Lo Que Queda de Nosotros

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Lo que
Queda
De nosotros
de Alejandro Ricaño y Sara Pinet
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Capítulo uno

Toto

A menudo pienso en ese día. En cuanto puse una pata debajo de la banqueta supe que

algo, en definitiva, estaba mal. Que estaba a punto de ocurrirme una calamidad. Nata

decía todo el tiempo “calamidad”. Cuando se levantaba en la mañana y salía del cuarto

tallándose los ojos y me ponía la correa, decía “calamidad, calamidad”. Nata me llevaba

al parque que está cruzando la calle para hacer popó, pero luego tomaba la popó, la

guardaba en una bolsa y la traía de regreso a casa para recolectarla en un depósito. La

vida es misteriosa. Una vez hice popó en el departamento. Busqué a Nata y le dije: mira,

cagué en el departamento, no tenemos que ir hasta el parque. (Pausa) No voy a contarles

en qué acabó el asunto. (Pausa) El parque está al cruzar la calle. Y yo jamás había

cruzado esa calle solo. Necesito que Nata tire de la correa y me diga “sentado” para poder

sentarme y ver pasar los autos y sentir las pequeñas ráfagas de viento en el hocico y

contemplar las hojas secas amontonándose en la orilla. Después Nata dice “vamos” y

cruzo la calle hasta llegar al parque y orino todo lo que puedo y hago la popó que Nata

necesita para fines que desconozco. (Pausa) Tenemos una pequeña mesa delante de una

ventana por la cual no se ve absolutamente nada porque alguien construyó un edificio

enfrente. Comemos todos los días viendo una pared que no acaba en ninguna parte. Nata

abre dos latas de atún. Vacía una sobre mi plato, la otra sobre el suyo, y nos las comemos

frente a la ventana, contemplando una pared. Un día Nata llegó llorando. Precisamente el

día que el hombre alto no volvió más a la casa. Se metió al cuarto y pegó la cara contra la

cama hasta que se quedó dormida. A la mañana siguiente, cuando despertó, volvió a

llorar. Y no fuimos al parque. Tampoco al día siguiente. Sólo lloraba y a veces comía,
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contemplando la pared de enfrente. Ya no le importaba si me hacía popó en el

departamento. Hasta que una tarde volvió a ponerme la correa y me subió al carro y

condujo varias horas hasta un parque al que no habíamos ido nunca. Jugamos un rato y

luego comenzó a llorar. Se arrodilló delante mí y me quitó la correa. Quise rodearla con

los brazos pero, naturalmente, yo no tengo brazos y sólo pude lamerle la cara y ella,

llorando, sólo pudo decirme:

Nata

No me hagas sentir culpable.

Toto

Regresó al auto y se fue. Sólo así: se fue. Y yo me quedé sentado en el mismo punto,

esperando a que volviera, pero ella no volvió. Oscureció. Corrí hasta llegar a una calle.

Hasta el borde de una banqueta. Y Nata no estuvo ahí para decirme “sentado”. Supe,

cuando puse una pata debajo que algo, en definitiva, estaba mal. No recuerdo mucho

después de eso. (Pausa) Desperté en una habitación blanca, sobre una pequeña plancha

metálica, y me faltaba una pata. Sólo tenía un muñón con una gasa. Ahora sé que tengo

que echar un vistazo antes de cruzar una calle. Porque los perros tenemos memoria. Los

perros tenemos que recordar para sobrevivir.

Capítulo dos

Nata

Tengo una familia.

Tengo una pequeña familia.

Una tía gorda.


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Otra tía más gorda

Un tío alcohólico

Y un primo que nunca despega la vista del teléfono.

Cuando mis tíos quieren que baje a comer le envían un mensaje.

“¿Quieres comer?” le preguntan.

Y él responde “más tarde”

Con un mensaje

En el funeral de papá me envió un mensaje desde el otro extremo de la sala.

“¿Quieres un abraso?” me preguntó.

“Abrazo se escribe con z” le respondí.

Y ya no insistió.

No me gustan los abrazos

No me gustan los pequeños afectos

Porque uno se encariña

Y todos se van

Tarde o temprano se van

Y hay que despedirse

Y hacer promesas

Y las promesas son difíciles de cumplir

Y las promesas no cumplidas son muy tristes

Por eso es mejor no prometer nada

Ni despedirse

Ni encariñarse con la gente.


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A mi madre la conocí poco

Murió cuando tenía nueve

La recuerdo hundida en su cama, pálida y ojerosa, diciéndome:

No debes quererme tanto, a la gente débil no hay que tomarle mucho aprecio, mueren

pronto.

Y yo qué iba a saber que me estaba protegiendo

Que me protegía de los pequeños afectos

Yo sólo pensé que mi madre era débil y que no debía encariñarme de ella

Esas cosas marcan.

Rociamos sus cenizas en su pueblo

En medio de una llanura árida

Entre ramas secas y remolinos de polvo

Donde no había crecido nada además de mi madre.

Abracé a papá y le dije

Tú no eres débil

Y yo tampoco

Quizá seamos inmortales.

Desde entonces somos él y yo.

Nadie más.

Nadie más.

Mi psicoanalista dice que eso está mal.

Psicoanalista

No es sano que sólo lo quieras a él. Debes aprender a relacionarte con otras personas.
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Nata

Tengo un tío alcohólico.

Psicoanalista.

Vamos a hacer esto. La perra de mi hermana…

Nata

No creo que deba llamar así a alguien de la familia.

Psicoanalista

Quiero decir… Me refiero a que mi hermana tiene una perra que acaba de tener

cachorros. ¿Te gustaría tener un perro?

Nata

¿Para qué?

Psicoanalista

Para que aprendas a establecer vínculos.

Nata

¿Un perro me va a enseñar eso?

Psicoanalista

¿Preferirías un pez?

Nata

Un pez es algo que me comería enlatado.

Psicoanalista.

Entonces será un perro.

