¿Por qué así te apiadas de los hombres? ¡Excelentes cosas hicieron los
troyanos en tu palacio! Que ninguno de los que caigan en nuestras manos se libre de tener nefanda muerte, ni siquiera el que la madre lleve en el vientre, ¡ni ése escape!
Homero
Pero, por un fenómeno incomprensible y providencial, esa misma memoria no alcanza a recordarle que lo que está diciendo de los troyanos con los tirios es lo mismo que decía de éstos cuando él era troyano.
No he venido a pelear obligado por los belicosos teucros, pues en nada se me hicieron culpables —no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ptía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan— sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los
troyanos a Menelao y a ti, cara de perro.
Homero
Y no sólo por el galardón que recibimos sino por el hecho, no demasiado frecuente en nuestra historia, de que los tirios que mandan y los troyanos que obedecemos y pensamos y trabajamos y escribimos y hacemos, mejor o peor, aquello que debemos y creemos saber hacer, seamos capaces de reunirnos para festejar, con el corazón limpio y la voluntad abierta, un evento glorioso: el de la concordia que a todos nos salvará.
Ordénale que arme a los aqueos de larga cabellera y saque toda la hueste: ahora podría tomar a Troya la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los
troyanos.
Homero
El hijo de Tideo volvió a mezclarse con los combatientes delanteros; y si antes ardía en deseos de pelear contra los
troyanos, entonces sintió que se le triplicaba el brío, como un león a quien el pastor hiere levemente al asaltar un redil de lanudas ovejas y no lo mata, sino que le excita la fuerza; el pastor desiste de rechazarlo y entra en el establo; las ovejas, al verse sin defensa, huyen para caer pronto hacinadas unas sobre otras, y la fiera sale del cercado con ágil salto.
Homero
Cuando ambos ejércitos se hubieron acercado el uno al otro, apareció en la primera fila de los
troyanos Alejandro, semejante a un dios, con una piel de leopardo en los hombros, el corvo arco y la espada; y blandiendo dos lanzas de broncínea punta, desafiaba a los más valientes argivos a que con él sostuvieran terrible combate.
Homero
Para tu muerte celebré el jurado convenio cuando te puse delante de todos a fin de que lucharas por los aqueos, tú solo, con los
troyanos.
Homero
Alegraríanse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás
troyanos en su corazón, si oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos lo mismo en el consejo que en el combate.
Homero
Armar te ordena a los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar la ciudad de anchas calles de los
troyanos, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los
troyanos por la voluntad de Zeus.
Homero
Sin duda Ciprina quiso persuadir a alguna aquea de hermoso peplo a que se fuera con los
troyanos, que tan queridos le son; y acariciándola, áureo broche le rasguñó la delicada mano.
Homero
Pues si aqueos y
troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos y reunidos cuantos
troyanos hay en sus hogares y agrupados nosotros en décadas, cada una de éstas eligiera un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador.
Homero