Manejo de La Disciplina y Las Pataletas
Manejo de La Disciplina y Las Pataletas
Manejo de La Disciplina y Las Pataletas
Los límites y las normas son necesarios para crecer. Sin disciplina es muy difícil
socializarse bien y madurar.
Es importante introducir estos límites poco a poco y hacerlo en su justo momento. Una de
las labores más difíciles de los padres es, de hecho, saber cuándo ha llegado el momento
de decir 'no' a sus hijos.
Poner límites y normas a los hijos es una tarea muy poco agradecida. Al fin y al cabo se
trata de negarle cosas a tus pequeños. Por esta razón debes tener siempre claro que
estás actuando en su beneficio. Tienes que ser constante y tener mucha paciencia.
Cuando se trata de poner normas a tus hijos no es bueno improvisar. Ten un esquema
preparado y cíñete a él. Tus pequeños aprenderán los límites de forma más rápida.
También es importante que consensues las reglas con los otros adultos de la casa. No es
bueno que un padre le diga una cosa a su hijo y su madre otra distinta.
No fijes normas o límites poco claros. Cuanto más concreto seas, mejor de esta forma tus
hijos sabrán qué es exactamente lo que tienen que cumplir.
Los niños necesitan ser guiados por los adultos para que aprendan cómo realizar lo que
desean de la manera más adecuada.
Es fundamental establecer reglas para fortalecer conductas y lograr su crecimiento
personal.
Los límites deben fijarse de manera que no afecten el respeto y la autoestima del niño.
Se trata de poner límites sin que el niño se sienta humillado, ridiculizado o ignorado.
Señale la situación problemática empleando pocas palabras. Los sermones son poco
efectivos y alteran a las personas.
Evite calificar al niño, solamente señale el problema. Sea firme, pero tranquilo.
Dedique el tiempo suficiente. Si uno está mal para enfrentar el día, si no se lleva bien
con otros miembros de la familia, si se siente presionado o si tiene temor por el día que
se avecina, los niños sentirán esta tensión.
Cuando no se respetan los límites, debe traer consecuencias. Las cuales deben ser
proporcionales, directas y, en la medida de lo posible inmediatas a la situación que las
provoca. Las consecuencias deben ser adecuadas a la situación. Esto es, que guarden
una relación natural o lógica con la conducta en cuestión.
Las reglas deben establecerse de común acuerdo entre padres e hijos, deben ser el
producto de la discusión y el entendimiento.
No queremos que los niños crean que porque deseamos ser sus amigos, ellos podrán
hacer lo que deseen. No queremos tampoco que nos tengan miedo. El mundo necesita
gente que tenga valentía y coraje y que sea original, no gente tímida.
La disciplina depende en gran parte de las habilidades y de las conductas de los adultos,
como también de la capacidad para combinar el afecto y el control. Esto es difícil, pues
exige mucho de nosotros mismos. La buena disciplina no es solamente castigar o lograr
que las reglas se cumplan, implica también que nos gusten los niños y que ellos se
sientan aceptados y queridos por nosotros. El proveerles de reglas claras y apropiadas
es sólo para su protección.
Nuestra conducta y actitudes afectan la conducta de nuestros hijos. Es posible que los
niños se sientan bien, pero empiezan a portarse mal si se les dirige masivamente, o se
les grita, en lugar de tratarlos como seres humanos. Los niños imitan la conducta de los
adultos y si el adulto es grosero, estos también lo serán.
Además, debemos recordar que el tono de voz, el uso de las manos, los gestos y las
acciones pueden contribuir a controlar problemas. Las palabras del adulto también
pueden ayudar al niño a comprender sus sentimientos y los de otros.
El grado de autocontrol que tienen los niños depende, en gran medida, de la actitud de los
padres. El autocontrol como la tolerancia al dolor se educa. Todos hemos oído casos de
niño que a muy corta edad han sido operados en tantas ocasiones que cuando sus
padres les dicen que van al hospital cogen su osito y no muestran mayor rechazo. Con la
capacidad para tolerar frustraciones y para auto controlar las expresiones de agrado o
desagrado sucede lo mismo. Un niño puede haber aprendido que cuando papá dice que
no, esa decisión es inamovible, pero también puede saber que se le permitirá gritar,
protestar y tirarse al suelo para mostrar frustración sin que nadie le pare los pies. El
grado de autocontrol y de tolerancia a la frustración está muy relacionado con la
capacidad de la familia para hacer respetar su autoridad. La familia tiene más razones
para saber que debe poner límites claros y que sean adecuados a lo que el niño puede
ofrecer.
Recuerde:
Los adultos que conviven con el niño tienen que estar de acuerdo acerca de los límites
que debe tener: qué se le permite y qué se le prohíbe. Hay que ser cuidadoso con el
castigo, porque si éste no se lleva a cabo adecuadamente, el niño no aprenderá lo que es
bueno y malo, no fortalecerá su moral. Tal vez deje de hacer lo que se le censura por
temor, pero no por convicción. Lo importante es que el adulto ejerza su autoridad de
manera que le dé la oportunidad al niño de aprender algo de la experiencia. Ante un
berrinche, por ejemplo, se lo puede ignorar, excluir al pequeño del grupo hasta que se
calme, y explicarle que esas son las consecuencias de su acción. Aprenderá a tener más
cuidado la próxima vez. Se le puede invitar a que participe en la reposición del daño
causado, remendando el libro destruido, el juguete quebrado, el dedo maltratado del
hermano y, por último, es importante afirmar que la censura mediante palabras o gestos
es a menudo insuficiente para que el niño se dé cuenta de que con su acción ha roto el
vínculo de confianza mutua y de solidaridad al hacer algo desagradable a los otros, si
existe una fuerte relación familiar.
Los cambios en los niños, para modificar una conducta inadecuada, muchas veces son
lentos y progresivos; por lo cual, se necesita dedicación, paciencia y esfuerzo conjunto de
la familia y la escuela en dicha tarea. Uno de los aspectos más importantes es el que el
adulto debe ser firme y constante en los lineamientos. Tenga paciencia, el niño puede
tener avances y retrocesos en su adaptación.
El comportamiento del niño siempre ocurre en interacción con otra persona. Los niños
deciden sobre sí mismos y sobre cómo comportarse a partir de cómo se sienten en
relación con la persona que se están relacionando y de cómo creen que la otra persona
“les ve”. Los niños tienen un cerebro en crecimiento que constantemente establece
creencias sobre sí mismos, sobre el mundo, y sobre lo que necesitan para desarrollarse.
Toda conducta tiene una finalidad. El principal objetivo de un niño es sentirse importante y
tenido en cuenta. En todos los niños. Por ello, cuando un niño no se siente importante
tiene una creencia errónea sobre cómo lograrlo, y es cuando viene lo que nosotros, los
adultos, catalogamos como “portarse mal”. Hay que tener en cuenta que muchas veces
queremos niños/as obedientes, que hagan caso a la primera y que no cuestionen
nuestras normas y mandatos, pero ¿estamos educando o adiestrando?
Viqui Durán
Psicóloga Clínica
Tlf: 0412-6034911