Saba Roberto P Mas Alla de La Igualdad F
Saba Roberto P Mas Alla de La Igualdad F
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FACULTAD DE DERECHO
DEPARTAMENTO DE PUBLICACIONES
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
Lecciones
y
ensayos
CONSEJO ASESOR
José Casás
María Laura Clérico
Aníbal D’Auría
Marisa Herrera
Sandra Negro
Marcelo Raffin
Mario Villar
Correspondencia: Dirigirse a
Departamento de Publicaciones
Facultad de Derecho - UBA
Av. Figueroa Alcorta 2263, 1° P
(C1425CKB) - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina
Tel./Fax: (54-11) 5287-6762
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8. suPReMa coRte de ee. uu., Plessy vs. Ferguson, 163 U.S. 537, sentencia del 18 de
mayo 1896. En el caso, una persona considerada de “color” ocupó un asiento en un vagón
que estaba destinado a gente blanca. Calificado tal acto como una desobediencia civil y
condenado por lo ello el Sr. Plessy, el caso llegó a la Corte donde se estableció que no había
problema alguno con la distinción de vagones, ya que la ley exigía asientos “separados pero
iguales” y esto no era contrario a la Decimocuarta Enmienda (igualdad).
9. cLéRico, L. y aLdao, M. (coords.), Matrimonio igualitario. Perspectivas sociales, políti-
cas y jurídicas, Buenos Aires, Eudeba, 2010.
10. csjn, “Bignone, Benito A. y otro s/recurso extraordinario”, 3 de marzo de 2017.
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tral en esta cuestión”,11 asimismo, citando a Fiss, “adoptar los medios más
efectivos para alcanzar determinados fines”)12 indicando que se permite un
“desajuste tolerable”. Sin embargo, la gran ausencia del capítulo es que no
se trabaja sobre una forma de determinar la razonabilidad de la norma o la
distinción, siendo que conocer cuándo una norma que realiza distinciones
es razonable o no es el punto central del argumento. Aun cuando en la
doctrina local no abundan trabajos sobre el tema, existen diversos modelos
de razonabilidad con estructuras argumentativas bien diversas: el modelo
“europeo” de razonabilidad13 (la razonabilidad de la distinción se deter-
mina mediante el “juicio de proporcionalidad”), el modelo de intensidades
o escrutinio de la Suprema Corte de EE.UU. y el modelo combinado de la
Corte Constitucional Colombiana.14 La determinación de la razonabilidad
es central, también, en el capítulo referido a la igualdad de trato entre par-
ticulares.
Otra de las cuestiones pendientes en el texto es respecto de cómo es
posible considerar a un grupo desaventajado y por lo tanto, cuándo se debe
aplicar la concepción de igualdad como no sometimiento. En este sentido,
Fiss se refirió a los grupos sociales como aquellos que tengan una identidad
y una existencia separada del resto, caracterizándolos como aquellos que
tienen una entidad propia (esto es, que se pueda hacer referencia al grupo
sin referirse a sus componente individualmente) y que exista una interde-
pendencia de sus miembros.15Ahora bien, no existe mayor identificación
en el capítulo sobre respecto de qué son desventajados ciertos grupos.
Siguiendo a Fraser es posible identificar que estos grupos para ser tratados
como grupos desaventajados deben padecer de: a) una errónea distribu-
ción de bienes, b) falta de reconocimiento de las características particulares
16. Por esto, N. Fraser identifica distintas formas de alcanzar la igualdad real. fRaseR, N.,
“La justicia social en la era de la política de la identidad: Redistribución, reconocimiento y
participación”, en fRaseR, n. y honneth, A., ¿Redistribución o reconocimiento?, Madrid,
Ediciones Morata, 2006.
17. dwoRKin, R., Sovereign Virtue: Theory and Practice of Equality, Cambridge, Harvard
University Press, 2000.
18. sen, A., Nuevo examen de la desigualdad, Madrid, Alianza, 1995.
