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UNADIS-UNIVA

Licenciatura en Teología Módulo: Cristología

Lectura 31
Ver la realidad a la luz de los signos de nuestro tiempo (IV)

La ciencia después de Einstein


Durante casi cuatrocientos años, el pensamiento occidental ha estado dominado por la
ciencia moderna. Y durante la mayor parte de ese tiempo, la ciencia ha sido un problema
de primer orden para la fe. Hoy esta situación está cambiando. Hay una nueva ciencia,
una nueva clase de mentalidad científica que abre nuevas y vastas posibilidades a la
espiritualidad y la fe en Dios. Este cambio constituye uno de los signos realmente
importantes de nuestro tiempo.

La mentalidad científica del pasado


Los arquitectos principales de la cosmovisión científica fueron Francis Bacon (1561-1626),
Rene Descartes (1596-1650) e Isaac Newton (1642-1727). Hubo otros, pero estos
hombres podían ser llamados los padres de la ciencia moderna.

La ciencia era para Bacon conquista del hombre y domesticación de la naturaleza. Las
mujeres eran vistas como parte de la naturaleza y no podían ser contadas entre los
conquistadores científicos de la misma. Para Descartes el cuerpo humano era,
simplemente, una máquina. Pero la mente pensante racional era algo completamente
separado y superior: el espíritu en la máquina. Newton veía todo el universo como una
máquina gigante. Afirmaba que era un reloj que había sido creado por Dios, el cual le
había dado cuerda y había dejado que siguiera funcionando por su cuenta.

El universo es, según esta cosmovisión, una colección de objetos, y los más pequeños de
éstos son los átomos. Los átomos operan como las partes de una máquina, mecánica y
predeciblemente, según las leyes estrictas de la física, las leyes de la gravedad y el
movimiento, y de acuerdo con las propiedades que Dios ha dado a cada átomo. Ésta era
una cosmovisión científica, en el sentido de que estaba basada en medidas, experimentos
controlados y pruebas empíricas.

Los famosos descubrimientos e invenciones de la revolución industrial fueron posibles


gracias a esta cosmovisión mecanicista. El minucioso estudio que Newton realizó de las
leyes de la gravedad y del movimiento hizo posible que la tecnología construyera
máquinas cada vez más sofisticadas.

Esta cosmovisión mecanicista del siglo XVII se convirtió en la norma de todas las
empresas científicas. John Locke veía la sociedad como una máquina en la que las partes
eran individuos aislados que trataban de satisfacer sus intereses egoístas y eran capaces
de cooperar entre sí únicamente por medio de contratos sociales. El estudio científico que
Freud hizo de la psique humana, y en especial de la mente inconsciente, aun siendo
brillante, estaba limitado por el marco mecánico y materialista de su pensamiento. El
socialismo científico de Marx, basado en un concienzudo análisis del capitalismo y en las
predicciones sobre su futuro, estaba profundamente influido por la comprensión
mecanicista de lo que significa “científico”. Incluso el estudio científico que Darwin hizo de
la evolución estaba limitado por la visión según la cual la única forma mecánica en que
una especie podía evolucionar a partir de otra era por selección natural. La medicina

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occidental sufrió la misma limitación. El cuerpo era visto como una especie de máquina
sofisticada.

De hecho, esta clase de mentalidad científica ha influido en el pensamiento de la mayoría,


especialmente de quienes han tenido una educación occidental científica típica.

Ha habido y sigue habiendo excepciones: místicos, poetas, artistas, algunas personas


creyentes, pueblos con culturas premodernas y, en general, en casi todas las partes del
mundo, las mujeres. Según la cosmovisión mecanicista, el pensamiento de estos grupos
es acientífico, supersticioso. En opinión de los científicos, tales formas irracionales de
pensar no contribuían en nada al progreso de la “humanidad”.

Dios estaba completamente ausente de este mundo. Si Dios existía, tendría que estar en
otro mundo espiritual o sobrenatural. Esto explica la esquizofrenia de dos mundos en que
hemos crecido la mayoría de los seres humanos, el dualismo que separa el mundo
material del mundo espiritual, el cuerpo del alma, la creación del Creador. Y en esto llegó
Albert Einstein (1879-1955).

