Semiótica de las trenzas.1
Massimo LEONE
Universidad de Turín; Universidad de Shanghái; Universidad de Cambridge; Fundación
Bruno Kessler, Trento; Universidad UCAB, Caracas.
Resumen.
Partiendo de la experiencia autobiográfica de un viaje a Venezuela, concretamente a la Isla de
Margarita, el ensayo reflexiona sobre el significado de trenzarse el pelo, sobre el sentido que
este peinado ha tenido en la historia de la humanidad, sobre cómo está en el centro de una
ideología que contrapone maldad y rebeldía, y cómo esta axiología, de orígenes muy antiguos y
multiculturales, ha llegado hasta nuestros días, haciendo su aparición en el discurso político
contemporáneo, en el de la resistencia socio-ideológica, pero también en los productos de la
cultura de masas que se apropian de ella, desde el cine a los videojuegos, desde la literatura a
la música.
Abstract.
Beginning with the autobiographical experience of a trip to Venezuela, specifically to Margarita
Island, the essay reflects on the meaning of braiding one’s hair, on the connotation that this
hairstyle has held in human history, on how it is at the center of an ideology that contrasts
wickedness and rebellion, and on how this axiology, of very ancient and multi-cultural origins,
comes down to the present day, making its appearance in contemporary political discourse, in
that of socio-ideological resistance, but also in the products of mass culture that appropriate it,
from cinema to video games, from literature to music.
Una primera versión de este texto ha sido presentada como conferencia bajo el título “El rostro transhumano” en
la UCAB de Caracas el 13 de enero de 2023; agradezco mucho la invitación al Prof. Humberto Valdivieso; este
ensayo es el resultado de un proyecto que ha recibido financiación del Consejo Europeo de Investigación (CEI) en
el marco del programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea (Acuerdo de subvención
n. 819649-FACETS).
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1
Palabras-clave: trenzas, semiótica, rostro, pelo, ideologías, Venezuela, Caribe
Keywords: Braids, Semiotic, Face, Hair, Ideologies, Venezuela, Caribbean
Leo en mi libro. Es ya la media noche.
Las trenzas de mi amada son un chorro de
libras esterlinas.
Y surge su cabeza de las blancas coberturas del
lecho
como el dibujo de un pintor de hadas.
(Rufino Blanco Fombona, La vida, 15 de julio
de 1902)
1. Un viaje a Margarita.
Hoy voy a contarles una historia sobre trenzas. Como pueden ver, una especie de jardín italiano
de pelo trenzado y anudado adorna ahora la superficie de mi cabeza, surcándola en
configuraciones regulares y descendiendo hacia la nuca en largas trenzas anudadas (Fig. 1).
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Fig. 1
No sólo para los miembros de mi familia venezolana, sino también para los conocedores de las
costumbres vacacionales caraqueñas, será fácil adivinar que este peinado tiene su origen en un
viaje de placer a ese extraordinario lugar de historia y naturaleza que es la isla de Margarita.
Incluso antes de ir a la isla, en cierto modo ya la conocía, pues había sido objeto de mil historias
por parte de mi esposa. Había visto fotos suyas de niña con el pelo trenzado y había oído hablar
de las señoras que acudían regularmente a la playa para transformar el cabello de los bañistas
en verdaderas obras de arte compuestas de cabellos y nudos. Pero nunca me habría imaginado
que yo mismo, una vez en la playa del Yaque, haría que una de estas señoras anudara mi larga
cabellera. De hecho, dudé un poco. Me decía a mí mismo: ¿qué pensarán en la UCAB, una
universidad de profesores estimados, cuando aparezca con esta cabeza de Medusa? Y, sobre
todo, ¿qué pensarán mis investigadores de la Universidad de Turín o los de la Fundación que
dirijo en Trento? Allí ya toleran mi melena. ¿Pero verme aparecer en la pantalla durante
reuniones serias en línea con la cabeza hecha una serpiente, no será demasiado? Es evidente,
no sólo para un semiólogo profesional como yo me considero, sino también para el sentido
común, que todo peinado expresa, intencionadamente o no, una determinada forma de ser, y
que cuanto más fuera de lo común es un peinado, más se presta a ser connotado e interpretado.
Es una verdad que conozco desde mi adolescencia temprana, cuando decidí no cortarme
más el pelo corto, como hacía la mayoría de los chicos de mi ciudad, sino dejármelo largo. No
me detendré hoy en esta decisión, que tiene raíces muy lejanas y complicadas, sino en las
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reacciones que provocó. A pesar de que por aquel entonces yo era el mejor alumno de mi
instituto, el que sacaba las mejores notas en todas las asignaturas, una profesora de ese liceo
decía que yo era drogadicto, cuando en realidad por aquel entonces la única sustancia excitante
que tomaba era el café que mi abuela me ponía en el desayuno, mezclándolo con leche, según
una antigua costumbre italiana. ¿Qué diría aquella profesora de mí ahora que soy catedrático,
dirijo a una treintena de investigadores, he publicado unos cincuenta libros e imparto clases en
universidades de todo el mundo? Probablemente diría lo mismo, es decir, que soy un buen
profesor, pero drogadicto. Así que cuando, en la playa del Yaque de la isla de Margarita, se me
acercó una señora venezolana muy amable e ingeniosa, que me propuso hacerme trenzas,
pensé que no era una buena idea, y le dije “no, gracias”. Sin embargo, en los minutos siguientes,
mientras saboreaba una de las obleas espolvoreadas con chocolate y caramelo que son una de
las muchas delicias que hacen única la experiencia de una playa margariteña, se me ocurrió lo
que yo llamaría un loco cruce temático, una idea aparentemente descabellada, que me llevó
aquí a hablarles de la cara transhumana con la cabeza toda salpicada de trenzas. La señora me
había enseñado una especie de catálogo con montones de fotos y dibujos de posibles patrones
de trenzas; mientras estas imágenes de diferentes estilos de trencitas aún flotaban en mi
memoria visual, me dije: ¡pero si son exactamente las trenzas de Avatar, la película de los
récords, la que ahora está en los cines de todo el mundo con el segundo episodio de esta épica
saga de ciencia ficción! ¡Son las coletas de Neytiri te Tskaha Mo’at’ite (Fig. 2), la protagonista
femenina de la película, y son también las coletas que el Avatar de Jake Sully empieza a llevar
en la cabeza cuando es adoptado y adopta la cultura y la esencia de los Na’vi (Fig. 3), la
comunidad que fue contratado para subyugar y que, en cambio, conduce a la redención!