19. dubet, F., Repensar la Justicia Social. Contra el mito de la igualdad de oportunidades,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
20. “Ver si podemos construir un feminismo de izquierda, radical. A eso nos referimos
cuando decimos un feminismo del 99%. Un feminismo para todas las mujeres por las que
el feminismo corporativo no ha hecho prácticamente nada”. Entrevista a fRaseR, N., El fe-
minismo del 99% y la era Trump, consultado en [http://www.laizquierdadiario.com/Nancy-
Fraser-el-feminismo-del-99-y-la-era-Trump].
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que deben seguir criterios funcionales para el fin legítimo buscado (en el
caso de los contratos laborales, aclara Saba, sería el de la actividad que
desarrolla la empresa contratante). Supongamos, entonces, que un restau-
rante está buscando personal para desempeñar tareas como camarero/a. La
aplicación de la regla antes mencionada impondría en el empleador que
solo haga un análisis de la idoneidad de los/as candidatos/as –que sepa ser-
vir bebidas y comidas, que conozca ciertas reglas protocolares, etc.–, de-
jando de lado criterios como la apariencia física, credo, ideas políticas, etc.
Saba manifiesta cierta incomodidad con este tipo de estándar: según
él, el problema es que otorga demasiada autoridad al Estado y a los jueces
para definir la razonabilidad de los requisitos según cómo se defina el fin
de la actividad. El problema que marca, aclaro ahora, no es de tipo práctico
sino ideológico: según el autor ni el Estado ni los jueces estarían legitima-
dos para hacer este tipo de análisis.
Al contrario, yo creo que este tipo de exigencia sí es razonable y con-
sistente con la protección del principio de igualdad sin vulnerar el derecho
a contratar libremente. En rigor de verdad, creo que las exigencias en la
contratación de trabajadores solo deberían estar vinculadas a la funcionali-
dad de las tareas. Y nada más.
Utilizo un ejemplo, real por cierto. Una empresa que se dedica a
hacer alfajores –y productos asimilables– ha decidido abrir una serie de
locales donde, además de vender sus productos, sirve café. Para ello ne-
cesita, claro, de personas que trabajen tanto de camareros/as como de
vendedores/as, cajeros/as. Supongamos, entonces, que se presenta una
persona con referencias laborales que demuestran que está en perfectas
condiciones de realizar las tareas que requiere el trabajo. Pero esta per-
sona tiene una peculiaridad: se encuentra visiblemente excedida de peso.
Supongamos, luego, que la empresa decide no contratarlo/a y cuando
nuestro/a interesado/a requiere de razones, se le explica –y, de vuelta,
esto es un caso real– que dado que la empresa vende productos de alta
intensidad calórica, es necesario que quien las venda sea “flaco/a”, pues
de lo contrario –i.e., si el/la vendedor/a se encuentra excedido/a de peso–
los clientes sentirán que al comprar un producto estarán engordando –lo
que, por otro lado, es objetivamente cierto– disuadiéndolos de seguir ad-
quiriendo sus productos, lo que redundaría en un perjuicio económico.
Creo poder afirmar que Saba sostendría que si existen razones fun-
dadas en criterios comerciales que no resulten del todo irrazonables, no
se debería limitar este derecho a no contratar con quien no se quiere. Al
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24. Sobre la función política que tuvo en este sentido la doctrina sobre legitimación colec-
tiva es particularmente ilustrativo el alcance que la CSJN acordó a la legitimación colectiva
del Defensor del Pueblo de la Nación en los diez primeros años que siguieron a la reforma
constitucional de 1994. En cuanto a la noción de “causa o controversia”, y a pesar de ha-
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berse reconocido su faceta colectiva en “Halabi”, la reciente experiencia vinculada con los
procesos judiciales que impugnaron las modificaciones de diversos cuadros tarifarios de
servicios públicos en todo el país demostró la relevancia de este recurso discursivo para
evitar atender muchas de las discusiones que se pretendieron plantear al respecto.
25. La CSJN dejó esto bien en claro cuando sostuvo en “Halabi” que la manda del art. 43
CN es “claramente operativa y es obligación de los jueces darle eficacia, cuando se aporta
nítida evidencia sobre la afectación de un derecho fundamental y del acceso a la justicia de
su titular” (considerando 12° del voto de la mayoría).