Pausa
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Nata

¿Cuánto tiempo tengo que tenerlo?

Psicoanalista

El tiempo que tú quieras. No tienes que forzar nada.

Nata

Tengo que consultarlo con papá.

Psicoanalista

Él está de acuerdo.

Nata

Me lo dio con un lacito rojo, atado al cuello en forma de moño, que le quité en cuanto salí

del consultorio.

La primera vez que lo cargué escondió su cabeza bajo mi axila.

Allá tú, le dije.

No tenía cinco minutos de haber cruzado la puerta, cuando ya había olido, meado y

mordido todo nuestro departamento.

Después se comió la mitad del trapeador

Después lo vomitó

Después se comió su vómito

Y finalmente se quedó dormido sobre mis pantuflas de garritas que, desde ese momento,

se volvieron su cama.

Le puse Toto porque el perro del vecino se llamaba así y no quise perder tiempo

buscando otro nombre.


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Un día el vecino vino y golpeó a mi puerta

Vecino

Oye, no puedes ponerle Toto a tu perro

Nata

¿Por qué no?

Vecino

Porque mi perro ya se llama Toto, se pueden confundir.

Nata

¿Confundir?

Vecino

Si un día regañas a tu perro y el mío escucha se puede sentir culpable sin haber hecho

nada.

Nata

En el edificio hay tres Josés. ¿Crees que el del 6 sienta culpa cada vez que la mujer de el

del 4 le grita porque no consigue trabajo?

No volvió a molestarme con el asunto y, desde entonces, el vecino trata al José del 4 con

cierto tacto.

Capítulo tres

Toto

Una corriente de aire entreabrió la puerta de la habitación. Afuera, por la pequeña rendija,

se veían dos panzas, una con bata blanca y la otra con una camisa a cuadros, chocando

entre sí.
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Veterinario

¿Cómo se llama?

Diego

Diego

Veterinario

¿Tu perro se llama Diego?

Diego

No, yo me llamo Diego, pensé que me hablaba de usted.

Veterinario

¿Cómo se llama el perro?

Diego

No sé.

Veterinario

¿No eres el dueño?

Diego

No. Sólo lo atropellé. No podía dejarlo ahí.

Veterinario

Tampoco puedes dejarlo aquí.

Diego

¿No?

Toto

Panza a cuadros me llevó a su casa en la batea empolvada de su camioneta.


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Pegué mi hocico contra el cristal cuarteado.

Y él me observó por el espejo retrovisor.

Y sacó su brazo por la ventana y me dio una palmadita en la cabeza.

Cuando llegamos a su casa tomó su teléfono, lo puso frente a mi hocico y disparó una luz

que me hizo ir a estrellarme contra un bote de basura. Luego puso mi fotografía en la

computadora con un letrerito que decía: “Perro con tres patas busca casa.” Pero yo no

buscaba casa. Yo buscaba a Nata.

Por la mañana se hincó frente a mí y volvió a darme una palmadita en la cabeza

Eres muy popular en facebook, me dijo.

¿Sí? Le pregunté. Pero supongo que no entendió.

Diego

Un perro muy popular. Pero un perro sin casa. Nadie se ha ofrecido a llevarte.

Toto

Pregunta por Nata, quise decirle, pero no supe cómo.

Diego

No puedes quedarte aquí.

Toto

Me cargó, volvió a subirme a la batea de su camioneta y condujo de regreso al parque.

Capítulo cuatro

Nata

Papá trabajaba para la planta eléctrica.

Tenía el peor trabajo del mundo.


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Si ponías en wikipedia “el peor trabajo del mundo” aparecía la foto de papá, en lo alto de

un poste, reparando algún transformador.

Un domingo llamaron a las seis de la mañana.

Me asomé por la puerta del cuarto.

Papá sostenía el auricular entre el hombro y la oreja mientras anotaba algo en una libreta.

Se interrumpió de pronto.

Papá

¿Un qué…?

Nata

Luego sonrió y cerró la libreta.

Papá

Vamos para allá.

Nata

Sin dejar de sonreír, volteó a verme, asomada por la puerta medio abierta.

Papá

¿Quieres ver una cigüeña?

Nata

Un loco con mucho dinero y sin mucho que hacer había traído una pareja de cigüeñas

desde Europa para tenerla en su casa. La hembra había escapado y había ido a construir

su nido en el tope de una torre de alta tensión y papá debía retirarlo antes de que

provocara un corto circuito que dejara sin luz a toda la ciudad.

Nos llevamos a Toto.

En el auto de papá pegué la frente contra la ventana empañada por la brisa del amanecer.
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Veía las torres sucediéndose una tras otra

Y la línea de cables haciendo una pequeña curva entre cada torre

Mientras el cielo se teñía de tonos ámbar.

Tenía un mal presentimiento.

Papá

¿Estás bien?

Nata

No quiero que te subas a esa torre.

Papá

Tengo que hacerlo. Es mi trabajo.

Nata

Tengo un mal presentimiento.

Papá

Hay que distinguir el miedo de los malos presentimientos, Nata. ¿Sabes por qué nunca

me ha pasado nada? Porque no tengo miedo. Mi cabeza está clara todo el tiempo y tomo

las precauciones que tengo que tomar. Los accidentes ocurren cuando la gente tiene

miedo. El miedo provoca descuidos. ¿De acuerdo?

Nata

Estacionamos el auto.

Toto se fue a correr por el campo.

En lo alto de la torre había un nido enorme, solo.

La cigüeña no estaba ahí.

Papá se colocó el arnés y comenzó a subir


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Me empezaron a sudar las manos

Debo distinguir el miedo de los malos presentimientos.

Al llegar al tope de la torre, papá se detuvo y estuvo inmóvil varios segundos

contemplando el nido.

Varios segundos, inmóvil, mientras el viento levantaba sus cabellos.

¡¿Estás bien?! Le grité cuando comencé a desesperarme.

Entonces papá volteó a verme y resbaló y el arnés se soltó de su cintura.

