La Corrupcio N y Las Empresas
La Corrupcio N y Las Empresas
La Corrupcio N y Las Empresas
Antonio Argandoña1*
Resumen
La corrupción es un problema para los países avanzados o en vías de desarrollo, pero también
es un grave obstáculo para el buen funcionamiento de las empresas. Este documento explica
qué entendemos por corrupción, cuáles son sus causas y sus consecuencias, cómo afecta a las
empresas, las actuaciones internacionales emprendidas para erradicarla y, sobre todo, qué
acciones pueden adoptar las organizaciones para prevenirla y para defenderse de sus
consecuencias.
Introducción
La corrupción es un grave problema humano, social, político, económico y ético, sobre todo
en los países en vías de desarrollo. La lucha contra la corrupción es, pues, un deber de los gobiernos,
los ciudadanos y los medios de comunicación, y también de las empresas. Para éstas, constituye una
responsabilidad interna, en primer lugar, porque afecta a la cultura de la empresa, a su rentabilidad y a
su misma capacidad de supervivencia, así como a sus accionistas, directivos y empleados, a sus clientes
y proveedores. Y también una responsabilidad externa, porque la empresa tiene unos deberes respecto
de la sociedad civil y los ciudadanos.
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Profesor de Economía, Cátedra "la Caixa" de Responsabilidad Social de la Empresa y Gobierno Corporativo, IESE Palabras clave: actuaciones contra
la corrupción, corrupción, extorsión, soborno.
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Nota: Documento presentado en la International Conference on Management Best Practices “Ethics at the Service of Company Leadership”, Colonia,
mayo 2007. IESE Business School-Universidad de Navarra
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Los muchos estudios llevados a cabo sobre el fenómeno de la corrupción muestran que existe
en todo el mundo un nivel de corrupción no pequeño. No sabemos si es creciente o no, pero, en todo
caso, la sensibilidad de los ciudadanos, las empresas y los gobiernos ante este fenómeno ha crecido
mucho (aunque aquí se puede encontrar también no poco escepticismo y aun cinismo). No estamos
ante un fenómeno exclusivo de países ricos o pobres, de economía de mercado o de planificación
central, grandes o pequeños, democráticos o no: la corrupción está presente en todo el mundo,
aunque con caracteres diversos. Se trata de un fenómeno polifacético, con numerosas variantes y que,
por tanto, ha sido y es objeto de explicaciones muy variadas. Y no es una enfermedad única, sino, en
todo caso, el síntoma de males profundos de la economía, la política, la sociedad y la moral en todo el
mundo. Por tanto, el objetivo de las actuaciones privadas y públicas contra la corrupción, más que
perseguirla directamente, debe ser conseguir que todos los países tengan gobiernos, Administraciones,
empresas y ciudadanos honrados y eficientes, que actúen siempre con criterios éticos.
1. ¿Qué es la corrupción ?
Se suele definir la corrupción como «el abuso de una posición de confianza para la obtención
de un beneficio deshonesto». La palabra “corrupción” sugiere que esas conductas, aunque sean
aparentemente inocuas, acaban destruyendo los principios por los que se rige una sociedad, con
efectos muy perniciosos, del mismo modo que la corrupción de un ser vivo es prueba de su
decadencia y muerte. Ejemplos de acciones corruptas son el pago a un político para que conceda un
contrato público (tanto si esto es conforme a derecho como si no lo es), o para que presione a un
funcionario para que lo otorgue, o un policía para que perdone una multa. También hay casos de
corrupción en el sector privado: por ejemplo, las atenciones al director de compras de una empresa
para conseguir un pedido o, simplemente, para tener su ánimo inclinado a conceder en el futuro (una
práctica que no siempre se puede distinguir de la costumbre legítima de hacer regalos para mantener
unas buenas relaciones comerciales o sociales).
Más en concreto, la corrupción es «la acción y efecto de dar o recibir algo de valor para que
alguien haga (o deje de hacer) algo, burlando una regla formal o implícita acerca de lo que debe hacer,
en beneficio del que da ese algo de valor o de un tercero»: a) una acción u omisión (por ejemplo, no
llevar a cabo una denuncia), incluyendo el intento o promesa de hacerla, así como el efecto de esa
acción (el pago) y la conducta habitual del corrupto; b) incluye a ambas partes de la transacción: dar,
ofrecer o prometer y recibir o solicitar; c) lo que se da o pide puede ser dinero, bienes, un empleo, o la
promesa de obtenerlos; d) la acción se lleva a cabo para que alguien en el sector público (político,
funcionario, juez, etc.) o privado (directivo o empleado) haga o deje de hacer (acción u omisión,
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incluyendo la inducción y el mandato a un tercero); e) burlando una regla (ley, contrato, costumbre o
código profesional) de acuerdo con la cual el que lleva a cabo la acción debería actuar de acuerdo con
los intereses propios de su institución; f) puede ser en beneficio del que paga o de un tercero
(pariente, partido político, empresa, etc.), y g) por razones obvias, suele llevarse a cabo en secreto.
