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ISSN 1695-078X
RESUMEN: En el presente trabajo nos acercamos a la Justicia restaurativa como nueva forma de
concebir la Justicia penal y a los elementos esenciales de la mediación penal. El estudio e extiende
sobre los escollos y riesgos que habrán de sortearse en un futuro cuando nuestro legislador proceda a
dar cobertura legal a este instrumento en el enjuiciamiento penal de adultos.
PALABRAS CLAVE: justicia restaurativa, conflicto penal, víctima, reforma legal, principios del proceso
penal, mediación penal, mediación juvenil.
ABSTRACT : This work focuses on restaurative law as a new way of thinking of criminal justice, and
the essential elements of criminal mediation. The study focuses on the points that the legislator will
have to solve in order to create a new criminal law.
KEYWORDS: restaurative justice, criminal conflict, victim, legal reform, criminal proceeding
principles, criminal mediation, juvenile mediation.
*
El presente estudio parte de la ponencia que, con el mismo título, fue presentada al Congreso sobre
Mediación y Arbitraje Nacional e I nternacional: Perspectivas de futuro, celebrado en Logroño los días 14 y 15 de
marzo de 2011, y se ha realizado al amparo del Proyecto Nacional I+D «Instrumentos de Justicia Restaurativa en
el proceso penal español: hacia una regulación de la mediación penal» (Ref. DER 2008-03547/ JURI), cuyo
Investigador principal es Pedro M. Garciandía González.
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§. Pasan ya más de seis años desde que me acerqué por primera vez al estudio de
la mediación penal1. En aquel entonces me declaré escéptica respecto de las pretendidas
bondades que podría suponer su implantación en nuestro sistema penal y, más
concretamente, en nuestro proceso penal de adultos. Mentiría si afirmara que esa opinión
ha cambiado radicalmente con los años. H oy, en efecto, sigo teniendo la convicción de que
la mediación penal dista de ser la panacea a los males que aquejan nuestra Administración
de Justicia penal y también sigo albergando ciertos reparos hacia la institución, atendidos
los escollos de todo tipo que deben sortearse para su implantación en nuestro
Ordenamiento jurídico.
En el origen –que bien pueden situarse a mediados del siglo pasado– de este modo
de concebir la Justicia penal , confluyeron dos circunstancias: de un lado, la proliferación de
ciertos movimientos sociales a favor de los derechos humanos y de la resolución de los
conflictos centrada en el diálogo; de otro lado, el nacimiento de corrientes muy críticas con
el tradicional modelo de Justicia penal, atendida su destacada finalidad retributiva y la
absoluta falta de atención que desde él se dispensa a las víctimas del delito2.
1
Vid. «La mediación como ‘alternativa’ al proceso penal de adultos: ¿de la práctica a la Ley?» en Problemas
actuales del proceso iberoamericano, XX Jornadas iberoamericanas de Derecho Procesal, Tomo I, pp. 279 a 293.
2
Para un estudio en profundidad de los orígenes y desarrollo de la Justicia restaurativa, v.:
http:/ / www.restorativejustice.org/ .
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3
El «prestamista» es DEL M ORAL GARCÍ A, A. «La mediación en el proceso penal. Fundamentos, problemas,
experiencias», en La mediación. Presente, pasado y futuro de una institución jurídica (Dir. RODRÍ GUEZ -ARANA Y DE
PRADA), Ed. Netbiblo, Madrid, 2010, p. 52.
4
Nótese que esta nueva forma de concebir la Justicia penal comporta una terminología también en todo
ajena a la propia de la Justicia penal clásica. No se habla de delitos, delincuentes u ofendidos, sino de infractores
y víctimas, y de conflictos entre aquéllos y éstas.
5
Ilustrativo en este sentido es el trabajo de PECES M ORATE, J. E., «La mediación en la Jurisdicción Penal», en
Derecho Penal y Justicia en el siglo XXI, Liber amicorum elaborado como homenaje a Antonio González Cuéllar, Ed.
Comares, Granada, 1998. Asimismo puede consultarse el más reciente y exhaustivo trabajo de BARONA VI LAR,
S., La mediación penal para adultos. Una realidad en los ordenamientos jurídicos, ed. Tirant lo Blanch, Valencia,
2009.
