Chema Tojeira - Congreso Espiritualidad

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LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES Y NOSOTROS.

PUNTOS PARA REFLEXIÓN


P. José M. Tojeira, S. J.

Me han pedido que en esta primera conversación sobre los Ejercicios


Espirituales hable de cómo los Ejercicios y el discernimiento permitieron a
Ignacio y a los primeros compañeros, y a nosotros hoy, reconocer, nombrar y
acoger la diversidad de heridas interiores, personales, sociales y eclesiales. En
otras palabras, cómo enfrentar los desafíos del mundo en que vivimos, a partir
de esos momentos de reflexión que en Ignacio comenzaron a desarrollarse a
causa de la herida sufrida en la defensa de Pamplona y que fueron creciendo,
en una vida compleja y espiritualmente aventurera, hasta convertirse en ese
texto y experiencia de cada uno que llamamos Ejercicios Espirituales. Estos
han sido para los jesuitas de todos los tiempos la base de su propia identidad
cristiana y de un especial fuego y creatividad apostólicos. Más que una
síntesis acabada, trataré de exponer algunos aspectos que por lo menos pueden
abrirnos al diálogo sobre este magnífico instrumento evangelizador que son
los ejercicios y el uso de los mismos en un mundo en muchos aspectos roto, y
en un momento en que nuestro apostolado tiene necesariamente que ampliarse
a través de la colaboración con otros y la cercanía con la que llamamos familia
ignaciana.

1.- INTRODUCCIÓN: Dejarse llevar por Dios

Los Ejercicios Espirituales nacen de la reflexión de San Ignacio sobre


su propia vida y sus experiencias humanas y religiosas contrastadas con su fe
vital en Dios y el seguimiento del Evangelio. Hablando humanamente, los
ejercicios fueron el fruto de una experiencia sumamente compleja, llena de
sentimientos, emociones y pensamientos muy diversos, entusiasmos,
depresiones, casualidades e influencias, todos ellos en conexión con la propia
vida de Ignacio y los avatares de la misma. Al mismo tiempo, son también el
resultado de una hábil capacidad de juicio y crítica, unida a una profunda
conversión de los deseos, emociones y criterios que le daban identidad. La
experiencia de Dios iba creciendo en medio de esos procesos y, como decía
Nadal, le iba empujando “hacia donde él no sabía”. La conversión a ese Dios
siempre mayor y siempre nuevo, que le hacía verse pequeño y le ayudaba a
crecer, le lleva a una transformación de los propios sentimientos y costumbres,
y le conduce a una entrega total y absoluta a la voluntad de Dios expresada en
el deseo de expandir su Reino. El discernimiento, en cuanto análisis de las
emociones sentidas, cargado de racionalidad crítica y siempre sujeto al
Evangelio y al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, orienta, da sentido y
llena de efectividad las decisiones que brotan del corazón. Ignacio llamaba
mociones a los impulsos que la conversión y el sentimiento religioso
provocaban en él. Pero sabedor de que la emoción religiosa puede llevar por
caminos insospechados, añade al cultivo de las experiencias de fe, confianza y
amor, esa fuerza crítica y racional del discernimiento, siempre enfocado a la
acción y a la superación de confusiones y errores.

Tal vez una de las experiencias iniciales que llevó a Ignacio, con el
tiempo, a pensar en la necesidad de síntesis entre la experiencia interior del
sentimiento y la llamada a la acción del Evangelio, es la que se narra casi al
comienzo de su autobiografía. Un suceso acaecido y que Ignacio narra “para
que se entienda cómo nuestro Señor se había con esta ánima que aún estaba
ciega, aunque con grandes deseos de servirle en todo lo que conociese” 1. Es el
caso muy conocido del “moro” que, coincidiendo en el camino con Ignacio,
negaba la virginidad post parto de María. Ignacio, con fuertes sentimientos
interiores desde su religiosidad tradicional y su reciente conversión, pero
todavía sin claridad para la toma de decisiones, dejó a la suerte de la mula,
según esta siguiera un camino u otro, la posibilidad de asesinar al morisco o
de seguir adelante haciendo caso omiso de la ofensa a la madre del Señor.

El sentimiento es con frecuencia ciego, aunque no necesariamente


inauténtico. Puede ir en una dirección o en otra. El discernimiento se vuelve
entonces indispensable para distinguir celos indiscretos del verdadero celo
apostólico, necesario para diferenciar exageraciones en la penitencia respecto
al verdadero sentido de la unión con Cristo doloroso, utilísimo para discernir
entre la búsqueda del éxito personal y la verdadera pasión por el Reino, que
pasa siempre por el camino de la cruz. Los Ejercicios, en ese sentido
“diacrítico”2, son una escuela de construcción sana de la propia opción
fundamental de vida, del discernimiento de los sentimientos y decisiones que
esta opción despierta y de la motivación evangélica de seguimiento del Señor.
El sentimiento interno para mejor seguir al Señor, que se pide repetidas veces
en los Ejercicios, es ya un sentimiento claro, profundamente interior e
iluminado por la gracia del Evangelio, que no admite duda ni vacilación en el

1
Autobiografía 14
2
Pablo, en 1Cor 12, 10 se refiere al carisma de la discreción de espíritus (“diakriseis pneumaton”) como uno
de los diversos dones carismas cristianos
seguimiento al que el Señor nos llama. Y es ese sentimiento interno el que al
final ilumina la razón y la lleva al discernimiento de las opciones concretas e
históricas que toda persona debe tomar. Toda la autobiografía narra ese largo
proceso de crecimiento en el amor apostólico y discreto que le llevó a Ignacio
finalmente a ver a “Cristo como sol... cuando estaba tratando de cosas de
importancia, y aquello le hacía venir en confirmación”3.

