El resto de la frase se perdió en la distancia, y así quedó todo por algunos minutos, hasta que sonaron otra vez pasos, y oyóse al mismo hombre que decía, como despidiéndose: Celebraré que usted se mejore y tranquilice...; y a doña Teresa que contestaba: Pierda usted cuidado..., después de lo cual volvió a sentirse abrir y cerrar la puerta y reinó en la
casa profundo silencio.
Pedro Antonio de Alarcón
Y como la humildad es el reducto en que se abroquelan los tontos, o mejor dicho, en que debieran abroquelarse, nuestro pavo, humildemente, determinó pedir a quien fuese más que él y que todos, que le hiciese, de la noche a la mañana, brotar talento. Su ruego se dirigió al Niño Jesús, que se veneraba en la
casa cuyo corral habitaba el pavo.
Emilia Pardo Bazán
La tranquilidad de su conciencia, la paz de su
casa, la seriedad de su conducta, todo al agua por algunos instantes en que no supo precaverse de una tentación.
Emilia Pardo Bazán
Ya ves, podríamos ser como otros, que en casos así despiden a las muchachas... Hasta el día antes de tu apuro, has cosido en
casa, has tenido buena comida, que en tu estado...
Emilia Pardo Bazán
Este asunto se ha de despabilar pronto; antes que vuelva de misa la demás familia. Sabemos que está escondido mucho dinero en la
casa.
Emilia Pardo Bazán
Llevo algunas noches de no dormir, pensando en nuestros altercados, en las cosas duras que me obliga usted a decirle, en las irritantes bromas que me contesta, y en lo imposible que es el que usted y yo vivamos en paz a pesar de lo muy agradecido que estoy... a la
casa.
Pedro Antonio de Alarcón
Ya discurriré yo alguna manera de seguir tratando a solas a su madre de usted, ora sea en
casa de mi primo, ora por cartas, ora citándonos para tal o cual iglesia...
Pedro Antonio de Alarcón
-continuó luego-. ¡Para que yo me quedase en esta
casa!... ¡Precisamente no hay nada que me subleve tanto como ver llorar a las mujeres!
Pedro Antonio de Alarcón
Tranquilízate... Así como así, estábamos muy solos, muy aburridos a veces en esta
casa tan grandona. Yo tenía muchas, muchas ganas de un chiquillo, ¿sabes?
Emilia Pardo Bazán
uince días después del entierro de doña Teresa Carrillo de Albornoz, a eso de las once de una espléndida mañana del mes de las flores, víspera o antevíspera de San Isidro, nuestro amigo el Capitán Veneno se paseaba muy de prisa por la sala principal de la
casa mortuoria, apoyado en dos hermosas y desiguales muletas de ébano y plata, regalo del Marqués de los Tomillares; y, aunque el mimado convaleciente estaba allí solo, y no había nadie ni en el gabinete ni en la alcoba, hablaba de vez en cuando a media voz, con la rabia y el desabrimiento de costumbre.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Y hasta creo que andaría mejor sin esos palitroques! Es decir, que ya puedo marcharme a mi
casa... Aquí lanzó un gran resoplido, como si suspirase a su manera, y murmuró cambiando de tono: -¡Puedo!
Pedro Antonio de Alarcón
¡Cree la muy orgullosa que está en su
casa, y todo su afán es que acabe de ponerme bueno y me marche, para que mi compañía no la desdore en la opinión de las gentes!
Pedro Antonio de Alarcón