Diego Rivera Tomo I
Diego Rivera Tomo I
Diego Rivera Tomo I
E L COLEGIO NACIONAL
fue fundado en 1943 por guiñee
grandes figuras de la cultura mexicana:
Mariano Azuela
Alfonso Caso
Antonio Caso
Carlos Chávez
Ezequiel A. Chávez
Ignacio Chávez
Enrique González Martínez
Isaac O c h o t e r e n a
Ezequiel Ordóñez
J o s é Clemente Orozco
Alfonso Reyes
Diego Rivera
Manuel Sandoval Vallaría
Manuel Uribe Troncoso
J o s é Vasconcelos
OBRAS
TOMO I
TEXTOS DE ARTE
Compilación: Xavier Moyssén
EL COLEGIO NACIONAL
México, 1 9 9 6
Primera edición: 1986 Universidad Nacional Autónoma de México
Segunda edición: 1996. El Colegio Nacional
Introducción xi
Carta a Angelina Beloff 1
Carta a Angelina Beloff 9
Carta a Alfonso Reyes 15
Carta a Alfonso Reyes 16
Carta a Alfonso Reyes 19
Carta a Alfonso Reyes 20
Carta a Alfonso Reyes 21
Carta a Marius de Zayas 22
Carta a Alfonso Reyes 24
La exposición de la Escuela Nacional de Bellas Artes 27
Los "retablos" son por hoy la verdadera pintura mexicana 31
Con Joaquín Clausell 35
Las pinturas decorativas del Anfiteatro de la Preparatoria 39
La pintura y otras cosas que no lo son 43
Dos años 45
Sobre Arquitectura 49
La obra de Carolina Durieux 55
El espíritu gremial en el arte mexicano 56
Abraham Ángel 62
De la libreta de apuntes de un pintor mexicano 64
Una conferencia de Diego Rivera 70
El Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria 74
Los patios de la Secretaría de Educación Pública 76
m
La Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo 80
Los retablos. Verdadera actual y única expresión
pictórica del pueblo mexicano 81
La pintura mexicana. Un retrato 85
Datos autobiográficos 89
Las pinturas de las pulquerías 91
Edward Weston y Tina Modotti 95
Los nombres de las pulquerías 97
La nueva arquitectura mexicana. Una casa de Carlos Obregón 99
El dibujo infantil en el México actual 104
Escultura. Talla directa 106
La obra del pintor Diego Rivera 108
La Revolución en la pintura 124
María Izquierdo 129
Mardonio Magaña, campesino. El más grande escultor
mexicano contemporáneo 131
José Guadalupe Posada 133
Pintura Mexicana 136
La posición del artista en Rusia hoy en día 143
Carta a Lupe Marín 148
El espíritu revolucionario en el arte moderno 149
Detroit dinámico. Una interpretación 162
El caso del Centro Rockefeller 168
Carta de Nelson A. Rockefeller a Diego Rivera 172
Contestación de Diego Rivera a Nelson A. Rockefeller 173
¿Para qué sirve el arte? 174
Nacionalismo y arte 181
Petrel tormentoso del arte americano. Diego Rivera
habla de su arte 183
Correspondencia. Los murales mexicanos de Diego Rivera 189
Enciclopedia mínima. Por Francisco González Guerrero 192
Arquitectura y pintura mural 194
Retrato de América 199
Carta a Juan O'Gorman 220
Retrato del Dr. Atl 221
Carta a Fernando Ocaranza 222
¡Por una arte revolucionario independiente! 224
Cartas a Lázaro Cárdenas y a Francisco J. Múgica 230
Antonio Ruiz 232
La pintura mexicana 246
Frida Kahlo y el arte mexicano 272
Carta de Diego Rivera 283
Cuidemos nuestro prestigio 289
El nuevo 20 de Noviembre 297
¿Hay crisis en la pintura mexicana? 303
Papel de la escuela al aire libre 308
Manuel Álvarez Bravo 313
Sobre el arte y la burguesía 316
Mardonio Magaña 319
Los judas 320
Orozco y la tragedia de México 323
Alberto Garduño 325
Disertación de Diego Rivera sobre la técnica
de la encáustica y del fresco 326
Integración plástica en la cámara de distribución
del agua del Lerma, tema medular: El agua, origen
de la vida en la Tierra 336
La cuestión del arte en México 341
Un pintor opina 360
Palabras para los que miren con los ojos de la sensibilidad
y la inteligencia la obra de Francisco Arturo Marín 367
La huella de la historia y la geografía en la arquitectura
mexicana 369
Palabras sobre arquitectura 409
Un primer testamento 411
Héctor García y la fotografía 412
Carta a Juan O'Gorman 413
FrancisToor 414
Carta a Antonio Peláez 416
Sobre las exposiciones colectivas 416
Carta a Raúl Noriega 418
Pablo O'Higgins 419
INTRODUCCIÓN
[xñ
La segunda y última carta, fechada en octubre de 1957, está
dirigida a Raúl Noriega, en la que le expone el porqué de esa
misiva, Rivera, por diversas razones se encontraba mal de dinero
(él que ganó lo que quiso), entre los problemas que tenía estaba el
de la recepción profesional de su hija Ruth, como arquitecto,
como no contaba con fondos para la impresión de la tesis y otros
gastos, escribió a Raúl Noriega, quien en ese momento ocupaba la
Oficialía Mayor de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público,
para que le auxiliara: conmovedora petición en verdad.
En los textos aquí reunidos se encuentra el pensamiento de
Diego Rivera, respecto a las artes, sin que esto quiera decir que
están ausentes sus ideas sobre la política, así como sus simpatías y
antipatías respecto a otros artistas. Es indudable que a Diego
Rivera le corresponde un lugar importante en la historia de la
crítica de arte en México; no tomar en cuenta sus escritos, como
los debidos a sus colegas José Clemente O i w x o y David Alfaro
Siqueiros, por sólo citar a los más sobresalientes, sería un la-
mentable error.
XAVIER MOYSSÉN
CARTA A ANGELINA BELOFF
DIEGO M . RIVERA
Mil gracias por El Suicida. Desde que llegó el libro, hace ocho
días, le he repasado de cuento a fierro muchas veces; su libro me
parece admirable y, aparte su gran valor como obra de arte, me gus-
tan enormemente sus intenciones secretas y la calidad de su tué-
tano; magnífica su carga, previo cañoneo, contra lo sistemático; y
su tesis sobre el instinto (¿el superinstinto?) y la sensibilidad;
cuánto quisiera poder hablar largo de esto con Ud. En mi oficio
me ocupa bastante la cuestión, y aún me preocupa algo a veces: me
llaman sistemático y yo claro que les digo que no; sé que no lo soy
y de mi combate particular por la evasión no sólo he hecho gra-
nadas de mano de latas de conservas alimenticias, como Ud. tan
cuerdamente aconseja de hacer si mejor no hay, ¡buen consejo!,
sino que aún a veces las he habido de hacer con los frascos de
mejor cristal que guardaban los bálsamos más preciosos y pre-
ciados y los líquidos más caros y más peligrosos de derramar. So-
lamente que siento claramente que en la obra plástica el instinto y
la sensibilidad (en) verdad están, naturalmente, más cerca de lo
primordial, es decir, de la forma única y múltiple y, así, es que el
camino para la perfecta evasión es el obrar como la forma, con
sus leyes más justas, su más sutil equilibrio y su orden más grande,
es decir, que el mejor medio de evasión es al fin y al cabo una
buena torre de Babel, nada de marfil. Raro, quebradizo, caro y, al
fin de cuentas, perfectamente inadecuado y cursi como material
de construcción, una buena torre de Babel que construya uno
sólito para evitar el riesgo de la confusión de lenguas, y claro que
no hay manera de destruir torre que valga sin arquitectura; y no se
diga que es sistematización: contra cañón no vale más que cañón;
contra orden de cosas que impresiona, sólo es eficaz la creación
de todas (las) piezas de un nuevo orden liberador. ¿Y el instinto?
Nada es más instintivo que una célula o una sal, y allí todos los
movimientos son acordes y consecuentes, y a ningún cristal le
sobra o le falta sitio, y si hay superinstinto, entonces habrá manera
de querer y dirigir los movimientos y aún de crearlos, pero ha de
ser posible que se puedan efectuar realmente y en un orden
diferente y un sentido contrario; el instituto superior se servirá de
las mismas leyes rectoras.
DIEGO M. RIVERA
DIEGO M. RIVERA
París, 2 9 de mayo, 1 9 1 6
DIEGO M. RIVERA
Julio 2 5 de 1 9 1 6
Mi querido Alfonso:
Diego M. Rivera.
Fragmento
Archivo Capilla Alfonsina
Publicada en el libro Encuentros con Diego Rivera.
De Guadalupe Rivera Marín y Juan Coronel Rivera. P. 123. México,
Siglo XXI y El Colegio Nacional, 1933-
Mi querido Alfonso:
DIFGO M. Riraw
París, 1916.
París, 3 de noviembre de 1 9 2 0
DIEGO M. RIVERA
Le mandaré en seguida las fotos de los últimos cuadros.
Azulejos, tomo i
núm. 3, pp- 22-25.
México, octubre de 1921.
LOS "RETABLOS" SON POR HOY LA VERDADERA
PINTURA MEXICANA
Cézanne:
Non je n ai pas dit cela comment, vous coupez
danz ce bateau?
L art est une harmonie
parallèle a la Nature! Que penser des imbéciles
qui vous disent: le peintre est toujours inferieair
a la Nature! Yl lui est parallèle.
S il n intervient pas volontairement...,
entendez moi bien.
DIEGO RIVERA
AzulejosNúm. 5. pp 22-26 .
México, Enero de 1922.
Esto puede no ser un cuadro, yo no sé, pero aquella tarde así esta-
ba ahí —decía Clausell pasando su noble mano sobre la materia
rugosa y fuerte de la pequeña tela, materia que parece brotar de la
superficie y no estar puesta sobre ella con habilidad y artificio
—diríase musgo nacido al poder de la sensibilidad y por orden del
amor— todo es sensibilidad y don de pintor en este hombre: sus
pinturas tienen realmente un increíble sentimiento de naturaleza:
son emanaciones directas del alma pura y fuerte de Clausell.
Corredores inmensos de la más noble casa de las casas nobles
que aún quedan en México —de las construidas por los conquis-
tadores mismos— muchas de las habitaciones del conde... "des-
pachos" son hoy de profesionales —el magnífico impresionista, el
poeta plástico de este país es licenciado y vive en los negocios
cotidianos— este hombre, en una de cuyas notaciones del natural
hay más lirismo, más poesía americana recia, tierna y profunda
que en tantos y tales célebres poemas escritos y pintados en esta
tierra.
Dijo Joaquín: —no he pintado desde 1910— su mano señala en
el muro cromos cuidadosamente enmarcados representando flores
estilo anglo-americano, mis hijas las tienen ahí. Avanzamos por las
vastas piezas llenas de abolengo y penumbras. Del cajón de una
cómoda saca Clausell algunos pequeños cartones. Todo el campo
entra en la pieza. Joaquín les quita el polvo: son unas ascuas y co-
mo el entusiasmo me hace decir algo, Joaquín contesta: —Si a
usted le gustan, uno, dos, de entre los cuatro los que quiera son
para usted. Coloco los cartones sobre la cómoda contra la pared y
la emoción de la pintura me llena —de la pintura pura, brote de
poesía— el color dueño y señor, único medio de expresión, mate-
ria de maestro impresionista y sentir de niño. Escoger es imposi-
ble. De esas pinturas las que usted quiera —repite Joaquín—.
Hace tiempo se las envié a mis hijos que estudiaban en los Estados
Unidos. ¡El rostro masculino afectuoso y leal de Joaquín mira los
cartones de modo extraño y rapidísimo con sus ojos ardientes y
bien encajados! Me mira a mí.—Se los envié a los Estados Unidos
y ellos volvieron en vacaciones y me los trajeron, me dijeron:
"papá, francamente nosotros no entendemos esta pintura".
Joaquín coge uno de los cartones. Su grande mano fuerte se pasea
sobre la materia rugosa, me lo tiende: —Es para usted. En el
fondo, me he convencido de que soy un hombre que no hizo lo
que quería, que fracasó. Otro cuadro, si quiere usted.—Y sobre la
cómoda esplende el milagro del color.— Extiendo la mano, robo
un cartón más y salgo de la pieza apretando bien contra el pecho
mi botín; salgo de prisa porque otra emoción que no es la de la
pintura me aprieta la garganta.— Por las grandes ventanas se ve la
ciudad de casas de techo plano. Pasa en el ánimo un rápido
cinematógrafo. Afuera ruedan las máquinas de los ricos y las de
los atareados. Y reina la miopía de los falsos artistas y la tibieza y
la indiferencia de todos. —La orgullosa y hermosa casa señorial se
ha vuelto de pronto espantosa.— La mano de Joaquín señala de
nuevo, implacable, en el muro otra pintura de flores: "un dolce
sfumato" de la señorita X... bien estimada del público, según
recuerdo; hace años. —Dice Clausell—. Le di por ella varias
pinturas mías cuando ella hizo una exposición. Es bonito.
Felizmente hemos llegado al corredor. Lanzo estúpidamente:
—¿Por qué no se pone usted a pintar Joaquín. Es preciso que pinte
usted de nuevo.
—El artista: —¿Para qué? ¿Pintar? No. Estaba perdiendo el
tiempo. Perdía, perdía, perdía hasta mi aseo personal. Mi familia
está más contenta si no me mancho la ropa.
Mi angustia se redobla. Allá muy adentro algo se revuelve y sale
fuera una verdad: Joaquín, si usted no pinta, si usted no puede
volver a pintar, nadie tiene derecho a hacerlo, digo, así, NADIE.
Dice Clausell: —Pero yo embarré mucho, bastante, fueron por
cientos los cuadros. Nuestro amigo Atl se llevó a París unos
doscientos y picos y cuando volvió me dijo: tienes catorce mil
francos en una casa de banca... Pero no me volví a acordar de
esto.
Y yo, pensando: ¿Y MÉXICO?
En un rincón de la casa de los condes hay una desgranadora de
volante para accionar a mano y tercios de mazorcas, montones de
olotes, algunos sacos de semilla desgranada. Como miro para allí
Joaquín me dice: —Ya ve usted, ahora no pinto pero produzco,
produzco maíz.
