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Capítulo V
Donde se trata de las costumbres, ritos y ceremonias de estos naturales, y qué cosa era
correr la tierra, y qué cantidad de ella; los santuarios y casas de devoción que tenían.
Cuéntese cómo un clérigo engañó al demonio o su mohán por él, y cómo le cogió u n gran
tesoro que le tenían ofrecido en un santuario. Después que aquel ángel que Dios creó sobre
todas las jerarquías de los ángeles perdió la silla y asiento de su alteza por su soberbia y
desagradecimiento, fue echado del reino de los cielos juntamente con la tercera parte de
los espíritus angélicos que siguieron su bando, dándoles por morada el centro y corazón de
la tierra, donde puso la silla de su monarquía, y asentó casa y corte, y a donde todos sus
deleites son llantos, suspiros, quejas, penas y tormentos. Desagradecimiento dije, que fue
culpa de Luzbel juntamente con soberbia. Y está bien dicho, porque este ángel quisiera
ensoberbecido, y lo deseó, tener por naturaleza la perfección y grandeza que por gracia
Dios le dio, por no tener que agradecer a Dios, y con esto quererle quitar a Dios la adoración
que tan de derecho le es debida, queriéndola usurpar para sí, por la cual culpa se le dieron
los infiernos con sus tormentos por pena, y la mayor, carecer de ver a Dios mientras fuere
Dios, que no puede faltar.
¡Qué caro le costó a Adán la mujer, por haberle concedido que se fuese a pasear; y qué
caro le costó a David el salirse a bañar Bethsabé, pues le apartó de la amistad de Dios; y
qué caro le costó a Salomón, su hijo, la hija del rey Faraón de Egipto, pues su hermosura
le hizo idolatrar; y a Sansón la de Dalila, pues le costó la libertad, la vista y la vida; y a Troya,
le costó bien caro la de Helena, pues se abrasó en fuego por ella, y por Florinda perdió
Rodrigo a España y la vida. Paréceme que ha de haber muchos que digan: ¿qué tiene que
ver la conquista del Nuevo Reino, costumbres y ritos de sus naturales, con los lugares de
la Escritura y Testamento viejo y otras historias antiguas? Curioso lector, respondo: que
esta doncella es huérfana, y aunque hermosa y cuidada de todos, y porque es llegado el
día de sus bodas y desposorios, para componerla es menester pedir ropas y joyas
prestadas, para que salga a vistas; y de los mejores jardines coger las más graciosas flores
para la mesa de sus convidados: si alguno le agradare, devuelva a cada uno lo que fuere
suyo, haciendo con ella lo del ave de la fábula, y esta respuesta sirva a toda la obra.
Acometido Adán por la parte más flaca, quiero decir, rogado e importunado de una mujer
hermosa, y si acaso añadió a la hermosura algunas lágrimas, ¿qué tal lo pondría? Al fin él
quedó vencido y fuera de la amistad de Dios, y Lucifer gozoso y contento por hab er salido
con su intento, y borrándole a Dios su imagen con la culpa cometida. Quedó con el
principado de este mundo, porque este nombre le da Cristo nuestro Señor y el mismo Cristo
la echó fuera de él, venciendo en la cruz muerte y demonio. Pero antes de esta victoria, y
antes que en este Reino entrase la palabra de Dios, es muy cierto que el demonio usaría
de su monarquía, porque no quedó tan destituido de ella que no le haya quedado algún
rastro, particularmente entre infieles y gentiles, que carecen del conocimiento del verdadero
Dios; y estos naturales estaban y estuvieron en esta ceguedad hasta la conquista, por lo
cual el demonio se hacía adorar por dios de ellos, y que le sirviesen con muchos ritos y
ceremonias, y entre ellas fue una el correr la tierra, y está tan establecida que era de tiempo
inmemorial guardada por ley inviolable, lo cual se hacía en esta manera. Tenían señalados
cinco altares y puestos de devoción, el que mejor cuadrare, muy distintos y apartados los
unos de los otros, los cuales son los siguientes: 1° El primero era la laguna grande de
Guatavita, a donde coronaban y elegían sus reyes, habiendo hecho primero aquel ayuno
de los seis años, con las abstinencias referidas, y éste era el mayor y de más adoración, y
a donde habiendo llegado a él se hacían las mayores borracheras, ritos y ceremonias. 2°
El segundo altar era la laguna de Guasca, que hoy llamamos de Martos, porque intentó
sacarle el santuario y tesoro grande que decían tenía; codicia con que le hicieron gastar
hartos dineros; y no fue él solo el porfiado, que otros compañeros tuvo después. 3° El tercer
altar era la laguna de Sieche, que fue la que tocó Bogotá comenzar de ella el correr la tierra,
y a donde mandó que en sus laderas quedase el escuadrón reforzado para la defensa de
su persona, y a donde se recogió la noche de la matanza de la gente de Guatavita.
