde ella
u- misma se distancia cada vez más de los objetos particula-
ta res con referencia a los que ella pudo fijar su camino, y
es donde la aspiración hacia lo supremo en ella es más con-
no siderada como insensatez. Baste también con esta alu-
sión a lo que se encuentra tan infinitamente lejos de vo-
n- sotros; cualquier ulterior palabra sobre ello constituiría
la un discurso incomprensible, del que no sabríais ni de
do dónde viene ni hacia dónde va. ¡Si tuvierais al menos la
uí religión, que podríais tener, y si fuerais al menos cons-
ni- cientes de aquella que vosotros ya tenéis realmente!,
o- pues de hecho, aun cuando sólo tomarais en considera-
e- ción las pocas intuiciones religiosas que he esbozado
mo ahora a grandes rasgos, caeríais en la cuenta de que dis-
cir tan mucho de seros todas extrañas. Más bien algo relati-
lo vo a ellas ha penetrado en vuestro ánimo, pero yo no sé
nte qué desgracia es mayor, si carecer totalmente de ellas o
es bien no comprenderlas, pues también de este modo su
mas efecto en el ánimo se malogra totalmente, y a este res-
ue pecto también os habéis engañado a vosotros mismos. La
70 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

sanción que recae sobre todo lo que quiere oponerse al


espíritu del Todo, el odio, activo por doquier, contra
todo lo insolente y desvergonzado, el constante progreso
de todas las cosas humanas hacia una meta, un progreso
que es tan seguro que nosotros, después de muchos in-
tentos fallidos, vemos no obstante coronar finalmente
con el éxito a cada pensamiento y esbozo particulares,
que aproximan el Todo a esta meta: he aquí intuiciones
que saltan de tal manera a la vista, que ellas pueden ser
consideradas más como una inducción a, que como un re-
sultado de, la contemplación del mundo. Muchos de vo-
sotros tenéis asimismo conciencia de ellas, algunos las
denominan también religión, pero quieren que la reli-
gión consista exclusivamente en esto; y mediante esta
forma de proceder quieren excluir todo lo demás, lo
cual, no obstante, proviene de la misma forma de actuar
del ánimo y se deriva de ella totalmente del mismo
modo. ¿Cómo han llegado, pues, a estos fragmentos in-
conexos? Os lo quiero decir: ellos no consideran esto en
absoluto como religión, a la que desprecian igualmente,
sino como moral, y quieren tan sólo sustituir el nombre
para asentar el último golpe a la religión misma —a
saber, a lo que consideran tal—. Si no quieren admitir
esto, preguntadles entonces por qué con la más extraña
unilateralidad sólo encuentran todo esto en el ámbito de
la moralidad. La religión no sabe nada de una tal prefe-
rencia partidista; el mundo moral tampoco es para ella el
Universo, y lo que sólo fuera válido para este mundo
moral no constituiría para ella ninguna intuición del Uni-
verso. En todo el ámbito de la actividad humana, tanto
en el juego como en lo serio, en lo menor así como en lo
mayor, ella sabe descubrir y perseguir las acciones del es-
píritu del mundo; lo que ella ha de percibir es preciso que
pueda percibirlo por doquier, pues sólo de esta forma se
convierte en suyo, y de este modo también descubre una
Némesis divina precisamente en el hecho de que aquellos
que, dado que en ellos mismos sólo domina lo moral o lo
jurídico, hacen de la religión un mero apéndice sin im-
SOBRE LA RELIGIÓN 71

al portancia de la moral, y sólo quieren tomar de ella lo que


tra se puede adecuar a dicho fin; en el hecho de que precisa-
eso mente de este modo corrompen de una forma irrepara-
eso ble su moral por muy depurada que también ya pueda
in- hallarse en sí y esparcen el germen de nuevos errores.
nte Suena muy bien declarar: si se sucumbe en la acción
es, moral, ello es voluntad del Ser eterno y lo que nosotros
nes hemos omitido se realizará en otra oportunidad; pero
ser tampoco este elevado consuelo es válido en lo relativo a
re- la moralidad; ninguna gota de religión puede mezclarse
vo- con ésta sin, por así decirlo, flogistizarla y despojarla de
las su pureza.
eli- Esta ignorancia completa acerca de la religión se reve-
sta la de la forma más clara en los sentimientos relativos a la
lo misma, que todavía están de lo más difundidos entre vo-
uar sotros. Por muy íntimamente que éstos se encuentren
mo unidos con aquellas intuiciones, por muy necesariamente
in- que también broten de ellas y sólo puedan ser explicados
en a partir de ellas, son no obstante malinterpretados por
nte, completo. Cuando el espíritu del mundo se nos ha reve-
bre lado majestuosamente, cuando hemos espiado su activi-
—a dad, que discurre según leyes tan magníficas y tan gran-
itir diosamente concebidas, ¿qué cosa es más natural que
aña estar penetrados por una íntima veneración ante lo Eter-
de no y lo Invisible? Y cuando hemos intuido el Universo y
fe- desde allí volvemos la mirada a nuestro yo que, compa-
a el rándolo con él, desaparece en lo infinitamente pequeño,
ndo ¿qué actitud más indicada puede haber para el mortal
ni- que la de una humildad verdadera y sincera? Cuando en
nto la intuición del mundo percibimos también a nuestros
n lo hermanos y vemos claramente cómo cada uno de ellos,
es- sin distinción, es, desde este punto de vista, precisamen-
que te lo mismo que somos nosotros, una manifestación pe-
se
una
los 9
La teoría del flogisto fue concebida en el siglo XVIII por el médico y
o lo químico alemán Stahl, con vistas a explicar el fenómeno de la combus-
im- tión. Lavoisier fue el primero en rechazarla.
72 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

culiar de la humanidad, y cómo la existencia de cada uno


de ellos nos es imprescindible para intuir a la humanidad,
¿qué cosa es más natural que abrazarlos a todos con ínti-
mo amor y afecto, sin tener en cuenta la diferencia
misma de las convicciones y de la fuerza de espíritu? Y si,
de su conexión con el Todo, volvemos la mirada a su in-
flujo sobre nuestras peripecias personales, y si entonces
se presentan ante nuestros ojos aquellos que han cedido
en su intento de ensanchar y aislar su propio ser caduco,
para mantener el nuestro, ¿cómo no habremos de sentir
un parentesco particular con aquellos cuyas acciones
hayan defendido alguna vez nuestra existencia y nos
hayan conducido felizmente a través de sus peligros?
¿Cómo no hemos de abrigar el sentimiento agradecido,
que nos impulsa a honrarlos como quienes se han unido
con el Todo y son conscientes de vivir en él? Si, por el
contrario, consideramos el modo de proceder habitual
de los hombres, que no saben nada acerca de esta depen-
dencia, si consideramos cómo ellos echan mano de esto y
aquello, y lo retienen para atrincherar su yo y circundar-
lo con múltiples obras externas, para poder llevar una
existencia independiente, según el propio arbitrio, y para
que la corriente eterna del mundo no les ocasione ningún
trastorno en ello, y cómo entonces el destino, de una
forma necesaria, hace desvanecerse todo esto y a ellos
mismos los hiere y atormenta de mil maneras, ¿qué hay
entonces más natural que la compasión más cordial ante
todo sufrimiento y dolor que surgen de este combate de-
sigual, y ante todos los conflictos que la temible Némesis
siembra por doquier? Y cuando hemos averiguado qué
es entonces aquello que en el decurso de la humanidad
ha de ser conservado y fomentado por doquier y lo que,
de una forma inevitable, más temprano o más tarde, ha
de ser sometido y destruido, si no se deja transformar y
cambiar, y si volvemos entonces la vista desde esta ley a
nuestra propia actividad en el mundo, ¿qué resulta más
natural que un arrepentimiento contrito de todo aquello
que en nosotros es hostil al genio de la humanidad, que el
SOBRE LA RELIGIÓN 73

uno deseo humilde de reconciliarse con la Divinidad, que el


ad, más ardiente anhelo de convertirse y de ponernos a
nti- salvo, con todo lo que nos pertenece, en aquella zona sa-
cia grada, sólo en la cual existe seguridad contra la muerte y
Y si, la destrucción? Todos estos sentimientos son religión, y
in- asimismo todos los otros, en los que por una parte el Uni-
ces verso y por otra, de alguna manera, vuestro propio yo
ido constituyen los dos polos entre los que oscila el ánimo.
co, Los antiguos lo sabían bien: llamaban piedad a todos
ntir estos sentimientos y los referían inmediatamente a la re-
nes ligión, de la que eran para ellos la parte más noble. Tam-
nos bién vosotros los conocéis, pero cuando os encontráis
os? con algo así os queréis persuadir de que se trata de algo
do, moral, y es en la moral donde queréis situar estas sensa-
ido ciones; pero la moral no las desea ni las tolera. Ella no
r el desea ningún amor ni ningún afecto, sino actividad, que
ual surge completamente desde la interioridad y no es pro-
en- vocada por la consideración de su objeto externo; ella no
oy siente respeto sino ante su ley; ella condena como impu-
ar- ro y egoísta aquello cuyo móvil pueda ser la compasión y
una el agradecimiento; ella humilla, desprecia incluso, la hu-
ara mildad, y, si vosotros habláis de arrepentimiento, ella
gún habla de tiempo perdido, que vosotros incrementáis inú-
una tilmente. También vuestro sentimiento más íntimo debe
los mostrarse de acuerdo con ella en el hecho de que en
hay todas estas sensaciones no se tiene como punto de mira el
nte obrar; ellas existen para sí mismas y concluyen en sí mis-
de- mas como funciones de vuestra vida más íntima y más
esis elevada. Por tanto, ¿por qué os enredáis y solicitáis la
qué gracia para ellas allí donde no está su lugar? Pero, si os
dad avenís a considerar que ellas son religión, no necesitaréis
ue, exigir para las mismas otra cosa que su propio estricto de^
ha recho y no os engañaréis a vosotros mismos con preten-
ry siones infundadas, que estéis inclinados a compartir en
ya su nombre. Ahora bien, trátese de la moral o de cual-
más quier otro ámbito, en el que halléis sentimientos seme-
ello jantes, ellos sólo se encuentran allí como usurpados; de-
e el volvedlos a la religión, sólo a ella pertenece este tesoro, y
74 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

én cuanto propietaria del mismo no está al servicio de la za


moral, ni de todo lo que constituye un objeto de la activi- ta
dad humana, sino que se presenta como amiga impres- co
cindible y como su portavoz y su mediadora más válida ¿E
ante la humanidad. Tal es el nivel en que se sitúa la reli- de
gión y, de una forma especial, lo que hay de autoactivo de
en ella, sus sentimientos. El que sólo ella concede uni- q
versalidad al hombre es algo a lo que ya he aludido una d
vez; ahora puedo explicar esto de una forma más precisa. si
En toda actividad y acción, sea de carácter moral o filo- d
sófico o artístico, el hombre debe aspirar al virtuosismo, to
y todo virtuosismo limita y genera frialdad, unilaterali- re
dad y dureza. Él dirige el espíritu del hombre ante todo a es
un solo punto, y este punto es siempre algo finito. qu
¿Puede de esta manera el hombre, progresando de una de
obra limitada a otra, hacer uso realmente de toda su fuer- el
za infinita?, ¿y no se quedará más bien sin utilizar la lo
mayor parte de ella y se volverá por eso contra él mismo co
y lo devorará? Cuántos de vosotros se van a pique sólo co
porque son demasiado grandes para sí mismos; una supe- la
rabundancia de fuerza e impulsos, que no les permite lle- bi
gar nunca a producir una obra, puesto que ninguna resul- qu
taría adecuada a esa superabundancia, les impulsa de po
una forma inconstante de un lado para otro y es su perdi- U
ción. ¿Queréis acaso remediar de nuevo este mal, de ri
forma que aquel para quien uno de estos tres objetos del gi
esfuerzo humano 10 resulte demasiado grande, haya de ci
unir todos esos tres objetos o, si conocéis más todavía, m
también haya de añadirlos a éstos? Tal sería ciertamente do
vuestro antiguo deseo, siempre recurrente, de disponer qu
de la humanidad por doquier como hecha de una sola qu
pieza —¡más si ello fuera posible!, ¡si aquellos objetos, so
tan pronto como son aprehendidos individualmente por in
la vista, no estimularan el ánimo tan uniformemente y as- pe
piraran a dominarlo!—. Cada uno de ellos quiere reali- ar
ab
10
En la 2.a edición se matiza que estos tres objetos son el arte, la lig
ciencia y la vida. as
SOBRE LA RELIGIÓN 75

a zar obras, cada uno tiene un ideal al que aspira y una to-
- talidad, que él quiere alcanzar, y esta rivalidad no puede
- concluir de otra manera que suplantando uno al otro.
a ¿En qué ha de utilizar, por tanto, el hombre el excedente
- de fuerza que le deja toda aplicación regulada y metódica
o de su impulso formativo? No ha de utilizarlo de forma
- que él pretenda formar de nuevo alguna cosa distinta y
a desarrolle su actividad sobre alguna otra realidad finita,
. sino de forma que, sin ejercer una actividad determina-
- da, se deje impresionar por lo Infinito y que mediante
, todo género de sentimientos religiosos manifieste su
- reacción respecto a esa acción. Sea cual fuere aquel de
a estos tres objetos de vuestra actividad libre y metódica
. que vosotros hayáis escogido, sólo se requiere un poco
a de sentido para encontrar, a partir de cualquiera de ellos,
- el Universo, y en este último descubrís entonces también
a los demás como su prescripción o como su insinuación o
o como su revelación; contemplarlos y considerarlos así en
o conjunto, no como algo separado y determinado en sí, es
- la única manera como os podéis apropiar también, ha-
- biendo elegido ya una dirección del ánimo, de aquello
- que se encuentra fuera de la misma, y esto, de nuevo, no
e por arbitrariedad en cuanto arte, sino por instinto del
- Universo en cuanto religión; y puesto que esos objetos
e rivalizan de nuevo entre sí, igualmente bajo la forma reli-
l giosa, así también la religión aparece con mayor frecuen-
e cia disgregada como poesía natural, filosofía natural o
, moral natural, que en la plenitud de su forma y unificán-
e dolo todo. De este modo, el hombre añade a lo finito, al
r que le impulsa su arbitrio, una infinitud; y a la aspiración
a que tiende a concentrarse en algo determinado y conclu-
, so la oscilación ensanchadora hacia lo indeterminado e
r inagotable; de este modo él le proporciona a su fuerza su-
- perflua una salida infinita y restablece el equilibrio y la
- armonía de su ser, que se pierden irremisiblemente si se
abandona a una dirección particular, sin tener a la vez re-
a ligión. El virtuosismo de un hombre constituye sólo, por
así decirlo, la melodía de su vida, y queda reducida a una
76 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

serie de tonos discontinuos, si no se añade la religión. re


Ésta acompaña a aquella melodía en una variación infini- les
tamente rica de todas las tonalidades, que no se le opo- O
nen por completo, y transforma así el simple canto de la re
vida en una deliciosa armonía polifónica. ció
Si esto que he bosquejado, espero que de una forma to
suficientemente comprensible para todos vosotros, cons- m
tituye propiamente la esencia de la religión, no es difícil co
contestar la pregunta relativa a qué ámbito pertenecen vu
propiamente aquellos dogmas y proposiciones doctrina- de
les que son considerados comúnmente como el conteni- aq
do de la religión. Algunos no son más que expresiones hu
abstractas de intuiciones religiosas; otros son reflexiones sig
libres acerca de la actividad originaria del sentido religio- pr
so, resultado de una comparación de la visión religiosa no
con la común. Tomar el contenido de una reflexión por la qu
esencia de la acción, sobre la que se reflexiona; constitu- co
ye un error tan común que vosotros no os sorprenderéis re
de encontrarlo también aquí. Milagros, inspiraciones, ci
revelaciones, sensaciones sobrenaturales: se puede tener m
mucha religión sin haber tropezado con ninguno de estos de
conceptos; pero quien reflexiona sobre su religión desde m
una óptica comparativa, los encuentra inevitablemente pa
en su camino y es imposible que pueda esquivarlos. lo
Desde este punto de vista, pertenecen desde luego todos m
estos conceptos al ámbito de la religión, y ciertamente de do
una forma incondicionada, sin que se puedan determinar de
lo más mínimo los límites de su aplicación. El discutir lla
qué acontecimiento es propiamente un milagro, y en qué do
consiste propiamente su carácter, cuántas revelaciones de
pueda efectivamente haber, y en qué medida y por qué se pr
deba creer propiamente en ellas, y el empeño manifiesto el
de negar y excluir esta problemática en la medida en que aq
lo permitan los buenos modales y las convenciones, en la rie
necia opinión de rendir con ello un servicio a la filosofía y ¿Q
a la razón, constituye una de las operaciones infantiles de na
los metafísicos y moralistas en lo relativo a la religión; m
entremezclan todos los puntos de vista y convierten a la na
SOBRE LA RELIGIÓN 11

religión en víctima del clamor según el que ella resultaría


lesiva para la totalidad de los juicios científicos y físicos.
Os ruego que no os dejéis confundir, en detrimento de la
religión, por sus disputas sofistas y su hipócrita oculta-
ción de aquello que desearían manifestar demasiado gus-
tosamente. La religión os deja intactos, por clamorosa-
mente que ella reivindique todos aquellos denostados
conceptos, vuestra física y, si Dios lo quiere, también
vuestra psicología. ¿Qué es entonces un milagro?; pues
decidme: ¿en qué lengua —yo no hablo ciertamente de
- aquellas que, como la nuestra, han surgido después del
hundimiento de toda religión— significa otra cosa que un
signo, una insinuación? Y así todos esos términos no ex-
- presan otra cosa que la relación inmediata de un fenóme-
no con lo Infinito, con el Universo; pero ¿excluye esto
que haya una relación asimismo inmediata con lo finito y
- con la naturaleza? El milagro no es más que el nombre
s religioso para designar un acontecimiento; todo aconte-
, cimiento, incluso el más natural, tan pronto como se
r muestra apropiado para que la consideración religiosa
s del mismo pueda ser la dominante, es un milagro. Para
e mí, todo es milagro; y, según vuestra concepción, sólo es
e para mí un milagro, a saber, algo inexplicable y extraño
. lo que no es nada de eso según mi punto de vista. Cuánto
s más religiosos fuerais, tantos más milagros veríais por
e doquier, y toda disputa, en un sentido o en otro, acerca
r de acontecimientos particulares, acerca de si merecen ser
r llamados de este modo, sólo me produce la impresión
é dolorosa de lo pobre y precario que es el sentido religioso
s de los disputantes. Los unos muestran esta condición al
e protestar por doquier contra los milagros, y los otros por
o el hecho de que a ellos les importa especialmente esto y
e aquello, y de que un fenómeno debe presentar una apa-
a riencia maravillosa para que lo consideren un milagro.
y ¿Qué significa revelación?; toda intuición nueva y origi-
e naria del Universo es una revelación y cada cual cierta-
; mente debe saber mejor que nadie lo que es para él origi-
a nario y nuevo, y si algo de lo que era en él originario
78 FRIEDRICHD. E. SCHLEIERMACHER

todavía es nuevo para vosotros, entonces su revelación


también lo es para vosotros, y yo os quiero aconsejar que
la toméis debidamente en consideración. ¿Qué significa
inspiración? No es más que el nombre religioso para de-
signar la libertad. Toda acción libre, que se convierte en z
un hecho religioso, toda reproducción de una intuición q
religiosa, toda expresión de un sentimiento religioso que q
se comunica realmente, de forma que la intuición del q
Universo se transmite también a otros, eran resultado de d
la inspiración; pues se trataba de una acción del Univer- l
so, que uno ejerce sobre los otros. Toda anticipación de r
la segunda parte de un acontecimiento religioso, cuando Q
se ha producido la primera, es una profecía, y constituía i
una actitud muy religiosa por parte de los antiguos he- q
breos evaluar la divinidad de un profeta no de acuerdo d
con lo difícil que fuera el profetizar, sino, con toda sim- p
plicidad, de acuerdo con el desenlace; pues no se puede t
saber previamente si uno entiende de religión, hasta ver g
si también ha captado de una forma correcta la visión re- v
ligiosa, precisamente de esta cosa determinada, que le d
afectaba a él. ¿Qué son los efectos de la gracia? Todos b
los sentimientos religiosos son sobrenaturales, pues sólo d
son religiosos en la medida en que son un efecto inmedia- c
to del Universo, y la cuestión de si revisten un carácter m
religioso en alguien debe dirimirla el afectado mejor que e
nadie. Todos estos conceptos son —si la religión ha de p
tener de algún modo conceptos— los primeros y más r
esenciales; ellos son tanto más importantes debido al p
hecho de que no sólo designan algo que puede ser gene- t
ral en la religión, sino precisamente aquello que debe ser r
general en ella. Incluso cabría afirmar que no tiene reli- u
gión alguna quien no ve milagros propios desde la .pers- m
pectiva desde la que contempla el mundo; aquel en cuyo e
interior no irrumpen revelaciones propias cuando su q
alma anhela absorber la belleza del mundo e impregnar- q
se de su espíritu; quien no siente aquí y allá, con la con- ¿
vicción más viva, que un espíritu divino lo impulsa y que q
él habla y obra por inspiración divina; quien no es al N
SOBRE LA RELIGIÓN 79

ón menos —pues esto constituye de hecho el grado más in-


ue ferior— consciente de sus sentimientos en cuanto efectos
ca inmediatos del Universo y no reconoce en ellos algo pro-
e- pio, que no puede ser imitado, sino que acredita la pure-
en za de su origen en su dimensión más íntima. Creer, lo
ón que comúnmente se designa con este nombre, admitir lo
ue que otro ha hecho, querer volver a pensar y a sentir lo
del que otros han pensado y sentido, es una servidumbre
de dura e indigna, y en vez de constituir lo supremo en la re-
er- ligión, tal como se piensa, es algo de lo que se ha de libe-
de rar precisamente quien desee penetrar en su santuario.
do Querer tener y conservar esta servidumbre, demuestra
uía incapacidad para la religión; exigirla de otros muestra
e- que no se la comprende. Vosotros queréis reposar por
do doquier sobre vuestros propios pies y seguir vuestro pro-
m- pio camino, pero que esta actitud encomiable no os re-
de traiga de la religión. Ella no es ninguna esclavitud ni nin-
ver guna cautividad; también aquí debéis perteneceros a
re- vosotros mismos, e incluso esto constituye la única con-
le dición bajo la que podéis participar de ella. Todo hom-
os bre, a excepción de unos pocos elegidos, necesita sin
ólo duda un mediador, un guía que despierte de su sueño ini-
ia- cial su sentido para la religión y le proporcione una pri-
ter mera dirección, pero esto no ha de constituir más que un
ue estado transitorio; todos deben, pues, ver con los pro-
de pios ojos y hacer ellos mismos una aportación a los teso-
más ros de la religión; en caso contrario, no merecen ningún
al puesto en su reino y tampoco consiguen ninguno. Voso-
ne- tros tenéis razón en despreciar a los miserables repetido-
ser res, que derivan de otro toda su religión o la vinculan a
li- una escritura muerta, juran sobre ella y realizan sus de-
rs- mostraciones a partir de ella. Toda escritura sagrada no
yo es más que un mausoleo, un monumento de la religión
su que atestigua que estuvo presente allí un gran espíritu,
ar- que ya no lo está más; pues, si todavía viviera y actuara,
on- ¿cómo atribuiría un valor tan grande a la letra muerta,
ue que sólo puede constituir una débil impronta del mismo?
al No tiene religión quien cree en una escritura sagrada,
80 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

sino el que no necesita ninguna e incluso él mismo sería


capaz de hacer una. Y precisamente este desprecio que
vosotros sentís por los míseros e impotentes adeptos de
la religión, en los que ella por falta de alimento ya ha
muerto antes de nacer, precisamente este desden me de-
muestra que en vosotros mismos se da una disposición
para la religión y la estima de que siempre hacéis objeto a
todos sus verdaderos héroes, por mucho que os rebeléis
también contra la forma en que se abusa de ella y se la
envilece mediante la idolatría, me confirma en esta opi-
nión. Os he mostrado lo que es propiamente la religión;
¿habéis encontrado algo en ello que fuera indigno de
vuestra cultura y de la más elevada cultura humana? ¿No
debéis añorar, de acuerdo con las leyes eternas de la na-
turaleza espiritual, tanto más ansiosamente el Universo y
aspirar a una unión con él efectuada por vosotros mis-
mos, cuanto más separados y aislados estáis en él a con-
secuencia de la formación (Bildung) y de la individuali-
dad más determinadas? ¿Y no habéis sentido a menudo
esta nostalgia sagrada como algo desconocido? Os conju-
ro a que toméis conciencia de la llamada de vuestra natu-
raleza íntima y a que la sigáis. ¡Desterrad la falsa ver-
güenza ante una época que no os debe determinar, sino
que debe ser determinada y conformada por vosotros!
Retornad a lo que es tan relevante para vosotros, preci-
samente para vosotros, y de lo que no os podéis separar
violentamente sin destruir indefectiblemente la parte
más bella de vuestra existencia.
Pero sospecho que muchos de vosotros no creéis que
yo haya podido querer concluir aquí mi presente tarea,
como si opinarais, después de todo, que no puede haber-
se hablado a fondo de la esencia de la religión allí donde
no se ha dicho nada acerca de la inmortalidad y practica-
mente nada acerca de la Divinidad. Recordad no obstante,
os lo ruego, cómo yo, desde el comienzo, me he opues-
to a que estas cuestiones fueran consideradas como el
gozne y las partes fundamentales de la religión; recordad
que, cuando he trazado los perfiles de la misma, también
SOBRE LA RELIGIÓN 81

sería he indicado el camino por el que puede encontrarse la


que Divinidad; ¿qué echáis de menos todavía?, ¿y por qué
s de debo conceder más relieve a una especie de intuiciones
a ha religiosas que a las demás? Pero para que no penséis que
e de- lemo decir una palabra pertinente acerca de la Divini-
ción dad, porque resultaría peligroso hablar del tema antes de
eto a que una definición firme acerca de Dios y de la existen-
eléis cia, teniendo fuerza de ley ante los tribunales, hubiera
se la salido a la luz y sido sancionada en el Imperio germáni-
opi- co n , o para que, por otra parte, no creáis que practico el
ión; juego de un engaño piadoso y deseo, para ser todo para
o de todos, infravalorar con aparente indiferencia aquello
¿No que debe revestir para mí una importancia mucho mayor
a na- de lo que quiero reconocer, deseo hablaros todavía un
so y momento e intentar poneros de manifiesto que para mí la
mis- Divinidad no puede ser otra cosa que una forma particu-
con- lar de intuición religiosa, de la que, como de cualquier
uali- otra, son independientes las restantes, y que de acuerdo
nudo con mi punto de vista y según mi concepción, que voso-
nju- tros conocéis, no hay lugar para la creencia de «ningún
atu- Dios, ninguna religión»; y también sobre la inmortalidad
ver- deseo exponeros sin rodeos mi opinión.
sino Decidme, por cierto, en primer lugar, ¿qué opináis
tros! acerca de la Divinidad y qué es lo que pretendéis enten-
reci- der por ella?, pues aquella definición que tendría fuerza
arar de ley todavía no existe y resulta patente que acerca del
arte tema imperan las mayores divergencias. Para la mayoría,
Dios no es evidentemente otra cosa que el genio de la hu-
que manidad. El hombre es el arquetipo de su Dios, la huma-
rea, nidad es todo para ellos y, de acuerdo con lo que conside-
ber- ran como los acontecimientos y las formas de comporta-
onde miento de la humanidad, determinan las convicciones y
ctica- la esencia de su Dios. Ahora bien, os he dicho con sufi-
ante, ciente claridad que la humanidad no lo constituye todo
pues-
o el
rdad 11
Alusión a la disputa del ateísmo, desencadenada por los escritos
bién de Fichte.
82 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

para mí, que mi religión aspira a un Universo del que b


ella, junto con todo lo que le pertenece, sólo constituye im
una parte infinitamente pequeña, una mera forma parti- re
cular, efímera: ¿puede, por tanto, un Dios, que sólo ti
fuera el genio de la humanidad, constituir lo supremo de en
mi religión? Puede haber espíritus más poéticos y, lo un
confieso, creo que éstos se encuentran en un nivel supe- n
rior, para los que Dios sería un individuo totalmente di- ri
ferente de la humanidad, un ejemplar único de una espe- p
cie particular y, si me muestran las revelaciones a través ve
de las que conocen a un tal Dios —uno o varios, nada g
desprecio tanto en la religión como el número—, esto ha m
de constituir para mí un descubrimiento anhelado y, cier- te
tamente, a partir de esta revelación se desarrollarán en de
mí muchas otras, pero yo aspiro todavía a más de una es- si
pecie fuera y por encima de la humanidad; y cada espe- id
cie, con su individuo, está subordinada al Universo: se
¿puede, por tanto, Dios, tomado en este sentido, ser ta
para mí otra cosa que una intuición particular? No obs- lo
tante, podría ocurrir que éstos fueran tan sólo conceptos lo
deficientes de Dios; pasemos inmediatamente al concep- en
to más elevado, al de un Ser supremo, al de un espíritu m
del Universo, que lo rige con libertad e inteligencia; la so
religión, no obstante, tampoco es dependiente de esta so
idea. Tener religión significa intuir el Universo, y sobre ¿n
el modo como lo intuís, sobre el principio que encontráis do
en la base de sus acciones, reposa el valor de vuestra reli- in
gión. Ahora bien, si no podéis negar que la idea de Dios ti
es compatible con cualquier intuición del Universo, de- un
béis conceder también que una religión sin Dios puede p
ser mejor que otra con Dios. en
Al hombre inculto que únicamente posee una idea un
confusa del Todo y de lo Infinito y que sólo está provisto m
de un instinto oscuro, el Universo se le presenta en sus te
acciones como una unidad en la que no cabe diferenciar si
ninguna multiplicidad, como un caos uniforme en la con- cu
fusión, sin divisiones, orden ni ley, del que ninguna parti- ci
cularidad puede ser disociada a no ser delimitándola ar- ad
SOBRE LA RELIGIÓN 83

ue bitrariamente en el tiempo y en el espacio. Si carece del


ye impulso de animar el Universo, el carácter del Todo está
ti- representado para este tipo de hombre por un ciego des-
ólo tino; si está dotado de este impulso, su Dios se convierte
de en un ser sin propiedades determinadas, en un ídolo, en
lo un fetiche, y, si acepta a varios, ellos no se diferencian en
e- nada a no ser por las delimitaciones de su ámbito arbitra-
di- riamente fijadas. En otro nivel cultural, el Universo se
e- presenta como una pluralidad sin unidad, como una di-
és versidad indeterminada de elementos y fuerzas hetero-
da géneas, cuyo conflicto constante y eterno determina sus
ha manifestaciones. No es un ciego destino lo que lo carac-
er- teriza, sino una necesidad motivada, que implica la tarea
en de investigar el problema del fundamento y de la cohe-
es- sión, con la conciencia de no poder encontrarlos. Si la
pe- idea de un Dios es puesta en conexión con este Universo,
o: se descompone naturalmente en una multiplicidad infini-
er ta de partes; cada una de estas fuerzas y elementos, en
bs- los que no existe unidad alguna, recibe su alma especial;
os los dioses nacen en número infinito, diferenciándose
p- entre sí mediante los distintos objetos de su actividad,
tu mediante las diferentes inclinaciones y convicciones. Vo-
la sotros tenéis que conceder que esta intuición del Univer-
sta so tiene una dignidad infinitamente superior a aquélla:
re ¿no deberéis también admitir que aquel que se ha eleva-
áis do hasta ella, pero se doblega ante la necesidad eterna e
li- inaccesible, aun siendo ajeno a la idea de los dioses,
os tiene, no obstante, más religión que el rudo adorador de
e- un fetiche? Elevémonos ahora más alto, hasta aquel
de punto en el que todo lo conflictivo se concilia de nuevo,
en el que el Universo se presenta como totalidad, como
ea unidad en la pluralidad, como sistema, y merece así pri-
sto meramente ser designado con su nombre; quien lo con-
us templa así como Uno y Todo ¿no habría de tener, incluso
ar sin la idea de un Dios, más religión que el politeísta más
n- cultivado? ¿No debería Spinoza encontrarse tan por en-
ti- cima de un piadoso romano como Lucrecio lo está de un
ar- adorador de ídolos? Pero ¡es la antigua inconsciencia, el
84 FRIEDR1CH D. E. SCHLEIERMACHER

signo oscuro de la incultura que rechacen lo más lejos po- a


sible a quienes se encuentran en el mismo nivel que ellos, e
sólo que en otro punto del mismo!; cuál de estas intuicio- t
nes del Universo haga suyas un ser humano es algo que
depende de su sentido para el Universo, ello constituye c
la auténtica medida de su religiosidad; que él tenga un a
dios como intuición suya, depende de la dirección de su b
fantasía. En la religión es intuido el Universo, es conce-
bido como actuando originariamente sobre el hombre. n
En el caso de que vuestra fantasía vaya unida a la con- ac
ciencia de vuestra libertad de forma que lo que ella tiene i
que pensar como actuando originariamente, no puede
pensarlo sino bajo la forma de un ser libre, en dicho caso qu
ella personificará el espíritu del Universo, y vosotros ten- y
dréis un dios; si ella aparece en conexión con el entendi- co
miento, de modo que siempre esté claro ante vuestros no
ojos que la libertad sólo tiene sentido tomada individual- co
mente y en función de los individuos, entonces tendréis és
un mundo, pero no dios alguno. Vosotros, espero, no lid
consideraréis como una blasfemia que la fe en Dios de- pa
penda de la dirección de la fantasía; vosotros sabréis, sin ció
duda, que la fantasía constituye lo más elevado y origina- co
rio en el hombre, y que fuera de ella todo se reduce a la ni
reflexión sobre la misma; vosotros sabréis sin duda que qu
es vuestra fantasía la que crea para vosotros el mundo, y in
que no podéis tener dios alguno sin el mundo. Tampoco re
a consecuencia de ello Dios se le hará más incierto a de
nadie, ni nadie se liberará más fácilmente de la necesidad es
casi ineludible de aceptarlo, porque sabe de dónde le pe
viene esta necesidad. En la religión no se encuentra, por sió
tanto, la idea de Dios tan alta como vosotros opináis; ni
tampoco hubo, entre los hombres verdaderamente reli- la
giosos, fanáticos, entusiastas o exaltados a favor de la su
existencia de Dios; con gran calma vieron junto a sí el fe- re
nómeno llamado ateísmo y siempre hubo algo que les pa- qu
reció más irreligioso que esto. Tampoco Dios puede apa- qu
recer en la religión de otro modo que actuando, y la vida
y la acción divinas del Universo todavía no las ha negado
SOBRE LA RELIGIÓN 85