Me cubrí la cara con las manos porque no quería ver morir a papá

Pausa

Pero cuando no oí caer nada volteé hacia arriba y lo descubrí colgando, aferrado al arnés

que seguía sujeto a la estructura de la torre.

Me miraba aterrado.

Toto estaba al lado mío, ladrando.

Papá volvió a trepar la torre y se colocó el arnés

Y luego bajó poco a poco, temblando.

Yo estaba paralizada.

Caminó hasta mí y puso una rodilla en el piso.

Papá

Nata, voy a morir.

Nata

Con este maldito trabajo, sí.

Papá

No, Nata. Estoy enfermo.


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Silencio.

Nata

¿Gripa?

Papá

Un poquito peor.

Nata

Un dolor en la pierna que había subido a su cadera, luego a su espalda y para cuando los

médicos se dieron cuenta, la enfermedad había invadido todo su cuerpo y estaba

muriendo.

Nata

¿Por qué me lo dices ahorita?

Papá

Cuando vi esos huevos allá arriba, Nata, solos, supe que tenía que decírtelo. Tengo

mucho miedo, Nata. Tengo miedo de dejarte sola.

Nata

Pero somos inmortales.

Papá

No, Nata. No lo somos.

Nata

La sombra de un ave se dibujó delante de nosotros. Levantamos la mirada. La cigüeña

planeó hasta su nido, extendiendo sus alas inabarcables.

¿Qué va a pasar con el nido?

Papá
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Nada. No está obstruyendo ningún cable. Les diré que no hay ningún peligro. Al dueño le

diremos que la cigüeña se electrocutó y que deje de buscarla.

Pausa

Nata

Construye un nido. Un nido donde no nos encuentre la muerte. Donde puedas protegerme

siempre.

Papá

Eso voy a hacer, Nata.

Nata

Mi papá también murió un domingo.

Silencio

Todos morimos.

Si nos sentamos en el comedor de una plaza

Y contemplamos a toda esa gente

Comiendo tranquilamente

Sólo podemos estar seguros de una cosa:

Todos morirán.

Algunos habrán amado

Algunos no

Algunos coleccionarán insectos

Algunos viajarán por el mundo

Pero al final

La pequeña bomba de sangre


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Que los habrá hecho amar

Y perseguir insectos

Y recorrer el mundo

Se detendrá en el pecho de cada uno de ellos

Y los que estén cerca pensarán que la muerte es injusta

Y llorarán como si fueran los primeros en perder a alguien

Como si nadie, en la historia de la humanidad, hubiera muerto nunca.

Mi tía Aurora dice que la muerte viene a recordarnos que estamos vivos

Pero la muerte de papá sólo vino a abrirme un hueco en el estómago que se llenó de

miedo.

Miedo de cerrar los ojos en la noche y no volver a despertar, como le pasó a mamá.

De no ser inmortal, como le pasó a papá.

De descubrir que soy frágil, como todas esas personas en el comedor.

Toto movía su cola dibujando circulitos

Pero ya no era suficiente.

No era suficiente para nada.

Capítulo cinco

TOTO

Los ojos de panza a cuadros

Sus cejas

Torcidas hacia arriba

En el pequeño espejo retrovisor que acomoda para verme en el parque


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A través de la ventana cuarteada de su camioneta

Mientras se aleja

Con los semáforos en verde.

El viento mece ligeramente los columpios oxidados

Y encorva las ramas de los árboles

Y arrastra las hojas secas

De este parque al que no ha venido nadie desde hace quién sabe cuánto

Porque los niños que corrieron por aquí se fueron hace mucho.

Echo a andar sin rumbo

Porque no logro oler a Nata

Ni a nadie

Y el crujir de los arbustos en medio de esta oscuridad me asusta mucho.

Camino siguiendo las luces

Que salen de las casas

Y los negocios

Y las vitrinas de cristal.

El olor de una panadería

Me lleva hasta una puerta medio abierta

Que termino de empujar con el hocico

Hasta que una señora me golpea con una escoba

Y me grita con rabia algo que no entiendo

Y yo me quedo ahí delante

Sobre mis tres patas


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Contemplando el resplandor de la vitrina

Hasta que la señora vuelve

Y me arroja un traste con agua

Que a mí, francamente, me hubiera gustado beberme

Y que la señora, con su furia, no me deja lamer de la banqueta.

Así es que me alejo

Un poco a la deriva

Y otro poco triste porque extraño mucho a Nata

Y a mi platito rojo con agua y con croquetas

Que no me importa

Pese a todo

Comerme delante de una pared horrible

Que Nata y yo soñamos todos los días con que alguien derrumbe.

Y en medio de todo

Y en medio de la nada

Una niña pasa sus pequeños dedos por mi cabeza

Y como no la he visto venir

Y como no he tenido tiempo de reconocer su rostro

Cierro los ojos e imagino que es Nata

Hasta que su padre la tira del brazo

Y le dice que no me toque porque estoy sucio

Y yo quiero seguirla

Con tal de que haga otra vez ese detalle con sus dedos
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Pero su padre la sube en hombros

Y la aleja.

Y yo me encuentro nuevamente solo en medio de la calle.

Sumerjo mi lengua en un charco

Que poco y nada se parece a mi platito rojo

Cuando comienza a llover

Y las gotas hacen pequeñas ondas en el charco

La lluvia

Los truenos,

Que sólo había escuchado escondido debajo de la cama,

Encienden un estrecho callejón donde voy a refugiarme

Detrás de un basurero

Debajo de una pequeña caja de cartón

A esperar a que pase la noche

Que pase lo más rápido posible.

Capítulo seis

Nata

Hay varios tipos de nidos:

El nido de un colibrí, por ejemplo

-El más pequeño de todos-

Es apenas un montoncito de ramas secas que no llega a medir más de dos centímetros de

ancho.
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Dos centímetros.

Las cigüeñas, en cambio, pueden llegar a construir nidos de 300 a 500 kilos.

