Unidad 2 - Literatura e Identidad PDF

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Literatura e

identidad
“Soy, pero soy también el otro…”
Jorge Luis Borges.
La literatura, en tanto
producto de una
colectividad refleja, sin
duda, la identidad de
la misma y,
paralelamente, la
conforma.
Correlación
literatura-identidad
“…conjunto de significaciones y
representaciones relativamente
estables a través del tiempo que
permite a los miembros de un grupo
social que comparte una historia y
un territorio común, así como otros
elementos culturales, reconocerse
como relacionados los unos con los
otros biográficamente."

(Montero 1991: 76-77)


El reconocimiento de la
identidad genera,
necesariamente, una reflexión
sobre nosostros mismos y, al
mismo tiempo, una reflexión
sobre el otro y todo aquello que
lo constituye y diferencia
(costumbres, lengua, hábitos,
valores, tradiciones o normas).



Lenguaje:
Un idioma común
Tanto la lengua específica de cada
grupo humano, como las tramas
discursivas que con ella se construyan
(ya sea que remitan a lo real, a lo
imaginario, incluso a lo simbólico).
Territorio
Desde siempre el territorio determina
mediante la adaptación al medio; la
identidad no se exceptúa y se forja a partir
de este hecho, lo que crea una
determinada especificidad cultural.
Religión

La religión, cualquiera que ésta sea,


determina, también, una particular
interpretación del mundo, de su
origen, del hombre mismo; que
impacta la manera en la que se
percibe la realidad, tanto colectiva
como individual.
Una de las características más
determinantes de los discursos
que configuran la identidad
cultural es que proveen claves de
identificación emocional e
ideológica.
La literatura produce identidad,
porque contribuye a que los
miembros de un determinado
grupo social se reconozcan a
partir de referentes simbólicos.
La relación literatura-identidad,
es evidente, pues la primera
ofrece experiencias de realidad
que conducen a repensar,
reimaginar y reconfigurar.
La literatura se convierte en
reflejo de identidad cultural, pues
provee experiencias sobre la
realidad a partir de un texto
concreto y, al mismo tiempo,
hace visibles los límites
identitarios entre lo conocido y la
otredad.
La literatura moderna constituye
una práctica del lenguaje que
propicia la problematización del
concepto de identidad.
De acuerdo con Althusser, la
literatura crea una realidad
alterna, producto de la
imaginación que, al mismo
tiempo, nos permite
relacionarnos con la realidad
real.
Esa alteridad, en tanto
creación estética, no
requiere el ser verificable,
pues se asume como tal
dentro del discurso literario.
Al ficcionalizar una realidad,
reafirma también la cultura en
la que surge y, al mismo
tiempo, promueve la
identificación de los individuos
que la conforman.
La literatura como
experiencia

No sólo como experiencia


estética, pues se transforma,
también, en experiencias de
la realidad, reclamo de
justicia, dignidad y libertad.
Yo venía cansado. Mis botas estaban cubiertas de lodo y las arrastraba como si
fueran féretros. La mochila se me encajaba en la espalda, pesada. Había
caminado mucho, tanto que lo hacía como un animal que se defiende. Pasó un
campesino en su carreta y se detuvo. Me dijo que subiera. Con trabajo me senté a
su lado. Calaba frío. Tenía la boca seca, agrietada en la comisura de los labios; la
saliva se me había hecho pastosa. Las ruedas se hundían en la tierra dando vuelta
lentamente. Pensé que debía hacer el esfuerzo de girar como las ruedas y empecé
a balbucear unas cuantas palabras. Pocas. Él contestaba por no dejar y seguimos
con una gran paciencia, con la misma paciencia de la mula que nos jalaba por los
derrumbaderos, con la paciencia del mismo camino, seco y vencido, polvoroso y
viejo, hilvanando palabras cerradas como semillas, mientras el aire se enrarecía
porque íbamos de subida –casi siempre se va de subida-, hablamos, no sé, del
hambre, de la sed, de la montaña, del tiempo, sin mirarnos siquiera. Y de pronto,
en medio de la tosquedad de nuestras ropas sucias, malolientes, el uno junto al
otro, algo nos atravesó blanco y dulce, una tregua transparente. Y nos
comunicamos cosas inesperadas, cosas sencillas, como cuando aparece a lo largo
de una jornada gris un espacio tierno y verde, como cuando se llega a un claro en
el bosque. Yo era forastero y sólo pronuncié unas cuantas palabras que saqué de
mi mochila, pero eran como las suyas y nada más las cambiamos unas por otras.
Él se entusiasmó, me miraba a los ojos, y bruscamente los árboles rompieron el
silencio. Advertisement
. “Sabe, pronto saldrá el agua de las hendiduras”. “No es malo vivir en la altura. Lo
malo es bajar al pueblo a echarse un trago porque luego allá andan las viejas
calientes. Después es más difícil volver a remontarse, no más acordándose de
ellas”… Dijimos que se iba a quitar el frío, que allá lejos estaban los nubarrones
empujándolo y que la cosecha podía ser buena. Caían nuestras palabras como
gruesos terrones, como varas resecas, pero nos entendíamos.
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Llegamos al pueblo donde estaba el único mesón. Cuando bajé de la carreta
empezó a buscarse en todos los bolsillos, a vaciarlos, a voltearlos al revés, inquieto,
ansioso, reteniéndome con los ojos: “¿Qué le regalaré? ¿qué le regalo? Le quiero
hacer un regalo…” Buscaba a su alrededor, esperanzado, mirando el cielo, mirando
el campo. Hurgoneó de nuevo en su vestido de miseria, en su pantalón tieso,
jaspeado de mugre, en su saco usado, amoldado ya a su cuerpo, para encontrar el
regalo. Miró hacia arriba, con una mirada circular que quería abarcar el universo
entero. El mundo permanecía remoto, lejano, indiferente. Y de pronto todas las
arrugas de su rostro ennegrecido, todos esos surcos escarbados de sol a sol, me
sonrieron. Todos los gallos del mundo habían pisoteado su cara, llenándola de
patas. Extrajo avergonzado un papelito de no sé dónde, se sentó nuevamente en la
carreta y apoyando su gruesa mano sobre las rodillas tartamudeó:
-Ya sé, le voy a regalar mi nombre.

De noche vienes (1979), México, Ediciones Era, 1985, págs. 16-17




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consulta

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