4° El cuarto altar y puesto de devoción era la laguna Teusacá, que también tiene gran
tesoro, según fama, porque se decía tenía dos caimanes de oro sin otras joyas y cin tillos, y
hubo muchos golosos que le dieron tiento, pero es hondable y de muchas peñas; yo
confieso mi pecado, que entré en esta letanía con codicia de pescar uno de los caimanes,
y sucedióme que habiendole galanteado muy bien a un jeque, que lo había sido de este
santuario, me llevó a él, y así que descubrimos la laguna y que vio el agua de ella, cayó de
bruces en el suelo y nunca lo pude alzar de él, ni que me hablase más palabra. Allí lo dejé
y me volví sin nada y con pérdida de lo gastado, que nunca más lo vi. 5° El quinto puesto y
altar de devoción era la laguna de Ubaque, que hoy llaman la de Carriega, que según fama
le costó la vida el querer sacar su oro que dicen tiene, y el día de hoy tiene opositores. Gran
golosina es el oro y la plata, pues niños y viejos andan tras ella, y no se ven hartos.
Parágrafo II. —Desde la laguna de Guatavita, que era la primera y el primer santuario y
lugar de adoración, hasta esta de Ubaque, y era el principio o donde comenzaba a correr
la tierra, en cuya estación eran los bienes comunes; y la mayor prevención que hubiese
mucha chicha que beber para las borracheras que se hacían de noche, y en ellas infinitas
ofensas a Dios Nuestro Señor, que las callo por la honestidad; sólo digo que el que más
ofensas cometía ese era el más santo, teniendo para ellas por maestro al demonio.
Coronaban los montes y altas cumbres la infinita gente que corría la tierra, encontrándose
los unos con los otros, porque salían del valle de Ubaque y toda aquella tierra con la gente
de la sabana grande de Bogotá comenzaban la estación desde la laguna de Ubaque. La
gente de Guatavita y toda la demás de aquellos valles, y los que venían de la jurisdicción
de Tunja, vasallos del Ramiriquí, la comenzaban desde la laguna grande de Guatavita, por
manera que estos santuarios los habían de visitar dos veces. Solía durar la fuerza de esa
fiesta veinte días o más, conforme el tiempo daba lugar, con grandes ritos y ceremonias; y
en particular uno de donde le venía al demonio sus granjerías, demás de que todo lo que
se hacía era en su servicio. Había, como tengo dicho, en este término de tierra que se corría
otros muchos santuarios y enterramientos, pues era el caso que en descubriendo los
corredores el cerro donde había santuario, partían con gran velocidad a él , cada uno por
ser el primero y ganar la corona que se daba por premio, y por ser tenido por más santo; y
en las guerras y peleas que después tenían, el escuadrón que llevaba uno de estos
coronados era como si llevase consigo la victoria. Aquí era a donde por llegar primero al
cerro de santuario ponían todas sus fuerzas, y a donde se ahogaban y morían muchos de
cansados, y si no morían luego, aquella noche siguiente, en las grandes borracheras que
hacían, con el mucho beber y cansancio, al otro día amanecía n muertos. Quedaban
enterrados por aquellas cuevas de aquellos peñascos, poniéndoles ídolos, oro y mantas, y
los respetaban como santos mártires, habiéndose llevado el demonio las almas. En los
últimos días de estas fiestas y que ya se tenía noticia de que toda la gente había corrido la
tierra, se juntaban los caciques y capitanes y toda la gente principal en la gran laguna de
Guatavita, en donde por tres días se hacían grandes borracheras, se quemaba mucho
moque y trementina de día y de noche, y el tercer día en muy grandes balsas bien
adornadas, y con todo el oro y cintillos que tenían para esto, con grandes músicas de gaitas
y fotutos, sonajas y grandes fuegos y gentío que había en contorno de la laguna, llegaban
al medio de ella, donde hacían sus ofrecimientos, y con ello se acababa la ceremonia de
correr la tierra, volviéndose a sus casas.