6
Los VORP (Victim Offender Reconciliation Program) fueron impulsados por miembros de la comunidad
menonita en Canadá a mediados de los años 70. En la década siguiente, y en Estados Unidos, surgieron los VOP
(Victim Offender Program), basados como aquéllos en reparar los efectos que en víctima e infractor produce la
comisión del delito, sobre la premisa de que a éste subyace, en verdad, un conflicto bilateral.
A diferencia de los anteriores, las «conferencias de familia o grupos de comunidad» y los «círculos de
sentencia» son técnicas que involucran a otros sujetos en la solución del conflicto. Nacidos los primeros en
Nueva Zelanda y heredados los segundos de ciertas prácticas nativas americanas, son comúnmente utilizados en
Norte América, Australia y Sudáfrica.
7
En el ámbito de Naciones Unidas, cabe destacar la Resolución 1999/ 26, de 28 de julio de 1999, del
Consejo Económico y Social, sobre el desarrollo y la aplicación de medidas de mediación y de Justicia reparadora
en el Derecho Penal; así como la Resolución 2000/ 14, de 7 de julio de 2000, también del Consejo Económico y
Social, sobre principios básicos del uso de programas de justicia reparadora en asuntos criminales. En el del
Consejo de Europa, proliferan por su parte las Recomendaciones del Comité de Ministros para la implantación
de la Justicia restaurativa a través de la mediación penal. Así: Recomendación nº R (83) 7, sobre mediación como
fórmula de sustitución de la pena privativa de libertad; Recomendación nº R (85) 11, sobre la posición de la
víctima en el marco del Derecho Penal y del procedimiento penal; Recomendación nº R (87), sobre
simplificación de la Justicia Penal: mediación y reparación como estrategias de evitación del proceso penal;
Recomendación nº R (87) 20, sobre reacciones sociales frente a la delincuencia juvenil: la mediación como
medio de evitación de la pena privativa de libertad en Derecho Penal Juvenil; y Recomendación nº R (99) 19,
relativa a la mediación en materia penal. Finalmente, en la Unión Europea, además de la DM 2001/ 220/ JAI a
que se alude en texto, debe llamarse la atención acerca de la Iniciativa que, en junio de 2002, presentó el
Gobierno belga al Parlamento Europeo relativa a la creación de una red europea de puntos de contactos
nacionales para la justicia reparadora. El texto de esta Iniciativa y de la Resolución del Parlamento europeo
pueden consultarse en: <http:/ / www.europarl.europa.eu/ sides/ getDoc.do?pubRef=/ / EP/ / TEXT+TA+20030408
+ITEMS+DOC+XML+V0/ / ES&language=ES#sdocta17>. Sobre éstas y otras iniciativas internacionales en
materia de Justicia restaurativa y mediación penal, vid. REVI LLA GONZÁLEZ , J. A. «La mediación penal», en
Mediación y solución de conflictos (Coord. SOLETO M UÑOZ y OTERO PARGA), Ed. Tecnos, Madrid, 2007, esp. pp. 307
a 310.
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8
La propia Decisión Marco define en su artículo 1 e) la mediación penal como «la búsqueda, antes o
durante el proceso penal, de una solución negociada entre la víctima y el autor de la infracción, en la que medie
una persona competente».
9
Un análisis comparativo de la implantación de la Justicia restaurativa en Europa puede encontrarse en
«Restorative Justice Development in Europe», desarrollado dentro del programa COST Action A 21. En lengua
española, puede consultarse asimismo el trabajo de ROMERA ANTÓN, C., «Conferencias comunitarias y justicia
restaurativa», en Estudios de Derecho Judicial, CGPJ, 2007, núm. 136, pp. 189 a 206.
10
El plazo previsto en el artículo 17 de la Decisión Marco para dar cumplimiento a sus disposiciones,
concluyó en marzo de 2006.
11
Respecto de ambos extremos buena parte de lo que se expone fue ya apuntado en el citado trabajo «La
mediación como ‘alternativa’ al proceso penal de adultos: ¿de la práctica a la Ley?», cuyo contenido rescatamos
en lo esencial para actualizarlo y amoldarlo al principal objetivo de estas páginas.
12
Tomamos la definición de la ya citada Recomendación nº R (99) 19, sobre mediación penal.