Sacamos de un "despacho" las telas marcadas por detrás de la
pintura, sólo con el nombre del poseedor. Joaquín, como pintó
porque quería, no se ocupó de firmar nunca. Me pasa una idea
por la cabeza. ¿De modo que nadie sabrá DESPUÉS quién fue el
poeta de este país? Sólo el nombre del poseedor accidental de
estas bellas cosas. Y digo a Clausell: —Póngales su nombre —para
la reproducción— agrego avergonzado.— Los ojos de Joaquín se
me clavan: yo nunca he firmado ni un solo cuadro; pero lo haré si
usted quiere, dice; y yo me siento confuso y pequeño: —No
Clausell, no firme usted.
Vamos hacia la gran escalera.
Espléndidamente, con aire de gran señorío, dos bellas mujeres
jóvenes están sentadas sobre unos costales de maíz. Nos miran
pasar con curiosidad.
Al despedirnos remiramos las telas en el descanso de la esca-
lera. La luz de las tres de la tarde es magnífica y la admirable tela
del Ajusco, da toda su plenitud. —Dice Joaquín: —Fue en mil no-
vecientos seis, poco tiempo después de haber empezado. Es in-
fantil, lo sé PERO ASÍ ERA ESO y fue de un golpe. Pan, pan, pan,
tras, tras, tras, ... en una tarde. Lo difícil era esta atmósfera de aquí
(y señala un detalle de agua que da frescor en este paisaje lleno de
la exactitud amorosa de los primitivos y del gozo fisiológico de los
grandes impresionistas).
Las bellas jóvenes nos miran con gentil malicia. —¿ Y las seño-
ritas? pregunto. Y Joaquín: —mis hijas. Presentación. Cuando se
alejan volvemos a mirar las telas. La mano de Clausell tienta otra
vez la materia del Ajusco. Aquí, aquí, aquí oí yo por primera vez la
telefonía sin hilos, dice. ¿No ha leído usted ahora de las expe-
riencias en los periódicos? Pues yo oí aquí. Quién sabe qué
condiciones de la atmósfera, quién sabe por qué... diez y siete
kilómetros, diez y siete kilómetros y un tiempo muy claro... las
ondas eléctricas en ciertas condiciones... quién sabe... era cinco de
febrero ¿sabe usted? la fiesta de la Constitución de 57. Yo me había
ido a pintar al campo. Era el año de 1906 y allí, allí, a 17 kilómetros
justos de la plaza de la Constitución, percibí claramente, per-
fectamente claro, los toques de los clarines y los otros ruidos mili-
tares de las tropas que desfilaban frente al Palacio Nacional. Era en
1906... Quién sabe.
Para mí las cosas dan vueltas y yo no he bebido. La visión de
una vasta tragedia exterior de diez años aparece de pronto. De
otra terrible interior que dura aún, siento el desgarramiento. No sé
cómo me despido, bajo la escalera igual que un borracho. Con tal
que no miren las hijas de Clausell. —Y cuando quiero maldecir la
ciudad, simultáneamente, en mi oreja izquierda y en mi oreja
derecha, dice qué sé yo quien:
Cuidado cuidado
Recuerda recuerda
Rimbaud Cézanne
Poeta poeta
Profeta
DOS AÑOS
N.B.
SOBRE ARQUITECTURA
Nota bene:
ABRAHAM ÁNGEL
Revista de Revistas,
México, agosto 23 de 1925.
EL ANFITEATRO DE LA ESCUELA
NACIONAL PREPARATORIA
PIENTIA.
La abundancia de ornamentación en la arquitectura, que en-
cuadra las superficies pintables, y el promedio de la disminución
perspectiva, dadas las distancias entre el muro del fondo de la
escena y las primeras y últimas filas de asientos para los espec-
tadores —puntos de vista obligados y fijos— impuso la talla de los
personajes y la simplicidad de su estilo.
Este trabajo fue el primero que el pintor aivo ocasión de ejecu-
tar en tan importante escala, y también fue la primera vez que a la
pintura moderna actual —no se habla de la falsa pintura oficial y
burguesa que llena los muros de palacios y alcaldías en todas
partes del mundo— tuvo ocasión de emplearse en su verdadero
oficio y papel, es decir, la gran decoración.
Esta obra, a pesar del esfuerzo del pintor por expresar en los
personajes la belleza genuina mexicana, se resiente aún en su eje-
cución y aun en su mismo sentido interno de influencias europeas,
demasiado fuertes y que, paulatinamente, van desapareciendo en
los subsecuentes trabajos que ha ejecutado.
LOS RETABLOS *
VERDADERA ACTUAL Y ÚNICA EXPRESIÓN PICTÓRICA
DEL PUEBLO MEXICANO
LA PINTURA MEXICANA
EL RETRATO
DATOS AUTOBIOGRÁFICOS
* Los "datos biográficos" que publica "El Arquitecto" son copia exacta del
original dado por Diego Rivera, así como los títulos de los grabados.
Allá, en tiempos de don Porfirio, hacia las postrimerías de su
reinado, se quiso acabar con ella para mejor proteger a los
"decoradores" de origen y procedencia mediterráneos, que
volvieron abominables los interiores de muchas de nuestras
iglesias y casi todas las casas de las ciudades importantes. Tra-
tábase de la extensión del estilo civilizador e incorporador a lo
europeo (Teatro Nacional). Se empezó el aniquilamiento en los
barrios del centro, y sólo la "Revolución", empezada en 1910, vino
a salvar esta pintura genuina, aunque están perfectamente
pretéritos los tiempos en que don Benito Juárez —según me
contaba mi maestro don Andrés Ríos— fue de gran chistera y frac,
acompañado de su Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes,
a la inauguración de la "Fuente Embriagadora", pulquería de ese
nombre, sita, por aquel entonces, en la calle de Tacuba, y con
motivo del cuadro de don Petronilo Monroy, cuyo título era el
nombre de la pulquería, obra "ingristo" popular de amable
belleza, que yo, allá por mis siete años de edad, alcancé a ver
todavía, y la recuerdo con una especie de agrado y ternura, no
menores de las que siento por la "Source", del maestro de
Montauban, que guarda el Louvre. En cuanto a la bella Psiquis,
de alas de libélula, que bebía "neuhtli" en el chorro surgido de
marmóreo surtidor, obra de don Petronilo, admirada por don
Benito, quién sabe dónde habrá ido a parar.
Esta pintura de pulquerías, por estar ejecutada en tono alegre,
completa la de los retablos, en la cual, naturalmente, predomina el
sentido dramático; no que en la de las pulquerías deje de sentirse
la indispensable "tragedia"; pero, como en la vida popular de cada
día, ésta se mezcla siempre con la aguda y profunda ironía, que,
como cualidad fundamental, se encuentra invariablemente en
el fondo del espíritu de la gente mexicana, cualquiera que sea el
estrato social a que pertenezca y la situación agradable o desa-
gradabilísima en que se encuentre.
Ironía que, mezclada a la "tragedia" y a lo que los vasconcelistas
llamarían "estado dionisíaco", constituye la única expresión
realmente mexicana y actual en todo orden de cosas: La vacilada.
En la pintura, esa ironía se traduce muy curiosamente no sólo
en la parte anecdótica y puramente temática, sino en lo más
intrínseco de la modalidad plástica; y no quiero decir con esto que
solamente en el modo de ver y de representar los seres y las cosas,
y en el carácter que se les imprime, sino en las mismas funciones
de formas puras —formas en su verdadero sentido y justo con-
cepto, es decir, una existencia compenetrada de color y limitación
de volumen y superficie—, el mexicano es, eminentemente y
antes que nada, un colorista; es inútil insistir en la influencia que el
color ejerce sobre él y la que él impone a todas las cosas que crea,
por medio del color, hasta las cosas de comer. Si alguna desig-
nación se puede dar justamente a la cocina mexicana, es la de
cocina colorista, lo mismo por lo que atañe al sentido de la vista,
que al del gusto y el olfato.
Yo he visto muchas veces a pobrísima gente campesina hacer
un recorrido de muchos kilómetros, volviendo del mercado de la
ciudad al misérrimo pueblo de sus penas y actividades, llevando
invertido más del tercio de las ganancias del día en un ramito de
flores, porque ni una crece en el tequezquital que difícilmente
explota.
Me asomé a todas las casas de adobe, tan viejas y tan misera-
bles, que más parecen ya toperas que guaridas de hombres, y en
el fondo de cada uno de aquellos agujeros, vi siempre algunas
flores, algunas estampas y pinturas, algunos ornamentos recorta-
dos en papel de colores vivos, todo ello, constituyendo una espe-
cie de altar que atestiguaba la religión del color.
Es tal la potencia del factor estético en la masa campesina
mexicana que, de no haber otros, bastaría por sí solo para dar
confianza en el papel que ella representará forzosamente en la
futura organización americana. Por algo la primera manifestación
de la Tonantzin, del terrible tiempo nuevo. Fue hacer aparecer
rosas en el peñón acervo y deplorable del Tepeyac.
Los pintores de pulquería son los obreros pintores decoradores
que, solicitados para aplicar, en todo el esplendor de su nobleza,
el oficio que poseen, desde el fondo liso, la raya bien trazada, las
letras bien dibujadas y bien levantadas de volumen, hasta los
muñecos cúspides del oficio, cumplen integralmente su cometido.
No importa que esos monos sean a veces copias de innobles
originales; la gran jerarquía del noble oficio de pintor de puertas,
dignifica el excrementismo de los falsos artistas de la burguesía, y
una verdadera estética proletaria —pura y verdaderamente
proletaria— se engasta en el arabesco ocasional.
También hay casos en que la visión directa o la del objetivo que
produjo una instantánea, sirven al pintor; en cualquiera de esas
circunstancias suelen producirse magníficas obras, y la origina-
lidad y la fuerza de ellas residen en su ánima estética y su plástica
pura, ánima y plástica puramente obreras.
Todos los organismos educacionales controlados por la burgue-
sía y sus agentes de sugestión, desde la prensa, libros, cátedras y
pulpitos, sin contar con los escaparates de las tiendas, concurren
para imponer a la masa proletaria el gusto burgués, destinado a
orientar el consumo hacia los productos cuya venta beneficia al
rico y no a la comunidad. Y la masa proletaria se encuentra
contaminada por el gusto burgués, y por el gusto burgués de más
baja calidad, por eso a veces no sabe reconocerse a sí misma en
algunas obras de arte, producidas por hombres que son verda-
deros condensadores y transmisores de la aspiración colectiva, es
decir, que en ese caso se desconoce a sí misma. En cambio,
cuando se manifiesta de por sí en sitios que la burguesía, por
conveniencia y cálculo le ha dejado libres, vence la imposición
burguesa y se expresa a sí misma, recobrando su originalidad.
Tal es el caso de ciertas iglesias y de todas las pulquerías, únicos
lugares que la burguesía ha dejado en plena posesión del pueblo,
porque tabernas y santuarios sirven exactamente para el mismo
fin, ya que el alcohol y la religión son buenos estupefacientes
naturalmente, se ha repetido mil veces esto y anestésicos eficaces
para que la masa proletaria no sienta tan fuerte el hambre y el
dolor, y no le sobrevengan veleidades de reivindicaciones y
organizaciones suversivas. Sucede también que, felizmente, el
ramo de pulques produce considerabilísimos impuestos, ¿por qué
no pagan también contribución los santuarios milagrosos?... Pero,
entonces ¿qué sucedería con la buena pintura? Pues que, como el
pueblo no perdería su potentísimo factor estético, la pintura
proletaria se haría sobre los muros de los edificios públicos
porque libre de los anestésicos, el pueblo haría realmente suyos
los edificios públicos. Sólo que para suprimir esos estupefacientes
y anestésicos es tan indispensable una acción estética verdadera-
mente revolucionaria como todas las demás acciones encaminadas
a construir el nuevo arreglo económico, eficaz y armónico de la
verdadera civilización, la que construyan los hombres productores
en armonía entre ellos y la tierra.
La pintura de pulquería es un arte completo; el de decorar una
fachada y un interior, combinando muchos elementos diferentes
dentro de un modo perfectamente armónico, superficies de
silencio, formas abstractas en movimiento, recorridos de color en
acción violenta, sólidas estatificaciones plásticas, cifras, imágenes,
ornamentos, imitaciones de materias, todo está presente y todo
contribuye al valor de cada una de las partes y al del conjunto.
Esto es una demostración o más bien dicho, un anticipo, sobre las
modalidades del arte del orden nuevo, y también demuestra, por
analogía de resultado, que en las tendencias plásticas, llamadas de
vanguardia, hay un gran coeficiente que no es solamente especu-
lación intelectual burguesa, sino producto de una planta que tiene
raíces profundas en lo humano.
Mexican Folkways,
núm. 6, México,
abril-mayo de 1926.
ESCULTURA
TALLA DIRECTA
PINTURA MEXICANA
Octubre 2,1932
Lupón:
No te había respondido porque ya sabes lo muía que soy para
escribir cartas.
Te mando ésta junto con el poder para que inscribas a las
chamacas en el Registro Civil; está hecho con todo detalle y en
regla para que me puedas representar en cuanto trámite sea
necesario para arreglar esto.
Sabes que las cosas aquí y en todas partes van de la patada, casi
nadie tiene trabajo ni vende nada entre los pintores, y ya empieza
a formarse una colección de éstos que revientan de envidia, así es
que tengo que tomar mis precauciones, ver para adelante, para las
reservas destinadas al traguen, y claro está regatearte en el asunto
de los ídolos: te ofrezco pues 400 dólares por los tres grandes y los
tres chicos. Si aceptas, telefonéale a Juan O'Gorman para que me
haga favor de recogerlos y llevarlos a mi casa y en cuanto se los
des telegrafíame (pago el telegrama) y te situaré el dinero allá
inmediatamente por telégrafo, ¿aceptas?, tendrás tus pesotes en
unas horas, ¿le entras?
Encargo que hagas este negocio por medio de Juan O'Gorman
porque creo que ya sabrás que murió la mamá de Frieda (sic), ella
la adoraba, no la alcanzó más que tres días y se les fue de una
operación. Te imaginas cómo estará Frieda, así es que por eso
molesto a Juan, haz el favor de decírselo pues por otra parte
quiero estar seguro de que transporten los ídolos con todo cui-
dado y no desencuaten el cuate.
No tienes idea del gusto que me dio ver las letras de la Pico
hechas como por una mosca mojada en tinta. Dale muchos besos
a Chapo también, diles que vean a Frieda (y) que les llevo unos
muñecos.
