Nahum - Habacuc - Sofonias (LaBibli

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La Biblia Popular

Nahúm
Habacuc
Sofonías
James J. Westendorf

EDITORIAL NORTHWESTERN
Milwaukee, Wisconsin, EE.UU.

Ilustraciones internas por Glenn Myers.

Todos los pasajes bíblicos son tomados de la Santa Biblia, versión Reina Valera Estándar 1995
[América Latina], derechos reservados.

Derechos Reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o archivada, ni
transmitida por ningún medio—ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabado o de cualquier
otra forma—sin permiso de la editorial, excepto si se trata de breves citas para revisión.

Library of Congress Control Number 2002111124


Northwestern Publishing House

1
1250 N. 113th St., Milwaukee, WI 53226 3284
© 2002 Northwestern Publishing House
Publicado en 2002
ISBN 0-8100-1485-6

CONTENIDO

Prefacio del Editor


Prefacio a la edición en español
Nahúm
Introducción a Nahúm
Título (1:1)
Un salmo de la venganza y de la bondad del Señor (1:2–15)
Profecía de la destrucción de Nínive (2:1–3:19)
Habacuc
Introducción a Habacuc
Título (1:1)
Diálogo sobre la maldad del mundo (1:2–2:20)
Salmo de fe en la justicia y en el poder salvador del Señor (3:1–19)
Sofonías
Introducción a Sofonías
Título (1:1)
El día del Señor es de ira y de juicio (1:2–3:8)
El día del Señor es de liberación y de regocijo (3:9–20)

ILUSTRACIONES

La guarida de los leones


Jinete babilonio
Los israelitas adoran a Baal

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PREFACIO DEL EDITOR

La Biblia Popular es exactamente lo que el nombre implica, una Biblia para el pueblo.
Ella incluye el texto completo de las Sagradas Escrituras en la versión Reina-Valera,
revisión de 1995 (El comentario original en inglés se basó en la New International
Version). Los comentarios que siguen a las secciones de las Escrituras contienen: el
trasfondo histórico, explicaciones del texto, y aplicaciones personales.
Los autores de La Biblia Popular son eruditos a quienes no falta la sabiduría práctica
adquirida en años de consagración a los ministerios de la enseñanza y la predicación.
Por esto han procurado evitar términos técnicos, que han hecho de otras series de
comentarios material útil solo para especialistas en temas bíblicos.
El aspecto más importante de estos libros es que ellos están centrados en Cristo. Jesús
mismo dijo acerca de las escrituras del Antiguo Testamento, “y ellas son las que dan
testimonio de mí” (Juan 5:39). Cada libro de La Biblia Popular dirige nuestra atención a
Jesucristo. Él es el centro de toda la Biblia. Él es nuestro único Salvador.
Los comentarios están provistos de: mapas, e ilustraciones, e incluso de información
arqueológica, cuando es apropiado. Todos los libros incluyen títulos de página para
llevar al lector al pasaje que él está buscando.
Esta serie de comentarios fue iniciada por la Comisión de Literatura cristiana del Sínodo
Evangélico Luterano de Wisconsin. Este proyecto también tiene una deuda de gratitud
al Rev. Loren A. Schaller. Hasta cuando él acepto un llamado para salir de Northwestern
Publishing House y de regreso al ministerio parroquial, el Pastor Schaller sirvió como
Editor General.
Es nuestra oración que este esfuerzo pueda continuar de la misma manera como
comenzó. Dedicamos estos volúmenes a la gloria de Dios y al bienestar de su pueblo.
Roland Cap Ehlke

PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

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Los comentarios de esta edición en español han sido ligeramente modificados del
original para su mejor adaptación a la versión Reina-Valera, revisión de 1995.
Cuando el comentario, originalmente referido al texto de la New International versión,
no concuerda plenamente con el de la versión Reina-Valera de 1995, se cita la Nueva
Versión Internacional (en español) o alguna otra versión española de la Biblia. En caso
de que algún fragmento del texto bíblico de la versión inglesa no aparezca en ninguna
de las versiones antes mencionadas, damos nuestra propia traducción del mismo,
haciendo la correspondiente aclaración.
Este volumen fue traducido por la señora Albina Teigen, natural de Lima, Perú, y esposa
de un pastor que trabaja en Mankato, Minnesota. La revisión de este libro la hizo la Sra.
Ruth Haeuser, esposa del pastor David Haeuser, misionero en Lima, Perú. La revisión
teológica la realizó el misionero David Haeuser. Agradecemos la valiosa labor de estos
siervos de Dios
Pentecostés del 2002
Paul Harman, coordinador
Ronald Baerbock, editor de teología
Publicaciones Multilingües
Sínodo Evangélico Luterano de Wisconsin
El Paso, TX

DONATIVO ESPECIAL

La comisión para Coordinar las Publicaciones del Sínodo Evangélico Luterano de


Wisconsin, WELS Kingdom Workers, La Sociedad Misionera de Damas Luteranas (LWMS)
y dos compañías de seguros –Lutheran Brotherhood y Aid Association for Lutherans-
contribuyeron con donativos especiales a Publicaciones Multilingües para apoyar la
publicación de este volumen. Agradecemos su generoso aporte.

INTRODUCCIÓN A NAHÚM

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Autor
Lo único que sabemos acerca del profeta que escribió este libro de tres capítulos, es
la información que él mismo nos proporciona en el primer versículo. Su nombre es
Nahúm. No se hace mención de él ni de ninguna otra persona con el mismo nombre en
ninguna otra parte de la Biblia. Sin embargo, otras personas como: Naham (1 Crónicas
4:19), Nahamani (Nehemías 7:7), y Nehemías, tienen nombres que se relacionan
estrechamente con Nahúm, de manera que el nombre en sus varias formas puede
haber sido bastante común en el antiguo Israel.
Nahúm significa “consuelo”, y es posible que el profeta recibiera este nombre como
sobrenombre para describir el mensaje de consuelo y de seguridad que él le entregó al
pueblo de Dios. Sin embargo, es muy probable que hubiera recibido ese nombre
cuando era niño, mucho antes de que el Señor hablara por medio de él. De cualquier
manera, el nombre es muy apropiado para este hombre de Dios, su breve revelación les
debió haber proporcionado mucho consuelo a los primeros lectores.

El hogar del profeta


Se debate acerca del lugar de procedencia del profeta. El mismo Nahúm se
identifica como habitante de la ciudad de Elcos, pero eso no es de gran ayuda, puesto
que se desconoce la ubicación de ese lugar. Se mencionan tres posibilidades: un lugar
en Asiria (que es actualmente el norte de Iraq), en Galilea, o en Judá.

La ubicación en Asiria
No nos deben sorprender las teorías que ubican a Elcos en Asiria. Después de todo,
la mayor parte del libro de Nahúm se dirige a la ciudad asiria de Nínive y habla de
acontecimientos que ocurren en esa área. Además, hay una hermosa aldea moderna
que tiene un nombre similar a Elcos, Al-Qush, que queda aproximadamente a 40
kilómetros del lugar donde estaba la antigua ciudad de Nínive; hasta existe una
tradición que ubica la tumba de Nahúm en esa aldea. Se afirma que cualquiera que
haya estado tan familiarizado como Nahúm con los detalles de Nínive tendría que ser
de esa área. Entonces sus lectores serían los exiliados que el ejército asirio deportó a
Asiria cuando destruyó la ciudad israelita de Samaria en el año 722 a.C. Sin embargo,
este razonamiento no es convincente. La tradición que indica la teoría del origen asirio
del profeta es relativamente reciente, se remonta sólo al siglo XVI d.C. Además, no
parece que el libro le haya sido dirigido al pueblo que vivía exiliado en Asiria.

La ubicación en Galilea
En su Prólogo al profeta Nahúm, San Jerónimo, el padre de la iglesia del siglo IV,

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relata que un guía judío le mostró una aldea de Galilea llamada Helkesei y afirmaba que
fue el hogar de Nahúm. Basándose sólo en estos comentarios, algunos eruditos
defienden la ubicación de Elcos en Galilea. Es fácil entender por qué los pocos israelitas
que todavía quedaban en Galilea se interesarían en el mensaje de Nahúm. Los
habitantes de ese territorio habían sufrido durante mucho tiempo la opresión brutal de
los asirios. Incluso antes de que el reino de Israel fuera derrocado por los asirios en el
año 722 a.C., el gran rey guerrero de Asiria, Tiglat-Pileser III, había arrebatado el área de
Galilea en el año 732 a.C. y la había convertido en una provincia de Asiria. Ya en ese
tiempo los cautivos habían sido llevados al exilio. Ahora, cien años después, los
parientes de esos exiliados que todavía vivían en Galilea se sentirían contentos al saber
de la inminente caída de Nínive.
Sin embargo, hay razones para dudar de que Elcos estuviera ubicada en Galilea. En
el tiempo de Nahúm, un siglo después de que Galilea se añadiera al imperio asirio, la
mayor parte de los habitantes ya no eran israelitas. Los reyes asirios habían establecido
por la fuerza en esa área a los nuevos habitantes, conforme a su política exterior de
desarraigar poblaciones nativas y sustituirlas con pueblos de otros países. Por eso
hubiera sido poco probable que un profeta proviniera de esta área, especialmente en
este tiempo.
Otros eruditos identifican el pueblo de origen de Nahúm como Capernaúm, que
significa “la aldea de Nahúm”. No obstante, como se había mencionado anteriormente,
Nahúm probablemente era un nombre común en Israel, y el pueblo pudo haber
recibido el nombre por cualquiera de los muchos que tuvieron ese nombre.

La ubicación en Judea
Ningún lugar en particular en el sur de Canaán se puede señalar como probable
ubicación de Elcos; sin embargo, la teoría de la ubicación en Judea de esa aldea tiene
ciertos detalles a su favor. En primer lugar, es el lugar más probable en el que un
profeta trabajaría en el siglo VII a.C. El reino del norte de Israel ya había sido destruido.
De la herencia original, Judá, el reino del sur, era el único territorio que aún quedaba en
manos de las tribus de los hijos de Jacob. Segundo, el Señor, cuyo templo estaba en
Jerusalén, la ciudad capital de Judá, estaba furioso con el rey de Asiria por haber
conspirado contra él y por haber hecho que su pueblo fuera la víctima. Judá nunca llegó
a convertirse en provincia de los asirios, pero el pequeño país sintió muchas veces la ira
de ese imperio fuerte y de sus ejércitos poderosos y crueles. Por último, el profeta
llama a Judá para que se regocije por la inminente destrucción de Nínive (1:15). Por eso
la gran mayoría de estudiosos suponen que Nahúm era de Judá.

Fecha
Algunos eruditos de la Biblia afirman que Nahúm escribió su libro poco tiempo
antes de la caída de Nínive o quizás incluso mientras se llevaban a cabo las últimas

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batallas en el año 612 a.C. En su opinión, la invasión de Asiria debió haber comenzado y
es probable que Nínive ya hubiera estado bajo sitio mientras Nahúm escribía. Dicen que
debió ocurrir así, porque de otro modo Nahúm no podría haber escrito con la certeza,
el detalle, y la intensidad, con que escribió. Otros dicen que Nahúm tal vez escribió sólo
después de que Nínive ya había sido destruida y había estado en ruinas por algunos
años. Esos mismos eruditos alegan que hubiera sido humanamente imposible que
Nahúm se pudiera anticiparse a las décadas y pudiera prever lo que le iba a suceder a
Nínive. Estos estudiosos se niegan a creer que Dios puede penetrar en la vida de los
profetas para revelarles el futuro. Suponen que es imposible, o por lo menos
sumamente improbable, que exista algo como una verdadera profecía bíblica
predictiva, en la que el Señor les revele el futuro a sus profetas. Reciben la idea con la
misma incredulidad con la que nosotros recibimos las profecías de los psíquicos en
cuanto a lo que va a suceder en un futuro próximo.
Sin embargo, las Escrituras nos informan que el futuro es tan claro para el Señor
como el presente y el pasado. Él conoce el futuro porque está en sus manos y ya sabe lo
que va a suceder en el futuro. En realidad, el profeta Isaías afirma que la facultad de
saber y de controlar el futuro es lo que separa al Señor, al verdadero Dios, de todos los
dioses falsos (capítulo 41). Además, Dios puede inspirar a sus profetas para que revelen
lo que el futuro depara, y tiene la disposición de hacerlo cuando sea necesario y
beneficioso para su pueblo. Entonces, no tenemos que circunscribir las palabras de
Nahúm a poco tiempo antes o poco tiempo después de la caída de Nínive. Concuerda
muy bien con el testimonio de la Escritura ubicar la profecía de Nahúm en un tiempo
muy anterior a la caída de Nínive. En realidad, eso es parte del poder y del atractivo de
sus palabras.
Entonces, ¿cuándo profetizó Nahúm? Sus propias palabras establecen la fecha más
temprana en la que pudo haber hablado; se refiere a la caída y al saqueo de Tebas, la
capital de Egipto en ese tiempo, como un hecho ya consumado. Los asirios destruyeron
Tebas cuando extendieron los límites de su imperio hasta su máxima extensión en el
año 663 a.C. Eso fue 51 años antes de la caída de Nínive. Si ese acontecimiento no
hubiera sucedido antes de que Nahúm escribiera, su comparación del destino de Nínive
con el de Tebas no habría tenido mucho sentido. Por lo tanto, Nahúm escribió su libro
después del año 663 a.C.
La fecha más tardía posible para la actividad profética de Nahúm no es muy clara,
pero hay algunos indicios. Parece que cuando Nahúm escribió, el rey de Nínive todavía
era un gobernante muy poderoso que ejercía una autoridad considerable. El profeta
habla de la habilidad continua del rey para “conspirar” contra el Señor y contra su
pueblo (1:11). El último rey de Asiria que pudo corresponder a esta descripción fue
Asurbanipal, que murió en el año 627 a.C.
Nahúm también habla del yugo de la esclavitud que cayó sobre el pueblo de Dios y
se refiere a su eliminación como algo que tendría lugar en el futuro. El poder de Asiria
se derrumbó después de la muerte de Asurbanipal; la poca energía que había quedado
después de su muerte, la usaron para no permitir que sus enemigos entraran a su
patria. Asiria ya no tenía la capacidad para tratar de controlar a naciones que, como
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Judá, una vez habían estado en su ámbito de poder, pero se encontraba distante de
Asiria propiamente dicha.
Todos estos hechos fijarían la época de la actividad profética de Nahúm y la fecha
probable de la composición de su libro al final del reinado de Asurbanipal. Un cálculo
razonable sería que Nahúm escribió alrededor del año 630 a.C. En ese tiempo era
inminente la caída de Asiria: sólo faltaban 18 años para que ocurriera, pero aun así sólo
un profeta del Señor podría reconocerlo. Durante el reinado de Asurbanipal, un agudo
observador de los tiempos podría haber notado algunas rajaduras en la antes
impenetrable armadura de Asiria, pero nadie hubiera adivinado en realidad cuán cerca
estaba el fin. La caída de Asiria y su capital Nínive fue tan repentina y sorprendente para
la gente de ese tiempo como el desmoronamiento del muro de Berlín y la
desintegración de la Unión Soviética lo fue para la gente del siglo 20.

Tema
El mensaje de Nahúm es claro e inequívoco. Nínive, la cruel, altanera, impía, e
idólatra capital de Asiria, por completo iba a ser destruida. Dada la situación que existía
en el Cercano Oriente, este mensaje fue increíble, casi inverosímil. Durante años, los
asirios habían sido la nación dominante y la más poderosa en toda la región. Las
naciones vecinas los veían y suponían que todavía estaban saboreando y celebrando su
edad de oro, una década tras otra de riqueza y de poder inmensos.
Más de una vez, los ejércitos de Asurbanipal se habían precipitado por las carreteras
de Judá en camino a la guerra con Egipto: la única nación que era capaz de resistir a los
asirios y de tener al menos una oportunidad de éxito en la lucha. Como era su
costumbre, el emperador asirio le exigió a Judá, como vasallo del rey, que aportara
tropas para esas campañas militares. Estaba dispuesto a derramar la sangre de los hijos
de Judá para llevar a cabo sus ambiciones imperialistas. El diminuto reino de Judá no
pudo hacer nada para resistir ninguna de esas incursiones no deseadas; había cargado
con el yugo por más de cien años, pagándoles todo el tiempo un tributo muy gravoso a
los asirios. Y parecía que el fin no estaba a la vista.
Sin embargo, el profeta no escatima palabras. Trae un mensaje de juicio para los
asirios, pero también trae consuelo y esperanza para el pueblo de Dios que está en
Judá. Sólo es cuestión de tiempo—y poco tiempo—antes de que el Señor de la historia
intervenga y Nínive desaparezca literalmente de la faz de la tierra, y de que sus
víctimas, como Judá, queden en libertad.
A pesar de que el mensaje de Nahúm está bien enfocado, aún sigue siendo
solamente una subdivisión de un tema más importante e impresionante. Nahúm
comienza su libro describiendo al Señor, explicando que es el Señor del cielo y de la
tierra. “Jehová es Dios celoso y vengador”; después de presentarse, Nahúm afirma de
inmediato: “Jehová es vengador y lleno de indignación” (1:2). El Señor es bueno y tierno
con los que confían en él (1:7). Éste no fue el caso de los arrogantes y orgullosos asirios.
El rey de Asiria se jactó de sus logros militares usando palabras como éstas que escribió

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el profeta Isaías: “Con el poder de mi mano lo he hecho, y con mi sabiduría, porque soy
inteligente” (10:13). Unos 70 años antes, uno de los generales asirios se había parado
ante los muros de Jerusalén y se había jactado, diciendo: “¿Acaso algunos de los dioses
de las naciones ha librado a su tierra de la mano del rey de Asiria?… ¿Qué dios de todos
los dioses de estas tierras ha librado a su tierra de mi mano?” (2 Reyes 18:33, 35).
Asiria era un enemigo declarado del Señor, y por eso va a tener que enfrentar al
Señor y su justicia. Eso va suceder cuando Dios lo determine. Sin embargo, cuando
llegue la justicia vengadora del Señor, la grande y poderosa Asiria no podrá escapar ni
evitarla. El pueblo de Judá debía entender que la caída de Asiria y la destrucción de
Nínive no sucederán sólo como parte del curso natural de los acontecimientos. El
imperio asirio, la superpotencia de su tiempo, no sólo envejecerá, se cansará y seguirá el
rumbo de todas las naciones. No, el Señor Dios de la historia, que controla el destino de
todas las naciones y de todas las personas, perseguirá a su adversario y lo hará caer
(1:8). El Señor rescatará a su pueblo de las garras de Asiria y le quitará de los hombros
el yugo de la esclavitud. El Señor como Rey y Dios justo y santo, llevará esto a cabo.

Propósito
Con la discusión del propósito del libro surge esta pregunta: ¿a quién se dirigen las
palabras de Nahúm? Con excepción de tres versículos del capítulo 1 (12, 13, 15), el libro
entero se dirige a Nínive o al rey de Asiria. Sin embargo, no es seguro que el Señor
deseara que los asirios oyeran el mensaje de Nahúm; cuando el Señor quiso que
escucharan lo que él decía acerca de ellos, envió a su profeta directamente a Nínive,
como lo hizo con el profeta Jonás (800–750 a.C.). Así que parecería que las palabras de
Nahúm se dirigían ante todo al pueblo de Judá. Entonces, el Señor le hablaba a Nínive
principalmente para beneficio de Judá. Debían “oír por casualidad” la condenación de
su adversario. A ellos se dirigían las buenas nuevas de la liberación y el mensaje de paz
(1:15). Aunque sólo eran testigos presenciales, que observaban mientras el Señor
declaraba su sentencia justa contra Nínive, los pocos versículos que los tomaban en
consideración les recordarían que la justicia de Dios estaba obrando a su favor y para su
bien.
Así que, Nahúm escribió su libro fundamentalmente como un mensaje de consuelo
y de esperanza. Naciones más poderosas que el pueblo escogido de Dios siempre
amenazaron su existencia; Asiria fue una de estas naciones, tal vez la más cruel y
poderosa de todas. El Señor le permitió—sí, hasta había traído—al rey de Asiria contra
Israel y Judá. Hacía casi cien años le había dicho algo similar a Acaz, rey de Judá, por
medio del profeta Isaías: “Jehová hará venir sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de
tu padre, días cuales nunca vinieron desde el día que Efraín se apartó de Judá, esto es,
hará venir al rey de Asiria” (7:17). El Señor incluso habló del ejército asirio como la “vara
y bastón de mi furor” (10:5).
El Señor no quería destruir a su pueblo con estas fuerzas paganas, sino disciplinarlo
por haberse apartado del buen camino. Y cuando la nación de Asiria ya haya cumplido

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los propósitos de Dios, seguirá el camino de todos los enemigos del Señor, que con
arrogancia se han opuesto a Dios. Asiria será destruida y pasará a las páginas de la
historia. Esta verdad hace que el libro de Nahúm sea un consuelo eterno para el pueblo
de Dios.
Muchos cristianos no comienzan el estudio de la palabra de Dios con el libro de
Nahúm. Y una vez que empiezan a examinar sus capítulos, hasta pueden estar tentados
a saltarse el resto del libro, porque creen que tiene muy poco que decirles. Es
precipitado formarse una opinión así del libro de Nahúm y de su mensaje, porque en su
libro Nahúm nos da un ejemplo específico y concreto de la manera en que Dios obra en
la historia, día a día, siglotras siglo, hasta el día y la época en que vivimos. Sí, él es el
Dios de la historia, controla el destino de todas las naciones. Incluso la más poderosa de
las naciones será llevada ante él para rendir cuentas.
Siempre ha habido los que creen que pueden resistirse a la voluntad del Señor y
destruir a su pueblo impunemente si lo desean. Desprecian la idea misma del Dios que
castiga a los que transgresen sus leyes. ¡Están muy equivocados! ¡Nada podría estar
más lejos de la verdad! Jesús dijo que ni las puertas del infierno prevalecerán contra su
iglesia.
Asiria y su capital Nínive, fueron antiguas víctimas de la justicia vengadora de Dios
que obra a favor de su pueblo. El gobierno comunista ateo de la Unión Soviética fue la
más reciente, y siempre habrá más en la historia del mundo. El mensaje de Nahúm
nunca carecerá de importancia; hoy nos ofrece tanto consuelo como a Judá en el
Antiguo Testamento.

Breve historia de Asiria


Con el objeto de entender todo el significado y la idea central de la profecía de
Nahúm es necesario darse cuenta del papel dominante que desempeñaban Nínive y
Asiria en los días del profeta. La historia de Asiria está estrechamente ligada al territorio
conocido como la medialuna fértil, que forma un semicírculo alrededor de la parte
norte del desierto de Arabia. Es una franja estrecha de tierra cultivable entre: el
desierto hacia el sur, las montañas al norte y al este, y el mar al oeste. Comienza al
norte del golfo Pérsico y corre hacia el noroeste por los valles del río Tigris y del
Éufrates (eso incluiría actualmente a los países de Irak y Kuwait). De ahí oscila del oeste
al extremo noreste del mar Mediterráneo y después dobla hacia el sur a lo largo de la
costa este del mar. La antigua tierra de Israel estaba ubicada al extremo sudoeste de la
media luna.
La patria de los asirios estaba ubicada en el noreste de la media luna,
aproximadamente a 1,120 kilómetros de Israel y de Judá. La parte superior del río Tigris
corría en medio de Asiria, mientras que las montañas la rodeaban por el norte y el este.
Con frecuencia los ejércitos asirios maniobraban en esas montañas y extendían la
autoridad de Asiria hasta lo que en la actualidad es el este de Turquía al norte, y el
oeste de Irán al este.

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Sin embargo, para estudiar el libro de Nahúm nos interesa más la expansión del
imperio al sudeste en Babilonia y al oeste al río Éufrates y más allá. En el tiempo en que
Nahúm escribió, el imperio asirio se encontraba en la cumbre de su expansión
geográfica. Abarcaba toda la media luna fértil y más allá. Incluía lo que ahora es: el
oeste de Irán, Iraq, Kuwait, el este de Turquía, Siria, Líbano, Israel, Jordania, el norte de
Arabia Saudita, y Egipto. ¡Era realmente una potencia vasta y formidable!
La historia del imperio asirio es una serie de expansiones junto con retiradas
esporádicas. La fuerza impulsora que estaba tras la expansión asiria era doble: la
seguridad interna (fronteras seguras) y el deseo del comercio internacional. El comercio
era la base de la prosperidad de la nación. Su ubicación favorable en la región norte del
río Tigris les daba a los asirios la oportunidad de pasar mercancías desde Babilonia, al
sudeste, hasta Asia Menor y la parte baja de Europa en el noroeste, y desde el este,
algunas veces el Lejano Oriente, a lugares del sudoeste como Egipto.
En los primeros escritos fuera de la Biblia, los asirios aparecen principalmente como
comerciantes. Cuando ya tuvieron suficiente poder para hacerlo, los gobernantes
asirios extendieron sus fronteras para poder proteger sus rutas comerciales y para
evitar que sus enemigos potenciales pusieran en peligro sus negocios o pudieran
obstaculizar sus transacciones comerciales. Cuando perdieron algo de su poder, se
retiraron a sus fronteras originales al este de la parte norte del río Tigris y a los
alrededores de las ciudades principales de Nínive y de Asur.
En los últimos siglos de su historia, las pasiones que estaban detrás del
expansionismo asirio cambiaron un poco. Entonces lo que impulsaba sus deseos de
seguir expandiéndose era la codicia de riquezas y de los recursos naturales necesarios
para poder sostener su lujoso estilo de vida. Cuando a eso se le añade una de sus
doctrinas religiosas que sostenía que Asur, su dios principal y dios de la guerra, estaba
destinado a gobernar las naciones, hay fuerzas poderosas que impulsan la política
exterior expansionista asiria. Los asirios creían que las otras naciones no debían tener
ninguna queja, y hasta debían estar agradecidas, cuando el imperio reclamaba lo que
estaba destinado a ellos, y cuando sus ejércitos invadían sus tierras y se apoderaban de
sus posesiones y de su vida. No es necesario decir que no fue así.
La historia asiria se puede dividir en tres períodos: el Imperio Antiguo, el Imperio
Medio, y el Imperio Nuevo.

Imperio Antiguo (1813–1208 a.C.)


A pesar de que Harán, donde vivió Abraham alrededor de 2100 años a.C., está a
menos de trescientos veinte kilómetros de Nínive, no se sabe nada de Asiria en ese
tiempo. Aunque importantes (Génesis 10:12), las ciudades de Asiria eran asentamientos
fortificados y centros de comercio a lo largo del río Tigris. Gran parte del poder del área
estaba en manos de los reyes del sur, en Babilonia y en el área circundante. Sin
embargo, el aumento del comercio cambió la situación.
Cuando Israel se encontraba exiliado en Egipto, Asiria tuvo su primer rey conocido. Y

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menos de cien años después de la caída de los muros de Jericó, un rey asirio cruzó el río
Éufrates para dirigirse hacia el oeste. Ya en ese tiempo los israelitas deben haber sabido
de esa gran potencia, porque aún antes de que entraran a la tierra prometida, cuando
todavía acampaban al este del río Jordán, el adivino pagano Balaam profetizó acerca de
la consiguiente grandeza y decadencia de la potencia asiria (Asur) en el territorio de
Israel (Números 24:21–24).

Imperio Medio (1115–1077 a.C.)


Durante la época de Sansón y de Samuel, que fueron jueces de Israel, Asiria estaba
pasando por un segundo período expansionista bajo su primer rey digno de mención,
un hombre llamado Tiglat-Pileser I. Se jactó de haber cruzado el río Éufrates 28 veces y
de haber alcanzado el mar Mediterráneo con su ejército. La Biblia no menciona a Asiria
durante ese período de la historia del Antiguo Testamento, pero el poder y la influencia
de Asiria se acercaban cada vez más, ahora a seiscientos cuarenta kilómetros de
distancia.

Imperio Nuevo (934–612 a.C.)


Alrededor del tiempo en que murió el rey Salomón y que la guerra civil dividió a la
nación de Israel en dos reinos (Israel, el reino del norte y Judá, el reino del sur), Asiria
comenzó su período de mayor poder y su expansión final. Una serie de reyes poderosos
permitió que los ejércitos asirios cruzaran el Éufrates una vez más. Esta vez no se les
podía negar el paso. Sólo les tomó cincuenta años para poder controlar el territorio
norte en la moderna Turquía y el sur en lo que es actualmente el Líbano. Los escritores
bíblicos no mencionan nada acerca de esa situación, aunque el escritor del Salmo 83 sí
dice que los enemigos de Israel estaban buscando aliarse con Asiria (versículo 8).
El primer contacto militar directo entre Asiria e Israel, puede haber ocurrido
alrededor del año 853 a.C. Los registros asirios nos dicen que el rey asirio, Salmanasar III
(858–824 a.C.), tuvo una batalla contra una coalición de doce reyes que se habían unido
para defender sus países contra él. Uno de los doce puede haber sido el rey Acab de
Israel. Como resultado, los asirios se retiraron y abandonaron el área por varios años.
Sólo doce años después, a Jehú, el hombre que derrocó la casa de Acab en Israel, en los
registros asirios (en el obelisco negro de Salmanasar) se le representa de rodillas, siendo
obligado a pagarle tributo al rey asirio (esta es la única representación visual conocida
de un rey israelita). Otra vez, los escritores bíblicos no nos dan esta información
específica.
El contacto más significativo y el más prolongado entre Asiria e Israel se produjo en
los 125 años finales de florecimiento de la historia de Asiria. En el año 743 a.C., un poco
más de cien años antes de que Nahúm entrara en acción, el rey más poderoso e
imperialista de todos los reyes asirios, Tiglat-pileser III (745–727 a.C.), dirigió sus
ejércitos contra Israel y Judá. Invadió el norte de Israel y se retiró sólo cuando

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Manahem, el rey de Israel, le pagó una enorme cantidad como tributo (2 Reyes 15:19,
20). En ese tiempo, Manahem encabezaba el partido pro-asirio de Israel, pero también
había un partido antiasirio, que era dirigido por un hombre llamado Peka. Después de
haber asesinado al hijo de Manahem, Peka obtuvo finalmente el control de todo Israel.
La nueva política exterior de Israel era formar una coalición con los arameos del norte
en un esfuerzo por detener la expansión Asiria, así como parece que Acab había tratado
de hacerlo unos cien años antes.
Mientras tanto, en el reino sur de Judá otro vasallo asirio, Acaz, ocupaba el trono.
Acaz estaba tan a favor de Asiria que Isaías trató de advertirle que debería actuar como
un verdadero hijo de David, que confiara en el Señor y no en las grandes potencias
extranjeras. Por razones políticas, a Peka también le preocupaba Acaz y la lealtad que le
profesaba a Asiria. Como resultado, trató de derrocar a Acaz del trono. Acaz acudió a
Tiglat-pileser, en contra del consejo de Isaías, para que lo ayudara contra Peka e Israel.
El rey asirio se la concedió, se sintió muy contento de poder intervenir. Invadió Galilea y
mandó a mucha de su gente al exilio, y la dispersó en varias partes del enorme imperio
asirio. Después separó de Israel a la región de Galilea y la convirtió en una provincia de
Asiria (2 Reyes 15:29). Esto hizo que el reino de Israel quedara reducido a un área
relativamente pequeña alrededor de su capital, Samaria.
Sin duda Tiglat-pileser también animó a un advenedizo de nombre Oseas a
rebelarse contra Peka y a usurpar el trono. De esa manera, Oseas se convirtió en el
último rey del reino del norte. Mientras tanto, en Judá Acaz continuaba con sus
inclinaciones proasirias, llegando hasta a reemplazar el altar de bronce del Señor en el
atrio del templo por un altar dedicado a un dios asirio, probablemente Asur (2 Reyes
16:15–18). Acaz pagó un precio muy alto por eso, el Señor permitió que tanto él como
Judá sufrieran muchas dificultades. Se convirtió en un estado vasallo de Asiria, es decir,
tuvo que pagarles a los asirios muchos impuestos a cambio de su protección. Acaz
mismo tuvo que ir a Damasco para rendirle homenaje y tributo a Tiglat-pileser.
Al involucrarse Asiria cada vez más en Israel, en Judá y en los países de los
alrededores, entró cada vez más en conflicto con Egipto en el sudoeste distante. Tal vez
porque estaba más cercano a Israel y a sus países vecinos que Asiria, Egipto logró que
estas naciones se rebelaran contra el gobierno de los asirios. Por alguna razón, tal vez
cuando murió Tiglat-Pileser, Oseas, rey de Israel, dejó de pagarle el tributo a Asiria e
hizo un trato con Egipto. Eso equivalía a rebelarse contra Asiria. En venganza por la
deserción de Israel, Salmanasar (727–722 a.C.), hijo de Tiglat-pileser y ahora rey de
Asiria, llegó y le puso sitio a Samaria, la capital de Israel (724 a.C.). Murió antes de
poder conquistar la ciudad, pero su sucesor, Sargón (722–705 a.C.), completó esa obra
en el año 722 a. C. Los asirios destruyeron la ciudad y deportaron a los sobrevivientes a
un exilio del que nunca regresaron. Eso le puso fin a la existencia política de las diez
tribus y a la de Israel, el reino del norte.
Ahora quedaba sólo el pequeño país de Judá para enfrentar el poder de Asiria. Unos
20 años después de la caída de Samaria, la muerte de Sargón originó una reacción en
cadena de rebeliones a través del imperio asirio. Ezequías, rey de Judá, animado por los
egipcios, encabezó la rebelión de los estados vecinos contra el señorío de Asiria.
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Ezequías esperaba restablecer a Judá como una nación independiente, de modo que se
negó a seguir pagándole los impuestos a Asiria. Esa fue la causa para que el nuevo rey
asirio, el hijo de Sargón, Senaquerib (705–681 a.C.), llegara a Judá. Después de vencer a
los aliados de Judá, hizo retroceder al faraón egipcio, que había hecho un intento débil
por ayudar a Judá. Ezequías no sólo le ofreció que le iba a pagar un fuerte tributo para
deshacerse de los asirios agresores, sino también quitó el oro de las puertas del templo.
Sin embargo, Senaquerib cambió de forma de pensar y exigió que se rindieran por
completo. Ezequías se negó. En el año 701, el ejército de Senaquerib rodeó Jerusalén.
Todo parecía perdido; nunca nadie había resistido por mucho tiempo la maquinaria
asiria de sitio, como un general asirio les recordó jactanciosa y blasfemamente a los
hombres de Jerusalén (2 Reyes 18:33–35).
No obstante, el Señor tenía otros planes. Por medio de Isaías, prometió que no iba a
permitir que los asirios entraran a la ciudad; en realidad, en la ciudad no caería ni
siquiera una flecha de los asirios (2 Reyes 19:32). Esa noche el ejército asirio sufrió
grandes pérdidas; el ángel del Señor pasó por el campamento y mató a 185,000
soldados. A la mañana siguiente, el terreno estaba cubierto de cadáveres. Se levantó el
sitio y Senaquerib regresó a casa. Los registros de Senaquerib dicen que su ejército salió
de Jerusalén después de que recibió tributos y encerró a Ezequías en sus muros como a
un pájaro enjaulado. Esos registros no dicen por qué no capturó Jerusalén. Era
demasiado vergonzoso para que el orgulloso rey asirio admitiera que había fracasado.
Este fracaso en el intento de destruir Jerusalén marca el final de los tratos directos
de Asiria con Judá. Como las otras naciones pequeñas del área, Judá continuó
pagándole tributo a Asiria. Pero los reyes de Asiria tenían la mirada puesta en algo más
grande que Judá, querían incluir a Egipto en su imperio. El rey asirio Esarhadón atacó a
Egipto por primera vez en el año 675 a.C. La conquista del país fue llevada a cabo
Asurbanipal en el año 663 a.C., con la destrucción de Tebas, la capital de Egipto, un
acontecimiento al que se refiere Nahúm (3:8–10). Sin embargo, Egipto estaba a 1,600
kilómetros de Asiria, era imposible controlar a Egipto desde esa distancia. Además,
Asiria empezaba a dar señales de estar fatigada por la batalla. Ya se acercaba el tiempo
que el Señor había establecido para el fin de la guerra. Por el año 651 a.C. Egipto se
había librado una vez más del dominio de los asirios.
En el año 627 a.C. la potencia asiria llegó rápidamente a su fin con la muerte de
Asurbanipal. Babilonia obtuvo su independencia en el año 626 a.C., y hasta se atrevió a
atacar el territorio asirio. Los medos, que vivían en lo que ahora es Irán, comenzaron a
presionarlos por el oeste. El resultado fue una serie de campañas contra la patria asiria
que culminó cuando los medos y los babilonios sitiaron y destruyeron Nínive en el año
612 a.C. Asiria pasó a la historia con todo su poder, su arrogancia, y su fuerza militar.

La ciudad de Nínive
La mayor parte del tiempo Nahúm no se dirige a toda la nación asiria, ni siquiera al
rey de Asiria; toda su atención se centra en la ciudad de Nínive, la capital de Asiria.

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Nínive estaba ubicada a la orilla este del río Tigris. Sus ruinas, al otro lado del río de la
moderna ciudad iraquí de Mosul, consisten principalmente de dos túmulos o tell (el
término arábigo para las acumulaciones de ruinas en capas). Al túmulo del norte se le
llama Kuyunjiq (“muchas ovejas”, nombre que indica que el lugar volvió casi totalmente
a su estado rural). Al túmulo del sur se le llama Nebi Yunud (“el profeta Jonás”, llamado
así por los cristianos asirios posteriores debido a la relación de Jonás con la ciudad). En
medio de las secciones del sitio está el río Khosr que fluye al oeste al Tigris. Nínive
recibió su nombre de la diosa principal del panteón asirio: conocida en Babilonia como
Istar.
En los días de Nahúm, Nínive ya era una ciudad antigua, que tenía alrededor de dos
mil años. La Biblia la menciona por primera vez en Génesis 10:11, 12. Allí Moisés afirma
que los descendientes del hijo de Noé, Cam, establecieron la ciudad originalmente. Los
registros antiguos de Babilonia también se refieren a la existencia de Nínive antes del
año 2000 a.C. El pueblo creció gradualmente, pasando de ser un centro de trueques y
puesto de avanzada, hasta llegar a ser una gran metrópolis. En su apogeo, la ciudad
misma tenía cerca de cinco kilómetros de largo y unos dos kilómetros y medio de
ancho. La extensión de la Nínive mayor, la ciudad y sus suburbios, era de alrededor de
48 kilómetros de largo y 16 kilómetros de ancho. En la ciudad vivían ciento veinte mil
personas; muchas más vivían en los pueblos circundantes. Junto con las ciudades de
Cala y de Asur, que quedaban más al sur al lado del Tigris, Nínive formaba el centro
urbano de Asiria. La mayor parte del resto de Asiria estaba formado por campos
agrícolas.
A través de toda la historia de Asiria, Nínive fue un centro político y religioso
importante. Antes de que Asiria obtuviera su independencia y su propio rey, los
gobernantes extranjeros habían construido templos, y unos seiscientos años antes del
tiempo de Nahúm un rey asirio había construido su palacio. También lo hicieron
muchos reyes que lo sucedieron, pero la mayor parte de este tiempo Nínive no fue la
capital Asiria.
La ciudad alcanzó el punto culminante de su gloria durante el reinado de
Senaquerib, el rey que había sitiado la Jerusalén de Ezequías en el año 701 a.C.
Senaquerib convirtió a Nínive en la capital de la Asiria imperial. Reconstruyó el muro
que rodeaba a la ciudad, a una altura de 30 metros en algunos lugares. Era tan ancho
que cabían cuatro carros de guerra andando lado a lado. En los casi trece kilómetros del
muro que se extendía alrededor de Nínive había quince puertas principales, cada una
vigilada por enormes estatuas de toros de piedra. Dentro de los muros de la ciudad, en
las riberas del río Khosr, Senaquerib construyó un enorme palacio. Alrededor del
palacio había 917 metros cuadrados de muros de piedra esculpida que representaban
sus muchas victorias en la batalla.
El mismo Senaquerib se encargó de que la ciudad fuera en verdad hermosa. Abrió
muchas calles nuevas y amplió las plazas de la ciudad. Tenía un enorme jardín botánico
cerca de su palacio y construyó varios parques en la ciudad. Senaquerib hasta construyó
un zoológico y lo llenó de animales exóticos de su reino y de otras partes.
Esta gran ciudad con su población de proporciones considerables necesitaba una
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gran cantidad de agua. La fuente de agua más lógica, el río Tigris, no era apropiada para
el consumo humano por la cantidad de cieno que llevaba; por eso el pueblo de Nínive
tenía que depender del pequeño río Khosr que fluía a través de la ciudad. Por desgracia,
la corriente natural de agua del Khosr estaba en su punto bajo cuando el agua se
necesitaba más en Nínive. En los veranos secos y calurosos de Asiria, la gente y los
animales necesitaban mucha agua. Todos los parques y jardines de Senaquerib también
se debían irrigar. Se tenía que hacer algo para que Nínive pudiera mantener tanto su
tamaño como su belleza.
Lo que Senaquerib hizo fue algo espectacular, creó una de las maravillas de la
ingeniería de su tiempo: una red fluvial para Nínive. Con el objeto de abastecer el Khosr
y aumentar la cantidad de agua disponible para la ciudad, Senaquerib construyó canales
de 48 kilómetros de largo que iban desde los riachuelos de lo alto de las montañas
hasta abajo al Khosr. En un lugar, para conseguir que el agua pasara a través de una
quebrada, construyó un acueducto de casi 270 metros de largo y 22 metros de ancho.
Contenía medio millón de toneladas de roca. Allí construyó una presa para contener el
agua del Khosr a cierta distancia por arriba de Nínive hacia el este. De esa manera el
agua que estaba en las presas se podía guardar para la estación seca, cuando hubiera
gran necesidad de ella.
Desde Sargón, el padre de Senaquerib, hasta el último rey fuerte Asurbanipal, los
reyes asirios coleccionaron obras literarias, especialmente de Babilonia, al sur. Los
escribas reunieron y volvieron a copiar los textos antiguos en tablillas de arcilla.
Después los guardaron en estantes en una inmensa biblioteca real. Los arqueólogos que
han trabajado en Nínive han calculado que más de 10,000 textos separados están
representados en las 16,000 tablillas de arcilla que se han recobrado de ese lugar. No
hay evidencia de que los mismos reyes asirios hayan sido alfabetizados, ni de que
pasaran tiempo leyendo detenidamente su gran colección, pero les hicieron un gran
favor a los historiadores de nuestro tiempo. Si no hubieran creído conveniente
coleccionar estas obras antiguas, las generaciones futuras no las hubieran conocido.
Los reyes de Asiria le prodigaron gran cantidad de dinero a Nínive, en particular
después de que se convirtió en la ciudad capital. Gran parte de ese dinero provenía del
tributo, o de los impuestos que obligaban a las naciones conquistadas (como Israel) y
los reinos vasallos (como Judá) a pagar anualmente. Además, era necesario un gran
número de esclavos para llevar a cabo las proezas ambiciosas de ingeniería como el
acueducto de Senaquerib. Esos esclavos también procedían de naciones como Israel,
que los ejércitos de Asiria habían conquistado y llevado al exilio. Así que fue una
descripción muy apropiada cuando Nahúm en su libro habló de la ciudad de Nínive
como “ciudad sanguinaria… llena de rapiña” (3:1).
Además, los ejércitos que Asiria había enviado en todas direcciones provenían de
otras naciones y no sólo de Asiria. Se esperaba que cada provincia asiria y cada nación
sometida proporcionaran cada año cierto número de soldados para ayudar a Asiria en
sus conquistas. Los soldados de las naciones conquistadas peleaban bajo la bandera
asiria para conquistar más naciones, todo para la gloria de Asiria y de sus reyes.
Cuando los pueblos de las naciones que estaban alrededor de Nínive veían la gran
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ciudad, se daban cuenta de que ahí estaban: las enormes riquezas, el dinero, y las
posesiones, que una vez les habían pertenecido. Veían los magníficos edificios que sus
parientes esclavizados habían construido, veían la gloria de la ciudad misma, gloria
obtenida con la sangre de sus caídos: hijos, padres, y hermanos. Asiria y Nínive eran
odiadas con razón por los que habían sido aplastados bajo sus pies de hierro y habían
sido obligados a contribuir fuertemente para su mayor gloria. Como lo profetizó
Nahúm, no se derramará ninguna lágrima cuando Nínive sea destruida: a menos que
esas lágrimas sean de alegría. Saludarán la caída de Nínive sólo rostros sonrientes y
manos que aplauden.

Política militar asiria


Cuando las personas están familiarizadas con la historia antigua y piensan en la
política militar de Asiria, casi de inmediato piensan en expresiones como
“excesivamente cruel” e “inhumana”. Existe una buena razón para eso, en las guerras
que llevaron a cabo los asirios cometieron una atrocidad tras otra. Era común que
mutilaran a los cautivos: sacándoles los dientes, cortándoles la nariz y las orejas,
arrancándoles los ojos, cortándoles los dedos de las manos y de los pies, o los brazos y
las piernas. A los líderes de las ciudades que se rebelaban contra Asiria los trataban de
una forma horripilante, muchas veces los ensartaban en estacas que se habían puesto
alrededor de los muros de las ciudades capturadas. O los despellejaban vivos (eso lo
hacían expertos que eran traídos especialmente para ese propósito, que podían
despellejar a una persona sin que quedara inconsciente, para que sintiera todo el dolor
de ser desollada). La piel de los líderes desollados la amontonaban a las puertas de la
ciudad o la colgaban de los muros para que la viera el pueblo horrorizado.
Los asirios se justificaban diciendo que tenían buenas razones para hacerlo; esas
crueldades tenían el propósito de dar una lección objetiva, o ejemplo, a los que se
resistían a la invasión asiria o se rebelaban contra el señorío asirio cuando el ejército no
estaba en el área. En realidad, sabemos de estas atrocidades porque los mismos asirios
esculpieron representaciones de ellas en los muros de piedra que bordeaban la larga
entrada al palacio del rey en Nínive. Cualquier embajador extranjero que visitara Nínive
tendría un recordatorio gráfico del poder asirio cuando viera esas escenas mientras iba
en camino para ver al rey. La reputación que Asiria había establecido al perpetrar estas
acciones sin duda hacía que la gente temblara y cediera fácilmente ante el poder asirio.
También hacía que la gente odiara más a los asirios.
La política exterior de los asirios consistía en llevar a mucha de la gente del pueblo
que habían conquistado recientemente a su propia tierra y establecerla en Asiria o en
alguna otra parte del imperio. Después regresaban y reemplazaban a las personas de la
tierra que acababan de desalojar con gente de otro territorio conquistado. Por eso,
cuando Asiria conquistó Israel, deportaron a muchos israelitas como prisioneros de
guerra y después los restablecieron en la parte oeste de Asiria y en Media al este
distante, lugares de los que esos cautivos nunca regresaron. Con el objeto de repoblar

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las ciudades israelitas abandonadas llevaron extranjeros a Israel. Con el tiempo, a esos
extranjeros se les conoció como los samaritanos. Durante el sitio de Jerusalén por
Senaquerib, el general asirio les anunció a los hombres de la ciudad que no los iban a
matar si se rendían pacíficamente, y que los llevarían al exilio. También les prometió
que la tierra a donde los iba a llevar era similar a la de su patria, una tierra donde
disfrutarían del buen vivir.
Los generales asirios que estaban a cargo de la política exterior empezaron a
razonar en que si las personas desplazadas vivían en tierra extraña tendrían menos
posibilidades de rebelarse contra sus gobernantes. Sin embargo, esa política intensificó
el gran resentimiento que sentían contra los asirios, ocasionando que la caída de Asiria
fuera de gran regocijo en todo el territorio de dominio asirio.

