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¿QUE MOLESTA DE UN/A NIÑO/A?

Claudia Baeza Rosales1

Resumen

El discurso de la época y las lógicas contemporáneas funcionan clasificando y etiquetando todo


lo que no está del lado de la norma y de lo ya establecido. La infancia se atraviesa hoy en un
mundo de etiquetas y de patologías, donde no hay cabida para lo subjetivo, donde todo lo que se
muestra del lado del sufrimiento y de la angustia viene a ser clasificado en un síndrome,
trastorno y/o espectro.

Palabras claves: niños (as)- infancia - diagnósticos - constitución subjetiva

“Donde el lenguaje se detiene lo que sigue hablando


es la conducta”
Francoise Dolto. 

Desde una mirada psicoanalítica, hablar de niños/as es hablar de procesos y de estructuración


subjetiva. Es decir, un niño es un psiquismo en construcción, en estructuración, que se da en un
contexto histórico-social determinado y en relación con otros que son fundamentales. 

Los vínculos y relaciones que los niños arman con su entorno dan origen a un entramado de
vivencias, donde la construcción subjetiva está ligada y se origina a partir de estas, es decir,
desde una historia. 
En este sentido, hablar de infancias es referirse también a un universo simbólico, de lo singular y
lo plural, en relación al lenguaje y a los discursos donde los niños se van conformando sujetos. 

1 Psicóloga clínica de la Universidad Andrés Bello. Magister en psicología clínica mención psicoanálisis de la
Universidad Adolfo Ibáñez e ICHPA. Formación en psicoanálisis vincular, grupos, familias e institución en Apsylien,
Francia. Formación en Psicoterapia Institucional en Clinique de La Borde, Francia y en dispositivos Casas Verdes de
Francoise Dolto, Francia. Analista en formación en ICHPA. claudia.baeza.rosales@gmail.com
Pensamos al niño/a como un aparato psíquico en construcción, Freud (1890), señala que el yo es
ante todo un “yo corporal”, que se constituye en los encuentros con el otro, otro fundamental que
tiene como función el cuidado del bebé y ayudarlo a protegerse de los estímulos tanto externos
como internos, mediante “acciones específicas” que posibilitarán la constitución de una barrera
anti-estímulo que permitirá defenderse de los grandes montos de displacer.

Aulagnier, (1975) propone que en los comienzos de la vida, es la madre en su función de


portavoz quien dona al niño ciertos enunciados identificatorios que anticipan un yo que está por
advenir. Madre como dimensión hablante, que a través de estos enunciados da la posibilidad al
infans de habitar un cuerpo y una psiquis. Madre que otorga y ofrece sentido al infans,
anticipando el advenimiento del yo. En su función de portavoz entonces, da lugar a un ser
hablado, que luego hablará para sí.
Esto es lo que la autora comprende como sombra hablada por otro. Otro que interpreta según su
propio deseo las necesidades del infans, necesidades biológicas y necesidades psíquicas que
otorgan luego la posibilidad de la demanda.

Visto de esta forma, el niño en un primer momento dependerá de los otros tanto para la
constitución de un cuerpo, como para su constitución psíquica y subjetiva. Comprendemos desde
acá que el cuerpo biológico, la psiquis y la subjetividad están y permanecerán anudados desde
los primeros momentos de la vida.

Siguiendo a Aulagnier, (1975) a través de esta sombra hablada, se le impone a la psique ajena un
pensamiento, acción o elección producidos por el deseo de quien lo impone, en un primer
momento la madre, que da respuesta a una necesidad en quien le es impuesto, el hijo/a, lo que
fue definido por la autora como violencia primaria. Es así, como se consigue la unión entre el
deseo de uno y la necesidad del otro, dando lugar a la demanda.
Lo que esa madre interpretará del niño/a también está vinculado a los discursos que se digan de
ese niño/a. Desde acá, entendemos que los discursos de la época tienen una influencia importante
en la construcción de la subjetividad y de los vínculos.
Ahora bien, en la actualidad, los diagnósticos, tratamientos farmacológicos y/o las
clasificaciones, son precisamente un discurso que encontramos en casi todos los dispositivos e
instituciones que trabajan con las infancias. Tanto en jardines infantiles como en escuelas, los
niños/as son derivados a profesionales especialistas en “trastornos” de la conducta, de atención,
entre otros. Parece que vivimos en un mundo de déficits o de excesos, donde queda escasa cabida
para la diferencia y donde los niños/as deben acomodarse a normas ya establecidas. 