Recibe muchos saludos afectuosos para todos los de tu casa y
muchos recuerdos para ti de
DIEGO
¡¡Ojo!!, exactamente ahorita me trajeron un telegrama de Nueva
York decidiendo que pinte en Radio City; en honor de haber
ganado te aumento la oferta a 450 dólares; conste (que) me
hicieron un año de política todos los de N Y . y sólo han con-
seguido q u e . . . pintaré yo en el principal lugar del principal
edificio, junto a Matisse y Picasso, dirán que lo que he hecho
aquí está mucho pior que lo de México, pero con lo de aquí de
Detroit, que está mucho mejor que todo lo que he pintado en mi
vida, les he rellenado de mierda el hocico y están ya haciendo
coche y meneando la cola.
EL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO
EN EL ARTE MODERNO
* Reproducido en Worker's Age, con el título "The Radio City Muráis", Nueva York,
junio 15 de 1933.
del arte popular, es inmediatamente accesible al proletariado de
un país en el cual dichas artes populares no están desarrolladas, y
probando, además, que no es cierto que el proletariado tenga "mal
gusto artístico", sino por el contrario, una inmediata apreciación
de la belleza, siempre que tenga contacto con su vida y exprese
sus necesidades.
* * *
LA CONTROVERSIA
Broadway № 36
Mayo 4,1933
NELSON A. ROCKEFELIER
DIEGO M. RIVERA
* Este artículo tuvo su origen en una conferencia que Diego Rivera dictó en The New
Worker's School, se reprodujo parcialmente en Worker's Age con el título "Art and
Worker", Nueva York, junio 15 de 1933.
en París. Su obra no resultó ser satisfactoria para el proletariado de
Moscú y, como siempre, el proletariado estaba en lo correcto.
Cuando la clase obrera de Rusia argulló en contra de este arte
de la burguesía de París y de otros centros capitalistas, fue ne-
cesario darles pintura en un idioma que ellos pudieran com-
prender. Al tratar de lograr esto, surgió una escuela de pintores
que imitaba la tradición académica más abyecta y desvergonzada
de la burocracia de la Rusia zarista. En lugar del Zar pintaba a
Lenin; en lugar de una batalla durante la guerra de Crimea
pintaban una batalla del Ejército Rojo de la Unión Soviética. Este
arte tampoco fue aceptado por las masas proletarias, y una vez
más el proletariado tenía razón.
En 1929, en una reunión de la sección de arte de la Academia
Comunista en Moscú, yo dije más o menos lo mismo que estoy
diciendo ahora. Los allí presentes me pidieron que hiciera un
artículo presentando mis puntos de vista sobre lo que debería de
hacerse. Lo hice. Ellos examinaron el artículo, lo probaron y
adoptaron una resolución declarando que yo tenía razón. En ese
momento un funcionario del Comisariado de Educación llamado
Efros, un hombre que controlaba y manejaba todo lo relacionado
con cuestiones de arte en el gobierno soviético, vino hacia mí y
me dijo: "Muy bien, camarada Rivera, me han dicho que ellos han
tomado una resolución adoptando sus ideas, y me han dicho que
no aceptarán el arte que quería el comité, el arte de la burguesía
que es incomprensible para el proletariado. ¡Muy bien! Pero aquí
tengo nueve mil artistas; ¿qué quiere usted que haga con ellos?
¿que los mande fusilar a todos?"
Yo contesté: "Bien, camarada Efros, yo no le pediría que fusilara
a todos esos pintores porque sería desperdiciar demasiadas mu-
niciones. Lo que yo le aconsejaría sería que ya no comprase esas
pésimas pinturas que solamente sirven para juntar polvo en las
diferentes oficinas del gobierno en donde nunca va nadie a verlas,
y que además tome la decisión de no dar comisiones a ningún
pintor que no sea un proletario en su forma de pensar y trabajar.
Por lo demás, yo los pondría a barrer las calles en donde por lo
menos aprenderían a utilizar una brocha."
El camarada Efros tomó esto más o menos como un chiste y
pensó que yo no hablaba en serio. Sin embargo dijo que revisaría
el problema y organizaría a un grupo para estudiarlo. Eventual-
mente fue formado ese grupo y comenzó a trabajar. En él se
encontraban jóvenes pintores que entendieron muy bien la técnica
del arte de hacer frescos y se entusiasmaron con la idea, pero no
les fueron dadas paredes sobre las cuales pintar. Se temía que los
edificios fueran transferidos de un departamento a otro, en cuyo
caso las pinturas ya no serían adecuadas para la oficina que ocu-
para en ese momento el edificio. Sin embargo, fuera de la buro-
cracia se encontró una persona, un general Bugnoff, ingeniero y
teórico comunista, quien sí les dio las paredes del edificio de la
G.P.U. El trabajo de esos jóvenes pintores inmediatamente tuvo
éxito con los soldados del ejército rojo, los obreros armados y los
campesinos; esto también le dio mayor significado a ciertos
frescos que habían sido pintados unos dos o tres años antes por
un grupo de artistas en Kiev. En esa época se sospechaba de esos
artistas todo tipo de desviaciones aunque en realidad eran bue-
nos artistas y buenos comunistas.
En el periodo entre 1919 y 1929 yo ensayé mis teorías con
experimentos prácticos. En 1919 fui a Italia a aprender la técnica
de pintar al fresco. En 1921 fui a México y comencé a pintar allí
mientras que toda la prensa burguesa estaba en contra de aquellos
de nosotros que seguíamos las nuevas tendencias. Sin embargo,
cubrimos paredes y paredes y más paredes del Departamento de
Educación Pública debido a que encontramos apoyo en la sim-
patía de los trabajadores y campesinos de México. El gobierno
pretendía darnos apoyo, y nos dejaba continuar nuestro trabajo,
pero al mismo tiempo, secretamente daba ayuda e ímpetu a la
campaña de prensa en contra de nosotros; hecho que pude probar
mediante documentos de la Secretaría de Educación que cayeron
en mis manos.
Se me dijo que el efecto causado por mis pinturas en México era
comprensible ya que en el pueblo mexicano existía una gran
tradición plástica que lo hacía capaz de comprender esas pinturas.
Admitieron que también podía ser ése el caso en Rusia, pero se
insistía en que en otros países en donde el gusto de las masas está
formado por las tiras cómicas, esa pintura de frescos no podría
tener éxito.
Yo negué esto. Insistí en que era falso. Porque yo mantengo que
el mal gusto en arte es un producto de la educación y tiene que ser-
le enseñado a uno, mientras que el buen gusto es una cosa natural
como es el arte de hablar y la habilidad para ver. Por eso estaba yo
muy interesado cuando recibí la oportunidad de pintar en los
Estados Unidos, en un edificio público, visitado por mucha gente.
Cuando fui invitado por el doctor Valentine a pintar en el Museo
de Arte de Detroit, tuve la maravillosa oportunidad de corroborar
totalmente mi punto de vista sobre el tema. Mis conclusiones se
convirtieron en certezas.
Para que pudiera ser útil para mi experimento, la pintura tendría
que tener un contenido proletario suficiente. Trabajé cuida-
dosamente durante más de un año, tratando sobre todo de apren-
der cómo pintar con corrección cosas mecánicas, porque sentía
que si un trabajador llegaba a ver una máquina deformada, o con
una palanca fuera de lugar, sentiría que si una persona pinta una
máquina que no funciona, también hará pinturas que no funcio-
nan. Podría agregar que esto no fue ni difícil, ni desagradable, sino
al contrario, fue agradable pintar máquinas. Lo había estado
haciendo desde que tenía tres años.
Es cierto que en México pinté principalmente a campesinos,
porque México es esencialmente un país campesino; en cuanto a
mí, yo nací en una mina. Nací obrero industrial. Mis pinturas cau-
saron en Detroit tales simpatías y antipatías, como ninguna de
ellas lo había causado en México. Como nunca evoqué el ataque
de los elementos conservadores y religiosos, y como nunca antes
provoqué una reacción en mi defensa por parte de la gran masa
de trabajadores y de aquellos intelectuales que apreciaban el arte de
masas. Por lo tanto, he llegado a la conclusión definitiva de que
no es cierto que el gusto por el arte del obrero americano sea for-
mado y entrenado por las tiras cómicas a colores de los periódicos
dominicales. Si los pintores insisten en presentarles pinturas que
no les interesan, naturalmente que no se sentirán atraídos, pero si
hacen lo que yo he hecho, aunque sus pinturas sean malas, así
como las mías pueden ser malas, si pintan cosas de interés para el
trabajador, tendrán una respuesta inmediata: la respuesta que yo
obtuve cuando fueron atacadas mis pinturas, mediante la forma-
ción de un frente unido de cerca de doce mil trabajadores de
Detroit que tomaron una resolución y la enviaron al alcalde de la
ciudad de Detroit, en la que declaraban que si se realizaba un
atentado para destrozar mi trabajo, los obreros los defenderían
con todos los medios necesarios.
Este resultado de mi experimento es interesante, sobre todo,
para los pintores norteamericanos porque la experiencia es sufi-
ciente, en todo caso, para destruir por completo la idea de la dis-
tancia que separa al pintor del obrero. Esa idea es falsa. Si el pintor
logra pintar arte para el proletariado, el proletariado lo compren-
derá. Es más, el proletariado defenderá su arte, arte proletario, con
la misma energía con la cual defenderá todo aquello que él en-
cuentra necesario para su alimentación y las necesidades de su cla-
se. La función del artista en la revolución no es la de un compañero
de viaje, no es la de un simpatizante, no es la del sirviente de la re-
volución; la función del artista es la de un soldado de la revolución.
Se ha dicho que la revolución no necesita al arte, pero que el
arte necesita de la revolución. Eso no es cierto. La revolución sí
necesita un arte revolucionario. El arte no es para el revolucionario
lo que es para el romántico. No es un estimulante, ni un excitante.
No es un licor con el cual emborracharse. Es el alimento para
fortalecer el sistema nervioso. Da la fuerza para la lucha. Es tanto
un alimento como lo es el trigo.
La sensibilidad del pintor revolucionario refleja el mundo
externo. Cézanne, por ejemplo, un pintor revolucionario burgués
que simpatizó con la Comuna a pesar de ser católico, tradujo con
una tonalidad típicamente suya todo lo que vio, de tal manera que
si pintaba un pedazo de pan, en él se encontraba un reflejo del
carácter del artista revolucionario. Otro pintor, por otro lado,
podría escoger como su tema a un policía macaneando a un
trabajador y sin embargo como ya ha sido muchas veces probado,
no lograría crear un arte revolucionario.
En cuanto al paisaje, un paisaje puede ser una obra de arte
muy útil. De hecho los trabajadores revolucionarios de Moscú
declararon que mientras ellos querían pinturas con un carácter
totalmente distinto para sus murales, querían paisajes en sus
casas.
No quiero aquí desarrollar ninguna teoría de los paisajes pero
quiero describir una experiencia reveladora en ese sentido. Una
vez estaba yo pintando cerca de Poitiers en Francia, hacia 1919, en
el granero de un campesino francés. Trabajaba yo, porque el
asunto me interesaba mucho, de las seis de la mañana a las seis de
la tarde. Una noche el campesino se acercó; miró la pintura
durante un largo rato. Era entonces una tela pequeña. Dijo: "¿Esa
pequeña tela es todo lo que usted pretende hacer, o pretende
usted pintar una pintura más grande, algo del tamaño del granero?
De ser así, si usted vuelve mañana, aunque tenga que usar yo
varias herramientas e implementos, trataré de ponerlos todos en la
misma posición en la que los encontré para que usted los en-
cuentre todos en su lugar mañana."
Al dia siguiente regresé al mismo lugar. Pinté un cuadro del
tamaño del largo de dos brazos. Trabajé todo el día en ello y en la
tarde cuando regresó el campesino, se paró frente al cuadro y lo
miró durante un largo rato y dijo: "Ahora puedo ver que la pintura
es algo que se puede llamar trabajo." Empezó a observar los
diferentes objetos en la pintura, y finalmente me dijo lo siguiente:
"Bueno, hace veintidós años que vivo en esta casa, y ahora que
usted la ha pintado debo decir que nunca antes había yo real-
mente visto mi casa. Esta puerta es café, y usted la ha pintado café,
sin embargo no es el mismo café. Este techo es un techo de pizarra
y usted lo ha pintado como un techo de pizarra; cuando veo mi
techo lo que veo es un techo de pizarra, pero cuando veo su
pintura no veo nada más un techo de pizarra sino que también
creo ver el cielo, como se ve de noche.
Cuando veo la ventana, y no entiendo por qué sucede esto me
parece como si en cualquier momento alguien fuera a asomarse
por la ventana —alguien que no vive en mi casa.
Allá abajo, veo un montón de estiércol, y se ve como un
montón de estiércol, pero, ¡qué demonios! también parece ser una
montaña.
Veo un rastrillo en su pintura. Es un rastrillo y parece un rastri-
llo, pero cuando veo los dientes de su rastrillo tengo la sensación
de que si yo utilizara los dientes de ese rastrillo le haría mucho
daño a la tierra. Ahora veo que no era necesario el que la tierra me
diera raíces. Yo las arranco de la tierra.
Usted pintó gallinas. Se parecen a mis gallinas, y las pintó con
mucho cuidado, pero al mismo tiempo me recuerdan a un animal
extraño que vive entre aquella cosa que le hace daño a la tierra y
el montón de estiércol que parece una montaña. Ya no sé de qué
tamaño son las gallinas.
Y en medio de la pintura usted pintó un montón de trigo.
Parece trigo y tiene el color del trigo, y sin embargo, no sé por
qué, pero al mismo tiempo parecen ser flores. Se parece a algo que
siempre he querido ver y que sin embargo nunca he visto.
Y todo esto porque ahora veo las cosas que he visto todos los
días pero en forma diferente. Todo esto parece darme paz. Y por
lo tanto, su pintura es útil. El problema es que esos cuadros son
para los ricos que son los que menos paz necesitan. Pero después
de todo, eso es natural, ya que usted y todo el resto del mundo
necesita coles y zanahorias, pero el mundo puede vivir sin pin-
turas. Por eso tiene usted que vender sus pinturas caras para poder
comprar coles y zanahorias en el momento en que no pueda
vender sus pinturas. No obstante debería de haber una forma
mediante la cual la gente como yo pudiera tener pinturas como
ésa, en nuestras casas."
Luego le hice una proposición al campesino; no podía hacer yo
menos en vista de la discusión; yo le daría esa pintura y siempre
que yo pasara por allí él me daría de comer coles y zanahorias.
