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CHAMANES ELÉCTRICOS EN LA FIESTA DEL SOL

MÓNICA OJEDA

EL AMOR EXISTE, SE ENCUENTRA EN LO PROFUNDO


DE UN VOLCÁN
Ave Barrera

Las montañas tenían lo que deseábamos encontrar


Desde hace unos años muchxs comenzamos a oír el llamado de la mon-
taña. Siempre ha estado ahí y siempre ha habido quién responda, pero
quizá el encierro, quizá las ganas de irnos lejos y de buscarnos en lo
alto nos llevaron a comprar botas de trekking y tiramos al monte a res-
pirar ese aire denso que nos cristaliza el dolor dentro del pecho hasta
quebrarlo y sentir el latido desesperado de la vida; el paisaje desde lo
alto nos sació la sed, conocimos esa forma de plenitud.
La novela más reciente de Mónica Ojeda, Chamanes eléctricos en la
fiesta del sol, es un texto telúrico que responde a ese llamado, a la voz
trepidante del volcán, al fuego que nos habita en lo profundo. En algu-
Penguin Random na entrevista la autora cuenta que soñó que subía la montaña mientras
House, México, 2024 sus acompañantes cantaban “Las montañas cuentan historias de amor,
ay, ellas tienen voces ardientes”, y fue a partir de ahí que comenzó a
escribir. Esta novela es el relato de cómo la música tectónica, que re-
tumba debajo de nuestros pies sin que lo notemos, transforma a quie-
nes están dispuestos a entregar sus pasos al camino y perderse.

Un amor con miedo es violento y abraza demasiado fuerte


La historia comienza cuando Nicole y Noa deciden escapar de un Gua-
yaquil calcinado por la violencia para asistir al festival Ruido Solar: ocho
días de música experimental, baile y drogas en lo alto del Chimbora-
zo. No llevan dinero, viajan de aventón, pero están juntas y se cuidan;
sobre todo es Nicole la que cuida a Noa, asume el rol de la fuerte, la
que debe estar alerta, aunque es quien peor lleva los embates del mal
de soroche mientras suben por el páramo. Por la forma en que se la des-
cribe, Noa parece frágil, vulnerable, enmudecida por la melancolía. Sa-
bemos que carga a cuestas el abandono del padre que se perdió en sí
mismo y dejó de amarla. La voz de Nicole es la que lleva el arco dramá-
tico de principio a fin, y a ella se suman los relatos de Mario, de Pedro,
de Pam y el coro de las Cantoras, junto con otros personajes que se en-
cuentran en el camino. Cada uno con su propia historia, pero unidos

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por las tragedias de las que provienen, el desamparo y el anhelo de
dar la espalda a la muerte para buscar consuelo en el baile y en la
música. Encuentran refugio en los violentos empellones del pogo,
como quien respira en el ojo del huracán. La psilocibina y el LSD ex-
panden sus sentidos y los enajenan contra el frío, la lluvia y el hambre.
Las voces narran en pretérito, con una distancia de diez años con
respecto a los hechos, pero al mismo tiempo parecen presentes y
unidas, y entre todas van dando cuenta de lo que sucede durante el
festival: hablan de la música, del desborde alucinante, de la euforia
colectiva y narran también la desconcertante y silenciosa transfor-
mación de Noa, que se va alejando hacia sus pesadillas en un viaje
sin retorno. Nicole se desespera, sabe que va a perder a su amiga y
la aferra fuerte con las palabras de su relato.

Los átomos bailan, nada está sin moverse


El lugar protagónico de la música y del baile como dualidad indivisible
en la novela se ve representado en cada uno de los personajes. Mien-
tras que Mario se enmascara como Diabluma y salta en un pie y luego
en otro para exorcizar el mal que lo habita, Pamela es una giganta que
se sabe hermosa y sabia, ha renunciado a la música de conservatorio
para adentrarse en un entendimiento más profundo del sonido ritual,
es la figura materna que acoge bajo su cuidado a Nicole y a Noa, se
entrega a los pogos embarazada del hije que no dará a luz, pero que la
acompaña en todo momento y hace de su presencia una suerte de guía.
Pedro escucha la voz de las piedras que labra antes de sepultarlas en
el silencio y, junto con Carla, su compañera, compone tecnocumbia es-
pacial en la que mezcla sonidos planetarios. El conjunto de amigos se
completa con el personaje colectivo de las Cantoras, seres sobrenatu-
rales que emiten toda clase de sonidos salvajes, y el Poeta, al que mu-
chos escuchan con devoción, como si se tratara de un profeta, aunque
para Nicole no es sino un charlatán. El grupo se reúne en derredor de
un yachak, un chamán curandero, y atiende a sus palabras. Es así como
Noa decide que al terminar el Ruido irá en busca de su padre y es a
partir de esos encuentros que comienzan sus pesadillas; sus ojos cam-
bian y por las noches sale a caminar, sonámbula, hacia atrás: “soñan-
do avanzamos hacia el origen y retrocedemos hacia el futuro”. En este
punto nos damos cuenta de que la música va mucho más allá de lo que
ocurre en el escenario y de que la danza no sólo pertenece a los cuer-
pos; es el ruido, las palabras y el ritmo; es el baile de los planetas, el es-
tado de trance, la transformación.