Iriat e Iglesias Rios (2012), proponen pensar esta cuestión utilizando una categoría construida
por Clake (2010): la “Biomedicamentalización” del sufrimiento infantil que pone en evidencia
los cambios profundos tanto socio-políticos, como políticos e ideológicos-culturales que van
transformando nuestra sociedad. “La medicalización implica la expansión hacia el campo médico
de problemas inherentes a la vida. La biomedicalización supone la internalización de la
necesidad de autocontrol y vigilancia por parte de los propios individuos, no requiriendo
necesariamente de la intervención médica”2

Padres y familias muchas veces llegan a la consulta de profesionales con sus hijos/as y salen de
ésta, luego de una o más sesiones, con un “niño/a autista, TDAH3, depresivo, TOD4” y además
con un listado de medicamentos y de preguntas que probablemente buscarán en internet para
entender qué es lo esperable o no para niños con las características que le han sido
adjudicadas/diagnosticadas. Siendo muchas veces la medicación la única intervención.
Luego, en el mejor de los casos, se abre una pregunta que intenta buscar, al mismo tiempo que
decir algo más allá de ese diagnóstico. Es en los casos en que se abre una interrogante clínica y
con ella la posibilidad de ofrecer algo más que una etiqueta, un camino pre-construido y una
receta u orden médica.

Volviendo a la idea del niño/a como un sujeto en construcción. El primer aparato psíquico
esbozado por Freud, aquel de la carta 52, es un aparato mnémico, un cúmulo de memoria. Luego,
al avanzar su obra, Freud (1901), propone que las percepciones que llegan hasta nosotros dejan
en nuestro aparato psíquico una huella a la que podemos dar el nombre de huella mnémica, cuya

2 Untoiglich, G. (2013). “En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz”, pag. 61,, Buenos Aires, Noveduc
3 Trastorno por deficit atencional con hiperactividad
4 Trastorno oposicionista desafiante
función es la que denominamos memoria. Huella, que no podría consistir sin modificaciones
permanentes del sistema. Por tanto, memoria inacabada siempre, ya que a medida que permanece
se va modificando con las huellas del presente. Lo que hace viable entonces el trabajo analítico,
ya que en base a esto se piensa en la posibilidad de construir un pasado y en esa construcción ,
modificarlo. 

Desde allí, es dable preguntarse ¿qué pasa con estos diagnósticos que hablan del niño/a sin
parecer considerar sus huellas y memoria?, ¿Qué sucede con estos rótulos que muchas veces se
plantean como fijos cuando hablamos de un aparato psíquico modificable? y por último, ¿qué
pasa con las huellas que dejan estos mismos diagnósticos en el psiquismo del niño/a?

Una de las dificultades que encontramos, es que muchas veces estos diagnósticos vienen a
intentar responder algo del ser de ese niño/a, operando como enunciados identificatorios que
vienen a llenar de interpretaciones y de significaciones la vida de ese niño y el vínculo con su
entorno. Si estos enunciados son fundantes de la escena en la que adviene el Yo, tienen
consecuencias en la construcción subjetiva.
En estos casos la subjetividad, así como el vínculo entre esos padres y esos niños, se pueden ver
perjudicadas al tratarse de etiquetas que dejan al niño/a ubicado en el lugar de la patología, sin
dejar espacio para pensar que estas conductas responderían a un tipo de sufrimiento.

Encontramos que en la actualidad lo que está del lado del sufrimiento y de la angustia no puede
nombrarse sin ser clasificado en un trastorno, espectro, síndrome. Junto a esto, las lógicas del
mercado van clasificando, patologizando los procesos que se consideran fuera de norma,
procesos de duelos, de angustias, y la vida misma.