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Figuras 2 y 3
¿Y no es Avatar la puesta en escena cinematográfica más global y espectacular de algunas de las
ideas que conforman el controvertido panorama del transhumanismo? ¿No podemos encontrar
en esta película, puesta en forma de narración cinematográfica y de efectos especiales, la utopía
de que la tecnología puede conducir a una superación de los límites de la especie humana, y al
mismo tiempo una reflexión crítica sobre esta utopía, sobre los peligros que supone para el
equilibrio de la especie en sí misma y con la naturaleza, y por tanto sobre la sabiduría espiritual
que debería, por el contrario, dar forma a la arrogancia de cualquier proyecto transhumanista
basado enteramente en la tecnología? Pero las trenzas de Avatar no son sólo eso, también son
un signo de esta reflexión cinematográfica sobre el rostro transhumano. ¿Por qué, entonces,
cuando aparece en la escena de la película un personaje femenino que conducirá al avatar Sully
a su renacimiento ecológico y espiritual, por qué, o sea, cuando aparece por primera vez en la
pantalla el rostro de Neytiri, no es sólo un rostro azul, sino también un rostro enmarcado por
una cabellera de trenzas prendidas, muy parecidas a las que la señora venezolana trenza todos
los días por unos pocos dólares a lo largo de las playas de la isla de Margarita?
2. Un viaje a Salento.
Cuando me hice esta pregunta, también recordé que en realidad no sería mi primera vez. Un
episodio lejano y casi olvidado resurgió en mi memoria, aunque algunos vestigios de este
permanezcan en algunas fotos enterradas en los cajones ya para siempre cerrados de la casa de
mi madre. Tenía quince años. Solía pasar la mayor parte del verano holgazaneando en las playas
de Salento, mi tierra natal, playas que pueden competir en belleza con las de Venezuela. Mi tía,
conocida por ser una gran fiestera, organizó un baile de disfraces para mediados de agosto, una
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especie de carnaval de verano fuera de temporada. Por aquel entonces, ya tenía el pelo muy
largo, así que hice que una amiga de la familia me lo trenzara para que yo apareciera en la fiesta
como una especie de hawaiano, con la cabeza llena de trenzas, un bronceado muy intenso y una
falda de paja.
Incluso en aquel lejano episodio, aunque entonces no había pensado en ello en absoluto,
las trenzas eran el signo que permitía a mi cuerpo, a mi cabeza, y a mi rostro escenificar una
identidad étnica diferente, presentarme como procedente de un lugar exótico y vagamente
salvaje, vinculado a una confusa pero poderosa imaginería del exotismo. ¿Pero no estaba yo
haciendo lo mismo treinta años después, y habiendo perdido ya la inocencia, pero también la
inconsciencia cultural, de mi adolescencia provinciana? ¿No se me estaba proponiendo
convertirme en otra cosa, convertirme en otra persona, sentado allí en aquella playa de la Isla
de Margarita? ¿No se me estaba pidiendo que pagara unos dólares para disfrazar mi cabeza y
mi cara de modo que adoptaran los rasgos de otra persona, de otro mundo, de otra cultura?
Pero ahora no sólo estaba lejos en el tiempo sino también en el espacio de aquellas primeras
trenzas quinceañeras. Mi formación como semiólogo me había acostumbrado entretanto a la
idea de que ninguna elección de estilo es indiferente, que a menudo tiene connotaciones que
van mucho más allá de sus intenciones, y entonces ahora me encontraba no sólo en una época
diferente, sino también en un espacio diferente. La persona que ahora se ofrecía a trenzarme el
pelo no era una amiga mía italiana, sino una mujer venezolana cuyos rasgos somáticos eran los
de una afrodescendiente, que llevaba en la cabeza las mismas trenzas que se ofrecía a
venderme, vendiéndome con ellas una parte de su propia identidad.
3. Un viaje semiológico.
Por desgracia, cuando uno elige convertirse en semiólogo, pierde para siempre la posibilidad
de vivir despreocupado y, en su lugar, se vuelve morbosamente sensible al significado de las
elecciones. Fue por esta razón, entonces, treinta años después de mis primeras trenzas
inconscientes, que decidí intentarlo de nuevo, y dejar que esta señora venezolana tan amable
se sentara detrás de mí durante una buena media hora, y trabajara agotadoramente en mi pelo,
separándolo y uniéndolo, pero sobre todo trenzándolo y anudándolo, para que una parte de su
identidad pudiera transferirse a mi cabeza. Visto en retrospectiva, y con el conocimiento que
dan la experiencia, la lectura y el estudio, mis primeras trenzas habían sido un gesto de
apropiación cultural, descuidadamente culpable (Grinberg 2016). Ahora, sin embargo, quería
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cambiar el sentido de esta transformación de mi cabello, y eso es precisamente lo que estoy
haciendo con esta conferencia, reflexionando junto a mis lectores y lectoras sobre el significado
de llevar trenzas aquí y ahora, en la Venezuela de 2023, cuando una de las historias más
influyentes a nivel mundial del cine estadounidense contemporáneo cuenta la historia de un
hombre blanco que, discapacitado, recupera la capacidad de su cuerpo gracias a la tecnología,
pero luego se rebela contra ella como herramienta para la explotación minera y energética de
otro planeta, de otra especie, de otra comunidad, y en el momento en que esto ocurre — cuando
el hombre blanco se da cuenta de que la tecnología que le hace capaz más allá de sus límites
humanos es también la tecnología que le permite subyugar al planeta y a otros seres vivos —
entonces en ese mismo momento aparecen las trenzas, que enmarcan un rostro que cambia de
color, volviéndose azul, pero que también cambia de pertenencia fisonómica, asemejándose al
pueblo subyugado precisamente a través de este estilo de cabello.
