Flor Silvestre - Elvira Santa Cruz Ossa

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A la distinguida sefiiora

Lucia Bulnes de Vergara


en afectuoso recuerdo.
Roxane,
Era ell dia #deNavidald. A Ias puertas idel Codegilo
de Maria Auxilialdoea se esltaciloiniabatun aibigarraldo
gnupo de personias qule len van0 procuraban defen-
dersle ocvntra el sol a la lesuasa sombra de 10s raquilti-
cos arboli’llos de \la m e v a plazoleta. Porbres eran suis
aparienloias, que no era de Ilujo a1 conventto. Gente
del comexio, pelqueiios propietarios, labriegos enri-
queaitdos que habiain traida sus hijas para educarlas
en esita sainiba casa, aiguaridaban con ansiais la sadida
del enjalmbre bullilcioso qule llevaria ell conitento a
sus Qogalres.
Entre llas carretas d e blauco tdlldo, 10s “quidtri-
nes”, carricouhes y diligencias antiguas, descollaba
por su e1,egaincia un’a carreitella reci6n pintalda, con
Flor Si17 estre 2
10 FLOR SILVESTRE

aierta apariiencia de “brea>ck”.En ISIU piescainte se im-


pacientaiba tin viejo huaso d e vistosa manlta ail hom-
bro, flamaiite traje dolniiiniguiero y “,gu~a~rap6n” de
anclias alas ; ojos Ipiicairescos, de extraordiinaria vi-
veza, brillaiban en su rostro mbrizo y aipergaminaido,
daltiido a su fisoliiiolniia una expr i6n asltuta y perspi-
caz. Ya agitaba el 16tiiig0, ya lanzalia una frase de SLI
rudo vocabulario, hacieiido reir a 10s circunlstanites,
que se ldivertian con la impcietnlcia del r k t i c o . De
pie, jun’to a la carretela, tratailxi de ica’llmarle una mu-
jer cuarenltona, alta, morenla y regordeta, tiipo per-
feato d e nuestra campesiaa acaiudailada. Un mainto
de espui~m~i’lla idhiilia la modelaha el busto dejaedo li-
bre su cabeza (de m o i h trenzaido, sujeto ipor grueisas
horquiiPlas de metail ; una failida cafC, color promesa
dell Caamen, colnipiletatba su moldesita iindumentairia .
-2 Pero inlo ve, slefiora Antfuiquiltla, !que el soil se ~10s
va a deatrar antes de la quielbrada del Zorro?-rie-
pietia por quinix vez [el irnpacienlte fio Pedro Luis.
Esta sailida rnotiv6 una carcajada general, pues
en ese moimento 10s rayos so’lares caian a ploimo
solbre ila itiierra.
Eiiltretanto, e a el ilnterilor Idell coinvent0 reinaba
eil m j s profundo sillenicio. Rellilgiosas y allumnas reu-
nidas en la grain sala de actos rodeaban a la supe-
riora que presidia la iiltima fieslta esicolar. Lias eldu-
candas, con sus uni formes tan candorosols colmo sus
sencil’los corazones, setmejabain un valsto plantel de
azuceiiias ; sus cabecitas rubias y niegras resdltaban
c : ~!n- h’r x a s paredes. Sus se‘miblanties traducian in-
FLOR SILVESTRF 11

tenisa emoci6n ail escudhair da trilste Idespeldida, el


“Adi6s ail coilegio” &clamado por luna de sus coim-
paiieras . Aquellos versos pecitaidos con exquisita
sensilbilidad, Ilenaban el arnbiente !de sofiadora poe-
sia, y u8nacanmoai6n mdgnPtica parecia recorrer 10s
allineaidos banicos. Desde el prowenio, llena ell allma
de melancollia, la joven fijaiba sus ojos lhenichliidos de
ljgriimas en la estaitua de Maria Auxiliadora y con
voz du’lcisima reipetia es’tosversos que aim mcuerdan
toidas :
“Temo, no is6 qu6 temo, Madre mia,
.”
por lelllos y por mi. .

2QuC poldia telmer la hermasa nifia? AtFlA en !la


puerta del convento la aguardaban corazones tier-
nos y aibnegaidos de quietnles era elllla el h i c o aimor,
el Gnico pensamiento . Temia, sin embargo, temia
las tentaiaiones del munldo COD que la aterrorizaban
las !monjitas, temia llas aaedhalnzas y sluigestiianiesl del
enlemigo de ‘las a’lmas, receilaba de su propio cora-
z6n que ella aidiviinaba lleno \de vagos deseos, de tvr-
badoreis anliePos, {de iniqiuiehdes indeicibles y soibre
todo, teniia por su imaginaci6n siempre perdiida en
la!s niuibes del ensueiio. . . Poc eso, \de srjbilto, una an-
siedtad inimensa se apaderb de lelh.; sinti6 que su
ganganta se olprimia y su voz se fuizdi6 eini un sdlilozo
ail repetir por Glltiima vez ell verso aqu61:

“Temo, no is6 qu6 temo, Madre mfa,


por allos y pcr mi ”
I1

Por el 'mail e'mpeidraido paviirnento de 10s extramu-


ros de la ciudald, troctaba coln extraordinalrim brios
el viejio racin que t i r a h de la carretela. Hubierase
dic'ho que ell coaductolr le tranmitia su i'mpalciencia
por llegar ail It6nmiirm ,del pemso viaje.
Deja'ban &r6s la prAvonilein~taciudad con SLIS ve-
tusltas tsrres, sus pllazas y moaumetntos, suls grandes
casas solariagas y ISUS aflgsstas catllejas )de coilmiail
algpeato. E n el camino se cruzahan con uno que otro
vendedor ambulanbe, coin huerteros y cgescadores que
despuks die vender sus imtercanlcias en 10s balrrios cen-
trades de 'la ciuidad regresalhan a1 hoigar. sus tolstaidoe
rostros en que la miseria y la ruda lu&a por Ila vida
habian grabado sti sellilo, reflejalban /la satisfaccibn
de una faena concluida prowedhoeamente, seghn lo
atestiguahi Ins Anguenas enjutas de 10s a s w s d e
carga. Tal vez en csos molmen'tos la familia les
alguarclaba ainsiioaa, rsdeando 'la bietnl dispuesta mesa
14 FLOR SILVESTRE

con !el [puohero humeante y ell obligado pasitell (de


maiz de Pascua que haria brililar de codicia !os ojos
de 10s pequefiuelss.
Ya en p!ena canipifia, el calmino cada vez 1116s
solitario, pemitia algunas diutracicimeis a1 vilejo co-
chero, que no se cansaba (de adrnirar a su “Cihefio-
rita”, intlerrunifpiendo con f recuen’cia Ita animada
charla de las viajeras colti sus chistes y acertadas
c,bservacilones solbre 10s incidentes del viaje . ITn
gran acoatecimiento era &te, en la vida del h e n
anciano. “Las Chilcas”, pueblo de su residencia, dis-
tnba rnuchas leguas de Reinosa y corn0 ahi tenia
cuanto podia satisfacer sus modlestas neciesidaides,
rara vez ilba a lla ciuidad.
Relmilgio %!is, padre de Antollilia y de Rosa, la
colegiala que con tal senitimiento le decia suslaId’loses
a1 colegio; fu6 alitiguo administraidor de la haicienlda
del Rosario, vailiojia propiedad d e 10s seiiiores de
Sarrniento. L a familia Solis era conociida en toIda
la comarca; de padre a hijo se haibian suceidido en
la admiinistraci6n de las tierras de sus paltrones. No
prvseian pergarninlos ni titulos de noibleza; pero, si,
guardahan la herlmosa traldici6ln ,de fidelidald y hon-
radez que desde afios atr5s venia siendo el idistintivo
de alquella modesta y alntigua faimi’lia. El Gl’tirno de
10s Solis, viatima de enferrnedad iincurabile, quiso
asegurar el porvenir de s’us hijas; pidi6 a sus patro-
nes le venidiesen ‘la casa en que vivia y 10s terretnlos
anexoa E1 h e n seiior d e Sairmienito accedi6 gus-
t w o ; y las dos hermanas, despuds de la muerte de
FLOlt STLVESTRE 15

su padre, cluedaroln duefias de la p e q u e h finca ha-


bitada por sus abuelos.
Pedro Luiis era muy querido de aque'lla farni'lia.
E n uno de 10s frccuentes viajes que en su juventvd
efectuara 3 las coiitas, Reniigio Soilis haMa vuelto
con ese cdniipaiiero "ahango". ( I ).
iQui6n era? 2De d6ade venia? Ntinica lo dijo
Soilis; pero colnio 41 'le trataba con carifio fraternal,
poco a poco todos se habiltuaroin a SLI presencia. E81
forastero.se hizo tan necesaniio en la finca, que de
alleggado pais6 a ser un Ipersonaje iadispeiasable, gran-
jekndose dl carifio geineral tanto por su decidida
adhesi6n a 'la familia como por el profundo inter&
que !e inspiraba tc~diolo relativo a sus proitectores
Este cam no es ear0 elntre niuestrta gente del pueblo,
hospbtalaria por naturalleza.
La carre'tela seguia internhdose por el valle. Al
traves de las zairzamoras que cercalban e'l caiminc,
diviskbanse las verides praderals pobladas por va'cu-
nos y cabablares, las vifias perfeictamente ailinleadas,
las sementeras de trigo doblegadas all !peso de las es-
pigas que prometian esplhndida I C O
caras de 10s meldieros con slus espantaplijaros y sus
ramadais para custodiarlas. Elcgantes casas de cattn-
i:O, meidiio oculltas entre tupidols lboslques o rodeadas
de primorosos jardiilnes ; casitas blancas salpicadas

(1) Apodo que dan 110s campe)silno,s a la gente q u e vi-


ve en las playas.
16 FLOR SILVESTRE

aqui o acui15 en el verde fondo d d paisaje, Izuerlto:;


floridos, ranchos (de tottolra y a~llgunas~despachos pro-
tegiidos por las inevi’taibles varas para “topear”, des-
filaban a su paso colmo en un cinernatbgrafo. A ime-
dida que avanzaba hacia la condil’lera, el carnino,
lleao de sinuosidaides, se hacia rn6s Bsipero y pedre-
goss. Habian dejaido atris ‘laiquebralda idel 2
a h el l s d iluminaba coin ed fectvntdo esiplendor de sius
idtilmios rayos clas sementeras que a1116 a lo lejos pare-
cian un inmenso campo idoraldo.
A1 encihar la cuesta del “~Miradoir”,Gltilma etapa
de SU larga jornaida, 50 Pedro h i s deituvo un ins-
tante ell vehiculo a fin de que dl jatdealnte animal des-
cansara ,de ila dura repetchda. Las viajeras pudierm
admiral- enitonces el rnaravilloso ipanlorama que s’e
ofrecia a su vista. Desde da cumlbre del cernillilo do-
rninahan todo el valle con sius rugosas coilinas, sus
tapidas alamedas y sus diilaltadais illanurals. Ell rio
Verde se desenvollvia capridhoisamente por entre las
laderas idel cerro, y a su paso fertillizalba 110s campos ;
ra allli exuberante, tropical ; las pian-
tats rn6s vigorolsas se rnirdban en sus onidas.
A ‘la tdistancia, Idestaidbase la ,torre parroqutiall del
pueblo de las “Ghiilcas”, y a SIU reidedor se agrupaba
mdtitud de ihurnilldes casiiitas : como d6cil rebafio,
parecian cobijarse a la soimbra bendilta ‘de la cruz.
A un lado Ide la carretera reail, cerca de da seiioril
mansi6n diel “Rosario”, un aspeso ibosque ide arau-
carias, robles, enciaas y eucalipitos, lcuyas oontorsio-
nadais y nudiosas ramas olpoinlian a ‘los rayos dell sol
17

masa, la verde y alegre tonalidad del paisaje.


Con la proxiimidald idell rio Ba brisa halbia refres-
cado. blegaba 1s hora de rnelancalia y [de lmisterio;
la naturaileza entera parecia d q u i r i r cierta religtiiolsa
soleinnidad a1 d’espedir el dia. E1 sol, gran disco de
fuergo, trazaba en el ciielo mill fanitasticas figwas
arrdbolladals que, a1 reflejarse e n Jas vendtes aguas,
lais coizvertia en aaoha faja lwinosa. Unia profunda
quiletiuid invaidia 10s caimps .
Oculto eJ sol tras lhos iilitirnos pkadhas ide la cor-
dillbera, aquell esplendoroso panorama Ye ObUCUrwi6
siibitamente.
Las viajeras reanudaronz (la marcha.
Torcitendo haicia la izlquiterda, dequCs d e cruzar
la reja de lais! icasas del “Rosario”, el ~ c a m i msie bi-
furcaba: una via era la comtinuaciibni (del camho
real ; ‘la oltra se internaba en una corta avenida mm-
breaida por el nutriido folllaije de ~e&e‘PtosBlamos. A
la dereaha y allgo lejos idel caknino, veiase luna pin-
toresca casita blanca, (de construoci6n sencilla, coin
aimiplios corriedones a1 frein’te y, eacerraldo por una
reja de madera, un pequeGo jardin que llegaba has-
ita el catmino. Dos viejos piilmientois servian de ata-
Iaya a ambos laidols de la lcasa ; slus ramas se realina-
ban sobre el techo y se enlazaban con algunas rosas
trepadoras que lucian sus vivos matices sobre las te-
jas idando risueiio aspect0 a la iinloralda.
Cuando ya ‘las soimbras de la nodhe itnlvadian la
camipiiia, el madesto carruaje (de 10s Salis sle ldetuvo
18 FLOR SILVESTRE

junto a 'la reja. Los faitigados viajeros regresalban ail


fin con aquklla que ihabia de embellecer su hogar y
aleparlo coin su presencia.
Renldilda de cansancio, la ado~ra~bilie \niiia apenas
poldia ternerse ten pliie. Cediendo a las instancias de s'u
hermana pro66 algunols lbocados de la suculenta ce-
nia, y medio dormida sle retir6 a su habitaci6n. Ella
henia icolmo un vago recuerdo ide haberse desv1eQtido
y, ya recostaIda en el Ilecho, enitre siueiios haber oido
a su hermana que murmuraiba:
-i Pero, polr Dios! i Q u e flaca est5 la n i h ! i C6mo
me (la hsn devuelto las monjas!
La joven, Lvida (deibernura y de mimos, exaigeraba
su debilidaid para hacerse acariciar . S u liinlda cable-
cita egecuadralda (en lla a.ibundante calb
descamaba linguida sobre la almolhada, y sus fatiga-
dos miermlbros, a1 coatauto (de llas frescas &banas,
a r . E n esa som-
n trope1 de iideas
confwsas, riisueiias fantasias y enicantadorais visicnnles*
afluia a su mente. Ulna duli~esanrisa vagalba en SLIS
entneabiertos hbios, y poco a poco da genltil creatura
fui: sumiendose ea proifvndo suiefio. . .
Ya muy entraQo le! ciia, la IUZ que nlltraw por las
mil renldijas de la vieja venitainla, despert6 a Rosa.
Llena (de soibresalto, paseb i s m miraidais soiolientas
por la nueva habitacibn. Creyhndose aim ea ell cale-
gio, por instinto SIUS ojos buscaron el crucifijo, la
fila interminable de camas, la blanica abcolba de la re-
ligiosa, e inccrrpor6ndose con presteza sobre las al-
mdliadas, estirb ws Men tornealdos brazos, abri6
diesmesuradamente 10s lliedos ojos y s m r i 6 . Esitaba
en sti lcasa. . . i Su casa! Una repentiina ansiedad se
apoderb de ella, La vida nionhtona ideil convento, el
hihito de uiia existeinicia sienipre igual, le h d k m
iiispirado tin involuntaricr ttimior a lo nnevo, 110 in-
cierto, lo ldeijiconocido . Esta aiigusltioisa itmpresiih no
tard6 e n desapamcer . Salitatnldo dell lecho, carri6 a
la ventaiia y maravililalda conitelmpl6 el ipaisaje que
ante ella se extendia. Sulbyluigalda por el encanto de
aqueEl'a radiosa aurora, ya no selntia faitiga ni in-
cluiietud. E81 sueiio hahia devluekn sus fuerzas a ese
20 F L O K SILVESTRE

cueripo javen; curilosa de vishitarlo todo, se vkti6 ri-


piidamenbe y ailegre se lanz6 a respirar al aire p u r a
el oilor a itierra Ihhneida, el lhrillito [de 10s pradcis,
mientras ell sol, ya rnuy ailto, {labafiaba cnteranente
con stls vivificos rayos.
Escuchaba, con vivo ldelleite, el rulmoc campestre
que lilegaba hasta ella : a1 murmdlo cadenciioso de
las aguas y a1 crujir de lais raimas mscidas tpor la bri-
sa, unianise 10s miuigidos #dellais vacas, el au'llar de 10s
perros, eJ doqueo solnoro de las galliinas, ell canto
de ldesafio \de 10s gallois die la veicinidad; y a r r h a , en
10s hboiles, 10s d e g r e s trinols de d i h a s y chingoles,
hacian eco a1 golrjeo de ilos canaries lenjaulaldols en
'el corredor . Toldo [lacompliaicia. . . i Curin feiliz iba
a ser ! . . . Sentia profundo regocijo en el a h a , reia
sin miodvo y sus lurnimtosas pupilas verdies que briilila-
bain cual dhispas de luz, parwiaul reflejar tadas las
Irellez%sde est csplenldorwa y potica maiima.
Rocorrib en seguilda el interior de Ila casa, adsmi-
rafldo 10s ardeilaintos que aldvertia en ella: las habita-
ciones r e c i k emipspehdas, a1 camedor con su gran
ventana abierita soblre #el estero, el miobiiliianiol de Ita
sdlita nuevaimente kapizado y, otra vez, tomalba ai
jandin, no cansjndose (de recorrerlol. Habitam cre-
cido tanto 10s admsitos; 40s claveles. anhmomias y cla-
sines, 101s geranliols rojos y llos ale
ambiente con una verdadera orgia de perfumes.
La buena Antmi'a, ea el co~lmo[de la felicidad, se-
guia sus pasos. Ell'la que tanto habia ttemido que
dequCs d e su iproloagpda amencia la niiiia no gusta-
F L O R SILVESTRE: 21
-

4e dle la huimitlde momda !de sus y d r e s , satisfaoha,


Ja contemtplaba a,hora yendo y viniendo dlena !de re-
gocijo y encolntr6nldolo tcldol tan bonito. E-Iasta
mafadas a Saln Antanlio k n i a heidhas la bueinla mujer
para que la nifia se hahituase a la, vida campesina.
En slus tiltimas vigitas a1 convento la ihabia sentido
tan ajena a sus ideas, tan distinta de elila en la ma-
nera !de apreciar la vida, que el temor dle no c(Jni-
prenderla ya, crecia y la rnortificaba en extremo.
La verdad es que n1:nguna seimejanza fisica ni
moraii existia entre amhas hijas de Remigiro Solis.
Antoaia era aillta, corpulenta, de tez 'msrena, que-
mada por el sol, \de grandes ojos negros que dulcifi-
iaban STI simp5tica ficonomia abierta y franca. Fir-
me de carscter y de espiritu prosaiico, acaso 10s de-
beres que desde muy joven encontr6 en (lavida, le
itnpiJiemn albergar quimeras en su imagiaaciirii, G
.,
q u ' x s , como digna hija de lahradores, no tenia m i ?
ambiciones n!' (m6s horizontes que 10s que su vista
alrarcaha. Si1 rnadrxtra le confi6 ail morir a la pe-
iqutfia Rosa; y Antonia, bella joven a \la sazbn, se
cledici por entero a su cuidado, le sacrificb su por-
venir, rehusando fmmar oltro hogar ea e! cual nlo
pwdiera ser Rosa la soiberana. La mica llen6 en
adelante su vida y stis pensmientos.
Rosa era muy otra que su hermana. Su cuerpo
elsbe!to y armonioso, de formas apenas disefiadas,
sernejaba el flexible tallo de una flor entreabierta.
De collor algo triguefio, su outis era de m a pa,lidez
Y transpareincia extrafias; su nariz, recta y bien pm-
F 23

pudo dbstervar que e i o s L I C d~ l l U b jut: acivdlad6n (ha-


- 1 - 1

bian dejaido profuinldas hiuelllas en e'l bronoeaido ms- 1:

tro de su hermaim1 y que en 61 sle marcaban trzizas


inequivolcas de car

sufrido ipara que ella de nada carelciese ! La plensi6n


en et1 colegio era sdbida; Ihabia lhipoteicas que pa-
gar. . . y, ;lc6mo es que emcontrdba la casa reparaIda
y con talles adelantos? De golpie aandierolni estas
ideas a SLI imaginlaci611 a1 cnnkernplar ese roistro
marchito y fatigado ; e linterrumpiundo de pronto la
canversaci6n. con aquella espontaneidad que sieim-
pre desconcertaba a Ea pacifka mujer, Rosa le cch6
110s brazos a1 cuelllo y besinidolla icoin ternma ile dijo:
-iOh, mfadrinta! iCttdnto has padecido por mi!
icuknto trahajo t-P- ___ hP r-m
- -t -a-k-l o
- ! - -. vx estorv
Pero i - - - - J aaui
I

para campartir colntiigo 10s quehaceres y trabajos


11

que hasta hoiy h as s&reBl\evado t G sola. . .


Antomliia entre r'isiuefia y llorolsia repusio IdetvollviCn-
dale SIUS lcaricias 8 .

-2 Qui? tflablajios, hijita? Si no son tantos!. . .


;No ves qule tenemos quien nos ayuae . I .
, _r \ YT r aaemas, I

2quC satmrian hacer estas imanitas blanlcas que YO no


quiisiera ver estrope
--Pero, 2 tit Crees
enseiiarom las moInj as r - [ i w i x i P K ~ ) ~ s ; IPnrrcmmz CIP

lleno a su n'ueva idea


Ta/mQi& he aprendic
"
tos dom&ticos.-SC hacc:r confites, yemitas [de hue-
24 FLOR SILVEBTRE

vo, hojarascas, lenguas (de gato, a1fajores y-coin


tmlo de %ran imprtaintia-1 empanadas!
-iEjmpanadas de monja? Las quisiera probar,-
exclam6 ‘con sorna Antm’ia, lanzaiido una carcaj ada
quie ahog6 en el acto ail ver da a r a afliigiida de !siu
hermana, quiea, imaginanldo darle luna sorpresa, su-
f ria cruel desiiilusih.
Dejaado el tmo de dhanza, Antonia repiti6 afec-
tuosamente :
-2 Empanadas ? i QuC riicas ddben ser, ihijita ! 2 Sa-
bes? €31 Dolmin1g.o puetdes manIdarile allgunas a1 sefior
mra, quie las (apreiciari comto d e mano d e molnja .
Per0 y’a el entugiasmo de Rosa ige ha5ia evapo-
racdo. La buewa mujer, aunique poco perspiicaz,
camiprmdii6 que la jcwen deseaba correspmdier de
ailgunci m n e r a a w s desvelcrs y hawrse htil en )la
casa .
-Voy a’darte una loawplacibn, qule m’e servir6 de
gra,n alivio, pues tfi s&es que mis mafidnaa son tan
atareadas. 2 T e gustaria enicangairte del gallinero?
-iAy, madrina, que me has didho!-exclam6 al-
boroizaida la joven, Idisiiphnldoi* en un segunldo la
nubecilllIa que oibvcurecia su frente .-M,e gustan Yan-
to ‘lasaves. La im%dreAna me llevaba s i m p r e a1 ga-
llii~nero; es verdald que at1 ppTincipio iba For eistar con
ellla ; era su “idevoita”-i&se~rvN6 con maliciaipero
despuCs liih tarnbih lpor ellas ; habia iun’a plollllita
blalnica a !la que lilamaiba yo Tuiqfuita em recuedo
tuyo: mle conoc:ia y c m i a en mi mamn
Y as! c h a r l a d o Il~ga~rcm
ail ga,llinlero, $ituBdo a1
FLOR SILVESTKE 26

lado izquierdo de la casa. Dieside allli sie d o m i n a b


p r entre 10s jlamos idel icamiiio, todo el pinitoresco
vaJle qL1e se extiienide ha(s1tlaperldeirse (en el horizonte .
1,'olviendo la vilsita lhacia aitrjs, se
esos hernio3islirnos paisajes que ta
nuestro a1dniirable pais. Bajo ell cielo de un aziul in-
tenso, se alza la vende rnonit'afia cubierta de espesos
bosques de arrayanes, linguets, pdtalguas y bolldos ; a
sus pie2 serpleiiitea el estero de idishlinas aguas que
se deslpefian ruidosas por entne l'as p,iddras para
adoamecerise in& kjos en plicildos relmansos . En in-
\ ;ernes anteriores, el estero habis formado con sus
alumones un pro fundlo barranco, en icuyas orillas
crecian airosos 10s coligtiles. las caiias y 10s toitorales
de alterciopelaidzs varais en flor que bajo 10s ardientes
rayos sollares ibdlalban con jureos rnaltlicies . En la Pi-
bera olpuesta y imuy cerca de la casa, una fila inter-
mimble de aiiosois sauces inclinaba sus rarnas be-
f ado el agua que se 'dleis~lizabacon suave im1uirmul;lo
bajo la carilcia dle 10s imiilrnbres floltantes. En 10s ar-
dieiites dias died estio, Ida falm'ilia venia a sdlazarsle en

transfotrmacih del g
Esta as lobra \de fio Pedro Lu,iis, madrim?-
Pegunit6 slmprendida.
i ihaibia de ser el! Si ihabia siido Juanlito Sar-
miento eil que dirigi6 iesos traihajos cuanido viao a
rQParar 4as casas dell Roisapio.
-2 SieImPre tan buenlo Juiainiiito?4nitIerrolg6 con
fi%ida lindiferealciia la joiven, e n tanto que un i n v e
11 Si1\ e s t l e 3
1,untario ruibolr Idiel&aba su tunbacibn at1 relcotndar all
queridol colmpafiero tde su niaez.
-El mismito #de &mp , sin neda de olrgufldo;
venia a verme seguidito. Y o (le cdbaba matie en el
oolrreidor coimo cluarnido era dhico; y 61 m e decia.
“iCuin,do itrae a la Roisia, Anituquk? Me parece
qiue evta casa no es [la misma : es ioolmlo un jardin sin
flolres” . Otras veces mle idcciia : ‘‘i Q u i ! 2No tielne
mileldo que las monGas se la pesqu’en para s i e q r e ? ”
-Y yo lo pan’s6 m i s ide urial vez; pero no tenia
vocaci6n. AldelmAs, un dia que ime probaroa la toca,
me vi tan fea! . . . Todavila si hulbiena sido la corneta
de ‘las hermanas die (caridad! Exa es mAs sentado-
ra . . . afiatdi6 Rosa sonriendo con coiquereria.
--MirenIlia tan presumida-dijo Aatonlia enlazan-
do cariiiosaimeinte el edbelto talle idle la jwen;-y el
traje (de novia, 2creles que te sentari, picarona?
-Hahria que ensayarb-repuso Rosa coln genti!
miahin.
Visitaroin ten tsieguiilda la hueyta.. Este era ell reino
de iio Pedro Luis, y alhi 110 enlcointr’aroln, ea mangas
de camisa, arralnicando las escasas male‘ezlas que cre-
cialn en w verjel hain1 1iimpio y culthado. El buen
riwtico mostralba con angudlo sus primores a la Cihe-
fiinrilta: alli se veiain las amelgas de lechuga atadas
coin ihelbrars de totoras, 110s suculentss repollos cuyas
encrespardals hojas guardahan a h goltas de rscio: el
xpio y el perejil, la zanaholria, y el perfurnaldo or6-
gano; las matas de zapallllo, can sus viatosas come-
t~ amar‘illas, qule Pesaltabain en la alfcmhra de ver-
F L,O11 s LLV J?; S'I'JZ 14: 27

dura; el maizal en cuyas cafias se enlr0l'h~an10s free


joles; Y, alzjndose en tmiedio de las legumbres, 10s
frutales, lais gigantexas higueras y demhs WntaC'i'O-
nes que se extendian ihasba el estero.
11 la &reaha se encoetrabla la vita, nu"e?ra 'todarvia.
--E\ta s e r j para ltus lhijos, Chefiorita,-deciale
Antonia ;-yo no alcmzarC a llograrla .
En el alma de Rosa renacia de niuevo ell amor d1
terrufio; aspiraba icon delicia '10s aromas del campo,
volvia a gustar la alegria impettuosia de la iinfancia;
tba y velnia por entre 10s Arbolersi saboireando la rica
frdta o recolgiendo flo s coir1 el allboirozo {de colle-
giala en dillertad, brillante la mirada, 'las mejillas
eiilcendiclas, admiranldo cuanto veian SLIS ojos.
Por fin, regresaroii a la casa. La andha ventanla
de la colcina, clue colmo en toda casa de campo for-
t i 1 alba cu eqio apartc , p ermiitia divi sar 1as relucienttes
ollas sobre el f a g h encendido, y en! 110s aslcaparates
de la pared 10s utensillios ide coicinia bri'llantes de
litnpieza .
Cerca de la ventajna, una mucihacihta rc - - -> '
taba con gangosa voz, mienltras desgrar
esta tonalda muy an bolga entre 110sihua
"Me hey de comer u n durazno d e pura
me lo hey de comer a sola~s; ser& mi gustc
iQu6 l e ijiste? Naa le i j e . . .
Si no t e quiero te ponis triiste. . ."
llargarita (la Maliga) lhija de modes4
de la 'hacienda que, cargaldos de falr
28 F L O R SILVESTRE

allquillaldo a la d i i a lparra ldairse alilvio, deseimpeGaba


a Antonsia, an 10s tralbajos IdolmCsticois y em las coIsie-
chas de frutos. Peipi’llo, hermano! ,de la Maiga, chico
vivisilmo e inteligeinte, prestaiba a~simis~mo w s servi-
dios en la finlca.

A #lacaida de aquella tande, allgulnials vecinas ata-


viadas con sus tpajes Idorninguleros vinierm a salu-
dar a Roisa. Erain Ihanraldas campesinas, gente de
buen iesipiriiibu que mainiifesltaibain en tada crcasi6n lsu
arfecto por (la faimilia Solis. Habia, stin embargo, enr
tre ellas una que 110 era di tan senici’lla, ni tan bon-
daldosa como las demis: Salbiaa Peraltla, vieja soll-
terana, de calrilcter tan feo icokno su cara; !la suerte
no la ihalbia milmado : fu6 p&re siemipre y poco que-
rid>”de SLI padre quien ‘‘la di6 madrastra”. La hol-
gads vilda de Ainitontiia la lleniaiba !de ecnvhdia, y aun-
que en laparienlcia almiga de ella, lhacialla. el blanlco
de sus blajos senriimiemtois. Por sueflte todos cono-
cian la virtlud ,de la ahnegada hemiana, y aquellos
mponzoiados dairdos le causabaa poco idaiio.
Antonia la vi6 lllogar con reicelo; temia que sus
alfilerazols pudiesen herir a su niiia. Mas, contra su
cotstuimbre, Satbinla esitiuvo muy idliscreta, deseosa
1

tal vez de captarse esja nuleva a m h a d .


Gentaidas eln ell corredolr que mira a1 carnilno, IIas
vecinas plaiticaban aleigremente ten tanto saboreabam
F L O R SILVESTRE 29
-

la rica sandilla serenaa que., lia ahsequiosa Antmia


* .

el gran suceso
“Rmario” .
--Dicen que traen grandes noveades de !as Uro-
pas,“decia lun a de las visita,ntes.-Mi coimpaire
Usebio, que vi ve en frente a las casas, es que k ijo
a, iio Caahi quc: II evdba icoinitaols sesenita ca j oneis m i s
granides que ur1 altar Imiayor, {quehan identrao por la
pluerta del par que.
-Y, 2habis visto vos el mostruo en que ~lle~garm
~ a1 funldo?-dec :ia la Peta coin a’ire espantaldo.
I’
’I -Callite niiia o persinate antes de imentlar e m -
!J interrulmpih iia Cayeitana, la mis vieja entre las co-
madres, que a pesar de sus oahenita afios, {sic Imante-
nia AgFl y vigorosa, trabajanldo a h con ‘la aativiitdad
de una joven. Ek t r e la gente del campo fia Cayetanita
gozaba {degraiI estimacibn; se la eucudhaba camlo a
un orSculo, re5ipetaida y querida de todos; su nurne-
rosa descen<der icia aoupaba casi toidas lals modernas
casitas de inqciilinos y coin propiedad podia PlamSr-
sele “la suegr a de las Chillcas”. Desde cincuenta
alios atr5s ella amasaba la ga’llleita de llos yeones, y
toldas las mafiam s podia vCrsiela encorvada soibbre la
hatea {delamac,ijo, SLI alto y enjluto cuerpo elnvuelto
en amplio trajt? promesero de Sain Antoinio, la fren-
te oprimida c oI~vistoso paiiuelo que cuibria sius esca-
sios cabellos y sendos paridhes de jaibhn’, de colillrlas
de cigarro o. d e hojas de narainjo a amlhos lados de
la frente, tarai-emdo una tmada en tanto que hun-
30 F L O E SILVESTRE

dia en la harina sus llargos brazos seimejantes a e l k -


tilcos codhayuyois. Los peones no slaiboreaban a gusto
la gal1eIt.a si nlo habia ,siildo amasarda por iia Cayetana.
Los aldelantols del siiglo saaaban a &a de qulicio ; poir
eso replic6 con inldi'gnacih a YU inter'locutora.
-Si n o es naa brujs ell que lo nianija, iia Cayeta-
&a,-dijo ld6ndose importanicia Sabina .-Si es el
dhofere, un gabacho que trajeron de Bas Uropas.
-Y ante por lo lmesimo!. . . serh un demonio en-
tolnces, y, si no, ;ipor quC sie tapa 110s ojoa si nlo es
para que no le asomen las dhispas? Y usa bonete tan
alto para que le cubran 10s caahos ! L%i hay algo de
entcantamiienito.. . )Est0 va mal, esto va mal. . .-
afiadi6 la vieja movienido sentenlciosamlentle 'la ca-
bieza.
-Yo lpe atraco a SLI iparecer, 1comadrita.-asin-
ti6 iio Pedro Luis, que, sentado cerca del bra
encendia su cigarrillo de ihoja de choclo.--no soy pa
estas novedaes. Los paitrones con sus aliilantas nos
e s t h blevando la alegria de 10s campos. . . ;Se
acuerda, 5a Cayeltanita, de lalsltr'illlas ide cuaintui? Si
aquello era ,de verse. . . venidan de Itoitikas {partes
10s huasos bien montaos ani sus bestias, luciendo 10s
enc'hapaos de plata de sus monturas cuairinas y su
botas corrionhas, a trilllar a plum yegua. . . Se alzaba
la enramii y entre la cueoa que se las cuspla Icon arpa
y vihuela, el pokrillo de rioa &ii&a 'balya, el traibajo
era una iguilnida. . . Mlientras que agora, a puna rn6-
quina y piteo, slin dar lugar nli pa fpestaiialr, que si
uno sle descuizda a115 le lleva wnla 1mlalno la indina y
FIJOR SILVESTRB 31

quea el infeliz estropeao pa LO& I d V l d . L ~ L U v d i i L a l ,


vecinita, las m&quings van quihiindolle el trahajo a
10s hombres y la 10s jbnutos; dia ha de llegar en que
no haiga trabaio D a el oobre : m&quinapa seimbrare,
> A

miiquina pa segare, lm6quina pa arventare. . .


-iY mLquinas pa sacar pdl'lios ! ! !--interrumpi6
fia Cayetana adzando 10s ojos a1 cielo.-Estoi yo no
10 ;hey visto, pLlv i m l ~1- hqn r n m r t D n C. UTr)hiwe- .aAm
PW,
lL Iv lLUIY LV.LLWV. -, p c(&ni
u-A--

ra h t ~ i l c a d
, est0 no es tentar a Diias?
Antonia Sol lis trababa de explicafles, como mejor
podia, que 6sas no eran brujerias, siho adellantos
de la ciencia : ta'mbib se 101s habia explicado el wra
de las "Ohilca s"; pero toldo era iniiti'l. El huaso es
testarudo, superstiicioso, y da siempre uma interpre-
taoi6n sdbrenaitunatl o fanjtistica a las 'cosas que no
logra comprenkder. Teniaa arraiigada la idea de que
eso atcabaria Imal para sus patrones y h s t n liuhn
algunos que 1)ensarcin incendiar las bodegas que
p a r d a b a n las diabjlicas maquinarias.
L'a cmvers: bcih sigui6 anilmadisilmla; las m i s le-
tradas discuti;En acailoraldaimteinte, hasta que, ya en-
trada la noldhc?, regreslaron a sus viviendas; no siln
que Saibiina hlh i e r a dejadlo 'en! 61 a!ha de Antonia
una aguda esplina. Con fiingida sio
pegunit6 la Rc)sa por su d u d y volvi6nidose despu6s
a su hermania le decia :-j Qu6 flacuwha estii 13 niGa !
;No es cierto I' iY quC (pareicilda a la fin6. . .-afiadia
guifianldo un ojo y moviendo la mbeza Icon aire
compasivo .
Antonia sic:Impre dispuesita a. allarmarse por la
32 PLOR SILVESTRE

salud de SLI henmana, que tankas! zozobras lle ocasio-


nara en SIU niiiez, se inquiet6 vivamente. A la ver-
dald el aspecto de Rolsia en aquellos \momantos nlo
era corm0 para disispar temores ; junto a las fornidas
calmpeslinas, la joven p aim mhs frhlgil dle lo
que era en realidad; s vialkceasi haician m55
profiuados sus 'hermosois ojos verdes, y desaparecildo
ya el tinlte sionrosado que ,a sius mejillas prestarFn
las cariciak del sol, en su selmiblante reaiparelcia aquel
color trnlfermizo que a la saliida de'l coinvelnto afectb
dolorosalmente a Antonia. Per0 h e aqui que ckra
tanibiCn notaiba la palidez anCmica de la niria ; en el
acto renm36 su inquietud, y esita iidea perturbadom
la desrvel6 toida la noic'he. Esta vcz Sabina la hahia
herildo en un p a t o vulliierable.
Eintretanto, Rosa retiralda en su aposenko, ahria
la ventana que idaba a1 din y, entre pensativa y
a'legre se reclin6 sobre . Las cilidas emanacio-
nes de la tierra funldildas en lla snti! fragalncia de las
flores, siubian has'ta ella envolvi6nidola en una atmhs-
fera tibia y delliciosa. A lo Icjos destac2banse Ias
negras siluetas de 10s 5rboles del calmino entre 10s
wales bri'lla!ban, como luci&rnagas, las inciertas lu-
cecitas de 10s randhos vecinos. En e! e5tx-o cantahnn
las ranas, y 10s grillos repetbn intansables su grito
esitri dente.
Emibeiblida el alma an SLYS ensuefiolsi, Rosa. con-
teimpllaba el solemne e9pectAculo de la tran4quila no-
che. Nunca le habiaii parelciid$o tan profu1:do el
cielo, ni taln fiilgidas las estrellas. Sentia la dicha
FLOR SILVESTRE 33

de vivir, la poesia del campo la eiiibriagaba. Desva-


necidos todos stis temores, disipaldasi sus dudas, es-
cribiria a sor Ana refifiikndole cuin feliz era!
Poldia ldescansar tranqluila. L a paz de la nlatura-
leza Cdorinida caia colmo
IV

-Cukteme mhs, 130Pedro Luis,-suplicaba Rosa


mientras cosia ea el corredor del patio; y el viejo,
conduidtaa SLIS faebas makina'les, p r q a r a b a su mate
junto a1 igran brasero de cobre.
-No me canso \de olirle 'hablar de mi madrecita
querida,-dlijo suspiranido la joven.
-Vos te'habiais (de cansar y yo, en la via. Que me
parece que la vedo cuatnldo la trajo t u padre en el
trigurin. . . trilmiburill . . .
-Ti!buri,- corrigi6 ella sutavemenke .
-Esa rnesrno es, replic6 el viejo nevoltviendo el
mate con la. bombilla.-Tiu taita, el finao don Re-
migio, a o fquisotraerla en la carretela y el patrtrn se
lo empresit6 pa que vin e con la novia. Y o me
habia quedao en la =sa:-Andi, me decia el finao
don Remi, pa que seaiis: tesltip-Y, 2 quC imonio voy
a pinkar aJl'lA? le decia yo; nunlca me hey eleganteao
y no quiero averlgonzar a nailden. Y me quede
vito volatba, que si vuela, a1 Viro lo pesco yo pa que
no se ernurentase tu maire. Apeniitas me ha'bia lavao
otra vez las manos, cuando suenain 10s cascabeles
del cotche. Corriendo, Pas eldhoi pall Ipolrt6n, entciendo
10s collietes en el tarro de Ihat,a y 'me ailanto a saluar-
7 .
109. ~QuCvivan 810snovim., e _ ^ -- \--A:-
--:A- 1, 1,
P I I L L YCII 'IIICUIW ut: I& YV
0
__
niajera de 10s coilietes y mie que01 atragantala en la
miit& a1 ver abajarse aqtie
hasta aide a mi madre del CallllvrlLL c*IIuuIv

el viejo NdELndole unas a h u p d a s a1 <mateque ya se


einifriaba er1 sus manoa. DesguCs de una pausa prosi-
gui6 :
-I3 oqu il;
me estir6 1
;Ctvmo le 3Ld.-I yut: v w L Lall la Yuyn, bllcllv
lllIlul~

&a! ;Habis vistoi vos dos pidhones haici~6n~doseel


amor en la primavera con ese rua-ruhl de aibejitas?
Asi me le palreci6 su habla la ,primeIra vez que la
oicle --Alientac 3, sefiorita,-leb ije yo.--AbrAzala,
pus, ~hom1bre"--me dijo dlon Relmli, rempujAn,dome. ..
MAS antes me habria mulerto lque tocar a $mivirgen-
cita. La slefiosra Kntuoa 1eslraD.a mas a a a ; mluy armi-
A s , I I 1'

donAa y bizarra, le anlsefiabba toiiltita la casa em-


pintAa blaaca, como algora, y llena (de flores. Ella se
v

reilda no \rn& y rniraba a doln Recmi con ajitos frua-


cios.
Sonreiase Ro
cordaba alquello,
~610SUPO gozar c:oa la fel!iciNd,ad a g e ~ a .
36 FLOR SILVESTRE

Y , mi padre, <que d e c i a ? I p giuinit6 con inter&.