Existen varios tipos de nidos:

Un pequeño hueco taladrado en un árbol

Una madriguera excavada en el suelo

Una cúpula de barro en la copa de un tronco muerto.

Papá no construyó ninguno para nosotros.

Sus últimos días los pasó en una cama hundida de hospital

Con la boca llena de tubos

Tratando de decirme que me amaba con lo que le quedaba de estómago

En medio de cortinas percudidas que nos separaban de otros papás

Y otras mamás

Y otros abuelos

Que también iban a morir ahí.

Me da miedo estar sola.

Pero me estresa estar con la gente.

Odio su cuchicheo.

Sus pláticas sobre el clima.

Y sus hijos.

Y lo jodidamente felices que son.

Inventé un juego para cuando estoy rodeada de personas.

Veo a todos, detenidamente, y decido qué animal es cada uno.

Los gordos son morsas o hipopótamos.


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Los flacos serpientes o lombrices.

Los guapos son arañas.

Y así y así.

A eso estaba jugando en el velorio de papá:

Morsa. Morsa. Jirafa. Morsa embarazada. Hiena. Pez globo. Morsa con tres senos.

Hipopótamo. Caballo con braquets.

Tía Aurora

¡Shhhh!

Nata

… Piraña.

Cuando murió papá lo abracé durante horas enteras, adentro de su ataúd, hasta que se

cubrió de lágrimas y mocos. Sólo entonces dejó de gustarme un poquito. Mi tía Aurora

puso su mano sobre mi hombro.

Tía Aurora

Vamos a rezar por tu papá.

Nata

Hoy no quiero creer en Dios.

Tía Aurora

¿Qué dices?

Nata

¿Sabías que nueve millones de niños mueren al año antes de cumplir los cinco?

Tía Aurora

No.
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Nata

Nueve. Por enfermedad. Por accidentes. Por un desastre natural. Nueve millones de niños

mueren al año, en agonía. Si Dios no impide que esto suceda es un Dios impotente. O es

un Dios malvado. No puedo creer en un Dios malvado.

Tía Aurora

Son pruebas, Nata. El Señor necesita ponernos a prueba constantemente.

Nata

Podría buscar formas menos violentas para probar nuestra fe.

Pausa

Tía Aurora

Podría…

Nata

Podría, se repitió sin saber a dónde mirar. Luego fue a sentarse en un rincón y se terminó

lo que le quedaba de su té. Cuando no vio a Toto me preguntó:

Tía Aurora

¿No tenías un perro?

Pausa

Nata

Se escapó. Puedes rezar por él si gustas.

Capítulo siete

Crispín

Te van a llevar a la jaula, negro. Te lo digo.


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Toto

¿La jaula?

Crispín

El hoyo. La perrera. Te van a llevar, negro.

Toto

Hubiera jurado que el Crispín era una rata. Me despertó el crujir de un hueso de pollo que

estaba rumiando al lado mío.

Crispín

Ellos van a venir por ti como hicieron con el gordo. Te lo digo. Cuando menos lo esperes

te van a echar el lazo encima. No tienen corazón, negro. No lo tienen.

Toto

Rumiaba el hueso con los tres o cuatro dientes que conservaba agitando los pelos tiesos y

amarillos que le quedaban en las partes del cuerpo que no se había comido la sarna.

Crispín

El gordo no era cualquier perro. El gordo era de tienda. ¿Tú eres de tienda, negro?

Toto

No lo sé.

Crispín

Los de tienda tienen suerte. Siempre los escogen. Antes de que los lleven “al cuarto”

alguien va y se los lleva.

Toto

¿El cuarto?

Crispín
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No quieres saber que es “el cuarto”, negro, te lo digo. No quieres. No quieres. Pero ellos

tienen que deshacerse de ti. Para eso te llevan a “el cuarto”.

Toto

¿Por qué quieren deshacerse de mí?

Crispín

¿Qué quieres que te diga, negro? Ellos sólo lo hacen. Te llevan a “el cuarto” y te meten

corriente. Hasta que quedas frito. A veces falla. Conmigo falló. No me entraban bien los

fierros. Y lo intentaron, negro. Ellos lo intentaron. Hasta que el tipo dijo “el Señor no

quiere que este perro muera”. Y me soltaron. (Pausa) El gordo no tuvo tanta suerte.

Toto

¿Era tu amigo?

Crispín

¿Mi amigo, negro? Era mi hermano. El gordo era mi hermano, te lo digo. Llegó aquí un

día, como tú. (Pausa) No nos metíamos con nadie. Robábamos un poco aquí, otro poco

allá, lo que los demás ya no querían. Nada más. No molestábamos a nadie, negro. Pero

ellos vinieron y nos llevaron. Tienes dos o tres días una vez que llegas ahí. Y te lo digo,

negro, son los dos o tres peores días de tu vida. Te meten con 15 ó 20 en una jaula. A

veces te dan de comer. A veces sólo te dan un manguerazo. Hasta que alguien entra y te

vuelve a poner el lazo. El gordo pensaba que lo llevaban a pasear. Le pusieron la correa y

comenzó a menear el rabo. El tipo estaba feliz. Esas jaulas te estresan, negro. Que un tipo

venga y te ponga la correa es algo bueno. Excepto si te llevan a “el cuarto”. El gordo no

dejaba de mover el muñoncito que tenía por cola. Pero algo debió oler. Algo debió ver en

ese sitió cuando entró. Todos lo saben, negro, lo he visto. Apenas ponen una pata en ese
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sitio, entran en pánico y aúllan, lo he visto. El gordo era un tipo con clase, pero cuando

llegó el momento se cagó encima. Te lo digo, encima. Todos flaquean cuando les meten

los fierros al hocico. Esos tipos no tienen corazón, negro, te lo digo. A veces, cuando se

acuerdan, cierran la puerta para que no veamos nada. Esa vez se les olvidó. Hubiera

querido no ver nada de eso, negro, pero no pude despegar la mirada. Quería despedirme

del gordo. (Pausa) Vi cómo le metieron corriente, negro. Lo vi todo. Hubiera querido no

ver nada. Pero quería despedirme del gordo, te digo. (Pausa) Lo sacaron arrastrando del

pescuezo y lo apilaron con otro montón de perros. Es el infierno, negro. No quieres caer

en la jaula. Pero tienes tres patas. Qué quieres que te diga. Tres patas.