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todo de debate y a los dos vinculados con el tipo de remedio que corresponde
utilizar en estos contextos de debate y sus modos de implementación.
En lo que respecta al método de debate en general, considero que a
esta altura del desarrollo del tema a nivel jurisprudencial, legislativo y re-
glamentario es posible identificar los perfiles de un verdadero y propio
derecho constitucional a un debido proceso colectivo en Argentina. Un de-
recho enraizado en el art. 43 CN y que debería asegurar, cuanto menos, lo
siguiente: (i) el efectivo acceso a la discusión y solución de conflictos co-
lectivos en sede judicial, especialmente de ciertos grupos sociales tradicio-
nalmente relegados de la discusión institucional o débilmente protegidos;
(ii) una temprana determinación de las reglas del juego para permitir a las
partes saber si el proceso tramitará en clave individual o colectiva; (iii) una
representación del grupo adecuada y acorde con los intereses en disputa,
controlada y supervisada por el juez de la causa; (iv) el respeto a la autono-
mía individual y al debido proceso individual de las personas involucradas
en tales conflictos; (v) un debate amplio, público, robusto e informado, que
incluye el análisis del impacto económico de las decisiones a tomar y una
preferencia por la discusión oral (si bien todavía no profundizada como
debería); (vi) la amplia difusión hacia la sociedad de información relativa
a la existencia y evolución de este tipo de procesos; y (vii) una sentencia
colectiva efectiva, cuyo contenido y mecanismos de implementación o eje-
cución sean acordes con la complejidad de las soluciones que demandan
la inmensa mayoría de esta clase de conflictos y con las tensiones políticas
que supone su solución por parte del Poder Judicial en un sistema republi-
cano de gobierno.
Los potenciales beneficios que han traído consigo las innovaciones re-
glamentarias y jurisprudenciales de la CSJN en este campo son evidentes,
ya que todas ellas intentan romper con un molde procesal clásico que ha
derivado en Argentina en el dictado de relevantes decisiones sobre conflic-
tos de interés público (estructurales y de otro tipo) tomadas en la oscuridad
y secretismo de un expediente casi puramente escrito, como fruto de un
debate entre pocos, sin inmediación con el juez ni audiencias públicas,
sin mecanismos de intervención y participación social, y sin herramientas
de publicidad que concurrieran a garantizar transparencia y control social
sobre la discusión. Sin embargo, el problema –una vez más– son las prácti-
cas. Sucede que la implementación efectiva, regular y sistemática de tales
reglamentaciones y criterios jurisprudenciales es todavía un gran desafío
para la CSJN y los tribunales inferiores.
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Una vez realizado todo este análisis conceptual, el trabajo afirma que
se encuentra en paulatino y tímido desarrollo un nuevo modelo de control
de constitucionalidad en la Argentina. A tal fin se ocupa de revisar diversos
precedentes de la CSJN y tribunales inferiores que “comenzaron a alterar
ese modelo establecido de extrema autolimitación y deferencia”. Entre ta-
les precedentes se cuentan “Viceconte”, “Badaro”, “Mendoza”, “Verbits-
ky” (al cual dedica el análisis más profundo) y “Río Negro”.
¿Cuáles son las causas que explican dichos precedentes y la sugerida
paulatina mutación en el modelo de control de constitucionalidad? Según
Saba el fenómeno obedece a la reunión de cuatro factores: (i) el desarrollo
y perfeccionamiento de prácticas de litigio estratégico por parte de organi-
zaciones de derechos humanos en el sistema interamericano de protección
de derechos humanos; (ii) la inclusión del amparo colectivo en la CN; (iii)
la modificación en la integración de la CSJN a partir del año 2004; y (iv)
los desarrollos similares operados en otros tribunales superiores de la re-
gión latinoamericana, la India y Sudáfrica.