Bosquejo
El siguiente bosquejo ayudará a dividir el libro de Nahúm en las diferentes partes
que lo componen.
Tema: El Dios Salvador actúa en defensa de su pueblo
I. Título (1:1)
II. Salmo de la venganza y de la bondad del Señor (1:2–15)
A. La verdad divina: el Señor se venga de sus enemigos y libra
misericordiosamente a los que confían en él (1:2–7)
B. Se aplica la verdad: a Nínive se le destruirá y a Israel se le restaurará (1:8–15)
III. Profecía de la destrucción de Nínive (2:1–3:19)
A. Destrucción de la ciudad (2:1–13)
B. Causa de la caída de la ciudad (3:1–19)

PRIMERA PARTE
Título
Nahúm 1:1

1:1. Antes de comenzar su mensaje, el profeta Nahúm dice que lo que está a punto
de narrar es una “profecía” y un “libro de la visión”. La palabra hebrea que se traduce
como “profecía” en realidad significa “levantar” o “algo que debe ser levantado”, como
una carga pesada. Entonces el término se refiere a la voz del profeta que se levanta
contra Nínive, o a la carga pesada del juicio del Señor que Nahúm deposita en los
hombros de la ciudad. Cuando los profetas de Dios usan este término, indican
generalmente que viene un pronunciamiento de juicio o de condenación.

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Las palabras del profeta se dirigen contra Nínive, pero el anuncio que hace Nahúm
del juicio del Señor va mucho más allá de los muros de la ciudad. Nínive era la capital de
la Asiria imperial, su esplendor y su poder servían de ejemplo para la gloria y el orgullo
de toda Asiria, que era el superpoder de su tiempo. Por eso, cuando Nahúm se dirige a
Nínive se refiere a todo y a todos los que estuvieran asociados con el poder y la gloria
de Asiria.
Es extraño que a la profecía de Nahúm se la llame “visión”. Parece como que si
tuviera doble título, pero es posible que Nahúm haya pensado que el primer título,
“profecía”, no era totalmente adecuado y que no daba una descripción exacta a su
mensaje. El profeta quería que sus lectores supieran aún más acerca de sus palabras. La
palabra “visión” tiene un énfasis diferente que el término “profecía”. No habla tanto del
contenido del libro, sino de cómo el Señor le dio el mensaje a su profeta. Las visiones,
junto con los sueños, eran las maneras en que el Señor había prometido que les
revelaría su palabra a sus mensajeros escogidos (Números 12:6; Joel 2:28; Hechos 2:17).
Tanto Isaías (1:1) como Abdías (1:1), usan la palabra en el sentido que lo hace Nahúm,
como un término técnico para recibir un mensaje del Señor.
No sabemos si el ver del profeta fue un uso literal de su sentido de la vista o si
implicaba la comunicación directa de Dios con la mente del profeta, pero el significado
es claro: el mensaje es de Dios. Nahúm no expresa su propia opinión acerca de lo que le
debe o le puede suceder a Nínive; él es el portavoz del Señor; todo lo que hace es
transmitir las palabras que ha recibido directamente del Señor.
El mensaje de Nahúm fue totalmente inesperado; llegó como una sacudida
completa. Después de todo, Nínive todavía estaba en sus años de gloria, era imposible
creer que ese imperio tan poderoso, el único superpoder de su tiempo, pudiera caer.
¿Nínive va a caer y será destruida? No, eso no puede suceder, ¡por lo menos no en un
futuro próximo! Tal vez por esa razón Nahúm puso tanto énfasis en la verdad de que el
Señor todopoderoso del futuro y el Dios de las naciones, era quien revelaba estas
verdades a través de él. Por eso, aunque no sabemos con exactitud por qué Nahúm usó
el término, “visión”, sirve como un testimonio divino de la inspiración verbal del
mensaje de Nahúm y nos asegura que él habla la palabra de Dios.
Aunque otros profetas también han llamado “visiones” a sus mensajes, Nahúm es el
único que llama a su obra “libro de la visión”. Eso se puede referir sencillamente al
hecho de que escribió sus palabras para que se leyeran, más bien que entregarlas
verbalmente y después conservarlas por escrito. La palabra “libro” también se podría
entender como un pergamino. Así enfatizaría el hecho de que esta profecía era corta y
el escrito cabría en un rollo. Además, se podría entender en el sentido de la palabra
española volumen. Eso indicaría que Nahúm veía su mensaje como uno de tantos que el
Señor les había otorgado a sus profetas y que formaría parte de una obra mayor con un
título algo así como “Las profecías del Señor a su pueblo”.
En este título Nahúm da su nombre y dirección. Ninguna otra fuente bíblica ni fuera
de la Biblia nos dice nada sobre él. ¡Qué ironía! Dios usa a un hombre humilde y
desconocido de una aldea oscura para que le transmita su juicio al imperio más
poderoso de ese tiempo. Cualquiera que hubiera escuchado las palabras de Nahúm en
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la época en la que las dijo, es muy probable que hubiera supuesto que Asiria fácilmente
podría darse el lujo de pasar por alto su mensaje, de la misma manera como a un toro
no le molesta un zancudo. Sin embargo, las palabras de juicio que pronunció Nahúm
todavía permanecen después de 2600 años, y Asiria y su capital Nínive han
permanecido en el polvo por casi el mismo tiempo. El Señor puede usar el mensajero o
los medios más humildes para cumplir su voluntad, y a través de ellos puede llevar a
cabo cosas verdaderamente sorprendentes. Eso es verdad, ya sea que hablemos de un
profeta insignificante que les anuncia la condenación a los imperios más poderosos del
mundo, o que hablemos de la mujer más humilde, de una virgen, que dará luz al
Salvador del mundo.

SEGUNDA PARTE
Un salmo de la venganza y de la bondad del Señor
Nahúm 1:2–15

La verdad divina
El Señor se venga de sus enemigos (1:2–6)
1:2. Nahúm no aborda directamente el tema de la destrucción de Nínive, es un
profeta del Señor y quiere que el pueblo de Dios sepa por qué habla de esa forma. Por
supuesto, Nínive será destruida, pero la razón de esto está en quién es Dios y cómo
actúa en el mundo. Por eso el profeta explica primero cómo es el Señor. Comienza con
un himno que describe algunas características generales del Señor, características que
entrarán en juego cuando el Señor le empiece a ajustar las cuentas a la impía Nínive.
¿Quién es este Dios que se levanta para amenazar a la gran Nínive?, y ¿por qué ha
esperado tanto tiempo? Nahúm lo presenta como “Jehová”. La NVI escribe el nombre
SEÑOR con todas las letras en mayúscula para indicar que la palabra que usa Nahúm no
es la palabra hebrea normal para “señor” o “amo”. La palabra que se traduce como
“SEÑOR” es el nombre especial y propio que los israelitas usaban para su Dios. Algunas
Biblias usan los equivalentes para las letras hebreas Y(J), H, V(W), H y entonces escriben
la palabra como Yahveh o Jehová. Los judíos del tiempo después del exilio consideraban
que este nombre especial era demasiado sagrado para pronunciarlo; por eso, cada vez
que lo veían escrito decían “Adonaí”, que es la palabra hebrea normal para “amo” o
“señor”.
Varios siglos después del tiempo de Cristo, los eruditos judíos les añadieron vocales
a las Escrituras hebreas (hasta ese tiempo las palabras hebreas se habían escrito sólo en
consonantes). Cuando lo hicieron pusieron las vocales para Adonaí bajo las consonantes
JHVH, para mostrar cómo querían que se pronunciara la palabra. Si se pronuncian las
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cuatro consonantes hebreas para el nombre especial de Dios con las vocales para
Adonaí, entonces tendrá la combinación Jehovah. Entre nosotros éste se ha convertido
en un nombre popular para Dios, pero nunca lo usaron los israelitas antiguos ni los
judíos posteriores a ese tiempo.
La palabra JHVH proviene del verbo hebreo “ser” y significa simplemente “él es”. Los
israelitas conocían a Dios con este nombre: “ÉL ES”. Cuando Dios se reveló a Moisés en
la zarza que ardía, usó el nombre en la forma de la primera persona y se identificó como
“YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Cuando los israelitas usaban este nombre,
pensaban en el Dios que los había escogido y que había hecho un pacto para tratar con
ellos con su amor fiel.
El nombre “ÉL ES” le recordaba su amor soberano al pueblo de Dios. A diferencia de
nosotros, Dios es un ser de existencia y de actividad independientes. Nosotros existimos
y actuamos: porque Dios nos llamó a existir, porque nuestros padres nos transmitieron
el don de la vida, y porque las condiciones de esta tierra son buenas para mantener la
vida; sin todas estas condiciones no podríamos existir. Sin embargo, Dios no depende
de nadie ni de nada, sencillamente “él es” y hace lo que él quiere. Si escogió amar a
Israel y hacerlo suyo, es por la única razón de que “ÉL ES”, y es amor.
Ese nombre también le recordaba a Israel que en el pasado Dios cumplió fielmente
sus amenazas y sus promesas. En el Antiguo Testamento muchas veces oímos del Señor,
el Dios Salvador de Israel, que amenaza con castigar a los malvados y que promete
bendecir a los que se aferren a él con fe. Él es el guerrero divino que destruye a sus
enemigos y rescata a su pueblo. Con frecuencia terminaba sus amenazas y sus
promesas con la frase: “y sabrán que yo soy Jehová” (Ezequiel 25:11, por ejemplo).
Cuando los creyentes de Israel llamaban a Dios “Jehová”, expresaban su firme creencia
de que el Señor cumpliría las promesas que en su amor les había hecho y que este
mismo amor fiel lo llevaría a librarlos de los enemigos que los odiaban. Nahúm les
aseguró a sus lectores que Dios, por amor a ellos, estaba como el SEÑOR a punto de
actuar contra sus enemigos. Él es el Dios de misericordia gratuita y fiel, y no permitirá
que nadie atropelle su misericordia ni su gracia.
La descripción que hace Nahúm del Señor que estaba a punto de actuar no era
extraña para los israelitas ni tampoco es algo que nunca hubieran oído antes. Lo
describe de la misma manera que el Señor se había descrito a él mismo. Lea los
capítulos 20 y 34 de Éxodo, y encontrará que el Señor les habla de él mismo a Moisés y
a los hijos de Israel, en el monte Sinaí en los mismos términos que Nahúm usa aquí.
Nahúm dice que el Señor es Dios “celoso”. Cuando a los seres humanos se les
describe como celosos, la palabra con frecuencia tiene una connotación negativa: de
envidia, celos, y sospecha. No obstante, cuando al Señor se le llama Dios “celoso”, no
tiene la connotación mencionada, significa sencillamente que como: Creador, Redentor,
y Santificador, del hombre, tiene derecho: a la devoción exclusiva, a la obediencia, y al
servicio, de su pueblo. Significa que no tolerará rivales y que puede exigir y exige que
toda la humanidad desde el fondo de su corazón: lo tema, lo ame, y que confíe en él.
Éste es su derecho, y demostrará su ira si no aparece esa respuesta a él y a su amor.
En otros seis lugares del Antiguo Testamento a Dios se le describe como celoso
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(Éxodo 20:5; 34:14; Deuteronomio 4:23, 24; 5:9; 6:14, 15; Josué 24:19). Esos pasajes
incluyen advertencias a Israel acerca de abandonar al verdadero Dios y dar la gloria y la
alabanza a los dioses falsos de las naciones que los rodeaban, que con justicia le
pertenecen sólo a él. Si hacían esto, se enfrentarían al Dios furioso, porque el Señor es
Dios celoso.
Este versículo de Nahúm es único, en el sentido de que pone ante los ojos de una
nación pagana la advertencia de la justicia y de los celos consumidores del Señor. Con
sus palabras y acciones los asirios se habían negado a aceptar que Israel era propiedad
del Señor; por eso iban a enfrentarse a sus celos. Debido a que ya lo conocían es
probable que el Señor haya hecho aún más responsable al pueblo de Nínive. Hacía siglo
y medio Jonás les había predicado la verdad acerca de él en la misma ciudad de Nínive.
De todos modos, si ésta es la razón o no, el Señor quiere que su pueblo sepa que hasta
las naciones paganas deben reconocer su señorío. Si no lo hacen, y especialmente si
actúan a propósito contra él y contra su pueblo, tendrán que enfrentarse a su ira.
La “venganza” del Señor también desempeña un papel importante en la descripción
de Nahúm. Se menciona tres veces en este versículo. La venganza se centra en la
justicia castigadora del Señor; Dios retribuirá toda impiedad y opresión contra su
pueblo, sin importar cuán poderosas e incontenibles puedan ser esas fuerzas. ¡Qué
pensamiento aleccionador para que lo consideren tanto los creyentes como los no
creyentes!
Sin embargo, Nahúm no ha terminado de describirnos el cuadro de la venganza del
Señor. Debemos entender que “se enoja contra sus enemigos”. El enojo humano tiende
a enfriarse con el tiempo; la furia colectiva de toda una comunidad puede desatarse
sobre todo contra una persona que ha cometido un crimen atroz, pero después de un
tiempo la gente se olvida de la cólera que sentía y ésta desaparece, pierde el deseo de
castigar el mal. Pero con Dios no es así. La justicia santa de Dios produce un enojo que
no se olvidará ni desaparecerá hasta que se haga su justicia.
Esta verdad no se debe confundir con el pecado humano de guardar rencor. La ira
de Dios es perfectamente justa porque fluye de una justicia perfecta que reacciona ante
el pecado humano. A veces nuestro enojo puede reflejar el celo de Dios por la santidad
y, por lo tanto, se puede decir que es justo y justificado. Pero nuestro enojo también
está manchado con el pecado, muestra una falta de paciencia y una mala disposición
para perdonar. Por lo tanto, el apóstol Pablo cita un salmo y dice: “Airaos, pero no
pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Efesios 4:26). En vez de eso nos
anima: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda
malicia. Antes bien, sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos
a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo” (versículos 31, 32).
Hay algo más que se debe decir acerca de la venganza de Dios. Tomar venganza es
su derecho como Dios, y eso le pertenece solamente a él. A veces él le puede delegar
ese derecho a las autoridades humanas como el gobierno, pero de otro modo el pueblo
del Señor no debe vengarse. San Pablo escribe: “No os venguéis vosotros mismos,
amados, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo
pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
22
1:3. Puede parecer extraño encontrar las palabras “tardo para la ira” al principio de
este versículo. Nahúm ha estado describiendo la venganza poderosa e incontenible de
Dios. ¿Por qué incluir una frase que generalmente se emplea en conexión con la
compasión y el amor de Dios? Hay varias razones para explicar por qué es necesaria
esta calificación de la ira de Dios. En primer lugar, el hecho de que el Señor no se enoja
rápidamente, se puede malinterpretar como una señal de debilidad o como una falta de
compromiso de su parte. Nada podría estar más lejos de la verdad, la justicia divina no
se debilita ni es puesta de lado por demoras aparentes.
Ser “tardo para la ira” es una manifestación de la paciencia del Señor. Él dice por
medio del profeta Ezequiel: “No quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor;
convertíos, pues, y viviréis” (18:32). La misma paciencia que movió al Señor a enviar a
Jonás para que llamara al arrepentimiento a los de Nínive, ahora estaba aplazando la
ejecución de su juicio terrible. El que el Señor es “tardo para la ira” no significaba que
no tuviera el poder ni la voluntad de castigar a la Asiria altanera y hostil. Tarde o
temprano esa nación impenitente tendrá que enfrentarse a la ira de Dios. Como él nos
asegura el Señor no permitirá que continúen indefinidamente ese desafío y esa
hostilidad: “no tendrá por inocente al culpable”. Los asirios habrían sido borrados de la
faz de la tierra hacía mucho tiempo si no hubiera sido porque el Señor es “tardo para la
ira”.
Una segunda razón para la lentitud de la ira de Dios es su justicia. Si el Señor castiga
a alguna nación, o grupo, o persona, es porque ellos mismos lo provocaron. El Señor
nunca castiga demasiado rápido, antes de que los malvados merezcan ser castigados, ni
antes de que merezcan recibir la plena medida de la venganza de Dios. Eso fue verdad
en el caso de los cananeos, de quienes podríamos estar tentados a pensar que fueron
víctimas del amor de Dios por Israel. Dios le dijo a Abraham que sus descendientes
tendrían que esperar hasta la cuarta generación antes de poder poseer la tierra de
Canaán, porque “hasta entonces no habrá llegado a su colmo la maldad del amorreo”
(Génesis 15:16). Por eso, antes de que los hijos de Israel entraran realmente en la tierra
prometida, Dios les informó: “No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón entras a
poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones, Jehová tu Dios las
arroja de delante de ti” (Deuteronomio 9:5).
El Señor usó el mismo principio al tratar con las ciudades de Sodoma y Gomorra. Ya
en el tiempo de Abraham la impiedad de esas ciudades era proverbial. Sin embargo,
antes de que el Señor destruyera esas ciudades malvadas le dijo a Abraham: “Por
cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos
se ha agravado en extremo, descenderé ahora y veré si han consumado su obra según
el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré” (Génesis 18:20, 21). Las ciudades de
Sodoma y Gomorra y la tierra de Canaán no habían sido víctimas de un juicio
apresurado ni injusto del Señor, y los asirios tampoco lo serían. Cuando esas naciones
paganas merecieron el castigo de Dios, él actuó, y ni un momento antes. Dios es justo,
pero al mismo tiempo nunca pasará por alto la impiedad ni permitirá que los culpables
queden impunes.

23
Al terminar este versículo, la manera como el Señor trata con la gente que ha
creado, y en particular los que lo resisten, se asocia con los elementos poderosos: del
torbellino (o tornado), la tormenta, y las nubes. Las naciones paganas con las que los
israelitas llegaron a estar en contacto, inclusive los asirios, les atribuían estas fuerzas de
la naturaleza a sus dioses de la tormenta. Nahúm les asegura a sus lectores que esas
fuerzas son más bien una manifestación del poder del Señor. El Dios que es el Creador y
controlador de esas fuerzas, es seguramente el Ser al que hay que tener en cuenta; su
poder y su majestad se deben temer y respetar. Al pasar por alto ese poder, los asirios
se pusieron en grave peligro.
1:4–6. El Salmo 106, habla del Señor que reprende al mar Rojo al comienzo del
éxodo de Egipto. El mar se dividió para que los israelitas pudieran pasarlo en tierra seca.
El comienzo de estos versículos también se puede referir al éxodo, pero el alcance
desde luego no se limita a esto.
El Señor puede controlar o cambiar lo que ha creado; puede secar cualquier mar o
río, en donde sea, cuando él quiera. Las ubicaciones que menciona Nahúm en la tierra
de Israel y alrededor de ella, jardines como “el Basán y el Carmelo” y la flor del
“Líbano”, eran conocidos por su fertilidad y sus fuentes disponibles de agua. Sin
embargo, la vegetación abundante que esos lugares producían todavía dependía de la
voluntad del Señor. Él lo podría secar en un instante.
En el mundo no hay nada que parezca más permanente que las montañas, pero el
Señor puede hacer que se sacudan, las puede nivelar con la tierra y también hacerlas
desaparecer. Lo que Nahúm describe aquí es una violenta actividad sísmica. Cada vez
que un terremoto sacude los fundamentos de la tierra, la gente se siente inquieta e
impotente, se perturba grandemente su sensación de seguridad y de bienestar. En esos
terremotos impresionantes está el poder del Señor, y él es más poderoso que ellos. A
este Dios que siembra el terror en toda la naturaleza, ¿se le dificultaría destruir a Asiria?
Cuando se despierte su enojo y decida juzgar toda impiedad, ¿se le dificultaría destruir
el mundo? Jesús nos dice que estas mismas fuerzas nos deben recordar que todo este
mundo está bajo el juicio de Dios y que lo destruirá por el poder de su palabra al fin de
los tiempos (vea Mateo 24:4–35).
Ahora Nahúm comienza a hacer aplicaciones específicas. Lo que el Señor puede
hacer con los ríos y las montañas, también lo puede hacer seguramente con los
individuos y las naciones. “¿Quién puede resistir su ira?; ¿y quién quedará en pie ante el
ardor de su enojo?” En realidad las preguntas de Nahúm no necesitan ninguna
respuesta; son preguntas verdaderamente pertinentes cuando la furia se puede
describir en términos de una actividad volcánica, de fuego que rompe las rocas. Si el
juicio venidero del Señor es tan irresistible como la lava que avanza, ni siquiera el poder
de los ejércitos de Asiria le podrá hacer frente. Ningún imperio, desde entonces, sin
considerar el poder de sus armas ni el tamaño sus fuerzas, ha sido más exitoso de lo
que era Asiria cuando el Señor decidió ponerle fin a su existencia. Con una serie de
descripciones muy gráficas, Nahúm ha pintado un cuadro terrible de la justicia
vengadora del Señor y de su poder supremo. Nada puede permanecer contra el Dios

24
poderoso y vengador. Si Asiria y su capital Nínive son el blanco del Señor, entonces
Asiria está condenada.

El Señor libra misericordiosamente a quienes confían en él (1:7)


1:7. El enfoque y el tono del profeta cambian de repente. Nahúm había estado
poniendo el énfasis en el poder del Señor y en la manera en que lo demuestra en sus
actos de venganza y de ira contra sus enemigos. Ahora se vuelve a un pensamiento más
consolador al proclamar: “Jehová es bueno”, y “conoce a los que en él confían”. El
Señor tiene en su corazón el bien de su pueblo, y “en el día de la angustia” y de las
dificultades, el pueblo se dará cuenta de que él es su “fortaleza”.
En tiempos de gran peligro, cuando un ejército enemigo los invadía, los pobladores
de las aldeas de los países antiguos se dirigían a la ciudad amurallada. Dentro de esa
ciudad con frecuencia había una segunda área amurallada: la ciudadela o fortaleza.
Cuando la gente entraba a esa área se encontraba en medio de paredes dobles; era la
mejor protección que podían tener contra las fuerzas enemigas invasoras. Nahúm dice
que el Señor es este tipo de refugio o fortaleza, le ofrece a su pueblo la mejor
protección que jamás esperaría encontrar.
Éste es uno de muchos lugares de las Escrituras en los que se le asegura al creyente
que Dios es en verdad el castillo fuerte, que los que le pertenecen siempre pueden
contar con la bondad y la fidelidad del Señor. Nuestro Dios fiel siempre tendrá la
protección y la liberación de los creyentes como una de sus principales prioridades. Es
probable que los creyentes individuales, o el pueblo de Dios como un todo, se tengan
que enfrentar a fuerzas incluso más poderosas, hostiles, y terribles, que las de Asiria. La
evaluación simplemente racional de la situación podría llevar a la conclusión: de que
todo se ha perdido, de que el pueblo de Dios perecerá, de que los propósitos de Dios
fracasarán. Entonces la confianza en el Señor pone de lado a la razón. En esa situación
el corazón del creyente avanza y se pone frente a la mente y dice con confianza:
“Jehová es bueno, es fortaleza en el día de la angustia”.
Aunque Nahúm cambió el enfoque aquí en el versículo 7, no cambió de tema.
Todavía sigue describiendo al mismo Dios. Sin embargo, ahora mira la otra cara de la
moneda. Cuando el Señor lleve la destrucción sobre Nínive, al mismo tiempo y en la
misma acción, le dará la liberación a su pueblo que estaba en apuros. Con frecuencia los
actos de castigo y de venganza de Dios que caen sobre sus enemigos, significan la
salvación para sus creyentes. Por medio del profeta Isaías el Señor dice: “Porque el día
de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado” (63:4). El
Señor le dará la protección más segura a su pueblo quitando sencillamente la amenaza
del poder asirio. Por esa razón Nahúm pasa suavemente de hablar de la bondad
protectora del Señor (versículo 7) a profetizar la destrucción total de Nínive (versículo
8).

Se aplica la verdad: Nínive será destruida

25
y a Israel se le restaurará (1:8–15)
1:8. Por primera vez, Nahúm deja de describir la venganza y la bondad del Señor en
términos generales y habla sobre la captura y la destrucción de Nínive en términos
concretos y específicos. (La NVI dice: “destruirá a Nínive”.) La palabra Nínive no aparece
en el texto original. El texto hebreo dice simplemente: “Destruirá el lugar con una
inundación arrasadora”, vea la nota al pie de la página en la Nueva Versión
Internacional. En la frase no se encuentra antecedente para el pronombre “ella”, ni
tampoco ninguna palabra a la que se refiera, pero el contexto indica que se trata de
uno de los enemigos del Señor que encontrará su fin, y el enemigo al que se refiere en
el título es Nínive. Entonces es razonable la suposición que hace la Nueva Versión
Internacional de que aquí el pronombre se refiere a Nínive.
No hay duda de que la imagen de una “inundación impetuosa” tiene la finalidad de
describir algún tipo de fuerza destructora que le pondrá fin a Nínive. En el libro de
Isaías, el verbo que se relaciona con este sustantivo se usa para describir los ejércitos
hostiles de Asiria que entran en tropel a Canaán y amenazan aniquilar a Israel: “El Señor
hace subir sobre ellos aguas de ríos, impetuosas y copiosas, esto es, al rey de Asiria con
todo su poder; el cual desbordará todos sus ríos, e desbordará sobre todas sus riberas;
y pasando por Judá, inundará y seguirá creciendo, hasta llegar a la garganta” (8:7, 8).
Por lo tanto, es posible que esta expresión que usa Nahúm sea una forma figurada de
expresar que Asiria será aplastada por alguna fuerza militar invasora. Ahora Asiria sería
la tierra inundada y destruida por ejércitos hostiles invasores.
Sin embargo, en 2:6, 8 Nahúm hace ver el papel que desempeñará el agua en la
captura y la destrucción de Nínive. Por eso la mención que se hace de la inundación
aquí es probablemente más que lenguaje figurado. Es posible que sea una referencia a
uno de los agentes de la vida real que contribuirá a la caída de Nínive, una verdadera
inundación. No obstante, el mensaje de Nahúm es claro: podrá haber todo tipo de
fuerzas naturales y humanas que desempeñarán un papel en la destrucción de Nínive,
pero el Señor será el principal agente implicado. “[Él] consumirá a sus adversarios”, es
decir, a Nínive. Dios mismo dirigió y participó activamente en los acontecimientos que
transformaron esta magnífica ciudad en un montón de polvo y escombros.
“Las tinieblas” serían el destino de Nínive, como resultado de la venganza del Señor
que les perseguía. No hay nada agradable en toda esta descripción, tampoco en la
predicción de lo que le espera a la ciudad impía. Cuando el Señor envió a Jonás a Nínive
con la lámpara de su palabra y con un llamado al arrepentimiento, Nínive fue objeto de
la gracia de Dios, pero ahora iba a tener que enfrentarse al sombrío rostro de su ira. Es
verdad que la población de Nínive estaba disfrutando la cumbre de su brillante y
gloriosa civilización incluso en el momento en que Nahúm escribía; el pueblo de Nínive
era la envidia de todos los otros pueblos del mundo, ¡pero su futuro iba a cambiar
rápidamente! Pronto sólo podrían esperar las tinieblas de la tumba y la destrucción
eternas. Ellos y su envidiable estilo de vida yacerían en ruinas, y también su ciudad
maravillosa. Dios en verdad los persiguió hasta “las tinieblas”. Por unos 2,400 años,
Nínive quedó enterrada bajo enormes dunas, sin ser descubierta, inexplorada, y el lugar
26
mismo de su antigua y fabulosa existencia fue clasificado como “desconocido”.
1:9–10. El profeta se dirige a los enemigos de Dios, casi los desafía a oponerse al
gran Dios de Israel. “Conspiren contra Jehová”, dice Nahúm, “y pueden tener la
seguridad de que el Señor frustrará sus planes”. Eso sería verdad aunque al principio
pareciera que los planes tenían éxito.
Asiria había conspirado antes contra el Señor y contra la tierra de Judá. En una de
esas ocasiones Senaquerib, uno de los grandes reyes guerreros de Asiria, había invadido
Judá. Fue en el año 701 a.C., dos generaciones antes de que Nahúm escribiera. Los
ejércitos asirios entonces parecían incontenibles, marcharon a través de Judá y asolaron
muchas de sus ciudades y pueblos pequeños (2 Reyes 18, 19). Es posible que algunos de
los antiguos lectores de Nahúm hayan recordado ese acontecimiento tan terrible. Pero,
para ellos, lo más memorable de ese verano del año 701 a.C. no sería el poder de los
asirios, ni lo que ellos asolaron, ni la gran cantidad de tributo que le exigieron a
Ezequías, sino el fracaso de Senaquerib, que no pudo capturar Jerusalén.
El Señor cambió los planes de Senaquerib, destruyó a 185,000 soldados asirios en
una sola noche y envió a Senaquerib a casa lamiéndose las heridas. Sin duda, el rey
asirio lo percibió como un retraso temporal de sus planes; regresaría en otra campaña y
terminaría lo que había comenzado, pero nunca se le presentó la oportunidad. Otras
campañas y otros asuntos del imperio, lo mantuvieron ocupado por 20 años. Por
último, lo mataron en una revuelta palaciega unos 40 años antes de que Nahúm
comenzara su libro.
Así terminó el Señor con Senaquerib y su conspiración contra Dios y contra la tierra
de Judá. Después de Senaquerib ningún otro rey asirio se volvió a acercar a las murallas
de Jerusalén. La misma Nínive pronto yacerá en el polvo. Así terminarán todas las
oportunidades de conspirar contra el Señor. Podemos estar tranquilos y seguros de que
este destino les espera a todos los enemigos del Señor, sin importar cuán fuertes y
gloriosos puedan ser. El Señor acabará con ellos y con sus planes. Ahora Nahúm
prosigue a decirnos cómo lo hizo.
Sólo un ejército muy confundido se enredaría en la maleza llena de espinas para ser
el blanco fácil de sus adversarios. Sólo un ejército muy descuidado e indiferente dejaría
que sus soldados se emborracharan y así fueran incapaces de pelear en la batalla y de
defenderse. Sin embargo, el Señor arrastrará la orgullosa maquinaria militar asiria a
esas mismas profundidades, en donde se verán inútiles e indefensos. No sólo los
enemigos de Nínive desempeñarán un papel importante en su destrucción, sino
también sus propios ejércitos legendarios se destruirán entre ellos mismos, dejando
tanto la ciudad como sus habitantes en una posición en la que podrán ser destruidos
con facilidad, como destruye la yesca un montón de paja seca.
Note el contraste vívido que nos describe Nahúm. Los habitantes de Nínive son
como un material seco, sumamente inflamable. La chispa más pequeña los podría hacer
arder. Por otro lado, el Señor es como la lava que avanza con el ardor de su enojo (1:6).
Incluso la roca sólida, que no se quema, no puede obstaculizar su avance ni escapar de
la destrucción. Con este contraste entre la naturaleza y en el poder de los adversarios,

27
¿qué oportunidad tendría Nínive cuando se enfrentara a la ira ardiente del juicio de
Dios?
1:11. El hecho de que Nahúm prometiera, que los asirios nunca tendrían éxito
contra Judá, no hizo que los reyes que vivían en Nínive dejaran de conspirar contra el
Señor ni contra lo que era su voluntad para su pueblo. Una vez más, Nahúm le habla
directamente a Nínive usando el pronombre “ti” en este versículo. La perspectiva de los
traductores de la NVI los llevó a insertar “Nínive” para facilitar la comprensión.
Podemos estar de acuerdo con esta inserción, porque en realidad no hay duda de que
Nahúm se dirige a Nínive.
En este tiempo el rey de Nínive era Asurbanipal, el último gran rey de Asiria. Su gran
hazaña fue la conquista de Egipto, la única otra nación de ese tiempo que se podría
haber considerado un rival digno de su poder. Durante esa campaña constantemente
los ejércitos asirios pasaban por Judá de camino a Egipto. Los registros asirios afirman
que el rey de Judá pertenecía al grupo de vasallos que fue obligado a apoyar la guerra
contra los egipcios con dinero y soldados. Tal vez alguna resistencia que Judá haya
puesto para ayudar con los fondos o para participar en este esfuerzo militar, fue la
causa para que los asirios llegaran a Jerusalén y se llevaran cautivo a Asiria por un
tiempo a Manasés, rey de Judá, (2 Crónicas 33:10–13).
1:12–13. Hasta este punto, Nahúm nos ha estado describiendo la ira y la bondad del
Señor en sus propias palabras inspiradas por el Espíritu Santo. Ahora cita directamente
al Señor. Una vez más, la persona a la que se dirige tiene que deducirse por medio del
contexto. Así como antes, los traductores de la NVI han añadido el nombre Nínive, esta
vez añaden “Judá” (“Y a ti, Judá, aunque te he afligido”), para ayudar a entender este
versículo. De nuevo, estamos de acuerdo con esta añadidura. Cuando el Señor dice: “no
te afligiré ya más”, debe estar hablando a Judá. El mensaje para Nínive fue por
completo lo opuesto.
El Señor reconoce que, hablando en términos humanos, Asiria y sus ejércitos no
eran una fuerza pequeña. Eran una potencia formidable para competir con ella, en
realidad era al parecer invencible. Por eso tenían muchos aliados; las naciones más
débiles se apresuran a ganarse el beneplácito de una nación más fuerte y con
frecuencia están dispuestas a ayudarla a conseguir sus objetivos. De esa manera
esperan evitar la ira y el desagrado de esa nación, y tal vez hasta compartir el tributo
que le arrebaten a las naciones conquistadas, y también compartir la gloria militar. Los
países que llegaban a estar en contacto con Nínive no eran ninguna excepción a esta
regla. Hasta antes de que Asiria alcanzara su máximo poder, el escritor del Salmo 83
dijo que los enemigos de Israel habían buscado la ayuda de Asiria como aliado contra
Israel: “a una se confabulan de corazón, contra ti han hecho alianza las tiendas de los
edomitas y de los ismaelitas, Moab y los agarenos; Gebal, Amón y Amalec, los filisteos y
los habitantes de Tiro. También el asirio se ha juntado con ellos; sirven de brazo a los
hijos de Lot” (versículos 5–7). En realidad Judá mismo se había comprometido
anteriormente en esta práctica. Cuando el rey Acaz estaba preocupado ante la

28
posibilidad de que Israel y Damasco atacaran su reino, pasó por alto el consejo del
profeta Isaías y buscó la ayuda del rey de Asiria (Isaías 7).
Los registros asirios muestran que muchas de las unidades del ejército, que los
asirios usaron en sus campañas, las conformaban soldados que no eran asirios, sino que
provenían de las naciones vasallas de Asiria. Esas naciones habían firmado tratados que
en la mayoría de los casos las obligaban a proporcionar soldados para las campañas
militares de Asiria. Otras naciones fueron en busca del favor de Asiria y se ofrecieron
voluntariamente a unirse a sus campañas. Esos pueblos se sentían contentos sólo con
estar al lado de Asiria. Después de todo, ¡estaban al lado de un ganador comprobado!
En contraste, Judá estaba en una condición lamentable. Es verdad que la nación
todavía no se había convertido en provincia asiria, como había sucedido con Israel y su
capital, Samaria. Todavía tenía su propio rey, y el pueblo aún vivía en su propia tierra,
pero su situación era realmente humillante. Sólo las inmediaciones de Jerusalén
quedaban del territorio de Judá, el resto había sido devastado por invasiones
anteriores. Los reyes de Judá tenían que reconocer su lealtad para con Asiria y pagar un
tributo pesado cada año o enfrentarse a las consecuencias, algo que Judá no estaba en
condiciones de hacer. Por cualquier acto de desobediencia de Judá, el rey asirio enviaría
a sus oficiales a Jerusalén para tomar rehenes. En Judá nadie tenía suficiente poder
para mejorar la situación. El Señor retrata la situación de Judá bajo el yugo de Asiria
como la de prisioneros y esclavos de Asiria atados con grilletes y cadenas.
El Señor le recuerda a Judá que esta calamidad asiria en la tierra no era accidental ni
se debía al poder incontenible de Asiria. Él la había enviado; Asiria había humillado y
“afligido” a Israel y a Judá porque el Señor así lo había dispuesto. La tiranía que Asiria
imponía era el castigo a Judá por la desobediencia y la ingratitud que habían mostrado
para con Dios. Ya por medio de Isaías, el Señor había llamado a Asiria “vara y bastón de
mi furor, en su mano he puesto mi ira… la mandaré contra una nación pérfida” (10:5, 6).
Por supuesto, esa era una advertencia severa para el pueblo infiel e impenitente de
Judá, que persistía en sus caminos malvados, pero también había aquí un mensaje de
consuelo. Si el Señor había dispuesto enviar a Asiria, también podría retirar su presencia
después de que sirviera a su propósito. Éste es el mensaje tranquilizador del Señor en
estos versículos.
1:14. Una vez más Nahúm cambia repentinamente el destinatario de sus palabras, y
la NVI añade el nombre “Nínive” (“Pero acerca de ti, Nínive”) para aclarar el significado.
Nahúm dice que el pronunciamiento de condenación sobre Nínive no lo hace por
autoridad propia. “Pero acerca de ti [Nínive] manda Jehová”, y éstas son las palabras
mismas del Señor.
En el versículo anterior el Señor anunció la libertad de su pueblo. La obtención de
esa libertad significa que Nínive va a perder el poder y el control sobre ellos, significa
que Nínive será vencida y destruida. Anteriormente en su historia el imperio asirio
había pasado por una serie de reveses, pero siempre se había logrado recuperar y había
llegado a ser más fuerte que antes. Sin embargo, Nahúm predice que esta vez no va a
ser así; esta vez las ruinas de Nínive no serán reconstruidas. En esta ocasión no habrá

29
suficientes descendientes ni siquiera para conservar su nombre.
Por las numerosas inscripciones que se han descubierto de esa época de la historia,
sabemos que la gente ponía la custodia de sus recuerdos y su fama en manos de sus
dioses. Los asirios antiguos tenían enorme deseo de que el nombre de su familia y el
registro de sus conquistas y logros perduraran en la historia. Intentaban conservarlos
inscribiéndolos: en los edificios, templos, estatuas, y monumentos que construían. Mas
ahora no habrá rey, ni lugar en que el pueblo guardara el recuerdo de su gloria. Sus
dioses y sus templos serán totalmente arrasados.
Los reyes y los generales asirios, disfrutaron destruyendo las ciudades y los templos
de los dioses de las naciones que habían conquistado. Ahora sus propios dioses
poderosos sufrirán la misma derrota humillante. El templo de Aserá en Nínive tenía casi
1,500 años de antigüedad; a la ciudad le habían puesto su nombre y se consideraba que
estaba bajo su protección. Asurbanipal hizo que inscribieran allí esta invocación en una
losa: “En todo tiempo, oh Aserá, mira [el templo] con favor”. Ahora quedará
demostrado que Aserá fue un producto de la imaginación de los hombres,
representado por imágenes sin valor hechas de madera y de metal. ¡Qué desgracia para
la altiva Nínive y para sus orgullosos gobernantes!
1:15. Ahora Nahúm describe el cuadro de un mensajero militar que viene corriendo
del frente de batalla para comunicarles las buenas nuevas al rey de Judá y a su pueblo.
Se ha ganado la batalla y Judá finalmente es libre. ¡Qué hermosa escena le deben haber
descrito estas palabras al pueblo de Judá! Allí en la montaña más alta de Judá está el
mensajero que grita a pleno pulmón: “¡No teman! ¡Nínive está destruida! ¡El pueblo de
Dios está seguro!”
La imagen de un mensajero que anuncia la liberación que proviene de Dios desde la
cima de una montaña no es una idea original de Nahúm; ochenta años antes Isaías
había dicho: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres
nuevas, del que anuncia la paz, del que trae buenas nuevas; del que publica salvación,
del que dice a Sión: Tu Dios reina!” (52:7). Aunque el mensaje de Isaías había sido
escrito ochenta años antes de que Nahúm iniciara su trabajo, dicho mensaje se dirigía al
pueblo de Judá que iba a vivir hasta una generación después del tiempo de Nahúm.
Esas personas pasarán su vida en el exilio en Babilonia. Las palabras de Isaías tenían la
intención de asegurarles que recibirán la liberación que les dará el Señor cuando las
saque del cautiverio y las lleve de regreso a su patria.
No obstante, las palabras de Isaías expresan más que un rescate terrenal; Isaías le
llevó gran consuelo a su audiencia cuando anunció que un día el Señor proclamará la
liberación mucho mayor del pecado y de la muerte, por medio de su Mesías escogido.
En el libro de Romanos, San Pablo citó las palabras de Isaías para este fin y las aplicó a la
actividad de los predicadores del evangelio.
“La Escritura dice: … Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será
salvo.”
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo

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creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien
les predique? ¿Y cómo predicarán si no han sido enviados? Como está
escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian las buenas
nuevas!” (10:11, 13–15).
¡Qué apropiado es que Nahúm también le hubiera encontrado aplicación esta
imagen! Dondequiera que los mensajeros lleguen al pueblo de Dios anunciando que los
ha liberado, siempre es un momento de gran belleza y paz.
Aunque Asiria todavía no había sido conquistada, Nahúm habla de su caída como un
hecho ya consumado. Ya en ese momento le asegura al pueblo de Judá que sus
sufrimientos han terminado, que están libres del yugo del tirano. Los llama a celebrar
sus fiestas y a cumplir las promesas que habían hecho en el nombre del Señor. Este
llamado es primero que nada a la libertad. Bajo el “yugo” asirio (1:13), con frecuencia
Judá no había tenido la libertad de adorar al Señor como él se lo había indicado. A veces
los asirios hasta exigían que el pueblo de Judá adorara a sus dioses. Por ejemplo, el rey
Acaz llegó hasta a reemplazar el gran altar de bronce en el que se le ofrecían sacrificios
de paz al Señor en el atrio del templo, por un altar dedicado a un dios asirio, que era
probablemente Asur (2 Reyes 16:10–18).
Una de las maneras principales en que proclamamos el don de la libertad y damos
gracias por él aquí en nuestro país es adorando, no según algún decreto publicado por
el gobierno, sino como el Señor nuestro Dios nos ha indicado que lo hagamos. Cuando
Judá regrese al culto que Dios le había mandado y a su devoción, también proclamará:
“Somos libres de la esclavitud de los hombres”.
El llamado que hace Nahúm a la celebración tiene otro aspecto. Como en el caso de
las principales fiestas cristianas: la Navidad, la Pascua de Resurrección, y el Pentecostés,
las fiestas de Israel celebraban las bendiciones que el Señor le había dado a su pueblo,
muchas veces en la forma de liberación. La Pascua que se celebraba al principio de la
primavera en la época de la cosecha de cebada, conmemoraba que el Señor había
sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. La fiesta de las semanas o Pentecostés,
que se celebraba al final de la primavera en la época de la cosecha del trigo recordaba
que en la tierra prometida Israel había sido bendecido abundantemente con cosechas y
otras formas del pan de cada día. Después también recordaba a Israel la ley que el
Señor le había dado a la nación en el monte Sinaí por medio de Moisés. La tercera
celebración principal, la fiesta de los tabernáculos, se celebraba al principio del otoño
en la época de la cosecha de uvas. Esa fiesta les daba a los israelitas la oportunidad de
recordar la protección que el Señor les había brindado cuando vivían en tiendas o
tabernáculos en el desierto antes de que los llevara fielmente a la tierra de Canaán en
el tiempo de Josué. Cada una de estas fiestas tenía un aspecto de gratitud por la
maduración y la recolección de alguna cosecha de la estación que se asociaba con ella.
Sin embargo, era aún más importante que el Señor le hubiera unido el significado de
liberación y de bendición espiritual a esas fiestas. Y ahora, una vez más, la observancia
de estas fiestas por parte de los lectores originales de Nahúm les iba a recordar de una
manera vívida que su fiel Dios había cumplido su palabra. Los había liberado

31
precisamente como lo había prometido.

