Dora y La Jov Homo
Dora y La Jov Homo
Dora y La Jov Homo
Se trata de una pequeña histérica que le llevan por algunos síntomas que ha tenido, menores sin duda, pero aún así inequívocos. La
situación se ha hecho intolerable tras una especie de demostración o de intención de suicidio que ha acabado alarmando a su familia. El padre
se la presenta a Freud como una enferma, y este mismo paso, la propia consulta, es un elemento que de por sí denota una crisis en el conjunto
social que hasta entonces se había mantenido en cierto equilibrio. Sin embargo, este singular equilibrio se había roto ya dos años atrás, con
motivo de una situación que de entrada le ocultan a Freud, a saber, que el padre tenia como amante a una tal señora K., casada con un señor
llamado señor K. Esta pareja vive en una especie de relación de cuarteto con la pareja formada por el padre y la hija. La madre está ausente de
la situación. Es el padre quien introduce a la dama y al parecer la mantiene ahí.
Lo chocante es que Dora le indica enseguida a Freud su reivindicación(reclamo) extremadamente intensa del afecto de su padre, que, según
ella, le fue arrebatado por la relación en cuestión. Le demuestra inmediatamente a Freud que siempre estuvo al corriente de la existencia de tal
relación, de su permanencia y su carácter preferente, y que ha llegado a resultarle intolerable. Todo su comportamiento denota su
reivindicación frente a esa relación.
Freud da entonces un paso, el primero de la experiencia freudiana, el más decisivo por su cualidad propiamente dialéctica. Lleva a Dora
hasta la siguiente pregunta: “Esto que la subleva a usted como si de una disipación se tratara, ¿acaso no es algo en lo que usted misma ha
participado?” Y en efecto, Freud pone al descubierto rápidamente que, hasta ese momento crítico, la situación había sido sostenida de la
forma más eficaz por la misma Dora. Ella se había mostrado mucho más que complaciente con esta situación singular, en realidad había sido
incluso su pieza clave, había protegido los apartes de la pareja del padre y la dama, incluso había sustituido en una ocasión a la dama en sus
funciones, cuidando de sus hijos, por ejemplo. Por otra parte, se revela incluso que Dora tiene una relación muy especial con la dama, que
resulta ser su confidente y, al parecer, ha llegado muy lejos en sus confidencias.
Señalamos entre otras cosas el intervalo de nueve meses entre el síntoma histérico de la apendicitis y su raíz, la escena del lago, que Freud
cree descubrir porque la enferma se lo proporciona simbólicamente.
Freud se da cuenta a posteriori de que si ha fracasado, es en razón de una resistencia de la paciente a admitir la relación amorosa que la
une con el señor K., algo que él le sugirió como un hecho con todo el peso de su insistencia y de su autoridad. Freud llega incluso a indicar en
una nota que sin duda hubo algún error por su parte, y que hubiera debido comprender que el apego homosexual por la señora K. era la
verdadera significación de la institución de la posición primitiva de Dora, así como de su crisis.
Esta claro que el señor K. tiene una importancia primordial para Dora y que con él se establece algo semejante a un vínculo libidinal. Esta claro
también que algo de otro orden, de una importancia igualmente considerable, juega un papel en el vínculo libidinal de Dora con la señora K.
¿Cómo concebir ambos de forma que se justifique y permita concebir el punto de ruptura del equilibrio?
La histérica es alguien cuyo objeto es homosexual. La histérica aborda este objeto homosexual por identificación con alguien del otro sexo.
Llegué más lejos. Partiendo de la relación narcisista como fundadora del yo (moi), como matriz, de la constitución de esa función imaginaria
llamada el yo, había mostrado que había huellas de ella en la observación. El yo de Dora ha hecho una identificación con un personaje viril, el
señor K., y que los hombres son para ella otras tantas cristalizaciones posibles de su yo. En otros términos, por medio del señor K., en la medida
en que ella es el señor K., en el punto imaginario que constituye la personalidad del señor K., es como Dora está vinculada con el personaje de
la señora K.
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Llegué todavía un poco más lejos y dije: “la señora K. es alguien importante, ¿por qué?”. No sólo es importante porque constituye el objeto
de una elección entre otros objetos. No sólo es importante porque esta investida con la función narcisista que se encuentra en el fondo de todo
enamoramiento. La señora K. es la pregunta de Dora.