Las formas de corrupción son muchas, y no muy bien definidas, porque el fenómeno es
complejo y cambiante. Las más típicas son el soborno (la iniciativa la toma el que efectúa el pago) y la
extorsión (la iniciativa la toma el que lo recibe); algunas formas de comisiones, regalos y favores
pueden ser plenamente aceptables, pero pueden también catalogarse como corrupción si llegan a
influir en la decisión del que los recibe. El fraude, la malversación y el desfalco no son corrupción, en
sentido estricto, pero la acompañan frecuentemente, y suelen incluirse también entre las prácticas
corruptas, lo mismo que el nepotismo, el clientelismo, el favoritismo, el uso indebido de influencias, el
abuso de poder, la financiación ilegal de partidos políticos y el uso incorrecto de información
privilegiada. Por extensión, se aplica también a conductas delictivas que suelen ser consecuencia de la
corrupción, como el chantaje, el blanqueo de dinero y algunas formas de crimen organizado y mafias,
hasta llegar al estado cleptómano o depredador, en que el gobernante no distingue entre los bienes
públicos y su propiedad privada.
Pero estas condiciones no son estáticas, sino que, a menudo, el corrupto puede manipularlas,
aumentando la discrecionalidad de sus actuaciones (mediante reglas o procedimientos poco
transparentes), creando ocasiones de beneficio privado (vendiendo servicios a precios favorables: por
ejemplo, la recalificación de terrenos), creando costes artificiales (multiplicando las exigencias de
permisos y autorizaciones), reduciendo los costes de recaudación de la extorsión (evitando vías
alternativas para la concesión de un permiso, o exigiendo la participación de intermediarios que actúen
como recaudadores de la extorsión), o reduciendo las posibilidades de investigación y sus costes
(mediante una contabilidad no sometida a las auditorías ordinarias).
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Asimismo, la corrupción dificulta la competencia, falsea las reglas del juego económico,
impide el funcionamiento eficaz del libre comercio y el aprovechamiento de sus beneficios, crea
recelos sobre el sistema de libre mercado, etc., en definitiva, pone en peligro el sistema económico, o
su aceptación por los ciudadanos. Y, sobre todo, reduce la eficiencia económica, en forma de mayores
costes y precios y menores volúmenes de producción, distorsiona la producción (que se desvía hacia
bienes, servicios, recursos y factores que no son los más adecuados, según las ventajas comparativas
de los países), reduce la calidad, conduce a pérdidas de tiempo, etc.
corrupta (político, funcionario, directivo) está incumpliendo los deberes de su cargo o posición,
actuando de forma injusta y desleal para con la empresa, administración o institución para la que
trabaja, tanto si actúa como extorsionador como si responde a un soborno, y puede incurrir también
en una acción injusta con la propia administración (si, por ejemplo, se reduce la calidad de un
suministro o aumenta su coste, o si afecta negativamente a su reputación), con el que paga (porque
incurre en un coste mayor, o porque se le amenaza con un daño injusto) o con otros afectados (por
ejemplo, otros competidores o proveedores, excluidos injustamente de una relación comercial a la que
tienen derecho). El que paga está contribuyendo al menos a una injusticia y, a menudo, actuando él
mismo también de forma injusta (para con la otra parte o para con otros afectados). Y unos y otros
causan daños a la sociedad, porque la corrupción es una falta de solidaridad y tiende a difundirse, en
un complejo aprendizaje moral que impacta negativamente en las conductas de muchas personas y
que crea un ambiente de corrupción, desconfianza, etc.