Así que me senté allí, en aquella playa del Yaque, rodeado de las bellas mujeres de mi
familia venezolana, y dije “¡sí, está bien!”, mi cabeza se transformará, se convertirá en una
cabeza llena de trenzas, se parecerá a la de mi mujer cuando era niña y frecuentaba estas playas,
pero también se parecerá a la de la señora que está detrás de mí, y que trenza mi pelo, y se
parecerá a la cabeza de su etnia, y a la cabeza de sus orígenes, y a las cabezas de todas las
culturas que han trenzado el pelo en todo el mundo y a lo largo de la historia, pero también se
parecerá a la más famosa de las cabezas trenzadas, la de Bob Marley, e inevitablemente se
parecerá a una de las cabezas transhumanas más famosas de nuestro tiempo, la del Avatar por
excelencia, la cabeza del Avatar Sully, con todo lo que ello conlleva también en términos de
autorreflexión sobre mi cabeza, una cabeza del sur de Italia, de probable ascendencia
mediterránea, muy probablemente griega, quizás de Oriente Medio, quizás judía, una cabeza
que en el transcurso del siglo XX y especialmente a través del difícil y a veces doloroso proceso
de la emigración italiana a América, y especialmente a Estados Unidos, se ha convertido en una
cabeza blanca, aunque siempre ocupe un lugar de frontera e inestabilidad entre lo blanco y lo
no blanco, entre lo occidental y lo no occidental, entre lo moderno y lo no moderno. Aquí,
trenzarme el pelo en la cabeza, en este lugar fronterizo que es la isla de Margarita, en ese lugar
de encuentros, mezclas y ambigüedad que es el Caribe, significa habitar esta inestabilidad,
explorar el sentido precario de mi cabeza casi caucásica, de mi piel casi blanca, de mi mente casi
moderna.
4. Un viaje a Maracaibo.
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La primera vez que vine a Venezuela fue en julio de 2012, invitado a dar una conferencia en la
Universidad del Zulia por mi colega y amigo José Enrique Finol. Tantas cosas han cambiado
desde entonces en mi vida, y tantas han cambiado en Venezuela; una cosa que definitivamente
ha cambiado es mi español. Aún conservo la grabación de una entrevista que me hicieron para
la emisora de radio de la Universidad del Zulia, en la que hablaba con un impecable acento
castellano, un español bien gallego. Hoy, dos años después de conocer a la mujer de mi vida, mi
querida esposa venezolana, mi acento, como dicen nuestros amigos en broma, ha sido
colonizado. La expresión jocosa, sin embargo, abre la reflexión sobre un tema muy serio, que la
academia contemporánea discute sin cesar, a saber, la cuestión de la descolonización. La
transformación amorosa de mi acento, por otra parte, es signo de un proceso diferente, el de
una mutación cultural que tiene lugar no porque uno quiera apropiarse de la cultura ajena,
como según los críticos haría la película Avatar con las trenzas, la lengua maorí y otros signos
de las sociedades no industrializadas, ni porque uno quiera imitarla para controlarla mejor,
como hicieron algunos misioneros católicos en América, sino porque uno está enamorado de
otra cultura, o mejor dicho, está enamorado de una persona de otra cultura, y se acerca a su
lengua y a sus otros signos no para colonizar ni para ser colonizado, sino para conocer, para
adoptar, para amar.
Así, sentado en la playa del Yaque, mientras la amable señora venezolana transformaba
mi cabello, separándolo y uniéndolo, trenzándolo y anudándolo, al mismo tiempo se
entrecruzaban en mi mente fragmentos de pensamiento y reflexión, imágenes y recuerdos, para
componer esta conferencia que hoy les presento en forma escrita, y que quizás no dé como
resultado ese hermoso jardín a la italiana, ordenado y con geometrías elegantes y rigurosas,
que la señora dibujó en mi cabeza, sino que quizás se parezca mucho más a una cabeza rasta,
con dreadlocks que coagulan el pelo en mechones gruesos pero sin embargo vivos, espigas de
pelo que se alzan como rocas vivas alrededor de la cabeza.
5. Un viaje prehistórico.
La primera trama se refiere a la tecnología. Cuando se habla de transhumanismo, se piensa
sobre todo en las cuatro ramas de la llamada GRIN, es decir, la genética, la robótica, la
inteligencia artificial y la nanotecnología; éstas serían las tecnologías que podrían permitir a la
especie humana superar sus límites. Sin embargo, con demasiada frecuencia se pasa por alto
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que este camino de transformación de la especie humana y de su rostro a través de la tecnología
es muy antiguo y comienza en los albores de la humanización. Entre los semiólogos, y en
particular entre los zoo-semiólogos — es decir, los que estudian los sistemas de significación
de las especies no humanas — existe un acalorado debate, a menudo muy ideológico, sobre la
cuestión de si los animales no humanos poseen o no lenguaje. No entraré en la cuestión, pero
propondré una definición alternativa de la especie humana. La especie humana es la única que
controla intencionadamente la forma de su cabello. Espero que mis colegas y amigos etólogos
no me contradigan, pero otros animales no se cortan el pelo ni se lo peinan, aunque hay muchas
especies que ejercen un control sobre sus uñas, como hacen comúnmente los gatos domésticos,
o sobre sus dientes, como el babirusa, cuyos colmillos crecen misteriosamente hacia la cara en
lugar de hacia fuera (Fig. 4).