La nueva ciencia
No es casual que el nombre de Einstein se haya convertido en sinónimo de inteligencia
excepcional. No ha habido otro genio como él. Lo que él y otras muchas personas han
sido capaces de demostrar durante los últimos cien años es que la cosmovisión
mecanicista que llamamos ciencia es, simplemente, acientífica. Y aunque ha hecho falta
tiempo para que las consecuencias de sus descubrimientos, y de otros descubrimientos
similares, fueran apreciadas, hoy la gran comunidad de científicos de todo el mundo, con
contadas excepciones, ha abandonado la visión mecanicista de la realidad.

Lo realmente significativo acerca de este cambio de paradigma que está sacudiendo el


mundo es su carácter científico. La cosmovisión mecanicista ha sido desmantelada por
innumerables experimentos, por mediciones meticulosas, por pruebas empíricas sólidas.
La hipótesis mecánica no puede explicar ya los “hechos” tal como los científicos los
conocen hoy.

Es la forma en que casi todos pensaremos en un futuro no muy lejano. Cambiará nuestra
conciencia como ninguna otra cosa lo ha hecho antes. Hoy aparece como un signo de un
mañana enormemente apasionante. ¿Y en qué consiste esta nueva cosmovisión
científica?

Física cuántica
Uno de los grandes descubrimientos de Einstein fue que la energía y la materia eran, en
palabras de Bill Bryson, “dos formas de la misma cosa; la energía es materia liberada; la
materia es energía que espera ser liberada”. Esto no era una teoría vaga. Einstein midió
de hecho la cantidad de materia (su masa) que sería equivalente a una cantidad particular
de energía. De ahí surgió la fórmula más famosa del mundo: E = me2. Esto no se podía
conciliar con el modelo mecanicista de la física, porque se suponía que la energía era una
actividad o movimiento y que la materia era una cosa. ¿Cómo podía una cosa convertirse
en movimiento y cómo podía una actividad convertirse en una partícula de materia?

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Pero esto no era más que el comienzo. Einstein descubrió también que la luz se comporta
unas veces como una partícula, y otras veces como una onda. Los científicos
mecanicistas habían establecido ya que la luz tiene que ser una onda y, por tanto, dieron
el salto a la conclusión de que tiene que haber alguna clase de sustancia donde se
muevan las ondas de luz. A esta sustancia hipotética le llamaron “éter”.

Hoy los científicos nos dicen que el éter no existe y que la luz no es una onda ni una
partícula. La verdad es que nuestras mentes humanas son limitadas. No podemos
comprender la luz; sólo podemos tratarla como si fuera una onda y, para otros fines, como
si fuera una partícula. En realidad, no es ninguna de las dos cosas; es algo que está más
allá de la mente y la imaginación humanas. Para nosotros, la luz es un misterio.

La luz es una forma de energía, y la energía, claro está, es igualmente misteriosa. Cuando
Einstein y otros muchos científicos “abrieron” el átomo y analizaron sus “contenidos”,
separando electrones, protones, neutrones y otras muchas “partículas”, hasta llegar a los
pequeños quarks infinitesimales, pronto cayeron en la cuenta de que en realidad no se
trataba de partículas ni de ondas ni de ningún otro objeto reconocible. Se trataba de
modelos y relaciones. Pero, ¿cómo podemos tener modelos y relaciones sin nada que sea
modelado o relacionado?

El misterio se hizo aún más profundo cuando el gran físico Niels Bohr dio el salto cuántico.
Los electrones, que han de ser tratados como partículas que se mueven en una órbita, a
veces saltan de una órbita a otra sin pasar a través del espacio entre ambas órbitas.
¿Cómo es esto posible? Hay otros muchos enigmas que constituyen un desafío para la
explicación, no porque no tengamos pruebas suficientes, sino porque en el mundo
subatómico las pruebas empíricas se contradicen a sí mismas.

La última teoría o forma de describir lo que parece suceder en el mundo subatómico tiene
que ver con el vacío cuántico. El noventa por ciento de cualquier átomo es espacio vacío.
En ese espacio no hay nada. Pero los electrones y todas las demás “partículas” que
parecen girar dentro del átomo surgen de esa nada y vuelven a desaparecer en ella. David
Bohm, el físico cuántico que más ha estudiado este fenómeno, habla de orden implicado y
orden explicado. El orden implicado es el vacío creador, la totalidad intacta del universo,
que es invisible. El orden explicado es la multiplicidad y diversidad de cosas y
acontecimientos que surgen del orden implicado y se presentan como prueba empírica. El
universo no es lo que era antes. No es una máquina. Es un misterio.