- adié, y la religión no tiene nada que ver con el dios exis-


, ente e imperioso, así como el dios de la religión no posee
- tilidad alguna para los físicos y moralistas, cuyos tristes
e alentendidos son éstos y siempre lo serán. Pero el dios
e ctuante de la religión no puede garantizar nuestra felici-
n ad; pues un ser libre no puede querer actuar sobre un ser
u bre de otra manera que dándosele a conocer, bien sea
- ediante el dolor o el placer. Tampoco ese dios nos puede
. ncitar a la moralidad, pues él no es considerado sino como
- actuando, y sobre nuestra moralidad no se puede actuar,
e i se puede concebir acción alguna sobre ella.
e En lo concerniente a la inmortalidad, no puedo ocultar
o que la forma en que la concibe la mayoría de los hombres
- y su modo de aspirar a ella son totalmente irreligiosos,
- contrarios justamente al espíritu de la religión; su deseo
s no tiene otro fundamento que la aversión hacia lo que
- constituye la meta de la religión. Acordaos de cómo en
s ésta todo tiende a que los contornos de nuestra persona-
o lidad, nítidamente perfilados, se ensanchen y pierdan
- paulatinamente en lo Infinito, a que mediante la intui-
n ción del Universo hayamos de identificarnos con él tanto
- como sea posible; pero ellos oponen resistencia a lo Infi-
a nito, no quieren ir más allá de sí, no quieren ser otra cosa
e que ellos mismos y se preocupan angustiosamente de su
y individualidad. Recordad cómo la meta suprema de la
o religión era descubrir un Universo más allá y por encima
a de la humanidad, y cómo su única queja consistía en que
d esto no se alcanzaría adecuadamente en este mundo;
e pero ellos ni siquiera quieren aprovechar la única oca-
r sión, que les ofrece la muerte, de ir más allá de la huma-
; nidad; están inquietos acerca de cómo portarán consigo
- la humanidad más allá de este mundo y aspiran, a lo
a sumo, a unos ojos de mayor alcance y a miembros mejo-
- res. Pero el Universo les habla, tal como está escrito:
- quien pierde su vida por mi causa, la conservará, y quien
- quiere conservarla, la perderá 12. La vida que ellos quie-
a
o
Cfr. Mateo 16, 25; Marcos 8, 35; Lucas 9, 24.
86 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

ren conservar es una vida miserable, pues, si lo que les


importa es la eternidad de su persona, ¿por qué no se
preocupan entonces con tanta angustia por lo que han
sido como por lo que serán?, ¿y de qué les sirve esa pros-
pección hacia adelante, si no les resulta viable hacia
atrás? A causa del afán por una inmortalidad que no es
tal y de la que no son dueños, pierden la que ellos po-
drían tener; y pierden, además, la vida mortal con pensa-
mientos que les angustian y les atormentan inútilmente. c
Intentad, pues, renunciar a vuestra vida por amor al Uni- g
verso. Aspirad a destruir ya aquí vuestra individualidad y l
a vivir en el Uno y Todo, aspirad a ser más que vosotros s
mismos, para que perdáis poco cuando os perdáis a voso- b
tros; y cuando os confundáis así con el Universo, en la d
medida en que lo encontréis aquí entre vosotros, y surja c
en vosotros un anhelo mayor y más sagrado, entonces b
habremos de hablar ulteriormente sobre las esperanzas
que nos procura la muerte, y sobre la infinitud hacia la c
que infaliblemente nos elevamos mediante ella. p
Ésta es mi forma de pensar acerca de estos temas. Dios p
no es todo en la religión, sino uno de los elementos, y el í
Universo es más; tampoco podéis creer en él arbitraria- r
mente o porque lo queréis utilizar como consuelo y q
ayuda, sino porque debéis. La inmortalidad no ha de c
constituir ningún deseo si ella no ha sido previamente t
una tarea que vosotros habéis realizado. En medio de la d
finitud, hacerse uno con lo Infinito y ser eterno en un ins- n
tante: tal es la inmortalidad de la religión. m
les TERCER DISCURSO
se
han
os- SOBRE LA FORMACIÓN
cia
CON VISTAS A LA RELIGIÓN
es
po-
sa- Lo que yo mismo he reconocido espontáneamente
nte. como profundamente arraigado en el carácter de la reli-
ni- gión, a saber, la tendencia a querer hacer prosélitos de
dy los no creyentes, no es, sin embargo, lo que me impul-
ros sa ahora a hablaros también de la formación de los hom-
so- bres con vistas a esta eminente disposición, y de sus con-
la diciones. Para la consecución de este fin, la religión no
urja conoce otro medio que éste: expresarse y comunicarse li-
ces bremente.
zas Cuando ella se mueve con toda la fuerza que le es pe-
la culiar, cuando lleva consigo todas las capacidades del
propio ánimo a la corriente de este movimiento y las
ios pone a su servicio, espera también penetrar hasta lo más
y el íntimo de cada individuo que respira su atmósfera; espe-
ia- ra que toda partícula homogénea sea impresionada y
o y que, llegando, impulsada por el mismo vaivén, a la con-
de ciencia de su existencia, deleite, respondiendo con un
nte tono afín, el oído expectante de quien había solicitado
e la dicha respuesta. Sólo así, mediante las manifestaciones
ns- naturales de la propia vida, quiere suscitar lo que le es se-
mejante, y allí donde ella no acierta a conseguirlo recha-

[87]
88 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

za orgullosa toda incitación extraña, todo modo de pro- t


ceder violento, tranquilizada por la convicción de que m
todavía no ha llegado la hora, en la que se podría suscitar b
aquí algo que le resulte hermanado. No constituye una d
novedad para mí este desenlace frustrado. Con qué fre- d
cuencia he entonado la música de mi religión, para con- l
mover a la audiencia, empezando por ciertos tonos sua- l
ves y avanzando ansioso con ímpetu juvenil hasta la n
armonía más plena de los sentimientos religiosos: pero o
¡nada se excitaba y respondía en los oyentes! También d
estas palabras que confío a un círculo más amplio e im- g
presionable, con todo lo que debieran ofrecer de bueno, m
¿por parte de cuántos no habrán de retornar tristes a mí, m
incomprendidas, incluso sin haber suscitado siquiera el a
más ligero presentimiento acerca de su propósito? ¿Y s
con qué frecuencia volveremos a compartir, yo y todos lo
los pregoneros de la religión, este destino que nos está e
asignado desde un principio? No obstante, no nos ator- m
mentaremos por esto, porque sabemos que las cosas no d
pueden ocurrir en otra manera, y nunca intentaremos q
imponer nuestra religión por cualquier otra vía, ni a ésta e
ni a las futuras generaciones. Puesto que yo mismo echo c
en falta en mí no poco de lo que pertenece al conjunto de s
la humanidad; puesto que tantos carecen de tantas cosas: c
¿qué tiene de extraño que también sea grande el número n
de aquellos a quienes se les ha rehusado la religión? Y c
dicho número debe ser necesariamente grande: pues, en c
caso contrario, ¿cómo llegaríamos a una intuición de la m
religión misma y de los límites que ella, en todas las di- e
recciones, señala a las restantes disposiciones del hom- p
bre?, ¿cómo sabríamos nosotros hasta dónde podría lle- S
gar éste, aquí y allá, sin religión, y dónde ella le m
mantendría en pie y le serviría de apoyo?, ¿cómo podría- g
mos conjeturar que ella, también sin que el hombre lo g
sepa, se muestra activa en él? Es, en especial, acorde con a
la naturaleza de las cosas que, en estos tiempos de confu- u
sión y perturbación generales, no se inflame en muchos s
su chispa mortecina y, por amables y pacientes que acos- s
SOBRE LA RELIGIÓN 89

ro- tumbremos a ser, no pueda, a pesar de todo, ser avivada,


ue mientras que bajo circunstancias más favorables se ha-
tar bría abierto paso en ellos, venciendo todas las dificulta-
na des. Allí donde las cosas humanas han sido conmociona-
re- das en su totalidad; allí donde todos ven, a cada instante,
on- lo que precisamente determina su puesto en el mundo y
ua- los vincula al orden terreno de las cosas, estando a punto
la no sólo de liberarse de él y de dejarse impresionar por
ero otro, sino de sumergirse en la vorágine general; allí
én donde los unos no rehuyen ningún esfuerzo de sus ener-
m- gías e incluso piden ayuda en todas las direcciones para
no, mantener en pie lo que consideran como los goznes del
mí, mundo y de la sociedad, del arte y de la ciencia, que
el ahora a causa de un destino incomprensible, como de por
¿Y sí, se alzan de sus fundamentos más íntimos y dejan caer
dos lo que durante tanto tiempo se había movido en torno a
stá ellos, mientras que los otros están ocupados, con el celo
or- más incansable, en despejar el terreno de los escombros
no de los siglos desmoronados, para estar entre los primeros
os que se asienten en el suelo fecundo, que se forma bajo
sta ellos con la lava, rápidamente enfriada, del terrible vol-
ho cán; allí donde todos, incluso sin abandonar su puesto,
de son agitados tan poderosamente por las violentas conmo-
as: ciones de todo lo existente que, en medio del vértigo ge-
ero neral, deberían ser felices de poder fijar la vista sobre
Y cualquier objeto particular con la suficiente firmeza
en como para atenerse a él y poder convencerse paulatina-
la mente de que al menos algo se mantiene todavía en pie;
di- en una tal situación sería insensato esperar que muchos
m- pudieran estar en condiciones de aprehender lo Infinito.
le- Su contemplación es ciertamente más majestuosa y subli-
le me que nunca, y en unos instantes se pueden percibir ras-
ía- gos más significativos de lo que fue posible durante si-
lo glos, mas ¿quién puede ponerse a salvo del trajín y del
on apremio generales?, ¿quién puede sustraerse al poder de
fu- un interés más limitado?, ¿quién posee sosiego y firmeza
hos suficientes para permanecer inmóvil e intuir? Pero inclu-
os- so en los tiempos más dichosos, incluso con la mejor vo-
p

90 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

luntad, estimular mediante la comunicación la disposi- p


ción para la religión no sólo allí donde ella se encuentra, r
sino también infundirla y configurarla por todas las vías e
que pueden conducir a esta meta: ¿dónde se encuentra c
tal vía? Lo que mediante el arte y una actividad extraña é
se puede efectuar en un ser humano no es más que esto, a c
saber, que le comuniquéis vuestras representaciones y lo m
convirtáis en un receptáculo de vuestras ideas, que voso- p
tros las entrelacéis con las suyas hasta el punto de que él e
se acuerde de ellas en el momento oportuno: pero nunca d
podéis lograr que él produzca desde sí las que vosotros m
queráis. Vosotros veis la contradicción que ya no puede p
ser eliminada de las palabras. Ni siquiera podéis habituar g
a nadie a que responda con una reacción determinada a a
una impresión determinada, siempre que ésta se produz- a
ca; mucho menos podéis conducirle a ir más allá de esta ¿
conexión y a desarrollar allí libremente una actividad in- p
terior. En pocas palabras, podéis actuar sobre el meca- a
nismo del espíritu, pero no podéis penetrar, según vues- u
tro arbitrio, en la organización del mismo, en este labo- e
ratorio sagrado del Universo: ahí no podéis cambiar o d
desplazar, recortar o complementar nada, sólo podéis in- d
hibir su desarrollo y mutilar violentamente una parte que c
está creciendo. Es de la dimensión más íntima de su orga- s
nización de donde debe proceder todo lo que ha de per- v
tenecer a la verdadera vida del hombre y constituir siem- e
pre en él un impulso activo y efectivo. Y de esta índole es c
la religión; en el ánimo, en el que ella habita, se muestra b
incesantemente activa y viviente, lo convierte todo en un c
objeto para sí misma, y todo pensamiento y acción en un c
tema de su fantasía celestial. Todo lo que, como ella, ha té
de constituir una realidad continuamente presente en el q
ánimo humano, se encuentra muy al margen del campo y
de la enseñanza y de la formación. Por ello, a todos los m
que conciben así la religión la enseñanza religiosa les re- d
sulta una expresión banal y carente de sentido. Pode- ti
mos, desde luego, comunicar a otros nuestras opiniones ta
y proposiciones doctrinales —para eso sólo necesitamos y
SOBRE LA RELIGIÓN 91

osi- palabras, y ellos, sólo la fuerza perceptora y reproducto-


ra, ra del espíritu—: pero nosotros sabemos muy bien que
ías esto no constituye más que las sombras de nuestras intui-
tra ciones y de nuestros sentimientos, y si no comparten
aña éstos con nosotros, no entenderán lo que dicen ni lo que
o, a creen pensar. No les podemos enseñar a intuir, no pode-
y lo mos transferir de nosotros a ellos la fuerza y la destreza
so- para, sea cual fuere el objeto ante el que nos podamos
e él encontrar, aspirar de ellos por doquier la luz originaria
nca del Universo e infundirla a nuestro órgano; quizá pode-
ros mos estimular el talento mímico de su fantasía hasta el
ede punto de que les resulte fácil, si las intuiciones de la reli-
uar gión les son descritas con vivos colores, provocar en ellos
aa algunas conmociones que tienen un lejano parecido con
uz- aquello de lo que ven colmada nuestra alma: pero
sta ¿penetra esto su ser?, ¿es esto religión? Si queréis com-
in- parar el sentido para el Universo con el sentido para el
ca- arte, en ese caso no debéis contraponer estos adeptos de
es- una religiosidad pasiva —si todavía se quiere denominar
bo- esto así— a aquellos que, sin producir ellos mismos obras
ro de arte, están, sin embargo, conmovidos e impresiona-
in- dos por cada una de estas obras que se ofrecen a su intui-
que ción; pues las obras de arte de la religión están expuestas
ga- siempre y por doquier; el mundo entero es una galería de
er- visiones religiosas, y todo hombre se encuentra situado
em- en el medio de ellas: sino que a esos adeptos los debéis
e es comparar con aquellos que no llegan a despertar su sensi-
tra bilidad si antes no se les ha ofrecido, a modo de fárma-
un cos, comentarios y fantasías sobre las obras de arte, e in-
un cluso entonces sólo quieren balbucear, en un lenguaje
ha técnico mal comprendido, algunas palabras inadecuadas,
n el que no les son propias. Tal es la meta de toda enseñanza
mpo y de toda formación intencional en estas cosas. Mostrad-
los me a alguien a quien hayáis formado e infundido capaci-
re- dad de juicio, espíritu de observación, sentimiento artís-
de- tico o moralidad; entonces me las ingeniaré para enseñar
nes también religión. Hay en ella ciertamente un magisterio
mos y un discipulado, hay individuos a los que se adhieren mi-
92 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

llares; pero esta adhesión no es ninguna imitación ciega,


y no son discípulos porque su maestro los haya converti-
do en tales, sino que él es su maestro porque ellos lo han
elegido como tal. Quien mediante las manifestaciones de
su propia religión la ha suscitado en otros, ya no tiene a
éstos en su poder, para retenerlos junto a sí: la religión
de éstos también es libre tan pronto como ella vive y
sigue su propio camino. Tan pronto como se enciende en
un alma la sagrada chispa, se expande formando una
llama libre y viviente, que succiona su alimento de su
propia atmósfera. Con mayor o menor intensidad le ilu-
mina al alma todo el contorno del Universo, y ésta puede
asentarse, según su propio arbitrio, lejos incluso del
punto, sobre el que primeramente ella se ha vislumbrado
a sí misma. Presionada únicamente por el sentimiento de
su impotencia y de su finitud a asentarse en alguna región
determinada, escoge, sin volverse por ello desagradecida
con su primer guía, el clima que le es más propicio; se
busca allí un centro, se mueve según libre autolimitación
en su nueva trayectoria y llama maestro suyo al que por
primera vez ha adoptado esta su región preferida y la ha
expuesto en su magnificencia, haciéndose su discípula
por propia elección y libre amor.
No se trata, por tanto, de que yo os quiera formar a vo-
sotros o a otros con vistas a la religión, o de instruiros
acerca de cómo os debéis formar a vosotros mismos con
vistas a ella, de una forma deliberada o metódica: yo no
quiero salirme del ámbito de la religión, lo que sería el
caso si pretendiera eso, sino que deseo detenerme con
vosotros más largamente todavía, en el seno de dicho
ámbito. El Universo se forma él mismo sus contempla-
dores y sus admiradores, y sólo queremos intuir cómo
esto ocurre, en la medida en que es posible tal intuición.
Vosotros sabéis que el modo como cada elemento parti-
cular de la humanidad aparece en un individuo, depende
de la forma en que ese elemento es limitado por los res-
tantes o bien es dejado libre; sólo mediante este conflicto
general alcanza cada uno de ellos, en cada individuo, una
SOBRE LA RELIGIÓN 93

ega, forma y una grandeza determinadas, y este conflicto, a su


erti- vez, sólo es mantenido vivo mediante la comunidad de
han los individuos y mediante el movimiento del Todo. Así,
s de cada uno y cada cosa es en cada uno una obra del Univer-
ne a so, y sólo de este modo puede la religión considerar al
gión hombre. Os quisiera conducir a este fundamento de
ve y nuestro ser determinado y a las limitaciones religiosas de
e en nuestros contemporáneos; quisiera haceros comprender
una por qué nosotros somos así y no de otra manera, y qué es
e su lo que debería ocurrir para que disminuyeran nuestras li-
e ilu- mitaciones a este respecto: desearía que fuerais cons-
uede cientes de cómo también vosotros, mediante vuestro ser
del y vuestro obrar, sois a la vez instrumentos del Universo y
rado de cómo vuestra actividad, dirigida a cosas completa-
o de mente distintas, ejerce un influjo sobre la religión y su es-
gión tado más inmediato.
cida El hombre nace con la disposición para la religión
o; se como con cualquier otra, y sólo con que su sentido no sea
ción reprimido violentamente, sólo con que no sea impedida
por ni obstaculizada toda comunidad entre él y el Universo
la ha —éstos son, según se conviene, los dos elementos de la
pula religión—, debería también desarrollarse indefectible-
mente en cada uno, según su propio estilo; pero esta obs-
a vo- taculización es precisamente lo que por desgracia ocurre,
uiros desde la primera infancia, en tan gran medida en nuestro
con tiempo. Con dolor constato cada día cómo la obsesión
o no por entender no permite que en modo alguno despunte
ía el el sentido, y cómo todo se confabula para encadenar al
con hombre a lo finito y a un punto muy pequeño del mismo
icho con el fin de que, tanto como fuere posible, pierda de
mpla- vista lo Infinito. ¿Quién impide el correcto desarrollo de
ómo la religión? No los escépticos ni los burlones; aun cuando
ción. éstos también manifiestan gustosamente el deseo de no
parti- tener religión alguna, no presentan, sin embargo, obs-
ende táculos a la naturaleza que quiere producirla; tampoco lo
res- impiden, tal como se cree, los individuos carentes de mo-
licto ralidad; sus esfuerzos y su actividad se oponen a una
, una fuerza completamente distinta de ésta. Quienes lo impi-
94 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

den son los «intelectuales» (verstandige) y los prácticos;


éstos son en el estado actual del mundo quienes hacen de
contrapeso frente a la religión, y su gran predominio es la
causa de que ella desempeñe un papel tan precario e in-
significante. Desde la tierna infancia maltratan al hom-
bre y reprimen su tendencia hacia lo superior. Contem-
plo con gran devoción la añoranza de lo maravilloso y
sobrenatural en el espíritu de los jóvenes. Ya al relacio-
narse con lo finito y lo determinado, buscan a la vez algo
distinto que ellos pudieran oponerle; inquieren en todas
las direcciones si existe algo que vaya más allá de los fe-
nómenos sensibles y de sus leyes, y, por muy colmados
que puedan encontrarse sus sentidos con los objetos te-
rrenos, ocurre siempre como si, aparte de éstos, tuvieran
también otros objetos condenados a perecer, si carecen
de alimento. Esto constituye el primer despertar de la re- e
ligión. Un presentimiento secreto e incomprendido los g
impulsa más allá de la riqueza de este mundo; por ello les m
complace tanto toda huella de otro mundo; por ello se v
deleitan con poemas que versan acerca de seres suprate-
rrenos, y todo acerca de lo que saben con la mayor clari-
dad que no puede hallarse en este mundo lo abrazan con e
todo el amor celoso que se le tributa a un objeto sobre el c
que se tiene un derecho manifiesto pero que no se puede r
hacer valer. Constituye, sin duda, un engaño buscar lo m
Infinito precisamente fuera de lo finito, lo opuesto fuera p
de aquello a lo que se opone; pero ¿no es dicho engaño c
sumamente natural en aquellos que todavía no conocen h
lo finito mismo?, ¿y no es éste el engaño de pueblos ente- v
ros, y de escuelas enteras de sabiduría? Si hubiera adep- ó
tos de la religión entre quienes se ocupan de la juventud, y
¡con qué facilidad sería rectificado este error ocasionado e
por la naturaleza misma, y con qué avidez, en tiempos c
menos oscuros, se abandonaría el alma joven a las impre- d
siones de lo Infinito en su omnipresencia! En otro tiempo d
se le permitía imperar tranquilamente; se opinaba que el s
gusto por las figuras grotescas era propio de la fantasía de p
los jóvenes, tanto en la religión como en el arte; se lo sa- o
SOBRE LA RELIGIÓN 95

cos; tisfacía abundantemente; incluso, de una forma bastante


de despreocupada, se establecía una conexión inmediata
s la entre estos juegos etéreos de la infancia y la seria y sagra-
in- da mitología, aquello que se consideraba a sí mismo
m- como religión: Dios, el Salvador, los ángeles no eran sino
m- otra especie de hadas y sílfides. Por cierto, de este modo,
oy la poesía puso bastante tempranamente el fundamento
io- para las usurpaciones de la metafísica en detrimento de
lgo la religión: pero el hombre permaneció, no obstante,
das más abandonado a sí mismo, y un ánimo recto, no co-
fe- rrompido, que supo mantenerse libre del yugo del enten-
dos der y del disputar, encontró más fácilmente, en años pos-
te- teriores, la salida de este laberinto. Ahora, por el
ran contrario, esta inclinación es reprimida violentamente
cen desde el comienzo; todo lo sobrenatural y maravilloso
re- está proscripto; la fantasía no debe ser llenada con imá-
los genes vacías, dado que mientras tanto se pueden, con la
les misma facilidad, infundir realidades y preparar para la
o se vida. De este modo a las pobres almas, que están sedien-
ate- tas de algo completamente distinto, se les aburre con
ari- historias morales y se les enseña qué bello y útil es ser
con exquisitamente juicioso y razonable; se les transmiten
e el conceptos de las cosas comunes y, sin tomar en conside-
ede ración aquello de que carecen, siempre se les adoctrina,
r lo más todavía, acerca de lo que ya poseen demasiado. Para
uera proteger de alguna manera el sentido contra las usurpa-
año ciones de las otras facultades, se le ha infundido a cada
cen hombre un impulso propio consistente en interrumpir a
nte- veces cualquier otra actividad y limitarse a abrir todos los
ep- órganos para dejarse penetrar por todas las impresiones;
ud, y mediante una secreta simpatía, altamente beneficiosa,
ado este impulso alcanza su mayor intensidad precisamente
pos cuando la vida general se manifiesta de la forma más níti-
pre- da en el seno del propio individuo y en el mundo circun-
mpo dante: pero ocurre que no les está permitido abandonar-
e el se a este impulso en un estado de apacible inactividad;
a de pues desde el punto de vista burgués esto es pereza y
sa- ociosidad. En todo debe haber un objetivo y un fin; siem-
96 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

pre se ha de hacer algo, y cuando el espíritu ya no sirve se


ha de ejercitar el cuerpo; trabajo y juego, pero no una
contemplación sosegada, como un fin en sí. Mas la cues-
tión fundamental es que ellos han de entenderlo todo, y
con el entender se engañan por completo acerca de su
sentido: pues tal como es practicado aquél, se opone to-
talmente a este último. El sentido se busca objetos, les
sale al encuentro y se ofrece a sus abrazos; esos objetos
han de llevar en sí algo que los caracteriza como su pro-
piedad, como su obra; él quiere encontrar y dejarse en-
contrar; a su comprensión (Verstehen) no le importa de
dónde provienen los objetos; ¡Dios mío!, ellos se en-
cuentran ahí, como una propiedad bien administrada,
heredada, ¡desde cuánto tiempo no se encuentran ya
enumerados y definidos!; limitaos a tomarlos como los
produce la vida, pues debéis comprender precisamente
los que ella produce: querer hacerse y buscarse a sí
mismo resulta ciertamente excéntrico, altanero, se trata
de un esfuerzo inútil, pues ¿qué fruto produce en la vida
humana? Ciertamente ninguno; pero sin esto no se des-
cubrirá Universo alguno. El sentido aspira a captar la im-
presión indivisa de algún todo, quiere contemplar qué y
cómo es algo para sí y conocer cada cosa en su carácter
peculiar: pero ello no importa nada al estilo de compren-
sión que tienen dichos individuos; el Qué y el Cómo les
quedan demasiado lejos, pues opinan que éstos no con-
sisten más que en el De dónde y el Para qué, en torno a
los que giran eternamente. Su gran meta es el lugar que
un objeto ocupa en la serie de los fenómenos, su comien-
zo y su término lo son todo para ellos. Tampoco pregun-
tan si y cómo lo que ellos quieren comprender constituye
un todo —esto, ciertamente, los conduciría lejos y no se
abandonarían, desde luego, a una tal tendencia carecien-
do por completo de religión—; lo que desean es más bien
desmenuzarlo y anatomizarlo. Así proceden incluso con
aquello que está ahí precisamente para satisfacer el senti-
do en sus potencialidades supremas, con aquello que,
por así decirlo, a despecho de ellos, constituye un todo
SOBRE LA RELIGIÓN 97

se en sí mismo; me estoy refiriendo a todo lo que es arte en


na la naturaleza y en las obras de los hombres: ellos lo des-
es- truyen antes de que pueda producir su efecto; desean
,y que esto sea comprendido en detalle y que tanto esto
su como aquello sea aprendido por medio de fragmentos di-
o- sociados. Vosotros tendréis que conceder que ésta es, de
les hecho, la praxis de los «intelectuales»; tendréis que con-
os fesar que se requiere una rica y vigorosa superabundan-
o- cia de sentido para que éste se sustraiga, aunque no sea
en- más que en parte, a esas formas de tratamiento hostiles y
de que ya, por este motivo, debe ser pequeño el número de
en- los que se elevan hasta la religión. Pero ésta se diluye to-
da, davía más a consecuencia del hecho de que ahora se hace
ya lo posible con vistas a que el sentido, que todavía subsis-
los ta, no se centre en la consideración del Universo; ellos 1
nte han de ser mantenidos, junto con todo lo que se da en los
sí mismos, dentro de los límites de la vida burguesa. Pues
ata toda actividad ha de referirse a dicha vida, y de esta
da forma, opinan, la elogiada armonía interna del hombre
es- sólo consiste en que todo se refiera de nuevo a su activi-
m- dad. Ellos opinan que el hombre dispone de suficiente
éy materia para su sentido y que tiene ante sí ricos cuadros,
ter incluso si él no se aparta nunca de este punto de vista,
en- que constituye a la vez el centro sobre el que se sitúa y en
les torno al que gira. Por consiguiente, todas las sensaciones
on- que no tienen nada que ver con esto son consideradas,
oa por así decirlo, como un dispendio inútil, a causa del que
que nos agotamos, y del que, en la medida de lo posible, se ha
en- de desviar el ánimo mediante una actividad adecuada.
un- Por ello, el puro amor a la poesía y al arte constituye una
uye desviación que sólo se tolera porque no es tan grave
se como otras. De este modo, también el saber es practica-
en- do con una mesura sabia y sobria, para que no sobrepase
ien estos límites, y mientras que la realidad más insignifican-
on te, que ejerza un influjo sobre este ámbito, es tomada en
nti-
ue,
do 1
En la 3. a edición se sustituye «ellos» por «los jóvenes».
98 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

consideración, desdeñan lo mayor, precisamente porque


apunta más lejos que lo puramente sensible. Que haya
cosas que deban ser agotadas hasta una cierta profundi-
dad constituye para ellos un mal necesario y, mostrándo-
se agradecidos a los dioses de que siempre haya, todavía,
algunos individuos que se dedican a dicha tarea por una
inclinación invencible, miran a éstos con santa compa-
sión, como víctimas voluntarias. Que existan sentimien-
tos que no se quieran dejar reprimir por la imperiosa ne-
cesidad práctica de los «intelectuales», y que así, por este
camino, tantos hombres se conviertan desde el punto de
vista burgués en desdichados o inmorales —pues tam-
bién considero dentro de esta categoría a quienes van un
poco más allá de la industria, y para quienes la dimensión
moral de la vida burguesa lo es todo—, constituye el ob-
jeto de su lamentación más profunda, y ellos consideran
este hecho como una de las lacras más graves de la huma-
nidad, que desearían ver subsanada lo antes posible. El
gran mal consiste en que estas buenas gentes creen que
su actividad reviste un carácter universal y que abarca de
un modo exhaustivo a la humanidad, y que, si se hiciera
lo que ellos hacen, tampoco se necesitaría ningún otro
sentido que el que se refiere a lo que se hace. Por ello
mutilan todo con su tijera, y no quieren dejar siquiera
que se produzca una manifestación original que pudiera
convertirse en un fenómeno para la religión; pues lo que
puede ser percibido y abarcado desde su punto de vista,
es decir, todo a lo que quieren atribuir valor, constituye
un círculo estrecho y estéril, carente de ciencia, de mora-
lidad, de arte, de amor, de espíritu y también, a decir
verdad, de letra; en pocas palabras, carente de todo
aquello a partir de lo que se podría descubrir el mundo,
aun cuando se presentan con muchas pretensiones alta-
neras sobre todo esto. Ciertamente, ellos opinan estar en
posesión del mundo verdadero y real y ser ellos propia-
mente quienes consideran todas las cosas en sus auténti-
cas conexiones. Ojalá pudieran caer en la cuenta, de una
vez, de que una cosa cualquiera, para que pueda ser con-
SOBRE LA RELIGIÓN 99

ue cebida como elemento del Todo, debe ser considerada


ya necesariamente en su naturaleza peculiar y en su supre-
di- ma perfección. Pues en el Universo sólo puede existir
o- algo mediante la totalidad de sus efectos y de sus cone-
ía, xiones; todo depende de éstos, y para conocer una cosa
na es preciso haberla considerado no desde un punto exter-
pa- no a ella, sino desde su propio centro y desde todos los
en- aspectos relacionados con él, es decir, en su existencia
ne- particularizada, en su ser propio. Limitarse a utilizar un
ste solo punto de vista para todo es exactamente lo contrario
de de utilizarlos a todos para conocer a cada cosa, es el ca-
m- mino conducente a alejarse en línea recta del Universo y,
un sumidos en la limitación más miserable, a convertirse en
ión un verdadero glebae adscriptus del lugar en el que le
ob- acontezca encontrarse. Hay en la relación del hombre
ran con este mundo ciertas transiciones a lo Infinito, pers-
ma- pectivas desbrozadas, por delante de las que es conduci-
El do todo el mundo, para que su sentido halle el camino
que hacia el Universo, y cuya visión suscita sentimientos que
de ciertamente no constituyen, de forma inmediata, la reli-
era gión, pero sí, por así decirlo, un esquematismo de la
tro misma. Los «intelectuales» también obstruyen sagaz-
ello mente estas perspectivas, colocando en la apertura una
era de esas cosas con las que se suele recubrir un lugar poco
era destacado: una mala imagen, una caricatura filosófica; y
que si, tal como por cierto ocurre a veces, para que también a
sta, ellos se les revele la omnipotencia del Universo, algún
uye rayo que traspasa este medio hiere sus ojos, y si su alma
ora- no puede evitar una débil estimulación de estas sensacio-
ecir nes, lo Infinito no es la meta hacia la que dirige su vuelo,
odo para descansar allí, sino que, lo mismo que la señal al
do, final de una pista de carreras, no sería más que el punto
lta- en torno al cual, sin tocarlo, gira con la mayor rapidez
r en para poder retornar, cuanto antes mejor, a su antiguo
pia- puesto. El nacimiento y la muerte son aquellos puntos
nti- ante cuya percepción no se nos puede escapar cómo
una nuestro propio yo está rodeado por doquier por lo Infini-
on- to, y que suscitan siempre una añoranza silenciosa y un
f

100 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

sagrado respeto; el carácter inconmensurable de la intui-


ción sensible también nos sugiere, al menos, la idea de
otra infinitud de carácter superior: pero ellos nada de-
searían tanto precisamente como poder utilizar también
el diámetro máximo del sistema cósmico como medida y
peso en la vida ordinaria, tal como ocurre ahora con el
círculo máximo de la Tierra 2, y si la consideración de la
vida y la muerte los impresiona en algún momento, por
mucho que respecto a este tema puedan hablar de reli-
gión, creedme que nada les interesa tanto como en toda
oportunidad de este género ganar algunos jóvenes como
adeptos para Hufeland 3. Ellos ya han recibido suficiente
castigo; pues no siendo su punto de vista tan elevado
como para que ellos mismos elaboren, según principios,
al menos esta sabiduría vital, a la cual se adhieren, se
mueven como esclavos, sumisamente, en el marco de las
antiguas formas, o bien se deleitan con mejoras irrele-
vantes. Esto constituye la concepción extrema de lo útil,
hacia la que se ha precipitado la época con paso acelera-
do, desde la inútil sabiduría escolástica, de carácter ver-
bal; una nueva barbarie como digno equivalente de la an-
tigua, he aquí el bello fruto de la paternal política
eudemonista, que ha reemplazado al rudo despotismo.
Todos nosotros hemos pasado por ello, y la disposición
para la religión se ha visto perturbada en su germen ini-
cial, de forma que no pudo avanzar en su desarrollo con
el mismo ritmo que las demás disposiciones. Estos hom-
bres —no los puedo asociar a vosotros, con quienes estoy
hablando, pues ellos no desprecian la religión, por más
que la destruyan, y tampoco se les puede llamar cultiva-
dos aunque formen a la época e ilustren a los hombres y
esto lo quieran hacer hasta llegar a una enojosa transpa-

