Ausente con aviso
¿Qué es la música
afroargentina?*
Norberto Pablo Cirio
A juzgar por la literatura musicológica argentina, y en concordancia con el pensamiento académico en general, parece innecesario hablar de música afroargentina en tiempo
presente, por lo que sería más atinado que el título de este artículo estuviera en pasado. Sin
embargo, recientes avances en la cuestión obligan a reconocer su vigencia, a sopesar su
incidencia y, como sucede con los nuevos aportes, a repensar los términos clasificatorios
pertinentes a fin de hacerle lugar en el nuevo pool de conocimiento. Dada la ausencia de
una tradición musicológica local en clave afro, como sucede en otros países de América con
afrodescendientes, en este artículo deseo ensayar una definición de esta música, reflexionando si le cabe el apelativo de popular, tradicional o simplemente afro y qué grado de incidencia y relevancia tiene respecto a la sociedad mayor y a las otras músicas del país.
Actualmente, la población de ascendencia afro en nuestro país puede dividirse en
cuatro grupos. En cadena cronológica son: 1) Los descendientes de los negros esclavizados
durante la época colonial y la abolición de ese sistema de explotación, en 1861; 2) Los inmigrantes de Cabo Verde arribados en el contexto general de las inmigraciones masivas a
fines del siglo XIX y, fundamentalmente, a comienzos del XX; 3) Las diversas inmigraciones
de afrodescendientes de otros países de América como Uruguay y Perú, a partir de las últimas décadas del siglo XX; y 4) Los inmigrantes negroafricanos actuales, arribados desde
los ’90 fundamentalmente desde Senegal, Gambia y Nigeria. El foco de mi investigación se
centra, de manera exclusiva, en el primer grupo, definido émicamente en el ámbito porteño
como “los históricos”.
La búsqueda de la delimitación conceptual de esta música redundará en un mejor
posicionamiento de nuestras coordenadas académicas, haciendo lugar a una cultura hasta
ahora considerada intrascendente y dada por desaparecida hace más de un siglo en la sociedad mayor. Para tratar la cuestión me valdré de tres estudios de caso abordados en mi
investigación sobre la música afroargentina, iniciada en 1991: las prácticas musicales en el
culto a san Baltazar, la música de los afrodescendientes en la ciudad de Santa Fe y la de los
afrodescendientes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y alrededores.
Estado de la no-cuestión
Luego de unas palabras preliminares, suele plantearse el estado de la cuestión, pero dada la particular anomia de conocimiento del tema a tratar, creo más sugerente plantearlo primero por la negativa. Ello lo hago porque el lector deseoso de conocer sobre este tema
estimará elemental comenzar su búsqueda en la literatura musicológica nacional. Lo que
podemos llamar con cierta autoridad el canon o, más prosaicamente, el top ten de la bibliografía disciplinar comprende las voces “Argentina” del Diccionario de la Música Española e
Hispanoamericana (Ruiz, Goyena, Illari et al., 2000: 636-663) y del The New Grove Dictionary of Music Online (Béhague y Ruiz, 2003); los libros Las danzas populares argentinas (Vega, 1986), Música tradicional argentina : Aborigen - criolla (Locatelli de Pérgamo, Goyena,
Job de Brusa, et al., 2000), Instrumentos musicales etnográficos y folklóricos de la Argentina
(Ruiz, Pérez Bugallo y Goyena, 1993), Historia de la música en la Argentina (Gesualdo,
1961), Panorama de la música popular argentina (Vega, 1944); los artículos La música desde el período colonial hasta fines del siglo XIX y La música argentina en el siglo XX (Plesch
y Huseby, 1999a y b, respectivamente); los LP Las canciones folklóricas argentinas (Jacovella, 1988); y el multimedia Antología del tango rioplatense Vol. 1 (Novati, 1980). Este corpus
compendia el saber más completo respecto a la música del país. Conforma un recurso inapreciable constituido tras largas décadas por buena parte de los mejores investigadores en
cada área1.
Una vez que el lector haya revisado este corpus, ¿qué idea tendrá de la música
afroargentina? Advertirá que en algunos textos la información es breve, generalizada y estereotipada, mientras que en otros sencillamente no existe y ni siquiera se explicitan las razones de tal omisión. De este modo, las conclusiones a las que arribe pueden resumirse en 6
ítems: 1) que desde la época colonial hasta la caída de Rosas en la batalla de Caseros, en
1852, los negros conformaron buena parte de la población, sobre todo en Buenos Aires; 2)
que el candombe era su música característica, danza que hacían al son de tambores y era
mal vista por los blancos; 3) que algunos sobresalieron allende sus tradiciones musicales
ancestrales, trabajando como músicos y compositores en la sociedad blanca; 4) que tuvieron cierta -aunque improbada- incidencia en la génesis del tango e, incluso, muchos de los
compositores y músicos de ese género fueron negros; 5) que incursionaron con cierto éxito
1
Cabe destacar que la mitad de estos trabajos son ediciones del más antiguo centro de América Latina, el Instituto Nacional de Musicología “Carlos Vega” (ver Bibliografía).
en la payada; por último, en lo que todos los trabajos parecen cerrar filas, que 6) tras la caída de Rosas y, fundamentalmente, desde fines del siglo XIX desaparecieron por completo
de manera abrupta, acarreando hacia el olvido todas sus manifestaciones musicales y no
dejaron huella alguna en otras músicas.
Descartando tres trabajos (Locatelli de Pérgamo, Goyena, Job de Brusa, et al.,
2000; Ruiz, Pérez Bugallo y Goyena, 1993; Jacovella, 1988), pues el tema no es siquiera
planteado, analicemos la Antología del tango rioplatense y la voz “Argentina” del Diccionario
de la Música Española e Hispanoamericana. Elijo el primero por representar la esfuerzo más
acabado por clausurar el antecedente afro del tango. El segundo, porque brinda un conocimiento actualizado sobre la música de nuestro país y por el prestigio del diccionario en el
que se halla. Debo señalar que mis comentarios sobre esta voz serán extensibles a la del
The New Grove Dictionary of Music Online (Béhague y Ruiz, 2003) ya que es una versión
resumida y hasta con algunas copias textuales de la voz en español, además de que Ruiz
incurrió en el plagio al omitir a los autores de los apartados que tradujo (Bosquet, 2006).
Desde su publicación, la Antología… fue elogiada por su rigor científico y por ser
(incluso hasta el presente) la única específicamente musicológica que se ocupó del tango.
Sin embargo, por lo menos en lo que la cuestión afro concierne, dicho rigor debe ser impugnado. En el afán por obliterar la influencia negra los autores expresan que “Hemos querido
poner de manifiesto la improcedencia del planteo que pretende adjudicar al tango un origen
o antecedente africano” (p. 2). Consecuentes con tal objetivo, validaron su argumentación
sólo con fuentes producidas por blancos, vale decir la sociedad dominante. Omitiendo voluntariamente todo aquello que podría limitar su plan, despreciaron la propia voz de los negros,
tanto la de su frondosa hemerografía, con cerca de 15 periódicos durante el período tratado
(Solomianski, 2003; Platero, 2004), como la de los afrodescendientes que aún practican su
música y poseen su versión de la historia, llegando así al pálido (valga el adjetivo) dictamen
de que “No hay mucho que decir de los tangos de negros” (p. 4). También se advierte el uso
sesgado y, por ende, tendencioso, de la bibliografía. Por ejemplo, al dar cuenta del proceso
gestacional de la milonga citan al clásico libro de Lynch (1883), pero prescinden de su afirmación de que la misma fue creada por los compadritos porteños “como una burla á los bailes que dan los negros en sus sitios. Lleva el mismo movimiento de los tamboriles de los
candombes” (Lynch, 1925: 36). También hubieran ahorrado lamentaciones respecto a la
escasez de fuentes sobre la antigua coreografía del tango de haber citado el conocido artículo del diario Crítica publicado en 1913, “El tango, su evolución y su historia”, que alguien
firmó con el seudónimo Viejo tanguero. Entre otros aspectos, contiene una minuciosa descripción de cómo los negros bailaban el tango antes de que comience a bailarse enlazado.
Pasamos ahora a la voz “Argentina”. Al dar cuenta de las características generales
del país, dice: “Su bajo índice demográfico, aunque algo fluctuante a lo largo de su historia,
sumado al desprecio de las capacidades de indígenas y criollos, han sido los motores de
una constante y generosa política inmigratoria” (p. 636). Obviando a los negros, los autores
reducen a dos los troncos poblacionales del país, por lo que ni siquiera se destinó un apartado a ellos, aunque sea en la parte histórica. En todo caso, deberían figurar, al igual que los
indígenas, como víctimas.
Las etnias indígenas constituyen aproximadamente el 1% del total de la población, cifra resultante de una política de exterminio y marginación de casi
cinco siglos, y de algunos factores estructurantes antiguos. En lo que respecta a la población negra, que en el presente es ínfima, cabe mencionar
que su ingreso se produce a fines del s. XVI, con la llegada a Buenos Aires
de contingentes de esclavos. Dos siglos después, negros, mulatos y zambos conformaron el 10% del total poblacional; su participación en las guerras por la independencia será el principio de su fin en territorio argentino (p.
636).