Este proceso continuó mientras elaboraba las Constituciones de la


Compañía de Jesús y le llevó a ese saber combinar, en una especie de
dinámica encarnatoria, la inspiración del Espíritu como elemento básico para
la vida de la Compañía, y la normativa que impone tanto la responsabilidad
histórica concreta como la tradición contrastada con el Evangelio. Meditar hoy
la Fórmula del Instituto o estudiar las Constituciones, solo puede hacerse
auténticamente viendo ambos escritos como prolongación en la historia de los
Ejercicios Espirituales. El Proemio de las Constituciones de la Compañía no
deja dudas al respecto. Insiste prioritariamente en que la “Suma Sapiencia y
Bondad de Dios... y de nuestra parte... más que ninguna exterior constitución,
la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en
los corazones”, es el factor básico que ha de conservar y dar vida a la
Compañía de Jesús. Pero al mismo tiempo, la necesaria cooperación de las
criaturas, así como la tradición que pasa por Jesús y sus seguidores, le lleva a
escribir la normativa base de la vida de la Compañía para “mejor proceder,
conforme a nuestro Instituto, en la vía comenzada del divino servicio” 4. El
camino comienza en los ejercicios, en la gracia y en la conversión. Las
Constituciones son aplicación en la historia. Libertad evangélica y obediencia
a la voluntad divina, pasión apostólica e integración en un cuerpo social
querido por Dios, se unen en ese Espíritu que crea libertad y cuerpo social al
mismo tiempo.

Si el discernimiento tiene siempre como objetivo y punto de partida la


toma de decisiones a la luz del fuego interior y del sentimiento interno creado
por el Espíritu del Señor, conviene decir algunas palabras sobre el sentido del
discernimiento de espíritus que propone Ignacio. Para él hay una diferencia
clara entre el Espíritu Santo y los espíritus que hay que discernir. Así como el
Espíritu Santo es el Espíritu del Señor y siempre motor de santidad, los
espíritus que se deben discernir corresponden más bien a fuerzas interiores
propias de la persona que impulsan a la acción. Son, en cierto modo, motores
de la actividad humana. Pueden ser positivos o negativos según respondan a la
3
Autobiografía 99
4
Constituciones SJ, 134
voluntad y al amor creador y redentor de Dios, o sigan la tendencia de
autoafirmación egoísta que impulsa el que Ignacio llamaba mal espíritu y
principal “enemigo de natura humana”.

2.- EL HOMBRE QUE SE HACÍA PREGUNTAS

Para discernir es necesario tener capacidad de hacerse preguntas. Y es


obvio que Ignacio se las hacía desde antes de convertirse. Cómo ganar fama,
honor y ascenso social era una pregunta característica de los nobles
segundones. Siendo además el último de los hermanos, no es extraño que sus
deseos de destacar fueran grandes. A quién acercarse para ello, qué pasos dar,
era sin duda las preguntas que todo joven noble se hacía cuando quería llegar a
posiciones semejantes a las de los primogénitos de la familia. Participar en
una guerra fue sin duda una respuesta. Lo mismo que el ir a estudiar a París
para Javier, otro noble segundón, tenía como objetivo lograr de entrada una
canonjía en un cabildo catedralicio. La herida de Pamplona, el aburrimiento en
el encierro convaleciente en la casa familiar, la lectura casi obligada de vidas
de santos para pasar el tiempo, llevó a aquel joven caballero a hacerse otras
preguntas. La autobiografía nos cuenta que “razonando consigo” se
preguntaba así mismo: ¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y
esto que hizo Santo Domingo? A partir de los sentimientos y mociones que
surgían de las respuestas que se daba a sí mismo comienza a conformarse lo
que después llamará Ignacio discreción o discernimiento dede espíritus. No se
puede entrar a los ejercicios, ni a ningún otro proceso de conversión, sin
conocerse a sí mismo, conocer la propia fragilidad y preguntarse ante el señor
crucificado “lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo
hacer por Cristo”5.

Al recorrer la historia de Ignacio podemos ver que nunca dejó de


hacerse preguntas, sobre sí mismo y sobre el contexto que vivía. Conocemos
más sus respuestas que sus preguntas, pero es evidente que las exigencias de la
vida y de la historia le obligaron a hacerse continuamente preguntas. Y por
supuesto a preguntar a otros por el sentido de sus vidas, como camino inicial
de conversión. Los propios excesos en la penitencia que en algunos momentos
practicó y posteriormente cuestionó, le llevaron a moderar el afán penitente de
muchos jesuitas, tanto escolares como sacerdotes, incluidas personalidades
como la de San Fancisco de Borja. Los inconvenientes y dificultades para
peregrinar a tierra santa cuestionaron tanto el futuro inmediato como abrieron
la historia de Ignacio y sus compañeros a nuevas preguntas que llevaron a la
5
EEEE n° 53
transformación del plan de vida previsto en la tierra del Señor y elaborado
desde los Ejercicios. La propia fundación de la Compañía de Jesús estuvo
llena de preguntas que los primeros compañeros se hicieron en sus
deliberaciones de 1539. Y la propia historia de la compañía naciente es con
frecuencia respuesta a las exigencias del tiempo en que se vivía. De las
preguntas que planteaba la desobediencia reformista al papado, surgió un
sentido de obediencia para la misión muy radical. De la dificultad de las
guerras la reconciliación de los desavenidos, del drama de la pobreza la
instrucción a los rudos, del sufrimiento de los enfermos el oficio de consolar.
Hubo sin duda preguntas y reflexión sin pausa para pasar de una orden
itinerante, con un pie siempre alzado para emprender una nueva misión, como
decía el propio Ignacio, a una orden que sin abandonar la aventura misionera,
sabía también establecerse en colegios y universidades para crear cultura
cristiana de largo plazo.