Fig. 4
Como bien saben los tricólogos, el cabello humano no crece sin fin sino cíclicamente, a través
de tres fases. La primera es la fase anágena, la fase de crecimiento, que dura unos tres años. En
algunas personas, mutaciones denominadas “angágenas” hacen que el anágeno pueda durar
hasta diez años. Por eso hay personas que aparentemente pueden dejarse crecer el pelo hasta
longitudes arbitrarias. Sigue el periodo catágeno, una breve fase intermedia, que dura unas tres
semanas inmediatamente después del final del anágeno; y finalmente se termina con una fase
llamada “telógena”, una fase de reposo de tres meses, al final de la cual el cabello viejo se cae y
comienza un nuevo ciclo capilar. Los miembros de la especie humana no se quedan calvos
periódicamente porque estas tres fases no se producen al mismo tiempo para todos los
cabellos, sino que son escalonadas. Sin embargo, la especie humana es la única que interviene
en este ciclo natural, modificándolo a través de dos tecnologías, ambas vinculadas al
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advenimiento del homo sapiens. La primera es la tecnología del corte. En cierto momento de la
evolución humana, nuestra especie se distinguió por su capacidad para agarrar objetos
punzantes y utilizarlos de diversas formas, para cazar o despedazar a otros animales, pero
también para cortarse parte de su propio pelaje. Es difícil establecer con certeza por qué se
adoptó esta técnica, que hoy nos parece rudimentaria pero que en cambio constituyó una
revolución: quizás para facilitar el movimiento y la visión — por tanto, con un fin pragmático
— o desde el principio con un fin estético, para diferenciar géneros y roles en un grupo, por
ejemplo. Lo que sí sabemos es que, desde una época muy remota, esta primera técnica coexistió
con la del tejido, que no modifica el cabello cortándolo sino dejándolo crecer y disponiéndolo
en formas anudadas. Nunca se insistirá lo suficiente en la importancia del tejido y el trenzado
en la evolución humana. De nuevo, sabemos de otras especies que crean estructuras complejas
entrelazando filamentos, como es el caso de las arañas, por ejemplo — especies que pueden
haber servido de inspiración a aquellos de entre los homínidos que primero empezaron a tejer
pelo, luego fibras y más tarde elementos abstractos. Existen teorías según las cuales el arte del
tejido físico y el del tejido narrativo estarían vinculados.
El hecho es que el trenzado del cabello, o el de las fibras para hacer coronas u otros
tocados, debió de tener una importancia simbólica para nuestros antepasados. Existe una
prueba indirecta de ello en la Venus de Willendorf, una estatuilla de Venus de 11,1 centímetros
(4,4 pulgadas) de altura que se calcula que fue fabricada hace unos 25.000-30.000 años (Fig. 5).
Fig. 5
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La estatuilla, que actualmente se encuentra en el Museo de Historia Natural de Viena, ha sido
objeto de mucha literatura y a menudo se considera la representación humana más antigua
conocida de trenzas, aunque los especialistas no se ponen de acuerdo sobre si se trata de una
representación de cabello trenzado o de fibras trenzadas dispuestas sobre la cabeza (Witcombe
2003). En cualquier caso, llama la atención de la sensibilidad contemporánea, incluida la de los
eruditos, que tanto en la estatuaria prehistórica como en la mayoría de las pinturas rupestres
el rostro humano sólo se insinúa, pero no se representa. Esta estatuilla no representa ni los
ojos, ni la nariz, ni la boca, ni los rasgos faciales, pero sí las trenzas de la cabeza. Es difícil
entender por qué, al igual que es difícil entender por qué no se representaba el rostro humano
en las imágenes de la época. Quizás no era tan importante como lo es para nosotros hoy en día,
es decir, no tenía el mismo valor para distinguir y reconocer a los miembros de un grupo; o
quizás, como ha propuesto una estudiosa en relación con esta estatua, estas representaciones
son en realidad autorretratos, que representan la forma en que una mujer de la época se
percibía a sí misma en un mundo sin espejos, es decir, sin la posibilidad de ver su propio rostro
(McDermott 1996).
Más allá de las especulaciones, inevitablemente inciertas, se puede afirmar sin embargo
que, como en el caso de la aparición del corte, el tejido también fue posible gracias a la
hominización, al pulgar oponible y a la capacidad manual de transformar las fibras rectas del
cabello o las de origen animal o vegetal en segmentos curvos para enroscarlos alrededor de
otras fibras, creando así los primeros tejidos, cuya génesis quizás también estuviera ligada a
ese origen del lenguaje que teje palabras en textos, del latín “textus”, tejido. El tejido, en
particular, permitió pasar de una identidad lisa a otra rayada, como podría decirse adoptando
la famosa dialéctica de Deleuze y Guattari.
Sentado en una playa del Yaque, el primer pensamiento que se entrelazó con mi
conciencia fue por tanto éste, que el gesto que estaba transformando mi cabeza y mi rostro,
ejercido a través de las pacientes manos de la amable señora venezolana, era muy similar al
que, 30.000 años atrás, había permitido a una mujer de lo que hoy es la baja Austria transformar
la apariencia de su cuerpo y de su cabeza, pasar de una especie natural a una especie cultural,
y constituir así, trenza a trenza, la individualidad de una persona, pero también su máscara
social, todo ello a través de esa tecnología transhumana primordial que es el trenzado.