Siguiendo a Janin, (2004), a propósito del TDA/TDAH:

“Se suelen poner rótulos, reduciendo la complejidad de la vida psíquica infantil a un paradigma
simplificador y biologizante. En lugar de un psiquismo en estructuración, en crecimiento
continuo, en el que el conflicto es fundante y en el que todo efecto es complejo, se supone un
“déficit neurológico” (p.13).5

Se hace necesario destacar que no es lo mismo hacer un diagnóstico para trabajar en el


sufrimiento de un niño o niña, y de una familia, que etiquetar y clasificar con un nombre que
anula los padecimientos subjetivos. Cuando se realiza un diagnostico basado sólo en los
comportamientos observables y no hay una búsqueda de las diversas causas que pueden estar
detrás de ciertas conductas del niño, hay un riesgo de que el sufrimiento infantil quede anulado y
de que no se aborden los problemas que pudiesen estar ocasionando el malestar en el niño que es
manifestado en conductas indeseables para los adultos.

Cuando no hay preguntas que apunten al niño/a en su particularidad y por sobre esto se pone un
diagnóstico, una clasificación que viene a dar cuenta del niño y de lo que le pasa, es muy
frecuente que el foco o el problema se ponga sólo en los comportamientos de los niños que para
los adultos resultan difíciles de tolerar, sin dar cabida al malestar del niño, sin generar una
pregunta por su sufrimiento; ¿A qué podrían responder sus “pataletas”? Incluso se podría
preguntar ¿Qué son las pataletas?, pareciera que en el discurso coloquial éstas tienen cierto
componente desubjetivante. 

Aulagnier, (1975), propone que grandes cantidades de displacer pueden provocar un deseo de
desinvestidura, que vendría entonces a desinvertir un órgano o una parte del cuerpo, o algún
elemento que quede asociado a ese sufrimiento. Desde acá, podríamos preguntarnos si en
algunos casos lo que es entendido como falta o déficit, no pueda estar ligado a un tipo de
padecimiento sostenido en el tiempo.

A su vez, Dolto, (1974), señalaba que un niño al cual le cuesta aprender ve implicada su
capacidad de curiosidad, como también de preguntar y muchas veces esto se debe a que hay algo
“no dicho” dentro de la familia, algo que al niño le ha sido oculto y que está a la base de muchos
sufrimientos infantiles, que luego pueden manifestarse como ciertas dificultades en la capacidad
de aprendizaje.
5 Janin, B. (2003), “Niños desatentos e hiperactivos”, ADD-ADHD: reflexiones críticas acerca del trastorno por
déficit de atención con o sin hiperactividad. Noveduc, Buenos Aires, 2014.
Winnicott, (1965), propone que cuando el ambiente falla en la oferta de sostén emocional y
físico, cuando se produce esta falla en los cuidados el niño puede verse invadido por intensos
montos de angustia que se manifestarán en la forma en que el niño (a) se vincule con el mundo
que lo rodea.

Es posible señalar, que hoy en día encontramos una infancia sobre-diagnosticada con
tratamientos que apuntan a eliminar los síntomas de los niños/as. Somos parte de una sociedad
con infancias tempranas medicalizadas y somos también testigos en la consulta, de que muchas
veces los niños llegan apresados en un diagnóstico que excluye la pregunta por su subjetividad,
por la historia particular de ese niño/a y precisamente, si algo nos ha enseñado la clínica y el
psicoanálisis, es que si sólo acallamos el síntoma en la infancia, éste puede eclosionar en la
adolescencia, porque los conflictos seguirán a la base. 

Si estamos frente a un niño/a que se mueve mucho o que habla sin parar o al contrario, frente a
un niño/a que parece ausente, habría que preguntarse: ¿Qué podría estar afectando a este niño/a
que no logra atender, conectarse o interesarse por la realidad externa?
¿Habrá una necesidad en ese niño/a que se mueve mucho de atraer la atención de sus padres?
¿Existirá una dificultad para investir la realidad externa? ¿O estamos frente a un niño donde hay
un exceso de presencia de procesos psíquicos primarios, lo que implicaría una dificultad en la
relación con el mundo externo? 

Frente al niño/a que no aprende en la escuela, por ejemplo, ¿Existiría algo “no dicho” que impida
al niño/a preguntarse por su propia historia y así generar preguntas que implican la curiosidad,
elemento necesario para aprender? 