Las reglas que se suelen aplicar en el análisis ético de una situación de corrupción son las
siguientes: 1) No se puede aceptar u ofrecer un soborno, ni exigir una extorsión. 2) No se puede
aceptar una extorsión para obtener algo a lo que no se tiene derecho. 3) En determinados casos, se
puede aceptar una extorsión (soportar una injusticia, no provocarla) para obtener algo a lo que se
tiene derecho. En estos casos, las reglas que hay que observar son: a) considerar cuidadosamente
todas las opciones existentes, por ver si se puede solucionar el problema sin incurrir en la corrupción
(o en otro problema mayor); b) la extorsión debe ser explícita o, al menos, suficientemente abierta –o
sea, no debe encubrirse un soborno como si se tratase de la respuesta a una extorsión; c) actuar con la
intención de conseguir un derecho; d) procurar evitar el daño a terceros; e) que existan razones
objetivas y suficientemente importantes, en proporción a los daños causados; f) que se evite el
escándalo y el mal ejemplo que la acción puede provocar, y g) que se pongan los medios para evitar
que se vuelvan a producir en el futuro situaciones similares de colaboración en la corrupción. 4) Los
directivos y empleados no deben llevar a cabo actuaciones corruptas en beneficio propio, porque
faltan a los deberes de su cargo o contrato para con la empresa –con más razón, obviamente, si esas
actuaciones causan un daño a la empresa.
Las empresas tienen muchas razones para rechazar la corrupción, aunque se lleve a cabo en
(presunto) beneficio de la empresa: tiene altos costes directos (desde multas hasta penas de prisión) e
indirectos; suele reducir la transparencia (obligando a la falsedad contable y fiscal); los riesgos que
lleva consigo pueden ser grandes y, a menudo, de difícil valoración, porque se escapan de su control.
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Sobre todo, la corrupción genera graves problemas sociales y morales. Los empleados que se
ven forzados a participar en ella ven lesionada su dignidad y su integridad moral. La confianza se
resiente. Algunos querrán aprovecharse (por ejemplo, intentando desviar en beneficio propio algunas
de las cantidades que pasan por sus manos, o chantajeando a la dirección); otros manifestarán su
disconformidad con actitudes de absentismo, bajo rendimiento, falta de iniciativa, etc., y si la
corrupción arraiga, es probable que los mejores abandonen la empresa.
El rechazo generalizado contra la corrupción ha dado lugar a un gran número de medidas para
combatirla, tanto en el ámbito nacional (la extorsión y el soborno son delitos en todos los países)
como en el internacional (donde se pone especial énfasis en la creación de un terreno de juego
equilibrado para todos los competidores). Probablemente, la primera acción legal contra la corrupción
internacional fue la Foreign Corrupt Practices Act norteamericana (1978), que tipificaba como delito el
soborno de funcionarios extranjeros. Le siguieron algunas iniciativas de organismos internacionales,
con resultados limitados, hasta la Convención sobre el soborno de funcionarios extranjeros en transacciones
comerciales internacionales de la OCDE (1997), que fue el primer intento multinacional de introducir en
las legislaciones nacionales la penalización de la corrupción con funcionarios extranjeros. En 2003 se
aprobó la Convención de las Naciones Unidas contra la corrupción, el primer instrumento realmente global
para impulsar y unificar el tratamiento de la lucha contra la corrupción en todos los países. Y hay
también otros instrumentos legales, puestos en marcha por las Naciones Unidas (la Convención contra la
delincuencia organizada transnacional, 2000), el Consejo de Europa (Convenios de derecho penal y civil, 1999), la
Unión Europea (Convenio relativo a la protección de los intereses financieros de las Comunidades Europeas, 1995,
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Además de los anteriores, se han publicado en los últimos años muchos otros documentos
internacionales. Algunos son de carácter general, como los Veinte principios rectores de la lucha contra la
corrupción (Consejo de Europa, 1997), o los Veinticinco principios para combatir la corrupción (Coalición
Mundial para África, 1999). Otros están dirigidos a los funcionarios, como los códigos de conducta de
las Naciones Unidas (1996) y del Consejo de Europa (2000). Otros se dirigen a actuaciones en
ámbitos concretos, como las transacciones financieras internacionales y el blanqueo de capitales. Y
hay que mencionar también las iniciativas del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y de
las agencias dependientes de ellos.