2
En 1795 se había establecido el metro como la diezmillonésima
parte del meridiano terrestre que pasa por Parts.
3
Ch. W. Hufeland, médico alemán (1762-1836), muy conocido en-
tonces por su obra El arte de prolongar la vida humana, en la que expo-
nía sus concepciones sobre la macrobiótica.
SOBRE LA RELIGIÓN 101

ntui- rencia—, estos tales siguen constituyendo, todavía, la


ea de parte dominante; vosotros y nosotros no somos más que
a de- un grupúsculo. Ciudades y países enteros son educados
mbién según sus principios y, cuando se ha superado esta educa-
ida y ción, se los encuentra de nuevo en la sociedad, en las
on el ciencias y en la filosofía; ciertamente también en ésta,
de la pues no sólo la antigua —según sabéis, la filosofía se divi-
, por de ahora, con mucho espíritu histórico, sólo en antigua,
reli- nueva y contemporánea— constituye su morada pecu-
toda liar, sino que se han adueñado incluso de la nueva. Me-
como diante su poderoso influjo sobre todos los intereses mun-
iente danos y mediante la falsa apariencia de filantropía, con la
vado que ella también ofusca la tendencia a la sociabilidad,
pios, esta forma de pensar sigue oprimiendo todavía a la reli-
n, se gión y se opone, con todas las fuerzas, a todo movimien-
de las to mediante el que ésta desee manifestar su vida en algu-
rrele- na parte. Sólo con la ayuda del más fuerte espíritu de
o útil, oposición contra esta tendencia general, puede, por
elera- tanto, prosperar ahora la religión y no aparecer sino bajo
ver- la forma que más se oponga a estos «intelectuales». Pues,
a an- así como todo obedece a la ley del parentesco, así el sen-
lítica tido sólo puede imponerse allí donde ha tomado pose-
smo. sión de un objeto, con el que el comprender (Verstehen),
ición que le es hostil, sólo está débilmente vinculado y al que,
n ini- por tanto, puede apropiar de la forma más fácil y con una
o con superabundancia de fuerza libre. Pero este objeto es el
hom- mundo interior, no el exterior: la psicología explicativa,
estoy esta pieza maestra de aquel tipo de entendimiento, des-
más pués de haberse agotado y casi envilecido, debido a su
ltiva- desmesura, ha comenzado por ceder de nuevo el puesto
res y a la intuición. Quien, por tanto, es un hombre religioso,
nspa- se ha replegado ciertamente sobre sí, con su sentido, su-
mido en la intuición de sí mismo, y dejando aún, por
ahora, todo lo externo, tanto lo intelectual como lo físi-
nésima co, a los «intelectuales», como gran meta de sus investi-
gaciones. Asimismo, de acuerdo con la misma ley, aque-
do en- llos a quienes su naturaleza aleja más del punto central
ue expo- de todos los adversarios del Universo, son los que en-
102 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

cuentran más fácilmente el acceso a lo Infinito. De ahí se


deriva, pues, el hecho de que, desde hace tiempo, todos
los espíritus verdaderamente religiosos se caractericen
por un toque de misticismo, y que todas las naturalezas
fantásticas que rehuyen ocuparse de la realidad de los
asuntos mundanos tengan accesos de religión: he aquí el
carácter de todos los fenómenos religiosos de nuestro
tiempo, he aquí los dos colores de que están compuestos
siempre, si bien en las mezclas más diversas. Digo fenó-
menos (Phánomene) pues no cabe esperar más en este
estado de cosas. Las naturalezas fantásticas carecen de
penetración de espíritu, de capacidad para aprehender lo
esencial. Un juego fácil y alternativo de combinaciones
bellas, a menudo fascinantes, pero siempre de carácter
meramente contingente y completamente subjetivo, les
es suficiente y constituye su máxima aspiración; resulta
vano ofrecer a su mirada una conexión más profunda y
más íntima. Estos tales sólo buscan propiamente la infi-
nitud y la universalidad de la seductora apariencia —que
es mucho menos, o también mucho más, de lo que real-
mente alcanza el sentido— a la que están acostumbrados
a atenerse y, por consiguiente, todos sus puntos de vista
muestran un carácter efímero y carente de ilación. Pron-
tamente se inflama su ánimo, pero sólo con una llama va-
cilante, ligera, por así decirlo: sólo tienen accesos de reli-
gión, como los tienen de arte, de filosofía y de todo lo
grande y bello cuya superficie los puede atraer hacia sí.
Aquellos, por el contrario, a cuyo ser íntimo pertenece la
religión, pero cuyo sentido siempre permanece replega-
do en sí porque no es capaz de apoderarse de alguna otra
realidad en la presente situación del mundo, carecen de-
masiado pronto de materia para convertirse en virtuosos
o héroes de la religión. Hay una gran mística vigorosa,
que incluso el hombre más frivolo no puede contemplar
sin veneración y recogimiento, y que infunde admiración
al hombre más racional, a causa de su simplicidad heroi-
ca y de su orgulloso desprecio del mundo. Quien la posee
no está precisamente saciado y colmado por intuiciones
SOBRE LA RELIGIÓN 103

í se externas del Universo, sino que, mediante una caracte-


dos rística misteriosa, siempre es retrotraído a sí mismo por
cen cada una de ellas en particular, y concibiéndose como el
zas compendio y la llave del Todo, convencido por una gran
los analogía y por una fe atrevida, de que no es necesario ir
í el más allá de sí mismo, sino de que el espíritu tiene en sí
tro capacidad suficiente para tomar conciencia también de
tos todo lo que el mundo exterior pudiera ofrecerle; de este
nó- modo, mediante una libre decisión, cierra para siempre
ste los ojos a todo lo que no es él: pero este desprecio no es
de ningún desconocimiento, este cierre del sentido no es
r lo ninguna incapacidad. Pero esto es lo que ocurre con los
nes nuestros: no han aprendido a ver nada fuera de sí, por-
cter que a ellos todo se les ha esbozado, más que mostrado,
les sólo según la forma deficiente propia del conocimiento
ulta común; ahora no les queda de su autocontemplación ni
ay sentido ni luz suficientes para penetrar esta vieja oscuri-
nfi- dad; y enojados con la época, a la que tienen reproches
que que dirigir, no quieren tener nada que ver con lo que es
eal- su obra en ellos. Por eso el Universo se encuentra en
dos ellos en un estado inculto e indigente, tienen demasiado
ista poco que intuir y, solos como están con su sentido, se ven
on- precisados a girar eternamente en torno a un círculo de-
va- masiado estrecho y, después de una vida enfermiza, su
eli- sentido religioso se extingue por falta de estímulos, por
o lo debilidad indirecta. Para aquellos cuyo sentido para el
sí. Universo, dotado de una mayor fuerza pero también de
e la una menor cultura, moviéndose audazmente hacia fuera,
ga- busca también más y nueva materia, existe otro fin dis-
otra tinto que revela con toda la claridad deseable su desa-
de- cuerdo con la época, una muerte asténica, por tanto, si
sos queréis, una eutanasia, pero una eutanasia terrible —el
osa, suicidio del espíritu, que, no acertando a aprehender el
plar mundo cuyo ser íntimo, cuyo gran sentido le permaneció
ción extraño bajo el influjo de los puntos de vista mezquinos
roi- de su educación, engañado por fenómenos confusos, en-
see tregado a fantasías desenfrenadas, buscando el Universo
nes y sus huellas allí donde nunca se encontraban, enojado,
104 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

rompe finalmente por completo la conexión entre lo in-


terior y lo exterior, rechaza el entendimiento impotente
y concluye en un delirio sagrado, cuya fuente casi nadie
conoce—: he aquí una víctima, que protesta a gritos —y,
sin embargo, no comprendida— del desprecio general y
de la vejación de que es objeto lo que hay de más íntimo
en el hombre. No obstante, sólo se trata de una víctima,
no de un héroe: quien sucumbe, comúnmente en el últi-
mo examen, no puede ser contado entre los que han sido
iniciados en los misterios más íntimos. Esta queja, de
que no hay entre nosotros ningún representante estable,
y reconocido ante todo el mundo, de la religión, no debe,
sin embargo, invalidar lo que he señalado inicialmente
sabiendo bien lo que decía, a saber, que tampoco nuestra
época es más desfavorable a la religión de lo que fue
cualquier otra. Ciertamente, la religión no ha disminuido
en el mundo desde el punto de vista cuantitativo, pero se
ha fragmentado y dispersado demasiado; por efecto de
una presión poderosa, sólo se revela mediante manifes-
taciones irrelevantes y superficiales, pero múltiples, que
son más apropiadas para resaltar la diversidad del todo y
deleitar el ojo del observador que para poder producir de
por sí una impresión grande y sublime. He aquí, una vez
más, esta convicción, y que la conciencia de cada uno de
vosotros la juzgue: que hay muchos que exhalan el más
fresco aroma de la joven vida impelidos por una añoran-
za y un amor sagrados hacia lo Eterno e Imperecedero y
que sólo tarde, y quizá nunca por completo, serán venci-
dos por el mundo; que no hay nadie a quien el superior
espíritu del mundo no se haya manifestado al menos una
vez y que no haya arrojado al avergonzado de sí mismo, a
quien se sonroja de su indigna limitación, una de estas
miradas penetrantes que la vista bajada siente sin verlas.
Lo que le falta a esta generación, y no puede menos de
faltarle, son tan sólo héroes de la religión, almas santas
tal-como se veían en otro tiempo, para quienes ella lo es
todo y que están completamente penetrados por ella. Y
siempre que reflexiono sobre lo que debe acontecer y
SOBRE LA RELIGIÓN 105

in- sobre qué dirección debe tomar nuestra cultura para que
nte los hombres religiosos aparezcan de nuevo revestidos de
die un estilo superior como productos, ciertamente raros,
—y, pero, no obstante, naturales de su época, descubro que
ly vosotros, mediante todos vuestros esfuerzos —si ello
mo ocurre conscientemente, podéis decidirlo vosotros mis-
ma, mos—, no contribuís poco a una palingenesia de la reli-
ti- gión, y que en parte vuestra actividad general, en parte
do los desvelos de un círculo más estrecho, en parte las ideas
de sublimes de algunos espíritus extraordinarios, serán utili-
le, zados en el curso de la humanidad con vistas a esta finali-
be, dad última.
nte La extensión y la verdad de la intuición dependen de la
tra agudeza y del alcance del sentido, y el más sabio, despro-
ue visto de sentido, no se encuentra más próximo a la reli-
do gión que el más necio, provisto de una recta visión. Por
se tanto, el punto de partida de todo ha de ser que se ponga
de término a la esclavitud a la que se tiene sometido el senti-
es- do de los hombres en función de aquellos ejercicios del
ue entendimiento, mediante los que nada se ejercita, de
oy aquellas explicaciones que no aclaran nada, de aquellos
de análisis que nada resuelven; y éste es un fin a cuya prose-
ez cución pronto colaboraréis todos conjuntando vuestras
de fuerzas. Con las reformas educativas ha ocurrido lo
más mismo que con todas las revoluciones que no fueron em-
n- prendidas tomando como horizonte los principios supre-
oy mos: esas revoluciones se deslizan paulatinamente, de
ci- nuevo, hacia el antiguo curso de las cosas, y sólo algunos
or cambios de carácter externo mantienen el recuerdo del
na acontecimiento tenido inicialmente por admirable y
o, a grandioso; la educación intelectualista y práctica sólo se
tas distingue poco todavía —y este poco no atañe ni al espíri-
as. tu ni al influjo ejercido— de la antigua educación mecá-
de nica. Este hecho no se os ha escapado a vosotros; dicha
as educación ya os resulta en gran parte igual de odiosa y se
es difunde una idea más pura acerca de la santidad de la in-
Y fancia y de la eternidad del albedrío inviolable, cuyas
y manifestaciones ya es preciso esperar y espiar incluso en
106 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMA CHER

la fase del desarrollo humano. Pronto quedarán supera-


dos estos límites, y la fuerza intuitiva se apoderará de
todo su dominio, cada órgano se abrirá, y los objetos se
podrán poner de todas las maneras en contacto con el
hombre. Pero con esta libertad ilimitada del sentido se
puede muy bien conciliar una limitación y una dirección
firme de la actividad. Ésta es la exigencia con la que los
mejores de vosotros se dirigen ahora a los contemporá-
neos y a la posteridad. Vosotros estáis cansados de con-
templar el estéril divagar enciclopédico. Vosotros mis-
mos sólo habéis llegado a ser lo que sois por la vía de esta
autolimitación y sabéis que no hay ninguna otra para for-
marse; vosotros insistís, por tanto, en que cada uno debe
procurar llegar a ser algo determinado y en que debe de-
sarrollar algún tipo de actividad, de una forma estable y
con toda el alma. Nadie puede percatarse mejor de la
verdad de este consejo que aquel que ya ha alcanzado un
nivel de madurez en lo relativo a aquella universalidad
del sentido, pues ése no puede ignorar que no habría nin-
gún objeto, si no estuviera todo separado y limitado. Y
así también yo me alegro de estos esfuerzos y hubiera de-
seado que ya hubieran producido mayores resultados.
Redundarán de una forma admirable en beneficio de la
religión. Pues precisamente esta limitación de la fuerza,
siempre que el sentido no se halle limitado a su vez, le
allana con tanta mayor seguridad el camino hacia lo Infi-
nito y le facilita de nuevo la comunidad tanto tiempo in-
terrumpida. Quien ha intuido y conoce muchas cosas y
puede entonces decidirse a hacer y a promover alguna
cosa particular por sí misma, con todas sus fuerzas, ese
tal no puede menos de reconocer también que las demás
cosas particulares han de ser ejecutadas y encontrarse
ahí a causa de ellas mismas, porque de lo contrario se ha-
bría contradicho a sí mismo y cuando, después, ha lleva-
do tan alto como le fue posible la realización del objeto
escogido, al hallarse precisamente en la cumbre de la
perfección, menos que nunca se le escapará que esta cosa
particular no es nada sin el resto. Este reconocimiento de
SOBRE LA RELIGIÓN 107

era- lo extraño y la destrucción de lo propio que se impone


á de por doquier al hombre sensato, esta exigencia simultá-
s se nea de amor y desprecio hacia todo lo finito y limitado,
n el no resulta posible sin un oscuro presentimiento del Uni-
o se verso y debe llevar consigo necesariamente una añoranza
ción más pura y determinada de lo Infinito, del Uno en Todo.
e los Todos conocen, a través de la propia conciencia, tres di-
orá- recciones distintas del sentido, a saber, una hacia el inte-
con- rior, hacia el yo mismo; otra hacia fuera, hacia lo indeter-
mis- minado de la visión del mundo, y una tercera que une a
esta ambas, en la medida en que el sentido, expuesto a una
for- constante oscilación entre las dos, sólo halla reposo en la
ebe aceptación incondicionada de su unión más íntima; ésta
de- es la dirección hacia lo perfecto en sí, hacia el arte y sus
le y obras. Sólo una de ellas puede constituir la tendencia
e la predominante de un hombre, pero a partir de cada una
o un existe una vía hacia la religión, y ésta reviste una forma
dad particular, según la peculiaridad de la vía en la cual ha
nin- sido hallada. Intuios a vosotros mismos con un empeño
.Y constante, separad todo lo que no es vuestro propio yo,
de- proseguid siempre así con un sentido cada vez más agudo
dos. y, cuanto más desaparezcáis ante vuestros ojos, tanto
e la más claramente se os presentará el Universo, tanto más
rza, espléndidamente seréis compensados mediante el senti-
, le miento de lo Infinito en vosotros, por el trauma de la
nfi- autodestrucción. Mirad fuera de vosotros hacia una
in- parte cualquiera, hacia un elemento cualquiera del
sy mundo, y aprehendedlo en todo su ser, pero conjuntad
una también todo lo que es no sólo en sí, sino también en vo-
ese sotros, en éste y en aquél y por doquier, repetid vuestro
más camino desde la periferia hasta el centro y desde distan-
rse cias mayores: pronto perderéis lo finito y habréis encon-
ha- trado el Universo. Yo desearía, si no fuera impío desear
va- más allá de los propios límites, poder intuir con la misma
eto claridad cómo el sentido artístico se transmuta por sí solo
la en religión; cómo, a pesar de la calma en la que, median-
osa te cada goce particular, se sume el ánimo, éste se siente
de impulsado, no obstante, a realizar los progresos que lo
KW FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

pueden conducir al Universo. ¿Por qué quienes pueden g


haber recorrido este camino son naturalezas tan calla- P
das? Yo no conozco dicho camino; se trata de mi limita- d
ción más acusada, es la laguna que siento profundamente b
en mi ser, pero que también abordo con respeto. Me re- e
signo a no ver, pero creo; me resulta clara la posibilidad r
de la cosa, sólo que ha de permanecer para mí un miste- l
rio. Ciertamente, si es verdad que hay conversiones rápi- a
das, incitaciones mediante las que al hombre, que en d
nada pensaba menos que en elevarse por encima de lo fi- f
nito, se le manifiesta de una forma instantánea mediante f
una iluminación inmediata, interna, el sentido para el d
Universo, y lo sorprende con su grandiosidad, entonces y
creo que, en mayor medida que cualquier otra cosa, la a
contemplación de grandes y sublimes obras de arte g
puede realizar este milagro; sólo que nunca llegaré a per- d
cibirlo; no obstante, esta fe se proyecta más hacia el futu- e
ro que hacia el pasado o el presente. Encontrar el Uni- p
verso por la vía de la autocontemplación más abstracta l
fue la tarea que se propuso el antiquísimo misticismo a
oriental, que con admirable audacia conectó lo infinita- c
mente grande con lo infinitamente pequeño y encontró v
todo, justo en los límites de la nada. De la visión del a
mundo (Weltanschaung), lo sé, surgió toda religión, cuyo d
esquematismo era el cielo o la naturaleza orgánica, y el d
politeísta Egipto fue durante largo tiempo el cultivador p
más perfecto de esta forma de pensar, en la que —cabe al c
menos sospecharlo— la intuición más pura de lo Infinito c
y lo viviente originarios puede haber discurrido, en hu- m
milde tolerancia, justo al lado de la superstición más os- a
curantista y de la mitología más absurda; de una religión p
del arte que hubiera dominado pueblos y épocas, nunca z
he llegado a tener conocimiento alguno. Sólo sé que el
sentido artístico nunca ha influido en estas dos especies
de religión sin colmarlas de una nueva belleza y santidad
y sin haber atenuado amistosamente su limitación origi-
naria. Así, los más antiguos sabios y poetas griegos trans-
formaron la religión de la naturaleza dándole una confi- a
e
SOBRE LA RELIGIÓN 109

n guración más bella y jovial, y de este modo su divino


a- Platón elevó la mística más sagrada a la cumbre suprema
a- de la Divinidad y de la humanidad. Dejadme rendir tri-
e buto al dios 4, para mí desconocido, en atención a que
e- este dios ha cuidado de él y de su religión con tanto esme-
d ro y desinterés. Admiro el más bello autoolvido en todo
e- lo que dice contra ese dios 5 incitado por un celo sagrado,
i- a modo de un rey justo que tampoco perdona a la madre,
n de corazón demasiado blando, pues tal crítica sólo se re-
i- fería al servicio voluntario que ese dios rendía a la imper-
e fecta religión de la naturaleza. Ahora no está al servicio
el de ninguna religión, y todo es distinto y peor. La religión
s y el arte se encuentran una al lado del otro como dos
a almas amigas, cuyo parentesco íntimo, aunque ellos lle-
e guen a presentirlo, sin embargo les es todavía desconoci-
r- do. Tienen siempre sobre los labios palabras amistosas y
u- efusiones del corazón 6 , y siempre las reiteran de nuevo,
- porque ellos todavía no pueden hallar la verdadera índo-
a le y el fundamento último de su modo de pensar y de sus
o anhelos. Ellos están a la espera de una próxima revela-
- ción, y, sufriendo y suspirando bajo la misma opresión,
ó ven cómo se toleran mutuamente, quizá con una íntima
el adhesión y sentimientos profundos, pero sin amor. ¿Ha
yo de conducir sólo esta opresión común al momento feliz
el de su unión? O bien libráis pronto un gran combate en
r pro de aquel de los dos por el que sintáis un aprecio espe-
al cial, en cuyo caso se apresurará ciertamente a hacerse
o cargo del otro, al menos con fidelidad fraternal. Pero de
- momento no sólo carecen ambos tipos de religión de la
- ayuda del arte, sino que también su estado es en sí mismo
n peor que en el pasado. En una época en la que las sutile-
a zas científicas, carentes de verdaderos principios, toda-
el
s
d 4
El arte.
5
- 6
Referencia a la crítica platónica del arte.
s- Alusión a la obra de W. H. Wackenroder y L. Tieck, aparecida dos
- años antes de la publicación de los Discursos, Herzensergiessungen
eines kuntsliebenden Klosterbruders.
110 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

vía no habían alterado, a causa de su vulgaridad, la pure-


za del sentido, ambas fuentes de la intuición de lo
Infinito fluían llenas de grandeza y vistosidad, aunque
ninguna de ellas era de por sí lo suficientemente rica
como para alumbrar su máxima realidad; ahora se en-
cuentran además perturbadas por la pérdida de la simpli-
cidad y por el influjo pernicioso de una forma de pensar
presuntuosa y falsa. ¿Cómo sería posible purificarlas?,
¿cómo se les proporcionaría la suficiente fuerza y pleni-
tud para que fecunden el suelo con vistas a que aporte
algo más que productos efímeros? Hacerlas converger y
reunirías en un mismo lecho es lo único que puede con-
ducir la religión a su perfeccionamiento, por el camino
que seguimos nosotros; ello constituiría un aconteci-
miento desde cuyo seno ella se enfrentaría pronto a tiem-
pos mejores bajo una forma nueva y grandiosa. Reparad
en esto: ¡la meta de vuestros supremos esfuerzos actuales
es a la vez la resurrección de la religión! Vuestra solicitud
es la que debe conducir a este acontecimiento, y yo cele-
bro en vosotros —aun cuando no pretendáis serlo— a los
salvadores y promotores de la religión. No os desviéis de
vuestro puesto y de vuestra obra hasta que hayáis pene-
trado en lo más íntimo del conocimiento y abierto con
humildad sacerdotal el santuario de la verdadera ciencia,
donde a todos los que entran, y también a los hijos de la
religión, se les sustituirá todo lo que echaban a perder
una semiciencia y una actitud arrogante que se derivaba
de ella. La moral en su belleza recatada, celestial, lejos
de los celos y de la arrogancia despótica, les proporciona-
rá ella misma, a la entrada, la lira celestial y el espejo má-
gico para acompañar su proceso formativo serio, silen-
cioso, con acentos divinos, y para contemplarlo siempre
el mismo bajo innumerables configuraciones, a través de
toda la infinitud. La filosofía, elevando al hombre a la
concepción de su interacción con el mundo, enseñándole
a conocerse no sólo como creatura, sino a la vez como
creador, no toleraría por más tiempo que bajo sus ojos,
malogrando su fin, languidezca, pobre e indigente, aquel
SOBRE LA RELIGIÓN 111

ure- ¡ que mantiene el ojo de su espíritu firmemente vuelto


e lo hacia sí, para buscar allí el Universo. El angustioso muro
que divisorio se ha desmoronado, todo lo que se encuentra
rica fuera de él no es más que otra cosa en él; todo es reflejo
en- de su espíritu, lo mismo que su espíritu es la impronta de
mpli- todo; él puede buscarse a sí en este reflejo, sin perderse o
nsar salir fuera de sí; no puede agotarse nunca en la intuición
as?, de sí mismo, puesto que todo se encuentra en él. A aquel
eni- que mira en torno a sí para contemplar el Universo, la fí-
orte sica lo coloca audazmente en el centro de la naturaleza y
er y no tolera por más tiempo que se disperse infructuosa-
con- mente y se centre en pequeños detalles particulares. En-
mino tonces él no hace más que perseguir el juego de las fuer-
eci- zas de la naturaleza hasta su dimensión más recóndita,
em- desde las inaccesibles reservas de la materia móvil hasta
arad los laboratorios sofisticados de la vida orgánica; él evalúa
ales su poder desde los límites del espacio alumbrador de
citud mundos hasta el centro de su propio yo, y se encuentra
cele- por doquier en eterno conflicto y en la unión más indiso-
a los luble con esta naturaleza, mostrándose como su centro
is de más íntimo y como su límite más externo. La apariencia
ene- se ha disuelto y la esencia ha sido alcanzada; firme es su
con mirada y clara su visión reconociendo la misma realidad
ncia, por doquier bajo todos los disfraces y no encontrando re-
de la poso en ninguna parte a no ser en lo Infinito y en el Uno.
rder Ya veo a algunas figuras señeras, iniciadas en estos mis-
vaba terios, retornar del santuario, que sólo se purifican y ade-
ejos rezan todavía, para presentarse revestidos de la indu-
ona- mentaria sacerdotal . Por más que también el otro dios 8
má- pueda diferir aún por largo tiempo su beneficiosa apari-
ilen- ción, también para esto la época nos proporciona un
mpre grande y rico sucedáneo. La mayor obra de arte es aque-
s de lla cuya materia la constituye la humanidad, aquella que
a la
dole
omo
ojos, Probablemente alude a determinados protagonistas del movimien-
quel to romántico.
8
En consonancia con referencias anteriores, se trata del arte.
112 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

forma inmediatamente el Universo, y de ésta muchos


han de tomar pronto conciencia. Pues el Universo crea
actualmente formas con un arte atrevido y vigoroso, y
vosotros seréis los neócoros cuando las nuevas formas
sean expuestas en el templo del tiempo. Interpretad al
artista con fuerza y espíritu, explicad las obras posterio-
res a partir de las anteriores y a éstas a partir de aquéllas.
Entrelacemos pasado, presente y futuro, una galería sin
fin de las más sublimes obras de arte, multiplicadas eter-
namente por mil espejos relucientes. Dejad que la histo-
ria, como conviene a quien tiene mundos a su disposi-
ción, recompense con generosa gratitud a la religión,
como su primera cultivadora, y suscite verdaderos y san-
tos adoradores del poder y la sabiduría eternos. Ved
cómo el árbol celeste se desarrolla en medio de vuestras
plantaciones sin vuestra colaboración. ¡No interfiráis en
su desarrollo ni lo arranquéis! Es una prueba de la com-
placencia de los dioses y del carácter imperecedero de
vuestro mérito; es un ornato que lo embellece, un talis-
mán que lo protege.
hos
rea
o, y
mas
d al
rio-
las.
sin
ter-
sto-
osi- CUARTO DISCURSO
ión,
san-
Ved SOBRE LA SOCIABILIDAD EN LA RELIGIÓN
tras O SOBRE LA IGLESIA Y EL SACERDOCIO
s en
om-
de Aquellos de vosotros que están acostumbrados a no
alis- ver la religión sino como una enfermedad del ánimo sue-
len también, por cierto, compartir la idea de que ella
constituye un mal más fácilmente tolerable, quizá sus-
ceptible de ser dominado, mientras que sólo individuos
aislados, aquí y allá, se encuentren afectados por dicha
enfermedad, pero opinan que el peligro común alcanza-
ría un nivel máximo y todo estaría perdido tan pronto
como se constituyera una comunidad demasiado estre-
cha entre varios infelices de este género. En el primer
caso se podría, mediante un tratamiento adecuado, pon-
gamos por caso mediante una dieta que resiste a la infla-
mación y mediante aire salubre, atenuar los paroxismos,
y allí donde no se consiguiera vencer por completo los
agentes peculiares de la enfermedad, sí cupiera reducir-
los a un nivel inocuo; pero en el segundo caso sería preci-
so desechar toda esperanza de salvación; el mal se haría
más devastador y vendría acompañado de los síntomas
más peligrosos si en cada individuo se fomenta y acentúa
la proximidad excesiva de los otros; en dicho caso unos
pocos pronto envenenarían toda la atmósfera; incluso los

[113]
114 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

cuerpos más sanos serían contagiados, todos los canales


por los que debe pasar el proceso de la vida serían des- s
truidos, toda la savia disuelta, y, víctimas del mismo deli- s
rio febril, quedarían afectados, de una forma irrepara- f
ble, generaciones y pueblos enteros. Por consiguiente, a
vuestra antipatía hacia la Iglesia, hacia toda organización q
que tenga por cometido transmitir la religión, siempre es m
mayor aún que la que experimentáis hacia la religión l
misma; por ello los sacerdotes, en su condición de sopor- i
te y miembros propiamente activos de tales organizacio- d
nes, son para vosotros los más odiosos de los hombres. q
Pero también aquellos de vosotros que tienen de la reli- m
gión una opinión más matizada y la consideran más como m
un hecho singular que como una perturbación del ánimo, p
más como un fenómeno irrelevante que peligroso, tie- c
nen, en lo referente a todo ordenamiento social de la n
misma, conceptos que son exactamente igual de peyora- d
tivos. La renuncia servil a lo que posee un carácter pecu- n
liar y libre, el mecanismo carente de espíritu y los usos r
vacíos serían, según su opinión, consecuencias insepara- c
bles de tal ordenamiento social y la obra ingeniosa de c
aquellos que con un éxito increíble se procuran grandes m
méritos a partir de cosas que o bien carecen de relevan- q
cia, o bien que cualquier otro estaría en condiciones de l
realizar igual de bien. Sólo os habría abierto mi corazón m
de un modo muy imperfecto, en lo relativo al objeto que a
es para mí tan importante, si no me esforzara por situa- e
ros, también a este respecto, sobre el recto punto de e
vista. No preciso repetir cuántas aspiraciones equivoca- b
das y tristes destinos de la humanidad imputáis a las aso- o
ciaciones religiosas; esta relación se encuentra en mil ex- p
presiones de los autores más estimados entre vosotros; s
tampoco quiero detenerme en refutar una por una estas p
imputaciones y en atribuir el mal a otras causas: someta- g
mos más bien toda la concepción a un nuevo examen y q
recreémosla a partir del centro de la cosa, sin preocupar- s
nos de lo que ha ocurrido hasta ahora y de lo que nos m
ofrece la experiencia. f
SOBRE LA RELIGIÓN 115

es Desde el momento en que existe la religión, ella ha de


s- ser también necesariamente sociable: esto dimana no
i- sólo de la naturaleza del hombre, sino también, de una
a- forma muy especial, de la religión. Vosotros tendréis que
e, admitir que es algo sumamente contrario a la naturaleza
n que lo que el hombre ha producido y elaborado en sí
es mismo lo quiera también mantener encerrado en sí. En
n la constante interacción, no sólo práctica sino también
r- intelectual, en la que se encuentra con los demás indivi-
o- duos de su especie, debe expresar y comunicar todo lo
s. que hay en él, y cuanto más violentamente algo lo con-
i- mueve, cuanto más íntimamente penetra su ser, tanto
mo más intensamente se deja sentir el impulso de contem-
o, plar su fuerza también fuera de sí, en otros, para justifi-
e- car ante sí mismo que todo lo que le ha ocurrido es huma-
a no. Vosotros veis que aquí no se habla en modo alguno
a- de aquella pretensión de hacer que otros se asemejen a
u- nosotros, ni de la creencia de que lo que hay en nosotros
os resulta indispensable para todos, sino tan sólo de tomar
a- conciencia de la relación de nuestras contingencias parti-
e culares con la naturaleza común. Ahora bien, el objeto
es más peculiar de este deseo es indiscutiblemente aquel en
n- que el hombre se siente originariamente pasivo, a saber,
e las intuiciones y los sentimientos; a este respecto le apre-
n mio a conocer si se trata de algún poder extraño e indigno
e ante el que se vea precisado a ceder. Por eso vemos que
a- el hombre se aplica, ya desde la infancia, en comunicar
e especialmente sus intuiciones y sentimientos: él deja más
a- bien que reposen sobre sí sus conceptos, acerca de cuyo
o- origen, por lo demás, no puede surgirle duda alguna;
x- pero de lo que impresiona sus sentidos, de lo que excita
s; sus sentimientos, de esto quiere tener testigos, en este
as punto quiere tener copartícipes. ¿Cómo habría él de
a- guardar para sí precisamente los efectos del Universo,
y que se le presentan como lo que hay de más grande e irre-
r- sistible? ¿Cómo habría de querer retener en sí precisa-
os mente aquello que con mayor fuerza le impulsa a salir
fuera de sí, y más que ninguna otra cosa le infunde la con-
116 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

vicción de que él no se puede conocer a sí mismo tenién-


dose sólo a sí como punto de referencia. Su primer im-
pulso consiste más bien, cuando una visión religiosa se ha
vuelto clara para él o un sentimiento piadoso penetra su
alma, en llamar también la atención de otros sobre ese
objeto y, si es posible, en transmitirles las vibraciones de
su espíritu. Si, por tanto, presionado por su naturaleza,
el hombre religioso habla por necesidad, es precisamente
esta naturaleza la que le procura también oyentes. En
ningún género de pensamientos o de sentimientos tiene
el hombre una sensación tan viva de su total incapacidad
para agotar alguna vez su objeto como en el caso de la re-
ligión. Su sentido religioso no se ha despertado antes de
que él sienta también sus propios límites y la infinitud de
la religión; él es consciente de no abarcar más que una
pequeña parte de ella, y lo que él no puede alcanzar in-
mediatamente, lo quiere percibir al menos a través de un
médium extraño. Por ello le interesa toda manifestación
de la religión y, buscando lo que le podría servir como
complemento, está a la escucha de cualquier acento en el
que pueda reconocer la presencia de la misma. De esta
forma, se establece una comunicación recíproca; de esta
forma hablar y escuchar son para todos igual de impres-
cindibles. Pero la comunicación religiosa no se ha de bus-
car en los libros, tal como puede ser el caso de otros con-
ceptos y conocimientos. La impresión original pierde
mucho a través de este médium, en el que se disuelve
todo lo que no encaja en la uniformidad de los signos me-
diante los que ha de producirse, de nuevo, esa impre-
sión, y en cuyo marco todo necesitaría de una doble y tri-
ple exposición, en cuanto que el objeto de la exposición
originaria habría de ser expuesto de nuevo y, sin embar-
go, la repercusión sobre el conjunto del hombre sólo po-
dría ser reproducida inadecuadamente, en su gran uni-
dad, mediante una reflexión que implica múltiples
operaciones; sólo si la religión es expulsada de la socie-
dad de los vivientes, se ve precisada a ocultar los múlti-
ples aspectos de su vida bajo la letra muerta. Tampoco
SÓBRELA RELIGIÓN 117