-Se reida no m&s, Chefioriita. iOnde nO (siiba a
reir el muy afortuniao en coslelchar esa lindura ! . . .
-2 D6nde la Iconoci6 61 ?
--En Reinosa, oinde don Polrtunato PCrez, que
la tenia pa ensefiarle a 10s nifios y aholrrar en escue-
la; ldeciain qule ella era normalista, Imis no sC. . .
Toiritos 10s fuitres quibialni a la casa se einamoraban
de ella; pero como era pdhre y honr6 no hallaba
suerte. Hasta que lleg6 el finao don Rlemi, que se
golvi6 loico por ella; se la pidi6 a la patrona y se
pasaron po'r la iiglesia y por el civil, coniforme Dios
manda,-agregb el viejo dmescubri6nidose a1 nolmibrar
a Dios.
-2Y esitaba contenta ella en el campo, Go Pe-
drito?
--En'tonces no lo echC de ver, pero enldei cai en
la cuenlta de que no se reida ltanto ccmo reciCn ]leg6
a las "Chilcas". Su risa era de verla. 2Te habis
fijao vos cuanldo esti niublaio el cielo y lasi niebilas ta-
pan al sol? Cuando ella se reijda, me le figuraiba que
era e'l sol que se asolmaiha por entre las niLi%es, edha-
ba sus pestafiazos y se escondia a1 tiro. . . Los &as
pasabain y me decia entre mi colrazbn: iCu6nto dia
nublao! ya no hay pestafiazos! Y era que ella estaba
tristte. Pero, pa qtlC te cuenlto imk, si ya te lo hey
coiiltao repetias veIces-afiadi6 entristecido fio Pedro
Lulis, que siempre se cortm'ovia a1 emcar esos recuer-
(105.
-Cuente no mA>, Ao Pedrito,-in~si13iti6 Rosa, al-
F L O R SlILVEETRE 37

do yo iiba a nacer, 2 1
-Se lo pasaba co
I .

c'iiudad y errtonces eran de ver 10s pestafiazos que


echaba mi sol ; si eran c(3mo de a ouarta ! . . i Pobre
Remigio, quC quererla tuLLLu. 9n'tnl $; tnn .-
I P n a r p c i a =--.
cvv L2-A--A-
nrrn
pa elba. i h s i es la via ! . . .-suspircj el buen anoiano,
y luego prosiguih :--Ella queria ten<:r mujenciita y le
salicj su gusto; erais igualita a la fiinlA, menlos en el
pdo, que ella lo tenia riulcio y vos negro. azalriitudu
. I - - - ^
cu-
mo el de tu paire.
Despues de una ligera pausa y con voz lenta Y
trCmula continu6 :
--Un dia, sin haber pa quC le entr6 la calentura,
y nli el dstor, ni la nieica, ni 10s sanitois, ni el Imes'mo
don Reini la pu'dieroln sujekar en este mundmo. . .
Estaba de Diols que se 1,a llevara la pel&. Antes de
largarse 'pa la otra via me decia la fin&:-"Te la re-
coimiendo, Pedro Luis, ct3idamela muiuho . . ."
-Y asi lo ha cum~plkduUid.-repuso b joven co-
gihdole cariiiosamenite la mano.
-Y a don Reniigio que lloraba la '16grima viva es
que le decia :-"IJijo, (no la eduiquis pa sefiorita, que
no sea muy IetrA, que si610 aprienda a ser buena y
harm-5"- y otras recomendaciones que yo no entendi
bien. Y , asi halblando con toos y enlcargkndoles a la
creatura, que era too su penslar, sie fuC la fin12 a1
aclarar una mafiana, dejAndolnos a t oos suimios en el
dolor,-concluy6 el giejo icon a p a gido acento mien-
tras se mtjugaiba Una 16grinia con la manga de la
camisa .
-iPmabre m d r e mia! sulsjpir6 Rosa.
Quedaron ambols en silenlcio. Parecia que el duke
espiritu de la muerta gravitaba sobre ellos, !OS em-
volvia en slus alas rnisteriosas, e iiafundia suahiisima
quiatud en las ahmas i,ngenuas que ssi 'la recoda-
ban.
Mudhas veces habia escudhaido Rosa Ja triste his-
toliia de su madre, y siamipre coln la rnism'a mezda
de placer y suf rimiento.
Su romSntica imiaginaci6n se perdia en conljeturas
acerca de :a cmta vida de aquklla. ;De d6nde venia?
2Quk cincuns~tanciasla trajerim a Reinolsa? ;Si ama-
ria a otro y no pudo ser feliz?. . .
Asi divaga'ba YU melnlte en tanto que sus 5gIles
dedos seguiain bondando el precioso mantel que
adornlaria el altar de la parrolquia.
D i s i p d a la emoci6n, el viejo se preparaba un
nuevo mate.
-2 Habis estaa en las casas ?-pregunt6 de pronto.
-Tadavia n6; pero lhe visito a las sefioritas y
me han saludalde con mu&o car'ifio.
Las habia visto el dolmingo, cuando su entrada all
templo haibia producido sensaci6nl en el devoto pri-
blico de la alldea, p e s llevakan cuibierta la cabeza
s610 por trarwparentes vel'illos, y olyeron 'la misa casi
entera de pie.
-iY era de que no fucran amables cuando te
han visto nacer! A4goraparegcen galbaahas y no mi-
F J A O B STLVESTRJ!: ::9

ran a naildei1. De seguro que don Juainito siempre


ser5 lo mesrno. Tzmbien es cierto que 61 no ha eido
a las Uropas! . . .-agreg6 el vieijo, para el cud1 to-
dos 10s male:s veniaini d)e esas lejanas tierras.
- A h I C Uiando 61 paslara su viidia en Paris creo
que no cam1$aria en su manera de xr.
-Estkis 'hablaaldo colmo (uin ilibro, nifia. Siempre
me acuelrdo de cuando la nifia Gracida te visti6 y
te a(cical6ccIn sus eilegancias y don Juanito cmtusias-
rnao es 'que le icia a la patrona: M a d , mam& si pa-
rece una ChIeGorita rica . . . ;T e acordaiis, diiquilla ?
Y desde ese dia te bantizaron con elge moite . i Tanto
que te quer.ian en has casais! Pa qui6 digo ni6 don
Juanhto ; Cse se lo plasaiba aiqui 'no mSs. . . Ende que
L

swpiiste and;ir, 61 te agarraba de la mano y se iibam


por 101s polt reros cdmo dols tontolitos. La sefiorita
Graciela, t r aia a sus airnilgas reinosinas, muy arre-
b o k , a pas a r el verano a las casas; pero el niiio ni
juicio, les lhacia y venia a jugar coin la Cheiiorita,-
aibdia feliz: el vGlejo frothdose las manos.
--Y me traia libros de cuentos que juntos leia-
mos a la soImbra (del sauce llorhn, la lla mtraidita del
estero,-cor ltinzlabia Rosa, can lia mirsda perdilda,
tratando de hacer revivir las escenas que recordia-
ban.
-Y alili 110s encoatrdba yo a la gue'llta dell t r a k j o ;
de 1ej 01s ve ida reluknbrar la cabelcita mcia del pa-
1

troncito jui1to a la reniegria lde m\i aifia, tan &&e-


bios ambos en (la letura que ni mis pasos sentiaQ
cumdo me alcercaha. La sefiora Aatuica rabiaiba de
40 FLOR SILVESTRE

lo lindo, contra las leturas, que pa na servian, de-


cia ella; y yo le icia: Ejeda que respire el aide der
campo, que ya las monjas la p o n d r h Ctica de tanto
tenerla encerr5. Y asi no I d s resiu146; es precis0
gollver 10s cdores a esa carita de an!ge,-agregb fio
ndose y dindole una cariiiosa pal-
mada en la mejil1a.-La conversa est& guena, nifia,
pero en esto 1,legala paltrona, y no hey dno la guellta
a1 dhiquerillo de 10s cliancihos. Iriasta agora, Chefio-
r4ta. . .
-Hasta ahora, 60 Peidrito,-repitii, Roea si-
gui&dole con la vista halsta que se perdi6 siu encor-
vada silueta entre 10s &holes de la liuerta.
JCuAnto queria ella a su viejo amigo! Con 61 ha-
blaba de su madre, tema que pcr del~icadezao corte-
dad poco itrataba con SIU ihevmaiia ; ademhs, coin An-
tonia sieimpre en mo~viilliie!nitoy que no se daiba un
momento de repoiso, poca oportunidad hallaba para
entalblar y maiiteiier una conversaci6a.
-& de !as que no cal'ienta asknto,--so!ia decir el
malicioso viejo. Con Pedro Luis, en oamb''io, sie sen-
tia mas uinlida de coraz6n; compendia cuintos rte-
so,ros encerratba ell a h a riistlica (del h e n anicianco y
con 61 evoca'ba todos sus recuerdos.
HablabIan Itambikn de Juan, del colrnpafiero de 10s
primerols afios, tema iinatgotabde, pues todos lois epislo-
dios de su niiiez, sus j u s iinlfatnti,les, sus grandes
a1egri a s, su s p eiqueiioisi res y hasta 10s caisltiigois
que ahguna vez se le impusieron, estiahan iinltimamen-
te lligaldos a SLI recuerdo. A lois o j m de la pequefiue-
FLOR SILVESTRE 41

la, Juan Sartnielzto ftuC dempre urn ipersonaje de im-


portancia no sollo por su posici6n solcial, silno p-su
aguda y superior intelilgelnicia, ante la cual enrojecb
la pobrecita persua(dida de la propia ignlolranldia . Por
eso cuando se haM6 de llevarla a1 colleigio, acept6
gustosa, con admiirad6n de Antania que nunca cre-
yh que la regalona dhiquilla quisiera de lxten grado
sapararse.
A1 volver ahora coin conolci1mienltos muy s q e d o -
res a sw mediana coinldiici6n, 2quP panisaria de ella el
fogosomuchaoho convertido ea apu
avergonzaria acaso de la anitiigua almisitaid ?
Absorta en sus ideas, nli silquiera uinti6 que la
costura se le deslEzaba de las mano’s a1 sualo. De
sithito, el ruido de 10s casicabelles de un cache y la
solnora voz de su hermana que daiba la bienvenlida a
alguiea la sacaron de su einsimismamiento. Preuuro-
sa, recogi6 su laboir y corri6 hacia la puerta.
De un tonneau, deteniido frenite a la reja, des-
cendia con soltura una hermosa joven. DespuCs de
entregar llas riendas a su pequerio “groom”, fran-
clue6 la puerta del jardin. Ah? entr‘e las flores, aique-
lla magnifica slilueta femenilna resaltaba como una
radianite apanicibn . Vesitia irreprohuhable traje de
franlela ljlaaca con rayas negras, que modelaba su
edbelto y fino auerpo de formas llenas y deliciosas
curvas ; ennralvia su somlbrero de pafio suelto un es-
peso velo que la ibrisia plegaba y desiplegaba a su ca-
pridho. E1 delicado 6valo de su rostro se veia mluy
blanco bajo la profusa ca’bellera rubia lcomo el oro;
F’h Gilvestre 4
42 FLOR SILVESTRE

ojos azules prolfundols y luminosos, graciosa hoica de


laibios enceiadidos, ebiirneo; dientes y fiaa n a r k un
tanto arremangalda dailjan a SILTexpresiva fis;olnornia
un aiire picaresco que no desdecia un puntto de aquel
Gueripo Agil y garboso.
Nada de soriador o melanc6lico en ella ; antes bien
una exuberaacia de vilda, una peryetua necesidad de
movlilniiento, la miralda alerta, dedidida y la imagina-
ci6a ipoblada de fantasias.
Vanitdosa cual suelllen serlo las rnujeres hellas, son-
reia satisfecha ante la admiraciirn que leia en el ros-
tro de ambas hermanas.
-Dichosos 10s ojos que mermen verla por aqui,
Gracielita,-dijo Atntonia colrrespondiendo feliz a1
amable saludo de la joven;-<y la lmalm6, alenta-
dita?
-'I'odos buenos, graciais rnill--rapuso Graciela ; y
voIlvi6ndo~s~ea Rosa que coin timlidez se olcultaba a
mledias tras SLI hermana :-Y tG, Chebrita, 2 c6mo
est&? H a s crecido enlormemente mientras yo estuve
en E$urqa. Tanto tielmipo sin vente! Pero, quC del-
gaducha est&, chiquilla Ihuena rnma,-afiadi6 abra-
z6ndola coin carifio.
-Estuvo (coa influenza 'en las mcmljaa y no se ha
PapLieqto del todo. El1 (dolc'tor dice que el aire del
camipo'la robustecer5 y le ha recetado bacalao. . .
-iRacalao! Atrasos de m i l e . H a y que d e i x
chrar a la Nnturale7a. cdmlo ldecimos en Paris. ;Aca-
f3Isia io que t5 tienes? EGOes de lo que
yo Csttoy sufrlienido.. .
F L O R SILVEETRE 43

-Pel -o Ud no pairece enferma, Graicieliita; tiene


alliora t:in lindo color, Ud. que era m5s bien palidita.
Graci ela solnri6 can malilcia. Bien sabia ella cu6n-
to 'le 'h; s e a una eleigante
perfulmc:ria de la rue de la Paix.
-2 N o se sienta un ratliito, Gracieliita?-dijo An-
tmia abisequiosairnentte .-Rosa, itrate la pdtrona de la
salita ; c quiere que dentreimos (para dentro?
Arrel lan6ndose m la c6moda butaca, la .ioven ma-
ni festaibra SU saitisfacci6a :
-Qu C bien se est6 aiqui,--dec!a,- en miedio de
es'te jar din con sus flores tain lindas, tan fraigantes y
que viv en a su captiidho, ilibres de la otdliosa tinania
de un jardinero profesiomlatl. . . Y , jc&n bonito
efeldto Ihacen esos he'l'echiois coilgatdois die las pila-
res!. . .
Era dsta una artisitica idea de Rosa que halbia
9

piintado alquellos icallabazositrantsiform5nidoJos en ma-


ceteros colgantes. Deside que la niiia habia vuelto,
la casa tenia otro aqectol: ella poinia todo su entu-
siiasmo en arre(g1arla con su inntato Queln gusto. Las
cosas rr15s sencilllas y vu'llgares, arregladas por ella.
adquiiri:iIn edegaacia ; diistribuSdoa icon gracia, un bor-
daido sch e tal mesi'ta, coljinles de iteIas atnitiguas. di-
bujos y cdeografias colocaldoa alqui o acuillfi. todo sie
transf 01 rmaba y embeNecia all contact0 de sus manos
de haIdaI . Como las avesi que busicain hiladhas y paji-
tas p a nt conlstruir sus nidas, e'l%i rmorria la casa y
n'0 sre s;&a! c6mo ldescuhcia tantas cosais piara ador-
44 FLOR SILVESTRE

narla. Gon su p sentcia Rosa trajo no s610 ale-


&a y juventad a la imiolrada de sus ipaidres, sino tam-
biBnl eincaato y poesia.
-2 QuC han sahido de Tuan~ito?-preg-untci Anto-
nira de pronto.
-La esiperam'as de u n momento para otro: palp5
est5 coinltentkiho y olngulilolsol 'de su flam~ahtleinge-
niiero. Todoa 101sdias &ace n u e w s prcyelctos para el
porvenir de Juan. Se diria que no time otro
hijo.
-Es que es taln cumpllido ell niiio. . .
-Es verdald, Antuquita ; ninguno lm6s sedi'o y es-
tadiolso lqiue 61. T6 no lo vas a coniacer cuamdo lo
w a s , C?heiioini'ta. Est5 enlorime d e &a, y con1 cl' bigw
te mbio es itoido un buen lmozo. E n Sainitiaigo, tienle
muQo partido entre 'las nifias. Hay luna a quia
se lie cmoce por encirna d'e ,la ropa 110 eaaimara'da
que est5, y es &a justamlen$e la que le dcstinan en
caw.
-2 La yeiior'ita Elena Santib5fiez ?--l)relgunlt6 An-
tolnia.
--Ella miwna. Pasar5 con nasoCros el verano v
ev-mmnols que Tuan sabr5 corres!polnlderl'e. Mi her-
mavo es ODOCOamiqo dell flirt: mle imagino que la4
niC1aq T' o iatimidan.
En sequida. miraindo la hora ein el reloii de si1
nut sera. exclIam6 :
-iMom Dieti! CBmo sin 3entir se me ha pasado el
tiemPo, dharIando Icon ustedes. Maim5 te mandci iin
FLOR SILVESTRE 45

ldito, Rosa; deslearia nI--


.I
i l e fueses
------- a
-
remendarle
uno,s stores de encaje Id e mailla. . .
-2Esitores ? i Esteras sierh, Gracidita !-cornigi6
An1umlia.
-No, Antuca; storc, UYII. . . L------ -- --
e s\p:aiiol ? Esperen. . . Transpanlentes de ventana,--
dijc) por fin colmo si la palalbra acudiera A n ;mhmnr;cn
UL I l l y , V Y l.J"

a siI niemor1ia.-Sufrieron aligo en el 1Fiaje, y m a d


crec2 que s610 tus prolijasi manois podr ian enmendar
el dafio.
-2Por quC )no10s mandaln para ac:a ?-.pregunt6
,latimida nifia que se iosario" .
-1mpolsible. Y a estan cotlvcatdos en el salon y
. . I

como e1 bordado es en la partte tbaja, tzi podrias con


facilidatd arrelgllarlos ,ahi misimo.-Y coigiCndda mi-
gablemente del brazo
-;Par quC no gu Cihehoriita? ;Qu& no
nos quieres conio antes? Yo que {pensaba tenerte
algunos dias all& para Imostratrte todas las novedades
que trajimos de E u r q a . . . Vamos, Rosa, dime que
irk, : maimii te lo agradecerii tmito.
-Per0 si yo no sbbalbuce6 Rolsa resistikndose
aim.
--iChmono has de saber, ni&
i Si viera, Graciel'ita, 'las liadiura:
traerle u n a . . .
-0tro dia, Antuca; hoy no t
Graciela reteniCndo'la 2 Enfiotnces
i r i s ? 2 C u h d o , Chefiorita?
46 FLOE BILVESTRE

-Esta otra semana,-cmtesito por fin Rosa.


-Bueno. J e nze sauve!
Inniediatamente Graciela suM6 a1 carruaje, cogio
el fuste, las riendns y grit6:
j . 4 ~vc:foir la concpuynie!
-2 Que5 decia, Gracielita ?
--Nada, Antuca; es que a i Paris lme acastutnlx-6
tanto a1 franc& que 'iilo repparo con qui& habio
Adibs, Xntonia, aclibs, Rosa, hasta la viis'ta;-y fus-
tigando a'l hermoso al'azin que pialfaba 'de ilmpacien-
cia, desapareci6 en una Inube de poll~o.
V

:na limpi-
nubecillas
M U LuIl1uc~IlIcllLt: Id ~ l l l l v l t ;uc 10s vlzioi-

Una ligera brisa mecia la copa de 10s


rescaba un Itanto e’lpesado ambiente dell

tdo la puertecilfla del jardin, coin pvesto


ria Rosa por la aalcha y fresca avenilda
tslas” dell “Rssario”. A1 fvtente se veiam
ones y detrjs de las tapias derruidas ain-
ros y bodegas aban’donadas.
ha, en el Angulo que formaban la corta
os Sollis y la a r r e t e r a real, vlivia Salina
suerte la liabia colocado en esa posici6n
k s d e la cual podia atisbar cuanto occi-
IS carnilnos, circunstainlcia que la lmaligna

c(ha1ba paria discurrir sus chismles y en-


48 F L O R SILVESTRE

&.eosa airavesb con sigdosos pasos el camino. i Va-


iia precaucion! Ya, por entre la cerca, 10s penetran-
tes ojos de Sabina la lliabian (descuibierto, y exami-
nandola de {hito ari hito le lanzaibia UIL amable sa-
hdo:
-2A doiilde va Itan enigreida y tan paradita en el
hilo?. . .
La jolven a quien la vi a inspraiba poca silmpialtia,
apresurd, el paso y apenas le devollvio el s a h d o .
De cada randho (de inquiiinios salia lia gente a la
cz.lriosidad : niiios descalzos y harapientols, mujeres
entregaldas a sus faenas dom4sticas y uno que otro
ocioso se asomaban por las pircas o trepaban a ellas.
En ,su calmino se cruzalban carretas cargadas con
rnieses, cmducidas potr sudorosos peones #de ojolta,
que aipuraban le1 tardo paso de 10s bueyes con lapgas
y agwdas picanas, y con arrieros que bajaban del
rnoinlte guiando la tropa cargada de lefia. Los campe-
sinos la sialudaban alzando SIUS ppalvorosas hupallas ;
leis contestaba risuefia y lellos voilivian una y otra vez
el rostro para admirarla.
I,a jolven vesitia u a siencillo traje de brin claro: urn
solmbrero de gruesa paja, adornardo con m d o s de
gasa color rosa la prolteggia conltra el sol. Las correc-
tas linea9 de su cuenpo prestabaa graciia a su traje
toscamente confewionado y ann la rGst4ca chupalla
tomaba atire coqueto solbre sus ahmdantes cabellos
recogidss por !a Inma en gracioso mofio. Con su ros-
FLOR SILVESTRE 49

tro juvenil, teiiidas las mejillas de un Iigero carrniii


que hacia resaltar el lierimso verde de sius ojos, f or-
maba un conjunto dilgnlo de atraer lars miradas de
toldos.
DeslpuCs de salvar las rejas dseil parque, se inte mi,
con timidos pasoa poe la boscosa arventilda de acadi'as.
Tan tupida era Csita, que su raimajle folrmaba un toil,do
de verdura sobre lals cahezas; a1 final de ella, y I: r-
cundalda por primolrosos jardines, divisAbase, colmo
una mandha Ihnnca, !el solar de 10s slefiores de S#ar-
mi ent O.
I,a vegetaci6ri e s alhi de una lozania tropical: las
plantas m6s vistoislas, 10s m6s raros arbusltos, ilas flo-
res m6s bellas se levantan a profusih. E1 celdro del
Libano se alza junto a1 castaiio de la Indiia, la d elii-
cada cica viene a cobijarse de las heladas bajo el per-
furnado alrrayAn; las palmeras ondulan all5 tan esl,el-
tas y gentiles como en su tierra nativa. Multitud de
esltatuas distribuidas con a r k alnlirnan las diversals
aven ildas ; rLi' sticos p uent eldill1OB, i egen i osamlente cotns-
truidos con troncos de &-boles, atralviesian el ca nal
que se acuI'ta entre gilgantescos ihelaclhos y Ibamb'i es ;
escafios de imadera y c6moidas ihaimacas invitanz a re-
posar bajo la sombra de 10s chirimoyos. E h un ckilro
del bosique sle exti'entde la nueva lcandha de tennis, el
croiquet, y m5s lejos a h se balanoean 110s columpios
para 10s nifios . AI fordo del parque se aha un vic:jo
Idinscn enteramante culr,ierto de susipiros desde ell ciual
50 F L O R SILVESTRE

se (domina boda la campilia : es u m reliquia en aiquella


casa, y sius dueiios cmducen alii a todo viajero que
visiita el parque por prilmiera vez.
Todo elogio, gor exaigerado que rparez’ca, resulta
pAlido en presencia de las multiplies bellezas que en-
aierrain estos lugares en 10s cuales la mano prhdliga
de la naturaleza, unida a1 esimeraldo trabajo del holm-
bre, ha heoho maravillas.
Don GuilBermo Sarmieato tenia verdadera pasion
por las flores ;e n conseguir las mas k l l a s habia gas-
tacdo sumas enormes y a 61 se delbia principalmente
el conjunto admirable que fchrmaiba el parque.
Casi no habia &-bo1 alii quce 61 no hwbiese plantado
y en el que no tuviese puesto su carhfio. A la sombra
de ellols se seiitia defendido como por fieles m i g o s
con quienes conversafba y a quieues muchas veces pe-
dia consuelo y serenidad.
Creando esm lugares de sollaz y meditalci6n, don
Guillermo habia campren~di~do la necesbdaid de arran-
car a la Zbsorbente actividad de la e h t e n c i a huma-
na, iwa parte propicia a Is conteimplacih ‘de la na-
turalreza; y as?, cada vez que sus mulitiplies tareas se
lo permitian, venia a distraerse en medio de
ella.
E r a el sefiior de Sarmienltto, Gniao lhijo varbn de
antigua y noMe falmlidia chilena. Muertos sus padres,
hered6 !a hacienda {del“Rosalrio” gravada con fuer-
tes hipotecas que paulatilnamente f u C amortizando
can sus honorarios de albogado. Sin ser un lumbar,
FLOR SILVESTRE 51

f u4 siempre lo que llanian un Ihoiniibre af orltunacdo ; a


un juicio recto unia graii cgpacidad de trabajo y gra-
cias a su constamcia pudo surgir con (mas Cxito que si
hu'biese poseido imudho taliento. Con 10s siuyos era de
una terniura rayalna en ldebiliidald mando se trataba
de corrcgir :jus defectas. Muy jo,ven c m t r a j o matri-
.
nionio con una ihenrnosa nifia, de gran fam illia saatia-
3 ,
guina, a quieii solo liaDia traitauo en media
I , .. docena de
bailes y paseos. Grarude fuC su dese'ncainto 'cuando,
enthiados 10s prilmeros a d o r e s de la pasibn, vi6 es-
fumarse sus itdeales . Su eqmsa, ldofia Rafaela de Al-
bollnoz, <:ra Ibuena, siuave de carkcter, pero (je una f ri-
volidad 1transcentdental. Educalda s610 pa ra ser bo-
* . .
iitilta y lucir en 10s sailones, clestinada !pa- su madre a
una bod:I brillante, apenas eshudib rotro ant e que el
de acical arse ; d'e modo que cuando 'don Guil lermo la
L . ,
trajo a Eieinosa, no haiianiuo .. 4

en que emplear su tiem-


po y falta <delas diversionest y bulll'ido a que estaba
acolskumbrada, pronto se sinti6 rnorta'lmente triste .
Destest6 !a traaquila vida de proviiicia y sus ridi-
culas y rat 3 la
comprendi ijos
que vi~iiieru~i cl d l C g I d I ri I I I d L I I'IIIUIIIU p u i r r u u riiiti-

gar su vehenientle deseo de resiidlir en Santiago. Sin


embarlgo, el tiempo, que todo lo trae en sus vueltas.
colm6 ese an%eloen forma que superaba sus m i s tlc ,-
inedlidas esp'eranzas ; 101s pi-6aperos negscios de tloii
Guillernio le permitieron nc sa10 inlstalar una espl6n-
h
52 FLOR SILVESTRE

ail viejo mulado uln delicioso viaje {del cual reoikn re-
gresdbam.
Cuatro hijos ~embeillecianel maltriimonio : Alicia, la
mayor, linida jolven de inte'lliigencia lmediana y carAc-
ter ddbil, enteramenlte dolmirnada por su madre, con-
trajo matrimonio can Mariano Flaman, jolven bri-
llante y de gran nambre, ipero con un gran patrimo-
nio de vifcios.
DespuCs de tolerar como unla mkrtir tolda clase
de ~liumlilllacionesy de siufrir en siieacito por mas de
cuatro a h s , re~gneisibpor ukimo a1 hogar paherno con
do's ihijitos que eran el emibeleso y la alegria de don
Guilbe~mo.
Raberto, el segulnido, era un dandy egoista y vivi-
dor, que so pretext0 de concluir sus interminables es-
tudios de abogado, a n d a uti1 se coacretaba, deva-
nando SIU vida enitre el club, las carreras, lois ainigas
y otros pasatiempos colstososen que derrochaba a ma-
nos llenas el caudal paterno. Do& Rafaela tenia ado-
racibn por su hermoso primagkniito y siemipre discul-
paiba su pereza, ,sus calameradas, a fin de evitarle las
severas rspransio~n~es de su JSQOSO.
Ya conocemos a Gralciela. Su porvenir era en csos
motmentos objetoi del desvelo mate'rntall, (pules d&a
Rafaela Itemia Icon sobra de raz6n que la aifia, de
ideas muy avanzadas y carActer en extremo indepen-
diente, nlo ,sie doibleigara con tanta fadl'idad coin0 Ali-
cia cuaimdo se tratase de casafla.
Juan, el 'menor, era 21 idolo de su padre. De inteli-
54 FLOR SILVESTRE

y su seriedad precoz, alej6ndoile de las canltinuas


zambras en que sus colmpafieros se perdian, lo sal-
varon de innGmeros peligros.
Juan colrrespoindia con creces a1 aceimdrado ca-
liifiio de stu paidre; y tan estredha analolgia de ideas
ligaba a ambas, que a pcsiar de la completa libertad
de acci6n en que dejaba don Guilillermol a su hijo,
Cste le consultaba siempre y acataba sus decisioees.
Existia entre ellos la confianza de dos amiigos, y
m5.s de una vez, paseando For las avemidas dell par-
que, Pbelgaiban hasta la casa las sonoms carcajadas
del caballero divertido con cualtqu'ier chistoso cuen-
to del mucbacihol.
Don Cuillermo le esperaba coin1 iirnpaciencia en
estas vacaciones. Ya era ingeniero. Ahoira le toca-
ria luchar, avanzar y segurir adelarnke. . . El no du-
daba 'de que su hijo conseiguiria cuanto se p r o p -
siese; adem5s 61 ayudairia all mudhacho en cuanto
estuviera de su mano. DesrpuCs, se casaria c m una
nifia huena, intelirente, qule ihiiciese su feli-
cHdad.
Edificando casitillo~s en ell aiire, colntinluaba don
Guillermo su paseo ctiotlidiano por las avenidas del
parque, su alta figura un tanto encnrvada, crtlzadaq
las manos en la. espal'da : su seimblanfe respiraba no-
blceza y serenlidad : sus ojols, de un rpardo claro, eran
3ellisimos y aim bri?laha en siis pupifas tin destelln
de juventud; stt harha canlosa acentuaha la natm-31
distincicin de su aristocr5tica fisoalomia, que, en
FLOR SILVESTRE 55

aquel instante. a impulso de sus risueiios pensa-


mientos, se ilunilinaha con suave sonrisa.
Un rtiido de hojas holladas POT mlenudos paso; 1);
Lac6 de su abstracci6n Por la avenida central avnn-
7aka una eshelta joveii. 2Quikn \?ria? i Quk C u q L
:n;is airoso ! se dijo don Guillennio ap-oxiniihdose
con curiosidad-i Hola !-exclam6 a1 acercarse-no
te habia conociclo, Cheiiorita. Buena sefia, diica,-
agreg-ci, gclpeAndole cariiiosameate la espalda.
Don Giiil lermo tenia gran afecto yor 1a hija de sLi
antiguo ad1ninistraidor, cuyo infortunaldo ramailice
le 4abia dejado triste recuerdo.
-Has cre'cicio. 1 r a r i ~- uque
1 -1 - . ..--l.- .._
I l d U l C LZ V<L a coinocer,-
L ^

le decia; y con aquePla distincibn, aquells bondad


que en 61 eran lliroiverbiailes, la acomiparib hasita la
casa.
-Nifiit, s,-grit6
dainldo f ue
.4

A SLI llaIIldClU ~ L L ~ ~ LUCldb,


~ U I Ly LUII LcLrino aga-

sajaban a Rosa que enrojecia mSs y m&s encmtrin-


dose c&i4ida v fuera de su centro en ese medio
elefgante, dondc a1 e'splendor de la morada I;e unia
e'l lujo mits refinado y exquisito.
Can las nuevas reparaciones en nada se aseme-
---- :11- LdYd UT-
jaiba 6sta a la bCl1Ll'Ild ^^^^ 1- -..- 1-
LdlllllJU ~ U CI .C recor.
_^JY..^

tiaba stis juegcs in fantiles.


Sin embargo, el espoatlineo cariiio de que era ob-
jet0 luego venci6 su timildez.
-Veri a conmer a mis sobrinos,-deciale Gracie-
58 F L O R SILVESTRE
--
rniracibn en admiracibn, sreiguia a Graaiiela que en
ese rnolmeiita lie rnostraba sus joyas, desple~gatndo
ante sus ojos extasiados 1'0s ricos vestidos, enlcajes
y tercliapelois . EPlIa se entusiaslma(ba, viendo tanta
cosa linida ! . . . Sus finlos dedois acariciaban las va-
porosas tellas y pensatliva se decia:-Si aihora me
vistiesen con estas eleiganeias, ilpareceria seiiorita
rica como cuanido pelqueiia ?
Por ciertot que a pader hablar, la luna biselada
que tenia a1 frente lhubiera responldiido en el acto
que ella coin su modesto ropaje, su delicada siiheta
y su rostro de purisiinas lineas, tenia tanlta distlia-
ciirn colmio la nGa mAs arist'ocrhtica.
E l sol se elscoiidia en el horiuonte cuando Rosa,
cargada de regalos y llena de alegria, pens6 en re-
gresar a su humilde vivienda.
Para que el dia fuera de ipleina fehicidad, Graciela
la condujo a su hogar en el autombvil, a1 que ella
sub6 coin gran teimor.
Sin duda que Rosia no creia en' lbrujerias ni en
supersticiones carnpesinas ; 'per0 esto no dbstatn'te,
era lun poco miedosa y tratanido de ocuharse, disi-
muladamente hizo la sieiial de la cruz.
Pronto su temor se troch en gozo indecible ; ape-
nas sentia 21 contacto can' l'a tierra, pareciale vollar
en! alas del viento y que tadas las Aore
dera envueltas en la tibia hrisa venian a acariciarla.
VI

En las ca sas del ‘‘Rmario’’ reinatha iiiiusitada anli-


maici6n. El dia anterior Graciela, Elena Santibafiez
y don Guillc2nmo lhaibian partido a Reinosa en busca
de Juan, q u e debia regresar aiquella tarde con algu-
nos amigos
Nurneroac3s tr&bajaidores renowahan en el parque
la canclzilla de las avenidas, mienitras que 10s jardi-
neros cogia~in flores o transportaban palmeras, hele-
dhos y b a di i e s a1 grain hall de la casa. Aciui el bu-
llicio era a6m mayor: siirvientes y camareras iiban y
venian cargados de rnuebles y otras accesiorios para
las habitacicmes de 10s huCsipedes.
Doh. Ra faela, hermma a h en su arragante ma-
durez, !&rig.ia la maniobra con el aplomo y seguri-
dad de un experto caipith. Gazaba con el m w i -
mli’ento, la agitaci6n la encantaba ; la saciedad era
su vida misma, y si antes no habia rllenado de hues-
pedes ‘la cac;a era popque toldavia no estalran termi-
tiadois 10s preparativas para reuibirlas dignanieiite .
-Quieres dar golpe,-la decia don Guillerrno ; y, a
ia verdad, era de admirat- ciirna habia canseguido
reunir ita1 cantdad de artisticos obijetos eri ese re-
cinto; es cierto que durante su perrnanencia en Paris
solo visito las tiendas de modas, las galerias de no-
veclades, lois grandes allrnaoenes o 10s remates de
lujo, adquirienido en ellos cuanto lmuelble, estatua o.
tapiz atraia sus rniradas.-Para el castillo d e fatni-
llia,-como decia ella a1 firrnar esas sabidas factu-
ras .
Su esposo fruncia 211 cefio, pero cancelaba sin pro-
testar las cuentas de su consolrte, gorique 61 a su vez
invertia gruesas sumas en jardiiies e invernadleros,
trayendo a Chile inapreciablbleis coleccimes de rosa,
tulipas, jacintos y orquideas.
Mientrae en 110spaitiors y gallerias t d o era agita-
elan y turnulto, en el gran sal&n Luis XVI, ador-
iiado de rnalgnificos esrpejos, valiiasos cuadros y rnue-
bles tapizados en rigido brocato amarillo, Rosa Sdb
lis, indiferente a1 torbelilino que la envolvia, conti-
nuaiba con aparente calima reanudando 10s hillois de
malla del deiterioraldoi “ s ~ o ~ F ~Sus
” . Sgiles dedos se
deslizaban rApidos sabre la tela iimitando can inaes-
tria 10s dibujos de lba cortinla. Desde Pa ventaina do-
minaba todo ell parque coni la &$a. Bajo la solmbra
de las acacias, el pequeeiio Tito jugaba distraido, vol-
viCn’dose sin cesar hacia su aya inlglelsa: Is ti0 Juan
mmer covnwziny, Gruce?--baIgudeaba a cada instante
F L O R STLVEETRE 61

y corria liasta la reja tan ligerol como sus piernas se


lo peinmitian ; el aya ilmpertubahle seguia sus meno-
res pasols con tiesulra de automata.
Rosa, desde la ventana. se divertia con la impa-
ciejnoia #del nifio, no mayor que la suya, sin em-
bango. AI inmenso jltbilo que sentia viendo tan
pr6xina la I'leigada de Juan, mezclAbanse una turba-
ciivn, una nerviosidald indeci'bles que apresurabain
lots latidos de su coirazhn y destefiian m6s aOn sus
p6lidas mlejillas.
Dentro de breves (instantes estaria Juan en 5.1 pre-
sencia; ;quC se diirian? 2quC leeria m sus ojos?. . .
De pronto se oye el ruidol del autonn6vil que cru-
za el puente del estero; a lo 'lejols resluena la bocina;
un momento m6s y estarin a las puertas del parqule.
Dofia Rafaela, Alicia y Tito, que se esfuerza en
van0 lpor arrancarce de la niano de miss Grace, co-
rren preisurosos hacia la reja.
Llena de sabresaltto, Rosa Zas sigue con el penca-
miento; ya I k g a n , . . avanzan por la avenida ilc
acaoias, susi oidos, que aguza la ansiedad, perciben
el murimullo de vcces. Alii estin: don Guillermo
conversa con su viejo atmigo Fernando Olivares,
dofia Rafaela atiende a1 diputado Raimundio Gar-
CPS, e a tanito que Graciela y Elena Santihafiez char-
Ian aleyrementie con dos airnilgos santial_guinIols. A
c i w h d(istanci2, Tito. Iihre a1 fin de su terrible "nur-
se", salta y brinca entre su madre y el tio Jii:iiirlii2-
lo trale de la mnno. En ese instante ell joven se de-
62 F L O R S1L)VESTRE

tiene cerca de la escaliinata para observar algo que


el clhico le sefiala con mucho inter& entre 10s irbo-
le;.
Rosa pudo eiitolnres examinarlo a su sabor. i Q u P
decepcih m j s grande! Casi no lo reconocia .;Era
Cse Juan. sti Juanito, aquell jolveln de elevada estatu-
ra, rostro varoni! y fino bilgote casta50 sombrein-
dole 10s lalbios? ;QuC se habiaa’ heicfho 10s rasgos de
su antigua fisovlamia ?. . . i Pero si &e era tin extra-
Go casi! iC&n distinto del ideal que llevaba Rosa
en el alma!. . . Y , cerrando 10s ojos, revivia en su
imaginaicihn la querida Iimalgem de su antilguo colm-
pafiero.
Pronto pas6 esta primera impresicin. Era 61, si,
recoimcia si1 sembllante iltuminlado por s3bita d ~ i l z ~ i -
r a : era SLI niisluna solnrisa. E1 cambio que en el pri-
mer motmento la extra6ara se delbia a1 transcurlso de
10s aiios.. .
I,os viajerois penetraban a1 “lhall”, retir6ndose !os
j6venes a sacudir el polllvo del camino, mientras el
viejo amtigo de 10s Sanmtientos. don Fernando Oli-
vares, cotnicluia de referir, en lmedio de las risas del
auditorio el illtimo acointecimien’to, la m6s fresca no-
vedad que circulaha en ell gran miinsdo. El viejo sol-
tertm, charladobr incamsalble, saboreaba sus chistosas
liistorietas que tenian la rara cua’lidaid de no ofen-
der a nadile. E r a iin alegre vividor, en paz cotntsigo y
coin ell prcijirno : s u fortuna le p mitia vivir ;1 $11
capricho; sin ser egoista, sti ccrmodidad era el primer
articulo
si1 famil
el padri 11U CI'C L T I d L l C l d .
Rosa, entretanto, conicluia m~aquinalmenteSLI tra-
bajo, en tregada a sus dukes cavilacio
sas silucstas de 10s irbdes empezaban a confundim-
entre la s somblras del crephculol; la di&fana luz del
s'ol pmic2nte se diiftmdia tenue, filitrando por el traas-
parelnite cortinaje y colronando con niimlbo luminolso
el rostrcY de'licaido de la jolven que aparecia a h mn6s
etQeo en aquella p%da clariidad.
Juan, que recorria las habitafciones, penetr6 ein el
sal6n; ni&s,a1 observar en 61 a una joven a q u i a de
proin'tto rio distinlgi$ih,hizo adernn6n de retirarse. Gra-
ciela le habia diaho que estakan soilols; ;quiCn era,
Dues, esa niiia?
A I ruidc3 de sus pasiois, Roisa levant6 la caihieza y le
divish en el dinitel.
-i J Lainiito!-exclam6,
~ dinidloile en rnedio de su
tu Aavi 6 I
n el antiguo noirnhel.
-2 TIi, eras til?-dijo el joven; y avanzando pre-
stiroso 1e cogi6 la mano que ella oprimia nerviosa-
mente CIontra su pecho.
s u s cbjos se encontraron y sonrierm c m deleite.
El rostr .itaha tal a'I'egr5a a1 recono-
cerla. qli,le el allma entera de Roisa se la'nz6 hacia 61,
entre$ iidasle por completo a la nueva imagen sin
el menor qeinltinviento pnr cl antiiquo reciierdn d e w a -
necido
La voz de Graciela vina a romper el hedhizo.
-2QuC te dije yo, Rosa?-decia-no te ha reco-
nocido. La Cihefiorita es ya una jolven, Juan; ya no
escalar6 las pircas ni correri tras las mariposas co-
mo en afios ipalsados; ya tiene pretenld'ientes;. . . el
nuevo administrador est& loco por ella,-af?a8dii6 la
incliscreta nifia que gustaiba de embromarla con e!
agrhncmo y has t a habia proyectaldo ca sa r 10s.
Con efecto, el agrhnomo parecia enamoradfo de
Rosa. Cuan(do entraba a1 panque siempre estaba 61
en la reja ; salud&nidoila respetuoealmente la dirigia
aigulnas oibservaciones solbre el tielmpo, lals flores y
hasta solia aconipaiiarba polr la avenida central. Para
evitarlo, Rosa tomaba con fretmencia por un atajo
o llegaiba a su casla p r ell foinrdo del parque. Aun-
que discreta la acbitud del aldministraldor, Rosa su-
fria a1 sentir fijas en ella las ardientes pupilas del
joven ; experi,mentaba en ELI comlpafiia tin indecible
malestar, allgo que ella misima n!o sabia rlefinir. Las
conitinuas Ihromas 'de Graciela acaharon por hac&-
selo antiipgtico, y en ese momen'to la afecth m m o
nunca la inoportuna ocurreiicia que' venia a desva-
iiecer la dilcha que poco antes inunidaiba su
alma.
-Sielmpre con tus pesados chistes,-djjo Tuan ;I
su hermana, leyendo en ell semblante afligido d e
Rosia que la broima la habia mol taldoi :-Ta Checo-
rita esr todavia mluy ni6a para pensar en esas cosas:
coet6ntate til con enicaldenar nuevos vencidos a tu
FLOR S m S ' l ' K E 65

carro de triuinifadora,---iprosigui6 tratando d e ate-


nuar la rudeza de su r k l i c a .
Rosa se retir6 f elicisima aquellla tarde. 2 QuC
m i s posdia esperar? No sollamente recondaba Juan
su antigua amistad, sino que Icon una palabra habia
delmostrado que SLI afecto nada ihabia perdido con lla
prslongada ausencia. Vokian a encotntrarse como
buenols amigos y seguirian si6ndo6o.
Tuan, por su parte, estuvol dlistraido toda la tarde.
1nconscientemente se colmplacia en recordar la vi-
si6n de la joven en' la ventanla. Veia de nuevo el
rostro deilicaldo, las lirqpidas pupilas verdes que a
cada instante velaban SLYSphp'ados en gesto de gra-
ciosa moldesitia. Volvia a oir su voz juvenil. No era
la juguetona dhkpillla de largas trenzas y veseido
corto la que evocaba su mtente ; no, era la sofiadora
joven, casi una desoonocida, 'la nifia de mbirar 'dul-
cisimo y de negros cabellas iluiminados fpor 10s re-
flejos del crepliisoulo. Asi la veria siempre en sus re-
cuerdos: aureola'da de luz, rnientras el muindo ente-
ro quedaiha en la penulmbra.
Duran& la coimida, Elena, su simp6tica compa-
fiera de mesa, ihizo vanos esfuerzos lpotr cautivar su
atenci6n. El, siempre correcto, trataba de agradar
mostrindosle atento con SLI buenla amiiga ; pero, bien
coimprendia e'l'la que su espiritm valgaba lejoe. . .
2 Dhnlde ? No podia sospeidharlo y esto la hacia su-
frir.
Elena Sant4bafiez perdi6 desde muy pequefia a sti
66 FLOR SILVEBTRE

madre. SLItrisite aifiez se desrliz6 entre extrafios o


gente adariaIda que no feniani para ella halagos
ni ternura. Su padre, aigricultor riquisimo, vivia en
una de sus estancias entera,menlte despreocupa(d0 de
su hija. Viendo tal abandono, la abuela mate'rna de
Elena la coiloci, en el Saigrado Colraz6n. Ahi fu6
miis feliz ; cerca de sus quericlas maestras rpareciale
sientir la tsibieza dell amop maternal que ella nlo co-
nocia, ipues, colmo algulilen dijo, lasi huCrfanos de
madre tienen siemipre frio. Entre las bulenas religio-
sas hal'l'6 ademAs del las ternuras que afihelaba su
corazbnl muahos oltros consuelos ; en su alima hicie-
ron ecladiwn! 10s m6s dellicaldos senltiimientos y se
arraiig6 una piedad s6lida; su aguda iinteligencia se
pdbl6 pronto de 6tilies nociones que habian de fa-
cilitarle mAs tarde su carnino par la vida.
higaida por lejano iparenitesco a la familia Sar-
miento, todm alii la querian, en especial Graciela,
con quienl la unia deslde ch4quiillla sincera amistad.
Elena con su estatura mediana, sin mAs belleza que
unols admirables ajos negros, no hacia solmibra a la
arroganite figura de su aknriga; polr el contrario, la
- a'lko. Slin embaggo, Elena no era
fea, ni con mucho: d'ifici'l hubiera sido no adrnirar
su talle graciolslo, la finura de sus facciones, Idifilcil
taimbign resistir a1 encanto hdefinible que emanaba
de SLI persona. Su allma hondadosla se reflejaba en
sus ojm; en una palabra : era simp6tica i Si,nipatia !
d6n misterioso, m6s preciado que la luelle7a, dhn que
FLOR SILVESTRX 67

horra la fealdad y sin el cual la hermasura m i s pe-


regrina deja de agradar.
Reci6n saililda del colegio, llena el a h a de ilu-
siones, se encontr6 en trato casi diario con Juan;
Cste siempre ama'ble, compadecia a la timida nifia
que hacia su eatralda en sociedald coin el nlatura'l te-
mor de bodas 'las j6venes que se estrenan y la aten-
dia con particular inter& en biailes y paseos. El
afecto de Elena se acrecent6 con una g r a t h d apia-
sionada ; desde entonices Juan Hen6 su caraz6n bvsitlo
de tei-nura y 10s tesoros de aimior acumulados en su
solitaria existencia le pertenecieron.
Juan, ,en cairnbin, s610 sientia por ellla led1 y cari-
fiosa amlistad.
E n ese instante Elena se perdia en sus tristes
ideas: ahi esitaban en' la mesa uno junto a1 otro yy
no obstanlte, c i t h lejos! Sus esipirituis vagaban en
pos de sus lilusiones y fantas6as. . .
E1 amor, caiprichoso soberano, que pudo unlirles
por inquehranltables cadenas era quieln en esa hoca
pon'ia entre eilllos hondo abisimo.
.
VI1