TERCERA PARTE
Profecía de la destrucción de Nínive
Nahúm 2:1–3:19

La destrucción de la ciudad (2:1–13)


2:1–2. Hasta ahora Nahúm ha estado pintando la venganza del Señor contra Nínive
con trazos claros y generales en su mayor parte. Ahora nos cuenta con más detalle el
ataque a la capital asiria, su derrota, y destrucción.
Cuando Nahúm escribía, Asurbanipal, el rey asirio, todavía estaba seguro en su
trono de Nínive, pero la profecía de Nahúm mira hacia el futuro, ve que los ejércitos
enemigos causarán la destrucción de Nínive y los pinta avanzando ya por los suburbios
de Nínive y preparándose para atacar a la ciudad misma. Es como si Nahúm se hubiera
transportado unos 25 o 30 años hacia el futuro, al año 612 a.C. Desde ese punto de
vista profético, describe lo que ve: el ejército de los medos y de los babilonios que se
irrumpen en el área metropolitana de Nínive.
¡Cuán sorprendidos, tal vez hasta incrédulos, habrían estado los del pueblo en el
tiempo de Nahúm, cuando leyeron lo que Nahúm tenía que decirles respecto de este
increíble giro que iban a tomar los acontecimientos! Qué pensamientos deben haber
pasado por su mente: “¿Cómo es posible que esta ciudad tan poderosa caiga de esa
manera?, ¿Cómo pueden estas palabras convertirse en realidad?”. Deben haber estado
mucho más sorprendidos varias décadas después cuando todo sucedió tal y como el
Señor se lo había revelado a Nahúm.
“¡Prepárense para la guerra! ¡El enemigo se acerca! ¡Ya pueden ver a lo lejos el
polvo que se levanta cuando pasan por el camino!” Así le grita Nahúm en su profecía a
la ciudad condenada, dando la voz de alarma, llamándolos a defenderse y a proteger lo
mejor que puedan los caminos que conducen a la ciudad. Habrá miles de personas que
vivan en las aldeas, en los campos, y a lo largo de tantos caminos que conducen a
Nínive, tal vez hasta cientos de miles. Algunos de ellos eran los agricultores que
cultivaban en el área; otros trabajaban en la ciudad pero vivían en los alrededores. Aún
otros eran comerciantes que vendían: alimentos, agua, y mercancías, al gran número de
viajeros que iban a Nínive todos los días. Sus negocios, puestos, carros, y tiendas,
estaban a lo largo del camino y ocupaban las intersecciones, pareciéndose mucho a
nuestros: centros comerciales, supermercados, tiendas individuales, y ferias de
productos agrícolas, que llenan los suburbios de nuestras grandes ciudades de hoy.
Todas estas personas vivían fuera de los grandes muros centrales de la ciudad. Ellos
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habrían estado entre los primeros en oír y reaccionar ante las noticias del avance de los
ejércitos enemigos hacia ellos. Algunos dejarían: su hogar, campos, lugares de negocio,
y buscarían refugio tras los gruesos muros de la ciudad misma; otros huirían al campo. Y
aún otros se quedarían en el lugar donde estaban, con la esperanza de que las fuerzas
asirias que los habían protegido en el pasado lo hicieran ahora también.
Sin embargo, deben haber tenido algunas dudas. Las campañas militares habían
sido frecuentes en la historia de Asiria; los ejércitos del imperio siempre habían peleado
contra un enemigo u otro. Sin embargo, hasta ahora todas esas batallas siempre habían
ocurrido lejos, muy lejos en los países de otros pueblos y Asiria siempre había ganado.
En la historia reciente ningún ejército enemigo ni siquiera se había atrevido a entrar a
Asiria. En realidad, una invasión de este tipo sencillamente nunca sucedería durante su
vida, o así lo habían creído ellos.
No obstante, ahora era diferente. Dos años antes, en el año 614 a.C., el enemigo
había capturado y saqueado las ciudades asirias que estaban a lo largo del río Tigris,
ciudades como Asur, la antigua capital y centro religioso del imperio, y esas mismas
fuerzas enemigas estaban cercando a Nínive. ¿Se les podría detener? Sin duda el
gobierno lo iba a intentar. A cada soldado que estuviera en Nínive o en sus alrededores
se le obligaría a entrar en acción. Traerían tropas desde los lugares más distantes del
imperio. Se haría hasta el intento más valiente que fuera posible para defender la
ciudad. Pero el hecho de que los ejércitos del imperio no hubieran podido evitar que
sus enemigos se acercaran a la Nínive metropolitana debe haber llenado de temor y de
terror a las personas.
La llamada que hace Nahúm al futuro permite imaginar que los soldados asirios
deben haberse llenado de dudas y de temores cuando se les llamó a defender los
caminos que conducían a la ciudad. Los reclutas más jóvenes recordarían las historias
de las grandes victorias asirias que los veteranos les contaban para entretenerlos e
inspirarlos. En esos días nada había detenido al ejército asirio. Aun si estos veteranos
habían exagerado un poco al relatar sus historias de guerra, los relatos no estaban lejos
de la verdad. La victoria siempre era un resultado inevitable cuando iban a la batalla.
Toda campaña significaba gloria y riquezas para Nínive.
Sin embargo, últimamente las cosas no habían salido bien; en los últimos tres o
cuatro años habían visto que se reducía el territorio de Asiria. Las victorias habían sido
pocas y a grandes intervalos. Los hombres que hace pocos años habían sido vasallos de
Asiria, como el rey de los medos, y Nabopolasar, el rey de los babilonios, ahora se
habían vuelto lo suficientemente audaces para amenazar la existencia misma de sus
caciques asirios. Así los soldados, ansiosos y con un presentimiento, tomaron sus
puestos para defender los caminos que llevaban a Nínive. La situación no parecía nada
buena. Nunca antes habían pasado por circunstancias tan desesperadas.
Con cuánta frecuencia deben haber resonado las palabras de Nahúm en las colinas y
en los valles de los países, que los asirios conquistaron: “Monta guardia en la fortaleza,
vigila el camino, cíñete la cintura, reúne todas tus fuerzas”. En vano los reyes de otras
tierras cerraron las puertas de sus ciudades y fortificaron sus muros contra el ejército
del rey que se sentaba en el trono de Nínive; todo fue inútil. Ahora cambiará la suerte,
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ahora será Nínive la que inspeccionará apresuradamente a sus soldados, cerrará con
pánico las puertas de su ciudad, y será inútil que trate de defenderse. Con respecto a
éstos y otros detalles que rodearon la caída de Nínive, Dios permitió que Nahúm viera
el futuro con claridad y exactitud. El Señor quería que su pueblo supiera exactamente lo
que iba a hacer.
Una vez más, por última vez en su profecía, Nahúm relacionó la destrucción de
Nínive con la salvación y la restauración del pueblo de Dios. Asiria merecía la venganza
de Dios y era importante que el pueblo viera eso claramente. Sin embargo, era todavía
más importante que enfocaran su atención en la liberación que el Señor les iba a dar. Él
había llevado a los ejércitos asirios, como instrumentos de la vara de su ira, contra Israel
y Judá para castigar a su pueblo infiel, y como consecuencia la destrucción fue muy
grave. Asiria recibió como tributo enormes cantidades de dinero. Los rehenes israelitas
fueron deportados a lugares lejanos y no verían nunca más su hogar ni su familia.
Además las fuerzas asirias asolaron la tierra de manera sistemática. Los viñedos, los
árboles frutales, los olivos, todo lo que habían abonado y cultivado durante tantos
años, a todos les habían arrancado su fruto y los habían cortado. Los asirios también
destruyeron otras cosechas. No sólo saquearon las riquezas de Judá, también dejaron a
sus pobladores en una situación desesperada, con frecuencia al borde del hambre.
Ahora iba a terminar todo eso. El Señor estaba a punto de restaurar a su pueblo.
2:3–4. Aquí Nahúm escribe en un estilo muy vívido, usando oraciones cortas,
directas, para captar las escenas y los sonidos de los desesperados y vanos esfuerzos de
Nínive por sobrevivir. El cuadro que nos describe está lleno de actividad frenética. Sin
embargo, surge la pregunta: ¿la actividad de quién? ¿Acaso describe Nahúm la furia del
ataque de los medos y de los babilonios contra Nínive y sus alrededores? ¿O intenta
describir los frenéticos preparativos que hacían los asirios cuando luchan para ponerse
en posición para pelear por Nínive? ¿O podría ser que Nahúm describe lo que se hacía
en ambos lados: tal vez describa el ejército de los medos y babilonios que se acercan
(versículo 3) y después describa a los asirios cuando corren para tomar su posición
defensiva (versículo 4)? El autor de este comentario ve toda la actividad que describe
Nahúm como si los medos y los babilonios se apresuraran desde las afueras hacia los
muros de la ciudad, comenzaran su ataque y después tomaran la ciudad.
De tantas cosas que ocurren mientras los medos y babilonios se acercan a las
afueras de Nínive, Nahúm se centra en un color, el rojo. El profeta Ezequiel nos informa
que el rojo era el color que usaban predominantemente los soldados caldeos
(babilonios). “Y [Judá] aumentó sus fornicaciones; pues cuando vio a hombres pintados
en la pared, imágenes de caldeos pintadas de color, ceñidos por la cintura por
talabartes, y llevando turbantes de colores en la cabeza, todos ellos con apariencia de
capitanes, a la manera de los hombres de Babilonia” (Ezequiel 23:14, 15). También
tenían la costumbre de pintar sus escudos de rojo. Jenofonte, un historiador militar
griego de una época posterior, informa que también los medos acostumbraban a llevar
rojo en la batalla. Además de la ropa roja de batalla, cuando el sol brillaba en las partes
de metal de los carros de ese enorme ejército agresor, producía un reflejo rojo. Las

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lanzas hechas de madera de ciprés, que la infantería agresora movía de aquí para allá,
parecían un bosque de pinos sobre las masas rojas que se movían hacia la ciudad. Así
Nahúm ve un mar rojo, sangre, que fluía irresistiblemente hacia Nínive. ¡Qué impresión
tan imponente debe haber dejado en el corazón y en la mente de los defensores de la
ciudad, llenando de terror el corazón de los asirios, soldados y ciudadanos por igual.
Otra cosa que le llama la atención a Nahúm en la visión que el Señor le da es la
velocidad con que se acerca el ejército enemigo. Ve carros que pasan disparados por los
caminos que van y vienen de Nínive. Estos carros servían como la vanguardia del
ejército agresor: apresurándose de acá para allá entre las líneas defensivas de los asirios
y sus propias tropas, informando dónde estaban los focos de resistencia, o los puestos
militares de avanzada, o dónde estaban preparando los asirios sus líneas de ataque. Los
carros también constituían la primera ola de ataque por las calles e intersecciones de
los pueblos y los suburbios que había fuera de los muros de la ciudad. Nahúm ve que se
mueven con tanta velocidad que parecen destellos de relámpagos. Así como una
fotografía de automóviles que pasan de noche por una carretera hace que los faros
parezcan rayos, también el movimiento rápido de los carros parecía como luces
borrosas moviéndose.
El sentido que Nahúm quiere que tengamos de esta descripción, desde luego, es la
rapidez con que los medos y los babilonios se van a aproximar a Nínive. Cualquier
resistencia a ese ataque repentino será vencida rápidamente, apenas demorando su
llegada a los muros de la ciudad. Desaparecerá el poder del ejército asirio que había
aterrorizado a las naciones por tanto tiempo; ese ejército no sólo no llegará a las
afueras de la ciudad ni a los campos para sacar al intruso, sino que ni siquiera podrá
conservar su propia tierra. Los soldados asirios correrán aterrados hacia los muros de la
ciudad con la esperanza de sentirse seguros allí.
2:5–6. Una vez más, no se identifican específicamente las tropas que Nahúm
menciona, pero desde luego tiene buen sentido comprender que habla del ejército que
ataca a Nínive. El rey de los medos escogerá “a sus valientes”, lo mejor de sus
divisiones, para llevar a cabo su ataque. Su homólogo babilonio hará lo mismo. Después
de haber tomado todos los puestos de avanzada y las afueras de Nínive, ahora ya están
listos a atacar los muros mismos de la ciudad. Sus tropas están tan ansiosas que se
tropiezan unas con otras mientras compiten por ser las primeras en alcanzar el muro y
comenzar a sitiar Nínive. Una vez que las tropas ya han rodeado la ciudad “el parapeto”
[nota en la Biblia de las Américas “barricada” en la NVI] ya está en su lugar. El parapeto
era una cubierta o escudo de madera, de carrizo, o de mimbre, que los ejércitos de sitio
ponían sobre sus arietes y otro equipo de sitio para protegerse cuando socavaban o
abrían una brecha en los muros. Los agresores se protegían con esos escudos de alguna
forma de las: flechas, piedras, y líquidos calientes, que los soldados defensores
arrojaban para tratar de ahuyentarlos.
La ciudad capital del reino de Israel, Samaria, no era rica ni poderosa como Nínive,
no podía tener el tipo de protección que tenía Nínive. Sin embargo, se nos dice que
Samaria soportó el sitio de los asirios durante tres años (2 Reyes 17:5). De igual manera,

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cuando los babilonios sitiaron Jerusalén, ésta se mantuvo así por año y medio antes de
que fuera humillada. El escritor de 2 Reyes nos dice:
Aconteció en el noveno año de su reinado, el día diez del mes décimo,
que Nabucodonosor rey de Babilonia llegó con todo su ejército contra
Jerusalén, la sitió, y levantó torres alrededor de ella alrededor. La ciudad
estuvo sitiada hasta el año undécimo del rey Sedequías. A los nueve días
del cuarto mes arreció el hambre en la ciudad y, cuando el pueblo de la
tierra no tenía ya nada que comer (25:1–3).
Y la ciudad de Babilonia, que se comparaba en tamaño y defensas a Nínive, se
rebeló contra Asiria cuando Asurbanipal era rey. Resistió por más de un año al ejército
de Asurbanipal, aunque ese ejército poseía el equipo de sitio más adelantado del
mundo antiguo.
Sitiar una ciudad fortificada no era un procedimiento rápido. Era un lento y
prolongado proceso que ponía a prueba la paciencia y los recursos tanto del sitiador
como de la ciudad sitiada. Sin embargo, los registros históricos antiguos nos dicen que
Nínive, la ciudad más poderosa y defendida de su tiempo, cayó ante los ejércitos de
sitio en sólo tres meses. ¿Cómo sucedió?
Puede ser que Nahúm nos dé las respuestas en estos versículos. Aquí, y después en
el versículo 8 de este capítulo, Nahúm habla acerca del efecto que hubiera causado el
agua en la caída de Nínive, y la inundación de hecho desempeñó un gran papel para
apresurar la destrucción de la ciudad, tal y como Nahúm predijo que sucedería. Cuando
Senaquerib estableció a Nínive como capital del imperio asirio un siglo antes de su
caída, tuvo que aumentar la provisión de agua, no sólo para la provisión de una
población en desarrollo, sino también para suministrar agua a los grandes parques y
jardines que había construido. Aunque Nínive había sido construida en las riberas del
río Tigris, esa agua no era potable. Por suerte, había un afluente pequeño que corría a
través de la ciudad. Éste era el Khosr. Sin embargo, se secaba durante el verano, cuando
el agua era más necesaria. Para resolver el problema Senaquerib construyó canales y
acueductos que iban desde los riachuelos de la montaña al Khosr; después construyó
un dique al río que corría en las afueras de la ciudad. Una represa con compuertas
contenía el agua hasta que ésta se necesitara. Con este proyecto Senaquerib logró la
gran proeza de ingeniería de su tiempo. No obstante, no fue su intención crear una
seria debilidad en las defensas de Nínive.
Nahúm previó que al comienzo del sitio los ejércitos agresores capturarán las
compuertas del Khosr río arriba de Nínive y las abrirán, provocando una inundación que
caerá sobre la ciudad. Entonces el raudal impetuoso bajará minando los cimientos de
los muros de adobe y éstos se destruirán rápidamente. Tanto por las compuertas del río
donde entraba el Khosr a la ciudad, como por el dique donde salía, quedarán dañados
severamente los muros adyacentes. El daño será tanto que la pared que estaba cerca
de la puerta se desmoronará, dejando huecos por donde los invasores accederían con
facilidad a la ciudad. Nahúm también dice que el palacio construido junto al Khosr se

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derrumbará cuando las aguas arrasen los cimientos (Nahúm no es el único que habla
del agua en conexión con la caída de Nínive. El historiador griego Diodoro también
conserva la tradición de que una inundación hizo que parte del muro se viniera abajo
durante el sitio de la ciudad).
Aquí tenemos uno de tantos ejemplos de la Biblia que nos impresionan debido a la
exactitud de la profecía, hasta en los más mínimos detalles, que el Señor le da a su
profeta. Muchos incrédulos piensan que la exactitud del profeta es una prueba de que
no pudo haber escrito el libro antes de que el acontecimiento mismo ocurriera. Ellos
dirían que Nahúm debía estar describiendo algo que ya había sucedido porque nadie
podría ver el futuro con tanta claridad. No obstante, ¿por qué no podría el Señor darles
a sus profetas detalles tan exactos? Él controla y crea el futuro. Nínive caería cuando él
lo decretara y en la misma manera en la que él decretara.
2:7–10. Ahora Nahúm describe los resultados devastadores que produjo la apertura
de una brecha en los muros de Nínive. La versión Reina Valera del 95 dice en el
versículo 7: “llevan cautiva a la reina, le ordenan que suba”. Los traductores de la NVI
expresaron algunas reservas acerca de la palabra inicial del versículo 7 (“Ya está
decidido: la ciudad será llevada al exilio”). Ellos la tradujeron: “Ya está decidido” y
añadieron “la ciudad”, y así designan el sujeto del decreto. “La ciudad” no aparece en el
texto hebreo.
Otros comentaristas creen, como los traductores de la Reina Valera 95, que la
palabra hebrea cuyo significado se desconoce en realidad es un nombre propio para la
reina asiria. Si esa suposición es correcta, entonces Nahúm profetiza que la reina, junto
con sus siervas, posiblemente sufrirá la vergüenza del exilio y la esclavitud en una tierra
extranjera. Cualquiera que sea el caso, el mensaje de Nahúm es claro: Nínive, ya sea
como ciudad o en la persona de su reina, sufrirá el mismo destino que sus ejércitos con
frecuencia les impusieron a las poblaciones y a la realeza de tantas capitales de las
naciones conquistadas que comprendía su imperio. Aquí no se menciona al rey en
relación con los de Nínive que son llevados al exilio, y la historia registra que Sin-shar-
ishkun, el hijo de Asurbanipal, murió en el incendio que completó la destrucción de su
palacio. Asurbanipal jamás se hubiera imaginado, ni en sus peores pesadillas, que su
hijo iba a sufrir esta suerte precisamente 14 años después de su propia muerte.
El paisaje de la ciudad recién capturada también será un espectáculo para
contemplar. La inundación causó el caos en la ciudad; dejó un desorden terrible. Éste
también será el caso en Nínive mientras las crecidas aguas del Khosr se retiren. Muchos
de los edificios de la ciudad eran de adobe. A los edificios construidos con este material
no les va bien en una inundación porque se deshacen y quedan como una masa sin
forma. Los hermosos árboles y las plantas de los jardines, que eran el orgullo y la alegría
de los reyes de Nínive, serán desarraigados y quedarán donde las aguas embravecidas
los depositen, como montones antiestéticos de basura.
El agua no será lo único que desaparecerá de la ciudad cautivada. La gente,
incluyendo a los soldados, también huirá de la ciudad, como ratas que abandonan el
barco que se hunde. Los pocos defensores leales que todavía quedaban en la ciudad

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tratarán de detenerlos, pero los soldados asirios harán oídos sordos a los mandatos de
sus oficiales. El pánico se impondrá. Ya no será posible hacer retroceder a las masas
fugitivas, como tampoco se podrá contener la inundación que corría por la ciudad.
¡Todo se perderá!
Cuando una ciudad cae ante sus enemigos, como le ocurrió a Nínive, queda
expuesta al saqueo y al pillaje. ¡Y Nínive será un buen lugar para el pillaje y el saqueo! A
través de su historia Asiria había saqueado a otros pueblos y había despojado de sus
recursos a las naciones vencidas. En el proceso, Nínive se había convertido en la ciudad
más rica del antiguo Cercano Oriente. Por ejemplo, cuando Tiglat-pileser III, el rey de
Asiria de los años 745 al 727, invadió Samaria en el año 743 a.C., el rey israelita
Menahem lo sobornó con mil talentos de plata (2 Reyes 15:19, 20). Imagínese:
¡Aproximadamente 37 toneladas de plata! Cada israelita rico tuvo que contribuir con
una libra y cuarto de plata para poder reunir esa enorme cantidad. Cuarenta y dos años
después, cuando Senaquerib invadió Judá, obligó a Ezequías a darle más de diez
toneladas de plata y una tonelada de oro (2 Reyes 18:13–15). En su relato de la
campaña de Judea, Senaquerib se jacta diciendo: “Yo hice salir a 200,150 personas [que
le servirían para venderlos como esclavos], jóvenes y viejos, hombres y mujeres,
caballos, mulas, burros, camellos, ganado grande y pequeño incontable, y los consideré
como botín”. Éstas eran las “ganancias” acumuladas en sólo partes de dos campañas
asirias. Tiglat-pileser III peleó contra otros reyes además de Menahem en el año 743
a.C. Además de Judá, Senaquerib subyugó a otros países rebeldes en el año 701 a.C.
Cada país tuvo que pagar cantidades excesivas para escapar de la destrucción, y en
algunos casos se esperaban año tras año ciertos niveles de tributo.
Añádase a esas cantidades los impuestos que Asiria recaudaba de sus propios
ciudadanos, más el tributo anual que recibía de las naciones sometidas que
conformaban su imperio, y se tiene una riqueza casi inimaginable. Es verdad que no
toda esta riqueza llegó a la capital de Nínive, pero llegó bastante. A la ciudad se
llevaban regularmente: metales preciosos, ganado, materiales de guerra, ropa,
utensilios, y almacenaje de otros bienes, y se guardaban en los: templos, palacios, y
lugares de almacenamiento de la ciudad. Nahúm no exageró cuando habló de una
“riqueza inmensa” de oro y plata que quedaría expuesta al pillaje de los invasores una
vez que se capturara a Nínive. Miles de personas también estarían disponibles como
esclavos (Jonás dice que en la ciudad vivían 120,000 personas en el año 800 a.C., antes
de los verdaderos años de gloria de Nínive). Note que Nahúm promete que Nínive
sufrirá el mismo destino que les había impuesto a todas las otras naciones que había
conquistado. Se tomará la “riqueza” de Nínive, ya sea en forma de: oro, plata, o
personas que serán vendidas como esclavos, y cuando los saqueadores invasores
terminen, no quedará nada. La ciudad será despojada por completo.

La guarida de los leones


2:11–13. Nahúm termina su descripción de la destrucción de Nínive con lo que se
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conoce como “canción de burla”. Cuando a estos versículos se les da este nombre no se
sugiere que el Señor inspire a su profeta para que se burle de los asirios caídos cuando
se enfrentan a la ira del Señor. Eso iría en contra del propio mandato del Señor de que
su pueblo ame a sus enemigos (Romanos 12:14–21) y la afirmación de que no se
complace con la muerte de los impíos (Ezequiel 18:32). Lo que el profeta ridiculiza es la
confianza de Nínive en sus propias fuerzas, que los gobernantes de la ciudad se
enorgullecían de su fuerza militar y de lo que habían logrado. El profeta Isaías cita estas
palabras dichas por los reyes asirios como características de su arrogancia: “Lo he hecho
con el poder de mi mano, y con mi sabiduría, porque he sido inteligente. Quité los
territorios de los pueblos, y saqueé sus tesoros, y derribé como un valiente a los que
estaban sentados. Mi mano halló, como su fueran un nido, las riquezas de los pueblos.
Como se recogen los huevos abandonados, así me apoderé yo de toda la tierra; y no
hubo quien moviese un ala, ni abriera el pico para graznar” (10:13, 14). Con su
arrogancia se burlaron del honor del Señor. Cuando Nahúm se burla de los asirios, de
manera negativa afirma que todo honor y alabanza le pertenecen al Señor que gobierna
los asuntos de todas las naciones, incluyendo las poderosas que desafían su soberanía.
En la actualidad estamos acostumbrados a llamar al león “el rey de los animales”;
los antiguos lo consideraban también así. El león es un animal poderoso y majestuoso,
confiado y sin temor. Los animales como el conejo, que con frecuencia sirven como
presa para otros animales, siempre están alerta, siempre tienen miedo de que algún
enemigo los sorprenda. ¡Pero no el león! Si el león desea dormir, se echa al aire libre,
sabe que ningún animal se atreve a molestarlo y mucho menos a atacarlo. Con razón los
asirios lo admiraban; ellos colocaron estatuas de leones en todo el país y con frecuencia
los ponían en sus relieves y ornamentos. Los reyes asirios cazaban leones con la
creencia de que si mataban a un león, el espíritu del animal se uniría al suyo. Y algunos
monarcas asirios orgullosos hablaban simbólicamente de ellos mismos como si fueran
leones. En su burla, Nahúm usa al león para representar a Nínive, una descripción
apropiada para un poder militar conocido por conducirse con seguridad en sí mismo,
por su ferocidad y falta de piedad. Los asirios se habrían sentido complacidos con esa
comparación.
Nahúm prosigue a un segundo punto de comparación entre el león y Asiria. Las
actividades del león y sus hábitos alimenticios dan una figura apropiada para la codicia
violenta de Asiria: el botín y el saqueo. Nahúm describe al león destrozando a sus
víctimas y llenando su guarida o cueva con sus restos. A las ciudades que se resistían al
ataque asirio las destrozaban y las derrumbaban. A los pueblos los arrancaban de su
patria y los llevaban al exilio a la guarida asiria. Los registros asirios se jactan de las
grandes cantidades de botín y tributo que les arrancaban a sus desafortunados
adversarios, y su codicia de tener más botín nunca quedaba satisfecha. Como la guarida
del león que estaba llena de los esqueletos destrozados de sus presas, los grandes
palacios y los templos de Nínive rebosaban con el botín que Asiria había traído de sus
expediciones voraces de conquista.
Aun así el león asirio todavía no estaba contento, salía y seguía cazando, siempre
buscando una nueva presa, siempre tratando de satisfacer su apetito interminable,
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también de mantener contentos tanto a sus cachorros hambrientos como a las leonas.
Al vivir a costa de las riquezas saqueadas de otros, el pueblo de Nínive se había
acostumbrado a un elevado estilo de vida. El león asirio tenía que continuar la cacería
para mantener ese estilo de vida; ya no cazaba sólo lo necesario para mantenerse vivo,
sino más bien para apropiarse de más todo el tiempo.
Ahora iba a suceder lo insólito, al león (Asiria) no sólo lo sacarían del campo, sino
que destruirían su misma guarida (Nínive), “acabaré con el robo en tu tierra”, dice el
Señor. Eso no significa que los voraces ejércitos asirios se quedarían sin presa, otros
países que conquistar. Más bien exterminarían: al león, al depredador, al conquistador.
El león asirio sería borrado de la faz de la tierra. Nínive, una vez sana y salva y tan
formidable como “la guarida del león”, ahora permanecería impotente, sus “cachorros”
muertos por “la espada”. En pocas palabras, Asiria se convertiría en presa de otros. Esta
gran hazaña sería el resultado del juicio del Señor sobre Nínive, como el profeta lo
había indicado tan claramente en sus palabras anteriores.
Nahúm termina este capítulo al abandonar la imagen del león para hablar acerca de
los embajadores asirios que representan al rey en tierras extranjeras. La voz de ellos
siempre se había oído en las cortes extranjeras, presentando las exigencias del monarca
asirio, exigiendo sumisión a Asiria, exigiendo que el tributo se enviara a Nínive. Ahora la
voz imperiosa de ellos quedaría en silencio. Ya no se oirían sus exigencias. El silencio
sería muy bien recibido en cualquier país, como Judá, que estaba cansado de vivir
dominado por Asiria.

Causa de la caída de la ciudad (3:1–19)


3:1–4. En cuanto a estilo, Nahúm es el líder entre los profetas menores. En los
versículos iniciales de este capítulo (como lo hizo en el capítulo 2, especialmente en los
versículos 1 y 9), Nahúm usa frases cortas y entrecortadas, tal vez se describen mejor
como arranques: intensos, directos, llenos de emoción y acción, para describir la
agresión final que llevará a la destrucción de Nínive. Una vez más los carros están al
frente de la batalla con el “chasquido de látigo y estrépito de ruedas, [y] caballos al
galope”. Los conductores azotan a los caballos y ha comenzado la carga final. Los
“carros que saltan” les dan paso a las “cargas de caballería” y a la infantería con su
“resplandor de espada y resplandor de lanza”. ¿El resultado? “Multitud de cadáveres
[asirios], cadáveres sinfín. La gente tropieza con ellos”. La poderosa Nínive ha caído.
Éste es el panorama general. Ahora volvamos por los detalles.
La “ciudad sanguinaria” que se menciona en el primer versículo es claramente
Nínive. Nahúm la describe además como “toda llena de mentira y de pillaje”. Nahúm no
exagera cuando llama a Nínive “ciudad sanguinaria”. Las tácticas de guerra de los asirios
se consideran de las más crueles y sanguinarias de toda la historia. Los países y las
ciudades que se negaban a rendirse a las exigencias asirias con frecuencia encontraban
a sus líderes despellejados vivos o atravesados en postes afilados. A los oficiales que se
oponían a sus ejércitos: les cortaban las extremidades, les arrancaban la lengua y los

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dientes, les sacaban los ojos o les cortaban la cabeza. Esas partes del cuerpo las
amontonaban frente a las puertas de la ciudad como una lección para que todos las
vieran, o amontonaban sus cadáveres como la leña y como una advertencia clara y muy
visible de lo que sucedería si alguien más se atreviera a desafiar a sus amos asirios.
Algunas veces quemaban la población entera de cierta ciudad: hombres, mujeres, y
niños.
En la actualidad los ejércitos ocultan las atrocidades que cometen y niegan que
alguna vez hayan sucedido. Sin embargo, los reyes de Nínive se jactaban de estas cosas;
creían que las noticias acerca de esas acciones sangrientas desanimarían a los pueblos
para que no se rebelaran contra ellos. Pero en el tiempo de Nahúm estas prácticas
sangrientas no tenían ningún propósito. No obstante, Asurbanipal todavía las
practicaba sencillamente para satisfacer su deseo sanguinario. A los asirios se les podría
comparar con un devorador de hombres, un animal que ha probado la sangre humana y
la necesita cada vez más para satisfacer sus antojos. Puesto que no se pueden cambiar
los hábitos de un animal devorador de hombres, debe ser destruido. Eso es lo que le va
a ocurrir a la Asiria sanguinaria, el Señor la destruirá. Ahora iban a ser vengadas las
víctimas de la ciudad sangrienta.
Nahúm menciona una segunda razón por la que el juicio divino caerá sobre Nínive.
La ciudad era un lugar de engaño: “llena de mentira”, como cualquier otro centro de
poder humano corrupto. Con el objeto de que las ciudades enemigas se rindieran sin
estar sitiadas por completo, los generales asirios con frecuencia les hacían promesas a
los habitantes, que no tenían ninguna intención de cumplir. Aquí tenemos un ejemplo
típico: cuando los ejércitos de Senaquerib rodearon Jerusalén, el general asirio usó
estas seductoras palabras para tratar de hacer que la ciudad se rindiera:
No escuchéis a Ezequías, porque así dice el rey de Asiria: Haced conmigo
las paces, y rendíos ante mi; que cada uno coma de su vid y de su
higuera, y beba cada uno las aguas de su pozo, hasta que yo venga y os
lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan
y de viñas, tierra de olivas, de aceite, y de miel; y viviréis y no moriréis.
No oigáis a Ezequías, porque os engaña cuando dice: Jehová nos librará
(2 Reyes 18:31, 32).
Estas palabras que suenan tan bien trataban de disfrazar la verdad: la crueldad con
que Asiria acostumbraba a tratar a las ciudades rebeldes. Eran mentiras que tenían el
propósito de ayudar a los asirios a conseguir lo que querían. A través de la historia, las
naciones han usado mentiras y verdades a medias para obtener ventaja a costa de
alguna otra nación o persona.
Nahúm prosigue describiendo la verdadera fuerza motivadora que estaba tras las
actividades asirias, y en el proceso da otra razón por la que el juicio del Señor caerá
sobre Nínive. La ciudad y sus gobernantes se dejaron llevar por “las fornicaciones de la
ramera”. Nahúm compara la ciudad con una prostituta mentirosa que usa sus encantos
y atractivos para engañar a otros a confiar en ella y después los despoja cualquier cosa

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que posean. En la mayoría de los casos está dispuesta a hacer lo que sea, moral o
inmoral, para conseguir lo que quiere. Esa imagen describe exactamente a Asiria, que
estaba dispuesta: a mentir, a hacer trampa, a robar, y a asesinar, para satisfacer su
apetito desmedido. Con su política militar y comercial, atraía a las naciones para que
perdieran su independencia. Todo eso era para satisfacer su codicia de riqueza, poder y
de supremacía en el mundo. La ciudad de Nínive se veía hermosa por el exterior. Sin
duda atraía a pueblos de todo el mundo a su cultura y poder. Pero sus deseos eran los
de una ramera, y los que se unían con la ciudad, se unían en su prostitución.
A la ciudad ramera además se le llama “maestra en hechizos”. Esto presenta las
prácticas paganas de Asiria al adorar los ídolos. A la idolatría asiria bien se le puede
llamar prostitución porque había elementos inmorales implicados en la adoración a la
diosa del amor, Istar, por la que se le había puesto el nombre a Nínive. Sin embargo, lo
más característico de esa religión era la brujería. Como muchos paganos, los asirios
creían que el mundo estaba lleno de espíritus malos que tenían que ser aplacados y de
los que una persona tenía que buscar protección. Con rituales, amuletos, fórmulas
mágicas, pociones de amor, hechizos, y encantamientos, todo lo que formaba parte de
la profesión de la ramera: buscando protegerse, asegurar el futuro, y dirigir el poder del
mal contra sus enemigos.
Ningún rey asirio comenzaba una campaña militar ni un proyecto sin antes consultar
a un astrólogo o sin encontrar un buen augurio en las entrañas de un animal. Sus
súbditos seguían la misma práctica en su vida privada. La descripción de los contactos
del rey Acaz con Asiria (2 Reyes 16) muestra lo que Nahúm quiere dar a entender
cuando dice que ellos suponían que el poder de la brujería asiria había engañado y
esclavizado a otros. La hechicería de Nínive desempeñó un papel importante en la
infidelidad que mostró con frecuencia el pueblo de Judá hacia el único verdadero Dios
del cielo y de la tierra.
Los ciudadanos de nuestra era consideran una tontería las prácticas supersticiosas
de los asirios. ¿Cómo es que los asirios se enredaban en ellas? ¿Cómo fue posible que
engañaran a Israel y Judá tan fácilmente? Sin embargo, preguntas condescendientes
como éstas con frecuencia pasan por alto situaciones similares a las que vivimos.
Algunas personas de hoy en día, aun los creyentes, usan amuletos para buena suerte.
Un ejemplo sería el de un deportista que al tener éxito en un partido vuelve a usar los
mismos calcetines para el siguiente juego y piensa que así le daría la misma suerte.
Algunas personas se sienten incómodas cuando se hospedan en un hotel en el piso
trece; se sentirían mejor si se le cambiara el número a ese piso aunque es obvio que
sigue siendo el trece. Si se sabe de alguna casa donde haya sucedido algo desagradable,
la gente tratará de evadir ese lugar porque el mal “mora allí”.
¡La superstición es una tontería! ¡Es irrazonable! Pero la superstición sigue
ejerciendo una influencia poderosa hoy, así como lo hizo en tiempos antiguos. Sin
embargo, el pueblo antiguo y moderno de Dios sabe y confiesa por su forma de vivir
que está en las manos de un Dios que lo ama y lo ha hecho suyo en Jesucristo. Lo que le
suceda en el futuro no depende de tener buena suerte, ni de evadir la mala suerte,
tampoco de controlar los espíritus buenos y malos. El presente y el futuro le pertenecen
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al Señor del cielo y de la tierra. Éstos son suyos para que él los controle y los use para el
bien de su pueblo.
3:5–7. De nuevo el Señor explica perfectamente su actitud hacia Nínive. Como el
Dios santo y celoso, no puede tolerar pecados como los que ha cometido Nínive. Estaba
“en contra” de Nínive y todo lo que ella representaba. Si Nínive insistía en actuar como
una prostituta, entonces la trataría como tal. A veces en el mundo antiguo, a las
mujeres culpables de prostitución las paseaban desnudas por la calle o con la ropa
levantada sobre la cabeza para que sufrieran así la vergüenza pública y la humillación
de que los vecinos del lugar vieran su desnudez. La gente que las veía pasar les echaba
excremento o tierra, o cualquier cosa que encontraran a su alcance. Esa escena de
desprecio y ridículo, representa la desgracia final de Nínive. La ciudad que avergonzó a
otros ahora sería expuesta por lo que era y después caería vergonzosamente en
desgracia. Qué ruina para la orgullosa y altanera ciudad.
Aun en esa época en que los mensajeros viajaban a pie o a caballo para llevar
noticias, estas noticias se propagaron como el fuego pólvora regada: “¡Nínive, asolada!”
No había transmisión vía satélite para comprobar la información de los mensajeros, y
los pueblos de tierras distantes como Judá no podían creer las noticias. Sin embargo,
constantemente les llegaban más informes con las mismas noticias; así es que poco a
poco iban asimilando la verdad. ¡Había sucedido lo imposible! ¡Había sucedido lo
improbable! ¡Había caído la ciudad: grande, poderosa, e inexpugnable!
La gran Nínive se enterará de cuántos amigos y aliados tenía en realidad. Mientras
era la dueña del mundo, podría haber pensado que tenía suficientes; después de todo,
sus calles siempre estaban llenas de comerciantes y mercaderes de tierras extranjeras.
Visitantes de todas partes del mundo acudían para ver sus atractivos y se maravillaban
de su belleza. Los embajadores de muchas tierras se amontonaban en sus palacios y se
inclinaban respetuosamente ante sus gobernantes. A juzgar por las apariencias, era
muy popular, y el mundo que la rodeaba la amaba. ¡Cómo hubiera sufrido ese mundo si
lo imposible hubiera sucedido y en realidad hubiera desaparecido! No obstante, como
Nahúm lo hace ver, las apariencias pueden engañar.
La adoración era sólo externa. En realidad, disfrazaban el temor, el odio, y el
resentimiento, que había en el corazón de los que se inclinaban o se acobardaban ante
ella. Por lo que les había hecho las gentes de las tierras que rodeaban a Asiria odiaban a
Nínive. Esas personas esperaban y oraban para que Nínive fuera destruida y dejara de
dominarlas. Por eso, cuando se difundieran las noticias de la caída de Nínive, no se
derramaría ni una sola lágrima; ningún amigo se presentaría para consolar a la ciudad,
ningún aliado intentaría aliviar su dolor. El consuelo y el alivio, les pertenecería a los
que se libraron de la garras de hierro de Nínive, y no a la ciudad que se encontraba
sobre las cenizas. Nínive moriría sola.
3:8–10. Nahúm termina el último capítulo de la misma manera que el anterior, con
una canción de burla. De nuevo, el propósito de la canción no es ridiculizar a un
enemigo caído, sino condenar el orgullo pecador de Nínive (vea el comentario sobre los

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versículos finales del capítulo 2 para una explicación más completa de la canción de
burla).
En caso de que alguien (los asirios incluidos) pensara que la profecía de Nahúm
acerca de la destrucción de Nínive fuera un producto de su imaginación, Nahúm les
recuerda a sus lectores lo que le sucedió a otra ciudad muy similar, todopoderosa e
indestructible. Compara a Nínive con Tebas, la antigua ciudad egipcia. Tebas, ubicada
en la parte sur de Egipto en la cuenca alta del río Nilo, fue la capital del antiguo Egipto
durante gran parte de su historia, y fue también el centro principal de la civilización
egipcia (representada actualmente por las impresionantes ruinas de Luxor y del valle de
los Reyes). En el tiempo de los faraones que vivieron en Tebas, Egipto había anexado el
reino de Cus al sur. Como la ciudad y el territorio circundante que controlaba eran tan
fuertes, otras naciones de la vecindad, como Libia y Fut, habían echado su suerte con
Tebas. Su fuerza militar combinada hizo de Tebas una potencia mundial.
Los ciudadanos de Tebas pensaban que tenían toda la razón para sentirse seguros;
su ciudad había sido construida como una fortaleza, con muros gruesos. Estaba rodeada
de amigos y aliados fieles. La ciudad misma estaba ubicada estratégicamente, rodeada
de agua. Estaba situada a cientos de kilómetros hacia arriba por el Nilo, lejos de todos
sus enemigos potenciales; para llegar a ella era necesaria una marcha de
aproximadamente 800 kilómetros a través de casi toda la tierra de Egipto. ¿Acaso
podría su situación ser más ideal? Sin duda ésta ciudad nunca caería, ni sus enemigos la
podrían saquear.
Irónicamente, Asiria y sus ejércitos le iban a mostrar a Tebas que su confianza no
tenía fundamento. En el año 675 a.C. Esar-hadón fue el primer rey de Nínive que atacó
a Egipto. Después de cuatro años de campañas obtuvo el control del norte de Egipto en
la región del delta del Nilo, pero el efecto fue pasajero. Cuando los ejércitos asirios
salieron, los egipcios pronto volvieron a obtener el control de sus propios asuntos.
Después de la muerte de Esar-hadón en el año 667 a.C., su hijo Asurbanipal intentó
otra vez conquistar a Egipto. Los ejércitos asirios de nuevo tuvieron éxito, y Egipto le
prometió su lealtad a Asiria. No obstante, esa lealtad duró sólo mientras el ejército
asirio estuvo presente para reforzarla. Fue necesario que Asurbanipal regresara una vez
más para que se realizara su sueño de convertir a Egipto en parte del imperio asirio.
Esta vez Asurbanipal estaba decidido a humillar a Tebas. Avanzó hacia arriba del Nilo,
dejando atrás un horrible rastro de incendios y ruinas, sin mencionar a todos los
soldados egipcios y civiles muertos y mutilados: hombres, mujeres, y niños.
Por fin llegó a Tebas. La ciudad que tanto había dependido de la distancia que la
separaba de sus enemigos, se encontró repentinamente frente a frente con un ejército
adversario. Con toda su fuerza y la jactancia de sus defensas, la ciudad cayó ante los
asirios en el año 663 a.C. Nahúm describe los horrores de la guerra que desató
Asurbanipal sobre los ciudadanos de Tebas. Su riqueza, que hasta hacía poco había
parecido tan segura, se convirtió en botín para el ejército asirio. A los niños los sacaron
a las calles y los destrozaron; a los nobles los vendieron como esclavos personales de los
conquistadores. A los hombres preparados y educados de la clase alta: los
encadenaron, arrastraron, y los pusieron al servicio de sus captores. Y al resto del
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pueblo que sobrevivió a la guerra se le deportó a Asiria como prisionero de guerra,
destinado a pasar el resto de su vida como esclavo. Entonces Asurbanipal arrasó la
ciudad. Cuánto deben haberse burlado la poderosa Asiria y la altanera Nínive de la falsa
seguridad que Tebas había puesto en su ubicación distante, en sus muros, en sus
ejércitos, y en sus aliados poderosos.
3:11–13. Es irónico que Nínive pudiera ver la ceguera de Tebas en cuanto a su
indefensa condición y sin embargo no pudiera reconocer que ella misma estaba afligida
de la misma manera. Nahúm profetiza que a Nínive le sucederá lo mismo que a Tebas.
Unos 50 años después de que Nínive hiciera llorar a los ciudadanos de Tebas, lloraría
por ella misma. En los días de Asurbanipal, cuando Nahúm escribió, debe haber
parecido imposible que algo así sucediera; no obstante, sus palabras resultaron ser
ciertas. Aunque no fue porque Nahúm adivinara acertadamente, ni porque viera mejor
que otros la mano que escribía en la pared, sino porque Nahúm decía las palabras del
Señor. Además, el Señor no predecía sólo el futuro, elaboraba el plano para el futuro,
que sin falta él mismo llevaría a cabo.
La sensación de seguridad de Nínive, al igual que la de Tebas, no tenía fundamento.
Nahúm profetiza que la vanagloria de sus defensas no les servirá de nada, se vendrán
abajo con sólo una “sacudida”, como pasa cuando alguien sacude la higuera para que
los frutos caigan a la boca de la persona, que luego los devora. Y los soldados asirios,
famosos en un tiempo por su capacidad para luchar, mostrarán que eran débiles y sin
carácter. En vez de defender la ciudad, huirán para salvar su vida, dejando abiertas las
puertas de la ciudad. El enemigo no encontrará resistencia. La gente de la ciudad se
encogerá de miedo en las cuevas, esperando que los soldados enemigos no la
encuentren. El temor y el terror de la gente se disiparán sólo con la borrachera; las
bebidas fuertes embotarán sus sentidos y no se podrán enfrentar a la terrible realidad.
¿Puede usted imaginarse a los soldados asirios burlándose rudamente y diciendo lo
mismo del pueblo de Tebas cinco décadas antes?
3:14–17. Una vez más, como lo había hecho al comienzo del capítulo 2, Nahúm
desafía a la ciudad para que se prepare para la batalla, para que esté lista para que la
sitien. Deben sacar agua y guardarla antes de que el enemigo le corte el suministro de
agua potable cuando detenga el curso del río Khosr. Deben hacer ladrillos para reforzar
los lugares débiles de los muros de 15 metros de ancho. Demasiado trabajo, trabajo
duro el que se debe hacer, pero todo será en vano. Hasta los esfuerzos imposibles de
los de Nínive pospondrán la destrucción a lo mucho por sólo unos meses. Al final, “el
fuego” y “la espada” “devorará[n]” y “consumirá[n]” a la gente de la ciudad, así como
las langostas devoran y consumen todo lo que encuentran a su paso.
Nahúm menciona dos componentes muy importantes de la sociedad de Nínive: los
mercaderes y los funcionarios (incluyendo a los militares). La fuerza de la ciudad se
basaba en sus actividades militares y comerciales. Pero estas personas, que una vez
fueron el alma y el centro de su fuerza y las impulsoras de su política expansionista, no
le ayudarán a Nínive en su agonía de muerte. Los mercaderes, “como la langosta”,

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barrieron con todo, se apropiaron de tanta riqueza como pudieron a la hora de irse. Los
funcionarios, con la prisa por abandonar la ciudad condenada, en vez de calmar al
pueblo y animarlo a defender la ciudad como era su deber, aumentarán el caos. Todos
ellos, mercaderes y funcionarios por igual, abandonarán así la ciudad que se desmorona
como las ratas abandonan el barco que se hunde.
Después Nahúm usó una ilustración que implicaba a las langostas para demostrar
otro punto significativo. Si alguna vez usted se ha preguntado adónde se van todos los
bichos que salen en el verano pero se ausentan en el invierno, entonces entenderá con
claridad lo que dice Nahúm. En los días de Nahúm las langostas eran tan abundantes en
Asiria y en Israel, que a veces las nubes de langostas no dejaban pasar la luz del sol. Las
plagas de langostas descendían al campo y arrasaban con todo en cuestión de horas.
Después desaparecían como si nunca hubieran estado allí. Nahúm compara la conducta
de las langostas con la de los mercaderes y funcionarios asirios que fueron los
responsables del asolamiento de los campos que estaban a su alrededor. Había muchos
funcionarios en los asuntos del gobierno, muchos mercaderes en los caminos de Israel
que consideraban a Nínive como su hogar, y sin embargo, como las langostas,
desaparecerían de repente. ¿Por qué? Esto es lo que el Señor ha dispuesto para Nínive.
Su sociedad, que parecía tan estable, tan indestructible y tan inmensa, desaparecería
como los insectos que se despiertan con el calor del verano.
3:18–19. Cuando llegue el fin, no habrá ningún misterio en cuanto al paradero de
los: funcionarios, gobernantes, nobles (“pastores”), y pueblo, de Nínive. Muchos de
ellos, en particular los líderes y gobernantes, “dormirán” o “reposarán”, es decir,
estarán en su tumba. El rey mismo Sin-shar-ishkun, uno de los hijos de Asurbanipal,
yacerá muerto mientras su palacio se queme a su alrededor. El resto de la población
que tuvo la gran suerte de escaparse de la masacre se dirigió a las montañas que
estaban al este y al norte de Nínive. Allí, sin pastores que los guiaran, se dispersaron
como un rebaño de ovejas sin poder hacer nada. “No hay quien” los “junte” otra vez.
¡Era suficiente! No habría ninguna posibilidad de cambiar esa calamidad. Nínive
jamás se levantaría. La destrucción era permanente. En otros tiempos de su historia
Asiria se había enfrentado a la adversidad, había sufrido derrotas que en ese momento
daban la apariencia como si el poder de Asiria se hubiera terminado, pero eso nunca
había sucedido. El imperio siempre se recuperaba y continuaba haciéndose cada vez
más grande y más fuerte que antes. Sin embargo, ahora las cosas iban a ser diferentes.
Nahúm profetiza que en realidad éste sería el fin de Asiria y de su capital. Las heridas de
Asiria se no podrían curar. “No hay medicina para tu quebradura; tu herida es
incurable.” Asiria nunca se recuperaría de este golpe. La gran ciudad yacería en ruinas
para siempre. Como de costumbre, el Señor fue fiel a su palabra, nunca más permitiría
que Nínive fuera más que un montón de polvo y cenizas. Durante siglos se desconocía
dónde estaba situada.
Todas las naciones de esa parte del mundo sufrieron las tácticas crueles y brutales
de Asiria; sus botas de acero las pisotearon y las obligaron a humillarse ante su
autoridad. Nahúm pregunta: “¿Sobre quién no ha pasado sin tregua tu maldad?” Por

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eso no hubo lágrimas cuando Nínive cayó. “Todos los que oyen acerca de ti, aplauden
tu ruina”. Mientras las víctimas de Nínive celebraban su destrucción, aplaudían con
alegría desenfrenada, encantados de la exterminación del tirano, regocijándose de la
desaparición de la orgullosa y cruel ciudad. Tarde o temprano todas las naciones de la
tierra se enterarían de lo que había sucedido, pero sólo los que oyeron a Nahúm sabrían
el porqué. Ellos confesarán: “El Señor ha actuado. Ha hecho caer su venganza sobre sus
enemigos, y al hacerlo, ha liberado a su pueblo”.