Dora es una histérica, es decir, alguien que ha alcanzado la crisis edípica y que, al mismo tiempo, ha podido y no ha podido
franquearla(cruzarla) (no puede habilitarse para una elección de objeto exogámica si no sede al padre). Hay una razón para ello: su padre es
impotente. Toda la observación descansa en la noción central de la impotencia del padre. ¿Cual puede ser la función del padre como donador?
Esta situación descansa en la distinción de la frustración primitiva, la que puede establecerse en la relación del niño con la madre. Hay un
objeto del que el niño es frustrado. Pero después de la frustración, su deseo subsiste. La frustración sólo tiene sentido en la medida en que el
objeto, como pertenencia del sujeto, subsiste después de la frustración. La madre interviene entonces en otro registro: da o no da, pero en
cuanto que ese don es signo de amor. He aquí ahora al padre, que sirve para ser quien da simbólicamente ese objeto faltante. Aquí, en el caso
de Dora, no lo da, porque no lo tiene. La carencia fálica del padre atraviesa toda la observación como una nota fundamental, constitutiva de la
posición.
Dora sigue muy vinculada con este padre de quien no recibe simbólicamente el don viril, tan vinculada que su historia empieza exactamente
a la edad de la salida del Edipo, con toda una serie de accidentes histéricos vinculados con manifestaciones de amor por ese padre que, en este
momento, más que nunca, se presenta como un padre herido y enfermo, afectado en sus mismas potencies vitales. El amor que Dora le tiene a
este padre es correlativo y coextensivo de su disminución.
Lo que interviene en la relación de amor, lo que se pide como signo de amor, es siempre algo que sólo vale como signo. No hay mayor don
posible, mayor signo de amor, que el don de lo que no se tiene. Pero la dimensión del don sólo existe con la introducción de la ley. La
observación se basa en el siguiente ternario: el padre, Dora, señora K.
Toda la situación se instaura como si Dora tuviera que plantearse la pregunta: “¿Qué es lo que mi padre ama en la señora K?” La señora K.
se presenta como algo a lo que el padre puede amar más allá de ella misma (mas alla, no sin ella) A lo que Dora se aferra, es a lo que su padre
ama en otra, en la medida en que no sabe que es.
De eso se trata precisamente durante el despliegue de todos esos síntomas. Dora se pregunta: “¿Qué es una mujer?” Y eso porque la señora
K. encarna propiamente la función femenina, porque ella es para Dora la representación de algo en lo que dicha función se proyecta como la
pregunta. Dora se encamina a una relación dual con la señora K., o más bien la señora K. es lo que es amado más allá de Dora, y por eso la
propia Dora siente interés por esta posición. La señora K. realiza lo que ella, Dora, no puede ni saber ni conocer. Lo que se ama en un ser esta
más allá de lo que es, esta en lo que le falta.
Dora se sitúa en algún lugar entre su padre y la señora K. Si su padre ama a la señora K., Dora se siente satisfecha, a condición de que se
mantenga esta posición ( a través de ella). Por otra parte, esta situación se simboliza de mil formas. Así, el padre impotente reemplaza por
todos los medios del don simbólico, incluso los dones materiales, lo que no realiza como presencia viril, y de paso hace a Dora su beneficiaria,
con una generosidad que se reparten a partes iguales su amante y su hija, de modo que lleva a esta última a participar en esa posición
simbólica. Sin embargo, con eso no basta, y Dora trata de restituir el acceso a una posición que se manifiesta en sentido inverso. Me refiero a
que trata de restablecer una situación triangular, no ya con respecto al padre, sino con respecto a la mujer que tiene enfrente, la señora K. Aquí
es donde interviene el señor K., con quien puede cerrarse efectivamente el triángulo, pero en una posición invertida.
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Por el propio interés de su pregunta, Dora considera que el señor K. participa de lo que simboliza el lado pregunta de la presencia de la
señora K, a saber la adoración, expresada igualmente mediante una asociación simbólica muy manifiesta de la señora K. con la Madonna
Sixtina. La señora K. es objeto de adoración por quienes la rodean y, a fin de cuentas, Dora se sitúa con respecto a ella como participando de
esta adoración. El señor K. es su forma de normativizar esa posición, tratando de reintegrar(x la vida de identificación en tanto K adore a la Sra
K) en el circuito al elemento masculino.
