Articulo Sonia Kleiman
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Articulo Sonia Kleiman
PRÁCTICAS CLÍNICAS: JUDICIALIZACIÓN
DE LOS CONFLICTOS FAMILIARES
Sonia Kleiman ∗
“Me propongo mostrar a ustedes cómo es que las prácticas sociales
pueden llegar a engendrar dominios de saber, que no sólo hacen que
aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer
además formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de
conocimiento…” Michel Foucault
Se ha producido en los últimos años, una progresiva judicialización de los conflictos familiares.
Este hecho no está aislado de lo que sucede en otras áreas, como por ejemplo, la
judicialización de la política, y también de la salud. Lo paradójico es que la situación de llevar a
la justicia determinados hechos, lo cual significaba un intento de resolución de distintos tipos
de conflicto, se ha transformado en sí misma en una situación altamente conflictiva. Por otra
parte queda expuesto así, que las prácticas vinculares, familia, pareja, requieren de alguna
lectura diferente, ya que hay transformaciones vertiginosas en las modalidades de
configurarlas. En relación con esto, el ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación
(Argentina), Eugenio Zaffaroni, destacó: “Hay un problema con la celeridad de la Justicia que
está vinculado a cierto problema de desapoderamiento del Estado, la pérdida de prestigio de
los órganos políticos y un fenómeno mundial donde todas las demandas insatisfechas en los
otros poderes se dirigen al Judicial. Esto se llama judicialización, se le reclaman soluciones
políticas al Poder Judicial. De alguna manera, éste puede y debe asumir algunas y hay otras
que no las debe asumir o no las puede resolver porque no tiene los elementos propios para ello
y por ende, si ingenuamente las asume, ante el fracaso, éste va a caer sobre el Poder Judicial.”
Actualmente suele suceder, que muchas de las familias que consultan, llegan precedidas de
una cédula judicial. En ellas se piden informes sobre el estado emocional de los padres y o de
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Lic. en Psicología Univ. De Buenos Aires 1975. Miembro de Asoc. Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA).
Especialista en Psicoanálisis de niños y adolescentes IPA. Secretaria Docente de la Maestría en Familia y Pareja
IUSAM( Instituto de Salud Mental de APdeBA). Coordinadora de Docencia del Departamento de Familia y Pareja de
APdeBA. Directora de la carrera de Familia y Pareja del Instituto Universitario del Hospital Italiano, Buenos Aires.
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los hijos. También se solicita que los profesionales intervengan en las decisiones sobre
cuestiones de distinta índole, por ejemplo, modos de establecer los encuentros entre padres e
hijos, tenencia, convivencia o no convivencia. Arriban, con habitualidad, situaciones
denominadas de violencia familiar en las que ya han actuado la policía, la defensoría de
menores y otras dependencias. En los informes, los profesionales se preguntan sobre cómo
expresar sus ideas, ya que no es lo mismo redactar una historia clínica que enviar datos, que
formarán parte de un expediente, y pueden ser utilizados por profesionales y no profesionales,
de distintas disciplinas y con diferentes fines. Usualmente se llama abordaje interdisciplinario,
al hecho de que trabajen sujetos de distintas profesiones sobre un caso. Pero en la
cotidianeidad de las consultas, este tipo de abordaje es una expectativa, más que un hecho, ya
que lo que se produce es un conjunto de monólogos y documentos que tienden a justifican los
distintos puntos de vista. El trabajo “entre” disciplinas requeriría un diálogo, en el sentido de
escuchar a otros e implicarse, dejarse afectar por esos otros. Hacerle lugar a la posibilidad de
alguna transformación de las ideas propias. Allí podría surgir una versión suplementaria a las
perspectivas diversas de cada disciplina y construir así, otra versión del caso, operar en
conjunto desde las diferencias.
La demanda judicial.