Conclusión
Nos gustaría finalizar este estudio recordando algo que ya se ha mencionado en la
introducción al libro de Nahúm. El libro es muy remoto, los acontecimientos que predijo
sucedieron hace mucho tiempo. Y, en realidad, podemos decir que nuestra situación no
fue afectada por el hecho de que la ciudad de Nínive haya desaparecido. En nuestra
época y en nuestra vida tenemos muchas cosas de que preocuparnos. ¿Por qué nos
debe preocupar o conmover lo que sucedió hace ya tantos siglos en Israel y en Nínive?
Cuando consideramos estas preguntas, es bueno recordar que Nahúm comenzó su
libro describiendo al único verdadero Dios que todavía es el Señor del cielo y de la
tierra. Nos dijo que el Señor es el Dios de paciencia infinita que desea la salvación del
pecador, pero al mismo tiempo es el Dios santo que no permitirá que el malvado quede
impune. Las naciones impías y altaneras de hoy tienen que vérselas con el mismo Dios y
pueden esperar que su contacto con él tenga los mismos resultados si lo siguen
desafiando.
El libro de Nahúm también enfatiza que hay otra cara del juicio de Dios sobre sus
enemigos. El pueblo de Dios todavía está bajo la mirada misericordiosa del Señor.
Aunque parezca que el pueblo de Dios pelea una batalla perdida al ser aplastado por
una hueste de enemigos, las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia del
Señor. Tenemos su promesa, la promesa del Dios que nos hizo y nos redimió. Puede
librarnos hoy como en el pasado, y lo hará. La paciencia que muestra para con los
malvados y para con nosotros nunca se debe malinterpretar como una falta de poder o
de resolución de su parte. Aquí está el consuelo que la iglesia de Dios puede encontrar
en el libro de Nahúm, hasta en sus horas más oscuras. El Señor, el Dios Salvador,
permanece al mando de todo. Él no se olvida de su pueblo.
Por supuesto, Nahúm nos advierte que no confiemos en las estructuras hechas por
el hombre ni en el poder que tienen. Un gobierno fuerte y estable es una bendición de
Dios, pero poner nuestra confianza de seguridad y bienestar, sólo en esa institución, es
depositar nuestra confianza donde no debemos. Todo está bien porque el Señor es
Dios, y él gobierna el cielo y la tierra. Este Dios que ha sellado su amor por nosotros en
Cristo nunca nos dejará ni nos abandonará. Con paciencia calmada y confiada, el pueblo
del Señor espera que cumpla sus planes y revele el futuro en su sabiduría y amor
infinitos.
Compare las últimas palabras del párrafo anterior con las de la profecía de Nahúm.

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¡Qué contraste! Las palabras que usa Nahúm para describir a Nínive y las obras de los
hombres: “sin tregua tu maldad”, o “tu constante maldad” como dice la NVI. Las
palabras que podemos utilizar para describir al Señor y sus obras son: “sabiduría y
amor”.

INTRODUCCIÓN A HABACUC
Los lectores que usan computadoras para el procesamiento de textos saben que
una de las funciones de esos programas es la de corregir la ortografía. Si se usa una
palabra mal escrita o incorrecta, la computadora subraya esa palabra y da sugerencias
de palabras y su ortografía. Si la computadora no reconoce la palabra, aparecerá en la
pantalla el mensaje “¡No hay sugerencias!”. Eso sucede cuando se escribe el nombre
Habacuc en una computadora: no recibirá sugerencias. Este nombre resulta igualmente
extraño para los cristianos de estos tiempos, los padres no lo usan para nombrar a
alguno de sus hijos como lo hacen con el nombre de otros profetas. Por desgracia,
muchas personas que no han escuchado el nombre tampoco conocen el mensaje del
libro.

Autor
No se conoce mucho acerca de Habacuc, aparte de lo que se menciona en su libro,
lo cual es muy poco. No existe ninguna referencia en cuanto a su lugar de origen o en
que época vivió ni donde trabajó. Tanto para el lector hispano moderno como para el
israelita antiguo, este nombre ha sido muy extraño. Lutero, así como algunos otros
estudiosos, sugirieron que el nombre Habacuc proviene de un verbo hebreo que
significa “abrazar”, así que interpretan su nombre con el significado de “el consolador”
o “el que consuela”. Otros insisten en que Habacuc es un nombre extranjero, que es
una palabra asiria que designaba una planta que se cultivaba en todo el Medio Oriente
en tiempos antiguos. Cualquiera que sea el origen del nombre, lo único que conocemos
de Habacuc es su libro.
Sin embargo, hay una leyenda que habla de Habacuc en la adición apócrifa al libro
de Daniel llamada Bel y el Dragón. Este libro, como otros libros apócrifos, se escribió en
el tiempo que transcurrió entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Según la leyenda,
Habacuc estaba en Judea llevándoles alimentos a algunos trabajadores del campo. Un
ángel se le apareció y le dijo que en lugar de ir al campo fuera a Babilonia y le llevara
alimento a Daniel. Daniel ya había pasado seis días en la cueva de los leones y tenía
hambre. Habacuc respondió que nunca había ido a Babilonia y que tampoco sabía nada
de la cueva de los leones. Entonces el ángel lo levantó del cabello y lo llevó allí. Después

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de que Habacuc lo alimentó en la cueva de los leones, el ángel lo regresó a Judea.
Aunque pueda parecer muy interesante esta historia apócrifa, no nos da información
acerca de Habacuc.
Habacuc pudo haber sido un levita y miembro del coro del templo, porque su libro
termina con un salmo (capítulo 3) hermoso y bien escrito, como los que se encuentran
en el libro de los Salmos. El salmo de Habacuc comienza con indicaciones para cantar la
melodía. Contiene la misteriosa palabra “Selah” tres veces, las únicas veces que aparece
en el Antiguo Testamento aparte del libro de los Salmos. Aunque Habacuc puede que
haya sido levita, no es necesario ser músico profesional para componer buena música.
Habacuc, igual que el rey David, pudo haber tenido un talento musical aunque esa no
haya sido su profesión. Así como muchas otras cosas que se han mencionado acerca de
Habacuc, ésta también es una especulación. En realidad, no hay mucho que podamos
decir con certeza.

Fecha
Habacuc no fechó sus escritos con el reinado de cierto rey de Israel o de Judá como
otros profetas lo hicieron. Por eso los que desean calcular en el esquema de
acontecimientos del Antiguo Testamento tienen que depender de algunas de las claves
que el profeta nos da en su libro. En realidad sólo ayuda una afirmación con respecto a
esto. En 1:5, 6 el Señor dice por medio de Habacuc: “Mirad entre las naciones, ved y
asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contara, no la
creeríais. Porque yo levanto a los caldeos”.
El Señor predice la llegada de los babilonios bajo el rey Nabucodonosor. Por lo
tanto, según las palabras del Señor, esto se profetizó en un tiempo en el que la profecía
se consideraba muy improbable. El Señor le indica a Habacuc que aunque se le haya
dicho, tanto a él como a la gente de sus días, sería difícil creerlo.
Al continuar la lectura, parece ser que Habacuc estaba familiarizado con los
babilonios y su estilo de vida belicosa. Eso parece indicar que los babilonios ya existían,
pero todavía no eran la nación más poderosa ni se esperaba que su influencia se
extendiera hasta Canaán, a unos mil cuatrocientos cincuenta kilómetros de Babilonia, y
que fueran una gran amenaza para Judá.
Hay un período que parece cumplir estos requisitos. En el año 626 a.C. Babilonia
bajo el liderazgo de Nabopolasar, padre de Nabucodonosor, declaró su independencia
de Asiria. Nabopolasar (626–605 a.C.) era caldeo, jefe de una de las tribus que se habían
establecido en la tierra del sur de Babilonia por lo menos cuatro siglos antes. Allí esos
caldeos trataban de combatir los intentos que hacía constantemente Asiria para
dominarlos. Por fin, en el año 626 a.C., se cambiaron los papeles con los asirios. En una
batalla que se llevó a cabo fuera de Babilonia, obtuvieron el control de lo que hasta
entonces había sido la provincia asiria de Babilonia. Entonces Nabopolasar tomó el
trono de Babilonia. Ese fue el principio del imperio caldeo o la Nueva Babilonia. Nunca
más estuvo Babilonia bajo el control de los asirios, pero en el año 626 a.C. todavía no

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era obvio que el nuevo imperio de Babilonia al fin iba a controlar todo el imperio asirio.
Entonces, en el año 612 a.C., los babilonios y los medos marcharon hacia el interior
de Asiria y sitiaron la ciudad de Nínive, la capital de Asiria. Tres meses después
quemaron Nínive y la dejaron reducida a cenizas, tal y como el profeta Nahúm lo
predijo. Las fuerzas asirias que quedaron se esparcieron y se dirigieron hacia el oeste.
Intentaron reagruparse y poner resistencia en Harán, pero en el año 610 a.C. los
babilonios y sus aliados tomaron también Harán. Ahora toda Asiria estaba en sus
manos.
Por siglos los asirios habían sido la superpotencia del Medio Oriente. Ahora, con el
desmoronamiento de su imperio había un vacío de poder en la región: un vacío que
tanto los babilonios como los egipcios estaban ansiosos de llenar. Uno de los premios
valiosos de esta lucha por el poder sería el “área provisional” de Siria-Palestina que
estaba justo entre los dos (los medos estaban contentos de tener el control de las
tierras que tenían en el este). Por eso, después de que cayó Nínive, los egipcios
marcharon rápidamente al norte, con la intención de detener cualquier posible
expansión babilonia en el Éufrates.
Por siete años los egipcios controlaron con éxito la expansión de Babilonia en el río
Éufrates. Durante ese tiempo parecía muy improbable que los babilonios alguna vez
pudieran vencer a los egipcios, cruzaran el Éufrates, avanzaran hacia la costa del
Mediterráneo y lograran controlar a Siria y a Palestina (incluso Judá), que una vez
formaron parte del jactancioso imperio asirio.
Sin embargo, todo esto terminó en el año 605 a.C. cuando Nabucodonosor, hijo de
Nabopolasar, venció contundentemente a los egipcios en la batalla de Carquemis en la
parte alta del río Éufrates. Esta victoria monumental solidificó el nuevo imperio
babilonio y estableció a Babilonia como la potencia para tomar en cuenta en el Medio
Oriente. Ya no existía el problema de quién controlaría el área que estaba al oeste del
Éufrates.
Ese mismo año Nabucodonosor marchó hacia el sur, a las áreas que Egipto había
controlado para demostrar que ahora él estaba al mando. Cuando llegó a Jerusalén, se
llevó a Babilonia como rehenes a algunos hombres jóvenes, incluyendo a Daniel, que
pertenecían a destacadas familias judías. También explicó que él era el gobernante de
todo el antiguo imperio asirio.
Durante esos siete años antes de Carquemis (612–605 a.C.) el poder de los caldeos
era bien conocido, sin embargo todavía les faltaba dominar a Judá. Por eso el Señor
pudo haberle hablado a Habacuc en alguna oportunidad durante esos años. El piadoso
rey judío Josías gobernó durante la mitad de esos años, y se supone que las condiciones
de las que se queja Habacuc habrían ocurrido después de la muerte de Josías. Los años
de Joaquín, el hijo de Josías, fueron años de perversidad: malvados, impenitentes, y
violentos. Coinciden con las quejas de Habacuc.
Estos datos nos hacen suponer que Habacuc profetizó entre el año 609 y el 605 a.C.,
lo que lo pondría como joven contemporáneo de Nahúm y de Sofonías. Esta fecha
también lo coloca en medio del ministerio de Jeremías. Es probable que hasta haya
trabajado con Jeremías por algunos años.
50
Forma y contenido
La forma del libro de Habacuc es única entre los profetas. Los dos primeros
capítulos son un diálogo entre Habacuc y Dios; Habacuc añade a la conversación las
quejas que le presenta a Dios, tal vez en nombre de todos los creyentes que todavía
quedan en Judá. El Señor, a su vez, responde a las preguntas del profeta. Después de
haber recibido las respuestas de Dios, Habacuc contesta y termina su libro con un
hermoso salmo. Este salmo nos muestra que él ha aceptado con fe las respuestas del
Señor, a las conmovedoras preguntas que le había presentado. Al mismo tiempo es una
hermosa confesión de fe porque expresa la confianza que Habacuc tiene en el Señor y
en su gobierno sobre la tierra y todos sus habitantes.
Una de las razones que hace de Habacuc un libro interesante, valioso, y digno de
estudiarse, son las preguntas fundamentales que presenta, que son las mismas que el
pueblo de Dios de toda época todavía hace. Pregunta: “¿Por qué?” Si el Señor es Dios
justo que odia el mal, entonces ¿por qué permite que el mal llene la tierra? ¿Por qué la
gente perversa no recibe castigo? Si el Señor es Dios de amor que se preocupa por su
pueblo, entonces ¿por qué permite que sufra? ¿Por qué permite que experimente el
mal en el mundo? Éstas son preguntas muy importantes para el bienestar espiritual de
los creyentes. La respuesta equivocada, o la falta de una respuesta, pueden alejar de la
fe a los hijos de Dios y llevarlos: a la amargura, a la ira, y a la desesperación.
Sin embargo, Habacuc no sólo hace las preguntas; sino también les da a los
creyentes un modelo excelente a seguir mientras esperan la respuesta de Dios. Habacuc
dice: “Velaré para ver lo que me dirá, y qué he de responder tocante a mi queja” (2:1).
Cuando Habacuc se presenta ante el Señor y expresa sus quejas, no lo hace para
desafiar al Señor, ni para entablar ningún debate con Dios acerca de la manera en que
el Señor gobierna la tierra. No, busca respuestas que pueda llevar al pueblo de Dios,
respuestas que fortalecerán su fe, y aliviarán la ansiedad que han estado sufriendo.
Como Habacuc se acerca con este espíritu, Dios le responde misericordiosamente y
comparte con él sus planes para el futuro. El Señor le asegura a Habacuc que el mal no
ha pasado desapercibido, ni el de Judá, ni tampoco el de los babilonios. Se castigará la
maldad y nadie escapará. Estas cosas sucederán, pero cuando el Señor lo disponga.
Estas respuestas le dan solidez al tema del libro: “Mas el justo por su fe vivirá” (2:4).
El Señor le dijo a Habacuc lo que debía esperar en el futuro próximo, pero eso no
responde directamente la pregunta, ¿por qué el Señor tolera el mal? La maldad de
Babilonia castigará la de Judá. A su vez, otra nación de malhechores castigará la maldad
de Babilonia. Además, el pueblo del Señor continuará sufriendo en este mundo.
Entonces, ¿dónde está la justicia eterna de Dios? La respuesta del Señor es el
llamado a la fe. “Confía en mí” son las palabras de ánimo que le da el Señor. Esa es la
diferencia que existe entre el pueblo de Dios y los incrédulos. Los creyentes actúan con
la confianza de que todo está en las manos del Señor, y al mismo tiempo él controla
todas las cosas para el bien de los miembros de su familia eterna. Cuando esa seguridad

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penetra en el corazón de los creyentes, uno se pueden unir a Habacuc en medio de las
dificultades y decir: “Tranquilo espero el día… me alegraré en Jehová, y me regocijaré
en el Dios de mi salvación” (3:16, 18).
El último capítulo de Habacuc está escrito de una manera que indica la posibilidad
de que se haya utilizado en un servicio de adoración durante tiempos de calamidad y
desastre. Se puede tomar esto como evidencia de que el Espíritu de Dios no sólo obró
en el corazón de Habacuc la confianza en el Señor, sino también en el corazón de los
demás hijos de Dios. Desde entonces los creyentes adoptaron las palabras de Habacuc
al usar su salmo en el servicio de adoración.

Bosquejo
Tema: El justo vivirá por la fe
I. Título (1:1)
II. Diálogo sobre la maldad del mundo (1:2–2:20)
A. Habacuc pregunta sobre la maldad de Judá (1:2–4)
B. El Señor responde que los babilonios castigarán a Judá (1:5–11)
C. Habacuc pregunta acerca de la maldad entre los babilonios (1:12–2:1)
D. El Señor responde que también castigará la maldad de los babilonios
(2:2–20)
III. Salmo de fe en la justicia y el poder salvador del Señor (3:1–19)
A. Llamado a que el Señor los libere como en el pasado (3:1–15)
B. Confesión del poder misericordioso del Señor para salvar (3:16–19)

PRIMERA PARTE
Título
Habacuc 1:1

1:1. El título nos da el nombre del autor, Habacuc, y en realidad esto es todo lo él
que nos dice acerca de sí mismo. No menciona ningún pueblo natal ni su árbol
genealógico; no habla de ningún rey durante cuyo reinado vivió y trabajó y tampoco se
le menciona en los libros históricos del Antiguo Testamento que cubren ese período,
libros como 2 Reyes y 2 Crónicas. Tampoco lo menciona ningún profeta, aunque fue
contemporáneo de Jeremías y es posible que haya conocido a Nahúm y a Sofonías, que
trabajaron para el Señor antes de que él profetizara. Cualquier cosa que sepamos de él:
su actitud, su fe, y cosas por el estilo, se deben deducir del contenido de su libro.
El título del libro de Habacuc también nos informa que recibió un “oráculo” [NIV en

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inglés] del Señor. La palabra hebrea que la Reina Valera traduce aquí como “profecía”
significa “algo que es levantado”. El término podría implicar que a Habacuc se le pide
“levantar la voz” para revelar la verdad del Señor, o se podría referir a alguna “carga
pesada” que se le pide al profeta que levante y lleve, o tal vez entregue. Cuando el
término se usa de esta manera usualmente indica algún mensaje de condenación y
destrucción que el profeta está a punto de relatar o entregar.
Otros profetas, como Nahúm y Malaquías, comienzan su libro de manera muy
parecida, y Zacarías describe dos de sus profecías como “oráculos” (9:1; 12:1). Isaías
también usa el término con frecuencia, especialmente en la sección de su libro donde
condena a las naciones extranjeras (capítulos 13–23).
El título también nos informa que Habacuc era profeta. La imagen que viene a la
mente en conexión con un hombre al que se le llama “profeta” es la de una persona
que puede pronosticar o predecir el futuro. Ésta es casi exclusivamente la manera en
que se usa hoy la palabra profeta, y a Habacuc se le puede entender como un profeta
en este sentido. Como usted puede ver, Dios permitió que Habacuc tuviera una visión
fugaz del futuro. Después, Dios también le permitió que predijera los acontecimientos,
por ejemplo: hacerle saber al pueblo de Judá que los babilonios los iban a castigar por
su impiedad, y a los babilonios a su vez los castigará por la suya.
Habacuc pudo hacer esto porque el Señor mismo se lo reveló. Note que Habacuc
dijo que “recibió” esta “profecía”, o revelación, que ahora les comunica a sus lectores.
En otras palabras, el Señor mismo le reveló a Habacuc sus planes acerca del futuro de
Judá. Quería que su pueblo estuviera preparado cuando llegara el momento. Por eso,
como profeta de Dios, Habacuc tuvo la responsabilidad de hacer saber ahora al pueblo
de Judá lo que el Señor le había revelado a él, dar a conocer lo que le esperaba al
pueblo en el futuro.
La llegada de los babilonios le dio inicio a un período sombrío en la historia de Judá.
La profecía de Habacuc indica que invadieron Judá porque el Señor así lo quiso. Por lo
tanto, los sucesos no estuvieron fuera del control del Señor cuando esos temibles
enemigos atacaron Judá y aplastaron al país. No, todos estos acontecimientos se
desarrollaron exactamente como la sabia providencia del Señor determinó que
ocurrieran. El Señor le presentó esa verdad a su pueblo permitiendo que sus profetas,
como Habacuc, vieran de antemano los acontecimientos futuros y los revelaran al
pueblo antes de que sucedieran.
Sin embargo, predecir el futuro no era la única función de los profetas de Dios. En
realidad, no era ni siquiera su tarea ni responsabilidad principal. Detrás de la palabra
hebrea para “profeta” está la idea de “alguien que ha sido designado o llamado para
hablar”. Por lo tanto, el profeta es una persona que ha sido llamada por Dios para que
hable de parte de él, para que sea el mensajero de Dios, la voz de Dios. La
responsabilidad más importante era hablarle al pueblo en nombre de Dios, comunicarle
lo que Dios le había revelado. Habacuc lo hace cuando le comunica al pueblo la
revelación especial de Dios acerca de Judá y de Babilonia.
Sin embargo, la responsabilidad del profeta iba más allá de hablarle al pueblo de
parte de Dios; también implicaba hablarle a Dios de parte del pueblo. Abraham, a quien
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se llama profeta en Génesis 20:7, oró a Dios por el rey de Gerar. Cuando sucedió lo del
becerro de oro, Moisés oró a Dios en favor del pueblo que se había reunido alrededor
del monte Sinaí, suplicándole que le perdonara su deslealtad. De igual manera, Habacuc
habló de parte de su pueblo y le presentó directamente al Señor las preguntas y las
quejas de ellos acerca de la forma en que Dios gobernaba los asuntos de Judá y del
mundo.
Un profeta también podía guiar a su pueblo en la forma en que debe orar y confesar
su fe ante el Señor. Elías lo hizo en el monte Carmelo cuando desafió a los profetas de
Baal. Esdras lo hizo después del exilio cuando guió al pueblo en su adoración. Habacuc
también lo hace en el último capítulo de su libro. El salmo que está escrito allí contiene
tanto una oración como una confesión de fe. Aunque ese salmo comenzó como una
expresión personal de la fe y la alegría que había en el corazón de Habacuc, funcionó
también como una oración y confesión pública del pueblo de Judá. En pocas palabras,
Habacuc desempeñó todos los oficios de un profeta. A través de Habacuc, Dios mismo
le habló a su pueblo. Por su parte, el pueblo, mediante Habacuc, le habló a Dios y el
Señor lo guió por el camino de la oración y la confesión.

SEGUNDA PARTE
Diálogo sobre la maldad del mundo
Habacuc 1:2–2:20

Habacuc pregunta sobre la maldad de Judá (1:2–4)


1:2–4. Por las condiciones que Habacuc describe de Judá en estos versículos, parece
que escribe después de la muerte de Josías, que fue uno de los pocos reyes piadosos de
Judá. Josías llevó a cabo una reforma religiosa que incluyó: la destrucción de los
santuarios a los ídolos, la reparación del templo, y la limpieza en sus atrios de las
prácticas religiosas corruptas de su tiempo. Sin embargo, su obra no duró mucho
tiempo ni fue muy profunda. Después de su muerte en el año 609 a.C., su hijo Joaquín
subió al trono y no poseía ninguna de las cualidades positivas de su padre. Fue un
enemigo irreconciliable de Jeremías, el contemporáneo de Habacuc. Es difícil pensar
que se mostrara más amigable con Habacuc y con el grupo de creyentes a los que éste
servía. Parece que las actitudes impías y la conducta malvada que estaban presentes en
la casa real, penetraron hasta los funcionarios menores, y finalmente al pueblo mismo.
A Habacuc le preocupaba esa situación de la sociedad.
El diálogo del profeta con Dios, comienza con las quejas de Habacuc porque había
orado a Dios por mucho tiempo para que le pusiera fin a la violencia y la injusticia en
Judá, sin que aparentemente hubiera escuchado. Molesto porque en Judá eran
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incontrolables: la impiedad, los conflictos, y la opresión, mientras que Dios no hacía
aparentemente nada, clama: “¿Hasta cuándo, Jehová, gritaré sin que tú escuches; y
clamaré a causa de la violencia sin que tú salves?”
Ésta no es la única vez que las Escrituras presentan este tipo de clamor del pueblo
de Dios. El apóstol Juan informa que vio las almas de aquellos a quienes se les había
matado porque dieron testimonio fiel de la palabra de Dios. Oyó que esos mártires
clamaban a gran voz: “¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero, no juzgas y vengas
nuestra sangre de manos de los que moran en la tierra?” (Apocalipsis 6:10).
Ni Habacuc ni los santos en la visión de Juan, dijeron esas palabras con un espíritu
vengativo. No tenían sed de venganza por toda la maldad que habían recibido de los
perversos. Después de todo, el Señor les dice a los suyos que deben amar a sus
enemigos y poner de buena gana la otra mejilla cuando les hacen algo malo. Más bien,
sus interrogantes le preguntan al Señor: ¿cuándo va a defender su honor?, ¿cuándo va
a actuar con justicia contra los malvados como su santidad lo exige?, y ¿cuándo va a
librar a sus santos como ha prometido?. Después de todo, Dios nos dio una descripción
de él mismo en el monte Sinaí cuando entregó la ley: “Yo soy Jehová tu Dios, fuerte,
celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de los que me aborrecen” (Éxodo 20:5). Y aunque le había dicho a Moisés
en el monte que era “tardo para la ira” (34:6), también dijo que “de ningún modo
tendrá por inocente al malvado” (versículo 7). Habacuc sabía que el Señor se había
descrito a él mismo, y por esto exclama: Señor, ¿hasta cuándo clamaré a ti justicia y
liberación, y no me respondes?
Habacuc también tiene otra pregunta: ¿Por qué, oh Señor, toleras la iniquidad? De
nuevo, Habacuc no es el único, ni siquiera el primero, en expresar esta preocupación.
En su sufrimiento, el justo Job había preguntado: “¿Por qué viven los perversos y
envejecen, aún crecen sus riquezas? Pasan susa días en prosperidad y en paz
descienden al seol” (21:7, 13; vea el resto del capítulo 21). El salmista Asaf también
confesó que en realidad envidiaba la prosperidad de los malvados. Se preguntaba:
“¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador? ¿Ha de blasfemar el enemigo
perpetuamente tu nombre? ¿Por qué retraes tu mano? ¿Por qué escondes tu diestra en
tu seno?” (Salmo 74:10, 11; vea el salmo completo).
Tanto Asaf como Habacuc se preguntan: ¿por qué el Señor tiene las manos en el
bolsillo?, ¿por qué no actúa contra los que lo injurian deliberadamente y hacen caso
omiso de su voluntad? Le preguntaban ¿cómo podía permitir que la persona altanera e
impía lo desairara y lo retara a responder y además hacer que los piadosos vieran esta
conducta, o peor, que ellos mismos fueran víctimas de esto?.
¿Por qué a Habacuc lo consterna tanto la visión que lo impulsa a hacerle preguntas
tan atrevidas al Señor? Mientras este observador agudo de sus días camina por las
calles de Jerusalén y observa a la sociedad de su tiempo, ve que la “violencia” y la
“iniquidad”, levantan su horrible cabeza por todas partes, ya sea: en las casuchas de los
pobres, o en los palacios de los ricos, o en las tiendas y puestos que llenan las calles de
la sección comercial de la ciudad.
La “violencia” describe la conducta inmoral y hasta criminal que se ve en toda la
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sociedad de Jerusalén bajo el gobierno de Joaquín: asesinato, asalto, robo, fraude,
malversación de fondos, violación, adulterio, y otras violaciones flagrantes de la ley
moral de Dios. Estos pecados brotan de una mente impía y de un corazón impenitente.
Destruyen la vida de las personas y arruinan la estructura de la sociedad. Todo eso se
parece mucho a lo que sucede en nuestra sociedad de hoy, ¿verdad?
La “iniquidad” o la injusticia, son la incapacidad o la falta de voluntad de la sociedad
para reaccionar y castigar la “violencia” que se encuentra en su medio. Habacuc ve que
las cortes son corruptas, que los procedimientos de justicia no funcionan. Se pervierte
la justicia para favorecer las intenciones malvadas de los malhechores, se aprovechan
de los piadosos que siguen las normas de la sociedad. Los perversos se escapan del
castigo y los piadosos se dan cuenta de que se les niega la justicia, o sufren el ridículo o
la persecución porque no quieren consentir el mal y más bien lo condenan y piden que
sea castigado.
Es memorable la manera en que Habacuc describe la ley en su sociedad: “La ley se
debilita” o como dice la NVI: “se entorpece la ley”. Una persona débil no puede caminar
ni mover las manos; no puede trabajar, y si alguien la ataca no se puede defender. Lo
mismo sucede con la ley en una sociedad inmoral. La ley se ha vuelto: ineficiente, fácil
de burlar, tan lisiada que “se tuerce la justicia”, o como dice la NVI: “no se da curso a la
justicia”. No hay acuerdo en cuanto a lo que es correcto o lo que es error. No hay buena
disposición para castigar eficazmente a los que infringen las leyes. Como resultado, la
ley ya no cumple su función, queda incapacitada para administrar la justicia como debe
ser.
Una sociedad inmoral es ingobernable. Cuando los Diez Mandamientos se han
convertido en letra muerta, el resultado inevitable es el colapso de la ley y del orden en
la sociedad. Eso es lo que Habacuc vio a su alrededor, y se preguntó ¿por qué no
actuaba el Dios justo?. ¿Por qué Dios lo toleraba? ¿Por qué no salvaba a su pueblo y lo
libraba de los malvados que lo rodeaban? ¿Por qué permitió que las condiciones se
pusieran tan mal?

El Señor responde que los babilonios castigarán a Judá (1:5–11)


1:5. No existe ninguna presentación formal de la respuesta del Señor a la queja de
Habacuc. Aquí el profeta no comienza diciendo: “Así dice el Señor”, o como lo dirá más
adelante en el capítulo 2: “Y Jehová me respondió” (versículo 2). En realidad, la única
razón por la que sabemos que estos versículos no son una continuación de la queja de
Habacuc es que no tienen mucho sentido si se los atribuimos a él; hablan de cosas que
sencillamente no podría hacer. Y se expresan de tal manera que sólo pueden ser los
pensamientos e intenciones de quien controla todos los asuntos de la historia, en otras
palabras, de Dios mismo.
No sabemos cómo recibió Habacuc estas palabras del Señor. Pudo haber sido en un
sueño o en una visión, ya que el Señor se comunicaba frecuentemente de esa manera
con sus profetas. Lo que sí sabemos con seguridad es que Habacuc recibió estas

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palabras de la misma manera como “recibió” el resto de su libro (1:1), es decir, el Señor
se las reveló, probablemente poco después de que Habacuc presentara su primera
queja.
La primera palabra del versículo: “Mirad”, es un verbo en plural. Como tal, indica
que el Señor no sólo se dirige a Habacuc, sino también al pueblo del que le había
hablado el profeta. Mientras habla, el Señor dirige la atención de todos al escenario del
mundo: “Mirad entre las naciones, ved”. Los invita a contemplar el drama humano de la
vida real que se va a presentar allí, algo de lo que ellos se quedarán “asombrados”, algo
que “no creerían”.
Note que no dice solamente: “Miren cómo van a resultar los asuntos de la historia
del mundo”. Dice: “Haré una obra” entre las naciones “en vuestros días”. Al contrario
de lo que decía en su queja Habacuc, Dios no estaba inactivo, no se mantenía al margen
de las cosas; estaba a punto de hacer algo, de tomar cartas en el asunto, de intervenir,
e iba a hacerlo rápidamente, “en vuestros días”, en la vida de la generación de Habacuc.
Ellos debían “mirar” y “ver” los acontecimientos que ocurrían entre las “naciones”
del mundo, porque él demostrará que es el Señor del cielo y de la tierra, el que planea y
dirige el desarrollo de los acontecimientos de la historia y su resultado. Habacuc y el
pueblo de Judá se debían dar cuenta de que el Señor es quien hace surgir a las
naciones. Éstas caen porque él decreta su destrucción. Las naciones sufren la ruina
cuando los agentes de la ira de Dios llevan a cabo sus decretos, cuyo cumplimiento Dios
les ha encomendado.
Estas lecciones o verdades de la historia ofrecen razones sólidas y sustanciales para
que los malvados queden muy “asombrados”, para que sientan mucho respeto hacia el
Señor, porque puede dirigir su juicio también contra ellos en cualquier momento. Esas
verdades también les proveen advertencias claramente definidas, que van dirigidas
para que se arrepientan antes de que sea demasiado tarde y les caiga la ira de Dios con
todas las de la ley.
Además, estas verdades son un gran consuelo para el pueblo de Dios. A veces las
cosas pueden parecer malas para la iglesia que está en la tierra, pero el Señor siempre
está al mando de todo. Cada día, un siglo tras otro, milenio tras milenio, dirige los
acontecimientos del mundo para el bien de su pueblo. El grupo en cuyo nombre habla
Habacuc se daría cuenta cuando viera que los acontecimientos se desarrollaban
exactamente como el Señor había dicho.
Por raro que parezca, el apóstol Pablo cita Habacuc 1:5 cuando predica en la
sinagoga de Antioquia de Pisidia: “Mirad, oh menospreciadores, y asombraos, y
desapareced; porque yo hago una obra en vuestros días, obra que no creeréis, aunque
alguien os la cuente” (Hechos 13:41). Al comenzar así la cita, Pablo nos deja con la
impresión de que el Señor les dirigía su palabra principalmente a los burlones de la
Jerusalén de Habacuc, al pueblo mismo a quien Habacuc había designado como “el
impío” en los primeros versículos de su libro. Esto es posible. En realidad, existe
únicamente la diferencia de una sola letra hebrea entre las frases “menospreciadores” y
“las naciones”.
Sin embargo, al Señor no le interesaba darle sólo una lección de historia a Habacuc,
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tampoco estaba interesado en hacerle saber que él controlaba la historia. No, aquí
había otra lección que aprender: el hecho de que el Señor con frecuencia usaba a las
naciones del mundo para castigar o disciplinar a su pueblo. Hacía cien años, cuando el
malvado rey de Judá, Acaz, se negó a confiar en el Señor y a creer en las promesas que
hizo Dios de liberar a su pueblo, Isaías profetizó que el Señor iba a usar una potencia
extranjera para castigar la falta de fe de Judá: “Jehová hará venir sobre ti, sobre tu
pueblo y sobre la casa de tu padre, días cuales nunca vinieron desde el día que Efraín se
apartó de Judá, esto es, hará venir al rey de Asiria” (7:17). Ahora, en los días de
Habacuc, el Señor estaba a punto de hacer algo similar. Haría surgir otra “vara y bastón
de [su] furor” (Isaías 10:5) para llevar a cabo el castigo sobre la sociedad perversa de los
días de Habacuc, y esa vara de la ira del Señor vendría de una fuente muy improbable.
Habacuc comprendió que estas palabras eran la respuesta del Señor a su queja.
1:6–11. “Porque yo levanto a los caldeos”, dice el Señor, revelando la acción que va
a tomar, a saber, enviar a los babilonios como la vara de su ira y como el instrumento
de su justicia divina. Ellos serán las herramientas que usará para hacer el terrible
trabajo del que acababa de hablar en el versículo 5. Lo describe como un
acontecimiento completamente sorprendente, tan asombroso que el pueblo no lo
creería cuando se lo contaran. Su respuesta sería: “¡Estás loco! ¡Eso nunca podría
suceder!”
No porque Habacuc ni las otras personas de Judá nunca hubieran oído de los
babilonios. En realidad, hubo un rey caldeo llamado Merodac-baladán que gobernó
Babilonia y que un siglo antes había enviado embajadores al rey Ezequías para
felicitarlo por haberse recuperado de una enfermedad grave.
Si tenemos a Habacuc bien ubicado en la historia, entonces en ese tiempo Babilonia
era una nación o reino independiente. Su gobernante era Nabopolasar, que en un
tiempo fue un jefe caldeo, que participó en la destrucción de Nínive, la capital de Asiria,
y que era actualmente el gobernante indiscutible de los valles que estaban en la ribera
de los ríos Éufrates y Tigris. Lo sorprendente era que el Señor iba a usar a esa nación
como una vara disciplinaria contra Judá. En este tiempo parecía improbable que alguna
vez llegaran a ser tan fuertes como para extender su poder tan lejos como Judá.
Al principio los caldeos eran un grupo de tribus del sur de Mesopotamia, cada una
bajo el liderazgo de su propio jefe. Alrededor de la mitad del segundo milenio a.C.
avanzaron hacia el sur de Babilonia y se establecieron cerca de la punta del Golfo
Pérsico. Allí pudieron mantener cierta independencia respecto de cualquier poder o
grupo que fuera la autoridad del área en ese tiempo.
Cuando los asirios conquistaron Babilonia, los informes acerca de los caldeos
comenzaron a aparecer en los anales de los reyes asirios. Casi cada año los ejércitos
asirios debían marchar hacia el sur de Babilonia para sofocar una nueva rebelión que
habían iniciado las tribus caldeas. Como los caldeos se negaban a someterse a la
autoridad de los asirios y peleaban constantemente para oponer resistencia, los
tildaron de estar “en contra de los asirios”, aunque se hubieran resistido a cualquier
fuerza que tratara de controlarlos.

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Varias veces, cuando la autoridad asiria era débil en Babilonia y no había otra
autoridad fuerte en la región, los caldeos no sólo lograron la independencia por ellos
mismos, sino que también marcharon a Babilonia y tomaron el control de la baja
Mesopotamia. Eso sucedió en la última parte del siglo VIII cuando Merodac-baladán
buscó el apoyo de Ezequías como aliado contra Asiria. Sin embargo, los asirios
reafirmaron su autoridad en Babilonia y a Merodac-baladán lo expulsaron.
La segunda vez que los caldeos impusieron su poder en Babilonia, los resultados
fueron más duraderos. Nabopolasar, el padre de Nabucodonosor, tomó el trono de
Babilonia en el año 626 a.C. y declaró que ésta era independiente de sus amos. Esta vez
Asiria estaba demasiado débil para hacer algo al respecto y Nabopolasar se convirtió en
el nuevo rey de Babilonia. Ese fue el comienzo del imperio Caldeo o Nueva Babilonia.
Catorce años después, en el año 612 a.C., Nabopolasar unió su ejército con el de los
medos para destruir Nínive.
Después de la destrucción de Nínive, los medos se retiraron al este y les dejaron el
área de Mesopotamia a los caldeos babilonios. Poco tiempo después, los egipcios
marcharon al norte a través de Canaán y de Siria, a la ribera oeste del río Éufrates para
asegurarse de que los babilonios no cruzaran el río y extendieran su poder al oeste
como lo habían hecho los asirios. Por cerca de siete años el río Éufrates permaneció
como la frontera entre el área que estaba bajo la influencia babilonia, al este, y la que
estaba bajo la influencia egipcia, al oeste. Tal vez esa era la situación en el tiempo de
Habacuc, y no había razón para que supusiera que la situación cambiaría pronto.
Sin embargo, el Señor tenía sus propios planes que quizá nadie podría haber
descubierto si él mismo no se los hubiera revelado a Habacuc. El Señor dijo que iba a
traer a los babilonios a la tierra de Judá y a las calles de Jerusalén. El primer paso en
esta dirección, tal vez varios años después que Habacuc escribió, tuvo lugar en el año
605 a.C. cuando Nabucodonosor, el general de las fuerzas babilonias, peleó contra los
egipcios en Carquemis, en Siria. A los egipcios los vencieron contundentemente y los
obligaron a retirarse a su propio país. Ahora toda la costa este del mar Mediterráneo
estaba abierta para los caldeos. Por primera vez se hizo muy evidente que se podrían
convertir en un azote para el pueblo de Judá.
En realidad, poco tiempo después de la batalla de Carquemis, Nabucodonosor, que
por este tiempo había reemplazado a su padre como rey de Babilonia, marchó a Siria y
a Canaán. Su propósito era impresionar a los reyes del área, incluyendo a Joaquín el hijo
de Josías, con su poder para que no se resistieran a sus decretos y le pagaran tributo
voluntariamente. Cuando Nabucodonosor se apareció a las puertas de Jerusalén en ese
verano del año 605 a.C., Joaquín le pagó tributo y le declaró su lealtad. Nabucodonosor
también se llevó rehenes de la flor y nata de la sociedad de Judea, para asegurarse de
que Joaquín no cambiara de idea. Daniel fue uno de esos rehenes. Ya había comenzado
la disciplina del Señor sobre su pueblo por medio de los babilonios.
Por la propia descripción del Señor respecto al pueblo que él haría surgir para
castigar a Judá, no era grata la idea de lo que esta disciplina implicaría. A los babilonios
se les describe como una “nación feroz y fogosa”, “formidable y terrible”. Ya en su
patria en el sur de Babilonia habían demostrado que eran guerreros, y tan pronto como
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subieron al poder y comenzaron la marcha de cerca de dos décadas hacia el dominio del
mundo, su verdadera naturaleza se hizo terriblemente evidente. Después de haber
ayudado a los medos a derrotar a Asiria, establecieron un imperio propio y despiadado,
continuaron con la tradición asiria de: aterrorizar, saquear, e imponer impuestos en los
reinos más débiles del antiguo Cercano Oriente. Si alguno de los reinos más pequeños
del área, incluyendo a Judá, había esperado que los babilonios les iban a dar alivio de
las agresiones crueles de los asirios, estaban muy equivocados.
Habacuc describe a los babilonios barriendo “la anchura de [toda] la tierra”,
apoderándose de casas, tierras, y “moradas ajenas”, lugares que no habían controlado
antes y nunca descansando hasta lograr su meta. La rapidez con que sus ejércitos
viajaban y la ferocidad con que atacaban, hacían que los caldeos fueran muy temibles.
Eso lo habían aprendido de los asirios. Isaías, refiriéndose a la nación Asiria, dijo: “He
aquí que vendrá pronto, a toda prisa. No habrá entre ellos cansado, ni quien tropiece;
ninguno se dormirá ni dormitará; a ninguno se le desatará el cinturón de su cintura, ni
se le romperá la correa de sus sandalias. Sus saetas estarán afiladas, y todos sus arcos
tensados; los cascos de sus caballos serán como de pedernal, y las ruedas de sus carros
como torbellino” (5:26–28). Por la descripción de Isaías, la llegada de los asirios debe
haber sido una visión horrible. Ahora los babilonios harían lo mismo.
A la caballería de Babilonia se le compara a tres depredadores cuya velocidad y
fuerza le ocasionan una muerte violenta a su presa. “Sus caballos serán más ligeros que
leopardos, más feroces que lobos nocturnos” que se esconden durante el día, y sus
ataques son “nocturnos”. La distancia no es ningún obstáculo para ellos: “vienen de
lejos sus jinetes [rápidamente]”. Como las “águilas” descienden en picada con una
velocidad increíble para devorar a su presa, para satisfacer su necesidad de matar. La
descripción de Habacuc tiene el propósito de que el pueblo de Judá se imagine a la
caballería babilonia: invadiendo su país, saqueando, violando, matando, difundiendo el
temor y el pánico en toda la nación. Todos los del gran ejército babilonio van
aterrorizando a los demás. El rumor de su horror los precede y debilita la voluntad de
sus víctimas para resistirse antes de que lleguen en persona.
Los babilonios daban la imagen de ser un poder irresistible. Detener el avance de
esas “hordas” (NVI) era tan inútil como tratar de detener el viento abrasador del
desierto. Recogían a los “cautivos” y los juntaban para deportarlos a Babilonia, así como
el viento del desierto levantaba innumerables partículas de arena. Babilonia estaba tan
resuelta a lograr sus objetivos que “se mofa de los reyes y de los príncipes hace burla” y
“se ríe de las fortalezas” que se interponen en su camino. Nada los detendrá, ni los hará
ir más despacio. Sitiarán una ciudad y la humillarán, y después pasarán barriéndolo
todo “como el huracán” y seguirán hacia su próxima conquista. Una fe los sostenía:
siempre confiaban en su propio poder, creían firmemente que podían hacer cualquier
cosa que se propusieran. Los reyes de los reinos más pequeños tratarán en vano de
defenderse y detener el avance de los babilonios.
No obstante, nada detendrá a estos babilonios: ninguna barrera natural, como el
Éufrates; tampoco los ejércitos, ni siquiera los más grandes como el de Egipto; ni los
muros de la ciudad, ni siquiera los fuertes como los que rodeaban Jerusalén. Todo caerá
60
ante este enemigo poderoso. Nadie podrá resistírsele. La revelación que Dios le hizo a
Habacuc era terrible para el pueblo de Judá. Les esperaban la condenación y la
destrucción a manos de esa “nación cruel y presurosa”.
El pueblo de Judá estaba siendo castigado por su anarquía. Se había negado a
someterse a la norma de la ley de Dios. Ahora los iba a aplastar un pueblo que “impone
su propia justicia”. Si el pueblo de Judá quería experimentar la anarquía, sólo tenía que
esperar hasta que llegaran los babilonios. La autosuficiencia y la arrogancia de los
babilonios, no iban a permitir que ningún conjunto de leyes ni de restricciones les
impidiera hacer lo que querían, tampoco evitaría que fomentaran “su propia
exaltación”. Ellos no tenían que respetar una ley superior ni un poder más alto. El lema
de su vida podría haber sido: “Yo soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma”.
En el fondo, sólo seguían la ley de que donde reina la fuerza, sucumbe el derecho.
Ninguna fuerza de autoridad moral ni de conciencia, haría que estos maleantes se
apartaran de la ruina ni de la destrucción, que querían llevar a cabo.
El conocimiento del carácter de los babilonios, desde antes de que llegaran, debe
haber hecho que Habacuc se preguntara ¿por qué el Señor los había escogido como
instrumento para castigar a su pueblo?. Habacuc describe la condición espiritual de
ellos diciendo que “pecan porque hacen de su fuerza su dios”. Los caldeos se hubieran
burlado de la idea de que el Señor los estaba usando para disciplinar a su pueblo. Su
actitud era como la de los asirios, a quienes Isaías describe diciendo: “Con el poder de
mi mano lo he hecho, y con mi sabiduría, porque soy inteligente; quité los territorios de
los pueblos, y saqueé sus tesoros, y derribé como un valiente a los que estaban
sentados [en sus tronos]” (10:13).
Hombres como Nabucodonosor consideraban ridículo que el Dios de una nación
pequeña e insignificante como Judá, fuera el Señor de toda la tierra quien controlaba su
destino. Habacuc dice que el dios al que los babilonios adoraban y glorificaban era
según ellos su propia fuerza. Sin embargo, la semilla de su derrumbe final estaba en ese
orgullo. Por eso eran culpables ante los ojos de Dios, y el Señor no puede ni quiere
tolerar esa arrogancia. Y a ello se añadía el hecho de que tenían la responsabilidad
moral de lo que habían hecho, hasta cuando llevaban a cabo la tarea que Dios les había
encomendado de ser la vara de su ira contra su pueblo.