A la siguiente imaiiana Juan, con irreprolohable


traje de mcmtar, polainas de cuero y pantal6n corto,
visitaha en compafiia de slu padre y dem6s hukspades
el panque y las pesebreras miientras el calballerizo
ensillaha a “Parsifall”, brioso alazin de fina sangve,
que era todo SLI orgullo. Coin el pretexto de ir a vi-
gilar ‘las nuevas repreuas del rio, dejando a sus
amilgols, se dirigi6 a1 galqpc a casa de Antonia, quien
llori, de alegria a1 verle.
-2 Me dar6s un matlecito, Antt.utqu~ita?-su~lic6
somiendo con un molhin de niiio regalcjn.
- C h o no, Juaaito, pues.
-Me he venido e n ayunas por librarme de las la-
tas del diiputado,-decidle, senGndose haja el corre-
dor en una mecedora de alto aldo pintarrajeaida
cow vistolsas flores, mientras Anltonlia traia el mate
y la homibilla de! “nGio”.
Juan cointinltiaba su ahgre aharla, procurando con
exquisita turbaci6n bajaba modelstamente 10s p5rpa-
dos.
jQu6 bien se senitia 61 en lese aimbiente de sencillez
y pureza! Mientras miis conocia la alta sociedad,
sus mezquinos intereses, sus ,intrigas y bajas pasio-
ties, m i s le desagraldaba vivilr e n medio de elila,
( p e s la inesperienicia propia die sus cortos aiiols no
le permitia desicubrir las virtudes y ibonidades que
se encuentran tambiCn en el gran imuado.
.iQuC contento estoy de haber vuelto, Diosi mio,
y cu6n fieliz me silenito!-rapetia aspirando a ipleno
puEm6n esa mezcla de dkersos aromas que hacia
renacer en su alma un mundo de recuerdos adopme-
3dos .
Rosa evcuclhalba en silenicioi la conversaci6n que
sastenian con su hermana, y a ihurtadillas exami-
70 FLOR SILVESTRE

naba ese rostro querido, el m i s bello que ella pudo


dmaginar.
-2Ud. siemppe tan trabajadora y tan ringlete,
Antulquita ?-pragunit6 Juan que halblaba sin cesar
tratando de dislimular la turbaci6n que le aigitaba
deliciosamenk.
-i QuC quiere, Juanito! Hay tanito que ver en una
casa.. . No es que a nlosotros nos falte algo, que a
Dios gralcias mi (padre nosi dej6 de imbs con quC vi-
vir; per0 lhay tainta miseria que socorrer, que daria
15stima n o compartir con otros el pain\!
-Asi S
I,, Anltuqulita. El sefior cura me 'decia ayer
que Ud. es su brazo deredho y que Rosa toca el
6rgano y enseiia a cantar a las dhicas (de la escuela
parroiquia1,-repuso Juan dando una rnirada acari-
ciafdora a la joven.
-Ahora que han llegado slu mamacka y las mi-
iias, tal vez ellas q u e r r h tacar e1 6rgano y visitar a
lois pbres. . .
-i Qu&esperaaza !-exclam6 el fogoso muchacho
-si ellas n o piensain sino en divertirse ! Han compra-
do autom6viles, codhes y tienen mil iproyectos de
paseos en la caibeza. No creo que lesi alcance d
tiempo !para visitar a 10s \iniquilinos.
--Pero Ud. no s e r i indiferente, Juanito, y n o
,se olvidara de ellos,-suspir<i Antonia con tristeza.
--?Yambitn es oierto que fuieron a Europa y all5 se
h a b r h razado con principes y reyes.. . iQuP van
a qyerer honrar esois ihumildesi ranchos !
-Ah! ah! ah! con prinfoipesy reyes!. . . Eso n o
FLOR SILVESTRE 71

es tan f6ci1, Antuquita. Pero Cdbnde anda mi viejo


amigo Pedro Luis, que no llega a1 olorcillo del
make ?
-Por aqui hay un pedacito,-contest6 el viejo,
ique a ,grandes zanmdas y con la dhupalla hundida
basta la nuca se diirigia hacia ellos.
Se sigui6 una de abrazos, risas y chanzas; Juan
emibrcrmando a1 viejo y 6ste recordanido el tienyo
pasado con redivivo ‘enltusiasmo.
-Ya esltamosl reunidos 10s cuatro c m o en otros
tiempos,-dijo con alegria Juan.--Ahora s610 me
falta recorrer 10s sitiolsi que fueron ltevtigos de nues-
tros juegos, Ohlefiorita,-aigreg6 ponidnldose de pie.
-AcmipBfialo, nifia,-inisinu6 Antonia .
Visitaban el jardin. A suus pies un prado de rese-
das, claveles y geranios aramaba el aire; las varas
de San Jos6 inclinaban sius flexibles tallw y 10s
diamelos, el Br’bol del rneidio-luto, como lo Ilamaba
Juan en 10s dias de su inifancia, Iucian sus fragantzs
flores . Atravesando aquella sentda flolrida, 1Eegaron
hasta el rosal que crecia y engarzaba sus ramas en
el marc0 de una ventana. Juan, buscando 10s ojos
de la nifia, la dijo:-;Te acuerdas!-;QuC decian
aiquellas sim,ples palabras para que ambos se sintie-
ran poseidos de honda turba’cibn?
iEs que en Ias filtiirnas vacaciones que pasarm
juntos, ellas habian plantado ese rosal. Rosa cm-
taba entonces catorce aiiolsi y 61 pronto iba a cumplir
dileciodm. Un dia que.Rosa, a ocilllas del esteirs, leia
las senthzntales estrofas del “Idilio” de Nfifiez de
72 F L O R SILVESTRE

Arce, Juan recostado sobre el &ped, sin escucharla


casi, contelmrplaba absrtraido la niegra cabellera que
relucia a1 sol. L a sloledad del sitio, la atm6sfera
tibia y balshmica, tal vez la poesia de la naturaleza
en aquel ardiente dia de primavera en que todo in-
vitaba a gozar de la vida, le inspiraron un ansia
irresistible de coger a manos llenas esos t’entadores
calrellos. Sin apartar de ellos la vista, no resisti6
largo ‘tielmpo a esa fascinaci6n. Siilgilosamente desat6
las gruesas trenzas extendihdolas cual regio inanto
sobre la espalda de la nifia y cogiendo las sedosas
guedejas siapult6 en ellas su cabeza, aspirando con
delicia su perfume y beslkndolas con ardor.
Toda turbada, Rlosa no sahia qu6 actitcid tomar;
mas cuando Juan quiso atralerla hacia si, lo rechazcj
indignada y huy6 dejando s61o algunos cabellos en
del altalandrado mudhacho .
E n vano procur6 61 verla aquel dia: la niiia se
encerr6 en su habitacibn, resuelta a no salir mien-
tras 61 no se marchara.
Juan record6 entonces el anhelo de su aimiguita d e
tener en su jardin rosas “Maria Pia”; y cavilando
sobre el modo de hacerse perdonar su nsadia, le
trajo a la mafiana siguiente uin precioso rosal. La
nifia lo absolvi6 a1 punto y almbos colocaron bajo la
ventana de Rosa la planta que hoy se cubria de ro-
sas encarnadas, rosas que para la ahefinrita siempre
tuvieron especial p
Aihora, ante el rosal, se contamplaban ; ella entor-
n6 10s phpados, su gargainta se q r i m i a ; suave y
-Anden no m 5 s ; agora ya son guainas y no ha-
r5n los estrapicios qulc me hacian cuantu5,-repuso
sonriendo, con 10s ojos brillantes de malicia.
Mientras colgian loi rims duraznos “pelaitos p i s -
cos” y saiboreahan las jugosas peras de agua, 10s
j h e n e s record;rban entre risas las jugadasi que Ie
Flor Rilve%re G
74 F L O R SILVEiSTRE

habian hecho a1 viejo. Esite siempre 10s arrojaba de


la huerta, donde iban a cornerse la fruta verde, pi-
sbdolle 10s almioigosl o despedazando las leigumbres.
Ellos apenas Io divisaban corrian a agazaparsie en-
tre las zarzamoras y masticanido la “yerba buena”,
que crecia a la orilla de la cerca:-Aqui estamos-
le gritaban con aflautadas voces; y cuando fio Pedro
Luis acudia por aquel la8do, en el adto buscaban
oltro esicondite, hasta que el p o k e rGstico cansado,
sin poder atraparlas, concluia por lanzarles un di-
luvio de amenazas que Ilevaban al colmo el regocijo
de 10s rnuchadhos.
-iQuC tiem,pos aquellos, Cbefioirita! Si me dan
ganas de vslver a ser nifio. . . i C u h feliz era yo
entonces!. . .
-Y alhora, ;no lo es tarnbii.n?-initerrog6 dul-
cmtente Rosa alzanido hacia 61 sus pupilas de un
candor divino.
-En este momento lo soy,-indIicC, Juan envd-
viCndala ten una mirada ard<iente,-hoy me encuen-
tro diohoso; pero tG no siabes c6mo es el munldo,
cu6n falso e hipbcrita; y qui. fondo de amargura
dejan 10s desengnfiias : ti1 n o puedes imaginar
que infierno encubre el lujo y vanidad de las gran-
des ciudades.
Y poco a poco, sin advertirlo, volvia a su antligua
castumbre de confiar hasta 10s ‘m6s intirnos pensa-
rnientos a su dulce amicguita. Referiale su vida en
Santiago, sui impresiones e inquieltudes, sus p r e
ycctos, en fin, todo aqucllo que no crfendiera su
FLOR SILVESTRE’ 75

modestia virginial. Oiale iella absorta, feliz con vol-


va- a ser su confidente y a las veces le rebatia a l p
nas ideas que hasta ella en su tota’l inexperiencia de
la vlida consideraba lexageradas.
Mucho tenia 61 que conitar; ella muy poco; en el
convento 10s dias rhabian translcurrido mon6tonos
y sl&oilientos.
-Sin embango, ha cambiado mucho,-pensaba
Juan a1 verla avanzar por entre 10s surcos e incli-
narse graciosamenite rpara cager las flores qu’e se
ofrecian a su paso. Examinando en detalle el ros-
tro gentil de su crnpaiiiera, el color mate de su
tez, aquel lcuerpo airoso y flexible que camenzaba
a imostrar la flor en el entreabiedto capullo, repetia
en su interior:-No, n o es, la m4isma.
Y en efecto, no era ya la chitquilla nistica e igno-
rante. Sus estudios le permitian selguir cualquliera
conversalci6n, sus modales se ihabian pulido ; habia
cierta gracia exqufisita en sus movifmienitos, algo
de inocente y pluro emanaba de su persona y mo-
via a tratarla con dellicadeza. Hasta en su andar y
vestir sle notaba un cambio tal qae casi botrracba,
(para Juan ta,mbi6nn,el recuerdo de la juguetona
campafiera de antaiio.
A la primera visita de Juan siguieron muuhas
otras. E n aquella simpitmica lmorada, rodeado de ca-
riiio, sin pretensiones ni mo t os convenici on allis-
mos, iqud bien se seatia! Casi no ipasaba dia sin
que se le vicra aparecer ipor las “Ohilcas”, ya bajo
wetexto de una planta que obsequiar a Antonia,
76 F L O R SI LVESTRE

ya con un liibro o con uni rccado de Gracilela para


Rosa; siieirnpre era bien recibido y 61 se sentia di-
choso lejos del rnovitmiento y vanidad en que vi-
vian 10s suyost.
Mas, aun cuando 61 lo creyese a i , no era el de-
seo de reposar el eupiritu, ni la tranquilidad del
campo lo clue le atraia alli; era Rosa, Rotsa a quieii
E l empezaba a querer can todo el entusiasmo de 10s
veinte afios. Sin notarlo se deslizaba por la peli-
grosa pendiente que traildora le arrastraba hasta
que a l g h suceso imprevisto 'lo estrellase contra la
realidad.
Entretanto, alm6os eran felices. Pasada la pri-
mera t u h a c i h , a1 encontrarse y reconocersie de
nuwo, tornaron a sler 10s buenols camaradas de an-
tes; siempre tenian a l p que decirsie, gozaban con
todo, reian sin rnotivo, reian die ventura. . . Lleva-
ban el paraiso en el corazbn, y plicidamente se
&andoaaiban a la didha de esar juntos. ai inefa-
ble encanto de aimar.
Mientras en la morada de Rosa rehaban la paz
y el sosiego, todo era agitaciim y niovimiento en
ias casas del “Rosario”. Entre 10s mtiltiples atrac-
tivos de la hacienda de don Guillermo no era el
menor el selectto y numeroso vecindaria que ale-
graba la comarca ahuyenitando (el tedio, ese for-
midable enemiga que espera en el campo a la gente
de sociedad. iz lo largo del camino, entre pintores-
cos parques y jardinles primorosos, levantibanse
ahalets de original arquiteictura. Sus duefios, en su
linayoria distiniguidoa personajes de la cxpital, ve-
nian a pasar una corta temporada enisus hacienidas,
recurriendo a fiestas y paseos para abreviar en lo
Iposible las horas.
Pronlto llegaria el otoiio, 6poca en qufe las “e’le-
gantes” dejan las playas de Vifia del Mar, Carta-
gena, Zalpallar, ctc., y se retiran a1 campo en busca
no de “la descansada vida del quie huye del munda-
73 E’LO r2 SI LVESTRE

nal ruidu” pues el rnundo y el bullicio lo llevan con-


sigo, sino de nuevos placeres. Van alli sencillamen-
ite porque es moda, porque (el h e n tono exige no
volver a la capital hasta niediados de mayo, a1 em-
pezar la temporada de invierno.
Graciela esperaiba con vivos deseos el carnaval.
Tendria entonces mucihos invitados; y en su ca-
becita frivola bu!!ian fant6stticas ideas y proyectos
para divertir a sus huCspedes. Queria deslumbrar ;
lbuscaba algo sensacional, nunca visrto, algo de que
se hablara por largo tiempo en la camarca. E l af6n
de lucir era en Graciela una verdadera obsesi6n que
lpoco a poco iba mardhitando sus buenas cualida-
des; en esa atm6sfera de vanidad se distipaban
aquella ternura y delicadeza de sentimientos que
otrora constituian SLI mayor en’canto.
Mientras llegaba el Carnaval, la jovlen onganizaba
(I
piic-nics”. cacerias y “paperchases” em compafiia
de 10s vecinols. La carretera real veiase de continuo
secorrida por carruajeisl y autom6viles o por cabal-
gatas de gallardos jinetes e intr+idas amazona4
que con gran algazara cruzaban en todo sentido la
comarca, ya atravesando la pradera, ya trepanldo
104 faldeos de cerro, ya siguiendo el tranlquilo curso
Idle 10s esteros.
Los campesinos que encontraban en su trayecto,
a1 verlos pnsnr tan alegres y risuefios, pensarian
acaso:-Ahi van 10s felices de la tlierra. iBen aiga
\coli In suerbe del rico!. . . Mas, c6mo engafian las
aqariencias! E n la; clases inferiores la necesidad
F L O R SIL\ ‘ESTlZE’ 79

intperiosa de procurarse el sustento diario, impide


que nazcan m6s elevadas ;wpiraciones ; y m u d a s
veces el pobre, ‘en su miseri a, v,ive m6s itranquilo y
Idichoso, falto de preotcupa ciones y de problemas
morales, que el rico en SLI 1‘austo, mordida el alma
por mil iniquietudes.
De sleguro que esos lhumildes labra’dores no hu-
bieran trocado SLI suerte pi3r la de aqudlos cuyo
lujs y lhermosura envidia:baali a1 pasar, si, penetran-
do en sus corazones, hubie: Zen visto las graves zo-
zolbras que 10s corroian.
M joyen diputado Gar& j, psr lej,eNmplo, bajo srll
m6scara de imperturbable serenidad, 11,evaba un ver-
dadero infierno en el a h a ; lo ahogaban 10s celols y
se sentia profundamente iiif ,eliz. Estalba enamoradi-
simo de Graciela, y la jover1 que conocia sus senti-
,mientos, se cnmplacia en e xacerbar su pasi6n con
)mil coqueterias .
Ralimundo GarcCs era rriiembro de una distin-
guida familia de Reinosa. H&l y ambiciolso, la
poliltica lo cog% en su engranaje, y a 10s treinata
afios rapresentaha a su par tido )en la Ckmara.
Vivienldo en la misma ciiudad que la familia de
Sarmiento, fuC desdel nificI amiigo de Gra,cieIa.
Cuanho la nifia iba al lice13 , seguiala 61 discreta-
mente ; teste silencioso homeinaje halagaba slobrema-
nera la juvenil vanlidad de Graciela ; no obstantle,
ella preferia caquetear con muchacihos de su edad
que eran in& alegres y delcidores.
Raimundo nuncn pudo (Avidarla . Cuando don
so FLOR SILVESTRE

Guillermo se radicb en Santialgo, 61 decidi6 seguir-


la; y tratandol de vencer su cortedad de genioi, em-
pez6 a visitar 10s saloneisi que frecuentdm la joven.
El nolvel diputado no era un hodbre de mundo, si
por ells se entiende esa distincibn en las maneras,
soltura airosa y desrplante de buen tono que s610 se
adquierie con el continuo roce social. A pesar de
sit eslhelta figura y de sus fatcciones regulares, no
(era “ohic”; habia un no se qu6 de encagido en su
persona, en su vestir correct0 per0 sin atildamliento,
que delataba a1 hoimbre de trabajo, despreolcupado
de las frivolidades mundanas.
De caricter serio, sin ductilidad alguna, arnol-
(dibase con trabajo a1 frivoilo traitto social, signdole
lpenoso sieguir e5e tiroteo de palahras, e inagatalbles
bromas que forrnan de ordinario last dharlas de sa-
de el pedestal de su coiniducta irraproch&le,
tenia el hhbito de criticar a todo el que no era sin
tadha csmo 61: especie de hermano mayor de la
,pardbola del “Hijo pr6digo”. Poseia, no obstante,
hefirnosas dotes de caballeroisidad y un arroljo a
toda prueba para mani fiestar stis convicciones sin
imieido ni respeto hulmano.
Por uno de esos ca,prilcihos frecuenltes en el amor,
fij6 sus ojos en Graciela, turbulenta j w e n que era,
para 61, un enilgma indescifrable. En van0 trataba
dte penetrar el miisterio de esa alma femenina ; a las
veces creia poseerlo, ella se manifestaba tierna, vi-
hrante, llena de reflexiones de mujer enamorada;
pero luego se troicaba en un diabliillo rnakioso cu-
in
ai
a(
U
ranquua,
coraz6n
incansa-
nado.
gre des-
tir coimo
mmo 10s
:dolr!. . .
> favori-
perezmo
:apricho,
nulidad
exquisi-
hlegancia
pa ciones
: su cor-
n la flor
1s calce-
e! Brbi-
: inivita-
la tenia
ara diri-
; concu-
nia jue-
sultaba .
10s esm
82 FLOE SI LVESTRE

triunfos cortesanos, no le telmia como rival. Sus ce-


10s motivhhalos un ntievo afmigo de Graciela, y por
cierto que su temor era justificado, pues ICenato
Perez no era en modo alguno colmpetidor despre-
ciable . Desde luego poseia una ihermolsa iigura ;
era siiniip&tico, espiritual y de ingenio hispeante.
Su rostro moreno, sus ind6mitos cabellos que pei-
naiba en ondas echindodos hacia atras, descubrian
~
una frente es,paciosa; SLI boca de labios rojos y sen-
suales dejaba entrever alba dentadura, y el brillo de
isus ojos negros y plenetrantes completaba un tip0
de viril belleza.
Le haibia conocido Graciela en Paris: hicieron
juntos el viaje de regreso, esitrecliando asi su aimis-
tad durante la larga travesia.
Renato era un “sportsman” conisuimado y un
charlador incansable, que a menudo sazonaba su
conversaci6n con frases a l p temerarias para 10s
oidos de las j6venes. En Parisi halbia llevado hasta
10s veinticinco afios la vida m6s ociosa; y anhora sus
padres le enviaban a trabajar a Chile. Per0 de la
madana a la noche no se improvisa un ihombre de
trabajo; y en el espacio de seis rneses haibia reco-
irrido Bancos, Ministerios, Ferrocarriles, sin en-
contrar en parte alguna empleo a s6 gusto. Sblo
pensaba en divertirse, gastaba to’da su fortuna en
las carreras, con tanta pasibn por 10s caballos como
rlespelgo por su5 traibajos de oficina.
Graiciela, cuando llegaroii a Chile, lo tom6 bajo
su probeccibn; f u i uno de sus intimos, d e 10s que
F L O E SILVZSTRE' 83

formaban SLI corte. Sus amigos la embromaban con


61 :-'' Si somos amigos, tenelmos tanka confianza !"
-repetia sin cesar; y, en ese dificil roll de amigo, lo
tenia siempre a su lado. E l guardaba y disponia de
su carnet en 10s bailes, &rodhaha sus guantes, es-
cogia sus lecturas y la ensiefiaba picantes canzonetas
f rancesas. &ora, habiendo perdiido en las carreras
de Viiia del Mar la cuantiasa mesada lque sus padres
le remitian, venia en cornpleta ruina, a praicticar un
(delicioso retiro junto a su amiguita, y por el mo-
p e n t o se confomaba con ese platoniismo lleno de
tencantos y peligros.
Graciela es tan distinka de Ias recatadas mucha-
&as santiaguinas,-so~lia decir Renato ;-con ellla SF
p e d e oharlar en completa libertad. A mi me debe
a inidependencia de caricter ; yo la he transfortma-
do qaithdolle esas ideas rancias que en Chile todo
,lo invaden cual maleza. Ahora es una parisiense;
tiene criterio prapio, obra, reflexima y discurre por
si misima, importindola un ardite la olpini6n de las
viejas gazmofias que todo lo critican.
Y , no distalba de la verdad e'l petulante gahacihi-
to. A Graciela nada le uhocdiba ya, nada la asom-
braba, y ficilmente compartia las ideas de Renato.
Con todo ciniismo la referia &e SUSI aventuras ga-
lantes en el Barrio Latino, idealiz4ndolas en folrlma
que proivocaban el entusiaismol de la jovm.
Gozaba ella coin estas confid'encias; y, cuando la
discre'ta Elena censuraba su impropieldad :-i Qu<
tiene de particular ?-la respondia,-; cuiindo se te
54 F L O R SILVE>STRE

quitan esos evcriipulos de moaja. . . ?-Y sorda a


10s consejos de su amiga, s e p i a escuahando con
apasionado inter& las historietas del Paris alegre.
Entre ellas habia una que la emocionaba hasta lo
ihti'mo: la de una estudiante rusa, amiga de un com-
pafiero de Renato .-La pobre Natacha enif
tisis en Paris, y todos 10s estudiantes se turnaban
para cuidarla ; cual si se traltase de una hermana que-
rida, traiaiile flores, adornaban s t ~habitacibn coli
chiches y cortinajes; nunca ,le dejaban sola, y
cuando muri6 todosi la aco'mpaiiaron a1 campo s'anto.
La amiga de un estudiante era sagrada para 10s de-
m6s; nunaca se vi6 una traici6n.
Para Graciela estos sentirnienltos eran nobles, dse
un idealismo sublime ; su i m a g i n a d n exaltada la
hacia creerse por momentos una bahemia parisie;-
se. . .-iOfh! t6 serias una ahica e'pataafe, deciale
R enato,-tu semis ntieutne, a' est-ce-pas?--afialdia
envolvi&~dolaen una mirada de adoraci6n.
-2 Qui& sabe ?-rep'icaba sonriendo con cierto
dejo de malicia ;-i tendria t h o s para escoger ! . . .
Con tan poeticos colores referia el joven estas
anCcdotas, qti'e e1 vdhemente natural de Graciela po-
co a poco se familiarizaba con el ligero modo de
pensar de SLI almigo; y (mudhas veces ante sus pa-
dres se permitia algunas inconveniencias que 10s lle-
naban de asomlx-o sin atinar con el origen d'e tales
ideas.
Por fortuna el mal no era muy profundo todavia,
porque Graciela no almaba a Renato; de modo que
F L O R SILPESTRE 85

el dominiio que &e ejercia sdbre ella sic concretaba


a sti imaginacihn. Su alma ge conservzha pura, y
a h cuando exteriormeate desafiaba 10s antiguos
principios, jam& hahria cometido un acto del cual
tuviera que avergonzarse.
No obstante 10s acusadores inldicios, 10s celos de
Kailmundo eran, p e s , injusltificadols ; per0 no pu-
dienido adivinarlo, ellos amargaban SLI permanencia
en el “Rosario” .
En la quietud de la noahe, retirado en su ihabita-
cibn, formatba el prophsito inquebrantabile de partir,
de alejarse de alli. Huir era lo razon&le, lo que se
iinpolnia: olvidar a la joven que no pensaba en 61,
que no tenia sus gustols ni sus ideales, a la c q u e t a
sin corazhn! A toda costa anhelaba sanar de esa
locura; llejos de Graciela, la politica lo distraeria;
vuelto a su antigua vida, recobraria la posesiirn de
si mismo. . . Per0 la imafiana desvanecia esas reso-
luciones; falt5bale valor para a’lejarsle, y j & ! fla-
queza del amor ! saportaba SLI sufrimiento, bastando
a hac&elo tolerable la presiencia de su amada que
le atraia carno ~ i i iim5n ; hasta sus mismos capriuhos
acrecentalban su insensato cariGo . i Adiirs inquei
brantaibles proip6sitos ; adihs firm’eza de car5cter ! Su
calma desaparecia, e irrittado coin su falta de vo-
luntad shlo merced a un esfverzo heroico vencia su
agitaciirn .
Graciela. consciente de SLI poder, lo ejercia con
crueldad. De continuo ye burlabia de su torpeza en
10s juegos de deportie, haciendo en forma hiriente
SG F L O R SIlA\UG3TRE

el ridiculo de su serieidad ; ,pero, en camlbio, cuando


Railmundo la dirigia algunla critica, ella se afligia
en su interior, obedeciendo a las sttlgestiolnes del jo-
w n en circunstancias en que nii a su madre huibiera
celdidol.
Per0 esto ella no queria verlo ni colnfesarlo.

Gierta vez, estando ambos en ‘el “lha’ll”, vi6 Rai-


munldo sobre la mesita en que Graciela dejaba ha-
bituahente su costura, varios librols de &os cuya
cu’bierta amarilla es tan conocida. Colgi6 a1 azar un
volumen, y echado hacia a t r i s ‘en una c6moda me-
cedora, se puso a hojcearlo. Pironta reconoci6 en
61 una novela que hacia poco habia ‘leido con viva
repugnancia.
-2 Qui& !ee esto ?- Ipregunt6 enderezindosie
bruscamente.
-Yo, contest6 Graciela, que sentada en el brazo
de un slill6n concluia de pulirsle las ufias con un pe-
dazo de gamma.
-2 Realmente ?
-2Y, por quC no?-pregunt6 a su vez Graaiela,
alzando hacia 61 sus soimbreados ojos en 10s que
hrillia‘ba un relimpago de rebeli6n.
---Per0 si estos libros soln perniciosos, Graciela.
j_Salse dofia Rafaela que Ud. se entretiene en seme-
58 FLOR SILVESTRE

de antes qule encontra'ba todo su horizonte limitatdo


a1 tocador y a las faenas domCsticas; hoy toma
parte en la sociedad, se aficiona a las ciencias, af
arte, asiste a ccmferencias y reuniones cientificas, y.
con espiritu libre de prejuicios y no colmo una mu-
fieca de salhn, se prepara a sit1 ddlAe rol de esposa
y madre, parique conoce sus dereldhos.. .-Y la jo-
ven, a mledida que emitia con voz vihrante sus Ti-
niones, se iba exaltan'do, se encendian sus mejillias,
sus cejas se contraian liigeramente y sus pupilas
azules torn5bame casi negras.
-Pepmitame decirle, Gracie'la,-interruimpi6 Rai-
mundo1,-que 'est6 Ud. en un proifundo eirror a1
creer que a 10s hombres nos desatgrade que la mu-
jer ipiense, raciocine y se interese por abarcar nue-
vos horizontes. Necios seriamos y culpables si asi
lo hiciGramos, puesto que redunlda en p r o v e d o
nuestro que la mujer no s61o sea el mtejor adorno
de nuestro hogar, sino, c m o Ud. dice bien, la com-
pafiera que estimule nuestros esfuerzos, la amiga
que nos conforte, y, con su i'nteqigencia bien diri-
gida, hasta la conslejera, ea a1;qunos casos. Nadie
mA,s parbidario del verdladero feiminlismo que yo ;
reconozco a l a mujer sus derecihos y celebro SLIS
esfuerzos para hacerlos respetar ; cormpendo su no-
ble almbici6n de ocupar por su talento y cultura el
lugar que le corresponde junto aI hombre; pero de
alhi a la corrupcibn de1 cortazh, a la pgrdida del
buen critlerio, y a las mil fatalels conshecuencias que
traen consigo las li'bertaldes mal entendidas, hay un
Una profunidla ctvlera vibraba en 61, unida a un
deseo de vengarse, de ddblegar iesa vo’luntad rebel-
de; pero como tenia tanlto dominio sobre si, conser-
v6 s1u actitud tranqaila, y s 4 o su semblante siiempre
pilido tolm6 an tinte cenicieinto con 10s’ esfuerzos
que hacia para permanecer impasiblle.
--?\/16s8 vale as!, haibr6 menios desgraciados en el
mundo. . . Pero, isabe que es Ud. muy cinica, Gra-
ciela?-dijolle de pro’nto Raiimulndo, en uanto que en-
cendia con fingida calma un cigarriilllo.
A1 oir este ap6stroife, tenrajeci6 ‘Graciela cual
si le huibiesen azotado el rostro; y con voz trCmula
de ira respondi6:
-Y Ud. un grolsero, proviaciano y mal crilado. . .
Rai(mundo no replic6; a lavgos pasos recarria el
“ihaill” prelgunthdose a si mismo :-Plero, <(quehago
aqui, Dios santo? por qu& no me vov?-Si, aque’llo
era intolerlable, no podia soportarse por m6s tiem-
PO! Yia no se preocuparia mAs de ella; habia tantas
niiias encantadwas y de mejoresi sentimientos.
Die silbito, sin, dirigir‘le una imirlada, sdi6 bel
“hall” y torci6 hacia el parque, dondie 10s dem6s
huCspedes, en altlliena charla, disfrutalban del fresico
en la glorieta de 10s chirimoyoa
Grarciela le sigui6 coin la vista y, por tuna de esas
inconsecuencias ftlecuent‘es en la mujer, sus ojos se
llenaron #deligrilmas y unta nube de tristeza vel6 su
hermoso seimlblante. 2Por quC? Ni ella misma hu-
biera podido explicarlo.
El resultatlc 1 cle la riiia f u O que '10s lihros desa-
)areciernn y (
A esita victc -aciela
labia encontra Jho de
,us tevrias msaernas, ue sus u i b ~ ~ i r wyb p~otestas
le libertad, voluintariameinte inclinaba la cabeza a1
mgo que, impuesto por otro que Raimundo, jamas
iabria
IX

Lo; domingos, la niisa reunia en el puebliecilio de


“las Chiluas” 3 las famiilias dle 10s hacendados veci-
nos, que aprovecihaban lia ocasihn de lueir sus ca-
rruajes o sus caballos de fina sangre. La plazoleta
de la ig‘esia se Ileiii de genlte : 171107 venian Ilenoi
de f e a cumplir SLIS deberes de crisitiianos; otros,
siiniiples turistas, se elitreteninn examinando las cu-
riosidades de Sa anitigua caiptilia. E n el altar mlayor
se alzaba una virgen del Cartmen de inadera tallada,
vestlida de raso cafk y manto de seda bllaiico ciuajado
de lentejuel’as y pedrerias ; de SLI cabieza coronada de
estrellas mian sobre su espalda lacios cabellos ne-
gros. El Calvario era a h im6s antiguo. E n todos 10s
al’tares se veian santos de “palo” con vesitidos chillo-
nies y recargados de adornos a1 gusto de 10s piado-
sos feligreses que tenian en gran ven’eracih csas
imigenes y no toleraiban moldificacihn allguna en su
indumentaria ; ellos mimios se enlcargaban de reno-
varla .
FLOE STLVESTRE’ 93

,o iiniico i i d e r n o en la ilglesia era el coro: ahi


:ncontr&a el hrgano que las “Hijas de Maria”,
si’didas por PLntonia Soilis, liabian obsequiado a
,riejc? pirroco en sus bodasi de plata. Este valioso
i hacia la felicidad del anciano sacerdote. L41cs-
hzr 10s acordes del hrgano, su sencillo c o r a z h
tiase smAs uniido ahn a1 coincierto de 10s hngeles; -
l l t l S l C a aliadia uiici6ii a sus fervorosas pleg:.rias.
;a, sitI querida aihijada, hacia de organista; y a
iudo ,10s *juveniies cantilcos
.1 ,. , 1.- ae la. e5-
ue ias ninas t 1 .

!a se Ira-

IS amligos a pasar el dis die fiesta en stl hacienda


I las horas se deslizalban rApi(das entre 10s piaseos
el parclue, el fliflteo desetmbozado y el tennis; 10s
i tranq uilos se limitabain a1 bcidge. A41gunos , san-
pinos acudiaii, asiimisimo, a rzspinar las 1Irisas
, . ., , ,
ca!n])o esqulvanao 10s calortes torrluos a e la ca-
?

ll.
;racic ttivos
-I

--7 ------- n
iciones, a fin de arreglar el prolgrainia con sus
[gas que aceptaron gustosas: la entrada a las
sas del Rosario” ‘era carno diplcma de b uen
. -1‘ -11- - - ----.l-<- 1- --:-.-
0,porqLle ad11 5VIU bt: r C C 1 I J I d cl Id I I I C J U I WLlCLkLd
I --,.:-<

:tiando la pbaza qued6 desierta, y 10s carruajes


dispfersarcn, baj6 Rosla del cor0 rara volver a
-
morada. En el i6rtico de In ialesia, Alicia, que
q e r a l r a , se ;idelantti a saludarla y cum1Plfir . un
94 FLOR SJLVESTREl

encargo de Tilto, su regal&. El niiio estaba enfer-


mo y todo el dia clarnalba por su C,liefiorita; ella
le colntaba cuentos de hrujas.-“tan lindos, de &os
qiue no sabe Grace”,-decia el lahiiquillolmirando con
despreciol a su “nurse”.
Rosa prometi6 ir, y luego se sepiararon.

En tanto llegaiban sus huCspedes, Graciela, m’ue-


llemkmte reclinada en un divin del “lhall”, discutia
con Juan el programa die llas fiestas de Carnagal.
-2Un rodeo? Pero eso es muy poco “chic”, rnuy
ordinario, Gracicla ; ;chmo es que a una parF>iense
cual th se \le ocurre semejanlte idea?
--Es cierto que no es uln pacticulo rnuy oulto ;
pero Mr. y Mrs. Leightoln, manifesltaron deseos de
ver un rodeo, y yo les prometi que verian uno, a la
chilen(a, para el Carnaval .
-Per0 si ya se hizo la aparta de 10s animales. . .
-Em me tiene muy sin cuidado.. . Se h a r i un
simulacro de rodeo,- raspmdib tranquil amente
Gracida, haibituatdia a ver reallizarse toldos sus ca-
prichos.
-1 Cbmo! ;Qu6 quieres decir?
-DGjame explicirtelol. E n el sitio que ocupabia
la trilla, se p e d e formar una eliiipse con una em-
palizada ; a1redador de elle levantaremns aligunas
F L O R SILVESTRE' 95

trilbunas, envueltas entre plantasl y banderas ; pre-


sentar%nbuen aspeicto. Se visten diaez doce huasos 01

bien bizarros con su aDeros de man1 Dlarlada. monr 0

tadois en1 briosos ca'ballos con sillas a la dhilena Y


hasta se puelden buscar cantoras con anph y gu it&-
rra para que el cuadro sea cornpleto.
-2 E l 1.,:L.11
.- -- -..- ,.,.--?... L - -,1 ..-:-..l-"
u u w ell u uc L u l l cl dll l u a n l l l l l w c b zatarh
,.-,
alfondwdo?-pregunt6 cob ironia Juan.
-;Te parece que Roisa podria ser una de
f las
cantcbras?-dijo coin suavidad Graciela qule, pic ada
por kt* U U I U d UT
,L.--lL. 1,. ^..t., -,,....- -..:"-t.,.-:-1- . -1. 1.n.
5 L l l l C 1 I I U d l l V , y U l > W 11Cl I1 I U d 5U VCZ.

A pesar de la mlordaz r&plica, Juan no se alter6;


s610 SLIS finos! dientes molrdiieron rzdbiosamente !os
labios.
<
-2 2uC otros proyeictos Gtienes?--iprelgunt6 fin
. 1-i. _ _ -1 r\ _ _ 1.-
giendo no 1rimer 1 1 1
oiuo ias IImiatw-as ue ~ ~ ~ r a c i e i a
--Un paperchase en el que t o r n a r h parte todos
10s vecinos, seguido de un grian alimuerzo en la
(rue'bri d s del Mirador. TI? que eres tan buen 1 I -
..
nidte 11odrias ser el zorro.. .
-i Tio? No cuentes conmigo para iniada. Tesly0
rnuoho que tralbajar y no s6 si estar6 aqui en 'SO5
dias. L111gcLc l l l d a vlc11 L d l l u 3 y a l l c g l a Luil 41
tus festejm v, Im w o s . 41 w deleita en esas estnpi-
-I

deces y tt: d a r i buenas ideas.. .


-i Q ~ i 6mudhachol m j s insopontable ! . . . Dt:sde
que eres ingenliero has adtquirido unas infulas clue
no hay q-iiiPn _ _ solnorte..
- - te - I . iOu6 senisible es que
Roberto a o atento,
cnrifioso. s( 5s r n i q
izosco y liuraiio. V O J aI escribirle; p‘uede ser que
venga.
-Pierdes el tiempo, Graciella,-interrumpih con
Bema el joven,-Rolserto anda a caza de una lie-
redera, y Cste es el momento prolpicio para atra-
parlais en Vifia.
-iOjal& puzda!. . . 61 con sus idea3 aristocri-
ticas no desihonrarA a SLI fairnilia; en tanto que til
cl dia menos pensado te cams Icon una cualquiera.
-2Qui: p s a , nifios ?-interrogh don Guillermo
que en ese instante eiitraba a1 “hall” en compafiia
de doiia Rafaela y de don Fernando.-Siempre dis-
cutiiendo usiedes.
--Pero, pa@, si es Juan que est& tcada dia m i i ~
iiitratab‘e.. . Tienie tinas ideas ran absurdas que,
si no las a’bandcma, aca‘bark )mal.
-S6 te inquietes. hijita,-repuso el caballero ;
-por el molniento el porvenir de tu herniano no
me inspira tzmor ; no veo para q u C te alarmas tk..
-y en seguida volvikdose 3 Juan,-pero realmen-
te, hijo min, tG nos olctiltals allgun12 seria p y-ocu-
AL
paci6n. ;Por quC til, qur ~ r a s:ai? d e
ie irritas pcr la menor wsa’
--E3 ,que me enferma. 17, , esia afnx5sfer;l de
falsedad 5’ s ~ ~ o b i s i vqve
o holv se resiqira en casa.
;Par ventura 110 es cuestra familia hastante anti-
gua, bxstante noble para que ii
cirnos ~cnmc ar’lTienedizns, exhjlhimdo hlasones en
Is yiierta :!e qzuestras casas, formaildo galerias de
-do.;,-qi;;rifnc o p o w riieqo5 I:u.;rapdo r e -
F L O R SILVESTRE 97

laciones de tono, brillantes, y abandonando !as vie-


jas amistades icuanidn car 11de lustre... Esto es io
que m? irrita, padre mio eso fueron a Europa?
Para haice:- 1111 ido!o clr SK persona, para vestirse
conio artistas de liifino orden, I x r a hal~lar con
desenfado las iinpi-cL\iz:lades Iniis grandes, para
leer ciiinta inmuiiidicia les llelga a las manos y
szlpicar su conversacidn de frasecitas en I2iozm.s
extranjeros?. . . La peor de las pedanterias. 2Dbn-
de est5 la modestia, dbiide la encaiitadora senci-
llez de !as jbvenesi? ;Dhnde la vida inljima y de
hogar que hacian nuestros niayores ? La sociedad
decae lac!t::i~o!sa!?ienie; creen ivitar a1 gran Iniuiido
franc& y s610 iai:faii a la bcrgues;a ...
--Basta, luaii,-iiiterrLi~~i:~~6disgustadia d o h
Tore; a quienes acabas de evocar
respeto anlte stis raldres; parece
que lo olvidas.
-Perdona, inam5 ; discurria en general. sin per-
sonalizar ;-respoiidih en tone sumiso J~iail;-est0
que yo digo lo v& cualqviera tcdos 10s dias en San-
tiago. La vaiiagloria, el de2eo de brillar han llegado
a tal extrenio que hasta en 10s coleigios, la fortuna
y posicihn social de !os padres, es el telma de las
conversacionles: y hay nifios clue. en la rnisma clase,
jamis han dirigido la palahra a uii ccmixifier~de
apcllido “siiitico”, conio llxran ;I aqu6llos ctlyoc
noiihres no figur:n en e! rol de la nohlezp.
Un distingiiido inlgeniero franc& ijne referia hace
pcco 1111 l l d i ? qiie nrnyeota viva liiz 5ohi-e el estzdo
98 FLOR SILVESTRE

mora! de la sociediad. En la ,estaci&niMapocho coini-


praba boletosi para Valparaiso a1 niismo tienipo que
61 un calballero muy conocido, a quien acoimpafiaba
una jovencilta de diecisiete alios lescasos :-Pap&, por
favor, toma Pullman,-dlecia la nifia,-te lo pido
por Dios ; saliendo de C'hile liaremos econoimias.-
V en efecto, asi lo hicieron. . U g h tienipo despuCs,
a1 toimar el tren de Paris a Bruuelas el ingeniiero de
mi historia not6 que unas pelrsionras le elsquivaban el
rostro y sulbian precipitadamente a un vag6n de
tercera clase. Aguijoneada su curiosidad, trat6 d e
reconocerlos; i y cui1 no seria su sorpresa, a1 en-
coiitrarse con 10s elegantes viajeros del Pulliman ?
Mas esta v'ez el franccis iba en coclie de primera y
10s vanidosos sarltiaiguinicns en tercera, m6s confor-
taible que 10s nuesitros, por cierto, pero de infima ca-
tegoria, sin elmbango.
Don Fernando y el sefior Sarmi'ento celebriaron
el cuenlto del franc& ; Juan envdentonado sigui6
exalthdose m i s y mris, dainido certeros igolpes a las
vanidades y farsas que tanto pugnabahn con sLi ca-
ricter franc0 y sin dobleces.
-y, ;(para quC lhablar de la nioralidad?-pro-
si,aui6,-creein que dejando la tierra que las vi6 nacer,
ei recato y pudor de una jov'en e s t h de mAs. En
ese amlbilente de seosualidad y plalcer, diriase que
pierdeii toda noci6n del bien y dtel lmal ; ltienen fiebre
de goces, y s610 buscan sensaciones m i s o menos
violentas y corruptoras. Una sefiora de regullar edad
~ n fpasatiem,po
i original, avilda me intro-
ULlLld.

