Risso - Gonzalez - 2012 - Las Laurencias
Risso - Gonzalez - 2012 - Las Laurencias
Risso - Gonzalez - 2012 - Las Laurencias
Diego Sempol
Federico Graña
Introducción
Existe importante bibliografía que aborda en forma interdisciplinaria
el origen, las características y el impacto social y político de la dictadura
cívico militar en Uruguay (1973-1984), así como trabajos clave sobre el
surgimiento de los movimientos de derechos humanos en nuestro país y
sobre las «luchas de la memoria» (Jelin, 2002) que aún despierta ese pa-
sado reciente en el presente.
Pero muy poco se ha investigado sobre la persecución y la violencia
que el terrorismo de Estado en nuestro país desarrolló sobre la población
lésbica, gay, travesti, transexual, bisexual, Intersexual, Queer (LGTTBIQ)
durante estos años. En el proceso de «reconstrucción nacional» que inten-
tó llevar adelante el régimen dictatorial y las elaboraciones particulares
que formuló sobre la Doctrina de la Seguridad Nacional se entremezclaron
valoraciones morales que buscaban preservar la nación, la familia hete-
ropatriarcal y a los jóvenes de «desviaciones sexuales» y «corrupciones
morales» que permitieran anidar la subversión.
En este trabajo nos proponemos iniciar una línea de investigación, a
través de testimonios y recopilación de documentos, sobre la existencia
durante esos años de violencia estatal sistemática sobre la población LG-
TTBIQ en Montevideo, así como analizar la forma en que este tema fue o no
abordado por las organizaciones LGTTBIQ en los últimos 30 años. Las pre-
guntas que guían este trabajo son: ¿cómo tematizaron las organizaciones
LGTTBIQ montevideanas la violación de los derechos humanos sufrida por
estos grupos durante la dictadura? ¿La fuerte discriminación existente
hacia la población LGTTBIQ durante la democracia contribuyó a silenciar o
invisibilizar sus planteos? ¿En qué medida la tradicional violencia estatal
sobre estos grupos normalizó e invisibilizó la violencia ejercida por el te-
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rrorismo de Estado? ¿Cómo se relacionaron las organizaciones LGTTBIQ
con las formas en que se construyó a nivel social y oficial la categoría de
los derechos humanos?
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Montevideo y en una de las playas más importantes de la ciudad (Pocitos).
En la capital existían varios lugares de encuentro informales y anónimos:
baños de cines (Trocadero, York, Renacimiento, Hindú y Plaza), bares (Pa-
lacio de la Pizza, La Rinconada, Las Cuartetas) y el local de la compañía
Onda. Los eventos sociales y reuniones de los «entendidos» se comenzaron
a realizar en bares y restaurantes.
Me acuerdo que pasaba, con la gente tomando té, una coca cola, café en el
Sorocabana, horas, horas, hacían romerías, veinte o treinta personas, ibas
para acá, ibas para allá, que trillabas 18 de Julio de punta a punta, después
te parabas en un boliche, y ahí te juntabas con otra gente. O si no te encon-
trabas con este, y volvías para allá de vuelta. Esas pateadas de 18 de julio
y Ejido a la plaza Independencia ibas por una acera y venías por la otra. Y
te parabas en un bar y conversabas con gente y te enganchabas con otro...
Y si te borrabas era porque ya habías conseguido algo, y si no enganchabas
igual te quedabas con la gente conversando, yo qué sé. Era otra historia.
Era todos los días de la semana, siempre había gente. Todo el mundo se
hacía un rato, o cuando terminabas de laburar ya te quedabas un rato en
el centro… (Entrevista a Roberto Acosta 8/7/2006).
Park y Burgess (1967: 45) señalan cómo en las urbes existe una «re-
gión moral», que atrae a individuos y grupos diferentes y permite su inte-
racción temporaria. El centro de la ciudad de Montevideo, al tener gran
concentración de habitantes, mucho movimiento por la fuerte vida laboral
que concentraba y cierto anonimato en comparación con los barrios car-
gados de control social, se volvió el lugar privilegiado por los disidentes
sexuales para concentrarse. El «trille» por la principal avenida de la ciu-
dad en busca de pares, la existencia de numerosos bares y cines de en-
cuentro, permitieron la construcción de nuevas redes de sociabilidad y el
desarrollo de patrones comunes.