Habacuc pregunta acerca de la maldad entre los babilonios (1:12–2:1)

Jinete babilonio
1:12–17. Habacuc tenía su respuesta. Pero la respuesta del Señor, de que iba a usar
a la feroz y cruel nación babilonia como instrumento para castigar a Judá, debe haber
dejado pasmado a Habacuc. Sin embargo, la pregunta que se debe hacer aquí es:
¿cuándo habló Habacuc por segunda vez? ¿Se opuso de inmediato, tan pronto como se
dio cuenta de todas las implicaciones de lo que el Señor le había dicho, o esperó un

61
poco? Algunos comentaristas creen que el profeta esperó mucho; piensan que esta
queja de Habacuc apareció después que los caldeos habían invadido la tierra y Habacuc
ya tenía conocimiento de primera mano de lo que eran esos maleantes. Desde luego,
pudo haber ocurrido de esa manera. Si fue así, entonces este librito se escribió
gradualmente, tal vez en más de siete años. Sin embargo, puede ser que Habacuc sabía
de los caldeos por información de segunda mano, o tal vez por el conocimiento que
había adquirido en una visita a Babilonia. Como ocurre siempre con Habacuc, tratar de
aumentar lo que ya sabemos sobre su vida es sólo poner en práctica la especulación. No
obstante, hay una cosa que es verdad, Habacuc sí aprecia el aspecto devastador de lo
que el Señor le ha revelado. Él sabe cómo son los babilonios.
No obstante, el segundo discurso de Habacuc no comienza con una queja, sino con
una confesión. El Señor es el Dios eterno que controla todas las cosas. Habacuc
reconoce que la invasión de los babilonios ocurrirá porque el Señor ha decretado el
juicio a su pueblo. Era una sentencia justa que el Señor aplicaba contra el pueblo que
merecía su condenación y su ira. La venida de ese invasor extranjero no se debía a que
el Señor hubiera perdido el control de la situación, ni a que los dioses de Babilonia
hubieran vencido al Dios de Israel, como los paganos del área podrían haber pensado.
No, los babilonios vendrían porque el Señor los había preparado; él los había llamado
para este propósito y los estaba usando para llevar a cabo sus objetivos. El profeta no
tenía ninguna duda respecto de eso.
En el versículo 12 la versión Reina Valera traduce la segunda línea de esta manera:
“Jehová, Dios mío, santo mío… No moriremos”. Hay muchas otras traducciones que
dicen “Tú no mueres”, como la Biblia de Jerusalén. La razón para esta diferencia se
encuentra en la Biblia hebrea como nos la entregaron los que copiaron y conservaron el
texto. Esas personas reciben el nombre de “masoretas”, que significa “conservadores”.
Los “masoretas” pensaban que los antiguos escribas en ciertos lugares habían cambiado
deliberadamente el texto por diferentes razones; una de ellas era que el texto decía
algo acerca de Dios que los ofendió. Los masoretas alegaron que este versículo decía
originalmente: “no morirás”, pero que los escribas cambiaron las palabras a “no
moriremos” porque de alguna manera la afirmación “no morirás” implicaba que Dios
podría morir, aunque la declaración dice precisamente lo opuesto. Ya sea que este
cambio en realidad ocurriera o no por la razón que se afirma, los masoretas
identificaron este texto como tal en las copias que hicieron de Habacuc. Los traductores
que siguen la nota masorética pondrán “no morirás” en sus traducciones. Otros que
hacen caso omiso de la nota y usan sencillamente lo que se encuentra en el texto
usarán la oración “no moriremos”. Cualquiera tendría sentido. Decir que Dios no morirá
es confesar que el Dios eterno es quien controla los asuntos del mundo. Al decir que
“nosotros” no moriremos, el profeta afirmaría así que la esperanza mesiánica de Judá
se cumplirá a pesar de la disciplina severa que estaban sufriendo.
Habacuc sigue esta confesión con otra afirmación. Dice del Señor: “Muy limpio eres
de ojos para ver el mal; ni puedes ver el agravio”. Desde luego, esta no es una
afirmación que sea única de Habacuc, como si tuviera una visión de la santidad del
Señor que era más severa que la de cualquier otro escritor inspirado. Habacuc no decía
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nada diferente de lo que David confesó acerca del Señor: “Porque tú no eres el Dios
que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán
delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad. Destruirás a los que
hablan mentira; al hombre sanguinario y engañador le abominará Jehová” (Salmo
5:4–6). San Pablo dijo algo similar cientos de años más tarde, cuando el Espíritu lo
movió a decir: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e
injusticia de los hombres” (Romanos 1:18).
Ahora viene la segunda pregunta de Habacuc: “Muy limpio eres de ojos para ver el
mal; ni puedes ver el agravio; ¿por qué, pues, ves a los criminales, y callas cuando
destruye el impío al que es más justo que él?”. Habacuc no negaba que el pueblo de
Judá merecía el juicio; sin embargo, estaba preocupado por el hecho de que los
babilonios eran peores que el pueblo de Judá. Judá pasaba por alto la ley de Dios, pero
los babilonios no quisieron reconocer otra ley que no fuera la suya. Judá era malvado,
pero los babilonios eran peores. ¿Acaso el instrumento del juicio del Señor no debería
mostrar algo de la pureza y de la justicia del Señor mismo?
Además, la vara del Señor disciplinaba indiscriminadamente. Los justos de Judá, y
había algunos, estaban sufriendo junto con los malvados. ¿Qué justicia había en eso?
Habacuc cree que la cura de Dios es peor que la enfermedad. Una vez más Habacuc
experimentaba un misterio que el Señor no había escogido revelarle, cómo el Dios justo
gobernaba en el mundo perverso. Si la opresión de los babilonios ya estaba en marcha,
entonces el grito del profeta es mucho más agudo e intenso al sufrir personalmente la
mano dura de los babilonios o al ver la mano que cae sobre aquellos en cuyo nombre él
está hablando.
El profeta Isaías en una ocasión usó la imagen de un niño que recogía huevos, para
ilustrar el saqueo que el rey de Asiria perpetraba a las naciones conquistadas. Hace que
el asirio diga: “Mi mano halló como si fueran un nido, las riquezas de los pueblos. Como
se recogen los huevos abandonados, así me apoderé yo de toda la tierra; y no hubo
quien moviera un ala, ni abriera el pico para graznar” (10:14). Habacuc usa el cuadro de
un pescador que recoge peces para representar la codicia y el apetito que motivó a los
babilonios a saquear de esa forma. Las naciones que los babilonios devastaron son tan
indefensas como los peces, que no pueden evitar que los pesquen; son arrasados
indiscriminadamente. La red babilonia que pasa por el área, sencillamente atrapa a
todas las naciones, incluyendo a Judá.
Además, como todos los ejércitos invasores, los babilonios tenían buen ojo para lo
mejor. Capturaban la tierra y su pueblo, tomando lo mejor: de los alimentos, de la
gente, las posesiones más costosas. Lo que no querían, lo destruían. Qué mano tan dura
mostraba el Señor contra su pueblo. ¿Cuánto tiempo ardería la ira del Señor? ¿Cuándo
volvería su misericordia?
Quizá lo más irritante, para un profeta interesado en la gloria y el honor del Señor,
sea el hecho de que después de que los caldeos conquistaran a Judá, no le dieran
ninguna alabanza ni honor al Señor, aunque había sido él quien puso a su pueblo en
manos de ellos. ¿Adónde va su alabanza? Habacuc dice: “ofrece sacrificios a su red, y
quema incienso a sus mallas”. Los babilonios atribuyen el éxito a sus armas, en otras
63
palabras, a su propia fuerza y destreza militares. ¿Cómo puede tolerar el Señor esa
idolatría y esa arrogancia?
2:1. En realidad este versículo le pertenece al capítulo uno; describe el rumbo que el
profeta está determinado a tomar ahora que ya ha presentado su segunda queja. Una
vez más acude a Dios en busca de la respuesta. Como un guardia de pie sobre los muros
de Jerusalén, vigilante y en espera del mensajero que viene con noticias, él tiene
cuidado de ver y oír lo que Dios le quiere comunicar.
El cuadro que presenta el profeta de un guardia es familiar en el Antiguo
Testamento. Bajo la dirección del Señor, el profeta Isaías una vez se mantuvo como
guardia en los muros de Jerusalén, esperando las noticias de que Babilonia había caído
(vea Isaías 21:6–9). Dios también envió como su “guardia” a su profeta Ezequiel a los
que estaban exiliados en Babilonia. Como guardia de Dios, recibió mensajes del Señor, y
en el caso de Ezequiel, mensajes de advertencia de que Dios se estaba preparando para
castigar la impiedad de su nación. Ezequiel, a su vez, dio la alarma al pueblo que Dios le
había encomendado a su cuidado. La misma imagen presenta Jeremías 6:17: a los
profetas que envió el Señor se les describe como guardias.
La comparación es apropiada. El guardia tenía que estar alerta constantemente
porque el enemigo podría aparecer cuando menos se lo esperaba. Y también porque
podría venir un mensajero trayendo noticias importantes y tenía que estar listo para
recibirlas. También debía tener paciencia; si las noticias que la ciudad esperaba se
demoraban y no llegaban, el guardia todavía debía permanecer alerta, para vigilar la
llegada del mensajero y estar listo en cuanto el mensajero llegara a comunicar las
noticias al resto de la ciudad.
Habacuc dice que tomará su puesto, “en mi puesto de guardia estaré”, y esperará
con paciencia el mensaje del Señor. El hecho de que Habacuc dice que espera la
respuesta del Señor indica que la queja no era solamente suya, sino que el remanente
de los creyentes de Judá esperaba también que se le comunicara la respuesta de Dios.
Por su parte, Habacuc le informaría al remanente lo que el Señor le dijera.

El Señor responde que también castigará la maldad de los babilonios


(2:2–20)
2:2–3. Habacuc dice aquí en su libro por primera y única vez que el Señor le habló.
No sabemos la manera en que Dios escogió comunicarse con Habacuc, tampoco
sabemos cuánto tiempo esperó Habacuc la respuesta del Señor. Aunque muchos
piensan que la segunda queja de Habacuc se escribió antes de que Babilonia invadiera
la tierra, algunos creen que la respuesta tuvo que esperar hasta que los babilonios
llegaron. Creen eso porque el alivio prometido de la opresión de Babilonia, que cubre el
resto de este capítulo y el siguiente, parece quedar mejor en un tiempo cuando los
babilonios ya representaban un problema para Judá.
Habacuc expresó su queja y después esperó confiadamente a que el Señor
respondiera. El Señor no desilusionó a su profeta. Al contestarle le dice primero a
64
Habacuc: “Escribe la visión”. Visión es un término técnico para la profecía o mensaje
que el Señor hizo que Habacuc viera u oyera.
El resto de las indicaciones que el Señor le da en este versículo, no son fáciles de
comprender. Le dice a Habacuc: “grábala [la profecía] en tablas para que pueda leerse
de corrido”. Algunos comentaristas piensan que Habacuc recibe instrucciones de
escribir la visión en un lenguaje tan claro que nadie pueda malinterpretar lo que había
recibido. Entonces cualquiera que lea el mensaje puede correr y contarles a otros lo que
ha leído.
Otros piensan que las instrucciones que el Señor le dio a Habacuc significan que
debía escribir el mensaje que Dios le dio en letras grandes, muy visibles, para que
cualquier persona pudiera leer las palabras, hasta alguien que iba corriendo o que tenía
prisa. Las “tablas” en las que Habacuc debía escribir en esa situación serían letreros o
afiches, que se podían poner en alto en los lugares públicos más visibles donde muchos
pudieran leer fácilmente lo que decían. Hoy los pondríamos probablemente en las
carteleras. Esta interpretación parece tener mérito. En todo caso, aunque los datos de
las instrucciones que Dios le dio a Habacuc son difíciles de entender, la tendencia
general del mandato es clara: Dios quiere que este mensaje se dé a conocer; desea que
otros lo oigan o lo lean; quiere que tenga la audiencia más amplia posible.
En el versículo 3 el Señor sigue hablando de ciertas características de las visiones y
de las revelaciones, características que no sólo se aplican a la visión de Habacuc, sino a
cualquier visión o revelación que un profeta pudiera recibir del Señor. Dios quiere que
su pueblo conozca los elementos característicos de la profecía. Si los del pueblo de Dios
no saben estas verdades, entonces perderán la esperanza y se desesperarán cuando se
enfrenten a opresores como los babilonios. Éstas son las cuatro características de las
profecías recibidas por medio de visiones que nutrirán la fe del pueblo de Dios:
1. La profecía es para un tiempo señalado. “La visión… se cumplirá a su
tiempo” significa que el Señor trata así con su pueblo antes que llegue el
tiempo del cumplimiento, o que la profecía siempre tiene establecido un
tiempo al que se refiere para cumplirse, aunque sólo el Señor conozca
ese tiempo. Para expresarlo de otra manera, hay un tiempo señalado
para el cumplimiento de la profecía que el Señor ha determinado y
fijado.
2. La profecía no puede esperar (literalmente, “suspirar por”) a que llegue
su cumplimiento. Sin duda esto se refiere al deseo vehemente del pueblo
de Dios por ver el cumplimiento de la profecía, como lo revela San Pedro:
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros
inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación,
escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo
que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de
Cristo y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:10, 11).
3. La profecía del Señor anuncia sólo lo que realmente ocurrirá en el
futuro. La profecía del Señor nunca es un fin en sí misma, siempre se

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puede depender de ella y es una base segura para la confianza del
creyente.
4. Aunque su cumplimiento no pueda llegar de inmediato, no dejará de
cumplirse precisamente en el tiempo que el Señor ha establecido.
Es muy importante que los hijos de la fe de todas las épocas comprendan y tomen
en serio estas características de la profecía. Éstas son verdades fundamentales que
mantienen la fe del pueblo de Dios de todos los tiempos. Son tan importantes para que
los cristianos las sepan y se aferren a ellas hoy como lo fueron en el tiempo de Habacuc.
2:4–5. El Señor aquí hace un contraste, entre la incredulidad arrogante de los
babilonios, y la confianza que hay en el corazón del profeta de Dios y en el corazón del
pueblo del Señor. Tanto el Señor como Habacuc han hablado antes acerca del orgullo
de los babilonios. El Señor dijo que “y peca porque hace de su fuerza su dios” (1:11).
Habacuc repitió este sentimiento cuando dijo: “Por esto ofrece sacrificios a su red y
quema incienso a sus mallas” (1:16). En otras palabras, los babilonios tenían confianza
suprema en su capacidad bélica y especialmente en su fuerza y poder militar. Ellos
señalaban a sus armas, su red, y sus mallas, del capítulo anterior, y se enorgullecían de
lo bien que las habían trabajado y del profesionalismo con que las podían emplear.
Se puede imaginar a los oficiales y funcionarios babilonios pavoneándose por las
calles de Jerusalén, golpeándose el pecho y gritando insolentemente como los asirios de
los días de Sofonías: “Yo, y nadie más” (Sofonías 2:15). Ponga la cita de estos hombres
orgullosos y engreídos al lado de una del Dios de toda la creación, de la historia, de la
existencia, que dijo de él mismo: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera
de mí” (Isaías 45:5). Es evidente que los babilonios, al expresar su orgullo asfixiante,
hicieron de su fuerza un ídolo. Peor aún, en su corazón sentían que podrían sustituir a
Dios en su trono. ¡Qué arrogancia! La evaluación que hizo Dios de su actitud y de su
carácter sigue vigente: “su alma [de ellos] no es recta.” (Esta línea también se podría
traducir: “No estoy satisfecho con él”. Así entendió el pasaje el autor de Hebreos
[10:38]. En este caso la línea no expresaría la perversa actitud ni la conducta de los
babilonios, sino más bien expresaría el desagrado del Señor por esa conducta).
Los antiguos babilonios no eran los únicos que tenían esta actitud de fe en el poder
terrenal; como ya se notó con anterioridad, los asirios tenían pensamientos similares.
Siglos antes, el faraón de Egipto había demostrado la misma actitud cuando les dijo a
Moisés y a Aarón: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no
conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Éxodo 5:2). Siglos después sería la
actitud predominante de: los persas, los griegos, los romanos, y de otras naciones
conquistadoras que siguieron sus pasos. Recientemente los alemanes y los japoneses,
durante la Segunda guerra mundial, asumieron esa actitud. Y la Unión Soviética
también manifestó esa actitud hasta que se derrumbó y se destruyó en la última parte
del siglo XX. Por desgracia, también es la actitud que manifiesta los Estados Unidos, la
única potencia mundial que sobrevive en la actualidad, al desplegar su fuerza militar en
todo el mundo.

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Por último, ésa es la actitud de cada pecador que nace en el mundo. Para el hombre
pecador, la vida se centra y gira alrededor de él mismo; aparentemente está en su
derecho absoluto al no hacer caso a su Creador y rebelarse contra la voluntad de Dios, o
al menos eso es lo que afirma. No tiene que rendirle cuentas a nadie, sino a él mismo, le
atribuye su éxito al hecho de que es un hombre que se ha hecho a él mismo, un hombre
que se atribuye el mérito de conseguir cualquier cosa que haya logrado en la vida, y de
cumplir cualquier meta que se haya trazado. ¿Le parece conocido? ¡Qué arrogancia! “Su
alma no es recta en él”. Se le condenará al igual que a su homólogo de Babilonia de una
época y lugar diferentes.
En contraste agudo con los babilonios: arrogantes, orgullosos, jactanciosos, y
confiados en ellos mismos, ahora el Señor presenta al hombre justo, al hombre de fe. Él
dice: “mas el justo por su fe vivirá” (nota: esta traducción es mejor que la de la Biblia de
Jerusalén, que traduce “fe” como fidelidad. Aunque la palabra hebrea con frecuencia
significa “actuar de una manera fiel o leal”, aquí el enfoque no está en hacer sino en
depender del Señor que actuará fielmente según sus promesas). La fe se aferra al Señor
en el que puede confiar, aunque no siempre pueda comprender sus caminos. La fe cree
las visiones y las revelaciones que Dios les da a sus profetas, confía en sus promesas y
encuentra seguridad en ellas cuando tiene que enfrentarse: a la dificultad, a los
problemas, y a la calamidad.
En realidad, lo que dice el Señor se puede traducir: “Pero el que es justo por la fe
vivirá”. El asunto es dónde se pondrá “por la fe”: ¿con “el justo” o con “vivirá”? ¿Les
habla Dios a los que son “justos por la fe” o describe a los que “vivirán por su fe”? Tal
parece que se deben incluir ambos significados en la oración. Tal vez por eso el Señor
expresó la oración de esa forma.
San Pablo considera la oración en el primer sentido cuando cita este pasaje en
Romanos 1:17 y en Gálatas 3:11. Allí dice que la persona que es justa por la fe vivirá. La
verdadera justicia ante Dios llega cuando la persona cree o se aferra a la justicia que
Jesucristo ha ganado para nosotros. Al recibir la persona esa justicia por medio de la fe,
ese creyente se puede presentar ante el Dios santo, que le dirá: “Eres declarado justo,
libre de toda culpa ante mí. He aceptado la obediencia perfecta y la muerte redentora
de mi Hijo a tu favor. Puedes vivir conmigo ahora y por toda la eternidad.”
El escritor a los Hebreos cita las palabras del Señor en el otro sentido. Dice: “Mas el
justo vivirá por fe” [literalmente, “más mi justo vivirá por fe”] (Hebreos 10:38). Quiere
decir que el hijo de Dios, el que es justo por medio de Cristo, por la fe vivirá, es decir,
confía en que el Señor nunca lo dejará ni lo abandonará. Los creyentes pueden tener la
seguridad de que el Señor será fiel a sus promesas de amarlos y cuidarlos. El escritor a
los Hebreos usó este pasaje para animar a sus lectores a soportar cualquier persecución
futura que se les pueda presentar con la confianza firme de que el Señor siempre estará
a su lado. Por eso entienden que el Señor estaría con ellos en toda circunstancia,
proveyendo para sus necesidades y protegiéndolos. Por lo tanto, el justo vivirá por la fe.
En Habacuc el Señor usa estas palabras en el mismo sentido que el escritor a los
Hebreos. El pueblo de Dios, al que le esperaba un futuro de disciplina dura a manos de
los babilonios, viviría confiando en las promesas de liberación, que el Señor le hizo por
67
medio de Habacuc y de los otros profetas del Antiguo Testamento. Cuando el Señor lo
creyera conveniente, castigaría a los enemigos de ellos por su arrogancia y los sacaría
de la escena. “Busquen el fin, el cumplimiento de la profecía, y esperen con paciencia”,
le decía el Señor a su pueblo. “Sepan que yo no los dejaré, no importa cuán poderosos e
invencibles parezcan ser sus opresores. Vivan con la confianza infalible en mí y en mi
fidelidad”.
Esta oración, “el justo por su fe vivirá”, es el tema del libro de Habacuc. Es la verdad
que Habacuc, y el Señor por medio de Habacuc, quieren que viva y more en el corazón
de los fieles de Judá; ya fuera que se enfrentaran a los incrédulos malvados de su propia
sociedad o a los altaneros babilonios, los creyentes sabían y creían que su Dios fiel los
liberaría exactamente como había prometido.
El hecho de que este pasaje se cite con tanta frecuencia en el Nuevo Testamento
indica que Dios quiere que estas palabras vivan y moren también hoy en el corazón de
su pueblo. Los cristianos, que son justos por la fe en la vida perfecta de obediencia de
Cristo y en su muerte expiatoria por todos, vivirán confiando en el Señor y en las
promesas que les ha hecho. Al enfrentarse al mundo hostil e incrédulo, confesarán con
Pablo: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él
todas las cosas?” (Romanos 8:31, 32). Mirarán al futuro y al final de su vida en esta
tierra con confianza en las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente” (Juan 11:25, 26). ¡Sí, el justo por su fe vivirá!
Ahora el Señor vuelve a los babilonios arrogantes y engreídos, añadiendo aún más
detalles a su caracterización. Dice: “El que es dado al vino es traicionero”. El exceso en
la bebida, la borrachera, y el alcoholismo, afligieron al ejército babilonio, como lo hizo
con muchos otros a través de los siglos. ¿Las consecuencias? La adicción de los
babilonios a la bebida iba a desempeñar un papel importante en su ruina final.
Al mismo tiempo, la expresión también se usa de manera metafórica. Cuando el
Señor usa esta palabra también se refiere también a otra clase de vino que es
igualmente destructivo: el vino intoxicante del orgullo, de la arrogancia, y de la
glorificación de ellos mismos. También tiene buen sentido entenderlo de esta manera,
porque el Señor habla acerca de la arrogancia y de sus efectos en el resto del versículo.
Según el Señor, la arrogancia se manifiesta en la codicia. “Porque yo soy todo, lo
quiero todo. Por eso, tengo el derecho de tomar todo lo que quiero”: esa era la actitud
de los babilonios. Su codicia era insaciable, eran: arrogantes, ambiciosos, “soberbios”,
nunca estaban contentos, “ensancha como el Seol su garganta, y es insaciable como la
muerte”. La muerte y la tumba esperan a todo el mundo; como esperan a todos, no
“rechazarán” a nadie, por decirlo así. Asimismo Babilonia—nunca contenta, nunca
satisfecha, con la ambición de tener a todos en su poder y sometidos—marchaba a
través del Medio Oriente, “reunió para sí todas las naciones” y “acaparó para sí todos
los pueblos”, y todavía quería más.
El vino: puede afectar la cabeza, puede levantar el ego del individuo, hacerlo
jactancioso, y conducirlo a ambicionar aún más; pero también puede tener el efecto
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contrario en una persona, y el bebedor puede caer al piso como si estuviera muerto; el
vino puede convertirlo en objeto de burlas y de disgusto, y así les iba a pasar a los
babilonios. El Señor también los castigará con una disciplina que reflejara lo que ellos
les habían hecho a otros. Por ejemplo, si el alcoholismo se descuida, tarde o temprano
destruye al alcohólico. De igual modo, el Señor se encargará de que los babilonios,
ebrios con su propio orgullo, al final se destruyan ellos mismos. Llevan dentro de ellos la
semilla de su propia destrucción. Cuando esa destrucción caiga sobre ellos, no será
simplemente un fenómeno natural, será el juicio del Señor, el Dios Salvador de Israel.
2:6–8. Después de describir al típico babilonio como un hombre dado a la bebida,
orgulloso, y codicioso (versículo 5), el profeta comienza una serie de cinco ayes en los
que anuncia el juicio de Dios sobre los babilonios. Cada uno describe cierta
característica pecadora de los babilonios.
En los versículos finales de este capítulo, el Señor termina de contestar la queja de
Habacuc hablándole directamente a Babilonia acerca de su conducta y sus
características codiciosas e imperialistas. Dice que la arrogancia codiciosa, el ansia
insaciable de conquista, que motivaban el deseo del imperio de crecer y enriquecerse a
expensas de otros, se volverán para perseguirlo. Por la conquista y el despojo de lo que
tenían tantas naciones, Babilonia se había hecho de muchos enemigos; por eso, cuando
la ciudad y su imperio caigan, esas naciones se vengarán de su conquistador, no
sentirán piedad de Babilonia, sino que se burlarán y la ridiculizarán con la siguiente
canción. La canción consiste de cinco estrofas; cada una comienza con: “Ay de…” Cada
una de las estrofas condena a Babilonia por su codicia y su sed de sangre; cada una
indica que habrá cierta justicia poética en el castigo que el Señor impondrá a Babilonia.
El hecho de que el Señor incluya esta canción sarcástica en la respuesta que le da a
Habacuc ha hecho que algunos se pregunten si esa actitud puede estar de acuerdo con
las propias palabras del Señor que dicen que no se complace en la muerte de los
malvados y que ama a todas las personas. Podemos entender que esas otras naciones
paganas estuvieran llenas de odio hacia Babilonia y buscaran una venganza, pero el
Señor quería que su pueblo amara a sus enemigos, ¿verdad? Entonces, ¿por qué les
enseñaría esta canción?
La respuesta implica dos consideraciones muy importantes. En primer lugar, la
arrogancia de Babilonia y la manera en que la expresó eran en realidad un ataque
contra el Señor mismo y su derecho a ser el gobernante absoluto de los asuntos de
todas las naciones. Babilonia usó sus conquistas para extender su imperio, no para
servirle al Señor como instrumento de su mano castigadora, sino para buscar y
enaltecer su propia gloria. En segundo lugar, el tiempo de la gracia y de la misericordia
del Señor finalmente se acabará para cualquier nación y para todas. Asiria, una de las
verdaderas superpotencias del mundo antes del surgimiento de los babilonios, había
tenido su tiempo de gracia; el Señor inclusive había enviado a su profeta Jonás a Nínive,
la capital de Asiria, para que llamara a su pueblo al arrepentimiento. Por un tiempo el
rey de Nínive fue un ejemplo de arrepentimiento para su pueblo, pero después Nínive
rechazó la misericordia de Dios, y el Señor envió al profeta Nahúm para que le cantara

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una canción de burla a la ciudad arrogante e impenitente y le anunciara su
condenación.
A Babilonia le esperaba una suerte similar. El profeta Daniel trabajará allí bajo el
gobierno del rey Nabucodonosor, y de varias maneras llevará al rey pagano a reconocer
quién es en verdad el Señor de todos. Pero como la paciencia y la resignación se
acabaron para Nínive, así también sucederá con Babilonia. Un fundador arrogante y
codicioso de un imperio como Babilonia también podía esperar oír la risa de burla del
Señor por sus intentos de exaltarse por encima de él y por el trato opresor que le dio a
su pueblo. Porque todas las naciones que se exaltan a sí mismas contra Dios y buscan
obstaculizar la venida de su reino pueden esperar que el Señor actúe como el salmista
dice que lo hará: “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?
Se levantan los reyes de la tierra, y los príncipes conspiran juntamente contra Jehová y
contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros su yugo. El
que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego les hablará en su
furor, y los turbará con su ira: Yo mismo he ungido a mi rey sobre Sión, mi santo monte”
(Salmo 2:1–6).
El primer ay condena a Babilonia por acumular riqueza para ella sola mientras
edificaba su imperio. Esa riqueza adquirida ilegítimamente a expensas de los que
habían oprimido y extorsionado no durará mucho. Habacuc usa la imagen de un deudor
que sigue aumentando su deuda prestando cada vez más. Tarde o temprano los
acreedores vendrán y exigirán lo que se les debe. Así debe Babilonia ver su riqueza,
como bienes que son “prestados” por la fuerza, al retorcerles los brazos, por decirlo así,
a los que conquistaban. Un día todas esas naciones a las cuales han oprimido y
saqueado “se levantarán de repente” y se cambiarán los papeles. Un día regresarán con
la misma fuerza y exigirán que los babilonios pagaran. Babilonia también recibe la
condenación porque acumuló sus deudas a costa de muchas vidas humanas y de la
destrucción de muchas propiedades.
2:9–11. El segundo ay condena la violencia que Babilonia empleó acumulando su
ganancia injusta sin considerar cuánta ruina y devastación había causado. La ciudad era
consciente de que se había hecho de muchos enemigos con sus conquistas y saqueos.
Una manera de remediar la situación habría sido otorgarles justicia a esas naciones. En
vez de eso, Babilonia decidió aislarse y hacerse inalcanzable. Habacuc compara sus
intentos de asegurar la dinastía presente, y de ponerse fuera del alcance de sus
enemigos, a los de un águila que hace su nido en un lugar inaccesible donde ningún
enemigo la pueda alcanzar. Tal vez Babilonia podría aislarse detrás de sus muros y no
hacer caso al clamor de justicia que venía de las ciudades y de los países que había
arruinado, pero no podría escapar del grito de la verdad. Si sus víctimas no levantaban
la voz para condenar a Babilonia, entonces las mismas piedras y vigas de madera que
habían saqueado de otros y que habían usado para construir en Babilonia sus casas,
palacios, y templos tendrían que gritar: “¡Robaron y asesinaron a nuestros verdaderos
amos para traernos aquí! ¡Ay de la ciudad de sangre!”

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2:12–14. En la época de Nabucodonosor, la ciudad de Babilonia era una de las siete
maravillas del mundo antiguo. Con sus jardines colgantes, sus murallas tan altas, y sus
edificios magníficos, siendo el palacio de Nabucodonosor un ejemplo notable, Babilonia
superaba a todas las otras ciudades como un monumento a lo que puede lograr el
ingenio humano. Daniel indica que Babilonia fue construida para la gloria del hombre
cuando cita a Nabucodonosor diciendo: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué
con la fuerza de mi poder, para residencia real y para gloria de mi majestad?” (Daniel
4:30).
Sin embargo, en el tercer ay el Señor condena la crueldad sanguinaria que el
imperio de Babilonia usó para obtener la riqueza y conseguir el trabajo de los esclavos
que construyeron su hermosa capital. Sus proyectos de construcción se llevaron a cabo
al precio del sudor y de la sangre de las naciones conquistadas. La argamasa y los clavos
que unían el edificio, eran la sangre de las naciones conquistadas a las que Babilonia
había matado.
Dichos proyectos de construcción podrían durar si el que tuviera el control no fuera
el Señor todopoderoso. En este mundo, el Señor castiga esa actividad criminal,
pronuncia una sentencia de condenación sobre ella: “¿No viene esto de Jehová de los
ejércitos? Los pueblos, pues, trabajarán para el fuego y las naciones se fatigarán en
vano…”. Puede ser que el castigo no llegue de inmediato; por lo general, el Señor no
castiga a los malvados con un rayo en el preciso momento en que cometen sus
atrocidades, pero tarde o temprano llegará el momento de su condenación. La séptima
maravilla del mundo con todos sus edificios magníficos y con todo lo que se había
usado para construirla y crearla subirá en humo y sólo dejará detrás polvo y cenizas.
Una vez más, el castigo que el Señor le dará a Babilonia reflejará lo que los babilonios
hicieron a otras naciones. Habían derrumbado lo que les pertenecía a otros para
edificar lo suyo. Ahora a ellos los derribarán y los destruirán.
Entonces el Señor establece un principio general. Tarde o temprano todo quedará
reducido a la nada: los imperios, los reinos, y las obras humanas. Los hombres se pasan
la vida edificando proyectos para su gloria o para aumentar su reputación, sólo para
que luego los siguientes conquistadores destruyan el fruto de su trabajo. Una potencia
mundial sigue y destruye a su predecesor. La historia lo describe, y seguirá repitiéndose
hasta el fin. El Señor lo dice.
No obstante, el conocimiento de la gloria del Señor durará para siempre. Isaías lo
dice casi en las mismas palabras: “La tierra será llena del conocimiento de Jehová, como
las aguas cubren el mar” (11:9). “La gloria de Jehová” es el total de lo que él es como se
lo ha revelado a la humanidad. En el Nuevo Testamento el apóstol Pablo dice: “Porque
Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en
nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo” (2 Corintios 4:6). Si el conocimiento pleno de la gloria de Dios se puede
conocer sólo en la faz de Jesucristo, entonces el cumplimiento mayor de las palabras de
Isaías y de Habacuc se encuentra en la difusión del evangelio de Jesucristo a través del
mundo y en edificar un reino que no yacerá algún día en ruinas, sino que durará por

71
una eternidad.
2:15–17. El cuarto ay condena la depravación moral con la que Babilonia subyugó a
las naciones que había conquistado. Obligar a una persona a beber de una copa de vino
hasta que se emborrachara es una figura que los profetas usaron para indicar la manera
en que los conquistadores como Babilonia humillaron al pueblo sobre el que
gobernaban. Mirar con lascivia su desnudez describe la manera en que Babilonia usó a
esas naciones para satisfacer sus propias lujurias y apetitos. Es evidente que obligar a
los oprimidos a caminar desnudos ante la mirada lasciva y la mueca burlona de quienes
los habían conquistado era una experiencia muy humillante.
El Señor dice que ahora le llegó el turno a Babilonia. Toda Babilonia va a sufrir ahora
la humillación que había le causado a otros. El Señor hará que beba la copa de la
humillación. En su derrota se tambaleará como un borracho; pronto beberá de la copa
de la ira de Dios, porque pecó e hizo pecar a otros, y para ellos el resultado será todavía
una vergüenza y desgracia mayores de las que ellos mismos les habían causado a otras
naciones.
Otras naciones podrán ser los agentes, pero la caída de Babilonia no será una simple
venganza. El mismo Señor repartirá la justicia y el castigo a esta ciudad violenta e
inmoral. Ahora le tocaba el “turno” de que el “vómito de afrenta [caiga] sobre tu
gloria”. A ellos se les daba la copa de la ira “de la mano derecha de Jehová”. Y
ciertamente merecían la condenación por lo que habían hecho, por la destrucción
masiva de vidas humanas y de propiedades que habían ocasionado: “a causa de la
sangre de los hombres y de las violencias hechas a la tierra, a las ciudades y a todos los
que en ellas habitaban”. El abuso vergonzoso de la creación de Dios para sus propósitos
egoístas, como: “la destrucción de las fieras” y la “violencia” que habían hecho “en el
Líbano” y lugares como éste, los estragos que habían causado destruyendo árboles,
bosques y otros recursos, también eran parte de la razón por la que ahora tendrían que
beber de esa copa de ira. Lo que habían les hecho a otros países, ahora les tocaría, sólo
que en una medida mucho mayor.
2:18–20. La forma del quinto y último ay es un poco diferente de los otros. El
pronunciamiento de esta aflicción aparece a la mitad de la estrofa, no al principio. Sin
embargo, el tema de este último ay es más importante que la forma, porque es una
acusación muy grave que el Señor hace contra Babilonia. Las otras maldiciones son muy
malas y describen con detalle la característica de Babilonia de gloriarse a ella misma y el
trato inhumano que dio a las naciones vecinas. Este ay final acusa a la ciudad y a su
pueblo, de negar su conocimiento natural de Dios, el Creador de todas las cosas y el que
gobierna el mundo. Sustituyeron la adoración al Creador por la idolatría de venerar las
cosas creadas. El apóstol Pablo lo dice de esta manera: “Pues habiendo conocido a Dios,
no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus
pensamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron
necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:21–23).

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La idea central de la acusación del Señor es que los babilonios adoraban objetos
hechos con sus manos. Ponían su confianza “en su obra”, esos objetos “mudos”, sin
vida, hechos de madera y piedra. “Despiértate”, les decían, para que los ayudara. Les
dirigían oraciones y les suplicaban que los socorrieran. Aunque muchos de estos ídolos
eran objetos hermosos y costosos, nunca respondieron ni contestaron. No podían. Eran
mudos, sin recursos, objetos inútiles sin aliento de vida. Era una locura adorar a un dios
así (si desea leer la condena más contundente de la tontería de adorar a los ídolos, vea
Isaías 44:9–20).
Los adoradores de los ídolos de Babilonia, o de cualquier otra parte, probablemente
discutirían que no adoraban al ídolo, porque éste era sólo un símbolo o representación
de su dios. Sin embargo, la manera en que Dios lo presenta aquí indica que la piedad
popular pagana sí veía al ídolo como su dios. El pueblo le llevaba ofrendas para
alimentarlo y vestirlo, lo paseaba en desfiles como un objeto de adoración, le
presentaban sus oraciones, se postraban ante él. En la práctica, adoraban la madera y la
piedra.
Sin embargo, a fin de cuentas, hasta los supuestos dioses que estaban detrás de
estos ídolos eran solamente personificaciones de las fuerzas de la naturaleza, en una
actitud muy similar a la manera en que la gente de nuestra época ve a la Madre
Naturaleza. Estas fuerzas también eran creadas. Ya sea que los paganos adoraran: las
fuerzas que Dios creó, o los objetos que hicieran con sus manos, o las creaciones de su
propia imaginación, el resultado es el mismo, adoraban las cosas creadas en vez de al
Creador y permitían que esos ídolos usurparan el lugar que le correspondía a Dios en su
vida. Dios lo prohíbe en el Primer Mandamiento.
Por lo tanto, ¿adónde debería dirigir Babilonia la atención de su adoración? Los
babilonios se hubieran sorprendido con la respuesta. El Señor del cielo y de la tierra
había hecho su morada en el templo de Jerusalén, en el humilde y poco importante país
de Judá. Aunque había hecho todas las cosas y el universo entero, no lo podía contener,
en su misericordia y compasión, el Señor se había dignado a hacer su morada terrenal
entre los hombres. Allí oirían su voz. Allí escucharía las oraciones de su pueblo, a los que
él escogiera hacer suyos de entre todo el mundo.
En la dedicación del templo, el rey Salomón aclaró que la morada del Señor en
Jerusalén era para beneficio de todos los pueblos. Salomón oró: “Asimismo el
extranjero, que no es de tu pueblo Israel, que venga de lejanas tierras a causa de tu
nombre… y llega a orar a esta casa, tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, y
harás conforme a todo aquello por lo cual el extranjero haya clamado a ti, para que
todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y
entiendan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo edifiqué” (1 Reyes
8:41–43). Allí el Señor estaba presente porque así lo había decidido; allí los pueblos de
la tierra deberían permanecer en silencio reverente, como debe de ser la conducta
apropiada de las criaturas pecadoras ante el Señor de todo el universo.
Aquí el Señor le volvió a asegurar a su preocupado profeta: “Habacuc, veo la
conducta pecadora de Babilonia. En vez de quejarte de que no hago nada respecto a
esto, quédate callado, y espera que lleve a cabo mi juicio justo”.
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TERCERA PARTE
Salmo de fe en la justicia y en el poder salvador del Señor
Habacuc 3:1–19

Llamado a que el Señor los libere como lo hizo en el pasado (3:1–15)


3:1. Una vez más, a Habacuc se le designa como profeta. Aunque hay en este
capítulo algunos indicios de que el salmo que contiene se usaba en reuniones públicas,
parecería que aquí Habacuc cumple ese aspecto del oficio profético donde le habla a
Dios por el pueblo (vea la página 87 donde hay un comentario más extenso acerca del
oficio profético). Lo que Habacuc dijo aquí, al desahogar sus convicciones personales,
las esperanzas y creencias que había en su corazón, el pueblo después lo hizo suyo y lo
usó como una confesión de su fe. El profeta no sólo habló por el pueblo de Dios, le
enseñó al pueblo de Dios a hablar por sí mismo, ofreciéndole sus propias palabras que
habían sido divinamente inspiradas para que las usaran si lo deseaba. Tal vez el
propósito de Habacuc era que usaran este salmo así.
Nadie sabe con seguridad lo que significa la palabra hebrea “sigionot” que la versión
Reina Valera tradujo como “en tonos diversos”. Sin embargo, parece haber un acuerdo
mayoritario de que se refiere a alguna indicación musical o melodía, según la cual debía
cantarse este salmo. El hecho de que estas indicaciones aparezcan aquí y al final del
capítulo y de que haya un triple “Selah” en el salmo, señala que el propósito era que se
usara en la adoración pública; como expresa el tipo de fe paciente y confiada que el
Señor dijo que hay en el corazón del creyente (2:3, 4), forma una conclusión apropiada
para el libro.
Aunque este capítulo es diferente a cualquier otro en Habacuc y parecería
pertenecer mejor al libro de los Salmos, en cuanto al contenido es el resultado que se
espera de la obra del Espíritu de Dios cuando obra en el corazón humano. Por lo tanto,
los que tenían en su corazón una fe similar a la de Habacuc, se podían sentir impulsados
a usar este salmo como una expresión de su confianza en el Señor.
Se ha sugerido que el salmo se usó en Israel como un canto de victoria cuando por
fin fue derrotado el Imperio Babilonio 70 años después. Puede haber sido una canción
de confianza en el Señor que se usaba cada vez que su pueblo se enfrentaba a cualquier
tipo de opresión y peligro. Sea cual fuera su uso específico, la expresión personal de la
fe de Habacuc en este hermoso himno de alabanza se convirtió en un tesoro de todo el
pueblo de Dios del Antiguo Testamento.
3:2. En 2 Timoteo 1:5, San Pablo dice de su joven colaborador: “Trayendo a la

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memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en
tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también”. Timoteo escuchó de las obras
poderosas y salvadoras de Dios porque los miembros de su familia se las enseñaron. No
sabemos cómo supo Habacuc de la fama del Señor ni cómo se enteró de sus obras; no
hay registro de esto. Sin embargo, si los miembros de la familia de Habacuc eran como
la madre y la abuela de Timoteo, entonces alguien en su familia se tomó el tiempo y se
esforzó en enseñar a Habacuc lo que estaba a punto de confesar.
Se dice que la iglesia cristiana siempre está solamente separada por una generación
de la ignorancia absoluta acerca del Dios Salvador. Ésta es una observación válida ya
que nadie nace con un conocimiento del amor misericordioso de Dios ni con la
confianza en él y en la salvación de los pecadores que ha logrado en Jesucristo. Lo que
Moisés les dijo a los israelitas sobre las leyes de Dios: “Y las enseñaréis a vuestros hijos”
(Deuteronomio 11:19), es la tarea que el Señor le da a cada nueva generación. Ya sea la
generación de Habacuc o la nuestra, ya sea la ley revelada de Dios o su obra maravillosa
de rescate en Jesucristo, los niños no sabrán, no podrán confesar como lo hizo Habacuc,
si no se les ha enseñado. No hay responsabilidad más solemne ni necesaria para los
padres y para la iglesia de cualquier época que enseñar a la generación siguiente lo que
el Señor ha hecho por ellos y lo que espera de ellos.
El repaso del registro de las obras de liberación que llevó a cabo el Señor en el
pasado hace que el profeta se llene de esperanza. Lo que el Señor hizo en el pasado, lo
puede hacer otra vez. Ahora Habacuc le suplica a Dios que intervenga a favor del
pueblo como lo hizo en el pasado, orando: “Aviva tu obra en medio de los tiempos”. En
el capítulo 2 el Señor dijo que la profecía anhelaba el día de su cumplimiento. Habacuc
le suplica al Señor: “En medio de los tiempos hazla conocer”, para que se cumpla en sus
días. Le ruega al Señor que cubra su ira con la misericordia y, al hacerlo, salve a su
pueblo. Los hijos de Coré, algunos de los primeros salmistas de Israel, expresaron un
deseo similar cuando cantaron: “Oh Dios, con nuestros oídos hemos oído, nuestros
padres nos han contado, la obra que hiciste en sus días, en los tiempos antiguos. Pero
nos has desechado, y nos has hecho avergonzarnos;… Despierta; ¿por qué duermes,
Señor? Levántate para ayudarnos, y redímenos por causa de tu misericordia” (Salmo
44:1, 9, 23, 26).
3:3–7. Después de haber pedido que el Señor enviara un juicio rápido y castigara a
los babilonios, el profeta ahora mira al futuro y ve a Dios que viene a juzgar a los
babilonios y a liberar a su pueblo de la manera como rescató a Israel en el éxodo y en la
región del monte Sinaí.
En el Antiguo Testamento, cuando se presenta al Señor viniendo a rescatar a su
pueblo, con frecuencia se le representa viniendo del sur. Eso es perfectamente natural
porque el Señor se apareció a Moisés y a los hijos de Israel en el monte Sinaí, que está
al sur de Canaán. El área del desierto donde el Señor cuidó a su pueblo por 40 años
también está al sur. Era el área de la tierra que, para el israelita piadoso, representaba
el lugar de las obras salvadoras de Dios. Moisés habló en términos similares cuando
quiso mantener al Dios Salvador ante los ojos de Israel. “Dijo: Jehová vino de Sinaí, y de