--Til exageras, Juan; sabe Dios a quC clase de


entes parteneceria la sefioria Csa. . .-dijo Graciela
mtidiada.
--Una sefiora tar1 distinguida como t h ; pero chi-
.. - < l -
ada por 10s aires parisienses, que WIU a las calbezas
iuy equilibr;idas no imarean.
-Miles de ankcdotas escabrosas pod ria recordarte
- 1 --..:.-:,.. ._
.^_ CI z- W -,
Lie demuestrdil J C ~ L l C l 1 cm
C ~ ~ I I I L~ U que visitan
I viejo ,mundo algunas americanas. . . MAS que a

mocer las niaravillas y bellezas que en 61 se en-


erran, van a saciar ese anilielo iiilmoderado de lu-
1 y vanidad q ue las domina, a traer 4r exhibir
-ajes de grande5s modistos; van ai1 busca de aquel
mhiemte fidbril que ias atrae y ai que poco a poco
: habitiiaii. Para eso 110 habia necesidad de atra-
esar 10s linares.. .
--;Sabes, Juan, que erraste la vocacihn? De-
iste ser abagado ; tienes sobresalienties (dotes de
rador,-dijo con sarcasmo Graciela.
--No te burles, hijilta. Alzo de lo que dice ti1
ermano es v mio, en-
ientro muy rsiar ; tus
Irtos arios y esa exa-
eraci6n. i Cuidado, Juan ! N o aumentes el nhme-
I de 10s Jeremias que tanto) abunidan en Ohile, de
I00 F L O R SILVESTRE

esos que todo lo critican, que clan igolpes ciegos en-


contrimdolo todo viciado y depriimido...
Y c les &ria a aquellos que aconsejan la propa-
ganda en el extranjero : “pbnganle primer0 morda-
za a 10s chilenos”, plies son ellos !os que n i k s desa-
creditan a sti pais y 10s que se encargan de divulgar
nuestros defectos exhil:~mdo las llialgas que oltros
n15s amantes de SLI patria se cuidan de mostrar.
No vayas, hijo mio, a engrolsar esa falanje de pesi-
niistas. Junto a 10s abusvs ique tii criticas, hay (miles
de hedhos dignos de al&anza. Si es cierto que el
iiijo y vaiiidad echan profundas raices en nuestra
sociedad, tambliCn lo es que la civilizacicjn ejerce
hora influencia. Esas misnias jbvenes que
tan cluramente censuras, se entregan a obras de ca-
ridad, fundan Cr&dies, gotas de leche, asilos. w-
ciedad de Ilormigas, y ejercen en mil formas ia
caridad cristiana. Y o , a mi vtez, podria referirte
mil ankcdotas de acciones her6icas que acaso pesa-
rian ni9s en la balanza de la justicia que 10s que til
repruebas, Tiatmibib ellas se dedican a1 cultivo del
espiritu, se aficionan a Ins artes, a ia ciencila ; no todo
es frivolitdad en ellas]. No te entregues, Juan a1 pe-
simismo; no hay nada m5.s antipAtico;-y, luego,
acerc5nldose con carifio, le di6 m a s palmaditas en
el hombro y con accent0 entre btirlbn y carifioso
afiadici :-2 QuC estarC yo albergando en mi casa a un

ncia que en ese rnoimenlto traja


Elena, cort6 (de hedho la di-cusicin. Tras de ella ve-
nian el ciiiputado y ios deiriijs 1iuCspedes clue se en-
sayaban para el torneo de tennis que tendria ef ecto
cii la tarde.
La llegada del correo es en el caimpo el gran
acontecimiento del dia. Es lo dcsconocido que entra,
es la civilizacicin que nos alcaiiza ; es t a m b i h tiil
reciieado que danios a 10s auseiites; ,por ebo se le
des2a siempre tanto y se le recibe con alborozo.
Cada cual se eiigolfa en la ledtura de skis cartas;
peri6dicos c revistas dando alguiio de repeiite noti-
cias de inter& gen
El “hall’ era el iugar olbligado donde la familia
se retiii?:L a la hora de la siesta. El graii vestiblulo
ofrecia alegre aspecto con 10s helechos. hamliies y
lpn!mxa 5 d i sc r i i i m d o s entre 1 as e sta tua s de terra-
crjta y 10s jarroiies cihinescos que eii gran niimero
10 adornaban. En )la fleliz eleccicin de 10s muebles
no ~610se halbia consultado la elegancia, sino asi-
iiiismo la cornodidad : muebles, butacas, divanes tur-
coi afirniados en 10s rincones y varias mlesas Ilenxs
cle peri6dicos completaban el conforitable aspecto de
este &io predilecto de la familia y d e sus huPspe-
des. Por la noc’lie ilurn~initbas~e el “hall” y nuimero-
sos rosetones d- luz elktrica roldeaiban la ciipula
que desde lejos parecia tin inmenso globo de
fuego. 4

-i Caracoles !-exiclalm6 de improviso don Fer-


nando, solltaiiido el ldiario que tenia en la mano:-
j Cay6 la coalicih !.
-No est& emlirornando, no p e d e ser. . . serin
nsa de cmposici6ii,-dijs alarmai!o
don Guillermo.
-Lee th y colnv6ncete,-replitc6 itmpaciente el se-
iior Olivares, levantanfdo el diario del suelo y se-
fial6ndole a su amigo la columna de informaciones
politicas,-“Ruptura de la Coalicibn, inminente
caida del Ministerio, reforma ellectoral. . . y, iohu-
iia para 1 0 5 tuniguses ! . . .-agreg6 don Fernando
arrcrjanldo de nuevo el diario.
Tercib el diputaldo y la controvelasia siguib alca-
lorhn’dose. Conlo ofcurre sielrnpre, cada cual sie ima-
gina’ha estar en la verdad y creia, naturalimente, lo
que le conveiiia, rechazando las noticias que !e desa-
gradaban. Tuvieron, no olbstante, la necesaria cor-
dura para no queimarse la sangre con discusiones
poli t icas.
Mientras aihi se disputaba co’n calor, Juan, en el
otro extrelmo del “hall” leia una volumincvsa canta
que, a juzgar por el inter& que le pres’taba, debia
ser importante.
-2 Naida nuevo, Juan ?ipreguntble don Gui-
Ilermo.
-Si, pap&. Don Dolmingo San Criistobal mle esicri-
be para ofrecerme el cargo de segundo bnlgeniero
en lois trabajss fiscales (de Vicufia; me da de plazo
hasta ,el primero de imarzo para resaver: si mie
decido a aceptar debere estar all5 el dia otcho
-TiemPo tienas para pensarlo, pero, ;no Crees
que Vicuiia fes un ipoco lejos? Seria una especiie
de destierro para ti ; sin embargo, no p e d e ser m5s
honrosa la propuesta de tu jelfe; te dejo completa
liherta'd para resolver, a pesar de que a tu padre
le harias una falta iiiimensa. . .
-Voy a contestar en el acto qute no acepto,--
dijo can! impetuo advir-
tiendo la emoci6n c
-iDe ninguna r n ; Do-
mingo dice que te aguarda halsta el primero; pues
hasta esie dia tiempo tenldrPs para refleximar. Nun-
ca mie perdonaria si con mi egoisimo cortase el
brillante porvenir (que he eslpera ;-afialdi6 don Gui-
llenmo slumil6ntdoee en iprofunda melditac:ibn.
-Graciel, a,-exclam6 de ,proInto dofia 1Rafaelq-
.,t. -
Madame RGUIICLLC -
LL ^ - - ._--:- -.- - IILULI
Y

I I I C d l l L I l h L l d CILK
~ -. - 0s vestidos
I

es'tarin lis tos para el carnaval. i QuC felicidad! 1io no


he dormidlo astas hl'tiimas noohes pensando qui2 nos
iba a &as "quear. . .
-2 De V C Idb, I I I ~ J I I:I ~iAl -MI.
.-I-- 5 -..- ..-A-
NYUCW U ~ jlllc
1,
ucsvela,
ni nadie me preocupa,-respondib con indolencia
Graciela da!ndo una mirada dle solslayo a Raimundo
que desde alj parar en
ella.

tas ilustradais y hacian comentarios ein voz baja;


Renato leia su numerosa correspondencia de
postales y esquelas perfumadas que parecian di- - 1

vertirlo extraorc-linariamente.
-Aqui hay una carta para Aliicia Sarmiv:nto de
.a , , ...
encalmi njndosle rmana.
Sentada cerca de la ventana en actitud pensati-
va, Alicia, recorria con displicencia u n liflx-o, mien-
tras su rmiratla nx:aiicblica se berdia e n el espacio.
Jutito a ella, en 12 cum, dormia una liiida ail'lita
ruibia, tesoro de SLI atribulada madre. Cuando Lissy
viiio a1 niundo, ~Uicia,destruitlas ya sus ilusioiies,
apuraba hasta las heces el cdiz de la amargura;
su hija vino a endulzarle en parte las penas d,e la
vida. La joven, dCbil y exte:iuada, parecia carecer
de energia; su hermoso seniblainte tenia tin sello
d8etristeza, y en sus soinbreados ojos podiaii verse
huellas de lkg-rimas. E n medio de las fiestas que a
diario se sucedian en la casa, ella ie sentia des-
consolada ; el recuerdo del pkrfido esposo flotaba
en su iniaiginztcibn coni0 espectro de muertas di-
ahas, producidiiclole una aiignstia indecil)le, una re-
beldia de todo su sCr, seguida de un abatimiento
cada vez mayor.
[En la estancia vecina se escucliaban risas y gri-
tos de al'egria.
--Tito, vengo a llevarme a Rosa,-dijo Juan de-
teiiiiCndose en el umbral de la elegante habitaci6n
adornada con muebles de laquC blanco. En un pe-
queiio catre de bronce se revolvia el sirnpitico Ti-
to, querubin de grandes oljos azules y de blondos
rizosl esparcidoi por la almolhada. A su lado estaba
Rosa edificAndole c a x s y torres con 10s palitos de
co;olr que llenaiban la cairnla.
-L,a Ohefiorita es mia, tio Juan; til no me la
pueldes quitar ahora,-arguy6 con 6nifasis el chico,
FLOR SILVESTR,E 106

rodeando con sus bracitos el cuello de la joven,


cuaI si temiese que le arrebataran su tesoro,-ella
se va a casar conimigo cuando yo est6 grande.
-Falta mucho para que tfi crezcas, Tito.
-Si es que me voy a ponzr la miquina de estirar
aunque me duela, y en una noche estar6 tan grande
coimo til, ‘ti0 Juafn,-repuso el nifio en su media
lengua, 10s ojitos ohispeantes de entusiasmo.
-;Qui& te ha contado sernejante cosa, tontue-
lo?-pregunt6 Juan acaricibndols.
-iLa Chefiorita! Y , si no crezco con la &qui-
na, busco una varillita de virtud, me vuelvo prin-
cipe y me la llevo a mi palacio encantado,-dijo
triunfante el deliciotso dhiiquillo, cubriendo de hesos
el rostro de Rosa.
Juan no se atrevi6 a enojarlo mks, envidiando
aquella edad feliz en que se vive de ilusiones y
quimeras y en la mal 10s desengaiios y decepciones
no abatea’ ni catisan sufrimientos. Tito vivia el mis-
mo sueiio que fuC el encanto de su niiiez: casarse
con Rosa.
-Y, jtodo dia vas a estar encerrada con este
rapaz, Rosa?
-Hasta la tarde solamente. Mi madrina me re-
cornend6 que estuviese temprano en casa. . .
--No se va la Cbeiinrita; Bndate tG, tonto;
mi Rosa es rnia, y a ti n o te quiero,--grit6 afli-
gido el nifio, haciendo “pucheritos”, a la vez que
asnmaban Kgrirnas por entre sus Iargas pes-
taiias.
FIor Silvestre 9
106 FLOR S I L V E m E

-2Es verdad lo que dice Tito, que no me quie-


res?-preguntb sonriendo el joven.
Rosa levant6 hacia 41 sus dukes ojos y sonri6 sin
contestar.
En aquel momentto llegaban las esperadas visi-
tas. Juan acudi6 a saludarlas dirigiCndolse con ellas
a la caacha de tennis.
Rodeada Csta de encinas y espesos rosales, el
blanco cement0 formsba un claro bastante espacioso
en rnedio del verde follaje del parque. Don Guiller-
mo habia hecho consltruir junto a las canc'has una
terraza desde la cual se divisaba el juego. Al-
gunos pinos y palmas reales crecian en medio del
c6sped y una artistica glorieta cubierta de rosjas
trepadoras completa1ba la belleza del sitio.
La terraza veiase llena de grupos femeninos que
lucian preciosos trajes de telas blancas prolijamen-
te bordados y colquetos solmbrerols de paAo suelto
que realzaban la hermoaiura de sus rostros juve-
niles.
Todo lo animaba la alegria de esa juventud pri-
maveral que rie y charla sin preocupaciones, gn-
zoza de vivir la vida. Los jbvenes, elegantes en SLIS
trajei de franela inglesa, rnariposeaban alrededor
de ellas.
E n el centro Renato y Gralciela formaban una pa-
reja digna de llamar la atenci6n por su esbeltez v
donaire ; el rostro moreno de Rlenato contrastaba
con la tez luniinosa y 10s calbellos de o m de Gracie-
ciela. L4m'bossostenian un reiiidisimo juega contra
FLOR: SILTTESTRE 107

Juan y una simpitica nifia de 10s alrededores. La


iudha era ruda; Juan ftra un contenidor formidable ;
las pelotas que lanzalba su ralqueta era dificil con-
testalrlas y ademiis SLI colmpafiera lo secundaba con
maestria. Los colntrar ios txmipoco eran calmpeones
desprecialbles ; Renato con su asoimbrosa agilidad
de avezado ((sportsmain” 10s miantenia a raya: di-
ficil hubiera sido preclecir qui& gainaria el “set”.
En la g-lorieta la gerite seria habia organizado dos
mesas de bridige y allit la 1uGha era tamibikn encar-
nizada.
Entrietanto, 10s dem i s espectadores, afirmados en
la balaustrada de la tctrraza, iselguian Icon inter& el
juego, admirando la e splhdida belleza de Graciela,
su cuerpo escultural plegaldo en mil actitudes d a
refiniada coquetecia a la v’ez que su destreza en el
rnanejo de la raqueta Raiimundo la devoraba con
10s ojos; mas, cuando lleigdban a SLIS oidos las rislas
y brsmas de la jolven y veia fijas en ella las mira-
das de adoraci6n en que la lenvollvia su atrevido
coimpafiero, su piilido semblante enrojecia de des-
pedho. Por fin, no ‘piudiendo soportar este espec-
t h i l o , se retir6 de la baranda, y elnicolgikndosle de
hsmbros, colmo quien aleja una idea ijmpolrtuna, se
dirigi6 a la glorieta a observar alli otrol juego que
n o le alterase tanto 1(11s niervios.
Despuks de ruda pe lea sle concluy6 el “set”, pro-
nunciindose la victori; t en favor de Juan y de Mal-
vina Ureta que resul t6 ser una “dhaImpi6n”. Ja-
deantes relgresaron ICIS jugadores; en tanto que
108 F L O R S1LVESTR.E

otros 10s reeimplazdmn, Graciela y Elena servian


el te, distrilmyendo las herimosas tacitas de porcela-
na dhina con el hulmeante brevaje, acornpafiado con
su cortejo britMco’ de “sa~d’zuiclzs,j a m , ~cukm,
nzuffiirn, scorn, etc. E n general, 10s manjares han
conservado sus nombres franceses; pero a la hora
de! “five-0-clack-tea”, la stipremaci’a inglesa se afir-
ma de tin modo indiscubible, mils a h si &e es
servido sobre el cCsped entre el tennis y el bridge.
A la moda de Allbi6n se totman varias tazas de la
grata bebida “que se pasa a fuerza de pan” s e g b
el deck de un ohilleno poco versaido en las f6rmulas
que rigen en 10s ce’ntros de deporte.
Luetgo se trat6 entre la juventud de 10s proyec-
tos de fiesta para el Carnaval. Graciela expuso su
programa que fuC aprobado con entusiaslmo.
-Ahora queda lo princiipa1,-dijo la joven.-Pa-
p i desea dar un baile para el hl’timo dia de Carna-
V a l ; pero yo no quiero nada rutinario, deseo algo
de nowdad, algo que no se haya visto en otra
ocasi6n. Renato me decia que podiamos organizar
tin pequefio concierto a1 aire libre
-i Espl6ndida idea, l’uminosa Lreaci6n! propia
de ti, iah! pavisiense tranispl;ln~ado!-dijo CCsar
de la Fuente, muchadho agraclalrle y gracioso de cuya
fealldad 61 mismol hacia mofa. La naturaleza ‘noha-
bia sido pr6djga en el reparto de sus facciones,
d5ndole s610 una muestra de ese 6pgano que le so-
braba a Cyrano. Sus amigos por cruel antonmasia
le llamaban jNariz!
F L O E SILVEETRE 109

--Todos 10s concurreinbeis, que serkn numerosos,


-continsub Graciela,-pues ademis d'e 10s vecinos
veadrin muchos de Santiago y algunas familias de
Keinosa, se vestirian no1 de fantasia, que eso est&
muy trillado, sin01 a1 estilol de una kpoca, represen-
tando persanajes que 'halyan existido, en la corte de
Luis XVI, por ejemplo, o de pastoras de Watteau. . .
-2Algo asi coimo las fiestas de Maria Antoni'e-
ta en el Trian&i?-interrog6 una de sus amigas.
-Exactamente, Lolita. El parque se iluminara
con lintternas venecianas, las fuentes despedirhn dho-
rros de luz de diferentels matices y, cerca de las chi-
rimoyos improvisaremos un proscenio en el que
h a r h su estreno nuestras artistas. Carlos, coge un
l5piz para que tratemos'de redactar una parte del
prolgrama, 2 quieres?
-Ya est5 heaho,-dijo el joven disponiindose a
escribir.-Pri?Yzo : abertura por la orquesta.
-No, no, nada de elso; te pido seriedad por el
mmelnito, primo mio...
-~Priwzo?-repiti6 Carlos.
-La cilebre coupletista Gracielle de Sarmenlt
cantar5 algunas canzonetas francesas acompafiada
por el eminente maestro Reni PPrez. Escribe pues.
hombre,-exclam6 Renato sacudienldo el brazo de su
atmigo.
-2 Segundo ?-intlerrog6 Carlos.
--Tango argentino, bailado por 10s insignes dan-
zantes Renato y Gralciela.
-( Tercer0 ?
110 FLOR SILVESTREI

ARailmundo, 2110 cluerria Ud. decir un monhlo-


go?-dijo con fina ironia Graciela.
-Con imudho gusto ; casualmente en estos dias he
leido uno que serviria para el caso; cpizas no sea
muy jocoso, pero time el rnkrito de ser de actua-
lidad.
-<Cui1 es su titulo?
-“Un ciego recobra la vista”.
-2SerA alguna pardmla del Ev;ingelio, un mi-
lagro de Lourdes o una rCclame dse oculista?
-Nalda de eso, Graciela. Se traita de una ceguera
moral, de un ofuscamiento de 10s sentidos; afor-
tuniadamente el infeliz olbcecado recobra a tiempo
el juicio y VC el atbismo en que iba a precipitarse.
-lA41go filosdfico entonces? Apunta Carlos ; des-
pu6s del voluptuoso talngo, vendri bien allgo que
repose el espiritu,-di jo Graciela mordi6ndo.w 10s
ldbios, roja como una amapola.
--That is one iuz the eye,-susurr6 por lo bajo
Renato, tendido en el cCspd a 10s pies de la joven.
-Sehoritas de Ia Fuente : 2poidrian ustedesl eje-
cutar con la ]maestria que las distingue, una pieza
de concierto ?
-Con mucho gusto, Gracielita,- resipondieroe a
un tiernpo las hermanas, lo cual no extra56 a nadie,
p e s siempre hablaban juntas, en forma que SLIS
interlocutores no sahian a cual escuchar.
-2 Cuarto?
-Elma, til poldrias cantar un dGo con Carlos,
2 quC te- parece ?
FLOR SILVESTRE 111 a

--Eueao,-respondih con indiferencia Elena, no


P udiendo resistir a1 ardiente ruego que leia en 10s
0.joa del enamorado tenor.-< CuAl podeimos cantar,
~

Ca r b s ?-pregunt6 sonriente.
--“El Conde de Luxemburgo”,-insinu6 a me-
d ia voz Renato.
-;El dho del “Guarany”, si a Ud. le parece
b ien, Elena?
-Perfectamente ; &e ya lo sabemos; habrA me-
n os peligro de ser silbados.
-Sin embargo, yo creo que habrk que ensayarlo
asitante; ;no te parece, homlbre?-dijo Renato gui-
indolle un ojo.
-2 Quinto ?
-El Imonblolgo de Cksar; Cse no se puede su-
P rimir.
-Volontiers, volontiers, - repuso el afortunado
ii
Nariz”, que era el gracejo d e la compaEiia, a la
v ez que literato y poleta.
-Los otros niimeros 10s IlenarSn artistas que
v end& de Santiago. E n estos dias les cotmunicar6
elI resto del prcngralma teatral. Alhora veamos el final
9ue es lo mAs interesante.-‘(Un cuadro para el
slalbn”, graciosa colmedia en un acto, traducida del
r a n d s por Renato y que aim no ha sido repr‘esen-
ida en Chile. Es chistosisirna.-prosiguih Graciela,
y o la vi en el “Va~idezill~”, y no espero reirme
16s en 10s dias de mi vida.
-Veamos, mAs o menos, ;de quC se trata? ; C u 3
. 112 FLOR SILVESTRE

es su argumento?-averigu6 uno de 10s concu-


rrentes. I

-La escena s~efdesarrolla en casa de un pintor


que as’pira a1 premio en la Exposici6n de Pintura.
Varias muchachas se divputan el honor de servirle
de modelo y maquinan la una contra la otra; vie-
nen intrigas graciosisimas y equivocaciones c6mi-
cas; hay tambiCn un viejo bar6n que todo lo paga
y a quien engafan todas las ,modelos; les aseguro
que seri muy aplaudida.
-2 Cui1 es el titulo, para apuntarlo?-interrotg6
Carlos.
-“Un cuadro para el S a l k ” .
Don Guillermo hasta ese motmento hahia concen-
trado toda su atencitvn en el bridge; mas, en esa
vuelta ,del juego le tocaba estar muerto (dummy) ;
a1 oir el titulo de la colmedia inquirib inmediata-
mente de quP sle trataba.
-Graciela, hija mia. . . ;Est& loca? o es una
broma del mal gusto que quieres hacer? 2C6mo
p e d e caberte en la cabeza talmafio disparate?
-Pero, pap&, si Renato le ha suprimido mucho ...
--Hal& que suprimirlo todo; recuerdo muy bien
el dia que la vi en Paris, y la elnlcuentro por dcrnAs
irconveniente. . .
--Pero, pap&..
-Es inGtil insistir, hijita,-replic6 don Guillcr-
mo con aspereza ;-ah tienles tiempo para buscar
otra comedia m5s apropiada.
--Es iniitil, Graciela,-replic6 a su vez doGa
FLOR SILVESTRE 113

-yo soy socia de la Liga de Censura tea-


jtoy dbligada a velar por !a moralidad.
nsarian de mi en Santiago si en mi pro-
se repnesentasen cornedias tan subidas
>
bit:n, rnarn!?,-replic6 la joven,-represen-
"El Martirio de Santa Filoirnena", "Justo
0 la "Mahornetana crisitiana" . . .
9,
I
., .. . . - _ . - .
La, tu poldrias escri'birle a lVlaclre lalavera
e alguno de resos saialetes y despues qv.2
ap6, si 10s encuentra rnorales se 10s man-
la Liga para que dC su a p r o b a c i h . . .
ya sus padres habian reanudado el juego
nidos discutiendo un "sin triunfos" no es-
la inlsolente rPplica de la nifia mirnada.
1 que continuaiba en su indolente actitud
9 de Graciela, parecia absorto conternplan-

4'l e se rnovia poc entre las encinas dte la


31mida.
"
tC1ICIII~.m
-Am-" ..-" ,,"e,..,:t" A:,c,","A" "-*,,-
U l l d W d 3 L V I L l L d u1311 clLd'Ud d l l i L C J

.Val,--e txclam6 de pronto, rompiendo el pc:-


ncio que reinaba despub de la ultim a

, vcmlvi eado (la cabeza, vieron avanzar a


-A,-. " ".. "-.."l "",:,
regrtsalluu a 3~ L ~ W
A"""
ll,u1
I_,-,.
C~UUCI W I I I I I G ,

labia ofrecida Fiara llevar el ,abrigo que


pidi6 por telCfon 0 .
m6s atrayeinite erI SLI encantadora sencills,
~- -. -
silueta d e nifia, de forrnas apenas disena-
10s flotaintes pliegues de su traje rosado.
114 F L O R SILVESTREl

Con su gran chupalla llena de flores y envuelta en


las doradas luces que filtraban por enitre la espe-
sura del follaje, era la encarnaci6n de la juventud,
viva imagen de la primavera.
A1 verse el blanico de last miradas de ese aris-
tocritico grupo, Rosa ealrojeci6 encantadoramente
y sus lindos ojos se velaron bajo 10s temblorosos
pirpados mientras colocaba el abrigo soibre 10s h m -
bros de Graciela. Ella hubiera querido desaparecer,
huir. . . evitar a toda costa las miradas de esos ele-
gantes tqu8e tantas veces le describiera Juan como
monstruos de egoismo y >maldad.
Renato no apartaiba de ella sus pupilas negras,
brillanltes como dos ascuas.-2 Qulih es esta linlda
mulchadha ?--pregunt6 'en franc& a Gra'ciela.
-Es la lhija de un antiguo administrador de la
hacienda,-se le contest6 en tono despreciativo.
-No la habia visto nunca. iQuC hevmosa es!
2 D6nde vive ?
- 4 s iniitil averiguarlo, rumigo mio; no es plaza
ficil de coequistar.
Rosa, colmprendiendo que [hablaban de ella sin-
ti6 aumentarse su confusibni y en ,el c d m o del ru-
bor se alej6 prelsurosa.
Renato la seguia con la vista.-iQuC aspect0 tan
delicado tiene !-dijo, initeresado por la peregrina
hermosura de la niiia.
-Su madre muri6 tisica; quiz& ella tampoco viva
mucho,-repuso Graciela a quien el fracaso de sus
planes y ahora la manifieslta admiraci6n de Renato
FLOR SILVESTRE 115

por Rosa, habian irritado sabremanera. Ea verdad


ella no amaba a1 joiven, pero tenia en muoho la
admiraci6n constante que &e le manifestaba y no
toleraba compartirla con otra.
A1 divisar el semlblante entristecido de Rosa,
Juan, que en aquel marnewito jugaba tennis, sospe-
ch6 que algo desagradable ha5bia ocurrido. En el
acto el juego, casi ganado por 61, perdi6 todo su
inter&; dos pelotas pasaron sin que las detuvdera
su raqueta, y Elena, su campafiera de jueigo, perdi6
otra jugada a1 querer indagar el motivo de la inex-
plicable torpeza de Juan. La animaci6n del j w e n
decay6 por completo; dej6 ganar el “set” a sus
contrarios a fin de concluir )pronto y correr en se-
guimiento de Rosa.
Entretanto la jolven conltinuaba triste su camino,
dirigigndose a 10s potreros por la parte m6s som-
bria del parque. La hrisa, agitando suaveinente las
ramas de 10s rosales, exparcia 10s arolmas acumula-
dos alli por el calor del dia.
U n gran reposo invadia la tierra. Esta calma,
esta frescura, el h5lito de las flores mezclado a1
t6nico perfume de 10s campos, produjeron ea ella
una deliciosa e,mbriaguez fisica, que a un biempo
deleitaba SLIS sentidos y apacigua’ba su alma. Sen-
tiase Rosa penetrada por la extrafia voluptuosidad
que a ciertas horas se desrprende de la naturaleza.
Olvid6 SLI disgusto, su pobre vida iacolora, la in-
certidumbre de su porvenir, para entrever, c m o
a1 travCs de mAgico prisma, las dulces perspectivas
116 FLOR SILVESTRE

del amor y la felicidad. E l hedhizo de sus easuefios


ilumini, su delicado semblante con un destello de
alegria; el ;iura jugueteaba coa su negra cabellera,
y su traje de verano, inflado por el viento, se desta-
catba en el verde de la pradera colmo la corola de
una flor rnaravilloua. De siilito se obscureci6 su
.sem’blante. L a visi6n de la canoha de ltennis sungi6
en medio de sus ensueiios, desvainiecien8dola ilusi6n.
su momentjnza dioha se troc6 en gran arnargura.
Represent&ase ella a Juan junto a Elena y, cotrno
si esta idea la lhiciera sufrir, sz Itlev6 aimbas manos
a1 coraz6n a fin de contener sus desordenados lati-
dos. iSe amaban! era seiguro; para ellos lucia ex-
plCndida la naturaleza, para ellos brillaba aquel cielo
azul; rodeados de sus padres, en medio de SLIS ami-
gos, disfrutarian de todas las alegrias, lmientras ella,
la humilde campesina, veria desilizairse su vida sin
diolia y sin arnores.
Angustiadla, se detuvo un rnolmento y cerr6 !os
ojos; ys. no queria adrnirar las ibellezas que :a es-
tpsiaban minutos antes; ahora deseaba un dia bru-
~ i i x o ,de lluvila, nibs e a arrnonia con SLI tristeya.
Vuelta bruscamente a la realidad, record6 ]as
recotnrndacioaes de su herrnana, y prosigui%’>SLI
camino rneditando en su triste suerte.
A1 volverse para ‘colocar las valllas en la ptierta
de un potrero, oy6 que alguien la llalma’ba por entre
las zarzamoras de la cerca:
--E sip&-am e, Rosla , e3p&ralrne.
Era la voz de Juan que le lleigaba sin saber (le
FLOR SILVESTRE 117

drjnde. S u fremte se tiG6 de c a m i n y ulna rAfa$a


de placer la Iiizo temblar de pies a cabeza. Juan
pensalba pues e'n ella! Coin acenlto cuya emoci6n
procuraba dis imular, prziguntrj a1 joven que se
acercaba jack ante, cubierto de telarafias y hojas
secas :
-Pero, ;de d6ndme sale Ud.?
b

-De aquel la bredha, en la cerca. Corriendo,


atraves6 el canal, y recordando que aqui halbia un
antiguo paso muy frecuentado en mis correrias de
nifio, me aprcw r 6 a tomarlo para venir a encon-
trarte. . .-res ponldih JuAn cogiCndole la rnalnlo mien-
tras la envoliiia en una mirada carifiosa.-Hacia
rato que te llaImaiba, ino me oias, Clheriorita?
--Yo no soy Sekrita, ni quiero que me Iliamen
m i s asi, 210 entiende Ud. ?-dijo Rosla que, pasada
la sorpresa de 1 primer momento, tornaba a sus tris-
tes ideas.
-Rosa, ;pc )r . qu6 me dices esto? ~ Q u 6te pasa?
-Nada, dcIn Juan,-respoajdi6 la nifia cnn voz
enltrecortada. ..
-CY me 11lamas don Juan?. . . TG me ocultas
algo, estis ne rviosa, 2quiCn te ha ofendido? ;Se-
ria Graciela? ;Que te dijo en la candha? Quiero
saiberlo,-deci: i 61 impaciente.
-2Qu6 qui ere Ud. sdber? Que s61o hoy com-
prendo cui1 e s mi verdadera situacicin; he abierto
10s o j o i y vec que ya no solmols ,des nifios desp-eo-
cupados que Iio sahen de barreras sociales. Ud. es
118 F L O R SILVESTRE

mi patr6n y yo su servidora ; no debo olvidarlo por


m6s tiernlpo. . .
-2Tb mi servidora, Rosa rnia? iNunlca! Yo si
t u servidor, el fie1 amigo de tu infancia, y tG, mi
reina! - afiadih Icogihdole ambas manos y atra-
yendo hacia 61 las rniradas de esas herrnosas pupi-
las verdes. Por un rnarnento ella permanecih si-
lenciosa, ainhelante. . .
Declinaba la tarde; ‘la brisa algo cAlida ah-., su-
surraba muy quedo entre las ramas de 10s &-boles;
s61o la voz ‘de un campesino turbaba el silencio. El
buen hombre volvia a su vivienda entonando aque-
lla popular canci6n :

“Rosa te paao tu mladre, para haoerte des<q-rsciada,


Porque no hag roGa e? el mundo que n o muera idwhojad8a”.

Rosa, a1 eslcudhar la cancibn, retir6 precipita-


darncnte sus manos y extrerneciindose exclam6 :
-;Lo oye U d . ? Esa es la verdad; para esto he
nacido yo, para ser desigraciada,-agreg6 escm-
diendo el irostro entre las manos.
-iRosa, por Dim! 2q~iCte sucedle boy? Nunca te
habia visto as!; no seas tan inlgeaua. Ese es un
v x s o elstiipido y sin asunlto. TG has nacildo para ser
feliz, no lo dudes, Ch’eiiorita. 2QuiCres que juntos
camponigamos otros versos? Pero, valmos, deja
ese paiiuelo; no seas tan nifia,--le decia Juan pr6-
ximo a enternecerse a su vez con el llanto de :a
joven.
FLOR SILVESTRE 119

-2A ver sus versos?-dijo Rosa des1cubr;en’do


un ojo tras la punta del paiiuelo.
Por un momento ipareci6 J w n muy abstraido
como pidiendo iospiraci6n a lasl musas.
-Yla lo tengo,-dijo de pronto.

Rosa be pus0 t u madne para haceTt3 encantadora,


Porque no hay rosa ‘en el munldo que no tenga q u i a la...”

Y , Juan golpehndose la cabeza, fingia no en-


contrar la rima.
-i Jestis, que malo el poets!-dijo Rosa sonrien-
do entre sus 1Sgrimas.
-Si, Chefiorita, fialta la rima; pero en prosa
te lo puedo decir: “quien la adore”. . . si, quien
la adore. Porque tfi sabes cuilnlto te lquiere tu ami-
guito, ;verdad? tu buen amigo. que ha logrado se-
car tus 16grimas aunque slea a costa suya y haciCn-
dote reir de sus malos versos. . .
Ambos j6venes continuaroe avanzando lentamzn-
te por 10s potreros, en la mhgica decoraci6n de uila
lindisima puestia de sol.
Mas ellos apenas veian lo que les rodeaba: ca-
minaban sumidos en ese egoismo amoroso que con-
centra la vida entera en el fuelgo de U C R mirada.
X

Entretanto, en casa de Rosa a fio PedroaLuis


lo tenia en tortura su tardanza.
Afirmado en tun pilar del corredor, escudrifiaba
con ojos Avidos el camino, ya cubierto de sombras,
por d m d e debia venir su nifia.
Desde dias atrAs, el viejo se sentia nervioso, con
cierta vaga inquietud. Su coraz6n se llenaba de
aprensiones, de tristes presenitimientos. Parelciale
que espiritus ilnvisibles rondalban alrededor de su
iinico tesoro y querian 'hacerle dafio. El gran amor
que en su juventud sinti6 Pedro Luis por la ma-
dre de Rosa, lo halbia coacentrado en la hija; y de
la fiusi6n de estos afectos habia nacidol aquel'la
adoraci6n que el buen riistico gprofesaba a su Che-
fiorita.
Este amolr era toda su fedicidad ; si la nifia iestaba
contenta, 61 sonreia; si triste, conipartia su pesar;
ella era el principio y fin de todas sus acciones ; para
ella eran todos sus afanes y desvelos. Su natural
FLOR SILVESTRE 121

perspicacia sle habia redoblado tratando de adivinar


hasta 10s pensamientos mSs rec6nditos del sir que-
rido. De ahi que !as pequeiieces, que para cualquiera
liubiesen pa3ado desapercibidas, las advertia 61 h-
mediatarnente.
Y el viejo cavilaba: Rosa se aficiolnaba dema-
siado a1 guapo amigo de su nifiez, no cabia duda;
su genio antes alegre y festivo tornAbase ahora
quisquilloso y desigual; se irritaba por la menor
coatradiccihn, sin motivo aparente formaba esce-
nas penosas que afligian a su buena hermana. De
la mAs viva alegria pasaba repentinamente a la m6s
honda trisiteza retirindose a su dormitolrio para
despuks salir de ahi con 10s ojos hinchados de
llorar. No pedia ya, ni insistia coimo antes, en que
iv refiriera episodios de la vida de SCI matlre; y
si ;11111 conversaba en las rnafianas junto a1 bra-
sero, el viejo comprendia de mSs que ella no le
atendia. < E n quk pensaba la nifia? Distraida, con
la mirada vaga, perdida en lowtananza, una dulce
solnrisa jugueteaba en sus labias, y el espiritu, le-
jos de la conversaci6n, huia a otras regiones. La
costura se le rodaiha a las veces de las manm sin
que ella lo notase, y si le dirigian de irnproviso
la palahra, parelcia vollver de un profundo le-
targo.
A1 nombrar alguien impensadamente a Juan, la
sangre afluia de golpe a sus p2lidas mejillas que-
d a d o su hermosol rostro enlcendido como la grana.
Rosa estaba enamorkndose del patroncito, eso se
v1or Silvestre 9
FLOR StLVESTKE 123

s16a las manos de la nifia, y que tras breves ins-


tantes se separaban.
Ella corn6 hacia la casa a tiempo que Antonia,
tambiCn inquieta, salia a1 corredor ; juntas entra-
ron a la salita.
Pedro Luis se dijo: Csta es la mia, y avanzo
cautelosamente hasta la reja. Juan, inm6vi1, parecia
seguir en la obscuridad la silueta de Rosa. La voz
trkiula del anciano le sorprea>diben mediol de su
amoroao ensimismanilienito; y el ritstico, aprme-
cliando la opportunidad, confi6 a1 joven todo cuanto
su coraz6n oprimido encerraba de angustias y zo-
zobras desde hacia tantos dias.
En suma, )que, aim cuando en esa casa todos es-
taban contentos de recibirle y orgullosos con sus
visitas, no debia prodigarlas, tanto por la paz, como
por el buen nolmibre de Rosa. Ro Pedro Luis mani-
festaba sus (inquietudes, sus tamores por la sluerte
de SLI nifia con tal naturalidad y seincillez, a1 lmismo
tiempo que con cierto imperio, que Juan, entera-
mente corrido, no sabia quC responder.
-No se inquiete, fio Pedrito, no hay motivo para
ello; somos 10s mismos buenos amigos de antafio.
No crea Ud., por un momento, que ella piense. . .
-Vea Ud., don Juanito, mHs sa'be el diablo por
viejo que por diablo, ;no es cierto, su merct?
Pues yo le aseguro que la nifia tienle sorbio el seso,
y que, sin que ella lo edhe de ver, se le ha entrado
el amor y echa rakes que amenazan dafio; y como
Ud. no puede casarse con la Rosa polrquz naide lo
124 F L O R SILVE,STRE

consentiria, en las “casas” por palramiento y aiqui


por orgullo de que la miren eln menos, (contiimks
que ella vale m u c h rnis que el poiiderao seiiorio),
y que diotrd manera tampoco seri suya, es mejor
que su mer& plante la retiraa a1 tiro; antes que el
mal sea mayor.
-Per0 . . .-balbuce6 Juan.
-0iga Ud., mi patroncito: un pdbre n o tiene
mAs que su honradez, y en falthdole eso mayor-
menite, 2quC lie (quza? Y , y a de /hey dicho, sin agra-
viar a naiden y sin reparo ningunito, que por via
de mi maire, si algiin mal le acontece a mi nifia,
verkn a este viejo, m i s fiero que un lecin y m i s
bravo que un toro caita, hundirle las costillas a1 que
me la toque. . . Muy callao me han de ver, pzro a mi
n o se me va ni unia. . . L a finaa Rosa me la con-
fi6 a1 morir y yo hey de cumplir mi juramenta
Perdone, mi patroncito, mi ruo modo de hablar;
per0 asi es mi modo, yo no entiendo de tapujos ni
componendas.. . Y, hasita mafiana, don Juanito, y
sin niaigiin agravio, que pase su mer& rnuy giiena
nocrhe,-concluy6 el viejo sachiitdose respetuosalmen-
te la chupalla y volviendo a grandes tr‘ancos a
la casa.
Juan se qued6 con un paFmo de narices; no sabia
qu6 pensar. Tanto le sorprenidian las palabras del
viejo. E n buenas cuentas le cerraban la puerta,
lo despedian. 2Podria c‘so importarlle? iOh! Si,
mudho, muchisimo! Y, como si un ray0 de luz
iluminara de sfibito su cerebro, comprendi6 que
FLOR SILVESTRE 126

el malestar incomp nsi~bk, la vaga tristeza que


a ratos se apoderabla de 61, tenia una causa. Ahora
veia claro lo que su ceguera le encubria: buscaba
la felicidad y la felicidad era Rosa a iquien amaiba
con toda su alma, con el ardor de su primera pa-
sibn; n6 como a la querida amiguita de su niiiez,
sino como a la {mica, la sola, la escogida.
Entonces coimtprendi6 asimis,mo, poaquC la socie-
dad le disgustaba, haci6ndoln exagerar sus vicios y
ridiculizar sus costumbres.
Era ese tin culto indirect0 a la flor silvestre.
Y ella, ;lo aimaria as!, con toda el alma? 2Seria
cierto cuinto dijo 50 Pedro Luis? Habia tal acen-
to de verdad en las palabras del viejo que 41 se in-
clinaba a creerlo.
Cada fibra de su coraz6n latia por ella: todo su
sCr, su espl6ndida juventud destbordaba de ailelgria
y ternura.
E n esos niomentos s610 pens16 en la didha de
amar y ser amado. Cerraba 10s ojos y volvia a verla,
tan bella!. . . La discreta claridad de la luna ilu-
winaha 10s hoyuelos de su mejillas, SLIS labios tem-
h!orosos y esos ojos profundos que ella, alnte le1 fue-
go de SII miIraIda, encubria bajo e! ve!o de sus pes-
tafias.
La haria suya; Rosa seria su mujer. E l trabajaria
en el campo; una casita perdida entre 10s brbo'les
seria el imico testigo de su ventura.
Inconscientemente aipuraba el paso cual si le fal-
tara el tiempo para realizar sus fantasias. Su a h a
126 FLOR SILVESTRE

generosa sentia un deseo inteaso; irresistible de


hacer a todas las creaturas tan feliices como lo era
61. DespuQ vendrian las preocupaciones materia-
les; por alhora se entregaba a sus ensuefios.
Jualn comprendia que entre ill y Rosa, mediaba
un abismo jnfranqueable : su posici6n social. Sin
embargo, insensibleimente se habia dejado llevar de
una pasii6n que ya le era ilmposible dominlar. L a
prudencia acaso le aconsejaba reflexionar ; pero el
dmor, sabre todo el primer amor, no raciocina. Por
el contrario, se complace en trastornar a SLI antojo
las Ieyes sociales; y mientras rn5s ahsurdo y dificil
es el caso, m5s crece y domina, con m i s fuerza se
apodera de 10s corazones. Evidentemente, la con-
veniencja es el rnenor de 10s cuidados de Cupido. . .
XI

El jardin e:; t a h lleno de sol, 'de nidos y de flo-


res; la luz ent raba a torrentes; auras tibias traian

110s celebrabair, -
de lejos ei ac re olor de la pradera; y 10s pajari-
Lvll
.. ~ ~ rt rli n ncc c i i n r i r n e r
r ~ w n ,ru~
PA-
uuo
I L.6uLA y-
lllvLl uu ll---s

vuelo.
En la blanca reja que e: calan 10s' clarines y donde
10s geranios asoman sus p4talos de fuego, se apupo-
y a h Rosa pensativa. Ins1Ensible a las bellezas que
la circundahan, extendia la vista por ell paisaje
ya tan familiar para ella, y sus melancdicas mira-
daq i h n a fijnrse con insistencia en un punto blaeco,
all5 en la parte alta del camino.
Cansada de esperar algo que no Ilegaba, SUS-
pir6. pas6 $ti rnano por la frente cornlo para dese-
char tin pcnsarnienio irnportuno y volvi6 a la casa.
Las sospechas de 50 Pedro Luis . nu ._ - - 3L-.-
puciiari xr ^_._

m5s fundadas. E1 aimor habia golpeado ai coraz6n


de Rosa, quien le hah:. 9h;ortn. c r i c n i f e r t q c
"I<L 'LUIL-lL" OUJ yu'
y U C ' L U . 7 UL
n3r

en par. De si1 vida rnoahtona y solitaria habia he-


128 FLOR SILVESTRE

cho ella un romance ideal, con un s61o objetivo


a1 que convergian inevitablemente sus pensamien-
tos todos.
Ahora su toilette requeria m6s cuidado que an-
tes; el espejo reflejaba por m i s tiempo la luz de sus
pupilas verdes; las ondas de su negra cabellera caian
graciosas sobre sus sienes merced a1 esmero coin
que sus dedos las sujetaban hasta darles la ondula-
ci6n deseada. Sus paseos, SLIS lecturas, todos sus
actos directa o indirectamente tendian a un s61o fin :
Juan, siempre Juan.
Cuatro dias habian tranfscurrido y 61 no venia.
Iniquieta se preguntaba una y otra vez el por quC
de esa inexplicable ausencia delspu6s del delicioso
paseo de la atra tarde en que 61 manifest6 tal soli-
citud por siecar sus lagrimas.. . iLa habia llamado
su reina!. . .
Pero, ;por qu6 tardaha ? H6bilmente discurria me-
dios de obtener noticias. 2Quiz5s habia a l g h en-
fermo en “las casas”? Pero, n6, todos gozaban de
buenia salud. Esto la intranquiliz6 afin m5s.
U n pensamiento cruel tortur6 su imaginaci6n :
estaria con Elena, si, no cabia duda; ella le tolcaria
el piano, le cantaria con su voz de ruisefior y de
este modo le retenia. Era evidente; buenas eran
las redes de Elena Santibifiez para tenlerle
cautivo.
Antonia se ppeguntaba inquieta, si estaria enfer-
ma la nifia, mientras el viejo Pledro Luis moviendo
la cabeza con aire astuto se congratulaba de su pers-
FLOR SILVESTRE 129

picacia y de las oportunas paldbras con que habia


a'huyentado a1 patroncito.
A Rosa se le hacian eterlaos 10s dias. Recorria
el jardin, cogia las tijeras de podar y en vez de
tomar las fltores que por todas partes se ostentaban
primorosas die brillo y Ihermosuca, s'e detenia fren-
te al rosa1 dfe su ventana y icon proligidad cor-
taba las hojas secas: que rolsas desiholjadas j a m i s
se vieron en a q u d arbustot favorito. Apenas alguna
entreabria sus pktalos rojos era cogida con carifio
y transnsladada a la habitacih de la jolven.
Alli entre 10s retratos dc sus padres veiase un
hermoso grupo de la familia de Sarmiento. Frente
a &e colocaba el artistic0 florero, y fuCse o no coin-
cidencia, siempre alguna flor rozaba el vidrio del
sirnp6tico grupo.
iCuatro dias solamente! Y ella no colmprendia
por quC Cstois be habian parecido interminables. E r a
vano su elmpeiio poir albreviar el tiempo ; ya se deldi-
case ;li 10s rnenesteres Ide la mca'sa o cogiese su borda-
do, o regara las plain6as del corredor, por poco que
ge alejase de la reja luego sle la veia reaplarecer
cual si huscara una joya perdida.
Por fin, en la tarde de aquel dia, abandanada ya
toda eslperanza, dej6 SLI puesto de olbservacicin junto
a la reja y colgiendn su bocdado, se diriigi6 hacia la
huerta.
-2A d6nde vais, Cheiiorit;a?-le pregunt6 60 Pe-
dro Luis al pasar.
-Voy a tomar el fresco y a ver si coacluyo la
130 F L O R SILVESTRE

gorra para la Licita,-respondi6 bajando por el pa-


rr6n, camino del estero.
El ladiinlo viejo se qued6 en observacibn. Habia
notado la intranquilidad de Rosa; y las ssmbras de
tristeza, que obscurecian SLI expresivo semblalnte de-
mostrinbanle a las claras cugn justas eran SLIS apren-
siones.
A menudo iba Rosa a sentarse bajo la sowbra
de 10s sauces, con su costura o con un libro, para
disfrutar de ese paisaje encantador ea toda &oca
y para gozar de la dulzura de vivir a1 unisono con
las armonias de la naturaleza.
El pensamilento ocupado por el dificil trabajo de
sus manos y la calma que la rcudeaba, le devolvieron
el sosiego peirdido y rnaquinaflmente rnezcl6 SLI
voz a la melopea de las ondas, de las hojas mecidas
por la brisa, y de 10s insectos que zumbabain a su
rededor, y muy bajito se pus0 a caatar:

“Rio, rio, d e v u h m e el amor mio,


Rio, rio, que me canso de Zsperar. . .”