También durante esta época se volvieron frecuentes las salidas en gru-
po a espacios naturales, así como las fiestas privadas, las que en general
eran relativamente cerradas, ya que se llegaba a ellas bajo estricta invi-
tación, y los desconocidos debían ser introducidos por alguien del grupo
que los respaldara.
Nos reuníamos en el apartamento de algún amigo, y se armaba baile y todo.
Siempre alguno llevaba alguna ficha nueva, o un amiguito, o a veces se
armaba rosqueta entre unos y otros, que tenían más afinidad o que tenían
ganas de curtirse a aquel amigo que estaba bien. También nos juntábamos
para ir al parque, a la playa o a la Turisferia por ejemplo. […] Y esos picnics
en la Turisferia, correr por esos médanos, ¿viste? El hacer un asado, que
pasaran la media noche, la una de la mañana y estar bañándote con las
noctilucas era maravilloso… (Entrevista a Roberto Acosta 8/7/2006).
Existían también fiestas más abiertas, en las que se vivía un clima cre-
ciente de liberación sexual y la mezcla entre heterosexuales y homosexua-
Roberto Acosta nació en 1950, es jubilado y fue durante años activista gay independien-
te. Actualmente forma parte del Colectivo Ovejas Negras.
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les era bien recibida, en la medida que entre otras cosas, la bisexualidad
era vivida en los hechos como una práctica legítima.
[…] empecé a frecuentar gente que leía, que era sensible, que eran pensado-
res, en donde los prejuicios eran otros… era un bochorno ser virgen y tener
prejuicios, nadie era fiel, […] con quien venga y como venga. Para mí, lo vivía
así, la gente era totalmente maníaca, […] si ibas a una reunión y alguien se
te tiraba encima, lo que correspondía era revolcarte. «Si vas a estar de mon-
ja qué hacés en esta rueda», me decían… trataba de explicar y te respondían
«¡andá a cagar!» [...] La gente arrastraba las pieles por la playa en la ma-
drugada, se iba con una y después con otro. […] todos con todos. Hombres
con hombres, mujeres con hombres. Los veías apretando, chuponeándose
o yéndose… las reuniones eran sumamente populosas. (Entrevista a Mario
17/9/2007).
Mario nació en 1946, es docente, se identifica como gay y nunca tuvo militancia política
ni fue activista del movimiento LGTTBIQ.
Gerardo nació en 1945, es docente, y nunca tuvo militancia político partidaria, ni parti-
cipó de alguna organización LGTTBIQ.
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La generación de los sesenta, como señala Hobsbawm (1999: 201-202),
involucrada en proyectos de emancipación social en Occidente, fue hostil
al consumo de drogas y a los temas que aludieran a la liberación sexual,
en la medida que no eran consideradas dimensiones constitutivas del pro-
yecto de transformación social.
El objetivo era formar una generación acorde con los objetivos del pro-
yecto fundacional dictatorial, que permitiera «el rescate de la nación en el
terreno psicológico, emocional, e intelectual (paralelamente a la recupera-
ción material) es una tarea de máxima prioridad». (El País 8/1/75, citado
por Cosse, y Markarian, 1996: 100).
Esta interpretación de la Doctrina de la Seguridad Nacional, y la exa-
cerbación implícita del régimen heteronormativo estructuró en buena
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medida todo el sistema educativo y sus programas durante la dictadura
cívico militar, volviéndose hegemónica una visión hispanista y neotomista
(Campodónico, Massera, Sala, 1991:142), que buscó reforzar la familia
como la base de la sociedad y los roles tradicionales de género.