Si consideramos que el 1% es también un porcentaje ínfimo, que la música aborigen ocupe casi seis carillas y dos ilustraciones (¡incluso más que a la mayoría poblacional,
los criollos, con sólo dos carillas y media y ninguna ilustración!), habla de cómo resultó menos importante guardar la proporción cuanti y cualitativa de las diferentes músicas del país,
que ocupar los espacios de acuerdo a los intereses temáticos de los autores de la voz. Nada
dicen los autores si esa población ínfima de afrodescendientes practica una música que reconocen como propia. También demuestran desconocimiento respecto a otros factores incidentales en la disminución de ese grupo, muy posteriores por cierto a la guerra de la independencia (la Guerra del Paraguay, 1864-1870, y la peste amarilla que asoló Buenos Aires
en 1871)2 y, lo que es más, menoscaba su volumen poblacional, que estadísticamente ahora
se estima en el 5% del total del país (Stubbs y Reyes, 2006), o sea cinco veces más que la
aborigen, ocupando ésta, de confirmarse tal pronóstico en el Censo 2010, en la ínfima. En el
punto 2, “El patrimonio rural tradicional criollo”, leemos:
la influencia africana, que a través del comercio de esclavos fijó importantes
aportes a la música tradicional en distintos países de América, en territorio
argentino apenas pudo hacer notar su presencia en algunos sectores del
Río de la Plata y sólo hasta finales del s. XIX (p. 644).
Un tópico reiterado: existió una discreta población negra (al parecer sólo en Buenos
Aires), la sociedad mayor fue refractaria de su cultura y todo se terminó a fines del siglo XIX.
Aunque así hubiera sido, ni siquiera se explicita en qué se hizo notar, pues algo tan elemental como la mención a su danza característica, el candombe, no es mencionada. En el punto
II, “La música académica. 1. Epoca [sic] colonial. 1.1 La música urbana hasta ca. 1750”, di-
2
Bosquet (2006: 12) también realiza una crítica a esta presentación simplista de los factores incidentales de su
disminución.
ce: “Se registran los nombres de unos pocos organistas (generalmente sacerdotes hasta la
segunda mitad del S. XVIII y luego esclavos). Se ignora cuál fue su formación y su repertorio” (p. 647). Habida cuenta de la intrascendencia de los negros en la música argentina, la
mención de esclavos como organistas confunde al lector pues no se da un marco explicativo. Si se hubiera deseado dar cuenta de las procedencias étnicas de los compositores y
músicos no-blancos, hubiera sido interesante que también se dé cuenta de la negritud de
Remigio Navarro y Demetrio Rivero en el ambiente académico del siglo XIX (p. 649), de Rosendo Mendizábal en el mundo tanguero de comienzos del siglo XX (p. 656) y de Oscar Alemán en el jazz siglo XX (p. 660), que son nombrados sin más. Respecto a la primera etapa
del tango, o sea hasta ca. 1920, obvia el factor incidental negro y sólo se dice que “Los orígenes no han podido ser precisados con exactitud. Una serie de elementos convergentes se
asocia con su gestación” (p. 656). Su exclusión para estos autores es espejo de la poca relevancia que tiene para el pensamiento académico y el imaginario argentino en general. En
un artículo de esta envergadura, en el que se hizo mucho esfuerzo para poner al día muchos conocimientos y crear otros sobre los que nunca se había escrito, dicho esfuerzo no
pareció necesario al momento de dar cuenta de la música de raíz afro, pues la cuestión se
resolvió repitiendo a pie juntillas lo que todos venían afirmando con menos pruebas que estereotipadas certezas de escritorio. En todo caso, más prudente hubiera sido decir que sobre la música afroargentina y su influencia aún no se efectuaron estudios y que, aunque se
la considera desaparecida, es probable que los descendientes de aquellos esclavos aún
mantengan tradiciones musicales propias. De este modo habrían dado fe de su profesión
científica al aplicar a todos los temas igual rigor y no se abriría la sospecha sobre las conclusiones arribadas. Con todo, desaprovecharon la oportunidad que daba el editor del Diccionario… de introducir mejoras vía e-mail hasta último momento, desconsiderando trabajos
para ese entonces editados y con los que se podría haber dado un panorama actualizado
(Reid Andrews, 1980; Cámara, 1991; Frigerio, 1993; Cirio y Rey, 1997).
Estado de la cuestión
Sobre el tema existe una bibliografía variada: notas periodísticas (Vega, 1932a y b;
1936a y b), artículos de difusión masiva (Acosta, 1967), libros que fueron vanguardia pero
hoy en buena parte han sido superados (Álvarez, 1908; Carámbula, 1952 y 1966; Lanuza,
1946; Ortiz Oderigo, 1969, 1974 y 1985; Roldán, 1992; Rossi, 1958), artículos de investigación vigentes (Frigerio, 1993, Ratier, 1977; Rodríguez Molas, 1957 y 1958; Natale, 1984) y
un par de ejemplos musicales en CD (Cámara, 1991). En otros artículos (Cirio, 2003a y b) di
cuenta de este material, por lo que sólo citaré los dos ítems que considero más importantes:
1) el libro Los afroargentinos de Buenos Aires, del historiador británico Reid Andrews (1980),
traza una línea divisora en el abordaje científico del tema, pues jalona un cambio de paradigma respecto a la manera de enfocar la cuestión desde parámetros aggiornados, aunque
cuando da cuenta de los aspectos musicales (Capítulo 9, Los afroargentinos en las artes),
incurre en algunos errores por basarse en fuentes de segunda mano y por desconocer cuestiones propias de la especificidad musicológica; y 2) no fue sino hasta 1993 cuando Frigerio
publica su artículo El candombe argentino: crónica de una muerte anunciada, que el enfoque
hasta entonces exclusivamente histórico comenzó a enriquece con la perspectiva antropológica, ya que comienza a realizar trabajos de campo con afroargentinos. Este enfoque, si
bien hoy resulta básico, no les pareció pertinente a los investigadores anteriores a Reid Andrews, pues no sólo se valieron de bibliografía propia del candombe montevideano (casi
siempre sin siquiera explicitarlo) sino que desestimaron hacer etnografía entre la población
afro local. Ello nacía de la presunción de que no había diferencias entre las prácticas musicales de los negros de ambas orillas del Río de la Plata y de que, como lo que interesaba
era el fenómeno en el pasado, cuando “era puro”, resultaba irrelevante documentarlo en su
forma “degenerada” contemporánea, resultando superfluo cualquier saber o recuerdo de los
afroargentinos de entonces. Esto último cifraba su certeza en la virtual desaparición de esa
población, por lo que la azarosa supervivencia de su música en los azarosos supervivientes
no podía aportar nada relevante ni, en adjetivación de la época, auténtico.
La perspectiva nativa
Como vimos, recién con Frigerio (1993) el estudio de la música afroargentina comenzó a enriquecerse con la consideración de las fuentes vivas. Este acercamiento es mucho más que una opción metodológica. Habida cuenta la extrema asimetría relacional entre
ambos grupos, implica reconocer su presencia en la arena ciudadana nacional, abriendo la
investigación al dialogo intercultural. La resultante es la optimización de la búsqueda de conocimiento, pues la documentación histórica comenzó a sopesarse con un enfoque antropológico sui géneris en el que la entrevista, la observación y la observación participante, entre
otras técnicas de trabajo de campo, constituyen óptimos vehículos para dar cuenta de la
perspectiva nativa. Claro que este enfoque tiene sus costos, sobre todo para la sociedad
blanca, la siempre dominante en el juego de la construcción del país, la poseedora y administradora del capital monetario y simbólico con lo que se labra, entre otras cuestiones, la
historia y las representaciones de la argentinidad. Reconocer la contemporaneidad de afrodescendientes implica el deber satisfacer explicaciones sobre las relaciones de desigualdad
y explotación y, lo que es más, implica la apertura a un juego discursivo en el que la propia
voz nativa podrá, acaso por primera vez, contar su versión de la historia, y con ello -como
sucedió con otras contadas por los conquistadores- el establishment deberá escuchar y
obrar en consecuencia. Aquí haré lugar a la perspectiva nativa respecto a las prácticas musicales que consideran propias, dejando para otro trabajo aquellas que tienen probada incidencia afro (como el tango y la payada), las que los negros han participado sin ser propias
(como la música académica y el jazz), y las que apenas se abrigan indicios sobre la incidencia afro (algunas danzas criollas como el malambo y la chacarera). El motivo de este recorte
estriba en que todas estas nombradas ya no son cultivadas por los afrodescendientes ni,
como es de suponer, sus aportes han sido reconocidos. Como toda investigación en curso,
lo que pueda decir será provisorio. Dado que apenas he trabajado en algunas localidades de
algunas provincias, lo de “argentina” para esta música debe entenderse como parte de una
totalidad aún desconocida3. El detenimiento descriptivo de algunas cuestiones, que por momentos podrá resultar fatigoso, debe entenderse por el desconocimiento académico de prácticamente todo lo expuesto y porque estas descripciones constituirán la base empírica sobre
la que trazaré la definición de música afroargentina.