13
Cfr. DEL M ORAL GARCÍ A, A. «La mediación en el proceso penal. Fundamentos, problemas, experiencias»,
cit. p.51
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La voluntariedad que informa la mediación penal implica, además, que las partes
puedan retractarse en cualquier momento de participar en ella, sin que de tal retractación
puedan seguirse consecuencias negativas de índole procesal o penal.
Ni que decir tiene que este elemento constituye un acicate para que las partes
decidan someterse a la mediación penal, pues la privacidad en que ésta se desarrolla y el
hecho de que las declaraciones vertidas durante el procedimiento mediador carezcan de
trascendencia jurídica, fomentan la confianza –sobre todo la del infractor– de someterse a
ella.
14
En el mismo sentido M ARTÍ N DI Z , F., La mediación: sistema complementario de Administración de Justicia,
Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 2010, p. 331.
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En relación con esto último, conviene hacer dos precisiones, relativa la primera al
acuerdo en sí y a su posible contenido, y la segunda a la eficacia jurídica que este acuerdo y
el cumplimiento de los compromisos adquiridos pueden desplegar.
En lo que hace a lo primero –i.e. al contenido del acuerdo alcanzado entre infractor
y víctima–, importa destacar que tal contenido puede ser muy diversa índole. Así, puede
consistir en la reparación económica de los daños patrimoniales ocasionados por el delito y
concretarse, por ejemplo, en la restitución de la cosa o en el desembolso de una cantidad de
dinero. Puede consistir, igualmente, en la reparación de los daños morales ocasionados a la
víctima, caso en que el acuerdo suele comportar la petición de perdón por parte del infractor
e incluir la asunción (por éste pero también por la víctima) de ciertas pautas de conducta
dirigidas a solventar la situación conflictiva que subyace a la comisión del hecho delictivo. Y
también existe la posibilidad de que el acuerdo se concrete en la realización de una actividad
dirigida, no tanto a reparar económica o moralmente a la víctima, cuanto a reparar los
daños que el delito ha ocasionado a la sociedad en sí y a favorecer la rehabilitación del
infractor (tal sería el caso, por ejemplo, de que éste se comprometiera a asistir a cursos de
educación vial, o consintiera su ingreso en un centro psiquiátrico o el sometimiento a un
tratamiento deshabituador). Estos posibles contenidos –susceptibles todos ellos de
combinarse entre sí e incluso de integrar un mismo acuerdo– revelan bien a las claras que
el acuerdo reparador no es un acuerdo en torno a la denominada acción civil ex art. 100
LECrim. Y no lo es, no sólo –que también– porque la reparación puede ser de tipo
simbólico, sino porque ésta puede producirse allí incluso donde del hecho ilícito no se
derive responsabilidad civil.
En cuanto a lo segundo –i.e., a los efectos jurídicos del acuerdo reparador y del
cumplimiento de los compromisos alcanzados–, es de hacer notar que tales efectos pueden
ceñirse a la pena o a la medida de seguridad que legalmente correspondiera imponer al
infractor o, por el contrario, extenderse al proceso. Más claramente: en ocasiones, el logro
de un acuerdo tras la mediación juega sólo como «alternativa a la pena»; aquél, por tanto,
ninguna trascendencia tiene sobre el proceso, que se tramita por su cauce habitual hasta el
momento de dictar sentencia, en la que –eso sí– ha de atenderse al acuerdo alcanzado con
vistas bien a mitigar la pena o medida de seguridad que deba imponerse, bien a suspender
su aplicación, bien incluso a excluir aquélla. En otras ocasiones, sin embargo, el acuerdo
alcanzado juega como «alternativa al proceso» en la medida en que despliega su eficacia
bien excluyendo su inicio, bien incidiendo en su tramitación, determinando, por ejemplo,
la suspensión del proceso o provocando anticipadamente su terminación.
Ventajas –se dice– para la víctima pues, amén de expresar sus sentimientos de
miedo, rencor o venganza, la mediación le reconoce un protagonismo innegable en la
solución del conflicto de fondo, al permitir, de un lado, que sea resarcida del daño sufrido; y
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evitar, de otro, que sea objeto de revictimizaciones parecidas a aquellas que soporta cuando
la respuesta al delito se ofrece a través del proceso penal.