Así es como en los tres meses en que permanecí por allá recibí
frecuentemente coles y zanahorias. Finalmente el campesino dijo
que quería hacer algo más por mí. Me dijo que quería mostrarme
algunas pinturas que yo podía pintar, y me llevó a caminar por el
campo. Sin ver a su alrededor, viendo solamente el piso al cual
parecía conocer muy bien, llegó a un cierto lugar. Allí me mostró
I L U S T R A C I O N E S
1. Hombre sentado. Lápiz azul. 1916
2. El hombre del cigarrillo. Lápiz. 1913-
20. Dibujo a tinta.
NACIONALISMO Y ARTE
* Rivera se refiere a las quemas de libros, etcétera, que recuerdan los autos de la fe de
la Inquisición española.
El caso del Centro Rockefeller es una clara muestra de esto. En
el momento en que la obra me fue dada hace más o menos un
año, la burguesía temía las posibilidades revolucionarias y por lo
tanto se sentía más "liberal" que nunca; pero ahora se encuentra
apoyada por el hitlerismo y por el crecimiento de una "fachisa-
ción" general; y ha cambiado su actitud ecléctica y ya no admite,
aún bajo la forma de una obra de arte, la misma cosa que ésta
deseaba adquirir hace un año.
Todo esto es natural como producto de un desarrollo histórico.
En lo que concierne al arte nacional, la actitud de los pintores
neofachistas es completamente ridicula, precisamente en el campo
del arte, ya que lo que ellos quieren proteger con su nacionalismo
oportunista, son los restos degenerados de la tradición artística de
la madre patria inglesa, de por sí muy débil, seguramente una
de las más débiles tradiciones estéticas europeas, derivada de las
migajas de la basura estética de la mesa de banquetes de la bur-
guesía francesa y alemana.
En otras palabras, estos caballeros nacionalistas luchan por
mantener la cultura estética norteamericana, en un estado colonial
y provinciano. Están tratando de que se mantenga como un pálido
reflejo de la producción artística europea, que ni siquiera la
burguesía de ese continente puede llamar de buen gusto; un he-
cho obvio, es la verdadera causa por la cual los ricos norteame-
ricanos han preferido hasta ahora comprar arte extranjero.
Las únicas bases nacionales que puede tener el arte americano
son: primero, fuentes continentales y campesinas; segundo, fuen-
tes universales e industriales. Es indiscutible que todo arte debe
tener profundas raíces en el suelo en el cual es producido y que la
única producción artística que se tiene en este continente, es el
arte campesino indo-americano, que tiene una tradición tan mag-
nífica y brillante como la del arte egipcio o greco-latino. Esta tradi-
ción no ha sido interrumpida. Ha seguido viva, especialmente en
México. Y ningún arte americano, o sea, ningún arte nutrido por el
suelo del continente americano, puede ser producido sin estar
basado en esto.
Por otra parte, el genio internacional y universal del con-
glomerado humano, formado por las contribuciones de todas las
razas del mundo, funcionando en los Estados Unidos, ciertamente
tiene un genio colectivo; y las manifestaciones de esto son las
obras de los ingenieros de los Estados Unidos, obras maravillosas
de arte plástico pero todavía no concretadas en pintura o en escul-
tura, ya que la cualidad específica de la máquina es aquella de ser
transitoria. Toda máquina se modifica a sí misma continuamente,
así como lo hace el edificio industrial en donde la pintura, la escul-
tura y la arquitectura son expresiones de este mismo arte plástico
de los ingenieros, pero que poseen como característica especial, el
expresar valores permanentes. Por lo tanto, no basta por un lado,
producir máquinas, ni por el otro, hacer arte campesino, ya que
nuestra vida es cada vez más una vida industrial, es totalmente
necesario unir las dos contribuciones, trabajador y campesino, y
crear con ellos una expresión artística que sea, querámoslo o no,
americana, obrera y campesina.
CORRESPONDENCIA
LOS MURALES MEXICANOS DE RIVERA
Mi querido Joe:
Sinceramente,
"Paca" (apodo de Francés)
Para terminar, sólo puedo decir que cuando un escritor que
aprecia su reputación de honestidad se pone a destruir el carácter
de un pintor que hace, ha estado haciendo y seguirá haciendo lo
mejor que puede para pintar murales revolucionarios, y que por
motivos faccionales ese escritor inventa difamaciones y mentiras,
debería ver por lo menos que éstas fueran de tal manera que no
pudieran ser refutadas por una simple reproducción fotostática.
Cuando las difamaciones sólo son de palabras son más difíciles de
refutar; pero cuando se refieren a cosas que pueden ser fotogra-
fiadas y reproducidas, entonces sólo me queda estar de acuerdo
con la señorita Toor cuando le dice a Freeman: "Es realmente una
lástima que no hayas sido más cuidadoso."
DIEGO RIVERA
ENCICLOPEDIA MÍNIMA
POR FRANCISCO GONZÁLEZ GUERRERO
El Universal Gráfico,
p. ó, México,
noviembre 30 de 1933.
RETRATO DE AMÉRICA
8 de Febrero de 1934
Señor arquitecto Juan O' Gorman
Querido Juan:
Acabo de ver los proyectos de Pacheco, Anaya Reyes Pérez y
Guerrero Galván y me han gustado mucho, creo que hay un
positivo progreso en la manera de planear el conjunto y de en-
tender los asuntos en relación con el edificio en que se van a hacer
las pinturas; creo que serán más funcionales que las que han
hecho antes cada uno.
De ellos aparte, me parece también que es muy interesante el
esfuerzo hacia la homogeneidad de trabajo entre diferentes
individualidades.
Lo saluda afectuosamente su amigo,
DIEGO RIVERA
Su amigo,
DIEGO RIVERA
Mayo 11 de 1935
DIEGO M. RIVERA
AÑORÉ BRETÓN
D I E G O RIVERA
Publicado en Clave,
núm. 1, México, octubre l de 1938.
u
Clave, núm. 3,
México,
diciembre l de 1938.
fi
ANTONIO RUIZ
• El actual PRI.
ellos se encuentren cubiertos de lodo, de inmundicia y de sangre y
con las manos chorreando petróleo crudo, de aquel que vendie-
ron a los totalitarios para ayudarlos a crear sus reservas de guerra.
Este grupo empieza a presentarse como el introductor de la pin-
tura "moderna"; pero a pesar de todo lo simpático que sean, per-
manecen sub-burgueses y a ellos tienen que corresponder tan sólo
sub-Picassos, sub-Mirós y sub-Chiricos tan criollos, tan falsificados
y tan sometidos a la riqueza y a la autoridad extranjera como ellos
mismos.
Y queda otro sector, el más numeroso, claro está, que se sigue
conformando con la pintura infra-académica de calidad perfec-
tamente acaramelada y abyecta, la que realmente hace gozar a las
familias "decentes" de nuestra sociedad y que lo mismo sirve para
fabricar cromos de calendario y estampitas religiosas, que para los
retratos que adornan las salas con muebles dorados, las flores que
ornamentan los comedores y los paisajitos retechulos que adornan
el hall y alegran la vista en el corredor, porque ya sabe usted,
Antonio Ruiz, que en su progreso, México tiene ya en el poder,
como pintores de cámara de los más altos funcionarios, falsos
artistas de tan baja calidad que no hubiera sido posible encontrar
ninguno de ellos en México, allá por 1921 y hasta 1927. Que tal
ralea tiene ilustre clientela, lo prueba el hecho de que uno de esos
pintacromos, un señor que nadie sabe si es alemán o francés, fue
enviado oficialmente a Washington para pintar una efigie del
señor presidente de allá, después de haber cometido varios
atentados plásticos con el de aquí. Parece que el de allá preguntó
si todos los pintores mexicanos, que el público de su país estima
mucho habían muerto, puesto que le enviaban aquel estrambótico
extranjero. Como usted verá si este hecho es un índice de la
artística "Kultura" de una alta sección oficial, ciertamente no es un
éxito de la diplomacia con un país democrático, que es además el
que más estima y adquiere la pintura mexicana. Otras muchas
calamidades originan para el arte y la pintura mexicanas la condi-
ción semicolonial de nuestro país. Son tantas y tales y tan mirovo-
lantes y fantásticas, que se necesitarían monografías enteras para
cada una de sus variedades. Baste, pues, con lo anterior para ca-
racterizar la atmósfera "estética" en la que padece la pintura me-
xicana actual.
Pero hay otro lado del asunto: la maravillosa tradición plástica
americana, sin igual en el mundo y que arranca de miles de años
atrás, no murió a pesar de los tres siglos de arte religioso de se-
gunda y tercera mano, hechos de mil, doraduras, betún y llagas
importadas por la colonia.
La tradición nuestra pasó bajo estos tres siglos como por un
túnel ilegal y secreto, donde no llegaban las miradas de los vee-
dores de la santa inquisición y del gobierno virreinal. En pueblos
lejanos, en los mercados a donde no iban ni van nunca las "per-
sonas decentes", en los tianguis maravillosos continuó viviendo y
sigue viviendo esa tradición de plástica espléndida. No han
conseguido matarla la sub-burguesía mexicana y sus lacayos
aristoides y literatoides, aunque siempre han luchado y siguen
luchando por extirparla, para consolidar su poder contra la
vitalidad rebelde de las mayorías de verdaderos americanos que
la conservan desde antes de la conquista, y que es para ellos un
acervo de valores que se emplearán cuando llegue la hora en la
limpia total de los usurpadores parasitarios.
Los mismos Estados Unidos, a pesar de ser el país más rico y
potente de la tierra, y de haber tratado de trasplantar la tradición
plástica europea a suelo de América, sólo han conseguido llenar
parte de este suelo de tremendos y enormes adefesios que
ostentan como lepra en su superficie y como cáncer en su interior,
hueco y frío, las más abominables imitaciones de los estilos
"decorativos" del mundo viejo. Sus riquísimos museos no han
conseguido sino producir en universidades y escuelas de arte,
legiones de víctimas, que aun teniendo a veces gran aliento, sólo
consiguen ser imitadores del arte europeo sin esperanzas de
redención. Apenas en México y en el sur del continente, un
pequeño número de individualidades se mantiene en su condición
de artistas americanos en medio del lamentable desastre general.
Los Estados Unidos, a pesar de su fuerza social y económica, no
han conseguido realizar aún su independencia cultural y estética;
apenas sus mejores hombres y mujeres empiezan a sentir la
necesidad de proclamarla y luchar por ella. El gran país es sola-
mente la víctima más jugosa para chamarileros de lujo. También
sigue siendo el mayor resumidero para vejestorios ilustres que
Europa, la vieja podrida, vuelca sobre la tierra de los dólares, los
cuales bombea de lo lindo por medio de sus tratantes en objetos
de arte, que utilizan admirablemente la distinguida complicidad de
los directivos de museos, profesores de "entendimiento de arte",
de los doctorados en estética y de los patrones en arte. Tan la-
mentable cosa sucede en vez de que se empleen y se hagan servir
los recursos estadounidenses para el desarrollo en América de un
arte americano, enraizado profundamente en la tierra de nuestro
continente. Arte que habrá de ser de la misma carne y sangre de
esa maravillosa escritura precolombina, como la tarasca, culmi-
nación del genio plástico humano en toda la historia del mundo.
Es preciso, amigo Ruiz, que los pequeños grupos de artistas y las
individualidades fuertes, aisladas, que en pequeño número están
regados por todo el continente, sigan luchando especialmente
ahora que la guerra mundial los empuja hacia la unificación por
mantener vivo y hacerlo crecer, dominar sobre toda su tierra y
barrer de ella y arrasar todo lo bastardo, el arte de América, opo-
niéndose continuamente a la inundación inmunda y creciente de
estupidez imitadora, servilismo lacayuno hacia el occidente que se
desintegra. El pretexto con que aristoides y criticoides pretenden
ahora justificar su estado tan vergonzoso y abyecto, es el de hacer
"arte universal". Esto es tan falso como imbécil; cualquiera puede
observar que, sin lugar a dudas, sólo llegan a ser verdaderamente
universales aquellos artistas que de tan nacionales, de tan oriundos
de un lugar, llegan a ser parte integrante, plantas nativas del suelo
que los produjo. Tan sólo entonces, desde un lugar de la tierra,
profundamente identificados con ella, la dominan y la poseen toda
entera, entonces sí en su redondez universal. Para probar esto, sólo
citaremos artistas muy inmediatos a nosotros en el tiempo y que
han influido mayormente en el arte actual. Si lleváramos hacia
atrás, nuestra lista, podríamos recorrer miles de años hasta llegar a
la época rupestre. Escojamos, pues, sólo estos ejemplos:
El Greco, griego como era, volviéndose español, se adueña de
España, y de tal español consigue hacerse particularmente de
Toledo. Desde entonces se vuelve universal, porque cada tono
de sus cuadros, cada figura, cada rompimiento de sus cielos, cada
torsión de sus convulsiones, cada tejado, cada puente, cada llama
y cada rostro y cada roca, son la esencia misma de Toledo y la
tierra en donde se produjo.
Zurbarán y Goya, honda y exclusivamente extremeño el uno,
sin pizca de andaluz, norteño o castellanos; aragonés el otro, des-
de su habla hasta el gustar de la hembra, el sentir y pensar rebelde
y su entrega de la razón al sueño para engendrar monstruos, don
Francisco no se adueña de Madrid como El Greco de Toledo:
inventa Madrid. Nosotros sólo conocemos el Madrid que Goya in-
ventó. Acaba siendo no sólo madrileño de su propio Madrid, sino
exclusivamente oriundo de las riberas del Manzanares, y desde
San Antonio de la Florida y la cercana alcoba de su menuda y
cálida amante, la duquesa desnuda, reina sobre la tierra toda y en
el universo del arte.
Watteau de tan "versaillés"; Chardin y Renoir de tan parisienses;
Cézanne de tan profundo, recio y maravillosamente provenzal;
Van Gogh de tan dramáticamente holandés, son universales, como
lo serán siempre de tan mexicanos, José María Velasco, José Gua-
dalupe Posada y Mardonio Magaña.
