Confesad que os he rendido, y pues que prenda no llevo, porque podáis conocerme si a vuestra presencia vuelvo, »miradme, que soy mellado». Y alzando del tosco
yelmo la visera, en un instante le mostró dos dientes menos.
Ángel de Saavedra
Cubrió después la cabeza con el fornido
yelmo que brillaba como un astro; y a su alrededor ondearon las áureas y espesas crines que Hefesto había colocado en la cimera.
Homero
No lejos cuelga el yelmo, y el escudo del haya a que el caballo había amarrado; Húmedo está su gesto y abatido, y todo él quejoso y dolorido.
Era el primer frío de la vejez, más triste que el de la muerte. ¡Llegaba cuando aún sostenía sobre mis hombros la capa de Almaviva, y llevaba en la cabeza el yelmo de Mambrino!
Mas antes sin el yelmo ni coraza, cubierto sólo del jubón vilmente, fue conducido a ella en un raza de carreta grosera y eminente, que tiraban con gran pausa dos vacas de largo ayuno escuálidas y flacas.
Entre los varios señores y famosos caballeros que le acompañan, descuella por lo galán y lo apuesto el joven marqués del Vasto, armado de azules veros, con blancas y azules plumas, gallardas alas del
yelmo.
Ángel de Saavedra
Gorguera de anchos follajes, de una cristiana primores, por los visos y celajes en el
yelmo los plumajes, vergel de diversas flores.
Nicolás Fernández de Moratín
Calado el yelmo, la coraza puesta, la espada al cinto, y a su brazo escudo, más ligero corría por la floresta que en pos del palio va el gañán desnudo.
La conquista del yelmo de Mambrino, el encuentro de la maleta, la penitencia que de resultas imagina hacer nuestro loco en aquellas asperezas, la ida de Sancho, su entrevista con el Licenciado, la súplica de la desamparada Princesa, su otorgamiento y la aventura de Andrés llenan este primer acto.
No siempre has de atender a Marte airado, desde tu tierna edad ejercitado, vestido de diamante, coronado de plumas, arrogante; que alguna vez el ocio es de las armas cordial socrocio, y Venus en la paz, como Santelmo, con manos de marfil le quita el
yelmo.
Lope de Vega
Dijo, y apuntando a la cabeza de Héctor, blandió y arrojó la ingente lanza, que fue a dar en la cima del
yelmo; pero el bronce rechazó al bronce, y la punta no llegó al hermoso cutis por impedírselo el casco de tres dobleces y agujeros a guisa de ojos, regalo de Febo Apolo.
Homero
Martín Antolínez mano metió al espada, rrelumbra tod el campo tanto es linpia & clara; diol’ un colpe, de traviesso l’ tomava, el casco de somo apart ge lo echava, las moncluras del yelmo todas ge las cortava, allá levo el almófar, fata la cofia legava, la cofia & el almófar todo ge lo levava, rraxol’ los pelos de la cabeça, bien a la carne legava; lo uno cayó en el campo & lo al suso fincava.