PERSONALIDAD.—Arthur Schopenhauer nació en Danzig en 1788 y murió en Frankfurt.
del Main en 1860. Era hijo de un rico comerciante y de una mujer inteligente y culta, novelista. Después de iniciarse en el comercio, estudió filosofía en Góttingen y Berlín. Sus tesis doctoral fue su libro Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde (Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente). En 1818 terminó su obra principal, Die Welt ais Wille und Vorstellung (El mundo como voluntad y representación), que tuvo un éxito muy escaso. Desde 1820 fue docente privado en Berlín y no tuvo apenas oyentes para su curso, que anunció a la misma hora que Hegel. Cuando el cólera de 1831, Schopenhauer abandonó Berlín para huir de él, y se estableció definitivamente en Frankfurt; así escapó a la epidemia, mientras Hegel moría. Después escribió otros libros que alcanzaron más éxito: Über den Willen in der Natur (Sobre la voluntad en la naturaleza), Die beiden Grundprobleme der Ethik (Los dos problemas fundamentales de la Etica), Aphorismen zur Lebensweisheit (Aforismos para la sabiduría de la vida), Parerga und Paralipomena. Schopenhauer tuvo una áspera hostilidad durante toda su vida a los filósofos idealistas postkantianos, especialmente a Hegel, a quien insulta, a veces con ingenio, pero con frecuente trivialidad y falta de sentido. Su falta de éxito y de gloria como profesor y escritor acentuó en él un pesimismo mordaz y agresivo, que caracteriza su filosofía. Schopenhauer tuvo vivo interés por el arte, la música y la literatura. Admiró y tradujo a Gracián, de quien le gustaba el estilo sentencioso y aforístico. Sus influencias más fuertes fueron Platón, Kant, los idealistas postkantianos —aunque se opusiera a ellos— y, por otra parte, el pensamiento indio y el budismo. La influencia de Schopenhauer ha sido muy extensa desde su vejez y después de su muerte, pero no se ha ejercido tanto en las vías de la filosofía rigurosa como en las de la literatura y la teosofía, etc.
EL MUNDO COMO VOLUNTAD Y REPRESENTACIÓN.—El título de la gran obra de
Schopenhauer encierra la tesis central de su filosofía. El mundo es un «fenómeno», una representación; Schopenhauer no distingue fenómeno y apariencia, sino que los identifica; el mundo de nuestra representación es apariencia o engaño. Las formas de este mundo, que lo convierten en un mundo de objetos, son el espacio, el tiempo y la causalidad, que ordenan y elaboran las sensaciones. Son visibles las raíces kantianas de esta teoría. Pero hay un momento del mundo que no aprehendemos como puro fenómeno, sino de un modo más profundo e inmediato: el yo. El yo es perceptible, por una parte, como cuerpo; pero también como algo inespacial, por encima del tiempo y además libre, y que llamamos voluntad. El hombre se aprehende, en su estrato más profundo, como voluntad de vivir. Cada cosa en el mundo se manifiesta como afán o voluntad de ser; lo mismo en lo inorgánico que en lo orgánico o en la esfera de la conciencia. La realidad es, pues, voluntad. Pero como el querer supone una insatisfacción, la voluntad es constante dolor. El placer, que es transitorio, consiste en una cesación del dolor; la vida, en su fondo mismo, es dolor. Esto hace que la filosofía de Schopenhauer sea un riguroso pesimismo. La voluntad de vivir, siempre insaciada, es un mal; y, por tanto, lo es el mundo y nuestra vida. La ética de Schopenhauer se desprende de esta idea. El sentimiento moral es la compasión y la tendencia a aliviar el dolor de los demás seres. A esto tienden también el saber y el arte, especialmente la música; pero son remedios pasajeros. La única salvación definitiva es la superación de la voluntad de vivir. Si la voluntad se anula, entramos en el nirvana; y esto, que parece una simple aniquilación, es en realidad el mayor bien, la verdadera salvación, lo único que pone fin al dolor y al descontento del querer siempre insatisfecho. La ética de Schopenhauer tenía, además, un carácter determinista, en el sentido de que el hombre es bueno o malo esencialmente y para siempre, sin que haya posibilidad de llevarlo a la bondad, por ejemplo. Frente a la doctrina socrática, Schopenhauer cree que la virtud no se puede enseñar, sino que se es bueno o malo a radice. La filosofía de Schopenhauer es aguda e ingeniosa, con frecuencia profunda, expuesta con grandes dotes de escritor, y está animada por una fuerte y rica personalidad; pero sus fundamentos metafísicos son de escasa solidez, y su influjo ha llevado a muchos a perderse en un trivial dilettantismo, impregnado de teosofía, literatura y «filosofía» india, donde quien de verdad se pierde es el sentido de la filosofía. Hemos visto cómo, en realidad, el periodo idealista alemán concluye en Hegel; los demás son consecuencias de este idealismo, en que se entregan los pensadores a una especulación que va perdiendo el contacto con los problemas auténticos de la metafísica. La vaguedad, la nebulosidad y las construcciones fantásticas, que ya señalaba Hegel en su tiempo, rebrotan con más pujanza tras su muerte. Esto provocará un movimiento de reacción, que habrá de sumir a la filosofía en una de sus más profundas crisis: es lo que llamamos el positivismo.