El universo está expandiéndose


Otro de los descubrimientos de Einstein fue tan extraordinario que, durante años, él mismo
no pudo creérselo. Sus cálculos llevaron a la conclusión de que todo el universo estaba
contrayéndose o expandiéndose. Esto era difícil de admitir incluso para Einstein. Pero
entonces, unos años después, el astrónomo Edwin Hubble (1889-1953) proporcionó
pruebas incontrovertibles del fenómeno de un universo que se expande rápidamente.
Antes de Hubble, la única galaxia conocida era la nuestra, la Vía Láctea, y no estaba
expandiéndose, porque las galaxias se mantienen unidas por la fuerza de la gravedad.
Hoy sabemos que existen unos 140.000 millones de galaxias y que se están alejando
unas de otras en todas las direcciones a una velocidad cada vez mayor. Los cálculos de

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Einstein no estaban equivocados. Algunos años después, habló de este ocultamiento de


sus conclusiones como el mayor error de su vida.

El paso siguiente consistió en retrotraerse desde el momento presente a un punto del


tiempo y del espacio donde todo tenía que haber empezado a expandirse hacia fuera.
Conocido por muchos como el “Big Bang”, se estima que tuvo lugar hace
aproximadamente 13,000 ó 15,000 millones de años.

Varios cientos de miles de científicos se pusieron a trabajar tratando de rastrear los


numerosos pasos de la evolución del universo desde la primera gran explosión de energía
pura, pasando por el desarrollo de protones, electrones, átomos, moléculas de hidrógeno y
helio, estrellas, supernovas (estrellas que explotan), galaxias, planetas que giran alrededor
de estrellas..., hasta llegar al planeta Tierra, la evolución de la vida, de la que nosotros
somos un ejemplo destacado.

Se ha escrito mucho sobre el desarrollo de esta expansión, pero fueron Brian Swimme y
Thomas Berry quienes presentaron toda la historia en un largo y apasionante relato en su
libro La historia del universo: desde el destello primordial a la era ecozoica. Se trata del
nuevo relato de la creación que ha avivado la imaginación de cientos de miles de
personas. Lo llamamos la “nueva cosmología”.

Después de realizar millones de experimentos y cálculos, lo que tenemos hoy es una


nueva cosmovisión que ve nuestro universo increíblemente inmenso expandiéndose a una
velocidad increíble desde un punto más pequeño de cuanto podamos imaginar. Y si esto
no aturde la mente, podemos tratar de captar lo que los científicos quieren decir cuando
afirman que no hay espacio fuera de este universo, ni tiempo antes del Big Bang, porque
el espacio y el tiempo se crean a medida que el universo se expande. Si uno fuera capaz
de imaginar que viaja a una velocidad increíble hacia el extremo del universo, podría
volver a encontrarse de nuevo en el punto de partida, debido a lo que Einstein llamó la
curvatura del espacio. Como observó en una ocasión el biólogo J.B.S. Haldane, “el
universo no es sólo más extraño de lo que suponemos, sino que es más extraño de lo que
podemos suponer”.

Sistemas que se autoorganizan


Hace mucho tiempo que los biólogos han abandonado la idea de que los organismos vivos
son como máquinas. Los profesionales de la medicina reconocen hoy que es ineficaz
tratar el cuerpo humano como un mecanismo separado. Hablan de la sanación holística,
del tratamiento de toda la persona, incluido su entorno social y físico.

Hoy los organismos vivos son descritos como sistemas que se autorregulan. Se organizan,
se nutren y se sanan ellos mismos; se propagan y se protegen ellos mismos e interactúan
creativamente con otros sistemas.

Antes lo llamábamos instinto. Hoy hablamos de genes que tienen mensajes codificados o
instrucciones que se conectan entre sí en una espiral de ADN en el núcleo de todas las
células vivas. Si tuviéramos que poner por escrito las instrucciones contenidas en

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cualquiera de las minúsculas espirales de ADN, llenaríamos unos mil libros de seiscientas
páginas cada uno.