Como aporte para la discusión me permito agregar otro factor rele-
vante para el impulso de estos desarrollos. Sucede que no ha sido solo el
trabajo de las organizaciones en el campo internacional lo que ha permitido
avanzar en este campo, sino también el que han desplegado antes distintos
tribunales de nuestro país mediante el planteo de casos que configuran, a
mi modo de ver, una modalidad muy concreta de intervención política en
el sistema democrático. Una modalidad bien diferente al sufragio popular
y con gran potencial de impacto concreto en la agenda pública, mediante
la cual se ha logrado exigir la toma de ciertas decisiones gubernamentales
impostergables que, no obstante revestir tal carácter, eran efectivamente
diferidas en el tiempo por los poderes Ejecutivo y Legislativo con motivo
de la existencia de otras prioridades en la agenda pública.
El capítulo en comentario termina concluyendo que “la concepción
de igualdad como no sometimiento se construye necesariamente sobre la
noción de afectación estructural, que a su vez requiere un tipo de control de
constitucionalidad que supere aquel que tan bien se ajustaba al tratamiento
de casos en los que se veía afectada la igualdad como no discriminación”.
Esta noción de igualdad “necesita un nuevo modelo de intervención judi-
cial”. Y para ello, afirma Saba, “el gran desafío sigue siendo” no solo la
reconceptualización del derecho de igualdad en sí mismo (como propone
a lo largo de todo el libro), sino especialmente “identificar los remedios
apropiados que los jueces podrían ordenar en casos de violaciones estruc-
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turales del derecho a ser tratado igual, sin que eso implique un cambio
radical del régimen democrático, uno que sustraiga de los ámbitos de la
democracia la decisión sobre políticas públicas”.
He señalado en otra oportunidad que el gran problema que enfrenta-
mos en Argentina es la ausencia de reglas en función de las cuales debatir
argumentos y tomar decisiones dentro del Poder Judicial con suficiente
legitimidad política en el delicado campo de los conflictos colectivos. Un
campo que se torna más delicado aun cuando el remedio exigido por el
conflicto es de tipo estructural y, por ende, prospectivo. Esto, a su turno,
es fruto de otro problema todavía más grave y actual: la falta de un debate
público franco y sincero sobre este tema para generar consensos mínimos
respecto de cómo deben diagramarse estas nuevas (e imprescindibles) re-
glas procesales.
Afirmo que estas reglas son imprescindibles debido al alto impacto
social, político y económico que tienen tanto la discusión como la resolu-
ción de conflictos de interés público en sede judicial. Si tenemos esto en
consideración, no parece razonable permitir que el gran poder político que
hoy tienen los jueces al actuar en este campo sea ejercido mediante deci-
siones tomadas en procesos tramitados sobre la base de reglas de debate
que no cumplen con los estándares mínimos de publicidad, transparencia y
participación social que demanda la discusión de asuntos colectivos fuera
de las arenas del Estado con representación mayoritaria.
Desde este punto de vista, tampoco parece razonable que a esta altu-
ra de los tiempos y siendo plenamente conscientes de las complejidades
involucradas en toda decisión de política pública, esas reglas de debate
mediante las cuales estamos (ni más ni menos que) controlando la actua-
ción de los poderes elegidos por sufragio popular, no estén preparadas para
incorporar adecuadamente el trabajo interdisciplinario de expertos y enti-
dades científicas, aprovechar las ventajas de las nuevas tecnologías de la
información, ni generar mecanismos de diálogo más fluidos para solucio-
nar estos conflictos.
Me refiero tanto a mecanismos de diálogo que vinculen a los propios
tribunales que componen el sistema de administración de justicia a fin de
compartir información y experiencias, como a mecanismos que tiendan a
vincular con mayor fluidez a tales tribunales con los poderes del Estado
que fueron elegidos en forma directa por la sociedad para decidir las prio-
ridades de la agenda pública y determinar el modo de asignar los recursos
estatales a fin de satisfacer las necesidades de la población.
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27. boRges, J. L., “Sobre los clásicos”, en boRges, J. L., Otras inquisiciones, Buenos Aires,
Alianza Editorial, 1952.
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