En algún otro momento histórico, la demanda judicial era una cosa muy seria e inusual. Es
decir, la búsqueda de la intervención jurídica constituía una marca no deseada a nivel del
imaginario social. Algo parecido a lo que pasaba con una posible internación psiquiátrica,
vivida como estigmatizante, vergonzante, que generalmente se ocultaba. Desde el intento de
negación de la enfermedad psíquica, que ha generado actos violentos, desde el ocultamiento
de las problemáticas privadas, a la exhibición de los conflictos familiares que se expanden hoy
al estilo de un espectáculo mediático, ha habido un largo camino recorrido. Se consumen
prácticas médicas y también prácticas jurídicas. De hecho, en los servicios de salud, los
profesionales han devenido “prestadores” y los pacientes, “clientes.” Los dispositivos tanto
psicológicos, como judiciales responden como en “automático”, con operaciones que dan
cuenta del intenso desajuste entre las demandas, el sufrimiento y lo instituido como estrategia
de abordaje. El observable es que el acudir a las dependencias judiciales se encuentra
banalizado y la consulta psicológica como parte de algunas estrategias combinadas, también.
Muchas veces no es la expectativa de que la ley arbitre, allí donde no hubo posibilidad de
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diálogo, de reflexión, sino que es una operación de búsqueda, a veces impulsiva y compulsiva,
desesperada, de un estamento institucional, encarada desde el litigio, desde la denuncia.
Búsqueda infructuosa de alguna institución, que por otra parte se encuentra en estado de
desfondamiento y de perplejidad, semejante a lo que sucede con el dispositivo clásico familiar.
Colapso y desborde son términos usuales entre los profesionales del ámbito jurídico y
psicológico. Comienza a hablarse de exceso de judicialización o de compulsión judicial.
El abordaje de familias con procesos judiciales.
Relato de una situación clínica. Recibo una llamada telefónica, una noche, bastante tarde por
cierto. La llamada la realiza el papá de una familia en tratamiento. Relata alarmado, que se le
notificó, a través de una nota policial, que no puede acercarse a la casa donde viven los chicos
con su madre. Sólo puede hacerlo hasta ochenta metros de distancia. Los motivos, en la nota
policial, refieren a situaciones de violencia familiar sin especificar cuáles. El papá concurre con
continuidad a terapia familiar con sus dos hijos. La mamá es invitada a dialogar sobre lo
sucedido, pero comunica que no va a poder concurrir personalmente y explica que ella no
puede conversar con el padre de los niños sin pelearse y por eso prefirió directamente “cortar
por lo sano” y hacer la denuncia, así no tienen “ni que verse, ni hablar”. Según expresa, esta
medida no impide que el padre vaya a buscar a los hijos. Ella lo que no quiere es hablar con él,
y dice: “no quiero que él me hable.” Se le sugiere la posibilidad de tener alguna entrevista a
solas, para poder conversar sobre el tema, ya que la denuncia se torna una situación muy
conflictiva y además, de hecho los niños quedan involucrados. Pero no hay posibilidad de
realización de la entrevista y, telefónicamente, dice que le va a aclarar al papá de los niños que
no hay ningún impedimento para que otros vayan a buscar a los hijos a la puerta de la casa y
se los “entreguen” a él. Aquí empieza un camino que bien puede seguir el tortuoso trayecto
que lleva a la judicialización del conflicto, es decir, cartas documentos, apelaciones, o quizás
sea posible, dado que el papá concurre al tratamiento familiar, trabajar esta situación en las
sesiones y construir otros posibles desenlaces. La policía emitió un papel que indica la
restricción al padre, sin citarlo, ni conocerlo previamente. Un formulario más, una intervención
que supuestamente es casi burocrática. Los chicos observan sorprendidos y asustados. Uno de
los riesgos es ubicar a la mamá o al padre o a la policía o a los abogados patrocinantes, como
los responsables de toda esta maniobra. La cuestión es cómo pensar no en cada variable, sino
en los dispositivos que sostienen estas acciones. Este tipo de situaciones nos desafía, como
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psicoanalistas de familia a construir herramientas tanto conceptuales, como de abordaje. En el
ámbito psicológico, así como en el jurídico, las operatorias se han encasillado en una serie de
estrategias, que constituyen las operaciones instituidas según los casos a resolver. Aparecen
bajo la forma del “deber hacer”. Por ejemplo la indicación de que los profesionales de la salud,
frente a situaciones de sospecha y/o maltrato, deben hacer una denuncia inmediata al sistema
judicial. Si bien esto ha resguardado a niños de muchas situaciones de violencia, por otra parte,
llevada a cabo de manera automatizada, como en el caso anterior planteado, se torna también
operación de maltrato, pero no está considerada como tal. La supuesta “protección de
persona”, puede tornarse altamente en desprotección. Por ejemplo, hay casos de familia que
transitan en los juzgados, con sus expedientes a cuestas, y que tardan años en resolverse.