Hay, además, numerosas iniciativas, públicas y privadas, orientadas a las empresas, como el
Décimo Principio del Pacto Global de las Naciones Unidas (2004), que establece un compromiso para las
empresas que voluntariamente se adhieren al mismo, así como información, benchmarking y ayudas
para cumplirlo. Hay que mencionar también las Reglas de conducta sobre extorsión y soborno en las
transacciones internacionales (1977, última versión 2005) de la International Chamber of Commerce, la
Extractive Industries Transparency Initiative (2002), los Principios del Ecuador para las instituciones financieras
(2005), los Wolfsberg Anti-Money Laundering Principles for Private Banking (2000), el FIDIC Code of Ethics and
Business Integrity Management System de la International Federation of Consulting Engineeers, y el
Sustainable Development Charter del International Council on Mining and Metals (2002), los Business
Principles for Countering Bribery elaborados por Transparency International, la World Economic Forum’s
Partnership against Corruption Initiative (2004), las OECD Guidelines for Multinational Enterprises (revisadas
en 2000), etc.
A continuación se ofrecen algunos consejos para empresas que se propongan llevar a cabo una
política de lucha contra la corrupción.
Esta declaración puede hacerse en un código de conducta, credo, etc., o en cartas a los
empleados, discursos públicos, revistas de empresa, website, etc., y debe ser reiterada periódicamente.
2.- Extensión a todas las decisiones. Este tipo de declaraciones puede ser ineficaz, e incluso
contraproducente, cuando las acciones de la dirección no se corresponden con sus palabras. Por
tanto, es imprescindible que en todas las decisiones se cuide incluso la apariencia de que se
actúa siempre de acuerdo con ese principio. Esto es particularmente importante, a la hora, por
ejemplo, de decidir sobre ascensos, promociones, premios, distinciones, etc., a empleados y
directivos, o en el establecimiento de planes y programas, etc., evitando incluso la apariencia de
aplicación de dobles estándares.
4.- Definición de responsabilidades. Debe quedar siempre muy claramente definido quién lleva
las gestiones y quién asume la responsabilidad en las acciones que puedan tener que ver con la
corrupción: contratos, permisos, etc. En algunas ocasiones, convendrá elevar la responsabilidad
última a los niveles más altos de la organización.
6.- Comunicación de los criterios. Esos criterios deberán ser conocidos por todo el personal, y
también por los clientes, proveedores, etc., que tienen derecho a conocer quién negocia con
ellos, quién toma las decisiones que les conciernen, de quién dependen esas personas (cuáles
son las instancias ante las que se puede reclamar), etc.
7.- Bajar a detalles. En el tema que nos ocupa, suele ser conveniente bajar a detalles que
puedan clarificar situaciones. Por ejemplo:
a) Las donaciones a instituciones caritativas, culturales, benéficas, etc., deben ser siempre una
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f) Se aceptará el cobro o pago de las comisiones que sean legales y normales en operaciones
de intermediación, etc., siempre que las autorice la empresa y no puedan causarle
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problemas.
g) Conviene prohibir los “pagos de facilitación” (por ejemplo, propinas para agilizar un
pedido o un pago). Si esto no es posible, se establecerán reglas claras para que no se
conviertan en la puerta de entrada de pagos mayores.
i) Limitación del anonimato: los directivos y empleados deben dar siempre su nombre a las
personas con las que se relacionan en nombre de la empresa (también en los
procedimientos electrónicos).
j) Se deben establecer criterios estrictos sobre la aprobación de gastos (de todo tipo,
incluyendo atenciones a clientes, gastos de viaje, etc.), siempre con el respaldo
documental adecuado (facturas, billetes, etc.).
k) En los contratos con directivos y empleados que tienen acceso a información privilegiada
en la empresa (de clientes, investigación, nuevos productos y procesos, etc.), conviene
establecer cláusulas que impidan el uso de esa información en beneficio de competidores
durante un tiempo prudencial después de haber abandonado la empresa.
A menudo, en este tipo de problemas no basta conocer el criterio, sino que se deben ofrecer
soluciones, alternativas y salidas airosas a situaciones que pueden haberse creado. Es conveniente que
los propios empleados y directivos participen en la elaboración de ejemplos, criterios, etc.
Es importante que, cuando reciba consultas o denuncias, esa instancia actúe con rapidez y
discreción, respetando los derechos del denunciante o consultante y de los implicados.
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Naturalmente, hay que proteger siempre al denunciante de buena fe (whistle blower). Hay que
prever también la posibilidad de recibir denuncias del exterior, por parte, por ejemplo, de
directivos o empleados de empresas que acusan a nuestros directivos o empleados de
actuaciones corruptas.