Hoy, cuando lo que se ha denominado como etapa histórica de la


posverdad domina el mundo de la construcción de la realidad política, hacerse
preguntas y tener capacidad crítica es un componente necesario para el
anuncio y la construcción del Reino de Dios. Cuando ya no existe la verdad,
cuando todo es relativo o cuando la verdad se identifica con los dogmas o los
logros del poder, la verdad se convierte en simple y sencillamente lo que nos
conviene. Y la crítica puede convertirse en la justificación de nuestras
conveniencias y en la búsqueda y señalamiento de las debilidades de lo que no
nos conviene. La verdad se convierte en la esclava del interés y la utilidad. La
verdad de la realidad queda al margen de la existencia. Las redes sociales, con
sus verdades convertidas en consignas, reducidas a la fuerza de una repetición
sembrada de eslogans y propaganda, nos fuerzan a veces a utilizar el mismo
esquema, prescindiendo de la complejidad de la realidad. Los ejercicios
espirituales son la antítesis de la posverdad. Se busca llegar al fondo del
sentido de la existencia, y desde ahí tener un punto de partida objetivo. El
inmenso amor y generosidad de Dios para con nosotros se convierte en el
punto de partida de un análisis de vida y acción que asume la complejidad de
la vida personal y de la historia y convierte el riesgo de la libertad en
confianza y servicio.

No sé qué pensaría San Ignacio de la frase de Dostoyevsky, que en carta


a una amiga decía: “si alguno pudiera probarme que Cristo está fuera de la
verdad, y si la verdad realmente excluyera a Cristo, preferiría quedarme con
Cristo y no con la verdad”6. Tal vez a San Ignacio, en su tiempo le hubiera
parecido digna de un fideísmo protestante. Pero González de Cámara, en la
autobiografía, decía que las consolaciones habidas en Manresa le llevaron
muchas veces a pensar que “si no hubiera Escriptura que nos enseñase estas
cosas de la fe, él se determinaría a morir por ellas, solamente por lo que ha
visto”7. Hacerse preguntas en los Ejercicios es llegar al fondo de la propia
existencia y optar por lo que le da sentido. Y desde ahí, como diría Ignacio,
solamente desear y elegir “lo que más nos conduce para el fin que somos
creados”8

3.- Las actitudes básicas: EL ÁNIMO Y LA LIBERTAD

Para entrar en ese proceso de discernimiento de espíritus y preguntas


sobre sí mismo que son los EE.EE, que buscan siempre la identificación con
Cristo, Ignacio pide dos actitudes que en el cristiano son ya fruto de la gracia:
“grande ánimo y liberalidad”9. El ánimo es el principio de la acción humana,
así como el desánimo es el principio de una pasividad negativa. En una época
en la que el honor, tanto en Ignacio como en la cultura circundante, respondía
a la dignidad fundamental de la persona humana, el ánimo para emprender lo
noble y lo digno se veía como fundamental. El Quijote transmite ese sentido
vinculado al honor y la caballerosidad de la época, cuando tras el fracaso en su
ataque a los molinos de viento el ilustre caballero termina diciendo: “bien
podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será
imposible”10. A Ignacio, al que nunca abandonó el sentido del honor, puesto
en él al servicio de la mayor gloria de Dios, el ánimo le parecía básico para
enfrentar los retos de la vocación apostólica. Y lo despliega en varias de sus
meditaciones fundamentales de los EEEE, como en la meditación del Reino y
de las dos Banderas. La respuesta animosa y generosa al rey temporal era
básica para no ser tenido como “perverso caballero”. Ofrecer “todas sus
personas al trabajo”11 era la única respuesta de quien tuviera honor. La
oblación de mayor estima y momento no es sino un juramento caballeresco de
fidelidad transformado por la gracia: un ofrecimiento a un seguimiento radical
del Señor, en el que las cruces de la vida y de la historia se transforman en
heridas gloriosas del seguidor de Jesús.

6
Carta de Feodor Dostoievski a la Sra Fonvizina, la mujer que le regaló un Nuevo Testamento mientras
estaba en prisión
7
S. Ignacio de Loyola, Autobiografía, final del n° 29
8
Final del Principio y Fundamento en los EE.EE.
9
Anotación 5° para el que entra en los EE.EE.
10
Miguel de Cervantes, Don quijote de la Mancha, edición del 5° centenario, pg 677
11
Ver en EE.EE, nn 94 y 96
Ignacio le dio tanta importancia a ese ánimo que recomendaba para
entrar en los EEEE, que lo convirtió, ya enriquecido por la elección del
seguimiento del Señor, en la fuente principal de la vida comunitaria de la
Compañía de Jesús12. El noble caballero, convertido en seguidor del
crucificado, supo muy pronto que solo podría haber verdadera comunidad si
había unión de ánimos. Unida al ánimo estaba la liberalidad, entendida como
esa libertad generosa de la que Pablo hablaba a los Gálatas cuando les decía
que “para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gal 5, 1), y que se convierte en
los momentos de dificultad en “parresía”, audacia libre para anunciar el Reino.
Liberalidad como generosidad que se desprende directamente de la opción de
seguimiento del Señor, nuestro “summo capitán y señor nuestro” 13, más liberal
y más humano que el generoso rey temporal de la parábola ignaciana.
Generosidad plena de libertad evangélica para ir a donde la mayor necesidad y
la mayor gloria de Dios lo solicite. Y de un modo especial, libertad generosa
para seguir a Cristo en la pena, consciente de que será así más fácil seguirle en
la gloria.