En otro orden de cosas, suele también convenirse que otras de las ventajas
características de la mediación penal es que permite agilizar la respuesta frente al fenómeno
delictivo, comportando, pues, un importante ahorro de esfuerzos y costes para los llamados
operadores jurídicos.
§. Pese al nombre con que se rubrica este trabajo y da pie a estas páginas, la
mediación en el sistema de Justicia penal español no se mueve en la disyuntiva «quimera o
realidad». La mediación penal no es una quimera. Se trata, por el contrario, de una realidad
cuyos términos –como ya se ha tenido la ocasión de adelantar– se mueven en dos planos
distintos: el de la legalidad y el de la práctica vigente.
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en el ámbito del enjuiciamiento penal de menores. Tal motivo no era otro que la
supremacía que, en el contexto del enjuiciamiento de menores de edad penal, cobra la
finalidad educativa y resocializadora (o, si se nos permite el esnobismo,
«responsabilizadora») frente a la clásica finalidad retributiva y de prevención general del
sistema penal. Aquella supremacía permitía, en efecto, experimentar con ciertas políticas
criminales permeables al principio de oportunidad, así como validar legalmente lo que, con
anterioridad, había sido puesto en práctica a través de diversas experiencias y programas de
mediación15.
Lejos, sin embargo, de lo que cabía de esperar, el respaldo legal que la mediación
penal recibió en este contexto resultó ser tímido y poco atinado.
15
Nótese, en este sentido, que previamente a la entrada en vigor de la LORPM ya se habían puesto en
marcha varios programas de mediación en Castilla-La Mancha, Cataluña, Madrid, País Vasco y Valencia.
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Algunos de esos motivos tienen que ver las garantías esenciales de nuestro
sistema de Justicia penal; en concreto, con la presunción de inocencia. En este sentido, son
muchos los que entienden que esta garantía se compadece mal con el hecho de que el
sobreseimiento del expediente ex artículo 19 LORPM se ligue al cumplimiento de
determinadas actividades por el menor, toda vez que tal ligazón no deriva de actividad
probatoria alguna, sino todo lo más del reconocimiento –explícito o implícito– de los
hechos por parte de aquél.
Las anteriores, con todo, no son las únicas objeciones que cabe hacer a la
regulación legal de la mediación, toda vez que respecto de ella también abundan las lagunas
y las deficiencias.
16
Para un análisis detenido de estas modalidades pueden consultarse, entre otros, los trabajos de CASTI LLEJO
M ANZANARES, R., «La mediación en el proceso de menores», Revista de Derecho Penal (Lex Nova), 2011 (32), pp.
9 a 28.
17
Esta contradicción jurisprudencial es destacada por la propia Fiscalía General del Estado en su Memoria de
2010, pp. 35 y 36.
18
Representativo de aquella primera tesis es el AAP de Barcelona (Sección 3ª), de 26 de abril de 2009. La
segunda tesis es acogida, por su parte, en AAP de Tarragona (Sección 2ª) de 18 de junio de 2007; y AAP
(Sección 1ª) de Ciudad Real, de 14 de noviembre de 2008.
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Frente a esta situación de anomia, son muchas las voces que abogan porque se dé
cobertura legal a la mediación penal en el ámbito del enjuiciamiento de mayores de edad
penal 21, e incluso por permitirla, con mayor o menor intensidad, en materia de violencia de
género22. Quienes enarbolan estas iniciativas lo hacen sobre la base de las numerosas
experiencias llevadas a cabo en la última década en diversos órganos jurisdiccionales
repartidos por toda la geografía española.
19
Incoherentes nos parecen también determinados aspectos de la regulación relacionados con su ámbito
subjetivo. Tal es el caso, por ejemplo, de que la Ley asuma como punto de partida la capacidad procesal (y, por
ende, de obrar) del menor infractor y, sin embargo, de alcanzarse finalmente un acuerdo con la víctima, se exija
la conformidad al respecto de sus representantes legales (art. 5 RD 1774/ 2004).
20
La alusión mencionada es la contenida en el apartado 5 del artículo 87 ter LOPJ, al albur de la redacción
dada a este precepto por el artículo 44 de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia
de Género.