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Seír los alumbró; resplandeció desde el monte de Parán, avanzó entre diez millares de
santos, con la ley de fuego a su mano derecha. Aún amó a su pueblo; todos los
consagrados a él estaban en su mano; por tanto ellos siguieron tus pasos, recibiendo
dirección de ti, cuando Moisés nos ordenó una ley, como heredad en la congregación
de Jacob” (Deuteronomio 33:2–4).
Temán es un distrito de Edom que está al sudoeste de Canaán. Edom fue el país por
el cual los israelitas tuvieron que pasar cuando viajaban a la parte este del río Jordán
desde donde entrarían a la tierra prometida. Al monte Parán se le relaciona con el
desierto de Parán, que estaba en la península del Sinaí, al sur de Canaán.
Habacuc, al hablar de esa forma, describe al Dios que estableció su pacto con Israel
viniendo al rescate de su pueblo en el momento de mayor desesperación. Describe una
aparición de la “gloria” del Señor. En los tiempos críticos de la historia de su pueblo, es
como si Dios se hubiera puesto una vestidura visible —se apareció como un brillo
cegador, parecido al fuego, a la nube, y el humo—para derrotar a sus enemigos y liberar
a su pueblo. En el salmo de Habacuc aparece como un guerrero armado para la batalla.
Estas imágenes brillantes describen la teofanía, esta aparición especial de Dios en la que
lleva a cabo majestuosa y personalmente su obra de juicio y de salvación.
Al Señor se le describe demostrando su poder cuando viene a liberar a su pueblo.
Así es la “gloria” de Jehová aquí. Habacuc dice que cuando Dios vino, su “resplandor
[fue] como la luz”, su gloria brilló como la luz del sol que se eleva de manera
espectacular en el este. Cegadores “rayos brillantes salen de su mano”. La luz de su
gloria llenó el cielo y la tierra. Con frecuencia Dios usa en sus apariciones la luz brillante
para representar su gloria abrumadora. Cuando el Señor se le apareció a Ezequiel para
llamarlo como su profeta, Ezequiel dijo: “Y vi una apariencia como de bronce
refulgente, como una apariencia de un fuego dentro de ella en derredor, desde la parte
de sus caderas hacia arriba; y desde sus caderas para abajo, vi que parecía como fuego,
y que tenía un resplandor alrededor” (Ezequiel 1:27).
La mortandad [o la plaga NVI], son imágenes de siervas que están ante el Rey divino
esperando cumplir sus órdenes. En su papel de juez y de vengadora, la plaga camina
delante del Señor y los carbones encendidos [“el fuego abrasador” NVI] detrás. Con
estas imágenes Habacuc desea representar al Señor que viene a juzgar a sus enemigos
para poder liberar a su pueblo. En el libro de Ezequiel el Señor habla de sus cuatro
juicios terribles: la espada, el hambre, las fieras, y la peste (14:21). Asimismo en el
Apocalipsis de San Juan, el apóstol ve: la espada, el hambre, la peste, y las fieras, que
marchan hacia el mundo para llevar la ira de Dios a la morada de los pecadores. No
podemos oír de la plaga que asiste al Salvador que se acerca sin recordar las plagas con
las que el Señor liberó a su pueblo de la esclavitud y del faraón pagano que se negó a
reconocerlo.
También se usan los movimientos sísmicos para representar el poder del Señor.
Habacuc habla del Señor que sacude la tierra y hace que las montañas se derrumben
como si fueran solamente los muros de Jericó. La mención de “los montes antiguos” y
de “collados antiguos” que se derrumban y se caen equivale a decir que los mismos
cimientos de la tierra temblaban. Lo que Habacuc describe no es un temblor común, ni
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siquiera un terremoto que alcance un grado elevado en la escala de Richter. Es una
convulsión de la naturaleza que se sacude y se mueve cuando se acerca su Creador. Las
naciones también tiemblan de miedo mortal cuando él viene. Sólo su mirada es
suficiente para hacerlas “temblar”.
En el Antiguo Testamento muchas veces se relacionan estos acontecimientos
alarmantes de la naturaleza con la marcha de Israel hacia el monte Sinaí a través del
desierto. El salmista dice que los collados saltaban como ovejas y corderos al acercarse
el Señor. Exclama: “A la presencia de Jehová tiembla la tierra, a la presencia del Dios de
Jacob” (Salmo 114:7).
No es de extrañar que naciones como Cus y Madián se acongojaran cuando el Señor
pasó con su pueblo. Esos grupos moraban en el desierto al norte de Arabia y en la parte
este del Sinaí; quedaban cerca a la senda que Israel tomó durante el éxodo.
3:8–12. Ahora Habacuc ilustra la acción enérgica que el Señor empleó cuando
rescató a su pueblo antiguo. Las imágenes pueden parecer excesivas y poco conocidas
para nosotros, pero los profetas que precedieron a Habacuc usaron ese lenguaje para
describir la obra del Señor. Las imágenes provienen de los mitos de Canaán y de otras
naciones que rodeaban a Israel. Eso no significa que los profetas creyeran esos mitos ni
creyeran que sus lectores lo hacían. Era sencillamente era una forma poética de
expresar lo que el verdadero Dios hizo en realidad, en un lenguaje que conocían de otra
literatura. La situación es similar en la actualidad cuando la gente dice: “La Madre
Naturaleza en verdad demostró su poder y su resolución con las tormentas y los
tornados que tuvimos hoy”. El cristiano podría modificar la expresión sustituyendo “la
Madre Naturaleza” con “el Señor” para dar testimonio de que verdaderamente él está
detrás de los acontecimientos impresionantes que suceden en la naturaleza.
En la mitología cananea, Rahab era el monstruo del caos y del desorden. Lo
acompañaba el dragón llamado Lotán, al que la Biblia le da el nombre de Leviatán. Al
dios pagano al que los cananeos le atribuían la creación de la tierra, se le describe
dándole muerte a este monstruo del caos y a su dragón favorito. El escritor del libro de
Job usa estas imágenes para darle el mérito al Señor por haber creado el mundo. En un
espíritu de gozo y de alabanza, Job anuncia: “Con un soplo suyo se despejan los cielos;
con su poder Dios agita el mar. Con su sabiduría descuartizó a Rahab; con su mano
ensartó a la serpiente escurridiza” (26:12, 13 NVI).
Isaías usó un lenguaje similar para anunciar la manifestación del poder del Señor en
el mar cuando separó el mar Rojo para que Israel pudiera pasar y comenzar el éxodo.
Dice: “¿No eres tú el que quebrantó a Rahab, y el que atravesó al dragón?” (Isaías 51:9).
En este contexto Isaías pide al Señor que actúe en el tiempo presente a favor de su
pueblo como lo hizo en el pasado, porque en las palabras que comienzan el versículo
Isaías dice: “Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Jehová; despiértate
como en el tiempo antiguo, en las generaciones pasadas.” Habacuc hizo exactamente lo
mismo que Isaías: le pidió al Señor que actuara en favor de su pueblo como lo había
hecho en el pasado. Usó un lenguaje que ponía énfasis en este tema. Sus primeros
lectores se podrían relacionar con lo que él decía, no sólo por lo que había dicho, sino

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también por las imágenes que usó al contarlo.
Al Señor se le representa como un guerrero poderoso que le da rienda suelta a toda
la fuerza de sus armas contra los enemigos. La naturaleza se inclina ante el Creador que
le ha dado el orden que tiene. Si este Señor poderoso desea interferir con las leyes de la
naturaleza para poder llevar a cabo la liberación de su pueblo, entonces que así sea. Él
puede mover montañas y cambiar el curso de las aguas. Hasta el sol y la luna, se
quedarán inmóviles si el Señor lo desea así para poder completar la victoria de su
pueblo contra los enemigos. Se nos recuerda lo que hizo el Señor en el tiempo de Josué
durante la conquista de Canaán. “Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová
entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas:
Sol, detente en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ajalón. Y el sol se detuvo y la luna se
paró” (Josué 10:12, 13). Con el fin de que el ejército de Josué tuviera más tiempo para
derrotar al enemigo y asegurarse de que el ejército del enemigo no pudiera escapar
protegiéndose en la oscuridad, el Señor prolongó el tiempo de la luz del sol. Lo que
toma normalmente 24 horas tomó 48. Habacuc ora para que el Señor actúe ahora como
lo hizo a favor de Josué.
Desde luego, el impacto del poder del Señor sobre la naturaleza no es casual. El sol y
la luna no se quedaron inmóviles para que el Señor pudiera hacer demostración de su
poder. Dios lo hizo para liberar a su nación de los enemigos. Eso es también lo que
Habacuc quiere. El Señor, para poder salvar a Israel, ha demostrado que está dispuesto
a trillar o pisotear a las naciones (lo que es siempre una imagen del juicio y de la
destrucción). La historia de las naciones da testimonio de esto. Ahora Habacuc quiere
que la trilladora pase por la tierra una vez más, para que destruya a Babilonia y se
pueda librar a Israel de la opresión y de la muerte.
3:13–15. Ahora se establece el verdadero propósito de la venida poderosa y gloriosa
del Señor. Cuando el Señor vino, lo hizo para socorrer “a su pueblo [escogido]”.
Deseaba “socorrer a [su] ungido”, que sin duda era el rey que se mantenía como
representante de toda la nación. Una vez más, el lenguaje que se usa al final de los
versículos 13 y 14, nos recuerda las batallas mitológicas de los dioses contra los
monstruos. En esos mitos el mar con frecuencia representa el caos y el desorden. Al
Señor se le representa dominando el mar cuando lo pisotea con los cascos de sus
caballos y cuando agita sus aguas.
Por ahora, el punto de Habacuc es claro, hasta para nosotros que no conocemos
muy bien esos mitos. El Señor ha venido con un poder tan grande que le puede dar
órdenes a la creación, para liberar a su pueblo amado. Cuando habla de caminar sobre
el mar, es posible que Habacuc esté pensando en la forma en que el Señor dividió el
mar Rojo con la vara de Moisés. Así el Señor mostró vívidamente su facultad para
controlar y dirigir la naturaleza para el bien de los suyos. Las referencias que hace
Habacuc al líder de la casa del impío al que ha descubierto su cimiento hasta la roca (lo
desnuda), y la matanza de los que estaban “regocijados como su fueran a devorar al
pobre en secreto”, también pueden recordarnos al faraón y su deseo de usar todo su
ejército si era necesario para aplastar a Israel. El Señor no permitió que eso sucediera y

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usó su fuerza todopoderosa para evitarlo. Habacuc anhela que ese mismo poder ayude
ahora a Judá.

Confesión del poder misericordioso del Señor para salvar (3:16–19)


3:16–19. El profeta ha terminado su majestuoso himno de alabanza del poder
salvador del Señor; ahora vuelve a la realidad. Antes, en su libro, Habacuc había
cuestionado al Señor por su forma de gobernar el mundo; ya no lo hace. Ahora sabía lo
que había en el futuro porque el Señor se lo había revelado. Dios iba a enviar el azote
terrible de los ejércitos babilonios para que oprimieran gravemente a Judá. La pobreza
y la desolación llegarían a una tierra en donde una vez había fluido leche y miel.
Cuando Habacuc dijo estas palabras, tal vez el ataque babilonio ya había
comenzado. El pensamiento de esa desdichada probabilidad afectó todo su cuerpo y lo
dejó con un sentimiento de impotencia y de terror. Su corazón palpitaba fuertemente y
sus labios se estremecían, le temblaban las piernas y todo su cuerpo se sentía débil y
enfermo. El futuro inmediato no era agradable de contemplar y Habacuc no tenía ganas
de verlo. Sin embargo, los versículos finales de su profecía no son ninguna letanía de
desesperación; el libro de Habacuc no termina con llanto, sino con una nota triunfante.
De la boca del profeta sale una afirmación sorprendente; dice: “Tranquilo espero el
día de la angustia”. Es fácil, o por lo menos relativamente fácil, servir al Señor cuando
todo va bien y cuando sus bendiciones son evidentes en todas partes. La actitud de
gratitud surge fácilmente cuando las cosechas son buenas, cuando sube el mercado
bursátil, cuando la inflación está baja, cuando todo va bien en la familia, y cuando la paz
reina en la tierra.
Pero, ¿qué sucede cuando esas bendiciones desaparecen? Habacuc lo describe aquí.
Como los babilonios devastarán la tierra, las cosechas se malograrán, y los rediles de
ovejas y los establos del ganado quedarán vacíos. Las condiciones económicas del país
serán tan malas que surgirá la pregunta de cómo podrá sobrevivir Judá. Por las
apariencias externas parecería que el Señor había abandonado a su pueblo o había
perdido el control de la situación. Aquí es cuando la fe se apodera del “justo”, del
creyente hijo de Dios. El panorama del futuro agitó a Habacuc; su fe en la promesa del
Señor lo calmó y lo fortaleció. Los pies le empezaban a vacilar, pero ahora son rápidos y
seguros como los de un ciervo.
Vio la severa disciplina que el Señor le impuso a Judá, pero ya no se quejaba
diciendo: “¿Por qué castigas a tu pueblo con una nación mucho más impía que ella?” En
cambio, nos presenta esta hermosa confesión: “Con todo, yo me alegraré en Jehová,
me regocijaré en el Dios de mi salvación”. Sin lugar a dudas, Habacuc creía que el Señor
le iba a dar toda la fuerza que necesitara para enfrentar los tiempos difíciles que le
esperaban. El Señor lo capacitará para saltar como un ciervo en vez de andar con paso
lento en desesperación; sus pies apenas tocarán el suelo, una imagen de la alegría y de
la despreocupación.

79
Al jefe de los cantores, sobre mis instrumentos de cuerdas
Las palabras de fe de Habacuc se deben recordar y se deben aplicar. “El justo por su
fe vivirá” no es sólo un lema pegadizo, sino una forma de vida. Habacuc nos muestra
cómo se manifestará esta forma de vida en la confesión y en la vida diaria,
especialmente durante los días de desesperación. Estas palabras finales nos recuerdan
que el pueblo de Judá usó las palabras de Habacuc para reafirmar su propia fe en la
bondad infalible del Señor. Las cantaron en los cultos de adoración en Jerusalén; el
pueblo las cantó en el exilio y en los tiempos difíciles, no sólo durante la opresión
babilonia, sino por generaciones después, cuando Babilonia ya era un recuerdo distante
y existía la amenaza de otros enemigos. Las palabras de Habacuc también pueden ser
nuestra fuerza y nuestro consuelo, mientras los justos continúan viviendo por la fe.
Éste es el mensaje que Habacuc nos da. Los procedimientos de Dios nos pueden
parecer extraños, hasta injustos, pero como Habacuc, dejamos que Dios nos los
explique, nosotros también encontraremos una buena razón para regocijarnos y
alabarlo.

INTRODUCCIÓN A SOFONÍAS

Autor
Sofonías es uno de los escritores bíblicos de quienes sabemos muy poco.
Desconocemos dónde nació y dónde vivió. Sin embargo, sí sabemos que llamó a
Jerusalén “este lugar” (1:4) y que conocía la topografía y las varias secciones de la
ciudad. Eso ha llevado a un gran número de estudiosos a suponer que era ciudadano de
Jerusalén.
Sofonías hace algo único entre los profetas: escribe su genealogía de cuatro
generaciones atrás y se identifica como el tataranieto de un hombre llamado Ezequías.
Pareciera más bien extraño que Sofonías recordara su genealogía hasta ese entonces si
no fuera porque Ezequías fue un hombre importante. Muchos eruditos piensan que el
mejor candidato para ser el famoso antepasado de Sofonías es el rey Ezequías, que
gobernó en Judá desde el año 727 al 698 a.C. Ezequías fue un hombre que temió y amó
al Señor y le sirvió con gran energía. Quiso que su pueblo amara y adorara sólo al
verdadero Dios. Por eso llevó a cabo muchas reformas religiosas en Judá. Ordenó que
se destruyeran todos los ídolos del reino, también reparó y purificó el templo, y
restableció la celebración de la Pascua. Fue uno de los dos reyes de Judá, además de
David, que recibió la aprobación total del Señor por la manera en que gobernó.

80
Sucede que el rey Ezequías también fue bisabuelo de Josías, el rey que gobernaba
en la época en que Sofonías era profeta. Si el rey Ezequías es el antepasado al que se
refiere aquí, entonces Sofonías y Josías eran primos, y ambos consideraban a Ezequías
como un discípulo modelo del Señor y como un hombre digno de imitar. Podríamos
decir que los tres eran espíritus afines, hombres que anhelaban que la nación de Judá
volviera al Señor en fe y en vida, y que estaban dispuestos a dedicar su vida para que
eso sucediera. Quizá Sofonías trabajó entre los años 632 y 622 a.C. y apoyó firmemente
a su rey, mientras Josías llevaba a cabo reformas en Judá.
Resulta interesante el ejercicio de luchar con estas preguntas históricas y tratar de
contestarlas, pero al final no importa tanto si el rey Ezequías fue o no el tatarabuelo de
Sofonías; el mensaje divino es lo más importante, no el mensajero ni sus antecedentes.
Sofonías es una persona importante porque la palabra del Señor llegó a él.

Fecha y antecedentes
Sofonías revela que la palabra del Señor le llegó durante el reinado de Josías, hijo de
Amón. Josías gobernó en Judá desde el año 640 al 609 a.C. No sabemos exactamente
cuándo ni cuánto tiempo ejerció Sofonías durante esos años. Sin embargo, una mirada
a los varios segmentos del reinado de Josías nos da una clave. El reinado de Josías se
puede dividir en tres partes; la primera parte cubre los primeros siete años de su
gobierno. Josías llegó al trono a la edad de ocho años cuando su padre Amón fue
asesinado. Amón siguió la política de su padre Manasés a favor de Asiria, pero como el
poder de Asiria disminuyó en esa parte de su imperio, un partido en contra de Asiria
llegó al poder en Judá. Pronto se sintieron descontentos con Amón, y como no cambió
su política, se deshicieron de él y pusieron a su joven hijo en el trono. Josías era el rey,
pero el verdadero poder detrás del trono estaba en manos de esos influyentes
consejeros antiasirios.
El segundo segmento del reinado de Josías comenzó en el año 632 a.C., cuando
tenía 16 años. En ese tiempo ocurrió un cambio importante en la vida de Josías. El
segundo libro de Crónicas capítulo 34 informa que en ese año “comenzó a buscar al
Dios de David su padre” (versículo 3). Tal vez lo que sucedió fue que Josías dejó de estar
bajo la influencia de sus antiguos consejeros y comenzó a buscar a hombres como el
profeta Sofonías, que, sobre todo, querían ver que toda la nación de Judá volviera al
Señor. Se nos dice que durante ese tiempo Josías “comenzó a limpiar a Judá y a
Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Asera, esculturas e imágenes fundidas”
(versículo 3).
El tercer segmento del reinado de Josías comenzó diez años después, en el año 622
a.C., cuando empezó a reparar y a purificar el templo. Durante este proyecto de
reparación del templo, el sumo sacerdote encontró el libro de la ley, que constituyó la
base para el resto de las reformas espirituales de Josías (2 Reyes 22:1–23:30; 2 Crónicas
34:1–35:24). Josías continuó esa obra importante hasta su muerte prematura en la
batalla contra el ejército egipcio en el año 609 a.C.

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Tal vez el mejor lugar para poner a Sofonías en esta historia es durante el segundo
período de su reinado. Allí es cuando las influencias piadosas comenzaron a producir
efecto en los pensamientos y en las actividades del rey y comenzó a instituir sus
reformas. La predicción de Sofonías de que los remanentes de la adoración a Baal
serían borrados de la tierra (1:4) corresponderían bien la época en que Josías estaba
llevando a cabo los primeros pasos de su reforma. Aunque pudo haber estado activo
más tiempo que los diez años del segundo período de Josías, la relación de Sofonías con
Josías y con lo que él dice parece corresponder mejor al período entre el año 632 y 622
a.C. Eso lo convertiría en contemporáneo de Nahúm, Habacuc y Jeremías. En realidad,
Sofonías y Jeremías quizá hayan trabajado juntos para apoyar la obra de Josías, de la
misma manera en que Hageo y Zacarías trabajaron juntos después del regreso del exilio
para apoyar la reedificación del templo que fue realizada por Zorobabel.

Tema y contenido
No es difícil determinar el tema del libro de Sofonías. Él lo expone por primera vez
en el versículo siete del libro: “Calla en la presencia de Jehová el Señor, porque el día de
Jehová está cercano” (1:7). Sofonías no es el primer profeta que pone énfasis en el día
del Señor; en este sentido sigue a Joel. Otros profetas también abordaron el tema,
Isaías (2:6–22) y Amós (5:18–20), le dedicaron secciones de sus profecías al día de
Jehová, pero ninguno lo convirtió en el centro de su mensaje como lo hicieron Joel y
Sofonías.
Tanto Joel como Sofonías, hablaron del “día del Señor” con un doble significado: (1)
como los juicios de Dios que ocurren en medio de la historia contra ciertos individuos y
naciones rebeldes, y (2) como el día del juicio divino al final del mundo. En realidad, el
día de la destrucción de cualquier enemigo de Dios que tenga lugar en el tiempo, en la
historia, ya se trate del destino de un individuo, de un grupo, o de toda una nación, es
para ese grupo o persona el día del Señor, “el último día”, en el que la sentencia del
rechazo eterno y de la destrucción eterna se pronuncia y se ejecuta. Así, el día del Señor
le llegó a Asiria en el año 612 a.C., cuando los medos y los babilonios la destruyeron. A
Jerusalén le llegó en el año 586 a.C., cuando los babilonios la destruyeron, y a los
babilonios también les llegó cuando cayeron en el año 530 a.C. Esos “últimos días”
individuales que ocurren en el tiempo, fueron solamente fases, precursores y
advertencias, que anuncian la venida del día final del juicio del Señor sobre toda la
tierra.
Así que tanto Joel como Sofonías, vieron el juicio de Dios como un proceso
continuo, que culmina en el día del juicio. Cada “día del Señor” por separado era un tipo
o prefiguración del juicio venidero más grande que llevará a cabo el Señor, el día en que
el curso de la historia humana, como la conocemos en esta tierra, llegara a su fin. Ese
“día del Señor” afectará no sólo a un individuo o a una nación, sino: a todas las
personas, a todas las naciones, a toda la creación, pues éste es el día final y universal
del juicio, el día en que la justicia triunfará y el mal se erradicará.

82
Según Sofonías, el día del Señor es de ira y de castigo, el día en que el Señor
castigará con severidad a las naciones. Él advierte: “Cercano está el día grande de
Jehová, cercano y muy próximo… Día de ira aquel día” (1:14, 15). En ese día tanto a los
infieles hipócritas que había entre el pueblo del Señor como a los paganos incrédulos
del mundo, les esperará la ira del Señor y el castigo implacable.
Al mismo tiempo, el día del Señor será de liberación y de regocijo para el pueblo de
Dios. Sofonías les asegura a los hijos de Dios que lo escuchan: “En aquel tiempo se dirá
a Jerusalén: No temas; Sión… Jehová está en medio de ti; él es el poderoso y te salvará”
(3:16, 17).
Esta vista doble del día del Señor, como un día de juicio para algunos, y de
liberación para otros, produce marcados contrastes en el contenido del mensaje de
Sofonías. El libro en sí es una unidad, no es una serie de profecías: inventadas, aisladas,
desconectadas, acerca del juicio. Los pensamientos individuales del libro están
fuertemente entretejidos en una sola tela. Sin embargo, los colores de esa tela varían
grandemente. La mayor parte de la revelación de Sofonías consiste en los colores
oscuros, sombríos, hasta aterrorizantes, de la ley y del juicio de Dios. A los fríos y a los
tibios de entre el pueblo escogido de Dios, no se les pasará por alto cuando venga el
juez de toda la tierra; descubrirán para su desesperación, que una conexión meramente
externa con el cuerpo de creyentes, sin el corazón lleno de arrepentimiento y de fe, los
pone frente a frente con la ira de Dios. Los que se burlan y suponen que el fin nunca
llegará, se sorprenderán y se horrorizarán cuando se enteren de que Dios cumple tanto
sus amenazas como sus promesas. Las naciones paganas del mundo se darán cuenta de
que el Dios a quien no le hicieron caso, está decidido también a juzgar y a condenar sus
pecados.
Sin embargo, con estos colores de desesperación y de juicio, están entretejidos los
colores fuertes y gozosos del evangelio de liberación del Señor. En el día del Señor será
evidente aquello a lo que los creyentes se han aferrado siempre. Entonces quedará
claro para todo el mundo que el Señor ha perdonado el pecado, porque fue quitado el
castigo que merece ese pecado y no caerá en la cabeza del pueblo de Dios. Cuando el
Señor se lleve a su pueblo a su hogar eterno, entonces será convincentemente claro y
muy evidente: que quiere morar con ellos, que se deleita en su relación con ellos, que
se regocija porque están presentes en su morada eterna. Aunque estos énfasis de juicio
y de liberación en el día del Señor son muy diferentes, Sofonías realiza una obra
magistral uniéndolos en una sola proclamación.

Propósito
Algunos eruditos han indicado que el mensaje de Sofonías es atemporal. El tiempo
en que él vivió no tiene mucha conexión con su mensaje, aparte del hecho de que
recurre a éste para dar la imagen y el modo de hablar que necesita para hacer llegar la
revelación a sus lectores. Sofonías se diferencia de sus contemporáneos entre los
profetas menores en este detalle. Nahúm y Habacuc, cuyas profecías acompañan a las

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de Sofonías en este volumen de la Biblia Popular, están muy implicados en los
acontecimientos de su tiempo. Nahúm mira el pasado, la opresión que la nación asiria
le impuso a Judá, y anuncia que el Señor está a punto de destruir a Nínive y de liberar a
su pueblo de la tiranía asiria. Habacuc mira al futuro, ve que los feroces ejércitos de
Babilonia entran en la tierra de Judá, y advierte que el Señor está a punto de usar a esa
nación pagana como usó a los asirios, para castigar la conducta infiel y malvada del
pueblo que llama suyo.
Sin embargo, Sofonías está por encima de la historia y de su tiempo. La impiedad sí
se menciona en términos del tiempo de Sofonías, así como se manifestaba en Judá y en
las naciones que rodeaban a Judá, pero podría ser la impiedad de cualquier época y la
falta de fe que siempre se encuentra en la iglesia de Dios mientras ésta permanezca en
la tierra. Se mencionan los enemigos y se promete la liberación. Sin embargo, la
identidad de esos enemigos es vaga y sin importancia. Son los enemigos del Señor y de
su pueblo de todas las épocas. Esos enemigos serán destruidos; su pueblo será liberado
eternamente.
En la universalidad del mensaje de Sofonías se encuentra un propósito que también
es universal. Al entrar al siglo XXI nos podemos aplicar las palabras de Nahúm y de
Habacuc a nosotros mismos, pero primero debemos enterarnos de lo que los profetas
de esos días le decían al pueblo de su tiempo. Después podemos preguntar: “De las
situaciones específicas con las que trataban estos hombres de Dios, ¿qué verdades
generales se aplican a nosotros? Sin embargo, Sofonías nos habla directamente. Sí, es
verdad que habla acerca de la iglesia de Dios en términos del Israel del Antiguo
Testamento, el mundo malvado está representado por los vecinos de Judá de cada lado,
y la liberación viene a la “hija de Sión” (3:14). No obstante, una vez que descubrimos el
verdadero mensaje de Sofonías bajo las circunstancias del Antiguo Testamento,
encontramos un mensaje que perdura, una verdad esencial que se aplica directamente
a nosotros tanto como a la nación de Judá. Las palabras de Sofonías nos advierten del
pecado y nos consuelan con las promesas de la liberación que nos dará el Señor tan
directamente como lo hacen las palabras de Jesús cuando advierte y consuela en vista
del día del juicio venidero, el día venidero del Señor.

Bosquejo
Tema: ¡El día de Jehová está cerca!
I. Título (1:1)
II. El día del Señor es de ira y de juicio (1:2–3:8)
A. Toda la creación será destruida (1:2, 3)
B. Judá será castigada (1:4–13)
C. Todo el mundo será consumido (1:14–2:3)
D. Las naciones serán juzgadas (2:4–15)
E. Serán condenados los líderes sin fe (3:1–8)
III. El día del Señor es de liberación y de regocijo (3:9–20)

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A. El Señor purificará a la nación (3:9–13)
B. El Señor morará con su pueblo perdonado (3:14–17)
C. El Señor restaurará a su pueblo (3:18–20)

PRIMERA PARTE
Título
Sofonías 1:1

1:1. El título de la profecía de Sofonías nos presenta tanto el elemento milagroso


como el humano en la inspiración de las Escrituras. El Señor no le reveló su verdad
directamente al mundo, usó profetas que, como Sofonías, recibieron la palabra de Dios
de una forma que no entendemos ni podemos explicar. La palabra del Señor era algo
separado de ellos y venía de un origen divino fuera de ellos, y sin embargo se convirtió
en una parte integral de ellos. Cuando Sofonías abría la boca para hablar, no era la voz
del Señor la que se escuchaba; cuando tomaba la pluma para escribir, no era la mano
del Señor la que se movía. Era la voz de Sofonías, que usaba palabras que eran comunes
para él, y la mano de Sofonías se movía, escribiendo palabras que eran normales para
él; pero cuando lo hacía, era la palabra del Señor, no la palabra de Sofonías. Sofonías
hablaba con su voz, y sin embargo al mismo tiempo afirmaba confiadamente: así “dice
Jehová” (1:3). Sin atreverse a explicar lo milagroso de una manera racional, Sofonías
afirmó simplemente lo que Pedro describió después: “Porque nunca la profecía fue
traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).
Es muy tranquilizador saber que Sofonías habla la pura verdad del Señor, palabra
por palabra, y no simplemente lo que está en su mente. El profeta va a decir algunas
cosas sorprendentes: el Señor va a destruir a todo el mundo. ¿Hay que creerle, está
loco, o es un alarmista descontrolado? Sus lectores necesitan saberlo. Si está
mentalmente desquiciado o sólo está furioso con el mundo y con todo lo que hay en él,
entonces creerle será el colmo de la locura. Sin embargo, si tiene razón, entonces el no
hacerle caso podría significar quedar atrapados sin estar preparados en el
acontecimiento más catastrófico de la historia del universo. Los pecadores encontrarían
a su juez cuando estuvieran totalmente desprevenidos para hacerlo.
Sofonías va a decir que el Señor ha quitado el castigo del pecado de su pueblo.
¿Tiene razón o está distorsionando las palabras de Dios? ¿Acaso los que oyen a Sofonías
realmente se pueden atrever a esperar que el Señor no les tenga en cuenta sus
pecados? Sofonías nos asegura que no adivina las advertencias ni las promesas que
salen de su boca. La palabra del Señor vino a él. Él es el portavoz del Señor.

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(Vea las secciones: del Autor, Fecha, y Antecedentes, de la introducción [páginas
138 a 140] para que tenga más detalles acerca de los antepasados de Sofonías.)

SEGUNDA PARTE
El día del Señor es de ira y de juicio
Sofonías 1:2–3:8

Toda la creación será destruida (1:2–3)


1:2–3. Sofonías no anda con rodeos, comienza su libro con una declaración
aplastante, que deja al lector horrorizado debido a la magnitud de lo que dice:
“Destruiré por completo [o llevaré a su fin] todas las cosas”. Se acerca el día del juicio,
dice el Señor, cuando “todas las cosas” serán destruidas. No se puede ser más explícito.
Toda la tierra será destruida. El paisaje se verá como un desierto árido de horizonte a
horizonte, no habrá nada a la vista en la superficie arenosa. Se parecerá a un piso que
una aspiradora sumamente potente dejó limpio por completo, sin dejar ni la más
pequeña partícula.
El alcance de este juicio final, está a la altura del de la creación en el quinto o sexto
día de la semana, cuando el Señor pobló la tierra. En ese momento su poder soberano
se manifestó en la amplia variedad y en la gran diversidad de animales con que llenó la
tierra. Ahora se manifestará el mismo poder al invertir la creación, es decir, al quitar y
destruir todo lo que creó. El alcance de su destrucción será más extenso que la
destrucción del tiempo del diluvio. En ese entonces Dios “borró” y destruyó a todos los
seres humanos (excepto Noé y su familia), junto con los animales de la tierra y del cielo
(excepto los que Dios salvó en el arca para ayudarle a Noé a comenzar un mundo
nuevo). En el día del juicio no habrá excepciones, sólo una erradicación completa y final.
A todos los seres vivos de la tierra, del cielo o mar—sí, hasta los peces—se les borrará
de la faz de la tierra y perecerán en ese día. La mano destructora del Señor será total e
implacable.
La frase “haré perecer a los malvados y extirpare a los hombres” muy bien podría
decir: “la susodicha creación quedará toda en ruinas, junto con los malvados”. La
devastación de la naturaleza será un testigo visible y violento de que el Señor se
levantará en juicio sobre la impiedad del pecador. Jesús declara que antes del día del
juicio las señales de los tiempos incluirán levantamientos en la naturaleza, tales como
terremotos (Mateo 24:6–8), los cuales deben recordarnos que el día del juicio está muy
cerca. Sofonías relaciona la destrucción masiva de la creación con el día mismo del
juicio. Cuando el Señor en su juicio final borre al hombre “de sobre la faz de la tierra” y
condene a los malvados por toda la eternidad, la naturaleza misma será violentamente
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perturbada y destruida.
¿Por qué es necesario este testimonio violento? En la ceguera del pecado, el
pecador no puede apreciar con precisión la gravedad de su condición. Habla entre
dientes y se queja porque Dios está reaccionando de forma exagerada a sus
insignificantes imperfecciones y protesta porque es básicamente una buena persona.
Dios le revela que en su corte divina la situación es peor de lo que se podría imaginar. Y
el Señor hace surgir un testimonio poderoso, la destrucción de la creación, para
hacérselo entender. El pecado es tan grave ante los ojos de Dios que el pecador no sólo
recibe la amenaza del fuego del infierno, sino que la creación misma se encuentra al
borde de la destrucción. Qué llamado tan poderoso para arrepentirse antes que llegue
el día final.
Esta profecía de destrucción se pudo haber dado cuando el piadoso rey Josías
comenzó sus primeras reformas en Judá. Aunque sus acciones eran muy elogiables,
ninguna reforma iniciada por individuos o instituciones, como puede ser el gobierno,
podrá remover la amenaza del juicio que el Señor le profirió al mundo. Esto es verdad,
no importa cuán exitosa sea la reforma humana. Los seres humanos no pueden cambiar
a la satisfacción del Señor. Sólo existe una respuesta a la revelación de Sofonías acerca
del juicio venidero: Arrepiéntanse, porque está cerca el día del Señor.

Judá será castigado (1:4–13)


1:4–6. El juicio inminente del Señor puede cubrir el mundo entero, pero como dice
el apóstol Pedro: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1
Pedro 4:17). Jesús estableció un principio que el juez divino seguirá aquí cuando dijo:
“Porque a todo aquel a quien se le haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que
mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12:48). Desde el principio, el Señor
había bendecido y honrado a la nación de Judá, mucho más que a cualquier otra.
Incluso antes de que fuera una tribu, su antepasado Jacob había declarado que Judá
sería la principal entre las doce tribus. El cetro no sería quitado de ellos, y el Mesías, el
Siloh que daría descanso, vendría de entre ellos (Génesis 49:8–10).
El Señor escogió de una familia de Judá, a David, para que fuera el rey de su pueblo,
y le prometió que en Cristo su reino iba a durar para siempre. El Señor se encargó de
que su casa terrenal se construyera en la ciudad de Jerusalén en el reino de Judá. Sí,
una bendición tras otra le había sido otorgada a Judá. Sin embargo, una relación íntima
con el Señor y estar bajo la sombra de su gracia, no excluye a una persona ni a una
nación del escrutinio divino; más bien aumenta las ocasiones para que ocurra. Por
medio del profeta Amós el Señor le dijo al pueblo antiguo de Israel: “A vosotros
solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por
todas vuestras maldades” (Amós 3:2).
Según Sofonías, en su tiempo se podían condenar muchas de las condiciones:
sociales, morales, y religiosas, que existían en Jerusalén y en Judá. En Jerusalén estaba
la casa del verdadero Dios, el lugar donde él mismo juró morar entre su pueblo. Sin

87
embargo, Sofonías revela que la ciudad y el campo que la rodeaban estaban llenos de:
idólatras, gente indecisa implicada en una adoración impura, y gente que era
indiferente al Señor. Esos tres grupos en quienes caería el juicio del Señor merecían una
mirada más de cerca.
La idolatría todavía estaba muy presente en la tierra de Judá. En toda su historia los
israelitas nunca habían podido conseguir separarse de su aventura amorosa con Baal, el
dios cananeo de la fertilidad. Como nación, Israel primero había llegado a estar en
contacto con Baal en Peor. El lugar quedaba al este del río Jordán, al otro lado de la
ciudad de Jericó. Moisés había guiado allí a los israelitas; ese iba a ser el punto desde el
cual prepararían su invasión a la tierra prometida. Mientras esperaban allí, algunos de
los hombres empezaron “a prostituirse con las hijas de Moab, las cuales invitaban al
pueblo a los sacrificios de sus dioses” (Números 25:1). Así los israelitas se involucraron
en los ritos inmorales de la fertilidad asociados con la adoración a Baal.
Lo que comenzó en Peor continuó de vez en cuando a través del período de los
jueces y de los reyes. Cuando la guerra civil dividió a la nación de Israel en dos reinos,
Israel y Judá, la adoración a Baal se convirtió en la religión oficial del reino de Israel
durante el tiempo de Acab y de Jezabel (Baal es el dios cananeo que Elías puso a prueba
en 1 Reyes 18:20–40.) Lo mismo sucedió en Judá durante el gobierno de la hija de
Jezabel, la reina Atalía. Ni siquiera cuando el gobierno no fomentaba la adoración a
Baal, se abandonó la práctica, hasta el tiempo de Sofonías. Su contemporáneo,
Jeremías, se quejó de que los santuarios a Baal se encontraban en cada una de las
montañas altas y debajo de cada árbol frondoso, que eran los lugares preferidos para
estos santuarios.

Los israelitas adoran a Baal


El Señor tampoco nunca fue tímido en su respuesta a la adoración de Baal. Desde el
principio, en Peor, envió una plaga entre el pueblo. Durante el tiempo de los jueces
castigó repetidamente a los israelitas entregándolos a sus enemigos. Durante el período
de la monarquía envió a los profetas, que vociferaron contra la infidelidad de Israel para
con el Señor. Hubo veces en que las expresiones del desagrado del Señor tuvieron
efecto; el profeta Samuel y el rey David le pusieron fin a la adoración a Baal en el
período de los jueces, y los reyes piadosos como Ezequías destruyeron los santuarios a
Baal y volvieron a consagrar el templo. No obstante, el pueblo, por lo menos una parte,
se siguió sintiendo atraído a la adoración a Baal y le dio a ese ídolo pagano la devoción y
la gratitud que le correspondían sólo al Señor de gloria.
El Señor promete que su juicio caerá duramente sobre el culto a Baal; todo vestigio
de eso será destruido. Cuando dice que “exterminaré” el nombre de los sacerdotes
paganos y ministros idólatras, afirma que no sólo ya no practicarán sus ritos paganos,
sino que inclusive el recuerdo de haberlo hecho será borrado de la mente del pueblo,
para que ni siquiera se mencione su nombre (nota: la palabra que la Nueva Versión
Internacional traduce como “paganos” en su nota al pie de página, aquí realmente es el
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nombre de una clase de los sacerdotes de Baal. En 2 Reyes 23:5 se les designa como los
encargados de quemar incienso al ídolo. Éste es el sentido de las palabras del Señor
aquí: “Eliminaré el nombre de los que queman incienso, de hecho, de todos los
sacerdotes de este despreciable ídolo Baal”).
El pueblo de Dios en los tiempos del Antiguo Testamento encontraba a Baal muy
atractivo porque sus adherentes decían que Baal estaba al mando de las fuerzas de la
naturaleza, de las cuales dependía Israel en Canaán. Ese era el dios de la lluvia, y en una
tierra de escasa precipitación, Israel necesitaba que la lluvia cayera con regularidad.
Cuando no llovía, surgía inmediatamente la amenaza de la sequía y del hambre. Baal
también era el dios de la fertilidad, se le atribuía la fertilidad: de los animales, de los
campos, y de los seres humanos. Sin la bendición de Baal: el campo no producía
cosechas, la vaca no tenía becerros, la esposa no tenía hijos. Por eso tantas festividades
y tantos ritos de la fertilidad, relacionados con todo tipo de prácticas sexuales
inmorales, que se llevaban a cabo en su nombre. Al adorar a Baal, Israel personificaba
una fuerza de la naturaleza y así cometía el error de adorar a la creación en vez de al
Creador, que era el único que traía la lluvia y la fertilidad a su pueblo.
Ya no existe la adoración a Baal, ya no amenaza con corromper a los creyentes. Sin
embargo, cada vez que los hijos de Dios depositan su confianza y su sentido de
bienestar: en los saldos del banco, en los planes de jubilación, en los seguros, en una
economía solvente, y en el conocimiento práctico del médico, sobrevive el espíritu de
Baal, y los dones del Creador se convierten en la base de la confianza más bien que el
Creador mismo. La vista penetrante de la justicia de Dios todavía identifica esos pecados
dentro de la familia de Dios y los amenaza con el juicio.
En su adoración idólatra, Judá no se limitó sólo a Baal. Sofonías también condena a
las personas que se subían al techo para adorar: al sol, la luna, y las estrellas. Por
supuesto, esas prácticas eran parte del paganismo cananeo junto con la adoración a
Baal. Dieciséis kilómetros al oeste de Jerusalén había una villa llamada Betsemes (que
significaba “Casa [templo] del sol”). Casi a veinticuatro kilómetros al este estaba Jericó,
una ciudad cuyo nombre provenía de la luna, tal vez debido a la práctica de adorar a la
luna allí.
Sin embargo, la adoración al sol y a la luna como deidades, era mucho más común
en Asiria y en Babilonia. Ya en el tiempo en que Abraham salió de Mesopotamia, el
hogar de su niñez, la adoración al Dios de la luna, Sin, era muy común. En realidad,
Josué sugiere que el padre de Abraham pudo haber sido un adherente de Sin (Josué
24:2). Ahora, en los tiempos de Sofonías, los descendientes de Abraham, el pueblo de
Judá, se vieron involucrados en las mismas prácticas. Puede ser que lo hayan hecho por
razones prácticas; esta adoración puede haber sido la manera políticamente correcta de
mostrarles su lealtad a los amos asirios, o puede ser que se hayan implicado en las
religiones de esos países poderosos porque les parecía que a sus seguidores les daba
buenos resultados. Después de todo, ¿acaso sus países no eran ganadores, mientras
que Judá era un perdedor? Cualquiera que sea la razón, algunas personas del pueblo de
Judá se hicieron devotas de esos ídolos. Cuando Jeremías condenó la adoración a la
Reina del Cielo, sus seguidores respondieron que les iba bien sólo cuando la adoraban
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(Jeremías 44:15–18). Hoy, cada vez que el pueblo de Dios se mueve a creer o a hacer
algo únicamente porque es práctico debido a que funciona, en vez de hacerlo porque es
verdad, permanece el mismo espíritu que motivó a los adoradores de los ídolos en Judá
y también permanece la amenaza del juicio del Señor.
El segundo grupo al que condena el Señor son los que trataron de ser leales al Señor
y a los ídolos al mismo tiempo. A esta práctica se le llama sincretismo; implica conciliar
la verdad con la falsedad. El problema con esa práctica es que así como cuando se
mezcla agua impura con agua pura resulta más agua impura, lo mismo sucede con la
adoración pura al Señor que se corrompe cuando se mezclan con ella las prácticas de la
adoración a los ídolos. Sofonías habla acerca del compromiso idólatra que algunas
personas trataron de hacer. Se inclinaron ante el Señor y le juraron lealtad, pero no
tuvieron ningún escrúpulo en usar el nombre de un ídolo cuando tenían que hacer un
juramento. Al hacerlo reconocían y adoraban a ambos, mostrando de esa manera que
su lealtad estaba dividida.
En hebreo el nombre para el ídolo que se menciona aquí es Malcam. La palabra
hebrea se puede traducir como “su rey”, pero también se podría pronunciar “Milcom”.
Milcom era el dios principal de los amonitas. También se le conocía con el nombre de
Moloc, que era un dios horrible. Se le ofrecían sacrificios humanos, especialmente de
niños, en el valle al sur de Jerusalén. Asociar o mezclar el nombre del Señor con un ídolo
como ése, o pensar que se podría tener una relación con ambos al mismo tiempo era
una abominación y un insulto al Señor.
Por desgracia, esas lealtades divididas todavía son comunes en la iglesia de la
actualidad. La gente anuncia y confiesa su devoción a Cristo, pero al mismo tiempo
confía en los horóscopos o en los adivinos para que la guíe o la ayude a determinar lo
que les depara el futuro. O también pueden mezclar elementos de lo oculto, como el
espiritismo, con lo que de otra manera son actividades sanas. El sincretismo es tan
inaceptable al Señor hoy como lo fue en los días de Sofonías.
Al grupo final de Judá que el Señor enfrenta a través de Sofonías, tal vez se le podría
catalogar mejor como “indiferente”. Esas personas habían crecido en familias que
temían a Dios, les habían enseñado a confiar en el Señor y a servirlo, pero algo sucedió
cuando se independizaron. Se vieron envueltos en la vida diaria y en el mundo que los
rodeaba. Muy pronto se encontraron con que no tenían tiempo para el Señor, ni
tampoco se interesaban en dedicarle tiempo a él. En realidad nunca rechazaron al
Señor de manera explícita, sólo optaron por no hacerle caso. Sofonías les habla como
“los que se apartan de Jehová”. Tal vez nosotros los llamaríamos reincidentes o
apóstatas, personas que después de haber seguido al Señor, le vuelven la espalda.
La segunda parte de este grupo es diferente del primero sólo en grado. Sofonías los
describe como “los que no buscaron a Jehová, ni lo consultaron”. Esas personas tenían
una conexión externa con el Señor, tal vez hasta habían participado en los cultos del
templo sólo por un tiempo, pero el Señor sencillamente no desempeñaba ningún papel
en su vida diaria. No buscaban su palabra, tampoco la estudiaban ni la aplicaban a su
vida. Rara vez, si acaso lo hacían, buscaban al Señor en oración o se molestaban en
darle gracias por sus bendiciones. En el mejor de los casos, el Señor desempeñaba un
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papel marginal en la vida de ellos.
Si la descripción de estas personas parece familiar, es porque todavía se pueden
encontrar en la iglesia de hoy. En realidad, todos los cristianos deben confesar, en
mayor o menor grado, que esos pecados también los afligen a ellos. El Señor odia el
pecado de la indiferencia tanto como el del rechazo. El Cristo exaltado pensaba en esos
pecados cuando le dijo a la iglesia de Laodicea: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío
ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15, 16).
Algunos comentaristas tienen la impresión de que Sofonías predice aquí las
reformas que Josías iba a llevar a cabo en Judá en los próximos años. Una comparación
de las reformas promulgadas por Josías (2 Reyes 23) con la descripción que hace
Sofonías aquí muestra, desde luego, algunas similitudes, especialmente en los pasos
que se siguieron para eliminar la adoración a Baal. El juicio del Señor, de la misma
manera que las actividades de Josías, tenía el propósito de limpiar y purificar a Judá,
además de castigar a los malvados que había en su medio. Sin embargo, la obra de
Josías nunca logró quitar a los idólatras por completo, tampoco identificó a los
indiferentes ni los castigó de la manera en que Sofonías habla aquí del juicio del Señor.
Entonces aquí es mejor considerar que Sofonías usa a Josías y su acción de eliminar de
la tierra a los malvados como una imagen de la limpieza de la tierra más distante y
completa a manos del Señor cuando venga a juzgar a todo el mundo.
1:7–9. La palabra que Sofonías usa para ordenar silencio tiene el mismo sentido que
nuestra palabra “¡cállate!” Es un mandato fuerte que exige un cumplimiento inmediato
y absoluto. Se dan las razones. El pueblo de Judá está de pie ante el Señor soberano. Él
es el Señor y amo de toda la tierra; es Dios, el que escogió y salvó a Israel. En su
presencia la única respuesta apropiada es el silencio. Eso es verdad especialmente en
vista del hecho de que el día del Señor está cerca. Desde luego, ésta es la razón más
convincente para que el pueblo de Judá deje su idolatría y vuelva en arrepentimiento
verdadero a su Dios Salvador.
Era necesario que Sofonías diera esta orden. De otra manera, el pueblo que leía sus
palabras habría respondido poniéndose a la defensiva como hace la mayoría de las
personas cuando se les acusa de algo; alegan que no son culpables del cargo, o insisten
en que el cargo contra ellos no es grave, por lo menos no tan grave como el acusador
dice que lo es. Dicen que él es injusto. No obstante, es inútil adoptar una posición así
ante el Juez de toda la tierra. Sofonías les aconseja a sus lectores que la única manera
de comparecer ante el Señor es: mantenerse en silencio sobrecogedor, y en reverencia,
y arrepentimiento. Esto sólo demuestra la relación justa y apropiada que debe existir
entre el Señor de todo y sus criaturas, que se han rebelado contra él.
En el versículo 7, Sofonías usa una comparación nueva y notable para describir el
castigo que el Señor tiene preparado para su pueblo malvado. Habla del Señor que
prepara un sacrificio. El sacrificio del que se habla aquí es la ofrenda de paz, una de las
cuatro ofrendas de sangre que fueron instituidas en la ley de Moisés. Al hacer esta
ofrenda el creyente llevaba un animal al santuario, confesaba sus pecados sobre la