én- este comercio con lo más íntimo del hombre puede ser
im- practicado en el marco de una conversación ordinaria.
ha Muchos, que están llenos de buena voluntad respecto a
su la religión, os han reprochado por qué se habla, pues,
ese entre vosotros, en el marco de unas relaciones amistosas,
de de todos los objetos importantes, con la sola excepción
za, de Dios y de las cosas divinas. Yo quisiera defenderos a
nte este respecto, señalando que de esto, al menos, no se de-
En duce ni desprecio ni indiferencia, sino un instinto feliz y
ene muy certero. Allí donde el regocijo y la risa también
dad están en su elemento, y la seriedad misma ha de coexistir
re- de una forma condescendiente con la broma y la chanza,
de no puede haber espacio alguno para aquello que siempre
de ha de estar rodeado de un santo pudor y de una santa ve-
una neración. Visiones religiosas, sentimientos piadosos y se-
in- rias reflexiones en torno a ellos, he aquí cosas que tam-
un poco cabe arrojar entre unos y otros en pequeñas
ión migajas, como si se tratara de los contenidos de una con-
mo versación superficial: donde se hablara de objetos tan sa-
n el grados, sería más bien frivolidad que habilidad tener pre-
esta parada, inmediatamente, una respuesta para cada
esta pregunta y una réplica para cada alocución. De esta
es- forma, a saber, mediante un intercambio fácil y rápido
us- de ocurrencias brillantes, no cabe abordar las cosas divi-
on- nas: la comunicación religiosa ha de desarrollarse en un
rde estilo más elevado, y de ahí debe surgir otra especie de
lve sociedad, que esté dedicada propiamente a la religión.
me- Conviene aplicar también toda la plenitud y magnificen-
pre- cia del discurso humano al objeto supremo que puede al-
tri- canzar el lenguaje, no como si hubiera algún ornato del
ión que no pudiera prescindir la religión, sino porque sería
bar- impío y frivolo no mostrar que se ha de recurrir a todas
po- las posibilidades para exponerla con la fuerza y dignidad
uni- adecuadas. Por ello es imposible expresar y comunicar la
ples religión de otra manera que mediante un modo oratorio,
cie- echando mano de todos los recursos y el arte del lengua-
lti- je, y apelando para ello, de buen grado, a los servicios de
oco todas las artes, que pudieran prestar su apoyo a la fugaci-
118 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

dad y movilidad del discurso. Por eso también la boca de


aquél, cuyo corazón está lleno de ella, sólo se abre ante
una asamblea sobre la que puede ejercer múltiples influ-
jos, lo que presenta una apariencia tan magnífica. De-
searía poder trazaros un cuadro de la vida rica, exube-
rante, en esta ciudad de Dios, cuando se congregan sus
ciudadanos, cada uno lleno de fuerza propia, que quiere
difundirse en el espacio abierto, y lleno del deseo sagra-
do de aprehender y de apropiarse de todo lo que otros
puedan ofrecerle. Cuando alguien destaca frente a los
demás, no es un cargo o el resultado de un acuerdo lo que
le legitima para ello, no es orgullo o arrogancia lo que le
infunde presunción: se trata de un libre movimiento del
espíritu, del sentimiento de la unión más cordial de cada
uno con todos y de la igualdad más completa, de la anula-
ción, realizada de común acuerdo, de todo «en primer
lugar» y «en último lugar» y de todo orden terreno.
Quien destaca es con el fin de presentar su propia intui-
ción como objeto de consideración para los demás, para
conducirlos al campo de la religión, én el que se encuen-
tra en su elemento, y para infundirles sus sentimientos
sagrados; él da expresión al Universo, y la comunidad
sigue, en sagrado silencio, su inspirado discurso. Bien
sea que él desvele un milagro oculto, o bien que conecte
el futuro con el presente, impulsado por una confianza
profética; bien sea que mediante nuevos ejemplos corro-
bore antiguas percepciones, o bien que su ardiente fanta-
sía le transporte mediante sublimes visiones a otras par-
tes del mundo y a otro orden de cosas: el experimentado
sentido de la comunidad acompaña por doquier al suyo,
y, cuando él retorna a sí mismo de sus incursiones a tra-
vés del Universo, su corazón y el de todos los demás es el
escenario común del mismo sentimiento. Entonces se le
responde en alta voz confesando la concordancia de su
punto de vista con el que comparten ellos, y así serán
desvelados y celebrados misterios, no sólo emblemas lle-
nos de significado, sino, considerada correctamente la si-
tuación, indicios naturales de una conciencia y de unas
SOBRE LA RELIGIÓN 119

de sensaciones determinadas; a modo de un coro superior


nte que responde en un lenguaje propio, sublime, a la voz
flu- que le había interpelado. Pero no se trata tan sólo de un
De- símil: así como un tal discurso es música, aun cuando no
be- vaya acompañada de canto y entonación, así también,
sus entre los santos, existe una música que se transforma en
ere un discurso sin palabras, en la expresión más determina-
gra- da, más comprensible de la realidad más íntima. La musa
ros de la armonía, cuya relación familiar con la religión per-
los tenece todavía al orden de los misterios, en todo tiempo
que ha ofrecido a ésta, sobre sus altares, las obras más magní-
e le ficas y consumadas de sus discípulos más consagrados.
del En himnos y coros sagrados, a los que las palabras de los
ada poetas sólo van unidas de una forma libre y etérea, se ex-
ula- hala lo que la naturaleza determinada del discurso ya no
mer puede aprehender, y así se apoyan y alternan las tonali-
no. dades del pensamiento y de la sensación, hasta que todo
tui- está saturado y lleno de lo Santo y lo Infinito. Tal es el
ara influjo que los hombres religiosos ejercen entre sí, tal es
en- su vinculación natural y eterna. No les toméis a mal que
ntos este vínculo celeste, el resultado más perfecto de la socia-
dad bilidad humana, resultado que ésta sólo puede alcanzar
ien si es conocida desde el punto de vista más elevado en su
ecte ser más íntimo, tenga más valor para ellos que vuestro
nza vínculo político terreno, que sólo es fruto de una imposi-
rro- ción efímera, provisional. ¿Dónde se encuentra, pues,
nta- en todo esto aquella oposición entre sacerdotes y laicos
par- que vosotros soléis considerar como la fuente de tantos
ado males? Una falsa apariencia os ha obcecado: no se trata
yo, aquí de ninguna diferencia entre personas, sino tan sólo
tra- de una diferencia de disponibilidad y de relaciones. Cada
es el uno es sacerdote en la medida en que atrae a los otros
e le hacia sí, al campo del que se ha apropiado de una forma
e su particular y en el que se puede presentar como virtuoso;
rán cada uno es laico en la medida en que sigue el arte y las
lle- indicaciones de otro en aquel ámbito de la religión en el
a si- que él mismo es un extraño-. No existe aquella aristocra-
nas cia tiránica, que vosotros describís de una forma tan
120 FRIEDRICH D. E. SCHLE1ERMACHER

odiosa: esta sociedad es un pueblo sacerdotal, una repú-


blica perfecta, en la que cada uno es alternativamente
jefe y pueblo, en la que cada uno obecece en otros a la
misma fuerza que él también siente en sí, y con la que él,
a su vez, domina también a los otros. ¿Dónde está el es-
píritu de discordia y de escisión, que vosotros consideráis
como la consecuencia inevitable de todas las asociacio-
nes religiosas? Yo veo únicamente que todo es uno y que
todas las diferencias, que existen realmente en la religión
misma, se funden suavemente entre sí debido precisa-
mente a la unión que genera la sociabilidad. Yo mismo
he llamado vuestra atención sobre la existencia de dife-
rentes grados de religiosidad, he aludido a dos concep-
ciones distintas y a las diferentes direcciones, según las
que la fantasía individualiza, en función suya, el objeto
supremo de la religión. ¿Pensáis que de aquí habrán de
surgir necesariamente sectas y que esto habría de impe-
dir la libre sociabilidad en la religión? En un plano ideal
vale ciertamente el principio de que todo lo que está se-
parado y colocado bajo secciones distintas debe también
oponerse y contradecirse; pero desechad este enfoque
cuando consideréis lo real mismo; ahí todo se confunde.
Ciertamente, aquellos que más se asemejan en uno de
estos puntos también se atraerán mutuamente con la
mayor intensidad, pero no pueden por ello constituir un
todo separado: pues los grados de este parentesco au-
mentan y disminuyen de una forma imperceptible, y ante
tantas transiciones no hay, incluso entre los elementos
más alejados, ninguna repulsión absoluta, ninguna sepa-
ración total. Tomad de estas masas, que son producto de
una constitución química particular, aquella que voso-
tros queráis; si no la aisláis violentamente mediante algu-
na operación mecánica, ninguna constituirá una indivi-
dualidad propia; sus partes extremas estarán a la vez en
conexión con otras que ya pertenecen propiamente a
otra masa distinta. Si se unen más estrechamente quienes
se encuentran en el mismo nivel inferior, también hay al-
gunos entre ellos que tienen un presentimiento de lo
SOBRE LA RELIGIÓN 121

epú- mejor, y cualquiera que esté situado realmente en un


ente nivel superior, los comprende mejor que ellos se com-
a la prenden a sí mismos; él es consciente del punto de cone-
e él, xión que les permanece oculto a éstos. Si se asocian entre
l es- sí aquellos en los que impera una de las dos concepcio-
eráis nes, hay, no obstante, algunos que comprenden a ambas
acio- y que pertenecen a ambas; y aquel a quien resulta natural
que personificar el Universo, sin embargo, en lo esencial, en
gión lo referente a la materia de la religión, no se ha de dife-
cisa- renciar de quien no lo personifica, y no faltarán quienes
smo también puedan fácilmente compartir el punto de vista
dife- opuesto. Si la universalidad ilimitada del sentido es la
cep- condición primera y originaria de la religión y por tanto
n las también, como es natural, su fruto más bello y más ma-
jeto duro, bien veis que no es posible que ocurra de otra ma-
n de nera; cuanto más progresáis en religión, tanto más el
mpe- mundo religioso en su totalidad debe apareceros como
deal un todo indivisible: sólo en los estratos inferiores puede
á se- percibirse quizá una cierta tendencia a la separación; los
bién espíritus superiores y más cultivados ven una asociación
oque general y, precisamente debido a que la ven, la fundan
nde. también. Cada uno sólo está en contacto con el vecino
o de más próximo, pero al lindar también, en todos los senti-
n la dos y direcciones, con un vecino más próximo, se en-
r un cuentra de hecho en una conexión inseparable con el
au- Todo. Místicos y físicos en religión, teístas y panteístas,
ante aquellos que se han elevado a una visión sistemática del
ntos Universo, y aquellos que sólo lo intuyen en sus elemen-
epa- tos o en el oscuro caos, todos deben, no obstante, consti-
o de tuir una sola cosa, un solo vinculo que los abraza a todos,
oso- y sólo pueden ser separados de una forma violenta y arbi-
lgu- traria; toda unión particular no es más que una parte flui-
divi- da e integradora del Todo, que se pierde en el mismo a
z en través de unos contornos imprecisos, y también sólo de
te a este modo es consciente de sí. ¿Dónde está la denostada
enes manía, desenfrenada, de efectuar conversiones condu-
y al- centes a ciertas formas determinadas de religión, y
e lo dónde se halla la terrible máxima «fuera de nosotros no
122 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

hay salvación»? 1. La sociedad religiosa, tal como os la


he expuesto, y tal como debe ser según su naturaleza,
tiende sólo a la comunicación recíproca y existe tan sólo
entre quienes ya tienen religión, sea cual fuere: ¿cómo
podría, por tanto, consistir su cometido en hacer cambiar
de opinión a aquellos que ya profesan una religión deter-
minada o en conducir e iniciar a aquellos que carecen to-
davía por completo de ella? La religión de la sociedad,
tomada en su conjunto, es la religión total, infinita, que
ningún individuo puede abarcar, y con vistas a la que,
por tanto, tampoco nadie es susceptible de ser formado y
elevado. Si, por tanto, alguien ya ha escogido para sí una
parte de esta religión, sea cual fuere, ¿no sería un modo
de proceder absurdo, por parte de la sociedad, querer
arrebatarle lo que es acorde con su naturaleza, dado que
ella también ha de abarcar en sí esa parte y, por consi-
guiente, alguien ha de poseerla necesariamente? ¿Y para
qué habría de querer ella formar a aquellos para quienes
la religión es en general algo extraño todavía? Pues tam-
poco ella misma puede comunicarles su propiedad, el
Todo infinito; ¿podría, por tanto, transmitirles tal vez lo
general, lo indeterminado que quizás se haría patente, si
se averiguara lo que eventualmente se halla presente en
todos sus miembros? Pero vosotros bien sabéis que nada
puede, en parte alguna, ser realmente transmitido y co-
municado como algo general e indeterminado sino tan
sólo como algo particular y bajo una forma completa-
mente determinada, porque de lo contrario esto no sería
algo, sino, de hecho, nada. Si se procediera así, la socie-
dad religiosa carecería, por tanto, de toda medida y de
toda regla. Y cómo llegará ella en general a salir de sí,
puesto que el estado de indigencia del que ha surgido el
principio de la sociabilidad religiosa no sugiere nada se-
mejante. Lo que acerca de este punto ocurre, por tanto,

1
Se refiere, como es obvio, a la conocida expresión extra ecclesiam
nulla salus.
SOBRE LA RELIGIÓN 123

la en la religión es siempre un mero asunto privado del indi-


za, viduo, para sí. Obligado a retirarse a las regiones inferio-
ólo res de la vida, desde el círculo de la asociación religiosa,
mo en el que la intuición del Universo le proporciona el goce
iar más sublime, y en el que, penetrado por sentimientos sa-
er- grados, su espíritu se cierne sobre la cumbre más elevada
to- de la vida, su consuelo consiste en que todo con lo que él
ad, debe ocuparse ahí también puede referirlo a la vez a lo
que que siempre constituye la meta suprema de su espíritu.
ue, Cuando él desciende, desde ese nivel, hasta los que se li-
oy mitan a cualquier aspiración y actividad terrenas, cree él
na fácilmente —y vosotros debéis perdonarle— haber sido
do trasladado desde el comercio con los dioses y las musas al
rer seno de una raza de bárbaros incultos. Él se siente como
ue un nuevo administrador de la religión entre los no cre-
si- yentes, como un misionero entre los salvajes, como un
ara nuevo Orfeo, espera ganar a muchos de ellos con sus
nes acordes celestiales y se presenta entre ellos como una fi-
m- gura sacerdotal, que expresa, de una forma clara y níti-
el da, en todas las acciones y en todo su ser la superioridad
lo de su sentido. Si la impresión de lo sagrado y lo divino
si suscita entonces algo semejante en sus destinatarios,
en ¡con qué satisfacción prodiga sus cuidados a los primeros
da atisbos de religión en un nuevo espíritu, una bella prueba
co- de su florecimiento incluso en un clima extraño y riguro-
an so!; ¡con qué aire triunfante eleva consigo al neófito
ta- hasta la sublime asamblea! Esta solicitud en difundir la
ría religión no es más que la nostalgia piadosa que el extran-
ie- jero siente de su suelo natal, el esfuerzo por llevar consi-
de go su patria y de contemplar por doquier las leyes y cos-
sí, tumbres de la misma, su vida superior, más bella; la
el patria misma, que es en sí dichosa y suficientemente per-
e- fecta para sí, tampoco conoce este esfuerzo.
o, Después de todo esto, quizás diréis que parezco estar
totalmente de acuerdo con vosotros; he concebido la
Iglesia a partir del concepto de su fin, y en cuanto le he
iam cuestionado todas las características que la distinguen en
el momento presente, he desaprobado su configuración
124 IRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER j

actual con el mismo rigor que vosotros. Pero os aseguro


que no he hablado de lo que debe ser, sino de lo que es, si
es que vosotros no pretendéis negar, por el contrario,
que exista ya realmente aquello que sólo las limitaciones
espaciales impiden que se manifieste, incluso a la mirada
menos perspicaz. La verdadeía Iglesia ha sido de hecho
siempre así y lo es todavía, y, si vosotros no lo veis así, la
culpa es, propiamente, vuestra y se basa en un malenten-
dido bastante obvio. Considerad tan sólo, os lo ruego,
que yo, para servirme de una expresión antigua pero in-
geniosa, no he hablado de la Iglesia militante, sino de la
triunfante, no de aquella que lucha todavía contra todos
los obstáculos de la formación religiosa, que la época y el
estado de la humanidad le ponen en el camino, sino de
aquella que ya ha superado todo lo que se le oponía, y se
ha constituido a sí misma. Os he descrito una sociedad de
hombres que han llegado a tomar conciencia de su reli-
gión y para los que la visión religiosa de la vida se ha con-
vertido en una de las predominantes, y dado que creo ha-
beros convencido de que se trata de hombres de alguna
formación y de mucha energía, y de que, por tanto, siem-
pre serán muy poco numerosos, no debéis buscar enton-
ces, ciertamente, su unión allí donde muchos cientos
están congregados en grandes templos y su canto ya per-
turba desde lejos vuestro oído: los hombres de esta índo-
le, vosotros lo sabéis bien, no se encuentran tan próxi-
mos entre sí. Quizá, incluso, es tan sólo en algunas
comunidades aisladas, al margen, por decirlo así, de la
gran Iglesia, donde cabe hallar algo semejante, concen-
trado en un espacio determinado. No obstante, es cierto
que todos los nombres verdaderamente religiosos, en la
medida en que hayan existido alguna vez, han llevado
consigo no sólo la fe, sino el sentimiento vivo de una tal
unión y en ella han vivido propiamente, y que todos ellos
han sabido estimar lo que comúnmente se llama Iglesia
muy en consonancia con su valor, es decir, no por cierto
de una forma especialmente alta.
Pues esta gran asociación, a la que se refieren propia-
j SOBRE LA RELIGIÓN 125

uro mente vuestras graves inculpaciones, lejos de ser una so-


s, si ciedad de hombres religiosos, no es propiamente otra
rio, cosa que una unión de quienes buscan todavía la religión,
nes y de este modo considero muy natural que se oponga a la
ada de los hombres ya religiosos, en casi todos los aspectos.
cho Desgraciadamente, para hacer que este asunto os resulte
í, la tan claro como lo está para mí, deberé descender a una
ten- multitud de cosas terrenas y mundanas y abrirme camino
go, a través de un laberinto de las aberraciones más extra-
in- ñas; esto no lo hago sin contrariedad, pero aceptemos
e la que ello ocurra así; vosotros debéis, después de todo, po-
dos neros de acuerdo conmigo. Quizá suceda que la forma
y el totalmente diferente de sociabilidad en ambas asociacio-
o de nes os convenza ya, en lo esencial, cuando os llame la
y se atención sobre ello, de mi opinión. Yo espero que, como
d de resultado de lo que precede, estéis de acuerdo conmigo
eli- acerca de que en la verdadera sociabilidad religiosa toda
con- comunicación tiene un carácter recíproco, de que el prin-
ha- cipio que nos impulsa a expresar lo que nos es propio
una posee un parentesco íntimo con el que nos inclina a adhe-
em- rirnos a lo extraño, y de que de este modo acción y reac-
on- ción están unidas entre sí de la forma más indisoluble.
ntos Aquí 2, por el contrario, os topáis inmediatamente con
per- una forma completamente distinta: todos quieren reci-
do- bir, y sólo hay ahí uno que debe dar; con una actitud
óxi- completamente pasiva dejan que se actúe sobre ellos, de
nas la misma manera, a través de todos los órganos, y a lo
e la sumo colaboran ellos mismos, desde su interior, en dicha
cen- tarea, en la medida en que tienen poder sobre sí, sin lle-
erto gar siquiera a pensar en reaccionar frente a otros. ¿No
n la muestra esto con suficiente claridad que también el prin-
ado cipio de su sociabilidad debe ser de índole completamen-
tal te distinta? Ciertamente, tratándose de ellos, no puede
ellos hablarse de que sólo pretendan complementar su reli-
esia
erto
2
No en la verdadera Iglesia, sino en la Iglesia tal como existe real-
pia- mente.
126 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

gión mediante la de los otros: pues si de hecho ellos pose-


yeran alguna, ésta se revelaría, desde luego, como tal,
ejerciendo algún tipo de actividad sobre otros, dado que
esto se basa en su naturaleza. Ellos no reaccionan, por-
que no son capaces de reacción alguna, y sólo pueden
mostrarse incapaces de reaccionar debido a que no se en-
cuentra en ellos religión alguna. Si me está permitido ser-
virme de una imagen tomada del ámbito científico, a
cuyas expresiones recurro preferentemente en lo relativo
a los temas religiosos, diría que ellos son negativamente
religiosos y que ahora acuden en grandes masas a los
pocos puntos en que presienten la presencia del principio
positivo de la religión, para unirse con éste. Pero, cuan-
do han asumido en sí este principio, lo que entonces les
falta es capacidad para conservar el nuevo producto; la
materia sutil que, por así decirlo, sólo podría cernirse
sobre su atmósfera se les escurre, y ellos andan otra vez
durante un tiempo sumidos en un cierto sentimiento de
vacío, hasta verse saturados de nuevo negativamente.
Ésta es, en pocas palabras, la historia de su vida religiosa
y el carácter de la tendencia sociable que lleva consigo.
No religión, sólo un poco de sentido para ella y un peno-
so esfuerzo, lamentablemente inútil, por acceder a la
misma, es todo lo que cabe reconocer incluso a los mejo-
res de ellos, a aquellos que lo intentan con espíritu y celo.
En el curso de su vida familiar y civil, en el escenario más
amplio de cuyos episodios son espectadores, ocurren na-
turalmente muchas cosas, que también deben afectar al
sentido religioso, por limitado que sea. Pero esto se
queda tan sólo en el nivel de un oscuro presentimiento,
de una débil impresión sobre una masa demasiado blan-
da, cuyos contornos se diluyen inmediatamente en lo in-
determinado; todo será pronto arrastrado por las olas de
la vida práctica hasta la región menos visitada del recuer-
do, e incluso allí quedará pronto totalmente sepultado
por las cosas mundanas. No obstante, de la repetición
más frecuente de este pequeño estímulo surge finalmen-
te una necesidad: el oscuro fenómeno que tiene lugar en
SOBRE LA RELIGIÓN 127
pose-
tal, el espíritu, y que siempre reaparece, quiere finalmente
que ser clarificado. El mejor medio para ello, así habría que
por- pensar ciertamente, sería éste, a saber, que se tomaran la
eden molestia de examinar sosegada y exactamente lo que
e en- actúa así sobre ellos: pero esta realidad actuante es el
o ser- Universo y en éste se encuentran, por cierto, entre otras,
co, a también todas las cosas particulares, en las que tienen
ativo que pensar y con las que tienen que ocuparse en las res-
mente tantes dimensiones de su vida. A estas últimas, según
a los una antigua costumbre, se dirigiría involuntariamente su
cipio sentido, y lo sublime y lo Infinito se fragmentarían de
cuan- nuevo ante sus ojos en meras realidades particulares y
s les poco relevantes. Ellos son conscientes de esto, y por ello
o; la no se fían de sí mismos y recurren a una ayuda extraña:
nirse quieren contemplar en el espejo de una exposición extra-
a vez ña lo que en la percepción inmediata no harían más que
o de distorsionar. Tal es el modo como buscan la religión:
ente. pero en última instancia malinterpretan todo este esfuer-
giosa zo. Pues cuando las manifestaciones de un hombre reli-
sigo. gioso han suscitado todos aquellos recuerdos y prosiguen
peno- su camino bajo una impresión más fuerte de los mismos,
a la al ser afectados de un modo convergente por ellos, pien-
mejo- san entonces que su indigencia se ha aplacado, que se
celo. han satisfecho las tendencias de la naturaleza y que ellos
o más poseen ahora la religión misma en sí, la cual, no obstante
n na- —precisamente tal como ocurría antes, sólo que en un
tar al grado superior—, únicamente ha llegado hasta ellos
to se desde fuera, como un fenómeno fugaz. Ellos siempre
ento, permanecen víctimas de este engaño, puesto que de la
blan- verdadera y viviente religión no poseen ni concepto ni in-
lo in- tuición, y con la vana esperanza de llegar finalmente a la
as de visión correcta, repiten mil veces la misma operación y
cuer- permanecen siempre donde han estado y lo que han sido.
ltado Si ellos llegaran más lejos, si por esta vía la religión se les
ición infundiera de una forma autoactiva y viviente, abando-
men- narían prontamente aquella cuya unilateralidad y pasivi-
ar en dad no se adecuara por más tiempo a su estado, ni tam-
poco la podrían soportar; buscarían al menos, junto con
128 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

ella, otro círculo distinto, en el que su religión también


podría mostrarse activa y actuar fuera de sí, y éste pronto
habría de constituir su obra fundamental y su amor ex-
clusivo. Y así también la Iglesia se volverá, de hecho,
tanto más indiferente a los hombres cuanto más progre-
sen en religión, y los más piadosos se apartan de ella or-
gullosa y fríamente. De hecho nada puede ser más claro:
sólo se está en esta asociación porque no se tiene religión
alguna, sólo se permanece en ella mientras no se tenga
alguna 3 . Pero precisamente esto se deduce también de
la forma en que ellos abordan la religión. Pues aun admi-
tiendo que entre los hombres verdaderamente religiosos
fuera posible una comunicación unilateral y un estado de
pasividad y enajenación voluntarios, sin embargo, en su
actitud común reina además el mayor de los absurdos y el
mayor desconocimiento de la cosa. Si comprendieran la
religión, entonces el problema fundamental consistiría,
para ellos, en que aquel a quien han convertido, para sí,
en órgano de su religión, les comunicara sus intuiciones y
sentimientos más claros y más individuales; pero no de-
sean tal cosa sino que más bien ponen límites por doquier
a las manifestaciones de su individualidad, y ansian que
él les clarifique ante todo conceptos, opiniones, propo-
siciones doctrinales, en pocas palabras, en vez de los
auténticos elementos de la religión, las abstracciones que
se forman sobre ellos. Si comprendieran la religión, sa-
brían, basándose en su propio sentimiento, que aquellas
acciones simbólicas, de las que he dicho que son esencia-
les para la verdadera sociabilidad religiosa, no pueden
ser, de acuerdo con su naturaleza, más que signos de la
igualdad del resultado obtenido en todos, indicios del re-
torno al centro común; no pueden ser más que la pleni-
tud del coro final de acuerdo con todo lo que pura e inge-

3
Schleiermacher observa en la 3." edición que es en este marco
donde contrapone más nítidamente su concepción de la verdadera Igle-
sia y la Iglesia realmente existente.
SOBRE LA RELIGIÓN 129

bién niosamente han comunicado algunos espíritus aislados:


onto pero de esto no saben nada, sino que dichas acciones son
ex- para ellos algo que subsiste de por sí y que ocurre en un
cho, tiempo determinado 4. ¿Qué se deduce de tal plantea-
gre- miento sino esto, a saber, que su actividad común no
or- tiene en sí nada de aquel carácter de un elevado y libre
aro: entusiasmo, que es completamente peculiar de la reli-
gión gión, sino que es algo de índole escolar, mecánico? ¿Y
nga qué indica esto, a su vez, sino que ellos desearían recibir
n de primeramente la religión desde fuera? Esto lo quieren
dmi- intentar de todas las maneras. Por ello se adhieren de esa
osos forma a los conceptos muertos, a los resultados de la re-
o de flexión sobre la religión, y se impregnan ávidamente de
n su ellos, con la esperanza de que éstos realizarán en ellos el
y el camino inverso de su auténtica génesis y se transforma-
n la rán de nuevo en las intuiciones y sentimientos vivientes,
iría, de los que se han derivado originariamente. Por ello se
a sí, sirven de las acciones simbólicas, que propiamente cons-
es y tituyen el último recurso en la comunicación religiosa, a
de- modo de estimulante para suscitar lo que, a decir verdad,
uier debería precederlas.
que Si acerca de esta asociación más vasta y ampliamente
opo- difundida sólo he hablado en términos muy despreciati-
los vos y como si se tratara de algo ordinario y bajo, en con-
que traposición con la más excelente, sólo la cual constituye,
sa- según mi concepción, la verdadera Iglesia, tal modo de
ellas proceder está fundamentado ciertamente en la naturale-
ncia- za de la cosa, y yo no pude disimular mi punto de vista a
eden este respecto: pero protesto de la forma más solemne
de la contra cualquier sospecha, que vosotros bien pudierais
l re- abrigar, de que yo asintiera a los deseos, que cada vez se
eni- hacen más generales, de destruir más bien por completo
nge- esta institución. No; si la verdadera Iglesia sólo estará
abierta siempre a aquellos que ya están en posesión de la

marco
4
a Igle- Según la 3. a edición, se trataría de la celebración eucarística y de la
profesión de la fe.
130 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

religión, debe, no obstante, existir algún medio de unión


entre éstos y los que todavía la buscan, y tal función debe
desempeñarla esta institución, ¡pues ella debe, según su
naturaleza, sacar siempre de la verdadera Iglesia sus
guías y sacerdotes! ¿Y debería ser precisamente la reli-
gión el único asunto humano en el que no hubiera ningu-
na organización con vistas a los discípulos y aprendices?
Pero, sin duda, todo el perfil de esta institución debería
ser distinto y su relación con la verdadera Iglesia habría
de revestir una apariencia completamente diferente. No
me está permitido callar acerca de esta cuestión. Estos
deseos y puntos de vista van tan estrechamente unidos
con la naturaleza de la sociabilidad religiosa, y el mejor
estado de cosas, que yo me imagino, redunda tanto en su
ensalzamiento, que no debo encerrar en mí mis conjetu-
ras. Mediante la diferencia tajante que hemos estableci-
do entre las dos Iglesias, al menos hemos conseguido
esto, a saber, poder reflexionar conjuntamente de una
forma muy sosegada y distendida acerca de todos los
abusos que imperan en la sociedad eclesiástica y acerca
de sus causas; pues vosotros debéis admitir que la reli-
gión, dado que ella no ha generado una tal Iglesia, ha de
ser absuelta provisionalmente de toda culpa relativa a
cualquier calamidad, que ésta haya podido producir, y
respecto al estado reprobable en que ésta pueda encon-
trarse; ha de ser absuelta de una forma tan plena que ni
siquiera se le pueda reprochar que ella pudiera degene-
rar en algo así: pues allí donde ella aún no ha existido re-
sulta también imposible que pueda haber degenerado.
Yo concedo que en esta sociedad existe un pernicioso es-
píritu de secta y que necesariamente debe existir. Allí
donde las opiniones religiosas son utilizadas, por así de-
cirlo, como métodos para acceder a la religión, ellas han
de ser conducidas ciertamente a constituir un todo deter-
minado, pues un método debe ser completamente deter-
minado y también finito, y allí donde ella se presenta
como algo que sólo puede ser transmitido desde fuera, y
es aceptada en virtud de la autoridad de quien la transmi-
SOBRE LA RELIGIÓN 131

ión te, ahí todo el que piense de una forma distinta ha de ser
ebe considerado como un perturbador del progreso apacible
su y seguro, debido a que, por el mero hecho de su existen-
sus cia y de las exigencias que van unidas con ella, debilita
eli- esta autoridad; yo admito incluso que en el antiguo poli-
gu- teísmo, en el que el conjunto de la religión no era conce-
es? bido como constituyendo de por sí una unidad, y en el
ería que ella se prestaba más voluntariamente a cualquier di-
bría visión y separación, ese espíritu de secta se mostraba bas-
No tante más indulgente y humano, y que sólo en las épocas,
stos desde otras perspectivas mejores, de la religión sistemá-
dos tica él se ha organizado y mostrado en toda su fuerza;
ejor pues, allí donde cada uno cree disponer de un sistema
n su completo y de un centro para el mismo, el valor que se
etu- atribuye a cada realidad particular debe ser incompara-
eci- blemente mayor: yo admito ambos hechos; pero voso-
ido tros me concederéis que el primero no se le puede repro-
una char en modo alguno a la religión, y que el segundo no
los puede probar que la visión del Universo como sistema no
erca constituya el nivel supremo de la religión. Yo admito que
eli- en esta sociedad se le concede mayor importancia al en-
a de tender o al creer y al obrar y a la observancia de usos que
aa al intuir y al sentir, y que, por consiguiente, ella, por ilus-
r, y trada que sea su doctrina, se mueve siempre en los lími-
on- tes de la superstición y se adhiere a algún tipo de mitolo-
e ni gía: pero vosotros concederéis que de este modo ella se
ne- encuentra tanto más lejos de la verdadera religión. Yo
re- admito que esta asociación no puede subsistir sin una dis-
do. tinción permanente entre sacerdotes y laicos; pues
es- quien, entre estos últimos, llegara a poder ser él mismo
Allí sacerdote, es decir, a tener en sí la verdadera religión, no
de- podría en modo alguno permanecer laico y seguir com-
han portándose todavía como si no la tuviera; él tendría más
ter- bien la libertad y la obligación de abandonar esta socie-
ter- dad y buscar la verdadera Iglesia: pero sigue siendo cier-
enta to esto, a saber, que esta separación, con todo lo que ella
a, y tiene de indigno y con todas las consecuencias negati-
mi- vas que pueden llevar consigo, no procede de la religión,
132 FR1EDR1CH D. E. SCHLEIERMACHER

sino que es ella misma algo completamente irreligioso.


