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MÓNICA OJEDA
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por las tragedias de las que provienen, el desamparo y el anhelo de
dar la espalda a la muerte para buscar consuelo en el baile y en la
música. Encuentran refugio en los violentos empellones del pogo,
como quien respira en el ojo del huracán. La psilocibina y el LSD ex-
panden sus sentidos y los enajenan contra el frío, la lluvia y el hambre.
Las voces narran en pretérito, con una distancia de diez años con
respecto a los hechos, pero al mismo tiempo parecen presentes y
unidas, y entre todas van dando cuenta de lo que sucede durante el
festival: hablan de la música, del desborde alucinante, de la euforia
colectiva y narran también la desconcertante y silenciosa transfor-
mación de Noa, que se va alejando hacia sus pesadillas en un viaje
sin retorno. Nicole se desespera, sabe que va a perder a su amiga y
la aferra fuerte con las palabras de su relato.
CRÍTICA 143
El rayo anuncia el nacimiento del chamán
La escritura de Mónica Ojeda se ha caracterizado por explorar los ma-
tices del miedo. En este libro está presente la temática de forma expre-
sa, ya desde la frase de Nietzsche que se enuncia en la primera línea:
“el oído es el órgano del miedo”. Sin embargo, en esta novela los lecto-
res no participamos de la escucha de sonidos enloquecedores o voces
esquizofrénicas que llevan a los personajes al trance o al abismo. El
tono de lxs narradorxs es demasiado afectuoso para siquiera inten-
tarlo. La novela elige la poesía para dar cuenta del efecto de la música
en quienes danzan y en muchos momentos, las voces enuncian frases
que parecen escritas con lava. Aun cuando su intensidad y profundi-
dad recuerda a historias como Suspiria (Luca Guadagnino, 2018),
Chamanes eléctricos no es en ningún momento una novela de ho-
rror. Sí, habla del miedo, pero su propósito no es producirlo sino ob-
servar, contemplar sus efectos desde afuera. No se trata, tampoco, de
un miedo súbito, del efecto de shock de realidad ante la muerte o lo
monstruoso, sino del miedo que se cuela a lo profundo de los huesos,
que se empoza entreverado con la melancolía y va consumiendo a fue-
go lento a quien lo padece. En el pensamiento tradicional lo conoce-
mos como espanto, la enfermedad del susto que las abuelas brujas
Leo Kempner, Sombra de nube con difusiones rojas durante el periodo de disturbios, 1886. e-rara
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curan soplando mezcal en la cara o practicando complejos rituales
para recuperar la sombra perdida. Ése es el tipo de espanto que padece
Noa, a causa del abandono de su padre, y es tan hondo que ni siquie-
ra el yachak lo puede curar. Hará falta que se consume la celebración
ritual del Inti Raymi en la boca del volcán Kapak Urku, harán falta la
confrontación y el vacío del reencuentro, y hará falta la vuelta de
tuerca que dé sentido a la trama para que se realice el paso iniciático,
la transformación chamánica. Hará falta el contrapunto entre dos
temporalidades —el año 5550 y el 5540 del calendario andino— para
que entendamos por completo la configuración del mosaico de voces.
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