Con lo cual podía el lector quitar el dedo de donde lo puso, pues ya habrá entendido bien
la ceremonia. En todas estas lagunas fue siempre fama que había mucho oro y q ue
particularmente en la de Guatavita, donde había un gran tesoro; y a esta fama Antonio de
Sepúlveda capituló con la Majestad de Felipe II desaguar esta laguna, y poniéndole en
efecto le dio el primer desaguadero como se ve en ella el día de hoy, y dijo q ue de sólo las
orillas de lo que había desaguado, se había sacado más de doce mil pesos. Mucho tiempo
después siguió queriéndole dar otro desagüe, y no pudo, y al fin murió pobre y cansado. Yo
le conocí bien y lo traté mucho, y lo ayudé a enterrar en la ig lesia de Guatavita. Otros
muchos han probado la mano, y lo han dejado, porque es proceder en infinito, porque la
laguna es muy hondable, y tiene mucha lama, y ha menester fuerza de dineros, y mucha
gente. Parágrafo III.— No puedo pasar de aquí sin contar cómo un clérigo engañó al diablo,
o su jeque o mohán, en su nombre, y le cogió tres o cuatro mil pesos que le tenían ofrecidos
en un santuario que estaba en la labranza del cacique viejo de Ubaque; y esto fue en mi
tiempo, y siendo Arzobispo de este Reino el señor don fray Luis Zapata de Cárdenas, gran
perseguidor de ídolos y santuarios; lo que pasó como sigue: Estaba en el pueblo de Ubaque
por cura y doctrinero el padre Francisco Lorenzo, clérigo presbítero, hermano de Alonso
Gutiérrez Pimentel. Era este clérigo gran lenguaraz, y como tan diestro, trababa con los
indios familiarmente y se dejaba llevar de muchas cosas suyas, con que los tenía muy
gratos, y con este anzuelo les iba pescando muchos santuarios y oro enterrado que tenían
con este nombre: sacóle, pues, a un capitán del pueblo un santuario, y éste con el enojo le
dio noticia del santuario del cacique viejo, diciéndole también le era dificultoso el hallarlo, si
no era que el jeque que lo tenía en guarda lo descubriera, y díjole a dónde estaba. El
Francisco Lorenzo examinó muy bien a este capitán, y sacó de él labranza y parte a donde
estaba el santuario. Salió el dicho padre un día, como quien iba a cazar venados, que
también trataba de esto, llevaba consigo los muchachos más grandes de la doctrina y los
alguaciles de ella, y con ellos el capitán que le había dado noticia del santuario, que le
llevaba el perro de laja con que cazaba junto a sí; y con esto desechó la gente del pueblo,
que lo traía siempre a la mira por los santuarios que les sacaba. Le vantaron un venado y
dio orden que lo encaminasen hacia las labranzas del cacique, y con este achaque la guía
tuvo tiempo de enseñarle el sitio del santuario y los bohíos del jeque que lo guardaba, que
todo lo reconoció muy bien el clérigo. Mataron el venado y otros, con que se volvieron muy
contentos al pueblo, y por algunos días no hizo el padre diligencia alguna por santuarios,
como solía, con lo cual los indios no lo espiaban tan a menudo. Mandó que le trajesen
alguna madera para hacer unas cruces, que eran para poner por los caminos. Tenía el
padre de muchos días atrás, reconocida una cueva que estaba entre aquellos peñascos,
de donde él había sacado otro santuario. Parecióle a propósito para su intento, y encima
de esta cueva mandó a los muchachos que pusiesen la cruz más grande que habían hecho,
para que algunos días fuesen a rezar a ella, repartiendo las demás por el camino y sendas
que iban a la labranza del cacique.