No obstante, precisamente aquí os oigo plantear una
nueva objeción, que parece hacer recaer otra vez todos
estos reproches sobre la religión. Vosotros me recorda-
réis que yo mismo he dicho que la gran sociedad eclesiás-
tica, me refiero a aquella institución para los aprendices
de la religión, debe, de acuerdo con la naturaleza de la
cosa, tomar sus guías, los sacerdotes, sólo de entre los
miembros de la verdadera Iglesia, dado que en ella
misma se echa en falta el verdadero principio de la reli-
gión. Si esto es así, diréis, ¿cómo pueden entonces los
virtuosos de la religión allí donde han de ejercer su auto-
ridad, donde todo está a la escucha de su voz, y donde
ellos mismos no desearían escuchar más que la voz de la
religión, tolerar tantas cosas opuestas al espíritu de la re-
ligión?, e incluso más que tolerar, pues ¿a quién debe
ciertamente la Iglesia todo su sistema organizativo sino a
los sacerdotes? O bien si las cosas no son como deberían
ser, si ellos se han dejado arrebatar quizá el gobierno de
su sociedad filial, ¿dónde está entonces el espítitu supe-
rior que con razón buscamos en ellos?, ¿por qué han ad-
ministrado tan mal su importante provincia?, ¿por qué
han tolerado que bajas pasiones convirtieran en azote de
la humanidad lo que en las manos de la religión hubiera
permanecido una bendición?, ellos, para cada uno de los
cuales, como tú mismo admites, la dirección de aquellos
que tanto necesitan su ayuda, debe constituir el cometi-
do más gratificante y a la vez el más sagrado. Ciertamen-
te, esta situación no es, por desgracia, tal como he afir-
mado que debería ser: ¿quién podría decir sin más que
todos ellos, o que incluso sólo la mayor parte, o que, una
vez establecidas tales jerarquías, sólo los primeros y más
distinguidos entre aquellos que han regido la gran socie-
dad eclesiástica, hayan sido virtuosos de la religión o
bien simples miembros de la verdadera Iglesia? Mas no
toméis, os lo ruego, como una astuta retorsión lo que
debo decir en su descargo. Cuando habláis contra la reli-
gión, lo hacéis habitualmente en nombre de la filosofía;
SOBRE LA RELIGIÓN 133
oso. cuando le hacéis reproches a la Iglesia, habláis en nom-
una bre del Estado: vosotros queréis defender a los artistas
dos políticos de todos los tiempos, sosteniendo que su obra
da- de arte se ha visto afectada por tantas imperfecciones y
ás- desatinos debido a las intervenciones de la Iglesia. Si
ces ahora yo, que hablo en nombre de los virtuosos de la reli-
e la gión y en su defensa, atribuyo al Estado y a los artistas
los del Estado la culpa de que esos virtuosos de la religión no
ella hayan podido realizar su cometido con mayor éxito, ¿no
eli- me tendréis como sospechoso de recurrir a este procedi-
los miento artificioso? Espero, no obstante, que no me po-
uto- dréis cuestionar el derecho que me asiste, si me escucháis
nde acerca del verdadero origen de todos estos males.
e la Toda nueva doctrina y revelación, toda nueva visión
re- del Universo, que estimula el sentido para el mismo
ebe desde una perspectiva desde la que todavía no había sido
no a impresionado, gana también para la religión a algunos
ían espíritus para los que este punto era precisamente el
de único por medio del cual podían ser introducidos en el
pe- mundo nuevo e infinito, y para la mayoría de ellos esta
ad- intuición constituye, pues, de un modo natural, el centro
qué de su religión; forman en torno a su maestro una escuela
de propia; un fragmento separado de la Iglesia verdadera y
era universal, el cual comienza su desarrollo, tranquila y len-
los tamente, avanzando hacia su unión espiritual como ese
llos gran todo. Pero antes de que ésta tenga lugar, son con-
eti- mocionados habitualmente, una vez que los nuevos sen-
en- timientos han penetrado y saturado todo su espíritu, por
afir- la necesidad violenta de expresar lo que hay dentro de
que ellos, para no ser consumidos por el fuego interior. Así,
una cada uno anuncia, donde y como puede, la nueva salva-
más ción que le ha sido revelada; a partir de cualquier objeto
cie- logran pasar a lo Infinito nuevamente descubierto; cada
n o discurso se transforma en un cuadro de su visión religiosa
no particular; cada consejo, cada deseo, cada palabra amis-
que tosa, en un elogio apasionado del único camino que co-
eli- nocen como conducente al templo de la religión. Quien
ofía; sabe cómo actúa la religión, encuentra natural que todos
136 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

templo de lo Eterno —esfuerzos que, bajo las circuns-


tancias más desfavorables, tan escasos frutos nos aportan
a nosotros, hombres de hoy—. Se trata de un deseo
impío, pero yo apenas lo puedo reprimir. ¡Ojalá que in-
cluso el más lejano presentimiento de la religión perma-
neciera extraño a todos los jefes de Estado, a todos los
virtuosos y artistas de la política!, ¡ojalá que ninguno de
ellos fuera conmovido por la violencia de este entusias-
mo epidémico, si no saben separar su individualidad de
su profesión y de su carácter público! Pues esto se ha con-
vertido para nosotros en la fuente de toda corrupción.
¿Por qué ha sido preciso que llevaran consigo a la asam-
blea de los santos la mezquina vanidad y la extraña pre-
sunción según las cuales los favores que ellos podrían dis-
pensar son por doquier, sin distinción, algo importante?
¿Por qué ha sido preciso que trasladaran desde allí a sus
palacios y tribunales la veneración sentida ante los servi-
dores del santuario? Vosotros tenéis razón en desear que
nunca el borde de una vestimenta sacerdotal haya rozado
el suelo de un aposento real: pero deseemos también que
nunca la púrpura haya besado el polvo ante el altar; si
esto último no hubiera ocurrido, tampoco habría tenido
lugar aquello. ¡Ojalá, incluso, que no se hubiera permiti-
do que un príncipe hubiera entrado en el templo antes de
haberse despojado ante la puerta del más bello ornato
real, el rico cuerno de la abundancia de todos sus favores
y condecoraciones! Pero ellos lo han llevado consigo, se
han imaginado poder adornar la simple majestad del edi-
ficio celeste sirviéndose de fragmentos extraídos de su
magnificencia terrena, y en vez de un corazón santificado
han dejado dones mundanos como ofrendas al Altísimo.
Siempre que un príncipe ha considerado una Iglesia
como una corporación, como una comunidad con privile-
gios propios, como una persona con ascendencia en el
mundo civil —y ello no ocurrió sino cuando se había pro-
ducido ya esta situación desdichada, en la que la socie-
dad de los creyentes y la de los que aspiraban a creer, lo
verdadero y lo falso, lo que pronto se hubiera separado
SOBRE LA RELIGIÓN 137

ns- de nuevo para siempre, ya se encontraba mezclado; pues


tan con anterioridad a esto nunca una sociedad religiosa fue
seo lo suficientemente grande como para suscitar la atención
in- de los gobernantes—, siempre que un príncipe, afirmo,
ma- se ha dejado conducir a esta acción, la más peligrosa y
los nociva de todas, la corrupción de esta Iglesia estaba irre-
de vocablemente decidida e incoada. Un tal acto constituti-
ias- vo de la existencia política actúa sobre la sociedad reli-
de giosa como la temible cabeza de Medusa: todo se
on- petrifica, tan pronto como ella hace acto de presencia.
ón. Todo lo que teniendo un carácter heterogéneo no estaba
am- vinculado entre sí sino por un instante, ahora está enca-
pre- denado de una forma indisoluble; todo lo contingente,
dis- que fácilmente hubiera podido ser desechado, ahora se
te? ha consolidado para siempre; la vestimenta forma una
sus unidad con el cuerpo, y todo pliegue inadecuado parece
rvi- como si fuera eterno. La sociedad más grande e inautén-
que tica ya no se deja ahora separar de la superior y minorita-
ado ria, tal como, no obstante, debería estar separada; ella
que no se deja dividir o descomponer ulteriormente; ella no
; si puede cambiar más ni su forma ni sus artículos de fe; sus
ido puntos de vista, sus usos, todo está condenado a perma-
miti- necer en el estado en que se encontraba entonces. Pero
s de esto todavía no es todo: los miembros de la verdadera
ato Iglesia que, junto con los otros, están integrados en la so-
ores ciedad religiosa general se encuentran a partir de este
, se momento tanto como excluidos violentamente de cual-
edi- quier participación en su gobierno e imposibilitados para
su hacer por ella lo poco que todavía podría hacerse. Pues
ado ahora hay que gestionar más cosas de las que ellos pue-
mo. den y quieren gestionar: ahora es preciso organizar las
esia cosas mundanas y ocuparse de ellas y, aun cuando se
ile- mostraran capacitados para ello en lo que se refiere a sus
n el asuntos familiares y civiles, no las pueden considerar, a
pro- pesar de todo, como un cometido de su función sacerdo-
cie- tal. Se trata de una contradicción, que es ajena a su espí-
, lo ritu, y con la que no pueden reconciliarse; esto no es
ado acorde con su elevado y puro concepto de religión y de
138 FRIEDRICH D. E. SCHLE1ERMACHER

sociabilidad religiosa. Ni respecto a la verdadera Iglesia


a la que pertenecen, ni respecto a la sociedad mayor, que
ellos deben dirigir, pueden comprender lo que pueden
hacer con las cosas y los campos que han adquirido, y con
las riquezas que puedan poseer, y qué haya de contri-
buir esto con vistas a alcanzar el fin que se proponen.
Este estado de cosas antinatural los confunde y los
pone fuera de sí; y si ahora ocurre que dicha situación
atrae a la vez a quienes, en caso contrario, siempre hu-
bieran permanecido fuera, si ahora se ha convertido en
objeto de interés para todos los orgullosos, ambiciosos y
codiciosos e intrigantes infiltrarse en la Iglesia, en cuya
comunidad ellos, por lo demás, sólo habrían experimen-
tado el aburrimiento más amargo, si ahora éstos sé
ponen a simular que participan en las cosas divinas y en
el conocimiento de ellas para conseguir la recompensa
mundana, ¿cómo aquéllos 5 no les han de quedar someti-
dos? ¿De quién es, por tanto, la culpa, si hombres indig-
nos usurpan el puesto de los virtuosos de la santidad, si
bajo su inspección se puede introducir e implantar lo que
más contraría al espíritu de la religión? ¿Quién sino el
Estado con su magnanimidad mal entendida? Pero el Es-
tado es, todavía de una forma más inmediata, la causa de
que se haya disuelto el vínculo entre la verdadera Iglesia
y la sociedad religiosa externa. Pues una vez que el poder
estatal ha obsequiado a ésta con aquel desdichado bene-
ficio, creyó tener derecho a esperar su reconocimiento
activo, y la invistió de tres cometidos sumamente impor-
tantes en los asuntos estatales. En mayor o menor medi-
da encomendó a la Iglesia el cuidado y la inspección de la
enseñanza; quiere que, bajo los auspicios de la religión y
bajo la forma de una comunidad, el pueblo sea instruido
en los deberes que no pertenecen al ámbito de las leyes
del Estado, y que se le inculquen convicciones morales; y
de la fuerza de la religión y de las enseñanzas de la Iglesia

5
Los miembros de la verdadera Iglesia.
SOBRE LA RELIGIÓN 139

esia
que exige que ella le forme ciudadanos veraces en sus decla-
den raciones. Y como recompensa por estos servicios, que él
con requiere, la despoja —así ocurre casi en todas las partes
ntri- del mundo civilizado, donde existe un Estado y una Igle-
nen. sia— de su libertad, la trata como una institución que él
los ha entronizado e ideado —ciertamente, sus faltas y abu-
ción sos son casi todos invención del Estado—, y él sólo se
hu- arroga decidir quién es apto para desempeñar en esta so-
o en ciedad el papel de modelo y de sacerdote de la religión.
os y Y a pesar de todo queréis pedir cuentas a la religión, si no
uya todos son almas santas. Pero yo todavía no he terminado
men- con mis acusaciones: incluso en los misterios más íntimos
sé de la sociabilidad religiosa hace intervenir el juego de sus
y en intereses y mancilla su pureza. Cuando la Iglesia, en re-
nsa cogimiento profético, consagra los recién nacidos a la Di-
eti- vinidad y a la aspiración hacia lo más alto, el Estado
dig- quiere a la vez recibirlos de las manos de ésta en la lista
d, si de sus protegidos; cuando ella da a los adolescentes el
que primer beso fraternal, como a quienes acaban de dirigir
o el su primera mirada a los santuarios de la religión, esto
Es- también habría de constituir para él el testimonio del pri-
a de mer grado de su autonomía civil; cuando, con piadosos
esia deseos comunes, ella santifica la unión de dos personas,
oder mediante la que se convierten en instrumentos del Uni-
ene- verso creador, él quiere que esto constituya a la vez la
ento sanción de su alianza civil ; e incluso el hecho de que un
por- hombre haya desaparecido del escenario de este mundo
edi- no lo quiere tener por ciertobasta que ella le asegura que
de la esa persona ha devuelto su alma a lo Infinito y que sus
ón y despojos han sido sepultados en el seno de la tierra sagra-
uido da. Se ha de considerar como un testimonio de respeto a
eyes la religión, y como el esfuerzo por mantenerse siempre
es; y consciente de sus propios límites, el hecho de que el Es-
esia tado se incline ante ella y ante quienes la veneran, siem-

6
Se trata, por tanto, de la administración del bautismo, de la confir-
mación y del matrimonio.
140 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

pre que él recibe algo de las manos de la infinitud o lo


restituye de nuevo a las mismas: pero también está sufi-
cientemente claro cómo todo esto contribuye a la corrup-
ción de la sociedad religiosa. Actualmente no existe en
las instituciones de esta última nada que se refiera única-
mente a la religión, o en lo que ella fuera al menos el
asunto principal: en los santos discursos e instrucciones,
así como en las acciones misteriosas y simbólicas, todo
está lleno de referencias morales y políticas, todo se ha
desviado de su fin y concepción originarios. Por consi-
guiente, entre sus dirigentes hay muchos que no entien-
den nada de religión y, entre sus miembros, muchos a los
que no les viene a la mente querer buscarla.
Una sociedad, a la que algo así puede ocurrirle, que
con una actitud humilde recibe beneficios que para nada
le sirven, y con disponibilidad servil asume cargas, que la
arrojan a la perdición, que permite que abuse de ella un
poder extraño, que abandona por una apariencia vacía la
libertad y la independencia que, sin embargo, le son con-
génitas, que renuncia a su elevado y sublime fin para
andar tras cosas que se encuentran totalmente fuera de
su camino: pienso que salta a la vista que esto no puede
constituir una sociedad de hombres que tienen una aspi-
ración determinada y saben exactamente lo que quieren;
y esta breve referencia a las contingencias de la sociedad
eclesiástica constituye, pienso, la mejor prueba de que
ella no es la auténtica sociedad de los hombres religiosos,
de que a lo sumo algunas partículas de ésta estaban mez-
cladas con ella, recubiertas por elementos extraños, y de
que el conjunto, para dar cabida a los primeros elemen-
tos de esta corrupción inconmensurable, ya debería en-
contrarse en un estado de fermentación enfermiza, en la
que pronto se deterioran por completo las pocas partes
sanas. Si hubiera estado llena de un santo orgullo, la ver-
dadera Iglesia habría rechazado dádivas que ella no
podía utilizar, sabiendo bien que aquellos que han halla-
do a la Divinidad y gozan de ella comunitariamente, en
su sociabilidad pura en la que sólo quieren exponer y co-
SOBRE LA RELIGIÓN 141

o lo municar su existencia más íntima, propiamente no tienen


ufi- nada en común cuya posesión les debiera ser protegida
up- por un poder mundano, y que ellos nada necesitan sobre
en la tierra y tampoco nada pueden necesitar a no ser un
ca- lenguaje para entenderse y un espacio para estar juntos,
s el cosas para las que no precisan de ningún príncipe ni de su
nes, favor.
odo Pero si ha de haber, no obstante, una institución me-
ha diadora, mediante la que la verdadera Iglesia entra en un
nsi- cierto contacto con el mundo profano, con el que de una
en- forma inmediata no tiene nada que ver, como si se trata-
los ra de una atmósfera mediante la que ella se purifica y
también atrae a sí y elabora una nueva materia: ¿qué
que forma debe revestir entonces esta sociedad y cómo ha-
ada bría de ser liberada de la corrupción en que se encuentra
e la sumida? Que el tiempo responda a esto último: hay mil
un caminos distintos para todo lo que debe ocurrir alguna
a la vez, y para todas las enfermedades de la humanidad hay
on- múltiples medios curativos: cada uno será experimenta-
ara do en su lugar y conducirá a la meta. Que al menos me
de sea permitido aludir a esta meta, para mostraros tanto
ede más claramente que tampoco aquí han sido la religión y
spi- sus aspiraciones aquello sobre lo que se ha proyectado
en; vuestra indignación.
dad La auténtica concepción fundamental acerca de este
que tema es pues ésta, a saber, que a aquellos que poseen en
sos, un cierto grado el sentido para la religión, pero que, de-
ez- bido a que ésta aún no ha llegado a irrumpir y a hacerse
de consciente en ellos, todavía no son aptos para ser incor-
en- porados a la verdadera Iglesia, se les muestre deliberada-
en- mente tanta religión que mediante dicho modo de proce-
n la der se desarrolle necesariamente su disposición para la
rtes misma. Veamos qué es lo que impide propiamente que
ver- esto pueda ocurrir en el estado de cosas presente. Yo no
no quiero recordar una vez más que el Estado escoge actual-
lla- mente, de acuerdo con sus deseos, a aquellos que en esta
en sociedad figuran como dirigentes y docentes —sólo de
co- mala gana, por falta de otro, me sirvo de este término
142 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

que no resulta adecuado para este cometido— deseos


que se refieren más bien a fomentar el desarrollo de las
restantes actividades, que el Estado ha encomendado a
esta institución; no quiero recordar que se puede ser un
pedagogo sumamente perspicaz y un moralista muy
puro, excelente, sin entender lo más mínimo de religión,
y que, por consiguiente, pueden fácilmente carecer por
completo de ésta muchos a quienes el Estado cuenta
entre sus servidores más dignos en esta institución; acep-
temos que todos los que él pone a su servicio sean real-
mente virtuosos de la religión: mas vosotros habríais de
conceder, no obstante, que ningún artista puede comuni-
car, con algún éxito, su arte a una escuela si entre los
aprendices no existe una cierta igualdad de conocimien-
tos previos; y, no obstante, esta igualdad resulta menos
necesaria en cualquier arte en el que el alumno progresa
mediante la realización de ejercicios y la labor del docen-
te es útil sobre todo por la crítica que ejerce, que en la
religión, en la que el maestro no puede hacer otra cosa
que mostrar y exponer. Aquí todo su trabajo ha de resul-
tar inútil si las mismas cosas no son para todos no sólo
comprensibles, sino también idóneas y saludables. Por
tanto, al orador sagrado no se han de encomendar sus
oyentes de acuerdo con la serie y el orden en que le han
sido asignados según una antigua distribución, ni según
el modo como sus casas se encuentran unas junto a otras
o están registradas en las listas de la policía, sino según
una cierta semejanza de aptitudes y de mentalidad. Pero
admitamos también que se congreguen en torno a un
único maestro sólo aquellos que se encuentran igual de
próximos a la religión: sin embargo, no lo están de la
misma manera y resulta sumamente absurdo pretender
que algún aprendiz se limite a un maestro determinado,
porque en ninguna parte puede haber un virtuoso de la
religión tal que estuviera en condiciones, mediante sus
exposiciones y discursos, de sacar a luz, ante quienquiera
que viniera a él, el germen oculto de la religión. El
campo que abarca ésta es ciertamente demasiado gran-
SOBRE LA RELIGIÓN 143

eos de. Recordad los diferentes caminos por los que el hom-
las bre pasa de la intuición de lo finito a la de lo Infinito, y
o a que de esta manera su religión asume un carácter propio
un y determinado; pensad en las diferentes modalidades
muy bajo las que el Universo puede ser intuido, y en las mil
ión, intuiciones particulares y en las diferentes formas según
por las que éstas pueden ser combinadas para iluminarse re-
enta cíprocamente; considerad que todo el que busca la reli-
cep- gión, debe encontrarla bajo la forma determinada que
eal- sea apropiada a sus disposiciones y a su punto de vista, si
s de es que su religión ha de ser estimulada realmente de este
uni- modo: entonces constataréis que a todo maestro le ha de
los resultar imposible ser todo para todos, y para cada cual
ien- lo que éste necesita 7 , porque es imposible que un solo
nos hombre pueda ser a la vez un místico, un físico teólogo y
resa un santo artista, a la vez un deísta y un panteísta, a la vez
cen- un maestro en profecías, visiones y oraciones, en exposi-
n la ciones basadas en la historia y en la sensibilidad, y mu-
cosa chas otras cosas todavía, si sólo fuera posible enumerar
sul- todas las espléndidas ramas en las que el árbol celeste del
sólo arte sacerdotal dividió su copa. Maestros y discípulos
Por deben poder buscarse y elegirse mutuamente con plena
sus libertad; de lo contrario, uno está perdido para el otro;
han cada uno debe poder buscar lo que le es provechoso, y
gún nadie ha de ser obligado a dar más de lo que tiene y en-
tras tiende. Pero, aun cuando cada uno sólo debe enseñar lo
gún que entiende, tampoco esto lo podrá realizar tan pronto
Pero como, a la vez que desarrolla esta actividad, haya de
un hacer además otra cosa distinta. Está fuera de duda que
l de un hombre que sea sacerdote puede exponer su religión
e la con dedicación y habilidad, tal como conviene, y a la vez
nder desempeñar, además, fielmente y con gran perfección
ado, cualquier función civil. ¿Por qué, entonces, aquel que
e la hace del sacerdocio su profesión, no habría también de
sus poder, si se da el caso, ser a la vez moralista al servicio
iera
El
ran- 7
Cfr. 1 Corintios, 9, 22.
144 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

del Estado? No hay nada que objetar: sólo es preciso que


ambas actividades discurran paralelas, no entremezcla-
das; sólo es preciso que ese tal no lleve en sí, al mismo
tiempo, ambas naturalezas y que no desempeñe ambas
funciones mediante la misma acción. Que el Estado se
contente con una moral religiosa, si así le parece bien:
pero la religión reniega de todo profeta y sacerdote mo-
ralizantes; quien desee proclamarla, que lo haga pura-
mente. Resultaría contrario a todo el pundonor de un
virtuoso que un verdadero sacerdote quisiera compro-
meterse con el Estado sobre la base de unas condiciones
tan indignas e incoherentes. Cuando éste toma a sueldo a
otros artistas, bien sea para cultivar mejor sus talentos o
para atraer alumnos, aleja de ellos todos los cometidos
extraños y les impone, desde luego, el deber de abstener-
se de ellos; les recomienda dedicarse especialmente al as-
pecto particular de su arte, en el que crean que pueden
destacar más, y en esto deja a su genio plena libertad:
sólo en lo referente a los artistas de la religión hace preci-
samente lo contrario. Éstos habrían de abarcar todo el
ámbito de su objeto, y juntamente con esto les prescribe ;
además a qué escuela han de pertenecer, y les impone in-
cluso cargas muy inapropiadas. O bien el Estado les con-
cede también tiempo libre para adquirir una formación
especial en un aspecto cualquiera de la religión, para el
cual crean estar más capacitados, y los libera de todo el
resto, o bien después de haber organizado para sí su insti-
tución educativa moral, algo sin embargo que el Estado I
también ha de hacer en el primer caso, les permite asi- !
mismo comportarse conforme a su ser para sí y no se
preocupa en modo alguno de las obras sacerdotales, que
son realizadas en su ámbito, dado que no las necesita ni
para su ostentación ni para su interés, tal como ocurre,
por ejemplo, con otras artes y ciencias. ¡Fuera, por
tanto, con toda unión de este género entre la Iglesia y el
Estado!, tal será mi exhortación catónica 8 hasta el final

8
Schleiermacher alude a la frase de M. P. Catón (234-149 a. C.) Ce-
SOBRE LA RELIGIÓN 145

que o hasta que vea dicha unión realmente destruida. ¡Fuera


cla- con todo lo que ofrezca cualquier semejanza con una
smo asociación cerrada de laicos y sacerdotes, bien se trate de
mbas cada grupo de por sí, bien de miembros de un grupo con
o se otro! Los aprendices no deben, en todo caso, formar nin-
ien: guna corporación; se puede advertir al considerar los ofi-
mo- cios mecánicos y los pupilos de las musas qué poco prove-
ura- choso resulta esto; pero opino que tampoco los
un sacerdotes deben constituir, en cuanto tales, fraternidad
pro- alguna entre sí; ellos no deben compartir gremialmente
ones ni sus ocupaciones ni sus fieles, sino que, sin preocuparse
do a de los otros y sin estar en este asunto más estrechamente
os o unido con uno que con otro, cada cual realice su propio
idos cometido; y que tampoco entre el que enseña y la comu-
ner- nidad exista ningún vínculo rígido. De acuerdo con los
l as- principios de la verdadera Iglesia, la misión de un sacer-
den dote en el mundo es un asunto privado; que un aposento
tad: privado constituya también el templo en el que se eleve
reci- su voz para proclamar la religión; que tenga ante él una
o el asamblea y no una comunidad (Gemeine); que él sea un
ribe ; orador para todos los que quieren oír, pero no un pastor
e in- de un rebaño determinado. Sólo bajo estas condiciones
con- pueden almas verdaderamente sacerdotales hacerse
ción cargo de aquellos que buscan la religión; sólo así puede
ra el esta asociación preparatoria conducir realmente a la reli-
o el gión y hacerse digna de ser considerada como un apéndi-
nsti- ce de la verdadera Iglesia y antesala de la misma: pues
tado I sólo así se elimina todo lo que bajo su forma actual es
asi- ! impío e irreligioso. Mediante la libertad general de elec-
o se ción, de reconocimiento y de juicio queda atenuada la
que distinción demasiado rigurosa y tajante entre sacerdotes
ta ni y laicos, hasta que los mejores entre estos últimos lle-
urre, guen hasta el punto en que sean a la vez lo mismo que los
por primeros. Todo lo que era mantenido unido mediante el
y el
final
terum censeo Carthaginem esse delendam, con la que concluía un famo-
C.) Ce- so discurso en el Senado.
146 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

vínculo impío de los símbolos 9 es separado y fragmenta-


do cuando no existe más ningún punto de conexión de
este género, cuando nadie ofrece a quienes lo buscan un
sistema religioso, sino que cada uno sólo ofrece una
parte, y ésta es el único medio de poner término de una
vez a esta situación anómala. No es más que una práctica
detestable de épocas anteriores dividir en partes a la Igle-
sia —para utilizar también este término en la peor de las
acepciones—: la Iglesia posee una naturaleza de pólipo;
a partir de cada uno de sus fragmentos se desarrolla de
nuevo un todo, y, si el concepto contradice al espíritu de
la religión, entonces un mayor número de individuos no
es algo mejor que uno inferior. La sociedad religiosa ex-
terna sólo se aproximará a la libertad general y a la uni-
dad majestuosa de la verdadera Iglesia haciéndose una
masa fluida, en la que no haya ningún contorno fijo,
donde cada parte se encuentre bien aquí, bien allá, y
todo se entremezcle apaciblemente. El odioso espíritu de
secta y de proselitismo, que aleja cada vez más de lo
esencial de la religión, sólo es destruido cuando nadie
puede seguir abrigando el sentimiento de que él pertene-
ce a un círculo determinado y un adepto de otra fe a otro
distinto.
Veis que en lo referente a esta sociedad nuestros de-
seos son completamente los mismos: lo que a vosotros os
repugna es también un impedimento para nosotros, sólo
que esto —permitidme siempre decirlo— no hubiera lle-
gado a ocurrir si se nos hubiera permitido dedicarnos
únicamente a lo que constituye nuestro cometido especí-
fico. Es nuestro interés común que ello sea rechazado de
nuevo. El modo como esto ocurrirá entre nosotros, si
también sólo después de una gran conmoción, tal como
sucedió en el país vecino 10, o bien sí el Estado mediante

9
Schleiermacher manifiesta una vez más su aversión hacia la letra
en el ámbito religioso.
10
Nueva referencia al proceso revolucionario francés.
SOBRE LA RELIGIÓN 147

enta- un acuerdo amistoso y sin que ambos deban previamente


n de morir para resucitar, romperá su fracasada alianza matri-
n un monial con la Iglesia o si tan sólo tolerará que aparezca
una otra Iglesia más virginal junto a la que de hecho se le ha
una vendido, es algo que ignoro: pero, hasta que algo de este
ctica género ocurra, serán sometidas por un duro destino
Igle- todas las almas santas que, penetradas por el fervor de la
e las religión, también quisieran exponer en el círculo más
lipo; amplio del mundo profano su realidad más sagrada, y al-
a de canzar con ello ciertos resultados. Yo no quiero inducir a
u de aquellos que han sido admitidos en la Orden favorecida
s no por el Estado " , a que, en lo referente al deseo más ínti-
a ex- mo de su corazón, concedan gran importancia a lo que
uni- podrían realizar acaso, en esta situación, mediante la pa-
una labra. Ellos han de guardarse de hablar siempre de reli-
fijo, gión, o incluso de hacerlo a menudo; y en un sentido es-
lá, y pecífico sólo han de hablar de ella en las ocasiones
u de solemnes, para no ser infieles a su misión moral, para la
e lo que han sido propuestos. Pero se les ha de permitir que
adie mediante una vida sacerdotal puedan anunciar el espíritu
ene- de la religión; y que esto sea su consuelo y su más bella
otro recompensa. En una persona sagrada todo es significati-
vo; en un sacerdote de la religión, reconocido como tal,
de- todo tiene un sentido canónico. Que ellos puedan, pues,
os os en todos sus movimientos proclamar la esencia de la reli-
sólo gión; que incluso en las circunstancias ordinarias de la
a lle- vida manifiesten plenamente un sentido piadoso; que la
rnos santa intimidad con la que tratan todo, muestre que in-
pecí- cluso en las cosas pequeñas sobre las que un espíritu pro-
o de fano se desliza superficialmente resuena en ellos la músi-
s, si ca de sentimientos sublimes; que la calma majestuosa
omo con la que equiparan lo grande y lo pequeño muestre que
ante ellos lo refieren todo a lo Inmutable y que del mismo
modo descubren a la Divinidad en todo; que la hilaridad
risueña con la que pasan de largo ante cualquier huella
a letra

11
Es decir, el clero bajo la tutela del Estado.
148 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

de la caducidad revele a todos que ellos viven por encima


del tiempo y del mundo; que la más lograda autonega-
ción manifieste hasta qué punto han destruido ya los lí-
mites de la personalidad; y que el sentido siempre des-
pierto y abierto, al que no escapa ni lo más raro ni lo más
común, muestre cómo buscan incansablemente el Uni-
verso y espían sus manifestaciones. Si de este modo toda
su vida, y cada movimiento de su conformación interna y
externa, es una obra de arte sacerdotal, quizá este len-
guaje mudo hará que se les abra a muchos el sentido para
lo que habita dentro de ellos. Pero, no contentos con ex-
presar la esencia de la religión, es preciso que destruyan
igualmente la falsa apariencia de la misma, en cuanto
ellos con ingenuidad infantil y sumidos en la excelsa sim-
plicidad de una completa inconsciencia, que no ve nin-
gún peligro y no cree tener necesidad de ningún coraje,
pasan por encima de todo lo que burdos prejuicios y una
refinada superstición han aureolado con una gloria inau-
téntica de lo divino, en cuanto que, despreocupados
como el joven Hércules, dejan que silben en torno a ellos
las serpientes de la santa calumnia, que ellos con la
misma calma y tanquilidad pueden aplastar en un instan-
te. Que se consagren a este santo servicio hasta la llegada
de tiempos mejores, y pienso que vosotros mismos senti-
réis respeto ante esta dignidad sin pretensiones y augura-
réis algo bueno en lo tocante a su acción sobre los hom-
bres. Pero ¿qué les debo decir a aquellos a quienes
vosotros denegáis los hábitos sacerdotales por no haber
recorrido de un modo determinado un círculo determi-
nado de vanas ciencias?, ¿hacia dónde debo remitirlos
con el impulso sociable de su religión, en la medida en
que ese impulso no se orienta sólo hacia la Iglesia supe-
rior, sino también hacia el mundo? Dado que carecen de
un escenario más amplio, donde pudieran actuar de una
forma más descollante, deben darse por satisfechos con
el servicio sacerdotal a sus dioses domésticos. Una fami-
lia puede constituir el elemento más desarrollado y la
imagen más fiel del Universo; cuando de una forma si-
SOBRE LA RELIGIÓN 149

ma lenciosa y poderosa todo se encadena entre sí, actúan


ga- aquí todas las fuerzas que animan lo Infinito; cuando
s lí- todo discurre segura y suavemente, el superior espíritu
es- del mundo palpita tanto aquí como allá; cuando los acor-
más des del amor acompañan todos los movimientos, ella se
Uni- sitúa por encima de la música de las esferas. Que ellos
oda configuren, organicen y cuiden este santuario; que de
na y una forma clara y manifiesta lo sitúen en el horizonte de
en- la fuerza moral; que lo interpreten con amor y espíritu;
ara de este modo varios de ellos y entre ellos aprenderán a
ex- intuir el Universo en la pequeña morada oculta, que se
yan convertirá en un sanctasanctórum, en el que varios reci-
nto birán la consagración de la religión. Este sacerdocio fue
im- el primero en el santo e infantil mundo primitivo, y será
nin- el último cuando ya no se necesite ningún otro.
aje, Sí, nosotros esperamos, al final de nuestra cultura arti-
una ficial, una época en la que no se necesitará de más socie-
au- dad preparatoria para la religión que la piadosa vida do-
dos méstica. Ahora suspiran millones de seres humanos, de
los ambos sexos y de todas las condiciones sociales, bajo la
la presión de trabajos mecánicos e indignos. La vieja gene-
an- ración sucumbe desmoralizada y, con una desidia discul-
ada pable, abandona a la más joven casi al azar en todos los
nti- asuntos a no ser en esto, a saber, que dicha generación
ra- más joven debe imitar y aprender sin demora la misma
om- postración. Tal es la causa por la que esta última no llega
nes a poseer la mirada libre y abierta, la única con la que
ber cabe descubrir el Universo. Nada obstaculiza tanto la re-
mi- ligión como esto, a saber, que nosotros nos veamos obli-
los gados a ser nuestros propios esclavos; pues esclavo es
en todo aquel que se ve precisado a realizar algo que debe-
pe- ría poder ser ejecutado mediante el concurso de fuerzas
de muertas. Esperamos que el perfeccionamiento de las
una ciencias y de las artes pondrá a nuestro servicio estas
con fuerzas muertas, esperamos que él transformará el
mi- mundo material y todo lo que se deja regular en el ámbi-
y la to del espíritu, en un palacio de hadas, donde el dios de la
si- tierra sólo necesita pronunciar una palabra mágica, sólo
150 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

necesita accionar un resorte para que ocurra lo que él or-


dena. Sólo entonces todo hombre habrá nacido libre,
sólo entonces toda vida será práctica y contemplativa a la
vez, sobre nadie se alzará el bastón del caporal, y todos
tendrán quietud y ocio para contemplar en sí el mundo.
Sólo en atención a los desdichados, que carecían de esto,
cuyos órganos estaban privados de la fuerza que sus mús-
culos hubieron de emplear incesantemente al servicio del
amo, era necesario que surgieran algunos individuos
afortunados y los congregaran en torno a sí, para hacer
de ojos suyos y para comunicarles en unos pocos fugaces
minutos las intuiciones de una vida. En la época feliz en
la que todos podrán ejercitar y utilizar libremente su sen-
tido, desde el primer despertar de las fuerzas superiores,
en la sagrada juventud bajo el cuidado de una sabiduría
paternal, todo el que sea apto para la religión tomará
parte en ella; toda comunicación unilateral cesará enton-
ces, y el padre recompensado conducirá al hijo robuste-
cido no sólo a un mundo más jubiloso y a una vida más
fácil, sino también, de forma inmediata, a la santa asam-
blea, ahora más numerosa y activa, de los adoradores de
lo Eterno.
Con el sentimiento agradecido de que, cuando un día
llegue esta época mejor, por lejana que se pueda encon-
trar todavía, también los esfuerzos, a los que dedicáis
vuestros días, habrán contribuido algo a su gestación,
permitidme llamar vuestra atención, una vez más, sobre
el bello fruto, producto también de vuestro trabajo; de-
jaos conducir, una vez más, a la sublime comunidad de
los espíritus verdaderamente religiosos, la cual, sin duda,
se muestra actualmente dispersa y casi invisible, pero
cuyo espíritu está actuante, sin embargo, por doquier,
incluso allí donde sólo unos pocos se hallan reunidos en
nombre de la Divinidad. ¡Qué hay en esto que no os hu-
biera ciertamente de llenar de admiración y respeto, a
vosotros, amigos y veneradores de todo lo bello y bueno!
Ellos constituyen entre sí una academia de sacerdotes.
La religión, que es para ellos lo supremo, es tratada por
SÓBRELA RELIGIÓN 151

or- cada uno de ellos como un objeto de arte y de estudio;


bre, con vistas a esto ella concede a cada uno una dote propia,
a la que extrae de su infinita riqueza. Al sentido general para
dos todo lo que pertenece al ámbito sagrado de la religión,
do. cada uno asocia, tal como es propio de artistas, la aspira-
sto, ción a perfeccionarse en algún aspecto particular; impera
ús- aquí una noble emulación, y el deseo de aportar algo que
del sea digno de una tal asamblea deja a cada uno asimilar,
uos con fidelidad y diligencia, todo lo que pertenece a su ám-
cer bito delimitado. Esto es conservado en un corazón puro,
aces es puesto en orden con un espíritu recogido, es adornado
en y perfeccionado por un arte celestial, y así, de todas las
en- maneras y desde todas las fuentes, resuena la alabanza y
res, el conocimiento de lo Infinito, en cuanto cada uno aporta
uría con corazón jubiloso los frutos más maduros de su refle-
ará xión y de su visión, de su comprensión y de su sentimien-
on- to. Ellos constituyen entre sí un coro de amigos. Cada
ste- uno sabe que también él es una parte y una obra del Uni-
más verso, que también en él se revela su actividad y su vida
am- divina. Él se considera, por tanto, como un objeto digno
de de consideración para los demás. Lo que él percibe en sí
acerca de las conexiones del Universo, lo que en él ad-
día quiere forma propia en lo que atañe a los elementos de la
on- humanidad, todo ello será puesto al descubierto con
cáis santo pudor, pero con abierta franqueza, de forma que
ión, cada uno entre y contemple. ¿Por qué también ellos se
bre habrían de ocultar algo mutuamente? Todo lo humano
de- es sagrado, pues todo es divino 12. Ellos forman entre sí
de una alianza fraternal —¿o tenéis una expresión más ínti-
uda, ma para designar la fusión completa de sus naturalezas,
ero no con vistas al ser y al querer, sino al sentido y al enten-
ier, der?—. Cuanto más se aproxima cada uno al Universo,
en cuanto más se comunica cada uno al otro, tanto más per-
hu-
o, a
no! 12
tes. Expresión significativa de la nueva situación en que se encontraba
por la filosofía de la religión, sobre la que se dejaba sentir de una forma
especial el influjo de la filosofía de Spinoza.
152 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

fectamente devienen una sola cosa; nadie posee una con-


ciencia para sí, cada uno posee a la vez la del otro, ya no
son sólo hombres, sino también humanidad, y saliendo
de sí mismos, triunfando sobre sí mismos, están en el ca-
mino hacia la inmortalidad y la eternidad verdaderas.
Si habéis hallado algo más sublime en otro ámbito de
la vida humana o en otra escuela de sabiduría, comuni-
cádmelo: lo mío os lo he confiado.
con-
a no
ndo
l ca-
s.
o de
uni-