Las prácticas musicales afro en el culto a san Baltazar (Corrientes, noreste de Santa Fe y este del Chaco y Formosa)
Este culto celebra su día el 6 de enero, aunque se entronca menos con la fiesta católica de la Epifanía del Señor o “Santos Reyes”, que con la advocación al tercero de esa
terna regia, Baltazar. Esta bifurcación devocional (Cirio y Rey, 1997; Cirio, 2000-2002) comenzó en la Cofradía de San Baltazar y Ánimas (1772-1856), creada en Buenos Aires por el
clero para instituir en la fe católica a los negros esclavizados, además de servir como sitio
de deculturación y herramienta de dominación. Lejos de enculturarlos, los cofrades pronto
introdujeron patrones devocionales propios, como venerar al santo a través de la música y la
danza. Numerosos documentos de época dan cuenta de los pleitos que por ese motivo se
desataban entre los negros y el capellán. Prueba de que ellos tuvieron éxito en la mantención de sus prácticas ancestrales es que están vigentes en el culto litoraleño (Cirio, 2000 y
2002a)4. A diferencia del de la Cofradía, el actual se desenvuelve básicamente en capillas o
altares familiares y entre criollos. Este cambio a nivel etnicitario es más aparente que real,
ya que el eje gravitacional del mismo continúa siendo la negritud. Ello se manifiesta en el
saber nativo de que la génesis de esa devoción fue el contexto afroargentino, en las
3
Al momento de redacción de este artículo, mis trabajos de campo comprendieron la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; las provincias de Buenos Aires (Chascomús, General Madariaga, Moreno, San Antonio de Padua, Villa
Celina y Wilde); Chaco (Barranqueras, Lapachito y Resistencia), Corrientes (Arroyo Vega, Bella Vista, Chavarría,
Concepción, Corrientes, Cruz de los Milagros, Curuzú Cuatiá, El Batel -Dto. Goya-, El Batel -Dto. San Roque-, El
Chañaral, Empedrado, Esquina, Felipe Yofre, Goya, Ibicuy, Ifran, Lavalle, Manuel Derqui, Mariano I. Loza, Mercedes, Pago de los Deseos, Parada Coco, Paso López, Perugorría, Saladas, San Lorenzo, San Roque, Santa
Lucía y Yataity Calle); Formosa (Clorinda); y Santa Fe (El Sombrerito, Las Garcitas, Las Garzas, Las Toscas,
San Antonio de Obligado, Santa Fe, Villa Guillermina y Villa Ocampo).
4
Aún no está claro el proceso por el cual apareció el culto en esta zona, ya que no hay indicios históricos que lo
testimonien ni lazos probados con la antigua cofradía porteña (ver Cirio, 2000 y 2002).
Foto 1. “Bombo” y guitarras, instrumentos que intervienen en la charanda o
zemba. Empedrado (Dto. Empedrado, Corrientes), enero de 1994. Foto: Pablo Cirio.
reflexiones que les suscita los rasgos fenotípicos del santo y de algunos fieles con ascendencia afro, y porque el modo más preciado de festejar el día del santo es con música y
danza, estimando a las de matriz afro como epítomes religiosos de la negritud. Si bien el
modo devocional por excelencia es la música y el baile, cada capilla es autárquica respecto
a cuáles realiza, lo que genera una amplia gama de variabilidad performativa. No pudiendo
dar cuenta de todas, entre las prácticas de matriz afro vigentes durante el contexto del ciclo
festivo del santo (25 de diciembre al 6 de enero) trataré: la danza de la charanda o zemba;
el baile del candombe; el toque de música criolla con tambora; y, el baile de los cambara’angá.
La charanda o zemba: se da sólo en la localidad correntina de Empedrado. Es una
danza religiosa que se hace para agradecer y/o solicitar favores al santo, para que su espíritu “baje” a su imagen y para influir sobre fenómenos naturales, como detener o provocar una
tormenta. Para esta última finalidad basta la ejecución musical. La coreografía actual se realiza con parejas enlazadas independientes, integradas por una mujer y un hombre que se
colocan uno al lado del otro tomados entre sí de la cintura y van describiendo círculos en
cuatro pasos para luego volver de igual forma sobre lo andado. Toman pequeños trazos
rectos y es casi imposible que las parejas no se choquen entre sí ya que no hay sincronización más allá de cada una. También, realizando los mismos pasos, se baila de a tres (un
hombre al centro y dos mujeres a sus costados), o en grupo (hombres y mujeres intercalados). Cuando se hace para agradecer o solicitar un milagro para un hijo pequeño, éste suele
ser llevado en brazos. La ejecución musical es vocal-instrumental. La parte vocal se compone de siete cantos cuya externación es semi-independiente uno de otro. Ellos son: Mango-
Mango, No quiero caricias, Gallo cantor, La charanda, Carpincho no tiene gente, Yacaré
marimbote y Cambá San Lorenzo (las que están en negrita están vigentes). Las letras son
breves, en español, con algunos vocablos en guaraní y otros de origen y significado dudoso
o desconocido. En general no poseen metro fijo ni rima. En la parte instrumental intervienen
una o dos guitarras, un triángulo y un “bombo” ambipercusivo, los que invariable e ininterrumpidamente acompañan el canto con una única célula binaria ek x e e. La ejecución comienza con el parche chico del “bombo”, al que inmediatamente se suman el parche grande,
el triángulo y la/s guitarra/s. El conjunto instrumental realiza un ciclo de ocho compases de
ostinato y en el noveno (debido a que ningún canto es tético) comienza el canto por una o
varias voces, siempre al unísono. Todos los cantos se encuentran en modo mayor, en 4 x 8,
y sus líneas melódicas describen una curva que, a rasgos generales, comienza alto y desciende paulatina pero constantemente hasta finalizar en la tónica. Es de resaltar el “bombo”
en cuanto a su vinculación con lo afro (foto 1). Es el único membranófono en la música tradicional de nuestro país que se percute con las manos y su único ejemplar es el de Empedrado. Mide 1,13 metros de largo, está realizado en una sola pieza de tronco ahuecado de
forma tronco-cónica abarrilada y sus dos bocas se hallan cubiertas con parches de perro o
chivo, sin pelo. Cada parche está sujeto al cuerpo por un aro de metal y corre entre ellos
una soga en zigzag. Para su ejecución se lo coloca sobre una tarima de madera de unos 80
cm de alto y dos hombres se sientan a horcajadas sobre él, percutiendo un parche cada uno
(Cirio, 2000, 2002b y 2003a). En los ejemplos 1 y 2 se transcriben dos de los siete cantos de
la charanda o zemba.
El candombe: es tenido como la danza emblemática del culto, ya que los devotos
afirman que san Baltazar es aficionado al mismo. Se practica en cuatro localidades correntinas: Corrientes, Saladas, Pago de los Deseos y Anguá. El de Corrientes tiene lugar en el
barrio Cambá Cuá, un tradicional barrio céntrico tradicionalmente asociado a los negros,
aunque desde hace décadas tanto su fisonomía como su población antigua se ha desdibujado, homogeneizándose al resto de la urbe. Este candombe es una reconstrucción libre del
que se hacía hasta mediados del siglo XX por lo menos en cuatro capillas barriales (la de las
familias Abad, Bedoya, Ferragud y Carballo) y el afroporteño de la Cofradía de San Baltazar
y Ánimas. Tiene lugar sólo en la capilla de los Caballero, creada en 1997 y que año a año
van moldeando una forma devocional propia. Lo bailan los dos hijos adolescentes del matrimonio Caballero (un hombre y una mujer), con la ocasional participación de alguna pareja
más, preparada para tal fin. La parte musical es realizada por cerca de una decena de tamboreros del templo africanista más antiguo de la ciudad, a la sazón situado en el mismo barrio, dirigido por su fundador, Baba Antonio de Sangó, desde 1988. Sobre la base de toque
Ejemplo 1. La charanda (canto 4º de la charanda o zemba)5. Informante y
modo de externación: Rufino Wenceslao Pérez (78 años de edad), canto.
Datos del registro: Registrado por Norberto Pablo Cirio6, Empedrado (Dto.
Empedrado, Corrientes), 6 enero de 1992.
Ya llega el día, / charanda, / que llorando estoy, / charanda, / ya llega el día, / charanda, / que llorando estoy,
/ charanda.
de tambores con las manos, cantan algunos candombes compuestos entre los Caballero y
Tony. El baile tiene ocasión a las 0 hora del 6 de enero para recibir el día del santo con su
música y, por lo reciente de su creación, aún no posee una coreografía estable, una música
instituida ni un lugar para realizarlo, aunque siempre es al aire libre, bien en la puerta de la
casa de los Caballero, en la del tempo Africanista o en el Parque Cambá Cuá. Los atuendos
buscan emular los de la población negra colonial: todos con ropa blanca, los tamboreros con
pantalón y camisa, los bailarines descalzos y con pañuelos en la cabeza, con pantalón y
torso desnudo el hombre, pollera acampanada y blusa la mujer. El ejemplo 3 transcribe uno
de los candombes que los Caballero interpretan en su fiesta.
5
6
Cuando no se consigna autor, se entiende que la obra es anónima.
De aquí en más, NPC.
Ejemplo 2. Carpincho no tiene gente (canto 5º de la charanda o zemba). Informante y modo de externación: Rufino Wenceslao Pérez (79 años de
edad), canto. Datos del registro: Registrado por NPC, Empedrado (Dto. Empedrado, Corrientes), 5 de enero de 1993.
Carpincho no tiene gente, / pasó río Corriente. / ¡Yororoi, yororoi!, / pasó río Corriente. / Tumba i güé, caí a
canoa, / tumba i güé, caí a canoa.
El candombe de Saladas se realiza en la capilla de los Hernández, junto al pericón
(que no trataré aquí por estar fuera de la incidencia afro), como danza devocional. Como el
candombe de Corrientes, y a diferencia de las demás danzas vigentes en el culto, reviste
características de espectáculo pues lo realiza un elenco estable que comienza a ensayar
unos meses antes de la fiesta y porque su elaborada coreografía coarta la participación espontánea. Se baila desde mediados de los ‘60 cuando los Hernández, inspirados en el chamamé Cambá Cuá, de Osvaldo Sosa Cordero, les pareció oportuno incluirlo. El que danzan
es una compleja performance que dura, en promedio, 50 minutos. Los bailarines (unas 20
parejas) visten ropas inspiradas en lo que estiman propio de los antiguos afroargentinos
(todos descalzos, los hombres con pantalones blancos hasta la rodilla y camisas rojas desabrochadas y anudadas en la parte inferior, las mujeres con pollera roja, blusa amarilla y
pañuelo con lunares en la cabeza). La música es ejecutada en vivo por un acordeón, una o
Ejemplo 3. Candombe para san Baltazar o Candombe del Cambá Cuá (candombe de Antonio “Tony” Cortez y Gabriela Caballero en 1993).Informante y
modo de externación: Gabriela Caballero, canto. Datos del registro: Registrado por NPC, Corrientes (Dto. Capital, Corrientes), 9 de enero de 1996.