21
Como botón de muestra de estas voces, baste señalar las iniciativas realizadas por el Foro de la Justicia
(Propuestas de la Comisión III. Aprobadas por el Pleno de 10 de febrero de 2005); el Grupo de Estudios de
Política Criminal (en Una propuesta alternativa al sistema de penas y su ejecución y a las medidas cautelares
personales, Valencia, 2005, pp. 44y 45); y la Sociedad Española de Victimología (Conclusiones del Seminario
sobre «La introducción de los intereses de la víctima en el sistema penal ante las reformas legales en curso en
España), Valencia 5 y 6 de mayo de 2005. También GEMME (Grupo de Magistrados Europeos por la Mediación)
ha ofrecido su ayuda al Ministerio de Justicia, con vistas a potenciar la mediación en nuestro ordenamiento.
Las iniciativas han partido igualmente de algunos Grupos Parlamentarios, que vieron en la tramitación de la
reciente reforma del Código Penal un momento idóneo para dotar de cobertura legal a la mediación. Estas
iniciativas no fueron, sin embargo, acogidas por el Parlamento con base en que será la tan esperada reforma de
la Ley de Enjuiciamiento Criminal el momento adecuado para introducir oficialmente la mediación penal de
adultos en nuestro Ordenamiento.
22
En este sentido, se pronuncian, entre otros, RÍ OS M ARTÍ N, J.C., La mediación penal y penitenciaria.
Experiencias de diálogo en el sistema penal para la reducción de la violencia y el sufrimiento humano, ed. Colex,
Madrid, 2008, p.107; ALH AMBRA PÉREZ , P., «El Juez ante la mediación penal», en La mediación. Presente, pasado
y futuro de una institución jurídica, op. cit., pp. 112 y 113. También, en la misma obra, M ARTÍ NEZ DE AGUI RRE
ALDAZ , M. «Espacios para la mediación en nuestro ámbito penal. Una reflexión a partir de la experiencia belga y
francesa», p. 86.
23
Destacan, por ser las más antiguas y pioneras, las experiencias puestas en marcha por el Departamento de
Justicia de la Generalitat de Cataluña. A su impulso también respondió la creación en el año 2000 del primer
Servicio de Mediación y Reparación Penal de Adultos; servicio que hoy comparte sede con los Juzgados de
Instrucción y de lo Penal de Barcelona y que cuenta con delegaciones en todas las capitales catalanas de
provincia.
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Amén de lo anterior, las experiencias revelan que han sido también muchas las
ocasiones en que se ha buscado cobijo en instituciones procesales para dotar al acuerdo
mediador de eficacia mitigadora o alternativa a la pena. En este sentido, hay Juzgados, por
ejemplo, que se han avenido a acordar el sobreseimiento (provisional, pero también libre)
de las actuaciones; a transformar el procedimiento por delitos en juicio de faltas; o a anudar
a aquel acuerdo la eficacia procesal propia del reconocimiento de hechos (art. 779.1.5ª
LECrim). La institución de la conformidad también ha jugado un papel importante en este
contexto, habida cuenta que la obtención de un acuerdo en mediación se ha servido de la
conformidad para lograr las ventajas –consensuadas con la acusación o previstas ex lege–
propias de ésta (arts. 655 y ss, 784.3, 787 y 801 LECrim).
Con todo, han sido muchas otros las experiencias y proyectos pilotos desarrollados en los últimos años con
el apoyo de Administraciones autonómicas y locales como las del País Vasco, Valencia, La Rioja, Valladolid o
Burgos y de determinadas asociaciones como Amepax o la asociación Apoyo en Madrid.
24
El impulso a la mediación penal por parte del Consejo General del Poder Judicial se recoge explícitamente
en el Plan de Modernización de la Justicia, aprobado por su Pleno el 12 de noviembre de 2008. Este
reconocimiento no es sino exteriorización de lo que el órgano de gobierno de Jueces y Magistrados ya venía
haciendo años atrás. No en vano, fue el Consejo el que alentó y coordinó el desarrollo de experiencias piloto
sobre mediación penal en las que participaron más de cuarenta Juzgados de Instrucción y de lo Penal de toda
España, y cuyos resultados se recogen en el estudio «Justicia Restaurativa y Mediación penal: Análisis de una
Experiencia (2005-2008)».