El ascenso del autoritarismo buscó controlar dependencias estatales
claves, entre ellas la de la policía de Montevideo. El 26 de mayo de 1971
se aprueba la Ley 13.963, conocida como la ley orgánica policial, que re-
organizó profundamente esta fuerza al crear varias dependencias nuevas
y al unificar los criterios de funcionamiento en todo el país. A su vez los
jefes de policía de todo el país, designados por el Ministerio del Interior el
26 de abril de 1972, fueron todos militares (salvo en el departamento de
Artigas), lo que implicó que se profundizara la militarización, el desarrollo
de una férrea disciplina interna, la creación de fuertes jerarquías internas
y el adoctrinamiento en la Doctrina de la Seguridad Nacional. La Direc-
ción Nacional de Información e Inteligencia cobró un papel preponderante
en el funcionamiento de la policía, y se produjo la pérdida creciente de las
garantías procedimentales con los detenidos.
En 1976, coincidiendo con el intento fundacional de la dictadura cí-
vico-militar (Caetano Rilla, 1987), el régimen llevaba adelante una nueva
ola represiva, en particular contra los militantes del Partido Comunista
(PCU) en Uruguay y el Partido por la victoria del Pueblo (PVP) en Argentina.
Paralelamente, ese año y a raíz del asesinato de un homosexual, el jefe de
policía de Montevideo, coronel Alberto Ballestrino, detuvo a más de 300
homosexuales y se propuso limpiar la ciudad de «la actividad perniciosa
del homosexualismo»:
Iniciamos una activa campaña para combatir la actividad perniciosa del
homosexualismo que ambienta, en gran medida, brutales asesinatos como
el que acabamos de aclarar. […] impartí ordenes expresas al Departamento
de Orden Público para que amplíe aún más la actividad represiva de este
tipo de desviación que muchas veces se materializa en la calle en forma
ostensible (El Diario 27/10/76).
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culpabilizaban a la víctima, siguiendo una tendencia ya estudiada (Sarti,
Barbosa, Mendes Suáres, 2006 y Ramos, Carrara, 2006), y consideraban
que el peligro social no radicaba en la existencia de asesinos, sino de ho-
mosexuales que pudieran corromper a menores, y atacar a la familia, ese
pilar clave de la sociedad en la visión militar.
Los testimonios recabados denuncian la intensificación de las perse-
cuciones durante ese año y posteriores, y cómo la presunción de homose-
xualidad estaba en el origen de la detención policial:
Durante la dictadura los milicos no solo perseguían tupamaros, sino tam-
bién homosexuales. A mí una vez me llevaron cuando estaba esperando el
ómnibus en 8 de Octubre a las dos de la mañana. En la comisaría estuvo
bravo, me acuerdo que el comisario me dijo «que andabas buscando vos a
estas horas», riéndose, y la mano venía de aprete. Por suerte mi cuñado
trabajaba en esa comisaría, lo mencioné y ahí todo cambió. Pero a los ho-
mosexuales que eran afeminados los milicos los perseguían todo el tiempo,
no podían ni caminar por la calle. (Entrevista a Jorge 12/8/2008).
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te? Me tiraban de los pelos, qué tenés en esa cabeza, porque tenía el pelo
african look […] Me llevaron muchas veces detenido durante la dictadura,
por averiguaciones […] Por el solo hecho de estar en una esquina esperando
a alguien, y ya no podías ¿viste? Y ya te agarraban los milicos, […] y querían
pasarte todos. Si vos te dejabas te pasaba toda la comisaría. Los milicos en
ese sentido…, los odio ¿viste? Porque son de terror... (Entrevista a Roberto
Acosta 8/7/2006).
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me lo cruzaba por 18 de Julio y volvía de nuevo sobre mí…. tenía que salir
disparando, me metía mano en el bolsillo. Pasaba por al lado tuyo y te decía
«puto de mierda» y te escupía. No iba a la Policía por miedo. (Entrevista a
Oscar Olivera 31/8/2011).
Oscar Olivera nació en 1959, es psicólogo y fue integrante de las organizaciones Escor-
pio, Somos, y La Brújula Queer.
La persecución policial en Montevideo durante las dictaduras se centró dentro de la
diversidad sexual en particular en homosexuales y travestis. Si bien en algunos ca-
sos se detuvo a lesbianas fue la excepción. Esta diferencia probablemente radique en
las diferentes formas de relacionamiento con el espacio público que tienen lesbianas,
homosexuales y travestis, pautadas por los patrones de género. El pasado reciente y
la violación de los derechos humanos de los disidentes sexuales no fue por ello un eje
significativo para las lesbianas que integraban organizaciones mixtas en Montevideo, en
donde no hubo grupos exclusivamente lésbicos de peso.