Toto

El Crispín siguió hablando un rato, caminando en círculos, pero yo ya no lo escuchaba.

Estaba asustado. Estaba más asustado que nunca. Sólo de cuando en cuando seguía

escuchando “el gordo era un tipo con clase, con clase”.

Capítulo ocho

Nata

Se supone que mi tío alcohólico se haría cargo de mí. Vino un día, se sentó en el reposet

de papá y se bebió dos botellas delante de la televisión. Después se llevó la televisión y

no volví a saber de él.

Tomé el auto de papá para ir a la escuela.

Hacía frío.
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En el salón hay una niña enclenque que es idiota. No es que sea su culpa, pero es idiota.

Y todos la molestan. A mí me da igual. Cuando la molestan no la defiendo, pero tampoco

me uno a ellos.

Cuando le dicen “Oye, Corina, ¿estás segura que tus padres no quisieron abortarte?”

Yo, en silencio.

Cuando le dicen “Oye, Corina, ¿estás segura de que no naciste con fórceps?”

Yo me río un poquito, porque el chiste de los fórceps me gusta. Pero lo hago en silencio.

Mi maestra de química

Que estaba por cumplir cuarenta

Estaba triste porque la había dejado su esposo y las últimas dos semanas había llegado

tarde, con los ojos rojos, abultados, hinchados de llorar.

La estábamos esperando cuando todos empezaron con Corina.

“Oye, Corina, ¿cómo supieron que no eras un tumor?”

Y antes de que pudiera darme cuenta

Solté una carcajada haciendo un ruido espantoso con mis fosas nasales

Como un cerdo asmático

Comencé a reír como no lo había hecho en toda mi vida

Pero yo estaba triste. Más triste que nunca.

Y los demás en silencio.

Mirándome desconcertados

Doblada en mi banca

Apretándome el estomago

Sin saber realmente de qué me reía.


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“¿¡Tú de qué te ríes, idiota!?”

Gritó Corina con toda la rabia que podía acumular en su flaquito metro con cuarenta

centímetros.

Solo entonces pude dejar de reírme

Me quedé muda

Y todos me miraban

Quise decirle que no sabía

Que en verdad no lo sabía

Porque para ser francos yo estaba muy triste.

Pero estaba muda.

Y me dieron ganas golpearla.

No sabía cómo ni dónde guardaba tanto odio

Y tanta furia

Y tantas ganas incontenibles de golpear a alguien.

Corrí hacia ella

Abriéndome paso entre todos

Pero supongo que años de hostigamiento tenían que llegar a su fin

Y Corina tarde o temprano tenía que reventar

Y antes de que pudiera acercarme siquiera

Corina me reventó la nariz de un puñetazo.

Y quedé tendida a mitad del salón.

Cuando abrí los ojos, Lalo, que es un cretino, lo había grabado todo en su celular.

Y sabía que el video pronto estaría en you tube con uno de esos encabezados
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“Abusador recibe su merecido”

Y tendría cien mil visitas

Y serviría como ejemplo para envalentonar a todos los niños enclenques que son

abusados por imbéciles como yo.

Todos se burlaban de mí tirada en el piso

Y yo sólo quería irme a dormir, quería cerrar los ojos y dormir.

Me abrí paso, conteniendo la hemorragia de mi nariz y salí de ahí.

Me subí al auto y manejé a casa

Con la música a todo volumen

Comencé a cantar

Con todas mis fuerzas

Hasta que vi de reojo una mancha negra que cruzó la calle

Y fue a estrellarse contra la parrilla del carro

Y salió disparada varios metros adelante.

Frené de golpe.

La música seguía a todo volumen.

En medio de la calle, inmóvil, lleno de tierra y sangre, estaba tirado un perro negro

Y se me ocurrió que podía ser Toto

Que por una desafortunada casualidad

Por una prueba de ese Dios salvaje en el que creía mi tía Aurora

Había atropellado a Toto.

Bajé del auto y me acerqué lentamente.

Pausa
29

No era él.

Era un perro cualquiera, asustado, respirando con dificultad.

Suspiré aliviada.

Quise volver al auto, pero algo me detuvo.

No podía dejarlo ahí, en agonía.

¡No fue mi culpa!

Grité

¿Para qué lo dejan solo?

Pero nadie respondió

Excepto la mancha que empezó a gemir, quedito, como si le diera pena molestarme

Lo cargué, lo subí al auto y comencé a buscar un veterinario.

Vas a estar bien, Mancha, murmuré.

Pero no se veía bien, tenía una patita dislocada y sangraba por el hocico.

Tranquilo, Mancha, ya estamos cerca.

Comenzó a llover.

Veía sus ojos llorosos, fijos en mí, tratando de entender lo que estaba pasando.

Pasa que cruzaste sin voltear, Mancha, eso pasa. Pasa que somos frágiles. Y nos

rompemos. Y hoy te tocó a ti. Como le tocó a mi papá. Y no hay nada que podamos

hacer, Mancha.

Yo no quería que sufriera, no quería que muriera, quería salvarlo.

Yo quería una tregua. Para tanto enojo. Quería una tregua.

Ya estamos cerca, Mancha, tranquilo.

Pero no estábamos cerca de nada.


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Mancha dejó de moverse

Me detuve

Los limpiaparabrisas retiraban la lluvia

¿Mancha?

Entreabrió los ojos para verme.

No había ningún reproche.

Pero yo me sentía culpable.

Allí afuera no había ningún Dios salvaje poniéndonos a prueba.

No había nadie a quién culpar.

No había nadie que viniera a salvarnos.