25
Son muchas ya las alusiones de nuestra jurisprudencia a la mediación penal. Sirva por todo ejemplo ésta
reciente extraída de la Sentencia de la Audiencia Provincial de Guipúzcoa (Sección 1ª), de 16 de marzo de 2010:
«La mediación penal es uno de los instrumentos de plasmación del modelo de justicia restaurativa. Este modelo
trata de lograr la pacificación social e individual involucrando al victimario y a la víctima en la consecución de
una respuesta consensuada a la infracción penal bajo el control del Estado. De esta manera se logra la
pacificación social (el Estado garantiza que la respuesta convenida, además de ser una expresión de una
voluntad libre, permita una ratificación de la vigencia del orden penal como instrumento hábil para la
protección de los bienes jurídicos fundamentales) y la pacificación individual (la víctima obtiene la reparación
del daño y el victimario una reacción dúctil a su integración social positiva).
26
En alguna ocasión, nuestro Alto Tribunal –Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de octubre de 2006–
ha negado la posibilidad de anudar, siquiera por analogía, los beneficios propios de la atenuante de reparación a
los supuestos en que la mediación aboca únicamente a una reconciliación entre infractor y víctima. En apoyo de
esto último se razona que «la mera participación del recurrente en un programa voluntario de mediación penal,
aun con resultado positivo, no implica efectiva reparación. El perjudicado desde un principio renunció a toda
clase de indemnizaciones, así que tanto da que no exista daño a reparar o el existente sea renunciado, ya que en
ninguno de ambos casos se ofrece la posibilidad de reparar y realmente, en este caso, no se ha reparado nada (...)
En definitiva, sin reparación real y efectiva, total o parcial, no puede haber atenuación». Que la conciliación
entre infractor y víctima no se considere reparación en este sentido o en el más amplio sentido del artículo 112
CP no debe tomarse, sin embargo, en el sentido de entender que a la conciliación resultante de un
procedimiento mediador se le niegue eficacia en la dosimetría penal. Antes al contrario: como revela la propia
Sentencia citada ut supra, el beneficio penológico se produce, si bien por vía de individualización de la pena.
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Los obstáculos a que nos referimos son, obviamente, de índole jurídico, pero
también presupuestario e incluso sociológico. Institucionalizar la mediación penal en
nuestro sistema demandará, en efecto, disponer de los medios, personales y materiales
necesarios para hacer frente a la infraestructura administrativa que exige un servicio
institucionalizado de mediación. Y también exigirá informar y concienciar a la ciudadanía y
a los profesionales jurídicos de las pretendidas bondades que pueden seguirse de la
implantación de un modelo tan ajeno a nuestra tradición jurídico-penal como el aquí
analizado.
A lo anterior deben sumarse los riesgos que habrán de asumirse respecto de las
garantías esenciales al proceso penal y a la mediación misma.
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través del proceso cabe satisfacer el interés público que subyace a la mayoría de normas
penales (principio de legalidad o necesidad procesal penal).
Siendo los expuestos los principios básicos que dibujan la esencia de nuestro
actual sistema penal y procesal penal, a nadie escapa que Ley y Constitución obstan, hoy
día, a que los sujetos implicados en un conflicto penal de dimensión pública o semipública
puedan por su sola voluntad sustraer tal conflicto de la decisión de los órganos
jurisdiccionales o influir decisivamente en el instrumento –el proceso– necesario para
resolverlo27. A menos, por tanto, que se destipifiquen determinadas conductas delictivas
reservando la solución del conflicto subyacente a estas últimas a la mediación (que ya no
sería penal) o que se excluya de ésta cualquier eficacia penal procesal, la incorporación de la
mediación en nuestro sistema de Justicia penal exigirá que se emprenda una profunda
reforma de este último; reforma que –apostillamos– no debería ser sólo legal sino también
constitucional.
27
Nótese, en este sentido, que un sector de nuestra doctrina entiende que las experiencias piloto llevadas a
cabo en nuestro país respecto de la mediación penal de adultos son no ya alegales sino ilegales justamente, por
contrariar los principios de necesidad y de oficialidad en que descansa nuestro sistema procesal penal. Así
opinan, entre otros, M ANZANARES SAMANI EGO, J. L., «La mediación penal», en Diario La Ley, núm. 6900, de 10
de marzo de 2008; y M ARTÍ N DI Z , F., La mediación: sistema complementario de Administración de Justicia, op. cit.,
365 y 366.