El primer lugar fue en una calle céntrica (Andes y 18 de Julio), y a partir de 1967-1968
la mayoría se trasladó a la zona de bulevar Artigas y 21 de Setiembre.
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rato. Cuando veían que no me daba más el cuerpo, los mismos llaveros te
daban agua, aunque te prohibían tomarla porque se decía que amortigua-
ba los golpes. Y te sacaban desnuda del calabozo. […] A veces la policía te
extorsionaba. En dictadura era mucho más. Si arreglabas, si entregabas a
alguien, salías de la oficina sin problema (Entrevista a Julia 16/7/2011).10
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Mariela recuerda que algo similar les sucedió a varias de sus compañe-
ras del circuito de prostitución callejera:
[…] a mis amigas las llevaron… la Negra Pantera estuvo 15 días en el cuar-
tel… las llevaban a los cuarteles y a la Marina, las violaban, las hacían
caminar de rodillas sobre pedregullo. Era cuando andaban en la calle las
Fuerzas Conjuntas… yo siempre corrí como loca, me conocía los aparta-
mentos y vericuetos de 21 de Setiembre … no sabes… me conozco todos los
por mayores de ahí adentro porque siempre me escondía. En la Armada te
daban una inyección. […] y después te dejaban en las rocas, «abrazate de las
piedras que te vas a caer y no mires hasta que nos vayamos», seguías enca-
puchada, viste, escuchabas el ruido de las olas, y no sabías dónde estabas,
y ahí te dejaban, para que vos no vieras (Entrevista a Mariela 2/10/2011).
Esta violencia sexual también fue aplicada por la policía, muchas veces
sobre la propia población que reprimía y torturaba:
La policía aparecía a cualquier hora de la noche, llamaba y te sacaba volan-
do de la cama. Muchas veces ibas a parar a una celda, te fichaban y te deja-
ban toda la noche ahí. Otras, te llevaban y era simplemente para satisfacer
sus deseos sexuales. Y muchas veces también no llegabas a la comisaría
sino que el deseo sexual era satisfecho en donde se les antojaba (Pierri y
Possamay, 1993: 19).
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humanos durante la dictadura ocupó un lugar relevante en el debate pú-
blico durante el gobierno de Sanguinetti (1985-1989), en la medida que
este promovió la aplicación de amnistías para los militares implicados. A
su vez, la subordinación del poder militar a la autoridad civil fue un pro-
ceso complejo, lleno de retrocesos y avances durante los cinco primeros
años de la democracia. El riesgo de desacato que anunciaban los militares
citados para ser juzgados por la violación de derechos humanos durante
la dictadura promovió entre el Partido Colorado y el Partido Nacional la
aprobación de la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado,
el 22 de diciembre de 1986. La aprobación de esta ley generó profundo
malestar en algunos sectores sociales, por lo que el 28 de enero de 1987
se constituyó la Comisión Nacional Pro Referéndum que reunió a figuras
emblemáticas (Matilde Rodríguez, Elisa Dellepiane y María Esther Gatti),
al movimiento de derechos humanos uruguayo, un vasto número de orga-
nizaciones sociales, y sectores político partidarios. Pese a que se logró la
cantidad de firmas necesarias el resultado del referéndum del 16 de abril
de 1989 dio la victoria al voto amarillo (a favor de mantener vigente la ley),
con el 57% de los votos.
De esta forma en Uruguay, el tema de los derechos humanos no se
volvió un marco fundacional de la nueva democracia, y no hubo durante
la siguiente década ningún tipo de investigación judicial sobre la violación
de los derechos humanos durante la dictadura cívico militar. Y la publi-
cación del informe Nunca Más en Uruguay (que fue elaborado a iniciativa
del SERPAJ y no del Estado), no tuvo tanto impacto social.