Respecto a esto Freud en “Más allá del principio del placer”, plantea que el niño a partir de la
repetición intenta dominar lo displacentero, pero cuando la experiencia displacentera no logra ser
ligada a otras representaciones puede producir un desborde pulsional. Si el niño no cuenta con un
otro que logre limitar estas mociones de energía y que lo ayude a construir esta barrera anti-
estimulo, a hacer un borde, nos encontramos con niños desbordados.
Gisela Untoiglich (2012), frente a esto menciona lo que justamente no sucede es hallar la
significación para aliviar al paciente, cuando se concibe el síntoma o fenómeno solamente como
una categoría, dejando entonces obstaculizado la posibilidad de ligar lo que ha quedado
desligado.

En relación a esto, podemos pensar que ahí cuando la palabra no estuvo, cuando el lenguaje se
detiene, como dice Dolto (1987), los niños hablan a través de su conducta y esto muestra un tipo
de sufrimiento psíquico, algo que en ciertas circunstancias impide detenerse, que deja al cuerpo
des-atado o que puede en algunos casos dejar al niño en una ausencia de mirada y de palabra. 

Es necesario entonces, interrogarnos sobre los diagnósticos tempranos, cuestión que ha ido
tomando fuerza como si fuese un aporte necesario y legítimo clasificar desde la más temprana
infancia todo lo que se escapa a lo considerado como “normal”. Cuestionarnos que un
diagnóstico temprano, puede correr el riesgo que en lugar de acoger el sufrimiento infantil, venga
a obstaculizar el proceso de constitución psíquica de ese niño/a, actuando como un enunciado
identificatorio que lo reduzca a una etiqueta, dejándolo con un camino pre-pensado para él, pre
fijado a eso que se dice que él es, predisponiendo a los padres a desear un único camino posible
para ese niño y esperando que responda también a esto. Interpretaciones que la madre o sus
adultos podrían también, desde este diagnóstico, aportar dejando a los niños atados y ajustados a
una clasificación que no está al servicio de una escucha del verdadero malestar subjetivo de ese
niño/a y de esos padres o sus cuidadores. 

Mara tiene 8 años y llega a la consulta diagnosticada con TEA. Al preguntarle a la madre por su
hija responde: “ella como es TEA, no respeta las normas”, “ella no te mira, porque es TEA”, “el
médico me dijo que quizás esto de las pataletas no mejorarían, porque como tiene un TEA”.

¿En qué le contribuye a esta niña y a esta familia este diagnóstico además de imposibilitar que su
madre la piense más allá de este rótulo, que en este caso ha funcionado como lo que viene a
responder todas las preguntas sobre esta niña, sin dejar espacio alguno para si quiera desear algo
distinto para Mara? ¿Dónde hay una interrogante sobre las causas subyacentes a su sufrimiento?
Podríamos pensar que la ayuda dirigida al niño/a, más allá de establecer un diagnóstico, tiene
que ver esencialmente con interesarse por la historia subjetiva de ese niño, entender en qué
contexto se ha ido constituyendo y en qué modos de relación transita. Desde acá ir pensando sus
intereses, la historia de su nacimiento, el lugar que ocupa dentro del sistema de parentesco, lo
que ser niño o niña puede significar o no para su madre, su padre, sus abuelos, para su grupo
familiar.  

Es importante pensar las infancias entonces, como un tiempo de construcción psíquica y


subjetiva. Al mismo tiempo que como instancia dónde se instalan huellas que conformarán la
memoria, donde los otros son fundamentales. Y desde allí, cuestionarnos el efecto del sobre-
diagnóstico y sobre-medicalización de las infancias.
Referencias bibliográficas

- Aulagnier, P. (1975). La violencia de la interpretación.

- Dolto, F. (1974). Psicoanálisis y pediatría. México: Siglo XXI Editores.

- Freud, S. (1901). Psicopatología de la vida cotidiana. O.C. Vol VII. Amorrortu, Buenos
Aires, 2006.

- (1920). “Más allá del principio de placer”. O.C. Vol. 18. Buenos Aires:
Amorrortu, 2003.

- Janin, B. (2003). “Niños desatentos e hiperactivos”, ADD-ADHD: reflexiones críticas


acerca del trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad. Noveduc, Buenos
Aires, 2014.

- Untoiglich, G. (2013) y otros. “En la infancia los diagnósticos de escriben con lápiz: la
patologización de las diferencias en la clínica y la educación”. Buenos Aires, Noveduc,
2019.

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