6. Un viaje histórico.
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A medida que la dama trenzaba su cabello, y lo salpicaba de trenzas desde la raíz hasta las
puntas, yo también parecía avanzar por un camino similar, primero especulando sobre el origen
de la trenza, y de las fibras trenzadas, y luego acercándome gradualmente al presente a lo largo
de una trayectoria de nudos dispersos. La primera prueba escrita de las trenzas se encuentra
probablemente en las escrituras védicas, de origen indio. La deidad védica Shiva vestía este
estilo. La palabra utilizada en las escrituras védicas es “jaTaa”, que significa “llevar mechones
de pelo retorcidos”. De hecho, varios personajes del Ramayana, incluido el propio poderoso
Rama, lucen un peinado que hoy llamaríamos rastas. El Ramayana, al igual que las escrituras
védicas, se elaboraron y escribieron hace unos 2.500 años; son los textos fundamentales del
hinduismo e influyeron en el budismo e incluso en la religión celta. Los romanos solían decir
que los celtas tenían “el pelo como una serpiente”, y quizás fueron mis antepasados, los antiguos
romanos, o los antiguos griegos, quienes empezaron a hacer circular la idea de que el pelo
trenzado era un atributo del rostro barbárico.
Cuando aún era un niño, vi una película en el cine de mi ciudad, Lecce, que me asustó
mucho. El antihéroe era un monstruo espantoso, que visitó mis pesadillas infantiles muchas
veces después. La película se llamaba Predator (Fig. 6).
Fig. 6
Predator es una película estadounidense de acción y ciencia ficción de 1987 dirigida por John
McTiernan y escrita por los hermanos Jim y John Thomas. Es la primera entrega de la franquicia
del mismo nombre. Está protagonizada por Arnold Schwarzenegger como el líder de un equipo
de rescate paramilitar de élite en una misión para salvar a unos rehenes en un territorio
controlado por la guerrilla en una selva tropical centroamericana. El equipo se encuentra con
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el mortífero Depredador, un alienígena hábil y tecnológicamente avanzado que les da caza.
Muchas décadas después, en mis estudios sobre el rostro, me daría cuenta de que cuando se
quiere crear un rostro monstruoso, muy a menudo lo que se hace es anular la parte del rostro
que muchas culturas consideran noble, humana y espiritual, es decir, los ojos, y en su lugar
magnificar la parte del rostro que recuerda al hocico animal, es decir, la boca y en particular la
mandíbula. Para la creación del monstruo, McTiernan consultó a Stan Winston. Durante un viaje
en avión a los estudios de la Fox, junto con el director de Aliens, James Cameron, Winston esbozó
algunas ideas sobre monstruos. Cameron sugirió que siempre había querido ver una criatura
con mandíbulas en lugar de bocas, lo que se convirtió en parte del icónico aspecto de
Depredador. Mientras me cubrían la cabeza de trenzas en una playa de la isla Margarita, me di
cuenta de que esa cabeza de Predator era monstruosa no sólo porque no tenía ojos y era todo
mandíbulas, sino porque era una cabeza cubierta de trenzas. Detrás de la idea de esta cabeza,
pues, estaba el mismo director que, años más tarde, atribuiría las coletas al personaje heroico
de Avatar. Por un lado, el monstruo malvado de Centroamérica, el depredador alienígena con
trenzas; por otro, el héroe bueno de Pandora, el salvador de Avatar también con trenzas. Hay
un patrón en esta historia, y quizás se remonte a la antigua Roma, o a la antigua Grecia, cuando
se impuso la idea de que el pelo trenzado era un atributo tricológico de la barbarie, del mal, del
enemigo.
7. Un viaje a Jamaica.
Así es como funcionan las culturas humanas: el dato natural, que no tiene alternativa, se
transforma en un dato cultural cuando se introduce una opción: dejar crecer el pelo o cortarlo,
dejarlo liso o trenzarlo. La opción y la alternativa crean diferencia y significado, pero también
crean división, polarización, estigmatización. Subiendo y bajando por las trenzas de la memoria,
recuerdo que cuando tenía quince años descubrí no sólo las trenzas, sino la música que venía
de Jamaica. Sucedió de una forma muy peculiar. En mi tierra natal, cuando era niño, la gente se
avergonzaba de hablar dialecto. Se consideraba una manifestación de atraso cultural y pobreza.
Mas en un momento dado, algo cambió. A finales de los años ochenta, en el entorno de los
centros sociales de Salento y en los frecuentados por los estudiantes salentinos en las ciudades
universitarias italianas, y especialmente en Bolonia, actuó un grupo que más tarde tomaría el
nombre de “Sud Sound System”. Es un grupo que decidió cantar en dialecto de Lecce,
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reivindicando su dignidad, y lo hizo utilizándolo para componer canciones reggae. La canción
más famosa de este grupo es “Le radici ca tieni”, de 2003, que contiene la siguiente estrofa:
Se nu te scierri mai de le radici ca tieni
Rispetti puru quiddre de li paisi luntani
Se nu te scierri mai de du ede ca ssa ieni
Dai chiù valore a la cultura ca tieni
Simu salentini de lu munnu cittadini
Radicati a li messapi cu li greci e i bizantini
Uniti intra stu stile osce cu li giammaicani
Dimme tie de du ede ca ssa bieni
Si nunca olvidas tus raíces
Respetas incluso a las de países lejanos
Si nunca olvidas de dónde vienes
Das más valor a tu cultura
Somos Salentinos, ciudadanos del mundo
Arraigados en los mesapios, con griegos y bizantinos
Unidos en este estilo con los jamaicanos
Dime tú de dónde vienes
(Sud Sound System, Le radici ca tieni, 2003; trad. nuestra)
La referencia a Jamaica permitió a este grupo de jóvenes cantantes reivindicar la dignidad de
una identidad local, o más bien glocal, frente a la identidad nacional y a la impuesta por la
globalización. Esto también, pensé mientras mechón tras mechón mi cabello se transformaba,
es una historia de trenzas. Sus raíces son a la vez en África y en Jamaica. Un joven príncipe
llamado Tafari se convirtió en “Ras”, o rey, de Etiopía en 1927 (Fig. 7).