Este espíritu de libertad, nacido de los ejercicios, sopesado en el


discernimiento y realizado muchas veces en choque con la cultura de su
tiempo, lleva a la Compañía a una permanente reinterpretación de los grandes
principios ignacianos. Si los antiguos mártires decían que estar cerca de las
fieras era estar cerca de Cristo, Ignacio, en otra época, insistía en la
“determinación deliberada” de sufrir oprobios e injurias por el Reino. Javier
en otras circunstancias, asumía la soledad y el fracaso de sus ansias
apostólicas en la isla de Sanchón, como parte de su cruz apostólica. Ricci y de
Nobili asumían la necesidad de salir de su propia cultura e insertarse en otra
forma de acercarse al mismo Dios que se nos da todo en todos. Otros se
adelantaron a su época y fueron mal vistos, diciendo que el poder viene de
Dios, pero a través del pueblo, en vez de ser dado directamente el rey. Otros
fueron perseguidos por criticar duramente el enjuiciamiento de las llamadas
brujas y la tortura como método de interrogatorio. El concepto de justicia
social lo formuló inicialmente un jesuita en el siglo XIX. Y en el siglo pasado
la CG XXXIV asumía que el bien más universal estaba en la transformación y
cambio de estructuras injustas. Hoy, en un mundo caracterizado por “la guerra
de los poderosos contra los débiles”14, o por “una economía de la exclusión o

12
Así lo entiende el decreto de la CG 32 dedicado a la vida espiritual y comunitaria, considerando la unión de
ánimos como “el punto peculiar de convergencia de toda nuestra vida religiosa” (2)
13
Meditación de dos banderas, EEEE n° 136
14
Juan Pablo II, Pastores Gregis, n° 67
la inequidad”15 que acaba matando, insistimos en la misión de Reconciliación
y Justicia. La libertad de movimiento que pedía Ignacio a los jesuitas,
insistiéndoles en que estuvieran siempre con un pie levantado para acudir a la
misión, se transformó también a través del discernimiento en los ejercicios, en
dinamismo de cambio, adaptación del Evangelio y su mensaje al mundo en
que vivimos, muchas veces anticipándonos y enfrentándonos a lo que el
mundo, cerrado en sí mismo, puede tolerar. La libertad, el ánimo y la cruz se
unen en ese momento en que el mundo rechaza, persigue o mata.

4.- LA CRUZ DE LA POBREZA HISTÓRICA

Este último punto de una libertad que opta por permanecer insertada en
las cruces de la historia muestra lo más profundo y original del discernimiento
ignaciano. Si otros santos, anteriores o contemporáneos de Ignacio, como
Francisco de Asís o Juan de la Cruz, optaron respectivamente y con
radicalidad por la pobreza material y la pobreza espiritual, como testimonios
transformadores de su época, Ignacio opta en los EEEE por la que podríamos
llamar pobreza histórica, sin renunciar a las formas clásicas de la pobreza,
material y espiritual. Consciente de que el Señor salva y triunfa desde la cruz,
Ignacio quiere seguirle en una historia en la que la confrontación con las
dinámicas predominantes en el mundo llevan a la pobreza, al oprobio y a ser
tenido y estimado por loco. Si otros santos vivían la pobreza como testimonio
físico del seguimiento de Jesús, o como vaciamiento espiritual indispensable
para encontrar a Dios en la noche del espíritu, Ignacio quiere vivir la
identificación con el Cristo pobre en la historia, predicando entre fieles e
infieles y siguiendo el mismo camino histórico del Señor, que desde la cruz
anuncia el triunfo del Reino.

Esta opción por una pobreza histórica es la que hoy la Compañía asume
en su discernimiento como “audacia de lo improbable”, fruto del escuchar a
Cristo “que nos convoca de nuevo a realizar un servicio de justicia y de paz,
sirviendo a los pobres y excluidos”16, como parte indispensable de nuestra
misión de Reconciliación y justicia. La Compañía podrá tener grandes
instituciones, como universidades, colegios o grandes casas de ejercicios y
espiritualidad, pero solamente serán efectivamente jesuíticas, o ignacianas,
como decimos ahora, si están dispuestas a anunciar el Reino en la historia de
tal manera que provoquen algún tipo de persecución. Sin ánimo resistente y
resiliente, y sin un espíritu libre para optar y servir en la dificultad y “desde
15
Francisco, Evagelii Gaudium, n° 53
16
CG XXXVI, Decreto 1, n°25
los últimos”17, enfrentando persecuciones, será imposible llegar a la exigencia
que plantean los ejercicios desde el contraste entre la historia mundana y el
evangelio. Convertirse en parte de la historia de los pobres implica siempre
sufrir algún tipo de persecución.