Candombe, candombe, / candombe del Cambá Cuá, /
candombe, candombe, / candombe del Cambá Cuá. /
Estamos a seis de enero / para cantar y bailar / a san
Baltazar. (bis) /// Candombe, candombe, / candombe de
Baltazar, / candombe, candombe, / el rey Baltazar. ///
Este es tu barrio, tu barrio, / el Cambá Cuá, / san Baltazar. (bis)
dos guitarras y un bombo de comparsa. Un bastonero es el encargado de dirigir, mediante el
toque de un silbato, las evoluciones de la danza. Desde hace dos décadas la obra interpretada es el candombe de proyección folclórica Candombe para José (letra y música de Roberto Ternán), en versión instrumental. Desde mediados de los ’90 este espectáculo religioso es representado por el mismo elenco en las fiestas de las capillas de las vecinas localidades de Pago de los Deseos y Anguá (Cirio, 2003b y 2007a).
El toque de música con tambora: es, quizá, la práctica de matriz afro más singular
del culto. Existe en Corrientes y, por referencias de informantes, en otras el nordeste de
Santa Fe y este del Chaco y Formosa, cerca de una docena de capillas donde el chamamé,
el “valseado” y la cumbia se ejecuta obligatoriamente con tambora. Su singularidad reposa
en que, si bien estas danzas son consideradas criollas o populares, la temporal inclusión de
este instrumento las torna a una estética sonora que los cultores consideran afro. Su denominación emic es tambora, en femenino, cuando los informantes se expresan en guaraní, y
tambor, en masculino, cuando se expresan en español. Se trata de un membranófono de
golpe directo, con cuerpo tubular cilíndrico y dos parches independientes cuyas ataduras
son correas confeccionadas con tientos del mismo cuero. No presenta aparato especial de
tensión y sus medidas aproximadas son 35 cm de alto y 30 cm de diámetro. Su cuerpo está
confeccionado con una serie de duelas de madera atadas por su interior con alambre a dos
aros de hierro. Estos aros vienen a conformar el tamaño de sus bocas, son internos y constituyen el soporte del instrumento. Las duelas (que son listones de cajones de verdulería) sólo
están adosadas, quedando entre cada una un pequeño intersticio de luz. Los parches no
sólo cubren las dos bocas del instrumento, sino que retoban parcialmente su cuerpo y están
sujetos entre sí por tientos en forma de V. Es ejecutada por una sola persona, quien se la
cuelga al hombro con una correa y percute sólo uno de sus parches con dos baquetas de
madera. En la textura sonora de los conjuntos que integra sobresale asumiendo el rol de
instrumento principal, pues los actores afirman que es “la voz del santo, el símbolo de lo
africano”. A diferencia del común de los instrumentos de percusión en los conjuntos musicales, no se limita a acompañar sino que es acompañada por los demás. El hecho de que forme parte de la instrumentación de los géneros danzarios que se ejecutan para san Baltazar,
es algo fuera de lo común en la música tradicional litoraleña, dado que su instrumentación
estándar no contempla instrumentos percusivos. Los actores diferencian a la tambora del
resto de los instrumentos de la región al otorgarle un uso y espacio consagrado; primero,
porque su empleo religioso la ciñe propia y exclusivamente a las performances del culto
(procesión, baile durante la fiesta y procesión en cualquier momento del año) y, segundo,
porque al estimarla como objeto del culto se la guarda en la capilla, muchas veces en el altar
mismo. Su sonido simboliza la presencia del santo en la fiesta, tiñendo de sentido religioso a
sus performances musicales (Cirio y Rey, s/a).
El baile de los cambara’angá: se realiza en cuatro capillas del sudoeste correntino:
El Batel (Dto. Goya), Ifran; Yataity Calle y Cruz de los Milagros y, según referencias de terceros, en Mercedes (Corrientes) y General Obligado (Santa Fe). Son devotos del santo que
en cumplimiento de favores realizados a ellos o a sus familiares, para el ciclo festivo visten
trajes ceremoniales que ocultan su identidad. Su presencia conforma un resorte lúdico clave
en la fiesta, pues su deber es animarla con gritos y peleas pantomímicas, incitar a los concurrentes al baile danzando solos, entre ellos y/o armando parejas, así como ayudar en los
menesteres necesarios para el decurso de la celebración. No tienen un baile o una música
propia, su deber es bailar mientras haya música, sea chamamé, “valseado” o cumbia, los
tres géneros danzarios de las capillas donde están presentes. Sus movimientos son histriónicos, les está prohibido ingerir bebidas alcohólicas y hablar con las damas. Según sus dotes musicales, también participan en los conjuntos de chamamé que se forman ad hoc. Durante la procesión algunos montan a caballo y simulan luchas ecuestres con jinetes no enmascarados, donde siempre éstos resultan perseguidos y alcanzados. Este rol es
Foto 2. Dos cambára’angá niños en la capilla de la familia Perichón. El Batel
(Dto. Goya, Corrientes), enero de 2000. Foto: Pablo Cirio.
preponderantemente masculino y por lo general participan jóvenes y niños. Para adquirir tal
condición, los postulantes deben participar en un rito de pasaje -“El nombramiento”- al inicio
del ciclo festivo, es decir el primer día de la Novena. Cambara’angá es voz guaraní. Este
idioma dispone de dos palabras para “negro”, jhü para objetos, y cambá para personas;
ra’angá, por su parte, es “imagen, sombra, figura, careta”. Según los informantes, cambara’angá puede traducirse como “disfrazado de negro” o “negro de mentira”. Más allá de su
traducción, lo importante es que subraya el carácter no real del disfrazado, enfatizando su
cualidad de simulador. El atuendo consiste en máscara de cabeza, capa, delantal y polainas, con predominio de los colores rojo y amarillo. Todas las prendas están atiborradas de
apliques de diverso tipo: lentejuelas, juguetes de plástico, adornos de Navidad, espejitos,
afeitadoras descartables, relojes de juguete, pequeñas luces accionadas a pila, etc (foto 2).
Para las peleas pantomímicas usan revólveres de cebita y boleadoras de lana, cuchillos y
espadas de madera. Dada la importancia del ocultamiento de su identidad, también falsean
la voz y niegan sus nombres, debiéndoseles llamar sólo cambara’angá, cambacito, cambá o,
más raramente, payaso. Son ante todo actores alegres, aunque su hilaridad no desplaza la
manifiesta violencia de sus peleas pantomímicas (Cirio, 2003a y c).
Foto 3. Comparsa “Sociedad Coral Carnavalesca - Negros Santafecinos”. Al
centro, sobre el caballo, su director, Demetrio Acosta, conocido como “El negro Arigós”. Santa Fe (Dto. La Capital, Santa Fe), ca. 1930. Foto: anónimo.
La música afro en la ciudad de Santa Fe
La vida de los afrosantafecinos se articula, básicamente, en torno a la Casa de la
Cultura Indo-Afro-Americana, una ONG fundada por el matrimonio compuesto por Lucía Molina y Mario López, de esa comunidad, el 21 de marzo de 1988. Su política de trabajo es
tanto puertas adentro del grupo como puertas afuera. Desempeña una amplia labor cultural
y de contención social, posee una biblioteca especializada, imparte cursos temáticos y brinda asesoramiento jurídico por cuestiones de discriminación y racismo. Tanto Mario como
Lucía son regularmente invitados a disertar en eventos académicos nacionales e internacionales afines a la temática, una vez a la semana emiten el programa “Indoafroamérica. Un
programa por el derecho de las minorías” por LRA 14 AM 540 Radio Nacional, y destinan un
esfuerzo importante por difundir sus actividades vía la prensa, en pos de la visibilidad de la
temática y de lograr una mayor concientización de la raíz afro. Una de las recientes actividades en que la Casa se involucró fue asesorar e instrumentar la implantación de la Prueba
Piloto de Afrodescendientes, efectuada del 6 al 13 en abril de 2005 por la Universidad Nacional Tres de Febrero, con el apoyo técnico del INDEC y la financiación del Banco Mundial.
Aunque excede al interés de este escrito cabe destacar que la Casa, como su nombre lo
indica, también se ocupa de los grupos aborígenes santafecinos en particular (los mocoví) y
argentinos en general.
La vida musical actual de la comunidad afrosantafecina es pequeña y pueden
Foto 4. Dos afrosantafecinos: Lucía “Lucy” Dominga Molina, Presidenta de la
Casa de la Cultura Indo-Afro-Americana, y Juan Carlos Rodríguez, ex integrante de la Comparsa “Sociedad Coral Carnavalesca - Negros Santafecinos”. Santa Fe (Dto. La Capital, Santa Fe), abril de 2006. Foto: Pablo Cirio.
discernirse tres cauces. Por una parte, la Casa desarrolla un trabajo de investigación en pos
de recuperar la tradición candombera local, vigente por lo menos hasta 1950, último año en
que participó de los carnavales la comparsa “Sociedad Coral Carnavalesca - Negros Santafecinos”, creada y dirigida por el paranaense Demetrio Acosta, conocido como “El negro Arigós” (foto 3). Estaba formada básicamente por negros, llegó a contar con 200 integrantes y
era tal su calidad musical y danzaria que sistemáticamente ganó todos los primer premio
durante su medio siglo de actividad (López, s/a). En este plan ya conocen, a través de fuentes secas y vivas, cerca de una docena de canciones de su repertorio, lamentablemente la
mayoría sin la parte musical. El ejemplo 4 es el canto de entrada de dicha comparsa.