Comienzan cuando los hijos son bebés, y vuelven a ver a alguno de sus padres años más tarde,
cuando pasó gran parte de su infancia. Los profesionales se desgastan y, o bien, transitan por
estados emocionales de impotencia y/o indiferencia, o lamentablemente abandonan los
ámbitos de trabajo. También se producen algunas confrontaciones entre los profesionales, que
terminan divididos en una especie de militancia apoyando la judicialización y otros que aluden
al exceso que está teniendo en el mundo esta política. Tomo aquí política en el sentido de lazo
social. Ante las inconsistencias de los dispositivos, los profesionales del ámbito psicológico nos
hemos percatado de que funcionábamos al estilo de la demanda y la oferta. Pedido de
informe, redacción de un documento. ¿Cuándo y cómo se produce el replanteo de lo que se
está haciendo rutinariamente, tomando contacto con el hecho que desde hace tiempo no se
enuncian interrogantes al respecto? Son muchos los signos de que el camino propuesto no es
satisfactorio ni eficiente. Los diagnósticos psicopatológicos pueden ser luego utilizados
espúreamente en las contiendas legales, como instrumento de hostigación e inclusive como
“prueba” para promover acciones, por ejemplo, excluir a un padre o a una madre de su hogar,
o “dar la tenencia” o “acusar” a alguien por sus conflictos emocionales. Nos dimos cuenta de
que estábamos como “cumpliendo órdenes” y con escasa posibilidad de pensar, aun cuando
supuestamente nos convocaban con esa intencionalidad. Esto no descalifica las consultas que
provienen por mandato judicial, sino que la idea es volver a pensar sobre cómo estamos
operando. Cuando van surgiendo las inconsistencias de los dispositivos, se puede sólo
padecerlas o también transitarlas pero observando, cuestionando, interrogando. Es evidente
que los engranajes se han destartalado y no es lo mismo pensar los dispositivos en tiempos de
solidez institucional, que en épocas de desarticulación institucional. A propósito, dice un juez
que inauguró los juzgados de familia en Argentina: “Empecé a pensar, que si nosotros podemos
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sacarnos el guardapolvo blanco o cualquiera sea el uniforme que usemos entonces, tal vez, nos
resulte más comprensible y humano el mundo de los violentos, que el deshumanizado mundo
de los indiferentes." Dr. Eduardo J. Cárdenas (juez de familia).
Lo médico y lo jurídico.
La judicialización y la medicalización son discursos relacionados con el uso del poder, a partir
de los mecanismos políticos de control de los cuerpos. Autores como Foucault, Agamben,
Espósito, han desarrollado este tema. El derecho regula las relaciones entre las personas,
controlando el surgimiento de violencia que podría desestructurar esas relaciones. Los
ciudadanos delegan el ejercicio de la violencia en el aparato estatal, que se compromete, a su
vez, a regular de esa manera la violencia que podría surgir entre los sujetos. Ignacio
Lewcowicz, a su vez, planteó que suponemos un tiempo de armonía entre ley simbólica,
estructurante del sujeto, la norma jurídica estructurante del cuerpo político estatal y la regla
social, estructurante de las conductas de relación entre los individuos. Este anudamiento entre
los tres registros de lo que llamamos ley, organizaba el estatuto de la ley para un tipo subjetivo
específico. Y el Estado era capaz de hacer funcionar conjuntamente estas tres variables. Ahora
bien, este autor hizo una diferenciación muy lúcida entre lo jurídico y lo judicial: Lo jurídico es
la norma prescripta e inscripta. Es el modo de pensar y pensarse en el espacio de la ley. Lo
judicial, en cambio, es el mecanismo correctivo en caso de fracaso de la prescripción jurídica.
“La judicialización del derecho señala el agotamiento de su fuerza prescripta.”
La norma jurídica, devenida procedimiento judicial pierde su potencia. Y esto es un observable.
