Las tales casitas, por espacio de largos años, sólo fueron barracas de
madera, casi como las que hoy vemos en las ferias, tal vez un poco mayores, y con ventanas, que en vez de cristales tenían placas de cuerno o de vejiga, pues el poner vidrios en las ventanas era en aquel tiempo todo un lujo.
Hans Christian Andersen
No hizo un movimiento. Ardía mejor que la yesca y la
madera apolillada. Al volver de misa los señores de Valdelor creyeron que era un accidente casual -la caída del viejo en la lumbre-, lo que los privaba de un criado bueno, fiel, pero inútil para el servicio.
Emilia Pardo Bazán
II ¿Hacia dónde rodábamos ahora, hundidos en la sombra de un coche de caballos extraordinariamente silencioso, cuyas ruedas no despertaban más ruido que los cascos del caballo en el pavimento de madera de las calles y el macadán de las avenidas desiertas?
Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del bizarro rancho de dos pisos —el inferior de barro y el alto de madera, con corredores y baranda de chalet —, habían sentido los pasos de su dueño, que se detuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya.
ayetano Maldana y Esteban Podeley, peones de obraje, volvían a Posadas en el Sílex con quince compañeros. Podeley, labrador de
madera, tornaba a los nueve meses, la contrata concluida y con pasaje gratis por lo tanto.
Horacio Quiroga
De que vio no le aprovechar nada su remedio, dijo: “Este arcaz está tan maltratado y es de madera tan vieja y flaca, que no habrá ratón a quien se defienda; y va ya tal que, si andamos más con él, nos dejará sin guarda; y aun lo peor, que aunque hace poca, todavía hará falta faltando, y me pondrá en costa de tres o cuatro reales.
Y lleva razón que, como es larga, tiene lugar de tomar el cebo; y aunque la coja la trampilla encima, como no entre toda dentro, tornase a salir.” Cuadró a todos lo que aquel dijo, y alteró mucho a mi amo; y dende en adelante no dormía tan a sueño suelto, que cualquier gusano de la madera que de noche sonase, pensaba ser la culebra que le roía el arca.
Y con ahijús y terribles invectivas en guaraní (bien que alegres todos) despidieron al vapor, que debía ahogar en una baldeada de tres horas la nauseabunda atmósfera de desaseo, pachulí y mulas enfermas que durante cuatro días remontó con él. Para Podeley, labrador de
madera, cuyo diario podía subir a siete pesos, la vida del obraje no era dura.
Horacio Quiroga
Hecho a ella, domaba su aspiración de estricta justicia en el cubicaje de la
madera, compensando las rapiñas rutinarias con ciertos privilegios de buen peón.
Horacio Quiroga
El hombre amaba los libros y las estampas militares, y el niño las había comprendido lo bastante para hacerse un sable de madera que el padre mismo, sin embargo, no hubiera reconocido como tal.
Recomenzó, automáticamente, sus días de obraje: silenciosos mates al levantarse, de noche aún, que se sucedían sin desprender la mano de la pava; la exploración en descubierta de
madera, el desayuno a las ocho; harina, charque y grasa; el hacha luego, a busto descubierto, cuyo sudor arrastraba tábanos, barigüís y mosquitos; después, el almuerzo -esta vez porotos y maíz flotante en la inevitable grasa-, para concluir de noche, tras nueva lucha con las piezas de 8 por 30, con el yopará de mediodía.
Horacio Quiroga
¡No salgas! —clamó enloquecida, sintiendo al animal tras la pared de
madera, a un metro de ella. Hay cosas absurdas que tienen toda la apariencia de un legítimo razonamiento: Salí afuera con la lámpara en una mano y la escopeta en la otra, exactamente como para buscar a una rata aterrorizada, que me daba perfecta holgura para colocar la luz en el suelo y matarla en el extremo de un horcón.
Horacio Quiroga