Qué Pasa Con La Mente Cuando El Cerebro Muere

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¿Qué pasa con la mente cuando el

cerebro muere?
Un neurocientífico que ha pasado por el famoso 'efecto túnel' narra su experiencia y
reflexiona sobre el final de la consciencia

Alex Gómez-MarínActualizado:03/04/2022 01:33hGUARDAR


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Les invito a que piensen en agua. Visualícenla por un momento. Apuesto
a que la mayoría habrá concebido agua líquida, omitiendo casi por
defecto que también se puede encontrar en estado sólido y gaseoso. Algo
parecido pasa con la mente humana.

Nuestra cultura da prioridad al estado de vigilia. La única alternativa a la


alerta cafeinada parece ser el sueño profundo, a menudo interpretado
únicamente como mecanismo para restaurar nuestra capacidad
productiva. Vivimos entre funcionalidad y descanso la mayor parte de
nuestras vidas.

Pero hay más mente 'ahí dentro'. El haz de luz de la consciencia, al


incidir sobre prisma que es nuestro cerebro, puede refractarse en una
gama de colores que va más allá del enjuto binario encendido/apagado.
Son los llamados 'estados alterados de consciencia'.

La lista es más larga de lo que uno a priori podría suponer: sueños


lúcidos, hipnosis, trance, estados meditativos, psicodelia. Entre ellos
encontramos también las llamadas 'experiencias cercanas a la muerte'.

Probablemente hayan oído hablar de ellas (aunque de ellas se hable


poco). Yo tuve una hace exactamente un año. Tal y como pintó El Bosco
hace más de medio milenio en 'La Ascensión al Empíreo', estuve en el
famoso túnel con su luz al final. Tres figuras me esperaban
amorosamente. No sentí miedo, pero supe que si seguía adelante no
habría vuelta atrás. Decidí posponer el viaje y regresar. La cirujana y su
equipo hicieron el resto, junto con los rezos de mis seres queridos.
'La
Ascensión al Empíreo', de El Bosco.
Estudios científicos muestran que una de cada cinco personas
resucitadas tras un paro cardíaco declara haber vivido una experiencia
similar, incluyendo la sensación de abandono del cuerpo, ver pasar toda
la vida por delante, o interaccionar con parientes fallecidos. Quizás sea
todo una alucinación causada simplemente por la falta de oxígeno en el
cerebro. O quizás no. Si se trata de una cuestión estrictamente
fisiológica, ¿por qué el resto de pacientes no tuvo una experiencia similar
o, simplemente, experiencia alguna? Y, en aquellos que sí, ¿cómo pudo
una vivencia de tal intensidad suceder durante el periodo de muerte
clínica, con encefalograma plano?

Que los pensamientos son una función del cerebro, no hay duda. La
cuestión es, como planteó el psicólogo William James, si dicha función es
'productiva' o 'permisiva', esto es, si el cerebro secreta la mente como el
hígado hace con la bilis o, si por el contrario, la recibe o filtra como la
radio a las ondas electromagnéticas. La metáfora del cerebro-ordenador
se ha quedado obsoleta. La nueva ciencia de la consciencia está
poniendo en jaque esa manida visión de una materia lerda,
transmutándola en una materialidad vital cuya matriz alberga la
capacidad de saberse a sí misma.
Mientras tanto, ciencia y religión se confunden en la neuro-soteriología
actual: promesas de salvación tecnocrática que, sin creer en 'el cielo',
proponen subir nuestro 'yo' a 'la nube'. Es el sueño (o la pesadilla) del
transhumanismo barato de alto coste que, elevándonos a semidioses,
niega nuestra humanidad. Su profecía: inmortalizar tu consciencia como
algoritmo en chips de silicio. Hoy no se fía, mañana sí.

No hay que estar técnicamente muerto para vivir una experiencia cercana
a la muerte. En la literatura médica abundan constelaciones de
fenómenos similares en casos de shock postparto, accidentes de tráfico, o
asfixias, entre otros. Dichas experiencias transforman el resto de la vida
de quienes las experimentan. Su realidad es innegable. Su impacto,
indeleble.

Experiencias parecidas se describen también con frecuencia en unidades


de cuidados paliativos, cuando el curar contravenido da paso al cuidar
compasivo de aquellos enfermos llamados terminales. La recientemente
llamada 'lucidez terminal' (o 'mejoría de la muerte', en la sabiduría
popular), repentina mejoría poco antes de que el moribundo fallezca,
desconcierta a los científicos.

No se trata de meras anécdotas. Son miles los relatos en personas de


diferentes culturas que consistentemente apuntan en la misma dirección,
y que muchos profesionales de la salud también corroboran.

Y eso no es todo. Tradiciones como la budista ofrecen minuciosas


descripciones de lo que sucede no sólo cerca de la muerte, sino durante, e
incluso después. Como el 'bardo', estado intermedio entre muerte y
reencarnación. O el 'tukdam', estado meditativo en el que el cadáver no
respira pero tampoco se descompone durante semanas. Sólo hay que
ojear el Libro Tibetano de los Muertos para darse cuenta de la exquisita
investigación que de la mente se puede hacer con la propia mente. Los
neurocientíficos occidentales deberíamos tomar nota.

Entonces, ¿qué pasa con la mente cuando el cerebro se muere? Nada,


afirmará confiado el dogmático materialista pues, según su doctrina
(más filosófica que científica) la mente no puede ser nada más que
actividad cerebral. El verdadero escéptico, sin embargo, confesará que no
sabemos la respuesta. Dudar no es negar. Es más, su obligación es
investigar aquello que no se entiende, especialmente si desafía sus
creencias más arraigadas. No ofrezcamos explicaciones apresuradas,
pero tampoco denunciemos lo 'sobrenatural' o 'paranormal', pues no
hace más que expresar un prejuicio testarudo disfrazado de razón
científica. Grandes tabús pueden convertirse en fértil campo de
investigación.
Se crea o no en el 'más allá', es innegable que algo importante acaba en el
'más acá'. ¿Sobrevive algún aspecto de nuestra consciencia después de la
muerte permanente del cuerpo físico? El ego probablemente se extingue.
Sin embargo, la posibilidad de 'vida después de la vida' no debería
distraernos de la cuestión existencial sobre el significado de la muerte.
En nuestra sociedad tanatofóbica se hace cada vez más necesaria una
suerte de sabiduría huérfana que permita mirar la muerte a los ojos, y
amar lo que no va a durar para siempre. Como dice el escritor y activista
Stephen Jenkinson, cuando a uno se le rompe el corazón, la solución no
es menos corazón. La vida sigue siendo un milagro y la muerte un
misterio.

Alex Gómez-Marín. Instituto de Neurociencias de Alicante

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