CRÍTICA 143
El rayo anuncia el nacimiento del chamán
La escritura de Mónica Ojeda se ha caracterizado por explorar los ma-
tices del miedo. En este libro está presente la temática de forma expre-
sa, ya desde la frase de Nietzsche que se enuncia en la primera línea:
“el oído es el órgano del miedo”. Sin embargo, en esta novela los lecto-
res no participamos de la escucha de sonidos enloquecedores o voces
esquizofrénicas que llevan a los personajes al trance o al abismo. El
tono de lxs narradorxs es demasiado afectuoso para siquiera inten-
tarlo. La novela elige la poesía para dar cuenta del efecto de la música
en quienes danzan y en muchos momentos, las voces enuncian frases
que parecen escritas con lava. Aun cuando su intensidad y profundi-
dad recuerda a historias como Suspiria (Luca Guadagnino, 2018),
Chamanes eléctricos no es en ningún momento una novela de ho-
rror. Sí, habla del miedo, pero su propósito no es producirlo sino ob-
servar, contemplar sus efectos desde afuera. No se trata, tampoco, de
un miedo súbito, del efecto de shock de realidad ante la muerte o lo
monstruoso, sino del miedo que se cuela a lo profundo de los huesos,
que se empoza entreverado con la melancolía y va consumiendo a fue-
go lento a quien lo padece. En el pensamiento tradicional lo conoce-
mos como espanto, la enfermedad del susto que las abuelas brujas

Leo Kempner, Sombra de nube con difusiones rojas durante el periodo de disturbios, 1886. e-rara

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curan soplando mezcal en la cara o practicando complejos rituales
para recuperar la sombra perdida. Ése es el tipo de espanto que padece
Noa, a causa del abandono de su padre, y es tan hondo que ni siquie-
ra el yachak lo puede curar. Hará falta que se consume la celebración
ritual del Inti Raymi en la boca del volcán Kapak Urku, harán falta la
confrontación y el vacío del reencuentro, y hará falta la vuelta de
tuerca que dé sentido a la trama para que se realice el paso iniciático,
la transformación chamánica. Hará falta el contrapunto entre dos
temporalidades —el año 5550 y el 5540 del calendario andino— para
que entendamos por completo la configuración del mosaico de voces.

Las montañas cuentan historias de amor


Los personajes cumplen con su destino y dan sentido a su historia, cada
uno en comunión con los demás, al tejerse con los hilos del tapiz que
muestra el conjunto: los viajeros, el volcán, la piedra, el hije que no nace,
las voces en diafonía, el lago en la boca del volcán y la sirena andina,
los rayos, los cóndores, los relinchos de los caballos. Se sabe que lo con-
trario del miedo es el amor; a su modo, Chamanes eléctricos es una no-
vela sobre el amor, aunque muy distinta de lo convencional. “Con fue-
go y piedras ama el volcán”, dicen las Cantoras, y en su trance afirman
“el amor existe, el amor existe”. En tres amplias secciones intercaladas
bajo el título de “Cuadernos del bosque alto”, la novela cede la voz a la
contraparte, al padre que deja de amar a su hija y la abandona para
convertirse en ermitaño; ese registro intenta explicar su necesidad de
huir. Si logra justificar sus actos, si se resuelve o no el ajuste de cuen-
tas entre la hija y el padre carece de relevancia en la historia; lo que
equilibra la trama es el sentido de colectividad, el amor que surge de
la comunión con lxs otrxs, humanxs y no humanxs, y que los persona-
jes experimentan a partir de la entrada a un estado de conciencia al-
terado por el canto, la música, el trance místico. Sin embargo, el lugar
protagónico de la cuestión lo ocupa una forma de amor más comple-
ja: la de la amiga que permanece con los ojos abiertos y en estado de
alerta para seguir cuidando: cuidar y amar como único propósito en
el mundo; “cuidar es una forma envenenada de pedir que nos cuiden”,
dice Nicole. Cuidar y acompañar hasta el final para luego retroceder
hacia el futuro, hacia una vida devorada por el fuego.

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