QUINTO DISCURSO

SOBRE LAS RELIGIONES

Que el hombre absorto en la intuición del Universo


deba ser para todos vosotros un objeto de estima y respe-
to; que nadie que todavía sea capaz de comprender algo
de aquel estado pueda, ante la consideración del mismo,
sustraerse a estos sentimientos: he aquí algo que está por
encima de toda duda. Podréis despreciar a todo aquel
cuyo espíritu se llena, fácil y completamente, de cosas
irrelevantes; pero inútilmente intentaréis menospreciar a
quien absorbe en sí lo más grande y se alimenta de él
—podéis amar u odiar a cualquiera según que sobre la vía
limitada de la actividad y de la cultura vaya en vuestra di-
rección o en la contraria; pero no podréis menos de abri-
gar el más-bello sentimiento de admiración hacia aquel
que se encuentra tan por encima de vosotros, como el
contemplador del Universo lo está de todos los que no se
encuentran en el mismo estado que él—; los más sabios
entre vosotros afirman que debéis honrar, aun cuando
sea de mala gana, al hombre virtuoso que procura deter-
minar lo finito de acuerdo con exigencias infinitas, según
las leyes de la naturaleza moral: pero, aun cuando os
fuera posible encontrar en la virtud misma algo ridículo
por lo que se refiere al contraste existente entre unas
[153]
154 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

fuerzas finitas y un proyecto infinito, no le podríais, sin


embargo, denegar vuestra estima y respeto a aquel cuyos
órganos están abiertos al Universo, y que lejos de toda
disputa y conflicto, situado por encima de toda aspira-
ción, penetrado por los influjos de dicho Universo y con-
vertido en una sola cosa con él, si lo consideráis en este
momento precioso de la existencia humana, refleja sobre
vosotros, inalterado, el rayo celeste. Si, por tanto, la idea
que os he trazado de la naturaleza íntima de la religión os
ha infundido aquella estima, que, a causa de falsas inter-
pretaciones y debido a que os detenéis en detalles contin-
gentes, tan a menudo le habéis denegado; si mis pensa-
mientos acerca de la conexión existente entre esta
disposición, inmanente a todos nosotros, y todo lo que
de excelente y divino se le ha concedido, además, a nues-
tra naturaleza, os han incitado a una intuición más íntima
de nuestro ser y devenir; si vosotros, desde el punto de
vista superior que os he mostrado, en aquella comunidad
de los espíritus, más sublime y tan desconocida, en la que
cada uno, no apreciando en nada la gloria de su albedrío
ni la posesión exclusiva de sus peculiaridades más ínti-
mas y de su misterio, se entrega voluntariamente para
dejarse intuir como una obra del eterno espíritu del
mundo, conformador de todas las cosas; si admiráis
ahora en esa comunidad el sanctasanctórum de la socia-
bilidad, lo incomparablemente superior a toda unión te-
rrena, lo más santo como siendo él mismo el más tierno
lazo de amistad de los espíritus morales; si, por tanto,
toda la religión, en su infinitud, en su fuerza divina os ha
sumido en adoración: acerca de esto no voy a interroga-
ros, pues estoy seguro del poder de dicho objeto, el cual
sólo necesitaría ser puesto en libertad para que incidiera
sobre vosotros. Pero ahora tengo que abordar una nueva
tarea y vencer una nueva resistencia. Yo quiero conduci-
ros, por así decirlo, al Dios que se ha hecho carne 1; quie-

1
Cfr. Juan 1, 14.
SOBRE LA RELIGIÓN 155

s, sin ro mostraros la religión tal como se ha despojado de su


cuyos infinitud y tal como, a menudo bajo una forma precaria,
toda ha aparecido entre los hombres; en las religiones debéis
pira- descubrir la religión; en lo que se encuentra ante voso-
con- tros bajo una forma terrena e impura debéis buscar las
este características particulares de aquella belleza celestial,
obre cuyo perfil he intentado reproducir.
idea Si arrojáis una mirada al estado actual de las cosas, en
ón os el que Iglesias y religiones coinciden casi por doquier en
nter- su multiplicidad, y en su separación parecen estar indiso-
ntin- lublemente unidas; en el que hay tantos cuerpos doctri-
ensa- nales y profesiones de fe como iglesias y comunidades re-
esta ligiosas, podríais veros fácilmente inducidos a creer que
que en mi juicio acerca de la multiplicidad de las Iglesias tam-
nues- bién me pronuncio a la vez en lo concerniente a la multi-
tima plicidad de las religiones; pero esto sería interpretar de
o de una forma completamente errónea mi opinión. Yo he
idad condenado la multiplicidad de las iglesias: pero precisa-
a que mente, en cuanto he mostrado, a partir de la naturaleza
edrío de la cosa, que aquí se pierden todos los contornos, que
ínti- desaparecen todas las divisiones determinadas y que, no
para sólo en cuanto al espíritu y al grado de participación, sino
del también en cuanto a la conexión real, todo debe consti-
iráis tuir un conjunto indiviso, he dado por sentada, por do-
ocia- quier, la multiplicidad de las religiones y su diversidad
n te- más determinada como algo necesario e inevitable. Pues
erno ¿por qué la Iglesia interior, verdadera, habría de ser
anto, una? Para que cada uno pudiera intuir y dejarse comuni-
os ha car la religión de los otros, que él no puede intuir como la
oga- suya propia, y que, por consiguiente, fue concebida
cual como completamente diferente de ésta. ¿Por qué debe-
diera ría también la Iglesia exterior, impropiamente llamada
ueva así, ser una? Para que cada uno pudiera buscar la religión
duci- bajo la forma afín al germen que dormita en él —y éste
quie- debería, por tanto, ser de una especie determinada, por-
que sólo puede ser fecundado y despertado por esta
misma especie determinada—. Y estas manifestaciones
de la religión no podrían ser concebidas, acaso, como
156 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

meros fragmentos complementarios, diferentes única-


mente desde un punto de vista numérico y en cuanto a la
magnitud, que, si se los conjuntara, habrían constituido
un todo uniforme, y sólo entonces completo; pues en ese
caso cada uno en su progresión natural llegaría, de por sí,
al ámbito propio de los otros; la religión que él se deja
comunicar se transformaría en la suya propia y se identi-
ficaría con ella, y la Iglesia, esta comunión con todos los
creyentes que, según la concepción expuesta, se presenta
a todo hombre religioso como indispensable, no sería
más que una institución provisional y en virtud de su pro-
pia acción se volvería a suprimir de nuevo con tanta
mayor rapidez; no obstante, yo no he querido en modo
alguno concebirla o exponerla de este modo. He presu-
puesto así, la pluralidad de las religiones, y asimismo la
encuentro fundamentada en la esencia de la religión.
Todos ven con facilidad que nadie puede poseer ínte-
gramente la religión; pues el hombre es finito y la reli-
gión, infinita; pero a vosotros tampoco puede resultaros
extraño que ella no pueda ser fragmentada entre los
hombres, aun cuando sólo fuera parcialmente, según el
modo como cada uno sea capaz de aprehenderla, sino
que debe organizarse en manifestaciones que difieren
más entre sí. Recordad tan sólo los varios niveles de la
religión, sobre los que os he llamado la atención, a saber,
que la religión de quien considera el Universo como un
sistema no puede ser una mera prolongación del punto
de vista de aquel que se limita a intuirlo en sus elementos
aparentemente opuestos, y que, a su vez, no puede llegar
hasta este último punto de vista, siguiendo su propio ca-
mino, aquel para quien el Universo es todavía una repre-
sentación caótica e indiferenciada. A estas diferencias las
podéis denominar especies o grados de la religión: debéis
conceder, sin embargo, que dondequiera que se den
estas divisiones acostumbra también a haber formacio-
nes individuales. Toda fuerza infinita, una vez que se di-
vide y separa en sus manifestaciones, se revela también a
través de formas peculiares y diferentes. Por tanto, con
SOBRE LA RELIGIÓN 157

ica- la multiplicidad de las religiones ocurre algo completa-


a la mente distinto de lo que sucede con la de las Iglesias.
ido Éstas, ciertamente, en su mayoría no son más que frag-
ese mentos de una única realidad individual, que ante el en-
r sí, tendimiento aparece completamente determinada como
deja única y sólo es inaccesible en su unicidad a la representa-
nti- ción sensible; y lo que impulsó a estos distintos fragmen-
los tos a considerarse como formaciones individuales parti-
nta culares fue siempre un mero malentendido, que sólo
ería podía reposar sobre la acción de un principio extraño:
pro- pero la religión, según su concepto y su esencia, es tam-
nta bién para el entendimiento algo infinito e inconmensura-
odo ble; ella debe poseer en sí, por tanto, un principio de in-
esu- dividualización, porque de lo contrario no podría existir
o la ni ser aprehendida; debemos, por consiguiente, postular
. y buscar una multitud infinita de formas finitas y deter-
nte- minadas, en las que ella se revela, y allí donde encontre-
eli- mos algo que afirme ser una de esas formas, tal como
ros ocurre con cada religión particular, hemos de examinar
los si ese algo está construido de acuerdo con este principio,
n el y hemos entonces de poner en claro el concepto determi-
ino nado que debe exponer, sean cuales fueran las extrañas
ren envolturas bajo las que estuviere encubierto por la ac-
e la ción de lo caduco, al que lo Imperecedero se ha dignado
ber, condescender, y por la mano impía de los hombres. Si no
un queréis tener de la religión sólo el concepto general, y
nto sería ciertamente indigno que os quisierais dar por satis-
tos fechos con un conocimiento tan imperfecto; si queréis
gar también comprenderla en su realidad y en sus manifesta-
ca- ciones; si queréis considerar estas mismas manifestacio-
pre- nes con espíritu religioso como una obra del espíritu del
las mundo que se prosigue hasta lo infinito: entonces debéis
béis desechar el deseo vano e inútil de que no haya más que
den una religión, entonces debéis rechazar vuestra repugnan-
cio- cia hacia su pluralidad y, con un espíritu tan libre de pre-
di- juicios como sea posible, abordar todas aquellas formas
én a religiosas que se han desarrollado ya a través de figuras
con mudables y durante el curso de la humanidad, también
158 FRIEDR1CH D. E. SCHLE1ERMACHER

en este caso de carácter progresivo, a partir del seno eter-


namente rico del Universo.
Llamáis religiones positivas a estas manifestaciones re-
ligiosas determinadas, existentes, y, bajo esta denomina-
ción, ellas han sido ya, desde hace tiempo, objeto de un
odio del todo particular; por el contrario, a pesar de toda
la aversión hacia la religión en general, siempre habéis
tolerado más fácilmente esa otra cosa que se llama reli-
gión natural, e incluso habéis hablado de ella con estima.
Yo no vacilo en permitiros inmediatamente que echéis
una mirada a mis convicciones íntimas a este respecto, en
la medida en que, por mi parte, protesto clamorosamen-
te contra esta preferencia y la declaro, por lo que se refie-
re a todos aquellos que pretenden en general tener reli-
gión y amarla, como la más burda inconsecuencia y como
la autorrefutación más manifiesta, por motivos a los que
daréis ciertamente vuestra aprobación cuando yo haya
podido exponerlos. En contraste con vosotros, que sen-
tíais aversión hacia la religión en general, siempre he
considerado muy natural hacer esta distinción. La llama-
da religión natural es generalmente tan refinada y adopta
un estilo tan filosófico y moral, que poco deja traslucir
del carácter peculiar de la religión; ella se las ingenia
para llevar una vida tan galante, para guardar los límites
y adaptarse a las circunstancias, que es por doquier bien
tolerada: por el contrario, toda religión positiva posee
rasgos muy vigorosos y una fisonomía muy acusada, de
modo que, en todo movimiento que ella realiza y en toda
mirada que se arroja sobre ella, evoca de un modo infali-
ble lo que ella es propiamente. Si éste es el verdadero e
íntimo motivo de vuesta antipatía, tal como es, de hecho,
el único que se refiere a la cosa misma, es preciso que os
liberéis ahora de esta aversión; y yo no tendría propia-
mente que polemizar más contra ella. Pues si vosotros
ahora, tal como espero, emitís un juicio más favorable
sobre la religión en general, si reconocéis que ella tiene
como fundamento una disposición especial y noble en el
hombre, la cual, por consiguiente, también debe ser for-
SOBRE LA RELIGIÓN 159

eter- mada allí donde haga acto de presencia, entonces no os


puede resultar enojoso considerarla en las formas deter-
s re- minadas bajo las que ya se ha manifestado realmente, y
ina- vosotros debéis más bien juzgar estas formas tanto más
e un dignas de vuestra consideración, cuanto más lo peculiar y
toda distintivo de la religión ha tomado forma en ellas.
béis Pero si rehusáis reconocer este fundamento, quizá
reli- todos los antiguos reproches, que vosotros soléis, por lo
ima. demás, hacer a la religión en general, los lanzaréis ahora
héis contra las religiones particulares y afirmaréis que preci-
o, en samente, en lo que llamáis lo positivo en la religión, debe
men- hallarse aquello que ocasiona y justifica, siempre de
efie- nuevo, estos reproches; vosotros negaréis que las religio-
reli- nes positivas puedan ser manifestaciones de la verdadera
omo religión. Me llamaréis la atención acerca de cómo todas
que ellas, sin distinción, están llenas de lo que, según mis pro-
haya pias manifestaciones, no es religión, y de que, por tanto,
sen- debe haber un principio de corrupción profundamente
e he arraigado en su constitución; vosotros me recordaréis
ama- cómo cada una de ellas se proclama la única verdadera,
opta considerando precisamente sus rasgos peculiares como la
lucir realidad suprema; me recordaréis que ellas se diferen-
enia : cian entre sí, como si se tratara de algo esencial, precisa-
mites ! mente mediante aquello que cada uno debería eliminar
bien de sí tanto como fuera posible; me recordaréis cómo
osee ¡ ellas, de una forma completamente contraria a la natura-
a, de leza de la verdadera religión, demuestran, refutan y dis-
toda putan bien sea con las armas del arte y del entendimiento
nfali- o con otras todavía más extrañas y más indignas; añadi-
ro e réis que precisamente ahora, cuando apreciáis la religión
cho, y la reconocéis como algo importante, habríais de tener
ue os un vivo interés en que se le concediera por doquier la
opia- mayor libertad para desarrollarse en todos los sentidos y
otros de las formas más diversas, y que vosotros, por tanto, de-
able beríais odiar tanto más vivamente las formas determina-
iene das de la religión, que mantienen sujetos a la misma figu-
en el ra a todos sus adeptos, les privan de la libertad de seguir
for- su propia naturaleza y los someten a unas limitaciones
160 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

contrarias a la naturaleza, y en todos estos puntos me ha-


réis un encendido elogio de las ventajas de la religión na-
tural frente a la positiva.
Yo manifiesto, una vez más, que no quiero negar estas
desfiguraciones y que no pongo ninguna objeción a la
aversión que sentís hacia las mismas. Reconozco en
todas ellas aquella degeneración y aquella desviación
consistentes en pasar a un ámbito extraño, objeto de tan-
tas lamentaciones; y cuanto más divina es la religión
misma, tanto menos quiero adornar su corrupción y fo-
mentar, admirándolas, sus excrecencias salvajes. No
obstante, olvidad de una vez esta concepción que, cierta-
mente, también es unilateral, y seguidme a otra distinta.
Ponderad en qué medida esta corrupción ha de ser acha-
cada a aquellos que han sacado la religión del interior del
corazón para llevarla al mundo civil; confesad que mu-
chas deformaciones resultan inevitables por doquier tan
pronto como lo Infinito reviste una forma imperfecta y li-
mitada, y desciende al ámbito de lo temporal y de la inte-
racción general de las cosas finitas, para dejarse dominar
por ella. Pero, por muy profundamente que también esta
corrupción pueda estar enraizada en ellas y por muchas
desviaciones que hayan podido sufrir debido a ello, con-
siderad, no obstante, que la visión religiosa propiamente
dicha de todas las cosas consiste en rastrear, incluso en lo
que nos parece común y bajo, toda huella de lo Divino,
de lo Verdadero y Eterno, y en venerar incluso la más le-
jana, ¿y por qué ha de ser privado del beneficio de una
tal consideración precisamente aquello que puede pre-
tender más legítimamente ser juzgado de modo religio-
so? No obstante, vosotros hallaréis más que huellas leja-
nas de la Divinidad. Os invito a considerar toda fe, que
hayan profesado los hombres, toda religión, que desig-
náis con un nombre y un carácter determinados, y que
quizá ha degenerado hace tiempo en un código de usos
vacíos, en un sistema de conceptos y teorías abstractos;
y, si la investigáis en su fuente y en sus elementos origina-
rios, constataréis que todas las escorias muertas fueron
SOBRE LA RELIGIÓN 161

ha- en otro tiempo efusiones ardientes del fuego interior,


na- que todas ellas contienen la religión, y que en mayor o
menor medida está presente en ellas la verdadera esencia
as de la misma, tal como os he mostrado; que cada religión
la constituyó una de las formas particulares, que debió asu-
en mir necesariamente la religión eterna e infinita en medio
ón de seres finitos y limitados. Pero a fin de que no andéis a
n- tientas, al azar, por este caos infinito —pues debo renun-
ón ciar a conduciros al mismo, de una forma metódica y
fo- completa, lo cual exigiría dedicarle el estudio de una
No vida, sin que pueda ser el cometido de una mera conver-
ta- sación—, a fin de que vosotros, sin ser seducidos por con-
ta. ceptos ordinarios, podáis evaluar el verdadero contenido
ha- y la auténtica esencia de las distintas religiones de acuer-
del do con un criterio correcto y diferenciar según ideas de-
mu- terminadas y sólidas lo interior de lo exterior, lo propio
an de lo prestado y extraño, lo sagrado de lo profano: co-
li- menzad olvidando toda religión particular y lo que es
te- considerado como su distintivo característico y procurad
nar primeramente llegar, procediendo de dentro hacia afue-
sta ra, a una idea general de lo que constituye propiamente
has la esencia de una forma determinada de religión. Consta-
on- taréis entonces que precisamente las religiones positivas
nte son estas configuraciones determinadas bajo las que la
lo religión infinita se manifiesta en lo finito, y que la reli-
no, gión natural no puede pretender en modo alguno ser algo
le- semejante, en la medida en que ella es tan sólo una idea
na indeterminada, indigente y miserable que no puede exis-
re- tir propiamente para sí; constataréis que sólo en las reli-
io- giones positivas resulta posible un verdadero desarrollo
ja- individual de la disposición religiosa, y que ellas, según
ue su esencia, no causan a este respecto ningún perjuicio a
ig- la libertad de sus adeptos.
ue ¿Por qué he admitido que la religión no puede mani-
sos festarse plenamente sino en un número infinito de for-
os; mas totalmente determinadas? Sólo por las razones que
na- han sido expuestas cuando he hablado de la esencia de la
on religión. A saber, porque cada intuición de lo Infinito
1¡1

162 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

tiene plena consistencia propia, no depende de ninguna


otra y tampoco implica necesariamente a ninguna otra;
porque su número es infinito y en ellas mismas no se da
ninguna razón por la cual hayan de referirse la una a la
otra de este modo y no de otro; y, sin embargo, cada una
aparece de una forma completamente distinta si se la
mira desde otro punto de vista o si es referida a otra dis-
tinta; de otro modo, la única posibilidad de que la totali-
dad de la religión pueda existir es que todos estos dife-
rentes puntos de vista de cada intuición, que pueden
surgir de esta manera, se den realmente; y esto sólo es
posible en una infinitud de formas diferentes, de las que
cada una está completamente determinada por el dife-
rente principio de la relación en ella, y en cada una de las
cuales el mismo objeto será modificado de una forma
completamente distinta, es decir, que todas son verdade-
ros individuos. ¿Cómo son determinados estos indivi-
duos y cómo difieren entre sí?, ¿cuál es el aspecto común
en sus elementos, que los mantiene unidos, o el principio
de atracción al que obedecen?, ¿cuál es el criterio según
el que se decide a qué individuo debe pertenecer un dato
religioso dado?
Una forma determinada de religión no puede ser tal en
atención al hecho de que ella, acaso, contenga una deter-
minada cantidad de materia religiosa. En esto consiste
precisamente el total malentendido en torno a la esencia
de las religiones particulares, que se ha difundido a me-
nudo entre sus mismos adeptos y que ha puesto las bases
para su corrupción. Ellos han opinado precisamente que,
puesto que tantos hombres se adhieren a la misma reli-
gión, también deberían compartir los mismos puntos de
vista y sentimientos religiosos, las mismas opiniones y
creencias, y que justamente esta dimensión común ha-
bría de constituir la esencia de su religión. Resulta difícil
por doquier establecer con certidumbre los rasgos pro-
piamente característicos e individuales de una religión
cuando se los abstrae así de lo particular; pero en esa di-
mensión, por muy común que también resulte el concep-
SOBRE LA RELIGIÓN 163

una to, es donde menos se puede encontrar, y si acaso voso-


tra; tros también creéis que las religiones positivas son
e da perjudiciales para la libertad individual de desarrollar su
a la religión, debido a que exigen una suma determinada de
una intuiciones y sentimientos religiosos y excluyen a otros,
e la os encontráis en un error. Las intuiciones y los senti-
dis- mientos particulares son, como sabéis, los elementos de
tali- la religión, y si los consideramos a éstos así, de modo pu-
dife- ramente cuantitativo, haciendo conjeturas acerca de
den cuántos hay y de qué índole son, es imposible que tal ac-
o es titud pueda conducirnos al carácter individual de la reli-
que gión. Si la religión se debe individualizar en atención al
dife- hecho de que en cada intuición son posibles distintos
e las puntos de vista, según esté referida a las restantes, en-
rma tonces en tal compendio, excluyen te de varias de entre
ade- ellas, mediante lo que por cierto no es determinado nin-
divi- guno de aquellos posibles puntos de vista, no nos sería de
mún utilidad alguna, y, si las religiones positivas se diferencia-
ipio ran tan sólo mediante una tal exclusión, entonces ellas no
gún constituirían, desde luego, las manifestaciones indivi-
dato duales que andamos buscando. Pero que esto no consti-
tuye de hecho su característica distintiva se echa de ver
l en en la circunstancia de que, desde este punto de vista, re-
ter- sulta imposible formarse un concepto determinado de
iste ellas, y éste ha de encontrarse, sin embargo, en la base de
ncia las mismas porque, de lo contrario, llegarían muy pronto
me- a confundirse. Hemos considerado como perteneciente a
ases la esencia de la religión que no haya ninguna conexión
que, determinada, de carácter interno, entre las distintas in-
reli- tuiciones y sentimientos sobre el Universo, que cada ele-
s de mento tenga subsistencia propia y mediante mil combi-
es y naciones fortuitas pueda conducir a cualquier otro. Por
ha- ello, ya en la religión de cada individuo, tal como ella se
fícil desarrolla en el curso de su vida, nada hay más aleatorio
pro- que la suma determinada de su materia religiosa. Deter-
gión minados enfoques pueden volvérsele oscuros, otros pue-
di- den emerger en su mente y llegar a hacerse claros, y su
cep- religión es siempre, a este respecto, móvil y fluida. Es
164 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

imposible, por tanto, que esta fluidez constituya lo que


hay de permanente y esencial en la religión común a mu-
chos; pues ¡cuan sumamente azaroso y raro debe ser que
varios seres humanos permanezcan fijos, aun cuando no
sea más que momentáneamente, en el mismo círculo de-
terminado de las intuiciones y avancen por la misma vía
en lo relativo a los sentimientos! Por ello, también entre
aquellos que determinan de este modo su religión, se dis-
puta constantemente acerca de lo que pertenece o no de
una forma esencial a la misma: ellos no saben lo que han
de estatuir como característico y necesario, lo que han de
segregar como libre y contingente; no encuentran el
punto a partir del que poder abarcar con la vista el con-
junto y no comprenden la manifestación religiosa en
cuyo seno creen vivir ellos mismos y en pro de la que se
imaginan luchar y a cuya degeneración contribuyen
puesto que no saben ni dónde se encuentran ni qué
hacen. Pero el instinto, que ellos no comprenden, los
conduce de una forma más certera que su entendimien-
to, y la naturaleza mantiene unido lo que destruirían sus
falsas reflexiones y su conducta basada en ellas. Quien
hace consistir el carácter de una religión particular en
una cantidad determinada de intuiciones y sentimientos
debe admitir necesariamente una conexión interna y ob-
jetiva que una entre sí precisamente a estos sentimientos
e intuiciones y excluya a todos los otros, y esta ilusión es
justamente el principio de sistematización y de sectaris-
mo, completamente opuesto al espíritu de la religión, y
el todo que ellos se esfuerzan por configurar de esta ma-
nera no sería un todo como el que nosotros buscamos,
mediante el cual la religión adquiere en todas sus partes
una forma determinada, sino que constituiría un frag-
mento desgajado violentamente de lo Infinito, no una re-
ligión, sino una secta, el concepto más irreligioso que se
puede querer realizar en el ámbito de la religión. Pero las
formas que el Universo ha producido, y que existen real-
mente, tampoco constituyen todos de esta naturaleza.
Todo sectarismo, bien sea especulativo con vistas a situar
SOBRE LA RELIGIÓN 165

ue en un contexto filosófico intuiciones particulares, o bien


u- ascético, para insistir a favor de un sistema y de una suce-
ue sión determinada de sentimientos, tiende a la uniformi-
no dad más completa posible de todos los que quieren parti-
e- cipar en el mismo fragmento de religión; y si aquellos que
ía están contagiados por este furor, y a quienes no falta
re ciertamente actividad, todavía no han logrado conducir
is- hasta este punto religión positiva alguna, admitiréis, no
de obstante, que éstas, puesto que también han surgido en
an un momento dado, y en cuanto existen todavía a pesar de
de aquellos ataques, deben haber sido formadas de acuerdo
el con otro principio y poseer otro carácter distinto; es más,
n- si pensáis en la época en que ellas surgieron, veréis esto
en todavía con mayor claridad: pues vosotros recordaréis
se que toda religión positiva durante el período de su for-
en mación y de su florecimiento, en la época, por tanto, en
ué que su perculiar fuerza vital se muestra más juvenil y do-
os tada del mayor frescor y en la que, por consiguiente,
n- puede ser conocida con la mayor seguridad, se mueve en
us una dirección completamente opuesta, no concentrándo-
en se en sí y excluyendo muchos elementos, sino creciendo
en hacia fuera, echando siempre nuevas ramas y apropián-
os dose siempre de más materia religiosa y configurándola
b- de acuerdo con su naturaleza especial. Ellas no están
os constituidas, por consiguiente, conforme a este falso
es principio, éste no forma una unidad con su naturaleza, se
s- trata de una corrupción proveniente de afuera y, dado
y que les es tan contrario como lo es al espíritu de la reli-
a- gión en general, su relación con el mismo, que constituye
os, una guerra permanente, puede demostrar, más bien que
es cuestionar, que ellas son las manifestaciones individuales
g- de la religión, que andamos buscando.
e- Todas las diferencias en el seno de la religión en gene-
se ral, acerca de las que os he llamado la atención hasta
as ahora, aquí y allá, son igual de insuficientes para produ-
al- cir una forma de religión completamente determinada y
a. que constituya una realidad individual. Aquellas tres for-
ar mas, tan a menudo mencionadas, de contemplar el Uni-
166 FRIEDRICHD. E. SCHLEIERMACHER

verso, a saber, como caos, como sistema y en la multipli-


cidad de sus elementos, están lejos de constituir otras
tantas religiones particulares y determinadas. Vosotros
sabéis que, cuando se divide un concepto tanto como se
quiere y hasta lo infinito, nunca se llega de este modo a
los individuos, sino siempre tan sólo a conceptos menos
generales, que están contenidos bajo aquéllos, a especies
y subdivisiones que, a su vez, pueden comprender bajo sí
una muchedumbre de individuos muy diferentes: para
hallar el carácter del ser individual mismo, es preciso
salir del marco del concepto general y de sus notas carac-
terísticas. Pero aquellas tres diferenciaciones en el seno
de la religión no son de hecho otra cosa que una división
habitual, y recurrente por doquier, del concepto de intui-
ción. Ellas constituyen, por tanto, especies, pero no for-
mas determinadas de religión, y el estado de indigencia a
causa del cual buscamos a estas últimas tampoco queda-
ría satisfecho, en modo alguno, por el hecho de que la re-
ligión se presente de estos tres modos. Las intuiciones
particulares poseen ciertamente en cada una de ellas un
carácter propio, y, por consiguiente, cada forma deter-
minada de religión debe referirse a una de estas especies:
pero, en modo alguno, éstas determinan de una forma
exclusiva una relación y una situación peculiares de las
diferentes intuiciones entre sí, y a tal respecto, después
de esta división todo permanece todavía tan infinito y tan
polivalente como antes. Mayor apariencia de verdad po-
dría presentar, quizá, la suposición de que el personalis-
mo y su representación religiosa opuesta, el panteísmo,
nos ofrecen al alcance de la mano dos de esas formas in-
dividuales de religión. Pero también en este caso se trata
de mera apariencia. Estos tipos de representaciones se
hallan por cierto en cada una de las tres especies de reli-
gión y ya por este motivo no pueden constituir realidad
individual alguna, puesto que es imposible que un indivi-
duo pueda reunir en sí tres caracteres especiales diferen-
tes. Pero, considerando el problema de una forma más
precisa, debéis ver además que esos dos tipos de repre-
SOBRE LA RELIGIÓN 167

pli- sentaciones tampoco ofrecen ninguna relación determi-


ras nada de varias intuiciones religiosas entre sí. Por supues-
ros to, si la idea de una Divinidad personal fuera una
o se intuición religiosa particular, entonces, sin duda, el per-
oa sonalismo sería, en cada una de las tres especies de reli-
nos gión, una forma completamente determinada, pues en él
cies toda materia religiosa es referida a esta idea: pero ¿es
o sí ello así?, ¿es esta idea una intuición particular del Uni-
ara verso, una impresión particular del mismo, que alguna
ciso determinación finita produce en mí? De este modo,
rac- ¿también el panteísmo, que es concebido como opuesto
eno a aquél, habría de construir una intuición particular del
ión Universo?; en este caso debería haber para ambos cier-
tui- tas percepciones determinadas, de las que se entresaca-
for- rían dichas intuiciones; ¿y dónde han sido localizadas al-
ia a guna vez estas percepciones?; en ese caso debería haber
da- intuiciones particulares de la religión, opuestas entre sí,
re- lo que no puede ocurrir. Tampoco estos dos tipos de re-
nes presentación son en modo alguno diferentes intuiciones
un del Universo en lo finito, no son elementos de la religión,
ter- sino diferentes formas de pensar el Universo como indi-
ies: viduo a la vez que es intuido en lo finito, puesto que una
rma de estas formas le atribuye una conciencia peculiar y la
las otra no. Todos los elementos particulares de la religión
ués permanecen en el mismo nivel de indeterminación en lo
tan referente a su situación recíproca, y ninguna de las múlti-
po- ples visiones de la religión será realizada por el hecho de
lis- que uno u otro pensamiento la acompañe, tal como po-
mo, déis constatar por doquier donde algo ha de ser presenta-
in- do bajo una forma religiosa y simultáneamente bajo una
rata forma puramente deísta; ahí constataréis que todas las
s se intuiciones y sentimientos y, de una forma especial —lo
eli- que constituye el punto en torno al que suele girar todo
dad en esta esfera—, las intuiciones que versan sobre los mo-
ivi- vimientos de la humanidad en particular y sobre la uni-
ren- dad en lo que se encuentra más allá de su albedrío, fluc-
más túan, en lo relativo a sus relaciones recíprocas, en una
pre- completa indeterminación y ambigüedad. Por tanto,
168 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

tampoco las dos son sino formas más generales, cuyo


marco ha de ser llenado primeramente con otras indivi-
duales y determinadas, y, aun cuando también vosotros
limitéis este marco al vincular estas últimas, una a una,
con una de las tres especies determinadas de intuición,
estas formas compuestas a partir de los diferentes princi-
pios divisorios del todo, no constituyen, sin embargo,
más que subdivisiones, que poseen carácter propio, pero
no en modo alguno totalidades completamente determi-
nadas y cerradas. Por tanto, ni el naturalismo —yo en-
tiendo por ello la intuición del Universo en la pluralidad
de sus elementos, sin la representación de la conciencia y
voluntad personales de los elementos particulares—, ni
el panteísmo, ni el politeísmo, ni el deísmo son religiones
particulares y determinadas, tal como las andamos bus-
cando, sino tan sólo especies, en cuyo marco ya se han
desarrollado, por cierto, muchos individuos propiamen-
te dichos y todavía se desarrollarán más. Tened bien en
cuenta que el panteísmo y el deísmo no son formas deter-
minadas de religión, a fin de poder asignar su puesto de-
bido a vuestra religión natural, si acaso se llegara a cons-
tatar que ella no es otra cosa que esto.
Para decirlo brevemente: una religión individual, tal
como nosotros la buscamos, no puede surgir de otro
modo que mediante el hecho de que una intuición parti-
cular del Universo, sea cual fuere, se convierta, por libre
voluntad —pues de otro modo no puede ocurrir, dado
que cualquier otra tendría las mismas pretensiones para
ello—, en punto central de la totalidad de la religión y
todo sea ahí referido a ella. De este modo, el todo ad-
quiere de golpe un espíritu determinado y un carácter
común; se vuelve fijo todo lo que previamente aparecía
como ambiguo e indeterminado; de la infinita diversidad
de puntos de vista y de relaciones de los elementos parti-
culares, todos los cuales eran posibles y todos habrían de
ser expuestos, uno es realizado plenamente por cada una
de estas formaciones; todos los elementos particulares
aparecen ahora desde una perspectiva homónima, desde
SOBRE LA RELIGIÓN 169

uyo aquella que se ha vuelto hacia ese centro, y todos los sen-
vi- timientos adquieren, precisamente de este modo, una to-
ros nalidad común y se vuelven más vivos y compenetrados
na, entre sí. Sólo en el conjunto de todas las formas, concebi-
ón, das como posibles según este enfoque, puede manifestar-
nci- se realmente la religión en su totalidad y, por tanto, ella
go, sólo puede ser expuesta en una sucesión infinita de figu-
ero ras que surgen y vuelven a desaparecer, y sólo lo que se
mi- encuentra en una de estas formas contribuye algo a la
en- plenitud de su manifestación. Cada una de tales configu-
dad raciones de la religión en las que todo es visto y sentido
ay en relación con una intuición central, donde y comoquie-
, ni ra que tome cuerpo y sea cual fuere esta intuición preferi-
nes da, es una auténtica religión positiva; en relación con el
us- todo es una herejía —una palabra que debería ser reha-
han bilitada— porque la causa de su surgimiento es algo su-
en- mamente arbitrario; por lo que se refiere a la comunidad
en de todos los participantes y a su relación con el primero
ter- que fundó su religión, porque fue el primero en ver aque-
de- lla intuición en el centro de la religión, constituye una es-
ns- cuela y un discipulado propios. Y, si la religión sólo se
manifiesta en y a través de tales formas determinadas, así
tal también sólo quien se asienta, con la suya, en una de
otro ellas posee propiamente una morada estable y, por decir-
arti- lo así, un derecho de ciudadanía activo en el mundo reli-
ibre gioso; sólo él puede vanagloriarse de contribuir algo a la
ado existencia y al devenir del todo; sólo él es una persona re-
para ligiosa en sentido propio, con un carácter y unos rasgos
ón y firmes y determinados.
ad- Por tanto, preguntaréis bastante perplejos, ¿debe
cter todo aquel en cuya religión haya una intuición dominan-
ecía te pertenecer a una de las formas existentes? En modo al-
dad guno; no obstante, es preciso que una intuición sea la do-
arti- minante en su religión; de lo contrario, ella no poseería
n de valor alguno. ¿He hablado, pues, de dos o tres figuras
una determinadas y dicho que ellas hayan de ser las únicas?
ares Por el contrario; debe desarrollarse una cantidad innu-
sde merable de ellas, desde todos los puntos, y aquel que no
170 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