Para Ignacio el deseo de persecución y sufrimiento con Cristo era signo


de que se aceptaba y creía que el camino histórico de simplicidad y pobreza
conducía hacia la cruz y era también camino hacia la gloria. Aceptar y cargar
la cruz de la historia no solo era imitar a Cristo, sino enfrentar a quienes
trataban de imponer cruces injustas al prójimo oprimimdo. Francisco Javier
advertía al mismo rey de Portugal, que tanto amaba y apoyaba a la Compañía,
de las cuentas que tendría que dar a Dios por las injusticias que sus súbditos
portugueses cometían en la India. Cuando el futuro cardenal Mendoza, todavía
muy joven, visitó a Ignacio en la prisión de Salamanca y le preguntó si estaba
apesadumbrado por la permanencia en la cárcel, Ignacio le contestó diciendo
que “no hay tantos grillos ni cadenas en Salamanca, que yo no deseo más por
amor de Dios”18. Cuando la conciencia le decía a Ignacio que el sufrimiento
era injusto, la identificación con Cristo se le revelaba con claridad. No es
extraño que desde la experiencia propia de sufrir con Cristo se pase con
facilidad a ver el sufrimiento ajeno como sufrimiento de Cristo y brote al
mismo tiempo la indignación, la solidaridad y el deseo de un mundo
reconciliado.

5.- Peregrinos en lucha: LA HERIDA Y EL DOLOR

La persecución nunca está exenta de dolor. ¿Puede la herida de Ignacio


significar algo desde su propia realidad dolorosa y desde ese constituirse en
aviso de la fragilidad humana e incluso de la cercanía de la muerte para una
persona joven? Ignacio era un cristiano perteneciente a la que podríamos
llamar nobleza campesina, que hacía méritos y crecía en aspiraciones al lado
de nobles cercanos al rey y con puestos o funciones importantes en la Corte
Real. Una persona que precisamente en esa búsqueda y fidelidad al honor
podía enfrentar la muerte sin que fuera un freno para su ánimo. La confesión
con un compañero de armas, en ausencia de sacerdote, mostraba un
cristianismo tradicional, dispuesto a enfrentar los riesgos de muerte y

17
Francisco, “Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos”. Fratelli Tutti, n° 235

18
Autobiografía, n° 69
amenazas de la guerra. La herida en Pamplona y el largo proceso de
cicatrización, junto con el agotamiento de los libros de caballerías en la casa
paterna, le llevó a leer vidas de santos. Y si el dolor y las heridas en las luchas
de los caballeros eran fácilmente sobrellevables desde la honra y la búsqueda
de gloria, en los santos descubre otra forma de soportar el dolor, al tiempo que
encuentra en el sufrimiento un nuevo significado. Integrar el sufrimiento en la
vida ayuda generalmente a profundizar en el conocimiento de uno mismo. Y
muy probablemente Ignacio dedujo de su propio sufrimiento la importancia
que el propio dolor o la dificultad tenían para integrar la historia apostólica en
la historia del Reino. El dolor, sea físico o espiritual, crea miedo. Pero el amor
arroja fuera al miedo (1 Jn 4, 18) y puede convertir el dolor de la cruz
histórica y concreta del apóstol en triunfo del Reino.

En su autobiografía Ignacio no deja de llamarse el peregrino. Su


primera experiencia de peregrinación a tierra santa y los posteriores intentos
de peregrinar, así como los largos viajes a pie o en bestia, le dejaron a Ignacio
la capacidad de encontrar un norte en su vida. El camino, con sus sudores,
hambre, cansancio, encuentros de todo tipo, y sobre todo esperanza de
alcanzar el lugar y el fruto deseado, le ayudó a integrar la complejidad de la
vida. Cambió su nombre de pila, Íñigo, por el de otro peregrino, Ignacio, que
mientras iba a Roma para convertirse en limpio pan de Cristo, molido por los
dientes de los leones19, escribía cartas hablando del martirio como
identificación con Cristo. No hay duda de que la puerta de ese caminar en los
Ejercicios se abre sintiéndose pecador ante el Dios “primero” que nos muestra
el Principio y Fundamento y que repite después la Fórmula del Instituto 20
cuando nos dice que procuremos tener ante los ojos, primero a Dios. Creados
por el amor misericordioso de Dios, y tantas veces débiles para responderle, el
pecado y la fragilidad nos lleva a la triple pregunta de qué he hecho por Cristo,
que hago por Cristo y qué debo hacer por Cristo. Las heridas del peregrino
solo quedaban sanadas ante la generosidad del que nos amó primero y dio la
vida por nosotros. Pero faltaba algo todavía: cargar con las mismas heridas de
Jesús en el peregrinar en la historia. Se da así en Ignacio, tanto en los
Ejercicios como al inicio de las Constituciones, el deseo de “pasar injurias
falsos testimonios, afrentas y ser tenidos y estimados por locos (no dando ellos
ocasión alguna de ello) por desear parecer e imitar en alguna manera a nuestro
Criador y señor Jesucristo”21.
19
"Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan
de Cristo", Ignacio de Antioquía, carta a los Romanos 4, 2
20
“Y procure tener ante los ojos mientras viva, primero a Dios y luego el modo de ser de su Instituto, que es
camino hacia Él”, Ignacio de Loyola, Fórmula del Instituto aprobada por Julio III en 1550
21
Constituciones 101
Este amor a la cruz presente en la historia no solo es de Ignacio. Los
primeros compañeros tenían muy clara su opción. Fabro sentía dolor e incluso
derramaba lágrimas cuando no sentía contrariedades en un mundo lleno de
ellas. Javier preparándose en Portugal para ir a la India, al tiempo que alababa
el buen trato del rey portugués hacia él y sus compañeros, se quejaba de no
sufrir persecuciones. Solamente le consolaba la esperanza de sufrirlas en la
India, pues vivir mucho tiempo sin ellas le parecía ser “non militare
fideliter”22. Seguir fielmente al Señor implica siempre contradicción,
sufrimiento, resistencia y cruz. Ante la insistencia del rey portugués, tan
benévolo con la Compañía, que llegó a tener el deseo de elevar al episcopado
a algunos jesuitas, Javier termina alegrándose de que el monarca luso entienda
y acepte la posición de la Compañía “de no querer obispados ni cosa de este
mundo, salvo injurias, afrentas y persecuciones por el servicio de Dios nuestro
Señor”23.