Lo judicial está devaluado, para decirlo en términos económicos, tan adecuados a la lógica de
mercado. Podríamos decir que, en las consultas, observamos una especie de zapping de
encuadre judicial a encuadre psicoterapéutico, y de éste a algún otro encuadre judicial o,
inclusive, a otras consultas psicológicas, generalmente cuando las respuestas no coinciden con
la demanda de alguno de los implicados. Si las prácticas responden a los discursos de época, la
figura del denunciante es una figura a investigar, tal como lo son las del terrorista, el adicto, el
abusador, o sea, subjetividades que habría que enmarcar en el discurso de época en la que se
instituyen y no sólo pensarlos como cuadros psicopatológicos. Aquello que amenaza la
sociedad muestra las inconsistencias de esa época, pero el sistema es ciego a sus propias
inconsistencias. Cuando se consulta por casos que son precedidos por el ámbito judicial, suele
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haber un clima de urgencia y persecución. Tanto por parte de los pacientes, a los que les es
difícil ubicarse en el ámbito terapéutico a diferencia del jurídico, como por parte de los
profesionales que perciben la coacción de un pedido por vía judicial y trabajan en estado de
alerta. Recuerdo un llamado de una fiscalía al hospital, en la que me citaban para “declarar”
por un caso de sospecha de abuso. Cuando respondí que me era muy difícil concurrir en el
horario de la citación y antes de poder pedir otro horario, contestaron que si no iba a la hora
estipulada, “mandarían a la fuerza pública a buscarme.” ¿Si desde el derecho se busca aplicar
una ley, y desde lo judicializado de la denuncia se busca corroborar o no la sospecha a través
de pruebas, cuál sería la especificidad desde la consulta Psicológica, cómo pensamos las
intervenciones? ¿Cómo crear un espacio en el cual encontrar sentido a los conflictos que
aquejan a las parejas, a las familias? ¿Cómo implicarse en la situación de sufrimiento vincular si
se presenta fundamentalmente como litigio? ¿Es factible algún entrecruzamiento del discurso
psicoanalítico y el jurídico?
Los vínculos familiares.
Las consultas judicializadas, tal como las recibimos en los consultorios, son de alguna manera
un cuadro muy gráfico del desmembramiento de lógicas que organizaron la vida social y
familiar. Un abogado trabajando en un juzgado comentaba, azorado, que no sabía para qué
había estudiado la carrera de grado y luego un máster en Derecho de Familia, ya que se
encontraba, diariamente, teniendo que organizar en las audiencias qué días le “tocaba” ver al
papá a sus hijos y si la ropa del fin de semana “le correspondía lavarla a la madre o al padre”.
Esto, que parece un absurdo, llenaba hojas y hojas de declaraciones y audiencias en las que se
desplegaban discusiones interminables en las que los ex–cónyuges se acusaban mutuamente
de no cumplir con los escritos que habían firmado. Una jueza relataba que, frente a un caso en
el cual todos los profesionales se decretaban con intensa dificultad de resolución, citó a los
colegas intervinientes y se encontró en una reunión con veinte profesionales, cuyos esfuerzos
denodados por encontrar soluciones a los problemas planteados resultaban altamente
infructuosos. Es hora de pensar que hay un desacople entre las instituciones y las teorías, y los
problemas a resolver. Las claves de lectura requieren devenir otras. Un desajuste tanto entre
los instrumentos legales, como psicológicos y las demandas de los miembros de una sociedad.
Un desajuste implica pensar que lo que fue útil y eficaz en otras épocas, hoy, requiere
reformularse. A su vez, el discurso psicoanalítico, se torna precario si sigue aplicando como un
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conjunto de hipótesis sobre conductas esperables de los padres y entre padres e hijos. Estos
muchas veces ya no pueden responder a las representaciones que devienen de una
construcción estructural familiar con sus lugares y funciones prescriptas sólidamente. Los
cambios que están sucediendo contextualmente no son un mero argumento en el cual van
transcurriendo escenas diferentes, sino que fundan la subjetividad y la configuración vincular
de esta época. Gran cantidad de casos judicializados, provienen de procesos de desvinculación
altamente dificultosa. Si vincularse es un hacer entre dos, el trabajo de desvinculación, es otro
hacer, no un des‐hacer. Es una operación que requiere de maniobras, en ese espacio que les
presenta la vida vincular y que, en muchos casos, es fuente de dolorosos desenlaces como ser
enfermedades psíquicas, físicas, agresiones, violencia. El acento usualmente está puesto en las
pérdidas, y se alude a esa experiencia para explicar o justificar actos de enloquecimiento
mutuo. La desvinculación puede ser una novedosa manera de hacer con el otro. La destitución
de un encuadre de pertenencia y referencia, por ejemplo el matrimonial, cuando se ha
transformado en un baluarte identitario, lleva a veces caóticas y turbulentas situaciones.