Picasso y Miró nacieron en España; Chirico en Grecia y como
tantos otros metecos geniales, fueron tragados, asimilados, dige-
ridos y vueltos a parir, por París. Son los más parisienses de la "Es-
cuela de París", de allí su universalidad; y de allí también la inexis-
tencia, como valores plásticos de los millares de pobres esclavos
emasculados que desde todos los países de la tierra fabrican
imitaciones "picamiroquiriquianas". En realidad lo que tienen esas
pobres gentes es incapacidad para ser personales, complejo de in-
ferioridad colonial hacia el París metrópoli, snobismo ridículo de
señorita que quiere ser elegante siguiendo los figurines para
confección casera, todo esto como manifestación diferencial y
sintomática de un solo mal: impotencia cursiliforme. Claro que
detrás de eso existe otra cosa: una devoradora y patética ambición
de fenicios, que anhelan inundar el mercado robando estilos para
vender falsificaciones baratas a clientes que no saben distinguir en
el platillo que se les sirve, el gato, de la liebre que tragan.
Es preciso también situar a Antonio Ruiz, exactamente, dentro
de la escuela que ha seguido en su desarrollo la pintura actual
mexicana.
Todos admiten que existe con fisonomía particular que ha inte-
resado al mundo entero, un periodo de la pintura mexicana que
comprende los últimos 20 años: 1921-1941. Los escritores sobre
cosas de arte designan generalmente ese periodo bajo los siguien-
tes membretes, que usan según convienen a los intereses del
crítico o ensayista, del pintor, de los enemigos del pintor, o de los
comerciantes en cuadros y objetos de arte, por cuenta, en favor o
en contra de cuyos intereses hablen: "Renacimiento mexicano",
designación la más presuntuosa e inexacta, que induce a aceptar
el arte de México entre el público que sueña con vírgenes de
Rafael, Miguel Ángel o Giotto y en viajes por Italia y el resto
de Europa, después de haber seguido cursos con el propósito de
comprender el arte y memorizar su historia, público que necesita
para ver cuadros, consultar la autoridad de un guía Bedeker. La
ligereza o mala fe al dominar tal periodo, trata de ocultar el hecho
de que la tradición plástica mexicana jamás ha sido interrumpida,
y aun como técnica nunca ha dejado de saberse pintar y se ha
pintado siempre, al fresco.
"Pintura revolucionaria mexicana", el remoquete más tenden-
cioso y falaz pretende hacer que los interesados "confundan el oro
con el oropel", intenta poner en el mismo cesto los frutos de la
verdadera potencia creadora, combatiente y progresista, con lo
que sólo es fruto del deseo de imitar a aquello, y servir, además, a
los intereses de las burocracias y partidos políticos que disfrazan
sus "avances" y sus "mordidas", sus cobardías y sus bajezas, su
verdadero espíritu conservador con la palabra buena para todo en
México de irreRRRREVOLUQONARiO. No hay que olvidar que en Mé-
xico es "revolucionario" el incondicional de la familia política que
detente el poder, y contrarrevolucionario todo aquel que no se
ponga en cuatro patas ante la infalibilidad gubernamental dis-
pensadora de las chambas.
"Pintura moderna mexicana", el sobriquete más insidioso, que
atiene a las fechas de la producción para enmascarar productos
que falsifican ahora cosas que tienen ya veinticinco a treinta años
de viejas. No hay que olvidar que en América llegan las novedades
artísticas de París con un retraso que oscila entre diez y veinticinco
años. El sobriquete en cuestión tiene por objeto práctico, hacer
absorber esos "erzatz" a la clase de compradores que no tragan lo
de "renacimiento", se asustan y padecen náuseas tan sólo al oír
lo de "revolucionario" pero desean aparecer ante sus amistades y
en la sociedad distinguida de sus pueblos y ciudades, como
liberales con vistas a modernísticos, por precios módicos.
Pero dejemos ese terreno a críticos e "investigadores estéticos",
no importa que estos últimos en las prisas que pasan para editar
libros muy gordos, lleven su investigación hasta confundir al
pintor yucateco Tzab con un japonés, quizá haciéndose bolas con
el escultor Noguchi que trabajó en el mismo edificio que el otro y
realmente es un nipón.
Atengámonos pues, nosotros, a hechos plásticos, es decir, refirá-
monos sólo a aquellos que se pueden probar y comprobar a la
simple vista y cotejo de las obras de los pintores y sus fechas... o al
menos sus reproducciones.
Mirando en conjunto la producción de estos últimos veinte
años de pintura mexicana, podemos observar que las obras de
este periodo se polarizan y se juntan, por sí mismas, por obvia
similitud. De ellos emergen tres personalidades precursoras
que se polarizan. En su producción se advierten cualidades que
los individualizan con un relieve fuerte, pero están enteramente
ligadas a la tradición plástica mexicana, inclusive por las in-
fluencias europeas que aún conservan. Los iniciadores por épo-
ca y edad son José Clemente Orozco y Diego Rivera. Entre ellos
aparece David Alfaro Siqueiros, en contacto con ambos, pero
con un coeficiente propio, en especial por lo que toca a lo que
por lo común se llama "sentimiento". En los últimos años se
distingue también por la clara influencia que ha ejercido sobre
él, el grupo surrealista francés.
Especialmente durante los diez primeros años, cada uno de esos
tres maestros atrajo a su alrededor a un grupo de imitadores o
artistas que sufrían su influencia, a veces con más o menos
iniciativa y talento, otras enteramente desprovistos de él.
El antiguo y "neo-impresionista grupo de Coyoacán", instruido y
formado por Alfredo Ramos Martínez desde antes de 1921, se
fundió finalmente entre los grupos anteriores. Sólo sobrenadó en
un modesto y muy interesante "aparte" Cano, que continúa
trabajando con honradez y originalidad en el fondo de la provincia
tropical.
Hacia 1923, relacionado con una parte con los iniciadores de
esta época, y por otra con la pintura tradicional mexicana de re-
tratos y "retablos" del siglo xrx y además con la producción llena
de frescor y originalidad de los pintores infantiles de las escuelas
primarias, aparece el destacado talento de Abraham Ángel, que
muere siendo todavía un adolescente. Fue la primera gran pérdida
de la pintura mexicana actual.
A su lado, y habiendo sido su guía de infancia, cristalizó Rodrí-
guez Lozano, que había vuelto a México en 1921. Su pintura prove-
nía directamente de la española vascongada y oscilaba entre el
gran Darío de Regolfos a la izquierda e Ignacio Zuloaga a la dere-
cha. Poco después, Lozano publicó en una elegante y pequeña re-
vista tauromáquica, un artículo acompañando la reproducción de
El picador a caballo de Zuloaga. El escrito es una clara profesión
de fe y en él expone las teorías a las que entonces era adepto
Lozano.
En la segunda época de la pintura mexicana de veinte años,
hacia mil novecientos veintisiete, los más ambiciosos imitadores
de Rivera y Orozco, acicateados por la crítica nacional, que los
llamaba "Dieguitos y Clementitos", y por la extranjera que los tra-
taba como a subalternos de los "pioneros", se rebelaron tratan-
do de manumitirse; pero como desgraciadamente carecían de ta-
lento y de personalidad en la plástica, tan sólo consiguieron pasar
de imitadores de Orozco y Rivera a imitadores de artistas europeos
de fama: Picasso, Chirico y Miró fueron las principales víctimas de
este movimiento "insurgente" mexicano. Los de más fortuna
de este grupo fueron a París, para imitar de los originales a los nue-
vos modelos, los más desgraciados, tuvieron que copiar de las
revistas de arte que, junto con las de modas o revueltas con éstas,
se consiguen en las centrales de publicaciones de México. Todo
ello sin lograr, naturalmente, el éxito, castigo a que los condena
para toda su vida su falta de originalidad.
Durante los últimos diez años se forma otro grupo que se
podría designar, intermedio. Los pintores que lo componen,
aunque padeciendo influencias demasiado visibles de Picasso,
Bracque, Chirico y los surrealistas, mantienen vivos en ellos ricos
dones individuales y por la sensibilidad particular del color y
comprensión plena de la forma, son fundamentalmente mexi-
canos. A este grupo pertenecen, Rufino Tamayo, Julio Castellanos
y María Izquierdo.
También durante los últimos diez años ha surgido, poco a poco,
silencioso y firme, otro conjunto más de pintores que se pueden
llamar definitivamente mexicanos, porque se engastan magnífi-
camente en la tradición que viene desde los remotos y extraor-
dinarios tarascos de Colima y Nayarit, y los frescos de Chichón,
para salvarse entre el pueblo y pasar al través del betún y la podre
religiosa coloniales hasta brillar de nuevo, en el siglo XLX, en las
maravillosas litografías capitalinas y los preciosos paisajes, natura-
lezas muertas y retratos provincianos, y llegar a esplender, enorme
y tranquilamente, en el gran Velasco —ese magnífico y discreto
hacedor de montañas, lagos y cielos— y derrochar vitalidad com-
bativa y portentos de plástica en el genio de José Guadalupe Posa-
da y la alegría delirante y geométrica de los anónimos de las
pulquerías y los retablos.
Todas las obras de los pintores de este último grupo son de alta
calidad. Son, por su valor intrínseco concentrado, como hechas de
platino y piedras duras que contuvieran algo de radio. Están
enteramente desprovistas del complejo que afligió a los que
abrieron el camino, quienes querían hacer gran arte a fuerza de
pintar grandote. Sus obras pequeñas en dimensión física, están
construidas con sentido de lo monumental. Tienen una profun-
didad amarga y tierna, en la que la desesperación, espantosa, pero
interna y oculta, sonríe sin gesticular, sin blandir fusiles, sin
provocar incendios, sin producir carnicerías acompañadas de
enjambres de bayonetas y garras de fieras, sin necesidad de dis-
parar hacia el espacio, desnudos que echan llamas entre mons-
taios de horror que gesticulan.
Este último magnífico grupo de pintores de indudable talento,
tiene como núcleo el genio de Frida Kahlo, que es el más agudo y
terrible concentrado vital bajo la forma de caricia crudelísima. En
él están Antonio Ruiz, alias "El Corzo", el más maduro, fuerte,
tierno, irónico y familiarmente mexicano; el bolero cojo Fernando
Castillo, el más inefable, original y suyo en sí mismo, el que todos
desconocen, que vino al último y que será de los primeros, y Juan
O'Gorman, el joven maestro arquitecto y fresquista, que construye
pintura convirtiendo en seres sensibles el teodolito, el telescopio y
el microscopio.
Y viene después otra pandilla con muchas promesas, muchas
ambiciones y mucho talento, pero sus componentes son tan jó-
venes que lo único que se puede decir, por ahora, es que emerge
de entre ellos —muchos de los cuales se encuentran ya grave-
mente contaminados de quiriquitis y picasitis infantil— la per-
sonalidad del joven pintor Meza, que se define de más en más a
través de las influencias surrealistas que todavía sufre.
Por lo que toca al "clima social psicológico", y al "mercado", ha
acontecido lo inevitable, al producirse objetos de arte de calidad.
Todo lo que ha pasado no podía pasar sin que las leyes del fierro
de la economía atraparan entre sus garras estos hechos plásticos
para capitalizarlos en provecho de los parásitos que explotan el
talento, más que para lograr el beneficio de los artistas.
Muchas cosas han pasado, claro está, desde que se extendió la
noticia por el mundo entero, de que en México había buenos
pintores, y poco a poco su trabajo se volvió conocido y solicitado,
naturalmente dada la situación objetiva, en todas partes más que
en México.
La influencia de las figuras precursoras saltó sobre las fronteras
nacionales hacia todo el continente, y aun llegó al otro lado de los
océanos.
Y claro está, también ha tenido su reverso la bella medalla: ya
existe en México un gang de pintores burocráticos y varias pan-
dillas de falsos artífices de la pintura.
Ha llegado el principio de la era de los Institutos de Inves-
tigaciones Estéticas y los críticos de arte, provenientes del "stock"
de niños bien de las familias "mejor" de la sub-burguesía.
Ha llegado también la era de los "estudios" y "galerías".
Caballeros que venden todo y de todo, y bellas damas, deificas o
criollas, pero todas más o menos náufragas en los mares de la vida
y el amor, se volvieron vestales del místico culto del 33.33%
elevándolo hasta el cincuenta o ciento por ciento.
Los sacerdotes y sacerdotisas establecieron almacenes, para los
cuales los antiguos imitadores de Rivera, Orozco y Siqueiros
—pintores vueltos inimitables por demasiado conocidos, lo que
destruyó el negocio de sus plagiarios— fueron empujados hacia la
fabricación en serie de Picassos para pobres, Chiricos para familias
venidas a menos y Mirós para personas ahorrativas.
Las vestales utilizan para la publicidad de sus tiendas, coros
integrados por efebos de medio uso portando liras afónicas. Los
efebos marchan mediante las amistades toreras que se traen con
sus similares pintores, aunque algunos de éstos se encuentren ya
en pleno ocaso, lastimoso y arrugado.
Uno de los más antiguos efebos, hoy convertido en ilustre
chismógrafo, llegó al colmo de querer consagrar como profesional
de primer orden, a un aficionado a la pintura, que en realidad es
un generoso gerente de ventas de potente cervecería.
Hasta drolático clérigo anglicano, desensotanado por la auto-
ridad episcopal, a causa de haber enseñado a sus ovejas, no el
camino de la ciudad de Dios, sino el de Sodoma y Gomorra, con
gran escándalo de la recatada Boston, después de amores con el
diablo parió formidable libróte sobre pintura mexicana. Estaba
destinado el tal volumen a disminuir a los conocidos que valen ya
demasiado caro y exaltar a los desconocidos que aún cuestan muy
barato, usando de tan bella labor para encaminar a los bobos,
posibles compradores de cuadros, hacia la adquisición de las
falsificaciones, made in México, de pintores europeos, haciéndolas
pasar por "arte moderno mexicano". Querían realizar buen negó-
ció, tanto el ex clérigo como "coleccionista" cuanto las náufragas
clamas que expenden en sus establecimientos tales "erzats".
Amigo Ruiz, aquí tiene usted esto, y los acontecimientos no
tienen por qué asustarnos. Que en México como en España, los
verdaderos pintores tengan que emigrar o vender sólo al
extranjero desde su país, es natural, dada la calidad de la panocha
social mexicana. Que tal panocha requiera su atole de cromos con
una que otra falsificacioncilla de azúcar y queso "miroquirico-
picasesco", también es natural. No importa tampoco que apenas
tres o cuatro valientes se atrevan a colgar en los muros de sus
casas de México cuadros de los verdaderos pintores mexicanos.