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Fig. 7
Más tarde fue conocido como Ras Tafari. Después de tres años, fue coronado Rey de Reyes y se
le dio el nombre de Haile Selassie I. En diciembre de 1932, un hombre carismático llamado
Leonard Howell reconoció a Ras Tafari como un Dios vivo y comenzó a predicar, a difundir el
evangelio y a alabar a Ras Tafari en su Jamaica natal. Pero Leonard Howell, apodado por algunos
“el primer rasta”, no llevaba rastas. Según cuentan, era un hombre elegante y bien cuidado
conforme a la estética burguesa de los Estados Unidos de esa época. Desde los inicios del
rastafari hasta la década de 1950, los periódicos jamaicanos se referían a ellos burlonamente
como “Hombres con barba”, o simplemente, “los barbudos”. De hecho, es una cuestión histórica
si todos los primeros rastas llevaban realmente barba o si la preocupación por sus barbas fue
una creación o una suposición de los medios de comunicación. Haile Selassie I lucía una barba
muy poblada cuando apareció en la portada de la revista Time el 3 de noviembre de 1930 (por
cierto, la primera persona negra que apareció en la portada de este periódico). Cuando Leonard
Howell regresó a su hogar en Jamaica y comenzó a difundir la palabra sobre Ras Tafari, le
pareció tener sentido que los rastafarianos llevaran barba, en honor a su deidad. La profunda
convicción religiosa que estos hombres sentían colectivamente les valió nombres como
“guerreros” y, sí, “dread”, o sea, “temor”. Y también fue la comunidad Young Black Faith, “Joven
Fe Negra”, la responsable de la institucionalización de las rastas. Desde el principio, tanto para
la YBF como para la comunidad rastafari en general, existía una reticencia a cortarse el pelo, ya
fuera en la cara o en la cabeza, derivada del voto nazarí de la Biblia (Números 6:1-21) (Fig. 8):
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“Todo el tiempo del voto de su nazareato no pasará navaja sobre su cabeza; hasta que sean
cumplidos los días de su apartamiento a Jehová, será santo; dejará crecer su cabello.”
Fig. 8
La palabra nazir puede significar en la lengua hebrea, en sentido negativo, “separado”; en el
libro de Isaías se utiliza para describir a los pecadores literalmente como “separados de Dios”.
Sin embargo, para referirse a una persona o cosa consagrada a Dios, se utiliza la misma raíz
lingüística, por ejemplo, para describir la ofrenda que hacen a Yahvé como “separada,
apartada”. De manera particular, nazir parece tener mucho que ver con la cabeza; es el cabello
que no se corta, como signo de consagración. Una palabra que parece tener la misma raíz es
“nezer”, término utilizado para designar la corona o la condición de tener el poder real, como
en el caso de David. En resumen, la palabra indica la separación de una persona o cosa que ha
sido consagrada a Dios, apartada para Dios o reservada previamente para Dios.
A través de la referencia bíblica, los rastafaris atribuyen a la decisión de no cortarse el
pelo el sentido de una separación y consagración, que se radicaliza aún más en la idea de
“mechón” “dread-lock”, de ponerse un “candado tremendo” en el pelo. Las trenzas, y en
particular las creadas según la forma típica jamaicana de las rastas, son una especie de
mnemotecnia para reafirmar definitivamente el rechazo a Babilonia, al mundo del pelo corto,
con una inversión de la axiología trenzas = bárbaro que circula en las culturas occidentales
desde la antigüedad. La carismática figura de Bob Marley propulsó entonces esta opción
estilística contracultural por todo el mundo (Fig. 9), donde sigue teniendo connotaciones
ambiguas e incluso contradictorias.
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Fig. 9
Las trenzas siguen siendo el atributo del forajido, y en especial del forajido caribeño, como en
el conocido personaje de Jack Sparrow (Fig. 10); por otro lado, se convierten en el signo de una
afirmación identitaria afrodescendiente y, más en general, de todos los sudistas sometidos y
subyugados del mundo.
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Fig. 10
El mundo digital se apropia de todo este paquete de contradicciones y convierte las trenzas en
un atributo transhumano ambiguo, que significa diferencia y redención, pero también
desviación. La trenza que separa es también la que se estigmatiza.
8. Un viaje semio-lúdico.
Dicté la conferencia que fue la ocasión de este texto en la estupenda Academia de Videojuegos
de la UCAB de Caracas. Las trenzas aparecen en la retórica visual video-lúdica con muchos de
los rasgos que hemos comentado. Algunos ejemplos:
2
1) En toda la serie GTA, los jugadores son unos vilanos y utilizan las trenzas y los dreadlocks
como accesorio tricológico para connotar esta malvad, por ejemplo, en San Andreas (2004), o
en la V versión (2013-2022); en YouTube se encuentran varios tutoriales sobre cómo adquirir
una cabeza rasta de “negro malvado” en el videojuego (Fig. 11);
Fig. 11
2) Horizon Zero Dawn (2017), muy destacada y aclamada por una protagonista fuera del
estereotipo y que tiene dreadlocks similares. Horizon Zero Dawn es un juego de rol y acción de
2017 desarrollado por Guerrilla Games y publicado por Sony Interactive Entertainment. La
trama sigue a Aloy, una joven cazadora en un mundo invadido por máquinas, que se propone
descubrir su pasado. La jugadora utiliza armas a distancia, una lanza y el sigilo para combatir a
2
Agradezco mucho Gianmarco Thierry Giuliana, investigador FACETS, por haberme sugerido estos ejemplos.