Poco a poco, su voz se elevalba y las cristalinas


notas se difundian vibrantes y sonotras.
De proato, la joven sinti6 crujir las ramas de
espino de la pr6xilma cerca; temerosa guard6 silen-
cio y ya se dispsnia a huir, cuando alzando la vista
rwmoci6 a Juan que le sonseia por entre 10s es-
pinos que apartaba para abrirse paso.
U n momento despuCs estalba junto a ‘ella.
-iAl fin! No me resignaua a 1)dsir uLru uid >III
verte,-le d i j s arrojbndose a sus pies. HabIaba
con volubilidad, feliz dle volverla a ver, mientras
ella, rnuda y turbada, finlgia desliacer un nudo
imaginario eLn su bordado.
-Mire lo que me cuesta su sorpresa,-dijo apa-
rentando f; tstidio;-se me ha enredado toda la
seda.
-2Te enoljaste ?-Feplic6 &--;de veras te eno-
jaste, CheEc7rit2 ? - - r m.-r
-I__
2 - hiismndo
P t i_. .- _ _ . _sus_ miradas.
Volvi6 ella la c’abeza y Juan sonri6 olprirniendo
suavemente su mano.
-Amiguita querida,-le de&-cujnto tiempo
que no nos encontrjbamos a la orilla del estero.. .
Cuintas pescas hemos heoho aqui ; tintos cuentos
leidos a la sombra de estos sauces! Y o te contaba
las mil y una noclie; y, rnis tarde leimos “Pablo
y Virginia”, i con que ardor ! i Con quC entusiasrno !
Recuerdo que una vez te Ilev6 en rnis brazos a tra-
ves del estero para imitarlos; 2te acuerdas?
Rosa callaba pero su coraz6n latia de prisa en
tanto que el joven, reclinado a sus pies, evocaba
esos tufbadores recuerdos.
-QuC rinconcito tan lindo,-proseguia Juan,-y
tan lleno de felices aventuras. Cuatro dias sin ver-
nos ;-agregh despuPs de un breve silencis,-ipor
qtiC no has vuelto a “las casas”? Tito te reclamahs
y “otro” tambiPn. Si supieras cuknto deseaba verte,
Rosa mia.
Ella le escuchaba risuefia ; par eciale sol’ar y tern!ia
132 FLOR SILVESTRE

que su voz desvaneciese el ensueiio. Juain compren-


dia ese silencio que le decia cuanto 61 ainhelaba saber.
E1 sol desaparecia tras de la montaiia; UTI claro-
obscuro verdoiso sombreaba el valle ; el horizonte
parecia estrecharse en torno de ambos amigos dando
mayor intimidad y misterio a la soledad que les
rodeaba.
El sileinicio se hacia enervante.
--Ya es tarde,-dijo de pronto Rosa, presa de
extraria emoci6n;-viyas~e Ud. tal vez en su casa 10
aguardan.
-;A mi? <Qui&? Nadie sabe d h d e estoy; me
vine a pie poir la orilla del esteiro y tu canto me
ii,dic6 tu presencia . 2 CuSndo volveris aqui otra
vez, Clhefiorita ? Gozaremos infinitamente coa la
frescura de este sitio, y en tanto que tG bordas yo
te leer6 a l g h libro ameno, iquiCres?
Rosa suspiir6 y abandonando el asiento junto a
Juan, repuso con melancolia :-Muah0 gusto tene-
mos estando aqui, pero veo que esta intimidad no
p e d e continuar; yai no somos nirios. DCjeme en li-
bertad de venir a est? sitio, (que tes mi h i c o consue-
lo, sin tratar de encontrarme. . .
-< Por qu&-balbuce6 61.
Rosa, mirando a lo lejos no respond%; pero Juan
adivin6 el pensamiento que ella no se atrevia a for-
mular; la sentia como 61 vilbrante, apasionada, a la
vez que presa de honda turbaci6n.
--Tienes raz6n,-replic6 con gravedad Juan tray
breve pausa,-ya no somas imifios; pero de esa edad
FLOR SILVESTRE 133

feliz, nos queda un recuerdo tierno que ni th ni yo,


queremos tbm-rar, i n o es cierto? TLI ya tienes die-
ciocho afios; bien poidemos pensar en el porvenir,
que yo no concibo sino a tu lado, amindote siempre.
Ju.n la vi6 desfallecer, cerrar lov ojos y su sem-
blante ponlerse pilido como cera; la cogi6 en sus
brazos y sus ardientes lalbios rozando 10s cabellos de
la nifia murmuraban muy quedo:-Mi novia, dime,
Rosa, 210 quieres?
2 D6nde hubiera ella encontrado fuerzas para re-
sistir ? Aturdida por tan inesperadas palabras, pal-
pitante de placer, apoy6 la cabeza en el hombro de
Juan que, llano de felicidad y orgullo, repetia be-
sando su sedosa cabellera:
-Te quiero tanto, tanto; y tt?, ;me quieres?
Ella se apart6 temblorosa y con ligrimas en 10s
ojos :-Ud. lo sabe demasiado, Juan,-era la prime-
ra vez que lo llamaba asi ;-per0 esto es tin imposi-
ble, un suefio. . . Comprendo que es una locura que-
rerle como le quiero, pero, no puedo impedirle a1
coraz6n que palpike. Y o no soy para Ud., soy una
humilde campesina; ni sus padres, ni mi madrina
consentirian jamis en nuestro rnatrimonio,-aiiadi6
con desaliento.
Juan se encogi6 de hombros como diciendo: 2quk
me importa que el mundo entero se opolnga7-En
aquel instante se sentia capaz de derribar cualquier
ohsticulo, de vencer todas las resistencias.
-No temas, Chefio'rita, ten confianza,-le decia
serenindola con sus caricias, colmo a una niiia mie-
134 FLOR SILVESTRE

dosa ;-nos queremos tanto ! totdo se arreglara, ya


vera, ! !
Elda le interrumpi6 solbrecogida de terror : '
-Escuche, han abierto ia puerta de la huerta ; al-
guien viene, iqui6n ser6?
Aguardaron un instante y Juan recordando las
advertencias de iio Pedro Luis, se ecih6 biruslcamente
a un lado.
--Viene alguien; tz dejo; hasta mafiana, Che-
fiiorita. . .-y, con suma agilidad salt6 la, cerca.
Rosa, sin atreverse a levanltar la vislta, quiso con-
tinuar su trabajo pero sus manos telmblaban. Habia
reconocido a Tia Sabina que venia por entre 10s pe-
rales de la huerta. Juan lleigaba a ese tiempo a la
orilla del estero ; mas una piedra que hizo rodar con
10s pies le denund6 a lois oljos de la terrible vieja.
La silueta de Juan se destacalba con toda nitidez
en el verde pilido del crephsculo.
Rosa crey6 que el coraz6n se le saltaba del pecho
a1 rer a la maligna mujer que sonreia con malmicia
-2Ruscaba a mi madrina?-pregunt6 con voz

-Si, nifia, me habian dicho que tfi estabas aqui,


y como dicen que no te deja nunca sola, crei que
estaba doiia Antuca con vos.
-2 Creo que no estaba sola la picarcma ? 2 T u amigo
de cuantfia siempre fiel? ; N o ?
Rosa se mordi6 10s labios para retener las palabras
que ilmpetuosas pugnaban por salir.
La miserable vieja, vikndotla enmudecida, prosi-
FLOR SILVESTR31 135

guio :-Peligr osu el juego, nifia. . . Lois Sarmierttos


no se paran en pelillos para cornprometer a las rnu-
chachas.. .
Y , sin resp etair la ilnlocencia de la joven, se lanzo
1-1 A - l:l.-..+:--"
a referirle escdiiu~iu~s~ds ~ L I S L UI I ~ Suc iluci LIIIWS que
L:"L,..-:--
^ ^ ^ ^

se entretenian engaiiando a las incautas doncellas del


camp.
-Si' n ir muy lejos, ahi tenis a1 hermano de Itu
amiguito: don Roberto. Esle no p e d e llegar a lSas
"Chik is'' polrque 110 echarian "jaborno", despuCs (le
7 -7 ,' 1
su infame comportaniieiito con la r iorenuna, la ay-u-
dante de: la escuela. 2No la sabis th, esa hist oria?
Rosa movio negativamente la cabeza; a h CLiando
:,I--.A:,...1--
hubiera q u c i IUU ..,.l,.l..--
dl L I u u l ~ I ~ L Id,
"..
wI g41g
~ U
"-4.-
~ opri-
~ d
mida no le habria dado paso. Sus pupilas dilatadas
se clavaban plenas de ,angustia en el rostro amari-
llento y marchit,o de la infame mujer, cuyo - perfil
- de
ave de rapiiia, en la ssmi-olbscuridad le inspiraba1
repulsi6ii y espanto.
Se senna presa en sus garras in~ernaies.
I T . c * mumera
TT 1 .

querido huir, taparse 10s oidos para no escuchar esas


historias que heriain, su pudor y la llenaban de ver-
giienza, per0 sus Dles no le obedecian. Tarnis hu-
biera sospe ohado que en el mundo existia tanta
maldad; las1 monjas hdbian cuidado el tesoro de su
..
inocencia y en la hcmrada casa ae sus padres nunca
oy6 algo qtle empafiase su caador.
Mientras mSs veia demudarsce la fisonolmia de su
.. _.__... : v
victima, m i s regvciju experimeniraua -,-t-
el alma
~1
vi1 de
iia Sabina, y coln mayolr crudeza de detalles conti-
136 FLOR SILVESTRE

nudba refiriendo el escandalo dado por el primc-


gknito de 10s Sarmientos y ein,sartando cuentos y
ahismes obscenos.
Por un refinamiento de hipocresia, concluyo can
esta frase que en ciertas ocasiones sirve a la maldad
para encubrir sus golpes:
-“Est0 lo d i p por t u bien” .
-&pero que n o tomaras a (mal lo que te he referi-
do, Rosita ; te Io he dicho por tu biten y porlque todo
el mundo en “las Ghilcas” murinura de VOS, y an-
diis en boca de todos. E1 oitro dia no mis, yo tenia
gente en mi casa para jugar a la baraja debajo del
parrhn, y toditos te vieron pasar por entre la cerca
en compariia del patroncito, como dos pichones. Y
a la peor b r a , entre dos luces. . . Todo f u i verbe
y se largaron a hablar pestes de vos y si no es por-
que yo te defiendo, no sC. . .
Rosa no podia m8s. Sus arterias pareciain estallar
en las sienes; la vergueniza que sentia era indeci-
ble, y si no llega en aquel momento Antonia, acaso
se hubiera desrnayado.
Naturalmente, la cobarde viieja no os6 continuar
derramando en presencia de Antonia la hid de que
estaba llena. Queria ocultar su juego, segura de que
la habrian arrojado como a un perro a saber de su
infame conducta. Ahora podia retirarse ; su vengan-
za estaba realizada. N o pudiendo ofender a su ene-
miga, la heria en su herrnam indefensa. Podia par-
tir con la certidumbre de que su visita habia siido
fructucvsa.
FLOR SILVESTRE 137

La olbscuridad del sitio permiti6 que el demudado


sernblante de Rosa n o llamara en el primjer momento
la atenci6n de Antonia. Mas, cuando llegaron a la
ca:;a y se sentaron a la mesa, a la viva luz de la 1Am-
Pa’ra que iluminaba el comedor ella not6 el sillelnlcio
Y l a mortal palidez de la nifia.
-;‘QuCte sucelde, ihijita ?-le preguat6, a tiem-
P O que Rosa dando un quejido recliuaba la cabeza
en el alrto respaldo de la sillla.
-j Dios mio ! i Maria Santisima ! ;La nifia se mue-
re ! Pedro Luis, Mailga, Margarita. . .-clamaba de-
ses,perada la polbre mujer.
-No llames, madrina ; ya pas6-balbuce6 Rosa
en t reabriendo 10s pArpaidos.
Renacia el color en SILIS mejillas, pero sus ojos
a1 :polsame de numo en las personas que la atendian,
cotiiservaban una expresi6n desolalda.
-2QuC te pasa, hijita? 2Tienes altguna pena? 2Tle
sie ntes mal?
-Ha de ser “mal de ojo”, sefiora,-dijo la Maiga
corI acento convenaido.
-No teago nada, madrina,-murmur6 la j m m
ent ornanlda de niuevo 10s p h p d o s .
vma, entonces? T e has reslfriado con
el fresco que hace debajo de 10s sauces; tal vez te
hailx-5 dado un aire. . . Anda a acostarte prontito.
M:tiga, Abrele la cama mientras que yo le preparo
un,;a taza de tilo.
Flor Silvestre 1 0
XI1

Juan, a1 despedirse de Rosa, atrsv


ros y lleg6 a su morada en un e stado c
satisfactorio, 2 Por quC hsbia huido i
pensar la persona que le vi6 I;altar 1
LID malhachor? 2Acaso seria iio Pedro
en elllo la confirmaci6n de su s so1sp
mente se reprochaba su atoilod ramier
dose par las consecuenlcias que 1podia 1
clad debia s'er connocida. Habila ria, sir
honor de Rosa asi lo exiigia.
Pero xqui svrgian las dificulltades (
cia de Rosa ahuyentaiba. A1 lllegTar a "
valor halbia desaparecido.
Con suma lentitud avanzaba
acacias, profusamente ilumioad
el6ctricos. cuyo vivo resplanldor
gentina claridad de la luna.
140 F L O R SILVESTRE

Afirmado en la balausltrada de piedra, conteniplh


meditabmdo la regia maasihn de sus padres. Por las
persianas entornadas filtraba la luz; en SLIS oidos
repercutia el eco de alegres y juveniles voces. Qui-
z& alguinfos vecinos prolonigaban su visita aprove-
cihhdose de aquella hermosa nodhe de vlerano. E l
segundo repique del batintin, que anunciaba la con+
da, le hizo descenlder bruscamente a la realidrad.
Cuando entr6 a1 colmedor toldos 10s huCspedes es-
taban reunidos. Cual si ntinca hubiese visto este es-
pectSculo de riqueza, Juan examinaba athnita el
lujoso camedolr con su cielo artesonado, el z6calo
y 10s muebiles de rica madera, la cristaleria y anti-
guas porcelanas que lucian en las vitrina, 10s cua-
dros valiosisimos: las pointinas die Serra y 10s pai-
sajes de Corot, lals columnas y jarrones que soste-
tenian plantas ex6ticais en la gran veattaaa de vitra-
les, la elegancia d'e la mesa cubierta de flores, el
esplendor de la vajilla de plata, en una palabra:
todo ese am!biente de lujo que le rodeaba. Y , en
seguida, co'nkmplando a SLI padre, que, orgullo-
so presidia esa aristocr6tica reulnibnn,; a su madre
tan 'hermosa a h y tan distinguida, se decia con
el al'ma atriibulada que nunca permitirian su matri-
monio con Rosa.
Su padre, para quien el brillanlte po'rvenir que se
le esperaba era la suprema ilusi6n de la vejez,
Cpoldria resistir a1 tremendoi golpe quie ilba a darle?
Y a1 recuerdo de las bandades paternales, su co-
raz6n se conmovi6 y un gesto de dolor contrajo
FLOR SILVESTRE’ 141

sus labios Mas, luego la visi6n de su amada surgia


de nuevo victoaiosa:-He dado mi palabra y la
amo,-se decia,-abandonarla, volwer atris, eso no,
jamis!
Forzado a simular cierta alegria ante SLIS CO-
mensailes, a sus labios subia un gusto amarguisimo,
a la vez que un desconsuelo infiniito. Nunca habia
encontrado mis larga y m i s insipida una colmida.
Por fin,$pasarm10s huCspedes a1 s a l h y 61 ocup6
cerca del piano su luigar predil
Las grandes niatmparas de acceso a la galeria se
abrieron dando paso a la brisa perfumada. La luna
iluniin~tabacon su claridad melancdica unx parte de
la sala dejando el resto en la penumbra.
Los Blgiles dedos de Elena SantibGiez preludia-
ban un Nocturno de Chopin. Ernlvuelto en la difusia
luz, su rolstro se veia aim ImAs espiritual ; sus negras
pupilas adquirian un brillo inusitado y en sus labios
se dibujaba una expresi6n triste.
Eleiia liaibia soirprendidq con la maravillcnsa pers-
picricia que cla el amcr, la grave preoicupaci6n que
en van0 queria Juan ocultar.
Lo veia absorto en una idea mortificante que
formaba profundos pliegues en1 su frealte. ;QuC
pesar se ocultaria tras de ella ? i Oh ! j QuC no hubilera
dado por co’ger esa cabeza querida y, reclinindo4a
sabre su peclho, conisotlar aquel mal disirnulado su-
frimiento !
Alrededor de ambos jhvenes, la hulliciosa juven-
tud, discutia con calor. U n nuevo libro que toldos
141 FLOR SILVESTRE

hgbian leido, era &jet0 del debate y de opuestos


juicios. Unos opinaban con el autor que el amor
es una rancia fantasia, fuera de lugar en estos tiem-
pas modernisimols; oitros sostenian que sttlo existe
en 10s cerebros desequilibrados de 10s novelistas que
explotan la sensibilidad de sus l e c t o r q pero que
en lla vida real se encubren lbajo lese nombre &lacurio-
sidad, la coldicia, la satisfaccibn de vulgares pasio-
nes, la conrvenilencia, y, mudhas veces, h a s a el
egoi smo.
Ranato, con su tono ligero de parisiense frivol0
y espiritual, ech6ndolo todo a broma, opinaba, por
el contrario, que la vida entiera es amor, que el
amor es mas nlecesario que el aire, la luz y el ali-
medo, lque sin amar no padria existir, que ya habria
perecido como un lirio trolnuhado, comlo “las ver-
benas que mueren en el vaso”. . .
Raimundo consultado a su vez se vali6 de una me-
tifora para expon’er sus ideas mSs o menos en estos
tkrminos: Asi como las flores serian siempre her-
mosas a h cuando no tuvieran perfume, a4 la vida
sin amor continuaria presentando sus kllezas na-
turaIes ; la materia tenldria las mismas evolueiones,
y 10s mismos deslenlaces la existencia. Pero alli fal-
taris el nkctar que todo lo endulza, el prisma encan-
tado puesto ante nuestros ojos y a1 trav6s del cual se
desarrollan 10s ideales quteridss, las ~brillante~s
ilvsio-
nes: el Amor, risueiio mfiraje, que nos distrae de las
penlas de la vida, encubriendo con resplandaciente
vel0 la fea realidad, m6s amanga a veces que la
FLOlR S1LVESTR.E' ' 143

ria misma. . . iQuC veniga la polesia, la mentira!


3 quer6is llamarla. Me gusta vivir engaiiado,
tgradan las quimeras y las ilusiones, y consider0 I -

ail a bandmarnos ellas, nos d e j m a olbscur;15


1 estiiniulo para lucihar contra las asperezas cle
ida..
n esas ardorosas wlabras sentiase -palpitar - el
to de un coraz6n varolnil que manifestaba ~ U S
-esiimes sin temor a la burla de 10s espiritus
tes que told0 lo deslecan y esterilizan.
istirlL1
&;.,o-O,+O
v a i 1 i L i i i t . L ) ai -.__
-1 ,.n,ml.,;.-
cIwiicIiuii
.

11111
I

u R.4-,.+.,An
iLaiiiiuiiuw a
iela coin ojos en que sle pint&a la avidez de
irse amado. Ella que siempre hacia gala de
ptic:isnio, se sinti6 vivamente conmovida a1
prei?der por qui& vibraba, y en p6s de qixi
_ _ _ corazhn Y- _rcsnonrlianrln
1 ib-a csc _ _ _ _- a- la
_ _ - .___ _-miic
_..-._la
ica de acquella miratda su emoci6n la traicior16
un gestc) tan elocuente, que llw6 a1 diputado a
imbre de la diaha.
L

, 1 1 1 1 1
n la galeria, la gente seria, gozanao ae ia IUZ
ina, seguia coln inter& el debaite dle la juventud ;
leseosos de terciar en 61, llamaron a 10s j6-
'S.

uedaron 'en la estancia junto a1 pianc4 Y


1
.. .Elena .- ,.
perdido en sus caviilaciones. La musica callma-
in tanto suc; exitados nervios; su espiritu bdbia
~110sdivino:; acordes como aQsonben las flones
tias por el calor las gotas de rocio.
, .
n ...nnrrr AOl nmnC 610," 3-^,,,,.,
144 FLOR SILVESTRE

-Yo pieiiso que el amor esta en 'el sacrificio, en


la abnegaicibn, en sembiralr de alegrias la vida del s i r
amado aiin cuando la propia deje un reguiero de
sangre eii su carnilno. . .--replic6 la joven con viva
emocih-i Y , Ud., Juan ?
-Yo lo consider0 como fuerza vasalladolra, como
avalancha que arrastra todo cuanto encuientra a su
paso, como u~npoder infinito contra el cual no catbe
luchar ; qu'e tragpasa fronteras, pisotea convenien-
cias y desarraiga hondas convicciones. ; Q u i im-
porta la polbreza, cuanido soa dos para soportarla?
;QuC son 10s males de Ila vida cuando se lleva el
oielo en el corazbn? i Ath! ipuede darsle felicidad
igual a la de do3 allmas que vibran a1 unisono? ;Qui
importa el dbscuro (nombre, la 'humillde cuna, si en
aquelba casita p'erdida en el bosque seriamos feli-
ces, divinamente felices?. . . La veo venir hacia mi,
tan Einda, tan ingenua. . . El hSlito del mundo no
ha empaiiado su blancura. Toda mia, sin jam&
haiber dado su pensaimiento siquiera a hombre al-
gunoi, mia, s d o mia, mi flor gilvestre, cogi,da para
mi regalo. . .
Y Juatn seguia divagando con la mirada pterdida,
sin, pensar que lo escudhaban. E r a una conifidencia
sin auditori'o, que no esperaba, consejos ni res-
puesfta.
Entrletanto, (Elena condinuaba deslizando sus de-
dos poc el teclado y, suavemente interpretaba Jas
apasionadas meloldias de Chopin y de Grieg, sin per-
der una silaba del extirafio mofldogo de Juan. Sus
1,,- SILVESTRE’ 145

notas eran casi un murmullo, pero un murmullo


vibrante de pasibn, de pronto coatenida y despuks
desbordante . En su trist,e vida, prilvada de las dul-
ces er:parxiones del holgar, Elena habia descuibier-
to en la m h i c a una mianlera de expresar sus intlirnols
pensainientos, un rnodo.de contair sus ,penas, de (ies-
“lmn ,-:.-, 1, A,.
cuibrir 3 u alllla
A*. C n r r n r
sill Lcllcl la
” u(: I I U ser
n-nrrr..rn rrn

corn pendida o la ihumilllaci6n de n o ser escucha.da.


E 1 enigma se desvanlecia; Juan amaba a Ro(sa.
Ya In nt-ocn-t;?
1” IJ‘\.Jc.”ctn -11-
LhIQ
rlocdn t4nnn-n
ULJUc. - +u
LILIIIpw a &ac a ,
y a u 3 SOS-
7 , e-qo

pecha:; sle coinifirmaban a1 oirle hablar extasi’ada de


SLI “fl or gilvestre”.
Lal generosa jolven no solo penso en su cruel
,.
decepoicjn, sino asimismo ‘eln las luahas de Juan. Har-
to bien colmprendia que ten toldo caso este amor seria
.* r
su tormento : satisreano, 11
causaria la aesoliacion de
t , , ’ e ?

sus a1tivos padres, y contrariado, lo haria inif.eliz


tolda ciu vida.
..___
L.L--
Sin~lusc -11-
eiia rri~rtai~~ieiire
L.Y---
rrisre ; sus. aeum
- 1 - L 1
. . L A1.
ape-
nas rozadban el teclado; y “ralentando” cacja vez
m k , la1 6ltirna nota se extingui6 cual una qul:la.
Pretesl: a d o cartas urgentles que contestar , Juan
se retir6 2- -_.- -.-------,
FIYE h2hit2rinnips.
_ l _ l _ _ , alhi
v ----,fnrmanrl A-AA..o _____
pro+
yectos a cual m&s abisurdo le sorprendierm 1,as pri-
meras luces de la ailborada sin resolver alauel dilema
insnluhle : sus padrels jam& consentirian e n su
mat rimoait > y 61 no poidia v k i r sin Rosa.
DOISam(x e s pugnaban en su alma: el de 1?ma,
146 FLOR SILVESTRE

el amor filial, con el recuerdo de todots 10s klnefi-


cios que a sus padres debia.
Para ambos amantes concluia triste el hermoso
dia que eslcudh6 su prilmer juramento de amoc.. .
148 FLOR SILVESTRE

Uiios gritos de i ah,tor0 ! i aih, vaca ! dados por 10s


vaquero’s lo hicieron totmar bruscamente la orilla
del camino.
Envuelltos en lnubes de polvo, avanzaban 10s her-
mosos vacunos de ipelo rojizo, de redondeados y
finos cuernos, que caracterizan la raza de 10s Lin-
coln Red. DespuCs de ledhadas, volvian las vacas
con sus teriierols a pastar en !as feraces praderas
que se extienden m6s allA de las cercas de zarza-
mora. El viejo capataz y 10s vaiqueros de corto pon-
cho y guarap6n de andhas alas, saludaron a Juan;
pero Cste, que generalmentle se detenia a fin de di-
rigirles alguna f rase amistosa, apenas les devolvi6
el saludo; y 10s inquilinos extraiiados de su terque-
dad se preguntaban entre eEIos :-iQu& le ocurriri
a1 menorcito de “las casas”?
Deside lejos llegaba confuso ruimor de alegres
repiiques. L a vieja campana de las “Clhilcas”, con
sus destempladas notas, llamaba a 10s fieles a la
misa, que 10s viefrnes se oficiaba enl Ihonor del Co-
raz6n de JesGs. De las blancas casitas de teja y de
10s ranchos de totora salian presurosas las mujeres
devotas y las socias de esa santa hermandad.
E n un elegant? carruaje manejado por su due-
fila, avanzaba Allicia, por el extrerno de la avenida.
Ella tambihn acudia a1 llamado de la campaina. En
’iu nueva vida vacia de amor, la joven seiiora tor-
naba 10s 030s hacia “Aquel” que a toldos cmforta
y que dice a cuantos sufren y igimen :-Rienaventu-
rados 10s que llorlan, porque ellos serin consolados.
F L O R SILVESTRtE' 149

En busca de ccmsuelo venia, pues, la desdichada Ali-


cia a retemplar su atriibulado lespiritu en esa 110-
guera de teriiuira infinita, como e'l nifio que tiende
xis nianecitas y e r t x a1 calor del hogar. E n aquell
anibiente de niisticismo y de paz, sentiase d l a
menos infeliz que en la atm6sfera de sensualidad
y placer que se respiraba en sLi casa, d m d e todo
le hacila recordar la pasada ventum y la pirdida
de 110s goceis de la vida.
Era elni esos molmenltos de revuelta contra el des-
tino cuando buscaba la influencia bienheclhora dz
la religik, iinica que jamis falla, h i c a que da espe-
ranzas inmorkales, Gnica que consuela en 10s dias de
la tribulacibn. . .
Juan, a quien sus actualles coinigojtas ihaciainl mAs
compasivo con 10s doloees agenos, tuvo una vaga
idea de 10s lquebrantos de su lhermanla preferida;
pzns6, no sin raz6n, a1 verla paisair, que sus pie-
saws eran una gota de agua comparaldas con el
ocCano de amargura que eacerraba el coraz6n de
Alicia; y suspirando se dijo que la vida no elra
de eterna diclha como pudo imaginarla dias antes.
Entre 10s fieles que acudian sollicijtos a la iglesia,
Juan distingui6 la tosca silueta dle Antolnia, que se
acercaba en direcci6n a1 pueblo.
E n el acto ava'nlz6 a saludmarla.
-2Ud. por aqui tan temprano, Antujquita?
-i Ay, Juanito! Si no 'he pegado 10s ojos en to'da
la noche; me tiene taln spreoculpada l a nifia. Cada
dia se me enflaquece miis, y ayer tarde, sin haber
150 FLOR SILVESTREI

piara quC, casi se me desmaya. Ahora voy a harblar


con mi sefior cura y de alhi alcaiizo doinide el doctor
Ferreira a ver si ipuede pasair a visitarla a la
“oracidn”.
-lhtonces no la deteingo mas, Xntuiquita,-Ie
respondi6 Juan despidi6iidose; y presa de la SmAs
viva inquietud, cogi6 las riendas y espoleando a1
hepmoso alazan se dirigi6 a galape hacia la mora-
da de Rosa, sin detenerse hasta llegar a ‘la puerta
de reja. De un salto estuvo en tierra, cobg6 las bri-
das en un ganidho del pimiento y apresurado penetr6
a1 jardin.
Pedro Luis que trabajaba alli, lo vi6 llegar coa
recelo. El pobre viejo se reprochalba co!mo un cri-
men SLI crueldad, a la !que atribuia el desfalleci-
miento de Rosa; por este motivo recibi6 ai Juan m6s
atento de lo que el joven sc esperaba.
-Buen din, fio Pedro Luis, 2quC tiene la Che-
fiorita ? 2 D6nde estA?-preiguntb jadeante y pilido
de inlquietud.
-Si into es naa, don! Juanito; es que la sefiora
Antuca es tan alharaquilenta y tan aparatcvsa.. .
Por ahi dentro senti hablar enenantito no m6s a la
niiia.
Alentado con lla indicacidn del viejo, Juan se
dirigi6 a1 Paterior de la casa. E n el dinbel ‘de la coci-
na estaba la “Maiga” pclando traquilamente las
papas para el alrnuerzo.
-2 Dhnde est5 la Ohefiiorita, Maiga?
--rlcalba de cortar como pa las pataguas, y con
FLOIR SILVlESITRiE 151

el permiss de su mer& le voy a deciir que la cara


que llevaba era pior que pa semana santa; en la via
hey visto naa nibs triiste yo.
-Per<), 2qu6 ha ipasado aqui desde aiioohe?
--Yo se lo voy a decir, aunque SLI mer& ha de
ser tan descreido coni0 la sefiora Antuca. A la Ohe-
fiorita la han “ojcado”, eso es lo que tiene, y )la que
le impuso el mal es fia Sabina, esa “fin6nimo” as-
queroso, Imis fiero que un espantajo de chacra.. .
Contimis que nunlquita me ‘hey de perdonar el ha-
berle mentao onde estaba la ‘nlifia. La vieja agarr6
como pal sauzal cuasi corriendo y ey, no SP lquC
le iharia a1 polbre angelito. Yo la vide no m i s que
cuando golvia del parr6n. [La Clhefioriba se queaba
un poco at& y se retorcia las imainiois de la an-
gustia que treida, y la bruja le plantabai unas ojeadas
pa ver qu6 carita ponia. El cierto del caso es que
la nifia a1 sentarse a la niesia se que6 tiesa y boquia-
bierta, a1 mesmo tiempo que iia Sabilna salia por la
puerta con una cara de gusto como la quian de po-
ner lots demoniols cuandcl llega un condenao a 10s
iefiernm. . . Y a le ilgo, patrhn, lo \que time la Che-
iiorita es “mal impuesto”, y no veo pa quC traen
mPico; contimis que pa ese mal no lhay remedio de
botica . . .-y la “Maiga” seguia pelando sus papas
en tanto que con toda buena fe referia las brujerias
de la abolrrecida vieja.
Juan no ay6 mis, y saltands pircas y acequias,
toIm6 la ladera del esttero corriendo hacia las pata-
guas, situadas m i s a116 de la vifiita.
152 FLOR SLLVEiSTRE

Aquel paraje era en extremo pintoresco. Una pe-


quefia vertiente nacida entre las pefias, ihabia fertili-
zado un pedazo de la aii,titigua caja del rio en el que
a'hora crecian 10s flolridos arrayanels, 10s ibvldos de
reluciente follaje y las pataguas que todo lo embal-
saban con su penetrante fragancia. Ese ihermoso
grupo de Aholes, era tan tupidv que una imultitud
de palrisitos y plantas trepa)doras, enredindoisle ejn
sus ganchos, se enlazahaln de un Arbol a otro y
formaban en la primavera una b6velda de vistosas
flores, alblergue de numerosas avecillas lque alli prm-
dian sus nidos.
Bajo ese espeso tedho de verdura, reinaba la
paz, ulna paz profunda, magestuolsa; el poCtico sitio
era un verdadero &is en medis de 10s pedregales
del antiguo cauce. E n la tierra cubierta de hojas
secas podian verse piedras amontonadas y restos
de fogatas que a las claras decian cuin preferido
era este paraje para 110s paseos campestres a co-
mer tin corderito asado al s6n de alrpa y guitarra.
Mas, esias mislmas pataguas que escudharon las
aleigres voces de campesinos 'enfiestados, hoy escu-
chaban, a1 discreto murmulls 'de la vertiente, 10s
suspiros de un alma herida. Alhi olculta entre 10s
arrayanes, cuyas ratmias a impulso de fuerte brisa,
parecian inclintarse ante su dollor, estaba Rolsa, el
rostro entre las rnanos y el cuerpo sacudido por so-
llozos que le desgarrabian le1 pecho.
Toda la nodhe habia rcprimido el 'llanto, temien-
do que su hermana se impusiese de su aflicci6n.
FLOiR SILVESTRE 163

Por eso lha'l>ia escogido aiquel lugar Ikjanio y solitario


a fin de dai- lilbre curso a sus ligriimas.
Las palal3ras de la infame vieja lhabian producido,
en su natu raleza impresionable y delicada un fu-
nesto efecti0, transporthndola vislentamente del pa-
raiso de su s ensueiios a las torturas 'del desengafio.
La fieibre 111acia llatir sus sienes; y en vez de procu-
rar serenar'se, complaciase ella en aihoin'dar su des-
ventura, encontrando lcierta Aspera delicia en la me-
ditaci6n de su dololr.
En el convento trataran, en vano, las monjas de
reformar si I car6cter emotivcv y de enfermiza impre-
sionabilidac3. La sensacihln del primer molmento era
la que siernpre inspiraba suis opiniones; su espon-
taneidad la hacia cometer actos que un sereno esa-
men le ha1bria impedido reallizar. A las veces se
ap ode raba de ella un fewoir tnisticor exagerado.
Sentiase tr ansportada a1 cielo, llenla el allma de ine-
fajbles con'suelos. Un afio, en el retiro con que cele-
braban (la fiesta de la Ascencihn, 'su recogimiento,
jus penitenicias ejernplares, edifilcaron en gran ma-
nera a sitis maestras p condiscipuilas. S u arrdbo Ileg6
a1 extremo de pedir a J e s k la muerte, y que le
Ilevase consigo en el dia de 'su lglariosa Ascensi6n.
Las impresiones demasia.do fuertes de aquellos
dias de retiro, (la tensi6n nervios:1, quizis las aus-
teridades que en su fervor se i'nipusiera, debilita-
ron su frSgi1 naturaleza en farma que a1 retgresar
del comulgatorio, sinti6 que todcI girdba en torno
suyo y cay6 desvanecida. Las religyioIs,as, ret irjndoila
Flor Sihestre 11
en el acto de la iglesia, trataron de hacerla volver
en si, mientras ella, salientdo de su desmayo, pre-
guntaba :-i Es Csbe el cielo?-has sencillas her-
manas creyQonla un alma predestinada, una santa
en perspectiva ; pero, muy luego se desilusionarm
viendo reapareoer en ella a (la turbul6nta lcncuela que
revolucionaba el colegio con sus iingeniosas trave-
suras. l;
Y asi colmo era de exagerada en sus pricticas
religiolsas, &-ab tarnbikn en sus afiectos. Una de
sus rnaestras, Sor Ana Ikntdivil, virtuosa monja,
intelliigente, bolndadosa y dotada de exceldntes cuali-
dades para formar el coraz6n de sus educandas,
dilecta ; “su devota”.--le profesaba un
amor erutraiiable, a1 cual correspondia la religicssa
atraida por la senoillez y dulzura de la sirnpktica
aliiquilla. Mas luego el vehemanite carifio que 6sta le
manifestaba en apasionadas frases, le despert6 escrC-
pulos de cnnciencia, y en su interior se acusaba de
fomentar esa pasibn. Despu& de grandes perple-
gidades, Scnr Ana resohi6 alejarla un tanto de si.
La pobre nifia se sinti6 herida an el a h a con tal
rechazo.
-Puesto que no me quiere Sor Ana, v q a de-
jarme rnorir,-se dijo, y decidi6 no comer. Per0
esto no era ficil en e! conviento, pues se&n la regla
del refectorio las alumiias debian dejar vacios 10s
platos. Rosa cedia sus manjanes a una de sus
voraces cornpafieras, v la falta pasaba inaper-
cibi da.
FLOR SILVESTRE 155

Dia por dia veiaiila decaer; grainides ojeras da-


ban aim mayor profundiclad a sus ojos; su seimbllan-
te tomaba un tinte ploimizo y 10s labios perdian su
color. S u voltintad, sin ernbairgu, se mantenia firme ;
ella experimentaba una sensaci6n exquisita eln su-
frir esos torrnentos y veia sin la menor aprenlsion
acercarse la muerte.
N o se salbe dhnde habria ilegado en su dellirio,
si una liija de Maria, sorprlendieiido la estratageima
del refectorio, no ihubiera 'denuin~ciado el lhecho a
Sor Ana quien consult6 el caso con su superiora.
L a bueiia anciana que en su ilarga carrera de
directora de ainias conocia 10s a,rcanols del corazbn,
no s610 disip6 SLIS escrupulos si!nlo que le ordenb
abrir 10s brazos a esa huCrfana Bvida de cariiio.
Desde aquel dia iKosa fuC feliz. E n Sor Ana hall6
todas las ternuras deseladais; poco a poco su cair6c-
ter se duicific6 y una Cpoca de paz sucedi6 a las
boerascas de otro tielmipo. La maestra seguia con
vivo inter& el despertar de esa alma candarosa.
Comprendia la lucha de las pasioneis que empe-
zalban a germilnar en su tierno coraz6n y hubiera
querido verla melnos intelectual, 'menos apasionada
sobre t a d o . . . La suerte de su ovejita peclilecta
la inspiraba serioa temolres .
Destinada Rosa a vivir en un medio inferior a1
que por su sdticaci6n le colrrespondia, pcrr fuerza
tendria que sufrir, y bien claro estaba que la joven
no habia aacido para ludhar contra las as,perezas
de la vida: si su existencia no se dedizaba entre
156 FLOR SILVBiSTRH

terinuras y caricias, iris a destrozarse contra el pri-


mer escollo.
Por tal rnotivo Sor Ana trataba de atraerla sua-
vemente a la vida religiosa, y con tino le hacia
ver las miserias del rnundo, pintindole con negros
colores (la ruinsdad de 10s hombres. Rosa escudhaba
cual si esos coiisejos la impresionaran; pero luego
aquellas ideas se fundian a1 calor de su irnagiaaci6n.
Ahwa que una ola de almargura la envolvia,
recordaba Rosa las sabias advertenicias de Sor Ana
y se dolia de no habellas cudhado. Ni por tin mi-
nuto dud6 de la veracidad de las palaibras de Sa-
bina ; sentiase envilecida, cubierta de Iodo, irnpura
a 10s ojos de Dios, indilgna de invocar a la Virgen
y a 10s saatos. Cayendo en el extreimo olpuesto de
su caricter exagerado, sentia un amargo placer en
sabolrear ssu afliccibn.
Tan absorta e s t a b en sus dolorosos pensarniew
tos, que s6lo not6 'la presencia de Juan cuando Cste
colocindole una mano sobre el Ihomlbro, con voz
elntrecortada le pregunt6 :
-Rosa, ;quC sucede? 2Por qu4 1Ioras asi?
Cual picada por un insecto venietwso, ella se ir-
gui6 en el acto y con d espera'do acento dijo :
--CY Lid. me lo pregunta? Reti'rese, sefiicr, y no se
vuelva a ponerse ante mi vista. Dios h a perrnitido
que yo aibra 10s ojos B tiernpo, y Ud. n o colnseguirs
su prop6sito.
Juan, rnudo de estupor, la miraba, sonprendido de
la expresi6n de sufrimielnto impresa an sus faccio-
FLOIR SILVEST-RE 157

nes. 2Era esta la nifia gentil a quien ayer no rnis


oprimia entre SLIS brazos? A'hi es,tabla, con el ca-
bello desgreiiado, una trenza mal hecha caida sobre
stis honbros, y un estreuho traje de corte rnonacal
cubribndole el cuer,po. Los rasgos de su fisonolmia,
desiigurados por la noc'he de ihsomln~io,y sus ojos,
sus lindos ojbs, enrojecidos por el llanto, tenian un
gesto de extravie.. .
Emocionado hasta lo m i s intimo, viendo ese ver-
dadero destrozo de aquella alrna angelical, Juan
quiso repllicar :
-Per0 Rosa, ;en quC te he oifenidido yo? Ayer
juraste ser mi esposa y 'hoy 'me rechazas de esta
manera ?
-i S u esposa !. . .-le interrumpi6 c~llluna carca-
jada histkrica.---Lo mismo dioen todas, y es para
enfgafiar mejoc.. . Ud. lo que quiere e s . . .
N o pudo concluir. Juan, colgi6ndoila de un brazn,
colocaba una m a t o sobre su boca y con voz en cpe
vibraba una pasi6n conteniida, exclam6 :
-No prosigas, Rosa, por Dios! Ti1 no sabes lo
que dices. ~ Q Ldemanio,
I~ qu6 iafarne creatura, 'ha
podidol inculcarte tales ideas?
Volvi6 ella a estremecerse a SLI contacto; pero,
desprendigndose de nuevo, repuso exasperada :
-Le (he dicho que no me toque, don Juan. 2Ve
Ud. este vestido, este peinado de colegiala? Hoy
mismo 'me voy a las monjas, si es que ahi quieren
recibirme todavia cuando sepan que ya no1 soy
la nifia inocente que ellas educaron, que mis oidos
158 FLOR SlLNEiSTRE

estAn manchados. . . iDios mio! j P o r quC no escti-


chC 10s siabios consejos de Sor Ana, y me quedC en
el convento? Ahora me causo lhorror a mi misma,
y todo por culpa suya; Ud. ha sido mi Angel malo.
Si me parece que lo aborrezco. . .-aiiadi6 con ira,
golpeando el suelo con el pie y retorciendo nervio-
samente sus mamos.-Por causa suya no me hice
monja: tenia tales deseos de volverle a ver! y Ud.
me paga asi; Ud., que conoce 110 lque ea el mundo,
ha permitido que todo el pueblo nitirmure y haga
risa de \mi. Y mi pobre madrina, 2IquC dirS cuando
lo llegue a saber?
Y entre sodlozos entrecortados, continuaba lamen-
tindose y lllen6ndole de reproldhes con uin arrebato
que partia el alma.
Juam no vollvia de su asoimhro. Comprendia poco
a poco 'el terrMe efecto que las nefca,stas palabras
de la vieja habian prodmucido en la niiia, y de nuevo
intent6 defen,deIrse.
--Pero, Cheiiolrita. . . - comenzalba a decir con
tono de amarga queja, cuando ella iprorrumpi6 con
vehemencia :
-No lliay Chefiorita, ni n a d a . . . Yo 'no soy la
Plorentinta para que se burlen de mi.
(All olir estas palabras, la excitacihln de Juan lleg6
a1 colmo. La memoria de la cobardia de su hermano
halbia sido siempre para 61 punzante recuerdo que
en varias ocasionfes le hizo enrojecer de vergiienza.
Alhora, [en labios de Rosa, le pareci6 uin insultto, una
suprema humillaci6n ; y no pudieado reprimirse por
FLOR SILV1ESrTR.E 169

m6s tiempo, se arroj6 s&re un tronco tumbado


en el sulelo, y estall6 en sollozos como un nifio.
La viva aflicci6n de Juan, sus ligrimas, llenarorn
de antgustia a la timida creatura que luchaba entre
SLI fe&
II el s6r amado y el temor del eogafio con que
la ha\bian atemorizado. Su alma se despedazaba,
dividida por esos contradictorios sentimientos, sin
poder discewir d m d e estaria la verdad.
-D ios mio ! 2 QuC creer ?--mucmuraba clavando
en el ciielo SLIS h6mesdas puipilas, en tanto que llevaba
una mano a1 corazhn a fin de acallar sus latidos.
De pronto un inmenso malestar se apoder6 de ella.
-i Juan ! iJuan !-grit6 ; y olvidada de temolre's y
aprensiones cay6 ex5niime en sus brazos.
Cagi6la 61 con suma 'delicadeza, y dindok 10s
nombres mAs tiernos, trataiba de comlsdarla y per-
suadirla de su error.
-Rosa, mi florecita querida,-le decia muy que-
do,--te juro que jamAs ni a h el pensamiento de
ofenderte ha cruzado por mi imaginaci6n. La nodhe
entera pas6 preocupado de ti y pefnisando en lo fe-
lices que ibamos a ser. Y ti1 por 10s infames cuen-
tos de m a vieja perversa oilvidas ya tus juramen-
tos y mi carifio? Dime, ;cu6ndo? 2c6mo puedo yo
selr el vi1 seductor que til me Crees?
LOISsollozos de la jorven iban diuminiuyendo; sin
embargo, aim la sacudian esos estremecimlientos
nerviosos que subsisten despu6s de una crisis de
15grilmraa. SLISdestrenzados cabellos se esparcian
solbre su espalda, y 61 10s acariciaba suavementc.
160 FLOR SILVEGTRE