Esto y todo lo peor que haya habido o venga, no detendrá a la
pintura mexicana. Tampoco importa que las sanguijuelas, criticas-
tros y tratantes de arte chupen nuestra sangre; nuestras pinturas
serán siempre tan necesarias y tan útiles para la vida, allí donde
gusten de ellas, como lo es el pan, porque... "la mercancía es pri-
meramente un objeto del mundo exterior, una cosa que por sus
propiedades sirva para satisfacer, de alguna manera, las nece-
sidades humanas. Nada importa cuál sea la naturaleza de estas
necesidades: es igual que sean del estómago o de la fantasía...
Tampoco importa aquí de qué manera satisface el objeto las nece-
sidades humanas, si directamente como alimento, o indirecta-
mente como instrumento de producción"...
Ya lo ve usted, tratantes, parásitos y pintores, todos hemos de
vivir; afortunadamente son mercancía desde los frijoles y el pam-
bazo, hasta las matemáticas, la poesía, la música y el amor, pasan-
do por casas y monumentos, estatuas y cuadros.
Ya está prologada su monografía y viva la vida, amigo Ruiz.
Había estado yo 16 años en Europa. Fui allí una de tantas, entre las
miles de víctimas, pintores de las Américas que perdían el tiempo
en París siguiendo fervorosamente las modalidades de la pintura
europea. Finalmente, la guerra mundial comenzada en 1914, que
culminó magníficamente con la revolución rusa, me había pro-
ducido un tremendo choque interno, que derribó los tabiques
estéticos de cartón, que la escuela de París había puesto a mi
alrededor, por culpa de mi propia ingenuidad y complejo de
inferioridad comunes a todos los jóvenes artistas que iban a
Europa de América buscando lo que sólo su propio suelo y su
propia vida podrían darles. Rotas las mamparas —tenía yo enton-
ces 30 años— pude ver el mundo con mis propios ojos, y sentir la
vida con mis propios nervios y mi propia sangre, por mi propia
cuenta. Volví a México para pintar lo que quería, murales, que
respondieran a mi nuevo sentir personal libertado. Superficies
amplias donde cupiera la emoción de belleza que me habían dado
las grandes masas de seres humanos en acción, que acababa de
ver y con las que había vivido. La razón secreta y omnipotente de la
obra de arte había entrado finalmente a la sangre de mis venas,
esa razón superior imperativa que impelió a los hombres de las
cavernas a pintar maravillosos animales, contra los que había que
tirar la flecha, para poder sobrevivir comiendo su carne, vistiendo
de sus pieles y convirtiendo sus huesos en útiles de trabajo para el
hombre y bellos ornamentos para su hembra, centro del devenir
de la especie.
Así volví a México. México se me apareció maravilloso, lo vi con
los mismos ojos con que debo haber mirado al nacer, a mi madre,
entre los cerros de Guanajuato. Vi a Veracruz, la de mis años de
niño, y sin pensar en ello, México tomó forma y color que ya no
necesitaba sino vaciar sobre papel, tela o muros. Por entonces
encontré a Orozco de mal humor, renegaba como siempre y hasta
no quería pintar, la imbecilidad ambiente parecía haberle hecho
algo de mella. Hacía dibujos ilustrativos para el departamento de
bibliotecas en la Universidad de Vasconcelos. Pero semanas
después debía reanimarse y empezar a verter el torrente de genio
romántico, que desde entonces no ha parado. Montenegro
decoraba San Pedro y San Pablo teniendo como ayudantes a Javier
Guerrero y a Hermilo Gómez copiaban éstos, amplificándolos,
motivos de bateas de Uruapan, Javier agregó a estos elementos,
sobre la cúpula de una capilla, los signos del zodiaco y más o
menos un año más tarde cuando el marco ya estaba listo, Roberto
engastó en el gran muro central del fondo una dilatada pintura al
temple, en que, bajo un gran árbol genealógico, aparecía cerca del
proscenio una fila de musas pre rafaelistas.
Apenas había empezado yo a pintar en el anfiteatro de la
preparatoria, cuando muchos otros pintores quisieron también
hacer murales. A petición de ellos, trabajaron como ayudantes
míos, Fermín Revueltas, Fernando Leal, Juan Charlot y Carlos Méri-
da. A petición mía Javier Guerrero que era hábil maestro obrero
pintor decorador y que fue de una gran utilidad técnica para mí
como más tarde lo fue Ramón Alba Guadarrama, uno de esos obs-
curos y magníficos pintores de pulquería "patos", los verdaderos
mantenedores, sin nombre ni fama, de la gran tradición de pintura
mural mexicana. También trabajó entonces conmigo porque él lo
quiso, el pintor interesante y sensible, Amado de la Cueva que se
mató sobre una motocicleta en Guadalajara antes de llegar a reali-
zar lo que podía. Vicente Lombardo Toledano, entonces director
de la Preparatoria, ayudó con los pocos recursos de que disponía
la escuela, a que pintara sobre sus muros, Revueltas, Ramón Alba
de la Canal (el primero de nosotros al pintar al fresco), Juan Char-
lot, el segundo que intentó el fresco y acabó primero para poder
escribir una placa conmemorativa del hecho. Desgraciadamente la
ingenuidad extranjera de Charlot, le hizo ignorar (y nosotros
tuvimos la mala fe tomadura de pelo legítimamente nacional, de
no decírselo), el fresco de Charlot no es "el primero hecho en Mé-
xico desde la época colonial". Cuando estuve en la preparatoria
había en la misma escalera donde pintó Charlot, en un muro
derribado para poner la horrible vitrina hecha en Suiza que por
desgracia dura hasta hoy ahí, un bello fresco del pintor mexicano
Juan Cordero hecho durante el segundo tercio del siglo xix,
Ramón Alba, mi ayudante, había ayudado al último de los Monroy
a pintar en la iglesia de Tenancingo los frescos "las cuatro mujeres
fuertes" y Ramón sonreía socarronamente de Charlot pues nunca
ha habido durante los últimos cuatro siglos, ningún pintor deco-
rador en México, maestro en su oficio, que no lo haya sido en
pintar al fresco, tengo el orgullo de haber aprendido de ellos ese
oficio y no de ningún pintor europeo.
Dentro de todo esto, resultado de las conmociones sociales y los
sacrificios del pueblo del mundo entero, se definieron en México
tres personalidades pioneras, con carácter nacional y fisonomía
personal propia, que subsisten aún José Clemente Orozco, Diego
Rivera y David Alfaro Siqueiros, que llegó de Europa después de
un viaje de algunos años para colocarse entre los dos anteriores, y
pintar en los que a través de influencias, al principio demasiado
visibles, mostraba sin embargo, un substratum intenso y personal.
En todos nosotros (anfiteatro de Rivera, primer piso del patio de la
preparatoria de Orozco, escalera de Siqueiros, en esa escuela
la Virgen de Guadalupe, de Revueltas y el desembarco y erección
de la cruz, por Ramón Alba de la Canal en el zaguán de la misma,
como el templo de Montenegro en San Pedro y San Pablo, tienen
marcado carácter de pintura religiosa católica, a pesar de que los
pintores se sentían "revolucionarios") toda esa pintura se realizó en
1922. Fue a principios de febrero de 1923, cuando Rivera, en la
Secretaría de Educación Pública, empezó a llevar a los muros el
material que había recogido en Yucatán y los Estados del interior
del país desde su llegada en 1921. Ese material se completó con el
que recogió en el intertrópico y trópico (Tehuantepec) los meses
de abril y mayo de ese 1922, y por todo el país durante 1922.
Desde que empezó a producirse el periodo de pintura mural en
México, dio principio un asalto encarnizado de la subburguesía
entera contra los pintores. Ese ataque se recrudeció al máximo de
su curva ascendente, cuando empecé a pintar los frescos de la
Secretaría de Educación Pública. En esa época curiosa y épico-
drolática, no había cotidiano ni revista que no me dedicara dia-
riamente cuando menos un artículo en que me cubría de insultos y
abominaba de mi pintura. Cuando el licenciado Vasconcelos entra-
ba a la Secretaría de Educación seguido de su estado mayor de
jóvenes poetas, echaba una mirada a los patios, por debajo del ala
de su sombrero, agachaba la cabeza y moviéndola murmuraba
"pura indiada..." hasta don Francisco Bulnes, el del verdadero
Juárez, que nunca fue a ver los frescos porque ya no podía andar
de puro viejo que estaba, me endilgó tremendo artículo lleno de
anatemas, y el maestro don Luis González Obregón, que ya estaba
casi ciego y nada veía, se hizo conducir a la Secretaría de Educa-
ción para poder decir "¡ah, qué feo está esto!" pero no todas habían
de ser de cal, una tarde encontré sobre las tablas de mi andamio un
pequeño libro con la dedicatoria que más me ha animado en mi
trabajo; se titulaba La Malora, su autor era el maestro don Mariano
Azuela. Yo confieso ahora que nada sabía de él ni de su existencia
entonces. Jamás había oído su nombre dicho por ninguno de los
hombres de letras viejos o jóvenes de México, cuyo trato entonces
me era muy familiar. Abrí el libro más que nada por agradecimiento
a la dedicatoria y curiosidad. Desde las primeras líneas una tremen-
da sorpresa me llenó de emoción. Ese libro era mi segundo des-
cubrimiento de México del producto subjetivo de sus diez años de
convulsiones sociales. El país me había ofrecido el material para mi
plástica, el libro me ofrecía entonces la obra maestra del literato
prosista más grande de mi pueblo. No fue solo don Mariano Azue-
la. Dos años más tarde, Carlos Pellicer hizo un poema, como los de
él, a la escalera que pinté. Debo reconocer que las letras de México
me dieron por mi trabajo y resistencia al asalto, las dos mejores
recompensas que pueden ofrecer en prosa y en poesía.
A pesar del ataque de la sub-burguesía en masa, ésta se vio
obligada a tolerar finalmente a los artistas mexicanos innovadores,
que habían tenido el descaro de llevar sobre los muros de los
edificios públicos, a los indios y a los pelados, como figuras heroi-
cas, como los pobladores únicos del futuro histórico de su país; y
con una comprensión y valores plásticos nuevos con la origina-
lidad, genuina encontrada en el sentimiento nuevo, con que el
espectáculo del rincón del mundo en que había nacido, suscitó la
producción del artista, despojado de toda otra influencia que no
fuera la de su propia emoción. La sub-burguesía, con sus intelec-
tuales, capituló porque así se lo ordenaban sus amos extranjeros
con la aceptación que los pintores mexicanos que ella detestaba,
habían tenido entre ellos. La influencia de los muralistas pioneros
mexicanos saltó sobre todas las fronteras continentales y aún atra-
veso los mares hasta las europas. La crítica internacional asignó
definitivamente a los muralistas mexicanos buenos lugares en la
cotización del arte mundial. Los críticos locales, despechados,
hubieron de morderse un codo. Pero hay que ser justo y precisar
que si la sub-burguesía tolera, no lo hace sino a regañadientes.
Todavía hoy, cada vez que puede y a través de sus críticos que se
imaginan estar a la moda de París hablando de cosas de las que
hace diez años ya nadie se ocupa allá, trata de roernos el zancajo,
su aceptación hipócrita siempre contiene algo de veneno, hasta
cuando nos paga por nuestras pinturas, debe pensar, al fin y al
cabo "me dijeron feo", pero los puedo comprar, mañana los reven-
deré ganándoles a sus abortos lo que ellos nunca ganaron al fin y
al cabo soy más águila yo.
Después del primer impulso se produjo alrededor de las figuras
pioneras un aglutamiento de pintores de talento y de otros que no
lo tenían, que pronto cayó en la imitación; sorprendidos en ella
infraganti por el análisis crítico propio y ajeno y sintiéndose
acusados sin coartada posible, se alejaron de los pioneros, se
reagruparon, maldijeron de ellos y para manumitirse, ensayaron
una valiente insurrección. Pero no sólo consiguieron entrar en
dicha esclavitud. Para no ser imitadores de Orozco, Rivera y Si-
queiros, se dedicaron a serlo y servilmente, de Picasso, Chirico y
Miró. Productos de un país semicolonial volvían a su condición
subalterna de imitadores y servidores de los artistas pertenecientes
a la sociedad de los amos metropolitanos.
Nada podía sacarlos de su condición terciaria y secundaria de
personajes sin originalidad. Con ellos y respondiendo exactamente
a la evolución de nuestro país, han aparecido los tratantes en cua-
dros y objetos de arte, los neo-imitadores, que constituyen ahora el
academismo actual, no han conseguido sino llegar a ser los pro-
veedores de las galerías aparecidas aquí, pertenecientes a esos
tratantes que ofrecen al sector del público compuesto por aquellos
que quieren pero no pueden, productos falsificados de substi-
tución. (Ersatzproduction). Caballeros que venden de todo y bellas
y gentiles damas, de la especie de aquellas que ya hace muchos
años José Juan Tablada bautizó con el nombre de "Sacerdotisas del
33-33 por ciento". Ofrecen a quien quiera tomarlos, Picassos para
los pobres, Chiricos para familias venidas a menos y Mirós pa-
ra personas ahorrativas. Las sacerdotisas esperan poder elevar el
culto del místico treinta y tres hasta el éxtasis de los supermísticos
tres y siete mil por ciento. Mientras, coros numerosos de efebos de
medio uso portando liras afónicas, cantan lores a sacerdotisas y
proveedores, atrayendo público para que compre la mercancía,
hasta teólogos sospechados de indicar a los fieles cristianos, más
bien el camino de Sodoma y Gomorra, que la verdadera ruta que
conduce a la ciudad de Dios, escribe librotes tratando de hacer
pasar la falsa moneda de la imitación al mercado internacional.
Pero no todo ha acabado así, subsiste un grupo de artistas al que
podría llamarse intermedio. Gentes, que si bien sufren todavía
bastante de Picassitis, y Miroquiricosis agudas no han perdido el
talento que tienen y que es de buena ley plástica mexicana. No
olviden ustedes señoras y señores, que la obra de arte llega a ser
verdaderamente universal, cuando de tan local que es, se vuelve
un producto de la tierra misma, sobre la cual se produce. Lo
híbrido sólo es universalmente académico y despreciable. Producto
fenicio, falsificación para agentes viajeros, nada importa la nacio-
nalidad aparente de los impersonales que lo fabrican. Así es el
Greco que fue universal de tan vecino de Toledo que consiguió
ser; Goya, de tan madrileño; Renoir de tan parisiense; Cézanne de
tan provenzal. Y los propios Picasso, Miró y Chirico de tan mete-
eos, devorados, asimilados y vueltos a parir, por el París feroz que
hace suyos a los extranjeros que valen, para que los imiten lamen-
tablemente los academistas cursis de toda la tierra. Este grupo
intermedio está integrado por los excelentes pintores Julio Caste-
llanos, Rufino Tamayo, María Izquierdo, Federico Cantó, Camarena
y algunos más.
