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Las iniciales de la tierra
Las relaciones entre la figuraci�n del paisaje y la escritura como pr�ctica de
espacio y lugar son un marco propicio para comparar las cr�nicas publicadas por los grandes diarios porte�os con algunos textos producidos por escritores santiague�os nucleados en la asociaci�n cultural La Brasa.5 Para �stos �ltimos, el paisaje no es, como para los porte�os, un problema representacional: �c�mo retratar una tierra que expulsa, adem�s de sus propios habitantes, a la mirada forastera que busca abordarla? M�s bien, es un problema existencial: la sequ�a es tambi�n la crisis de un modo de ser que se rehace d�a a d�a. El paisaje, para los brasistas, es un lugar perform�tico que hace de Santiago del Estero una entelequia que va m�s all� de su existencia en el tiempo. Es un �hecho ancestral�, en palabras de uno de los portavoces del grupo, un �fen�meno permanente de incidencia� que atraviesa el proceso hist�rico al que proporciona su idiosincrasia: �Cambia, pero es la misma. [...] Siempre presente. [...] Ninguna tierra cava m�s en nosotros que esta tierra de Santiago, aunque est� desnuda de accidentes, aunque parezca no tener voz ni vida, y acaso por esto mismo� (Di Lullo 1959: 3-4). Esta idea subyace a uno de los m�s importantes estudios del arte popular en la Argentina, Ensayo sobre la expresi�n popular art�stica en Santiago de Bernardo Canal Feij�o, publicado tambi�n en 1937, cuya urgencia por preservar la tradici�n musical y artesanal surge directamente del proceso de crisis y agotamiento de lo que Canal llama �el fen�meno santiague�o� y del que la sequ�a no es sino la culminaci�n final. Para Canal, el ensimismamiento del ser provincial en �un juego integral de paisaje, costumbres, tonada, locales� le confiere a �ste una excepcional �capacidad de conservaci�n� en el contexto del pa�s aluvional. Excepcionalidad que, sugiere Canal, adviene en parte de una naturaleza que rechaza la aprehensi�n visual (relaci�n colonizante con la tierra que predomina en el resto del pa�s) y en cambio requiere la inmersi�n f�sica: Para muchos s� que no existe como paisaje, pues no es ni pampa ni monta�a. Es bosque, broza, maleza, salina. Mientras los otros paisajes est�n dise�ados en distancia, en fuga, en infinitud, en masa, �ste s�lo se dibuja en rincones, en ocultos detalles casuales. No es para ser visto desde el tren, o desde el aeroplano. En cierto modo, pide la convivencia del sujeto humano; no su simple �xtasis. El hombre est� ante la pampa, ante la monta�a, desde el punto de vista del sentimiento del paisaje; desde el mismo punto de vista nunca podr�a estar �ante� el bosque: precisa estar en �l, envuelto, inmerso en �l (Canal Feij�o 1937: 11). Esta contig�idad entre paisaje y cultura, sin embargo, se convierte en vulnerabilidad ante el acecho de una fuerza externa, �el progreso�, ya que, ante un paisaje de tales caracter�sticas s�lo hay dos opciones: �O se est� en �l, o contra�l� (Canal Feij�o 1937: 12). La �destrucci�n de la naturaleza� que fue �la tala industrial del bosque�, por eso se convier 36 Jens Andermann 5 Sobre la Asociaci�n La Brasa, v�ase Ocampo (2004). te, �reflejado en el alma nativa, [en] la categor�a m�s pat�tica de una destrucci�n del paisaje� (1937: 14). Lo que en t�rminos econ�micos fue el traslado, �en ingentes chorros, de [una fabulosa riqueza pecuniaria] de la Provincia afuera, a Buenos Aires, a Londres, a Bruselas�, en t�rminos ecol�gicos, sociales y culturales amenaza a la existencia misma de lo santiague�o a nivel �del hombre-planta, del clima, del paisaje� (1937: 17). Esa noci�n existencial del paisaje como medio de experiencia del lugar, y as� como fundamento de lo santiague�o en su espesor fenomenal, Canal la hab�a desarrollado por primera vez en el ensayo que abre