halla acomodo en ninguna de las ya existentes o, incluso


diría yo, quien no fuera capaz de crearla él mismo, si ella
no hubiera existido todavía, tampoco pertenecerá, cier-
tamente, a ninguna de ellas, sino que fundará una nueva.
Si él permanece solo con su religión y sin discípulos, no
importa. Siempre y por doquier existen gérmenes de
aquello, que todavía no puede alcanzar un mayor desa-
rrollo de su existencia: pero éstos existen sin duda, y de
la misma manera existe también su religión, y ésta posee
en la misma medida una forma y una organización deter-
minadas, y es una religión positiva en la misma medida
que si él hubiera fundado la mayor de las escuelas. Veis
que estas formas existentes no impiden, a causa de su
previa existencia, que ningún hombre se forme una reli-
gión de acuerdo con su naturaleza y con su forma de sen-
tir. Que él se instale en una de ellas o se construya una
propia, depende únicamente de qué intuición del Uni-
verso lo impresione primeramente, con la debida viveza.
Oscuros presentimientos que, sin penetrar hasta el inte-
rior del ánimo, desaparecen de nuevo sin ser conocidos y
que, sin duda, se ciernen a menudo y tempranamente
sobre todo hombre, pueden surgir de oídas y permanecer
como hechos aislados, mas tampoco son nada individual;
pero, si a uno se le desvela para siempre el sentido para el
Universo en una toma de conciencia clara y en una intui-
ción determinada, entonces tal individuo, a partir de ese
instante, lo refiere todo a esa intuición, en torno a ella se
configura todo, ese momento determina su religión, y es-
pero que no digáis que sobre esto puede influir alguna
cualidad natural o hereditaria y que tampoco opinéis que
la religión de un hombre reviste un carácter menos pecu-
liar y que es menos suya si ésta se sitúa en una región en
la que ya se han congregado muchos. Pero aun cuando
miles antes que él, junto con él, y después de él, inicien
su vida religiosa con la misma intuición, ¿será por ello
esa vida la misma en todos y revestirá en todos la religión
la misma forma? Recordad, no obstante, que en cada
forma determinada de religión no se ha de admitir tan
SOBRE LA RELIGIÓN 171

so sólo, pongamos por caso, un número limitado de intui-


la ciones concernientes al mismo punto de vista y a la
r- misma relación con una sola, sino toda la infinita multi-
a. tud de las mismas: ¿no garantiza esto a cada uno un sufi-
no ciente margen de juego? Yo no tengo conocimiento de
de que una sola religión lograra ya apropiarse de todo su
a- campo y determinar y exponerlo todo de acuerdo con su
de espíritu. Sólo a unas pocas les han sido concedido, en la
ee época de su libertad y de su mayor esplendor, configurar
r- y perfeccionar de una forma satisfactoria únicamente lo
da que se encuentra más próximo al centro. La cosecha es
is grande y los trabajadores pocos 2. En cada una de estas
su religiones se abre un campo infinito, donde pueden dis-
i- persarse miles; suficientes regiones sin cultivar se ofrece-
n- rán a los ojos de todo aquel que sea capaz de crear y pro-
na ducir algo propio, y flores sagradas expanden su aroma y
i- su brillo en todas las regiones hasta las que todavía no ha
a. penetrado nadie para contemplarlas y disfrutar de ellas.
e- Pero vuestra objeción según la que, en el seno de una
y religión positiva, el hombre ya no podría dar forma pro-
te pia a la suya, está tan desprovista de fundamento que ella
er no sólo deja, como acabáis de ver, espacio suficiente
l; para cada uno, sino que también, precisamente en la me-
el dida en que el hombre se adhiere a una religión positiva,
ui- y por el mismo motivo por el que se adhiere, su religión,
se en otro sentido todavía, no sólo puede constituir una rea-
se lidad individual especial, sino que también llegará a serlo
s- de por sí. Considerad, una vez más, el instante sublime
na en el que el hombre entra, en general, por primera
ue vez, en el ámbito de la religión. La primera visión religio-
u- sa determinada, que entra en su ánimo con una fuerza tal
en que mediante una sola estimulación cobra vida su órgano
do para el Universo y, a partir de ese momento, es puesto en
en actividad para siempre, determina ciertamente su reli-
lo gión; ella es y permanece su intuición fundamental, en
ón
da
an 2
Cfr. Mateo 9, 37; Lucas 10, 2.
172 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

relación con la que él considerará todo, y está determina-


do de antemano bajo qué forma debe manifestársele
cada elemento de la religión, tan pronto como él lo perci-
ba. Tal es el aspecto objetivo de este momento; pero
considerad también el subjetivo: así como mediante este
momento su religión es, a este respecto, determinada en
el sentido de que ella pertenece a un individuo completa-
mente delimitado en lo referente al Todo infinito, aun
cuando no sea más que como un fragmento indetermina-
do del mismo, pues sólo en unión con otros varios puede
manifestar el Todo, así también en virtud del mismo mo-
mento su religiosidad es modelada, en lo referente a la
infinita disposición religiosa de la humanidad como un
individuo que posee una naturaleza totalmente propia y
nueva. En efecto, este instante constituye al mismo tiem-
po un punto determinado en su vida, un miembro de la
serie, que le es totalmente peculiar, de las actividades es-
pirituales, un acontecimiento que, como cualquier otro,
se encuentra en una conexión determinada con un antes,
un ahora y un después; y, dado que este antes y este
ahora son en cada uno algo completamente peculiar, así
ocurrirá también con el después; dado que toda la vida
religiosa posterior se vincula con este momento y con el
estado en que él irrumpió en el espíritu y con su conexión
con la conciencia anterior, más precaria, desarrollándose
a partir de ahí, por así decirlo, de un modo genético, así
también esa vida religiosa posee en cada uno una perso-
nalidad propia, completamente determinada, tal como
ocurre con su vida humana misma. Así como cuando se
desprende una parte de la conciencia infinita y se vincu-
la, a modo de realidad finita, a un momento determinado
en la serie de las evoluciones orgánicas, surge un nuevo
hombre, un ser con características propias, cuya existen-
cia separada, independientemente de la masa y de la na-
turaleza objetiva de sus acontecimientos y acciones, con-
siste en la unidad de la conciencia cuya continuidad
permanece vinculada con aquel primer momento y en la
relación peculiar de todo lo posterior con una determina-
SOBRE LA RELIGIÓN 173

na- da realidad anterior y en el influjo de esta realidad ante-


ele rior sobre la formación de la posterior: así surge también
rci- en aquel instante, en el que se inicia una conciencia de-
ero terminada del Universo, una vida religiosa propia; pro-
este pia no a causa de una limitación irrevocable a un número
en y a una selección especiales de intuiciones y sentimien-
eta- tos, no a causa de la naturaleza de la materia religiosa allí
aun presente, que posee en común con todos los que han na-
na- cido a la vida espiritual en la misma época y en el mismo
ede ámbito religioso que él; sino debido a lo que él no puede
mo- tener en común con nadie, debido al influjo permanente
a la del estado en el que su ánimo fue saludado y abrazado
un por primera vez por el Universo, debido a la forma pecu-
ia y liar según la que elabora las consideraciones y las refle-
em- xiones acerca de dicho punto, debido al carácter y a la to-
e la nalidad, con los que se armoniza toda la serie posterior
es- de sus visiones y de sus sentimientos religiosos y que no
tro, se pierde, por mucho que llegue a progresar más tarde en
tes, la intuición del Universo más allá de lo que le ofreció la
este primera infancia de su religión. Así como cada ser inte-
así lectual finito acredita su naturaleza espiritual y su indivi-
vida dualidad retrotrayéndoos, en cuanto origen suyo, a
n el aquellas nupcias de lo Infinito con lo finito, a este hecho
ión (Faktum) incomprensible, más allá del cual no podéis
ose proseguir ulteriormente la serie de lo finito y donde vues-
así tra fantasía fracasa cuando queréis explicar este hecho a
so- partir de algo previo, bien sea la voluntad libre o la natu-
mo raleza: así también debéis atribuir una peculiar vida espi-
o se ritual a quienquiera que os muestre como documento de
cu- su individualidad religiosa un hecho igualmente incom-
ado prensible, a saber, cómo, de golpe, en medio de lo finito
evo y de lo particular, se ha desarrollado en él la conciencia
en- de lo Infinito y del Todo. Todo aquel que puede indicar
na- así el día del nacimiento de su vida espiritual y contar una
on- historia milagrosa acerca del origen de su religión, que
dad aparece como un efecto inmediato y como una estimula-
n la ción del espíritu de la Divinidad, también habéis de con-
na- siderar que debe ser algo peculiar y que ha de significar
174 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

algo especial: pues algo así no ocurre para producir un


doblete vacío en el reino de la religión. Y así como cada
ser surgido de este modo sólo puede ser explicado a par-
tir de sí, y no puede ser comprendido totalmente si no re-
tornáis, tanto como fuere posible, a las primeras mani-
festaciones del libre albedrío en los primeros tiempos, así
también la personalidad religiosa de cada uno constituye
un todo cerrado, y su comprensión depende de que voso-
tros intentéis investigar las primeras revelaciones de la
misma. Por ello creo yo también que no tomáis en serio
toda esta queja contra las religiones positivas; sin duda se
trata sólo de un prejuicio: pues estáis demasiado des-
preocupados de la cosa como para que esté justificado
vuestro modo de proceder. Vosotros no os habéis senti-
do ciertamente llamados a adheriros a los pocos hombres
religiosos que quizá pudierais encontrar —a pesar de que
ellos son siempre suficientemente atractivos y dignos de
afecto— para investigar más exactamente, pongamos
por caso mediante el microscopio de la amistad o del co-
nocimiento más cercano, que al menos se asemeja a la
amistad, cómo están organizados para el Universo y me-
diante el Universo. A mí, que los he observado diligente-
mente, que los busco con el mismo ahínco y los examino
con la misma sagrada solicitud que vosotros dedicáis a las
curiosidades de la naturaleza, se me ha ocurrido a menu-
do que, acaso, os podría conducir ya a la religión el mero
hecho de que prestarais atención a cómo la Divinidad, a
la parte del alma en que ella habita preferentemente, en
la que se revela en sus efectos inmediatos y se contempla
a sí misma, también la convierte paulatinamente en su
santuario completamente particular y la separa de todo
lo demás que ha sido construido y formado en el hombre,
y a cómo ella es ensalzada allí por toda la riqueza de la
más inagotable diversidad de sus formas. Yo al menos
me admiro, siempre de nuevo, de las muchas figuras me-
morables existentes en la región tan poco poblada de la
religión, de cómo ellas difieren entre sí mediante los más
diversos grados de sensibilidad para el atractivo que ejer-
SOBRE LA RELIGIÓN 175

un ce el mismo objeto, y mediante la máxima diferenciación


da de los efectos producidos en ellas, mediante la diversidad
ar- de tonos que produce el predominio decisivo de una u
re- otra especie de sentimientos y mediante todo tipo de
ni- idiosincrasias de la excitabilidad y de las peculiaridades
así del estado de ánimo, en cuanto cada uno halla pronto su
ye situación particular en la que lo domina, de un modo es-
so- pecial, la visión religiosa de las cosas. Me admiro asimis-
la mo de cómo el carácter religioso del hombre a menudo es
rio en él algo completamente peculiar, de cómo está separa-
se do de todo lo que él descubre en sus restantes disposicio-
es- nes, de cómo el ánimo más apacible y ecuánime es capaz
ado en este tema de la emotividad más intensa, semejante a
nti- la pasión; de cómo el sentido más obtuso para las cosas
res ordinarias y terrenas tiene aquí unas vivencias íntimas
que que van hasta la melancolía, y de cómo la claridad de su
de visión llega hasta el éxtasis y la profecía; de cómo el
mos ánimo más pusilánime en todos los asuntos mundanos,
co- cuando se trata de cosas sagradas, habla de ellas en voz
a la alta, y a su favor, a través del mundo y a lo largo de su
me- época, llegando a menudo hasta el martirio. Y de qué
nte- forma admirable este mismo carácter religioso está a me-
ino nudo estructurado y entrelazado, mezclando y fundien-
las do entre sí, en cada uno de una forma particular, la cultu-
nu- ra y la rudeza, la capacidad y la limitación, la ternura y la
ero dureza. ¿Dónde he visto todas estas peculiaridades? En
d, a el ámbito propiamente dicho de la religión, en sus formas
en determinadas, en las religiones positivas, a las que voso-
mpla tros inculpáis de lo contrario, entre los héroes y mártires
n su de una fe determinada, entre los que son presa de la exci-
odo tación por sentimientos determinados, entre los que ve-
bre, neran una luz determinada y las revelaciones individua-
e la les: he ahí donde quiero mostrároslas en todas las épocas
nos y en el seno de todos los pueblos. Tampoco las cosas son
me- de otra manera; sólo en este ámbito pueden encontrarse
e la dichas peculiaridades. Así como ningún hombre puede
más existir en cuanto individuo sin ser colocado también, a la
jer- vez, mediante el mismo acto, en un mundo, en un orden
176 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

determinado de las cosas y entre objetos particulares, así


tampoco un hombre religioso puede alcanzar su indivi-
dualidad, sin insertarse también mediante la misma ac-
ción en alguna forma determinada de religión. Ambos
hechos son efecto de un solo y un mismo momento, y,
por tanto, el uno no puede separarse del otro. Si la intui-
ción originaria del Universo no posee fuerza suficiente
en un hombre para constituirse a sí misma en centro de
su religión, en torno al que todo se mueve en ella, tampo-
co su atractivo resulta lo suficientemente intenso para
poner en marcha el proceso de una vida religiosa propia y
vigorosa.
Y, ahora que os he rendido estas cuentas, decidme
también por vuestra parte: ¿cómo están las cosas en
vuestra celebrada religión natural, en lo referente a esta
conformación personal y a esta individualización? Pues
¡mostradme entre sus adeptos una diversidad tan grande
de caracteres fuertemente acusados! Porque debo confe-
sar que, por lo que a mí se refiere, nunca los he podido
encontrar entre esos adeptos y, si celebráis que ella ga-
rantiza a sus seguidores una mayor libertad para formar-
se religiosamente de acuerdo con la propia sensibilidad,
no puedo entender esa libertad —tal como, en efecto, es
utilizada a menudo la palabra— sino como la de perma-
necer también inculto, como la libertad respecto a todo
lo que puede constreñir a sólo ser, ver y sentir, en gene-
ral, alguna cosa determinada. La religión desempeña,
pues, en su ánimo un papel demasiado precario. Ocurre
como si ella no tuviera, para sí, ningún pulso propio, nin-
gún sistema de vasos propios, ninguna circulación propia
y, por tanto, tampoco ninguna temperatura propia, nin-
guna capacidad asimiladora, ni ningún carácter; ella se
encuentra mezclada por doquier con su moralidad y con
su sensibilidad natural; en conexión con éstas, o más bien
siguiéndolas humildemente, se mueve lenta y parsimo-
niosamente y sólo se separa ocasionalmente de ellas,
gota a gota, para dar un signo de su existencia. Sin duda,
me he topado con muchos caracteres religiosos, estima-
SOBRE LA RELIGIÓN 177

así bles y vigorosos, que los adeptos de las religiones positi-


vi- vas, no sin admirarse de este fenómeno, consideraron
c- como seguidores de la religión natural: pero, examinada
os la situación más de cerca, éstos no los reconocieron como
y, siendo de los suyos; esos individuos siempre se habían
ui- desviado algo de la pureza originaria de la religión racio-
nte nal y habían admitido en la suya algunos elementos arbi-
de trarios y positivos, que esos adeptos no llegaron a reco-
o- nocer, sólo debido a que se trataba de algo demasiado
ra diferente de su concepción. ¿Por qué los seguidores de la
ay religión natural desconfían inmediatamente de todo
aquel que introduce alguna particularidad en su religión?
me Ellos quieren justamente ser todos uniformes —opues-
en tos tan sólo al extremo contrario, a los sectarios, me re-
sta fiero—, uniformes en lo indeterminado. En el marco de
ues la religión natural cabe pensar tan poco en una forma-
de ción personal, especial, que sus adeptos más auténticos
fe- ni siquiera admiten que la religión del hombre haya de
do tener una historia propia y comenzar con un hecho me-
ga- morable. Esto es ya demasiado para ellos: pues la mode-
ar- ración es su pauta fundamental en la religión, y quien
ad, está en condiciones de referir de sí algo semejante se
es hace ya sospechoso de poseer una predisposición al eno-
ma- joso fanatismo. El hombre debe devenir poco a poco re-
do ligioso, tal como deviene prudente y juicioso y todas las
ne- otras cosas que él debe ser; todo esto ha de llegar hasta él
ña, por la vía de la instrucción y de la educación; no debe
rre haber ahí nada que pudiera ser tenido por sobrenatural o
in- incluso tan sólo por llamativo. Yo no quiero decir que el
pia hecho de que la enseñanza y la educación deban serlo
in- todo, produzca en mí la sospecha de que la religión natu-
se ral esté especialmente afectada por este mal de una mez-
con cla, de una transformación incluso, en filosofía y moral;
ien pero está claro, no obstante, que sus seguidores no han
mo- partido de ninguna intuición viva, y que tampoco ningu-
as, na constituye su centro firme, puesto que, entre ellos, no
da, conocen nada por lo que el hombre debiera ser impresio-
ma- nado de un modo particular. La fe en un Dios personal,
178 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

lo saben ellos mismos, no es el resultado de una intuición


particular, determinada, del Universo en lo finito; por
eso tampoco preguntan a nadie que la comparta cómo ha
llegado a poseerla; sino que, de la misma manera que
ellos pretenden demostrarla, opinan también que ha de
ser demostrada a todos. Difícilmente podríais indicar
cualquier otro centro, más determinado, que ellos
tuvieran. Lo poco que contiene su magra y escuálida reli-
gión se encuentra ahí, para sí, en un ambigüedad indeter-
minada: ellos tienen una providencia en general, una jus-
ticia en general, una educación divina en general; todas
estas intuiciones las ven referidas unas a otras, bien en
ésta, bien en aquella perspectiva y visión abreviada, y
poseen para ellos bien este valor, bien aquél; o, bien
cuando existe allí una relación común con un punto, este
punto se halla situado fuera de la esfera de la religión, y
es una relación con algo extraño, a saber, con vistas a que
no se le pongan obstáculos a la moralidad o para que se le
dé algún pábulo al impulso hacia la felicidad —cosas por
las que los hombres verdaderamente religiosos no han
preguntado nunca a la hora de estructurar los elementos
de su religión, conexiones a consecuencia de las cuales su
exiguo patrimonio religioso todavía resulta más disperso
y diseminado—. Esta religión natural no posee, por
tanto, en lo concerniente a sus intuiciones religiosas, nin-
guna unidad de una visión determinada; por consiguien-
te, ella tampoco es ninguna forma determinada, ninguna
manifestación individual, propia, de la religión, y aque-
llos que sólo la profesan a ella no poseen ninguna morada
determinada en el reino de la religión, sino que son ex-
tranjeros cuya patria, si es que la tienen, cosa que dudo,
debe hallarse en otra parte. Yo la concibo como si fuera
la masa que flota, tenue y dispersa, entre los sistemas
cósmicos, atraída un poco hacia aquí por uno y hacia allá
por otro, pero no lo suficiente por ninguno como para ser
arrastrada a su torbellino. El motivo por el que ella se en-
cuentra ahí lo sabrán los dioses; podría ser, acaso, para
mostrar que también lo indeterminado puede existir en
SOBRE LA RELIGIÓN 179

ón un cierto sentido. Pero propiamente sólo se trata de un


or esperar existir, al que no podrían acceder a no ser que se
ha apoderara de ellos un poder más fuerte que todos los pre-
ue cedentes y lo hiciera de otra manera. Lo más que les
de puedo conceder son los oscuros presentimientos, que
ar preceden a aquella intuición viva, que alumbra al hom-
os bre su vida religiosa. Hay ciertas emociones y represen-
li- taciones oscuras que no son acordes con la personalidad
er- de un hombre, sino que sólo llenan, por así decirlo, los
us- espacios intermedios de la misma y se muestran en todos
as con la misma uniformidad: así es su religión. A lo sumo
en ella es religión natural en el sentido en que también,
y cuando se habla de filosofía natural o de poesía natural,
en se aplican estos epítetos a las manifestaciones del instinto
ste rudo para distinguirlas del arte y de la cultura. Pero ellos
,y no están, acaso, a la espera de algo mejor, que estimen
ue superior, con el sentimiento de no poder alcanzarlo, sino
le que se oponen a él con todas las fuerzas. La esencia de la
or religión natural consiste, con toda propiedad, en la nega-
an ción de todo lo positivo y característico en el ámbito de la
os religión, y en la polémica más violenta contra ellos. Por
su eso, esta forma religiosa es también el digno producto de
so una época, cuya obsesión ha sido una miserable generali-
por dad y una vacía sobriedad que en mayor medida que
in- cualquier otra cosa se oponen en todo a la verdadera for-
en- mación (Bildung). Hay dos cosas que ellos odian muy es-
na pecialmente: no quieren comenzar en nada por lo ex-
ue- traordinario y lo incomprensible y, sea lo que ellos
da fueren o hicieren, no debe haber nada que se asemeje a
ex- una escuela. Es la corrupción, que halláis en todas las
do, artes y las ciencias; ella también se ha introducido en la
era religión, y su producto es esta cosa carente de contenido
mas y de forma. Desean ser autóctonos y autodidactas en la
allá religión; pero de éstos sólo poseen la rudeza y la incultu-
ser ra: para producir algo que tenga un carácter propio no
en- poseen ni fuerza ni voluntad. Se oponen a toda religión
ara determinada, existente, porque ella es al mismo tiempo
en una escuela; pero, si fuera posible que a ellos mismos les
180 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

aconteciera algo mediante lo que una religión propia-


mente dicha quisiera tomar forma en ellos, se rebelarían,
por cierto, con la misma violencia contra eso debido a
que, a pesar de todo, podría surgir de ahí una escuela. Y
de este modo su oposición contra la positividad y el libre
albedrío es, a la vez, una oposición contra todo lo deter-
minado y real. Si se exige que una religión determinada
no comience por un hecho, ella no podrá comenzar en
modo alguno: pues es preciso que haya ahí un fundamen-
to, y sólo puede ser un fundamento subjetivo, de por qué
algo sale a la luz y es puesto en el centro; y, si una religión
no ha de ser una religión determinada, no es religión al-
guna, sino una materia inconsistente, inconexa. Recor-
dad lo que cuentan los poetas acerca de un estado de las
almas previo al nacimiento: imaginaos que una de ellas
se opusiera violentamente a venir al mundo, precisamen-
te por no querer ser «éste» o «aquél», sino un hombre en
general; esta polémica contra la vida es la polémica de la
religión natural contra las religiones positivas, y éste es el
estado permanente de sus adeptos.
Por consiguiente, si pretendéis tomar en serio la consi-
deración de la religión en sus formas determinadas, es
preciso retornar desde esta religión esclarecida a las me-
nospreciadas religiones positivas, donde todo aparece
real, vigoroso y determinado; donde toda intuición parti-
cular posee su contenido determinado y una relación
propia con las demás, donde todo sentimiento posee su
círculo propio y su conexión especial; donde halláis, en
alguna parte, cada una de las modificaciones de la reli-
giosidad, y cada uno de los estados anímicos en los que
sólo la religión puede situar al hombre; donde halláis
que, en algún lugar, ha tomado forma cada una de las
partes de la misma y que cada uno de sus efectos ha al-
canzado su grado de perfección; donde todas las institu-
ciones comunes y todas las expresiones particulares de-
muestran el alto valor que se atribuye a la religión, que
llega hasta el olvido de todo lo demás; donde el celo sa-
grado con el que ella es considerada, comunicada, disfru-
SOBRE LA RELIGIÓN 181

a- tada y la añoranza infantil con la que se está a la espera


n, de nuevas revelaciones de fuerzas divinas, os sirven de
a garantía de que ninguno de sus elementos, que ya haya
Y podido ser percibido desde este punto de vista, ha sido
re pasado por alto y que no ha desaparecido ninguno de sus
er- momentos sin dejar tras sí un monumento conmemorati-
da vo. Considerad todas las múltiples formas bajo las que ya
en ha aparecido cada modo particular de contemplar el Uni-
n- verso; no os dejéis intimidar ni por la oscuridad misterio-
ué sa ni por llamativos rasgos grotescos y no deis cabida a la
ón vana ilusión, como si todo pudiera ser mera fantasía y
al- poesía; limitaos a excavar, cada vez con mayor profundi-
or- dad, allí donde vuestro bastón mágico se haya afincado
las una vez; ciertamente, vosotros sacaréis a la luz lo celes-
las tial. Pero considerad también la envoltura humana que
en- la divina debió revestir; no olvidéis que ella lleva en sí
en por doquier las huellas de la cultura de cada época, de la
la historia de cada raza humana, que ella a menudo debió
s el asumir figura de siervo, manifestando en su entorno y en
su ornato la indigencia de sus discípulos y de su morada,
si- para que vosotros establezcáis las debidas distinciones y
es separaciones; no paséis por alto cómo ella se ha visto li-
me- mitada a menudo en su crecimiento porque no se le dejó
ece margen para ejercitar sus fuerzas, cómo ella, a menudo
rti- en la primera infancia, ha sucumbido lamentablemente a
ión los malos tratos y a la atrofia. Y, si vosotros queréis abar-
su car el conjunto, no os detengáis solamente ante las for-
en mas de la religión que han brillado durante siglos y han
eli- dominado a grandes pueblos y que de múltiples maneras
que han sido ensalzadas por poetas y sabios: aquello que era
láis lo más memorable desde el punto de vista histórico y reli-
las gioso se ha repartido a menudo entre pocos y ha perma-
al- necido oculto a la mirada común.
itu- Pero aun cuando abarquéis con la mirada, de este
de- modo, los objetos pertinentes, y los abarquéis de una
que forma plena y completa, siempre continuará siendo una
sa- tarea difícil descubrir el espíritu de las religiones y com-
fru- prenderlas plenamente. Os llamo la atención, una vez
182 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

más, acerca de que no pretendáis abstraerlo de lo que es


común a todos los que profesan una religión determina-
da: por este camino os perdéis en mil pesquisas inútiles y
al final siempre llegáis no ai espíritu de la religión, sino a
una cantidad determinada de materia; debéis recordar
que ninguna religión se ha desarrollado jamás totalmen-
te y que no la llegaréis a conocer hasta que, lejos de bus-
carla en un espacio limitado, estéis en condiciones voso-
tros mismos de complementarla y de determinar cómo
esto o aquello debiera haberse desarrollado en ella, si su
horizonte se hubiera extendido hasta ese punto; vosotros
no podéis grabar con suficiente firmeza en vuestra mente
que todo se reduce a hallar la intuición fundamental de
una religión, que a vosotros todo conocimiento de lo par-
ticular no os es de provecho alguno mientras no tengáis
esta intuición, y que no la tendréis hasta que podáis ex-
plicar todo lo particular a partir de un principio unitario.
E incluso con este criterio de investigación, que no es, a
pesar de todo, más que una piedra de toque, estaréis ex-
puestos a mil equivocaciones: muchas cosas os saldrán al
encuentro con el propósito, por así decirlo, de seduciros;
muchas cosas se cruzarán en vuestro camino para dirigir
vuestra mirada hacia una falsa dirección. Ante todo os
ruego que no perdáis de vista la diferencia entre lo que
constituye la esencia de una religión particular, en cuan-
to ésta es en general una forma y una manifestación de-
terminadas de la misma, y lo que caracteriza su unidad
en cuanto escuela y la mantiene unida como tal. Los
hombres religiosos poseen un carácter completamente
histórico: esto no es su menor elogio; pero es también la
fuente de grandes malentendidos. Siempre consideran
sagrado el momento en que ellos han sido colmados por
la intuición, que se ha constituido en el centro de su reli-
gión; este momento se les presenta como una interven-
ción inmediata de la Divinidad, y no hablan de su pecu-
liaridad religiosa y de la forma que la religión ha tomado
en ellos, sin hacer referencia a dicho momento. Podéis,
por tanto, imaginaros cuánto más sagrado debe resultar-
SOBRE LA RELIGIÓN 183

es les todavía el momento en que esta intuición infinita ha


a- sido erigida en general, por primera vez, en el mundo,
y como fundamento y centro de una religión propiamente
a dicha, puesto que con este momento se conecta, asimis-
ar mo históricamente, todo el desarrollo de esta religión a
n- través de todas las generaciones e individuos, y desde
s- luego esta totalidad religiosa y la formación religiosa de
o- una gran masa de la humanidad constituyen algo infinita-
o mente más grande que su propia vida religiosa y el pe-
u queño fragmento de esta religión que ellos representan
os personalmente. Este hecho (Faktum) lo magnifican, por
te tanto, de todos los modos, acumulan sobre él todo el or-
de nato del arte religioso, lo veneran como la acción mila-
r- grosa más rica y bienhechora del Altísimo y no hablan
is nunca de su religión, no exponen nunca uno de sus ele-
x- mentos sin situarlo y presentarlo en conexión con este
o. hecho. Por tanto, si la constante mención del mismo
a acompaña a todas las expresiones de la religión y les con-
x- fiere una coloración propia, nada es más natural que con-
al fundir este hecho con la intuición fundamental de la reli-
s; gión misma; esta confusión ha inducido a error a casi
ir todos y ha trastocado el punto de vista de casi todas las
os religiones. No olvidéis, por tanto, que la intuición funda-
ue mental de una religión no puede ser otra cosa que alguna
n- intuición de lo Infinito en lo finito, algún elemento gene-
e- ral de la religión; pero que también podría encontrarse
ad en todas las otras, y de hecho debería encontrarse si ellas
os aspiraran a su pleno desarrollo; sólo que en ellas no
te ocupa el lugar central. Os ruego que no consideréis como
la religión todo lo que halláis en los héroes de la religión o
an en los documentos sagrados, y que no busquéis allí el es-
or píritu diferenciador. No me refiero con esto a nimieda-
li- des, tal como fácilmente podríais pensar, ni a aquellas
n- cosas que, a juicio de todo el mundo, resultan completa-
u- mente extrañas a la religión, sino a lo que a menudo es
do confundido con ella. Recordad de qué forma indelibera-
is, da han sido confeccionados aquellos documentos, y que
ar- se ha podido estimar como imposible separar de ellos
184 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

todo lo que no fuera religión; Considerad cómo aquellos


hombres han vivido en el mundo inmersos en todo tipo
de circunstancias y que es imposible que en cada palabra
que hayan pronunciado hayan podido decir: esto no es
religión, y, por tanto, cuando hablan de prudencia mun-
dana y de moral, o bien de metafísica y de poesía, no
penséis que esto habría también de ser introducido a la
fuerza en la religión y que ahí habría de buscarse asimis-
mo lo característico de ésta. La moral al menos solo debe
ser una por doquier, y las religiones, que no deben ser
por doquier las mismas, no pueden distinguirse según las
variaciones de la moral, que, por consiguiente, siempre
constituyen algo que ha de ser desechado en la religión.
Pero sobre todo os ruego que no os dejéis inducir a error
por los dos principios hostiles que por doquier, y casi a
partir de los primeros tiempos, han intentado deformar y
encubrir el espíritu de toda religión. Por doquier ha habi-
do muy pronto individuos que han querido circunscribir
ese espíritu en dogmas particulares y excluir de la reli-
gión lo que en ella todavía no se había conformado de
acuerdo con este modo de proceder 3 , y también ha habi-
do otros que, bien sea por odio a la polémica, o bien para
hacer más atractiva la religión a los irreligiosos, o por in-
comprensión y desconocimiento de la cosa y por falta de
sentido, descalifican todo lo que tiene un carácter pro-
pio, considerándolo como letra muerta, para volverse
hacia lo indeterminado. Guardaos de ambos: en la rigi-
dez de los sistemáticos, en la banalidad de los indiferen-
tes no hallaréis el espíritu de ninguna religión, sino en
aquellos que viven en ella como en su elemento y que
siempre se siguen moviendo en ella, sin abrigar la ilusión
de haber podido abarcarla totalmente.
¿Acertaréis con estas medidas de precaución a descu-
brir el espíritu de las religiones? No lo sé; pero temo que
también la religión sólo pueda ser comprendida median-

3
La 3. a edición es más explícita al decir de una forma más precisa
«de acuerdo con éstos« (dogmas).
SOBRE LA RELIGIÓN 185

s te sí misma y que su estructura especial y su carácter dis-


o tintivo no os resulten claros hasta que vosotros mismos
a pertenezcáis a alguna de ellas. El modo como acertéis a
s descifrar las religiones toscas e incultas de pueblos leja-
- nos o a diferenciar las múltiples individualidades religio-
o sas que han tomado forma en la bella mitología de los
a griegos y romanos, es algo que me deja muy indiferente:
s- que sus dioses os sirvan de guía; pero si os aproximáis al
e sanctasanctórum, en el que el Universo es intuido en su
er suprema unidad, si queréis considerar las diferentes con-
as figuraciones de la religión sistemática, no las ajenas y ex-
e trañas, sino las que en mayor o menor medida se encuen-
n. tran todavía entre nosotros, entonces no me puede ser
or indiferente si encontráis la perspectiva adecuada desde la
a que debéis considerarlas.
y A decir verdad, yo debería hablar tan sólo de una:
i- pues el judaismo ya es, desde hace tiempo, una religión
ir muerta, y los que actualmente llevan todavía sus colores
i- propiamente no hacen más que sentarse, gimiendo,
e junto a la momia incorruptible y lloran su defunción y el
- triste desamparo que ha dejado. Tampoco hablo de él en
a atención a que fuera el precursor del cristianismo: detes-
n- to en la religión este tipo de conexiones históricas {histo-
e rische); su necesidad es mucho más elevada y eterna, y
o- todo comienzo en ella posee un carácter originario: pero
e el judaismo posee un carácter infantil tan bello, y éste se
i- encuentra tan completamente encubierto y el conjunto
n- supone un ejemplo tan destacado de corrupción y de de-
n saparición total de la religión del seno de una gran masa,
e en la que se encontraba en otro tiempo 4 . Eliminad de
n una vez todos los rasgos políticos y, si Dios quiere, todos
los morales, mediante los que suele ser caracterizado co-
- múnmente el judaismo; olvidad todos los intentos de vin-
e cular al Estado con la religión, por no decir con la Iglesia;
-
4
La frase queda en suspenso. Por ello la 2.a edición le añade el com-
sa plemento esperado: «que bien merece la pena dedicar algunas palabras
a este tema».
186 FRIEDR1CH D. E. SCHLE1ERMACHER

olvidad que el judaismo en cierto modo era a la vez una


Orden, fundada sobre una antigua historia familiar,
mantenida en pie por los sacerdotes; ateneos a lo que hay
de propiamente religioso en él, a cuyo ámbito no perte-
necen los elementos a que acabamos de referirnos, y de-
cidme: ¿cuál es la idea del Universo que resplandece por
doquier? Ninguna otra que la de una inmediata retribu-
ción general, de una reacción peculiar de lo Infinito ante
toda realidad finita particular, que procede del libre al-
bedrío, mediante otra realidad finita, que no ha de ser
considerada como procedente de dicho libre albedrío.
Así es considerado todo, el nacer y el perecer, la dicha y
la desventura; incluso en el seno del alma humana no se
da otra alternancia que la de una expresión de la libertad
y de la voluntad autónoma y la de una intervención inme-
diata de la Divinidad; todos los otros atributos de Dios,
que también son intuidos, se manifiestan de acuerdo con
esta regla y son considerados siempre en relación con
ella: recompensando, penalizando, castigando lo parti-
cular en lo particular, así es representada constantemen-
te la Divinidad. Cuando los discípulos preguntaron una
vez a Cristo: «¿quién ha pecado, éstos o sus padres?» 5 , y
Él les contestó: «¿Pensáis que éstos han pecado más que
otros?», la pregunta expresaba el espíritu religioso del
judaismo en su forma más radical y la respuesta de Cristo
constituía su polémica contra dicha concepción. De ahí
el paralelismo que se prolonga por doquier, que no es
ninguna forma contingente, y la apariencia de diálogo,
que se encuentra en todo lo religioso. De la misma mane-
ra que toda la historia es una alternancia continua de este
estimulo y esta reacción, es representada también como
un diálogo entre Dios y los hombres, a través de la pala-
bra y de la acción, y todo lo que allí está unido lo está tan
sólo a causa de la igualdad en este tratamiento. De ahí el
caráter sagrado de la tradición, en cuyo seno se hallaba la

5
Juan 9, 2.
SOBRE LA RELIGIÓN 187

a concatenación de este gran diálogo y la imposibilidad de


r, acceder a la religión a no ser mediante la iniciación en
y esta concatenación; de ahí la disputa desatada, todavía
e- en épocas tardías, entre las sectas acerca de si estaban en
e- posesión de este diálogo progresivo. Precisamente de
or este punto de vista se deriva el hecho de que en la reli-
u- gión judía el don de profecía se haya desarrollado tan
e perfectamente como en ninguna otra; pues, en lo refe-
l- rente al profetizar, los cristianos no son más que niños,
er comparados con ella. Toda esta concepción, en efecto,
o. resulta sumamente infantil, concebida tan sólo para un
y pequeño escenario, carente de complicaciones, donde en
se el seno de una totalidad simple las consecuencias natura-
d les de las acciones no son obstaculizadas ni impedidas:
e- pero a medida que los adeptos de esta religión se difun-
s, dieron más ampliamente sobre el escenario del mundo,
n entrando en relación con varios pueblos, fue resultando
n más difícil la realización de esta idea, y la palabra que el
i- Omnipotente quería pronunciar antes de un aconteci-
n- miento, la debía anticipar la fantasía, poniendo ante la
na vista, desde una gran lejanía, la segunda parte del mismo
y acontecimiento, suprimiento el tiempo y el espacio inter-
ue medios. En esto consiste una profecía, y la aspiración a
el profetizar habría de constituir necesariamente una mani-
to festación fundamental durante el tiempo en que fuera
hí posible mantener en pie aquella idea y, junto con ella, la
es religión. La fe en el Mesías constituyó su último fruto, lo-
o, grado con gran esfuerzo: debía venir un nuevo mandata-
e- rio para restaurar en su magnificencia a Sión, en la que
te había enmudecido la voz del Señor, y mediante el some-
mo timiento de los pueblos bajo la antigua ley debería hacer-
a- se de nuevo general en los acontecimientos del mundo
an aquel simple curso de las cosas 6 , que había sido inte-
el rrumpido por sus hostilidades recíprocas, por el antago-
la nismo de sus fuerzas y la diversidad de sus costumbres.