9.- Transparencia. Todas las operaciones de la empresa que supongan cobros y pagos deben
recogerse fiel, ordenada y puntualmente en la contabilidad o en los registros previstos. Como es
lógico, se deben prohibir siempre y sin excepción los asientos falsos, deformados, incompletos,
etc., y se debe establecer la obligación de seguir cuidadosamente los estándares oficiales sobre la
contabilidad (legales, o de las organizaciones profesionales de contabilidad y auditoría),
manteniendo también la confidencialidad de esas anotaciones.
Es conveniente llevar un fichero (confidencial) de las personas con las que se desarrollan
relaciones de particular significación (por ejemplo, directores de compras de empresas cliente),
de modo que se pueda conocer en cada caso con quién se trató determinado asunto, quién
formuló un pedido determinado, etc.
10.- Restitución. Se debe establecer claramente el criterio de que la empresa devolverá siempre
los pagos ilícitos y resarcirá a los perjudicados por sus actuaciones corruptas.
12.- Formación. Aunque el personal de la empresa tenga una adecuada formación ética, no hay
que darla por supuesto, ni suponer que está en condiciones de identificar adecuadamente las
situaciones de corrupción que puedan presentarse y de actuar siempre de acuerdo con los
principios morales establecidos. Por ello, puede ser oportuno que la empresa ayude a sus
empleados en este terreno:
13.- Medidas correctoras. Cuando se produce una violación de las reglas contra la corrupción y
la empresa resulte ser sujeto activo o pasivo de una actuación corrupta, se han de poner en
marcha los mecanismos señalados en los párrafos anteriores, sobre todo los de identificación y
sanción (y, en su caso, la revisión del plan vigente). A tal efecto, la empresa debe establecer
procedimientos claros y justos para la definición de responsabilidades por actuaciones
corruptas. Las sanciones deben ser proporcionadas, conocidas y claras.
Pero, además de hacer frente a la crisis, la empresa debe aprovechar esa ocasión para dar
un paso adelante en su compromiso contra la corrupción, elaborando, por ejemplo, una
nueva estrategia contra ese fenómeno (y anunciándose, y poniéndola en práctica),
revisando con detenimiento todas las situaciones anteriores en que se pudieron haber
producido actuaciones corruptas, intensificando las medidas de información y
formación a sus empleados (y a sus clientes y proveedores), etc. En fin, se trata de que
la empresa aproveche esa ocasión para dar un nuevo impulso a su lucha contra la
corrupción, haciendo de lo que, en principio, puede ser visto como una contrariedad o
incluso un problema grave, una ventaja competitiva.
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14.- En busca de la excelencia. Las empresas no pueden conformarse con evitar ser blanco de
la corrupción ajena o incurrir, ellas mismas o sus directivos y empleados, en situaciones de
corrupción, sino que deben proponer activamente actuar siempre dentro de las normas legales y
morales. Para ello, es conveniente que la empresa adopte una actitud de rechazo constante de la
corrupción, venga de donde venga y cualesquiera que sean sus causas y sus efectos, aunque
dicha corrupción parezca beneficiar a la empresa. Y puede ser conveniente que colaboren con
otras empresas, los gobiernos, las asociaciones empresariales, las ONG y otras iniciativas,
nacionales o internacionales (Pacto Global, Transparency International, International Chamber of
Commerce, World Economic Forum, etc.) en la lucha contra la corrupción, pública o privada,
facilitando información (con el debido respeto, en su caso, al honor y a la intimidad de las
personas), ofreciendo ayuda, no dejando solos a los que luchan por esa causa, etc. También
deben apoyar los códigos y reglas profesionales de contables, auditores, consultores, asesores
jurídicos, etc., en la medida en que cooperan en la lucha contra la corrupción.
Conclusión
El compromiso de las empresas de, al menos, abstenerse de llevar a cabo actuaciones corruptas
y, en lo posible, de oponerse a ellas y de luchar contra ellas, forma parte de sus deberes morales
y de responsabilidad corporativa, porque la corrupción pone en peligro la rentabilidad de la
empresa, su continuidad y la calidad de su gestión, e impacta negativamente en la sociedad y,
sobre todo, porque causa un daño a las personas implicadas y a terceros.
Es lógico, pues, que los gobiernos nacionales hayan desplegado numerosos medios para
combatir la corrupción nacional, y que se hayan multiplicado también las actuaciones
internacionales dirigidas a crear un terreno de juego nivelado para las empresas que
actúan en diversos países, de modo que no corran riesgos extraordinarios ni sufran
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BIBLIOGRAFÍA