Ramos Rivera 1
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DR © 2001. Instituto de Investigaciones Jurídicas - Universidad Nacional Autónoma de México
Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
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Esta circunstancia obligó a una respuesta institucional por parte del Es-
tado, se reaccionó en el ámbito legislativo creando instituciones naciona-
les encargadas de combatir estos excesos, defendiendo los derechos hu-
manos de quienes sufrían abusos por parte de la autoridad. Se llevaron a
cabo reformas también en el ámbito del procedimiento y del ejercicio del
poder, por parte de las autoridades del ámbito de la justicia, se restaron
facultades, se establecieron mayores y más enérgicos requisitos para que
la autoridad pudiera hacer uso de sus atribuciones, se endurecieron las
sanciones a los excesos de la autoridad; en esa ocasión ninguna medida
parecía suficiente, ninguna era catalogada de extrema mientras estuviera
encaminada a someter a un círculo restringido el ejercicio del poder, el
péndulo de la demanda social estaba inclinado hacia el control y someti-
miento de la autoridad para limitarla en sus abusos.
Es en este marco, como hemos dicho, en el cual el legislador, asumien-
do su responsabilidad, utilizando la ley como medio para atender las de-
mandas sociales, se empeñó en las reformas concretas que estimó ne-
cesarias para enfrentar el fenómeno del abuso. En el ámbito del derecho
penal, la expresión más dramática de este quehacer legislativo se puso
de manifiesto en los trabajos realizados por un selecto grupo de juristas, de
todos los ámbitos, litigantes, funcionarios públicos, académicos, que realiza-
ron estudios y proyectos, mismos que alimentaron la iniciativa de refor-
mas que entró en vigor a principios de 1994.
Estas reformas, que por primera vez sustituyeron el concepto del
“cuerpo del delito” por el de “elementos del tipo penal” y estuvieron ins-
piradas en una teoría dogmático penal alemana denominada teoría finalis-
ta de la acción, la cual establecía una estructura del concepto formal de
delito radicalmente diferente a la estructura tradicional del delito que has-
ta entonces se había aplicado en nuestro país. En 1993, la teoría finalista
de la acción, aún no permeaba suficientemente en los foros jurídicos de
México, ni en nuestros tribunales ni en nuestras universidades. De hecho,
el proceso de enseñanza de la doctrina finalista, estaba apenas en marcha,
había universidades como la Nicolaita de Michoacán y la Universidad de
Guanajuato que recién habían estructurado sus planes de estudio de pos-
grado para explorar académicamente los postulados de dicha doctrina. El
Instituto Nacional de Ciencias Penales, tenía para entonces más de una
década de contemplar en sus planes de estudio de postgrado la teoría fina-
lista de la acción, sin embrago, este tiempo aún era insuficiente porque no
bastaba una sola institución para diseminar el pensamiento finalista a toda
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