No todos mantienen, en cambio, este sentir, pues hay quien opina que el artículo 21 CP e incluso la propia
DM 2001/ 220/ JAI dotan a la mediación penal de la habilitación legal mínima para recurrir a ella. Tal es el
parecer, por ejemplo, de CARRI ZO GONZÁLEZ -CASTELL, A., «La mediación penal en España», en La mediación en
materia de familia y Derecho penal: estudios y análisis (Coord. M ARTÍ N DI Z , F.), ed. Andavira, Santiago de
Compostela, 2011, pp. 234 y 235.
28
Utilizamos el adverbio «quizá», porque consideramos que la reforma constitucional en este punto podría
soslayarse por la vía –que propugnamos y expondremos más adelante– de someter a control judicial los
acuerdos alcanzados vía mediación, así como la adecuación de ésta y aquéllos a las garantías y derechos
consagrados en nuestro Ordenamiento.
29
Vid. nota 8.
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LA MEDIACIÓN PENAL: ¿QUIM ERA O REALI DAD? 141
30
En vista de que este principio de oportunidad reglada cuenta ya con manifestaciones en nuestro sistema
procesal penal, algunas tan relevantes como el instituto de la conformidad, cabría sostener que tampoco en este
punto sería necesaria una reforma constitucional. Sea como fuere, lo que resulta indiscutible es que esa reforma
sería cuando menos conveniente para dotar de coherencia interna al sistema.
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la que sea su regulación legal cabrá sostener tal clase de afirmaciones. Lo demás es
elucubrar sobre hipótesis.
§. Otra de las amenazas que se cierne sobre la mediación penal afecta a un tiempo
a determinadas garantías y derechos fundamentales de alcance procesal, como el derecho a
no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable (art. 24.2 CE), y a una de las notas
esenciales de la mediación: la voluntariedad.
La filosofía que inspira la mediación penal implica –ya lo hemos dicho– que el
sometimiento de infractor y víctima al procedimiento mediador debe ser fruto de su libre
voluntad; de su sólo y exclusivo deseo de participar en la solución del conflicto que subyace
a la conducta delictiva. Resultaría, por tanto, inadmisible que la víctima se viera impelida a
participar en la mediación a fin de evitar, por ejemplo, reproches de intransigencia o de
falta de magnanimidad, o que se compeliera al infractor a hacer otro tanto a fin de soslayar
determinadas consecuencias negativas que pudiera seguirse de no someterse a la
mediación. Con ser esto incuestionable, lo cierto, sin embargo, es que existe el riesgo de
que la voluntad del infractor de someterse a la mediación resulte mediatizada no ya tanto
por obtener los beneficios penológicos que se liguen a la reparación o conciliación con la
víctima, cuanto por evitar la agravación punitiva que pudiera producirse de rechazar el
infractor someterse a ella.
31
DEL M ORAL GARCÍ A, A. «La mediación en el proceso penal. Fundamentos, problemas, experiencias», cit.,
pp. 64 a 66.
32
DE LA OLI VA SANTOS, A., «Presunción de inocencia, prueba de cargo y sentencia de conformidad», en
Revista (on line) Derecho y Proceso, núm. II (2005-2006), http:/ / www.ucm.es/ info/ procesal/ revista.htm.
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la más célere en que se traduce la conformidad. Esta última consecuencia –la agravación de
la situación del acusado si es que rechaza un pacto de conformidad– responde a cierta
praxis que bien puede expresarse mediante el siguiente silogismo: «Si debe premiarse al
que se conforma por lo que de ahorro supone su conformidad a la Administración de
Justicia, debe castigarse al que no se conforma por lo que de no colaboracionista tiene su
actitud». Lo diremos de otra forma: en la práctica, quien apuesta por ejercer activamente su
derecho de defensa en el juicio oral, parte de una situación concebida para propiciar la
conformidad: el Ministerio Fiscal sobrecarga dentro de los límites que le permite el artículo
66 CP la pena solicitada en previsión de ofrecer una rebaja de esta pena si existe
conformidad; luego, si ésta no se produce no ya es sólo que el imputado no pueda acceder a
esa rebaja, es que se enfrenta como punto de partida a una solicitud «al alza» de la pena y a
un resultado en que el Juzgado o Tribunal enjuiciador puede justificar ese incremento
penológico o la no obtención de determinados beneficios como la suspensión de la condena
en su rechazo a la conformidad.
