El amor es cursi

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1/10/2023

«Are… no me gustas, pero eres muy especial para mí. Siempre eres
simpática conmigo y… ¿recuerdas aquel día en el que estaba triste por la
competencia de ajedrez y llegaste a darme un abrazo? Significó mucho
para mí.
»Por, eso, Are, te quiero mucho. Es una chica fantástica y estoy feliz
de que seas mi amiga».
Si me pregunta si me gusta (porque a estas alturas alguien ya se lo
habrá dicho), le diré eso… Seguro me dirá: «yo también te quiero», y me
dará un abrazo. Entonces seremos grandes amigos. Y aquel día será feliz
porque ella me abrazó…
Pero es tan confuso. Creo que tal vez sí me gusta, pero no quiero
aceptarlo. Y una parte de mí siente que yo no le gusto a ella. ¿Será que le
temo al rechazo?

15/10/2023
«Hoy estoy triste, y no sé muy bien decir por qué. Pero se nota en mis
gestos, en mi mirada y mi cuerpo que oculta un alma deprimida.
»No quiero admitirlo, pero en el fondo todo es por ella. Porque
desde que me enamoré evalúo mis días en función de si ella me habló;
dejo que se me escurra el tiempo porque ahora detesto los fines de
semana que no la veo.
»Arella querida, me haces sufrir. Me haces soñar. Me haces
quererte. Me haces odiarte. Todo en la misma medida. Tú no me quieres,
ese es el problema; no lo quiero aceptar, pero creo que me he dado
cuenta, y, en el fondo, sé que por eso estoy triste.
»Triste y perdido. Sin saber a dónde ir. Sin un objetivo claro.
»Antes quería conseguir tu amor, pero ahora que se ha deshecho
aquella fantasía, quedo de nuevo sin rumbo, perdido en este río de
incertidumbre. El tiempo pasa. Parece que fue ayer la primera vez que te
vi. Pero han pasado dos años y no te puedo decir lo que siento.
»Que te quiero, que me gusta tu forma de sonreír, tu forma de
hablar, incluso tu forma de caminar. Que por un abrazo tuyo daría lo que
sea; que intercambiar un par de palabras contigo hacen mi vida más feliz.
»Pero solo se lo digo a un papel, ¿por qué? Porque cada vez que te
veo, la vergüenza aplasta mi determinación. Porque yo no puedo vivir sin
pensar en ti, pero tú te ves tan tranquila y feliz, que parece que no me
necesitas. Que no me quieres. ¿O tal vez sí?
»Y sí me quisieras, no existiría en este mundo persona más feliz que
yo.
»Me conmueve imaginar cómo sería que me quisieras. Sería
increíble verte todas las mañanas y que me recibas con un abrazo y un
“Fabri, te amo”. Y mi nombre que suena tan bonito cuando lo dices tú.
Porque eres especial. Me encanta todo de ti.
»Arella, Arellita, estrella, estrellita, amiguita bonita… ¡Si pudiera
decirte cómo te amo! No podrías concebir la idea de alguien como yo. No
podrías comprenderlo porque tal vez no te crees tan perfecta, pero… lo
eres. Te quiero como no he querido nada en este mundo.
»Solo ven y dame un abrazo; solo sé feliz y entonces yo también lo
seré.
»Arella, te amo. Y te pido disculpas por no decirte todo esto frente a
frente. Pero es que no podría. Tu perfección me cohíbe.
»Arella, no tienes idea de cómo te amo. Aborrezco el fin de semana
solo porque no puedo verte. Tanto espacio ocupas en mi cabeza, que casi
no puedo hacer nada más que pensar en ti. Arella, mi niñita perfecta...
»Me ¿entiendes? Quiero que seas mi estrellita. Como la rosa del
Principito. Prometo cuidarte y procurar tu felicidad; ser un novio
enamorado como jamás ha existido alguno.
»Entonces, ¿qué dices? Está de más decir que me gustas… ¿Sientes
lo mismo por mí?».
Esto me gustaría decirle, pero ni siquiera podría entregarle el papel.
Recuerdo el día en que le entregué un papel vacío del que me quería
deshacer, juguetonamente. «Es para ti», le dije. Estaba doblado, y un
compañero pensó que era una dedicatoria de amor. «Ay, “Fab”, encarando