En el segundo cauce se hallan los dos hijos varones (adolescentes al 2006) del matrimonio López-Molina y otros cogeneracionales. Ellos están aprendiendo a tocar candombe,
tanto el porteño como el montevideano, gracias a diversos contactos con grupos profesionales en Montevideo y en Buenos Aires, además de la ocasional visita de algunos grupos porteños que es aprovechada a través de la realización de cursos y talleres.
Finalmente, algunos adolescentes afrosantafecinos participan del hip hop, movimiento surgido a comienzos de los ’70 entre afroneoyorquinos, hoy expandido a gran parte
del mundo y que tiene al rap como género musical propio. En concordancia con la estética
fuertemente crítica e impugnadora del rap, las obras creadas por estos jóvenes versan sobre
la problemática afro local. El siguiente ejemplo no lo recogí en contexto etnográfico sino que
se trata de una breve grabación casera de un ensayo del dúo Latin King, formado hacia
2002 y disuelto un par de años después. Lo incluyo pues constituye un testimonio ejemplificador de la (re)asunción del abolengo negro por parte de estos adolescentes. Se trata de
Ejemplo 4. Somos los Negros Santafecinos (canto de entrada de la comparsa “Sociedad Coral Carnavalesca - Negros Santafecinos”). Informante y
modo de externación: Juan Fructuoso Leiva Martínez Punilla (99 años de
edad), canto. Datos del registro: Registrado por NPC, Santa Fe (Dto. La
Capital, Santa Fe), 3 de mayo de 2006 (Viaje INM 194).
Somos los Negros Santafecinos, / que aquí venimos a
saludar / en este hermoso día del carnaval.
una performance que es súbitamente interrumpida porque el cantante se equivoca en la
improvisación (marcado con la línea punteada). La segunda sección es el reinicio o continuación de la obra. A los fines analíticos, transcribo sólo la letra.
Improvisación neg[r]a, / improvisación neg[r]a, / ¡ye, eh!… / Por
mis venas / corre la sangre negra. / África presente en mis venas, / presente latente, / sigo luchando pa’l frente, / sí, aunque
ti… / ah, aunque a ti… / no te…
///
Contactos terrenales, aquí, /
representando en sit cheq,
¡eh!, / Santa Fe, / represento
hip hop nous, / represento,
¡hey!, / en el son del hip hop, /
un, dos, tres, / sonando en mi
corazón. / Llevo en mi color /
la piel que representa / la historia de aquí, / ¡hey, África! /
Un, dos, tres, / rumbo para
arriba, / aunque ti, ¡hey!, / otra
vez se va para ti, ¡jeh!
Ejemplo 5. Hip hop del dúo Latin King. Informante y modo de externación:
Dúo Latin King: Gastón Peralta (ca. 25 años de edad), canto y Cristian “Chavo” Micucci (ca. 25 años de edad), scratching. Datos del registro: Grabación
de un ensayo por Mario “Marito” López en 2003. Santa Fe (Dto. La Capital,
Santa Fe).
La música afro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y
alrededores
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las localidades bonaerenses aledañas es
conocida como Gran Buenos Aires. Se trata de una extensa y populosa zona, eje gravitacional de buena parte del país y sede del gobierno federal en la que habita, desde el comienzo
Foto 5. Escena de candombe porteño en el subsuelo de la Casa Suiza, durante el esplendor del Shimmy Club. Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
marzo de 1962. Foto: anónimo.
mismo de la colonización española7, uno de los enclaves afro más antiguos. Además de
este antecedente, si algo se sabe de los afroargentinos proviene, básicamente, de aquí
aunque, paradójicamente, es dónde más se niega su contemporaneidad y donde el proceso
de invisibilización caló con más fuerza en el imaginario colectivo. En la actualidad es un grupo pequeño, tiene fuerte cohesión interna que, sumada a su interés por ocultar a la sociedad
envolvente sus rasgos distintivos ha generado resultados opuestos: por un lado, reforzó el
discurso blanquista sobre su desaparición pero, por el otro, los ayudó preservar tradiciones
vernáculas que, de haber sido mayor su grado de apertura, quizá hubieran desaparecido8.
En la vida de este grupo la música desempeña un rol destacado. Hasta aproximadamente 1978 desempeñaba un activo rol el Shimmy Club, una entidad fundada en 1882
por un afroporteño llamado Alfredo Núñez, cuya finalidad era organizar bailes (foto 5). Si
bien eran públicos, estaban fuertemente orientados a integrantes de la comunidad. El
Shimmy Club no disponía de un espacio propio sino que, de acuerdo sus disponibilidades
económicas, alquilaba el salón de El Fantasio, del Club de Cerveceros y, sobre todo, el de la
céntrica Casa Suiza. Los bailes se hacían en ciertas fechas del año, siendo las ocho noches
de carnaval las más esperados. Cuando tenían lugar en la Casa Suiza existían dos pistas,
7
La población afro en esta zona del Río de la Plata antecede, paradójicamente, a la primera fundación de Buenos Aires (1536), ya que el otorgamiento del primer permiso real para el comercio de esclavos data de 1534
(Reid Andrews, 1989: 31).
8
Esta particularidad es, hasta donde conozco, propia de los afroporteños, ya que en los grupos afro del resto del
país con que he tratado no hallé esta barrera que, debo comentar, resulto especialmente infranqueable al comienzo de mi trato con ellos.
en el salón de la planta baja se bailaba tango, jazz y tropical, y en el subsuelo candombe y
rumba abierta. Si bien ambas pistas funcionaban a un tiempo, la del subsuelo incrementaba
su concurrencia cuando las orquestas de la planta baja hacían sus intervalos (que duraban
unos 45 minutos). Lo que diferenciaba a la pista grande de la del subsuelo era que, mientras
en la primera actuaban orquestas especialmente contratadas, en la segunda la ejecución
musical era espontánea, por los propios concurrentes de la comunidad. Otra diferenciación,
esta vez de clase, es que a la pista grande mayoritariamente concurrían aquellas personas
pertenecientes a los sectores medios y medios-alto del grupo (émicamente, “negros usted”),
mientras que a la pista del subsuelo los de los sectores medio y bajo (émicamente, “negros
che”). Desde el cese de actividades del Club, el candombe y la rumba abierta quedó circunscripto al ámbito endogrupal. Así, eventos sociales como cumpleaños, casamientos y siguiendo tradiciones afro- velorios, continúan siendo espacios propicios para su práctica.
Si bien el candombe es, por antonomasia, la música vernácula entre los afroporteños, estos reconocen como propios a otros géneros. Ordenado su repertorio vigente desde
una perspectiva cronológica, obtuve cuatro grupos que denominé, tentativamente y sólo a
los fines analíticos: ancestral africano; tradicional afroporteño; tradicionalizaciones modernas; y contemporáneo afroporteño (Cirio, 2007b). Sucintamente, sus características son:
Ancestral africano. Se trata del repertorio más antiguo. Los informantes coinciden
en vincularlo al período esclavista en la Argentina o, inclusive, que son cantos gestados en
África. Sus rasgos: pie binario, ámbito reducido, frecuente aparición del principio responsorial e interpretación a capella. Los textos son más bien breves y están en lenguas africanas,
desconocidas por los cultores. Excepto el de alguna palabra aislada, también desconocen el
significado de los textos, por lo que sólo se cantan de acuerdo a una fonética comunalmente
consensuada. Según estudios comparativos que efectué con trabajos de otros investigadores (Pessoa de Castro, 1980; Megenney, 2006), la empleada es el kikongo, lengua de la
rama bantú. Sus funciones originales también suelen desconocerse, aunque los informantes
creen que estos cantos estaban asociados a prácticas religiosas afro como “bailar el santo”,
esto es entrar en un estado alterado de conciencia a través de la danza. El ejemplo 6 es una
canción infantil. La informante recordó que era para un juego con piedritas que dos niños
iban rotando de posición en el suelo (similar al tinenti o payana), siendo el pulso de la melodía la indicación del tempo para moverlas.
Tradicional afroporteño. Todas las obras de este repertorio fueron clasificadas por
sus cultores como candombe. Los textos están en español y, ocasionalmente, con alguna
palabra afro. Están estructurados en cuartetas octosilábicas con rima consonante, aunque
no es extraño que tengan otros metros y versificación libre. Las temáticas recurrentes son la
amatoria y la lúdica, en tono jocoso y cándido. Las obras son breves y suelen externarse en
Ejemplo 6. Ala mió krodreia trinikan (canción infantil). Informante y modo de
externación: María Elena Aliendo (72 años de edad), canto. Datos del registro: Registrado por NPC, Paso del Rey (Pdo. Moreno, Buenos Aires), 13 de
septiembre de 2006.
Ala mió krodreia trinikan, / tika museta nimika manti, / lu
ua sata nika mantin, / lu ua sata nika mantin lu.
encadenamientos ad hoc. Melorítmicamente acusan gran parecido con la milonga y el tango
de la Guardia Vieja, lo que invita a repensar las génesis de esos bailes (ver infra). Así, la
célula ek x e e, o sus variantes, condiciona en gran medida el discurso melódico. Tanto informantes como académicos adjetivan a este candombe como “porteño”, para diferenciarlo
de su homólogo montevideano. Ya vimos como hasta el artículo de Frigerio (1993), para los
investigadores de la música afroargentina el cultivado a ambas márgenes del Plata constituían un todo indiferenciado. El avance en la cuestión permite afirmar que aunque se trate
de un mismo género, son varias sus diferencias. Comparado con el montevideano, el tempo
del porteño es más lento -lo que demanda figuras coreográficas cadenciosas-, los tambores
siempre son tocados con ambas manos (no con palo y mano, como es lo más común en el
montevideano), sus esquemas rítmicos son téticos, entre los bailarines no existe ningún tipo
de personificación, como sí en el oriental en las figuras de mamá vieja y gramillero, entre
otras. Por último, es tanto una práctica instrumental como vocal-instrumental, mientras que
el oriental es sólo instrumental. La parte vocal suele estructurarse como un diálogo entre dos
personas. Así sucede en el del ejemplo 7 que, para su comprensión, he consignado en la
primera columna la secuencia en que se desarrolla el diálogo que, en este caso, es entre un
hombre y una mujer.