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cabeza del animal, y se lo daba al sacerdote para que lo sacrificara. Lo que distinguía la
ofrenda de paz era que una porción de la carne del animal del sacrificio se le devolvía al
creyente. Y entonces esa carne se compartía con la familia, los amigos, e invitados, en
una alegre fiesta familiar. La parte de la carne del sacrificio que comían juntos,
significaba el alegre compañerismo con el Señor y el de unos con otros, así como la
Santa Comunión, también basada en el derramamiento de sangre, lo hace hoy.
Ahora Sofonías usa esta imagen de una manera inesperada. El Señor es quien
provee el sacrificio. Este sacrificio es la nación de Judá, cuya sangre será derramada. Los
“invitados” que el Señor ha designado para que compartan la comida del sacrificio son
las tropas invasoras, probablemente babilonias, a quienes el Señor invita para que
compartan los despojos de Judá. ¡Qué ironía! Un sacrificio que expresaba normalmente
la relación de pacto del Señor con Israel y que tenía el propósito de anunciar: el perdón,
la alegría, y la paz, ahora se convierte en un cuadro del juicio de Dios.
Ésta no es la primera vez que un profeta predice que el Señor convocará a las
naciones paganas para castigar a su pueblo. Cien años antes, por medio de Isaías, el
Señor le había dicho al malvado rey Acaz: “Y acontecerá aquel día, que silbará Jehová al
tábano que está en el fin de los ríos de Egipto, y a la abeja que está en la tierra de
Asiria; y vendrán y acamparán todas en los valles desiertos, y en las cavernas de las
piedras, y en todos los zarzales y en todas las matas” (7:18, 19). Sucedería nuevamente
alrededor de 40 años más tarde cuando el Señor llevara a los babilonios contra Judá.
Esta invasión, que resultó en la derrota y en el exilio de Judá, fue desde luego un
cumplimiento preliminar de las palabras que dice Sofonías desde aquí hasta el versículo
13. No obstante, debemos recordar que la referencia final de las palabras del profeta es
el día del juicio, el fin de todas las cosas. El “día del Señor” que hará pasar a Judá a
manos de los babilonios será solamente un anticipo del juicio final.
El primer segmento de la sociedad judía que cayó bajo el juicio del Señor fue lo más
selecto: los parientes del rey. Cuando Sofonías habla de los príncipes y de los hijos de
los reyes, podría estar viendo el futuro, al día en que a los hijos de Josías, que se
negaron a seguir los pasos de su padre que era temeroso de Dios, los mataran o los
exiliaran a tierras extranjeras. También se podría estar refiriendo: a los nobles, a los
funcionarios de estado, y a otros miembros del clan de la familia real que disfrutaban
de privilegios especiales en el país. Sofonías los caracteriza como gente que se viste con
ropa extranjera. La ropa en sí que la gente usaba no era ni correcta ni equivocada, el
Señor había establecido muy pocas estipulaciones con respecto a la ropa en la ley
mosaica. Pero cuando lo hizo, tenía algo que ver con la relación del pueblo con él (por
ejemplo, vea Números 15:37–40, allí las borlas en la ropa son necesarias porque les
recordaban los Diez Mandamientos a los que las usaban). El punto es que llevar una
moda extranjera ponía de manifiesto cierta manera de pensar, mostraba que los
miembros de la familia real admiraban y se dejaban influenciar por las costumbres y las
creencias que encontraban en las culturas paganas de: Asiria, Babilonia, y Egipto. Tal
vez el estilo de ropa que usaban los piadosos de Judá parecía sin gracia y pasado
completamente de moda para ellos. De esa manera, la ropa que usaba la gente, se
convirtió en una señal de rechazo de las costumbres israelitas y del Señor mismo.
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Es posible que los cristianos de nuestro país tengan algo de dificultad en
identificarse con las preocupaciones de Sofonías. Son miembros de la cultura occidental
dominante, y las personas de otras naciones los imitan, en vez de ser al revés. Sin
embargo, el principio general es verdadero. Ninguna sociedad, incluyendo la nuestra,
puede afirmar que todo lo de su cultura es bueno. Cierta ropa, inofensiva en sí misma, o
ciertos símbolos en joyas o camisetas pueden llegar a simbolizar pensamientos y estilos
de vida sin Cristo. Usar tal indumentaria puede contradecir lo que los cristianos dicen
que creen o puede suavizar su confesión de Cristo ante el mundo. Bajo estas
condiciones, las cosas que de otro modo son neutras en sí mismas se pueden convertir
en errores. Que el resto del mundo haga algo no es ninguna disculpa para que los
cristianos participen. En realidad, hasta puede ser una razón para que el cristiano no lo
haga.
Sin duda la gente de sus días comprendió rápidamente las referencias que Sofonías
hace en el versículo 9, pero son un misterio para los lectores modernos. La primera
pregunta que surge: ¿A quién condena el profeta aquí? ¿Está hablando de los príncipes
y de los otros funcionarios del versículo anterior, o piensa en un segmento diferente de
la sociedad? Si es un grupo nuevo, entonces es muy probable que se refiera a los
sacerdotes de Judá. Segundo, es desconocida la costumbre de la que habla Sofonías. Es
verdad que los sacerdotes filisteos del templo de Dagón en Asdod evitaban pasar por el
umbral de la puerta de su templo desde que su ídolo había caído allí delante del arca
del Señor que tenían cautiva (1 Samuel 5:1–5), pero el verbo que usa Sofonías parece
implicar algo más que sólo “saltar por encima” de algo. Habla más de “saltar” con
exuberancia y con gozo. Entonces hasta puede ser que Sofonías hable de una
costumbre pagana completamente diferente. Cualquiera que fuera la práctica que
Sofonías tenía en mente, era totalmente inaceptable al Señor.
Por último, la palabra que se traduce como “señores” en la Reina Valera se puede
referir a ídolos o a amos humanos, o puede ser una palabra para describir al Señor.
Entonces, ¿quiénes son las personas que se describen aquí? Podrían ser los príncipes
que practicaban costumbres paganas en el templo del Señor y le llevaban ofrendas que
habían obtenido de una manera violenta o fraudulenta, o podrían ser los sacerdotes
que hacían lo mismo. También podrían ser personas que les servían a los nobles de
Judá, siervos o esclavos que llenaban la casa de sus amos con dinero mal habido.
Cualquiera que haya sido su situación, se les cita como otros ejemplos de impiedad en
Judá y, como tales, caen bajo la condenación del Señor.
1:10–11. Con el fin de describir el juicio cercano del Señor sobre Jerusalén, Sofonías
describe el avance de un ejército enemigo sobre ella, invadiéndola desde el norte, la
dirección de donde vienen los enemigos más terribles, Asiria y Babilonia. La profecía se
hizo realidad de una manera preliminar cuando los ejércitos del rey Nabucodonosor de
Babilonia invadieron Jerusalén en el año 586 a.C. Sin embargo, otra vez debemos
recordar que cuando Sofonías usa imágenes del Antiguo Testamento de la experiencia y
de la historia de Judá, también se refiere al juicio final de Dios sobre todos los
malvados, ya sea que tengan o no una conexión externa con el pueblo de Dios. El

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cumplimiento final y mayor de estas palabras no será hasta el día del juicio, cuando el
Señor condenará a todos los malvados, dentro y fuera de la iglesia. Finalmente ése será
“el día del Señor”.
En los días de Salomón (alrededor del año 950 a.C.), Jerusalén consistía sólo del
monte del templo y de una faja angosta de tierra que salía desde allí y se extendía hacia
el sur. Doscientos años después, la ciudad se había extendido hacia el oeste a través del
poco profundo valle central hasta las colinas del sudoeste y del noroeste. Ezequías
cercó parte de estas colinas cuando extendió los muros de Jerusalén. La parte más débil
de la ciudad estaba en el norte, donde ni las colinas ni los valles la separaban del paisaje
que la rodeaba.
Así describe Sofonías el ejército invasor que se acerca a la puerta del Pescado
ubicada en la parte noroeste del muro de Ezequías. Allí el vigilante israelita haría sonar
la alarma. Allí también los habitantes de Jerusalén gritarían primero con dolor al sentir
que la espada del enemigo daría en el blanco. La nueva puerta o segunda puerta, era el
nuevo sector residencial en la ciudad. También estaba ubicada en la esquina noroeste,
al oeste del templo, y una vez que se hubiera abierto una brecha en la puerta del
Pescado, habría sido absolutamente vulnerable. Los “collados” también pueden haber
sido un área nueva de la ciudad; también hubiera sido blanco fácil para el enemigo. Los
sonidos de los aullidos y el quebrantamiento que menciona Sofonías indican el terrible
sufrimiento humano implicado en esta invasión despiadada y la destrucción de: los
muros, casas, y edificios, que acompañarían esta invasión.
La segunda sección de la ciudad que menciona Sofonías había sido designada para el
comercio. Sofonías la llama “Mactes”, que se refiere al “Barrio del Mercado” (NVI).
[“mactes” literalmente significa un lugar hondo o hueco como un mortero] La mayor
parte de los comentaristas suponen que se refiere al valle u hondonada central, que
corría al norte y al sur a través de la ciudad entre los antiguos poblados al este y los
construidos recientemente al oeste. Ese era el distrito comercial donde los mercaderes
ejercían su oficio y los banqueros pesaban el oro y la plata. Tal vez esa sería la siguiente
sección de la ciudad que el ejército invasor tomaría. Los verbos que Sofonías usa aquí
describen cuadros interesantes (nota: la palabra que la Reina Valera traduce como
“destruido” se traduciría mejor como “silenciado”). Sugieren una situación como ésta:
al principio habría sido el alboroto normal y el ruido del ajetreo y del bullicio que tiene
lugar en el mercado. Esto sería seguido por los aullidos y chillidos aún más fuertes de la
gente cuando el enemigo los alcanzara y los atacara. Finalmente, habría silencio, un
silencio absoluto, inquietante y poco natural. No quedaría nadie para hacer ruido. La
gente habría huido o la habrían matado. Eso es parte de lo que Sofonías pensaba
cuando advirtió: “el día de Jehová está cercano” (1:7).
1:12–13. Sofonías no quiere que sus lectores olviden que el verdadero brazo de la
destrucción del que ha estado hablando desde el versículo 10 no es ningún ejército de
hombres, ni ningún agente humano; el verdadero destructor es el Señor. En el último
día, el “día del Señor”, Dios no usará ningún agente, aparte de posiblemente sus
ángeles, para llevar a cabo su justicia. Entonces aquí Sofonías aclara el cuadro; aunque

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él todavía describe la actividad de un ejército invasor, ahora es el Señor mismo el que
busca en todos los rincones de la ciudad. Se revelará lo que hay en todo rincón oscuro
cuando el Señor busque a los malvados, como los invasores buscan a los soldados y
ciudadanos que se han escondido. No hay ninguna posibilidad de esconderse de él.
Absolutamente nadie escapará de su ira ni de su castigo.
Los objetos de la búsqueda del Señor son los hombres que son como el vino que ha
quedado en sus heces. Esas son las impurezas que se asientan en el vino nuevo durante
el proceso de fermentación. Los israelitas dejaban por un tiempo ese vino sobre su
sedimento para darle más sabor. Sin embargo, si el vino se deja demasiado tiempo, los
sedimentos harán que el vino tenga un sabor amargo, convirtiéndolo finalmente en una
masa gelatinosa inútil. El punto del profeta es que los malvados de Jerusalén han
permanecido allí tranquilos por tanto tiempo que se han vuelto espiritualmente
suficientes y complacientes. La calidad de su vida espiritual se ha destruido, se han
arraigado en su impiedad, están más allá de la redención, son totalmente inútiles para
el Señor. Sofonías describe la actitud de ellos: “Jehová ni hará bien ni hará mal”,
afirman confiadamente.
Estas personas no eran ateos confesos que se presentaban y negaban la existencia
de Dios, eran ateos prácticos, gente que decía que la existencia del Señor no importaba.
En su indiferencia, pensaban que Dios no desempeñaba ningún papel en su vida,
negaban que él fuera la fuente de sus bendiciones, se negaban a creer que estuviera
involucrado en los asuntos humanos, incluyendo los de ellos. No esperaban que
cumpliera sus amenazas de intervenir y castigar sus fechorías. Como el vino que se echa
a perder, no había nada que hacer con estos hombres malvados sino deshacerse de
ellos. Y cuánto los sorprenderá el juicio del Señor cuando venga. La riqueza que habían
acumulado durante tanto tiempo se convertirá en despojos de guerra. Las casas que
habían construido con tanto orgullo serán arrasadas. Sus viñedos que habían cuidado
con tanto esmero se convertirán en un montón de parras marchitas. Desaparecerá todo
lo que reemplazó al Señor en su corazón como base de su confianza. El juicio del Señor
desafiará y sobrepasará a cualquier destrucción que un ejército invasor pudiera
imponer en una ciudad indefensa.

Todo el mundo será consumido (1:14–2:3)


1:14–16. Sofonías termina el capítulo describiendo el juicio del Señor de una
manera culminante. Después de advertir que el día del juicio del Señor le iba a
sobrevenir pronto a Judá, Sofonías usa imágenes vívidas de la Biblia para describir cómo
será el juicio final del Señor sobre la tierra. Sus palabras pintan un mural de juicio y de
ira que es difícil de pasar por alto y no será pasado por alto. La primer línea del
versículo 15: “Día de ira aquel día”, inspiró el himno en latín del siglo XIII, Dies irae, dies
illa [Día de ira ese día], que se acostumbra cantar en los últimos domingos del año
eclesiástico. El himno capta el aspecto inquietante de las palabras de Sofonías y su
tema. Afortunadamente, el himno también incluye la salvación que Dios nos da en

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Cristo que nos libera de ese día, un tema que Sofonías trata en el tercer capítulo.
Por segunda vez en este capítulo (la primera vez fue en el versículo 8), Sofonías
presenta su tema: el día del Señor. Aquí él lo llama “el día grande de Jehová”, para
diferenciarlo de cualquier otro día preliminar de juicio que pueda suceder durante la
historia del mundo. Sin embargo, el tema principal es que el día se acerca. Estará aquí
antes de que nadie lo espere. Hay poco tiempo para prepararse. Éste es el mensaje que
el Señor ha dado en todas las Escrituras a través: de sus apóstoles, de sus profetas, y de
su propio Hijo. En realidad, las últimas palabras de Jesús que se han registrado en la
Biblia son “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20).
Dios menciona todo esto con tanta frecuencia debido a que su pueblo necesita
escucharlo una y otra vez. Dios y nosotros, no tenemos el mismo concepto del tiempo.
Hace dos mil seiscientos años Sofonías dijo que el día del Señor estaba cerca, y han
pasado dos mil años desde que el Cristo exaltado le habló al apóstol Juan en
Apocalipsis. Al ver pasar los días y los años, parece que ha pasado mucho tiempo, y el
sentido espiritual se debilitaría sin el constante recordatorio que hace el Señor de que
el fin se acerca. Nos volveríamos como los incrédulos burlones que Pedro menciona:
“[Dirán] ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los
padres durmieron, todas las cosas permanecen así como estaban desde el principio de
la creación” (2 Pedro 3:4). Con la ayuda del Espíritu del Señor decimos confiadamente:
“El final está muy cerca”. Ese día está cerca en cualquier momento y a todo momento:
en los días de Sofonías, en los días de Jesús, en los días de Pedro y de Pablo, o en
nuestros días.
Sofonías pregunta, ¿quieren saber cuán cerca está el día del Señor? ¡Escuchen! Está
tan cerca que ustedes lo pueden oír, si escuchan con oídos que han sido instruidos por
la palabra del Señor. Sofonías no describe lo que piensa que puede suceder ese día. No,
describe lo que ve y oye con los ojos y los oídos de la fe, y sus palabras en el hebreo
original son más alarmantes que la versión Reina Valera. Podemos intentar reproducir
lo esencial de esta manera: “¡Escuchen! ¿Lo oyen? ¡El día del Señor! ¡El guerrero grita
allí amargamente!” No es claro si “el guerrero” se refiere o no al Señor. Algunas
traducciones lo entienden como el Señor. Entonces el Señor estaría desempeñando el
papel del guerrero mientras invadía la ciudad y gritaba un mensaje amargo de
condenación y de destrucción para los habitantes. Por otro lado, la mayor parte de los
comentaristas ven al guerrero como a uno de los defensores de la ciudad. Cuando caiga
sobre la ciudad el día del Señor, el defensor que esté en las murallas será el primero en
gritar con angustia el juicio terrible que está a punto de suceder sobre él y sus
conciudadanos. De cualquier manera, Sofonías puede oír los sonidos horribles mientras
comienza el día del Señor.
Al comienzo de este capítulo Sofonías sugirió que “el día del Señor” invertirá la
creación. Dios “[destruirá] por completo todas las cosas de sobre la faz de la tierra” que
había creado (1:2). Los comentaristas suponen que Sofonías dice lo mismo en el
versículo 15. Dios creó el mundo en seis días. Aquí Sofonías menciona el día del Señor
seis veces. Se invertirá todo lo que Dios hizo en esos primeros seis días de la historia de
la tierra y hará que esa historia termine.
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Ese día (1) será “de ira”. Según el profeta Amós (5:18), los israelitas
pensaban que el día del Señor sería el día en que el Señor exaltaría a
Israel a expensas de las otras naciones del mundo y que ellos quedarían
totalmente libres del castigo y de la destrucción que ese día traería.
Sofonías dice que no es así. Será un día en que el Señor castigue el
pecado y la impiedad, un día en que él exprese toda su ira. ¡Cuidado!
Ese día (2) será “de angustia y de aprieto” y (3) “día de devastación y de
asolamiento”. Parece que el profeta no encuentra palabras suficientes
para describir lo que Dios le permite ver. Con el fin de compensar,
amontona todos los términos que puede encontrar para describir el
sufrimiento y la desesperación mental y espiritual que lo acompañará. La
descripción nos recuerda las palabras de Jesús: “allí será el llanto y el
crujir de dientes” (Mateo 22:13).
Ese día (4) será “de tiniebla y de oscuridad”, (5) “día de nublado y de
entenebrecimiento”. Otra vez los términos se amontonan. ¡Qué manera
de invertir la creación! En el primer día de la creación Dios llamó en voz
alta en la oscuridad: “Sea la luz”, y la luz, el ingrediente básico de la vida,
llegó a existir. Ahora Dios llama en juicio: “¡Sea la oscuridad!”, y a los
pecadores se les separa del Dios que da vida, se les arroja a la oscuridad
eterna. Ningún campo de batalla ni ciudad conquistada, con humo que
sale de los edificios que se queman y la repugnante fetidez que despide
la putrefacción de los cadáveres tirados en las calles, habría presentado
una escena tan espantosa como la que Sofonías describe del fin del
mundo.
Ese día (6) será “de trompeta y de alarma”. El día del juicio del Señor será
incontenible. Avanzará como el ejército más poderoso que el mundo
haya visto. Ni muros ni torres de construcción humana, podrán evitar
que suceda ni podrán proteger a la gente de su poder destructivo.
1:17–18. Ahora Sofonías describe las consecuencias del día del Señor. Ninguna es
agradable de contemplar. El medio que usa Sofonías para describir ese día sigue siendo
la figura de una batalla, el período que sigue la destrucción de la ciudad. Las ciudades
conquistadas casi siempre tenían sobrevivientes, pero como Sofonías los describe, esos
sobrevivientes desearían mejor estar muertos. Caminan como ciegos, se tambalean,
andan a tientas, tal vez porque les arrancaron los ojos o porque están en estado de
shock, lamentan la pérdida de todos y de todo lo que alguna vez significó algo para
ellos. Algunos de sus conciudadanos no son tan afortunados, si es que se les puede
llamar “afortunados” a estos sobrevivientes. Estos ciudadanos yacen en las calles con su
sangre, la vida misma, corriendo por la orilla del camino. Sus entrañas (intestinos) están
esparcidas en el polvo, se les han salido de las heridas que la espada les causó
quitándoles la vida. Si nunca hemos visto una escena de batalla como esta, entonces el
cuadro de un animal que ha sido atropellado por un carro, tirado en el camino,

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ensangrentado y con las vísceras de fuera, sería ilustrativo. La gran diferencia es que los
muertos de Sofonías no son animales, son personas para quienes el Señor tenía la
intención de que fueran la corona eterna de su creación. El juicio del Señor tampoco
tiene predilectos. A este juez no se le puede sobornar, ni la plata ni el oro salvarán a
nadie. Yacerán en la calle el de alta alcurnia y el de humilde cuna. Todos están muertos.
Entre los sobrevivientes hay ricos y pobres por igual. Todos son indigentes.
Cuando leamos las palabras de Sofonías, no debemos olvidar que usa imágenes y
cuadros para hablar de lo que se proponía. Los cuadros y la realidad que se describen
no son idénticos. Sofonías usa los cuadros de la batalla y el de la conquista de una
ciudad, para ilustrar el juicio final del Señor. Tal vez lo hace así porque la caída de
Jerusalén ante los babilonios fue un ejemplo del juicio del Señor y les debía recordar el
día final. Pero las batallas y el día de juicio no son lo mismo. Por ejemplo, hay dos
estados en los que una batalla puede dejar a los participantes: pueden ser
sobrevivientes aturdidos o pueden estar muertos. El día del juicio tendrá solamente un
resultado; los que estén bajo la ira del Señor serán arrojados a la fosa del infierno y
sufrirán la agonía de la muerte eterna: separados de Dios, muriendo, pero nunca
aniquilados. Por las ilustraciones que usa el profeta, podemos ver su tema principal,
pero no debemos insistir en los detalles.
Sofonías también establece muy claramente la razón para el día del Señor. Viene
porque “pecaron contra Jehová”. ¡Es un recordatorio muy serio de la verdadera
naturaleza del pecado! El Señor no pasa por alto el pecado. No son pequeñas
transgresiones sin consecuencias. El pecado es un poder vivo que gobierna en el
corazón de las personas. Es una rebelión voluntaria contra Dios y contra todo lo que él
defiende. Merece toda su ira.
“Toda la tierra será consumida con el fuego de su celo”. Estas palabras de Sofonías
presentan una imagen que a los pecadores no les gusta contemplar. Les gusta pensar
que el Señor es el Dios que en amor pasa por alto el pecado, cuyo amor es tan fuerte
que el pecado no lo desconcierta. Los pecadores se sienten cómodos con la imagen que
se presenta del Señor como un abuelo que es incapaz de castigar a los nietos
malcriados, y si Dios no es así, no lo reconocen. Es evidente que un dios que actuara de
esta manera haría que Cristo fuera innecesario. La Biblia nos dice que Cristo satisfizo la
furia de Dios contra el pecado. Si dicha ira contra todo pecado no fuera real, Cristo no
hubiera tenido que morir y su resurrección no tendría sentido. Los pecadores en su
ceguera caricaturizan el amor de Dios y menosprecian groseramente su santidad. Éste
es un error fatal con consecuencias eternas.
Sofonías nos presenta al Dios santo que odia el pecado. El celo del Señor no es algo
indigno que lo controle, más bien expresa su derecho supremo a exigir que sus criaturas
le obedezcan. Cuando no ocurre esa obediencia, el pecador sólo puede esperar la
destrucción de la ira de Dios. No tenemos que estar de acuerdo, sólo debemos saber
que es verdad y pedir la misericordia que él desea otorgarnos. De lo contrario sería el
colmo de la insensatez.
Sofonías termina este capítulo de la misma manera en que lo comenzó: “No se
equivoquen acerca de lo que estoy hablando”. “Se acerca el día en que el Señor
98
terminará súbitamente la existencia de la tierra. Serán consumidos la tierra y todos los
que viven en ella. ¡Estemos preparados!”
2:1–3. ¡Las palabras del capítulo anterior son aterradoras! Hablan de un desastre
que se dirige directamente a Jerusalén y al mundo pecador, describen el juicio del Señor
como si fuera un enorme asteroide que se dirige directamente hacia la tierra. No se
desviará de ningún modo. La tierra no podrá evitar de ninguna forma ser envuelta por
completo en una destrucción feroz. No hay tiempo para tomar una acción evasiva.
Entonces, ¿qué debería hacer la gente? ¿Debería solamente encogerse de hombros
y esperar lo inevitable? Ese parece ser un plan de acción desesperado. ¿Podrían por lo
menos tratar de escapar de la destrucción venidera? Pero, ¿cómo pueden hacerlo?
¿Qué pueden hacer? ¿Pueden encontrar una manera de burlar al juez que enviará este
juicio universal o sobornarlo, o por lo menos esconderse de él? La verdad es que sus
ojos, que lo ven todo, escudriñan las profundidades mismas del corazón de cada
persona. No se le puede comprar. En su santidad él dice que se castigará al culpable, y
eso quiere decir a todos los pecadores. Tampoco hay modo de esconderse de él. Tiene
acceso tanto a las montañas más altas como a las profundidades del océano. No se
puede escapar de su ira ni siquiera en la tumba. En vista de la revelación que hace el
Señor de su juicio universal, la única conclusión a la que puede llegar todo pecador es:
“¡No hay escapatoria! ¡No hay esperanza para mí!”
Sin embargo, hay una escapatoria, pero no la que la gente había ideado. Más bien,
viene del Señor mismo cuando clama: “Arrepiéntanse, antes de que llegue el día
terrible”. Recordemos quién hace este llamado, viene del Señor que no se complace en
la muerte del malvado, sino quiere que el impío se vuelva de sus caminos y viva. Como
dirá más tarde por medio de Ezequías, el Señor llama mediante Sofonías diciendo:
“Convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:32).
El llamado al arrepentimiento comienza con una invitación “congregaos” o
“recogeos dentro de vosotros mismos” [NIV], suplica el profeta. La palabra que usa
Sofonías contiene el pensamiento de recoger la paja del campo. La imagen es muy
apropiada. Así como se reúne la paja para formar gavillas o manojos, también los
pecadores arrepentidos debían reunirse ante el Señor, para suplicar su misericordia, y
hacerlo antes que llegue el tiempo cuando los reúna para el juicio. La postura inclinada
que asumen los trabajadores para reunir la paja también es un modelo apropiado de la
manera en que el pecador se debe acercar a Dios. Tal vez Sofonías pensaba en las dos
ideas cuando usó precisamente esta palabra.
La palabra que la versión Reina Valera traduce como “sin pudor” es difícil de
entender por completo, en realidad viene de la misma raíz hebrea que la palabra para
“plata”. La palabra parece implicar algo pálido, sin color. Al tener esto en cuenta, los
israelitas la usaban para describir a una persona a la que se le había ido el color o que
se sentía abrumada por la vergüenza. La misma palabra se usó en el Salmo 84:2 con el
sentido de “ansiar”. Allí el salmista dice: “Anhela mi alma… los atrios de Jehová”. No es
claro si Sofonías tenía uno o todos estos pensamientos presentes cuando se dirigió a la
nación de Israel como lo hizo: “oh nación sin pudor”.

99
El sentido de su llamado al arrepentimiento tal vez se podría parafrasear así: “Oh
nación que no siente vergüenza de su impiedad y es insensible al llamado de
arrepentimiento del Señor, inclínate ante el Señor en arrepentimiento humilde antes
que sea demasiado tarde y te aplaste con su juicio”. Entonces Sofonías estaría
describiendo a Israel de una manera que es característica de todos los pecadores. Por
naturaleza el pecador no reconoce su pecado como malo y equivocado, o no se
preocupa mucho por él. Por supuesto no tiene la voluntad de inclinarse ante el Señor ni
de confesar que merece el castigo eterno. Por naturaleza todo pecador es insensible al
Señor.
Sofonías sigue su llamado al arrepentimiento con tres cláusulas que comienzan con
“antes”. Cada una de ellas contiene una razón por la que Israel debe responder positiva
y rápidamente. Arrepiéntanse, dice Sofonías: “antes que tenga efecto el decreto”. En su
almanaque el Señor ya ha marcado la fecha en que actuará, y ésta es específica, una
fecha ya designada ese día está “cercano y muy próximo” (1:14). Los pecadores tienden
a pensar que si el juicio del Señor de hecho va a venir, vendrá en un tiempo distante en
un futuro lejano. Entonces se imaginan que hay bastante tiempo para prepararse.
Sofonías nos informa que no es así. El sentido del tiempo del Señor es diferente del
nuestro. Por su paciencia puede parecer como si todavía no hubiera decidido cuándo
llegará el día del juicio, pero si los pecadores ven de esta forma los planes del Señor se
están adormeciendo en una apatía peligrosa y los encontrará desprevenidos. Cuando
llegue el Señor, ellos serán llevados a su destrucción eterna de la misma manera que el
viento levanta la paja y la sopla hasta que desaparezca.
La segunda razón que da Sofonías para un arrepentimiento inmediato es ésta: el día
del Señor será el día “del furor de la ira de Jehová”. El profeta Amós revela que los
israelitas tenían ideas falsas acerca del día del Señor (5:18). Como los profetas habían
hablado acerca de la “restauración” del pueblo de Dios, Israel creía que el día del Señor
sería en verdad un día de juicio para todas las naciones que los rodeaban. Creían que
escaparían del juicio por ser la nación escogida de Dios. Los israelitas suponían que no
tenían necesidad de arrepentirse ni de vivir piadosamente. Sin embargo, Sofonías le
asegura a la impenitente Israel que la furia del Señor verdaderamente arderá contra
ellos debido a su pecado.
Una vez más las palabras de Sofonías son inquietantes. Se podría pensar que la ira
de Dios no puede ser tan absoluta que no pase por alto algún pecado y que nadie
escape ileso. Nos consolamos diciendo: “Sí, tan solo esas personas perversas recibirán
lo que merecen. Son peores que nosotros. Sabemos que Dios se encargará de que
recibamos un mejor trato”. Sofonías no lo ve así. Él no hace esas comparaciones ni esas
excepciones, porque dice: “Están advertidos, porque la furia del Señor caerá sobre
ustedes. Él no es Dios con quien se pueda jugar”. Sí, las razones son contundentes y
convincentes para que cada individuo y todos los pecadores que oigan o lean las
palabras de Sofonías se arrepientan tan pronto como sea posible.
Otra vez Sofonías llama al arrepentimiento. “Buscad a Jehová”, refiriéndose
especialmente a “los humildes de la tierra”. La palabra que usa Sofonías para “humilde”
también significa “oprimido”. Es una buena palabra para describir a la persona humilde,
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piadosa que busca hacer lo que es correcto. Nosotros no buscamos la opresión ni nos la
aplicamos voluntariamente sobre nosotros. Si la opresión viene, llega de afuera:
proviene de otra persona que nos la impone, y así sucede con los que se mantienen
humildes ante Dios, su humildad no es una actitud que ellos hayan creado o suscitado
en ellos mismos. La verdadera humildad o contrición viene del duro martillo de la ley de
Dios, que aplasta a los pecadores y les dice que no tienen ninguna oportunidad de estar
ante el Juez divino y de ser declarados no culpables. La santa ley de Dios golpea a los
pecadores hasta que se den cuenta de la verdad de que no hay nada que puedan hacer,
que no hay justicia que puedan cumplir para agradar al Señor y así poder escapar de su
furiosa ira.
No obstante, Sofonías les ofrece esperanza a los que han sido humillados y
oprimidos por la ley de Dios. Les dice: “buscad mansedumbre”, porque la
mansedumbre hace que los pecadores se aparten de sus propias soluciones al problema
de escapar la ira del Señor. Y también les dice: “buscad justicia”. Finalmente, ésta es la
manera de presentarse ante Dios y vivir: buscar la justicia que sea aceptable a él. Pero
ahí está el problema. ¿Qué justicia es aceptable para el Señor? ¿Qué pensamientos,
palabras, u obras, anunciará el Señor como buenos y justos? Isaías nos dice que no
esperemos producir esa justicia ni encontrarla dentro de nosotros; dice: “Todos
nosotros somos como cosa impura, todas nuestras justicias como trapo de inmundicia.
Todos nosotros caímos como las hojas, y nuestras maldades nos llevaron como el
viento” (Isaías 64:6). Esto ciertamente suena como una calle sin salida, es decir que no
hay esperanza. ¿Nos está ofreciendo Sofonías una esperanza falsa, que realmente no
existe, cuando dice: “Buscad la justicia”?
San Pablo contesta la pregunta que acabamos de hacer acerca de Sofonías. La
justicia que debemos buscar no la producimos nosotros, sino que la da el Señor. Pablo
dice: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testimoniada
por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para
todos los creyentes en él, porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante
la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:21–24). El pueblo de la época de
Sofonías no desconocía esta justicia, aunque vivió antes del tiempo de San Pablo. En el
tiempo de Sofonías, las palabras de Isaías, que anunciaban que el Siervo del Señor no
exigiría lo que era justo y correcto de sus súbditos cuando viniera, ya tenían más de 75
años de edad. Él, el Mesías, el Salvador prometido, el Siervo Sufriente como lo llamó
Isaías, proveerá esta justicia para sus súbditos. “Este es mi siervo, yo le sostendré; mi
escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él
traerá justicia a las naciones… por medio de la verdad traerá la justicia. No se cansará ni
desmayará hasta que establezca en la tierra justicia” (Isaías 42:1, 3, 4).
Un indicio del hecho de que Sofonías tiene presente la justicia de Cristo está en las
palabras que siguen al llamado que hace a la humildad: “quizá seréis guardados en el
día del enojo de Jehová”. Siglos antes, cuando el Señor se preparaba para sacar a Israel
de Egipto bajo la guía de Moisés, le enseñó a su pueblo que había una forma de
resguardarse y esconderse de su ira, una manera que él mismo les proveería. Antes de
101
que la plaga final cayera sobre Egipto y destruyera a todos los primogénitos, el Señor
hizo que Moisés instituyera la Pascua. Cada hogar israelita debía matar un cordero y
untar su sangre en los dinteles de la puerta de la casa. Cuando el Señor pasara por la
tierra de Egipto en su ira, vería la sangre en las casas de los israelitas y las pasaría por
alto. Por causa de la sangre, ellos serían protegidos de la terrible ira del Señor.
El cordero de la Pascua era: un tipo, una sombra, o recordación, de Cristo. Cuando
él vino y derramó su sangre, se creó para todos el lugar de protección contra la ira de
Dios. Juan el Bautista señaló a Jesús un día cuando él se acercaba y les anunció a sus
discípulos: “He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Podríamos expresar de esta manera otra vez lo que él dijo: “He aquí el cordero de Dios
que nos protege de la ira terrible del Señor”.

Las naciones serán juzgadas (2:4–15)


2:4–7. La sección del libro de Sofonías que comienza con estos versículos y sigue
hasta el final del capítulo no es única entre los profetas. Muchos profetas incluyen una
sección de profecías que describen el juicio de Dios sobre las naciones paganas que los
rodean. Nos vienen a la mente: Isaías (capítulos 13–23), Jeremías (capítulos 46–51),
Ezequiel (capítulos 25–32), y los libros enteros de Abdías y de Nahúm.
Por lo general, las naciones de las que se habla caen en dos categorías. Un grupo
incluye a las naciones que vivían en las inmediaciones de Israel: gente que competía con
los israelitas por la tierra y los recursos del área. Las tensiones y las guerras declaradas
con frecuencia hervían entre ellos e Israel. Esas naciones nos son presentadas como
enemigos perpetuos de Israel, el pueblo de Dios, y de Dios mismo, bajo cuya protección
existía Israel. Esas naciones incluían: Tiro en Fenicia al noroeste; estados arameos como
Damasco y Hamat al noreste. Amón, Moab, y Edom, al este y al sudeste; y Filistea al
sudoeste.
El otro grupo incluía naciones más distantes, en general naciones imperialistas
cuyos ejércitos con frecuencia dominaban a Israel y la convertían en un estado vasallo
que tenía que pagar tributo, o la incorporaban como una provincia de su imperio. A
este grupo pertenecían Asiria y Babilonia en el distante noreste y al este, y Egipto al
sudoeste. Esas eran las superpotencias del antiguo Cercano Oriente. Todas esas
naciones eran tipos de los enemigos del Señor y de su pueblo. A veces Dios usaba a
estas poderosas naciones enemigas para disciplinar o castigar a su pueblo, cuando
incurría en faltas, pero tarde o temprano se levantaría con furia contra sus crueldades y
altanerías.
Parece que Sofonías escogió con mucho cuidado a las naciones que incluyó; aquí
hay un patrón definido. Eso no siempre sucede cuando otros profetas hablan contra las
naciones, usted recordará que Sofonías usó el primer capítulo de su libro para hablar de
un juicio universal que el Señor hará caer sobre la tierra. En este capítulo usa la
actividad profética de hablar en contra de las naciones para decir lo mismo. Escoge
naciones de cada uno de los cuatro puntos cardinales. Después, al hablar del juicio del

102
Señor contra cada una de ellas reafirma y refuerza su tema de que el Señor está a punto
de juzgar a toda la humanidad. Precisamente en el centro de este grupo de cuatro está
Israel. Los israelitas pueden ser el pueblo de Dios, pero si no se arrepienten, también
caerán bajo el mismo juicio.
La primera dirección a la que Sofonías se dirige es al oeste. Allí ve a los filisteos que
vivían por la costa del Mediterráneo. Estaban rodeados por el mar Mediterráneo al
oeste y por las colinas de Judea al este. Su territorio tenía más o menos 16 kilómetros
de ancho en el extremo norte y más o menos 48 kilómetros de ancho en el sur. La
longitud de Filistea era de alrededor de 88 kilómetros. Aunque un pueblo llamado
filisteo ya vivía en esta área en el tiempo de Abraham, el grupo belicoso que les dio
tanto problema a: Sansón, Samuel, Saúl, y David, se estableció allí primero alrededor
del año 1200 a.C., durante el último tercio del período de los jueces.
Las tribus sureñas de Judá y de Benjamín, que en el tiempo de Sofonías formaban el
reino de Judá, eran las que tenían mayor contacto con los filisteos. Mientras que los
filisteos vivían por la costa del Mediterráneo, los pueblos de Judá y de Benjamín vivían
en las tierras altas; los separaban las estribaciones de los montes. Los dos grupos
reclamaban ese territorio como suyo. Las luchas de Sansón con los filisteos y la batalla
de David con el gigante filisteo Goliat, tuvieron lugar en esas estribaciones del oeste. La
relación, entre los israelitas y los filisteos, se podría describir mejor como una perpetua
guerra fría de 450 años, ardiendo en silencio pero de manera peligrosa la mayor parte
del tiempo, y después estallando periódicamente en batallas intensas y llenas de odio.
Las oleadas de la guerra oscilaban en los dos sentidos. El Señor determinaba, como
todas las cosas, la victoria y la derrota. Algunas veces usaba a los filisteos como la vara
de su ira para disciplinar a su pueblo; otras veces liberaba de los filisteos al pueblo
arrepentido de Israel. Por ejemplo, Sansón peleó con ellos más o menos hasta el
empate. Sin embargo, en los días de Saúl, los filisteos eran tan dominantes que
ocuparon sectores del territorio de Benjamín en lo alto de las colinas. David los hizo
regresar nuevamente a su propio territorio y hasta estaban a su servicio. Después,
durante el tiempo de los reinos divididos de Israel y Judá, algunos reyes como Uzías
[también llamado Azarías] lograron el éxito (2 Crónicas 26:6–8). Pero otros tuvieron que
soportar incursiones dañinas (21:16, 17). Así continuó la guerra de Israel con los filisteos
a través de los siglos.
Sofonías se dirige a los filisteos cuando menciona cuatro de las cinco ciudades que
formaban la confederación filistea: Gaza, Ascalón, Asdod, y Ecrón. Las tres primeras
estaban en la costa. Ecrón, junto a Gat, la cual no se menciona, se encontraba tierra
adentro y cerca de Judá. Es probable que Sofonías omita Gat porque la lucha constante
entre Judá y los filisteos por controlar la ciudad la había reducido tanto que no valía la
pena mencionarla junto con las ciudades más prósperas de la llanura. Para describir la
destrucción que el Señor había dispuesto que iba a hacer caer sobre estas ciudades
filisteas, representando, como lo hacían, a todas las naciones que estaban al oeste de
Judá, Sofonías usa palabras que suenan como las ciudades implicadas. “Será
desamparada” se oye un poco como Gaza en hebreo. Se puede decir lo mismo acerca
de Ecrón y de la palabra “desarraigada”. Si Sofonías hubiera escrito su profecía en
103
español, podría haber dicho algo así: Ecrón será erradicada, y Ascalón y Asdod se
convertirán en escombros asolados”.
Se desconoce el origen del nombre cereteos que Sofonías usa aquí para referirse a
los filisteos; la misma palabra se emplea otras dos veces en el Antiguo Testamento, con
referencia a una nación o tribu (1 Samuel 30:14; Ezequiel 25:16). En ambos casos
parece que se usa, como aquí, para designar a los filisteos. Durante el reinado del rey
David el nombre se empleó también para designar a los hombres que eran mercenarios
en el ejército de David y que formaban la escolta que le servía como sus guardaespaldas
de confianza (vea 2 Samuel 8:18). Muchos comentaristas piensan que el término tiene
algo que ver con el hogar original de los filisteos en el área de Grecia y de Creta.
Sofonías habla al final del versículo 5 a la tierra en la que vivían los filisteos. Se dirige
a ella diciendo: “Oh Canaán, tierra de filisteos”, la tierra donde vivían los filisteos era
parte de Canaán. Cuando Josué guió a los israelitas a Canaán, parte de la sociedad
cananea vivía allí. Los filisteos habían establecido un señorío sobre los antiguos
habitantes, pero pronto perdieron su propia cultura y adoptaron muchas costumbres
de la cultura cananea, hasta el punto de que unos dos siglos después de haber llegado,
ya adoraban a los dioses cananeos y hablaban el idioma cananeo. La cerámica tan
particular que hacían cuando llegaron a la tierra también desapareció de los lugares que
ocupaban en este último tiempo. Aunque los filisteos permanecieron como un grupo
separado en la tierra hasta más o menos una generación después de la época de
Sofonías, en muchas maneras la tierra de Canaán los absorbió y los cambió. Sin
embargo, los filisteos cambiaron la tierra de una manera muy notable. El nombre
Palestina, que se deriva de la palabra filisteo, se usa con frecuencia para designar toda
la tierra de Canaán. Por eso, en cierto sentido, al territorio todavía se le llama la “tierra
de los filisteos”.
Independientemente de los términos que usa Sofonías para referirse a los filisteos,
no debemos perder de vista el verdadero tema de sus palabras. “Jehová ha
pronunciado esta palabra contra vosotros… yo te haré destruir, hasta dejarte sin
morador”, dice el Señor. Poco tiempo después de que Sofonías escribió esto, los
mismos ejércitos babilonios que conquistaron Judá deportaron a muchos de los
filisteos; se hizo realidad lo que Sofonías había profetizado: el día del Señor llegó para
Filistea, sus ciudades fueron arruinadas y abandonadas, y la población fue desarraigada.
Después de eso, en sus ciudades vivieron personas de diferentes culturas. La
desaparición de los filisteos es una vez más una prefiguración del juicio del Señor sobre
el mundo entero.
Los dos últimos versículos de esta profecía contra los filisteos les recuerdan a los
lectores de Sofonías que la destrucción de los enemigos del Señor significa la liberación
y la prosperidad del pueblo de Dios. El profeta describe al pueblo de Judá llevando sus
rebaños al territorio filisteo y descansando en hogares filisteos; se adueñarán de las
tierras filisteas. Esto no podría suceder a menos que los filisteos no estuvieran allí para
defenderlas. Estas imágenes tienen una aplicación universal. Así como la vida de los
israelitas hubiera sido mucho más agradable si los filisteos se hubieran retirado, el
pueblo del Señor prosperará cuando el Señor, en la destrucción del último día, quite a
104
todos los enemigos y toda impiedad.
Note que el profeta dice que “el resto de la casa de Judá” recibirá estas bendiciones
del Señor. El pueblo de Judá no recibiría la bendición de manera automática
simplemente debido a su relación sanguínea con el resto de la nación que el Señor
escogió para que fuera suya. Si las personas de esa nación no se arrepentían, sin tener
en cuenta su relación sanguínea, ellas sufrirían el mismo castigo que los filisteos. Sólo
los humildes de Israel y los que buscaban la justicia del Señor serían bendecidos.
La palabra “praderas” del versículo 6 se tradujo como “campos” en la NVI y como
“quereteos” en la NIV en inglés. Puede ser una palabra que significa “pozos”, por lo
menos así la entienden otras traducciones. Si éste es el caso, entonces Sofonías usa
otro juego de palabras de sonido similar, porque esa palabra y la palabra “cereteos” se
parecen y también suenan muy parecidas.
La última frase del versículo 7 también es difícil. En vez de la traducción de Reina
Valera, “y levantará su cautiverio”, la traducción sugerida en una nota al pie de la
página en la Biblia de las Américas, “restaurará su bienestar” sería preferible.
2:8–11. Sofonías ahora se vuelve y mira hacia el este. Allí, al otro lado del Jordán, ve
las naciones de Moab y de Amón. La queja del Señor contra esas dos naciones es
esencialmente la misma, las acusa de insultar a Israel y de lanzar amenazas contra el
territorio israelita.
Moab ocupaba el territorio que estaba a lo largo de la mitad sur de la orilla este del
mar Muerto, al sur del río Arnón. Moab demostró que era enemigo de Israel ya en el
tiempo en que Moisés llevó a Israel al área que estaba al otro lado del Jordán, antes del
tiempo en que entraron a Canaán bajo la guía de Josué. Balac, rey de Moab, contrató a
un adivino llamado Balaam para que maldijera a los israelitas (Números 22–24). Y como
eso no dio resultado, Balaam les aconsejó a los moabitas que tentaran a Israel para que
abandonara al Señor. Dedujo que aunque el Señor no iba a abandonar a su pueblo, el
pueblo de Dios podría abandonarlo a él y de esa manera atraería el juicio sobre el
pueblo mismo. Tenía razón, y como resultado Israel sufrió mucho daño (Números 25).
Después, cuando Moisés le dio a la tribu de Rubén la tierra que estaba
inmediatamente al norte de Moab, los moabitas la reclamaron para ellos mismos. El
resultado fueron las escaramuzas mortales constantes y frecuentes. Durante el tiempo
de los jueces Moab fue una de las naciones que oprimió a Israel (Jueces 3:12–14). Reyes
como David y Acab conquistaron Moab, pero Moab pronto logró librarse del control
israelita. La guerra entre ese pueblo e Israel parecía que nunca iba a terminar. Los libros
de Reyes y de Crónicas, informan de muchos conflictos sangrientos entre los dos,
durante los cuales: asaltaron, invadieron, u ocuparon, mutuamente su territorio. Los
moabitas eran descendientes de Lot, el sobrino de Abraham, y por lo tanto, estaban
emparentados con Israel, pero de ninguna manera eran amigos de Israel.
Lo mismo se podía decir de los amonitas. Ellos también eran descendientes de Lot, y
vivían al lado de Israel en la Transjordania. La ciudad de Rabá, ahora llamada Amán, en
lo que es actualmente el país de Jordania, era su capital. Siempre buscaban la
oportunidad de obtener una ventaja contra Israel y de aumentar su territorio a costa de