Al mismo tiempo que se procesaba este debate social y político sobre
los derechos humanos, y el lugar que debían ocupar las Fuerzas Armadas
en la nueva democracia, la policía siguió ejerciendo en forma rutinaria en
la ciudad prácticas de control social sobre diferentes grupos sociales.
De esta forma, a partir de fines de 1985 a la detención de homosexuales
en espacios públicos se sumó una nueva modalidad: las razias. Esta fue
una estrategia represiva que la policía aplicó, en forma intermitente hasta
fines de 1989. La detención en «averiguaciones» (Decreto 680/980 de la
dictadura que aún no había sido derogado durante el primer gobierno de-
mocrático) era inconstitucional (artículos 15 al 17), iba en franca oposición
al Código Penal, (Código de procedimiento Penal, artículos 118/124) y era
contrario al derecho internacional reconocido por Uruguay. Los funciona-
rios policiales según la Constitución solo debían tener derecho a detener
a un individuo si se estaba ante un delito flagrante, cuando hay pruebas
o por orden escrita del juez, pero nunca podían detener a los ciudadanos
por no tener documento de identidad, constancia laboral y/o carné de es-
tudiante. La policía montevideana aprovechó la vigencia de este decreto
militar para realizar razias masivas en algunos lugares de encuentro de las
subculturas juveniles, y para detener a gays en el espacio público.
Pero este continuismo del autoritarismo moral no despertó, en los pri-
meros años democráticos, críticas dentro del sistema político y las organi-
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zaciones sociales más importantes, en la medida que sus mecanismos de
regulación heteronormativos eran implícitamente compartidos por todos
estos sectores.
La izquierda uruguaya durante los años ochenta, reprodujo las visio-
nes sesentistas en donde se consideraba a la homosexualidad como una
patología (Ruiz y Paris, 1997, Sempol, 2010). Esteban Valenti señalaba en
1988 que existía en el seno del PCU una «definición histórica» en torno a la
exclusión de los homosexuales del partido, y agregaba:
eso es así históricamente y nadie lo ha revisado y no creo que esté planteada
su revisión. Es posible que hace unos cuantos años, la confrontación con el
homosexualismo era muy dura y muy tajante (mientras) hoy hay una actitud
firme, clara, pero no de campaña y propaganda. (Búsqueda 8/12/1988: 6).
13 Lilián Celiberti fue militante del PVP, presa política durante la dictadura y es feminista.
Fue una de las fundadoras de la organización Cotidiano Mujer, espacio en el que sigue
actualmente participando.
14 José nació en 1952, es investigador y escritor, y fue militante durante 1984 y 1985 del
grupo Escorpio.
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La visión hegemónica de la homosexualidad como perversión promo-
vió en las organizaciones la necesidad de legitimar una agenda mínima y
centrar sus acciones en los problemas más urgentes del presente en que
vivían. La represión policial en un creciente clima de liberación política
explica el surgimiento de Escorpio (setiembre de 1984), la primera orga-
nización homosexual del Uruguay. Su proyecto fue construir una sub-
cultura en oposición al partidocentrismo, haciendo eje en la liberación
sexual y de los cuerpos. El fin de la censura a partir de 1985 permitió que
su «Manifiesto Homosexual» cobrara visibilidad, pero el clima represivo y
de discriminación fue tan intenso que la organización funcionó en forma
clandestina hasta su disolución en 1987 y tuvo grandes dificultades para
hacer audibles sus denuncias y planteos.
Además, Escorpio pretendía «destruir el esquema de roles rígidos exis-
tentes por sus derivaciones opresivas y autoritarias», proponer una edu-
cación sexual «liberadora a todos los niveles», «destruir el folklore y la
mitología que rodea el tema que solo promueve una conducta homófoba»
y lograr así «la inserción natural en la sociedad y una vida digna» (docu-
mento Manifiesto Homosexual, Escorpio, 1985). Las metas de Escorpio
eran integrarse, aportar, a través de la construcción de garantías que
permitieran ese proceso.