Tradicionalizaciones modernas. Son obras que estuvieron de moda y la comunidad
afroporteña las conoció a través de los medios masivos de comunicación. El proceso de
Foto 6. Dos mujeres afrodescendientes de Buenos Aires: Élida Juana Obella
(izq.) y María Elena Lamadrid, (der.). Paso del Rey (Pdo. Moreno, Buenos Aires), septiembre de 2006. Foto: Pablo Cirio.
tradicionalización se activó al sentirse identificados con ellas porque el autor era afroamericano, porque el texto versaba sobre lo negro y/o porque musicalmente sintieron empatía.
Por ejemplo El chipi chipi, del conjunto porteño Los Tururú Sereneiders, composiciones que
versan sobre la negritud del correntino Osvaldo Sosa Cordero, la rumba Ay Mamá Inés, del
cubano Eliseo Grenet y popularizada por su compatriota “Bola de Nieve”, entre otras, son las
cultivadas. Dada la diversidad de fuentes, este repertorio acusa un fuerte eclecticismo formal
y estilístico, aunque en líneas generales se trata de obras de pie binario, silábicas y melodiosas, ideal para ser cantadas en grupo -siempre al unísono- y acompañadas con tambores. Respecto a las obras bailables, las estrategias de tradicionalización empleada son resituarla como rumba abierta, un género danzario de tempo más vivo que el candombe que se
baila en pareja suelta y es especialmente cultivado por los jóvenes afroporteños.
Contemporáneo afroporteño. Está integrado sólo por canciones, sus textos están en
español en patrones poéticos españoles o con versificación libre y sin rima. Son de creación
reciente (del 2000 en adelante), acusan fuerte carácter autoreferencial, reivindicatorio de lo
afroargentino e, inclusive, crítico de la sociedad blanca. Poseen una amplia libertad tanto
rítmica como melódica, lo que coarta su externación en grupo, excepto en el estribillo (cuando lo hay) pues por su función, es más sencillo. El Ejemplo 8 es una canción compuesta por
Juan Pablo Suaqué, un afrodescendiente nacido en Misiones pero que se crió en Buenos
Aires porque fue adoptado por una familia blanca. Desde 2007 coordina el grupo musical
Bakongo, compuesto íntegramente por afroargentinos. Esta canción integra su repertorio y
fue compuesta por él en el verano de 2006 en un viaje de vacaciones a su pueblo natal, de
Ejemplo 7. ¡Francisca! (candombe). Informante y modo de externación:
María Elena Aliendo (72 años de edad), canto. Datos del registro: Registrado por NPC, Paso del Rey (Pdo. Moreno, Buenos Aires), 13 de septiembre de
2006.
Él
Ella
Él
Ella
Él
Ella
Él
Dúo
Él
Ella
Él
Dúo
- ¡Francisca!
- ¿Señor?
- Venga usted para acá, / yo quiero que usted
me diga.
- ¿Qué?
- Ante todo la verdad. / Yo por sus ojos quiero
tener / pasiones buenas que recordar.
- ¡Está usted loco, tío Juan José, qué aspiraciones quiere tener!
- Mire un momento a su alrededor, / ojos que
indican no sé lo qué, / mire, más cuánto mire,
/ ¡vamos a bailar!
Bailemos todos juntitos / al son de este lindo
ritmo, / mirá que la vida es corta / y trae muchos desengaños.
- Yo por sus ojos quiero tener / pasiones buenas que recordar.
- ¡Está usted loco, tío Juan José, / qué aspiraciones quiere tener!
- Mire un momento a tu alrededor, / ojos que
indican no sé lo qué, / mire más cuanto mire, /
¡vamos a bailar!
Bailemos todos juntitos… etc.
ahí el alto contenido autoreferencial.
La obliteración de lo negro en el discurso hegemónico
En el imaginario popular y, lo que es más peligroso y cuestionable, en el imaginario
científico, las dos adjetivaciones a las que pueden resumirse su conocimiento sobre los
afroargentinos y su cultura es infertilidad e intrascendencia. Infertilidad como grupo biológico, ya que no pudieron reproducirse y por ello desaparecieron o se diluyeron en la sociedad
mayor a través de la miscegenación. Infertilidad como grupo cultural, pues todo su patrimonio desapareció para siempre conforme su desaparición física. Infertilidad porque no pudieron a influir en ninguna medida de la sociedad mayor (o, lo que es lo mismo, esta ha sido
refractaria de sus saberes). Intrascendencia porque no han contribuido en nada a la cultura
nacional. Intrascendencia porque nada de lo que fueron reunió méritos para pasar a integrar
las representaciones colectivas de la argentinidad. Intrascendencia porque el capital simbólico argentino rechaza de plano toda asunción extraeuropea en su construcción. Citaré dos
ejemplos -disímiles tanto por sus autores como por el ámbito en que se movían- que ilustran
estas aseveraciones. Mas dicha disimilitud queda subsumida a un tipo esencial: son emergentes discursivos del imaginario blanco. El padre de la musicología argentina, Carlos Vega,
con su contundente prosa expresó sobre la música afroargentina que “todo se fue para
siempre cuando los ojos sin luz del último negro auténtico clausuraron la visión envejecida y
remota de los panoramas africanos. Ese día dejó de existir el Africa en el Plata” (Vega,
1932b). Una breve nota titulada “’Inmigración selectiva’” publicada por el diario porteño Clarín durante la última dictadura militar, dice:
Al abordar el problema migratorio, el general Harguindeguy dijo que era
necesario crear condiciones atractivas para captar los contingentes migratorios africanos, aunque de cuño europeo, “siempre y cuando pretendamos
seguir siendo uno de los tres países más blancos del mundo”. Preguntó si podríamos abandonar la pretensión de seguir siendo “un país blanco”
que es “una gran ventaja en calidad humana, que tenemos incluso sobre las naciones industrializadas” y aceptar “lo que sí está disponible,
que son contingentes masivos migratorios de raza amarilla”. Insistió en
que se mantiene la política destinada a “favorecer la inmigración blanca”. (Anónimo, 1978)9.
No me extenderé en estas citas más que para recordar que si el último párrafo de la
segunda pretendemos justificarlo dentro del pensamiento militar de entonces, lejos estamos
de conocer nuestra Constitución Nacional, cuyo Artículo 25 brega por fomentar la inmigración europea y se mantiene incólume desde 1853. Por si quedan dudas de que sendas citas
fueron seleccionadas tendenciosamente, ofrezco otras dos, esta vez propias del ámbito
académico, contemporáneas y, lo que es más sugestivo, de investigadores interesados en la
cultura afroargentina. En el Editorial del último número de la revista Todo es Historia dedicado al tema (Nº 393, abril de 2000), su Director expresa:
En nuestro país, ya se sabe, los negros fueron desapareciendo. El por qué,
es una pregunta que se reitera constantemente y a la que algunos artículos
de la presente edición de Todo es Historia pretende responder. […]. Los negros ya no están, pero su impronta ha quedado y forma parte de nuestra
realidad actual aunque muchas veces no se le reconozca, voluntaria o involuntariamente. (Luna, 2000: 6-7).
El arquitecto Schávelzon, especialista en arqueología urbana que ha hecho importantes contribuciones en su campo por establecer que la cultura afro sí ha dejado restos
materiales sensibles de estudio, finaliza su libro sobre el tema diciendo: “Las diásporas, todas ellas, nunca tuvieron un final feliz. La gran diáspora africana en el continente aún no lo
ha tenido; en la Argentina ni siquiera tiene la opción de llegar a tenerlo: simplemente, ya no
existe” (Schávelzon, 2003: 171). Yendo a nuestro campo, cuando se pregunta a musicólogos locales sobre la música afroargentina, con acabado conocimiento suelen expedirse brevemente con frases como “Ah, sí… no hay nada”, “En la época colonial hubo, sí… pero hoy
no… si no hay más negros”, o se crispan amargamente con un “¡De ninguna manera!”,
cuando se toca el tema de su incidencia en el tango, como si el abolengo de (ahora) nuestra
música nacional tuviera una mancha congénita. En realidad, la coincidencia en la negativa
no hace sino alertarnos sobre una reiterada sensación de desprecio, ninguneo y subvaloración sobre un tema que nadie sabe pero todos aciertan en repetir, a pie juntillas, aquel falso
certificado de defunción que, de manera demasiado rápida y demasiado superficial se comenzó a expedir ya desde la Generación del 80 sobre la desaparición biológica y cultural de
los afroargentinos. Por lo visto, resulta más fácil suscribir a ello que pensar por sí mismo qué
9
Las negritas corresponden al original.
Ejemplo 8. Espíritu del monte (zemba). Informante y modo de externación:
Juan Pablo Suaqué (28 años de edad), canto. Datos del registro: Registrado
por NPC, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 16 de marzo de 2007.
