Volad, que yo no os detenga; volad, señor, os suplico, vuestro nombre y vuestra fama son antes que yo y mis hijos.» De tal labio, don Alonso, al escuchar tal aviso, que fue del honor espuela y del amor incentivo, en sí torna, se resuelve, y dando un largo suspiro, como lo da el que cansado sale de un profundo abismo: «Decís bien, señora -exclama-; mas venid a ser testigo de que pago cuanto debo a Dios, a vos y a mí mismo.» Cálase el
yelmo; del brazo en frenético delirio ase a la dama, que aprieta contra su seno a los niños.
Ángel de Saavedra
Respóndele el rey: «Rendido a otro español estoy antes, y que soy el rey de Francia para tu gobierno sabe.» Sorprendido el granadino de aventura tan notable, «¿A ese español -le pregunta- habéis dado prenda o gaje?» «Le di solo mi palabra, que mi palabra es bastante -contesta el rey-; si quieres, toma mi espada y mi guante, »y sácame del caballo y ayúdame a levantarme, que la visera me ahoga y esta pierna se me parte.» Ávila toma las prendas destilando fresca sangre, echa pie a tierra, y ayuda al rey con trabajo grande, y levántalo, y el
yelmo le desencaja al instante para que le dé en el rostro, que lo ha menester, el aire.
Ángel de Saavedra
No cesa aquí; y su acero cuanto pilla deshace, sea yelmo o cota o malla; a aquel le raja frente, a aquel mejilla; a estotro rompe cráneo o brazo talla; del cuerpo el alma a miles desengrilla y mueve nueva vez a la batalla a aquella gente vil y espantadiza que huye sin orden de su propia riza.
Marchaba el caballero --os refería--- sobre un corcel bizarramente armado, de la vil Orrigila en compañía, vestida en traje azul de oro bordado. Dos lacayos también, a los que hacía portar yelmo y escudo, había al lado.
El rey le dijo: «Valiente, por él te doy de rescate seis mil ducados de oro, y más, si en más lo estimares.» Y contestole el gallego: «Guardarele, que colgarle de mi emperador al cuello podré yo, temprano o tarde.» En esto llegaban otros soldados sin capitanes, con la victoria embriagados, cebados con el pillaje, y en su sagrada persona ponen sus manos rapaces; la veste del rey desgarran, sus preseas se reparten, y le arrebatan del
yelmo la bandereta y plumajes, que la codicia villana no guarda respeto a nadie.
Ángel de Saavedra
la rodela apoyábase en la rodela, el
yelmo en otro
yelmo, cada hombre en su vecino, y chocaban los penachos de crines de caballo y los lucientes conos de los cascos cuando alguien inclinaba la cabeza.
Homero
Como el obrero junta grandes piedras al construir la pared de una elevada casa, para que resista el ímpetu de los vientos; así, tan unidos estaban los cascos y los abollonados escudos: la rodela se apoyaba en la rodela, el
yelmo en el
yelmo, cada hombre en su vecino, y los penachos de crines de caballo y los lucientes conos de los cascos se juntaban cuando alguien inclinaba la cabeza.
Homero
Acometiéronse, y Pisandro dio un golpe a Menelao en la cimera del
yelmo, adornado con crines de caballo, debajo del penacho; y Menelao hundió su espada en la frente del teucro, encima de la nariz: crujieron los huesos, y los ojos, ensangrentados, cayeron en el polvo, a los pies del guerrero, que se encorvó y vino a tierra.
Homero
De la batalla lo apartó ha ya tiempo deseo de beber y hacer reposo; mas resta, a su pesar, del contratiempo de ver que por beber avaricioso cayó el yelmo en el río por descuido y aún de él rescatarlo no ha podido.
Navarro Ledesma Rey de los hidalgos, señor de los tristes, que de fuerza alientas y de ensueños vistes, coronado de áureo
yelmo de ilusión; que nadie ha podido vencer todavía, por la adarga al brazo, toda fantasía, y la lanza en ristre, toda corazón.
Rubén Darío
Ora por nosotros, señor de los tristes, que de fuerza alientas y de ensueños vistes, coronado de áureo
yelmo de ilusión; ¡qué nadie ha podido vencer todavía, por la adarga al brazo, toda fantasía, y la lanza en ristre, toda corazón!
Rubén Darío
En la sangrienta batalla de Chupas y cuando la victoria se pronunciaba por los almagristas, Francisco de Carbajal, que mandaba un tercio de la alebronada infantería real, exclamó arrojando el
yelmo y la coraza y adelantándose a sus soldados: «¡Mengua y baldón para el que retroceda!
Ricardo Palma