No obstante su hornda turbaci6n a1 slentir junto


a si aquel cuerpo palpitanlte, Juan repimi6 su loco
deseo de estreahar aquella a'dorada caibeza y cubrir-
la de besos, comprendiendo que cualquier demostra-
ci6n apasionada reavivaria las aingustias de la
jo v e ~
Nada mQs grande y pura que el amor de esos
sencillos corazmes.
Alli no haibia pasicin desordenada, ni arreibato
de 10s selntidos: eran simplemente dols seres que
sufriaa am6ndose con temura infinita, con inltenso
ardor, colmo una sola vez en la vida se atma.
Cuando Juan not6 que cedia un tanto la anigus-
tia de Rosa, coloc6 una mano dulcemente imperati-
va sobre SLI cabeza inclinada, y apartanido 10s rizos
cortos que caian sobre sus sienes, dijo con voz ca-
rifiosa y conmovida:
-Aihora que el ataque de locura va pasaado, mi-
rame, mirame biem en los ojos, y repiteimre que soy
un infame, que te wgafi6, y que me aho-
rrece.. .
Por toda respuesta, ocult6 ella otra vez SLI rostro
en el holmibro (dtel jcwen, y estrecih6 m5s la cadena
que SLIS brazoe le formaban a1 dedor del cuello.
--Valmos a 'hablar sleriameaite, Cheiiorita,-pro-
sigui6 con graveldad y dulzura,-necesito saber, en
alxoluto, si comfias en mi o no.. .
-Si, si, i oih Juan ! Perd6name ! H e sufrido tanto,
-respond% ella a la vez que gruesas 16grimas ro-
da'ban por sus mejillas.
FLOlR SILVESTRE 161

--Bueno, bueno, Chefiorita, basta de llanto si


no quieres que yo me enoje a1 fin de veras.
Hizo ella uin enCrgico1 esfuerzo para serenarse,
trat6 de trenzar la abundante cabellera, y sent6nldo-
se en el tronco de un maiten, se dispuso a escu-
c'harle.
En 10s momentos ein que sostenia a Rosa casi
desfallecida en sus brazos, hagbia tamado Juan una
resoluci6n desesperada, que sechaba por tierra todas
las cavilaciones y proyeotos de la noche anterior.
'.I colmo en ciertas ocasiones, la incertidumbre
tortiira mSs que la deslgracia misima, decidido ya
a dbrar, se sentia mSs tranlquillo, libre de la ator-
mentadora indecisi6n de la vispera.
Seinitado junto a ella, Juan le explica'ba sus pro-
yectos. Escribiria al sefior San Crist6bal acep-
tando el puesto fiscal que le oifrecian en Vicufia.
Primer0 habia pensado empretnder solo le1 viaje, a
fin de preprarlo todo para recibirla: eran j6vencs
y podian esperar. Pero viendo que 110s suceso's se
precipitaban y peligraba el h e n nolmibre de ella,
61 no podia, ni queria dejarla atr6s. . . Pedir la au-
toIrizaci6ni de sus padres era emipelclo in(iti1, puesto
que le seria nlegada. Tampoco IAntonia cofnsentiria.
Se mardharian, pies, si ella se decidia a seguirlo,
slin el {permisode 10s suyos, ya que ia ello 10s olbliga-
ba la fuerza de las cosas.
Coimo era natural, se sabresalt6 Rosa y renacie-
ron sus dudas. Quiso oibjetar ailgo, pero Juan, cot1
toda calma, le rog6 que lo dejase concltiir; ella dis-
162 ?'LOR GILVESTRE

curriria a su vez. Como toda persona de caricter


irresoluto cuando se decide a obrar precipita 10s
sucesos, Juan seguia expocaiendo atropelladamernte
sus planes: en esa semiaina haria 61 un viaje a San-
tiago y a1 pasar por Reinosa buscaria un 'sacerdote
que 10s casara, dejinidolol tordo liuto para el mi&-
coles 8 de marzo, tCrlrniino del plazo fi'jiado por el
seiior San Cristivbal.
-Y despuPs a Vicuiia, en viaje de novios, Rosla
mia. 2 Consierntes? Responde,-aigreg6 con tono a
la vez solemne y suplicante.
Pilida colmo unla muerta, mustia la frente, fijos
en el suelo 10s ojos lllenos 'de lihgrimas reprimidas,
ella guardaba silencio es(cuchando8la voz de su alma
en la angustiada y larga pausa que se sigui6. . .
~QLIC pasaria en aquiel corazbn?
De promto Rosa volvih hacia B sus miradas; y,
taln intemso y verdadero amor ley6 en esas ardientes
pupilas, que sus dudas se desvanecieron; de sus pro-
ftmdos ojos irradi6 una claridad que disip6 las
s m b r a s de tristeza. tifiendo de carlmin SLI delicada
fisonomia, y, muy h j o , con sonrisa inefable, SLIS
temblorosos l a b i a dijeron casi en un murrnullo :
-Si, Juan, si quiero.. .
Esltrechhla 61 corn dellirio entre sus brazos y cu-
brihdola de lcaricias y besando ems ojos enrojeci-
dos por el llanto, le juralba que jamis verteriani una
ligrima por SLI culpa, que sus vidas serian un poema
de dicha y de amor, que nunca se arrepentiria de
haberle confiado su vida. Y , decia esto con una
FLOIR SILYESTR,E 163

sinceridad de acento que (hacia ahn miis persuasivas


sus palalbras.
-Y aihora, mi nolvia querida, nada de llorilqueos.
Esos ojos me pertejniecen, son, mios, y no quiero
que 10s afeeln las liigrimas. . .
-Tu madrina debe estar inlquieta con tu a
volvamos a la casa,-dijo Juan despiuts que por
largo rat0 se habian repetido una y mill veces las
sacramaatales frases y protestas de amor.
R4i.s tranquila ya, sentia Rosa en rsu coraz6n la
paz de la luaha concluida, y fieiliz 'cornenltaba el
viaje que en ailgLmos dias m i s emprenderian.
-Yo ipodria pasar a ver a Sor Ana el dia que
estemos en Reinosla,-dijo de imprcwiso.
-Eso s i que no. Para lque si la monja te lo acon-
seja, te quedes alli para sieinpre? No, Chreiiorita:
ya canozco tu carkcter volulble, y no te soltar6 tan
luego. Miis aim: en esta quinicena que faha, mejor
seria que no te confesaras porque a1 seiior cura,
como padrino tuyo, tambikn se llle p e d e ocurrir
aconsejarte en mi contra.. .
-No voy a tener con quien conversar entances,--
murmur6 ellla con csqueto mohia,.
-Conlmigo muoho, mudhisirno. . . Y con 10s tu-
yos, con Alicia, con Tito, (menos con la vieja Sa-
bina que muy lueigo saldrii del fundo si est5 en mi
mano arrojarla de aqui, aiiadi6 Juam que, a1 recuer-
do de lo que aquClla shabia hedho sufrir a 'su amada
sentia bullir la sangre en sus venas.
Pronlto llegaron a1 corral. Antonia, Pedro Luis
164 FLOR SILVESTRE

y “la Maiga”, llenos de inquietuld salieron a reci-


birles. Desde lejos les grit6 Juan con mueho Cn-
fasia :
-Aqui traigo a esta prbfuga que se nos queria
ir a las monjas.
-2Ve Ud., Antuquita, reste vestido, este peinado
de colegiala? Pensabla maroharse hoy mismo dl con-
vento, se sentia con vocaici6n. . .-agreg6 !miraindo
con maliciosa sonrisa a la joven,dy, buen trabaijo
me ha costado disuadirla. Me parece que merezco
un matecito, iverdad?
En el primer m m e n t o Antonia se alarm6 con
las palahras de Juan; pero a4 ver sus alegres sem-
blantes, disilp6se su iaquietud, imaginando que habia
sido un pasajero caprioho de la joven.
Entreta’nito, Rosa sle dirigia a su alcoba; luego
sali6 vestida con SLI traje de brin claro, 10s cabe-
110s nelgras ondulados y recogidols en gracioso
moio, dejando ver ‘su albo cuello y el niveo ccrmien-
zo del escate.
De las pasadas angustias sblo quedaba una fu-
gitiva somhra bajo sus pestaiias y una expreaibn
a la vez intensa y melancblica en SLI interesianbe fiso-
nomia.
L4~qulellamafiania f u P deliciosa para todos. 1’so
Pedro Luis estuvo a punto de persuadirse de que sus
temores eran infundados. Antonia n o deseaba oltra
cosa que recobrar SLI sereinidad; ’y Juan, colmo
sienipre junto a Rosa, olvidaba sus preocupaciones.
S61o “la Maiga” no estaba tranlquila; y suspi-
XIV

Fueron aqukllos dias muy felices para 10s aman-


tes. E1 doctor de “las Chilcas” a1 visitar a Rosa la
habia encontrado sumamlente dsbil y recornend6
muciha condescendencia con la nifia, cuyo olrganis-
mo parecia haber sufrido alguna fuerte coamoci6n.
S u receta fuC: mucho ejercicio, vida ail aire libre,
asoleindose en el jardin o paseando por 10s alrede-
dores, aada de costuras ni bolrdados psr alglin
tiempo.
Ante estas prescripcimes de persona tan presti-
giosa, fio Pedro Luis &nose atnmi6 a protestar de
las frecuentes visitas de Juan ; consalhbase can la
idea de ver partir en pocos dias m i s a1 patroncito;
ademris, el temm de cmtcmplar de nuevo el rosstro
marchito de la nifia, dcscmnponia a1 @re viejo.
Las circunstancias canlspiraban pues, para favo-
recer las entrevistas dle 10s amantes que libres de
toda vigilancia, podian entregarse a la delicia de
,E.

FLOIR SILViESTHE 167

estar juntos. Vagaban sin rumbo, recorriendo 10s si-


ti'os llenos de dulces recuerdos, que eslcuchaban la
etenna c a n c i h de amor, la {historia de todos 10s
enamorados repetida en mil tolnos distintos y en di-
versas lenguas, alquella :

mkma vieja historia,


que inmsiainte se repite
con I s &ma conclusibn. . ."

Juan descubria cada vez nuevos encantos en Rosa;


y ella par ISU parte, no era ya amor, era adoraci6n
la que tributalba a1 colmpafiero de su infancia. De
una cadeaa colgada a1 pedho, pen'dia, junto con la
medalla de la Virgen, la argolla que Juan en su
reciente viaje a Santiago le ihabia traido. E l anillo
tenia la feoha del cornpromiso, aiquClla en que Sa-
bins Peralta p ~ i s ouna nota trh'gica en este plAcido
romance.
E n sus excursiones por las soilitarias mirgeaes
del estero, 10s j6venes entre t u h a d o s y risueiios co-
lochbanse las sortijas, cam0 haciendo una trav
de dhi~quillos.
Jamis aquellos parajes en que la solemne sere-
nidad de la naturaleza amparaba sus amores, fue-
ron testigo de m i s poCtico idilio.
Esa tarde habian, escogi'do un rinconcito del huer-
to a orillas del estero. Con la proximidad del agua,
la vegetaci6n se alzaba alli exuberante. Era Cse on
asilo delicioso; sentianse como en una regi6n de
ensuefios.. . Leve brisa insinuindose por entre 10s
lti8 FLOR SIIlVE STRE

arbules, tunbaiba apenas la magestuosa paz del pai-


saje ; las mariposas 'blancas, semejaindo flores aladas,
rozsban 10s v a d e s arbustos en su giro caprichoso. . .
J.3n esle cAlido dis estival, parecia que todas las florels
hu'uiesen abierto a la vez sus corolas; y, esparcidos
en el ambiente, todos esos hklitos perfumados pro-
ducian una e/mbriagadora sensaci6n de suavidad in-
finita.
Rosa reclinada en e1 tronco carcomido de un 5,-
bol, comunricaba sus impresioiies a Juan que tendido
en el pasto, contemplabla el puro azul del cielo por
entre el denso follaje, o mhs a menudo, fijaba in-
quieto SLE ojos en 4 sentblante pilido y enflaque-
cido de la joven. Con frecuencia la habia encontrado
asi en horas de desaliento, de inldecisi6n, y con
dificultad conseguian entonces SLIS palacbras alen-
tadoras desvaneccr 10s prejuicios de Rosa que mien-
tras nijs avanzalba el tiempo mAs acongojada se
sentia con la idea del dolor que iba a causar a esoa
seres queridos de quienes era ella la felicidad. LA-
grimas amargas habia derramado a1 contemplar a
SLI liermana y a1 buen viejo que en estos dias, vi&-
dola delicada, redoblaban su ternura y ateiicimes.
-Pero, yo tambiin suf ro,-deciale Juan acari-
ciindola,-ipor lquC no piensas en mi, en mi eterna
desesperacibn si $nopudiera tenerte a mi lado?
-Repitelo, Juan,. Este pensamiento es el h i c o
que endulza mis pesares, el que alhuyenta mis va-
cilaciones. Si yo tuviesle la intima y profunda cer-
teza, la wguridafd de que te soy absolutamente nlece-
FLOR SILVEETRE 169

saria, que mi auseiicia labraria tu desdicha, me pa-


rece que nihs tranquila y sin1 vacilar, arrostraria las
consecuencias, sabiendo que en cierto mo'do sacri-
fico a 10s mios, porque Inlo puedo ser causa de tu
dewentura ....
-Pues convkncete, Rosa mia, conv6ncete y Cree
que si yo te perdiera, si tG ao fueses mia, la vida
para mi seria tan triste, tan sin1 objeto, que mal-
deciria la hora que me vi6 nacer y, i saibe Dios ! i sahe
Dios, qu6 locas ideas surgirian en mi mente!-y
luego sumergiendo sus miradas eln las ansiosas pu-
pilas de su acvia pregunt6 coin du1zura.-Y tfi, RO-
sa, <Crees que podrias vivir sin tu Jua'n?
--~Yo?-respolnidi6 ella esItmmeci&dqse, en tanto
que su rostro se cubria de mortal pa1idez.-Si para
mi tO eres la vida. Mira, cuando e s t k lejas siento
como si tu espiritu me acompafiase a todas partes,
te sigo con el pensamieaito, vivo con tu recuerdo,
repaso tus palabras y a solas sonrio. . . jAh! Juan,
yo si que puedo decir con verda{d qu'e si me separa-
seln de ti moriria.
Y diciendo esto oprimia sus ojos con sus heladas
manos como queriendo disipar ulna f h e b r e visi6n.
-2QuC tienes hoy, Cheriorita? Ti1 me ocultas
a l p , rest& preocupada. 2 Habr6s telniido algtina con-
trariedad? Dime, querida, ;pa- qu6 te veo temblar?
;Est& enferma, tendr5s frio?. . . Tus manos est&n
yertas. iQu!'Cre,s que regresemos a la casa?
Y ella cada dia m6s fr6gi1, y atormentada por las
continuas luchas que agitaban su allma, entre risue-
F l o r Silvestre 12
170 FLOR SILVESTRE

iia y melancolica, sle dejaba acariciar, feliz de sen-


tirse amada.
--Anoohe tuve un suefio, Juan, un suefio tan vivo
que m6s que otra cosa me (ha parecido advertencia
del cielo, visi6n solbrenatural. 6ba yo por un sender0
luminoso, entre cercas de flores; rnis pies apenas
roizaban el suelo y cinticos dulcisimos halagaban
rnis oidos. ,41 fin de la avenida (la luz se abrillan-
taba, y a1 avanzar, vi dos somibras que me llamaron.
ImLginate mi testupor a1 recon,ocer en ellas a mis
padres iquie mle hacian sefiais pa8ra ique me iles reu-
niera. Feliz me acerquk, Fer0 no pude adelantar; un
abismo infranqueable se abria entre nosotros. Gri-
t6, per0 no me escudharon; entolaces oi que 'me
decian : Desfidjate de 10s antores terremles; esta
voz era selmejante a la de Sor Ana. Instiaitivamente
Ilev6 las manios a1 cuello donde guardo tu anillo,
y en ese momento rnis padres renovarlon sus llama-
dos como indichdome que esta cadena me impe-
dia salvar el obsticulo. Tres veces tlendi las manos
hacia la argolla, pero mi voluntad se resisti6 a d e -
d e e r . Por fin dwesperada resdvlvi fraaquear el
abismo, y cai en 61, hun(di6ndome en la olbscuridad
m5s pavorosa. A1 grito que di, despert6 temblainldo
de impresli6n, y hafiado el cuerpo en frio sudor.
L a lamparilla de noche difundia su tenue luz so-
bre los retratos de rnis padres, y aim despierta pa-
recinme verlos llam6ndome.
A niedida que Rosa referia el suefio, en stis fac-
ciones se pintaban1 sucesivamente el terror, el des-
FLOR SILVEETRE 171

consuelo, la duda y soibre todo ello una excitaci6n


nerviosa ‘que conta,giaba a Juan no obstante su de-
li~beradacalma.
La lhora crepuscular, la enervante atm6
aire campestrte sano y fu e, la soledad, acalso el
sobresalto de sus conciencias, lois penetr6 de h m d a
melancollia. U n a radha helada, precursora del otoio,
les azot6 ell rostro, y de shbito, acasoi por intuici6n de
futuros pesarzs, a,mbos se sintieroin tristes, abruma-
dos, y en silencio se absorbieroin en sus pelnsamientos.
Juan enlazaba el talle de Rosa, y ella rieclinando la
cabeza sobre SLI hombro, coa aipagada voz continub:
--En seguida, y como para conifirmar mis temo-
res, y que mi suefio parezca una realidad, esta ma-
iiana el correo me trajo una carta de Solr Ana.
LCela th,-agreg6 entregkdosella. Juan 1 9 6 con
bur!ona sonrisa :

“Querida hijita :
Sin esperar respuesta a mi hltima carta, he pe-
dido a la Revereada Madre que me permita escri-
birte. E n estos dias tu recuerdo mle iha perseguido
con tenacidad. ;SerA que ya las clases han comenza-
do y me ihace falta mi ovejita predilecta? 0 ;ser6
que el largo silencio en que me dejas time que preo-
cupar a tu buena madre? Hoy fuC tan vivo el recuer-
do que hice de ti, que me distraje por icompleto du-
ra‘ite la misa. Quiera Nuestro Sefioc perdoaarme
en raz6n del caririo que te profeso. E n el Evangelio
del dia lei est? versiculo: “Guardaos de aquellos
172 FLOR SILVESTRE

que vienten a vosotros con pieles de ovejas y que


en verdad son Iolbiss voraces”, que me hizo pensar
en mi querida ausente. Me vino un come presen-
timiento; el corazbn se me oprimi6 con tan viva
angustia que, a1 acercarinle a recibir a mi JesiIs de-
rramC copiosas lhgrimas mientras suplicaba al Sefior
se apiadase de mi Rosa.
E1 tiempo de cuaresma se acerca, tiempo de pe-
nlitencia y de recogimietnto que nos trae a la memo-
ria 10s dolores de un Dios ; medita sobre ellos, hija
mia.
Que Jesks ea el tatbernAculo sea tu confidente, tu
amigo, tu consuelo ; cuando sufras cubitale tus pe-
nas, cuando goces y est.& alegre, participle tu
contento. ISC piadosai, hmalle coa ternura y seris
feliz. E n esas horas diuliosas no olvides a t u madre,

Sor ANA MENDIVIL.


R. M. -4.

Juan,, apenas terminada la lectura, mirb a Rosa,


y colgiCndole ambas manos aregunit6 con SLI m i s
fascinadora somisa :
-Dime, Rosa. ;per ventura me encuentras cara
de lobo voraz?
Los ojos de Juan, que buscaban SLIS miradas, le-
yeroinl en ellas tan ‘elocwente y expresiva respuesta
que en el acto sus pupilas azules s’e iluininaron a su
vez con el fuego que irradialvan las he Rosa.
F L O R SILVEETRE 173

Juan fuC el priniero en sobreponerse a su emoci6n.


-iQui&n hace caso de suefios?-dijo con aire
despreocupaclo.-Nifiita nerviosa a quien las monjas
inculcaron cuainita tonteria cabe enl sus cerebros mis-
tificados. Mira, yo dejo atris mucho m6s lque t k
yo alrandono a mi padre, a mi imadre, a mis, her-
manos, porque s&,estoly cierto, 'de que en tu amor
enconttrari ref undidos toldos esos aflectos y ade-
m6s el mayor de ellos, el de espma, Yo, a mi vez,
tratarP, mi querida, $de reemplazar tan bien a 10s
tuyos que puedas th decir 'que, furera de mi, nadie
te hace falta, nadie.
Con <estasprotestas, suficientes de mSs para acallar
las inquietudes de ulna enamorada, se esfumaban,
cual gloibos de j a K n , los temores de Rosa.
Por foirtuna estas crisis emotivas no eran fre-
cuentes y habia horas en qule sus risas bulliciosas
despertaban 10s ecols de la montafia. Entonces todo
lo veian de color de rosa y el porvmir se les prle-
sentaba en halagiiefia perspectiva.
Sobrada raz6n tenlia Juan para afirmar que el
dejaba atris mucho mAs que Rosa. Sin embango,
a1 decirlo, no conocia bien todo lo que albandonaba.
Su ceguera de enamorado, no 'le permitia aquilatar
la determinaci6n que iba a seguir.
La nueva de su viaje a Vicufia ihabia caido como
un rayo en casa de s,us padres. Empero, don Gui-
llermo, a lpesar de SLI pena, clomia6 sus sentimientos,
imalginando que esta resolucirin obedecia a1 deseo,
tan natural en la juiventud, de inclependizarse, de
174 F L O R SILVESTRE

pro'har sus fuerzas, coin0 el pajarillo que se lanlza


del nido aun cuaiido sepa que en el primer vuelo
ha de sentir sus alas fatigadas.
Eln sileiicio se impuso de 10s proyectos de su hijo
querido, y procurb consolarse con la espectativa de
tenerlo otra vez en su compa'iia durante 10s rigores
del invierno.
Dofia Rafaela, tainbibii muy afectada, acudia SO-
licita a ofrecerle su ayuda para 10s preparativos de
viaje. Graciela, descuidando sus arreglos para el
Carnlaval, venia a dharlar con 61. Pero todos reci-
bian la misma respuesta: clue nada necesitaba, que
lo dejasen trabajar.
M A S que nadie sufria la pdlx-e Alicia con la par-
tida de Juan, que la dejaba tan abandonada. E l
era s u campaiiero eln Santiago y varias veces en
momentos de cruel desolacibn 61 alivi6 sus penas.
Ahora llegaba silencios\a hasta la puerta de su
halbitaci6n pero, ella no olfrecia sus siervicioa ; &no
que de pie )en el umbral, 10 miraiba coln 10s ojos tur-
bios por las ljgriinas contenidas, hasta que Juan,
con finigida aspereza a fin de disimular su propio
pesar, le pedia que lo dejasle solo.
Para 61 la situacih era do's veces cruel: primer0
ponque no tenia qtiien le alenitase. Todas sus lu-
ahas y a(nsiedades se agitahan en SLI yeno, sin teisti-
goa, teniendo que dar h i m a s a Rosa justamlente
cualndo GI ilra con el alma henahida de angustia a
buscar cnnsuelo en sti amor. Por otra parte, si Juan
huibiera sido un egoista libertine, o si s~uspadres
F L O E SILVESTRE 175

no chu'biesen sido siempre tan afectuosos y amalnttes,


acaso la separaci6n 'habria sido menos. triste.
Veniale a las veces un impetu loco de rebelarse,
de gritar su miseria y su secreto, LIII desesperado
anhelo de pisotear todo aqua1 lujo que odiaba y,
como animal enfurecido, romper, destruir esos bla-
sones, ems cuadros valiosos, esos antitgum tapices,
ein fin, todos aquellos signos de fast0 y de riqueza.
Ademis, (no ~6101dejaba Juan slti falmilia, sus
relaciones, SLI existencia de lujo, sino t a m b i h su
posici6n social, coimproimetida por ese matrimonio
desigual. E n suma: si el sacrificio que hacia era muy
superior a1 de Rosa, &a, en cambio, Idaba cuanto
tenia, pues en el amor de 19 candorosa nifia no en-
traban mezquims cAlculos ni locas pretensimtea, y
de seguro que a poder escoger no lhabria deseado
tan alta alcurnia para el que 'habia de ser su esposo.
Pero, como themos didho, el amor no raciocina ni
husca conveniiencias, y sus cAlculm suelen estar re-
iiidos con 10s coinivencioiialismos sociales.
xv

Aquel domiago empezalba el Carnaval.


E l caserio de las “Chilcas” habia sido profusa-
mente engalanado; las calles y plazas llenas de ban-
derolas y estandartes de papel, que se cruzaban por
entre 10s irboles, formaban arcos de madera ador-
nados con vistosos faroks dhinelscos.
La plaza, como en casi todos 10s pueblos chilenos,
encimerra en sus cuatro manzanas todas las oficinas
fiscales, Municipalidad, escuela, correo y parroquia.
E n este httmilde y escoindido rinc6n del valle del
ri I Verde, es el prtincipal ornato Ita iglesia co1ns:ruida
desde sighs a t r k por monjes dominicos, duefios
cntonces cle la hacienda del “Rosario”. La honda
piedad de 10s feligreses la rnantenia limpia y bien
cuidada; y, como por fortuna jam& lleg6 a esas
regiones ningiin rico advlenedizo de &os que gustan
d c reformar y pititarlo todo, alquella coriservh lsti
hermosn estiilo mediaeval y su patina de vejez. Por
10s intcrsticios de siis muros de piedra asomaiha el
F L O R SILVESTRE 177

musgo y en 10s pilares del vilejo phrtico se enredaba


la hiedra trepadora. Todo era aintiguo ahi : antiguo el
campanario, donde ‘hacian su nido las ileohuzas, el
sacristin que repicaba las campanas y el vir-
tuoso sacerdote que desde treinta afios dirigia las
conciencias y consolaba las penas de sus fieles hi-
jols; vieja por iiltimo, el ama de llaves que, relgaiio-
na y malhumorada, era capaz de vaciarle 10s ojos
a1 temerario que cometiese alguna irrwerencia en
la santa casa.
Aquel dia el templo haciase estreuho para contener
la enlorme cantidad de gente qule con rnotivo de las
fiestas de Camaval habia “bajadol a1 pueblo” y acu-
dia, antes de entrelgarse a SLIS diversimes, a curnplir
el precepto divino. Multitud de cirios ardian e‘n el
altar mayor, pero sus luces quedaban e
por el vivo resplandor que a1 travCs de las venta-
nas vjivales proyectaba el soll. Sus destellos de
fuago o sus etCreas cliaridades a1 caer sobre las es-
tatuas de 10s santos, vestidols de cdores chillones,
or0 y pedrerias, pareciaill inlfundirles vida y i m v i -
miento.
E1 pirroco subia a1 altar. E n su lmidadosa e
ingenua fisonomia se reflejaba la satisfaccih de
ver a sus parroquianos postrados Iiumildemente ante
su Dim, y a1 volverse hacia el pueblo en el “Do-
min,us volbiscum”, hubiera querido estrecharlos a
todos en inlmanso ahrazo y wesentar a1 Ruen Pas-
tor su querido relinfio unido a1 sacrosanto sacri-
fii-io.
178 FLOR SILVESTRE

Pasado el Evangelio y )en iiiedio del m i s so!emne


silencio, sintikrolnsle notas de arpa, 10s preludios del
Ave Maria de Gounad.
Elena Sanltibifiez enipe’zaba con dulcisimo acento
la sulblime plegaria: “Ave Maria pieina di grazie”.
Esa mhsica se adaptaba a su voz que subia sin es-
fuerzo, dirigida por un instinto del arte, intiimo y
profundo, como la voz del pijaro que entona la
canci6ii que Dios le ha puesto en la garganta. Una
cascada de notats vibrantes ascen’dia, fpesca, se en-
saachaba para implorar la cetlestial misericordia ;
m i s que una plegaria era un lamento. . . No se sabia
si ‘hablaba de amor, de desesperaci6n o de muerte,
pero, lols feligreses, aiin 10s riisticos ignaros, la es-
cuchaban extasiados.
Ese canto era bello y patgtico: vibraba en 61 una
anlgnstia suprema. “Prega per noi” clamaba ; si,
ruega por nolsotros, por 81, por mi que aihogo mi
secreto en tu virgineo seno.
Y, a1 concluir : ‘“el hora della nostra msrte”, las
notas semejaban una queja dolorida, cual si con ellas
evocase la hora de redenci6n del dslo’r.
[Elena traicionaba y exponia su secreto en ese
canto sagrado en que palpitaiba su alma atormentada.
Cerca de ella, Rolsa oraiba con el rostrol entre las
manos. En esle (mistico alsilo en que a1 perfume
sagrado del incienso se une el penetrante aroma de
las flsres, su alma idealista y sofiadora se conmovia
f5cilmente. Su intuicihii femeiiina le hizo adivinar
en la voz de Elsna u n grito de dolor. Una piedad
F L O R SILVEETRE 179

iiiriiensa la invaditi; y de sithito, sea de compasi6n,


de pesar o tal vez de enervamientn, brot6 de sus
Djos un raudal de 1Agrimas y s61o por un enGrgico
esfuerzo de voluntad, pudo vencer su emnci6n y
entonar el “Salutaris” con isu cor0 de nifias.
Concluida la misa, se sinti6 el ruido de puertas
que se abrian, el rndar de sillas, 10s pesados tran-
cos de 10s huasols que hacian sonar las rodajas de
sus espuelas. el crttjir de !as aimidonadas enaguas de
las mujeres y el chirriar de 10s gruesos zapatos de
10s piiios que se atrapellaban a1 salir.

Afuera el dia estaba radiante: el cielo azui


obscuro era un espejo iiimaculaldo. Bajo aque-
lla bbweda diifana y limpbda, la naturaleza lu-
cia magnifica toldas sus galals ; la vegetaci6n parecia
exaltada a SLI mixima belleza y esplendor ; la tierra
entregaba con pr6digal manlo todos sus tesoros y su
sen0 fecvndo no tenia m6s riquezas que olfrecer.
Aquelsla exuberancia de vida y de verdor, de fertili-
dad increible, ddba ulna i&a de saciedad, de cos;,
concluida, de deseo satisfelcho.
La atm6sfera saturaida de perfumes esparcia por
doiquiera un olor a venldimia, a mies cosechada, a
fruta en saz6n.
Sin embargo, en ese coaljunto armonioso, en esa
180 FLOR SILVESTRE

plenitud de vida soberana percibianse ya 10s signos


de una pr6xima decadentcia. Las holjas de lois ilamos
eimpezaban a dorarse, 10s cast&os lucian su follaje
cobrizo, las encinas tomahan un tinite mohoao. Ese
color amarillento las tornaiba mks frkgilles y trans-
parentes ; se desprendian, casi, de sus gandhos, y a1
primer soplo de las auras otofiales caerian a1 suelo
para ser liolladas por 10s caminantes .
Triste, m i s triste a h en el c a m p , es contemplar
la agonia de la vegetacibn, la peri6dica decrepitud
de la naturaleza.
Por eso en aq~iellosdias de Carnaval, en que to-
do brillaba aim a la luz sana y vigorizadora del sol,
10s semblantes manifestaban la alegria de vivir en
aquella atm6sfera perfumada por el fragante aroma
de la fruta madura, de 12s flores semillantes, de
sentirse acariciados por suaves y frescas brisas, es-
cudhand08 el trinar de las avecillas que a6n no sen-
tian la necesidad de eimigrar a m4s c6lidoe climas.
jTras dias de jolgorio!. . . Tres dias de loco en-
tusiasmo, de frenQica alegria despues de 10s rudos
traibajos del verano.
Ya en marzo las cosechas de grams est6n guar-
dadas y las hacendosas campesinas, como la pruden-
te hormiga de la fibula, retcollectan las provisimes
para el invierno, que alli suele ser crudisirno.
Sobre ‘10s tedhos de zinc, teja o totora de todas
las viviendas, o encirna de 10s sobraidos que cubren
10s hornos de barro para el pan, se veian loss chmlos
listos para ser convertidos en “clhuchma”, junto a
FLOR SILVESTRE’ 181

10s huesillos, 10s higos, ajies y tomates puestos a


secarse a1 sol. Pa- entre alas lrejas de las moclestais
casitas, asomaban 10s suspiros, 10s geranios rojos,
las varas de San JosC, y en torno de lois pilares del
corredor, mlultitud de tarros, de cajones desvencija-
dos guardaban, las plalntitas regalonas; la malva de
olor, el reseda,, ilois claveles y el a4bahaca para el
aroma.
E1 juego de la dhaya estaba en su apogeo. A lo
largo de la carretera, en la puerta de 10s despachos,
en las veredas, desde el polvoriento camino lhasta
las enmairafiadas cabezas de 101s muuhachos que pro-
bablemente guardarian aquel reicuerdo hasta muy
entrada la Cuaresma, todo estaba cubierto de trico-
lores serpentinas y papeks picados.
E r a un torbelliao de gente la plaza; por doiquiera
se arremolinaba pintoresica y bulliciosa muche-
dumbre.
A1 grito de: “enl tiempo de h a y a nadie se eno-
ja”, ad salir de la iglesia todos recibieron un dilu-
vi0 de papeles picadoa Nunca se habia visto tanta
gente en el valhe: adem6s de 10s autom6viIes y ca-
rruajes de la aristocracia, veianse carretelas emban-
deradas, campesinm cabalgando con su mujer a la
grupa y el nifio por delante, to~cado~rels del or,ganillo
y de acordebn. muohauhos que disparaban cohetes
por entre 10s pies de 10s paseantes. E n las varas para
tapear, que protegian las veredas de casi todas las
casas, maniatados relindhaban de impaciencia 10s
cahallos, con sus enjalmas enchapadas de plata, sus
182 FLOR SILVESTRE

estribones de quillay y sus riendas de colrreas tren-


zadas que telrminaban en la temible penca.
Mientrais tanto, 10sjinetes circulaban por el paseo,
la vistoisa manta a1 ihombro, el flamante jipi-japa en-
vuelto ea la1 cinta tricollor, dhaqueta hlanca, botas
“corrionudas” y grandes espuelas que ritmaban su
acompasado andar.
Las mucihachas de moreno rostro y sana deata-
dura, so’stenian sus cahellos con lams de chillonas
cintas, y lucian faldas de colores vistosos, muy almi-
donzdas y con varias mtafguas, en contrastie con el
!eve ropaje de las “sefioritas de 10s fundos” ‘que
en aquel momento parecian szr quienies hacian eco-
I -9
nomia en el vestir.
Los vendeidores ambulantes atronaban el aire con
m s gritos, pregonanda sus mercaderiais con cierta
cantinela propia de cada uno.
U n chico, de carita simpgtica, ofrecia microschpi-
cos paquetes de Ic%aya cantando sin cesar :

“Papelito picao, verde y rosa0


pa Ias niiials bnenas mozas
y ilos ‘?mamoraos.
Amarillo no ( d e pica
. .
porque 2s muy sdlespreciao. .”

Una muchacba escu6lida, de larga cara amarillen-


ta, cabello descrefiarlo v wcio traje de mezclilba, con
voz lasti’mera y curtidais manols ofrecia : “PapeIito pa
chayar, huevcvs de cera can agua florida, y con tinta.;
de colcr”. Otra chica, viva, y de chispeantes o j m
FLOR SILVESTRE’ 183
_.

negros gritaba a voz en cuello: “La serpentina tri-


color a diez y a veinte”.
L:n tenor de doce afios, que en Italia habria sido
recogido por algun empresario de teatros, prego-
naba con garganta de aicero: “Las tortillas de chi-
charr6n y de grasa, las tortillas”.
Mks alii una vieja harapienta, oculto el rnstro
cobrizo bajo grasoisa c‘hupialla, arrastraba su in-
mundo vestido por el polvoh de la calle, mientras
arriaba un burro con irguenas forradas en cuero de
vaca. por donde asomaban 10s coliflores y repollos.
curiosos de ver la causa de tanta ailgazara.
Un bolivialno ofrefcia “guairuros”. trkboles, y
chanchita para la suerte, anillols para el “corri-
miento”, “machis” y oitrols amuletos contra el “mal
de ojos”.
Algunos faltes tenltaiban a las muchachas con
cintas de sleda, dormilonas de Ibrillantes y sortijas
con perlais que a ser legitimas, httbieran sido dig-
nas del collar de una reina. La bulliciosa ret6rica
y poca conciencia de esos mercaderes hacia abrir
boca y boilsillo a las inmutaus hijas de Eva, fasci-
nadas por cualquier abalorio, por cualquier dije
llamativo.
Ademis de 10s vendedores ambulantes, habia en
las esquinas de la plaza veatas fijas a estilo de las
que se inistalan en la Alaimeda de Santiago en las
nodhes de Pascua y Aiio NUWO. Ahi, junto a 10s
durazlmitos pelados, a la breva curada, se freian
ios pejerreyes y las sopaipillas, se recadentaban lo?
1.84 , FLOR SILVESTRE

pequenes” y el causeo, y se serviaii la horchata con


L i

ralicia y 10s heladitas de caneh, colados en calceti-


nes, seigiin el decir de ias m a l x lenguas.
1ambiCn imtalitbanse ventals de crbjetas re!igiosos :
rosarios tocadois can vesticlns de Nuestra Seiiora del
Carmen, grasita de la Viirgeln milagrosa, zapatitos
gastados por el Nifio-Dim de Sotaqui, agua de di-
versos sanltos, etc., letc.
En ese vaivCn de geintes, en esa batahoila humana,
que se cpuzaiba pasando y Gepasando, todo era risa
y algarabia. Las muchadhas celebraban con carcaja-
das ios galanteos de lots mozos, de mantas rayadas
y curtidois rostrss, y 6stos les lanzaban serpentinas
con la destreza y aigilidad propias de sus manos ha-
bituadas a1 lam.
Se veian eseenas curioskimas provocadas por el
juelgo de la chaya.
Las ‘elegantes santiaguinas gozaban a1 contem-
plar esais costumbres casi desconocidas para ellas.
Mr. y Mrs. Leightoa, hukspedes de 10s Sairmientos,
atraidos por !a novedad quisieron dar unas vueltas
por la plaza, encalntaclos coin ese detporte ahileno,
A caida instante la simqitica inglesita exclamaba :
j H d W f?Lnny! jHow funny! i(&C divertido! Un
huaso, m5s atrevido que 10s dem5s, a tiempo que
ella repetia SLI ailegre comentario, le dispar6 a la
cara un puiiado de papel picadlo. Ail sentirse medio
safocada con 1’0spapelitos, la digna Mrs. Leilghton
no encolntr6 ya tan gracioso el juelgo. Su Ibritinica
>‘LOR SILVESTRE 185

circunspcccion se sublevb contra estai farniliaridad


imprevista y shokiizg.
La pila de la plaza era el surtidero de las boinhas
y dhislguetes; aigotada el agua florida, habia que
substituirla con aigua natural.
Contagiados por el entusiasmo popular, algunos
de 10s j6venes aristhcratas, ernpezaron a perseguir
a las rnuchachas con senpentinas y huevos de cera,
con vivo disgust0 de 10s huasos niolestos a1 ver
a 10s “futres” rnezcla,rse eii sits pasatiempols.
Suscitjrolnse algunas disputas, y corn0 el asunto
se encrespara, 10s liaceiidados decidieron retirarse,
tanto rnhs cuanlto que ellos tenian tainbi6n slu pro-
grama die fiestas: era el dia del gran “paperchase”
en la quebrada del Mirador.
XVI

Graciela podia) estar satisfedha del resultado de


su programa.
El papercha,se habia tenido un 6xito magnifico;
10s invitaldos colnflesaban no haber pasado nunca
un dia m6s ailegre.
Esa bulliciosa caravana comiplonianla en su ma-
yoria j6venea y nifias felicas de tomar pairte en un2
fiesta spsrtiva. L,as elegamtes arnazonas, irreproclha-
blles en sus trajes obscuros ceiiidols a lois e'sbeltos
cuerpois, dirigian con experta mano sus animales
de raza, en tanto que 10s jinetes, con casacas rojas,
pantal6n blanco y polainas de cuero, saltaban va-
llas y fosos coin extraordinania destreza. Ante cada
obsticulo era una de gritos y risas sin fin; el cuerno
de caza rasoinalba psr todas partes indicjndales la
direccih que debiarn seguir.
Mientras tanto, la gente lmis madura, celebrando
!a alegria juvenil, seguia en c6modos carruajes por
la carretera.
FLOLZ SILVESTRE 187