Espíritu del monte, / protégenos.(bis) /// Una saracura / a mi me enseño (bis)
/// que el monte da vida / al corazón. (bis) /// Espíritu del monte, / protégenos.(bis) /// En tierra misionera / aprendí yo (bis) /// que lo que el río da / no se
vuelve jamás. (bis) /// Espíritu del monte, / protégenos.(bis) /// Soy hombre de
río, / del monte mi tambor, (bis) / mi voz es capullo / de mi corazón. (bis) ///
Espíritu del monte, / protégenos.(bis) ///
ha pasado o, más humildemente, decir que sobre el tema poco se sabe y todo es probable.
Más que probable -a la luz del material etnográfico expuesto-, es posible; más que posible,
real. Aquí están, siempre estuvieron y con ellos su música. Creo pertinente reforzar mi idea
con un poema de la afrosantafecina Lucía Molina, Presidenta de la Casa de la Cultura IndoAfro-Americana, pues lo resume con más bellas y viscerales palabras10:
Ser afrodescendiente
Llegaron, porque los trajeron
de prepo nomás,
arrancados de sus pagos.
Se afincaron como pudieron
se quedaron y siguieron…
se callaron hasta mimetizarse.
Pero… dicen que África sigue al
negro a donde vaya.
Mamá África se rehace,
en cada célula y se reproduce para
no morir.
Así, generaciones tras
generaciones,
denotan su paso,
a pesar del blanqueamiento.
El silencio fue… y se transformó
en un grito ahogado.
hasta que al liberarse pueda decir:
¡Aquí nos trajeron!
¡aquí nos quedamos!
¡y ahora… AQUÍ ESTAMOS
luchando por nuestros derechos!
Con el actual estado de la cuestión, ya no es sostenible ni permisible ninguna argumentación que desplace a lo afroargentino del presente. Aportes de las ciencias exactas
(Stubbs y Reyes, 2006), biológicas (Carnese, Avena, Goicoechea et al., 2001 y 2006),
humanistas (Reid Andrews, 1980; Cámara, 1991; Frigerio, 1993; Solomianski, 2003), y de
otras disciplinas como la arqueología (Schávelzon, 2003), sitúan bajo coordenadas de contemporaneidad a un grupo que se reconoce afrodescendiente y posee una cultura propia y
distintiva la cual integra, define y participa en una identidad mayor que convenimos denominar argentina. Quisieron tapar el sol con una mano y no pudieron. He aquí la tercera raíz.
Hacia una definición de la música afroargentina
Debido a intereses corporativos por un proyecto de país que tomó a Europa como
vector de progreso y digno ejemplo a imitar, se falseó nuestra historia inhibiendo a vastos
10
Las mayúsculas corresponden al original.
sectores poblacionales -entre ellos el negro- y su cultura a través de distintas operaciones
discursivas y simbólicas no exentas de violencia. Basándome en el material etnográfico expuesto, es mi interés retomar la búsqueda de aquellos orígenes y modos en que llegó a
nuestro territorio la música de los negros africanos esclavizados y cómo ha perdurado hasta
el presente. Para ello trataré, en primer lugar, qué apelativo sería más atinado conferirle. En
segundo lugar, ensayaré una posible definición de esta nueva (sic) música que llegó al presente de manera casi inadvertida para el cuerpo de especialistas en el tema. Por último,
expondré cómo su lectura en clave antropológica puede enriquecer el nuevo pool de conocimiento logrado.
Considerando la cuatripartición clasificatoria más usual para la música Argentina:
aborigen, tradicional o folclórica, popular (mal adjetivada urbana, como si en el ámbito rural
no se cultivara y reprodujera) y académica, advertimos que la falta de unidad de criterio le
resta rigor científico. La famosa clasificación de Borges, Emporio celestial de conocimientos
benévolos, es un buen ejemplo ficcional de cómo la ausencia de un criterio nominativo fagocita menos la lógica que el caos. Clasificaciones de nuestra música más racionales, como la
propuesta por Vega (1944), no ha logrado quórum siquiera entre los musicológicos. Para
con las cuatro categorías vigentes, si bien los factores básicos creación, distribución y consumo inciden formativamente en todas, se advierte que la categoría aborigen reposa, básicamente, sobre la pertenencia étnica del individuo, cuya ancestralidad trasciende al descubrimiento de América. En el caso de la segunda, la tradicional o folclórica, el foco está en el
proceso mediante el cual la música se crea y distribuye, adjudicándose al protagonismo étnico que le es propio -el grupo criollo- una gravitación secundaria. Para la música popular el
quid radica en su consumo o receptividad, siendo la cualidad de masiva, básica. Por último,
para la música académica la delimitación es su tratamiento composicional en el que la palabra complejidad no es inocente (igual que simplicidad en las otras categorías). Ese tratamiento, sumado a un contexto social de circulación básicamente elitesco, otorga relumbre
existencial a esta música, acomodándola en el marco hegemónico (a diferencia del subalterno conferido a las otras categorías). Así, por más tecnicismo composicional que revista la
obra de Piazzolla, difícilmente pueda ser conceptuada -tanto por los académicos como por
el público- como académica. De modo similar, más allá de que Gabino Ezeiza haya sido
afrodescendiente, difícilmente su producción pueda ser vista como música afroargentina11.
11
Para sumar incongruencias a un sistema lógico como debe ser el clasificatorio, es cuestionable que en el ámbito musicológico aún siga en vigencia la categorización de etnográfico para lo aborigen. Por lo menos así lo
atestigua el título de la publicación más completa al presente sobre organología argentina (Ruiz, Pérez Bugallo y
Goyena, 1993). En la época de su primera edición (1980), el término aún era plausible en el marco fenomenológico en que la musicología nacional se movía, pero ya para su segunda edición, trece años más tarde, resultaba
anacrónica, máxime teniendo en cuenta que ésta se trató de una edición “corregida y aumentada” a través de la
relectura crítica de la original (p. 3).
La búsqueda de las definiciones sobre qué hablamos cuando hablamos de música
aborigen, tradicional o folclórica, popular y académica del país sólo arrojó resultado positivo
(aunque parcial, pues sólo las tres primeras estaban conceptuadas), en la citada voz “Argentina” (Ruiz, Goyena, Illari et al., 2000). El patrimonio aborigen es el
conjunto de expresiones e instrumentos musicales de las etnias que alcanzaron el s. XX conservando sus instituciones fundamentales -en especial, su
lengua y su religión- y las descritas en los siglos precedentes en las diversas fuentes escritas, referidas a etnias extintas que responden a esa misma
caracterización (p. 638).
La música folclórica o tradicional la constituida
por el conjunto de expresiones e instrumentos musicales de tradición oral
del campesinado culturalmente mestizo […]. Analizados sus elementos
constitutivos de forma integrada -música, letra de las canciones, instrumentos, coreografía-, revelan en muy diversa medida el mestizaje europeoamericano, con excepción de algún repertorio de instrumentos prehispánicos (p. 638).
Y la popular urbana (sic)
una amplísima gama de expresiones musicales que tienen por común denominador una serie de elementos que la diferencian tanto de la música de
tradición oral como de la música académica. La referencia urbana de esta
categoría hace mención a que el ámbito de producción y dispersión, con las
particularidades que ello implica, son los centros densamente poblados. Esto conlleva la identificación fehaciente del autor del hecho musical, sea éste
un músico de educación formal o intuitiva, y la propagación hacia el seno de
la comunidad a través de canales específicos, relacionados por lo general
con los medios de comunicación (p. 655).
Vistas estas consideraciones y anomalías clasificatorias, el panorama en el cual
debe insertarse lo que convengo en denominar música afroargentina resulta problemático.
Dado que este no es el espacio para un debate epistemológico sobre las categorías estas
clasificatorias mayor al dado, me atendré a las establecidas, pues es cierto que están ya
arraigadas y hay cierto consenso sobre sus contenidos. De ellas quedan eliminadas, por
razones obvias, la aborigen y la académica. Entonces ¿es música popular?, ¿es música
tradicional o folclórica? Creo que no. No es popular porque no es practicada masivamente ni
su distribución para el consumo se opera mediante los medios masivos de comunicación ni
la industria discográfica. Tampoco es tradicional o folclórica, habida cuenta de que el nacimiento y construcción de esta categoría fue el contexto demarcatorio de nuestro estadonación y sus bienes patrimoniales, contexto en el cual todo lo afro fue puntualmente excluido. Creo que es, sencillamente, música afro, con la adjetivación de argentina. De este modo,
se alinea con las grandes divisiones clasificatorias vigentes en otros países americanos con
población afrodescendiente y que reconocen como propia y sui géneris una música afro local, aparte de las otras categorías mencionadas.
Cuba fue pionera en conceptualizar a una música propia con el rango de afro. Si
bien fue en 1847 cuando Antonio de Veitia empleó por primera vez el término afrocubano,
no fue sino hasta 1906 cuando Fernando Ortiz la significó en su acepción actual en Los negros brujos. Su significación “evitaba los riesgos de emplear voces de acepciones prejuiciadas y expresaba con exactitud la dualidad de los fenómenos originarios que se pretendía
estudiar” (Ortiz, 1906, en Vinueza González, 1999: 84) porque
[h]asta ese momento no se había realizado un análisis objetivo y verdaderamente científico de los complejos procesos de interrelación etnocultural,
esencialmente hispanoafricana, que dieron origen a la identidad nacional
cubana […]. Ortiz identificó como afrocubanos todos aquellos comportamientos que demostrasen directa o indirectamente la presencia de lo africano en la cultura del pueblo cubano, teniendo en cuenta la composición multiétnica de la población africana asentada desde el s. XVII, las condiciones
objetivas y subjetivas de su integración sociocultural y etnorracial al medio
cubano y los resultados culturales concretos de ese proceso de integración
(Vinueza González, 1999: 84).