por cartitas», dijo. Encarar es sinónimo de ligar. Ella enrojeció de
vergüenza y revisó el papel frente a mí. Se vio muy tierna. ¿Qué hubiese
pasado si en aquel papel hubiera escrito «Are, me gustas»?
30/10/23
Hoy día tuve clase de Arte. Y por casualidad de la vida me tocó bailar con
Arella. No sé si fue fortuna o desdicha, porque todo el mundo me
molestaba. Más o menos todo el salón cree que me gustaba Arella.
A ella también la molestaban, pero, a diferencia de mí, era probable
que ella no sintiese nada por mí.
Yo no sabía cómo lograr que se callen. ¡Quería morir de la
vergüenza!
En realidad, no me gusta bailar, y no tenía planeado impresionarla
con mis dotes para la danza, por lo que no me esforcé. Me hubiese dado
vergüenza esforzarme para bailar bien. Me hubiesen dicho que lo hacía
porque me gustaba, puesto que ya tenía registrado un historial de pésimo
bailarín. Ella tampoco se esforzaba, aunque de común bailaba bien. ¿Y si se
sentía cohibida porque bailaba conmigo? ¿Y si en el fondo le gustaba yo
también?
Consideré aquellas posibilidades. Antes de aquella clase habíamos
conversado con tanta naturalidad en nuestros casilleros (que están uno al
lado del otro, y yo voy todos los cambios de clase… deseando encontrarme
con ella). Pero aquella era privado. El baile era público.
Al parecer, ella deseaba bailar con Moscoso, un chico que ya tiene
novia y que, contradictoriamente coquetea con muchas chicas de nuestro
salón, incluida Arella. Su novia está en otro salón. Espero, la verdad, que el
próximo año se vaya. O que su novia venga a nuestra salón… y controle a
su noviecito.
Una parte de mí pensó: «y yo hubiese preferido bailar con María
Andrea, o Luciana, porque entonces no tendría vergüenza. Ellas no me
gustan, a diferencia de Arella». ¿Lo mismo podría aplicar para ella?
El baile en cuestión era la marinera. Creo que mutuamente tratamos
de no mirarnos. Actuamos como si se tratase de un baile individual.
Se terminó la clase, que yo hubiese deseado eterna, y ya estaba
ansioso por la llegada del viernes, que volvíamos a tener clase de Arte.
Durante la salida hablé con Génesis y Mayte. Silvana también
estaba, pero ella es muy tímida y no dijo nada. Puedo hablar con
normalidad con cualquier chica, excepto con Arella.
Aquel día habíamos tenido examen de matemática, curso en el que
me destaco mucho. Mayte me preguntó cómo se sentía haber terminado
el examen en medio minuto. Y le dije que no sabía, pero que iba a
reprobar Arte.
Entonces Génesis me preguntó si había bailado con Arella. Yo le dije
que sí, y ella gritó, emocionada, como una niña pequeña: «¡Ay, qué
bonito!». Sus acompañantes parecieron desconcertadas. Entonces ella
susurró de modo que yo solo escuché la primera palabra: «Arella…».
Hay dos posibilidades. Aunque me gusta pensar que dijo «Arella está
enamorada de Fabrizio», también podría haber dicho: «Arella le gusta a
Fabrizio». Este orden parece extraño, pero es una posibilidad. Una vez le
dijeron a Génesis que me gusta Arella, aunque yo lo desmentí.
Y bien. ¿En qué consiste mi relación con Arella?
Nos sentamos en dos extremos distintos del salón. Casi no hablamos
para nada, excepto cuando nos encontramos en los casilleros. Entonces
ella me pregunta qué tal la vida, con esas palabras, y yo le respondo que
bien. Hablamos de cualquier cosa. A veces me da palmaditas en la espalda
o me rodea ligeramente con su brazo. Se despide y se va.
Una vez nos encontramos cuando volvíamos del baño. Ella me
preguntó cómo estaba. Yo le dije que bien, y no sabía qué más decir. Ella
protestó: «¿Por qué no me hablas?». Yo le quería preguntar cómo estaba,
por decir algo, pero la auxiliar nos interrumpió por un momento. «¿De
dónde vienen juntos?».
Le dijimos que nos encontramos por coincidencia y se fue. Entonces