Relato de otra situación clínica. Se presentan una madre y un padre de dos niños. Divorciados
hace un año y medio, viven separados. Divorciados es un término jurídico, pero está usado
aquí tal como lo presentan las parejas, para decir que están “separados”. Consultan a partir de
dos cuestiones: Un médico que asiste a uno de los hijos (2 y 4 años) por trastornos digestivos,
argumenta que las afecciones pueden estar relacionadas con situaciones emocionales y
sugiere la posibilidad de una consulta psicológica. Luego de un año de divorcio, la mamá
formula continuas amenazas hacia el padre, relacionadas con acusarlo de abuso sexual hacia
sus hijos. Cabe incluir aquí una situación particular: Las presentaciones sobre sospecha de
abuso en los casos de divorcio, está siendo una maniobra usual dentro de los litigios
matrimoniales. Estas situaciones son altamente conflictivas, y en muchas ocasiones son
patrocinadas por alguno de los letrados. Esta situación es actualmente un desafío para la ética
de los profesionales en juego. Es conocido y difundido que la presentación legal de sospecha
de abuso, o violencia, son razones de rápida exclusión del hogar, o interrupción de contacto de
los hijos con el presunto abusador o maltratante. Es así que una maniobra legal puede tornarse
abusiva, ya que utiliza argumentos de intenso sufrimiento para una familia, con el objetivo de
forzar la separación, impidiendo el trabajo vincular que requeriría hacer otro proyecto de vida.
Retomo el relato… Muy alarmado frente a esta situación, el padre propone la concurrencia
conjunta a un espacio psicológico en el que se pueda encarar esta situación, dado el cariz
violento que está tomando la amenaza. Entre otras cuestiones porque la madre, sin
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conocimiento del padre, ha llevado a los hijos a distintos ámbitos especializados en abuso
sexual, buscando un diagnóstico que avale su sospecha. A su vez esos profesionales están
dispuestos a realizar dichos diagnósticos sin conocimiento del padre, ni de otros profesionales
que ya están interviniendo. Se regula, en ese lapso, el llamado régimen de visitas, o sea la
manera de encuentro entre los hijos y los padres. Durante los meses en los que transcurren las
entrevistas vinculares, se reiteran, las dificultades para que los hijos vean al padre. El espacio
familiar, comienza a poblarse de cartas‐documento, escribanos testigos de las interrupciones
de las “visitas”, nuevos psicodiagnósticos, revisaciones médicas a repetición, denuncias civiles
y penales… El supuesto diálogo entre profesionales se transforma en un sinfín de
declaraciones, informes, llamados infructuosos hasta que se suspende el contacto del padre
con los hijos ya que una de las dependencias jurídicas lo determina así, sin ningún aviso previo
a los equipos intervinientes en ese momento. Aquí la intervención judicial irrumpe e
interrumpe el contacto y el tratamiento psicoterapeútico. Supuestamente es una manera de
“proteger” a los niños. Resulta interesante tomar en consideración lo que dice el filósofo
Roberto Esposito: "La hipertrofia de los aparatos de seguridad, que caracteriza cada vez más a
las sociedades contemporáneas, no tiene nada que ver con la proporción de los peligros,
porque en vez de adecuar la protección al efectivo nivel del riesgo, tiende a adecuar la
percepción del riesgo a la creciente necesidad de protección, haciendo así de la protección uno
de los mayores riesgos". La lógica de los derechos y la niñez vulnerada, paradójicamente,
resultan en muchas ocasiones intrusivas y portadoras de un discurso de poder arbitrario,
enmarcado en la práctica médica o jurídica. El uso abusivo de técnicas de resolución, dan
cuenta a su vez, de lo abusivo de un discurso en el cual la apropiación, la manipulación y la
objetalización del otro, condicionan una operatoria médica, psicológica y jurídica. En este caso
fue muy dificultoso construir un espacio, que permita pensar con la familia, con la pareja, una
construcción vincular que les con‐venga. El término conveniencia está un poco descalificado
por su relación con los bienes materiales. Según el diccionario, convenir: (del latín convenīre):
Dicho de varias personas: Acudir o juntarse en un mismo lugar. Corresponder, pertenecer.