Tentativamente defino, pues, a la música afroargentina como el conjunto de saberes y prácticas musicales que, sean cultivados por los descendientes de aquellos africanos
esclavizados o por otros grupos del país, como los criollos, contiene elementos concretos
y/o estructurales que permiten asociarlos -con relativo grado de certeza- a los propios de los
sistemas musicales del denominado Atlántico Negro.
El concepto de Atlántico Negro fue propuesto por el sociólogo británico Paul Gilroy
(1993) para especificar, en el marco general de los estudios atlantistas (Armitage, 2004), la
triangulación comercial que Europa efectuó con África y América entre los siglos XVI y XIX,
y que desangró al África subsahariana en unos 60.000.000 de habitantes. Este comercio
tuvo a la esclavitud como eje dinámico y reconfiguró de manera total la historia de la conquista, colonización y explotación de América. Para Gilroy, el Atlántico constituyó el crisol
formador de la criollización, el mestizaje y la hibridación americana, catalizando configuraciones socioculturales sui géneris, cuya perdurabilidad continúa. En ese marco es posible
establecer la africanía de ciertas prácticas culturales vigentes en América menos por sus
rasgos concretos en sí, que por lo que él denomina a changing same, o sea “un complejo
cultural que varía con el tiempo, pero que demuestra continuidades históricas reales que son
relevantes para la construcción de identidades relacionales” (Gilroy, 1993, en Frigerio, 2000:
33).
En esta línea de pensamiento se sitúa la actual perspectiva de los estudios africanistas de corte sociocultural en la Argentina. El análisis de la compleja formación de la identidad afro, encuadrada en la perspectiva mayor de las identidades nacionales, debe ser
efectuado de manera paralela a “una recuperación sólida y extensa del corpus discursivo
afroargentino” (Solomianski, 2003: 185). La ausencia generalizada de material documental
es, como vimos, consecuencia de la falta de interés en las políticas estatales, por lo que la
orfandad de fuentes primarias es grande. Mi investigación pretende ser un humilde aporte
respecto a los saberes musicales de este grupo, para lo cual conjugo la documentación procurada a través de fuentes vivas (por medio del trabajo de campo) y de fuentes secas (exhumando manuscritos y publicaciones propiedad de la comunidad y de bibliotecas y archivos públicos). El reestablecimiento del diálogo intercultural es el comienzo de una reparación histórica a una comunidad que, si bien estuvo presente en casi todos los momentos
fundacionales de la patria y de nuestras expresiones populares, se los ha relegado a la categoría de convidados de piedra.
Desde la sintaxis musical, ¿cuáles son las características generales de esta música
afroargentina?, ¿qué elementos constitutivos denotan su africanía?, ¿por qué esta, y no
otra, es considerada por sus cultores como de raíz afro? En vista a los tres estudios de caso
-las prácticas musicales afro en el culto a san Baltazar, la música afro en la ciudad de Santa
Fe y la música afro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y alrededores-, advertimos que
sus cultores reconocen a estas músicas como propias. En el caso de las del culto a san Baltazar, la pertenencia étnica de los mismos excede al grupo originario, mas ello no hace sino
recordarles la ancestralidad de la misma a un pasado afroargentino. Respecto a la dinámica
creacional, existen cantos de antigua raigambre (como los de la charanda o zemba y los de
los repertorios ancestral africano y tradicional afroporteño en el ámbito porteño) y de reciente factura (como en los del repertorio contemporáneo afroargentino en el mismo ámbito y el
rap en perspectiva local por los jóvenes afrosantafecinos). Ello no hace sino tender una línea
de continuidad entre el África de sus ancestros esclavizados y el contexto contemporáneo,
demostrando que es un repertorio temporal y situacionalmente muy amplio que se mantiene,
crea y recrea constantemente, como todo fenómeno vivo. Visto los preliminares en que este
conocimiento se encuentra, resulta difícil delimitar las características generales de esta música. La premura de su demarcación seguramente se verá injustificada en un futuro próximo
dado que, excepto en lo vinculado al culto a san Baltazar, la investigación está en sus comienzos y la constante aparición de material empírico obliga a su reconfiguración periódica.
Por ejemplo, en una entrevista efectuada a una afrodescendiente nacida en Lanús (Buenos
Aires) durante la redacción este artículo, he registrado un canto mortuorio para adultos que,
por lo menos hasta 1960, se entonaba en los velorios familiares, la descripción de un idiófono hasta ahora desconocido -“taba”-, y que cumplía la función de marcar la línea de tiempo
en el candombe porteño, una decena de palabras negroafricanas que se intercalaban en el
habla coloquial de su comunidad y tres señales sonoras que su padre emitía al aproximarse
a su casa a través del silbido para avisar que llegaba, que llegaba con un ser querido o que
llegaba con una persona de poco interés que había que despacharla rápido. Con semejante
situación, establecer un sumario formal y exhaustivo de esta música sólo puede trazarse
provisoriamente12.
Las prácticas musicales afroargentinas se enmarcan tanto en la esfera de lo sagrado como de lo secular. En la primera se encuentran aquellas propias del culto a san Baltazar
y el recuerdo de las que en el pasado se ejecutaban en un contexto religioso de matriz afro;
en la segunda, el candombe porteño y el santafecino. Desde su contexto de ejecución, las
hay públicas -en fiestas y procesiones- y privadas, tanto de manera vocal, instrumental como vocal-instrumental. La línea melódica se configura de manera neumática y, sobre todo
en los repertorios cuya creación no es contemporánea, formando un arco que comienza alto
y va descendiendo de manera gradual hasta la tónica. Cuando los cantos son a más de una
voz, siempre es en homofonía. Rítmicamente es música de compás binario simple, la célula
ek x e e, o sus variantes, condiciona en gran medida el discurso melódico, aunque la reiterada aparición de síncopas y hemiolas crean un contrapunto rítmico de gran riqueza, sobre
todo en los cantos que son acompañados con tambores. Respecto a uso de membranófonos, excepto en el caso de la tambora del culto a san Baltazar, siempre son tocados directamente con las manos. El tempo más común es el que ronda a la q = 90. Respeto las obras
con texto, este suele expresarse tanto en kikongo, es español o en español con algunas
palabras en kikongo. La estructura en diálogo es una característica predominante en su traza argumental, incluso con las formas responsorial y antifonal, tan singular de la estética
negroafricana. Las temáticas tocantes son lo religioso en las obras más arcaicas, la lírica en
el candombe y la reivindicatoria y autoreferencial en las de creación reciente. Hay obras que
sólo cumplen funciones de canción y otras de danza. En este último grupo se encuentra el
candombe y la rumba abierta en el ámbito porteño y la charanda o zemba en el Litoral. Respecto a las obras de creación contemporánea, su heterogeneidad formal no hace sino recordarnos lo ecléctico de la oferta cultural al momento de hallar recursos compositivos. Así,
las versiones estilizadas de candombes y zembas, canciones en verso libre y el hip hop son
apenas una muestra del amplio abanico que los afroargentinos de hoy emplean para manifestarse musicalmente.
La demarcación de esta “nueva” música demandará una serie de cambios que articularán mejor su reposicionamiento en el nuevo pool de conocimiento logrado. Su análisis
en clave antropológica pretende restituirla como patrimonio identitario argentino. En segundo
12
Para la ampliación de esta investigación a otras geografías del país, dispongo de indicios de que aún se practica música afro en Chascomús (Buenos Aires), Gualeguaychú y Paraná (Entre Ríos). Asimismo, la murga en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires y “el baile de chinos” en San Juan, aunque hoy practicadas desde una concepción que va más allá de la marca etnicitaria afro, reúnen suficientes indicios para reestablecer su procedencia
negra.
lugar, es recomendable que, en pos de un fortalecimiento disciplinar, sus verdaderos creadores y cultores -a la sazón, también negados o confundidos con otros grupos-, sean convocados al diálogo intercultural que cimienta nuestra vida democrática, pasado a conformar la
“tercera raíz” que otorga distintividad a nuestro ser nacional en el marco de una cultura genuinamente americana, esto es, mestiza13. Finalmente, sería oportuno que quienes fuera del
grupo originario la practiquen por moda, gusto o porque por diversos motivos pasó a formar
parte de su patrimonio cultural (como las del culto a san Baltazar), reconozcan la procedencia de su tradición, lo cual no tiene porqué restarle sentido de pertenencia. Conjugado todo
lo antepuesto, será un acto de justicia para con uno de los grupos que jalonaron nuestro
país, al tiempo que veremos enriquecido nuestro acervo clarificando aspectos de nuestra
memoria histórica que fueron tendenciosamente manipulados por concepciones etnocentristas de qué debe considerarse propio y, por descarte, aquello que pretendíamos no ser.
13
Esta idea fue expresada de manera inigualable por Borges: "En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha
lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al
emperador Carlos V la importación de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro
antillanas. A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos: los blues de Handy, el éxito logrado
en París por el pintor doctor oriental D. Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del también oriental D. Vicente
Rossi, el tamaño mitológico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de la Guerra de Secesión, los tres
mil trescientos millones gastados en pensiones militares, la estatua de imaginario Falucho; la admisión del verbo
linchar en la decimotercera edición del Diccionario de la Academia, el impetuoso film Aleluya, la fornida carga a
la bayoneta llevada por Soler al frente de sus Pardos y Morenos en el Cerrito, la gracia de la señorita de Tal, el
moreno que asesinó Martín Fierro, la deplorable rumba El manisero, el napoleonismo arrestado y encalabozado
de Toussaint Louverture, la cruz y la serpiente en Haití, la sangre de las cabras degolladas por el machete del
papaloi, la habanera madre del tango, el candombe" (Borges, 1989: 295).
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