Anduvo algunos días estas estaciones con sus muchachos, descuidado de tratar de
santuarios. Descuidó la gente y enteróse bien de la cosa; después que tuvo bien zanjeado
su negocio y prevenidos los alguaciles, que habían de ir con él, aguardó una noche oscura,
tomó una estola, el hisopo y agua bendita, y con sus alguaciles fuese rezando ha cía unos
ranchos que estaban cerca de la cueva a donde había mandado poner la primera cruz.
Llegado a los ranchos, mandó a los alguaciles que hiciesen candela y que apagasen el
hacha de cera que habían llevado encendida, y que lo esperasen allí mientras él iba a rezar
a las cruces. Encaminóse a la que estaba encima de la cueva, y antes de llegar a ella torció
el camino, tomando el de la labranza, por el cual bajó, que lo sabía muy bien, y sirviéndole
las cruces que había puesto de padrón, fue esperjeando to do el camino con agua bendita.
Entró por la labranza hasta llegar a los ranchos del jeque, sintió que estaba despierto, que
estaba mascando hayo, porque le oía el ruido del calabacillo de la cal. Sabía el padre
Francisco Lorenzo de muy atrás y del examen de otros jeques y mohanes, el orden que
tenían para hablar con el diablo. Subióse en un árbol que caía sobre el bohío, y de él llamó
al jeque con el estilo del diablo, que ya él sabía. Al primer llamado, calló el jeque; al segundo
respondió él, diciendo: “aquí estoy, señor, ¿qué mandas?”; respondióle el padre: “eso que
me tienes guardado saben los cristianos de ello, y han de venir a sacarlo, y me lo han de
quitar; por eso llévalo de ahí”. Respondióle el jeque: “¿a dónde lo llevaré, señor?”. Y
respondióle: “a la cueva del pozo”, (porque al pie de ella había uno muy grande), “que
mañana te avisaré a dónde lo has de esconder”. Respondió el jeque: “haré, señor, lo que
me mandas”. Respondió el padre: “pues sea luego, que ya me voy”. Bajóse del árbol y
púsose a esperar al jeque, el cual se metió por la labranza, y perdiólo de vista. Púsose el
padre en espía del camino que iba a la cueva, y al cabo de rato vio al jeque que venía
cargado; dejólo pasar, el cual volvió con presteza de la cueva, y en breve espacio volvió
con otra carga; hizo otros dos viajes y al quinto se tardó mucho. Volvió el padre hacia los
bohíos del jeque vista la tardanza, y hallóle que estaba cantando y dándole al calabacillo
de la cal; de las razones que alcanzó el padre de lo que decía, fue que no había más qué
llevar. Partióse luego hacia la cueva, llegó primero a los bohíos a donde había dejado su
gente, mandó encender el hacha de cera, y llevándolos consigo se fue a la cueva, a donde
halló cuatro ollas llenas de cintillos y tejuelos de oro, quisques y tiraderas de oro, pájaros y
otras figuras todas de oro; y aunque el padre Francisco Lorenzo declaró y manifestó tres
mil pesos de oro, fue fama que fueron más de seis mil pesos. (Rodríguez, s.f.)