Poesia de Gautier

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POEMAS DE THEOPHILE GAUTIER

El pino de las landas

Sólo veo al pasar por las Landas desiertas,


un Sahara francés, mar de arena muy blanca,
entre hierbas resecas y verdosos charcales,
estos pinos que llevan una herida en su flanco,

pues, queriendo sus lágrimas de resina robarle,


ese avaro verdugo de las cosas, el hombre,
que no sabe vivir más que a costa del crimen,
en su tronco doliente abre un surco profundo.

Sin llorar por su sangre gota a gota vertida,


da su bálsamo el pino con la savia que hierve,
y le vemos erguido cual si fuera un soldado
que aunque herido quisiera ver la muerte de pie.

El poeta es lo mismo en las landas del mundo;


si no tiene una herida su tesoro conserva.
Necesita llevar en el pecho una muesca
para darnos sus versos como lágrimas de oro.

Último deseo

Hace ya tanto tiempo que te adoro,


dieciocho años atrás son muchos días...
eres de color rosa, yo soy pálido,
yo soy invierno y tú la primavera.

Lilas blancas como en un camposanto


en torno de mis sienes florecieron,
y pronto invadirán todo el cabello
enmarcando la frente ya marchita.

Mi sol descolorido que declina


al fin se perderá en el horizonte,
y en la colina fúnebre, a lo lejos,
contemplo la morada que me espera.

Deja al menos que caiga de tus labios


sobre mis labios un tardío beso,
para que así una vez esté en mi tumba,
en paz el corazón pueda dormir.

Versión de Carlos Pujol


Las palomas

En el collado aquel de los sepulcros


una palmera y su penacho verde
se yerguen donde acuden las palomas
a anidar por la noche y guarecerse.

Con el alba desertan de las ramas:


como un collar que se desgrana, vemos
-blancas, dispersas, en el aire azul-
que algún tejado buscan aún más lejos.

Todas las noches es un árbol mi alma


donde se posan con las alas trémulas
enjambres blancos de visiones locas
para echar a volar cuando clarea.

Versión de Carlos Pujol

El hipopótamo

El hipopótamo de vientre enorme


suele vivir en selvas como Java,
y allí en el fondo de las cuevas hay
monstruos que no se pueden ni soñar.

La boa que se agita entre silbidos,


el tigre que tan bien sabe rugir,
el búfalo enfadado que resopla;
él sólo duerme o pace siempre en calma.

El kris y la azagaya no le asustan,


contempla al hombre sin darse a la huida,
se ríe del cipayo y de sus balas
que no hieren su piel y que rebotan.

Por eso yo soy como el hipopótamo;


me protege mi fuerte convicción,
armadura que me hace invulnerable,
y así por el desierto ando sin miedo.
POEMAS DE MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA

Para Entonces

Quiero morir cuando decline el día,


en alta mar y con la cara al cielo,
donde parezca sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar los últimos instantes,


ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz, triste, retira


sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven: antes que destruya


el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.

EN UN CROMO

Niña de la blanca enagua


que miras correr el agua
y deshojas una flor;
más rápido que esas ondas,
niña de las trenzas blondas
pasa cantando el amor.

Ya me dirás, si eres franca,


niña de la enagua blanca,
que la dicha es el amor;
mas yo haré que te convenzas,
niña de las rubias trenzas,
de que olvidar es mejor.

En un abanico
Pobre verso condenado
a mirar tus labios rojos
y en la lumbre de tus ojos
quererse siempre abrasar.

Colibrí del que se aleja


el mirto que lo provoca
y ve de cerca tu boca
y no la puede besar.

Para un menú

Las novias pasadas son copas vacías;


en ellas pusimos un poco de amor;
el néctar tomamos... huyeron los días...
¡Traed otras copas con nuevo licor!

Champán son las rubias de cutis de azalia;


Borgoña los labios de vivo carmín;
los ojos oscuros son vino de Italia,
los verdes y claros son vino de Rhin.

Las bocas de grana son húmedas fresas;


las negras pupilas escancian café;
son ojos azules las llamas traviesas
que trémulas corren como almas del té.

La copa se apura, la dicha se agota;


de un sorbo tomamos mujer y licor...
Dejemos las copas... Si queda una gota,
¡que beba el lacayo las heces de amor!

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