el n�mero inicial de �an (�camino� en quichua), revista unipersonal que public� en 1932 y en 1934. Titulado �El paisaje y el alma�, el texto comienza por distinguir �la intuici�n del paisaje� del mero encuadre pict�rico �de cualquier pedazo de naturaleza�. Si bien la mirada es la que descubre en la constelaci�n de las cosas una volici�n de armon�a, es en el alma donde repercute, como un �movimiento inefable�, esta �coordinaci�n de las cosas de la Naturaleza en la distancia�. �Suceso psico-geogr�fico�, el paisaje es, por lo tanto, una suerte de di�logo mudo entre la percepci�n humana y el mundo natural que abarca, en pos de restaurar una unidad de car�cter antes religioso que art�stico: �El paisaje ser�a esta s�bita y contingente movilizaci�n de las cosas de la Naturaleza hacia algo, que bien podr�a ser una superior expresi�n� (Canal Feij�o 1932: 11). Aparece entonces, en este ensayo temprano, como problema intr�nseco de la naturaleza santiague�a el desorden, la anomia �el antipaisaje� que despierta en sus moradores no ya la meditaci�n y la templanza sino que, al hacer aflorar las pasiones y la rispidez, favorece al caudillismo y a la demagogia carism�tica como formas pol�ticas preconizadas por la misma tierra: �spera, rebelde sin embargo, [la tierra] se cubre de una vegetaci�n en que parece enunciarse una voluntad rencorosa. Los grandes �rboles de madera dura, la zarza espinuda, las erizadas cacteas, comparten el t�pico escenario. Flora le�osa, erizada, brav�a. [...] En el plano geogr�fico sin relieves, desprovisto de toda �gala� de irregularidad, estos elementos se presentan en incoordinada tumultaci�n, en multitud confusa, abigarrada. El espect�culo es, realmente, demag�gico. Como la multitud humana que ocluye la calle, la Naturaleza, suelta en mit�n af�nico, corta la perspectiva, cierra el horizonte, se adelanta (o se detiene) en reclamo de primer y �nico plano. En las escasas abras en que descansa su hacinado suceso, la tierra escapa premiosamente, como queriendo sepultarse en cuevas (Canal Feij�o 1932: 15-16). De fuertes sinton�as con la fenomenolog�a nacional que viene desarrollando por esos mismos a�os Ezequiel Mart�nez Estrada (ambos influenciados a su vez por el vitalismo de Hermann von Keyserling), ese esencialismo tel�rico del primer Canal sufrir� no obstante algunas transformaciones importantes en el curso de la d�cada del treinta, y que lo llevar�n en a�os posteriores a protagonizar el proyecto m�s ambicioso de desarrollo t�cnico y social del Noroeste argentino. Ya a partir del segundo n�mero de �an, dedicado a la historia provincial, el lugar fenomenol�gico del n�mero anterior se temporaliza y se entrelaza con el proceso social, a la vez que se complejiza la noci�n del �alma santiague�a�, atribuida ya no s�lo a los efectos del ambiente sino tambi�n a los cambios en la estructura productiva y social de la provincia. Por primera vez, Canal enfoca aqu� la triada entre ferrocarril, obraje y �xodo rural que lo preocupar� en todo su trabajo posterior: si el ferrocarril, con sus �rumbos fortuitos�, impuls� �el desarraigo, el descentramiento; la despoblaci�n de la campa�a [...]; la dispersi�n de los grandes reba�os; el nomadismo�, el obraje fue �una formidable trinchera� donde �sierras cantarinas preforman una estricta El infierno santiague�o: sequ�a, paisaje y escritura en el Noroeste argentino 37 anatom�a industrial� (Canal Feij�o 1934: 60). La idea del ecocidio aparece aqu� por primera vez pensada como �destrucci�n del paisaje�, paisaje que por lo tanto cambia de signo; ya no es m�s anomia anarquizante (la del fachinal y de la estepa, ahora reconocidas en cambio como efectos de la devastaci�n capitalista) sino que cobija lo fenomenal santiague�o en su vocaci�n de autonom�a, perseverancia que el �despaisamiento� echa a perder irrevocablemente. Los