La quebrada del Mirador, con sus arboles umbro-


sos y sus cristalinos manantiales, habia sido un
paraje felizmente escagido. Ahi no se descuid6
detalle algulno para que la fiesta resultara esplCn-
dicla.
Una orquesta oriiginal, disimulada entre el folIaje,
ameniz6 el almuerzo servido a la sombra de gigan-
testa higuera. Componian la curiosa murga un
arpa, una flauta, acordeones, dos “cantoras”, una
para el tamboreo y otra para el segundo, y su direc-
tor, fio Pedrito, moidevto sastre a la vez que egregio
arpista y cantor famoso, el cual, con aguda y casi
femenina voz, lleva~bael alto y deleitaba a la concu-
rrelncia con su inagotable repertsrio (de tonadas. Su
especialidaid eran 10s ciportunos colgo~llosy 10s esqui-
nazos.
Algunos j6venes bailaroa la tradicional cuteca en
medio del palmoteo de todas esas elegantes que
maiiana vcilverian muy findha’das a la vida de eti-
queta de la capital.
Los tomeos de tennbs tambien habian entretenido
a lots mirones y apasionado a lots jugadores, que
luaharsn con empefio por obtener 10s premiols oh-
sequiados generolsamlente por don Fernando Olivares.
Consistian Cstos en una pulsera de or0 que le cup0
en suerte a Mrs. Leighton, y un basttrn finisimo
aidjndicaidol a Renato Perez.
Los aficionados a1 bridge, tuvieron tambiCn su
desafio, disputhdose entre muchos el codicisdo pre-
mio: una planta de orquidcas muy fina y escasa.
158 E'LOR SILVESTRE

prometida por don Guillermo en un arranique de


li be rali'dad.
Faltdba s610 el famoso baik de fantasia que delbia
efectuarse aquella nolcihe.
Deisde un mes atris no .se pensaba m i s que en
10s preparativos: en,sayos de danzas, de figuras de
minuet, de cotilltvn, repetliciones de canto, estudios
de trajes, h d E m sido y eran el principal pensa-
miento de toidos.
La inmensa casa de 10s Sarmientos asi como Ias
de 10s hacenldados vecino's, se halcian estreahas para
cointener a1 sinniimero de hukspedes.
Carlos Rosales y R'enato Pkrez, que nuinca rehu-
salian Isu concurso cuando se trataba d e partidas de
placer, eran con Graciela 10s mganizadores de la
fiesta. Tados 10s dias tenian largos concili5balos y
discusiones sobre la coiloicaci6in de 10s buffets, el
o d e n del programa, el nhmero de 10s concurren-
tels, etc.
Raimundo Gar& se habia negado a tomar pairte
activa en sainetes o danzas; parecia triste y ator-
mlenztado. A1 tkrmino ya de sus Tpaicaciones, ireia
can desalienlto que su canididatura amoirosa no pros-
peraba como 61 lo hubiera querido. El, que siempre
habii confiado ongulloiso en la rpealizacih de todos
sus deseos, sentiaise presa ide amargo desengafio. Una
humildad que hasita entonces no conociera, le for-
zaba a descender del pedesital de su propia estima-
c%n, haci6ndolle conitemporizar con las debilidades
ztjenas. que antes, su intransigencia de joven m d e l o
FLOR SILVESTRE 189

no perdonaba. Este cambio, colocindole a1 nivel de


todos, le era en extremo favorable y su trato ganaba
c m tan inevperada condeiscenldenciai.
Par su parte, Graciela camibiaba poco a poco su
actitud con respecto a 61, y cuando le veia muy aba-
tido alentaiba ligeramente SUNSlesperanzas. (Ensu per-
sona se notaba a l p de m i s reposa,do, era m i s dis-
creta en el hablar, y las galanterias un tanto lihres
de Renato la haciain enrojecer y lejos de celebrarlas,
como antes, la fastidiaban. S u rostro sijempre belt0
adquiria una simpiticai suavidad y SLIS pupilas azules
brilllaban como iluminadas por viva luz interior ;
su caricter se niodificaba dia polr dia. E n esa feliz
evoluci6n, sus buenas cualidades, depuraidas en el
crisol dell amor, &an desprendi6ndolsle de la escoria
que las opacaha. Hasta su belleza fisica, falta un
tiempo de esa suavidad, de esa penetrante dulzura,
que ea refleja del alma, se atcrelcentaba por la magia
de Ia palsih.
Lo halbia dielio Graciela, ella no se eatregaria por
sorpresa; paso a paslo iba cediendo, y sorpretndida
eEla misnia de 10s senftimienitos que la agitaban,
pregunt5base perpleja :-iPero, soy yo, la que siem-
pre ridiculiz6 el amor, la que paulatinamente voy
aprisionhdome en sius lams ?-Queria resistir aim,
per0 su voluntad rehuia la luulia. Comprendiendo
la superioridad de Raimundo sobre lots den& j6-
venes, apreciaba sus mCriitols, aim cuando SLI me-
sura y circunspeccih a un tiempol la desconceata-
ban e imponian, y con delicioso temor veia aproxi-
190 FLOR SILiVESTRE

niarse la hora en que ya no seria duefia de si


rnisma.
De triunfo en triunfo iba Raimuado apoderin-
dose de aqvella alma. Y, iquC esplhnldida conquis-
ta! Los afios de paciente espera le estabain bien
empleados; tenia su recornpensa; la poyesibn de la
cornpafiera ‘soiiada, de esa adorable arniga. Elta
seria una iesposa ideal; evaporadosi sus caprichols y
prejuicios a1 solplo del arnor, veia alhora la vida
a1 traves de rnigico prisma, sentia ella tarnbign la
pasi6n en su grande y paderosa sinceridad.
Sin embargo, Rairnunldo no creia aim en su for-
tuna; temia que aiquel carribio fuese mera tktica,
un nuevo capricho de Graciela; no queriar incubar
otra vez esperanzas que pudieran desvanecerse ; y,
cual sucede con frecuencia, la hora en que sle acer-
caba a la mayor ventura era tarnbien la de su m i s
profunda postracihn.
Por cierto que Graciela no halbia contado coin 10s
elerneatos a1 confeccionar su prograrna. E l rnes de
marzo est2 expuesto a bruwos icarnbios atrnosfPri-
cas, y alquella vez, el coacierto a1 aire libre arne-
nazabla “aguarse”. Y a en la rnafiana haibian caido
gruesois gotermes; y, lejos de despejarse el cielo,
seguiatn airnantoninldose espesas nubes solbre las altas
copas de 10s inboiles.
Este grave colntratiempo que a cualquiera otra
haibria confundido, lo subsain6 rnuy luego Graciela.
mandanldo deshacer en el acto 10s preparativos que
se efectua$an en el parque y resolvielndo dar el
nor1 SILVEPTRB
- 191

concierto en el gran “hall”. El trabajo seria eiior-


me, pero nalda arredraba a la jwen, cuyo caricler
enkrgico y resuelto remwia todo o$sticulo y por
Pste o aqu61 medio llegaba a1 logro de sus deseos.
Ua que no podia efectuarse la fiesta sofiada, queria
cpe el haile se asemejaise 110 m i s posible a su ideal
primero.
A1 efecto. trastorn6 la casa, hizo sacar 10s mue-
bles del “hall” y transportar a 61 multitvd de plan-
tas. Las fantasias de Gracieja eran esta vez secun-
dadas por todols. Jualn asolmh-6 a su hermana con
su increible condescendencia. Ella lamentaba que en
el improvisado jardin faltase el “murmullo del
arroyuelo” ; y Juan aprovedhaindo las cafierias del
agua, se inici6 en sus trabajos de hildriulica, ha-
ciendo surgir entre los &holes una hermosa caida
de agua. Los pilares oubiertois de ramas y gaadhos,
querian parecer ahustos frandosos, y dos hamacas
tendidas entre ellos invitaban a repoxac. Y , para
que la ilusiitn fuese coampleta, eacondidas entre las
plantas colocironse jaulas con jilgueros, diiicas y
chincoles . Graciela esperaha cque estos huksped;;
alaidos, consentirian en trasnodhar, desvelados par la
luz y el bullicio.
Juan trabajaba con ardor en la fuente consabida.
MAS que por agradar a Graciela, haciailo por dis-
traerse, poc eludir las coinversacicmes en ese dia, ell
riltimo de SLI residencia en casa de SLIS padres. E1
trabajo mecinico y dificil, disipaba un tanito la
honda tristeza que a ratos le invadia y que aumen-
192 F L O R SILVESTRE

tabs a1 acercarse la hora de plaivtir. Ya told0 estaba


listo; saldrian en el autom6vil a las diez de la noldhe
para estar en Reinoisal a1 paso del tren. Rosa habia
renido a “las casas”, baja pretexto de ayudar en
10s preparativois del baile, y Juan decidi6 que no
regresase a su moraida. Como el tiempo estaba ame-
nazador, invent6 un afectuolso melnsaje de dofia Ra-
faela para Antonia anunciindole que dejalba a la
Chegorita en el “Rosaria” a fin de que pudiese
e g w a r del csncierto, ella tan aficionada a la mhica.
En cambio a su madre no le dijo una palabra. Me-
diante asta estratagema nadie se preocuparia de
Rosa, y s610 notarian s u ausencia cuando ellos es-
tuvieran en viaje a Santiaigo, ya ca,sados.
E1 plan estaba k e n concebido: Juan dejaria a1
pie de un castafio un capote, gorra y anteojos de
automovilista para que Rosa se disfrazara con ellos:
en la olblscuridad, el nhauffeur la tomaria pot- un
amigo de Juan.
Todo asi previsto, nada harbia que temer; sus
fuerzas parecian aumentalrse en ese instante su-
premo. La hora del combate le daba el valor que
infunde la presencia del enemigo; y sobre todo, en
!a dura altenniativa de separarse de Rosa para siem-
pre a de h u i r ~ L I Y I ~ Qno
S , le era dificil a Juan clecj-
dirse.
Su ilnmenso amor estaba por encirna de toldas las
?ibjecioines, afectas y hasta ssagrados debrere;. . .
F L O K STLVESTRE 193

-i Caramba, hombre ! Aqui no hay d6nde des-


cansar,-exclarnaba don Guillerrno paseimdose ner-
viaso y molesto ipor enitre un rnundo de trablaja-
dores, doncellas y jardineros, que daban 10s illti-
rnos retolques a1 “hall”.--Ventgo de la galeria. ,4hi,
mientras unos declaman en alta voz, otros ensayan
minuetos, tangos o quC SC yo! E n el sal6n Elena y
Carlos Rosaleis repasan el famosol dilo. Graciela
en el comedor grita y perora p o q u e no comprenden
sus 6rdenes. Roberto raibia porque no llega su equi-
paje. No hay medio de enconltrar sosiego en parte
alguna, Fernaindo,-aiiadi6 el caballero apoyhldose
en el brzzo de su inseparable arnigo.
Alicia, que ten ese moments ernpezaba su tocado,
asom6 la carbeza por una de las puertas laterales.
-Veniga para ac6, papacito; ein mi gabinete po-
dr6n ustedes e s h r traruquilos ; 10s nifios duermen.
todo est6 en silencio.
-Bueno, hijita. 2Varnos a refugiarrms all& Fer-
nando ?
Y ambos entraron all elegante sal6n de Alicia,
para reposar la comida sentados en c6modas hu-
tacas.
-j QuC trastorno, hombre ! iQ.6 vida !-dijo doli
Guillerrno encendiendo su cigarro ;-gracias a Diols
que estat noche termina el Carnaval! Pusede ser que
aqui concluyan las fantasias de esta muchacha loca.
-Es de esperarlo, Guillermo; pero dejala que se
diviterta ; a tan natural a istu edad , . . ,
-Si, que se divierta. . . iCorno si el tlnico olbjeto
194 FLOR SILVESTRE
-
de la. existencia fuera fdivertirse! Y justamente, lo
que a ellois entretiene es 101 que a mi 'me molesta.
--No digas eso, hombre, iquikn te lo va a creer?
Cuando tb te desvives por agradar a 10s tuyos.. .
--Per0 no hoy. Esta fiesta el dia en que Juan
he va es tin contrasentido.
-La culpa no es de mi aihijada, tG lo sabes de
m i s : hay que ser justo.. . Ella tenia fijada esta
fecha cuando Juan, a sabiendas, resolvi6 su viaje

-Asi es, Fernando.. . Y enhorabuena, que se


vayz, que se vaya, repiti6 arrojando el cigarro que
fumaba,-ya no reconozco a mi hijo en ese s6r
raro y maniitico, un dia alegre y jovial, y a1 si-
guiente intratable. . . j Ah! amigo mio, muchos
goces proiporcionan 10s hijos, pero, crCeme que a
las veces son m i s las penas que nos ocasionan. . .
D a u n i mirada a mi rededolr: Roberto un taram-
bana que a nada serio se contrae; alicia, la pobre-
cita, con su vida trondhada a 10s veintisCis afios;
Graciela, que no SC d6nde i r i a parar si no le ma-
dura e! juicio, y Juan, Juan, en iquien yo cifraba
mis esperanzas, indudaiblelmente me oculta ali&n
dolor. alguna vergiienza, o quC SC yo. . .
-Estis hoy como el tiempo, hombre; todo 10
ves obscuro y tetmpestuoso. Vamols, ;que no eras
til mismo de opinihn de que Juan debia indepen-
dizarse ?
-Si, Fernando; p2ro no SC chmo exp1ic;irteIo:
no es propianiente la partida de Juan lo que me
FLOR SILVESTRE 195

tiene nervioso, es SLI extrafio proceder. El nifio m z


encubre algo, lo siento, 10 adivino, y n o cornpren-
do qu6 puede ser. Con frecuencia 10 veo suspirar,
sumido en el m6s hondo ahatimiento; me acerco, le
hablo, lo interrago: en el acto cambia su fisonomia,
y risuefio, alagre, me contesta cualquier chiste.
Otras veces parece que deseara confesarme algo ;
de {pronto se detiene, sus ojos evitan mis miradas
y en sus facciones descompuestas veo la lucha que
agita su a h a . Sin ir m6s lejos, ayer, pasehdo-
me por el parqule, senti ruido en una de las ave-
nidas laterales; me asomC por entre las ramas y
vi a Tito que trataba de desprender las manos con
que Juan se ocultabia el rostra El chico a1 princi-
pi0 crey6 que era jueigo; pero lueigo not6 que EL-
grimas verdaderas corrian por entre sus deldos. En-
tomes el simpbtico c'hiquillo acaricihdob le decia :
jQu6 feo, tio Juanito; 1 ~ shombres no lloran;
2quiCn te peg6? iE1 Tata? 2Por qu&? Te do7 mi
ponecito si no lloras m i s . . .-Y en su media len-
gua continuaba consolando a su tio y besbndole la.
manos. Juan le cogici por fin en six brazow, y es-
condiendo su cabeza en 10s cabellos del niiio, vi
que sus espaldas se estrenieciani. Me alejC ternlbilo-
rmo. Dime, Fernando, ies natural esto? 2Por q d
esa desesperacicin ?
-Pero, compadre; eso es muy comprensible: e1
dejbros . . .
-No, nada de eso; Juan 'es valiente, empren-
dedor, no es la primera vez que se d e j a de nos-
196 FLOR SILYEETRE

otros. ~ P o quC
r alhora se desconsuela asi? ;Qui&
lo obliga a partir? Si cabe creer en 10s presenti-
niientos, diria yo que alguna desgracia nos amaga;
y. como para aumentar mi ansiedad, liafaela tam-
biCn se siente inquieta, angustiada. Ella ha notado
la extraria conducta de Juan: dice que evita sus ca-
rifios, que apenas le dirige la palabra. Asi me !o
contaha esta mafiana, llenos 10s ojos dse I5grimas.
-Hombre, hombre, no seas tan pesimista. acuPr-
date de tu juventud. En esa edad las impresioines
son siempre exalgeradas ; con 10s aiicrs, recofbramos
la calma y se produce icl equilibrio en nuestras fa-
cultades. Dejemos a 10s jhvenes vivir su vida de
rnsuerios y quimeras ; todoc, hemlos pasado por esa
Cpoca en que las pasiones bullen, en que se silent?
arder la sangre en las venas y en que 'holy se desea
con vehemencia aquello quc maiiana se despreciari.
En van0 querriamos ahora experimentar esas sen-
saciones deliciosas.
Deja tus inlquietudes, amigo mio, ellas no tie-
nen raz6n de ser; pasarin esos arrebatos y vendi-.\
la indiferencia con la madurez de lois aiias,-agregd,
don Fernando ,con tono sentencioso.
Don Guillernio, absorto en sus pensamientos, pa-
recia no escucharle ; de pronto continu6 :
-0tro motivo de inquietvd que me da Juan, es
su rechazo de la mesada que les he asignardo sieni-
pre a todols. Me dijo que s u sueldo le bastaba; se
ve que no conoce la necesidad; como desde que
abri6 10s ojos (ha encontrado el nido bien provisto.
FLOII SILVESTIZE 197

y ha vivido lleno de coniodidades!. . . Ell que tiene


hjbitos de lujo, ;quC ahar6 con setecientos pesos,
necesitando pagar hotel, lavado, cigarros, etc., etc. ?
Esto le decia yo aym; pero 61, can toinlo cortante,
me responIdi6 que iba a la lucha, que no qLieri:t
mAs armas 'que YLI tra'bajo y energia; y, a1 mani-
festirmelo, Fernando, con voz vihrante, sus ojos
fulguraban y sus labios estgban trPmulos : hubigra-
se diaho que dieseaba lanzarine a la cabeza el dinz-
ro que le afrecia. 2Comprendes til ahora mi zozo-
bra, mi angustia? 0 est5 enferrno o enamorado.
;De qui&? Evidentemente no es de Elena. En
mis desvelos he llegado a pensar. iDios me perdone
el mal juicio! que ama a Rosa Solis!. . .
-Y, 2por quC no, Guillermo? L a chica es en-
cantadora.
-Pero, ;estSs loco, Fernando ?-interrurnpici
don Guillerrno. saltando violentamente de su sill6n
y dando algunos pasos por la sa1a;-Juan es inca-
c
paz de una villania.
-Y, ;qui& lo dice?
-Entonces, ;qu6 quieres insinuar, hombre ?
-Que puede desear casarse con ella simplemen-
te,-respondi6 don Fernando, cuya astucia acos-
tumbrada a desmadejar intriguillas aniorosas l e
habia hecho sospechar, si no la fuga, a1 menos el
idilio que se desarrollaba a exonididas de todos.
Tnstigado por secreto deseo de protegerlo, queria
sondar intenciones.
-ilCasarse. . . un Sarmiento y ,4lhornoz! ;Sa-
198 FLOR SILVEETRE

hes, amigo, que gastas bromas de pCsimo gusto?


iQuiCn es Rosa? Poco m6s que una inquilina; nos
debe hasta la situaci6n que tiene.. .
--Alto ahi, mi amigo; exageras demasiado. Ella
no de tan baja esfera ni tan pobre. Su padre
le dej6 una modesta fortuna; ha recibi'do esmerada
educaci6n y he oido que su rnadre fuC. . .
%

-Bueno, no discutamos; icon quP objeto? Eso


es un imposiblme, una locura; sin emibargo el s610
pensarlo, el s610 suponerlo me pone furicm, exci-
tado, violento. Ya saben mis hijos lo que pienso a
este respecto. Ninguno de ellos empaliar6 el ilustre
nonibre que recibieron de sus antepasados. . .
-iDe modo que si alguno te desobedeciwa?. . ,
--Serb inflexiible, le desheredaria, n o lse veria
m6s como si hubiera muerto. Mas, ;a que insistir
en esta aborrecible suposici6n? A Dios gracias, por
este lado puedo estar tranquilo. . .
E n alquel instante, en la pieza vecina se escuuhb
Lin como sollozo reprimido.
-2 Oiste, Fernando ? Allguien ha suspirado. . ,
H e sentido sollozar.
-No, hombre; tG est& hecho un atado de ner-
viols. Es 'el viento que azota las persianas y las hace
crujir .
-La tempestad se acerca,-afialdi6 don Fernan-
do entreabriendo la ventana ;-compaldezco a ,los
que tienen que viajar en semejante noche.-Y lue-
go volvikndose a su amigo, que permanecia pensa-
tivo, le dijo con alegre acento:-Compadre, soa las
FLOR SILVESTRE 199

nueve y media; vanms a vestir nuestros disfraces, y


a-ver si han llelgado algunos titeres. Las nifias ya
habrkn concluido sus toilettes. iQuC linda se verh
mi ahijada de Madame Lamballe! ;No te parece,
Guillerms?. . .
Y conversando se dirigieron a1 “hall”.
KO era crujir de ventana, ni susurro del viento
aquel rumor confuso que habian percibido amibos
amigos. Era un gemido de dolor que Rosa, a pesar
de sus esfuerzos, no habia podido reprimir .
La joven, no \queried0 atraer la atenci6n sobre
si, se habia quedado velando a 10s nifios, en tanto
que el aya inglesa comia; y, sin quererlo, escuuhhh
loda la conversacihhn, primer0 con iiildiferencia y
iuego con estupor, coa espanto, sintiendo helirsele
la sangre en las venas. Lo que para don Guil1erm;l
era un enigma, era para ella tan claro como la luz
del dia. Ciegamente enamorada, nunca pens6 que
Juan todo se lo sacrifrcaba, porque 61 siempre se
manifest6 alegre y feliz en su camFafiia, sin jam&
darle a entender que sufria, ni expresar el menor
pesar por su partida.
A1 ver el desprecio con que la trataban, sintii
una sublevaci6n de todo su sCr . . . i QuC injusticia !
;Acaso no reran todos iguales? Juan le habia repe-
tido innumerables veces que todosl tenian el mismo
derecho a la felicidad ; que el amor estaba por sobre
todo. . .
Mas, a medida que avanzaba el diSlogo de 10s
amigos, una luz se hacia en su mente. Tenia raz6n
200 FLOR SILVESTRE

don Guiliermo; no era ella para Juan. Por su amor


perderia dl su fortuna, su situaci6n; ella iBa a ser
causa de su ruina, llegaria tal vez a odiarla m5s
tarde.
Este pensamiento la ranoinaId6; como herida por
tin rayo, permaneci6 athi, ,abatida, con 10s labios
apretados para no traicionar SLI dolor.
Esforzjndose sacudi6 su postraci6n ; con manc)
tremula escribib cuatro lineas en una tarjeta, y
saliendo sigilosaniente de la Ihabitacibn, atraves6 el
’5hall” y ya en la obscuridad del parque, corri6 ha-
cia el castafio. En vez de cololcarse el capote, dejb
J papel escrito y en seguida internhdose por una
avenida se perdi6 en las sombras.
Volveria a su casa. ;QLG importaba la hora, la
soledad, In lluvia, ni nada? Perdido Juan para ella,
2quC mayor desgracia podia ocurrirle? Fuera de si,
corria a1 azar por 10s caminos del parique viendo en
cada Brhol un fantasma.
A todo esto, la tempestad se desencadenaba; el
fragor de 10s truenos unido en formidable sinfo-
nia a1 rugir siniestro del huracin entre 10s hboles,
infunclia pavor. . . E n algunos momentos m6s
aqaello seria un diluvioc.
Rosa, poseida de espanto, buscaba en van0 21
sender0 que debia seiguir. Por fin, a la deslumbra-
dora llama )de un rdjmpago, divis6 luz en la vi-
vienda de fia Sabina ; hacia all2 enderez6 sus pasos,
pensando que esa luz la guiaria a su morada. Em-
p2r0, ;logoraria llegar ? Sus piernas ternblaban, vio-
FLOR SILVESTRE' 201

I
lentas convulsiones la sacudian, sentia una especie
de vtrtitgo, un deqeo de dejarse morir ah?. . .
No obstante, el instinto de la vida l u h a b a por
ella; y a tientas s e p i a SLI camino cuando 10s pe
rros de fia Sabina empezarcm a ladrar. La joven
se detuvo incierta y trPmula, pues en medio de su
mortal congoja, colmprendia que si la viieja la veia
en ese estado, ISU lengua viperina armaria bravo
esc5ndalo.
Como aunieiitasen !os aullidos, ella se escondi6
en el pasto. La lluvia caia a torrentes sobre su deli-
cado cuerpo, un frio glacial entumia sus miembros
y la penetraba hasta 10s ihuesos.
Acallado el ladrido de 10s guardianes dej6 su es-
condite, y con el vestido chorreando agua pudo
avanzar penosamfente.
Apenas tuvo fuerzas para golpear en la puerta de
su casa. Antonia, extraiiada 'de esa visita, sali6 a
abrir; y jbcU5! no seria su asombro a1 ver entrar a
Rosa !
La nifia se arroj6 en s v s brazos, salllozando.
--Madrina, madrina, s610 t6 me quedas,-decia,
inundhdola de 16grimas.
-Hijita, por Dios, 2por que te vinistie con esta
lluvia? i Maria Santisima, h i m a s benditas ! Si es-
t6s empapada.. . anda a desnudarte. Pero, iquC dis-
parate tan grande! T e vas a enfermar.-Y soste-
niCndola como pudo, la condujo a su habitaci6n.-
DesnGdate ligerito, niiia, mientras yo enciendo fue-
go y tie preparo un gloriado para que entres en ca-
Flor Silvestre 14
2 02 FLEOR SILV,ES?"REl

lor- . Date prist, niAa, en sacarte esa r q a ; des-


I

puis hablasemos,-agr& la solicita mujer viendo


que Rosa trataba de halblar, sin permitirselo sus
dientes que castafieteaban.
bledio inconscientle y estremeciendose de fiebre,
acercbse a1 jecho re iba ya a Jdesnudarsc aimdo tin
discreto golpe e n la ventana la sobresalt6 Sus pupi-
ias se dilatason y el coraz6n le lati6 hasta sofo-
carla. 2 Seria Juan ? 2 Podria resistirle ? 2 Abriria?
'Los golpes redoblaban, bruscos, irnperiosos. Te-
miendo que Antonia 110s sintiera desde la cociaa,
se decidi6 a abrir.
Juan, en traje de viaje y 'con gorsa d e autom6vil.
asom6 medio r u m p por el marco Ide la ventana.
. - V a , Rosa, apresilrak, a h es tiempoi,-decia
can desesperado acento.
-Es infitil, Juan ? P a r que has venido? Mi reso-
lucibn es inquebrantable; todo ha si& un suefio, ut?
delicioso sue&, y, &te es nnestro despertar,- gi-
mi6 la nifia livida y temblorosa, afirminldosie en 12
ventam para no Mer.
-Ven, Chefiorita, veri,-repetia cogiCndole la
mano.
-Imposible, Juan, no puedo,-murmuraba ella,
presa d e indedble congoja; y, procurando desasirse
de d,le refesia con palabras entrecortadas el d i B
logo que oy6 en el "Rosario".
El a t r i b l a d o amante lo escueh6 como un toque
de "gonia,
FLOR SILVEETRE 203
I
--;QI& va a ser de nosotros?-dijo con desespe-
racibn.
Se sigui6 un doloroso silencio.
El fuerte venldaval traia descle lejos, mezclado
con el grito estritdente de 10s grillos y el triste cru-
jir de las ramals, e? eco musical d e la gran orques-
ta, el ruido de !os cascabeles de 10s colches y el
sonido met6lico de la bocina de 10s autombiles. En
la obscuridad de aquella tenebrosa noche, las %a-
sas del Rosario” se destacaban como un gran disco
de fuego, pareciendo desafiar con sus resplandores
la furia de 10s elementos. iQuC contraste entre ese
niaravilloso espect6ctdo y Ia humilde y obscura mo-
rada d e Rvsa donde, en ese momento, se despeda-
za’ban dos G d a s en aras de las conveniencias so-
ciales !
Con r5pida mimda, Juan abar& la pobre alcoba
de Rosa, su lec’ho blanco, la lamparilla encenldida,
10s vasos con flores, ?as fotografias, el crucifijoi.. .
y luego, el semblante de su amada.
Con la violencia de una resoluci6n suprema, vol-
vih a cagerle las manos y cor? voz vibrante y de-
cidida dijo:
--No, no ser5 as!! iEs posible que dos seres
que se aman cOmo nosotros se vean separados por
as consideracinnes munclanas ? No, Rosa,
mi novia querida, mi amor, mi iinico y solo amor,
til serSs mi rnujer, lo quiero! Naldie podrk impe-
dirmelo, atmque todos renieguen de mi. . .
204 FLOR SILVESTRE

-Dim mio! ;QuC dices? Pero si eso es imposi-


ble,-balbuce6 Rosa exhime.
Una ltentacibn, casi irresistible, la asaltaba ; pero
compendia que era inhtil luclhar, no-jqueria ser la
ruina de Juan.
Con fiebre volvia 61 a sus apremios y ella a sus
negativas.
-Th n o me quieres, Rosa; nunca me has queri-
do,-dijo con furor Juan.
Tuvo ella entonces un mcmento de flalqueza y de
perplejidad, viCndo!e tan rendidol. Pero SLI concien
cia le aconsejxba no ceder. No cederia.
Juan hubo de convencerse de que por el momen-
to, la resoluci6n de Rosa era inquebrantable; y dz-
jando caer su cabeza sobre el hombro de la joven
solloz6 desesperadamente.
Aholra ella era quiani le consoilaba. Sus manos
oprimian aquella ca(beza adora'da y sus dedos se
deslizaban suaves y acariciadores por entre 10s ru-
bios cabellos.
-Juan, crkeme, yo te quiero, te amo con delirio ;
por eso mismo, no puedo aceptar tu sacrificio,-de-
cia;-mi didha estaria envenenada por el remordi-
miento. No, mil veces no, prefiero morir. Vamos,
Juan, SC valiente, no llores a & . . .
-jOh! si tit quisieras, Chefiorita mia, estas 15-
grimas de dolor se convertirian 'en Egrimas de ale-
gria .
-Yo le pedirC a Dios que las cambie. . . .
-La felicidatd se acaM para mi.
FLOR SILVESTRE 205

-Todo pasa en la vida.. . Pero vkte, Juan, no


seas cruel. Esta despedida me mata, ya no puedo
mhs,-murmur6 la joven, y su semblante phlido co-
mo el marfil confirmaba sus palabras.
-Partirk, puesito que th lo exiges; pero volve-
1.6... si, volver6. ;Oh! Rosa, mi florecita adorada,
-+mi6 el joven cogihdola con frenesi entre sus
hrazos.
P o r primera vez sus lAbios se juntaron e n largo,
interminable bleso; mas no era el beso divino que
estremece a dos amantes; no, en 61 lhabia amlargo
sabor de ligrimas, en 61 Juan aspiraba el alma mis-
ma aingelical y piira de su amada.
E1 ruido de una puerta que se cerraba, 1'0s hizo
separarse.
J u m , aplastado por el derrumbe del m6s gran-
de de sus ensueiios, se alej6 con incierto paso, el
culerpo sacudido por 10s sollozos, en tanto que Rosa
afirmada en la ventana le veia hundirse en la obscu-
ridad. Y cual si entonces solamente comprendiera
SLI Idesventura, extendi6 ,los brazols, como querieadc)
una forma invisible, lam6 un gemido y se
desplom6 a1 suelo a tiempo que entraba Antonia
con el humeante gloriado.
XVII

E1 ve’hemente deseo de Graeiela estaba raalizads,


y su vanidad satid’xlra..Pm largu tiempo sc hsbla-
ria de aquella fiesta. destinada a formar 6paca en
10s males de la alta sociedajd.
Ida prensa (de la capital celebr6 con pomposos do-
gios esta esplendida rezlnibn, y 10s mejores faith-
grafos se disputaron el honor de reproducir las be-
!laas que alli lucieron.
E n una de las revistas rnis irnportarrtes Jeiase
esta resefia:
“Las sunttmsas mascaradas y pasatiempos OW-
nizados en 10s balnearivs que frecuenta nuestra
gran rnunda, resultan pilidos ante el baile de re-
gias proporciones ofrecido por la familia Sarrnien-
to y Albarnoz en su casa solariega del “Rosario”.
A despecho #de las dificultades del viaje, y del
tiempo que se mostraba arnenazante, la flor de
nuestra sociedad, se reuni6 ahi para dar tCrrnino 5
las fiestas del Carnaval.
La rnagnifica residencia forrnaba admirable mar-
F’LOR SILVESTRE 207

co a la soberbia recepcibn de antenolohe. Una lluvia


inoportuna, que puho comproimleter e1 dxito de ella,
no fud 6bice para el esplendor de la fiesta; el contra-
tiempo fud mtbsanado con presteza y buen gusto.
Las ampllias gaIerias y el grandioso “hall” se vie-
ron transfocmados como por arte de magia en jar-
dines y parquels; en meidio de una p r o f u s i h de fan-
tkticas luces, d e s t a d h n s e 10s &-boles y plantas con
su tropical vegetaci6n.
Y a a1 pie de la gran escalinata de piedra, se
sentia uno s~bitamentetransportado a Versalles .
La servidumbre en correcta tenida !de frac y pan-
taI6n corto, formaba calle en 10s corredores que da-
ban acceso a1 grain sal& rojo; ahi 10s seiiores de
Sarmiento reci’bian galantemente a sus invitados.
No se sab?a ‘qud admirar mas, si la belleza de
muebles y tapices o el gusto exquisito que pcesidid
a toda.
La s&ora Rafaela Albornoz de Sarmiento, #lucia
un hermolso vestido de encaje GhantilIy sombre
fonsdo azul Nattier; en su cabeza Iigeramente em-
polvada y peinada a1 estilo Maria Aintonieta, res-
plandecia una magnifica diadema de perIas y bri-
Ilantes que realzaba su esplCndida ‘hermosura.
E81sefior de Sarmiento vestia con nobEe distin-
ci6n su antigtro traje de diplomAtico, bordada casa-
ca y pantafCrn coa franja (de oro.
Ambos esposos, con su gracia y gentiIeza carac-
teristicas, tenian m a frase dse sincera amistad, una
sanrisa halagiieiia para todos.
208 FLOR SILVESTRE

Bastaria nombrar a 10s sefiores de Sarmiento


para dar a nuestros lectores aproximada idea de la
magnificencia de este baile, sin duda, uno de 10s
m6s brillantes que se hayan dado en Chile.
Los diversos nGmeros de concierto fueron entu-
siastamente aplaudidos.
El minuet, biailado por quinoe parejas, parecia
una resurreccibn de Cpocas lejmas. Las figuras ca-
denciosas de las jbvenes no tenian esa rigidez, ese
algo seco de las antiguas damas; eran sus reve-
rencias m6s profundas, el paso m6s elktico, 10s
movimientos rm6s mdesenvueltcus; hubiCrase dieho que
un soplo modern0 habia electrizado a estas prince-
sas de alntaiio, aumentando 10s encantos !de la gra-
ciosa danza.
La festiva comedia en un acto: “Aires salinos”,
mantuvo en continua hilaridad a 10s espectadores.
Las sefioritas Sarmiento y Ureta y 10s seiiores de
la Fuente, Rosales y Pkrez, se manifestarm artis-
tas de sobresalientes dotes escCnicas.
La seiiorita Elena Santilbiiiez y el sefior Carlos
Rosales lucieron una vez m6s sus argentinas voces
deliciosamente armonizadas.
Mr. y Mrs. W. R. Leighton fueron ovacimados
a1 terminar una original danza escocesa.
Una esplCndida orquesta amenizzba el sarao.
Entre 10s asisltentes divisamos a1 manquCs de La-
fayette (Raimundo G a r d s ) , lmuy correcto en su
unifoirmce ide general : casaica reccrrtada cmno frac;
anoha faja de seda blanca sujetaba a1 cinto la es-
FLOR SILVESTRE 209

pada pendiente de un taihali; calzaba altas botas


enceradas encirna de 10s pantalones dle gamuza y
cefiiia su cue110 luna corbata con abundantes blon-
das de Bruselas; en la einlguantada mano llevaba un
gran tricornio con la escarapela tricoloir. E n aquel
momento ofrecia el brazo a la bellisima princesa
de Lamballe (Graciela Sarmiento), cuyo traje de
rico brocato azul con dibujos estampados era pre-
cioso. Su esbelto talle adelgazAbase con el corpifio
en punta que caia sabre 10s abundantes pliegues de
la falda; ,su perfil sle destacaba m6s fino bajo el pei-
nado #de bucles, y el polvo dorado )que 10s cubria
halcialos brilllar con Btireos reflejols. En su pecho,
un relgio aderezo de zafiros sle armonizaba con el
azul de sus pupilas extremando su hermosura. Era,
en verdad, una prin'cesa real, digna de atraer las
miradas.
Cardenales, abates, diplomriticos, marquesas, du-
quesas, formaban armonioso grupo. Entre las pe-
lucas empolvadas de sim6tricss buclles atados con
cintas de terciopelo, y 10s rigurosos trajes de corte,
divisiibalnse algunas melenas cortas y casacas de
girondinos.
Camilo Desmoulins, (GCsar dce la Fuente) que
habia sido invitado para declamar una oda a1 Car-
naval, conversaha familiarmente con el conde de
Artois, (Carlos Rosales) irreprouhable en su ele-
gante traje ,de terciopelo violeta.
El henmolso y espiiritual duque de Lauzun, (R'e-
nato PCrez) estrenaba un rico traje de raso pom-
210 F m R SILVESTRE

pzdom; el enamoraldo dtnque estaba en sn &mento,


a las ingenuas eondesitas que lo halla-

elam6lica Madame Elizabeth, (Ele-


rodeada de su pqu&a corte, vmtia
regie traje de terciopelo granate y !en sus ondula-
dos cabellos lmia ma maravillosa flor de Lys, n o
mAs ‘brilYaintrt que e1 fufgor die sus adrnirzbks ojos
negros.
Por todas partes e1 lnjo J Ias joyas relumbrantes,
r i v a f h b a n con la belkza de las damas. Los ca)ba-
k r m c m prafundas revereacias ofrecian el birazo
a sus aristocrhticas eompafieras para
o buffet, alemido en mesitas diseminadas
pIantas del “aI1”.
Las irnpresiones del baile de antenmhe, no son
para descriptas ; bistenos decir que por rnuchos afios
perdurar2 el recuerdo de esta fiesta en la memoria
de 10sque asistitmmas a ella, y coin vivo pifacer rcor-
daremss d &a feliz en que shbitamente nos vimos
transpartados a VersalIes. . . ”
En otra pirrafo de Ta ‘Vida Social” Ieiasle este
anuncio :
“Se ha concertado el matrimonio del diputado
por Reinma, seiior Raimundo Gar& Prado con la
seiiorita GracieIa Sarmiento, y Albornoz.”
I

_-

XVIIE

A’quella nocihe de b de lux y alegria en las


“CWPS del Rosario”, fuC para lots infelices habi-
de la finca, nodhe d e inm
habia sido transportada
en medio de las ,de.wsperadas la.
. Esfa, ‘viendo que a pe
e alcahol y oltros remedios, la j
sn Idesrnayo, enviir ‘en el acto a iiia Pe-
husca del doctor de las “Ghilcas”, que
a esas hmas debia encontrame en el. “Rmario”.
Ohridando su edad, cl frio, la l h
viejo corria pur la caretera C O ~ Q“Ani
el diablo”, s e g h cn ghfico ‘deer.
A tiempo qae iio Pedro Luis entraba a1 parque,
de 61 en w-ertiigincm carrera hacia
el pueblo.
Hay en la vida circziastancks graves en: que un
212 FLOR SILVEETRE

minimo detalle, un pormenor insignificante viene a


torcer radicalmente el curso de 10s sucesos. A llegar
el viejo minutos antes, aquel automhvil no habria
salido, no se hubiera marchado Juan, y acaso no
hubieran ocurrido 10s 'hec'hos que faltan por narrar.
En este momento v m o s a Juan, !que pasa junto
a,l portador de (tan infaustas nuevas, abismado en
sus tristes ideas, sin otro anthelo que alejarse del
bullicio que le exaspera, huir ide ese lujo que le es
odioso, abandonar dquellas lugares en el preciso
momento cn que dobibi6 quedarse ahi.
Per0 el destino asi ,lo Ihabia disipuesto; y el jo-
ven emprendia solo ese viajle que horas antes sofi6
realizar de tan distinto modo.
Y mientras en la mansi6n de sus paldr
llelgaba a su apageo,
triste, descorazonado Ide la alagre mtisica
de las danzas y del de la fiesta, que en
esos instantes de infmita pesadumbre llegaban a SUP
oidos como una burla
Mas, a pesar de su nso deslconsuelo, Juan
no perdia toda esperanza; pensaba que c
sencia, Rosa cambiaria de resolucibn, que
paso que intentaron Idar era prematuro, qu
nos mioses mSs vollveria por ella, no escondido; ni en-
trando por lla ventana camlo un l a d r h , sino de fren-
. El aboigaria con tal ardor por
mencia tan apasionada, que ga-
m su imagInaci6n formaba mil
proyectos : trabajaria rnucho, economizaria. Seguro
FLOR SILVESTRE 213

de poseerla alg~india, por Rosa tendria pacieiicia,


voluntad y tei&n. . . iEran t h j6vences a h ! El
porvenir les pertenecia, y, ay! del que estorbara su
felicidad!
Entretanto, iio Pedro Luis hacia irrupcih en la
galeria, y con voz entrecortada exponia el objeto
de su intempestiva visita a1 doctor Ferreira. El
bondadoso facultative a medida que 'el viejo detailla-
ba el desfallecimiento de Rosa y sus circunstancias,
coa aire preocupado cogia su tricornio y e n v o l v i b
dose en SLI amplia capa negra se aprestaba a se-
guirie
Continuah la fiesta, brillante, esplendoksa : 10s
niimeros de baile y de concierto se sucedian; todo
era regocijo y alegria. S u ausencia 'quedaria inad-
vertida, porque, 2quC 'era un personaje m i s o me-
nos en aquel torbellino de gelnte?
Como lo supuso desde el primer msmento el doc-
tor, la enfermedad de Rosa era grave. Habiasele
declarado una fiebre cerebral, complicada con una
seria congesti6n pulmonar.
En el leciho y a d a la joven sin conocimiento, 10s
ojos cerrados y la faz livida. Cerca de la vcntana,
el doctor cuchicheaba con Antonia, procurando
consolarla. La pobre mujer queria a su hermana
ni% que a nadie sen el mundo.
Esperemos,-decia el doctor ;-la juventud tiene
i e m p r e imprevistos, inagotables recursm para lu-
char; el amor a la vida suiele tener m6s eficacilt
que Ias drogas. SerCnese Ud., mi buena Antonia;
2 14 FLOR SILVESTRE

cs aecesario que la niiia al vnlver en si encuentm


ros t ros t ranquilos.
Y Y

Durante varios dias 'Rosa permaned6 inconxien-


te; pero en sus breves intervalos IGcidos, veia sietn-
pre cerca de si s ntes queridos. Sus rniradas
fij6banse sobre todo en la generosa creatura que no
la abandonaba un minutto. Le hallzian colrtado 10s
herrnolsos cabellas para lacilitar el empFeo de bol-
sas de hielo sobre las que descansaba su cabeza
adollorida. Algitaida par el delirio, gritaba y tendia
10s brazos a m a s Siiguras iavisibles, para m e r des-
pu& en un letargo profundo, m6s allarmante a i h
que ios arrebatos de la fiebre.
E n SLIS alucinaciones, el reeuerdo de Juan n o la
abandonaba un punto. A las veces lo veia herido,
exAnime, tendido en medio ldel bosque ; desolada
acudia a socorrerle, p r o en el misrno instante de
entre 10s Srboles sur& una mdtitud de perros que
la rodeaban ladrando con furor y la irnpedian a m i -
liarle. Otras veces, ya no era la humirlde Rosa, la
flor s h e s t r e ;era una k l l a prinicesa en medio de su
corte, euya rnam se disputaban muchos princi-
pes. Desde su trolno tenia una srrnrisa para todos,
pero a1 aparecer Juan, olvidada del mundo entero,
se arrojaba felbiz en sus amantes brazos a fin de
rriostrar en $1, a toda su corte, a1 elegido de su cora-
z6n. Deliraba despuis con excursionies a cdballo,
FLOR SILVESTRF? 215

con paseos en automihi! en que visitabain maravi-


llosas jardines adornados *cangigantetescas flores que
10s fescondian en sus cm-olas. . , Juan cefiia arnors-
sarnente su talle, se acwcaba miis y mGs, iba a im-
primir men, sus la!bios un beso de fulego, cuando
ulna carcajada diabdica, y una horrible vieja, de
perfil de ave de rapiiia, la estredhaba entre sus
garras.
Una tarde en )que R o a estaba mlis agitada aim
y colt fiebre muy alta, entr6 fia Sabina a visitarla.
Tal vez en ese instante la nifia deliraba o q u i d s
tuvo un momento de lucitdez y se asust6 a1 Fer tan
cerca de si squel rostro aborrecido. El hedho fu4
que a1 aproximarse la viieja, ella se inco
camente, lanzando gritos despavoridos
10s lbrazm coma para defender* de un pelijgro.
Margarita, a slu lado en q u e 1 memento, cog%
10s hambros a la antipktica mujer y Qartiindola de
improperiols, de dos empujoaes la sac6 de la habi-
tacicin.
Acudi6 Antclnia a1 bullicio, medio m de es-
panto.
-2QuC pasa, Maiga?
-Es esta vieja recondie*dala causmte de taitito
el mal, aefiora Antuca, y algora se ha vcnido a meter
a1 cuarto de la Chefiorita. Cam0 si no j w r a harta-
so el mal que ya le habis becho 'con tras h j e d a s ,
vieja maldita !-deiciale la f ornida mucha&a, prvnta
a arrojarse de n u e m sobre ella.
La cobark Sabina tiritaiba dde mieldo.
216 FLOR SILVEEfl‘RE

ADisculpa, Sabina, las insolencias de la Maiga,


per0 n o ‘has debido entrar a la pieza de la nifia. El
doctor lo ha proihibido una y otra vez,-dijo An-
tania tratando de reprimir ‘el enojo que le inspiraba
la intrusi6n de la vieja que de nuevo ponia en peli-
gro la vida de su herrnana.
Esta {historia circul6 (de lbioca en boca exornada
con curiosos comentarios. Todos daban credits a la
versi6n de Margarita. Aquellos espiritus sencillos le
incultos fhcilmente encontraron una explicaci6n
sobrenatural a la extrafia dolencia de Rosa. Ademis,
ocurri6 !que en esos dias un nifiito se ahog6 en el ca-
nal a tiernpo que fia Sabina transitaba por aquel
punto; con lo cual se exasper6 m6s y rn6s el pueblo,
a1 extremo de llagar las quejas hasta 10s patrones.
Estos, a1 principio, se burlaroin de semejante cre-
dulidad. Mas, coma vieran que algunos de 10s me-
jores iaquilinois ameinazaban con abandonar sus ca-
sas y faenas, si la vieja de “mala sombra” no salia
de la cornarca, don Guillerrno, para evitar mayores
mdes, hubo de ceder a1 clamoreo general y pidib
a iia Sabina su posiesi6n. La vieja, enfurecida, tuvo
que recoger sus b6rtulos y emigrar hacia otras tie-
rras con su bagaje de cihismes y enreldos, Per0 antes
de partir, su encona’da y venenosa lengua propal6
mil horribles calurnnias, no perdonando ni a la gracia
y juventud ‘de la infeliz criatura (que yacia moribun-
da. P o r fortuna, lo odioso mismo de sus palabras las
hizo inverosimiles y dia a dia aumentabna el nGmero
de las personas que venian a saber de la nifia.
FLONK SILVESTRE’ 217

