Unidad 2
Unidad 2
Unidad 2
TECNICATURA UNIVERSITARIA
EN ADMINISTRACIÓN
UNIDAD II:
Estado, Sociedad y Poder
Político
p. 1
UNIDAD II: Estado, Sociedad y Poder Político
PRESENTACIÓN
OBJETIVOS
• Comprender los problemas que implica la organización del estado, las ideas de
soberanía y autonomía y la práctica de la democracia.
p. 2
TEMARIO:
p. 3
• Concepciones filosófico-políticas sobre el concepto de Estado.
p. 4
El único camino para erigir semejante poder común, capaz de defenderlos contra la
invasión de los extranjeros y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que
por su propia actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir
satisfechos, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de
hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una
voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una asamblea de hombres que
represente su personalidad; y que cada uno considere como propio y se reconozca a sí
mismo como autor de cualquier cosa que haga o promueva quien representa su persona,
en aquellas cosas que conciernen a la paz y a la seguridad comunes; que, además,
sometan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su juicio. Esto es
algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una y la
misma persona instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si
cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi
derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él
vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de la misma manera.
Hecho esto, la multitud así unida en una persona, se denomina ESTADO, en latín,
CIVITAS. Ésta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien (hablando con más
reverencia), de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y
nuestra defensa. Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre
particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira
es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para
la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero.
p. 5
Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así: una persona de cuyos
actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido instituida por cada
uno como autor al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos, como lo
juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa común. El titular de esta persona se
denomina SOBERANO, y se dice que tiene poder soberano; cada uno de los que le
rodean es SÚBDITO suyo.
Se alcanza este poder soberano por dos conductos. Uno por la fuerza natural, como
cuando un hombre hace que sus hijos y los hijos de sus hijos le estén sometidos, siendo
capaz de destruirlos si se niegan a ello; o que por actos de guerra somete sus enemigos a
su voluntad, concediéndoles la vida a cambio de esa sumisión. Ocurre el otro
procedimiento cuando los hombres se ponen de acuerdo entre sí, para someterse a algún
hombre o asamblea de hombres voluntariamente, en la confianza de ser protegidos por
ellos contra todos los demás. En este último caso puede hablarse de Estado político, o
Estado por institución, y en el primero de Estado por adquisición.
p. 6
Si un hombre es interrogado por el soberano o su autoridad, respecto a un crimen
cometido por él mismo, no viene obligado (sin seguridad de perdón) a confesarlo, porque,
como he manifestado también previamente, nadie puede ser obligado a acusarse a sí
mismo por razón de un pacto.
Si un súbdito tiene una controversia con su soberano acerca de una deuda, o del derecho
de poseer tierras o bienes, o acerca de cualquier servicio requerido de sus manos, o
respecto a cualquier pena corporal o pecuniaria fundada en una ley precedente, el súbdito
tiene la misma libertad para defender su derecho como si su antagonista fuera otro
súbdito y puede realizar esa defensa ante los jueces designados por el soberano. En
efecto, el soberano demanda en virtud de una ley anterior y no en virtud de su poder, con
lo cual declara que no requiere más si no lo que, según dicha ley, aparece como debido.
La defensa, por consiguiente, no es contraria a la voluntad del soberano, y por tanto el
súbdito tiene la libertad de exigir que su causa sea oída y sentenciada de acuerdo con
esa ley.
p. 7
"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada
hombre no conoce lo que vale lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones
sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil
incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía."
La sociedad más antigua de todas, y la única natural, es la de una familia; y aun en esta
sociedad los hijos sólo permanecen unidos a su padre el tiempo que le necesitan para su
conservación. Desde el momento en que cesa esta necesidad, el vínculo natural se
disuelve. Los hijos, libres de la obediencia que debían al padre, y el padre, exento de los
cuidados que debía a los hijos, recobran ambos su independencia. Si continúan unidos,
ya no es por naturaleza, sino por su voluntad; y la familia misma no se mantiene sino por
convención.
Esta libertad común es una consecuencia de la naturaleza del hombre. Su principal deber
es procurar su propia conservación, sus principales cuidados son los que se debe a sí
p. 8
mismo; y después que adquiere uso de razón, siendo él sólo el juez de los medios propios
para conservarse, llega a ser por este motivo su propio dueño.
Es, pues, la familia, si así se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas:
el jefe es la imagen del padre, y el pueblo es la imagen de los hijos; y habiendo nacido
todos iguales y libres, sólo enajenan su libertad por su utilidad misma.
Encontrar una forma de asociación capaz de defender y proteger, con toda la fuerza
común, la persona y los bienes de cada uno de los asociados, pero de modo tal que cada
uno de éstos, en unión con todos, sólo obedezca a sí mismo, y quede tan libre como
antes.» Este es el problema fundamental, cuya solución se encuentra en el Contrato
Social.
Todas estas cláusulas bien entendidas se reducen a una sola, a saber: la enajenación
total de cada asociado, con todos sus derechos, a favor de la comunidad.
Al que rehuse obedecer a la voluntad general, se le obligará a ello por todo el cuerpo: lo
que no significa nada más que se le obligará a ser libre, pues esta y no otra es la
condición por la cual, entregándose cada ciudadano a su patria se libra de toda
dependencia personal.
p. 9
El pacto social establece entre los ciudadanos tal igualdad que todos se obligan
bajo las mismas condiciones y deben disfrutar de los mismos derechos y todo acto de
soberanía, es decir, todo acto auténtico de la voluntad general obliga o favorece
igualmente, a todos los ciudadanos.