jornaleros de los obrajes, escribe Canal, [s]e encontraron m�s pobres que al nacer, pues hasta hab�an perdido su paisaje. �Qu� otro argentino podr�a quejarse de una tragedia tan enorme como la de este santiague�o, condenado a servir a la destrucci�n lisa y llana de su propio paisaje? �Y qu� hab�a sacado de aquello? [...] Un d�a se hall� s�bitamente solo y desguarnecido. Con la �ltima jornada se hab�a ido su paisaje, y el abra de aqu�l d�a era ya su destierro... (Canal Feij�o 1934: 61). La tierra yerma y est�ril que entrevistar�n los cronistas de la sequ�a en 1937, se revela aqu� como parte de un proceso mucho m�s vasto y catastr�fico de declive que representa �el esquema b�sico de la historia provincial de los cincuenta a�os �ltimos� (Canal Feij�o 1937: 17-18) y que Canal, en escritos ulteriores, resumir� en la f�rmula de �imposesi�n de s� misma� (Canal Feij�o 1948: 142) por parte de Santiago y de la regi�n Noroeste en su totalidad. Pero si es la modernidad fallida del capitalismo depredador la que produjo estos estragos, el propio lenguaje ensay�stico se esfuerza por construir una alternativa �un modernismo interior� donde puedan convivir la imagen sint�tica y el montaje cinematogr�fico (como en el contraplano del monte abigarrado y el mitin multitudinario) con el respeto y la admiraci�n por la tradici�n popular y los ritmos intr�nsecos del ambiente natural. La destrucci�n de los quebrachales por el obraje forestal es tambi�n el tema de otro texto clave del pensamiento santiague�o, publicado como el Ensayo de Canal en 1937: El bosque sin leyenda de Orestes Di Lullo, cuyo t�tulo responde amargamente a la obra de otro comprovinciano, El pa�s de la selva (1912) de Ricardo Rojas. Como Canal, Di Lullo ve en la devastaci�n de los bosques apenas un elemento de un proceso m�s vasto: �Ahora, la tierra rapada es otra, y nosotros tambi�n �concluye su diagn�stico� La industria forestal ha destruido el paisaje� (Di Lullo 1937: 56, 63). Texto singular, tanto por su astucia anal�tica como por sus poderosas im�genes y su composici�n �pica, El bosque sin leyenda ocupa un lugar de bisagra en la obra de Di Lullo, m�dico especializado en pandemias regionales como el paludismo, la enfermedad de Chagas y el llamado mal del quebracho, a las que estaba dedicada su producci�n anterior. En a�os posteriores, en cambio, adem�s de una creciente inmersi�n en la pol�tica que lo llevar� al cargo de intendente de la ciudad de Santiago durante el primer gobierno peronista, Di Lullo se dedicar� al estudio de la historia y arqueolog�a regional, organizando en 1941 el Museo Hist�rico de la provincia que dirigir� hasta jubilarse en 1967, as� como, en 1953, el Instituto de Ling��stica y Arqueolog�a de Santiago, anexado a la Universidad Nacional de Tucum�n. Amitad de camino, entonces, entre la medicina epidemiol�gica y la historia cultural, El bosque combina ambos saberes para indagar la afectaci�n mutua entre el proceso social reciente �aquello que el l�xico marxista conoce como acumulaci�n primitiva� y una naturaleza entrevista, desde el creacionismo cat�lico, como totalidad org�nica: �Porque la creaci�n, es la organizaci�n de lo eterno, o mejor, perpetuaci�n de la vida que se suplanta a s� misma, constantemente, de modo a ofrecer una sola fisonom�a, indeformable, a trav�s de los tiempos� (1937: 11). Modelizado sobre el Facundo sarmientino, en su 38 Jens Andermann visi�n fisiol�gica y totalizadora de una historia que se despliega sobre �y es determinada por� el espacio, el saber m�dico y biol�gico tambi�n lo acerca al texto de Di Lullo al precedente m�s cercano de Os sert�es (1902) de Euclides da Cunha, al mismo tiempo que la pr�dica contra la degradaci�n moral del capitalismo salvaje lo afilia al naturalismo social-cristiano de obras como In Darkest England (1890) de William Booth.