Excélsior, México,
18 de marzo de 1942.
DIEGO RIVERA
HISTORIA DE UN FRAUDE
Revista Mariana,
México, enero 29 de 1944.
EL NUEVO 20 DE NOVIEMBRE
Arte y Política,
páginas 285-289.
México, Grijalvo, 1979-
Revista Asi,
México, enero 27 de 1945.
MARDONIO MAGAÑA
LOS JUDAS
ALBERTO GARDUÑO
Diego Rivera,
50 años de su labor artística, pp.
269-273, México, INBA, 1951.
UN PINTOR OPINA
Espacios
México, octubre, 1952
Luego viene la etapa superior: los nuevos ricos, ésos que han
proporcionado los agricultores nylon, los enriquecidos con el pe-
culado en los puestos oficiales. Ése es el gremio de los revende-
clores al por mayor de grandes cargamentos de toda clase; grandes
contrabandos de medias de seda y de vestidos de seda; gran-
des contrabandos de tabaco; reexpedición de mariguana en yates
particulares, etc., etc.
Todos conocemos la historia, es una generación de impor-
tadores y exportadores. Entonces ya es otro el proceso. Ya no se
acuerdan de los intestinos, ya no son tan importantes. Ya hay
demasiadas casas de placer discretas. Ya hay damas que invitan a
presidentes a sus casas donde hay fuentes de champaña, verda-
deras fuentes, etc., etc. Es ya el Estado superior. Ya hay un poeta
Salomón de la Selva que dice: ¡Oh! Vivimos en la decadencia
romana. Entonces se vuelve orgulloso el nuevo rico y dice ¡Qué
caray! Yo me he enriquecido importando cajones y exportando
otros cajones. Cajones, vengan cajones por todas partes, y si son
de cristal, pues qué bueno. Claro, ahí está el provecho: refina-
miento en el espesor de los vidrios; en los manquetes. Mientras más
de vidrio la casa, más cara. Acaba por substituir la piedra por el vi-
drio. Hay un material que se llama cañara glass: carrara por el
mármol y glass por el vidrio; vidrio de carrara. Es el más caro de
todos los revestimientos y el más horrible. No puede ser justifica-
ción sino en un excusado tan concurrido, que sea absolutamente
necesario garantizar la profilaxis. No es pues, accidental que los
nuevos ricos revistan hasta la fachada de sus edificios con tal
material. Efectivamente, no merecen vivir en otro lugar más que
en un excusado; desayunar, comer y cenar lo que ahí se puede
almacenar. Mientras existen esas jaulas de vidrio cada vez más
numerosas en la ciudad, persisten los "jacales" todavía. Se llaman
"jacales", que quiere decir: casas de adobe. Hay una piedra que se
llama "tecalli"; nada menos que la rectoría de la Universidad tiene
la suerte de que se halla construido con "tecalli" semitransparente
todo un gran salón, y el "tecalli" es una bella cosa. Tecalli quiere
decir: piedra casa; porque todavía los arqueólogos no se dan
cuenta de que, allí donde ellos creían que no había ventanas, sino
que eran habitaciones sombrías y negras, no era tal. Precisamente
el "tecalli" se empleaba en lugar del vidrio y se empleaba cerca del
techo; por eso se llama así todavía, para dar una luz dorada difusa,
magnífica, de acuerdo con el refinamiento de todo el resto de la
vida del antiguo México.
De manera que el jacal no se ha perdido. Es muy frecuente oír
decir que el jacal es una sucursal del infierno: no tiene ventanas,
no tiene más que una puerta; de modo que la gente debe asfi-
xiarse ahí. Es posible que quien tal diga, sea un gran arquitecto, un
gran sociólogo, un gran economista; pero seguramente no es
un buen físico y es un pésimo observador. Porque no hay jacal que
no tenga practicado a tres hiladas de adobe, del techo para abajo,
dos agujeros opuestos perfectamente el uno al otro y que los
constructores de jacales llaman orejas. Efectivamente, no tienen
más que una puerta; porque durante el día, el hombre vive
gozando del paisaje, gozando de la geografía. Todavía hoy, el
indio sabe lo que vale el paisaje. Si no lo hubiera sabido, no
hubiera edificado Chichén Itzá en donde lo edificó. No hubiera
construido Teotihuacán donde lo construyó y sobre todo, no
hubiera llegado a edificar Machu Pichú donde lo edificó. Su poesía
está llena de referencias a la belleza natural.
El cuarto, la casa, el jacal eran empleados para descansar en la
noche; descansar y defenderse. En ese caso lo mejor era tener una
puerta, y una puerta defendible; no muchas ventanas atacables. La
renovación del aire está perfectamente asegurada; porque desde
que hay un cuerpo vivo dentro de un cubo hueco, que no tiene
como salida más que dos orificios, uno exactamente frente al otro,
se produce una desigualdad de temperatura alrededor del cuerpo
vivo; sea humano o de cualquier otro origen animal. El aire ca-
liente sube a la superficie. Está en desigualdad de temperatura con
la temperatura exterior, cualquiera que ella sea, hay la corriente de
aire, y se renueva el aire damas y caballeros.
De manera que ya ven ustedes que los actuales higienistas son
probablemente muy buenos hombres de ciencia, pero pésimos
observadores. Están en el mismo plan que aquellas personas de
gran corazón que lloran pensando en los otomíes del Valle del
Mezquital. Tanto la usaron los diputados como argumento; tanto
los novelistas; tanto los sociólogos; que finalmente el gobierno de
México envió una comisión de hombres y mujeres de ciencia per-
fectamente serios: dietólogos de primera categoría. Empezaron,
claro, por asombrarse de la miseria: la gente del Mezquital va
vestida de harapos, está cubierta de polvo; no hay agua, no hay
más que pulque. ¡Qué horror! No hay cerveza, ni whiskey; pero
era necesario observar, era necesario trabajar. Para no hacerles a
ustedes demasiado largo el cuento, que no es cuento sino historia,
aquella comisión de hombres y mujeres de ciencia estudió y
reestudió; porque no creía a sus ojos, no creía a sus cálculos, no
creía a sus observaciones; hasta que los ratificó un gran número de
veces, y ¿saben ustedes cuál fue la conclusión? La conclusión fue
una: que el pulque en su estado puro, además de llenar perfec-
tamente bien el papel del agua, el papel biológico del agua, es un
excelente alimento y preserva de muchas cosas; entre otras, de las
úlceras estomacales e intestinales.
El hombre de ciencia más grande de México es el maestro Cas-
tañeda, a cuyo laboratorio modesto, tan modesto que el Depar-
tamento de Salubridad no le da ni siquiera para probetas de su
laboratorio —tiene que emplear los frascos de penicilina y de
otros antibióticos desechados en el hospital para hacer sus
preparados—, en tal miseria se tiene a ese laboratorio, vienen no
estudiantes, sino hombres de ciencia de los Estados Unidos, de
Inglaterra, de Alemania, de Francia y hasta de la Unión Soviética.
Pero todo el mundo ignora a Castañeda, y cuando yo presenté
—tuve ese altísimo honor— su candidatura al Colegio Nacional,
un eminente médico temblándole la manita puso una bola prietita
y no tuvo la mayoría necesaria el maestro. Desde entonces soy
menos amigo de ese ilustre médico, no por el maestro Castañeda,
ni por mí, ni por él, sino por México; pues ese señor ha encon-
trado que lo que da la experiencia en el Valle del Mezquital, la
ciencia más exacta lo ha ratificado en el laboratorio. El pulque
tomado por él, de magueyes crecidos al lado de su laboratorio,
llevados allí, es una maravilla.
Finalmente, estudiando el otro método de nutrición, excesi-
vamente restringido porque efectivamente viven en la miseria esas
gentes, sin embargo, y ésta es la diferencia de la cultura secular; de
la cultura milenaria, con la cultura de prestado; en medio de esa
tremenda restricción de medios, los habitantes del Valle del
Mezquital, según el dictamen de las gentes de ciencia en esa
especialidad, es el grupo humano mejor nutrido en la América del
Norte; del Polo Norte al Ecuador. Es donde hay más porcentaje de
longevos, donde hay menor porcentaje de enfermos, de raquí-
ticos, etc., etc. Por eso ha persistido el jacal. El indio no ha podido
ser destruido, como afirmó con mucha razón Alfonso Caso, por su
cultura. Caso afirmó que lo que ha hecho que el indio no se haya
destruido es su cultura. Perfectamente, pero hay que objetivar esa
excelente frase de escritorio, esa frase de gabinete. Hay que estu-
diar la cultura del indio; su habitación, repito, no es el ideal. ¿Cuál
es, pues, el problema de base que impone la traza de la historia y
la traza de la geografía a México? Problema de base infinitamente
más importante que los templos, los estadios, las fuentes, es la
habitación campesina, pero no es la solución de ese problema el
querer llevar al campo los métodos constaictivos de la ciudad; ni
el trazado ni el material.
El tratar de imponer un tipo de habitación fuera de la economía
real, actual, de la población campesina, es además imposible,
suicida. Yo pido —aquí hay arquitectos de primer cartel, de
primera calidad— les ruego que se pongan la mano sobre el
corazón y que me digan si no es verdad que una de las grandes
causas del desequilibrio económico es la sobreimportación, la
importación exagerada de materiales de construcción del extran-
jero, yo quisiera que me hicieran favor de decirme: de los millones
que costó la Ciudad Universitaria, ¿cuántos millones se emplearon
en materiales importados del extranjero; no sólo en maquinaria,
que eso era indispensable, puesto que todavía no se ha permitido
hacerla en México, —se podría hacer pero no han querido que se
haga—, sino en material?
Se llegó a tal punto, que un arquitecto muy conocido, el mismo
que ha construido el nuevo aeropuerto; no ignoro si porque tiene
un gran genio irónico; es posible que sea un humorista de prime-
ra, yo estoy perfectamente dispuesto a admirarlo, ¿qué ha hecho
para la ciudad que se enorgullece de ser mercachifle, que quiere
habitar en los cajones de su mercancía? Construyó, un cuerpo de
teóricos, para su servicio, la Facultad de Comercio de la Ciudad
Universitaria. Es una gran carro-caja de modelo antiguo; está
construido de duela americana colocada verticalmente. No le
faltan ni las ventanillas, parecidas a aquellas que practicaban en
los carros-caja los camaradas que andaban ahí en la Revolución
mexicana para echar tiros. Pero no le falta ni la pasarela para los
garroteros. ¡Exacto!, lo único que no tiene, desgraciadamente, son
las ruedas. Si el arquitecto hubiera tenido el valor de ir hasta el fin
de su humorismo, se las hubiera puesto, se las hubiera colocado
sobre una vía, entonces habría remedio fácil; pero ustedes com-
prenden que el construir un edificio de duela americana en la
fachada; de duela vertical americana en la fachada, sobre un ma-
ravilloso paisaje de basalto; creo que huelga cualquier comentario.
Por eso, como no tengo ni ningún derecho para suponer que el
arquitecto llegue a un tal grado de idiotez; tengo que admitir que
llega a un gran grado de talento; que tiene un sentido del humor
magnífico, que se dijo: para comerciante qué mejor que un carro-
caja.
De manera que la supervivencia en el campo de la arquitectura
prehispánica es una cuestión de clase. Y además, me van ustedes
a preguntar: ¿Y las iglesias y los palacios? Ahora voy. Les ruego a
ustedes que vayan a lo que es hoy el edificio de Bienes Nacionales
y lean una inscripción que permanece ahí. Está copiada, es un
versículo del Apocalipsis de San Juan y dice: —traduzco el latín
bárbaramente— "Nada de lo que había existe ya; todo ha sido
cambiado, todo es nuevo". Y del otro lado: "Nada de lo que fue es;
todo lo que fue ya no es ahora, es otro lo que es". Para que no
haya lugar a dudas, está en los dos lados de la puerta. ¿Qué
significa esto en el edificio del arzobispado? Demuestra una línea
política de clase para poder dominar, una minoría tan pequeña
como la del invasor español, a una mayoría tan grande como la
población india del Anáhuac. Era preciso decapitar la cultura, era
preciso aplicar el versículo de San Juan. ¿Qué había que hacer si se
hacía una casa sin las piedras mexicanas? Me remito —aquí hay
especialistas— a las crónicas. Los españoles ponían piedras talla-
das por los indios debajo de sus casas porque creían que esas
piedras estaban encantadas y los iban a sostener. Debido a eso
—como seguramente el ala del Palacio Nacional, que ya des-
bordaba la cimentación del Palacio de Moctezuma, se iba un poco
para abajo —un señor virrey, ignoro cuál, creo que todo el mundo
lo ignora también, hizo poner en la torre que está al sur del
Palacio Nacional, la maravillosa piedra que dicen que es la conme-
morativa de la fundación del Templo Mayor de México; piedra que
es el escudo que ahora es nuestro orgullo: la maravillosa águila
sobre un nopal encima de un templo. Esa piedra tuve la suerte de
encontrarla cuando mi amigo Petrichioli hacía la restauración del
Palacio. Me costó trabajo que el ingeniero Pañi, entonces Secre-
tario de Hacienda, permitiera que se quitara, porque se podía caer
la torre. No creo que el ingeniero haya creído lo mismo que el
virrey; es un excelente matemático; es más bien un ironista.
Finalmente, como le dije yo que sí lo creía; se picó y me dijo: no
hombre, no es que sea yo tan bruto, pero si usted me viniera a
decir que ha encontrado una Venus de Milo en la torre, yo le
hubiera dicho que tirara todo el Palacio para que sacara la Venus
de Milo, pero una piedra azteca... cómo voy a comprometer el
edificio por eso, me dijo. Bueno, pero es que si usted no la manda
sacar, yo le voy a comprometer el Ministerio. Me dijo: No, no nos
peleemos, somos muy buenos amigos. Y se sacó la piedra.