Si el Estado no es más que una persona moral, cuya vida consiste en la unión de
sus miembros, y si su cuidado más importante es el de su propia conservación, necesita
una fuerza universal y compulsiva para mover y disponer todas las partes del modo más
conveniente al todo. Así como la naturaleza da a cada hombre un poder absoluto sobre
todos los miembros de su cuerpo, así también el pacto social otorga al cuerpo político un
poder absoluto sobre todos los suyos. Este mismo poder, dirigido por la voluntad general,
recibe, como he dicho, el nombre de soberanía.
Considerando las cosas humanamente, a falta de sanción natural, las leyes de la justicia
son inútiles entre los hombres; sólo producen el bien del malvado y el mal del justo, ya
que el justo las observa para con todos sin que nadie las observe con él, el gobierno para
ser bueno debe ser proporcionalmente más fuerte a medida que el pueblo es más
numeroso.
p. 10
Por otra parte, ofreciendo el engrandecimiento del Estado a los depositarios de la
autoridad pública más tentaciones y más medios para abusar de su poder, cuanto más
fuerte debe ser el gobierno para contener al pueblo, tanto más lo debe ser a su vez el
soberano para contener al gobierno. No hablo aquí de una fuerza absoluta, sino de la
fuerza relativa de las diversas partes del Estado.
De aquí se sigue que los tributos se van haciendo más onerosos a medida en que
aumenta la distancia entre el gobierno y el pueblo. Así es que en una democracia el
pueblo está menos cargado; en una aristocracia ya lo está más, y en una monarquía es
cuando lleva la mayor carga. Por lo tanto, la monarquía sólo conviene a las naciones
opulentas, la aristocracia a los Estados de una riqueza y de una extensión medianas y la
democracia a los Estados pequeños y pobres.
En efecto, cuanto más se reflexiona, mejor se descubre la diferencia en esto entre los
Estados libres y los monárquicos. En los primeros todo se emplea para la utilidad común;
en los otros las fuerzas públicas y las particulares son recíprocas y las unas se aumentan
por la disminución de las otras; en fin, en vez de gobernar a los súbditos para hacerlos
felices, el despotismo los hace miserables para gobernarlos.
➢ Confederación
➢ Estado Federal
➢ Estado Unitario.
p. 11
➢ Confederación:
➢ Estado Federal:
➢ Estado Unitario:
Los derechos individuales son los derechos morales que los hombres tienen por el solo
hecho de ser hombres. El alcance de los derechos fundamentales del hombre es materia
de controversia. Sin embargo, hay un relativo acuerdo en que ellos incluyen la libertad de
conciencia y expresión, el derecho de asociación, el de no ser discriminado por razones
de raza, origen, religión y sexo, el de elegir trabajo y lugar de residencia, el de ser
p. 12
respetado en su vida e integridad física, el de no ser sancionado sin un debido proceso
legal, el derecho de propiedad, el de educarse.
3) Principio de la dignidad de la persona humana: Expresa que las personas deben ser
juzgadas y tratadas sobre la base de sus acciones voluntarias y no según otras
propiedades y circunstancias, como ser su raza, su sexo, su pertenencia a cierta clase
social, su religión, etc. De este principio se infiere la prohibición de toda persecución y
discriminación por motivos de raza, sexo, origen nacional y social, etc. Este principio está
en la base de la participación democrática en el gobierno. También de este principio se
infiere que no puede haber penas sino por acciones humanas voluntarias previstas en
p. 13
leyes anteriores (art. 18 de la Constitución Nacional). La idea de que el derecho solo
puede interferir con acciones que perjudican a terceros, se fundamenta en el punto de
vista de que el derecho solo debe hacer efectiva la moral pública y no la privada (arts. 4 y
5 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789). Nuestra
Constitución Nacional establece este principio en su Art. 19, que se refiere al derecho a la
intimidad. Dice en su primer párrafo: “Las acciones privadas de los hombres que de
ningún modo ofendan al orden y la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo
reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados”.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
OBLIGATORIA
MATERIAL ELABORADO POR LOS DOCENTES A CARGO PARA LA MATERIA
COMPLEMENTARIA
Kogan, Hilda y Sanguinetti, Horacio. (1985). “El Estado: instituciones políticas”. En
Introducción al conocimiento de la sociedad y el Estado. Buenos Aires: EUDEBA.
Estatuto Universitario (diciembre de 1960). Universidad de Buenos Aires, ratificado por ley
23.068.
Ferronato, Jorge.(2007). "América Latina. Entre lo sublime y el desconsuelo". Buenos
Aires:Macchi.
Hobsbawm, Eric. (1998, 1° ed.1994). “Vista panorámica del siglo XX”, “La Revolución
Social 1945-1990”, “La Revolución Cultural”, “Tercer Mundo”, “Tercer Mundo y la
Revolución”, “El fin del milenio”, en Historia del Siglo XX, Buenos Aires: Crítica.
p. 14
Para la Segunda Parte -
Gerchunoff, Pablo y Llach, Lucas.(2007). "Del Paraíso peronista a la crisis del desarrollo
(1949-1958)", en El ciclo de la ilusión y el desencanto, Buenos Aires: Ariel.
Sidicaro, Ricardo. (2001).“La crisis del Estado” y “Los actores políticos y socioeconómicos
en la Argentina (1989-2001)”. Buenos Aires,
Llairó, María Monserrat y Palacio, Priscila. (2012). Los Dilemas de América Latina ante la
crisis. Buenos Aires: Eudeba.
p. 15