No había nadie además de nosotros.

Apagué el motor

Porque no íbamos a llegar al veterinario.

Cambié la canción que estaba sonando y recosté mi cabeza junto a la suya.

Movió la cola, en circulitos, débilmente.

A pesar de todo él movió la cola, en señal de gratitud.

A mí también me gusta esa canción, le dije mientras pasaba mis dedos sobre su cabecita

negra.

Estuvimos así hasta que se extinguió la voz en la radio.

Aún después de que él hubiera cerrado los ojos.

Aún cuando había dejado de respirar.

Capítulo nueve
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Toto

El viento me enchueca las orejas mientras camino sin rumbo

No sé cuánto tiempo llevo así

No entiendo bien eso del tiempo

Lo único que sé es que mis tres patas están cansadas

Que tengo la lengua seca

Y que mi panza hace unos ruidos espantosos que me asustan por las noches

Estoy a punto de echarme a descansar un poco cuando escucho a lo lejos los ladridos de

varios perros

Un montón de perros jugando con sus dueños en el parque

Corro hacia ellos

Con un último esfuerzo

Y los encuentro persiguiendo pelotas y platos que vuelan

Me acerco muy despacito

Para que no se den cuenta

Pero distingo al final del parque dos platitos rojos

Llenos de agua y de croquetas

Y no puedo dejar de verlos.

No puedo creer lo afortunado que soy.

Mi cola se mueve tan rápido que temo que se me vaya a caer

Intento atraparla con mi hocico pero no la alcanzo

Me rindo y corro hacia ellos

Feliz
32

Porque quiero jugar

Y comer

Y olerles el rabo

Y que algún humano me acaricie

Y me rasque atrás de la oreja

Y decirles, con mi mala pronunciación del idioma humano:

¡Me perdí, ayúdenme a encontrar a Nata!

Porque ellos seguramente entenderán

Porque ellos tienen perros

Y seguro conocen nuestro idioma

Estoy feliz

Estoy impaciente por contarles mi historia

Y que me ayuden a reunirme con Nata

Pero me estoy muriendo de hambre

Y se me ocurre que quizá no les importe si primero les robo un poquito de croquetas

Así es que me paso de largo

Y me abalanzo sobre los platos

Y me atraganto todas las croquetas que puedo

Y me bebo toda el agua

Y cuando volteo

Con el agua escurriendo por mis cachetes sonrientes

Descubro a todos observándome

Asustados
33

Llenos de asco

Sujetando a sus perros para que no se me acerquen

¿Todo bien? Pregunto

Pero mi ladrido sólo los asusta más

Dos humanos

Calculando sus pasos

Se acercan hasta mí.

No muerdo, intento explicarles, ni tengo rabia, sólo es baba, miren.

Y sacudo mis cachetes

Pero el salpicadero de agua y baba sólo vuelve a alejarlos

Hasta que alguien detrás de mí me toma por el cuello y me coloca un lazo

Me arrastra hasta un auto

Y me sube a empujones al asiento trasero

Y él, con dos niñas, y un perro enorme y peludo

Que por una razón que no entiendo lleva un suéter y un moño rosa en cada oreja

Suben al asiento de enfrente

Todos apretujados allí adelante con tal de no tocarme

Todos viéndome con miedo

Aun cuando yo no les he hecho nada malo

Aun cuando fueron ellos los que me amarraron y me arrastraron hasta su auto

No entiendo nada.

Empiezo a caminar de una puerta a otra porque estoy nervioso

Nos detenemos
34

El humano con bigote baja del auto y me jala afuera

Y yo lo sigo porque soy obediente

Y no quiero problemas

Yo sólo quiero volver con Nata

Caminamos un par de cuadras hasta llegar a un portón viejo, metálico

Que el humano golpea con el puño cerrado

Aquí ya no podrás hacerle daño a nadie, me dice

¿Daño? Le pregunto girando la cabeza a la derecha

¿Qué daño?

Alguien abre el portón

Un humano chaparrito y gordo que parece estar enojado

Humano gordo

¿Sí?

Humano con bigote

Lo encontré en el parque. Es violento y quizá tenga rabia. No es seguro que un perro así

ande solo por las calles.

Toto

¡Claro que no es seguro! Un coche casi me mata. Una señora me golpeó con una escoba.

Y éste de aquí me amarró con un lazo que no me deja respirar. Sin contar que debo

cuidarme todo el tiempo para no caer en la perrera.

Humano gordo

Hizo bien al traerlo a la perrera.


35

Toto

¿Perrera?

Humano gordo

Aquí nos hacemos cargo.

Capítulo diez

Nata

El viento mece lo que queda de la cortina deshilachada que Toto deshizo tratando de

atrapar una mosca.

Sus pantuflas de garritas descansan junto al sofá

Sus gotitas para los ojos, que un día confundí con las mías y me irritaron los ojos por tres

días, siguen en el tocador

Las hormigas se comen las croquetas viejas en su platito

La ventana está cubierta de cartones y periódicos.

Y pienso que de un tiempo a esta parte no soy feliz

Porque extraño más cosas de las que quedan aquí

Y estoy triste y enojada

Porque todos me dejaron

Y al único que no lo hizo lo dejé tirado en un parque.

Y lo único que sé es que me gustaría que Toto estuviera aquí

Que estuviera bien

Y estuviera aquí

Haciendo ese horrible sonido de helicóptero que hace cuando sacude sus cachetes.
36

Hace mucho que no deseaba algo con tantas fuerzas

Así que me limpio la cara con la manga de mi suéter

Me levanto del rincón

Donde llevo una hora hecha bolita

Y salgo a buscarlo.

Subo al coche y manejo hasta el parque donde lo dejé

“Si algún día llegas a perderte”

Me dijo un día mi padre

“Regresa al último lugar donde estuvimos juntos”

Pero el parque está vacío

Lo recorro gritando su nombre

Nada

Con cada ruido volteo emocionada esperando que sea él

Pero él no está ahí

Y me siento perdida

Y pienso en lo asustado que debe estar

Y me odio por eso

Pero quiero arreglarlo.