La persecución de la que eran objeto los homosexuales durante la
transición democrática fue denunciada por la fundación Escorpio, y se
optó por distribuir volantes con información clave para las personas que
experimentaban estos apremios. Así uno de los volantes del grupo Es-
corpio convocaba a no «ceder al chantaje de los tiras» y a «denunciar las
extorsiones», se alentaba a resistir el fichaje cuando se era detenido y se
aclaraba que la homosexualidad no era un delito en Uruguay, y que esta
no era comprobable por «pruebas forenses» (volante de Escorpio, 1985).
El otro problema grave, los chantajes, también recibió especial atención
dentro de la organización. El abogado Eduardo Reisch Sintas recuerda:
En esa oportunidad vinieron a consultarme dos jóvenes. Querían el ase-
soramiento legal para ver la forma de poder terminar con la extorsión que
venían sufriendo y determinar cuáles serían los caminos posibles a seguir.
Vamos a ver qué podemos hacer, les dije, y fue así que acudí a la Policía.
Por suerte en ese momento estaba de jefe de Policía alguien que había sido
compañero de facultad y que también era abogado, y con su colaboración
logramos capturar al sujeto que los estaba extorsionando y que resultó ser
un funcionario policial […] (Hablan los homosexuales. Ettore Pierri y Lucia-
na Possamay, La República, 1993: 20, 21)
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Pero en ninguno de los documentos de Escorpio se hace alusión a la
represión que sufrieron los homosexuales durante la dictadura. La acción
y el discurso del grupo se centró en generar condiciones sociales y políti-
cas de habitabilidad en ese contexto histórico y combatir la continuidad
de la violencia estatal, dejando de lado temas del pasado, que dado el alto
grado de homofobia y rechazo social eran inaudibles.
[…] yo empecé a salir también en radio, era terrible, los oyentes tenían un
discurso insoportable, […] la gente llamaba, que éramos enfermos, locos,
que había que ponernos presos. En estas opiniones veías la ferocidad, un re-
chazo virulento, la violencia justificada. (Entrevista a José 24/2/2011).15
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dos, y ambas no se posicionaron públicamente —salvo excepciones— so-
bre el pasado reciente.16
En Uruguay las primeras organizaciones travestis aparecieron en 1991
(Mesa Coordinadora de Travestis y luego la Asociación de Travestis del
Uruguay) y centraron su trabajo en el problema de VIH-SIDA y la exclusión
social. Estas organizaciones no denunciaron en su momento la existencia
de violencia policial debido a que esta en general había cesado a fines de
los años ochenta, luego de que se judicializara una denuncia por tortura
que sufrió una travesti en una comisaría montevideana.
El silencio en las organizaciones travestis sobre la violación de los de-
rechos humanos durante la dictadura y la violencia policial en los años
ochenta fue también persistente. En una entrevista, que realizó el sema-
nario Mate Amargo en 1991 a varias integrantes de la Mesa Coordinadora
de Travestis, emergió esta realidad en forma explícita. El cronista primero
les preguntó «¿Cómo vivieron los travestis durante la dictadura?» y anotó
a continuación en la nota la reacción de las entrevistadas «(intercambian
miradas y por primera vez noto algo parecido al espanto)». Finalmente
Fanny, una de las entrevistadas, contestó: «Mirá, nadie te va a hablar de
esto. Para nosotras es una página cerrada. Cambiá de tema, por favor».
El cronista insistió: «¿Y la situación actual cuál es?». Adriana, otra de las
chicas entrevistadas, entonces respondió: «Te diría que normal. A menudo
nos detienen, estamos 12 horas y nos largan» (Mate Amargo, Año VI, n.º
128, 11/9/1991: 12-13).
Este silencio de la población LGTTBIQ sobre la violencia estatal que su-
frió durante la dictadura es muy difícil de interpretar. A nivel general, es
posible que la persistencia de este silencio esté relacionada con el miedo a
volverse visibles (inevitable si se realiza una denuncia), así como a los efec-
tos de un estigma social que legitimaba la represión estatal y cuestionaba el
lugar de víctima de homosexuales y trans. Así mismo, todavía para muchos
homosexuales, la sexualidad seguía siendo un aspecto íntimo y cualquier
denuncia, que tuviera como centro este tema, era vivida como riesgosa en
la medida que exponía en exceso al individuo a la mirada del otro.