Ésa era la mentalidad española. Es la razón por la que una de las
cabezas del Coatepantli se encuentra en la casa del Conde de
Calimaya. Así pues, tenemos la arquitectura tal como ha persistido;
el pueblo en su base. ¿Qué hubo en el intermedio, cuál fue la
arquitectura construida por el explotador español? Esa arquitectura
fue la casa de vecindad, el tugurio, bien llamado por los arqui-
tectos de ahora. Sí señores, se construyeron tugurios para que
viviera el pueblo de la ciudad pagando carísimo en relación a la
incomodidad del lugar. De esos lugares era la casa de vecindad.
Cuando se trataba de gente de la pequeña burguesía que es ahora;
que entonces era la clase media, la vecindad tenía viviendas un po-
co más humanas. Luego vino el palacio, niego a ustedes que vean
el palacio de la arquitectura nacional; ese barroco del que tanto
se habla y que no se parece al de España. ¿Cuál es la diferencia? Es
que en la raíz del carácter de ese barroco hay una razón semejante
a la del actual barroco sirio-libanés de Polanco y de las Lomas.
Hay dos o tres ejemplos viajeros de la nobleza española que en
México se escandalizaron porque sus congéneres de la nobleza,
viviendo en México, los habían encontrado en las tiendas del Por-
tal de Mercaderes midiendo varas de listón, varas de tira bordada,
etc. Hay tres citas célebres de eso. Y bien, si comerciaban y se en-
riquecían con tiras bordadas, y se enriquecían con los rebozos y
las faldas tejidas en los telares por los indios esclavos, ¿qué cosa
habían de querer sino que en sus iglesias hubiera profusión de
oro?; claro está, querían que Dios, con aquel donativo de oro, co-
mo en Tepotzotlán, les perdonara el mucho que se había quedado
en sus bolsillos y aquél que le habían birlado a su Majestad el Rey
y a la Iglesia de los diezmos.
De manera que el carácter de la arquitectura colonial, totalmen-
te vertical y horizontalmente, está determinado por razones de
clase, como está determinado por razones de clase el carácter
actual de la arquitectura. Tenemos un ejemplo palpable. En nues-
tra ciudad de México se ha ensayado, porque es necesario estar
bien con la masa. De un lado gira el imperialismo americano bru-
talmente; de otro lado exige el pueblo muerto de hambre; enton-
ces para que no se caiga uno del poder público, necesita saber
bailar en la cuerda; esté esta cuerda tensa o floja. De manera que
hay que constaiir multifamiliares, hay que construir habitaciones
para obreros, hay que establecer Seguro Social, etc., etc. Hay que
taparle el ojo al macho para darle al pueblo —como una inteli-
gente amiga mía aquí presente dijo— una sopa de su propio cho-
colate. Entre esas sopas de su propio chocolate, se han constando
casas para obreros dentro de un estilo funcional realmente bueno;
podía decirse impecable. Hubo un grupo de esas casas que si bien
los contratistas las constaiyeron muy mal, al año ya se estaban
medio cayendo, el arquitecto las dibujó muy bien, pero yo ruego a
ustedes que vayan a ver ese gaipo de casas para obreros, ninguna
de ellas conserva el carácter original. Conforme han ido pudiendo
los obreros que las recibieron, obreros auténticos, las han ido mo-
dificando; les han puesto copetes, les han abierto balcones, las
han llenado de macetas, de jaulas de pájaros. Lo que antes era
argamasa pintada de gris, es hoy paredes llenas de enredadera
florida; lo que antes era una serie de puertas iguales unas con
otras, hoy no se parece una puerta a la otra. Se han individua-
lizado las casas y en suma no difieren ya en nada de cualquier
habitación obrera construida en la miseria y por la miseria, en
cualquier colonia de esas que llaman proletarias.
Yo que empleo modelos del pueblo he oído a niñas pequeñas
—que no ganaban sino lo que yo podía darles porque me posa-
ran— que han pasado toda una vida de miseria, decirle a su madre
al recibir el salario: —Mamá, ¿qué no vas a comprar hoy unas
flores? Ésa es la fuerza del pueblo mexicano; yo he visto indias
atravesar los desiertos de los alrededores de la Villa de Guadalupe
con un miserable mandado, con un miserable mercado de unos
cuantos centavos pero llevaban un ramo de flores. Nada ha
podido matar al instinto estético profundo del pueblo mexicano,
como ni el envenenamiento por opio —hecho por los ingleses
infames y el apoyo de los norteamericanos a la aristocracia infecta
de China—, nada; ni el opio, ni la enfermedad, ni la miseria pudo
destruir el genio estético del chino, nada pudo destruir el genio
estético del mexicano, nada pudo destruir el genio estético del
japonés o del indonés o del indio sudamericano, por eso hemos
resistido y por eso venceremos, pero repito, es una cuestión de
clase.
Vamos a ver ahora un conjunto de arquitectura construido por
el gobierno, precisamente por un gobierno que tenía como lema
gobernar para todos, de una utilidad indudable, para todos, pues-
to que se trata de una Ciudad Universitaria. Ahí podrían ustedes
decirme ¿dónde está la diferenciación de clases? Voy a suplicarles a
ustedes que miren las diapositivas que se van a proyectar y vea-
mos cómo se ha proyectado la diferenciación de clases. Antes que
empecemos a verlas, recuerden ustedes al México, la ciudad de
México, y todo el México del siglo xrx, el México independiente,
llamado así porque no lo ha sido un país que no es independien-
te económicamente, no puede ser independiente económica-
mente; apenas ahora se empieza a luchar por la independencia de
los pueblos de América e Indo-América al tratar de construir eco-
nomías, rebelarse contra los monopolios, etc.
En el México, pues, aparentemente independiente del siglo XLX,
los antiguos lacayos, los antiguos criados del amo español, se
sintieron amos pero no pudieron serlo. No pudieron tener una
expresión autónoma de la arquitectura porque en el arte no se
puede mentir. La arquitectura como la pintura y la escultura es una
gráfica, una gráfica que se puede leer como cualquier otra gráfica
médica y cualquier disimulo del autor; en cuanto dibuja, en cuanto
esculpe o en cuanto construye, lo denuncia a sí mismo. De mane-
ra que no pudieron tener una expresión autónoma los suplan-
tadores de los amos españoles, que querían ser amos y seguir
colonizando a los indios; ésa es la verdad del asunto, no otra cosa
eran las haciendas con peones acasillados; no otra cosa era cada
pueblo de México y sigue siendo a pesar de la fracasada reforma
agraria, nunca llevada a cabo íntegramente. Sigue habiendo una
población campesina, una población indígena, campesina y
obrera, colonizada por los descendientes de los primeros colonos;
apoyándose siempre, invariablemente, en una burguesía extran-
jera porque ellos no han podido ser una burguesía suficien-
temente fuerte para explotar al pueblo mexicano. Nadie hay más
enemigo de México que el burgués mexicano; no hablando
metafóricamente sino económica, política y socialmente, es el
aliado del opresor contra el pueblo oprimido y así hay que tratar-
lo. Está cerca el momento de aplicar el remedio muy cerca por
fortuna, pero eso se manifiesta en la arquitectura. ¿Qué hizo la
entonces incipiente burguesía mexicana en el siglo xrx ? Importar
arquitectura francesa. Despreció al amo español, no por español;
ellos se creían españoles, eran caballeros de Santiago, caballeros
del Santo Sepulcro; toda clase de máscaras ridiculas, creyéndose
aristócratas españoles y olvidando que no hay aristócrata español
que no sea judío, firmado por su Majestad Felipe II en el libro que
se llama el Tizón de la Nobleza Española, escrito por Jiménez de
Cisneros. Esos pobres diablos, tirabacines de los antiguos amos
españoles se creían nobles del Papa. Todavía hacen capítulos de
caballeros de Colón y del Santo Sepulcro, etc. Es una absoluta-
mente ridicula, especie miserable al servicio del capitalismo
extranjero y nada más. Entonces en el siglo xix copiaron la
arquitectura francesa mal copiada, ridiculamente copiada. El gran
académico, el maestro Guenard, delante del edificio del Instituto
Geológico me dijo: "Mira hijo, diles a tus compatriotas que por
favor miren las maravillas que hay construidas en este suelo antes
de que llegara el europeo y por favor persuádelos, si alguna vez
puedes, de que no hagan griego con plumas". Actualmente los
imitadores de Le Corbusier siguen haciendo francés con plumas,
hacían Luis XV con plumas y ahora hacen también; nada más que
al fin y al cabo una pluma es menos desagradable que un cajón.
En ese conjunto arquitectónico extraordinariamente importante,
por el esfuerzo que significa la Ciudad Universitaria, se proyectan
precisamente las influencias de clase por un fenómeno, curioso.
Hay hoy arquitectos jóvenes, descendientes de los arquitectos al
servicio de aquella burguesía incipiente del siglo xrx, se perpetúan
otros nombres. Las mismas personas con las que empezamos a
luchar en 1921, los que por primera vez en la historia del arte
llevamos como héroe de la pintura, a la masa, al pueblo, tenemos
que luchar todavía hoy con los hijos y con los autores, que todavía
no se mueren porque viven mucho tiempo, arquitectos de malas
residencias; de pésimas iglesias sin sentimiento religioso y sin
sentimiento de elegancia. Naturalmente esto no es un reproche.
¿De dónde lo agarraríamos? No es posible tener un sentimiento
genuino cuando se es bastardo; entonces el bastardo que quiere
ser primogénito, se pone en ridículo. Ahí tienen ustedes el edificio
central de la Ciudad Universitaria; su Rectoría, el proyecto fue am-
bicioso y tiene indudablemente grandeza. El inconveniente fue
que el proyecto se hizo en el gabinete en lugar de hacer lo que
han hecho siempre los arquitectos: que es ir al terreno, observarlo
y tratar de exaltar la belleza natural que ese terreno tenga. Se
proyectó en la mesa del taller. Se confundió el pedregal de San
Ángel con una mesa de billar y cuando el proyecto estuvo listo
empezó la dinamita. Entonces lograron destruir, en una parte con-
siderable, uno de los más bellos paisajes que integran la fiso-
nomía de la patria; sin embargo, repito, el proyecto no carece de
grandiosidad. Quisieron ser muy modernos y qué fue lo que cons-
truyeron: una plaza, un paralelogramo con una torre. Es el mismo
partido que ustedes pueden ver en la plaza de Brujas, en la Uni-
versidad de Lovaina y en cualquier universidad yanqui; una plaza
imitación de las plazas medievales —a ésa no le faltan sino los
portales—, y una torre que es la Rectoría (la Rectoría y el Cam-
pus).
Alguien ha dicho que esa sección (la Rectoría y el Campus) de
la Ciudad Universitaria es Le Corbusier puro. Yo que fui camarada
de Le Corbusier desde antes que fuera arquitecto, cuando era
pintor y no de mucho talento, protesto a nombre de Le Corbusier.
No en balde Le Corbusier, con más o menos talento, ha trabajado
35 años; no hay derecho para semejante aseveración. Suplico a
ustedes únicamente que miren y digan, hay aquí algo que
desgraciadamente la fotografía no muestra con claridad; es una
sección evidentemente original: la Rectoría de la Ciudad Univer-
sitaria. Es el único edificio del mundo que muestra al público, al
tránsito de toda una carretera importante, un rosario de excusados
dentro de los cuales se puede ver la maniobra del ocupante, desde
que entra hasta que sale. Los arquitectos son los señores Mario
Pañi, Enrique del Moral y Salvador Ortega Flores; el primero es
hijo de un ingeniero de don Porfirio. El ingeniero Pañi es el autor
del edificio de las Bombas que todavía pueden ustedes ver en la
Condesa.
Junto al edificio de la Rectoría está la Biblioteca. La Biblioteca
está construida por un arquitecto pintor de gran talento, un gran
artista, Juan O'Gorman. No le permitieron realizar el proyecto tal
como él lo había concebido; él había concebido un edificio
escalonado que naturalmente hubiera tenido más higiene para los
libros y más higiene para los lectores, pero se le argüyó que de-
sentonaba con la línea general de los cajones que pueblan el resto
de la Ciudad Universitaria. Entonces se vio obligado a construir
ese edificio que es una caja pero realizó bellos mosaicos en sus
muros y bella ornamentación y una bella construcción arquitec-
tónica en la parte de abajo, desgraciadamente no se puede ver en
la fotografía. Los arquitectos partidarios de los rosarios de excu-
sados, han criticado a la Biblioteca diciendo que son cuatro
sarapes puestos en un tendedero. No saben que hacen a O'Gor-
man el mejor elogio que podían hacerle, supuesto que entre un
rosario de excusados y un sarape, por feo que sea, es mil veces
preferible el sarape para verlo; no digamos ya para otros órganos
de percepción. Por lo demás, el edificio de O'Gorman ha dado la
vuelta al mundo en triunfo. Ha sido visto con beneplácito, no sólo
por los grandes arquitectos que asistieron al congreso de arquitec-
tos como el maestro Gropius y el maestro Frank Lloyd Wright, sino
por otros muchos de éste y de los otros continentes, y se sigue
reproduciendo y hablando en todas partes. No sucede lo mismo
con el edificio de la Rectoría, en ninguna de sus manifestaciones,
porque hay un proverbio popular universal que dice: Nunca
segundas partes fueron buenas. Los constructores de esta sección
de la Ciudad Universitaria que creían que hacían cosas como Le
Corbusier, de buena fe, o mejores, llamaron a los arquitectos que
siguen la escuela funcionalista y el estilo internacional y a esos
arquitectos lo que no agradó fue precisamente eso y lo que les
agradó fue precisamente lo que no es eso, sino lo que tiene fi-
sonomía mexicana.
UN PRIMER TESTAMENTO
Julio 19 de 1955
DIEGO M. RIVERA
Catálogo de exposición.
México, 24 de agosto de 1955.
DIEGO RIVERA
FRANCIS TOOR
DIEGO RIVERA
DIEGO M. RIVERA
DIEGO RIVERA.
DIEGO M. RIVERA
PABLO O'HIGGINS
E L COLEGIO NACIONAL
ha publicado o tiene en preparación
las obras completas de sus miembros:
José Ádem
Julián Ádem
Alfonso Caso
Daniel Cosío Villegas
Carlos Chávez
Salvador Elizondo
Eduardo García Máynez
Luis González y González
Enrique González Martínez
Guillermo Haro
Manuel Martínez Báez
Adolfo Martínez-Palomo
Marcos Moshinsky
Gerardo Murillo ("Dr. Atl")
Isaac Ochoterena
Ezequiel Ordóñez
José Clemente Orozco
Guillermo Soberón Acevedo
Pablo Rudomín
Gabriel Zaid