Corro hasta una caseta de policía

Abro la puerta

Estoy buscando a mi perro, se llama Toto. Es negro, mediano, peludo, de orejas chiqui---

Policía

¿Ves algún perro aquí adentro?


37

Nata

Me dice el policía regando moronas de torta por las comisuras de la boca

No...

Policía

Pues ya está

Nata

¿Ya está qué?

Policía

Que aquí no está tu perro Tonto

Nata

Toto

Policía

¿Qué?

Nata

Se llama Toto

Policía

Se llame como se llame AQUÍ-NO-HAY-NINGÚN-MALDITO-PERRO

Nata

Lo observo fijamente.

Arquea las cejas asustado

Abraza la torta contra su pecho.


38

¡Mira Gorgory, -le digo arrebatándole la torta con un movimiento de samurái que no

alcanza a ver siquiera- o me ayudas a encontrar a mi perro o te juro que esta torta va a

acabar en el suelo, aplastada y partida por la mitad como tu asqueroso y sudado trasero!

Una gota de sudor recorre su frente y queda pendiendo de su ceja temblorosa.

Policía

No hagas ninguna tontería niña

Nata

Dice enjugándose la boca

Tragando saliva con dificultad

Policía

Estoy seguro de que podemos arreglar lo de tu perro Tonto.

Nata

¡Toto!

Policía

¡Eso, Toto! Mira, a todos los perros que encuentran en la calle, solos, los llevan a la

perrera, ¡seguramente está ahí, a salvo y calientito, haciendo un montón de amiguitos!

Nata

¿Perrera? Dame la dirección.

La apuntó en una servilleta grasosa que me intercambió por la torta.

Salí corriendo de ahí.

Apretando la servilleta con todas mis fuerzas mientras él abrazaba su torta con la

emoción de alguien que recupera a un hijo perdido.


39

Toto

El humano me echa el lazo encima

Sin voltear a verme.

Y, aún cuando sé que no vamos de paseo, no me resisto

Porque el lazo en el cuello me recuerda a Nata

Y nuestro parque

Y el ruidito de los aspersores

Y el pasto mojado

Y las ardillas trepando los árboles

Y las sombras de los árboles bailando con el viento

Este es mi último recorrido con Nata

Y no quiero que termine nunca.

Cierro los ojos

Y voy a tientas en la oscuridad al lado de ella

Hasta que alguien mete una esponja mojada en mi hocico

Y abro los ojos

Y me encuentro en el rincón de una habitación pequeña

Oscura

Fría

Minada de montoncitos de excremento

Me tiemblan las tres patas que me quedan.

Porque tengo miedo.


40

Nata

¡Toto!

Grito al entrar a la perrera

Un pasillo encharcado

Una fila de jaulas oxidadas

Un montón de perros azotándose contra las jaulas

Ladrando rabiosamente

¡Toto!

Un anciano sale por la puerta del fondo.

Anciano

¿Sí?

Nata

¡Estoy buscando a mi perro! Yo lo abandoné, pero lo quiero de vuelta. Lo quiero de

vuelta para siempre.

Anciano

¿Ya revisaste las jaulas?

Nata

No está en las jaulas.

Anciano

¿Qué raza es?

Nata

No es de ninguna raza. Es una cruza de… Es negro, mediano, feo, tiene un ojo más

grande que el otro.


41

Pausa

Anciano

Acaban de llevar a un perro negro al cuarto.

Nata

¿Al cuarto?

Anciano

Donde los sacrificamos.

Nata

¿En dónde está?

Anciano

Al fondo. La puerta del fondo.

Nata

Corro por el pasillo

Toto

Alguien empuja la puerta del cuarto

Nata

Abro la puerta.

Arrinconado

Con los ojos hundidos, llenos de sangre y miedo

Encuentro a un perro negro

Que no es Toto…
42

Que en nada se parece a Toto

Toto

Un humano alto y flaco, con los lentes rotos, entra

Humano flaco

¿Necesitas ayuda?

Humano gordo

No mucho. Si quieres agárralo en lo que prendo la máquina.

Nata

¿Es tu perro? Me pregunta el anciano

No respondo

No puedo despegar los ojos de ese animalito condenado

Anciano

¿Señorita?

Nata

¿Perdón?

Anciano

¿Es su perro?

Pausa

Nata

No. No es mi perro.

Anciano
43

¿Ya fue a la otra perrera?

Pausa

Nata

¿La otra perrera?

Anciano

Hay otra perrera. No muy lejos de aquí realmente. Unas quince cuadras hacia el sur.

Toto

El humano alto y flaco, de lentes rotos, me toma del cuello

Dejo de luchar

Me quedo quieto

Muy quieto

El humano gordo me mete los fierros al hocico y me amarra otra tira de cuero alrededor

de la cabeza

No hay nada que hacer

El otro se hace a un lado, cruzado de brazos

Luego el gordo, arrastrando los pies, va hasta una maquinita arrinconada

Oxidada y polvosa

Y golpea un botón con el puño cerrado

Todo se oscurece.

De golpe

Todo se oscurece.
44

Capítulo once

Nata

La cigüeña, con sus alas extendidas, inabarcables, planeaba hasta su nido cuando una

corriente de viento alteró su curso y la proyectó contra los cables de electricidad.

En medio de ese espeso cielo gris, se encendió un resplandor que dejó frita a la cigüeña,

calcinada hasta lo más profundo de sus huesos.

El corto circuito debió terminar en la siguiente torre

Pero años y años de mal mantenimiento impidieron que el corto se neutralizara entre los

dos extremos de la línea

Y la ciudad, en el momento en que Toto y yo necesitábamos un milagro, se quedó sin

electricidad.

Hay otra perrera, dijo el anciano, unas quince cuadras hacia el sur.

Cuando la luz del lugar se fue de pronto

¡Pum!