¿Cuando le da una bofetada? No cuando la corteja o cuando le dice que la ama. No, incluso cuando la aborda de una forma intolerable para una
histérica. Lo que el señor K., dice lo retira a él mismo del circuito así constituido, que queda establecido así en su orden propio.
Dora puede admitir que su padre ame en ella, y a través de ella, algo que está más allá, la señora K., pero para que el señor K. resulte
tolerable en su posición, ha de ocupar la función exactamente inversa y equilibradora. A saber, que Dora sea amada por el señor K. más allá de
su mujer, pero en la medida en que su mujer es algo para el. Este algo, es lo mismo que esa nada que ha de haber más allá, es decir, Dora en
este caso. El no dice que su mujer no es nada para el, dice que, junto a su mujer, no hay nada. El señor K. quiere decir que no hay nada detrás
de su mujer: “Mi mujer no está en el circuito”. ¿Que resulta de ello? Dora no puede tolerar que sólo se interesa por ella interesándose sólo en
ella. Si el señor K. sólo esta interesado en ella, es que su padre sólo se interesa por la señora K., y entonces ella no puede tolerarlo. ¿Por qué?
Si ella misma no ha renunciado a algo, es decir, al falo paterno concebido como objeto de don, no puede concebir nada, subjetivamente
hablando, que haya de recibir de otros, es decir de otro hombre. En la medida de su exclusión de la primera institución del don y de la ley en la
relación directa del don de amor, solo puede vivir esta situación sintiéndose reducida pura y simplemente al estado de objeto. Dora se rebela y
empieza a decir: “Mi padre me vende a otro”. De hecho, para el padre es verdaderamente una forma de pagar la complacencia del marido de la
señora K. tolerar de forma velada que este se dedique con Dora a lo mismo que el se ha dedicado durante años, a hacer la corte.
Así, el señor K. confiesa estar excluido de un circuito en el que Dora podría, o bien identificarlo con ella, o bien pensar que ella, Dora, es su
objeto más allá de la mujer por medio de la cual ella esta vinculada con el. Se rompen esos vínculos, que permitían a Dora encontrar su lugar en
el circuito. La situación se desequilibra, Dora se ve relegada al papel del puro y simple objeto, y entonces empieza a ponerse reivindicativa.
Reivindica el amor de su padre, algo que hasta ahora se mostraba dispuesta a considerar que recibía, aunque por mediación de otra.
Literalmente, el señor K. es su metáfora, porque de lo que ella es, Dora no puede decir nada. Dora no sabe donde situarse, ni donde esta, ni
para que sirve el amor. Sabe tan sólo que el amor existe y halla una historización del amor en la que encuentra su propio lugar bajo la forma de
una pregunta. Esta pregunta se centra en el contenido y la articulación de todos sus sueños, cuyo único significado es esta misma pregunta. Si
Dora se expresa como lo hace, a través de sus síntomas, es porque se pregunta que es ser mujer. Esos síntomas son elementos significantes,
pero lo son porque por debajo corre un significado en perpetuo movimiento, que es como Dora se implica y se interesa.
La neurosis de Dora adquiere su sentido como metafórica, y así es como puede resolverse. Freud quiso introducir en esta metáfora, o quiso
forzar, el elemento real que tiende a reintroducirse en toda metáfora, diciéndole a Dora: “A usted le gusta eso precisamente”. Por supuesto,
con la intervención del señor K., algo tendió a normalizarse, pero ese algo permaneció en estado metafórico. Lo demuestra esa especie de
embarazo de Dora posterior a la crisis de ruptura con el señor K., que Freud percibe. Es en efecto un aborto extraño y significativo lo que se
produce al cabo de nueve meses, como dice Freud, porque lo dice la propia Dora, revelando así que hay una especie de embarazo. De hecho se
trata de quince meses, lo que supera el plazo normal para el parto. Es significativo que Dora vea en ello la última resonancia del vínculo que la
une todavía con el señor K. Encontramos aquí la equivalencia de una especie de copulación que se traduce al orden de lo simbólico de una
forma puramente metafórica. Una vez mas, el síntoma es una metáfora. Para Dora es una especie de tentativa de recuperar la ley de los
intercambios simbólicos, en relación con el hombre con el que se ha de unir o desunir.