6
La 3. a edición precisa que se trata de la época de los patriarcas.
188 FRIEDRICH D. E. SCHLE1ERMACHER

Esta forma religiosa se ha mantenido largo tiempo, tal


como ocurre a menudo con un fruto aislado que, una vez
desaparecida del tronco toda fuerza vital, permanece
colgado, hasta la llegada de la época más cruda del año,
de una rama marchita y se reseca en ella. Tal punto de
vista limitado garantizó a esta religión, en cuanto reli-
gión, una corta duración. Ella murió cuando fueron ce-
rrados sus libros sagrados. Entonces se consideró como
concluido el diálogo de Jehová con su pueblo; la organi-
zación política, que iba vinculada con ella, arrastró toda-
vía por un tiempo una existencia lánguida, y su aparien-
cia externa se ha mantenido en pie hasta mucho más
tarde, la manifestación desagradable de un movimiento
mecánico, después de que la vida y el espíritu se habían
retirado hacía tiempo.
La intuición originaria del cristianismo es más grandio-
sa, más sublime, más digna de una humanidad adulta,
penetra más profundamente en el espíritu de la religión
sistemática, se difunde más ampliamente por todo el
Universo. Esta intuición no es otra que la de la oposición
general de todo lo finito a la unidad del Todo, y del modo
como la Divinidad trata esta oposición, de cómo ella con-
cilia la hostilidad hacia sí y pone límites al alejamiento
creciente diseminando a través del Todo una serie de
puntos que pertenecen a la vez a lo finito y a lo Infinito, a
lo humano y a lo divino. La corrupción y la redención, la
hostilidad y la mediación constituyen los dos aspectos in-
disolublemente unidos de esta intuición, y ellos determi-
nan la configuración de toda la materia religiosa en el
cristianismo y toda su forma. El mundo físico se ha des-
viado de su perfección y de su belleza inmarcesible, con
pasos cada vez más firmes; pero todo mal, incluso el que
lo finito deba perecer antes de haber recorrido completa-
mente el círculo de su existencia, es una consecuencia de
la voluntad, de la tendencia egoísta de la naturaleza indi-
vidual que se separa por doquier de la conexión con el
Todo, con la finalidad de ser algo para sí; también la
muerte ha venido a consecuencia del pecado. El mundo
SOBRE LA RELIGIÓN 189

l moral, yendo de mal en peor, es incapaz de producir algo


z en lo que viva realmente el espíritu del Universo; el en-
e tendimiento se ha obnubilado y se ha desviado de la ver-
, dad; el corazón está corrompido y, careciendo de todo
e timbre de gloria ante Dios, la imagen de lo Infinito se ha
- difuminado en todas las partes de la naturaleza finita. En
- relación con esto es considerada también la Providencia
o divina en todas sus manifestaciones: no se dirige en su
- obrar a las consecuencias inmediatas para la sensibilidad;
- no presta atención a la felicidad o al dolor que ella produ-
- ce; ya no impide o fomenta acciones individuales, sino
s que sólo atiende a impedir en gran escala la corrupción, a
o destruir sin compasión aquello cuyo curso ya no se puede
n enmendar y a concebir, desde sí, nuevas creaciones dota-
das de nuevas fuerzas: así ella realiza signos y milagros
- que interrumpen y conmocionan el curso de las cosas; así
, manda emisarios en los que habita más o menos según su
n propio espíritu, para difundir fuerzas divinas entre los
l hombres. De este modo es representado también el
n mundo religioso. También en cuanto quiere intuir el
o Universo, lo finito intenta salirle al encuentro, busca
- siempre sin encontrar, y pierde lo que ha encontrado,
o siempre unilateral, siempre vacilante, deteniéndose
e siempre en lo particular y contingente y queriendo siem-
a pre ir todavía más allá de la intuición, pierde de vista la
a meta de sus miradas. Inútil resulta toda revelación. Todo
- es devorado por el sentido de lo terreno, todo es arrastra-
- do por el principio irreligioso inmanente; y la Divinidad
el toma siempre nuevas disposiciones; revelaciones cada
- vez más grandiosas surgen, en virtud de su sola fuerza,
n del seno de las antiguas; coloca a mediadores cada vez
e más sublimes entre ella y los hombres; une cada vez más
- íntimamente a la Divinidad con la humanidad, en cada
e enviado posterior, para que mediante ellos y desde ellos
- los hombres puedan aprender a conocer al Ser eterno, y,
el sin embargo, nunca se pone fin a la vieja queja de que el
a hombre no percibe lo que proviene del espíritu de Dios.
o Este hecho, a saber, que el cristianismo en su intuición
190 FRIEDRICH D. E. SCHLE1ERMACHER

fundamental más peculiar contemple, sobre todo y de


forma preferente, el Universo en el marco de la religión y
de su historia, que él elabore la religión misma como ma-
teria para la religión, siendo de este modo, por así decir-
lo, la religión en una potencia superior, he aquí lo que
constituye el elemento más diferenciador de su carácter,
lo que determina toda su forma. Precisamente porque él
supone un principio irreligioso difundido por doquier,
precisamente porque esto constituye una parte esencial
de la intuición a la que está referido todo lo demás, el
cristianismo es de índole completamente polémica. Él es
polémico en su forma de comunicarse hacia fuera, pues
para clarificar su naturaleza más íntima debe poner de
manifiesto por doquier toda corrupción, bien resida en
las costumbres o en la forma de pensar, pero ante todo
ha de poner de manifiesto el principio irreligioso mismo.
Sin miramientos desenmascara, por consiguiente, toda
falsa moral, toda religión inauténtica, toda mezcla desa-
fortunada de ambas con la que se habría de cubrir su
doble desnudez; penetra en los secretos más íntimos del
corazón corrompido e ilumina con la antorcha sagrada
de la propia experiencia todo mal solapado en la oscuri-
dad. Así destruyó —y esto constituyó casi su primera ini-
ciativa— la última expectativa de sus hermanos y con-
temporáneos más próximos y declaró irreligioso e impío
desear o esperar otra restauración que la tendente a una
religión mejor, a una visión superior de las cosas y a la
vida eterna en Dios. Audazmente hace que los paganos
franqueen la separación que ellos habían establecido
entre la vida y el mundo de los dioses y los de los hom-
bres. Para quien no vive, se mueve y es en lo Eterno,
para ese tal él es completamente desconocido; en el sen-
tido limitado de quien, bajo la multitud de impresiones y
de deseos sensibles, ha perdido este sentimiento natural,
esta intuición interna, todavía no ha penetrado religión
alguna. Así, ellos 7 abrieron violentamente por doquier
7
En la 3. a edición, en vez de «ellos», se dice con mayor precisión
«sus heraldos».
SOBRE LA RELIGIÓN 191

de los sepulcros blanqueados 8 y sacaron a la luz la osamen-


ny ta de los muertos y, si hubieran sido filósofos estos pri-
a- meros héroes del cristianismo, habrían polemizado asi-
r- mismo contra la degeneración de la filosofía. Cierta-
ue mente en ninguna parte desconocieron los rasgos fun-
er, damentales de la imagen divina, en todas las deforma-
él ciones y degeneraciones vieron ciertamente el germen
er, celeste de la religión; pero, en cuanto cristianos, el
ial problema fundamental era para ellos el alejamiento del
el Universo, alejamiento que hace necesario un mediador,
es y siempre que anunciaban el cristianismo se referían úni-
es camente a esta cuestión. Pero el cristianismo es también
de de carácter polémico, y no de forma menos aguda y ta-
en jante, dentro de sus propias fronteras y en su más íntima
do comunidad de los santos. En ninguna parte ha sido idea-
o. lizada la religión de una forma tan perfecta como en el
da cristianismo, y ello por su propio planteamiento origina-
a- rio; y precisamente, junto con esto, la polémica constan-
su te contra todo elemento real en la religión se plantea
del como una tarea a la que no se puede dar plena satisfac-
da ción. Precisamente porque el principio irreligioso existe
ri- y actúa por doquier, y porque todo lo real aparece a la
ni- vez como profano, la meta del cristianismo es una santi-
n- dad infinita. No contento con lo conseguido, busca toda-
ío vía, incluso en sus intuiciones más puras, incluso en sus
na sentimientos más sagrados, las huellas de lo irreligioso y
la de la tendencia de todo lo finito a oponerse al Universo y
os a desviarse de él. En el tono de la más elevada inspira-
do ción, uno de los más antiguos escritores sagrados 9 critica
m- la situación religiosa de las comunidades; con ingenua
o, franqueza hablan de sí mismos los grandes Apóstoles, y
n- de este modo deben entrar todos estos en el círculo sa-
sy grado, no sólo inspirados y enseñando, sino también pre-
al, sentando humildemente su propia contribución al exa-
ón men general, y nada ha de ser sustraído a este examen, ni
er
8
ón Cfr. Mateo 23, 27.
9
Probable referencia a san Pablo.
192 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

siquiera lo más querido y apreciado, nada debe ser pues-


to negligentemente a un lado, ni siquiera lo que goza de
un reconocimiento más universal. Lo que desde el punto
de vista exotérico es considerado como santo y presenta-
do ante el mundo como la esencia de la religión, siempre
está sometido aún, desde una perspectiva esotérica, a un
enjuiciamiento riguroso y reiterado para que cada vez
sean eliminadas más impurezas y para que el brillo de los
colores celestes siempre resplandezca más puro en todas
las intuiciones de lo Infinito. Así como veis en la natura-
leza que una masa compuesta, cuando ha dirigido sus
fuerzas químicas contra algo externo a ella, tan pronto
como esta situación ha sido superada o se ha establecido
el equilibrio, entra en sí misma, en un proceso de fer-
mentación, y elimina de sí esto o aquello: así ocurre con
elementos particulares y con masas enteras del cristianis-
mo; termina por dirigir su fuerza polémica contra sí
mismo; siempre temeroso de haber absorbido algún ele-
mento extraño en la lucha contra la irreligión externa o
incluso de poseer en sí, todavía, un principio de corrup-
ción, no rehuye siquiera los movimientos internos más
violentos, con vistas a eliminarlo. Tal es la historia del
cristianismo fundada en su esencia. No he venido a traer
la paz sino la espada, dice su fundador lü , y su alma apa-
cible es imposible que pueda haber pensado que Él hu-
biera venido para desencadenar aquellos movimientos
sangrientos, que son tan sumamente contrarios al espíri-
tu de la religión, o aquellas miserables disputas sobre pa-
labras, relativas a la materia muerta que la religión vi-
viente rechaza: Él sólo ha previsto, y en la medida en que
las ha previsto las ha ordenado, estas guerras santas que
surgen necesariamente de la esencia de su doctrina. Pero
no sólo la índole de los elementos particulares del cristia-
nismo está sometida a esta supervisión constante; la insa-
ciabilidad religiosa también afecta a la existencia y a la

Cfr. Mateo 10, 34.


SOBRE LA RELIGIÓN 193

es- vida ininterrumpidas de éstas en el ánimo. En todo mo-


de mento en el que el principio religioso no puede ser perci-
to bido en el ánimo, se piensa que el irreligioso es dominan-
a- te; pues lo que existe sólo puede ser suprimido y
pre reducido a la nada por su opuesto. Toda interrupción de
un la religión es irreligión; el ánimo no puede sentirse des-
ez pojado por un instante dé las intuiciones y sentimientos
los del Universo, sin tomar conciencia a la vez de la hostili-
das dad y del alejamiento de él. Así, el cristianismo ha plan-
ra- teado, por primera vez y de una forma esencial, la exi-
sus gencia de que la religiosidad ha de constituir una
nto continuidad en el hombre, y rechaza darse por satisfecho
do con las expresiones más vigorosas de la misma, tan pron-
er- to como esa religiosidad se limita a pertenecer y a domi-
on nar tan sólo ciertas partes de la vida. Ella nunca debe en-
nis- contrarse en reposo y nada debe oponérsele de un modo
sí tan absoluto que no pueda conciliarse con ella; desde
le- cualquier realidad finita debemos abrirnos a la contem-
ao plación de lo Infinito; debemos estar en condiciones de
up- asociar sentimientos y visiones religiosos a todas las sen-
más saciones del ánimo, de dondequiera que hayan surgido, a
del todas las acciones, sean cuales fueren los objetos a los
aer que puedan referirse. Tal es la meta suprema, propia-
pa- mente tal, del virtuosismo en el seno del cristianismo.
hu- Podéis comprobar fácilmente cómo la intuición origi-
tos nal del cristianismo, de la que se derivan todos estos
íri- puntos de vista, determina el carácter de sus sentimien-
pa- tos. ¿Cómo denomináis el sentimiento de un anhelo insa-
vi- tisfecho, que versa sobre un gran objeto y de cuya infini-
que tud vosotros sois conscientes? ¿Qué os impresiona allí
que donde encontráis mezclados de la forma más íntima lo
ero sagrado y lo profano, lo sublime y lo irrelevante y nulo?
ia- ¿Y como denomináis el estado de ánimo que os fuerza a
sa- veces a presuponer por doquier esta mezcla y a indagarla
a la por doquier? Este estado de ánimo no impresiona espo-
rádicamente a los cristianos, sino que constituye el tono
dominante de todos sus sentimientos religiosos; esta sa-
grada melancolía —pues es el único nombre que me ofre-
194 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

ce el lenguaje— acompaña a toda alegría y todo dolor,


todo amor y todo temor; incluso, tanto en su orgullo
como en su humildad, ella constituye el tono fundamen-
tal, al que se refiere todo. Si acertáis a reproducir, a par-
tir de características particulares, el interior de un espíri-
tu y a no dejaros perturbar por elementos extraños que
se encuentran mezclados con ellas, venidos sabe Dios de
dónde, entonces constataréis que esta sensación es com-
pletamente dominante en el fundador del cristianismo; si
un escritor que sólo haya dejado unas pocas páginas es-
critas en un lenguaje sencillo no es considerado por voso-
tros demasiado irrelevante como para dirigir a él vuestra
atención, entonces ese tono no dejará de interpelaros
desde cada palabra que nos quede de su amigo íntimo; y,
si alguna vez un cristiano os ha dejado contemplar lo más
sagrado de su alma, ha sido éste ciertamente '.
Así es el cristianismo. No quiero encubrir sus defor-
maciones y sus múltiples corrupciones, puesto que la co-
rruptibilidad de todo lo santo, tan pronto como se hace
humano, constituye una parte de su visión originaria del
mundo. Tampoco quiero haceros penetrar ulteriormente
en sus aspectos concretos; sus realizaciones se hallan
ante vosotros,y creo haberos proporcionado el hilo que
os conducirá a través de todas las anomalías y, sin preo-
cuparos por el desenlace, os facilitará la visión de con-
junto más exacta posible. Sólo es preciso que lo manten-
gáis firme y que desde el comienzo mismo no prestéis
atención sino a la claridad, a la diversidad y a la riqueza
con que se ha desarrollado aquella primera idea funda-
mental. Cuando considero, en los relatos truncados de su
vida, la imagen sagrada de aquel que es el sublime autor
de lo más grandioso que existe hasta ahora en la religión,
lo que admiro no es la pureza de su doctrina moral, que

11
Recuérdese la relevancia del Evangelio de san Juan para Schleier-
macher y para toda su época en general.
SOBRE LA RELIGIÓN 195

r, sólo ha expresado lo que todos los hombres que han to-


o mado conciencia de su naturaleza espiritual tienen en
n- común con Él y a lo cual no puede conceder un mayor
r- valor ni el haber dado expresión a dicha doctrina ni el
i- hecho de haber sido el primero en hacerlo; no admiro la
e índole peculiar de su carácter, el emparejamiento íntimo
e de una fuerza superior con una dulzura enternecedora
m- —toda alma simple, de una forma sublime, debe, en una
si situación especial, manifestar en rasgos determinados un
s- gran carácter—; todo esto no son más que cosas huma-
o- nas: pero lo verdaderamente divino es la grandiosa clari-
a dad que ha llegado a alcanzar en su alma la gran idea que
s Él había venido a expresar, la idea de que todo lo infinito
y, necesita de mediaciones superiores, para estar unido con
ás la Divinidad. Es temeridad vana querer apartar el velo
que oculta, y debe ocultar, el surgimiento de esta idea en
r- Él, dado que todo comienzo en la religión es misterioso.
o- La frivolidad impertinente, que ha osado hacerlo, sólo
e ha sido capaz de desfigurar lo divino como si Cristo hu-
el biera partido de la antigua idea de su pueblo, cuando en
e realidad no quiso sino anunciar su destrucción, y de
n hecho la ha anunciado de una forma sumamente glorio-
e sa, en cuanto ha afirmado ser aquel que ellos esperaban.
o- Consideremos solamente la intuición viviente del Uni-
n- verso, que llenaba toda su alma, tal como la hallamos en
n- Él, llevada a su perfección. Si todo lo finito necesita de la
is mediación de una realidad superior, para no alejarse
a cada vez más del Universo y diseminarse en la vaciedad y
a- en la nulidad, para mantener su vinculación con el Uni-
u verso y llegar a tomar conciencia de la misma, entonces
or el elemento mediador, que no necesita él mismo, a su
n, vez, de mediación, no puede ser en modo alguno mera-
ue mente finito; ese elemento debe pertenecer a ambos ám-
bitos, debe participar también de la naturaleza divina y
en el mismo sentido en que participa de la finita. Pero
¿qué vio en torno a sí sino lo finito y lo necesitado de me-
er- diación y dónde había algún principio mediador sino en
Él? Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien Él
196 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

quiere revelarlo . Esta conciencia del carácter único de


su religiosidad, de la originariedad de su concepción, y
de la fuerza que ésta poseía para comunicarse y suscitar
la religión, era a la vez la conciencia de su función media-
dora y de su Divinidad. No me quiero referir a cuando Él
se halló confrontado a la ruda violencia de sus enemigos,
sin esperanza de poder vivir por más tiempo —esto es in-
deciblemente poco—, sino a cuando Él, abandonado, en
trance de enmudecer para siempre, sin ver organizada
realmente ninguna institución relativa a la comunidad de
los suyos, en contraste con la solemne magnificencia de
la antigua religión corrompida, que aparecía fuerte y vi-
gorosa, rodeada de todo lo que infundía veneración y
puede exigir sumisión, de todo lo que a Él mismo se le
había enseñado a venerar desde la infancia, a cuando Él,
sin ningún otro apoyo que este sentimiento, y, sin dila-
ciones, pronunció aquel Sí, la más grande palabra que
jamás haya pronunciado un mortal ' : esto constituyó la
apoteosis más grandiosa, y de ninguna Divinidad pode-
mos estar más seguros que de la que se afirma así a sí
misma. Con esta fe en sí mismo, quién puede admirarse
de que Él estuviera seguro no sólo de ser mediador para
muchos, sino también de dejar tras sí una gran escuela
que derivaría su religión, de iguales características, de la
que Él profesó; tan seguro que estableció símbolos para
ella, antes de que ésta existiera, con la convicción de que
esto sería suficiente para hacerla existir, y que Él ya con
anterioridad habló, con un entusiasmo profético, de la
inmortalización de los hechos memorables de su vida en
el seno de esa religión. Pero nunca ha afirmado que Él
constituyera el único objeto de la aplicación de su idea,
que Él fuera el único mediador, y nunca ha confundido
su escuela con su religión —por más que haya podido to-
lerar que se dejase en suspenso su dignidad de mediador,

12
Cfr. Mateo 11, 27; Lucas 10, 22.
13
Cfr. Mateo 26, 63 ss.; Marcos 14, 61 ss.; Lucas 22, 70.
SOBRE LA RELIGIÓN 197

e con tal que no se profanara el espíritu, el principio a par-


y tir del que se desarrolló su religión en Él y en otros—, y
ar también sus discípulos estuvieron lejos de esta confu-
a- sión. Consideraron sin discusión como cristianos y los
Él aceptaron entre los miembros activos de la comunidad a
s, los discípulos de Juan 14, quien, sin embargo, sólo muy
n- imperfectamente compartía la intuición fundamental de
n Cristo. Y todavía ahora debiera ser así: quien pone esta
a misma intuición como base de su religión es un cristiano,
e sin que se tome en consideración la escuela, bien haga
e derivar históricamente (historisch) su religión de sí
i- mismo o bien de cualquier otro. Cristo nunca ha conside-
y rado las intuiciones y sentimientos, que Él mismo podía
e comunicar, como la plenitud del contenido de la religión
l, que habría de surgir de su intuición fundamental; siem-
a- pre ha remitido a la verdad que vendría después de Él.
e Así actuaron también sus discípulos; no pusieron fronte-
a ras al Espíritu Santo, reconocieron por doquier su liber-
e- tad ilimitada y la unidad general de sus revelaciones, y si
sí más tarde, cuando la primera época de su esplendor
e había pasado y Él parecía descansar de sus obras, estas
a obras, en la medida en que estaban relatadas en las sa-
a gradas Escrituras, fueron proclamadas indebidamente
a como un código cerrado de la religión, esto no ocurrió
a sino por parte de aquellos que confundieron el sueño del
e espíritu con su muerte, para quienes la religión misma
n había muerto; y todos los que todavía sentían en sí su
a vida o la percibían en otros, siempre se han declarado
n contra este modo de proceder, opuesto al espíritu del
Él cristianismo. Las sagradas Escrituras se han convertido
a, en Biblia por virtud propia, pero no impiden que ningún
o otro libro sea o se convierta también en Biblia, y acepta-
o- rían gustosamente que se les agregase aquello que haya
r, sido escrito con la misma fuerza. De acuerdo con esta li-
bertad ilimitada, de aclierdo con esta infinitud esencial,

14
Juan Bautista.
198 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

se ha desarrollado, pues, de múltiples maneras la idea


fundamental del cristianismo acerca de las fuerzas divi-
nas mediadoras, y todas las intuiciones y sentimientos re-
ferentes a las cohabitaciones (Einwohnungen) de la natu-
raleza divina en la finita han alcanzado su perfección en
el seno del mismo. De este modo, las sagradas Escritu-
ras, en las que también se instala de una forma propia la
naturaleza divina, fueron consideradas muy pronto
como un mediador lógico para la transmisión del conoci-
miento de la Divinidad a la naturaleza finita y corrompi-
da del entendimiento, y el Espíritu Santo—en una acep-
ción ulterior del término— fue considerado como un
mediador ético para aproximarse a la Divinidad de un
modo práctico; y un numeroso partido de los cristianos
declara de buen grado, todavía ahora, como un ser me-
diador y divino a todo aquel que pueda mostrar mediante
una vida divina o mediante cualquier otra impresión de
la Divinidad haber sido, aun cuando no fuera más que
para un pequeño círculo, el punto de referencia con lo
Infinito. Para otros, Cristo ha permanecido el único y
el todo, y otros han declarado como sus mediadores bien
a sí mismos, bien esto, bien aquello. Sea cual fuere la
frecuencia con que en todo esto se haya hecho un uso
inadecuado de la forma y la materia, el principio es au-
ténticamente cristiano mientras sea libre. Así, se han
manifestado otras intuiciones y sentimientos, relativos al
centro del cristianismo, acerca de los que nada se en-
cuentra en Cristo ni en los libros sagrados, y otros varios
se manifestarán en lo sucesivo, dado que grandes zonas
de la religión todavía no han sido acondicionadas para el
cristianismo, y dado que éste todavía tendrá una larga
historia, a pesar de todo lo que se dice acerca de su fin
próximo o ya consumado.
¿Cómo habría de desaparecer también él? Su espíritu
viviente dormita a menudo y durante largo tiempo, y se
recluye en un estado de entumecimiento en la envoltura
muerta de la letra: pero se desvela siempre de nuevo
cada vez que el clima variable del mundo espiritual resul-
SOBRE LA RELIGIÓN 199

a ta propicio para su reanimación y pone en movimiento su


- savia, y esto ocurrirá todavía a menudo. La intuición fun-
- damental de toda religión positiva es en sí eterna, dado
- que ella constituye una parte complementaria del Todo
n infinito, en el que todo debe ser eterno: pero ella misma
- y todo su proceso formativo son caducos; pues, para ver
a aquella intuición fundamental precisamente en el centro
o de la religión, se requiere no sólo una determinada direc-
- ción del ánimo, sino también una situación determinada
- de la humanidad, sólo bajo la cual el Universo puede ser
- contemplado, hasta ahora, de una forma adecuada.
n Cuando ésta haya recorrido su círculo, cuando la huma-
n nidad haya avanzado tanto en su trayectoria ascendente
s que ya no pueda retroceder: entonces también aquella
- intuición será desposeída de su dignidad como intuición
e fundamental, y la religión no podrá seguir existiendo
e bajo esta forma. En lo referente a todas las religiones in-
e fantiles de aquella época en la que la humanidad no tenía
o conciencia de sus fuerzas esenciales, eso es lo que ha ocu-
y rrido hace tiempo: ha llegado el momento de coleccio-
n narlas como monumentos del mundo primitivo y de con-
a signarlas en las gacetas de la historia; su vida ha pasado y
o no retorna jamás. El cristianismo, que se eleva por enci-
- ma de todas ellas y que adopta un carácter más histórico
n y humilde en su grandiosidad, ha reconocido expresa-
al mente esta condición caduca de su naturaleza: vendrá un
- tiempo, dice, en el que no se hablará más de ningún me-
s diador, sino que el Padre será todo en todo . Pero
s ¿cuándo ha de llegar ese momento? Temo que se en-
l cuentre fuera de todo tiempo. La corruptibilidad, en las
a cosas humanas y finitas, de todo lo grande y divino cons-
n tituye la primera mitad de la intuición originaria del cris-
tianismo; ¿debería realmente llegar un tiempo, en el que
u esta corruptibilidad no quiero decir que no fuera en ab-
e soluto percibida, sino tan sólo en el que ella ya no fuera
a
o
- 15
1 Cor. 15, 28.
200 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

un hecho llamativo?, ¿en el que la humanidad progresa-


ra de forma tan uniforme y apacible que apenas se perci-
biera cómo ella, a veces, por la acción de un viento desfa-
vorable de carácter pasajero, es rechazada un poco hacia
atrás, hacia el gran océano que ella atraviesa, de modo
que sólo el experto que calcula su curso contemplando
los astros podría conocer esta circunstancia, mientras
que para el resto de los mortales no constituiría el objeto
de una grande y relevante intuición? Yo lo desearía, y
gustosamente me asentaría sobre las ruinas de la religión
que venero. El que ciertos puntos brillantes y divinos
constituyen la sede originaria de todo mejoramiento de
esta corrupción y de toda nueva y más inmediata unión
de lo finito con la Divinidad, constituye la otra mitad: ¿y
habría de llegar alguna vez un tiempo en el que esta fuer-
za atractiva del Universo se encontrara tan igualmente
repartida entre la gran masa de la humanidad que ella ce-
sara de tener carácter mediador para esa masa? Yo lo de-
searía y gustosamente ayudaría a allanar toda prominen-
cia que sobresalga: pero esta igualdad tiene ciertamente
menos posibilidades de realizarse que cualquier otra.
Épocas de corrupción amenazan a todo lo terreno, aun
cuando fuera de origen divino; serán necesarios nuevos
mensajeros divinos para atraer hacia sí, con fuerzas re-
novadas, lo que haya sufrido un retroceso y para purifi-
car con fuego sagrado lo corrupto, y cada una de tales
épocas de la humanidad constituirá la palingenesia del
cristianismo y despertará su espíritu bajo una forma
nueva y más bella.
Ahora bien, si siempre habrá cristianos, ¿deberá, por
ello, el cristianismo mostrarse también infinito en su di-
fusión universal e imperar él solo en la humanidad como
la única forma de religión? Él rechaza este despotismo,
respeta suficientemente a cada uno de sus propios ele-
mentos como para considerarlos también gustosamente
como el punto central de una totalidad con una naturale-
za propia; él no quiere generar, tan sólo en sí mismo, una
diversidad que proceda hasta lo infinito, sino que quiere
SOBRE LA RELIGIÓN 201

- intuirla también fuera de sí. No olvidando nunca que


- posee la mejor prueba de su eternidad en su propia co-
- rruptibilidad, en su propia triste historia, y a la espera
a siempre de una redención de la miseria, por la que es
o ciertamente oprimido, le complace ver surgir fuera de
o esta corrupción otras formas distintas, más jóvenes, de la
s religión, justo a su lado, desde todos los puntos, incluso
o desde aquellas regiones que le parecen ser los límites más
y extremos e inciertos de la religión en general. La religión
n de las religiones no puede acumular materia suficiente
s para la dimensión más propia de su intuición más íntima,
e y, así como no hay nada más irreligioso que exigir unifor-
midad en la humanidad en general, así tampoco nada hay
menos cristiano que buscar uniformidad en la religión.
Que el Universo sea intuido y venerado de todos los
modos. Son posibles innumerables formas de religión, y,
si es necesario que cada una de ellas se haga real en algu-
- na época determinada, sería deseable al menos que mu-
- chas de ellas pudieran ser barruntadas en todo tiempo.
Han de ser raros los grandes momentos en los que todo
converja para asegurar a una de ellas una vida amplia-
mente difundida y duradera, donde la misma visión se
desarrolle en muchos de forma simultánea e irresistible,
y ellos queden penetrados por la misma impresión de lo
divino. Pero ¡qué no cabe esperar de una época que es de
una forma tan manifiesta la frontera entre dos órdenes
de cosas distintas! Sólo si la profunda crisis ha pasado,
puede ella también desencadenar un tal momento, y un
alma premonitora, dirigida hacia el genio creador, po-
dría indicar, ya ahora, el punto que debe convertirse
para las futuras generaciones en el centro de la intuición
del Universo. Pero sea como fuere, y por mucho que se
demore todavía un tal instante, deben surgir, y pronto,
nuevas formas religiosas, aun cuando durante largo tiem-
po sólo puedan ser percibidas a través de manifestacio-
nes aisladas y efímeras. De la nada surge siempre una
nueva creación y nada es la religión en casi todos los
hombres de la época actual, mientras que su vida espiri-
202 FRIEDRICH D. E. SCHLEIERMACHER

tual se muestra floreciente en su fuerza y plenitud. Ella


se desarrollará en muchos por impulso de una de las in-
numerables incitaciones y asumirá una nueva forma
sobre un suelo nuevo. Sólo cabe desear que el tiempo del
retraimiento y de la timidez haya pasado. La religión de-
testa la soledad y, sobre todo en su juventud, que es para
todo la hora del amor, se consume en una añoranza ago-
tadora. Si ella se desarrolla en vosotros, si percibís los
primeros indicios de su vida, ingresad inmediatamente
en la comunidad una e indivisible de los santos, que ad-
mite todas las religiones y que es la única en la que todas
pueden desarrollarse. ¿Pensáis que, dado que ésta se en-
cuentra dispersa y lejana, también deberíais hablar en-
tonces a oídos profanos? Preguntáis qué lenguaje es sufi-
cientemente secreto: ¿el discurso, la escritura, la acción,
la mímica silenciosa del espíritu? Todos, respondo, y veis
que no he rehuido el más sonoro. En todos ellos perma-
nece secreto lo sagrado y oculto a los profanos. Dejad a
éstos roer la corteza, como quieran; pero no nos dene-
guéis adorar al Dios que morará en vosotros.
a
-
l
-
-
s
e
-
s
-
-
-
,
s
-
-

También podría gustarte