También pudo incidir el temor a no ser tomados en serio por las au-
toridades en la medida que no existía ninguna ley que garantizara sus
derechos y eran hegemónicas las visiones que patologizaban estas iden-
tidades, así como una evaluación resignada ante la situación de vulne-
rabilidad social que termina por volver inconducente y hasta peligrosa
16 Las publicaciones de las organizaciones no hablan del pasado dictatorial. Solo dos men-
ciones aparecen en los boletines de Homosexuales Unidos, una en que se alude a la
necesidad de que los derechos humanos dejen de ser un discurso para ser una realidad,
mientras que se comentan los incidentes del Filtro, y la otra en la que se denuncia el
autoritarismo moral de la dictadura en forma genérica: «[…] Nuestra reciente dictadura
militar —como las demás del continente— predicó una moral sexual y familiar enmarca-
da en los mismos parámetros represivos, llegando a prohibir el pelo largo en los varones
y los pantalones en las niñas, a modo de “tratamiento preventivo”» (Aquí estamos, boletín
de Homosexuales Unidos, diciembre de 1993: 10).
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cualquier tipo de denuncia. Muchos perpetradores seguían estando en
cargos claves en la Policía y las Fuerzas Armadas, aun cuando las per-
sonas cuyos derechos humanos fueron violados por motivos políticos
eran consideradas víctimas y sus denuncias eran reconocidas por una
parte importante de la población, algo que no sucedía para nada con las
víctimas homosexuales y trans. De esta forma, el escenario distaba de
ser alentador para iniciar acciones judiciales o denuncias de este tipo y
promovía miedo y estrategias de autopreservación individuales entre los
afectados. Este aspecto, probablemente, pesó mucho más que el hecho
de que existió una clara ruptura (en particular con la población trans) en
el relacionamiento con la policía montevideana, durante la dictadura y la
transición democrática, respecto a los años sesenta y noventa, lo que de
alguna forma desalentaba la naturalización de la violencia estatal entre
estos actores y el resto de la sociedad.
A su vez, las organizaciones homosexuales y lésbicas de los años
ochenta no tenían casi relación con las trans y buscaban políticamen-
te deconstruir la asociación recurrente entre homosexual y travesti que
circulaba socialmente en estos años, por lo que tampoco fueron ámbitos
receptivos, a partir de los cuales se pudiera llevar al espacio público algún
caso que involucra a travestis (las que a diferencia de los homosexuales
no tenían problemas con la visibilidad). La problemática de las trans se
logró incluir en la agenda del movimiento recién a partir de la década de
los noventa, a través de sus propias organizaciones, momento en que las
mayores dificultades con la policía ya eran un tema del pasado.
Esta configuración generó que las experiencias y sentidos sobre la re-
presión persistieran entre la población LGTTBIQ como memorias privadas y
que con el tiempo (debido a la dispersión geográfica, la muerte de muchos
de sus protagonistas y la falta de organizaciones LGTTBIQ que construyeran
efectivamente comunidad) se fueran deshilachando y encapsulando en las
narrativas individuales, silenciadas por la vergüenza y la imposibilidad de
encontrar un otro que escuche y que reconozca su realidad y permita afir-
mar el relato. De hecho, durante la realización de esta investigación, mu-
chos de los entrevistados me refirieron que era la primera vez que hablaban
sobre este tema por fuera de su círculo íntimo de afectos.
Si bien la agenda de los derechos humanos se reactivó a partir de
1996 en nuestro país y sufrió importantes cambios y avances en los úl-
timos años, que permitieron confirmar socialmente la existencia de una
metodología represiva sistemática que generó detenidos desaparecidos,
tortura y represión por motivos políticos durante la dictadura, la no in-
clusión de ninguna referencia a persecuciones por orientación sexual
o identidad de género, reforzó la invisibilidad de este tipo de violencia
estatal moralizante.
Las organizaciones LGTTBIQ montevideanas recién comenzaron a utili-
zar la categoría de derechos humanos en forma central a fines de los años
noventa, pero siempre aludiendo a los derechos humanos de la diversidad
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sexual, y no a la sexualidad como un derecho humano, como hizo el movi-
miento LGTTBIQ argentino en los años ochenta y el movimiento internacio-
nal LGTTBIQ a partir de mediados de los años noventa (Correa, Petchesky,
Parker, 2008). Además, los discursos de las organizaciones que incluye-
ron esta categoría no hicieron referencia al pasado reciente.