Arella se hizo la ofendida: «No me hablas porque eres botado… Como
sabes matemática».
Cada vez que yo intentaba hablar, ella me decía: «Eres botado».
Cuando estábamos a punto de llegar al salón, le dije: «Are, perdón», y le di
un medio abrazo.
—No, ya no me hables. Eres botado —y se fue.
Entré al salón tras ella y me quedé con ganas de decirle muchas
cosas. Que me gustaba mucho. Que quería saber todo de ella. Que me
hubiese gustado darle un abrazo. Que la quería mucho.. Pero que a su lado
me sentía nervioso.
Una parte pensaba: «Le hubieras dicho: “Si piensas eso de mí, está
bien: no me hables”», pero en realidad era incapaz de decirle algo así,
incluso si era una técnica para conquistarla.
En realidad era pura actuación, y pensé en seguirle el juego la
próxima vez que la viese, o hacerme el ofendido yo. Pero no pasó. Cuando
la volví a ver, en los casilleros, hablé con ella tratando de ser amable.
Mis expectativas eran altas para las olimpiadas de ajedrez del
colegio. Pensaba que ganaría fácilmente. No obstante, me sentía nervioso.
Antes de la competición hablé con Arella. Nos habían retirado del salón a
los dos y a Luciano, porque íbamos a competir mientras nuestros
compañeros estaban en clases. Ella para atletismo.
Me dijo, de broma, porque ella tiene un gran sentido del humor que
me encanta, que si perdía me pegaba… Y… ¡Perdí!
Llegué al salón deprimido, y me puse a llorar en mi carpeta. Todo el
mundo fue a verme. Ella también, pero no me dijo nada.
Me dijo algo más tarde, cuando ya se me había pasado.
Se acercó a mí inesperadamente. «¿Me hablas a mí?», me pregunté.
Sí, me hablaba a mí, porque no había nadie más .
—Oye… ¿Por qué estás triste? ¡Tú has jugado genial!... Bueno, todo
es mi culpa. Ay, ¿por qué soy tan tonta? Como te dije que te iba a pegar te
pusiste nervioso, ¡todo es mi culpa! Pero no estés triste, porque jugaste
genial… ¿Abrazo?
Nos abrazamos. Realmente ella es muy delgada. Fue como abrazar
al aire. No quise abrazarla muy fuerte. Duró un segundo. A pesar de todo,
se sintió genial, por la intención.
Creo que ese gesto fue el que me enamoró. Y el que me hizo pensar
que yo tal vez le gustaba a ella. El lector debe saber que todo el contenido
de este diario se escribió luego de este suceso, porque antes la existencia
de Arella me resultaba indiferente.
Como ya dije, no hablábamos en clase. Me gustaba pensar que era
porque ella no podía dirigirme la palabra porque se sentía nerviosa, al
igual que me pasaba a mí.
Entonces, los encuentros en el casillero se volvieron infrecuentes y
creo que el amor se desvaneció, al tiempo que yo la veía hablar con otros
chicos del salón…
Un día, tiempo antes de todo lo que narro, y después del incidente
de las olimpiadas, nos entregaron unos exámenes calificados. Are me dijo:
«Hola, amiguito inteligente, ¿cuánto sacaste?». Y pasó su mano por el
cabello. Todos la fastidiaron. Ella se avergonzó, pero no se detuvo: dijo que
me quería robar la inteligencia. Yo retiré su mano con la mía, y ella la
volvió a colocar.
En realidad, me encantaba que hiciera ello. Pero se fue, y pensé que
había desperdiciado una oportunidad increíble para proponerle un abrazo.
Hasta ahora me afecta no haberlo hecho.
Y yo tengo una teoría: creo que le gustaba a Arella hasta que se
enteró de que ella me gusta. O tal vez le sigo gustando, pero le avergüenza
evidenciarlo.
Quiero contar otro incidente:
El otro día estaba en mi casillero. Ella llegó con un compañero y me
dijo: «Sácate». Por algún motivo se arrepintió y dijo: «Perdón, permiso».
¿Tratará de ser amable porque le gusto?
A estas alturas, el lector ya debe saber que intento, a través de cada
incidente, determinar si le gusto o no.

FIN

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