Esto significa, en palabras de Fritjof Capra, que “la actividad de organización de los
sistemas vivos, en cualquier nivel, es una actividad mental”. Todos los seres vivos tienen
mente, ya sea de una clase o de otra. “Mente” no significa aquí una cosa o un objeto. Es
una clase particular de proceso. Vivir y conocer son inseparables. No obstante, la mente
humana es diferente. No sólo es un proceso más complejo, sino que, debido a que está
tan próxima a nosotros, es más misteriosa aún para nosotros. Es lo que llamamos
conciencia. Los psicólogos y los místicos han tratado de decir algo sobre este fenómeno,
pero es tan básico que no se puede explicar en función de otra realidad más básica.

Se ha observado que lo más fundamental en la existencia no es la materia, los átomos o


los quarks, sino nuestra propia conciencia. Se han hecho muchos estudios sobre el
fenómeno de la conciencia. Podemos conocer algo conscientemente o inconsciente-
mente. Podemos llegar a ser conscientes de que somos conscientes. Podemos llegar a
ser conscientes de nosotros mismos como personas conscientes (autoconciencia), y
parece que podemos experimentar la conciencia como tal, sin ningún objeto particular.

Otra interesante manera en que la cosmovisión mecanicista está siendo superada es a


través de los descubrimientos que tienen que ver con la teoría del caos. Al parecer,
sistemas de varias clases existen con frecuencia en un estado de caos o, como ellos
dicen, “al borde del caos”, y después, de pronto e impredeciblemente, emerge algo
llamado un “atractor extraño” que reordena el caos y produce un orden nuevo.

La predicibilidad ha sido la piedra angular de la física newtoniana y de los grandes


avances en tecnología. Esto sigue siendo verdad en algunos niveles, pero parece que no
siempre ni en todas partes. Los científicos están descubriendo cada vez más
acontecimientos que nunca se podrían haber predicho. El misterio se hace más profundo.

Holones
La ciencia y la filosofía han funcionado siempre basándose en lo que se llama “causalidad
lineal”: A causa B, B causa C, etcétera. Pero basta con ponerse a pensar en ello para
descubrir que cualquier acontecimiento particular tiene múltiples causas, circunstancias e
influencias, por no mencionar las reacciones que denominamos feedback. Basta pensar
en el papel de la temperatura, la presión, el ecosistema y otros acontecimientos vinculados
a éstos, para comprender que no hay una línea de causalidad posible que sea
independiente y esté desconectada de todo lo demás que está sucediendo. Siempre hay
toda una red de causas y condiciones, y cada una de esas causas y condiciones es el
resultado de una red más amplia de causas y condiciones, hasta que todo el universo,
desde el comienzo de los tiempos, es visto como algo que de algún modo está implicado
en cualquier acontecimiento particular. Todo, sin excepción, está conectado con todo lo
demás.

El universo no es una colección de objetos; es un sistema de sistemas dentro de sistemas.


Esto no se aplica sólo a los organismos vivos. Cada cosa natural es un sistema y parte de

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un sistema, un todo y parte de un todo mayor. “Holón” es la palabra que se ha acuñado


para designarlo.

Quizás el golpe de gracia al mundo mecanicista fue el descubrimiento de que el todo,


cualquier todo, es mayor que sus partes, y que es el todo lo que determina cómo van a
comportarse las partes. Una máquina como puede ser, por ejemplo, un reloj, un automóvil
o un aeroplano no es un todo. No es más que la suma total de sus partes, que funcionan
juntas. Pero los todos naturales, desde los organismos vivos, pasando por los
ecosistemas, hasta las galaxias, operan de un modo diferente. Cada uno de ellos es más
que la suma total de sus partes.

Ésta es la razón por la que algunos científicos hablan hoy de la Tierra como “Gaia”. La
tierra no es un organismo vivo como una planta. No se reproduce, pero sí parece que se
autorregula. De alguna misteriosa manera, la Tierra como un todo, como un “yo”, regula la
temperatura, el impacto de los rayos solares, etcétera, con el fin de sobrevivir y seguir
evolucionando.

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