Desde aquel día fulgió en el cielo zarumeño el hermoso sol de la LIBERTAD, apagándose para siempre en el ocaso, la vieja estrella del despotismo esclavizador español.
PRINCIPE. Garcia-Ruiz de Alarcón, claras vuestras obras son; desde el oriente al ocaso da envidia vuestra opinión. Las más ilustres historias en vuestras altas vitorias el _non plus ultra_ han tenido; mas la que hoy ganais, ha sido _plus ultra_ de humanas glorias.
Hora de
ocaso y de discreto beso; hora crepuscular y de retiro; hora de madrigal y de embeleso, de "te adoro", de "¡ay!" y de suspiro.
Rubén Darío
Cuando en el campo con pavor secreto la sombra ves, que de los cielos baja, la nieve que las cumbres amortaja, y del ocaso el tinte carmesí; en las quejas del aura y de la fuente, ¿no te parece que una voz retiña, una doliente voz que dice: «Niña, cuando tú reces, ¿rezarás por mí?» Es la voz de las almas.
Tremendo porvenir, yo te adivino, pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso de la ilustrada Europa al rudo ocaso; está en el libro del destino así.
Ya tocaba en el ocaso del sol el fúlgido disco, y sobre el campo cayendo leves gotas de rocío, daban vida a los maizales y al retoño ya marchito, cuando en la loma de un cerro a cierto lugar vecino, cuyo nombre no hace al caso, y por eso no le cito, un jinete apareció (11) sobre indefinible bicho, pues desde el lomo a los pechos y desde el rabo al hocico, llevaba más alamares que sustos pasa un marido.
El ocaso de la Edad Media feudal y la aurora de la época capitalista contemporánea vieron aparecer en escena una figura gigantesca.
Es ángel poderoso quien les tiene vencidos; enrojece el ocaso de su espada el fulgor, pero están sus espíritus por el orgullo henchidos.
De la Virgen y del salvaje León tocando, así pues, 65 las luces, a Calisto unida, la Licaonia, me torno al ocaso, conductora yo delante del tardo Boyero, que apenas en el vespertino, alto Océano se sumerge.
Era un brotar de estrellas invisibles sobre la hierba casta, nacimiento del Verbo de la tierra por un sexo sin mancha. Mi chopo centenario de la vega sus hojas meneaba y eran hojas trémulas de ocaso como estrellas de plata.
Para ello debo descender a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar y llevas luz incluso al submundo, ¡astro sobreabundante! Debo, al igual que tú, hundirme en mi ocaso, como lo llaman los hombres a quienes quiero bajar.
Y ya próximo al ocaso El sol del día siguiente, Turba enlutada de gente Se vio a palencia volver, Y tras de todos un hombre Que en pie, en mitad del camino, Quedó el lugar por do vino Estudiando al parecer.