El propio Ignacio, cuando enviaba a Laínez y Salmerón al concilio de


Trento, en un contexto de cardenales y obispos príncipes y señores feudales,
les pedirá que enseñen los “primeros rudimentos” de la fe a muchachos y que
visiten el hospital practicando el oficio de consolar. Estar en contacto con el
dolor y encontrar junto con el enfermo el sentido del sufrimiento, que eso
significa el mandato de consolar, resultaba para San Ignacio indispensable
cuando el prestigio, la fama o la ambición (propia o de otros) rodeaba el
trabajo de los jesuitas. Esta opción la coloca Ignacio en la primera “fórmula
del instituto” aprobada por Paulo III (1940), cuando insiste en la vigilancia
que los superiores deben tener respecto a la obligación de instruir en la fe y
doctrina a quienes mejor expresaban la pobreza y el dolor de aquellos tiempos,
“niños y gente ruda”. Con profunda experiencia de la vida y de las tentaciones
del mal espíritu, Ignacio sabe que “en los nuestros existe el peligro de que
cuanto fueren más doctos, quizá rehúsen más este trabajo como menos
brillante a primera vista, siendo así que ninguno hay tan fructuoso, ya para
edificar a los prójimos, ya para que los nuestros ejerciten las virtudes de la
caridad y la humildad”24. Acercarse al dolor, aun no siendo esto excluyente de
otras tareas más agradables para el ego personal, es para Ignacio fuente
permanente de mayor gloria de Dios y mayor servicio a las ánimas. Es asumir,
como decíamos anteriormente, la que podemos llamar pobreza histórica, con
sola la confianza puesta en Dios.

22
Citado por G. Shurhammer en San Francisco Javier, su vida y su tiempo, Tomo I, pg 811
23
Ibíd, pg 808
24
Formula del Instituto aprobada por Paulo III en 1540, n° 3
Ese modo de entender el sufrimiento se muestra de una manera especial
en el modo ignaciano de entender la muerte. En la parte quinta de las
Constituciones, que habla de los votos y de lo que el jesuita debe o no debe
hacer, se contempla la muerte del jesuita como parte del apostolado. “Como
en la vida toda, así en la muerte y mucho más, debe cada uno de la Compañía
esforzarse y procurar que Dios nuestro Señor sea en él glorificado y servido y
los prójimos edificados”25. Al igual que el sufrimiento, la muerte ha perdido su
aguijón y se ha convertido en un acto apostólico, así como la muerte en cruz
del Señor es para nosotros un acto salvador. Cuando Francisco Javier viajaba
hacia las islas del Moro, hoy parte de las Molucas, recibió un sin fin de avisos
sobre los peligros de muerte que le podían esperar a su llegada. El riesgo y la
amenaza le llenaban de un mayor ánimo y le hacían decir que a las islas
debían cambiarle el nombre y llamarlas islas de creer en Dios. Dios presente
en todas las circunstancias de la vida, haciendo que la muerte no sea un
estorbo para la mirada del apóstol.

Cuando en los ejercicios de ocho días los jesuitas nos saltamos la


meditación de la muerte, puede ser que estemos perdiendo ese don y esa
fortaleza que viene de Dios y que genera la capacidad de aceptar y convertir
nuestra dolorosa finitud en parte de nuestra vida apostólica. Lo que puede ser
una reacción contra el exceso de dramatismo y generación de miedo con el
que algunos predicadores de ejercicios sermoneaban la meditación de la
muerte, puede implicar también el miedo a no comprender hoy
adecuadamente el sentido que Ignacio le daba a esta meditación. No era tanto
una desgracia o una amenaza cuanto un tránsito, una posibilidad de
encontrarse con el Señor. Acompañar al enfermo de muerte en sus últimos
momentos era para Ignacio y los primeros compañeros no solo una obligación
solidaria, sino un acompañar al jesuita en el momento final y total de su
entrega al Señor. No entender la muerte como parte de nuestro dar mayor
gloria al Señor, puede también llevarnos a olvidar aquellas reglas 11 y 12,
recogidas del examen de las Constituciones, que los jesuitas vieron desde
Ignacio como parte de nuestro modo de proceder y hacer apostolado,
siguiendo al Señor en la pena para mejor seguirle después en la gloria.