Importar, ser conveniente. O sea que es muy pertinente hablar de convenir en los vínculos.
También alude a lo que está por‐venir como dice Derrida de aquello que todavía no está.
Cuando la desvinculación no puede ser tramitada, se transforma en trámites judiciales, en los
cuales deja de tener peso el efecto emocional, para transformarse en carátula de un
expediente: XX vs. ZZ. La demanda a lo judicial y desde lo judicial es que regule algo que ha
sido difícil incluir en el vínculo y que es el desacuerdo. Es ilusorio que los jueces, con normas
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sacadas de un libreto, van a solucionarlo o regularlo. El desacuerdo no puede regularse, el
desacuerdo hay que incluirlo, es el motor de trabajo vincular. Dice Rancière: “El desacuerdo es
un tipo de situación que se plantea en el habla en la que uno de los interlocutores entiende y, a
la vez, no entiende lo que dice el otro. No es el conflicto en el que uno dice ‘negro’ y otro dice
‘blanco’. Es una situación en la que dicen ‘blanco’, pero están diciendo dos cosas distintas.”
Ese es el desacuerdo: hay algo que se entiende y algo que no se entiende. Para Rancière
pensar el desacuerdo es pensar el vínculo: donde hay vínculo hay desacuerdo. Las parejas, las
relaciones parento‐filiales, hoy nos enfrentan a hechos que nos resultan enigmáticos, a
situaciones de borde, a la necesidad de unos pensamientos que no podemos sólo bucear en el
inconciente o en lo ya enunciado sobre lo identificatorio. No se trata de descifrar, sino de
poner a trabajar nuevas ideas en la singularidad de las situaciones a las que nos convocan. Si la
ley opera desde la trascendencia, en un campo de regularidades, las intervenciones
psicoanalíticas se encuentran inmersas en la contingencia, en un espacio mucho más a la
intemperie sin el paraguas de ideas previas al encuentro con la familia a tratar. La
judicialización de los conflictos familiares, es parte de prácticas contemporáneas: “…son las
prácticas las que producen lógicas sociales, pero también son las prácticas las que fundan
subjetividad… las prácticas no pertenecen ni al campo de lo social ni al campo de lo individual.
La noción de práctica es fundamentalmente inespecífica. No remite a lo hecho sino a las
modalidades del hacer. Se trata más bien de la postulación del funcionamiento de las prácticas
más allá del fundamento que las orienta. El fundamento orienta las prácticas, pero las
prácticas son más que el fundamento que las orienta. El análisis de una situación histórico‐
social es el análisis de las prácticas que la constituyen como situación y que la hacen ser esa
situación.” I. Lewcowicz.
Los analistas de familia nos vemos convocados hoy a implicarnos a partir de estas prácticas,
como ser las judicializaciones, pero según la perspectiva por la que optemos sobre cómo
intervenir, esto redundará o no en una posible producción de novedad o en una reiteración de
operatorias. Un desafío que nos estimula a pensar.
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Bibliografía.
Abad, S., Cantarelli, M., coord. Kleiman, S., Seminario de extensión universitaria‐Vínculos post‐
estructurales y pensamiento contemporáneo. Todo lo sólido se desvanece en el aire. IUSAM‐
APdeBA, 2008.
Berenstein, I., Kleiman, S., TALLER; El abuso sexual Acerca de la Judicialización de los conflictos
familiares. II Congreso de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares 2008.
Esposito, R., Inmunitas: protección y negación de la vida. Buenos Aires, Katz editores, 2004.
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Lewkowicz, I., Pensar sin estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires, Paidos,
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Morin, E., Epistemología de la complejidad. Nuevos Paradigmas, cultura, subjetividad. Buenos
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Rancière, J., “El desacuerdo” en El desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos Aires, Nueva Visión,
1996.
Zaffaroni, E., "En el mundo se le reclaman soluciones políticas a la Justicia", 24 de septiembre
de 2008, reportaje editado en ACTA, Central de trabajadores de la Argentina.
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