Una Voz en La Noche - Silver Kane
Una Voz en La Noche - Silver Kane
Una Voz en La Noche - Silver Kane
—¡Abran! ¡Policía!
Nora sintió que se doblaban sus rodillas y cayó a tierra. ¡La
policía estaba allí! ¡Era un milagro! ¡Se había salvado!
Sollozando, avanzando de rodillas a través de la habitación, llegó
hasta la puerta del vestíbulo.
Durante unos segundos oyó aún la respiración jadeante tras ella y
pensó desesperadamente que el asesino iba a alcanzarla, pero
pronto aquella respiración se perdió en las tinieblas.
Hizo girar el pomo de la puerta. Aunque no pudo verlos, presintió
que había varios hombres frente a ella.
—Policía —repitió uno de ellos.
—Gracias… a Dios.
Varios hombres entraron. Cuatro en total. Eran agentes
uniformados de la Metropolitana y llevaban las manos descansando
sobre las fundas de sus pistolas.
—¿Quién es usted? —preguntó uno de ellos.
Nora no podía verle, pero aquel hombre era Malcomb, un
sargento de patrulleros.
—Me llamo Nora…
—¿Es la inquilina de este apartamiento?
—No… Claro que no.
—¿Dónde está míster Laxon? Nora suspiró:
—Muerto…
—¿Qué dice?
—Lo he explicado antes al doctor Patrick, médico, pero tampoco
ha querido creerme. El sargento Malcomb gruñó:
—Muchachos, registrar el apartamiento.
Mientras los demás obedecían, él se quedó junto a Nora.
—¿Tiene usted algún documento de identidad, señorita?
—Señora —rectificó ella suavemente—. Soy viuda.
—Confieso que no lo parece. Pocas mujeres se ven con un
aspecto tan juvenil como el suyo. ¿Qué le ocurre en los ojos?
—Acaban de operarme. Una intervención sin demasiada
importancia, pero tengo que llevar los ojos vendados por lo menos
hasta la primera cura. En cuanto a los documentos de identidad…,
se los mostraré en cuanto sus hombres encuentren mi bolso.
—¿Dice que la ha operado un doctor llamado Patrick?
—Sí.
—¿Tiene su número de teléfono? Sin duda lo recordará. Nora lo
recordaba, en efecto.
El sargento descolgó el auricular.
—Será inútil, han cortado la línea —se apresuró a decir Nora, al
oír el sonido.
—Lo sé, pero hemos hecho una conexión. Nos ha llamado la
telefonista temiendo que al conserje pudiera haberle ocurrido algo.
Por cierto, ¿lo ha visto usted por aquí?
Se fijó entonces de nuevo en los ojos vendados de la mujer y
susurró:
—Perdone…
Se había establecido ya la comunicación. A pesar de lo avanzado
de la hora, el doctor Patrick no tardó en responder.
—Dígame.
—Le habla el sargento Malcomb, de la policía Metropolitana. ¿Ha
operado usted hoy a una cliente suya llamada Nora?
—Sí. ¿Ocurre algo?
La voz de Patrick reflejaba alarma.
—No. A ella no, por supuesto. Pero se encuentra en un
apartamiento que no es suyo, y dice que hay un muerto en él.
¿Puede usted orientarnos con relación a eso?
Se oyó el suspiro de cansancio del doctor Patrick.
—Ya dijo antes algo parecido, pero es una tontería. Habla de un
hombre, aunque no muerto. Por descontado, no hay ningún cadáver
ahí. ¿Algo más?
—Nada, gracias.
El sargento Malcomb colgó, dirigiendo una mirada de soslayo a
Nora. En aquel momento regresaban sus hombres.
—Nada, jefe.
—Ni hablar de muertos.
—¿No hay sangre?
—Ni una mancha.
Nora estaba atónita, crispada, pensando que no pudieran creerla.
Pero se hubiera inquietado mucho más aún caso de llegar a ver la
mirada burlona que flotaba en los ojos del sargento Malcomb.
—¿Habéis mirado las terrazas? —preguntó.
—Es inútil… —susurró Nora—. El cadáver estaba dentro.
—Sí, claro.
—¿Es que… no van a creerme?
—Por descontado que sí, señora. Todas sus manifestaciones
tienen para nosotros el mayor interés. Mirad por las terrazas,
muchachos. Lo siento, pero habrá que mojarse.
Los agentes salieron, y el sargento quedó otra vez a solas con
Nora.
—Perdone —susurró—. ¿Hace mucho que es viuda?
—Dos años.
—¿Amaba a su marido?
—¿Por qué… me pregunta eso?
—Es una tontería, pero contésteme.
—Le quería…, le quería porque me acostumbré a él. Mis padres
consideraron que era el esposo ideal y nos casamos. Pera durante
años mi corazón perteneció a otro. Eso… no tiene ahora demasiada
importancia.
—Lo comprendo.
—¿Por qué me ha hecho una pregunta tan extraña?
El sargento pensó: «Para encontrar una explicación al
desequilibrio nervioso que sin duda sufres», Pero como no se atrevió
a decir eso en voz alta, explicó tan sólo:
—No tiene importancia. A veces los policías hacemos esas
preguntas tan extrañas por pura rutina. ¿Quién era el muerto, según
usted?
—Laxon.
—¿Lo ha visto?
—Claro que lo he visto. Antes de que me operara el doctor
Patrick.
—Y él, en cambio, no lo ha visto, ¿verdad?
—¿Qué pretende decir? El sargento sonrió.
—Nada.
En aquel momento, los agentes inspeccionabais metódicamente
las terrazas.
Uno de ellos, a la luz de un relámpago, vio el cadáver
descoyuntado del conserje varios pisos más abajo.
CAPÍTULO XIV
FIN