Como si hubieran bajado un switch

¿Se fue la luz? pregunté.

Eso parece, contestó el anciano

Salí a tientas de la habitación

Y después de la perrera

Y cuando finalmente me encontré en la calle

Las farolas

Los anuncios luminosos


45

Las luces de las casas

Estaban apagados

Sólo la luna, asomada entre las nubes, dejaba adivinar el contorno de las cosas.

Subí al auto

Y marché hacia el sur.

Toto

Todo estaba oscuro

Y yo, francamente, pensé que estaba muerto.

Y me sentía aliviado de que no hubiera dolido siquiera un poco

Cuando menos eso

¿Qué pasó? Escuché preguntar al humano gordo.

No lo sé, respondió el flaco, cortaron la luz

Humano gordo

¿No la pagaste?

Humano flaco

Sí la pagué.

Humano gordo

Seguro no la pagaste.

Humano flaco

Te digo que la pagué

Humano gordo

Seguro estuviste bebiendo. Te gastaste el dinero.


46

Toto

¿Estaba vivo? Mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad y descubrí que

seguíamos ahí, en la pequeña habitación, y que los fierros seguían en mi hocico. Algo

había pasado.

Humano flaco

¿Acabas de decir que estuve bebiendo? ¿Eso es lo que acabas de decir?

Humano gordo

Eso es lo que acabo de decir.

Humano flaco

No puedes decir eso. No puedes venir y decir esas cosas, Jimmy. Sabes que está siendo

difícil para mí. Necesito que confíes en mí. No puedes venir y decir esas cosas.

Toto

El humano flaco comenzó a llorar.

En medio de la oscuridad, el humano gordo se acercó a él y lo abrazó.

Tienes razón, le dijo mientras el humano flaco lloraba contra su pecho.

Lo siento.

Mientras yo empujaba la puerta entreabierta

Y corría a través del pasillo

Y me azotaba contra el portón metálico para abrirlo

Me azotaba una y otra vez hasta que lograba abrirlo un poquito

Y salía de allí

Y corría calle arriba


47

Llovía

Me quité los fierros del hocico

Y crucé una calle

Y justo cuando puse una pata debajo de la banqueta, recordé que debía echar un vistazo

siempre, antes de cruzar

Cuando volteé, sólo vi las luces de un coche

Viniendo a toda prisa.

Nata

Aplasté el freno más allá de mis fuerzas

Más allá de toda posibilidad humana

Y el auto se detuvo como si hubiera clavado mis uñas en el asfalto

Como si, de hecho, hubiera clavado mis dientes con tal de que el auto de papá se

detuviera a tiempo.

El rechinido de los neumáticos cimbró el silencio en medio de esa oscuridad

interminable.

Mi frente se estrelló contra el parabrisas.

Y luego regresé de golpe al asiento.

Pausa

Las luces del auto iluminaban a Toto

Apenas un metro delante

A través de la lluvia que caía sobre sus ojos desiguales, desesperanzados

Veía el vaho de su respiración agitada


48

Suplicando por una tregua

Sólo entonces advertí que le faltaba una pata

Y parecía un milagro que la lluvia no lo hubiera tumbado de una vez y para siempre

Como si se sostuviera con la última esperanza de encontrarme

De encontrarme en el último momento

Pausa

Desprendí mis dedos aferrados al volante

Bajé del auto

Y fui a hincarme delante de sus tres patas

Llena de culpa

Y de vergüenza

Puse mis dedos sobre su muñón que no terminaba de cicatrizar

Quise explicarle que estaba triste

Y que una, cuando está triste, comete estupideces

Y que dejarlo en el parque había sido una estupidez que no volvería a cometer nunca

Nunca

Nunca

Pero antes de que pudiera decir cualquier cosa, me lamió como solo los perros, incapaces

de guardar rencor, pueden lamer para decir:

“Qué putisísimamente feliz estoy de volver a verte”

Y yo lo rodeé con mis brazos

Perdóname, Toto

Murmuré a su oreja
49

Por favor perdóname.

Capítulo doce

Toto

La ventana de la sala estaba cubierta con cartones y pedazos de periódico. Cuando

llegamos, Nata los quitó todos y luego arrastró el sillón y lo colocó delante de la ventana.

“Arriba”, dijo dando una palmada en el sillón y me senté a su lado. Estaba amaneciendo.

No entiendo eso del tiempo, pero supongo que estuvimos abrazados, en medio de esa

calle, casi toda la noche. Después regresamos a casa. Por primera vez ese muro inmenso

no me parecía tan feo. Nata me echó el brazo encima y yo quise hacer lo mismo, pero

bueno, ahora sólo tenía una pata y la necesitaba para sostenerme. Así es que sólo

recargué mi hocico en su rodilla.

Nata

Hay gente que sonríe

Hay gente que camina en el parque

Bajo un sol radiante

Y sonríe

Hay familias que comen juntas

Hay papás que llegan del trabajo

Y nos abrazan

Y duermen en la habitación de al lado

Mientras nosotros soñamos

Y hay papás que se marchan


50

Hay papás que no debemos esperar

Ni siquiera para lo más mínimo

Como decirnos buenas noches

En medio de esta oscuridad interminable.

Porque sólo estamos aquí un momento

Un pequeño momento que se extiende

Y mientras se extiende

Hay cigüeñas que encienden una llama

Para recordarnos que nadie se va del todo

Que algunos se quedan ahí

En algún lado

Cuidándonos.

Mientras se extiende

Hay perros con tres patas

Que perdonan a pesar de todo

Hay amigos que contemplan un muro

A través de una ventana

Para imaginar que hay algo más del otro lado.

Hay amigos que permanecen juntos

En medio de esta oscuridad interminable.

Mis dedos recorren la cabeza de Toto

Y siento

Por primera vez


51

Que vamos a salir de ésta

Porque vivimos a pesar de lo que queda de nosotros.

Hasta que el momento termine

Hasta que este pequeño momento

Nuestro momento

Termine.

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