§. Expuestos los principales escollos que obstan al objetivo de dar acomodo legal a
la mediación penal en nuestro Ordenamiento, terminamos con algunas propuestas que, a
nuestro modo de ver, permitirán sortear aquellos escollos, sin sacrificio –importa
subrayarlo– de la filosofía y objetivos que animan el instituto.
33
La realidad del peligro se infiere claramente de las SSTC 75/ 2007, de 16 de abril, y 76/ 2007, de 16 de
idéntica fecha. A la primera de las citadas, corresponden estas palabras que, por compartirlas casi en su
totalidad, transcribimos: «... En el presente caso, la Sentencia de primera instancia justifica la no imposición de
la pena en el grado mínimo, por un lado, en ‘que esto es lo que se ofreció a los acusados para el caso de que se
conformaran con los hechos objeto de la acusación y rechazaron aceptar’, de modo que, no concurriendo
circunstancias modificativas, no se encuentran motivos para rebajar la pena solicitada por el Ministerio Fiscal y,
por otro lado, en la propia actitud de los acusados durante el juicio, pues si hubieran reconocido los hechos, o al
menos no hubieran negado lo más evidente, y no hubieran obligado a hacer un juicio larguísimo se justificaría
el ‘que se les tratara con más magnanimidad’. En dichas circunstancias, como ponen de manifiesto el recurrente
y el Ministerio Fiscal, cabe apreciar un déficit de la motivación constitucionalmente exigible, pues ni de la
anterior argumentación ni de la relación de hechos probados se infiere la ponderación de los criterios legales de
individualización de la pena. Y es de señalar, muy destacadamente, que la justificación de la pena impuesta en el
hecho de que el acusado, en ejercicio de sus derechos fundamentales a no declarar contra sí mismo y a no confesarse
culpable (art. 24.2 CE), no se conformara con la pena solicitada por la acusación y negara los hechos más evidentes
según la apreciación judicial, resulta a todas luces manifiestamente irrazonable y constitucionalmente inadmisible, por
lesiva de los citados derechos fundamentales» (la cursiva es nuestra).
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Antes, con todo, de exponer las claves que, desde nuestro particular punto de vista,
contribuirán positivamente al éxito de la mediación penal, es preciso dejar claro que la Ley
que venga a regularla habrá de ser una ley de carácter estatal y destinarse específicamente a
ella. La claridad de lo primero –el carácter estatal de la hipotética Ley reguladora de la
mediación penal–, viene dibujada por el artículo 149.1.6 ª CE que, como es sabido, reserva
exclusivamente al Estado la regulación de cuantas materias afecten al Derecho Penal y
Procesal. Lo segundo – la especificidad de la Ley y su autonomía por ende del Código Penal
y de la Ley de Enjuiciamiento Criminal–, viene impuesto, por su parte, por los principios y
caracteres de la mediación; principios que, como hemos visto, difieren en mucho de los que
son propios a nuestro actual regulación penal y procesal penal. Esto último, en nada
impediría –todo lo contrario– que la mediación tuviera su pertinente reflejo en el Código
Penal y en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, sobre todo si el legislador se decanta por un
modelo de mediación penal intraprocesal y con posible repercusión penológica.
En la misma línea, pero en otro orden de cosas, no creemos que la ampliación del
ámbito objetivo de la mediación penal deba entenderse inexorablemente ligada a una
concesión absoluta al principio de oportunidad en detrimento del principio de la legalidad.
La determinación del ámbito objetivo de la mediación penal no tiene por qué condicionar la
eficacia del acuerdo que se obtenga a resultas de ella. Así, tratándose de delitos privados o
delincuencia «de bagatela» podría admitirse el sobreseimiento o beneficiar al infractor con
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LA MEDIACIÓN PENAL: ¿QUIM ERA O REALI DAD? 145
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Entre otros, M ANZANARES SAMANI EGO, J. L., Mediación, conciliación y reparación en el Derecho Penal (Dir. C.
ROMEO CASABONA), Ed. Comares, Granada, 2007, pp. 55 y 56 y; M ARTÍ N DI Z , F. La mediación: sistema
complementario de Administración de Justicia, op. cit., p. 354.
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