Reflexiones finales
Como señala John Conroy (2001), en toda sociedad existe una clase de
individuos que la mayoría social admite como «torturables». Esta catego-
ría va variando en el tiempo, y es la base que permite identificar en cada
contexto cuáles víctimas reciben reconocimiento oficial, cuáles van a ser
consideradas libres de toda culpa, y cuáles son ignoradas por completo en
un momento dado (Elias, 1986:17).
En Uruguay la persecución policial sobre homosexuales y trans duran-
te la dictadura cambió radicalmente, en la medida que se practicó la tor-
tura y el maltrato en forma recurrente, y el ejército y la armada torturaron
y ejercieron violencia sexual en particular sobre la población travesti. Este
ensañamiento específico con la población trans demuestra nuevamente
como existieron y aún existen ciudadanos que viven en «estado de excep-
ción permanente». Y que por lo tanto, al ser considerados en sí mismos
como cuerpos abyectos carentes de derechos son pasibles de la más varia-
da gama de acciones discriminatorias, escudando o argumentando estas
acciones en un discurso moralista que culpabiliza a la víctima, señalando
que fue su condición, actividad laboral o conducta de riesgo la causante
de estas situaciones de violencia, eliminando de esta manera la responsa-
bilidad de la sociedad y sus conductas discriminatorias que hasta el día
de hoy condena a la población trans a ejercer el comercio sexual como
única salida laboral sustentable. La violencia militar cesó con la transi-
ción democrática pero no la policial, la que duró hasta fines de los años
ochenta. A partir de ese momento, la estigmatización y la exclusión social
de la población LGTTBIQ se volvieron en Montevideo el eje central del tra-
bajo de las organizaciones. Por ello, en términos generales, la violencia es-
tatal hacia la diversidad sexual en Montevideo a partir de 1990 fue antes
que nada en el terreno simbólico: el no reconocimiento de derechos legales
y la inacción ante las situaciones de discriminación a nivel social.
La transición pactada uruguaya y el naufragio del impulso de lograr
«verdad y justicia» en 1989 impidieron la judicialización de las denuncias
por violación de los derechos humanos de familiares de detenidos desapa-
recidos, reduciendo aún más las posibilidades de que algo similar sucediera
con las violaciones a los derechos humanos sufridas por la población LGTT-
BIQ. Se instaló así un persistente silencio sobre la violencia vivida, que fue
abonado por las barreras sociales y la vergüenza que imponía estar en el ar-
mario, la fuerte discriminación social y la imposibilidad de hacerse audibles
socialmente. Este silencio también puede explicarse por la minimización en
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las propias víctimas de la violencia estatal y la falta de reconocimiento del
derecho a tener derechos. A su vez la temática de la diversidad sexual no
era tomada por el sistema político ni las organizaciones sociales de mayor
relevancia, los cuales incluso antes y luego de la dictadura esgrimían dis-
cursos fuertemente heteronormativos y homofóbicos.
De esta forma, el nivel de realidad y visibilidad que lograron en los últi-
mos diez años las violaciones de los derechos humanos por motivos políticos
(en particular los detenidos desaparecidos gracias a los procesos judiciales),
nunca fue alcanzado por las que tuvieron fines político moralizantes.
Las conquistas legales obtenidas por la diversidad sexual en los últimos
cinco años en Uruguay 17 produjeron un cambio en la situación de subordi-
nación social que vivía la población LGTTBIQ, y un avance importante en su
legitimación social. Este movimiento abre nuevos lugares de enunciación y
hasta tal vez, en el caso montevideano, la salida al espacio público de las
memorias privadas sobre la dictadura. Esta posibilidad es incierta, es ver-
dad, pero sin embargo la progresiva desnaturalización que algunos entre-
vistados/as manifestaron sobre sus experiencias de violencia estatal ante
nuestro interés en este tema, marcan una inflexión prometedora.
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