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las criaturas mecánicas y otras fuerzas enemigas. Un árbol de habilidades proporciona al
jugador nuevas capacidades y bonificaciones. Como en Avatar, así también en Horizon Zero
Dawn, les trenzas son el signo del deseo de construir una transhumanidad que se separe del
poder bio-tecnológico y lo combata, a través la elaboración de avatares neo-tecno-tribales
blancos y hasta arianos, pero con trenzas. En este caso existen vídeos tutoriales sobre cómo
hacer realmente estas rastas para las chicas que quieran parecerse a la protagonista (Fig. 12);
las trenzas y las rastas circulan entonces desde el mundo real al mundo de los avatares, pero
también en el otro sentido, con el deseo de las cabezas de los jugadores semejen a las de los
protagonistas de los videojuegos;
Fig. 12
3) Tekken (entre los más jugados del mundo), cuenta con varios personajes con rastas como
Eddy, Leroy y Master Raven. Aquí una discusión en un foro donde se señala que todos los
personajes negros tienen rastas: https://gamefaqs.gamespot.com/boards/208-fightinggames/78431910. Aquí un ejemplo (Fig. 13);
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Fig. 13
En general, en los juegos de lucha, la gente que practica la capoeira tiene rastas. Un ejemplo es
Bob Wilson (Fig. 14). Bob Wilson (ボブ · ウィルソン, Bobu Wiruson) es un personaje
presentado por vez primera en el título Fatal Fury 3. Es un hombre alegre al que le encanta
combinar el baile con su estilo brasileño de Capoeira;
Fig. 14
4) Predator también se encuentra en muchos videojuegos como Mortal Kombat (Fig. 15).
También aparecen en esta serie dos ciborgs famosos por tener rastas: Sektor y Cyrax;
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Fig. 15
5) Dentro de la icónica serie Sonic hay un personaje con rastas, Knuckles the Echidna (ナック
ルズ・ザ・エキドゥナ, “Nakkurusu Za Ekiduna”) (Fig. 16) Interesante estudiar como las
rastas se trasladan al universo icónico japonés;
Fig. 16
6) Es un tipo de dread que también permanece en la ciencia ficción, como en Cyberpunk 2077
(Fig. 17). La historia sigue la lucha de V mientras lidia con un misterioso implante cibernético
21
que amenaza con sobrescribir su cuerpo con la personalidad y los recuerdos de una celebridad
fallecida que solo V percibe;
Fig. 17
7) En el que quizá sea el juego más famoso del mundo para crear un avatar de uno mismo, Los
Sims, los jugadores han creado muchos tipos diferentes de rastas. Entre ellos, también el tipo
“universitario” (Fig. 18);
Fig. 18
8) Hay un juego infantil bastante famoso en el que se corta el pelo a varios animales, aquí
también parece haber rastas (Fig. 19);
22
Fig. 19
9) Encontramos muchos temibles en juegos que tematizan mucho la vida “primitiva”, como
Monster Hunter (Fig. 20);
Fig. 20
10) Siguiendo con el tema de la “naturaleza” pero en el lado alienígena, un personaje famoso es
Sarah Kerrigan, del videojuego Starcraft 2, que se convierte en la reina de los insectos (Fig. 21)
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Fig. 21
No apenas la industria y la imaginería de los videojuegos quieren representar lo rebelde, lo
contra-tecnológico, el rostro transhumano que sin embargo rechaza el poder biopolítico, pero
también cuando quiere representar lo forajido y hasta lo malvado, entonces viajan ellas
también a la isla de Margarita, para trenzar el pelo y reconectarse al poder semántico e
inevitablemente estereotípico de las trenzas. Estas trenzas, sin embargo, son un acontecimiento
nuevo de la cultura popular, un resultado del largo recorrido cultural que se ha esbozado aquí,
y que tiene en el movimiento rastafari una etapa fundamental.
9. Un viaje a Venezuela.
En la representación de la cultura alta del siglo XX, en efecto, las trenzas aparecen muy poco. La
literatura venezolana, por ejemplo, representa la costa caribeña raramente, y cuando lo hace,
no crea una iconografía heroica de las trenzas sino las “folkloriza” (Valladares-Ruiz 2013). La
galera de Tiberio (1929) y Cubagua (1931) de Enrique Bernardo Núñez, Mar de leva (1941) de
José Fabbiani Ruiz, El mar es como un potro (1943) de Antonio Arráiz, El mestizo José Vargas
(1942) y el cuento ‘La balandra “Isabel” llegó esta tarde’ (1934) de Guillermo Meneses, Cumboto
(1950) y Borburata (1960) de Ramón Díaz Sánchez, El corcel de las crines albas (1950) de Lucila
Palacios, la colección de relatos Cuentos del Caribe (1975) de Gloria Stolk y, entre otros, Amargo
y dulzón (2002) de Michaëlle Ascencio. En el ensayo de Steven Bermúdez Antúnez, profesor de
la Universidad del Zulia, titulado “El negro como personaje en la narrativa corta venezolana:
Nudos ficcionales para la construcción de una visión”, se propone la hypothesis “la
representación ficcional del negro en la narrativa corta venezolana respondió a valoraciones
ideológicas, en el sentido de que fue visibilizada a través de una práctica discursiva construida
desde la semiosis de una ‘alteridad máxima’, un ‘opuesto negado’” (2010: 153).