La unión de Fe y Justicia nos inserta hoy en las cruces de la historia, en


las que los rostros de los marginados, migrantes y descartados de todo tipo y
condición nos continúan preguntando a coro con el crucificado, qué hemos
hecho, qué hacemos y qué debemos hacer hoy por ellos. Bajarlos de sus
25
Constituciones n°595
cruces es parte de nuestra opción de reconciliar con Dios y con el prójimo a la
humanidad. Pues “cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante
de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40). Solo aquellos
capaces de enfrentar la cruz de la existencia, de la persecución y de la
pequeñez y finitud de la vida expresada en la muerte, pueden formar parte de
ese cuerpo hoy extendido, ignaciano, eclesial y apostólico que Ignacio pensó
en una época en la que el afán de poder comenzaba a sustituir a la búsqueda de
la verdad. Hoy, cuando “la Divinidad se esconde” 26, y cuando al afán del
poder se le suman los ídolos del consumo, de la razón instrumental y del
dinero, multiplicando un estilo de vida sumido en la posverdad, es necesario
retornar a la desnudez de la cruz. Desnudez que solamente podemos encontrar
en los rostros golpeados por la pobreza y la exclusión, en los migrantes y
refugiados, en los jóvenes mal tratados, marginados e impulsados a la
violencia por una sociedad violenta, en los ancianos y niños abusados de tan
diversas formas. La frase de San Ignacio en carta a los padres y hermanos de
Padua, recordando que “La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey
eterno”, se amplía hoy a todas las víctimas de cualquier forma de opresión o
marginación. Los “amigos en el Señor”27 solamente pueden serlo si expanden
su amistad a quienes el mundo convierte en sus propios desechos.

6.- La unión de los pequeños. EL SENTIDO DE CUERPO

Ignacio comenzó, como recuerda una de sus biografías contemporáneas


más conocidas, “solo y a pie” 28. Nada haría pensar a los habitantes de Manresa
que el ermitaño de una cueva cercana al río Cardoner se convertiría en una
persona de acción con un empuje y dimensión universal. Mucho menos en el
fundador de una orden apostólica que llegará en diversos momentos de la
historia a ser la más numerosa del catolicismo. ¿Fue la herida la que llevó a
comprender que todo esfuerzo humano necesitaba un yo social para curarse y
reemprender el camino? Más allá de cualquier respuesta simple, podemos
considerar obvio que la herida de Pamplona no solo marcó un rumbo diferente
en la vida de Ignacio, sino que fue el comienzo, desde la vulnerabilidad y la
finitud sentida, de una mayor confianza en la socialidad y la amistad social.
Tal vez no está adecuadamente estudiado cómo el sufrimiento se convirtió en
Ignacio en una vía de percepción precisa de lo humano y un camino de
profundización en la propia fe. Pero la herida le llevó a Manresa, donde el
sufrimiento físico se convirtió en sufrimiento espiritual. Y si el sufrimiento

26
EE.EE. n°196
27
En la carta mencionada la frase que citamos aparece al iniciarse el numeral 3
28
José Ignacio Tellechea, “Ignacio de Loyola, solo y a pie”
físico le llevó a confiar incluso en las lecturas familiares no acostumbradas por
él, el sufrimiento espiritual le lleva a preguntar al confesor, consultar con una
mujer sabia, obedecer al superior franciscano en tierra santa y comenzar, ya
lograda la superación de sus crisis, a compartir experiencias con otras
personas y a aconsejarlas.
En todas las épocas de cambio coinciden personas con inquietudes
semejantes. Conversan entre ellos y, generalmente uno, en este caso Ignacio,
se convierte en líder. La Universidad de París, como hervidero de inquietudes
y eco y ampliación del espíritu de reforma, propicia el encuentro. Y los
Ejercicios, ya elaborados como síntesis de vida y avance en la “manera y
grado de amor de Dios”29, empiezan a responder tanto a las inquietudes de
identidad cristiana como a la necesidad de transformar la realidad por la vía de
las reformas, que muchos sentían en aquella época.

Si algo crearon los Ejercicios fue precisamente ese ánimo de servicio y


anuncio del reino que unió sólidamente a un grupo en las mismas esperanzas y
ansias apostólicas reformadoras. Sin Ejercicios Espirituales es casi imposible
pensar en la fundación de la Compañía de Jesús o incluso en su existencia en
nuestros días. En los Ejercicios, Ignacio primero y sus compañeros en
contacto con él, descubrieron un nuevo modo de entender la libertad y de
unirse desde la libertad. En el mundo en que vivían, lo mismo que en la
actualidad, la libertad se entendía como aumento de posibilidades vitales
desde la agregación de bienes o valores. El dinero, la sangre y el linaje, la
cultura y el conocimiento, los puestos y las relaciones sociales, daban más
libertad a quienes tenían más. En los ejercicios, este pequeño grupo descubre
que la libertad cristiana se adquiere solamente por desagregación. Al igual que
Pablo, los primeros compañeros tenían unas características y capacidades que
los convertían en hombres potentes para su época. Pero también como Pablo,
sabían que su fuerza no estaba en sus fuerzas y cualidades personales. Pablo
conocía a fondo la escritura, hablaba griego, hebreo y arameo, gozaba de la
ciudadanía romana por nacimiento, económicamente era autosubsistente y
capaz de viajar y establecer relaciones comerciales y económicas rápidas.
Todo ello podríamos pensar que le hacía libre para anunciar el Evangelio.
Pero Pablo sabía que todo eso podía considerarlo basura al lado de la cruz de
Cristo. Y ahí, en esa verdad desnuda, amorosa y salvadora del crucificado,
solo asequible desde la gracia y la fe como verdad de entrega y de salvación,
Pablo encontró su verdadera libertad.