A1 caer la tarde /as carifiosas vecinas acudian (en


busca de noticias; y, como se acostumlbra en las
viviendas en que hay abgGn enfermo, formibase en
‘el patio un colrrillo de comadres. Antonia poco se
preocupaba de esas visitas; faltibale calma para se-
pararse de su enferrna. Per0 siempre solicita y
arnable, delegaba en la “Maiga” lesas atenciones y
carifios. Las vecinas, por su parte, concluidas ya
sus faenas dolm&sticas,no tenian prisa de retirarse.
Eajo (el amplio corredor ‘que embalsamaba la en-
redadera (de la pluma con sus racimos morados de
lelegante flecadura, ins,talAbanse las campesinas a1
amor de la lumbre, pitando su cigarrillo o cebbdose
el sabroso mate con ciscara de naranja, mientras
alguna refer+ chascamos, y otra daba recetas pon-
derando td‘yerba o r’emedio portentoso para toda
dalencia.
RCI Pedro Luis sumidol en su dolor apenas si
atendia a otra cosa que a cuanto podia afectar a su
Chefiorita.
--Mire, cornpaire,-dijole fia Cayetana un dia
que el estado de Rosa hizo concebir serios temores,
--hablemos en plata, ;pa quC andamos con chicas?
L a niiia se muere y contra naa pitean. El dotor la
est5 emboticando sin beneficio arguno. ;No es asi?
Si el da5o es causado por brujerias hay que darlce
con 1s ,mesmo.
-Eso mesmo digo yo,-prorrumpi6 iia Eusebia.
-Y yo tamiCn, y yo tamiCn. . . repitieron en cero
las comadres.
N o r Silvevtre 15
218 FLOR SILVEETRE

-2Por quk no lbusca la ayuda de i?a Mariquita,


compaire? ~ Q U Cse pilerde? La IMaiga la puede ir
a buscar de un porrazo, y no es juerza que se entere
iia Antuca que est& tan ernpap6a en su dotor Fe-
rriera. . . Y si Ile acierta con el mal, ;h&gasele1 cargo
. de ‘lo contento que se pondri’ud. por b a k r l a li-
brao, cornpaire,--deciale una y otra vez su vieja
amilga fia Cayetana.
E1 viejo reflexionaiba. an ese clarobscuro del
crepfisculo, su alma sencilla sentiase penetrada de’
un vago terror a lo descmocido.
En la penumbra 10s Arboles se confundian coln las
sombras y el bajo y sombrio parr6n semejaba la
abertura de una caverna insondable. S610 la roja
luz del lbrasero a l u m b r a a aquellos rostros aperg&
minados y destruidos por el rudo trabajo del cam-
po. Todo iempezaba a entrar en tesa solemne paz de
la “oraci6n” : las ranas en el cstero y 10s griIIos en
sus charcas, iniciaban su concierto mocturno. Los
pijaros aprolveohaban (10s postreros \rayas de luz
para buscar apresuradamente sus nidos. De shbito,
en medio del melanchlico silmcio de las vecinas, un
pAjaro scmejante a una lechuza pas6 aleteando; de-
t h o s e un segundo sabre el parr&, l a n d un graz-
nido agudcr y destemplada y se alej6 batiendo sus
alas, culal si en 6sta5 llevara el peso de muuhas pre-
sagios y fhnjebres vaticinios.
-iEl ohuncbo, el chunc‘ho! iAve Maria Purisi-
ma !-murmiura~roln las mujeres sobrecogidas de pa-
FLOR SILVESTRE 219

vor, ocultando sus rostrm bajo el pafiuelo ‘de re-


bozo.
-2Lo oy6 Ud., compaire? D6jese de escrtipulos
y dengues, vaya a consultar la mCica; cointimis
que nSa se pierde, fio Pedro Luis,-repitib fia Ca-
yetana a1 despedirse.
E n el infteliz viejo renacia (el hombre antiguo, el
nistico supersticioso y cr6dulo. Sin ‘embargo, no es
quie 61 ‘creyese en las brujerias de fia Sabina, per0
pensalba que fia Cayetana podia tener r a z h , que
nada se perdia conjurando ‘‘el (mal”, si es que la
picara vieja hubiese ojeado a la nifia.
E n un lejano ranciho, vivia fia Maria, llamada
tambiCn: “la m6ica de (10s palitos”. ,Era alifiadora
de milemibros quebraldos o zafados, y adivina d’e
oficio. La genlte del campo tenia muoha fe en sus
aciertos, y en su gran poder sobre 10s espiritus ma-
ligncus; era “maehi”. ( I )
Ra Mariquita era aka, de rostro escuiilido y more-
no ;graiades ojos huntdi8dosque tbrillalban como ascuas
en el fondo de las caencas reseeas, una boca chupada
y sin dientes hacian aGn m i s larga su senorme nariz
encorvada. Envuelta en descolorido pafiuelo de r’e-
bozo, llevaba en la cabeza un trapo grasielnlto y cu-
bimerto p a - un viejo sombrero de pita; en sus sienes

(1) Madhi: ebrptritu superior que dasitruye el “mal” cau-


smdo por 10s ewpfritus hferiores.
220 IILOR SILVESTRE

veianse dos parches de j a b h y restos de otros co-


locados en dias anteriores.
Siempre estaba murikndose ; mil raras dolencias
la acongojaban: ya era un lagarto que le a n d a h
por el Iest6mago; ya un animal desconocido, un “finb-
nimlo”, que le bebia la sangre en las venas; otras
vieces en plena sol la acometia UII frio que Ia “tras-
minaba 10s huesos”.-Y, told0 por causa #de 10s es-
piritus (queyo !hey edhao juera de 10s cuerpos y que
agora en vengan,za se regiielven en contra de mi,-
suspiraba con voz quejumbrosa la vi’eja.
Por eso cualndo la llamaban a visitar un enfermo
de “dafio” o de “mal impuesto”, haciase de rcgas
en extremo, y s610 con una buena gratificaci6n se
resolvia a salir de su vivienda. Sin emibargs; ell ver-
dadcro motivo que tenia (para ‘no proldigar sus
visitas, era ‘el temor de encontrar a1 doictor Ferreira,
que la habia amenazado con la justicia si seguia
propagando sus errores y recetando a lois enfermss.
Enz su desesperacibn, fio Peidro Luis tent6
iiltimo recurso.
Una maiiana, mientras descansaba Antolnia, y
contando con la complicidad de la “Maiga”, intro-
dujo a la m6dica en la alcoba de Rosa.
DespuCs de olbservar con atenjci6n a la niiia d e -
targada, extendi6 sobre ella sus langas y huesudas
manos, haciCndola una serie ‘de pastes con una va-
rilla de palqui a la vez que maxullaba tres an-
juros ... En seguida, dijo que el mal e s t a b en la
regi6n dsl coraz6n atravesindole hasta la espalda,
FLOR SILVEBTRE’ 221

y que un gusanillo fatal lle comieria 10s sews en


tanto no viniera un “machi” m6s poderoso que ella.
Per0 que habria de venir prontito, porque de no la
enferma se moria.
DespuCs dict6 sus recetas:
“Un zaihumerio de hojas d’e mailten con polvos de
nido viejo, sail pleihuenche y ramas de gomero para
ahuyentar 10s maleficios.
‘ V n a toma de ramitas dle canchalagua bicn lava-
das, un caejo de p a r r h , un caejo de limpia plata,
un peazo de cullce colorao, un pufio de lo blanco del
piche, una plaintha bien cald da, un papel de quini-
na y agua de la corriente a media s a z h de azficar”.
Concluida la consults, se retir6 cobrando cinco
pesos a1 inconsolable fio Pedro Luis que veia desva-
necerse su Gltima esperanza.
XIX

E n las “casas del Rosario” tarnbiCn lhabia causado


triste irnpresihn, la grave enfermedad da Rosa.
Apenas se sup0 la noticia, toldos acudileron a verla.
Don Guillermo visiblemente preocupado, dirigia
inquietas miradas a don Fernando que fing’ia n o
1

advertirlas. Amlbos sentian igravitar sobre ellos un


como reproehe. Dofia Rafaela ofreci6 sus servicios,
su carruajle y todo cuanto pudiera ser de aBguna uti-
lidaid. Graciela, a6n cuando entregada de llenio a su
didha, tampoco olvidaih a su colmpafiera de infan-
cia. Per0 Alicia, sobre todo, se manifestaba muy
pesarosa de no haberla retenido aiquella nook fatal,
y procuraba reparar su involuntaria falta turn6n-
dosle con Elena para cuidar a la enferma durante
el dia. La pobre Antonia, desheeha en ISgrimas, ase-
guraba no tener coin quC pagar tanta bondaid.
Desde el primer minuto, Elena SantiiMiiez sospe-
ch6 que la repentina enfermedad de Rosa dguna
relacibn, indirecta por lo mienos, tenia con la par-
FLOR BILVESTRE 223

tida de Juan. Lo habia visto ella entrar la noche del


baile a1 dormitario de 110s inifios preguntando por
Rosa, y a1 saber que no estaba ten las habitxiones de
Alicia, salir de ahi corrientdo, con la rnirada extra-
viada, descompuiesto el semblante. ;QuC haEa sum-
dido? Dificil adivinarlo. Plero dia a dia la joven
iba a smtarse junto a la enfierma, y c m frecuencia
not6 que sus labios repietian un nombre adorado,
a la vez 'que ardientes lhgrimas filtraban por sus
negras pestafias; y atin cuando Elena t a m b i k sufria
a causa de 61, vienido sin correspondentcia su carifio,
compadecia en el alma a esa creatura m6s d6bil que
ella, y sentiase atraida hacia la pobre nifia por el
vinculo de un comfin amor.
Cedi6 por fia la fiebre; y a1 delirio de las pri-
mcras semanas sulcedi6 una postraci6n proifwnlda .
E n el semblante sdemacrado de la enfierma s6lo se
veian ibrillar sus ojos, en ellols papecia concentrarse
el resto de vida de esa frhgil envoltura.
Paulati'namente recdbr6 Rosa le1 conocimilento. Sin
embargo, las esperanzas del doctor esta'ban defrau-
dadas, p e s no se advertia en ella aquel apego a la
vida, aquellia alegria y optimism0 que manifiiestan 10s
enfiermos a1 verse revivir. A1 contrario, junto coin
readquirir la memoria del pasado, su rostro se c m -
trajo dolorosammte. Sus ajos, siempre fijols ten la
ventana, +lahacian recordar aquella filtima crulell en-
trwista, tan llena de punzante dolor e indlecible dul-
zura. De nuevo veia a Juan anonadado, sollozando,
su querida cabeza reclinada en su hombro...
224 FLOR SILVESTHE

Volvia a veirle alejarsie con inseguro paso, y era


tan viva la imagen quie evocaba, tan honda sa pe-
sadumbre, que su pecho se oprimia, un e s p a m o
nervioso la convulsionaba eiitera, sus enflaquecitias
manos estrujaban el blanco cobertor, y sin fuerzas
caia otra vez exhausta, aletargada.
jAlg6n resorte lesitaba roto en ella!. . . La vida
no le ofrecia atractivo alguno.
E n vano Antonia le administraba 10s remedios
prescritos por el mkdico; un segundoi ella le sonreia
con gratitud, para recaer despuks en SLI abatimiento.
E! buen doctor Ferpeira se devanaba 10s sesos bus-
cando mediols de salvarla.
--Quiz& pudiera combatir el mal fisico,--se de-
cia con aire preocupad0,-pero, me encuentro con
una resistencia invencible; diriase que la nifia no
quiere vivir ; y i n el concurso de su voluntad, me
veo privado de un poderoso auxiliar. Digame, An-
tonia, <#hatlenido hltimamente esta inifia algiin pesar ?
-pregunt6le una maiiana.
--Ninguno, doctor,--probest6 ,\ntoiiia entre ofen-
dida y 1lorosa.-Si ella es nuestro h i c o carifio, gc6-
mo ibamos nunca a hacerla sufrir?
La bulena mujer atenta s610 a1 bienestar material
de Rosa, a hacerle ficil la existencia, jamis se ima-
gin6 que algiin dolor moral pudiese alcanzarla. Esta
enfermedad, en 'su conoepto, era debida a psa no-
che de espanto pasada a la intemperbe. i2demSs,
sus pulmoines habian sido siempre dkbiles.
El doctor movi6 con aire de duda la cabeza, e
FLOR SILVESTRE 225

inclilnindose, acari& esa carita eniflaquecida p r o


siempre Ihermosa, y coin paternla1 suavidad ec‘haba
hacia atris 10s rizos d!e su corta cabellera. Rosa, sin
fuerzasi atin para ‘hablar, sonreia con dulzura y
61, conmlovido, volvia el rostro para ocultar las E-
grirnas que asomaban a sus ojos.
Pero si Antonia s610 acertaba a explicarsle la
enferrneldad, mmo natural resultado de Ea inclemcn-
cia de zquella noche, en cambio, fio Pbedro Luis sos-
pechaba cui1 era el verdadero mail qu’e consumia a
su Chefiorita. Desde tilempo atr6s presintii, el pe-
ligro y bemos visto sus infructuosos esfuerzos para
slejarlo. Ell viejo ya no se (hacia ilusimes. Acurru-
cado en un rincijn de la estancia, se pasaba dias
enteros conternplando a su nifia. . . Las lhoras crue-
les, que dijeciocjho aiios antes viviera alnigustiado jun-
to a1 ledho de la madre, volvian a su mtemoria ; pero
entonces, a1 lado del dolor gravitaba una esperanza,
una cunita celeste alegraba e recinto. . . Hoy, el
p b a e viejol se decia qule si Dios (le llevalba a esta
nueva Rosa, 41 no resistiria a su dollor; y en ems
rnomenfos de itnifinito deseonsuie’lo, huia como u’n
loco hacia la huerta, arrepenitia’se dse haber acudido
a las aldivinais, y postrado de rodillas pedia perdijn
a Dios y a 10s santos; hacia mandas heroicas : iria
a And~acal~lo, treparia de rodillas la cuesta, se haria
“c!iino” de la Virgen, vestiria de mezclilla por e!
resto de su vida. Todo, toldo lo solportaria antes que
sapararse de su adorada Ch’efiorita. . .
Mas, a despedho de remiedios, conjuros, rems y
226 FLOR SILVESTRE

mandas, la niiia colnitinuaba ten la miisma gravedad.


Una fiebre ardiente la consumiia y prolongados ac
cesos dse tos la desgarraban el pecho.
Alicia y Elena, de continuo a su lado, pmcuraban
a fuerza de solicitud y carifio niitigar sus pade-
cimientos.
-Si no mejoro pronto, no serA por fajita de bue-
nas enfermieras,-murmuraba Rosa sonriendo agra-
dedda a1 tomar con docillidaid lois remedios que la
d aban.
Una tardie 1% enferma empeor6 de sfibito, y Alicia
que la vlelaba en ,ese mamento, mand6 en busca del
doctor; Cste all lexamiinlarla, indin6 la cabeza con
dcsesperacibn.
-2QuC dice, doctor? Cud. Cree que morirS?-
pregunt6 afligida Alicia cuando estuvieron solos.
-Much0 lo temo, seiiora; ha sucedido lo que yo
pmveia. La nifia fuC silempre dbbil, la larga perma-
nencia en le1 cmvenito, concluy6 por miniar sw na-
turaieza raqukica, exargerando adem5s en tella esa
slensibilidad mbrbida, que la ha perjudicado fisica
y 8moralmente.Antmila, por querer haoer de dla una
sefiorita, la \ha perdildo, - agreg6 suspirando el
doctor.
-2 Entonces, Ud. djesespera d'e salvarla ?
-Nunca se debe desesperar, s'eiisra; per0 sus
pulmones e s t h perdidas. Puede durar a l d n tiempo
m5s. . . E n fin, cmfitemos en Dios y dejemosle a la
buena Antonia su optimismo y sus ilusimles; bastan-
te sufrir5 despugs.. .
VLOR SILVESrTRE 227

La tols y la fielbre aumenta)ban cada &a; copiosa


transpiraci6n inundaba el cuerpo de la niiia, robin-
dole 10s tkkimos restos dse viealidad. Comprendi6 ellia
entocnces que Inabia Jlegado la lhora de crisis, que la
muerce acechaba su presa, que todo habia concluido.
Y procurando dominar su ldesigarradora angustia
para no contristar a 10s suyos, con fingida seireni-
dad pidi6 ella misma 10s sacramen,tos.
El1 anciano sacerdatle, que era la la vez su padrino,
acudi6 presuroso a1 lado de SQ querida enfermita, y
consternado ,escuch6 la confesi6n dle esa alma pura.
que sb10 ye acusaba de h a k r amado tan:o. . . y tan
ardientemente.
Refiri6le ella Ja tierna historia de su desgraciado
idilio, historia tan slemejank 'a la de aiquslla que
afios a t r k sucumbi'a de tristeza y nostalgia en esa
mi sma habi taci6n.
E1 buen pirroco sa56 die lia alcoba enjugindose
las ligrimas.
-Es un Angel,-murmuraba om voz trt5mula de
emociftn,-es una florecita del cielo, quc no Bahia
nacildo para luchar contra las penas de esta vida.
Empero, ell pobre Angel, la florecita d,eI cielo es-
taba muy apiegada a la titerra. Fa11t561Jale todavia la
resignacibn cristiana ;y contra '10s espirituales trans-
portes de su a h a se rebelhban las debilidades del
coraz6n. i Oh ! si por a'lguntas horas salamente ella
pudiera sentir las dulces alegrias, 10s inefa'blles con-
suelos, aquellas misticas suavidades de sus antiguos
coloquios con el Divino Amado!. . .
228 F L O R SILVESTRE

La oracibn Ihabrila sido el supremo recurso para


extinguir su pa,si6n!. . . Ella habria comprendido
entonces cu6n vanos son 10s atractivos de la tierra
para 10s que ponlen la vilsita en el ci,elo!
Per0 no gozaba ya de tsos consuelos divinos ; las
borrascas del amm- hab-ian adarrnecido su senciIla
fe de collegiala, y su torturado coraz6n a h no en-
contraba la paz.
Llorando sobre si mism'a y lsu perdido amor, so-
br;e el pesar de Juan y su vida destrozada, era im-
posible que SLIS fuerzas rena'cieran ; a1 contmrio, ca-
da dia se debilitaba m6s.
Con frecuencia se 'hacia leer p a - Elena o la bon-
dadosa Allicia algin libro de (devoci6n y absarta es-
cuchaiba las palabras de vida eterna, eslperando que
ellas le layudaran a desprenderse de 10s lazos que
la ataban a la titerra. Mas la memoria de Juan insis-
tente y perturbadora, sLmgia, corn0 una segunda
conciencia, en medio de sus oraciones, y se resistia
a aibandonar el arca santa d e aquella alma virgen.
El recuerdo valuptuoso de las caricias, de 10s
besos dte Juan, dse sus aplasiolnadas protestas, !a pro-
ducia un desgarramienfa de Itodo su sCr a la vlez
que un desesperado anhelo de gustar una vlez m6s
aquellos fugitivos inshnties de di&a y amtor. . .
Entonlces todo ,le era penoso, una tristeza mortal
la invadia, pareciale que Dios le retira'ba su gracia,
que ya (era impolsible su coaversih. Desfigur6basele
el rostro, y como buscando un lienitivo a su pesar,
pedia coin voz angusti'ada qule continuasen leykndole
FLOR SILVESTRE 229

las consaladoras paginas de la Imitaci6n de


Cristo :
-"E1 amor dle Dios, es la inmolacih de si mis-
mo. Si quieres venir en pos de mi, ,toma tu cruz y
siguemle. Jestis v i m primero y llev6 su C ~ U Zy muri6
en la cruz por ti, ponque til tambikn la lleves y de-
sees morir en ella, y si fueres coinpafiera en la pena,
lo seris tlambii6n !en la gloria. . ."
MAS tsanquila, dsespuCs de esta llectura, Rosa se
nesignaba, sus iaibios se movian, oraba. . . Grado
pcar grado, su alma se hundia en el miar sin lirnites
del Amolr Divino coni0 querienido Ialhogar en 61 sus
ultimos pensamientas profanos.
Una Itarcle, la enfcerma se sinti6 iharto mejor;
tosia m'enos y habia dormido a intervalos. Incor-
porindose en 10s alrno;hladmees, hizo abrir la ven-
tana, por la que entr6 una bocanada dle aire puro
cargado con las t6nicas fragancias del jardin. Ha-
bia lbvido en la m'asana, per0 desde el meldio dia
las nubeis se habian alejado,. A h brillaba en el
oca's10 a1 rojo fuligor de 10s 6ltimos raycas del sol;
una franja roja y luego otra y otra cotloreaban el
cielo y hacian chispear con reflejos irisados las go-
tas de lluvia cuajasdas en las cobriz'as hojas de 10s
castafios y en las amarillaentas de 10s ilarnos. Brisas
sutiies mecian en la ventan'a las flcmes de su rosa1
favorito, trap6ndolle m,ezclaido a1 penietrante aroma
de sus flm-es, el olor &spier0y friesco de la tierra h6-
meda y el lejano rumor de la campifia.
Los capriuhosos dlestellos del sol jugueteaban so-
bre su carita perfilada, sobre sus ojos dtesmesuradols,
230 FLOR SILVESTREI

qule parecican ya sondar el “mis alli”. Absorta, la


mirada perdida ten las purpfireas nubes que alli
lejos ‘envolvian a1 [sol entre sus pliegues, sentia a1
alma delicimamenk penetrada por la pcresia del am-
biente. Inagotables renacian en ella dlesieos de vivir
y amar. Una esperanza timida se insinuaba en su
espiritu; quiz& iba a sanar! iSe sentia tan mfejor!
Esa tarde hlsrmma, PSOS perfumes turbadores, 10s
reslplandores que intcendiaban el horizonte traianlle
vivo et1 recuerdo ‘de otras p e s t a s de sol, de otras
tardes inolvidables idmiradas c a n Cl . . .
Evocaba l’as memorias que la ligaban a Juan.
i Que instantles de suprema ‘didha! iCuintas ardilea-
tes miradas en que uno y otro traslucian un mundo
de inefabl’e belleza! iVollvleria a mirarse en esas pu-
pilas de fuego lque le hablaban de amor y la halcian
enrojecer die ventura?
Una sonrisa de Cxtasis vagaba por sus deslcollori-
dos labios, mientras aspiraba con delicia el aire
embalsamado, mal si Cste le trajese algo de su que-
rid0 ausente. . .
De st‘ibito sus ojos, a1 lerrar por la sombria habi-
tacibn, divisarm allli fen el f m d o dle la alcoba, la
mesa con remedios, fpascos de botica y balsas de
hielo. . . Y bruscamente vuelta a la briste realidad,
un escalofrio secudi6 su cuerpo. Sle aholgaba, acce-
sos de tos le quemaban el peldho como una brasa, y
dos ardilentes ligrimas broltaron de sus ojos.. .
L a “flor silvestre” habia recibido el golpe de
gracia y caia tranchada sobre sb tallo.
FLOlt SILVh%TRE 231

Con voz impercepkiblle hizo cerrar la ventana.. .


Perdia toda clsperanza. Con este fugaz crephculo
concluia el suefio tencantado de su vida. Nunca m i s
volveria a contemplar 10s oelajes del maso, ni as-
piraria esa atm6sfera embriagadora, (que le sugeria
aidhelos de diahas pasadas, (de amores berfiena'les.
E n addante, s d o debia pensar en pnepararse para el
supremo triinsito.
Con desesperada enefigia resolvi6 'despreaderse
de tcdas tlas preocupaciones, de todos 10s pesares
que la atormcentabaQ; renunciaria a cuanto amaba,
a sus ilusiones y deseos, a la bellleza, a1 amtar. . .
Per0 antes queria enviar sus adioses a Juan.
S l ~ stristes miratdas recorrieroa la silenciosa ha-
bitaci6n que ahora s610 alumbraba la lamparilla de
ncmhe. E n la semi-dbiscuridad divis6 a Alicia sen-
tada cerca de su becho.
-iEsta,mols s d a s ?-pregunt6 a la solicita enfer-
mera.
-Si, mi hijita, 2quC quieres?-cmtest6 con ca-
rifio la sefiora Fleman, cogihidok una mano.
Titucbe6 un momento Rosa. Parecialie una profa-
naci6n divulgar su secreto. . .
-2Han sabido de Juan?-murmur6 por fin con
esf werzo.
Desde que recobr6 el cmocimienka esta pregunta
le quemaba 10s 1a;bios.
-Si, Gheiiorita; dice que Ileg6 bien a Vicuiia y
que h a empezado a tralbajar con tes6n.
-2Sabe de mi enfermedad?
232 FLOR SILVESTRE

-Como te quiere tanto, nada le lhemtos di&o atin,


para no inquietarlo inlGtilmente, esperando darle me-
jores noticias tuyas, regaloncita,-repuso Alicia aca-
riciindola.
-Sefiora Alicia, ;con qu6 fin trata Ud. de en-
gafiarme ? Ya es infitil ; conozco qu
eso quiero confiar a Ud. un secneeto. . .
Y entre accesos de tos p e interrumpian a cada
instante su relalto, Rosa cont6 su amor, sus hehas,
su efirnera felicidad, sus vacilacioms y su final des-
ventura.
Apznas podia Alicia retener las ligrimas que se
algolpaban a sus ojos y en su alma compasiva bus-
caba, sin encmtrarlas, frases de consulelct piara ese
tierno corazivn tan rudalmente probado.
Lo3 qule han sufrido mudho ccrmprenden y sa-
ben consolar mejor que nadie 10s padecimientos
ajenos.. .
-Quizrs que sea Ud. la portadsra de mis recuer-
dos,-continuaba, haciendo otro esifuerzo, la pobre
en~f~erma .-Digale que el sueiio aquCl se realiz6, que
voy a reunirme con 'miis padres, que es mejor asi,
qu'z tengo la cmifianza, la certidumbre casi, de que
61 ser6 felliz. . . En Elena encontrarii csnsuelo y
01IV1'd 0 . . .
No pudo contimar, ya fuiese porque la tos y el
cansancio la athagaban o ponque, no obstante su en-
tereza de espiritu, su coimz6n se sublevaba ante la
sola i'dlea de que Juain amase a otra mujer. Por fin
prosigui6 :
FLOR SILVESTRE' 233

--DespuCs...-y un gesto de dolor cointrajo '11s


labiols-despu&s, coja Ud. esta cadena y enviela a
Juan, junto con la medalla y el anillo, y, as6gurele
que jam& me selparC de ellois. . .
Hablaba con dulce y resignada voz; sus palabras
traducian una melancolia infinita, parecian llegar
de m6s all& como el fugitivo eco de mhsica
lejana.
Xgotada por el esfuerzo que habia hecho, cerr6
10s ojos Rosa y lentamelite entr6 en un dulce SO-
por. . . La piaz del alrna trajo descanso a lese cuer-
po que, a1 doble influjo de la pasi6n y de la enfer-
rnedad, se consumia como una antorcha encendida
a1 sop10 del viento.
Alicia la conternplaba con viva adrniracihn. Con
su cabellera recolrtada y su enflalqvecido rostro, pa-
recia una nifia de catorce afios. 2Era posible que
en esa d&bil envolltura, arraigara tal fuerza de vo-
luntad, tanta energia para sobreponerse a1 amor,
sabiendo, corn0 lo habia diuho lella, quie ese sacri-
ficio le costaria la vida?
Aquella noche, (de regreso a su casa, Alicia no
durmi6; el relato de 10s pesares de Roisa la habia
"
impesionado intensarnente, rnis aim que la noticia
diel fatal desenlace dle su en5ermedad.
A1 dia siguiente surninistraron a la enferma el
Santo Viitico. Ella rnisma habia hedho arreglar su
habiitacibn, disponiendo qve cortasen las rosas de
su rosa1 predilecto para que se atdornase con ellas
el altar. Como en. el convent0 de Reinosa, en aquel
F l o r Silvestre 16
234 FLOR SILVESTRE

postrero dia ya lejano, la estatua de Maria Auxi-


lialdora se alzaba hoy entre luces y flores.
Desde lejos se escuhb el tintineo de la campani-
lla y el vago niurmullo de las oracicmes de 10s pia-
dosos fieles que acornpafiaban a1 Santisimo. Y en
tanto que el slacerdote decia las preces rituales, en
la vecina pieza y en 10s corredores tomaban coloca-
ci6n 10s devotos acornpiaiia,ntes, tratanido de apro-
ximarse cuanto era posilble para divisar a Rosa.
Al\gunos soilozos ahogados, toses reprimidas, una
confusa rnezcla de rezos y suspiros aumentaban la
solemnidad de la ceremonia.
DespuCs de dar el saoerdote la a’bsolucih a la
enferrna alzando en sus rnanos la sagrada hostia,
avanz6 junto a1 lecho en rnedio de la general
ern oci bn .
Lcis asistentes, con fe y conviccih extitica, unie-
ron sus voces en intima y s#entiIdaplegaria ; y en cor0
repitieron tres veces: “Alalilado sea el Santisimo y
divinisimo sacramento”.
Rosa, incorporindose dCbilmente en sus alrnoha-
dones, respoadib :-‘‘Pair siernpre sea alabado”.
I’ a1 recibir a1 Divino HuCsped, su faz resplan-
decia, diifana cual si no fuera rnis que un cristzl
tras del cual se escondiera la antorclha prbxima a
extinguirse.. .
i Jesiis estaba en ella ! iybundantes lAgrimas co-
rrian por sus mejillas, dulces ligrimas de piedad y
renunciamiento. Sus mianos que trataba de junitar,
en religioso ademin, caian linguidas sobre la cama.
FLOR SILVEE~RRE 235

sin fulerzas para unirse. Sentiase transportada por


un soplo divino ; todo temor, toda emclcihn terrenal
huia de ella, y en SLI renovado fervor, bendecia ~ S O S
sufrimientos que le revelaban 10s inefables deliquios
diel amor de 10s amores. . .
Una sonrisa beatiiica animaba sus labias; sus
ojos, como iluminados por celestial visibn, solnreian
a la estatua de Maria y luego se posaban tranquiloi
en esos seres queridos que se agolplaban a SLI rede-
dor. E n cada uno de ellos rebenia la vista, para fijar
despues sus miradas llenas de infinita gratiitud en
Antonia, la generosa creatura que habia sido su
ma'dre, su hermana, su todo en la vida. Cerca de
ella, el abnegado Aedro Luis lescondia el rosrtro en-
tre 10s pliegues dlel cobertor y ella colocaba cari-
iiosamlente su mano sobre esa cabeza doblegada por
el dolor. . .
A partir dz ese dia la vida de Rosa fu6 apagin-
dose ; 'la debilidad aumentaha por graidos y s610 10s
accelsos de tos la despertaban de su letargo.
Una tempestuosa noche, !os embates de un fu-
rilbundo vendaval sacudieroa la casa, azotando
las puertas y ventanas que crujian liigubremente.
Las copas de 10s ilamos, con sordos gemidos, ba-
lanceibanlse como buques en tempestuoso mar, des-
pojadoa de sus lhojas qcw caian en biandadas 'a lo
lango de la carretera. El huracin entsaiiado en SLI
obra fdestructora, asolaba el jardin, arrasando las
flores, rompiendo sus tallos, desihojando sus corolas,
como si a1 mismo tiempo que la guadaiia de la muer-
236 FLOR SILVESTREl

te segaba la “flor silverstre”, quisiera 41 en des-


quite darle un po&ico acornpariamilento a aquClla
que a todas soibrepujara en gracia y hermosura, a
aquClla que como las fr5giles hojas, se desprendia
a1 fin de sus ligaduras terrenales.
E l vieato seguia enfurecido en su obra destruc-
tora, y la muerte extendia su descarnada mano sobrle
su presa.
Di6 Rosa una postrer mirada a esos seres que la
adoraban, una sonrisa tranquila pleg6 SLIS labios,
una tenue luz pas6 por sus pupilas, y lenta, may
lientamente, entorn6 10s pirpados.
Creyeron que dormia.. . E n cfecto, dormia el
suefio de la eternidad!
EPILOG0

Los sobres y esquellss iban amontoahdose encima


del elegante pupitre a medida que Juan coin rapidez
y firme pulso despachaba su correspoadencia.
Los ruidos de la calle llegaban apagados hasta el
coinfortable zscri’torio del tercer piso, amoblaldo con
exquisito gusto y seriledald.
Estantes repletos de llbros, c6modos sillones de
marroqui granate, frente a una chimenea de m6rmol
obscum ; calecciones de piedras minerales, diversos
cuadros antiguos, un hermaso busto de Napole6n ;
algunas fotografias del “Rosario” y varios floreros
con crishtemos y rosas daban a este recinto uln
car6cter de inltimidad y dle estudio.
Cerca del artistic0 tinter0 de bronce, un alto ja-
rr6n de crista1 sostenia tres rosas encarnadas que
se inclinaban lhguidas sobre sus tallos.
E n la silenciosa estancia s610 se escuchaba el
rasgar de la pluma sobre el papel.
238 FLOR SILVESTRD

De pronto 10s p&aios de una de las rosas, des-


prendi6ndose del ciliz, cayeron sobre la mano que
sujetaba la esquela. Nada mis natural que ver des-
hojarse una flor medio rnarcrhiita. . . Sin embargo,
el joven se sobresalt6, un p&cgue de amargura
crisp6 sus labios ; y arrojando nerviosamente el cie-
r r a sobre la mesa fut! a sentarse en una butaca junto
a la ventana.
iTres afios habian transcurridol!. . . a5os que ha-
bian dejado huellas indelebles en el rositrlo de Juan.
Los rasgos de su primera mo dad. con la madurez
de 10s afios, se habian acentuado y endurecido; te-
nian una expresibn mis enlCrgica y viril. Sus pro-
fundos lojos azules miraban alhora con la gravedad
dle un hombre d)e estudio, de un pensador; sus ca-
bellos UTI tiempo rubios, un tanto obscurecidos hoy,
descubrian una frente m i s espaciosa y surcada de
prematuras arrugas, signo inequivaco (de su afa-
nosa y atlormentada vida. . . i Cu6nto debi6 amar a
Rosa para sufrir tal cambio!
De su hermosa fisonomiia de adolescentz scllo
conservaba la sonrisa, esa benCvola sonrisa suya
que iluminaba su semblante c m Iuces de simpatia
y dulzura.
Aqulella flor deshojada habia removido en su al-
ma un mundo de recuerdas y mcimorias muertas,
o aca'so adormecidas tan d o .
Encendiendo un cigarrillo, Juan contemplaba con
tristeza, a travt!s de la humareda del habano, 1.1
xipido vuelo de las nubes que iban dbscureciendo
FLOR SILVESTRE' 339

aquel brumoso dia de junio, mientras con el alma


Ilen,a de melancolia remjemoraba uno a uno 10s su-
cesos pasados.
Con pena record6 aquel tristisimfo &a en que
a114 lejos, en su voluntario destierro, habia recibi-
do la noticia del fallecimiento de Rosa. Pareciale
sufrir ailn la atrloz agoiiia de ems molmentos de in-
mensa dcsolaci6n cuaado instaatiaeamente todo
habia cambiado a sus ojos, convirtibdose para e!
el mundo entero en vasto desierto.
Aunque lejos de la joveii, conservaba siempre la
esperanza de poselerla algilii dia. Por eso cuando se
encontr6 frente a lo irreparable, sufri6 penas inde-
cibles, tuvo horas amarguisimas en que todo su sCr
se subtlfevalsa contra el duro desitino, contra Dim,
contra su padres, lllorando desolado 'el desapareci-
mientio de sus ideales.
Juan comprendia que alquella pigina romintica
dle su historia dejaria en su vida una impresi6n pro-
funda, un imperecedcro recuerdo. Imaginibase que
jamis recobraria las ilusiones perdidas y que nunca
volveria, nunca, a querer asi, coin toIda la ve'liemencia
y el divino entusiaismo de la juventud.
Empero, la muerte de Rosa, bien que producien-
dole honda pena, no le dej6 en el espiritu amargu-
ras ni desengafios. De esle amor guardaba un re-
cuerdo p r o , elevado; en su a'lrnia tuvo aquella pa-
si6n un culto que por afios fuC toda su vida.
Transcurrib el tiempo, y mitigada ya la primera
violencia del dolor, proditjose en 61 un apacigua-
240 FLOR SILVESTRE

miento sinlgular ; su espiriitu sle rleanimb, de nuevo


torn6 a interesarse psr la vilda, a encararla con en-
tereza y energia. Un fondo de tristeza subsistia,
no obstante, en su caricter. Inaiitilkesfueron para dis-
. traerlo, 10s esfuerzos de sus jefes que, vikiiclo~le
mustio y taciturno, imaginaron enviarlo a Santiago
S610 despuks de dols afios, cumpLdos ya sus com-
prolmisos. regresb de Vicufia, conitento con volver
a1 hogar, per0 m i s hurafio que nunca.
Con divlersos pretextos eludia toldas las invita-
ciones sociales. A 10s placeres y pasatizmpos, prefe-
ria la tranquilidad afectuosa dell Ihogar, tencontrando
mayor goce en la solledad y el estudio que en la
frivola vida mundana.
E n van0 Graciela y Raimundo, a la saz6n Minis-
tro de Relaciones Ex isres, lo invitaban a sus
bamquztes y fiestas; siempre se excusxba con el re-
cargo de tra'bajo.
Pero este voluntario aislamiento tenia una duke
compensaci6n : su amistad con Elma SantilGfilez,
la inseparabile compafiera de Alicia en sus obras be-
nCficas. La tierna amistad de antafio se remurd6 sin
esfuerzo allguno. Sentado en su lugar favsrito, jun-
to a1 piano, pasaba horas oyhdola cantar con esa
voz vibrante y apasionada que tenia la virtud de
ahuyentar SLIS ideas melancblicas y de serenar su
alma.
Cerca de ella, aprendi6 de nuevo a sonreir, des-
puCs a reir francamente.
Con frecuencia sns ojos se fijaslian con viva sim-
FLOR SILViESTRE’ 241

patia en aquel gracioso semblante, cuya expresi6n


grave y serena renolvaba las energias dle su alma
disipando como por encantlo la mortal tristeza de
sus horas de abatimiento.
Poco a poco la presencia dje Ellena se le hizo in-
dispensable; y Alicia, que seguia con vivisimo inte-
r& la crelciente simpatia de ambos jhvenes, pens6
que acaso la pradicci6n de la duke muerta llegaria
a realizarse. Una ligera insinuaci6n de su parte
bast6 a Juan para comprender que no le era indi-
ferente a su amiga. A1 principio eso halag6 su va-
nidad de holmlbre. Empezb a examinarla mSs aten-
tarnenite y a interesarse por Elena hasta que un dia
llegd, a descubrir, no sin escrfipulos, que germinaba
en su alcma un nuevo amor.
Pero, ic6mo hacer traici6n a su ideal primitivo,
a su tierno y poCtico pasado? iC6mlo ir de uno a
otro carifio y olvidar a su (‘flor silvestre”?
L a idlea de que tan presto otra pasi6n sirviese
$e lenitivo a un dolor que 61 crey6 eterno, le alfligi6
sobremanera. Y queriendo disipar ese nuevo ca-
rifio que suti’lmente se infiltraba en 61, resolvi6, co-
mo un desagravio a 10s manes de Rosa, efectuar
una peregrinaci6n a1 (‘Rosario” a fin de reavivar
10s do!orosos racuerdois que otro amor amenazaba
desvanecer.
Con intensa emoci6n Ihabia recorrido 10s sitios
que fueron telstigos de su romhtico idilio, de su m i s
pura dicha.
__ L a morada de Raja estaba dlesierta. N o Pedro
242 FLOR SILVESTRE

Luis no fhabia sobrevivido rnucho tiempo a su in-


fortunio. Durante pocos mleses arrastr6 su rnisera
existencia corno cuerpo sin a h a , 10s ojos hun-
didos en las (descarnadas hrbitas y las mejillas cru-
zadas por hondos surcos, hasta que una rnafiana l:?
hallarcin rnuerto en ell ledho.
La infieliz Anltonia despuCs die arrendar la finca,
vivia a1 lado del anciano cura de las “Chilcas” a
quien ayudaba en sus misiones: era la providencia
de 10s pobres y entre ellos repartia su m6dica for-
tuna.
Juan se habia detenido frente a la ,casa diesierta.
Ulna atrn6sfera de tristeza y descvlaci6n envolvia el
jardin enmalezado, las ventanas llenas de telarafias
y las puertas remachadas como las de u’ii sepukro.
Con ojos que cogaban las lklgrirnas buslc6 en van0 el
rosa1 predilecto ; no estaba al’li. . . ;Lo habrian
arrancado ,acaso, o se habria secado? Y Juan habia
proseguido su dolorosa excursi6n.
Pronto divish las blancas murallas del mndesto
czmenterio, sitio en una colina que dolminaba todo
el valle.
Rechazando la obsequiosa compafiia del cuidador,
avanzaha solitario polr las avenidas de cipreses. El
riisiico cernenterio se veia lleno die sol y de flores;
por las murallas trepaba formantdo pintoresco tapiz
la hiedra florilda. N i n g h rnonurnento se levantaba
en esa ciudad de la muerte que m6s bien parecia un
delicioso jardin. Pa- tierra veianve diserninadas las
cruces de madera que sefialaban las sepulturas y que
FLOR SILVEE’TRE’ 243

a ias veces servian de apoyo a las enredaderas sil-


vestres.
Fba Juan de una a otra tumba, sin cncontrar la
que buscaba; y arrepentiase ya #de no haber acep-
tado 10s servicios del guarda, cuando sus miradas
se posaran en uln hermolso arbusto. A1 punto reco-
nioci6 las rosas “Maria Pia”.
El rosal preferido de la Cbhefiorita sombreaba .iu
tumba.
j Qu6 de ilusiones, ensuefiios y esperajnzas traiale
a l,a mjemoria ese rosal! Levantando con tr6mulas
manos el musgo que cubria la losa funteraria, ley3
la inscripcicin :

“AQUI YACE ROSA SOLIS

Q . E. P. D.

VUELO A DIOS, VOY A ESPERAROS EN EL CIELO.”

Can la cabeza descubierta, permanleci6 Juan su-


mido en honda meditacicin. Revilvia esos tres meses
de inmensa ‘didha pasados junto a su “florecita sil-
vestre”, en alquel amibiente die pureza ideal que pa-
recia envolverla. Una y otra vlez leia la piadosa ins-
cripcicin, y alzando los ojos a1 cielo buscaba entre
las nubes la imagen de Rosa, creyendo sentir sobre
si misteriosos efluvios que inundaban su alma de
infinita paz. Los temolres de haberle sido infiel se
244 FLOR SILVESTRE

desvanecian. Ella que prefiri6 morir a causarle el


m i s leve pesar, no podia ofenderse vihdolo de nue-
vo feliz. Las palaibras de ella en su Cltima entrevista
acudieroa entonces a su mente, como un celeste
mensaje:-"Yo pedirC que esas ISgrimas de dolor
se convilertan en 16grimas dje atlegria".
La dulce creatura miraria, pues, complacida su
felicidad . . . Veria que no #eraolvido, i oh ! no, cier-
taniente que no!
Elena nunca seria su rival; el recuefdo 'de Rosa
seria imperecedero, eterno. Alquel primier amor que-
daba el m6s alto, el m& profundo.
Pero, habia que vivir la vida. . . Era joven aim
y tenia ante si tan dilatada perspectiva! . . .
Del florid0 rosa1 cogi6 una flor que rozaha casi
con sus petalos la 1Spida mortuoria; la llev6 a SLIS
labioa como querilen,do aspirar el sutil perfume de
un alma, y dos Nligrimas cayeron sobre ella, lrigri-
mas sin amargura, siheaci~osasy dulces.
Parecible que dlesde el cielo Rosa aprobaba sus
nuevas esperanzas ; y su coraz6n tanto tiempo ator-
mentaldo recabr6 a1 pie de esa tumtba la perdida
serenidad.
Despuks de este hom'enajle a la memoria de Rosa,
Juan se sinti6 m6s libre para disponer de su vida.
Sin emlbargo, luchaba con d viejo recuerdo que te-
mia proifanar, hasta que aguijoneado por 10s celojs,
se decidi6 a declarar sus sentimientos.
P o r aquellos dias, d a b Graciela un baile ; a1 final
de &e, Juan y Elena quedaron comprometidos.
F L O R SILVI4JS'rRIi 245

Juan, hondainente emocionado, seguia evocando


ia memoria del pasado sin notar que las horas
huian r ipi da s.
Declinaba la tarde: el sol meidio encubierto por
las nubes durante el dia, lanzaba sus rayos esplen-
dorosos sobre las crestas de las cordilleras nevadas
tifikndolas de rosa y de violeta y haciendo blrillar con
iureos reflejos las chpulas de 10s palacios y las to-
rres de las iglesias.
U n ruido de pasos en la habitaci6n contigua y
unos discretos golpes en su puerta, lo trajeron brus-
camente a la realidad.
Record6 enitonces, que aquclla tarde tenia con
Elena un compromiso impostergable; y, por una de
esas inconsecuencias que son la ley del coraz6n
humano, sintib un amargo deleite, una sensacibn
exquisita a1 sacudir !a nielancoiia que lo abrumaba.
Y con un hondo suspiro de alivio, abrib de par en
par las puerta,s a la nueva vida que liegaba rica ea
promesas y esperanzas.. .

Serena, octubsre de 1912.

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