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Hablando de presencia de fenotipos de rostros en la sociedad venezolana, el estudioso Jun
Ishibashi, profesor de la catedra de cultura venezolana en la Universidad de Tokyo, escribía en
2007 que:3
Es muy raro ver a una persona de fenotipo a la africana [sic] entre profesionales como
médicos, jueces y diplomáticos, o gerentes de mercadeo y de relaciones públicas, o hasta
secretarias o recepcionistas en oficinas de grandes empresas privadas. En los campus de
las universidades más prestigiosas casi nunca se ve a un estudiante de típica apariencia
‘negra’. Los elencos principales de las telenovelas venezolanas en su mayoría
corresponden a los de fisonomía de blancos europeos. En las piezas publicitarias, cuando
se trata de productos relacionados con la belleza, la higiene y la salud, no aparecen
personas ‘negras’ como protagonistas de la campaña. El personaje ‘negro’ casi nunca
interpreta el papel de un ‘trabajador competente’, un ‘hombre hogareño’, o un ‘estudiante
aplicado’, figuras que representan la realización profesional, la felicidad personal o el
valor del buen ciudadano.
(Ishibashi 2007: 27)
En un perfil de Hugo Chávez a propósito de su candidatura para la reelección presidencial, El
Observador (noticiero de la extinta Radio Caracas Televisión) describía de esta forma al ex
mandatario nacional: “Alto, contextura gruesa, moreno con rasgos de indio, pelo malo, negro y
corto, resalta en su rostro una verruga. Su prototipo es el del venezolano bonchón, alegre,
dicharachero, que no cuida lo que dice y hace de cualquier cosa un chiste”.
La polarización que caracteriza la sociedad venezolana también utiliza el pelo y el peinado
como elemento de diferenciación y de estigmatización. Al perfil de Hugo Chavez descrito como
de pelo malo, negro, e corto, responde, con opuesta ideología tricológica, un artículo de opinión
publicado en el portal oficialista Aporrea: “Esos muchachos de los colegios y universidades que
ahora están manifestando [en contra del gobierno] se ven todos como de la sociedad civil:
educaditos, catiritos [rubios], con franelas Lacoste y peinados con crestas de gelatina”
(Rodríguez 2007: s.p.).
La oposición ideológica de fenotipos, incluso tricológicos, conlleva tentativas de redefinir
también los rostros del pasado, y sobre todo de los heroicos y fundacionales, conforme a este
Pero hay que comparar con estudios de tendencias más actuales: Trenzas insurgentes 2014; Marotta 2018;
Bodoc 2018.
3
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eje fenotípico. Ejemplar es, en relación con este asunto, la frase pronunciada por Chavez en
2005:
Dicen que un cura arrancó una hoja de un libro. Hay alguna evidencia que indica que
pudiera ser verdad eso, yo no voy a dudar de ustedes y el pueblo, si el pueblo dice eso, por
algo será, y eso es un correr que anda por aquí desde hace 200 años que Bolívar nació en
Capaya y Bolívar era negro ¿verdad? Bolívar tenía un brochazo negro [...]. [C]on todo el
perdón de los blancos, los señores blancos y catires que hay aquí, como Eimée Betancourt,
pero Bolívar era negro, era afrodescendiente Simón Bolívar, ahora lo quieren pintar
blanco con los ojos verdes. No, Bolívar en verdad se parece mucho a esta tierra.
(Chávez 2005, online)
La retórica de apropiación étnica de los rostros de los próceres incluso adopta la creación de
rostros digitales como su herramienta. Con motivo a los actos por el 229° del natalicio del
Libertador Simón Bolívar, el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez,
develó la imagen digitalizada del rostro del Padre de la Patria Simón Bolívar. A través de dos
cuadros, el mundo entero pudo conocer lo que se presentaba como la reconstrucción facial
“científica” del Gigante de América y el personaje más importante de Venezuela (Fig. 22).
Fig. 22
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Durante los actos protocolares, Lourdes Pérez, antropóloga forense, ofreció detalles del
proceso de reconstrucción del rostro de Bolívar. Explicó cómo se pudo determinar la
morfología del rostro: “Con mediciones a partir del uso de calibradores internacionalmente
utilizados, se pudieron convertir las dimensiones métricas del cráneo con caracteres
reconocibles para obtener el rostro que hoy día se muestra al mundo”. Sin embargo, los
expertos de reconstrucción digital de rostros a partir de cráneos saben muy bien que este
proceso, realizado por la inteligencia artificial, necesita una integración importante de datos
faciales que actualmente no se pueden deducir de los huesos, y que son sin embargo
indispensables para caracterizar el fenotipo de un rostro. La inteligencia artificial y la
construcción de rostros digitales se vuelve entonces herramienta que valida un procedimiento
esencialmente ideológico.
10. Conclusiones.
Todas estas cosas, y muchas más, pensé mientras me sentaba bajo una sombrilla en la playa del
Yaque, y una amable señora venezolana me transformaba la cabeza; ¿qué sentido tiene, ahora,
mi cara rodeada de trenzas? ¿parezco al monstruo Predator, o al pirata Jack Sparrow, al
personaje blanco de Avatar, o al héroe de un videojuego japonés? Por supuesto, es demasiado
anacrónico atribuir coletas al retrato de Simón Bolívar, y quizá sería indecoroso, pero me
pregunto qué ocurrirá con todos nuestros rostros heroicos, tanto los del poder como los de la
oposición, cuando empiecen a circular por el mundo digital, con sus oportunidades y sus
riesgos; ¿construiremos entre todos una raza transhumana de híbridos ciborgs, superando las
polarizaciones raciales que siempre han marcado la historia de nuestra especie? Por desgracia,
el primer gesto que nos hizo humanos, el de cortar y tejer, es también el que ha creado
divisiones entre nosotros, y entre nosotros y la naturaleza. Tal vez un día podamos ser
realmente todos y todas como los hilos de una única y poderosa trenza, que abarque toda la
vida, pero hasta entonces, tendremos que hacer el humilde trabajo del semiólogo, que mira los
signos del mundo e intenta comprender a la humanidad, entre chorros de heroísmo, abismos
de violencia y la inercia de la vida cotidiana.
Referencias bibliográficas.
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