29
En la quinta edición de “Obras de San Ignacio de Loyola, BAC, nota 104, pg 258, se dice que en los
Ejercicios dados al Dr. Ortiz en Monte Casino, Ignacio usa esa frase en vez de la clásica “tres maneras de
humildad”.
De la misma manera, los primeros en hacer los ejercicios consiguieron
esa libertad por desagregación que no solamente los hizo profundamente libres
para amar y servir, sino que los unió tan profundamente que desde el mismo
ánimo e incluso desde la lejanía, hacía decir a Javier que la Compañía de Jesús
era “Compañía de amor y de conformidad de ánimo” 30. Cuando lo que une a
las personas son la multiplicación de títulos o de cualidades, la capacidad de
celos y rencillas, lo mismo que las alianzas para dominar a los más débiles,
aumentan. La capacidad de verse como “esclavito indigno” 31 de los pobres y
los descartados de este mundo, nos une en el servicio universal y en un magis
permanente que busca siempre la identificación en la historia con el
crucificado. El rechazo de las dignidades eclesiásticas fue, sin duda, parte de
esa libertad evangélica que pone toda su confianza en la cruz y que no quiere
romper el cuerpo de los apóstoles, siempre dispuestos a caminar desde abajo y
desde la encarnación con el Jesús pobre, y desde ahí extender el Reino.

Desde esa conformidad de ánimo, desde esa unión producida por el


espíritu y su impulso hacia un magis permanente, Ignacio puede proponer en
las Constituciones la complementariedad de las personas con diferentes modos
de ser, a veces aparentemente contrarios. Y así, en la parte séptima de las
Constituciones no duda en enviar juntos a un predicador de multitudes con un
consejero de personas individuales, un jesuita experimentado con una joven y
de poca experiencia, uno “ferviente y animoso” con otro “circunspecto y
recatado”. De tal manera, dice Ignacio, “que la diferencia, unida con el
vínculo de la caridad, ayudase a entrambos y no pudiese engendrar
contradicción o discordia entre ellos y los prójimos”32. A Ignacio no le
agradaba Erasmo. Pero en la Compañía entró un gran número de personas que
comulgaban con las tendencias erasmistas de reforma. Los Ejercicios, si había
ánimo y liberalidad, unían siempre a lo diverso. No es difícil imaginar que esa
experiencia de la unión de ánimos, creadora de cuerpo apostólico y de
relaciones fraternas, le hiciera poner a San Ignacio en la Fórmula del Instituto
que el jesuita debe estar siempre preparado “para reconciliar a los
desavenidos”33, o como dirá más adelante en las Constituciones, “pacificar los
discordes”34. Quienes desde la diversidad de pueblos y naciones, culturas y
pensamientos diferentes, están unidos en un mismo espíritu y ánimo son hoy
los más capaces de ejercer el ministerio de la reconciliación y la justicia. La
30
Citado por la CG 36, pg 120 de la edición en español
31
EE.EE, Contemplación de la encarnación (114)
32
Constituciones SJ, parte séptima, n°(624) 12
33
Fórmula del Instituto de la Compañía de Jesús aprobada por Julio III
34
Constituciones SJ n°(650)
vida espiritual profunda cimentada en los Ejercicios y la formación sistemática
y adecuada a la realidad de los tiempos actuales, nos debe preparar hoy para
ello en este mundo en el que a desigualdad y la exclusión no cejan.

7.- CONCLUSIÓN

Cuando al P. Ribadeneira le pidieron que redactar una introducción a las


Constituciones, terminó su escrito prácticamente describiendo el fruto que en
las personas hacen los Ejercicios. Generan “hombres crucificados al mundo y
para quienes el mundo está crucificado; hombres nuevos despojados de sus
propios afectos para revestirse de Cristo; muertos a sí mismos para vivir para
la justicia”35. Personas, en definitiva, que desde sus cualidades y su resistencia
a las dificultades, dan testimonio de la verdad y del amor, y caminan en la
historia, “a grandes pasos”, hacia la construcción del Reino y la llegada al
mismo. Como decía San Cipriano en el siglo III hablando de los que habían
resistido la tortura dando testimonio de Jesús como Señor de la historia, "lucen
en su cuerpo glorioso las claras señales de sus heridas" 36. La Congregación
General XXXII decía que “no trabajaremos en la promoción de la justicia sin
que paguemos un precio”37. El Papa Francisco, en su conversación con los
jesuitas reunidos en la Congregación General 36, y en un momento en el que
le preguntaban sobre el trabajo por la paz, acabó parte de su respuesta
diciéndoles que si bien el trabajo por la paz implica riesgos, “el martirio forma
parte de nuestra vocación”38. La gran cantidad de mártires tenidos en la
historia de la Compañía, y de un modo especial en el siglo pasado, habla no
solo del precio a pagar por nuestro compromiso con el Evangelio, sino
también de la profunda unidad en la vocación y el ánimo que nos dan los
Ejercicios, hoy regados y florecidos en la sangre de nuestros hermanos.
Cuando el 16 de Noviembre de 1989 en El Salvador, un grupo de jesuitas
celebrábamos la Eucaristía después de un día lleno de dolor y de ajetreo, nos
tocó repetir como antífona del salmo responsorial la frase “los confines de la
tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”(Sl 98, 3). En medio de la
identificación con la pobreza histórica de tantas víctimas, brillaba una nueva
luz.

35
Prólogo antiguo de la primera edición de las Constituciones atribuido al P. Ribadeneira. Edición de las
constituciones y Normas complementarias, pg 23
36
Cipriano de Cartago, Carta XXXIV, P.L. IV
37
CG XXXII, Decreto 4, Nuestra misión hoy, n°46
38
Ibíd, Diálogo con el Papa, pg 173

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