105
ese pueblo. Durante el tiempo del juez Jefté, los amonitas tuvieron suficiente fuerza
para reclamar la tierra que les había sido dada a Rubén y a Gad. Fue necesario que el
Señor obrara por medio de Jefté para sacarlos. David también entabló guerras contra
los amonitas. Como Moab, ellos eran adversarios constantes de Israel.
El Señor anuncia que las tierras de Moab y de Amón se volverán como las tierras de
Sodoma y Gomorra, totalmente inútiles e inhabitables. Los arqueólogos no están
seguros de dónde estaban ubicadas Sodoma y Gomorra antes de que el Señor las
destruyera. Los capítulos 13 y 19 de Génesis, parecerían ponerlas ya sea al sur del mar
Muerto o, tal vez, hasta en lo que ahora cubre la parte sur de ese mar. La parte sur del
mar Muerto tiene menos de 6 metros de profundidad, a diferencia de la parte norte,
que alcanza una profundidad de más de 300 metros. El Señor obró contra esas ciudades
una destrucción tan absoluta que nunca se han encontrado restos de las dos ciudades
condenadas, ni en las aguas poco profundas de la parte sur del mar Muerto ni en la
orilla sur. Todo lo que queda en esa área es la ribera desierta del mar, cubierta de
minerales, donde no crece absolutamente nada. La comparación que hizo Sofonías, de
Moab y Amón con Sodoma y Gomorra, fue el anuncio de la destrucción completa y el
olvido absoluto para esos pueblos. Su orgullo y su animosidad ofensiva hacia el pueblo
del Señor no merecían nada menos. Ellas son un buen ejemplo de la total destrucción
del mundo que el Señor, por medio de Sofonías, había amenazado hacer caer sobre la
tierra.
El último versículo de esta sección proporciona una conclusión sorprendente a esta
profecía. Al final de la profecía contra los filisteos, el Señor había prometido que el
remanente fiel de Judá sería bendecido; ahora dice que la gente de otras naciones se
uniría a ese remanente y también recibirá bendición. Es un tema que se desarrollará de
una manera más completa en 3:9–11. Las palabras iniciales del versículo: “Terrible será
Jehová con ellos”, podrían significar que la destrucción que el Señor traerá sobre ellos
los llenará de un pavor tan sobrecogedor, que les producirá el Dios tan poderoso, que
caerán ante él aunque su corazón esté lleno de odio. No obstante, los versículos del
capítulo 3 indican que la realidad será precisamente lo opuesto. El Señor dice que va a
destruir (literalmente “matar de hambre”) a “todos los dioses de la tierra”. Lo que el
Señor tiene pensado hacer es llevar a todos los creyentes lejos de esos dioses falsos.
Estos ídolos no tendrán a nadie que los alimente con sacrificios, y entonces se morirán
de hambre. Mientras tanto, estos pueblos, de Moab y de Amón, se unirían a grupos de
las otras naciones del mundo para reverenciar en verdadera fe y amor al Dios del cielo y
de la tierra, el Señor, que también es su Salvador. Sofonías ve una destrucción
universal, pero también ve una salvación mundial, con gente de toda tierra formando la
población de la casa eterna del Señor.
2:12. Mientras mira al oeste y al este, Sofonías escoge naciones del círculo interno
de enemigos de Israel, naciones cercanas. Ahora cuando mira al sur y después al norte,
ve enemigos del círculo externo, naciones lejanas, los enemigos más remotos de Judá.
Ambos grupos todavía tenían un efecto adverso en el pueblo del Señor.
Etiopía era una nación que descendía de Cam, el hijo de Noé (Génesis 10:6). Los

106
etíopes vivían en la tierra de Nubia, la antigua Etiopía (no se debe confundir con la
moderna Etiopía, la cual se encuentra más distante y al sur), que estaba en la frontera
sur de Egipto, el lugar de la actual represa de Asuán. Por lo general Etiopía estaba bajo
la dominación egipcia, pero en el siglo anterior a la obra de Sofonías, los etíopes en
realidad establecieron una dinastía de faraones en Egipto, y gobernaron alrededor de
50 años (715–663 a.C.). Por eso Sofonías escogió a Etiopía (Cus) como su nación del sur
en vez de Egipto, que hubiera sido la elección más natural.
Cus no era uno de los enemigos perpetuos de Israel como la mayoría de los países
que se han mencionado antes. El escritor de 2 Crónicas, informa que en una
oportunidad en el siglo IX a.C., un cusita llamado Zera atacó a Asa, rey de Judá, con un
ejército enorme pero sufrió la derrota (14:9–15). Zera tal vez era un general del ejército
egipcio y así no estaba representando a la nación cusita como tal. Isaías también incluye
una sección sobre Cus (18:1–7), pero allí no profetiza su destrucción. En realidad, al
final de la sección Isaías habla de los cusitas que van a adorar al Señor. Dos capítulos
después junta a Cus con Egipto, quizá debido a la dinastía cusita, que habría estado en
el poder durante el ministerio de Isaías, y anuncia que su poder será derrocado. Aparte
de eso, los profetas no dicen nada con respecto a Cus, y sus contactos con Israel fueron
mínimos.
Lo impactante en esta profecía no es solamente a quién va dirigida, también debe
ser la profecía más corta que cualquier profeta haya dirigido contra cualquier nación.
Sofonías usa sólo una frase para profetizar que la espada del Señor destruirá a Cus. La
espada de la que habla puede le pertenecer a Nabucodonosor, porque fue su ejército el
que deambuló libremente por las tierras del noroeste de Egipto y después entró en la
región delta del Nilo a acosar a los mismos egipcios. Tal vez la razón para la brevedad de
las palabras de Sofonías, es que él quiere dejar la impresión de que Cus es una nación
remota acerca de la que se sabe muy poco. Eso ayudaría a hacer ver el tema de
Sofonías de que todas las naciones, sí, hasta las naciones remotas y desconocidas,
recibirán el juicio del Señor. Nadie se escapará del Dios de Israel. Ninguna nación es tan
lejana que esté fuera del alcance de sus amenazas de castigar a los malvados cuando el
mundo termine.
2:13–15. Sofonías se vuelve finalmente hacia el norte. Su mirada pasa por encima
de enemigos regionales como Damasco, aunque en los primeros años esa ciudad-
estado aramea había librado muchas batallas amargas contra los israelitas. Quizá la
pasa por alto porque Asiria había quebrantado su poder unos cien años antes, y la
ciudad nunca se pudo recobrar ni reclamar su antigua gloria. No, Sofonías mira a unos
mil cien kilómetros de distancia al enemigo más poderoso y temido que Israel o Judá
alguna vez hayan enfrentado: la nación de Asiria.
Esa era una nación agresiva e imperialista que había molestado a los israelitas por
unos doscientos años y los había dominado durante el último siglo. Jehú, rey de Israel,
le pagó tributo al rey de Asiria después de haber usurpado el trono de Israel del hijo de
Acab en el año 841 a.C. Más o menos un siglo después Tiglat-pileser III incorporó como
una provincia al imperio asirio el área norte de Israel de alrededor del mar de Galilea. Al

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mismo tiempo, Acaz, rey de Judá, fue vasallo adulador de Asiria, para desilusión de
Isaías (vea Isaías 7). Diez años después, en el año 722 a.C., los reyes asirios Salmanasar V
y Sargón II conquistaron Samaria y deportaron al pueblo de Israel a los distantes lugares
del este del imperio. Después, en el año 701 a.C., el rey asirio Senaquerib atacó a
Ezequías y también la ciudad de Jerusalén. Fue necesario un milagro del Señor para
evitar que la ciudad cayera en sus manos. Sólo unos años antes de que Sofonías
hablara, Manasés, el abuelo de Josías, había sido obligado casi como prisionero a hacer
el viaje de mil cuatrocientos cincuenta kilómetros a Babilonia para comparecer ante el
rey asirio y profesar su lealtad al imperio. Si había una nación a la que el pueblo de Judá
temiera y odiara, ésta era Asiria.
Al pronunciar juicio contra Asiria, Sofonías habla de que el Señor extiende su mano
hacia el norte. En realidad, cualquier mapa del antiguo Cercano Oriente mostrará que
Asiria está ubicada directamente al noreste de Canaán. Pero los ejércitos asirios
siempre invadieron a Israel desde el norte así que Sofonías escoge a Asiria como su
nación del norte.
Sofonías habla de la destrucción de Asiria y de su capital, Nínive, como algo que
todavía está en el futuro. Eso significa que debe haber escrito estas palabras a más
tardar en el año 612 a.C., el año en que los medos y los babilonios destruyeron Nínive.
En realidad, Sofonías parece haber escrito unos 20 años antes, cuando la caída de
Nínive estaba muy lejos de ser un resultado inevitable. Sus profecías, de la caída y la
destrucción de Nínive, les deben haber parecido increíbles a sus primeros lectores.
Sin embargo, lo que Sofonías tenía que decir acerca de Nínive no fue particular de
él; la profecía de Nahúm expresa el mismo hilo del pensamiento. Nahúm era
probablemente un contemporáneo un poco mayor que Sofonías, y Sofonías puede
haber estado familiarizado con la profecía de Nahúm.
Sofonías tiene dos temas. Primero habla acerca de la destrucción total de la ciudad.
En los días de Sofonías, Nínive era la ciudad más magnífica del mundo. La ciudad misma
junto con todos los sectores que la rodeaban puede haber tenido una población de más
de 600,000 habitantes. Se le consideraba la cumbre de la civilización: su poder, su
riqueza, y su gloria, no tenían igual en el mundo en el tiempo de Sofonías. El pueblo de
ese tiempo no se hubiera imaginado cómo era posible que Nínive perdiera el dominio
férreo que ejercía sobre las naciones del Medio Oriente. Tal vez se podrían imaginar
que su poder podría disminuir, de la misma manera que la influencia de Londres o de
Moscú ha disminuido en nuestro tiempo, sin desaparecer por completo. Pero que la
ciudad desapareciera de la faz de la tierra, de la manera en que Nahúm y Sofonías
profetizaban, sería de verdad increíble. Sin embargo, Sofonías dice que precisamente
esto sucederá. Esta ciudad verde y creciente, de hermosos parques, se secará como el
desierto. La magnífica ciudad habitada y visitada por la gente más sofisticada del mundo
se convertirá en un desierto que sólo los animales salvajes habitarán y que usarán los
pastores humildes que se encargan de cuidar sus rebaños. Los castillos y templos
espléndidos que bordean las calles de Nínive, serán arrasados y no quedará nada sino el
suelo, los materiales costosos que se usaron para embellecer sus interiores terminarán
siendo expuestos a los elementos de la naturaleza, y los silbidos y gruñidos de los
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animales errantes harán eco en sus paredes. De arriba hasta abajo no habrá nada sino
ruina y desolación.
Sofonías también nos dice por qué Nínive será víctima de esa destrucción completa.
Ese castigo caerá sobre ellos por causa de su arrogancia insoportable. Sofonías presenta
a la ciudad como si estuviera diciendo: “Yo, y nadie más”. Compare estas palabras con
las que el Señor dice de él mismo en Isaías 45:6: “Yo soy Jehová, y ninguno más que yo”,
y así puede ver de lo que Sofonías acusa a Nínive. La ciudad se exaltaba a sí misma al
nivel de Dios mismo. ¿Quién se creía esta ciudad que era, al ponerse ella y sus
proyectos en el mismo plano que el Creador del cielo y de la tierra? ¡Qué orgullo tan
malvado! La ciudad se merecía todo el castigo aniquilador que recibió.
Nínive la orgullosa, altanera, y arrogante, es la representante apropiada del mundo
malvado al que el Señor ha amenazado con destruir. Después de todo, cada corazón
pecador y cada acción pecadora que fluye del corazón, es una expresión de orgullo y de
rebelión contra el Señor. Un corazón que es así dice: “¿Quién es el Señor, para que yo le
obedezca? Mi camino es tan bueno como el suyo, y yo no le debo ninguna obediencia.
No tengo que rendirle cuentas a nadie, sino a mí mismo”.
¡Cuánta arrogancia! No es extraño que el Señor amenace con arrasar al mundo
entero la incredulidad y la impiedad con un acto final de destrucción que destruirá la
tierra con todos sus habitantes completamente, como a Nínive. Sin embargo, hay una
diferencia importante. La ira del Señor ya no se pone en Nínive porque ella ya no existe;
en el juicio final los perversos de este mundo, de Nínive y de cualquier otro lugar, se
tendrán que enfrentar a la ira insaciable del Señor en el infierno por la eternidad. La
idea de enfrentar ese castigo debe ser absolutamente aterradora para cada pecador.
Sofonías ha mirado alrededor de Israel de este a oeste, de sur a norte; ha observado
de cerca y de lejos, y consistentemente ha visto la misma cosa. “El gran día del Señor
está cercano. Ese día será un día de ira” Todo el mundo está bajo la condenación del
Señor. Él vendrá y juzgará: final, completa, y horriblemente. ¡Que el pecador tenga
cuidado, en Israel y en cualquier otra parte, y que se arrepienta antes de que sea
demasiado tarde!

Serán condenados los líderes sin fe (3:1–8)


3:1–5. Estas palabras de Sofonías repiten una situación anterior que implicaba al
profeta Natán. El Señor había enviado a Natán para que le hiciera frente al rey David; él
necesitaba la confrontación, meses antes había abusado impíamente de su poder y de
los privilegios reales y había cometido adulterio con Betsabé, la esposa de Urías. Por
eso, para cubrir su conducta pecadora, planeó y puso en acción el asesinato de Urías.
Natán tuvo la tarea de hacerle frente a David con su pecado y con el desagrado del
Señor, pero David no quería confesar su culpa. ¿De qué manera iba a conseguir Natán
que David reconociera su pecado?
Natán demostró que era un pregonero sabio y eficaz de la palabra de Dios. Le contó
a David una historia acerca de un hombre rico y despiadado que mató la oveja favorita

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de un hombre pobre, la única que tenía el hombre, con el fin de preparar una comida
para su amigo en vez de matar una de tantas vacas que él mismo tenía. Al escuchar
David la historia de Natán se puso tan furioso que pronunció su juicio de inmediato:
“Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte” (2 Samuel 12:5). Entonces Natán
se volvió hacia él y le dijo: “¡Tú eres ese hombre!” (versículo 7). David había pensado
que estaba pronunciando sentencia sobre la iniquidad de alguien más. En realidad, se
estaba juzgando a sí mismo.
En las palabras iniciales de este capítulo, Sofonías actúa de una manera muy similar
a la de Natán. Había estado condenando a los vecinos de Judá por su impiedad y ha
anunciado que el juicio de Dios los aplastará. Casi podemos ver al pueblo de Judá
relajándose y sintiéndose más seguro cuando los anuncios del juicio del Señor
avanzaron cada vez más lejos de ellos para caer sobre naciones que estaban a cientos
de kilómetros de distancia. Cuando el pueblo de Judá escuchó las palabras de
condenación de Sofonías, probablemente asintió con la cabeza y se dijo a sí mismo:
“Bueno, ya era tiempo de que esos paganos malvados recibieran lo que se merecían”.
Entonces, cuando Sofonías comienza este capítulo con las palabras “Ay de…,”
probablemente pensaron que les hablaba a personas como los filisteos, a quienes
anteriormente se había dirigido con palabras similares (2:5). Y cuando mencionó “la
ciudad… opresora”, probablemente pensaron en Nínive, la ciudad que Sofonías acababa
de condenar por su agresión arrogante. En ese momento, tal vez precisamente cuando
sus lectores iban a asentir una vez más, Sofonías les dio el equivalente de “tú eres ese
hombre”.
El ¡ay! que él dice en este capítulo final de su profecía no es contra Filistea, ahora
confronta al pueblo de Judá. “La ciudad… opresora” que describe en estos términos
condenatorios no es Nínive ni ninguna otra capital extranjera. No, “la ciudad…
opresora”, dice Sofonías, es Jerusalén. Esa ciudad, donde el Señor había establecido su
morada, había pecado. Era a Jerusalén a la que Sofonías llamaba al arrepentimiento. Es
verdad que Jerusalén no era la sede de una potencia mundial opresora y egoísta como
Asiria, pero la actitud de su corazón y el trato que sus líderes le daban a su propio
pueblo mostraba que realmente no era muy diferente de Asiria y que merecía una
condenación similar.
¡Qué lección hay en todo esto para el pueblo de Dios! Cuando oímos que él condena
la impiedad de los incrédulos que están a nuestro alrededor, también debemos
considerar estas palabras como un llamado para que nosotros nos arrepintamos,
porque el mismo corazón pecador mora en cada uno de nosotros por naturaleza y
busca expresarse en nuestra vida diaria. Jesús enseñó la misma verdad cuando les dijo a
los judíos de su tiempo: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y
no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?… Saca primero la viga de tu propio
ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:3, 5).
El profeta ya había puesto a Judá bajo el juicio del Señor en el capítulo uno. Ahora
se dirige nuevamente al pueblo del Señor; esta vez condena a Jerusalén, usando
algunos de los términos más duros que cualquier profeta haya usado alguna vez contra
la ciudad. El orden de las palabras que usa nuestra versión suaviza de alguna manera la
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terrible condena universal que Sofonías pronuncia sobre la ciudad. Las palabras hebreas
de Sofonías se leen de esta forma: “Ay de la rebelde, la contaminada, la ciudad, la
opresora”. La palabra que Sofonías usa para “rebelde” usualmente se reserva para
expresar rebelión contra Dios. Contaminación habla de la corrupción personal y moral
en la vida de alguien, y opresión implica el tipo de conducta cuando una persona
maltrata a otra para obtener beneficios personales.
Note la evolución: (1) los líderes de Jerusalén no se querían someter al Señor; (2)
sus pecados habían contaminado la vida de ellos; (3) habían abusado de su prójimo. Sin
la fe en el corazón y sin la voluntad de llevar la vida que agrada a Dios, las buenas
relaciones entre las personas o en la sociedad están destinadas a fracasar. La sociedad
no puede mejorar debido a una moralidad legislada; la sociedad sólo puede mejorar
cuando el evangelio de Jesucristo saca de su rebeldía pecadora a los individuos que la
componen y, como resultado, con amor viven de acuerdo con la voluntad de Dios. Así
también dejarán el maltrato y el abuso hacia su prójimo.
En el versículo 2, Sofonías pronuncia cuatro cargos contra Jerusalén. Los dos
primeros implican reacciones inaceptables a la voluntad revelada del Señor, los otros
dos implican respuestas censurables a su amor. Sofonías dice que Jerusalén “no
escuchó la voz”, especialmente la del Señor. En vez de reconocerlo como el Señor de su
vida, los habitantes de la ciudad lo desafiaron, se rebelaron contra él, y rechazaron su
voluntad para conducir sus vidas. Llenos de orgullo pecador y rebelde anunciaron:
“Tenemos una manera mejor, la nuestra, y nadie, ni siquiera tú, Señor, nos vas a decir
lo que debemos hacer”. No obstante, cuando el Señor los castigó o los disciplinó por ser
sus hijos descarriados, tampoco quisieron aceptar su “corrección”. Eso también daba
evidencia de su impenitencia. El criminal impenitente se queja de que el castigo que se
le ha dado es injusto; el hijo impenitente hace mohines o protesta cuando sus padres lo
disciplinan, y el adulto impenitente reacciona enojado contra la policía cuando lo para y
tiene que hacerse a un lado de la carretera o le impone una multa por alguna infracción
de tránsito. Esas respuestas del pueblo del Señor a la voluntad del Señor mostraron el
desafío endurecido que había en su corazón.
La respuesta al amor de Dios no fue nada mejor. Sofonías dice que Jerusalén “no
confió en Jehová”. El pueblo ya tenía gran evidencia de su bondad. Una página tras otra
de su historia registró los hechos de su liberación. La tierra que los rodeaba estaba llena
de pruebas que daban evidencias por ellas mismas de cómo el Señor se había
mantenido al lado de su pueblo, lo había nutrido y protegido. Pero en su incredulidad lo
habían considerado indigno de toda su confianza. No le hicieron caso porque creían que
no podían contar con él. En vez de eso se volvieron: a los ídolos, a sus funcionarios, a las
potencias extranjeras, o a sus propias habilidades. Una vez que estas cosas ocuparon en
su corazón el lugar de Dios, pusieron su confianza en ellas y no en el Señor. Eso fue un
insulto para el Señor, una declaración negativa por completo; decía que toda su bondad
no significaba absolutamente nada.
El resultado fue que ellos no “se acercaron” a Dios. Por supuesto, le ofrecían
sacrificios y llevaban a cabo otros actos de adoración, pero lo hacían mecánica y
caprichosamente, porque su relación con el Señor, en el mejor de los casos, era tibia. Su
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vida de oración era irregular, porque sencillamente no confiaban en el Señor. No lo
negaban por completo, pero más bien querían seguir por su cuenta, o por lo menos, sin
él.
Los cristianos con frecuencia hablan de los oficios del Mesías, los cuales Jesús llevó a
cabo mientras estaba aquí en la tierra y sigue haciéndolo en el cielo. Él fue nuestro
Sumo Sacerdote que ofreció el sacrificio de su propio cuerpo y llevó a cabo el sacrificio
único en la cruz. Sigue siendo nuestro Sumo Sacerdote cuando suplica por nosotros,
basándose en su sangre, ante el trono de su Padre. Jesús fue nuestro Profeta que reveló
tanto la santidad del Padre como su misericordioso amor redentor por los pecadores. Él
todavía es nuestro Profeta porque envía su Espíritu a nuestro corazón, donde, al obrar
por medio del evangelio del perdón, crea la fe y la nueva vida. Jesús fue nuestro Rey
que estableció su reino de gracia por medio de su obediencia perfecta y de su muerte
redentora, todo para nuestro beneficio ante el Padre celestial. Él todavía es nuestro Rey
que, a través del evangelio en la palabra y en el sacramento, establece su reinado de
gracia en nuestro corazón y nos mantiene seguros hasta llevarnos a la gloria.
Las representaciones terrenales de estos oficios mesiánicos estaban presentes en el
Israel del Antiguo Testamento. El Señor los estableció para la bendición espiritual y para
el bienestar de su pueblo. Esos oficios los debían ocupar hombres fieles que, aunque no
eran perfectos como Cristo, todavía serían sombras apropiadas de las bendiciones que
Dios había preparado para su pueblo en Cristo. Sin embargo, en el tiempo de Sofonías,
así como en otros de la historia de Israel, los hombres que ocupaban los tres oficios más
altos de Israel estaban decepcionando completamente al pueblo al que habían sido
llamados a servir.
Sofonías dice que los príncipes y jueces, el rey y sus funcionarios reales, no eran
mejores que los leones rugientes que se saciaban con la presa, o lobos que tragaban
con voracidad la carroña o una presa que habían matado, hasta no dejar nada. Ambos
animales se usan para describir la codicia de esos gobernantes: nunca están satisfechos,
siempre desean devorar nuevas víctimas, siempre buscan más ganancia. En vez de
servirle al pueblo, esos funcionarios se aprovecharon de su posición para explotar al
pueblo y enriquecerse a costa de él.
Los profetas, cuya responsabilidad era anunciarle la palabra y la voluntad del Señor
al pueblo, eran hombres arrogantes que sólo le daban atención a su propia
importancia. Consideraban más importante recibir el honor apropiado por lo que eran y
por la posición que ocupaban, que anunciar la verdad de Dios. Además, los profetas
eran hombres “fraudulentos” porque realmente no tenían consideración por la verdad,
sino que más bien anunciaban profecías que sabían que eran falsas. En vez de vigilar
fielmente para advertirle al pueblo acerca de las consecuencias de sus pecados, los
profetas predicaban cualquier mensaje tibio y confuso que el pueblo quisiera oír. Tal
vez sus oyentes estaban muy felices con ellos y los honraban mucho, pero no
escuchaban de labios de los profetas el llamado de Dios al arrepentimiento, y tampoco
les señalaban a sus oyentes a Dios como quien los podía librar.
Finalmente, a los sacerdotes se les llama contaminadores del santuario. Los
sacerdotes del Antiguo Testamento eran los mediadores, los intermediarios, entre los
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humanos pecadores y el Dios santo. Por medio de los sacrificios de sangre que ofrecían
los sacerdotes, Dios anunciaba la esencia misma de su verdad salvadora: que él
aceptaría un sustituto por los pecadores. No obstante, con su actitud descuidada y con
las acciones negligentes en sus deberes, los sacerdotes mostraron que la santidad de
Dios y su deseo intenso de salvar a los pecadores no era gran cosa para ellos. No sólo
deshonraban a Dios sirviéndolo con indiferencia, sino también con su propio ejemplo
guiaron a otros a hacer lo mismo.
Dios también acusó a los sacerdotes de que “falsearon la ley”, la enseñanza de Dios
para su pueblo. Uno de los principales deberes de los sacerdotes, aparte de su trabajo
en los recintos del templo, era enseñarle la ley de Moisés al pueblo. Pero aun cuando
enseñaban la ley, la distorsionaban con el fin de disculpar su conducta pecadora, dando
así la impresión de que la ley de Dios no tenía ninguna autoridad en su vida. Esa
enseñanza impropia e indiferente de la ley de Dios tuvo el efecto de declararla nula y
borrarla del corazón y de la vida del pueblo. En síntesis, los sacerdotes le estaban
enseñando al pueblo a prescindir de Dios, en vez de anunciar: “Oye, Israel: Jehová es
nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:4, 5).
Esta lamentable imagen de los líderes espirituales de Israel debe tener un efecto
saludable en el pueblo de Dios de la actualidad. Si los pastores, maestros, y padres, que
deben dar la palabra de Dios, son mejores que los que describe Sofonías en este
capítulo, eso se debe sólo a que Dios es fiel y bendice a su pueblo. Los líderes fieles que
adoptan la actitud de un siervo hacia su trabajo, son una bendición de Dios, que no se
aprecia como es debido. Si los tenemos, se deben alabar y agradecer al Señor por esta
bendición. También se debe honrar su trabajo y glorificar al Señor por la manera en que
se sigue el liderazgo de ellos y se acepta su mensaje.
En evidente contraste con las acciones abominables de los reyes, profetas, y
sacerdotes de Judá, el Señor se mantuvo fielmente en su lugar. En su “justicia” no “hará
iniquidad”. El desempeño del Señor en beneficio de su pueblo siempre avergonzará los
esfuerzos de su pueblo, hasta cuando ellos, a su vez, buscan ser fieles a él. No obstante,
aquí el contraste era tan grande que los líderes de Israel y sus seguidores, debieron
haberse sentido llenos de una gran vergüenza. Aunque el pueblo de Dios por su propia
falta de confianza había declarado que era poco fiable, sin embargo el Señor estaba allí
todos los días, dándoles el pan de cada día para el cuerpo y para el alma. Aunque los
rodeaba la evidencia de que “cada mañana [Dios] sacará a luz su juicio”: su justicia, su
ira, y su juicio, contra los hombres y las naciones pecadores, parecían indiferentes ante
todas las pruebas que Dios les había dejado. Siguieron viviendo como si sus ojos no
hubieran visto a Dios en acción y como si su corazón nunca hubiera sentido que la
palabra de Dios martillaba a su puerta. No se arrepentían. El mensaje de los verdaderos
profetas de Dios, como Sofonías, caía en oídos sordos. “El perverso no conoce la
vergüenza” dijo Sofonías.
3:6–8. Una mejor traducción del comienzo del versículo 6 podría ser: “Estoy
decidido a eliminar las naciones.” El Señor describe el curso de acción que planea seguir

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también con la nación de Judá y con las naciones de la tierra, naciones malvadas e
incrédulas. Él las eliminará, es decir, las destruirá por completo. Tanto las habitaciones
[“bastiones” NVI], los lugares de refugio, y el pueblo que buscaba protección en ellas,
serían totalmente derruidos. Las “calles” de las ciudades de la tierra estarán “desiertas,
hasta no quedar quien pase” por ellas, porque toda la gente estará muerta. “Hasta no
quedar hombre, hasta no quedar habitante”. Esta actividad del Señor, que ha seguido a
través de la historia, alcanzará su punto culminante en el fin del mundo.
Además de anunciar el juicio de Dios sobre las naciones impías, la profecía de
Sofonías también significa un llamado al arrepentimiento para Judá y Jerusalén. Las
calamidades y los desastres naturales o causados por el hombre, que ocurren en el
mundo, todos contienen lecciones. Siempre son llamados al arrepentimiento para el
pueblo de Dios. Jesús se lo dijo a sus discípulos cuando comentó sobre las noticias de la
trágica masacre de algunos galileos: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores
que todos los galileos porque padecieron tales cosas? Os digo: No; antes bien, si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la
torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que
habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes bien, si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente” (Lucas 13:2–5).
El mensaje del Señor a Jerusalén acerca del juicio que él había enviado y va a enviar
sobre las ciudades del mundo era: “Con seguridad ahora que han visto la suerte que
corrieron esas otras naciones, me temerán y aceptarán la corrección. Por supuesto
ahora en espíritu de arrepentimiento se mantendrán en reverencia de mi santa palabra
y cambiarán su vida para que esté de acuerdo con mi voluntad”. El Señor busca con
afán este arrepentimiento. Expresó su gran disposición de salvar a Jerusalén y a su
pueblo escogido de la destrucción que les esperaba a todos los paganos. “No será
destruida su morada según todo aquello por lo cual la castigué”.
Por lo tanto, qué desilusión para Sofonías tener que decir: “Mas ellos se
apresuraron a corromper todos sus hechos”. Sofonías pudo ver que los pueblos de Judá
y el de Jerusalén, no solamente eran indiferentes a la voluntad del Señor, sino que “se
apresuraron” a quebrantarla, “a corromper todos sus hechos”. No podían esperar para
seguir con su vida egocéntrica y con el abuso de su prójimo. Persistían en actuar a
propósito de manera equivocada, en hacer lo que ellos sabían que era incorrecto. Qué
cuadro tan triste se describe aquí. Tenemos al Creador, el Señor del universo, que
merece que sus criaturas lo busquen, deseando ansiosamente una relación con
Jerusalén, esperando que su pueblo respondiera de manera favorable a sus
advertencias y a su amor. No obstante, ¿qué sucede?. Su pueblo no le hace caso,
rechaza sus esfuerzos de acercarse a ellos. No aceptan la invitación que él les hace para
que sean su pueblo por siempre.
El Señor advierte que llegará el día en que sus esfuerzos por recuperar a su pueblo
terminarán. El Juicio Final, que tiene el propósito de ser el día de destrucción para los
malvados, pero el día de liberación para la nación escogida de Dios, será el día de
destrucción también para ellos. “Por tanto, esperadme”, dice el Señor. Usualmente la
frase “esperen al Señor”, está llena de promesa y esperanza; por lo general describe a
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alguien que en fe paciente espera que el Señor cumpla sus promesas de liberación.
Isaías emplea las mismas palabras que Sofonías cuando dice: “Esperaré, pues, a Jehová,
el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré” (8:17). Sin embargo, en
la profecía de Sofonías para el Judá impenitente, esta frase tiene un giro cruel en sí.
Ahora tiene más el sentido de “Sólo espérenme. Cuando yo venga, se arrepentirán”.
El Señor ahora vuelve al tema con el que comenzó Sofonías: el Señor juzgará a toda
la tierra. Este mundo pecador y rebelde sentirá el ardor de su ira y será consumido. Lo
peor de todo es que Judá impenitente será atrapado en el incendio. ¿Por qué? Mientras
estaban en el mundo, vivieron de tal modo que no se diferenciaban de los incrédulos
del mundo. Y así en el gran “día del Señor”, que será el final, no habrá diferencia en el
trato que se les dará a ellos y el que se le dará al resto del mundo. ¡Qué advertencia
para el pueblo de Dios de estos días! El mensaje es claro. Actúa como el mundo
incrédulo y únete a su actitud impenitente y a su conducta impía, y en el Juicio Final
puedes esperar que te traten como al mundo incrédulo. El Señor nos ha otorgado su
Espíritu Santo a través de la Palabra de Cristo para asegurarnos que escaparemos de
una suerte similar.

PARTE III
El día del Señor es de liberación y de regocijo
Sofonías 3:9–20

El Señor purificará a la nación (3:9–13)


3:9–13. A través de dos capítulos y medio de su profecía, el mensaje de Sofonías ha
sido severo, duro para los oídos. El juicio de Dios será universal. Entonces, ¿está el libro
de Sofonías totalmente orientado hacia la ley? La última docena de versículos de esta
profecía enfatiza que el mensaje de juicio, el mensaje de la ley de Dios, no es la última
palabra que el Señor le da a la humanidad. La liberación que Dios llevará a cabo, su
restauración, será precisamente tan universal como su juicio.
Sofonías usa las palabras de un modo poco común en esta sección; lo hace para
llamar nuestra atención y para lograr que recordemos lo que está diciendo. Acaba de
citar al Señor que dice: “esperadme”, una expresión que usualmente se asocia con la
esperanza y la confianza en la bondad del Señor, pero como la usó aquí significaba:
“Van a ver, cuando los agarre”. Ahora en las palabras iniciales de esta sección, el Señor
dice: “Devolveré yo a los pueblos pureza de labios”. La palabra que se traduce como
“devolver” significa un cambio, con frecuencia se traduce con el sentido de “derribar”,
con referencia al juicio; por ejemplo, el libro de Génesis en 19:25 habla del Señor
“derribando Sodoma y Gomorra con fuego”. Sin embargo, aquí dice: “le voy a dar a los
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pueblos pureza de labios”. En otras palabras: “Voy a cambiarles el corazón para que me
confiesen en vez de maldecirme”.
El Señor puede purificar a su pueblo de dos formas. Puede declararlos no culpables
de pecado por causa de Cristo, y a través de este mensaje maravilloso puede obrar la
nueva vida en el corazón de los creyentes, los que entonces buscarán honrarlo y
glorificarlo por medio de la vida de obediencia. El Señor prometió esto por medio de
Ezequiel: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y quedaréis limpios; de todas vuestras
inmundicias, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré también un corazón nuevo,
y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré
que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y las pongáis por obra”
(36:25–27). El Señor habla de esta primera manera de purificar al pueblo cuando dice:
“Devolveré a los pueblos pureza de labios”. La segunda manera de purificar al pueblo es
a través del juicio, es decir, quitando a los malvados y destruyendo a los incrédulos,
para que sólo quede el remanente de creyentes. El Señor habla sobre esto en el
versículo 11, en el que dice: “Entonces quitaré de en medio de ti a los que se alegran en
tu soberbia”
La obra de la conversión que lleva a cabo el Señor es un milagro que obra a través
de su Espíritu, y las consecuencias son sorprendentes. Debido a la obra que realiza en el
corazón del pueblo, el Señor dice que los labios que antes lo habían maldecido ahora lo
invocarán con fe. Las personas que no le habían hecho caso a la voluntad de Dios en su
vida o que se resistían deliberadamente a cualquier intento de la ley de Dios de
llamarlas al arrepentimiento, ahora de buena voluntad se unirán a los otros creyentes y
servirán al Señor de común acuerdo. Los que anteriormente habían vivido sólo para
ellos mismos y para su propio beneficio, ahora glorificarán al Señor y servirán a su
prójimo. ¡Qué transformación lleva a cabo la palabra de Dios en el corazón del hombre
pecador!
“Invoquen el nombre de Jehová” se puede referir a varias cosas. Puede implicar
orarle al Señor, puede incluir alabarlo en adoración pública o en privado. Y como el
Señor mismo invocó su propio nombre ante Moisés en Éxodo 34:5, también debe
significar proclamar su nombre y todos sus actos gloriosos, en compañía de los
creyentes y en el mundo entero. Sin tomar en cuenta todo lo que implica, invocar el
nombre del Señor es un acto de fe, una confesión de confianza en el Señor para la
salvación. Por lo tanto, como dice el profeta Joel: “Y todo aquel que invoque el nombre
de Jehová será salvo” (2:32).
El Señor habla de juntar a sus creyentes que están esparcidos en “la región más allá
de los ríos de Etiopía”, el país que estaba justo al sur de Egipto. El Señor habla de los
ríos de Etiopía porque en ese territorio los dos tributarios del Nilo, el Nilo Blanco y el
Nilo Azul, se unen para formar el río Nilo. Para los israelitas Etiopía estaba en la frontera
sur del mundo conocido. Por eso, el hecho de que el Señor hable así es prácticamente
como si dijera que reunirá a sus creyentes desde los confines de la tierra.
Los “esparcidos” a quienes el Señor se refiere aquí sencillamente podrían ser los
judíos, que en varias oportunidades habían sido esparcidos en todo el mundo en el
116
exilio. No obstante, en las Escrituras el término “esparcidos” también se usa para
referirse a los gentiles. Isaías no sólo habla de Israel que regresa al Señor, sino también
de gente de todas las naciones, que están esparcidas en todo el mundo, que vienen al
Señor. Dice: “Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer”
(Isaías 60:3). Finalmente, mis “esparcidos” debe implicar todos los elegidos de Dios en
todo el mundo. Dios reunirá a su pueblo escogido en un solo cuerpo, la santa iglesia
cristiana. Allá invocarán el nombre del Señor, lo servirán con todos sus hermanos
cristianos, y depositarán ofrendas aceptables ante su trono de gracia.
El Señor dice: “no serás avergonzada”. Aquí él se dirige a la ciudad entera de
Jerusalén. Los creyentes deben haber estado avergonzados del pueblo malvado que
formaba parte de la ciudad. El remedio, que le da Señor a esta situación intolerable, es
quitar a los malvados de la ciudad, para que sólo queden los “pobres y humildes”. En
vez de estar llenos de orgullo, rebeldes, y tenerse a ellos mismos en alta estima,
Jerusalén será la morada de los que viven en el espíritu del arrepentimiento y de la fe, y
que “[confían] en el nombre del Señor”. Sus labios no mentirán, su boca no dirá
palabras engañadoras, y no harán nada malo en su vida.
Éstas son cosas muy sublimes que se dicen de la ciudad purificada de Jerusalén.
¿Cuándo sucederán? Hasta cierto punto ya han sucedido. Dondequiera que el Espíritu
de Dios esté presente con el evangelio que da vida en medio de su pueblo, allí se crean
nuevos corazones, que se aferran en fe al Salvador y que viven como el Señor lo
describe en estos versículos. Ese lugar no tiene una ubicación física como Jerusalén en
la tierra de Palestina. Más bien, es la santa iglesia cristiana en la tierra, donde el Espíritu
de Cristo está presente con los medios de gracia. Sin embargo, la perfección que se
describe en estas palabras no se alcanzará en esta tierra (vea las parábolas de Jesús
acerca del trigo y la cizaña, Mateo 13:24–30, y la red, versículos 47–52). Finalmente la
perfección vendrá en el día del juicio cuando el Señor quite a todos los impuros y a
todos los hipócritas de su iglesia, y la lleve con él a la gloria eterna.

El Señor morará con su pueblo perdonado (3:14–17)


3:14–17. El profeta interrumpe aquí las palabras del Señor e irrumpe en una canción
de alabanza, e invoca al pueblo de Dios para que se le una en la alabanza al Señor. Dice
que su corazón debe estar lleno de gozo y alegría, y su boca debe rebosar con
alabanzas. La razón es sencilla y sin embargo convincente: “Jehová ha retirado su juicio
contra ti, ha echado fuera tus enemigos”. Y las Escrituras nos dicen: “La paga del pecado
es muerte” (Romanos 6:23) y “El alma que peque, ésa morirá” (Ezequiel 18:4). Si el
castigo ya desapareció, y se ha quitado ese gran enemigo, la muerte, y sólo queda un
sueño del cuerpo hasta la resurrección, entonces debe desaparecer también el pecado
y la culpa asociada con él ante Dios.
Eso exactamente sucedió. Isaías habla de la obra del Siervo Sufriente con estas
palabras: “Mas él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (53:5).

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El castigo que merece nuestro pecado ha sido puesto en Cristo. Con respecto al nuevo
pacto que Dios establece en Cristo, el Señor afirma por medio de Jeremías: “Perdonaré
la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (31:34). Sofonías puede hablar
así en el versículo 15 porque el Señor en su misericordia ha quitado los pecados del
mundo. Estos fueron quitados en Cristo, y también las terribles consecuencias del
pecado. La muerte y el infierno ya no son una amenaza para quien se aferra a Cristo con
fe. Se quitaron estos enemigos para siempre.
La segunda consecuencia de haber quitado el pecado es que Dios está presente en
medio de su pueblo con su poder protector. Isaías nos dice: “Vuestras iniquidades han
hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho que oculte
de vosotros su rostro para no oíros” (59:2). El Dios santo odia el pecado y no morará
entre un pueblo pecador; por eso Isaías habla así. Pero una vez que Cristo perdonó el
pecado y quitó la culpa, no hay razón para que el Señor se separe de su pueblo nunca
más. Entonces Sofonías les asegura a sus lectores: “Jehová [el Rey de Israel], está en
medio de ti.”
Sí, él está con ellos: protegiéndolos del daño, librándolos del mal, calmándolos y
consolándolos de sus temores y ansiedades, y fortaleciendo sus manos débiles para
moverse al servicio de él. Por extraño que pueda parecer, se regocija con cánticos
porque su pueblo vive en su presencia. ¡Qué revelación tan gloriosa de nuestro Dios!
Nosotros somos los que deberíamos estar llenos de alegría y cantando, porque en
Cristo tenemos el privilegio de vivir con nuestro Dios por la eternidad. Pero también
notemos que Sofonías dice que el Señor está tan feliz como nosotros. Está contento
porque se logró la meta de su obra de redención, la salvación de los elegidos. Está
gozoso porque se realizó el propósito de su creación, que la corona de la creación, la
humanidad, pueda vivir en su presencia por siempre. La restauración universal que hace
Dios, la purificación (3:9), y la liberación de la opresión de todos sus enemigos
(versículos 15–17), será una ocasión de gozo para Dios y para su pueblo.

El Señor restaurará a su pueblo (3:18–20)


3:18–20. El versículo 18 no es fácil de traducir ni de entender. Algunos entienden
que Sofonías dice que el Señor quitará a quienes pensaron que las fiestas asignadas del
año eclesiástico israelita eran una imposición. Algunos creyentes del Antiguo
Testamento seguían todos los pasos externos del servicio de adoración al Señor, pero
su corazón no estaba en la adoración, y consideraban estas cosas como una imposición
en su vida. Dios sacará a esas personas de la compañía de los creyentes.
Otros opinan que aquí el Señor habla de las consecuencias de la opresión babilonia.
Los babilonios no permitían que el pueblo de Dios adorara ni celebrara sus fiestas y
festivales designados, como la Pascua y el día de la Expiación, como deseaban.
Entonces, el sentido sería que cuando Dios finalmente restaure a su pueblo, éste podrá
adorar nuevamente al Señor sin ningún temor a represalias. Sea cual fuera la manera en
que se entiendan estas palabras, su significado en el contexto es claro: el Señor quitará

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de su pueblo todo lo que los oprima. Promete: “En aquel tiempo yo apremiaré a todos
tus opresores”. Eso es verdad si esas personas son los, indiferentes y los malvados, que
están en medio del pueblo de Dios o si vienen de afuera.
Con una serie de cuadros, el Señor promete que restaurará a su pueblo fiel a una
posición de honor y de alabanza. Ya no serán una minoría despreciada y ridiculizada en
un mundo de incredulidad y de rebelión impía. El último día, el gran día del Señor, será
de liberación universal. El pueblo de Dios será el centro y el gozo de la creación de Dios,
como siempre quiso que fuera: la corona de su creación. La redención de los suyos que
realizó el Señor, resulta en el restablecimiento del orden y de la belleza original, que fue
su intención para su creación.
Sofonías termina su libro de una manera muy positiva. Comenzó con las
advertencias del juicio y de la destrucción universal; con un mensaje como ese
parecería que no había esperanza. Sin embargo, no es eso lo que ocurre con el Señor
misericordioso a cargo. Él cambia una situación llena de desesperanza en las promesas:
del rescate, de la restauración, y de la alegría. La gracia de Dios cambia la situación. Con
un amor indescriptible, Dios tomó el pecado que nos separaba de él y que nos
condenaba al castigo eterno y lo puso sobre su único Hijo. ¿El resultado? Usted y yo
somos herederos de todas las promesas con las que termina el libro de Sofonías: la
purificación, la liberación y un feliz regreso a casa.
¡Aleluya,
Porque el Señor nuestro Dios todopoderoso
reina!
Gocémonos y alegrémonos
¡Y démosle gloria! (Apocalipsis 19:6, 7)

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